martes, 23 de mayo de 2023

Flores de adversidad.


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¿Sabes esa sensación de haber estado aguantando un chaparrón durante toda una noche, y sólo notar el frío cuando por fin llegas a casa? ¿Sabes esa sensación de estar en medio de un concierto de puro ruido del que sólo eres consciente en el momento en que todo se acaba? ¿Sabes esa sensación de cuando estás rodeada de gente desconocida y de repente empiezas a recordar sus nombres? ¿Sabes esa sensación de estar mirando directamente al sol y no sentir que tienes las pupilas ardiendo hasta que no entras a una tumba?
               Ésa había sido mi semana mientras esperaba la carta de Alec, la que yo consideraba que sería mi sentencia de muerte.
               Y, ¿sabes la sensación de que te han estado matando los tacones y que jamás podrás caminar de nuevo, pero un masaje en la planta del pie por unos dedos que te quieren y que harían lo que fueran por ti te hacen querer correr una maratón? ¿Sabes la sensación de que tu cuerpo jamás sobrevivirá a la noche más fría del invierno, en la que justo se te ha estropeado la calefacción y todas las mantas parecen húmedas, y un brazo adorado y adorable te rodea la cintura para atraerte a un cuerpo cálido y cómodo que te hace ver que las noches de invierno les pertenecen a los amantes? ¿Sabes la sensación de haber estado muriéndote de sed y no notarlo hasta que alguien te tiende una botella de agua bien fresquita, de la que te deja dar un sorbo antes de dárselo él?
               Eso había sido en realidad la carta de Alec para mí. Eso era Alec para mí. El refugio en las montañas en medio de la ventisca, con una chimenea ya encendida y golosinas en la despensa; el puerto seguro en medio de una bahía encumbrada de altas montañas que impedían el paso del huracán, la carta de navegación en el cielo nocturno cuando cruzabas el límite de los mapas, el soplo de aire fresco en un día de calor abrasador, los brazos que te sostenían con cariño e infinito cuidado y te llevaban a la cama aunque hubieras insistido en que no estabas cansada y querías ver una película en el sofá. Los labios que te besaban en la frente cuando estabas enferma, justo después de quitarte el termómetro de la boca y comprobar que tenías fiebre. Esa persona que apostaba por ti incluso cuando el resto del mundo no lo hacía, y parecía arriesgarse a perder una fortuna simplemente por demostrarte que, para él, lo eras todo.
               El fuckboy que no se había pasado un fin de semana desde que había perdido la virginidad sin practicar sexo, manteniéndose célibe durante todo un año simplemente porque no te iba a tener durante todo ese tiempo.
               Y yo había sido tan estúpida de creer que esa magia se vinculaba a nuestra cercanía, o que era el roce lo que había hecho el cariño en nosotros y no el Destino con mayúsculas, ése del que hablaban las novelas románticas que yo tanto disfrutaba y con el que mucha gente no se atrevía ni siquiera a soñar. Esta era mi vida. A esto se reducía todo en realidad: a esas virutitas de luz en medio de la oscuridad que eran las estrellas en el cielo nocturno, y los tatuajes mentales que eran los recuerdos a los que me tocaría aferrarme durante un año antero. Bueno, once meses. Bueno, menos de once meses.
               Mi familia me había dado la vida que tenía, pero Alec me estaba dando la razón por la que vivirla, por la que disfrutarla y por la que considerarla buena. Y nada más leí su nombre y las dos palabras que lo acompañaban, me di cuenta de que no me importaba nada más y que no cambiaría ni una sola coma de mi historia porque ahí era donde también vivía él.
               Y me había permitido derrumbarme por fin, entregándome a esas emociones que no habían hecho más que comerme viva mientras esperaba. Había tratado de mantenerme fuerte y de no volverme loca pensando en lo que pasaría cuando abriera aquella carta porque no me había permitido a mí misma soñar con la posibilidad de que Alec hubiera ido a Etiopía en el momento exacto en el que tenía que hacerlo: ya curado. Fuerte. Independiente y presto a convertirse en el gran hombre que estaba destinado a ser, y que me ayudaría a mí a convertirme en la mujer que fuera merecedora de estar a su lado. No me había permitido a mí misma tener esperanza porque me habría abierto en canal encontrarme con algo distinto a lo que Alec me había escrito en aquella carta que ahora sostenía entre mis manos, y que a pesar de su brevedad y de lo poco elaborada que estaba, ya me parecía de las más bonitas que me habían escrito nunca. Incluso aunque nos trajera problemas por su contenido, la terminaría pegando en la pared junto a mi cama, del lado contrario donde él tenía nuestras fotos, y me dormiría mirándola cada noche para convencerme de que era real.
               Era de verdad. Era de verdad. No me la había inventado.
               Igual que no me estaba inventando el hilo que nos unía a Alec y a mí incluso en la distancia, y que estaba hecho del material más fuerte y resistente del universo. Ni siquiera un diamante podría superarlo.
               Aquel hilo se había atado a una polea que me había quitado el mayor peso que había tenido que soportar en toda mi vida. Y ahora, por fin, podía sacar la cabeza de debajo del agua y respirar.
               Lloré y lloré y lloré lo que no estaba escrito, reclamando mis pulmones y mi garganta y mi boca como propios después de haberme pasado tanto tiempo tratando de retenerlos en el pringoso alquitrán que había colmado mi vida que casi me sorprendió recordar aún cómo usarlos. Me pregunté cómo es que Alec había sido capaz de recorrer en apenas un puñado de líneas ese camino tan largo que yo no había empezado ni en una semana entera. Miré los trazos de su letra en el papel y se me antojaron muy parecidos a la forma en que me acariciaba cuando nos veíamos, justo después de abrazarnos y él muy reticente a romper el contacto conmigo tan pronto; o la forma en que sonreía y me daba un piquito después de darnos un beso lento y profundo, o cómo tiraba de mí suavemente para acercarme más a él en la cama, y me dejaba perderme en esos ojos castaños que no tenían absolutamente nada que envidiarles a los ojos verdes de Diana o azules de Tommy; cómo su pelo me hacía cosquillas en la frente cuando hacíamos el amor y él se ponía encima de mí, planeando sobre mi cuerpo y apretándome suavemente contra el colchón, buscando el contacto y no atreviéndose nunca a la vez a dejarse caer sobre mí y hacerme daño.
               En los puntos y las comas había la determinación de cuando me embestía, empujándome un poco más arriba en esa escalada hacia la explosión de esos orgasmos que siempre, siempre, siempre, todos y cada uno de los que había tenido en mi vida, le habían pertenecido a él.
                En esas cuatro gloriosas letras que componían su nombre había una promesa de eternidad que nadie podría discutir.
               En las dos palabras que abrían la línea anterior a su nombre reposaba un desafío: “que los cielos intenten separarte de mí si se atreven”.
               Y en ese paso adelante que suponía su “le pese a quien le pese” había toda una declaración de intenciones. Ya no era el Alec que escuchaba a sus demonios, ni el que pensaba que no se merecía lo que tenía, o creía que le estábamos haciendo un favor queriéndole. Era el Alec que yo siempre había visto que podía llegar a ser, el Alec bueno y capaz y positivo y poderoso que se había reconciliado consigo mismo y que no se conformaba con menos de lo que se merecía: oro, a pesar de que trataran de engañarlo con plata.
               El Alec al que le habían robado su final glorioso y que no se había retirado campeón más que por la envidia de los demás, y no porque no se lo mereciera. Se lo merecía más que nadie; eso, y todo lo que él deseara.
               Y lo que él deseaba era yo.
               Y en ese corazón al lado de su nombre… en ese corazón estaba todo lo que era él, todo por lo que sabíamos que mis padres se equivocaban. Porque la carta era borde, no nos confundamos. Era definitiva, casi cortante, la propia de un chico que está hasta los huevos de su chica. Pero ese corazón lo cambiaba absolutamente todo. En el corazón estaban los te quieros que no me había dicho, el tonteo que siempre nos traíamos cuando nos quedábamos a solas, ese “mi amor, mi luna, mis estrellas”. Ese “intenta impedírmelo, bombón” que siempre me dedicaba cuando yo le tomaba el pelo sobre cosas que no podía hacer conmigo. Ese “sé que no le perteneces a nadie y que eres libre, pero quiero que sepas que te estoy profundamente agradecido por dejarme a mí, de entre todos los demás, el ser quien te reclame y el que pueda poseerte”.
               En el corazón había un mensaje clarísimo. “Estoy de muy mala hostia, y hasta los cojones, de todo y de todos. De todo y de todos, excepto de ti”.
               En el corazón estaba la razón por la que me había sentado a su lado y había luchado con uñas y dientes para traerlo de vuelta, y la misma razón por la que se había despertado después de una angustiosa semana en la que yo me había temido lo peor. El hilo dorado. Nuestra conexión dorada, líquida, en movimiento, viva.
               En el corazón estaba la promesa que me había hecho antes de marcharse, y cuyo testimonio yo llevaba colgado al cuello. Te quiero con todo mi corazón. Eres la primera chica a la que le digo esto, y créeme que tengo toda la intención de que seas la última, y no voy a olvidarlo por muy lejos que estemos el uno del otro.
               Eres mi oasis, Saab.
               Jadeé en busca de aire, la yema del dedo índice sobre el dibujo del corazón difuminado tras una capa de lágrimas que convertían al mundo en un curioso espectáculo de luces y sombras. Yo siempre encontraré la manera de volver a ti como un elefante regresa a su oasis favorito por muchos años que pasen.
               Quiero volver a tu amor.
               Voy a volver a tu amor.
               -Mi cuerpo no es virgen-me había dicho una vez, mirándome a los ojos, mi mano sobre su pecho y la suya sobre mi muñeca; los dos habíamos estado desnudos y ninguno había vivido una intensidad tal-, pero mi corazón sí. Y ahora es tuyo. Para siempre. Nos pase lo que nos pase-me había cogido la mano y me había besado los nudillos como un caballero decimonónico, de esos de los que ya no quedaban apenas; Alec era único en su especie incluso en eso. Podía hacer que tu cuerpo se deshiciera de placer, perlarte la piel de sudor, hacerte gritar como loca, y entonces… te llevaba de vuelta a un mundo de cortesía y galantería que llevaba agonizando siglos, pero que en su mirada aún resplandecía como en sus mejores días.
               -No nos va a pasar nada-le había dicho yo, acariciándole el mentón. Qué equivocada estaba.
               Y cuánta gracia le había hecho a él sospecharlo.
               -Lo quiero por escrito-respondió, besándome la palma de la mano, agarrándome rápidamente de la cintura, haciéndome rodar y tumbándome debajo de él entre risas mías. Echaba de menos esa Sabrae que había sido cuando él estaba en casa, la que se reía de cada cosa que él hacía porque todo lo que él hacía era gracioso; no había tenido que luchar por salvarnos ni a mí ni a la relación, ni se había preocupado de que yo bailara al borde del precipicio, porque siempre había estado lo suficientemente cerca como para cogerme antes de que me cayera. Debía de ser terriblemente difícil para él quedarse en Etiopía sabiendo que yo lo estaba pasando tan mal y darme el espacio que me estaba concediendo para que yo descubriera que podía lidiar con todas estas cosas yo sola, dando los pasos en la dirección que él me indicaba.
               No nos merecíamos esto. Él menos que nadie, pero yo tampoco. Y aun así… nuestra familia y yo se lo estábamos haciendo pasar mal por simplemente haber elegido tener una vida más allá del instituto un año antes, cuando yo todavía no entraba en sus planes o no era ni tan siquiera una variable en la ecuación.
               Ahora me había dado una vía de escape para enmendar unos errores que ni siquiera había cometido, pero que nos hacían daño de todos modos por mi incapacidad para gestionar el hecho de que mi novio fuera una persona independiente y yo necesitara con tanta desesperación estar con él hasta el punto de volverme loca y enfrentarme a mis padres y a todo lo que había conocido y querido.
               Pero, ¿había hecho tan mal tratando de defender mi escasísimo tiempo con Alec? Cada segundo con él merecía mil años de peleas con mi familia, o al menos así lo sentía yo. Si él iba a elegirme a mí pasara lo que pasara, le dijeran lo que le dijeran sus demonios y le hiciera el daño que le hiciera al resto del mundo, yo no pensaba deshonrar su sacrificio pensándome dos veces cuál sería mi respuesta si me pedían que escogiera entre él y el resto del mundo. Odiaba sentir que la vida que había tenido hasta entonces en mi casa había terminado, pero la conversación que había escuchado a mis padres me había dejado bien clara una cosa: ellos creían que Alec era el enemigo a batir.
               Y la carta de Alec me había hecho ver que él no me daría nunca la espada, sino que permanecería a mi lado el tiempo que yo se lo permitiera, y no dejaría que nadie más decidiera cuánto duraría ese tiempo. Así que si no me daba la espalda, significaba que estaba a mi lado.
               Y si estaba a mi lado, significaba que yo también era el enemigo para mis padres.
               Una extraña calma me inundó al darme cuenta de aquello, una calma que nada tenía que ver con la tranquilidad que había sentido cuando leí la sentencia de muerte de la carta de mi chico y vi que era absolutoria. Me enfrentaría a mis padres si hacía falta, y algo en la manera en que Alec había presionado el bolígrafo contra el papel me había hecho ver que Alec confiaba en que ganaríamos si algún día teníamos que presentar batalla.
               Pero esa batalla podía esperar. Ahora necesitaba sellar nuestro tratado de paz, y la mejor manera de hacerlo era escuchando su voz. Sólo con oír su voz me desharía de aquel embrujo que me había hechizado cuando abrí el sobre y leí mi nombre de su puño y letra.
