lunes, 15 de mayo de 2023

Placas de cinturones y de Grammys.


¡Hola, flor! Quería darte las gracias por tu paciencia esperando un día más por este capítulo. También quería avisarte de que el domingo no habrá cap, ya que el 23 es martes, por lo que subiré ese día.
Muchas gracias por tu comprensión ¡Disfruta mucho!

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Efectivamente. A mí, a gilipollas, no me gana nadie. Toda mi vida había vivido en un estado constante de guerra en el que cada puto aliento que tomaba, ya desde el primerísimo de todos, era un foco luminoso sobre mi cabeza que el universo interpretaba como un desafío a su autoridad. Me habían pintado una diana en la frente nada más nacer.
               ¿En serio creía que, con todo lo que estaba haciendo que Sabrae pasara, las cosas podían arreglarse con un simple viaje en avión y ya estaba? Definitivamente era gilipollas perdido. Y lo peor de todo es que ni siquiera podía negármelo a mí mismo. Las pruebas estaban ahí, frente a mí, mirándome burlonas como los números descuadrados de una complicadísima ecuación en la que me había equivocado ya en el primer paso. Mi preciado sol.
               ¡Mi preciado sol! ¡Whitelaw, tío, lo tenías ahí delante, a plena vista! Saab y yo nos explayábamos ya en el saludo, dándonos todo el amor que nos negaba la distancia, condensando nuestros sentimientos en apelativos cariñosos que nunca eran suficiente. Podría pasarme varios folios escribiendo un saludo tan ñoño que mataría de un subidón de azúcar a cualquiera, y aun así no sería suficiente para mí ni aunque tardara una semana entera en acabarlo; y sabía que a Sabrae le sucedía exactamente igual que a mí. Teníamos que conformarnos con nuestros nombres y otros motes que me parecerían cursis de cualquiera salvo de sus labios (o, en este caso, de su puño y letra), y “mi preciado sol” no tenía nada de cursi. Un “Alec”, simplemente, o directamente un “estimado señor Whitelaw” tendría menos impacto en mí: por lo menos me habría puesto en alerta ya desde el primer segundo en que vi sus palabras redondeadas y equilibradas en el papel.
               No habría estado bombeándome ya la polla como un mandril cuando llegué a la parte en la que ella decía que aquella era una carta de reconciliación y también de disculpa por la Sabrae que había sido antes de aquel primer beso que lo había cambiado absolutamente todo en mi vida. Aquella noche en la discoteca de los padres de Jordan había sido como una crisálida para mí; el momento en que empecé a encerrarme en mí mismo para valorar los daños y haber empezado a caminar en la dirección en la que yo quería crecer, y no donde me estaba llevando la corriente. Sabrae había hecho bien manteniéndose alejada de mí, porque si yo no era digno de ella aun esforzándome, cuando me había acercado a ella para pincharla porque me parecía divertidísimo hacerla rabiar lo había sido todavía más. Así que no tenía ningún sentido que me sacara a colación ahora aquella época de nuestras vidas, y menos todavía cuando le había escrito una carta en la que le había explicado con pelos y señales cómo había sido el proceso de redacción del Kamasutra y luego me había plantado en Inglaterra a decirle que ni de fula iba a dejarme por sus pajas mentales para, dos segundos después, magrearle las tetas como si fuera una bola de masa madre de dos kilos y yo estuviera en una competición de panadería.
               Pero si ya había sido gilipollas por no darme cuenta de que ahí pasaba algo cuando leí la primera frase de la carta, al terminar me sentí un auténtico subnormal, de estos que reciben paguita y que necesitan pasearse por ahí con pañales debajo de los pantalones porque ni siquiera tienen las neuronas suficientes para no cagarse encima.
               Cuando llegué a las últimas líneas ya se me había bajado la erección, lógicamente (y, viendo cómo pintaban las cosas, la verdad es que me habría sorprendido ser capaz de volver a empalmarme en esta vida). Sentado como estaba sobre la cama y con el agua de la ducha todavía cayéndome por la espalda, si bien en menos cantidad que antes de que Perséfone me cortara el pelo (quizá lo único bueno de todo ese día), bajé los pies de la cama y los apoyé en el suelo. Inhalé tan profundamente que me dolieron las costillas (de haber estado un poco más lúcido, incluso me habría hecho ilusiones con que una de ellas se rompiera, me perforara el pulmón y se terminara así mi sufrimiento) y solté el aire por la nariz, llenando el silencio de la habitación con el sonido de mi suspiro.
               -Pareces un soplador de hojas-se burlaba siempre Sabrae cuando yo hacía eso delante de ella; o, al menos, las veces en que suspiraba así porque me estaba pinchando a propósito y no porque estábamos a punto de enzarzarnos en una pelea de la hostia-; ya sabes, de esos que usan en otoño para despejar las sendas del parque.
               Yo siempre la atravesaba con la mirada, y eso sólo hacía que ella sonriera todavía más.
               -¿Qué pasa?
               -Que yo creía que era un tío bastante paciente y al que es difícil tocarle los huevos hasta que tú desarrollaste este don para llevarme a mi puto límite.
               -Es que es divertido. Ahora entiendo por qué tú lo hacías tanto conmigo.
               -Yo no te hacía nada, Sabrae; me bastaba con respirar para ofenderte. Pero si hubiera sabido que te sentaba así, igual me habría hecho todavía más gracia.
               Ahora no me hacía ni puta gracia. Ni puta gracia me hacía. Lo había vivido de primera mano, estaba ahí cuando sucedió, yo mismo había intervenido en lo que había desencadenado este puto apocalipsis.
               Sherezade y Saab habían tenido una pelea tan gorda que yo había tenido que meterme en medio. Seguro que mi incapacidad para controlar esos impulsos protectores con mi chica era lo que había hecho que Sherezade empezara a cuestionarse lo bueno de nuestra relación, si era evidente que yo era incapaz de permitir que Sabrae gestionara sus problemas ella sola y fuera educada por su familia como sus padres creyeran conveniente. Pero es que la manera en que Sherezade la había mirado, la manera en que se había abalanzado sobre ella, me había puesto en modo alerta máxima. Sí, vale, soy un machito con complejo de héroe que se cree que sale con una damisela en apuros, pero, ¡joder! Mido casi un metro noventa y mi novia apenas me pasa de la cadera, ¿se supone que tengo que quedarme a un lado como quien espera su turno en La ruleta de la suerte mientras a ella le canean? Me daba igual que lo que Sherezade le habría hecho a Sabrae no pudiera compararse en absoluto con lo que mi padre le había hecho a mi madre y me habría hecho a mí mismo si yo hubiera tenido la suficiente edad. Me daba igual que no hubiera discusión en que Sabrae se mereciera ese tortazo: yo no podía quedarme a un lado cuando le hacían daño a mi chica, por mucho que fuera por su bien. Vamos, es que no quería ni pensar en lo que armaría cuando ella se pusiera de parto y a los sanitarios no les quedara otra que hacerle daño para ayudarla a dar a luz. Probablemente necesitaran a la seguridad de medio hospital para sujetarme e impedir que yo la defendiera.
               Pero no era eso por lo que yo era subnormal. Oh, no.
               Había sido un subnormal porque yo no le había dado importancia a esa pelea y me había marchado. Sabía lo importante que su madre era para Sabrae, la relación tan estrecha que tenían y la confianza que las unía. Sabía que Saab se sentía con la libertad de hablar de lo que fuera con Sherezade; sabía que hablaban de mí, y que lo hacían con bastante detalle. A mí nunca me había importado porque sabía que trataba de cine a Sabrae en la cama, que era lo que más preocupaba a Sherezade, y yo tampoco podía culparla: ¿un tío de ahora 18 años que se ha follado a medio Londres saliendo con su niñita de 15, que perdió la virginidad un año antes, cuyas parejas podían contarse con los dedos de una mano y que no tenía ni de coña la experiencia que tenía yo? Era normal que Sherezade quisiera saber. Era normal que protegiera a su hija.
               ¿Era eso exactamente lo que estaba haciendo ahora? ¿Proteger a su hija de mí? ¿Dónde, exactamente, la había cagado yo? Tenía que haber sido en un punto entre meterme en medio de las dos y decirle a Sherezade, básicamente, que como le hiciera algo a Sabrae yo terminaría haciéndoselo a ella, o cuando me cogí el avión tan pichi, porque ya me había dado mis besitos y mis magreos y me había garantizado tener un agujero caliente en el que meterla cuando regresara en Navidad.
               Me incliné hacia delante, apoyé los codos en las rodillas y apoyé el mentón en las manos entrelazadas. Era culpa mía; no necesitaba confirmación. Sabrae había sido sincera en transmitirme la situación, pero se había callado que a Sherezade no le gustaba algo de lo que yo había hecho. Ni a Sherezade ni a Zayn. De puta madre.
               Clavé la vista en el suelo y me hundí en el mar tormentoso de mis recuerdos, aun sospechando que puede que no fuera lo mejor para mi salud mental, pero, ¿sinceramente? Me la bufaba lo más grande mi salud mental. Quería encontrar la raíz del problema para poder erradicarlo.
               Porque la otra opción que tenía era coger, vestirme, llamar por teléfono a Sabrae, ser un hombre y decirle que, bueno, en ese caso, igual lo mejor era romper definitivamente, y obligarme a mí mismo a no colgar para escucharla llorar, porque me merecía ese castigo. Me merecía eso y muchísimo más: escucharla llorar, volver a Inglaterra, verla hundida y negarme en redondo a volver con ella porque si sus padres no me querían con ella debía de ser por algo, y luego verla empezar a superarme a base de odiarme, soportar su odio y el de toda su familia, echarla de menos aun alejándome de ella, verla pasar página, empezar con otros tíos con los que Sherezade y Zayn no tendrían ningún problema, y Sabrae tampoco, excepto que no eran yo, no la querían como lo hacía yo, ni ella los querría a ellos como a mí; tampoco la harían disfrutar como yo, pero eso no importaría con tal de tener sus cenas tranquilas, sus polvos insulsos en la habitación de Sabrae que ya también era mía mientras sus padres estaban en el piso de abajo, su mudanza a su piso compartido con ese mamarracho en el que me negaba a detenerme lo suficiente como para ponerle cara o nombre (aunque una parte de mí, esa parte venenosa y retorcida que había tenido siempre enquistada en mi interior, no dejaba de llamarlo Hugo y ponerle su cara, ni de regodearse en que él jamás habría tenido un problema como éste con los Malik porque lo que a mí me sobraba de imprudencia a él le faltaba de espabilación), la vida que tendrían juntos, en la que ella aprendería a ser feliz; el anillo que él le compraría para pedirle su mano, que sería bonito pero no de su estilo, y que ella aceptaría quizá sin preguntarse siquiera cómo sería el que le regalaría yo (pues la puta hostia, bombón, igual que lo eres tú), y la boda que tendrían, que estaría guay, pero no sería El Fiestón Del Siglo como la nuestra, y…
               … sus hijos. A quienes yo querría en la distancia porque habrían salido de ella, porque serían parte de ella, algo de ella que siempre perviviría incluso cuando ella dejara de respirar. A quienes yo querría incluso cuando no se parecieran a mí, cuando no llevaran mi apellido en su nombre; y aunque su físico y su nombre serían el castigo que yo tendría que soportar, yo les querría. Ésa sería mi penitencia: seguir queriendo a Sabrae como lo hacía, aunque no la tuviera. Aunque fuera evidente que no me la merecía y que habíamos disfrutado de una luna de miel anticipada para una boda que nunca iba a suceder, durante unos meses de despiste del universo en que la justicia universal había hecho la vista gorda conmigo. No podría guardarle ningún rencor, solamente añoranza. No me cabrearía con ella ni me plantearía por qué él sí y yo no, porque era como tenía que ser, pero con Zayn y con Sherezade… la cosa cambiaba.