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, pero mi felicidad era tal que se negaba a permanecer confinada en mi cuerpo, de manera que, con la carta en la mano y las mejillas como los lechos de sendos ríos que se apresuraban hacia el mar, me levanté de la cama y salí de mi habitación. Estaba tan obcecada con la cantidad de veces que había hablado con Alec por teléfono que ya sólo relacionaba el teléfono fijo con poder hablar con él; ni siquiera consideré la posibilidad de hablar con él llamándolo desde mi móvil. Estaba tan contenta que rayaba en la estupidez, y, la verdad, ni siquiera consideré la posibilidad de encontrarme con nadie en el trayecto hacia la cocina o mientras hablaba con Al de todo lo que estaba pasando y le daba las gracias por, simplemente, ser él.
               Por supuesto, que yo no viera las balas no quería decir que no se dirigieran en mi dirección. Apenas salí de mi habitación, me encontré con mamá, que subía hacia su despacho con el iPad en la mano y el lápiz digital sosteniéndole el pelo en un moño apresurado. Se había cambiado de ropa, lo cual indicaba que no tenía pensado volver al despacho en el centro, donde todas sus compañeras le impedirían montarme el pollo del siglo si es que se daba cuenta de lo que me proponía. Miró brevemente por encima del hombro, seguramente confiando en que me vería darme la vuelta y podría así ocuparse de sus asuntos tranquila, pero se quedó clavada en el sitio (y casi se le cae el iPad al suelo de la impresión) cuando vio que no sólo no me detenía y me escondía, sino que avanzaba hacia ella con la determinación de un alud dispuesto a arrasar el pequeño pueblecito de montaña a su paso. Abrió la boca para decirme algo, pero cambió de opinión en el último momento cuando vio mis lágrimas. Sus ojos saltaron rápidamente hacia la carta, y, como era de esperar, cometió el error de creer que había ganado.
               -¿Qué te pasa?-preguntó, y no sé si fue mi euforia o fue su estupefacción, quizá un poco también la costumbre a tratarnos como extrañas que vivían bajo el mismo techo por motivos aleatorios, pero el caso es que no sentí que lo hiciera con preocupación u ofreciéndome consuelo, sino que… parecía cansada de la situación. Cansada de mí. Afortunadamente para mí, había alguien que no se cansaba en absoluto, no importaba mi pésimo desarrollo de personaje de las últimas semanas.
               -Que todavía me quiere a pesar de ti—respondí, y pasé a su lado como si nada. Como si no acabara de soltar una bomba que, quizá, condicionaría toda nuestra relación a partir de entonces. Vi que Shasha, que me había escuchado, se me quedó mirando con los ojos como platos mientras mamá se giraba sobre sus talones para observar mi descenso por las escaleras igual que una reina del mal. Ninguna de las dos dijo nada, ni tampoco vi la mirada que intercambiaron las que aún eran madre e hija. Así que no pude ver la expresión suplicante de Shasha cuando mamá se puso roja de rabia y se dispuso a ponerse a chillarme que no me permitiría estar con Alec por mucho que los dos lucháramos por vernos. Shash ya sabía que yo había elegido hacía tiempo porque yo misma se lo había dicho, y por muy insostenible que fuera esta situación, sabía mejor que nadie lo duro que puede llegar a ser que tu hermano mayor se vaya de casa y convertirte tú en la hermana mayor, no tener referencias de comportamiento y tener que consolar en la añoranza mientras tú misma te mueres de nostalgia.
               En otra vida, además, yo también habría elegido a mi familia por encima de todo, de modo que entendería perfectamente a Shasha. Por desgracia para los Malik, esa vida se había terminado hacía unas semanas, cuando mamá y yo nos habíamos enfrentado la una a la otra como dos toros embravecidos y nuestros respectivos hombres sólo habían intervenido para alejarnos antes de que nos hiciéramos más daño.
               Bajé de un brinco el último escalón y empujé la puerta de la cocina, en la que los platos estaban secándose. Al menos allí tendría un poco de intimidad, todo cortesía de mi hermanita pequeña. Marqué de memoria el número del campamento de Alec, que me había aprendido a pesar de que no lo había marcado nunca, y esperé.
               Cada toque del teléfono fue como una bengala disparada hacia el cielo en el hundimiento de un barco, con la diferencia de que sabía que toda mi tripulación y pasaje se salvaría.
               Alec había cogido un avión para verme un par de horas y sacarme la idea de dejarlo de la cabeza. Había escrito un par de líneas para asegurarse de que me quedaba claro que no aceptaría nada que no fuera un “ya no te quiero” para alejarme de mí.
               Me cogería el teléfono.
               Tomé aire suavemente y lo contuve dentro de mí cuando el sonido de los toques se vio interrumpido por el golpe sordo de un auricular descolgándose.
               -Campamento de la World Wildflife Fund en la reserva natural de Nechisar, le atiende Mbatha-dijo una chica con un fuerte acento extranjero-, ¿en qué puedo ayudarle?
               -¿Podría hablar con Alec, por favor? Whitelaw-dije tras un carraspeo. La chica se quedó callada unos segundos, y a mí se me aceleró el corazón. Oh, oh. Había dicho campamento en Nechisar, ¿verdad?
               -Un segundo.
               La línea volvió a invocar esos toques previos a que alguien levantara el auricular del teléfono y contestó la voz de una mujer.
               -¿Sí?
               -Necesito hablar con Alec. Alec Whitelaw. ¿Está disponible?
               Un nuevo silencio, un suspiro y lo que pareció una queja en… ¿aquello era ruso?
               -Un momento, por favor. Tenemos que ir a buscarlo.
               No había caído en la posibilidad de que estuviera en una expedición en la sabana hasta que no me pidieron paciencia para ir a por él. ¿Qué habría hecho si no hubiera estado disponible para que yo me deshiciera en elogios de todo lo que había hecho por mí? Seguramente implosionar de lo mucho que lo quería.
               Esperé y esperé y esperé, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano y abrazándome a mí misma mientras pasaban los minutos. Me imaginé un campamento entre árboles cuyas sombras rivalizarían con el frescor de las paredes de las casitas de Mykonos, ésas a las que iba a volver y que, tal vez, incluso consideraría un hogar permanente en algún momento de mi vida. Alec y yo habíamos hablado de que estaría guay pasar una temporada larga en Mykonos, establecernos allí quizá un par de años simplemente para disfrutar de la vida y empaparnos de esa tranquilidad que nos había proporcionado y que nosotros, como londinenses, no estábamos acostumbrados a disfrutar.
               Se me encogió el estómago al pensar que puede que ese futuro estuviera más cerca de lo que habíamos pensado. Después de todo, siempre habíamos contado con que yo iría a la universidad financiada, por supuesto, por mis padres; y que los dos tendríamos unas carreras más o menos asentadas cuando decidiéramos tomarnos nuestro año sabático, aunque ni siquiera supiéramos todavía qué queríamos hacer. Ahora me encontraba con que el año que viene quizá no viviera en mi casa, pues por la manera en que me había mirado mamá cuando nos cruzamos en el pasillo y vio la carta, supe que no me lo pondría nada fácil para seguir con Alec una vez él volviera. Seguramente ahora me toleraban en casa porque yo no tenía manera de convertir mi habitación en el cuartel general del ejército enemigo, compuesto tan solo por dos personas, pero cuando él regresara otro gallo cantaría. Un año separados era demasiado para no tratar de compensarlo no separándome de él más que lo estrictamente necesario.
               Y ahí no se incluía dormir.
               -¿Diga?
               Se me aceleró el corazón de nuevo, y esta vez fue de felicidad.
               -Alec.
               Su nombre se derramó de mis labios igual que la más hermosa de las estrellas fugaces, y él cogió aire y le escuché sonreír.
               -Ya iba siendo hora-bromeó-. Llevo una semana paseándome por ahí con un rollo de papel higiénico en los pantalones, Sabrae. Te has hecho de rogar, ¿eh?-se burló, y yo me eché a reír, y cuando lo escuché respirar al otro lado de la línea, me di cuenta de una cosa.
               Había sido una estúpida creyendo que había alguna posibilidad de que él no me eligiera a mí por encima de todo lo demás.
               Lo mejor de nuestro amor era que era equilibrado, correspondido. Y que él se aferraría a mí con la misma fiereza con que yo me aferraría a él.
 
 
La semana de espera hasta que Sabrae recibió mi carta, que perfectamente podría haber sido un post-it que viajara desde Etiopía hasta Inglaterra por su longitud, pero que bien se merecía las formalidades de un sello y un sobre de correo internacional, había sido curiosamente de las más dulces de mi vida. Por primera vez desde que tenía uso de razón había tomado una decisión con la que estaba cómodo y de la que me sentía seguro de que había elegido el camino indicado.
               Y lo que más me enorgullecía de todo era que lo había hecho sin ayuda. No sólo no había necesitado que Sabrae estuviera allí para que con mirarle la cara me bastara para darme cuenta de que era ella lo que yo quería, lo que me merecía y por lo que lucharía; es que ni siquiera había necesitado que nadie más me avisara de que estaba cayendo en el bucle de siempre por el que tantas veces había terminado tan mal. Ni Bey, ni Pers, ni mis amigos, ni Chrissy, ni Pauline, ni tan siquiera Luca me habían hecho falta para que yo echara el freno y dijera “eh, tío, te estás pasando un poco de duro contigo mismo, ¿no crees?”. Más allá de la satisfacción personal que me suponía haber podido constatar que estaba curándome, también me había ayudado a equilibrar mi conciencia sobre lo que estaba haciendo en el voluntariado.
               No me malinterpretes: no era feliz, ni mucho menos, y si Sabrae volvía a preguntarme si quería quedarme con ella, yo me limitaría a decirle que sí y me ocuparía de que Perséfone recogiera mis cosas, las empaquetara con cuidado y me las hiciera llegar a casa, de donde nunca me movería. Es sólo que, al menos, ahora le veía un nuevo sentido a mi dolor y a ese sufrimiento que me suponía saber que Sabrae no lo estaba pasando nada bien estando en casa. Egoístamente había empezado a pensar en todas las cosas que habría hecho diferentes de haber estado con esta paz mental en otros momentos de mi vida, y había llegado a la conclusión de que, si bien probablemente no habría elegido el voluntariado de haber sabido lo que se me venía encima (o, al menos, no en Nechisar, y desde luego no a manos de Valeria), al menos podía sacarle partido explorando mis nuevos límites. Seguía resoplando cada vez que Valeria me mandaba llamar para descargar algún convoy, y seguía acusando ese castigo que, la verdad, ya me parecía injusto y nada más; podía darles una lección a los demás quitándome de las expediciones durante una temporada, en lugar de para siempre. Empezaba a odiar a Valeria por su mano dura y por no darse cuenta del mensaje que les estaba mandando a los demás: esto trascendía ya del hecho de que yo la hubiera desafiado y hubiera desobedecido sus órdenes; estaba castigando al único chico en el campamento que había decidido serle fiel a su novia y premiaba a los que les ponían los cuernos a las que habían dejado en casa colándose en las cabañas de las chicas de soltería también dudosa. Esto no afectaba solamente a Valeria, sino a todos los demás: me había dado cuenta de que yo era el único que se merecía que lo tuvieran en palmitas y me daban justo lo contrario, así que descargaba los animales con más rabia y me iba a trabajar más rápido de lo que mi cansancio y mi cada vez más agotada paciencia con Nedjet me aconsejaban.
               Aun así, me estaba curtiendo. Y sabía lo importante que era sentir que estabas haciendo algo que te mejoraba, especialmente ahora que sabía que ya no tenía a Sherezade y Zayn de mi lado. Si no hubiera sido por el castigo de Valeria y la manera en que no cambiaría ni uno solo de los pasos que había dado cuando cogí el avión para ir a ver a Sabrae, seguramente mi decisión hubiera sido diferente y Sabrae estuviera a punto de deshacerse en un mar de lágrimas cuando le dijera que creía que Sherezade y Zayn tenían razón y yo no era bueno para ella, así que hasta ahí había llegado nuestra relación. Sacrificarme y pasarlo mal en Etiopía, curiosamente, estaba haciendo que yo me sintiera cómodo en mi piel de Inglaterra y en las cosas que había hecho allí, cuando antes había tomado mi vida en casa como una versión encorsetada de esa libertad que yo experimentaba en Mykonos.
               De no ser por el castigo de Valeria habría dejado que las dudas de mis suegros me comieran vivo igual que lo habían hecho las mías con anterioridad, y no estaríamos aquí. No dormiría bien ni una sola noche más, no dejaría de preguntarme qué había hecho para hacerlo tan mal, ni me habría permitido seguir adelante. Puede que incluso ni siquiera me hubiera permitido mirar de nuevo las fotos de Sabrae; pasarme un año entero lejos de ella, imaginándomela y luego viéndola en directo y descubriendo que, efectivamente, no tenía nada que hacer con ella, sería el castigo que sustituiría el de Valeria y que, esta vez, no me dejaría crecer.
               Pero, joder, qué a gusto había dormido cada noche. Con qué sonrisa me había levantado cada mañana, preguntándome si sería aquel día el día en que por fin escucharía su voz de nuevo. Cómo me había animado cuando Perséfone había vuelto y le había contado lo que había pasado, especialmente a ver su expresión consternada y de indignación cuando le conté a qué se debía. Pers se cuidó muy mucho de no echar nada contra Sabrae: me dijo que la entendía y que ella habría reaccionado igual, sobre todo siendo más joven y disfrutando de tener también mi amor; y que Sherezade y Zayn no tenían ni puta idea de lo que decían si creían que yo no era bueno para ella. Perséfone me conocía mejor que ellos, dijo, y estaba completamente segura de que yo mejoraba las vidas de todos aquellos que me conocían, sin excepción.
               -Lo sé-había respondido con una chulería en la que se enmascaraba una sinceridad que jamás pensé que fuera a acompañar a unas palabras como aquellas, pero ¡coño, Perséfone tenía razón, joder! ¡Sabrae tenía razón! ¡Yo tenía razón! Eran Zayn y Sherezade los que se equivocaban.
               Así que me había limitado a esperar como quien espera la llegada de un madrugón para un gran viaje, quien espera la llegada de un festival o del niño que ha visto un regalo con la forma de una bicicleta en el garaje de su casa la víspera de su cumpleaños. Sentía que la suerte se había puesto de mi parte de nuevo después de meses ignorándome desde que había decidido hacerme el increíble honor de regalarme a Sabrae.
               Había procurado mantenerme bien cerca del sendero que conducía al campamento mientras colaboraba en el santuario de las mujeres, más por hacerme un favor a mí mismo y enterarme lo más rápido posible de cuándo cambiaban las tornas que por echarle un cable a Killian, a quien Valeria había designado como mi mensajero personal y que seguía sin cruzar palabra conmigo salvo lo mínimo e indispensable.
               Aun así, cuando lo vi aparecer con cara de perro por el sendero me las apañé para mantenerme en mi sitio cuando lo que me apetecía era echar a correr en línea recta hacia él, sonsacarle si venía a verme a mí porque me habían llamado por teléfono, e ir escopetado a la oficina de Valeria, donde la voz más dulce del mundo estaría esperando para despertar todas mis células con ese canto que sólo ella podía producir.
               Killian se detuvo en seco cuando se percató de que había un par de mujeres que podían verlo, e hizo un gesto con la mano para que me acercara a él. Me puse en pie automáticamente, dejando a un lado el cerrojo que estaba atornillando a una puerta, y me dirigí hacia el bosque para rodear así el santuario. Por supuesto, el gilipollas de Nedjet tenía otros planes para mí.
               -¿Adónde coño crees que vas?-preguntó, y yo hice un gesto hacia Killian. Nedjet lo fulminó con la mirada y esperó a que Killian rodeara el campamento por el otro extremo, que era más largo (menudo hijo de puta) y se plantara ante nosotros.
               -Valeria me ha mandado que venga a buscar a Alec.
               -No hagamos esperar a la jefa-ronroneé, haciéndole una reverencia a Nedjet-. Volveré enseguida. O puede que no.
               -Quieto ahí. ¿Qué coño se cree Valeria que es esto, una guardería? Alec está ahora bajo mi mando. No puede simplemente mandar que vengan a por él como si todavía le perteneciera. Lo puso a mi disposición por algo.
               -Te das cuenta de que soy un ser humano y no una pelota antiestrés que tú y ella uséis por turnos, ¿verdad?-inquirí, y Nedjet agitó la mano en mi dirección, mandándome callar. Para sorpresa de absolutamente todo el mundo, me limité a poner los ojos en blanco y no dije nada más.
               Lo sé. Mis amigos fliparían. Esto es desarrollo de personaje y no la mierda ésta de quererme a mí mismo y no considerarme basura.
               -Que no es una pelota antiestrés es evidente-escupió Nedjet, y yo puse los ojos en blanco todavía con más dramatismo, porque tengo una hermana pequeña, una novia, una mejor amiga, tres follamigas (bueno; ésas más bien las tenía), y, sobre todo, dos cuñadas; una de ella introvertida y tremendamente selectiva con la gente a la que le deja respirar cerca de ella. Curiosamente, Shasha me toleraba a mí mejor de lo que la había visto tolerar a Scott. De hecho, este doblete de ojos en blanco se lo había robado a ella. Uno no sabe que hay escalas y escalas de poner los ojos en blanco hasta que no conoce a Shasha Malik-, pero eso no explica el por qué de la urgencia. ¿Qué quiere Valeria?
               -¿Y yo qué coño sé, Nedjet? ¿Te piensas que vamos por ahí cuestionando sus órdenes? Bueno, la mayoría no lo hacemos-Killian me fulminó con la mirada y yo volví a poner los ojos en blanco (Shasha debería cobrarme derechos de autor), pero no pude evitar sonreír-. Si ella me manda venir a por él, yo vengo y no le pregunto por qué. La principal razón es que no me interesa qué coño quiere de él.
               -Si es porque ha venido otra expedición, dile que lo deje tranquilo. Ya ha ido esta mañana.
               -Dos veces-especifiqué. Todavía me dolían los brazos de mi increíble actuación. Killian y Nedjet me miraron, y yo levanté las manos-. Sólo era un apunte. El blanco colonizador procede a callarse-anuncié, pasándome una cremallera imaginaria por la boca y fingiendo lanzarla a un lado antes de cruzar las manos tras la espalda. Killian puso los ojos en blanco (debo decir que no tan bien como lo hacía yo por imitación a Shasha) y bufó sonoramente.
               -No es por ninguna expedición. Es por el teléfono, creo-reconoció Killian a regañadientes. Aunque no había hablado con él, era evidente el cambio que se había producido en mi humor desde que le había enviado la carta a Sabrae. Ahora afrontaba las cosas de otra manera, con una cierta resiliencia que me hacía llevar la cabeza más alta. Que no me estuviera acostumbrando ni mucho menos a mi castigo no quería decir que no pudiera disfrutar del resto del tiempo con mis compañeros, y lo estaba haciendo con ganas.
               Me noté esbozar mi Sonrisa de Fuckboy® y me relamí los labios para tratar de contenerla, pero fracasé estrepitosamente. Nedjet se giró y me fulminó con la mirada mientras yo me mordía los labios para no reírme y continuaba mirando al frente como un soldado raso debe hacer con su general.
               -Jodido cabrón hijo de puta-escupió Nedjet, acercándose a mí como un jaguar hambriento. Se me escapó la risa, pero seguí mirando al frente, porque sabía que lo detestaba.
               Y puede que Nedjet ahora mismo fuera parte de mi castigo, pero eso no quería decir que no me lo pudiera pasar bien a su costa. Además, podía dar gracias de que yo no le dijera que no era el primero que me lo llamaba, ni siquiera en un círculo tan reducido como el de mi familia. Porque oh, sí, seguía considerando a Zayn y Sherezade parte de mi familia. Yo no tengo ningún problema en odiar a parte de mi familia. Nací haciéndolo, de hecho.
                -¡No la habrás dejado preñada y ahora te pensarás ir cuando tenemos el edificio a medias, ¿verdad?!
               -Te dije que no me acosté con Sabrae, Nedjet.
               -Ya, y voy yo y me lo creo. Con esa cara que tienes, ¿te crees que me voy a tragar que no has hecho nada con esa novia a la que llevabas sin ver un mes?
               -¿Qué cara tengo, Nedjet? ¿Una en la que piensas por las noches, misteriosamente antes de que se te ponga dura?
               Nedjet se giró y miró a Killian.
               -Llévatelo y asegúrate de que no sale del campamento.
               -Sabrae no está preñada. No hicimos nada.
               -Y voy yo y me lo creo-respondió, y volvió a girarse hacia Killian-. Pégale un tiro si lo necesitas, pero que no salga del campamento.
               -Como si Killian necesitara una excusa para jugar al tiro al plato conmigo. ¿No da muy mala imagen tener a un lisiado trabajando en la obra sin asegurarlo en la Seguridad Social?
                -Vete antes de que te quite el arma y le dispare yo mismo.
               Le sonreí a Nedjet y luego me separé de Killian, que seguía emperrado en ir por el camino más largo simplemente por fastidiarme, y descendí por el sendero en dirección al campamento, y de ahí, me metí en la oficina de Valeria bajo la atenta mirada de Luca, que estaba ayudando a coser una red de pesca para capturar a Serrucho. El muy sinvergüenza se había escapado hacia el lago y ahora tenían que buscarlo; yo me había ofrecido como voluntario para capturarlo dado que tenía experiencia toreando al animal, pero Valeria me había mirado por encima de sus gafas de gato y me había preguntado si creía que era gilipollas.
               -¿Puedes ser un poco más específica?
               -¿Crees que te voy a dejar que te comportes en el campamento como debías hacerlo en la sabana y como sé que echas de menos, simplemente para lucirte ante tus compañeros y que así ellos vengan en masa a suplicarte que te deje volver a las expediciones?
               -¡Ah! Vale, entonces, por eso, no.
               Luca hizo un gesto con la cabeza, señalando la cabaña de la oficina de Valeria con la mandíbula, y frunció el ceño. Supe que estaba a punto de señalar el hospitalillo de los animales para preguntarme si quería que fuera a por Perséfone cuando fingí llevarme un teléfono a la mano.
               -¡Aaaaaaaaah!-exhaló, y luego se echó a reír. Killian tiró un poco del cinturón del que llevaba colgada el arma al hombro y sacudió la cabeza. Que Luca no hubiera empezado a tratarme como un apestado como sí habían hecho él y algunos de los compañeros del ejército ya era motivo suficiente para que lo odiara.
               Subí los escalones de la cabaña y me encontré a Valeria esperándome de pie junto a la puerta de su oficina, las manos entrelazadas y en reposo. Cerró la puerta tras de mí y se quedó esperando al otro lado.
               Recogí el auricular sin ceremonias, pero con manos ansiosas y un corazón desbocado. Como si no supiera quién estaba al otro lado de la línea, dije:
               -¿Diga?
                Y, luego, pues… nada. Nací de nuevo. Las estrellas aparecieron en el cielo. El sol se encendió por primera vez en un nuevo día. Las flores celebraron la llegada de la primavera, el océano pintó tonos zafiro y turquesa en las costas níveas de Mykonos, y a mí me recordaron cuál era mi nombre.
               Había tenido la inmensa suerte de que Sabrae lo hiciera sonar igual que suena una canción.
               -Alec.
               Y yo, Alec Theodore Whitelaw, nacido el 5 de marzo de 2017, de 18 años de edad, signo del zodiaco Piscis y con un historial sexual digno de la mayor puta que hubiera en París en el Siglo XVIII, ni confirmo ni desmiento que me corriera un poco al escucharla hablar.
               Todavía no sé cómo coño hice para relamerme los labios y pedirle que esperara.
               -Espera un segundo.
               Dejé el auricular del teléfono sobre la mesa y me acerqué a la puerta de la oficina de Valeria para tirar del estor y que no viera ni mi silueta. Y luego corrí las cortinas de las ventanas que daban al campamento.
               Porque se venía. Ahora que se venía.
               Cuando cogí de nuevo el teléfono, lo hice mucho más cómodo, sentándome incluso sobre la mesa de Valeria con la despreocupación de un hombre de negocios que ve que tiene un imperio próspero… y, sobre todo, una mujer despampanante a la que colmar de regalos.
               -Ya iba siendo hora, Sabrae-comenté-. Llevo una puta semana paseándome por ahí con un rollo de papel higiénico robado en el bolsillo del pantalón.
               Y ella se rió y… Dios, yo sonreí como si fuera lerdo. Supongo que soy lerdísimo cuando se trata de Sabrae.
               Claro que ella puede hacer que yo vea perfectamente justificado el pelearme con el mundo entero con tal de conservarla a mi lado, lo cual no sé si es síntoma de que soy el tío más tonto que existe… o el único que sabe apreciar lo verdaderamente bueno.
 
 
Escucharlo bromear como si no pasara nada y estuviera en su casa, a tan solo unos minutos andando, en lugar de en el otro extremo del globo era ese puente resplandeciente en la oscuridad que te indicaba que había vida más allá de ese abismo en el que te encontrabas. Sólo tenías que animarte a cruzarlo.
               Dejé escapar una risita y me deleité en cómo respiraba al otro lado de la línea, regodeándose en mi diversión, enorgulleciéndose de ser su dueño. Le conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba sonriendo tan sólo por la manera en que sonaba su respiración.
               -Yo no me río, Sabrae.
               -Sí que te ríes-respondí.
               -No, no me río-dijo, riéndose. Jugueteé con el cordón del teléfono enroscándolo y desenroscándolo entre los dedos y me mordí el labio. Me imaginé en un millón de escenarios distintos al que me encontraba, todos diferentes entre sí con la salvedad de que Alec estaba conmigo en cada uno, lo cual los hacía infinitamente mejores de lo que ya eran. Nos imaginé en un paraíso y nos imaginé en un infierno, nos imaginé en Etiopía y nos imaginé en Inglaterra, nos imaginé en países extranjeros y en rincones del nuestro que todavía no habíamos visitado; nos imaginé en la cama y nos imaginé en la calle, pero siempre el uno al lado del otro, dispuestos a enfrentarnos a lo que nos echaran y disfrutar de nuestras vivencias de forma compartida.
               Me apoyé en la pared de la cocina y me mordí el labio.
               -Vas a tener que decirme cómo empezar a guiarte para que te masturbes, porque creía que se me daba bien hasta que tú me diste una lección magistral en Nueva York.
               Escuché el susurro de su ropa cuando levantó la cabeza, y también oí cómo se relamía los labios. Pensé que me diría que lo habría hecho de maravilla incluso sin su ayuda, pero me sorprendió una vez más esa tarde.
               -Saab… ahora, fuera bromas. No quiero que hagamos eso si a ti no te apetece.