               De alguna forma sería su culpa… porque serían ese juez inflexible que había truncado mi retirada estelar del ring.
               Así que tenía que revolver en lo que había pasado, buscar en el baúl de mis recuerdos (u-u-uh) esa metedura de pata que había hecho que yo pasara de ser el hijo pródigo en casa de los Malik, ése al que le sonreían nada más verlo y de cuya pertenencia a la familia se alegraban, a un apestado y alguien a quien alejar de su princesita.
               Le había dicho a Sabrae que yo era boxeador aunque estuviera retirado, que nunca dejas realmente los guantes si eres bueno en eso, y yo era muy, pero que muy bueno. Sergei no escatimaba en elogios conmigo, y cuando le dije que me retiraba porque mi madre y mi hermana ya no lo soportaban, me había mirado con una tristeza en los ojos que, a día de hoy, cuando la recordaba, todavía me partía el corazón.
               -No voy a tener a otro tan bueno como tú, Alec. Realmente lo lamento. Podríamos haberlo logrado, ¿sabes? Podríamos haberte convertido en un campeón. Estás destinado a hacer historia.
               Esas palabras de Sergei me habían perseguido en cada entrenamiento desde que dejé de prepararme para un combate, y habían resonado entre las paredes de mi habitación, reflejadas en mis trofeos y medallas y raspando la tela de mi suavísima chaqueta de boxeador. Yo también había visto en mí ese potencial, y había creído que una parte de mí jamás dejaría de añorar esa gloria que había probado y no degustado ni de llorar la muerte de una vida que no había tenido ocasión de reclamar para mí.
               Y luego Sabrae había dormido desnuda en esa misma cama en la que yo me había hecho tantas preguntas y había llorado tanto, después de escribirme cartas que harían sonrojar a los poetas que vinieran después que ella porque por mucho que lo intentaran nunca llegarían a su nivel; y a los anteriores, suspirar de alivio por no haber tenido que competir con ella y poder hacerse un nombre antes de su nacimiento, y yo había sumado dos y dos. Era una poetisa y todavía no lo sabía; era la hija de un cantante que había recibido premios por escribir sobre ella. Su voz era preciosa y potente; se lo planteara o no, podría vivir de ella. Ya sonaba en algunos discos. Era cuestión de tiempo que Sabrae empezara a componer, y sería ahí donde yo haría historia: en las letras de las canciones de amor de Sabrae. Me había retirado subcampeón porque las estrellas no querían que confundiera mi verdadero destino: no había nacido para trascender siendo un campeón en el boxeo, sino la musa de cien baladas.
               Mi nombre no le pertenecía a un cinturón de los pesos pesados, sino a la placa de un Grammy.
               Aun así, aunque ese fuera mi destino… había aprendido un par de cosas de mi paso por los cuadriláteros. Y una de ellas era que eras responsable de cada golpe que tu contrincante te daba: habías bajado la guardia, no habías calculado bien la velocidad o el ángulo, te habías sobrevalorado o le habías subestimado. Sergei siempre, siempre, siempre me hacía ver mis combates grabados para señalar defectos a corregir en la siguiente pelea, y lo mejor de mí era que, a pesar de mi edad y de mi arrogancia, a pesar de que me creía invencible, hacía caso a los hechos y actuaba en consecuencia. Y los hechos era que yo tenía moratones por el cuerpo, costillas rotas o esguinces. Así que analizaba mis combates para procurar que eso no se repitiera.
               Y eso hice con la pelea de Sabrae y Sherezade. Sentado en mi cama del voluntariado, desnudo y con el sudor sustituyendo al agua que me corría con la piel por lo caluroso del día y lo pegajoso de su calor, empecé a pensar en la discusión de madre e hija que la última calificaba como “bochornosa” y como algo que yo no debería haber presenciado. Pero, después de pegarle un repaso de arriba abajo, me alegré de haber estado allí y haberme metido en medio, porque me di cuenta de que no habría dormido tranquilo de haber sabido que a Saab y su madre les había pasado algo y no tener ni idea de qué podía ser, o engrandecerlo todo.
               Después de repasar mil veces los gritos que se habían dado, irremediablemente llegué a la conclusión de que la culpa había sido mía. Le había dicho que sí, le había dicho que la quería y que era listísima: no sé cuál de esas tres cosas era la que más le gustaba, pero había funcionado para convencer al ser más terco que existía de que tenía que conseguir ese avión costara lo que costase. Sabrae era como un pitbull una vez que se encaprichaba de algo, y yo lo sabía. Lo sabía y aun así no había reculado lo suficientemente rápido cuando Sherezade le dijo que no. Había tirado de ella solamente con suavidad, en lugar de con la firmeza que requería el momento.
               Claro que… un momento.
               Espera un momento.
               Tengo 18 años y yo no soy su padre, sino su novio. Se supone que tengo que animarla a hacer estas cosas, a ser caprichosa y consentirla, y que son sus padres quienes deben pararle los pies y decirle que algo no puede ser.
               Me puse en pie y me giré para mirar las fotos que le había tomado: eran fotos hechas en un ángulo en el que no las hacía alguien que educara, sino alguien cuyo principal objetivo era hacer feliz, hacer soñar.
               -Soy su novio-dije en tono de revelación porque, como leíste hace una semana y has leído al principio de este capítulo… soy gilipollas, querida lectora.
               Se me aceleró el corazón mirando la foto de Sabrae con la mariposa en Mykonos, nuestro cielo en la tierra particular, ese rincón del planeta en el que nos habíamos mirado a los ojos y habíamos visto en ellos el reflejo del brillo del lazo dorado que nos unía mientras hacíamos el amor bajo la cúpula de zafiro sostenida por las estrellas y las mantas de plata líquida que eran las olas del mar. No era culpa mía pedirle que se quedara conmigo, ni querer estar con ella o que ella quisiera estar conmigo. Se suponía que era esto lo que yo tenía que hacer. ¿Y no querían que lo hiciera? ¿Qué querían de mí, entonces? Yo sólo quería estar con ella. Habían discutido porque ella quería estar conmigo, que es lo que se supone que hacemos los adolescentes cuando estamos enamorados: desvivirnos por estar con nuestra pareja y ya veremos lo que hacemos después.
               Vale que mi relación estaba muy asentada, pero aun así pedirnos que fuéramos sensatos y nos dijéramos adiós como una pareja casada que ya se aburre el uno del otro… no podían pretender en serio que nos separáramos sin más.
               Joder, y si lo pretendían y luego nos separábamos, entonces yo también haría algo mal. Renunciaría a Sabrae demasiado pronto, no lucharía lo suficiente por ella… Joder, ¿esto era por el puto voluntariado? ¿No me querían con ella porque me había ido sin más? Porque no tenían ni idea de lo que… ella había… nosotros… tenía que hacerlo. Por ella y por mí y por los dos. ¡Nos habían dicho que les parecía bien! ¿Y ahora ya no? ¿Y se metían entre nosotros?
               ¿Por qué?
               Noté algo en el límite de mi campo de visión, pero cuando me giré para mirar qué era, me di cuenta de que no había nada físico en la cabaña conmigo, sino ese pequeño foco que siempre precedía a los puntitos que llenaban mis ojos en los ataques de ansiedad más gordos. De repente tenía los pulmones llenos de agua, y respirar me costaba todo un triunfo. Levanté la vista, intentando concentrarme para recordar los consejos de Claire para superar mis ataques de ansiedad, pero el cerebro me iba a mil por hora; Zayn y Sherezade ya no querían que estuviera con Sabrae y yo no tenía manera de revertir aquello, y aunque Saab decía que no le importaba, su familia era muy importante para ella, y terminaría queriendo ganarse de nuevo su favor, así que mis días con ella estaban contados, y…
               Para. Para, para, para, me suplicó Sabrae en mi cabeza, y yo miré su foto con la mariposa en Mykonos. Me vi hiperventilando en el reflejo del cristal de la ventana y me concentré en mi mirada, que parecía la de un psicópata.
               -No se te ocurra tener un puto ataque de ansiedad ahora-le escupí al tío del cristal.
               Y, milagrosamente, recuperé el control de mi cuerpo.
                Tenía que pensar con claridad; no podía dejar que me venciera el pánico que me producía el pensar que ahora la pelota estaba en mi tejado y que me correspondía a mí elegir entre razón y corazón. Encontrar la manera de cumplir los deseos de Sabrae sin hundirme en la mierda que suponía el pensar que sus padres ya no me querían cerca de ella porque se habían dado cuenta de alguna forma de toda la mierda que yo tenía detrás, y que podía acabar salpicándola, o que puede que lo hubiera hecho ya. Porque la verdad es que aquel comportamiento no era propio de Sabrae, por mucho que sí lo fuera de cualquier otra persona, y puede que yo que la hubiera cambiado de alguna forma, igual que ella lo había hecho conmigo. Que ella me hubiera mejorado no quería decir que yo lo hubiera hecho igual.
               Joder, cómo necesitaba meterme en un gimnasio a vapulear un saco de boxeo con el que poder despejarme la mente, limpiarme las malas ideas de la piel con sudor. Consideré durante un instante el tratar el trabajo con Nedjet y el resto de los obreros y protectores como esa terapia que necesitaba urgentemente, pero rápidamente deseché la idea: sabía que me pincharían igual que lo habían hecho siempre y yo no estaba de humor para que me tocaran los cojones. Probablemente saltaría y me terminarían echando del voluntariado por violento (no había leído nada de cuál era la política respecto a las agresiones, pero dudaba que no fuera de tolerancia cero, especialmente en el santuario), y eso no sería sino un motivo más que Zayn y Sherezade tendrían para querer mantenerme lejos de Sabrae.
               Pero tenía que salir de la cabaña. No podía quedarme en el mismo sitio en que estaban las fotos de Sabrae, las cartas de Sabrae, en esa cama en la que soñaba con Sabrae y me había masturbado pensando en Sabrae. Sí, Saab me había dicho que confiaba en que tomara la decisión adecuada, pero por mucho que me doliera tener que considerar todas las acciones, no me quedaba otra sino considerarlas. Sentía la balanza decantándose peligrosamente hacia un lado que a ninguno de los dos nos gustaría, pero tampoco me había gustado tener que dejar el boxeo en su momento y había terminado haciéndolo porque sabía que eso era lo mejor para todos, aunque no lo fuera para mí. Porque, oh, joder, yo sabía que dejar a Sabrae no era ni de coña lo mejor para mí. Había hecho tantas cosas por mí, me había hecho mejorar tanto, que ni con un año entero enumerando lo que me había cambiado la vida sería capaz de decirlo todo sin dejarme algo en el tintero, pero hacía tiempo que no se trataba de mí. De hecho, había dejado de tratarse de mí desde aquella primera noche en que controlé mi impulso de seguir dentro de ella, disfrutando de su presión en mi polla y de la sensación de sus curvas en mis manos, cuando la noté ponerse tensa y descubrí que estaba llorando porque le estaba haciendo daño durante nuestra primera vez.
               Toda mi relación con Sabrae se había basado en que yo la protegía y ella disfrutaba. Y había dejado de hacerlo cuando su pelea con Sherezade, así que… por mucho que me jodiera admitirlo, la verdad es que entendía a sus padres. Si yo era lo mejor para ella, me celebraría como el que más; pero si lo que hacía era hundirla, me apresuraría en tratar de apartarme de ella a la mayor brevedad posible. Y, ¿qué mejor manera de hacerlo que cuando yo estaba a seis mil kilómetros de distancia y lo tenía muchísimo más difícil para convencerla de que no debíamos romper? Debo decir que mis aún suegros eran unos estrategas de la hostia.