               -Claro que me apetece. Lo único que me apetece es escucharte jadear como lo haces cuando te pones encima de mí, y…-tiré un poco del cable del teléfono y eché un vistazo en el marco del comedor. Allí no había puerta, por lo que podrían escucharme de sobra sin que yo me enterara de que estaban poniendo la oreja. Dudaba que a mis padres les hiciera gracia pillarme en esa situación, sobre todo ahora que era aliada del enemigo público número uno, pero colgar el teléfono no era una opción para mí-, que todo vuelva a ser normal durante unos minutos. O que por lo menos parezca normal durante cinco minutos.
               -¿Tan poco piensas que voy a aguantar?-Alec chasqueó la lengua y yo bufé.
               -Acabo de decirte que no soy tan buena como tú.
               -Te subestimas, bombón.
               Noté que mis mejillas se contraían cuando sonreí.
               -Creo que es una costumbre que he adquirido ahora que cierta persona no está aquí, conmigo, para hacerme ver todo lo que hago bien. Y para tratar de engañarme y decirme qué cosas no hago mal cuando es todo lo contrario.
               -Uf, ¿me ha salido competencia mientras estoy en Etiopía?-se burló, y yo volví a reírme-. Ahora en serio, Saab. ¿Cómo estás?
               Me lo imaginé sentado en una mesa de madera oscura, todo papeles desperdigados por aquí y por allá, la mirada perdida en un punto de la pared que no tenía nada de interesante más allá de las atenciones que estaba recibiendo de Alec.
               -Bien.
               -Soy yo, ¿recuerdas? A mí no tienes que mentirme. De hecho, me prometiste que siempre me serías sincera, aunque no te gustara lo que tuvieras que decirme o creyeras que a mí no me iba a gustar. Oye, sé que para ti no ha sido fácil todo lo que hemos pasado hasta ahora, y que seguro que te has subido por las paredes mientras esperabas por mi carta, pero quería decirte que lo aprecio un montón, bombón.
               -¿El que haya puesto en peligro nuestra relación simplemente porque no podía con el cargo de conciencia de no decirte que mis padres se han vuelto locos y ya no te quieren conmigo?
               -El que me dieras el voto de confianza de darme toda la información y permitirme decidir qué quería yo que hiciéramos ambos-en mi cabeza, cuadró los hombros y miró su reflejo en un espejo que no tenía mucho sentido en una oficina, pero que estaba ahí de todos modos. Balanceó un pie en el aire-. Supongo que para ti no habrá sido nada fácil, y quería darte las gracias por haber confiado en que tomaría la decisión correcta.
               -¿Crees que has tomado la decisión correcta?
               -que he tomado la decisión correcta. Zayn y Sherezade se equivocan conmigo-zanjó-. Si están cabreados conmigo porque estoy demasiado bueno como para que tú conserves la cordura, ya va siendo hora de que se acostumbren, porque no pienso volverme feo y arriesgarme a perderte para que ellos estén tranquilos.
               -Yo siempre voy a quererte, Al, incluso aunque dejaras de estar bueno. Por imposible que eso sea.
               -Ah, pues genial, entonces. A partir de ahora me atiborraré a hamburguesas del McDonald’s. ¿Sabías que hay un montón de McDonald’s en la ciudad más cercana al campamento? Menuda pasada. No pensé que fuera a echar tanto de menos los derivados del petróleo hasta que no volví a probar el Big Mac.
               -Eso que acabas de decir es bastante racista-le reñí, un poco en broma y un poco en serio-, ¿por qué no iba a haber McDonald’s donde estás?
               -Porque estoy en medio de la jungla, Sabrae. No me acusarías de racista si vieras dónde estoy. Tengo que caminar tres horas para llegar a la carretera asfaltada más cercana. ¿Es racismo o es realidad?
               -No me refería a que hayas tomado la decisión correcta con respecto a ti.
               -¿Qué?
               -Antes, cuando te he preguntado si crees que has tomado la decisión correcta. No me estaba refiriendo a ti. Los dos estamos de acuerdo en que mis padres están siendo muy injustos contigo y no se merecen las atenciones que les dedicamos. Yo no pensaba en su opinión, y no podría importarme menos ahora que nos han dado la espalda. Me estaba refiriendo a mí.
               -¿A ti?
               -Sí. Te lo estoy poniendo todo muy difícil, y…
               -Para.
               -¡Pero es la verdad, Alec! Lo consideré por un momento, ¿sabes? El no decirte nada, quiero decir. Creí que debería callármelo porque también me parecía egoísta echártelo encima y que tú te lo gestionaras como pudieras.
               -Para, Sabrae.
               -Y una parte de mí no deja de preguntarse si no me habré arriesgado demasiado a hacerte daño contándote esto para simplemente dormir tranquila o garantizarme que vuelvas a mí cuando lleguen las Navidades, porque…
               -Voy a volver a ti, Sabrae-zanjó él, y pude ver su mirada oscurecida y totalmente decidida taladrándome igual que si lo tuviera delante-. Te hice una promesa y tengo pensado cumplirla. Deberías llevarla colgada al cuello ahora mismo. ¿Acaso no es así?
               Instintivamente cogí el colgante del elefantito dorado y lo apreté en mi puño, tirando suavemente de él. La cadena de oro se me clavó en la piel de la nuca allí donde más estaba oponiendo resistencia. Alec nunca me había hecho el amor con ella puesta, y aquello ya era una razón de peso para no quitármela nunca.
               -Sí.
               -¿Llevas el colgante que te regalé puesto?
               -Sí.
               -Entonces deberías saber que encontraré la manera de volver contigo por muy difícil que tú me lo pongas. ¿Y sabes por qué?
               -¿Por qué?
               -Porque merece la pena. Toda esta mierda que estamos pasando tú y yo merece la pena. Joder, que me digas que pensaste en no decírmelo porque no querías hacerme daño es tan tú. Ya sé que pensaste en no decirme nada y tú sabes que yo me di cuenta nada más leer tu carta. Pero los dos sabemos que caíste en que yo elegiría bien porque tengo demasiado en juego como para no cuidarme muy mucho de jugar mi mejor baza. No voy a perder esta partida; no cuando eres lo que está en juego. Perder no es una opción para mí cuando se trata de ti, Saab. Y me da igual quién tenga enfrente. Le destrozaré, ¿me oyes? Le destrozaré sólo para asegurarme de que puedo cumplir esa promesa que te hice antes de irme y que va a ser la llave para el resto de promesas que te hice.
               Me apoyé en la pared y me llevé una mano al vientre, palpando las mariposas que sentía en el estómago, y que me parecían más bien una bandada de grullas de las de la mitología japonesa y china, ésas que tenían poderes mágicos y que siempre eran símbolos de paz, armonía y prosperidad.
               -¿Sigues ahí?
               -Estoy desmayada en el suelo de lo increíble que es mi novio-respondí.
               -Qué tonta eres-bufó, pero se rió, y yo me anoté un tanto-. Ahora en serio, Saab. No te preocupes por mí, ¿vale? Yo soy un machote y estoy bien. Sé cuidarme solito. Y también tengo margen de sobra para ocuparme de ti.
               -Pero la cosa está ahí, Al. No tienes por qué preocuparte de mí. Tú estás lejos de casa, lejos de todo lo que conoces, y yo tengo todo lo que puedo necesitar aquí, excepto una cosa.
               -¿Qué cosa?
               -A ti, bobo.
               -Ah, menos mal, ya estaba a punto de montar en cólera. O sea, ¿tengo el mejor character development de la hostia, uno que ni Feyre en el segundo libro de ACOTAR, y tienes la audacia de decirme que no te hago falta en casa? Mira, es que te engancharía de los pelos sólo por eso.
               -Quizá debería haber seguido un poco más en mi papel de víctima para que te plantaras aquí a darme una lección.
               Noté que se envaraba.
               -Ah, ¿que eso era una opción?
               -La verdad es que lo de la carta era una trampa, pero veo que no has mordido el anzuelo. Lástima-chasqueé la lengua, mirándome las uñas-. Me ha llegado un pedido nuevo de Savage Fenty para el que necesito una segunda opinión. Creo que me he equivocado con la talla de un par de sujetadores y me quedan un pelín apretados.
               -Pásame con tu hermana-ordenó-. Necesito que desvíe el tráfico aéreo y me consiga unos billetes de avión para ya.
               Aullé una carcajada y negué con la cabeza.
               -¿No decías que venías en Navidad? Pues espera a Navidad.
               -¡Qué obsesión con Navidad, hija! ¿Tú no eras musulmana? ¡¿A ti qué más te da la Navidad?!
               -¡También soy practicada y practico sexo fuera del matrimonio, Alec!
               -Y arderás en la barbacoa eterna de Lucifer por ello, pero no me cambies de tema. ¿Cuándo dices que me mandas las fotos probándote el pedido?
               -¿Fotos? ¿No quieres un vídeo?
               Me parecía increíble estar bromeando con él sobre cosas tan mundanas como las ganas que nos teníamos cuando no hacía ni media hora estaba segura de que iba a dejarme y que mi vida se acabaría. Y sin embargo, ahora todo tenía un cariz nuevo. Ahora que sabía que estábamos él y yo solos contra el mundo, ya no me daba miedo prácticamente nada. Las únicas preocupaciones que tenía estaban todas relacionadas con su bienestar.
               -Biiiiiiiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuf. Me planto en Inglaterra como me mandes un vídeo, nena. No sabes lo mal que estoy, en serio. Llevo esperando tener noticias tuyas desde que te envié la carta, y me prometí a mí mismo que no me haría ni una sola paja hasta que tú no me llamaras.
               -Pobrecito, debes de estar a punto de reventar.
               -Camino a tres patas ahora mismo; así está el nivel. Es bastante útil, pero no sé si compensa el riesgo de trombo. Bueno, por mí, empezamos a decirnos guarradas. Estoy listo.
               -¿Cómo fue?-quise saber. Que no me hubiera dicho nada, y que pareciera que quería desviar el tema, me hacía tener más miedo por lo que había tenido que pasar. Estaba protegiéndome, lo sabía. Pero no tenía por qué: yo le había causado daño y era yo la que tenía que resolverlo, ayudarlo a curarse y, juntos, capear el temporal.
               -¿El qué? ¿Caminar a tres patas? Bastante interesante, a decir verdad. Me deja más estabilidad para cargar con más peso…
               -No, Al. Me refiero al proceso de recibir la carta y cómo te sentó.
               Alec suspiró; me lo imaginé pasándose una mano por el pelo.
               -¿Tenemos que hablar de eso ahora?
               -Quiero que hablemos de eso ahora.
               -A mí no me apetece hablar de eso ahora. Es el pasado. ¿No puedes simplemente decirme qué llevas puesto?
               -No llevo puesto nada interesante.
               -¿ESTÁS EN BOLAS?
               -No, gilipollas; voy con el uniforme del instituto.
               Jadeó al otro lado de la línea.
               -A mí me va a dar un colapso nervioso-murmuró, más para sí que para mí, y yo fruncí el ceño.
               -¿Porque llevo el uniforme del instituto?
               -¿No te dije que me da mucho morbo el uniforme del instituto?
               -¡No! ¿En serio?
               -¿Por qué te crees que soy el Fuckboy original, chica? Ningún tío de mi edad estaría tan salido como yo si no estuviera tan expuesto a estímulos excitantes como lo estaba yo en clase. Qué mal. No sé ni cómo hice para graduarme de primaria.
               -No es por hacerte de menos, sol, pero todos los chicos de tu edad están muy salidos, así que no eres especial. Pero, ¿sabes? No soy gilipollas, y te conozco, y sé lo que estás haciendo. Y no te vas a salir con la tuya. No vas a conseguir que cambiemos de tema y empiece a decirte cómo, cuándo y dónde te follaré sin piedad en cuanto te vea para que tú puedas pelártela a gusto. Quiero mi dosis de dolor primero, así que, ¡venga!, ya estás contándome cómo te lo tomaste cuando recibiste la carta.
               -¿Es necesario que te diga que me hundió en la puta miseria?
               Se me revolvió todo por dentro, pues ya lo sabía, pero, aun así… me merecía escucharlo. Tenía que escucharlo. Yo le había contado las cosas malas que me habían pasado; lo justo era que él hiciera lo mismo conmigo para, así, poder compartir la carga. Fiorella había sido clara la respecto: nos protegíamos en exceso y no nos permitíamos darle al otro su parte correspondiente de lo que era el peso de nuestra relación, y más nos valía cambiar la dinámica si queríamos que la cosa funcionara.
               -Sí.
               -Ay, Sabrae…-se pellizcó el puente de la nariz-. ¿No podemos hacer que la llamada sea lo más placentera posible y ya está?
               -Eres tú el que no ha querido que nos fuéramos al lío con el tema de cascártela a distancia, así que ¡venga!, cuéntame. Seguro que no es tan malo como me lo imagino, piénsalo así.
               -¿Qué te imaginas?
               -Que lo pasaste muy mal, pero que al final tomaste la decisión acertada de hacerme caso a mí y no a mi madre.
               -Y a Scott-puntualizó-. Quién me lo iba a decir, ¿verdad? Yo, haciéndole caso a tu hermano porque tu hermano, por una vez en su vida, ha decidido tener buen criterio.
               -Sabrae-dijo mamá, asomándose al comedor y haciéndome dar un brinco. No la había oído acercarse y me había pillado por sorpresa totalmente, ya que estaba de pie justo en el marco de la puerta, el pelo recogido ya en una cola de caballo que le caía por la espalda como un péndulo. Sus ojos eran dulces, pero yo sabía que las flores más venenosas eran las que tenían el perfume más apetitoso; de lo contrario, se morirían de hambre, pues de alguna manera tenían que compensar su falta de belleza. Me pegué el auricular al pecho para que Alec no nos oyera, ni mamá oyera con quién hablaba yo, aunque era bastante evidente.