               Me puse unos pantalones y una camiseta de tirantes, a regañadientes recogí la carta, más para que Luca no le echara un vistazo de refilón o me preguntara por ella cuando volviera a nuestro cuarto, y salí de la cabaña. Eran las horas centrales del día y en el campamento reinaba un extraño silencio, sólo interrumpido por las voces de mis compañeros en el lago: debido a la ola de calor, Valeria les había dado el día libre y todos estaban aprovechando para meterse en el agua a refrescarse, tratando de sobrellevar ese infierno en la tierra. Acercarme al lago, el punto en el que mi decadencia había empezado, quedaba descartado, entonces.
               Atravesé el campamento en dirección al santuario, y en el recodo que le daba intimidad con respecto al asentamiento de la Fundación, me arrimé a los árboles hasta entrar en la línea de la selva, asegurándome de que nadie me viera mientras desandaba mis pasos y rodeaba el claro del campamento, caminando y caminando y caminando hasta que llegué a uno de los embarcaderos a los que apenas se les daba uso, resguardado de la vista por un pequeño entrante de árboles en el agua. Una caseta con tres paredes guardaba los instrumentos que se utilizaban más a menudo en él: cabos, redes, remos viejos y cantimploras vacías. Era el sitio perfecto para estar en soledad y poder pensar.
               Poder llorar si lo necesitaba. Y resultó que lo necesitaba, vaya que sí. Fue posar el culo en el suelo, la espalda pegada a una de las paredes, y nublárseme la vista. ¿Cuándo coño iba a parar esto? ¿Cuándo me iban a dar un puto descanso? ¿Es que dieciocho años luchando por sacar la cabeza del agua y tratar desesperadamente de ser suficiente y merecerme el espacio que ocupaba no significaban absolutamente nada?
               Dejé que mi rabia se hiciera con el control, no negando ninguna de mis emociones tal y como me habían enseñado Sabrae primero y Claire después; dejé que el fuego me consumiera, que el hielo me partiera en dos, y aunque a ellas no les habría gustado en absoluto, me regodeé en pensar que puede que aquella fuera la última carta de Sabrae por mucho que ella me hubiera suplicado que no fuera así. Había dejado la decisión en mis manos porque sabía que Zayn y Sherezade habían dado en el clavo: decirle que no me querían con ella no sería suficiente para que ella rompiera conmigo.
               Pero sí para que yo rompiera con ella.
               Mirando la selva extenderse tras los árboles, el mundo abriéndose paso en los recovecos de los troncos y la vitalidad que allí había me hizo preguntarme si yo no era tan diferente de todas las alimañas que había en los rincones en que el sol era un bien preciado que rara vez se hacía ver: quizá tuviera que luchar toda mi vida por sobrevivir, cargando con unas culpas que eran mías y a la vez no, y que sólo hacían que la gente de mi entorno sufriera.
               Yo no era imparcial con Sabrae. La hacía demasiado feliz como para no pensar que me merecía el tiempo a su lado, y la veía sonreír demasiadas veces como para que se me olvidaran las que lloraba por mi culpa, a solas en su habitación. Ella resplandecía cuando estaba conmigo, pero no era tan gilipollas como para pensar que eso no podía ser perfectamente un espejismo que no definía nuestra relación. Sabía que  yo no veía las cosas tal y como eran; tampoco lo había visto mi madre cuando empezó la relación con mi padre, y aquella ceguera era, precisamente, lo que la había alejado de Mamushka y prácticamente le había costado la relación con la tía Sybil.
               Pensándolo en frío, por mucho que fuera propio de una adolescente, ponerse como una energúmena no era propio de Sabrae. Aunque yo había tenido que pararle los pies muchas veces cuando estábamos enrollándonos y ella sólo pensaba en follar conmigo sin condón, una cosa es que en el calentón del momento mi chica no rigiera bien, y otra muy diferente que estuviera dispuesta a enfrentarse a su familia por mí. Ella misma había reconocido en esa sentencia de muerte que yo tenía en la mano que su madre era muy importante para ella, que su relación era muy estrecha y que estaba destrozada por no tenerla para sí, pero que me eligiera sin dudarlo ni pensárselo dos veces…
               La opinión que Zayn y Sherezade tenían de mí podía estar perfectamente justificada. Quizá ellos vieran cosas que a mí se me escapaban, escucharan en nuestras conversaciones palabras que ni Sabrae ni yo pronunciábamos. Después de todo, yo era mayor que ella y tenía más experiencia; precisamente por eso Sherezade había querido cultivar la relación con su hija, para asegurarse de que examinar todas las señales y apartarla de mí en cuanto hubiera algún indicio de que podía hacerle mal. Aun así… joder, me gustaría que me hubieran dado alguna oportunidad de corregirlo, de poder explicarme y asegurarme de que esto no era todo un malentendido.
               Yo era hijo de un maltratador. Tenía todas las papeletas para haber heredado esos genes malignos de mi padre. Joder, ¡si incluso la primera relación que había visto había sido la de maltrato entre mis padres! Por fuerza tenía que influirme aquello. Puede que tuviera comportamientos interiorizados que Sabrae no identificaba como peligrosos, pero que Sherezade, mucho más lista, era capaz de ver claramente como indicios de que las cosas iban a desmadrarse tarde o temprano. Normalmente los maltratadores alejan a sus víctimas de todo su círculo social para luego quitarse la careta, ¿y si yo estaba haciendo eso con Sabrae, aunque no me diera cuenta? No me molaba que fuera por ahí con sus amigas, lo admito: por mucho que las tolerara y en ocasiones me parecieran simpáticas, una parte de mí jamás podría perdonarlas por haber sido la causa de tanto dolor entre nosotros. ¿Y si esa parte de mí era una semilla esperando las condiciones ideales para germinar?
               ¿Y si sus amigas me molestaban ahora, y sus padres me terminaban molestando más adelante?
               Tenía que estar cambiándola. Por fuerza tenía que haberle hecho algo que justificara que se hubiera comportado de una forma que a sus padres no les gustara ni un pelo, y no podía culparles por echarme la culpa a mí.
               Joder.
               Joder.
               Joder.
               La verdad cayó sobre mí como un jarro de agua fría.
               Tenía que romper con ella. No me quedaba otra.
               Me quedé mirando la carta, la primera frase. Mi preciado sol. Quizá habíamos volado demasiado alto y demasiado rápido, y nuestras alas se habían derretido y ahora nos precipitábamos hacia el suelo. Los Malik sólo podían salvar a uno de los dos, y nadie les culparía por elegir a su hija.
               Bueno, pues la decisión estaba tomada. Yo también elegiría a su hija antes que a mí. Incluso si eran mis padres quienes tenían que salvarme yo nunca les perdonaría que me eligieran a mí y no a Sabrae. Tenía que cortar esto. Tenía que dejarla libre. Tenía que aprender a pensar en ella como alguien que ya no estaba en mi vida, porque si ella no era capaz de ser mi amiga, imagínate yo. Dudaba, siquiera, que fuera capaz de vivir en la misma ciudad que ella. Me aterrorizaría la idea de encontrármela a la vuelta de la esquina y tener que ver todo lo que había tenido y perdido por ser un gilipollas incapaz de controlar su herencia genética y sus impulsos más ruines.
               Tomé aire y lo solté muy despacio. Ya había encontrado la solución al problema. Ahora sólo quedaba avanzar hacia ella. Y sabía muy bien cómo tenía que hacerlo: Claire me había entrenado a conciencia para que el proceso de sanación me fuera tan familiar como el respirar o el caminar.
               El primer paso para curarte era identificar qué estaba mal en ti, y, luego, tenías que decir en voz alta lo que tenías que hacer para empezar a caminar en esa dirección.
               Pero tenía la boca seca y la garganta completamente cerrada. Me costaba respirar. Dilo, Alec. Dilo. Dilo.
               Me relamí los labios. Me parecía surrealista que el mismo idioma que servía para decirle a Sabrae todo lo que me hacía sentir tuviera las palabras necesarias para destrozarnos el alma a los dos.
               -Tengo que…
               Dilo.
               D. i. l. o.
               -Tengo que dejar a…
               Dejar de fumar. Dejar de follar como un animal en celo. Dejar de comportarme como un mamarracho. Dejar de obedecer a mis peores instintos.
               Pero ¿dejar a Sabrae? Dejar a Sabrae nunca. Todo mi cuerpo se rebelaba ante la idea, como si estuviera intentando meterme en una piscina de llamas o respirar debajo del agua.
               DILO.
               ­-Tengo que dejar a Sabrae-escupí, jadeante, y una nueva oleada de ansiedad se apoderó de mí. No me resistí esta vez, sino que dejé que mi cuerpo me torturara durante…
               ¿Tres segundos? El universo entero se rompió durante tan solo tres segundos. Me esperaba algo más. Me esperaba más dolor. Honestamente, me esperaba morirme de aquella; eso solucionaría muchos de mis problemas.
               Escuché el silencio con atención y miré en derredor. ¿Me había muerto de repente, como si hubiera pronunciado un conjuro destructor que me había eliminado de la faz de la tierra y me había mandado al purgatorio? Todo parecía igual que antes, como si no hubiera pasado absolutamente nada, como si el momento más trascendental de toda mi vida no acabara de ocurrir. Había construido todas mis ilusiones y mis planes de futuro alrededor de Sabrae y de lo feliz que ella me hacía; lo menos que podía suceder era que me cayera un meteorito encima.
               -Tengo que dejar a Sabrae-probé de nuevo, y levanté la vista. Nada. La selva siguió silbando a mi alrededor, y a pesar de que hacía un calor del demonio, ninguna bola de fuego me cayó encima-. ¡Tengo que dejar a Sabrae!-le grité a la cúpula celeste, en la que no había ni una sola nube que pudiera impedirles escucharme a las estrellas.
               Nada.
               Tengo que dejar a Sabrae. La idea se aposentó en mi interior, cayendo sobre mí y mis esperanzas como una losa. No iba a volver a casa porque Sabrae era mi casa e iba a destrozarla; no me despertaría con ilusión cada mañana pensando en que me quedaba un día menos para verla, ni prestaría atención a las cosas que me pasaban por el placer posterior de contárselas con todo lujo de detalles; no esperaría con impaciencia que llegaran días concretos en el calendario para tener una excusa para hacer algo especial con ella. No volvería a disfrutar del mejor sexo de mi vida. No volvería a besar a ninguna chica, porque Sabrae era la única que existía. No volvería a creer que cada milímetro que me separara de ella merecería la pena por lo que supondría reencontrarnos, pues eso nunca sucedería.
               No iba a volver a ser yo. Nunca. Jamás. Mi nombre sería una palabra más en la riqueza del inglés, no la unión más excepcional que se había escuchado nunca simplemente porque salía de sus labios. Sí, vale, tenía que dejar a Sabrae. Solamente por su bien, pero con eso era suficiente para mí.
               Cogí la carta y me la quedé mirando. Me dije a mí mismo que puede que las cosas fueran mejor así, yo dando un paso atrás y ella continuando con su camino. Quizá en algún momento de su vida se diera cuenta de lo que sus padres habían evitado y les daría las gracias por no haber dejado que se quedara atascada conmigo. Porque, a ver, ¿Sabrae se merecía realmente a alguien que la dejaba atrás sin más? Había sido un imbécil no dándome cuenta de que la pelea tendría consecuencias, y aun así no había tenido problema en subirme al avión de vuelta al voluntariado porque estaba demasiado ocupado embobado por lo guapa que era.
               Y ya no solo era por ella. También era un poco por mí. Es decir, imagínate que hago oídos sordos de lo que sus padres opinan de mí y decido que tenemos que seguir juntos porque no hay otra opción para mí. Saab y yo sabemos de sobra los problemas que tengo de autoestima, ¿quién dice que no se terminaría sintiendo culpable por haberme dicho aquello cuando sabía lo mucho que me iba a afectar lo que Zayn y Sherezade pensaban de mí? No ser bienvenido en su casa haría que dejara de pasarme por allí. No poder dormir en su cama era un precio que ni Saab ni yo estábamos dispuestos a pagar.
               Me puse en pie y rehíce el camino de vuelta a la cabaña, notando cómo el sudor me descendía por la espalda mientras el sol me pegaba una auténtica paliza, como si quisiera detenerme. Pero yo era un hombre con una misión.
               Sé un hombre, me decía con cada paso. Sé un hombre. Sé un hombre.
               Cada paso que daba me costaba un triunfo. Me descojono yo de lo nervioso que me había puesto en mis últimos combates, cuando realmente me había jugado algo, y había sido casi incapaz de mantenerme erguido en el pasillito de camino al ring.
               Subí los escalones de la cabaña y entré dentro con la carta todavía en las manos. La dejé sobre la cama y me froté la cara. Pasara lo que pasara, tenía que asegurarme de que Sabrae no se arrepintiera de haberme dicho la verdad. Yo también prefería mil veces que me rompiera el corazón y que siguiera confiando en mí a que me ocultara información para no hacerme daño.
               Cogí la silla y tiré de ella para sentarme a la mesa y poder redactar el documento más importante desde los tratados de Versalles.
               Y entonces vi mi colgante con su anillo y las chapas que me había regalado en nuestros viajes. Los llevaba conmigo a todas partes: trabajaba con ellos, dormía con ellos y me había chupado broncas de la hostia de Nedjet por negarme a quitármelos cuando él me lo había exigido en una obra, porque ninguno más que yo llevaba nada por el estilo y, según él, “podían acabar con mi vida”.
               Hicieron justo lo contrario en ese momento. Me los había quitado para ducharme para poder secarme tranquilo, y los había dejado encima de la mesa para no perderlos. Por eso, precisamente, no había estado sometido a sus poderes de protección.
               Recogí el colgante con el anillo y las chapas, pasé el pulgar por las marcas que Sabrae había pedido que les hicieran y me quedé mirando la de Barcelona.
               Boy, I’d do this often
               Aquel viaje había sido la puta hostia. Nos había cambiado la vida a ambos; nos habíamos hecho fotos en lugares que sentíamos que sólo nos pertenecían a nosotros, habíamos cantado canciones que sólo estaban hechas para nuestras voces, y habíamos saboreado ese futuro que habíamos creído al alcance de la mano.
               Un futuro al que no me salía del rabo renunciar, me cago en Dios.
               Levanté la vista y vi mi reflejo en el espejo, con tan buena suerte que el sudor había hecho que mi camiseta se me pegara más al cuerpo, dejando al descubierto el principio de mis cicatrices.
               Había dejado de follar con todo lo que se movía por ella. Me había vuelto más respetuoso por ella. Me había sacado el curso por ella. Había empezado a ir al psicólogo por ella. Había vuelto de entre los muertos por ella. ¿Qué cojones más querían Zayn y Sherezade que hiciera por su hija?
               Porque lo haría. Me cago en Dios, lo haría. Por Sabrae haría lo que fuera. Incluso dejar de hacer esta puta mierda: dejar de ser yo, de torpedearme constantemente, de creer que valgo lo que dicen los demás que hago (una mierda) y no lo que cree mi novia, la persona que mejor me conoce de todo el mundo.
               Si creían que era malo para Sabrae y ése era el precio que tenía que pagar por su amor, bien poco me parecía. Sobre todo porque ni siquiera era tan cabrón como para pensar que Saab me lo había dicho porque no hubiera sido capaz de convencerla del todo de que teníamos que seguir juntos, de que estábamos hechos el uno para el otro; ella jamás se arriesgaría a hacer que yo me considerara indigno: me estaba diciendo la verdad.
               El problema era que a mí me la bufaba la verdad. Llevaba bufándomela desde que había puesto los ojos por primera vez en ella, y no me refiero a aquella noche en que la vi por primera vez como realmente era, sino la verdadera primera vez que la vi. Tan pequeñita, tan vulnerable que yo me había lanzado a protegerla sin dudar de cualquiera que se le pusiera por delante, incluido mi hermano, con el terror que le tenía, y que retrocedía cuando se trataba de Mimi y de ella.
               Además, si yo era tan malísimo para Sabrae, ¿por qué coño me miraba como lo hacía? Me miraba como si fuera yo el que hacía que el sol se levantara cada mañana y el que diseñaba el cielo nocturno cada noche; como si yo pusiera las sombras en los días de calor abrasador y las bebidas calientes en las noches de invierno. Me miraba como si ella hubiera nacido para ser mujer y su feminidad sólo tuviera sentido en mi masculinidad. Me miraba como si sólo pudiera ser Sabrae cuando estaba conmigo.
               Me miraba como mamá miraba a Dylan, y ni de puta coña iban a decirme Zayn y Sherezade Malik que mi padrastro era malo para mi madre cuando literalmente le había salvado la vida.
               Me miraba como la mismísima Sherezade miraba a Zayn. ¿En serio no era bueno?
               ¿Qué coño querían que hiciera? Toda mi personalidad se basaba en que Sabrae me quisiera. Estaba en ese puto país para ser digno de ella; lejos de mi familia, de mis amigos, de todo lo que conocía y de las comodidades que había en Inglaterra para poder merecerme a su puta hija. Ésa a la que no le dejaban hablar de las condiciones en las que había llegado a la familia y a la que abofeteaban delante de mí por comportarse como una adolescente caprichosa, básicamente lo que era. ¿Y a Sherezade le molestaba que yo me pusiera protector con ella? Debería dar gracias de que no le arrancara la puta cabeza por ponerle una mano encima a mi chica delante de mí.
               Sí, vale, le había dicho a Sabrae que no aceptaría nada que no fuera que no me quisiera, pero esto era distinto, no habíamos contado con ello. Y en circunstancias normales, ya ves que no tendría problema en dar un paso atrás y apartarme de los focos. Pero no estábamos en circunstancias normales y, francamente… me merezco algo mejor que esta puta mierda que están intentando hacerme pasar. Sabrae se merece algo mejor que esta puta mierda que están intentando hacerme pasar.
               Siempre te elegiré a ti, y quiero que tú también lo hagas.
               ¿A ti frente a cualquier otra chica de mi pasado? Hecho. ¿A ti frente a Bey, Pers, Pauline o Chrissy? Hecho. ¿A ti frente a los tres mil millones de personas que resultan ser mujeres en este planeta? Hecho. ¿A ti frente a Sherezade Malik, el mito erótico de mi infancia y adolescencia? Por Dios, Sabrae. HECHO. ¿Quién coño necesita mitos cuando tiene pruebas de que existe Dios?
               No era tan gilipollas como para pensar que no sería fácil. Joder, iba a ser un puto maratón por el infierno. Me había venido a un país que no conocía, en el puto culo del mundo, sin apenas contacto con la gente que más me importaba, y para colmo no era feliz. Pero no podía decirle todo eso a Sabrae, o se sentiría culpable por haberme pedido que me fuera para que los dos pudiéramos crecer. No podía decirle que había perdido la sabana y que ahora me sentía un desgraciado al que le estaban afectando de verdad los castigos de Valeria para que ella creyera que me arrepentía de las decisiones que había tomado, porque sabía que dentro de un año estaría de vuelta en Inglaterra, probablemente con ella sentada en mi cara y sintiéndome un puto dios simplemente por tenerla conmigo. Si ése era el precio a pagar, que así fuera. Me costaría, pero lo pagaría.
               Prefería mil veces esto a la perspectiva de no poder contarle nada más. Había venido a Etiopía a espabilar, a crecer y ser un hombre, ¿no? Pues eso era exactamente lo que iba a hacer.
               Sherezade había metido la pata hasta el fondo creyendo que decirle eso a Sabrae supondría despejarle el camino. Saab había dado en el clavo hablándome de su adopción, el único tema que nos pertenecía íntegramente a nosotros, el único punto en el que yo partía con ventaja respecto a todos los demás. No le quitaría ese pequeño refugio que tenía en mí simplemente porque sus padres tuvieran una mala concepción de mí. Además, ¿qué cojones? ¿Sabrae daba una mala contestación y yo ya era una pésima influencia que tenía que irse de su vida? Mira, podría tragarme un montón de cosas con respecto a que yo frenaba a Sabrae, pero ésa, precisamente, iba a ser que no.
               Si Zayn y Sherezade pensaban eso, por mí podían irse a tomar por culo. Si creían que me rendiría sin luchar es que estaban chalados. Y si pensaban que podían desafiarme, habían metido la pata hasta el fondo. Soy el puto Alec Whitelaw, joder. A mí no me desafía ni Dios.
               Y menos cuando se trata de mi novia.
               Miré al rey que tenía delante, un poco distinto a la última vez en que se había aparecido delante de mí: era algo más alto, tenía más músculos, el pelo más corto, estaba más moreno y había cambiado sus guantes y su chaqueta de boxeador por unas cicatrices que, si bien prefería que no estuvieran allí, agradecía al infinito porque suponían que estaba, que no había dejado a la viuda más injusta del planeta atrás; a su alrededor ya no había azulejos, parqué ni taquillas de vestuarios, sino dos camas deshechas y muebles más bien austeros, pero… seguía siendo el mismo que se había retirado subcampeón.
               Y quería su revancha.
               -Tiramos p’alante-dijimos los dos.
               Y nos sentamos a escribir.
 
 
Le pasé el protector solar a Taïs mientras Kendra terminaba de pelar su manzana, cuyas mondas estaba colocando en un pequeño montoncito que luego tiraría en el cubo del compost para el huerto ecológico del instituto. Hacía un día precioso, de esos que te parecen un regalo en verano y una cruel broma del destino cuando ya has empezado las clases, como era mi caso. No obstante, lejos de tomármelo como si el cielo estuviera regodeándose en su libertad mientras yo estaba encerrada seis horas al día, había decidido invertir el poco optimismo que me quedaba en verlo como un regalo para no estar en casa.
               Se me caían encima las paredes de ese edificio que una vez había sido mi hogar, y desde que había empezado el curso el miércoles de la semana pasada, me había descubierto a mí misma añorando el fin de semana para poder irme a dormir a casa de Alec y no sentir que estaba en un lugar de prestado, sino que me pertenecía por derecho propio. Tenía gracia que me sintiera así en mi propia casa, en la que había crecido y había tenido todas mis primeras veces salvo un par de excepciones contadas, pero así era. Por mucho que echara de menos a mis hermanas, la situación con mis padres, y especialmente con mi madre, se había vuelto tan insostenible y dolorosa para mí que había empezado a comportarme como Scott: apenas pasaba por casa más que para comer y dormir. En las mejores ocasiones ni siquiera tenía que cenar allí, pues ya venía cenada de quedar con mis amigas, entre las que ya contaba a Mimi, o de las visitas a Josh en el hospital. Por supuesto, mis ahorros empezaban a acusar este trote que me traía, comportándome como una influencer que no tiene que pagar ni por sus carísimas prendas ni tampoco por sus cenas de gala, y me daba miedo subirme a la pesa y descubrir que mi cuerpo también empezaba a reprochármelo, pero… no podía estar en casa. Tenía que pasarme allí el menos tiempo posible, y nada de lo que había hecho para entretenerme hasta entonces me servía ahora: ya no podía ver realities con Shasha, porque eso significaba estar en el salón y mostrarme disponible; leer en mi habitación, pues parecería que estaba en silencio para escuchar los pasos de mis padres de un lado a otro del pasillo; ni tampoco podía tomar el sol, pues en cualquier momento mamá podía aparecer a hacer yoga o investigar todavía más entre sus documentos en el comedor y hacerme sentir su mirada sobre ella.
               Odiaba estar en casa porque parecía disponible y desamparada, desesperada por que mamá viniera a verme y me dijera que me echaba de menos y quería que nos perdonáramos, porque era así exactamente como me sentía. Y se me antojaba tan evidente que la indiferencia de mamá me serraba en las costillas.