               -¿Qué pasa? ¿Te estoy molestando?-dije, no sin cierto retintín que Alec escuchó de sobra. Juraría que lo oí bufar contra mi diafragma.
               -Quería decirte que estoy disponible para hablar cuando quieras. Aunque esté en el despacho, llámame cuando acabes-dijo, mirando el teléfono con cierta aprensión. Ni de coña, pensé.
               -Vale. Aunque no sé cuándo acabaré.
               -En cuanto acabes-insistió mamá-. Te estaré esperando. No voy a ponerme con nada demasiado importante, así que podré interrumpirlo cuando quieras.
               -Vale-repetí, y me di la vuelta para darle la espalda. Me llevé el auricular a la oreja, pero presté atención a sus pasos mientras se alejaba. Sólo cuando la oí subir las escaleras me relajé y le dije a Alec que ya estaba disponible de nuevo.
               -¿Mi querida suegra?-dijo.
               -No preguntes y yo no te tendré que contar.
               -¿Qué quiere?
               -Ayer escuché a mis padres hablando de ti y de mí. Ya no les molaba que siguiéramos adelante, pero creo que confiaban en que tú me dejarías y yo iría solita y desamparada a sus brazos. Como es evidente, les va a tocar cambiar de estrategia-comenté con sorna, mirando por encima del hombro-. Seguro que no contaban con que a tercos no nos gana nadie.
               -Quizá deberían replantearse sus prioridades y lo bien que les llega el riego a la cabeza. Es decir, independientemente de que yo sea yo… tú eres tú. ¿Tan mal creen que te han educado como para que dejes que te influya la falta de una polla que meterte entre las piernas?
               -Tú no eres sólo una polla que yo me meto entre las piernas, Alec-le reñí, y él bufó.
               -Ya me entiendes. Es decir… vale, yo estoy loco por ti y no rijo bien, pero yo siempre he sido muy atolondrado. Tú, en cambio, siempre has sido muy calmada y bastante razonable en todo lo que has pedido. ¿Y ahora, simplemente porque te da por pedir un avión, yo soy el malo de la película y tienen que separarnos? Lo siento, pero no me lo trago.
               -Estoy igual que tú. No me apetece hablar con ellos. Y, a decir verdad, me preocupa que me coman la cabeza y que cambie de opinión respecto a ti.
               -Bueno, tampoco podría culparte. Si no se te ha metido entre ceja y ceja todavía que tú y yo somos endgame es porque no te lo he dicho de la única forma en que pareces entender las cosas.
               Fruncí el ceño.
               -¿Qué forma es ésa?
               -Mientras te follo guarro en una cama de Mykonos-soltó, pagado de sí mismo, y yo noté que me ponía roja como un tomate mientras me asaltaban los recuerdos de la última vez que Alec había querido grabarme a fuego algo en la cabeza: que no tenía que preocuparme por Perséfone y que ella no tenía nada que hacer contra mí.
               No había disfrutado de sexo tan bueno en toda mi vida, y todo gracias a mi cabezonería.
               -¿Cómo andas de tiempo para una escapadita rápida a Mykonos?
               -No me lo digas dos veces, nena.
               -¿Es un reto?
               Alec se rió, y luego se quedó callado. Sospeché que estaba pensando, así que me limité a escuchar su silencio hasta que no decidió romperlo.
               -Hay algo que no me encaja-dijo por fin, y yo asentí con la cabeza-. Esto no es propio de ellos. Ni de Sherezade, ni de Zayn. Los dos son bastante protectores contigo, pero no tengo nada que decir al respecto, porque yo lo soy más aún; creo que proteger es una parte indispensable de querer a alguien.
               -A mí también me chirría, y creo que también estoy enfadada con ellos por eso. No es el momento ideal para que se pongan a actuar tan raro. La persona que más me importa está a seis mil kilómetros de distancia, Alec. Necesito que me echen una mano y me hagan todo más fácil, no que me pongan piedras en el camino. Y si no pueden ver que mi desesperación por tenerte cerca se debe a lo muchísimo que te echo de menos… ni siquiera sé si se merecen mi tiempo y mis explicaciones, por mucho que sean mis padres.
               -Ya. Aunque yo no me refiero solamente a eso. Quiero decir: piénsalo. No soy un chaval que hayas conocido y metido en casa de la noche a la mañana. Hemos ido bastante rápido porque nos conocemos de toda la vida, Saab. Nuestras familias son amigas. ¡Joder! Que no soy sólo uno de los mejores amigos de tu hermano, ¡también soy el hijo de Annie! Eso debería contar para algo. He merendado en tu casa regularmente desde los tres años. Me conocen. Saben que no soy mala persona-dijo, enfadado y también con un hilo de voz, y a mí se me encogió el corazón. Primero, porque estaba mostrándose vulnerable y dejándome ver que lo había pasado mal, que lo que mis padres pensaban de él le afectaba más de lo que a los dos nos gustaría admitir y de lo que le dolería a un yerno normal.
               Y segundo, porque el Alec de hacía unos meses jamás habría dicho algo así. Habría aceptado que la mala impresión que había causado en alguien era un reflejo de quién era, y habría achacado la manera en que los que le queríamos le veíamos a los actos de bondad que siempre tenía con nosotros, como si tuviera que ganarse nuestro cariño. El Alec de antes de la terapia nunca se habría permitido discutirle a alguien que era una buena persona; es más, nos había discutido a quienes le queríamos que no lo era, y que vivíamos engañados.
                Me di cuenta entonces de lo acertada que había estado pidiéndole que se marchara, no aceptando que se quedara a mi lado aunque fuera lo mejor para los dos. Si él no se hubiera ido, nunca nos habríamos encontrado en esta situación en la que yo me volvía loca por su ausencia, echándolo de menos tanto que ya no me sentía yo simplemente porque ya no lo tenía. Este crecimiento de Alec bien se merecía todo mi dolor, mis miedos y mis dudas. Ninguno de los dos podríamos habernos figurado cuán grande era si no nos hubiéramos permitido coger un poco de perspectiva.
               Además, nuestro amor necesitaba que lo pusieran a prueba. Y, la verdad, por mucho que hubiéramos pasado cosas malas juntos, el accidente o su lucha por graduarse no me habían parecido nada que una pareja normal no pudiera superar. Cualquier novia habría estado ahí para su novio si éste se hubiera quedado en coma, y le habría ayudado a recuperar el curso en la última oportunidad.
               En cambio, no muchas chicas les habrían conminado a irse confiando en su fidelidad y en que la relación no se resistiría. Lo mío con Alec no sólo no estaba acusando los golpes de la distancia, sino que estaba floreciendo gracias a ello. Y, como decía el padre de Mulán, la flor que prospera en la adversidad es la más hermosa de todas.
               -No sé a qué cojones viene esto. No tiene ningún sentido. Podrías haber elegido a bastantes peores que yo. No pueden tener queja de cómo te trato; literalmente me desvivo por ti, Sabrae, así que…
               -Te quiero-lo interrumpí, y él cerró la boca.
               -¿Y esto a qué viene?
               -A que necesito que lo sepas.
               -Ya lo sé. O sea, no me malinterpretes, no es que me moleste que me lo digas ni nada. De hecho, lo adoro, pero ha sonado tan… tajante.
               -No ha sido tajante, sol. Sólo… necesitaba decírtelo. Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti y de todo lo que estás consiguiendo.
               Él tragó saliva.
               -Tampoco es para tanto, Saab-susurró, y precisamente porque lo conocía muy bien, supe que se había sonrojado. Por Dios, qué rico era.
               -Sí que lo es, mi amor. El voluntariado te está sentando de maravilla. Te está dando una seguridad en ti mismo que antes no tenías-él susurró un “mm” de asentimiento-. Si no te hubieras ido, quién sabe lo que habría tardado en escucharte decir algo como lo que acabas de decirme sobre que eres bueno y demás. Y me alegro mucho de haber podido sacrificar el tenerte cerca para que puedas crecer así.
               -Bueno, es que ¡es como lo siento, bombón!-protestó, ofendido-. No van a encontrar a otro que se preocupe de cuidarte como lo hago yo. Quererte no es ningún mérito porque tú haces que sea muy fácil, pero tienen que ver todo lo que me rompo los cuernos para intentar mejorar. Y no es justo que me hagan la cruz por quince segundos. Me conocen desde que era un crío y han visto todas las cosas buenas que he hecho. Vale que lo he cagado muchísimo a lo largo de mi vida, pero… ¡el boxeo! Dejé el boxeo por mi familia, para que no se preocuparan. ¡Y Scott! He sido un amigo cojonudo para Scott el 90% del tiempo. Estuve ahí para él cuando se peleó con Tommy aunque una parte de mí pensaba que merecía las hostias que le dio Tommy por imbécil. Y a ti... vale que no te doy ni de coña todos los lujos que te mereces, pero, joder, me mato intentándolo. ¿No cuenta para nada? Y, además, ¿qué coño? La verdad es que me la suda lo que Zayn y Sherezade piensen de mí si tienen mala opinión a pesar de haberles dado razones de sobra para confiar en las elecciones que tú haces. Lo que me toca muchísimo la polla y me tiene loco perdido es que te han dado la espalda justo cuando tú más los necesitas. Podría perdonarles cualquier cosa con respecto a mí, pero contigo, ni media. Y menos aún esto. Que sé que te lo estoy haciendo pasar mal, y de haber sabido que las cosas irían así no me habría marchado de casa, pero… joder, en todas las historias tiene que haber algún problema, ¿no? La nuestra no podía ser la excepción a la regla por mucho que sea la mejor en absolutamente todo lo demás. Lo siento, pero a mí me va a hacer falta algo más que el que le des una mala contestación a tu madre (de la que, por cierto, te arrepentiste en el acto) para creer que está justificado que te traten raro, o que la culpa de todo esto la tengo yo. Porque, vale, sí, seguramente andes loca perdida, subida por las paredes, frotándote contra los peluches, leyendo novelas eróticas como una desquiciada y cargando el vibrador cada noche-dijo, y yo me eché a reír sonoramente-, pero, ¡coño! ¿¡Es que eso es algo malo!? ¡¡Deberían dar las gracias de que su hija tenga a alguien a quien eche tanto de menos, hostia!!
               Me reí a carcajada limpia mientras Alec jadeaba. Había ido levantando la voz a medida que hablaba, de manera que se había quedado sin aliento y probablemente todo el campamento supiera nuestros problemas ahora. Pero me daba igual. Me daba igual todo lo que no fuera él y su voz y mi cuerpo, que era su templo, su santuario, el lugar que siempre le recibiría con los brazos abiertos.
               -Lo siento-susurró cuando por fin pudo recuperar el aliento.
               -No tienes de qué disculparte, sol. Me encanta lo efusivo que te pones defendiendo lo que es tuyo.
               -Es que no me parece bien que… ay, ay, Sabrae, ¿acabas de decir que eres mía?
               -Pues claro que lo soy, hubby.
               Tomó aire y lo expulsó en un larguísimo suspiro.
               -Ay, mi madre. A mí me va a dar algo. No voy a llegar a los diecinueve. Y tu puta familia encantada de la vida-se dio una palmada en la pierna-. ¡Pues no me sale de los cojones darle esa satisfacción a Zayn!
               -A decir verdad… diría que la que más cruzada te tiene es mi madre.
               -Tampoco me extraña.
               -¿Porque con la que me pasé fue con ella? A papá realmente no le dije nada-medité-. Es decir, entiendo que esté enfadado conmigo por solidaridad con mamá, pero yo no me enfrenté a él.
               -No; yo creo que Sherezade te tiene una envidia de la hostia porque tienes un novio buenorro que te cagas y que encima se coge aviones por ti como si nada.
               -Papá también se cogía aviones por mamá como si nada.
               -Ya, pero para tu padre cogerse aviones no le suponía ningún esfuerzo. Tiene un avión privado, ¿recuerdas? Sería como si yo cogiera un bus de línea. Que, bueno, viendo cómo está el transporte público, el gesto sí que estaría bonito, pero no se compara a hacerse nueve horas de vuelo para darte unos besos sin tener garantizado un polvo.
               Volví a reírme.
               -Eso es verdad.
               -Es que… está mal que yo lo diga, pero me saqué la polla cogiendo el avión, ¿eh, Sabrae?
               -La verdad es que sí.
               -Y tú no te lo esperabas-se burló.
               -¡Ni yo, ni nadie!
               -Mujer de poca fe.
               -Bueno, Scott y Tommy sí. Y mis amigas. Y Jordan. Y las gemelas. Eh, a decir verdad, me estoy dando cuenta de que bastante gente se lo esperaba.
               -Al final la única que no se lo esperaba eras tú. Qué relación más tóxica tenemos-comentó, y yo me reí de nuevo, y él chasqueó la lengua-. Mírate. Es imposible que no te escuchen cuando hablas conmigo. ¿Quieren en serio que dejes de hacer ese ruido tan adorable para pasarte el día llorando? Pues por encima de mi cadáver.
               -Y que tengan cuidado contigo, que tienes siete vidas como los gatos.
               -Bueno, me quedan seis-me lo imaginé mirándose las uñas con aburrimiento y los dos sonreímos.
               -¿Al?
               -¿Mm?
               -¿Fue muy duro para ti?
               -Dura se me pone pensando en las seis vidas que voy a pasar contigo, bombón-ronroneó.