               Por eso tenía que hacer cuantos más planes, mejor. Al menos hasta que empezara a tener exámenes y tuviera una excusa para poder pasarme las tardes en la biblioteca, aunque fuera sola. No podía tampoco ir al gimnasio: estaba totalmente descartado. Todo el edificio exudaba la esencia de Alec, y todo lo que habíamos hecho allí, sexual o no, era demasiado para que yo lo soportara. No sabía cuánto quedaba para recibir la carta de Alec, pero cada día que llegaba a casa y me encontraba con que no había correo internacional dirigido a mí era un puñal que podía sacarme del corazón y dos que se me clavaban más tarde: tenía descanso, sí, pero al precio de que mi ansiedad aumentara al darme cuenta de que quedaba menos. Menos para… todo. Para quedarme soltera, para que mi mundo se destruyera, para decirle adiós a ese futuro que me había ilusionado como pocas cosas en mi vida, y eso que yo soy una persona que se ilusiona muy fácilmente. No estaba preparada para decirle adiós a Alec, para volver a sentirme culpable cuando me diera placer a mí misma, para echarlo de menos aun no teniéndolo y no saber nada de él mientras estuviera en Etiopía y luego no poder acercarme a él cuando regresara del voluntariado. Ni siquiera sabía aún qué le diría a Annie cuando le devolviera las llaves de su casa y le dijera que había sido un placer ser su nuera por unos meses de ensueño que, sin duda, habían sido, eran y serían los mejores de toda mi existencia. No quería pensar en lo que sería dormirme en mi cama sin saber que tenía la alternativa de la suya, más grande, más suave y más cómoda porque, si me concentraba lo suficiente, podía notar aún la calidez de su cuerpo junto al mío como la primera vez que dormimos junto allí.
               No quería pensar en cuántos trocitos se me rompería el corazón cuando abriera la solapa de aquel sobre que contendría mi sentencia de muerte y el tiempo que pasaría recogiendo aquellos pedacitos. Probablemente no terminara nunca, ni aunque viviera cien años. Supongo que ése es el precio de amar a alguien tan grande como Alec: cuando se van, dejan un ti un vacío imposible de rellenar.
               Y estar en casa sólo era recordarme a mí misma constantemente de quién era la culpa de aquel vacío.
               -Se está genial al solecito, ¿no os parece, chicas?-preguntó Momo, que estaba sentada en el césped, las piernas extendidas y los codos en la hierba, reclinándose para absorber la mayor cantidad de sol.
               -Ajá. Deberíamos pirar Mates-dijo Ken, dándole un mordisco a su manzana.
               -No vamos a pirar Mates-respondió, tajante, Taïssa, echándose la crema en las piernas. Por suerte era de rápida absorción, así que no notaríamos nada cuando volviéramos a clase.
               -Sólo era una idea-replicó Ken. Por descontado, no lo decía en serio. Las tres se habían dado cuenta de lo despacio que hacía yo los ejercicios al final de las clases, todo para tener una excusa para encerrarme en mi habitación hasta que llegara la hora en la que hubiéramos quedado y poder irme sin más, sin tener que cruzar palabra con nadie más allá del genérico “me voy” mientras cruzaba la puerta.
               -¿Y si vamos a la pisci?-preguntó Taïssa-. Pronto empezará a hacer frío y la cerrarán.
               -Por mí bien-le sonrió Momo al sol. Me dio un toquecito en la espalda y yo asentí con la cabeza.
               -Todavía no estoy preparada para guardar mi bikini-asentí, y le di una vez más las gracias a los cielos por tener a las chicas conmigo. Sabían de sobra que se me caía la casa encima y no permitían que eso sucediera: todos los días, sin excepción, me proponían unos planes que ya de por sí no rechazaría en una situación normal, así que menos aún en esta. Ya habíamos ido al parque de atracciones dos veces, a los mercados callejeros otras dos; a una guardería canina como voluntarias la semana pasada, y habíamos recorrido Oxford Street y los centros comerciales aledaños lo menos cinco veces desde que le había enviado la carta a Alec. Sí, sé que eran muchos planes, pero es que necesitaba estar entretenida. Enseguida nos aburríamos de lo que tuviéramos planeado, y pasearnos por las tiendas mezclándonos con los turistas era una buena manera de matar el tiempo antes de que llegara la hora de cenar y regresar a casa.
               -¿Hoy te toca a ti ir a ver a Josh?-preguntó Taïssa. Me habían acompañado también al hospital, aunque en un par de ocasiones se habían limitado a quedarse en la cafetería para no agobiar al chiquillo mientras yo subía a hacerle compañía en la habitación. Él se alegraba muchísimo de verme y siempre me pedía que regresara al día siguiente, pero, egoístamente, yo le respondía que me había repartido con los amigos de Alec para no monopolizarlo, cuando la realidad era que no soportaría estar con él varios días seguidos, y menos durante mi espera por la ruptura: le apetecía demasiado hablar de Alec como para que yo pudiera mantener la entereza durante varios días seguidos, y no quería que se preocupara por mí ni por si dejaba de ir después de su operación. Ya estaba todo listo para su trasplante de dentro de una semana y media, y él debía estar relajado para que todo fuera como la seda. No quería cargar con el peso de retrasarle una operación porque yo no era capaz de aguantarme las lágrimas mientras hablábamos de lo increíble que era mi novio, ése que para mí tenía los días contados.
               -No, hoy van las gemelas.
               -Ah, pues mira, mejor. Tendríamos que dar un buen rodeo para ir a visitarlo de camino a la pisci-comentó Momo.
               -Sí, pero puede que vaya a ver a Fiorella después. Hay un par de cosas a las que no paro de darles vueltas, y creo que me ayudará tratarlo con ella.
               -Fuiste a verla ayer. ¿Ha pasado algo más?
               -Me han mandado la paga por bizum.
               La cara de las chicas ya me dijo todo lo que yo debía saber: estaba reaccionando como debía. Siempre me daban el dinero en mano para que yo me lo gestionara como considerara, y que mamá se hubiera limitado a mandármelo esta vez por el móvil, como si no quisiera tocarme, era toda una declaración de intenciones.
               -Bueno… quizá es porque han visto que estabas tirando mucho de tarjeta y pensaron que sería más cómodo para ti hacerlo así-me consoló Taïssa.
               -Ya, supongo… pero, aun así, prefiero comentarlo con Fiorella. Me ha hecho sentir bastante mal, la verdad. Sobre todo porque ésa es la única justificación que encuentro. A mi hermano se la daban en mano delante de mí, ¿sabéis? Entonces… no sé qué pensar. Aparte de que me odian cada día más y más.
               -No te odian, Saab. Son tus padres-Ken me puso una mano en la rodilla y me dio un suave apretón. Ya, ya sabía que eran mis padres, pero había una zanja entre nosotros que, me daba la sensación, ellos no se esforzaban por cubrir. Si acaso papá estaba siendo un poco más sensato que mamá, tolerando mi presencia en el salón cuando no tenía excusa para quedarme en mi habitación o las chicas tenían algo que hacer, e incluso pasándome un brazo por los hombros de vez en cuando. Siempre me daba un beso de buenas noches; en cambio, mamá seguía encerrada en sí misma, centrad en Scott y sólo en Scott, machacando sus papeles y comportándose como si su iPad fuera su nuevo mejor amigo. Cuando cenaba en casa y les daba un beso de despedida antes de subir a la cama, ella me lo devolvía con una caricia en el hombro y nada más; si, por el contrario, yo me las apañaba para llegar a casa después de que hubieran cenado y dirigirme directamente a la cama, ella se limitaba a abrir la puerta de mi habitación y comprobar que estaba durmiendo para así tener una excusa para no entrar y darme mi beso. Me había hecho la dormida un par de veces para comprobar qué hacía, y cuando cerraba la puerta, yo cogía mi móvil con lágrimas en los ojos, entraba en la conversación con Alec y escribía con manos temblorosas:

Esto es horrible. Ojalá estuvieras aquí. Por favor, no rompas conmigo.

               Y, no sé cómo, en algún punto de la madrugada, me las apañaba para dormirme sobre una almohada empapada por mis lágrimas.
               Ya ni siquiera me atrevía a meterme en la habitación de Scott a dormir con mis hermanas, que seguían ocupando su cama como si quisieran que ésta no notara que su dueño se había marchado; la de mi hermano era la habitación más cercana a la de mis padres, y me daba pavor pensar en que pudiera escucharlos hablando de mí, sobre lo cambiada que estaba, lo rara y lo decepcionante que resultaba como hija. Así que me quedaba allí todas las noches, a oscura, sola, agarrándome a la camiseta de Alec que me ponía como pijama como si me fuera la vida en ello, y luchaba por oler el aroma a él que impregnaba su camiseta a pesar de tener la nariz taponada de lágrimas y mocos.
               -Eso espero. Pero tampoco siento que me quieran. Y tengo que intentar que Fiorella me enseñe a percibirlo si, a partir de ahora, va a ser así.
               -Bueno, tú no te pongas en lo peor. A lo mejor Alec decide que quiere otra oportunidad y les perdona-respondió, y yo la miré.
               -Ya, y a lo mejor Alec procede de la República Democrática del Congo y en realidad es más negro que todas nosotras.
               Ken agachó la cabeza mientras Taïs y Momo torcían la boca en un gesto de disgusto que me hundió.
               -Lo siento, Ken. No pretendía…
               -No pasa nada. Estás sometida a mucha presión. Te entendemos.
               -Puede que sea esto lo que le sucede a Sher-dijo Taïs-. Quizá sabe que se pondrá borde contigo porque está un poco disgustada y está manteniendo las distancias para no hacerte daño.
               -Pero yo quiero que me haga daño. Quiero que me haga algo. Que dé señales de que se acuerda de que soy su hija y ella es mi madre y no soy una cría que se encontró por la calle y se le ha metido en casa y tiene que tolerar porque está feo echar a una huérfana del único hogar que tiene. Aunque, de acuerdo, al final sólo me reduzco a eso, ¿no?-escupí con rabia, y las chicas se me quedaron mirando-. No sabemos qué fue de la mujer que me parió. Perfectamente puede estar muerta y yo ser huérfana.
               Las chicas se me quedaron mirando con expresión compungida sin saber qué decirme. Puede que yo estuviera siendo demasiado dura con ellas, o que tuviera los estándares para compararlas con Alec demasiado altos, pero me di cuenta de que había consuelos que sólo él podía darme. Porque mientras que las chicas, bien por su juventud o bien porque no se habían parado a pensar en ello y no podían ponerse en mis zapatos como Alec sí lo hacía, se quedaban calladas, Alec sabría exactamente qué tendría que decirme para reconfortarme.
               -Tú no eres huérfana. ¿Se han muerto Zayn y Sher?
               -No, pero la creadora…
               -La creadora no es tu madre más de lo que el tío que violó a mi madre para concebirme a mí es mi padre. A mí no me vas a decir que Dylan no es mi padre y que Sher no es tu madre.
               -Tu padre no violó a tu madre cuando…
               -Bueno, Sabrae, tú ya me entiendes-espetaría él-, así que deja de decir gilipolleces como si no fueras una Malik, porque por esa regla de tres, yo no sería un Whitelaw. ¿Y me has visto qué cara de Alec Whitelaw tengo? No podría llamarme de otra manera. Ni tú tampoco. Escúchalo: Sabrae Malik. Es un nombre de zorra, y no la hay más zorra que tú en toda Inglaterra.
               -¿Perdóname?
               -Zorra en el buen sentido de la palabra-me sonreiría, guiñándome el ojo-. Porque, a ver, es verdad. Eres zorrísima, chica.
               Y yo simplemente me reiría, y se me pasarían todos los males así, sin más.
               No podía perderlo. Necesitaba un milagro, lo sabía, pero no podía perderlo. Él era todo lo que yo necesitaba, la respuesta a mis plegarias, la solución a las preguntas que llevaba toda la vida haciéndome tan dentro de mí que no había empezado a escucharlas hasta que se llevó su música consigo a Etiopía y me dejó allí, a solas con mi silencio.
               -Estás pensando mucho en eso últimamente-susurró Momo, inclinándose hacia mí-. ¿Por qué crees que es?
               -¿Crees que es porque Alec está en África? Después de todo, es de donde procedemos todas-dijo Kendra, señalándonos a las cuatro con un gesto de la mano. Negué con la cabeza, mordiéndome el labio, y me encogí de hombros. Eso también era algo que me gustaría tratar con Fiorella. A falta de Alec, necesitaría una psicóloga para que me dijera por qué, justo ahora, en el peor momento de la historia de mi familia, había empezado a plantearme mis orígenes y mi propio lugar en el mundo cuando toda la vida lo había tenido claro y no me había supuesto ningún problema reconocer ante nadie que mis genes no eran los de mis padres ni los de mis hermanos. ¡Si incluso se lo había dicho a Diana sin rodeos cuando llegó de Nueva York y comentó sin ningún tipo de pudor que Scott y yo no nos parecíamos!
               -A mí siempre ha habido algo que me atraía de África-confesó Taïssa-. Puede que algo se esté despertando dentro de ti porque él está allí.
               -No lo sé, pero si se lo dije a mamá en pleno enfado… es porque hay algo detrás, ¿no?-dije, tirando de un par de briznas de hierba hasta arrancarlas. Las chicas no dijeron nada: se limitaron a observarme mientras yo pensaba en cómo eludir la conversación. No me apetecía hablar de eso con ellas. No me apetecía hablarlo con nadie más que con Alec, porque… Alec no me juzgaba. Alec sabía lo que era nacer con un nombre distinto al tuyo, un nombre por el que no respondías y que, sin embargo, era lo que te había definido durante los primeros instantes de tu vida. Él me escuchaba y razonaba conmigo, no me encajaba en ningún lugar como intentaba hacerlo el resto del mundo porque sabía que eso no haría sino abrirme todavía más una herida que yo no me había dado cuenta de que tenía hasta que lo empecé a comentar con él. ¿Cómo no iba a pertenecerle, si había visto las aristas de mi alma y las había acariciado sin miedo a cortarse en mitad de la noche, cuando todas tus defensas se han ido a dormir y te has quedado sola con tus miedos?
               Tienes una mente que parece un palacio, un museo y un templo a la vez, me había dicho cierto día. Y que te diga eso alguien que se ha pasado su infancia jugando entre las ruinas de uno de los imperios más importantes de la historia, cuya influencia llegaba a nuestros días, era suficiente para que tú te desnudaras y le entregaras absolutamente todo lo que tenías: tu cuerpo, tu alma, tus miedos y tu sabiduría.
               -Sentimos no poder darte lo que necesitas para que esto te sea más llevadero, Saab-se disculpó Momo, los ojos un poco brillantes. Me sentí mezquina por pensar que ellas no eran suficiente y que no lo estaban haciendo tan bien como podía hacerlo Alec al ver que ellas también acusaban su incapacidad-. Pero nos alegramos mucho de que estés intentando arreglarlo aunque sea con Fiorella.
               -Oh, chicas… sí que estáis haciendo que sea más llevadero. Aunque no lo parezca. Es que… estoy muy mal. Pero creedme. Si no estoy peor es gracias a vosotras-dije, cogiéndole la mano a Momo y el brazo por el codo a Kendra. Taïssa me sonrió cuando se estiró para tocarme la pierna.
               -Nunca pensé que diría esto, pero qué ganas de que lleguen los exámenes para que estés entretenida estudiando como una loca-comentó Kendra, y nos echamos a reír. Ellas también eran capaces de obrar milagros: eran capaces de hacerme reír cuando lo único que me apetecía era llorar.
               Necesitaría muchos de esos milagros, sobre todo porque cuando se acabó el recreo y regresamos a clase, descubrimos que la profesora de Literatura, la clase tras la de Matemáticas, estaba en una reunión con el director de la que no había podido salir, por lo que tuvieron que enviar un sustituto. Como no podía ser de otra manera, el sustituto tenía que ser mi padre.
               Varios de mis compañeros tomaron aire sonoramente al verlo entrar, y Momo me miró cuando yo me puse tensa a su lado.
               -Beatrice está ocupada y me han pedido que la cubra hasta que vuelva, así que…
               -¿Podemos salir al patio?-lo interrumpió Kendra, y mi padre se la quedó mirando. Dio un par de golpecitos en la mesa con el rollo de folios que traía en la mano y miró a toda la clase, analizando sus caras. Se detuvo en la mía un par de segundos más que en las de los demás, y se relamió los labios.
               -Me han dejado unas fichas preparadas para que las vayáis haciendo mientras Beatrice vuelve.
               -¡Pero hace un sol espectacular!-protestó alguien al fondo, uno de los repetidores. La clase empezó a alborotarse entonces, y papá puso los ojos en blanco y se pasó las manos por el pelo.
               -¿Habéis elegido ya al delegado de la clase?
               Todos los dedos me señalaron a mí, y papá tomó aire.
               -Cómo no-dijo con un amago de sonrisa en la boca-. Sabrae, ¿cómo andáis de deberes?
               Sentir los ojos de dos decenas de estudiantes clavados en mí y pendientes de lo que yo hacía no me hizo muy difícil tomar la decisión de mentirle a papá.
               -Tenemos muchísimos.
               -Me parecía-respondió, aunque no se me escapó el leve deje de decepción con el que habló-. Pues entonces igual es mejor que os quedéis para ir adelantando trabajo para que podáis quedar por la tarde con nuestros amigos.
               -Nos vendrá bien salir a tomar el aire ahora. Puede que por la tarde no haga tan buen tiempo.
               Papá se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y torció la boca mientras se lo pensaba un momento.
               -Por favor-lloriqueó el mismo repetidor al fondo, y todos empezaron a gimotear por lo bajo hasta que papá finalmente aceptó. Bajamos en tromba por el pasillo, ignorando sus quejas para que no hiciéramos ruido hasta que nos amenazó con subirnos de nuevo a clase, y las chicas y yo nos quedamos en el extremo más alejado de donde él nos vigilaba, Momo, Kendra y Taïssa haciendo de escudo para que él ni siquiera pudiera verme. Y no es porque él no lo intentara, ya que cada poco sentía sus ojos puestos en mi grupo de amigas, como si estuviera esperando un momento de debilidad para acercarse a hablarme.
               Que se marchara a última hora porque ya no tenía más clases para mí fue un alivio, sobre todo porque suponía que no podía ofrecerse a llevarnos a casa en el coche y preguntarme en el trayecto cómo es que prefería hacer los deberes en casa en lugar de en el instituto para, así, tener más tiempo libre por la tarde, a pesar de que lo sabía de sobra.
               Parecía que mi racha de mala suerte había parado de momento, ya que mamá tampoco estaba en casa cuando llegamos a comer: seguía en el despacho ultimando detalles de otro negocio millonario que ayudaría a conseguir que Scott estuviera un poco más cerca de la libertad y que, de paso, me daba a mí un respiro. No se me escapó cómo el ambiente estaba mucho más relajado ahora que estábamos las niñas de papá y papá, pero incluso cuando no había una presencia oscura que absorbiera las energías de la casa entre sus paredes, yo no debía bajar la guardia; era muy consciente de ello.
               -¿Queréis que hagamos algo esta tarde?-incluso ofreció papá, mirándome directamente a los ojos. Por mucho que estuviera tendiendo un puente hacia mí, yo no podía olvidar que estaba del lado de mamá y de acuerdo con ella, y que si Alec rompía conmigo (cuando Alec rompiera conmigo, me obligué a corregirme a mí misma, para aminorar un poco un impacto que ya sabía que me mataría), gran parte de la culpa también la tendría él. Presentar un frente unido con mamá no sólo servía cuando estaba ella presente, sino que yo me andaba con cautela incluso cuando ella no estaba. Por eso, por mucho que me doliera, porque me sabía su ojito derecho, negué con la cabeza.
               -Yo tengo planes de piscina.
               Papá se desinfló visiblemente ante mi contestación, pero yo no estaba de humor para enterrar el hacha de guerra. Lo pillaba: él había elegido a mamá por encima del resto de personas del mundo, eran un equipo y estaban solos contra el mundo; tenía que entender que yo hiciera lo mismo con Alec. Después de todo, nuestras situaciones no eran muy distintas, ¿no? La abuela Trisha no soportaba a mamá, y mamá no la soportaba ella; después de esto, dudaba que Alec pudiera siquiera tolerar estar en la misma habitación que mis padres. Incluso si la relación con mi hermano no se resentía, estaba segura de que Alec jamás volvería a poner un pie en mi casa, porque que no fuera digno de mí supondría irremediablemente que no se sintiera bien recibido.
               Me pregunté qué haría cuando viniera a devolvernos las llaves que yo le había dado de nuestra casa, cómo conseguiría sobrevivir. Y me di cuenta de que no lo haría.
               -A mí sí me apetece hacer algo-dijo Shasha con timidez, y yo sabía que lo hacía más por consolarlo que por presionarme a mí para que me quedara en casa y solucionara de una vez esta situación, que no era agradable para nada. Sabía que Shash me echaba de menos, no sólo porque ya no me dejaba caer por su habitación sino porque le había cogido tanto cariño a Alec que también veía una parte de mí en él, y me consolé a mí misma diciendo que podríamos darnos apoyo mutuo cuando llegara su carta dejándome, porque también supondría, en cierta medida, que Alec rompía con ella.
               -¡Y a mí!-dijo Duna, y papá trató de recomponerse sonriéndoles y mostrándose entusiasmado con los planes que empezó a enumerar mi hermanita pequeña, a pesar de que tanto Shasha como yo vimos que la sonrisa no le subía a los ojos.
               Dejé el plato a medio comer, pedí permiso para levantarme de la mesa, me hice con un bol que colmé hasta arriba de helado y me fui a comérmelo en mi habitación mientras me torturaba a mí misma mirando todas las fotos que Alec y yo nos habíamos hecho. Sabía que no sería capaz de verlas una vez que llegara la carta, así que tenía que empaparme ahora de esos recuerdos que ya no se repetirían y a los que tenía que aferrarme como si fueran mi salvavidas tras un naufragio.
               Escuché a mis hermanas en el jardín y a papá con ellas. De un par de cucharadas que me costó mucho masticar, y más aún tragar, me terminé el helado, dejé el cuenco sobre el escritorio y me encaminé hacia el armario para elegir el bikini, intentando no mirarme ni de reojo cuando pasé por delante del espejo. Estaba empezando a coger peso y notaba la falda del uniforme del instituto mucho más tirante en las costuras de lo que lo había estado a principios del verano, y no quería pensar en lo que pasaría en el momento en que tuviera que cambiar todo mi armario porque ya no me entrara la ropa que tantísimo me gustaba y que tanto refugio estaba encontrando en comprar.
               Al menos ya no tengo que preocuparme por la pinta que tendré cuando esté desnuda, pensé con amargura mientras me anudaba las tiras del bikini en el cuello, tirando un poco más que de costumbre para sostenerme bien las tetas. Era evidente que Alec iba a dejarme, y yo ni muerta me iría a la cama con ningún otro chico en lo que me quedara de vida, si es que acaso era mucho, así que podría engordar tranquilamente hasta el punto de duplicar mi peso durante el invierno.