               -Alec-protesté, poniendo los ojos en blanco, y él chasqueó la lengua en protesta.
               -¡Joder! Estás decidida a que no me la casque, ¿eh? ¿Qué pasa, que Doña Me Encanta Leer Novelas Eróticas Por La Trama Y No Por La Cantidad De Posturas Sexuales Que Hay No Te Flipes Alec se ha dado cuenta de que no puede competir narrando polvos conmigo y ha decidido que no vamos a jugar a esto de mandarnos cartas guarras?
               -Mira, payaso, la próxima carta que te escriba va a ser tan, pero tan cerda que llamarás a la policía. ¡Hombre ya! ¡¡Me vas a vacilar a mí con contenido erótico, con la cantidad de polvos guarros que he leído yo en mi vida!! ¡¡Te falta muchísima calle para compararte como escritor conmigo, Alec!!
               -¿Quién de los dos ha echado más polvos en su vida?
               -¿Tú llevabas el ritmo que llevo yo a mi edad?
               -Vale, no, pero yo no tenía un padrino sexual dispuesto a enseñarme todas las posturas del Kamasutra, y estamos hablando de números absolutos, no relativos. Así que gano yo. ¿Quién tiene más mérito: el jugador que mete el gol que gana el mundial de fútbol o su entrenador? El que vale, vale; y el que no, enseña.
               -El entrenador no juega, querido.
               -Manda huevos-gruñó, sacudiendo la cabeza y alejándose el auricular del teléfono de la oreja para poder presionarse los ojos-. ¿Te queda mucho hundiéndome en la mierda? Porque si es así, dejo el teléfono a un lado y me la pelo oyendo tu voz aunque no te entienda.
               -Una mierda te vas a masturbar sin que yo no te oiga, Alec.
               -Pues entonces, ¿a qué esperamos?-coqueteó. Me lo imaginé metiéndose la mano en los pantalones, colocándola sobre el bulto en sus calzoncillos, y esperando a que la anatomía hiciera el resto. Yo adoraría cada segundo que pasáramos juntos en la distancia; pocas cosas me gustaban más que el sonido de la voz ronca de Alec cuando estaba excitado, pero primero teníamos que zanjar esto.
               -Tuviste un ataque de ansiedad, ¿a que sí?
               Se quedó callado. Y luego, un dubitativo:
               -No…
               -Dos, entonces-adiviné.
               -No.
               -¿Tres?
               Había recorrido muchísimo. Pocas especies habían evolucionado como lo había hecho él. Pero yo lo conocía, y sabía que la metamorfosis por la que estaba pasando no era cosa de un día. No se había curado milagrosamente por desembarcar en Etiopía y que le sellaran el visado.
               Un camino de mil millas empieza con un solo paso, y si bien cada paso era un avance nada desdeñable, no dejaban de ser las piezas que ensamblaban una complicada maquinaria cuyo montaje llevaba tiempo y paciencia. El voluntariado era un muro completo, argamasa y fragua de la misma incluidos, pero nadie diría que la Gran Muralla China era un simple muro. Era mucho más, y Alec necesitaba ese mucho más.
               Su silencio lo decía todo. No sólo que había acertado, sino que quería protegerme. Yo ya me lo temía, pero no quería echarle más leña al fuego. Además, por mucho que el proceso hubiera sido tremendamente doloroso, al final habíamos aprendido a curarnos. Así que bromeé:
               -Puede que Sergei estuviera acertado diciendo que yo soy tu zorrita, ¿eh, sol? Después de todo, soy bastante astuta.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Porque te conozco. Sé lo mucho que te importa que la gente a la que respetas tenga buena opinión de ti, y respetas mucho a mis padres.
               -Ya, bueno. No sé si tanto, después de esto-murmuró.
               -Debió de ser horrible.
               -No fue agradable, no. Aunque me imagino que no se compara a lo que estás pasando tú ahí.
               -Alec, para-le pedí-. Que yo no esté bien en casa no quiere decir que tú no tengas derecho a sentirte mal lejos. Tus sentimientos son igual de válidos con independencia de cómo se sientan los demás, ¿recuerdas? Ya lo hemos hablado mil veces.
               -Ya, bueno, es que me siento mal contándote esto cuando tú seguro que estás peor que yo.
               -Sí, sobre todo porque yo te quiero más de lo que tú me quieres a mí-lo pinché, y él rió por lo bajo.
               -Ni de puta coña me quieres tú más que yo a ti.
               -Demuéstralo-le reté.
               -¿Cómo?
               -A ver si se te ocurre.
               -¿Bebiéndome todos tus fluidos corporales? Ya lo hago, Sabrae-me recordó en tono oscuro y sonriente, y yo puse los ojos en blanco.
               -Eres un cerdo.
               -Eso me lo dices porque estoy en otro país. Si estuviera ahí contigo ya te tendría abierta de piernas como una bailarina en su estreno. ¿A que ya estás mojada?-me preguntó, y no le iba a dar la satisfacción de contestarle.
               Porque sí. Claro que lo estaba. Bastaban un par de palabras suyas para que yo me lo imaginara de nuevo entre mis piernas, dándose un banquete con el paraíso entre mis muslos como el famélico al que le conceden su principal deseo; invadiendo mi boca con su lengua y haciendo que nuestros gemidos se entremezclaran; lamiéndome el sudor de entre las tetas mientras me follaba sin piedad, justo antes de agarrarme del cuello y obligarme a mirarlo mientras me corría en uno de esos orgasmos que no se olvidan, que te parten en dos y a los que sientes que no vas a sobrevivir.
               ¿Y mis padres pretendían que pensara con claridad teniendo a semejante hombre a mi lado? Apenas recordaba quién era antes de Alec, pero lo poco que me quedaba de esa Sabrae que lo había detestado hasta el punto de no soportar en la misma habitación que él más de cinco minutos era un pobre esbozo de la que era ahora. Lo sentía mucho si el borrador no había salido como ellos preveían, pero así eran las cosas. Los hijos éramos semillas en un jardín que a los padres les tocaba cultivar: su tarea era darnos lo que necesitábamos, cariño, cuidados y mimos; pero no tenían ningún control sobre qué acabaría floreciendo.
               -Por supuesto que ya estoy mojada, Alec. Llevo desesperada por escuchar cómo jadeas y te corres diciendo mi nombre desde que cogí el teléfono.
               -Entonces, ¿a qué esperamos? Dime qué llevas puesto para empezar.
               -A que me cuentes cómo lo pasaste.
               Alec suspiró de nuevo.
               -Miss Tozuda…
               -2035-terminamos los dos, y luego yo continué-. Sí, sí, sí, sí, lo sé, lo sé, lo sé. Y ahora, ¡cuéntame cómo fue el momento en que abriste la carta y demás! Me merezco saberlo. Es lo justo. Yo fui sincera contigo, así que tú tienes que serlo ahora conmigo.
               -Flipé bastante-admitió por fin, yo le dije que no me extrañaba, y ladró-. ¿Vas a empezar a interrumpirme antes incluso de que yo empiece a contártelo? Porque entonces no pienso decirte nada-se hizo el digno, confiando en que yo protestaría y así tendría una excusa para no contármelo, pero me mordí la lengua y suspiró de nuevo-. Sí, me dieron tres ataques de ansiedad, aunque pude controlarlos. De hecho, sufrir, en realidad, sólo sufrí uno; dos me empezaron, pero pude cortarlos antes de que acabaran conmigo. Y pensé en dejarte-reveló, y a mí se me paró el corazón. No es que no me lo esperara tampoco, pero saber que lo nuestro había pendido de un hilo que por caprichos del destino él finalmente no había cortado no dejaba de darme cierto vértigo-. Es más, ésa es la decisión que tomé: después de leer tu carta salí a tomar el aire y tratar de poner en orden mis ideas para tomar una decisión, y en un primer momento decidí que si Zayn y Sherezade piensan que yo soy una mala influencia para ti, es porque lo soy.
               Lancé una mirada envenenada a la puerta como si mis padres pudieran sentirla a través de la madera de ésta o la pared. Podía perdonarles que trataran de separarme de Alec; me costaría, pero lo conseguiría, si me explicaban sus argumentos y veía una cierta lógica en ellos. Lo que jamás les perdonaría era que hicieran a Alec dudar de sí mismo y de que era bueno para todos los que le teníamos en su vida.
               -Volví hecho mierda a la cabaña-continuó-, pero era un hombre con una misión y tenía pensado cumplirla. No sabía lo que te diría para que aceptaras mis condiciones (aunque, conociéndonos, tampoco me habría extrañado que te hubieras plantado en Etiopía y hubieras hecho lo mismo que hice yo contigo), pero sabía que tenía que ser tajante y que encontraría dentro de mí la fuerza para decirte que teníamos que dejarlo, no porque no me quisieras o yo no te quiera a ti, sino porque esto siempre se ha tratado de lo que es mejor para ti, Saab. Mi vida se basa en darte todo lo mejor, y si yo no entro dentro de “lo mejor”… pues, sintiéndolo mucho, me obligaría a mí mismo a dar un paso atrás, y a ti a que aceptaras mi decisión.
               »Y tenía pensado cumplir la promesa que estaba a punto de hacerme a mí mismo, me costara lo que me costase, porque perderte sería una herida que nunca se me curaría, pero con la que aprendería a convivir si creía que eso te daba algo de lo que tú te merecías. Sabía que lo peor de todo sería hacerte muy infeliz durante bastante tiempo, y una parte egocéntrica de mí creyó que tú tampoco te recuperarías si yo te dejaba. Es decir, confiaba en que te obligarías a seguir adelante y reharías tu vida, pero… Saab… no sé hasta qué punto tú y yo somos inevitables en la vida del otro. Para mí has marcado un antes y un después, y… creo que yo también lo he marcado para ti. Soy muy consciente de que lo que nos une no sólo es real, sino también muy, pero que muy raro. No creo que haya más vínculos como el que tenemos ahora para establecerlos con otras personas, pero, no sé por qué, me convencí a mí mismo de que tenía que renunciar a él por los dos porque el que dos personas se quieran puede no ser suficiente. O eso pensaba mientras me preparaba para escribirte.
               Tragué saliva y Alec cogió aire.
               »Y luego vi el colgante que me regalaste con tu anillo y las chapas que me has ido regalando en nuestros viajes, y… me di cuenta de que todo eso no eran más que pajas mentales, Saab. Yo soy la prueba viviente de que el amor lo puede todo. Joder, puede que nuestra historia no sea de las típicas que leemos en los libros, pero tampoco es que haya sido un camino de rosas. Los dos nos hemos tenido que adaptar al otro de una forma en que yo no creí que fuera posible que me adaptara a nadie. Pero tú apareciste en mi vida y… no quiero que salgas de ella. No quiero, Sabrae. Y yo no quiero salir tampoco de la tuya, porque te quiero como no he querido a nadie en toda mi vida, como seguramente no volveré a querer, y puede que tenga muchas carencias y muchos defectos, pero sé reconocer algo único e irrepetible cuando lo veo, y lo que tú y yo tenemos lo es. Esto que nos une…-me lo imaginé con el lazo dorado flotando a su alrededor, enredándose entre sus dedos cuando lo cogió, y sentí un leve tirón en el estómago- es especial. Tú misma lo dijiste. No podemos ponerlo en peligro: tenemos que cuidarlo, y protegerlo, y fortalecerlo.
               »Yo soñé con él estando en coma, así que ni siquiera puedo negar que exista, y sé que tú tampoco lo dudas simplemente porque te lo he dicho yo. Y creo que el hecho de que tú no dudes de algo así, que parece una locura si se lo cuentas a alguien, ya dice bastante de lo que tenemos que hacer con él. No podemos cortarlo, Saab, ni dejar que nadie lo intente tampoco, ¿no crees?
               -Sí-asentí-. Sí. Y es raro de explicar, pero… a veces es como si lo sintiera, ¿sabes? Como si estuviera a mi alrededor y pudiera cogerlo. En mis peores momentos, cuando más te he necesitado estando tú lejos, yo simplemente… me imagino que lo cojo y que doy un tirón, y recibo otro tirón a cambio, como si tú me estuvieras devolviendo tu atención, y me reconforta.
               -Yo también me imagino eso-jadeó sin aliento, y yo me mordí el labio, conteniendo una sonrisa.
               -¿Crees que es él? El lazo. No dudo de que exista, pero, ¿si podemos sentirlo… crees que podríamos aprender a controlarlo?
               Alec se quedó callado un momento.
               -He estado pensando mucho en él a lo largo de esta semana, y tengo una teoría.
               -¿Me la cuentas?
               -Prométeme que no te reirás.
               -Claro que no me voy a reír, sol.
               -Vale. Sí, bueno, claro, yo también… preguntando estas chorradas-me lo imaginé haciendo una mueca y sonreí de nuevo-. Creo que es así porque es un mensaje.
               -¿Así cómo? ¿Te refieres a dorado, líquido…?
               -Sí. No creo que sea casualidad que yo lo viera así cuando soñé con él. Vale que ahora estamos muy condicionados por mi sueño, pero… creo que estaba tratando de decirme algo. Tú dirás que era Dios; yo, que era mi subconsciente; pero que tenga ese diseño tan particular… tiene que tener un significado. No es como el hilo rojo del que hablan los japoneses. Y no he parado de darle vueltas, y creo que me imagino por qué es así-tomó aire-. Creo que se mueve porque está conectado con nuestros corazones. Es como si latiera al son de los dos, así que por eso podemos decir que está vivo. Es líquido porque fluye entre nosotros dos, y sólo entre nosotros dos, como si nos retroalimentáramos el uno del otro. Y en cierto modo es así, ¿no, Saab? Tú me has hecho mejor y quiero pensar que yo te he hecho mejor a ti.