               Preparé la mochila de la piscina, toalla y gafas incluidas, me hice un par de trenzas rápidamente, y recogí el neceser. Me di cuenta de que no había cogido el protector solar y, en bikini, salí de mi habitación y me dirigí al baño. Empecé a revolver en los cajones más a mano, pero no encontré el dichoso botecito. Cogí una pequeña banqueta de plástico y palpé las baldas superiores de los armarios, y ni aun así. ¿Dónde coño estaba?
               Estaba escalando por el lavamanos para mirar en las últimas baldas, las que ni siquiera alcanzaba con la banquetita de plástico, cuando escuché el motor de un coche que se detenía frente a la casa. Oí cómo mis hermanas se quedaban calladas de repente, e intuí más que escuché los pasos de papá en dirección al garaje cuando mamá cerró la puerta del coche sonoramente, sus tacones marcando una marcha funeraria particularmente animada.
               -¿Qué tal el día, gatita?
               -Una mierda-respondió mamá en el piso inferior. En el silencio que se había instalado en el baño pude escuchar cómo abría la nevera y gemía-. Los activos que pensaba vender rápido no tienen comprador por el precio por el que los hemos sacado al mercado, y no podemos bajarlos más sin descuadrar todas las cuentas que he hecho. Deberías haberte casado con una puñetera corredora de bolsa si querías que tu hijo fuera cantante-gruñó-. ¿Me calientas un poco de comida, por favor? Estoy fresca y quiero aprovechar para echarle un vistazo a las cifras antes de perder la concentración.
               Mamá se descalzó y escuché cómo daba un sorbo de una botella que sólo podía ser vino.
               -Luego quizá vuelva al despacho. ¿Te apañas bien con las niñas?
               -De momento no tengo mucho trabajo, así que todo va bien.
               -Menos mal que todavía hay algo que puede ir bien en esta casa.
               -¿Tienes que volver al despacho sí o sí?
               Sus voces se movían por la casa; se acercaron a las escaleras y empezaron a ascender.
               -Ay, Zayn, mira, ya sé que te tengo muy desatendido y demás, pero no puedo pensar en eso ahora, ¿de acuerdo? Tengo muchísimas cosas en la cabeza, mil frentes abiertos, y no estoy de humor. La verdad, no sé cómo te puede apetecer a ti, pero supongo que cada uno descarga la tensión como…
               Escuché que un par de pasos se detenían en el pasillo antes de seguir avanzando en pos de los otros. Había dejado la puerta de mi habitación cerrada como si todavía estuviera allí, en parte para que no entrara ninguno de los dos y tuviera que encontrármelos sentados en mi cama, instándome a enzarzarnos en esa conversación pendiente que mamá me había dicho que teníamos hacía días y que a mí no me apetecía una mierda tener.
               -Ya te he dicho que no te preocupes por eso, ¿vale, Sherezade? Que yo no tenga tanta liquidez como tú no significa que no pueda conseguirla. Lo he estado hablando con los chicos y vamos a aumentar la gira; yo puedo compaginarla con una propia y, si el disco sale bien y demás, puede que tengamos el dinero antes de lo que esperamos.
               -Que te pases prácticamente un año fuera de casa no es una opción, Zayn.
               -¿Que no lo haga yo no está sobre la mesa, pero que lo hagas tú sí?
               -Estoy aquí, ¿no? Yo no me he ido a ningún sitio. Ni siquiera sé si tengo el pasaporte en vigor. De esto me ocupo yo.
               Pasaron por delante del baño y a mí ni se me ocurrió siquiera respirar.
               -Quiero que hablemos de una cosa.
               -¿No puede ser abajo mientras como algo rápidamente?
               -No.
               -¿Por qué no?
               -Porque las niñas están abajo y nos pueden oír.
               Escuché que mamá se detenía en seco, y me la imaginé mirando a papá a los ojos, preocupada.
               -¿Qué pasa?
               Papá no dijo nada.
               -Zayn, las niñas ya saben cómo está la situación. Podemos hablar delante de ellas; les preparará para la edad adulta y así no cometerán los errores que cometimos nosotros.
               -¿Crees que no tener doscientos putos millones ahorrados en el banco por si en algún momento teníamos que echar mano de ellos ha sido un error de planificación financiera?
               -Yo no he dicho eso.
               -Mira, vamos a dejarlo. No quiero discutir. Sólo quiero que hablemos de…-papá bajó muchísimo la voz, pero yo pude escucharlo igual-. Sabrae.
               Mamá tomó aire y lo soltó sonoramente.
               -Estoy haciendo todo lo que puedo con ella, pero ahora mismo no puedo con todo, Zayn. ¿Tú también vas a decir que soy una mala madre por eso?
               -Sabes que la cría no lo decía en serio; además, ya hemos hablado de esto y de que tienes que tener más fe en todo lo que has hecho por todos nosotros. Creía que confiabas en tus capacidades.
               -Sí, bueno, eso era antes de que todo se fuera a la mierda como se ha ido. Pero si tienes la fórmula mágica para solucionar la situación con Sabrae, adelante: soy toda oídos-ironizó, lanzando sus zapatos a una esquina y sentándose en la cama para empezar a quitarse las medias.
                -No te pongas a la defensiva, que no te estoy juzgando. Simplemente estoy preocupado.
               -¿Y yo no lo estoy?
               -Sherezade, por favor-gruñó papá-. Estamos juntos en esto. Yo no soy el enemigo.
               -A mí no se me ha olvidado quién es el enemigo-escupió ella, y a mí se me dio la vuelta el estómago y me entraron ganas de vomitar. No necesité que dijeran su nombre para saberlo: me lo habían dejado bien claro en el cumpleaños de Duna.
               -Tienes que hablar con ella.
               -Ya lo estoy intentando, pero no hay manera. ¿No te das cuenta de cómo me evita?
               -Tiene quince años, Sherezade; tú tienes cuarenta y uno. Tú eres la adulta responsable y serena; quizá es hora de que la obligues a hablar contigo si ella no quiere hacerlo. Eres su madre; puedes hacerlo. Podemos hacerlo.
               -Sólo tenemos autoridad sobre ella si ella nos la reconoce.
               -¿Y quién dice que no lo haga?-hubo una pausa en la que mamá miró a papá, como diciendo “por favor, Zayn, ¿vas a hacerme decírtelo en voz alta?”-. Venga, Sher. Lo de que no le damos el avión porque nos lo pedía ella no lo decía en serio.
               -Ya lo sé. Pero lo que me preocupa es que le resultara tan fácil decírnoslo, así, como si no fuera nada. No puedo dejar de preguntarme cuánto tiempo lleva pensándolo, Zayn. ¿Cuándo hemos empezado a tratarla de forma diferente a los demás para que ella… empezara a pensar que para nosotros es diferente? Puede que me volviera loca con lo de que soy una madre de mierda porque en el fondo sí que creo que lo soy con ella-a mamá se le quebró la voz al final de la última frase, y yo me quedé en silencio, con el corazón roto a pesar de que la culpaba de todo lo que iba a pasarme, del final de mi felicidad y mi vida y del principio de mi caída en picado, sin paracaídas, en dirección a mi muerte. No estaba segura de si se podía morir de un corazón roto, pero sospechaba que pronto lo descubriría. Y todo porque mamá no era capaz de pensar que si yo era mala hija no era culpa de Alec, sino mía.
               -Para mí no es fácil pensar que ahora Sabrae puede pensar en mí no como su madre, a secas, sino como su madre adoptiva. Toda la vida he sido simplemente su madre, y lo de hace unos días…
               -No le des más vueltas; perdónala y habla con ella. Te echa de menos. Todos lo hacemos.
               -Yo no tengo nada que perdonarle a mi hija. Ella es toda mi vida. Sabes que en eso consiste ser padres, Zayn: en no tener que perdonarles nunca, incluso si te abren en canal.
               -Aun así, creo que deberías sentarte y hablar con ella. Decirle que la perdonas y pedirle que te perdone a ti. Si os resulta más fácil, yo puedo hacerlo contigo, pero…
               -¿Que me perdone por qué?
               Ahora el que se quedó callado fue papá, como diciendo “venga, Sherezade, ¿en serio?”.
               -¿Por lo que le dije de Alec?-escupió-. Ah, no. No, ni de broma. Lo siento, pero es que no lo siento en absoluto. Y no pienso hacer de mala de la película-dijo, levantándose y yendo a colocar sus prendas en el armario. La tensión en el ambiente era palpable si ella estaba en ropa interior y papá aun así era capaz de articular frases coherentes- cuando a ti tampoco te hace especial ilusión todo lo que les ha pasado. ¿O tengo que recordarte que te tuve que impedir que tú mismo cogieras el avión para ir a Etiopía y darle su merecido, eh? No voy a recular en esto, Zayn. No lo voy a hacer.
               -No digo que le digas que lo aprobamos, pero sí que le reconozcas que no lo hiciste con el mayor tacto del mundo.
               -A ella no le importa cómo se lo haya dicho; le importa que se lo he dicho. Le importa saberlo.
               En eso tenía que darle la razón a mamá. Que me hubiera soltado la bomba como lo había hecho era la menor de mis preocupaciones; sinceramente, incluso me atrevería a decir que agradecía el shock que había supuesto, porque por lo menos no había tenido que sentarme a su lado y ver cómo fingía que éramos amiguísimas mientras me decía que no le gustaba que estuviera saliendo con el amor de mi vida.
               Había sido como una bofetada, por supuesto. Pero prefería una bofetada a que me abriera en canal con palabras dulces con las que tratara de convencerme de que Alec no era bueno para mí, de que no debía ser para mí. Me daba pánico pensar que aquello podría haber pasado, porque, conociéndola, puede que incluso hubiera sido capaz de convencerme.
               -Tienes que proteger a nuestros hijos, Sherezade.
               -Ya estoy protegiendo a nuestros hijos, Zayn.
               -No-zanjó papá, tan tajante que mamá sólo pudo girarse y mirarlo con ojos como platos, la boca cerrada; de tan asombrada como estaba ni siquiera podía abrirla. Puede que mamá no hubiera tenido nunca una discusión como aquella en un juicio y que siempre hubiera entrado en los juzgados se sintiera vencedora, pero ahora, por primera vez en su vida, acababan de desarmarla con una de las palabras más cortas del idioma-. Estás intentando proteger a Scott. Pero no podemos dejar desatendidas a las demás. Y mira a Sabrae.
               -¿Te crees que no estoy haciendo nada porque no la veo? Por supuesto que la veo. Veo cómo se encoge cada vez que viene a darme un beso de buenas noches, cómo hace lo imposible por no coincidir conmigo y cómo finge estar dormida cuando llego agotada de trabajar y sólo me apetece abrazarla para no tener que permitirme hacerlo. Veo todo eso, Zayn-jadeó, desesperada-, pero no puedo detenerme a pensar en ello porque la vida de mi hijo depende de que esté concentrada y de que haga mi puto trabajo.
               -Scott tiene a Tommy-dijo papá despacio.
               -Sí, y eso sólo puede suponer su final. Él no saldrá de ahí si Tommy sigue dentro, sin importar lo que le haga a su salud.
               -No. Me refiero a que Scott tiene a Tommy para que le sea más llevadero. Yo aguanté todos esos años porque tenía a Louis a mi lado. En cambio… Sabrae ahora mismo siente que no tiene a nadie. Tenemos que cuidarla.
               -¿Y si no quiere que la cuidemos?
               -Pues tendremos que obligarla a que nos deje cuidarla. Sherezade, estoy acojonadísimo por ella. Hoy tuve que ir a vigilarlos en una clase, los bajé al patio, y… tiene la misma mirada que cuando yo quería irme de la banda y sabes que llegué a plantearme el suicidio, Sherezade.
               Se me paró el corazón y me quedé mirando en el reflejo del espejo. Sí que me veía más apagada que de costumbre, sin ese brillo que siempre me había definido y que a todo el mundo tanto le gustaba, pero es que no veía en el mundo esa ilusión que había tenido antes, cuando todo en mi vida era perfecto, mi familia me quería y aprobaba al novio que yo tenía, sobre el que giraba toda mi felicidad y que estaba conmigo, durmiendo a mi lado y acompañándome en cada paso que daba.