               -Claro que me has hecho mejor, mi amor.
               -Ya, bueno; en realidad estaba convencido, pero sonaba demasiado prepotente si te lo decía directamente-bromeó, y cuando yo terminé de reírme, carraspeó-. Creo que está vivo y resplandece porque está compuesto de las promesas que nos hacemos… porque no hemos parado, ¿te das cuenta?
               -Y espero que sigamos así mucho, mucho tiempo, sol.
               -Yo también, mi amor-dijo, y yo me estremecí de pies a cabeza. Que un fuckboy redimido te llame “mi amor” es un tipo de placer del que muy poca gente disfruta.
               Y si ese fuckboy es Alec… imagínate.
               -Y es dorado para que sepamos que no tendremos nada igual con nadie más. Por si acaso se nos ocurría pensar que podemos aspirar a algo mejor. Creo que era más para ti que para mí. Yo ya sé que no puedo aspirar a nada mejor…
               -Ni yo tampoco, Al-susurré, sentándome sobre la mesa y agitando los pies en el aire-. No hay nadie mejor que tú. Al menos, no para mí.
               -Es una chorrada, ¿a que sí? En algo tenía que entretenerme esta semana.
               -Me parece una teoría preciosa, sol. De hecho, ¡oye! ¿Y si también es dorado porque tú eres mi sol?
               -Pero eso no tendría sentido para ti. Yo a ti te llamo “mi luna y mis estrellas”, que son plateadas, no doradas.
               -Ya, pero mi piel resplandece en tonos dorados si me da lo bastante el sol-razoné, y él se quedó callado.
               -Uy, pues es verdad.
               -Creo que ya tenemos una explicación a por qué nuestro amor es así. Yo, personalmente, pienso tomármelo como una señal divina el que te hayas puesto a pensarlo y hayas terminado sacando esta conclusión tan preciosa.
               -Tampoco es para tanto, Saab. Y ni que necesitaras una excusa para traer a colación a tu Dios.
               -Me siento muy conectada con Él, sobre todo cuando estoy con mi chico.
               Lo escuché sonreír con aquella sonrisa adorable que siempre esbozaba cuando le daba un poco de vergüenza algo, y si lo hubiera tenido delante y lo hubiera visto, me lo habría comido a besos.
               -Así que… ése ha sido mi viaje desde que recibí tu carta hasta que por fin te has dignado a llamarme. Bastante cursi, ya lo sé, pero es lo que hay.
               -A mí me ha encantado. Y me reafirma en pensar que hice bien al decirte la verdad, Al.
               -Siempre-dijo rápidamente, como si quisiera convencerme-. Aguantaré lo que me echen, Saab. Por ti, lo que sea.
               -Y yo también. Ya lo sabes. Por muy mal que llevara el tema de Perséfone… no quiero que te pases la vida protegiéndome, sol. No sería justo para ninguno de los dos. Esto sólo nos ha hecho más fuertes.
               -Sí, bueno, aunque tengo que decir que tampoco es que me haga especial ilusión que ahora las cosas no te vayan bien en casa con tus padres.
               -Tengo claro dónde descansan mis lealtades, tranquilo-dije, bajándome de la mesa. Alec chasqueó la lengua.
               -¿Estás yendo a mi casa aunque no lo esté?
               -No me insultes, Alec; deberías saber que he montado mi puesto de avanzadilla en tu habitación.
               -Vale. Yo sólo quería confirmar que sabes que puedes contar con mi habitación para lo que necesites. Si las cosas en tu casa se ponen feas, siempre puedes quedarte en la mía. Mi madre es una suegra ideal dispuesta a desahuciarme con tal de hacerte hueco a ti, así que…
               -Lo sé, mi sol. Pero muchas gracias por decírmelo. Es un detalle que me lo recuerdes.
               -¿Qué menos, mi luna? Después de todo lo que ha pasado por mi culpa, lo menos que puedo hacer es…-se quedó callado y bufó por lo bajo.
               -No has hecho nada, Al. Nada. Así que deja de martirizarte. Esto tenía que pasar, y lo malo es que ha pasado en el peor momento posible.
               -Es que me… mierda-chasqueó la lengua-, espera un segundo, ¿vale, bombón? Ahora mismo vengo.
               Me quedé callada, afinando el oído, tratando de filtrar los sonidos de mi casa de los procedentes de Etiopía, donde pude distinguir los pasos de Alec alejándose del teléfono y su voz pronunciando palabras ininteligibles. Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro un par de veces antes de que él regresara conmigo.
               -Te vas a reír-me lo dijo en un tono que prometía todo lo contrario, y me lo imaginé poniendo los ojos en blanco-. Valeria acaba de decirme que llevo mucho tiempo acaparando su despacho, así que no vamos a poder tener nuestra llamada guarra, después de todo.
               -La verdad es que llevamos un rato hablando-asentí, mirando el reloj en la pared, cuyas manecillas habían corrido a toda velocidad desde que había descolgado el teléfono y marcado el número del voluntariado-. ¿Quieres que colguemos y lo hacemos más tarde, cuando ella no necesite la oficina?
               -Seguramente me prohibirá acercarme a un radio de cincuenta metros de su oficina, y teniendo en cuenta que no hay cincuenta metros de radio en todo el campamento, pues me tocará dormir entre los árboles.
               -Bueno, así no pierdes la costumbre para cuando salgas en las expediciones-bromeé.
               -Ya. Sí, es verdad-carraspeó de nuevo-. Bueno, aunque no te hayas salido de tu línea y hayas vuelto a hacer lo de siempre de dejarme con las ganas, fastídiate, porque me ha encantado hablar contigo y saber que lo llevas relativamente bien.
               -Lo llevo bien. Es decir, ahora que sé tu postura, lo llevo bien. Lo que más me preocupaba era que rompieras conmigo. Lo demás ya se solucionará… o no. La verdad es que no quiero pensar mucho en eso.
               -Ajá. Oye, Saab… siento mucho todo esto. Sé lo importante que es tu madre para ti, y… bueno, es una putada que haya cambiado de opinión con respecto a nosotros. Para mí también lo era, pero no quiero dejar que se interponga en nuestro camino. Nos prometimos que nada lo haría, y me parece de coña que tenga que decir esto, pero Sherezade Malik no entra en la ecuación si va a restar. Yo también quería tener su bendición, pero…
               -O me aportas o te apartas-dije, asintiendo con la cabeza-. Te voy a ser sincera, Al: la verdad es que la echo terriblemente de menos. Pero no a esta extraña con la que vivo, sino… a mi madre. La que confiaba en mí y en la que yo confiaba ciegamente. A la que le contaba todo lo que hacíamos porque sabía que no nos juzgaría. Y sé que es normal que las relaciones se enfríen y nos distanciemos de nuestros padres cuando crecemos, pero, no sé, creí que yo sería de las que siempre se mantienen igual en su familia. Aunque si me hace elegir, sé a quién escogeré. No voy a poder vivir sin ti, Al.
               -Yo diría que ahora lo estás haciendo de lujo.
               -Ya me entiendes, bobo. Por muy duro que sea este año, sé que merecerá la pena porque tú ahí eres feliz. Así que yo me limitaré a pasar el tiempo-me encogí de hombros-, esperando que vuelvas.
               -Tú también tienes derecho a disfrutar de tu vida, ¿sabes, bombón? Que yo esté lejos no quiere decir que tengas que guardarme luto, ni nada por el estilo.
               -Lo sé, pero ahora mismo no es que esté disfrutando mucho de nada. Supongo que tengo que acostumbrarme a esta situación, eso es todo.
               -¿Tan imposible ves el reconciliarte con Sherezade? A mí me tiene muy intrigado este volantazo que han pegado con respecto a nosotros. No le veo ningún sentido, y puede que si hablas con ella me saques de esta intriga.
               -Es que ni siquiera me apetece arreglar las cosas con ella, Al. O sea, quiero estar tranquila en mi casa, y que la relación vuelva a ser como era hasta ahora, pero lo veo muy, muy difícil.
               -Bueno, tú eres experta en resolver cosas muy, muy difíciles. Has hecho que me guste la monogamia. La monogamia, Sabrae. ¡Yo sólo le he sido fiel a una cosa en toda mi vida, y es a mi marca de condones!
               -Ya, pero era porque te quería para mí. Esto no es lo mismo. Mamá es muy terca y sé que no dará el brazo a torcer; intentará convencerme de que ella tiene razón y yo me equivoco, así que no quiero tener esa conversación.
               -¿Sherezade, terca? ¡Vaya! Tú debes de haber salido a Zayn, entonces.
               -Voy en serio, Alec.
               -Vale, no te enfades, Miss Tozuda 2035.
               -¿Tú te sentarías tan tranquilo a hablar con Annie después de que ella te dijera que no te hace gracia que estés conmigo porque no soy buena para ti?
               -No-respondió sin inmutarse-; la verdad es que yo montaría un pollo de la de Dios, me reventaría las cuerdas vocales pegando voces, haría las maletas y me iría de casa, pero es que soy muy dramático. Acuérdate de que soy Piscis. Voluble y sentimental por naturaleza.
               Me eché a reír.
               -¡Pues por eso mismo! Nadie toca lo que es mío.
               -Brrrrrrrrf-se estremeció al otro lado de la línea-. Y yo que pensaba que no me podías calentar más recordándome que eres mía. Casi se me olvida que yo soy tuyo-se puso a jadear como un perrito y yo aullé una carcajada.
               -Eres un payaso.
               -Eso es de siempre, nena; si no estuvieras tan guapa cuando te ríes, yo sería un poco más serio-suspiró de nuevo de forma dramática-. Tengo que dejarte. Valeria acaba de entrar y se me quitan las ganas de ponerme tonto sólo con verla.
               -¿Va todo bien por ahí?
               -Sí, todo normal. Es sólo que no se parece en nada a ti, y me corta el rollo.
               -Ah, vaya. Bueno, pues ya hablaremos cuando tengas más tiempo. ¿Cuándo saldrás de expedición? Lo digo para volver a llamarte cuando estés en el campamento.
               -¿No habíamos quedado en que no íbamos a hablar por teléfono…? Ahora voy, Valeria. Déjame un segundo, joder.
               -Hay que hacer excepciones de vez en cuando.
               -¡Hostia! ¡Ésa es buena! ¿La Señorita de Bien saltándose las reglas a la torera?  Al final sí que voy a ser una mala influencia para ti, bombón.
               -Mamá dice que la ley llevada al extremo es lo más injusto que hay.
               -Injusto es que yo esté aquí y tú estés ahí, pero basta de hablar de nosotr… QUE YA VOY, VALERIA.
               -¿Te llamo un día de estos y retomamos la conversación entonces, o no, Alec?
               -Intenta impedírmelo, bombón. Valeria, como te me acerques más, te denuncio por acoso. Lo digo muy en serio.
               -¡Deja el teléfono ya, Alec!-se escuchó a la directora de la organización, un poco más cerca de lo que a Alec y a mí nos gustaría.
               -¡Me tengo que ir, Saab! ¡Mantenme informado, ¿vale, nena?! ¡Me apeteces! ¡Te quiero, te quiero, te quiero, te…! ¡VALERIA, NO HE TERMINADO DE DESPEDIRME!
               -Ya hablamos, sol-me reí-. ¡Me apeteces! ¡Te quiero por cinco!
               -¡Mírala ella, qué apañada!-se rió Alec-. ¡Cómo se nota que eres la primera de… DAME EL TELÉFONO, VALERIA, O TE JURO POR DIOS QUE ECHO ABAJO ESTE PUTO CAMPAMENTO CON MIS PUTAS MANOS EN MENOS QUE…!
               A pesar de que no habíamos tenido ni la despedida ni la llamada que queríamos, sí que tuvimos las que nos merecíamos; en especial, la última. Puede que no hubiéramos solucionado nuestra tensión sexual, pero ahora que habíamos aclarado las cosas y las cartas estaban sobre la mesa, me sentía mucho más segura de mí misma y de lo afianzado que estaba lo mío con Alec. Además, me sentía también con pruebas de que había tomado la decisión correcta y que mis padres se equivocaban de cabo a rabo; por mucho que llevaran conociéndolo desde que era un niño, Alec había cambiado muchísimo, especialmente en el último año. El hecho de que Scott no hubiera pestañeado cuando me dijo que él también se había planteado si era bueno para mí, y que finalmente había llegado a la conclusión de que por supuesto que sí, no sólo por lo que yo había hecho por él, sino lo que él había hecho por mí, ya me daba pistas de que mis padres no estaban siendo justos con nosotros. Un error no me definía, y menos aún definía a Alec, que no tenía culpa de nada.
               Sin embargo, no podía evitar sentirme un poco triste por cómo habían terminado las cosas. Ya no era la concepción que mis padres tenían de nosotros lo que había cambiado para siempre, sino lo que yo pensaba de mis padres: si nos daban la espalda con tanta facilidad, yo iba a poner en peligro lo más preciado que tenía ahora mismo, mis sentimientos por Alec y las promesas que me había hecho, para que pudieran sentirse buenos padres tratando de convencerme de que estaba equivocada. No lo estaba. Ahora, más que nunca, estaba segura de que no lo estaba. Él me quería, y yo a él, y teníamos amor de sobra para salvar todos los obstáculos que nos pusieran por delante. Todo lo demás iría llegando poco a poco.
               La posibilidad que ahora me brindaba la casa de Alec, si quiera tentadora, me parecía ahora una retirada en la que yo no haría sino reconocer mi culpa, y no quería eso ni de broma. Quería que mis padres reconocieran su error, me pidieran disculpas y me compensaran por lo mucho que nos habían hecho sufrir a Al y a mí. Y además, estaba el hecho de que si me mudaba a casa de Annie, tendría muchas explicaciones que dar y muchas excusas que buscar para seguir yendo a ver a Shasha y Duna. En casa de los Whitelaw tenía un refugio perfecto que no sería más que una ilusión, porque más allá estaba el mundo real en el que mis problemas esperaban acurrucados en una esquina. Yo siempre iba a ser una Malik, por mucho que hubiera cambiado para mí lo que eso significaba. Por muy disgustada que estuviera con mis padres, seguía teniendo a mis hermanas, y también seguía queriéndoles, aunque ahora mismo me pesara.
               Y estaba la situación con Scott. Me había pedido que yo ejerciera de hermana mayor mientras él no estaba, así que debía cuidar a las chicas lo mejor posible por lo menos hasta que él volviera de gira.
               Me convenía hacer las paces con papá y mamá. O, por lo menos, establecer una tregua. Pero todo era aún demasiado reciente; la ansiedad por lo que podría haberme pasado con Alec todavía daba sus coletazos en mi interior, y necesitaba un poco de paz para poder ordenar mis pensamientos y dar el siguiente paso.
               La sala ajardinada de la biblioteca parecía un buen lugar para estar en silencio y poder meditar qué hacía a continuación. Decidí que me pasaría allí la tarde, sentada a la luz filtrada del sol, en compañía de un libro del que no absorbería absolutamente nada. Cultivaría allí mi tranquilidad, entre haces de luz dorada y briznas de hierba esmeralda.
               Por supuesto, como no podía ser de otra manera, el mundo tenía otros planes.
               Cuando abrí la puerta de la cocina, me encontré a mi padre plantado al lado de ella, la espalda apoyada en la pared mientras se fumaba un cigarro. Me miró.
               -¿Ya has terminado con Alec?
               Visto en retrospectiva, seguramente se refiriera a si había terminado de hablar con él. Pero entiéndeme: llevaban unas semanas haciéndome la vida imposible, haciendo que sintiera que había cometido el mayor error de mi vida y que era tonta por no darme cuenta de ello, tratando de hacerme creer que mi novio me había manipulado para cambiarme hasta algo irreconocible y que ellos no podían querer. Estaba harta de esa situación.
               De manera que salté.
               -Yo con Alec sólo voy a terminar cuando estemos los dos bajo tierra. Y puede que ni siquiera entonces. Siento muchísimo decepcionarte, papá-escupí, subiendo en tromba las escaleras-. Supongo que esto es lo que pasa cuando crías al bebé de otra persona: juegas a la ruleta rusa y no sabes cómo va a salir.
               Me dieron ganas de vomitar al pronunciar aquellas palabras, pero había decidido que no podía seguir guardándome todos mis sentimientos para mí. Ya había visto adónde llevaba aquello: Alec había luchado con uñas y dientes en terapia para liberarse de aquella carga autoimpuesta, y le había costado muchísimo incluso teniendo una red de seguridad bien amplia a sus pies, animándolo a que saltara. Yo no tenía a nadie. Las personas que mejor iban a cuidarme eran mi hermano y mi novio, y los dos estaban en continentes diferentes al mío.
               -¿Qué bicho te ha picado ahora con eso, Sabrae?-espetó-. ¿Es que no te hemos dado todo lo que necesitas, igual que a tus hermanos?
               Lo miré desde arriba con unos ojos que escupían fuego, pero papá no se amedrentó.
               -Scott dejó de hablarse con Tommy por Eleanor y lo único que le disteis fue apoyo. Yo tengo una pataleta de quinceañera, que es lo que soy, y ya queréis que deje a Alec porque pensáis que es culpa suya.
               -Tus pataletas no tienen nada que ver con lo que opinemos de Alec, aunque tampoco es que ayuden-ladró papá.
               -Me importa una mierda lo que opinéis de Alec.
               -Pues no debería-replicó mamá desde el pasillo, frente a la puerta de su oficina-, porque somos tus padres y vives bajo nuestro techo.
               -Si queréis que me vaya, no tenéis más que pedirlo.
               -¡Cállate, Sabrae!-jadeó Shasha desde el salón, y aunque me rompió el corazón… lo sentía mucho por mi hermanita, pero no podía retirarme de esta batalla. De ésta, no. De ésta, nunca.
               -¿¡A ti te parece que ésa es manera de contestarles a tus padres!?-bramó mamá, acercándose a mí como un toro. Y yo la esperé como un toro rival, presta a embestirla si se me arrimaba demasiado.
               -¿Y a vosotros os parece que ésta es manera de tratarme, eh? Mi novio está a miles de kilómetros de distancia. He tenido que suplicarle por carta que no me deje a pesar de lo que vosotros opinéis de él, y milagrosamente ha accedido a seguir adelante con esto, a pesar de vosotros. ¿Tengo que daros las gracias por hacerme todo esto mil veces más jodido de lo que ya lo es? ¡NO!
               -¡NO LE GRITES A TU MADRE!-tronó papá, subiendo las escaleras como un ciclón. ¿Serían dos contra una? Muy bien, pues podría con dos.
                -Vete a tu habitación-ordenó mamá con voz gélida-. Ya hablaremos cuando estés más calmada.
               -Yo no tengo nada más que deciros.
               -Bueno, pues quieras o no, hablaremos, Sabrae Gugulethu Malik. No te creas que porque estemos ocupados con tu hermano ahora tú eres la nueva reina de la casa. Estás muy equivocada si te piensas que las cosas funcionan así. Dame inmediatamente el móvil y el ordenador. Si no quieres hablar con nosotros, no hablarás con nadie. ¡Se te acabó el cachondeo, niña! ¡Olvídate de salir en lo que queda de semana! ¡De casa al instituto, y del instituto derechita a casa, ¿me oyes?! A ver si así te preocupas un poco más por tu familia y un poco menos por lo que te dicen los demás.
               -Yo ya me preocupo por mi familia. Alec es mi familia.
               -¿Más que tu padre y yo?
               -Pues mira, igual sí, sobre todo porque él no invalida mis sentimientos diciéndome con quién puedo y no puedo estar.
               -¿¡Que nosotros…!?-empezó papá, pero mamá extendió una mano en su dirección, pidiéndole silencio. Se volvió hacia mí.
               -A tu habitación. Ahora.
               Fui arrastrando los pies y pegué el portazo más fuerte de la historia. De poco sirvió, pues mamá abrió la puerta inmediatamente después.
               -¡El móvil, el ordenador, YA, SABRAE!-ladró, y se los tendí.
               -¿Os los desbloqueo para que podáis peinarlos de arriba abajo?-pregunté, pero no me contestaron.
               -Tómate este tiempo como una oportunidad para reflexionar sobre lo que estás haciendo con tu vida.
               -¿Te refieres a tener un novio que me quiere y que está dispuesto a aguantar lo que  sea con tal de estar conmigo? ¿Ése que decís que es tan malísimo que lo tenéis que separar sí o sí de mí?
               -Nosotros no queremos separaros-negó papá.
               -Papá, no soy gilipollas. Os oí hablar ayer de él y de mí. Sé de sobra lo que pensáis de Alec, y dejadme deciros que lo que pensáis de Alec también lo pensáis de mí.
               -¿Quieres saber lo que pensamos de ti entonces, Sabrae?-escupió mamá, metiéndose en la habitación y arrinconándome en una esquina-. ¿Quieres saberlo? Pensamos que no sabemos qué coño hemos hecho mal. Pensamos que no sabemos cuándo se han torcido así las cosas. Pensamos que no queremos que Alec y tú estéis juntos si eso significa que vas a dejar de confiar en nosotros, porque eso significa que has dejado de confiar en ti. Y nosotros no te hemos criado para que dejes de confiar en ti.
               -Y como no soy de fiar, entonces me encerráis como a un animal salvaje en un zoo, ¿no?
               -¡SÍ! Cualquier cosa con tal de dormir tranquilos y que estés a salvo.
               -¿Os pensáis que voy a escaparme de casa en una de mis excursiones a la heladería con mis amigas para unirme al IRA?-espeté.
               -No tienes necesidad de ir a Irlanda a luchar por la liberación de la isla. Aparentemente te basta con ir a veinte minutos andando de aquí, ponerte hasta el puto culo de sabe Dios qué, e intentar que te follen entre cinco desconocidos-estalló mamá, y yo me puse pálida y se me revolvió el estómago. Me dieron ganas de vomitar-. Sí-dijo mamá, asintiendo con la cabeza, solo rabia en aquellos ojos que Scott había heredado de ella-. Sabemos lo de la fiesta. Y déjame decirte que tú no te vas a convertir en uno de mis casos  en el Supremo, Sabrae. ¡¡No pienso ir a identificar los cachitos de mi hija mayor en una morgue!! ¡¡Y SI PARA IMPEDIRLO TENGO QUE ENCERRARTE EN TU HABITACIÓN Y TIRAR LA LLAVE AL TÁMESIS, TEN POR SEGURO QUE ES LO QUE HARÉ!!
               Lo último que vi antes de que la cara rabiosa de mamá desapareciera tras la puerta fue la mirada llena de decepción y enfado de mi padre, sus ojos puestos en los míos. Cuando mamá cerró la puerta, la habitación empezó a girar a toda velocidad; tanto, que tuve que aferrarme a la cama y el escritorio para no perder el equilibrio.
               Ponerse así contra mí por quince segundos no parece propio de ellos, había venido a decirme Alec. Tiene que haber algo más.
               Claro que había algo más. Ahí estaba ese algo más.
               Me quedé mirando la puerta sin verla, dándole vueltas al asunto, a todos los errores que había cometido desde que Alec se marchó, y que según mis padres, eran culpa directa suya. Debería haber sido más lista. Debería haber pensado que se enterarían. Debería… debería haber confiado en mí y no en Alec cuando me dijo que me había puesto los cuernos. Mi primera reacción había sido reírme, no creérmelo. Y luego él me había convencido de algo que ni siquiera era verdad.
               Dios, esto era mucho peor de lo que creía. Mamá y papá no lo dejarían estar. Una cosa era dar una mala contestación en un momento puntual, y otra poner en peligro mi vida como lo había hecho, y ni siquiera había pensado en las consecuencias.
               Me levanté temblando como una hoja y me senté en la cama, conteniendo las arcadas que me subían por la garganta mientras repasaba todo lo que había hecho aquella noche fatídica en la que Scott, Tommy y Jordan me habían rescatado de puto milagro.
               Estaba balanceándome adelante y atrás, tratando de darme calor mientras me abrazaba el cuerpo, cuando una sombra me coló una nota por debajo de la puerta. Me levanté y me acerqué a la puerta sólo para descubrir la carta de Alec de nuevo en su sobre. Me la había olvidado en la cocina, y alguien la había rescatado de la basura, había tratado de alisar sus arrugas, y la había guardado de nuevo en su sobre original.
               En la parte de atrás traía una nota.
               Lo siento muchísimo. Estaba muy preocupada por ti.
               Mantente fuerte. Te quiero.
               Shash
               Se me aceleró el corazón, el mundo giró y giró a mi alrededor, y empecé a ver borroso en los bordes y con puntitos de luz en el centro. No podía respirar. Shasha no lo había confesado, pero a mí no me hacía falta.
               Se lo había dicho ella.
               La culpa era suya.
               Me dejé caer en el suelo de mi habitación, las rodillas desnudas contra el parqué, y esperé a que la negrura me tragara o las lágrimas se hicieran con el control.
               Sucedió lo primero, y entendí por qué Alec se negaba en redondo a dejarme marchar: cuando alguien es capaz de hacer que controles tus ataques de ansiedad, tienes que conservarlo a tu lado. Siempre. Siempre.
               Siempre.




             
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2 comentarios:

  1. MIRA YO ES QUE ME VOY A PEGAR UN TIRO TE LO JURO POR DIOS. PRIMERO ME DAS ESA PRIMERA PARTE DEL CAPÍTULO QUE ME HACE QUERER LLORAR COMO UN BEBÉ Y LUEGO COGES Y ME DAS ESE FINAL.
    MIRA DE VERDAD QUE ENTIENDO A ZAYN Y A SHEREZADA Y AHASTA QUIERO ENTENDER A SASHA PERO ES QUE SINCERAMENTE LOS MANDABA A LA PUTA MIERDA.
    QUE COJONES ES ESTA LOCURA POR DIOS.
    ME VA A DAR UN PARRAQUE TE LO DIGO MUY EN SERIO. NO PUEDO MÁS.

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  2. Por fin he procedido a ponerme al día. Empiezo a comentar el drama:
    - Todo el principio me ha dejado: mal, es que es muy fuerte como Sabrae describe su relación de verdad.
    - La llamada evidentemente maravillosa, Alec hablando tan bien de si mismo es TAN satisfactorio de leer. Adoro todas sus interacciones y echo demasiado de menos que estén en la misma ciudad :’(
    - “perderte sería una herida que nunca se me curaría” BASTA
    BUENO BUENO EL PLOTWIST FINAL OSEA QUE SHASHA SE HA IDO DE LA LENGUA MADRE MÍA (quiero saber cuándo…)
    Pfff está la cosa muy fea la verdad. En parte entiendo a Zayn y a Sher, pero también creo que ponerse así no va a hacer que Sabrae esté mejor…
    Deseando seguir leyendoo <3

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