               Pero de ahí a…
               -No podemos empujarla a ese lugar del que tú me rescataste simplemente porque la situación con Scott nos supera. Siempre supimos que había momentos en los que tendríamos que elegir de entre ellos, y ahora creo que nos toca salvarla a ella. Scott es mayor y sabe cuidarse mejor de lo que se está cuidando ella.
               -Scott tiene problemas más grandes que los que puede tener Sabrae.
               -¿Tú crees?
               -Tu madre tampoco me quiere y estoy aquí, ¿no?
               -Mi madre no te quería cuando estabas preñada y tenías veintidós años, Sherezade. Sabrae tiene quince y vive bajo nuestro techo. ¿Qué alternativa piensas que le estamos dando? Tiene a Alec a siete mil putos kilómetros y ya no confía en nosotros. Y la culpa es nuestra. La hemos dejado sola.
               -La he dejado sola-contestó mamá, y papá se irguió.
               -Yo también tengo parte de culpa.
               -Pero fui yo quien se lo dijo.
               -¿Y qué alternativa tenías? Tampoco podíamos mentirle y fingir que todo estaba bien cuando no es así.
               -Yo no sabía que esto iba a acabar así. De haberlo sabido, yo… me habría mordido la lengua. No sé por qué coño tuve que decírselo-susurró mamá, y yo tomé aire y me tragué las lágrimas cuando la escuché empezar a sollozar.
               Me las tragué no porque no me diera pena la situación, sino porque… no sabía a quién le pertenecían aquellas lágrimas, si a ella o a mí. No sabía qué me dolía, exactamente: si el que mis padres me confirmaran que no querían que estuviera con Alec, o lo mucho que les dolía tener que hacerlo. Parecía definitivo, como si no hubiera nada que fuera a hacerles cambiar de opinión.
               -Es más fácil así, cuando él está lejos. Si rompen ahora, le será más fácil pasar página que si siguen adelante hasta que él vuelva y cortan ahí. Él podría echarle en cara que lo tuviera todo un año pendiente para que al final no llegara a nada.
               -No estoy tan segura de que Alec pudiera hacer algo así.
               -Ya, bueno, antes estábamos bastante seguros de que era bueno para ella y nos equivocábamos-dijo papá, y yo apoyé la frente en el mueble del lavamanos y me obligué a no echarme a llorar mientras las lágrimas me colgaban de las pestañas y caían en silencio en la superficie de mármol.
               Mamá jadeó.
               -La hacía tan feliz estando aquí, ¿por qué cojones se tuvo que marchar?
               Papá le dio un beso en la cabeza a mamá.
               -Tienes que hablar con ella.
               -¿Y qué se supone que voy a decirle?
               -Seguro que se te ocurrirá lo indicado cuando la tengas delante. Tú sólo… hazle ver que seguimos estando de su lado. Que no piense que estamos enfrentados ni que somos los dos contra ella. Siempre ha sido razonable. Si se lo explicas… puede que te escuche.
               -En el amor no hay razón que valga, Z-murmuró mamá-. Y tú lo sabes mejor que nadie. Eres músico. Y marido. Y padre.
               -Bueno, pues entonces tienes que conseguir que, por lo menos, vuelva a contar con nosotros.
               Papá le dio un beso en la sien a mamá.
               -Si alguien puede convencerla de eso, ésa eres tú, Sher.
               Me daba vueltas todo. Ni siquiera sabía cómo era capaz de mantenerme en pie, pero encontré fuerzas de donde no sabía que las tenía para salir del baño apresuradamente, antes de que papá terminara de abrazar a mamá y de darle ánimos para que fuera a convencerme de que Alec, la persona que estaba destinada a hacerme feliz y a cuya felicidad yo me dedicaría en cuerpo y alma el resto de mi vida, no era para mí.
               Entré en mi habitación tambaleándome y empecé a vestirme, ansiosa por irme de casa y no darle ocasión a mamá de empezar el juicio más importante de su vida, el único que bajo ningún concepto se permitiría perder.
               Obviamente, mi mala suerte regresó entonces. Estaba poniéndome la camiseta cuando llamaron a mi puerta.
               -Mierda-gemí por lo bajo-. Un momento.
               Mi visitante se quedó esperando pacientemente mientras me miraba en el espejo. Ofrecía un aspecto horrible, con los ojos hinchados y rojos de llorar. Sabía que mamá me insistiría para que le dijera qué pasaba, y, ¿cómo podía explicarle que lo había escuchado todo porque a papá se le había olvidado comprobar que yo no estuviera en el baño antes de maquinar mi lavado de cerebro para hacer que aceptara dejar a Alec?
               Vi una de mis máscaras de pestañas sobre el tocador y no me lo pensé dos veces: me la apliqué rápidamente y luego me la emborroné. Eso la distraería. Creo.
               Espero.
               -Pasa-dije mientras me pasaba una toallita desmaquillante por los ojos.
               -Hola, hija-saludó mamá con timidez, asomándose por la abertura que dejó en la puerta. Me giré, la miré y asentí con la cabeza-. ¿Puedo pasar?
               Hija. Después de todo el daño que nos habíamos hecho la una a la otra a lo largo de estas semanas, ¿yo volvía a ser su hija ahora?
               -Sí, claro.
               -Oh, ¿te vas a algún sitio?
               -He quedado con las chicas para ir a la piscina.
               -Ah, eso está muy bien. Hace muy buen día. ¿Llevas protector solar y ropa para cambiarte?
               -Ajá.
               -Escucha, pequeña, quería que… ¿¡qué te pasa en los ojos, Sabrae!?-preguntó, escandalizada, cuando yo me levanté a seguir metiendo cosas en mi mochila: el cargador portátil del móvil, la cartera, y un libro. Me quedé parada en medio de la habitación, mirándola con ojos como platos. Mamá parecía escandalizada-. ¿Estás bien? ¿Has… has estado llorando?
               -¡Ah! Oh… eh, sí. Es que me he puesto un poco de rímel y creo que estaba caducado. Me ha dado un poco de reacción.
               -¿Rímel?
               -Sí.
               -¿Para ir a la piscina?
               Bueno, estaba claro que salirme por la tangente no era mi punto fuerte. Ojalá Alec me hubiera enseñado cómo lo hacía; él era todo un maestro jugando al despiste. Le había visto salir airoso de discusiones con Annie en las que ella estaba absolutamente rabiosa y él ni siquiera tenía que levantar la voz para escabullirse. Una de ellas, ni más ni menos, cuando se había escapado del hospital para poder celebrar conmigo mi cumpleaños.
               ¿En serio pretendían que dejara de querer a un tío que se despertaba de un coma y se escapaba de su hospital simplemente para poder presenciar en vivo y en directo cómo yo soplaba quince velas? ¿A quién iba a encontrar mejor que Alec?
                -Eh… sí, la verdad es que no ha sido un buen plan. Bueno, ¿decías?
               -¿Eh? Ah. Sí. ¿Recuerdas esa conversación que teníamos pendiente, tesoro? Bueno, pues creo que va siendo hora de que hablemos de… la situación.
               Parpadeé despacio.
               -Sí, supongo que sí.
               -Bueno, pues, si te parece, nos sentamos…
               -Ah, ¿que tiene que ser ahora? Es que he quedado con las chicas y voy pillada de tiempo.
               -No. No, tienes razón. Te mereces disfrutar de la tarde con tus amigas, después de… todo por lo que has pasado. Podemos hablar más tarde. ¿Te quedarás a cenar?
               Da gracias si no salgo del país esta tarde.
               -Pues… la verdad es que tenía pensado cenar con las chicas por ahí.
               -Bueno, pues cuando vuelvas…
               -En realidad-se me ocurrió sobre la marcha-, he quedado con Mimi para dormir en su casa-me pareció más prudente no referirme a la casa de Alec como “la casa de Alec”, pues eso haría más fácil que me dijeran que no podía ir-. Hoy empieza una serie que tiene buena pinta y que hemos pensado en ver juntas.
               Mamá se me quedó mirando sin saber qué responderme.
               -Supongo que no importará que lo pospongamos hasta mañana, ¿no? Quiero decir, así tendrás más tiempo para hacerte un hueco en la agenda. Sé que tienes mucho trabajo, mamá, y no quiero causarte ningún trastorno de organización difícil de solucionar.
               -Sabrae-dijo despacio-, tú no eres ningún trastorno.
               -Oh, no te preocupes, en serio. Sé que estás ocupada. Bueno, me tengo que ir. Lo dicho, no me esperéis para cenar.
               Ni siquiera la dejé despedirse de mí: me cargué la mochila al hombro y salí de mi habitación como un ciclón. Le di un beso en la cabeza a Duna y un achuchón nada desagradecido a Shasha, le susurré al oído que volvería mañana y que vigilara el buzón por si llegaba la carta de Alec en algún horario extraño, y me fui escopetada a la piscina.
               Las chicas se extrañaron muchísimo al verme con el rímel corrido, y cuando les conté toda la conversación que había escuchado a hurtadillas se mostraron absolutamente escandalizadas y ofendidas.
               -No puedes volver a tu casa hasta que no se bajen de la burra-protestó Taïssa.
               -Ya sé lo que haremos: la esconderemos en nuestras casas y denunciaremos su desaparición hasta que Alec vuelva-decidió Kendra.
               -Se trata de hacer que sus padres entren en razón, no que les dé un síncope-respondió Momo-. Además, estoy bastante segura de que fingir un secuestro es delito.
               -¿Y qué más da? Somos menores de edad.
               -Anda, es verdad.
               -¿Y si le pides a Scott que hable con tus padres?-preguntó Taïssa, la única razonable de las tres. Torcí la boca.
               -No quiero meter a Scott en esto. Tiene ya bastantes cosas en las que pensar como para obligarlo a mediar con mis padres.
               -Él lo haría encantado. Os shippea muy fuerte a Alec y a ti, que lo sé yo-sonrió Taïssa.
               -¿Sabes a quién tenemos que pedirle ayuda?-dijo Momo, levantando la cabeza como una suricata.
               -Como digas que a Jordan simplemente para que puedas seguir zorreándole, te pienso agredir, Amoke-amenacé.
               -No, tonta. Aunque, bueno, no sobraría. No; yo le pediría ayuda a Tommy. Él os shippea todavía más fuerte que Scott. Dice que sois sus padres, y lo bueno de Tommy es que no es hijo de Zayn y Sher, así que no tendrá miedo de insultarlos si hace falta, que es lo que se merece.
               -A mí me parece una gran idea. ¿Le llamamos? Sabrae, dame tu móvil.
               -Deja mi móvil en paz, Kendra. ¿Qué tiene eso de gran idea? Tommy está peor que mi hermano todavía. Scott al menos no está lidiando con una novia drogadicta; Tommy sí.
               -Qué complicada es la vida de las estrellas del pop-se lamentó Kendra.
               -¿Quieres quedarte a comer mañana en mi casa?-ofreció Taïssa, y yo negué con la cabeza.
               -Creo que eso sólo sería posponer lo inevitable. Tengo que comer en casa mañana, y que sea lo que Dios quiera. Es sólo que… chicas, no me estoy equivocando, ¿verdad?-les pregunté, y me miraron alucinadas-. Quiero decir… Alec es bueno, ¿no?
               Odiaba toda esta situación. Odiaba saber que mañana tendría que defender a Alec de acusaciones completamente injustas y totalmente surrealistas, porque el hecho de que mamá y papá estuvieran tan convencidos de que Alec no era para mí y tenían que convencerme para que lo dejara me parecía tan absurdo que… no encontraba ningún tipo de argumento a su favor. Y había empezado a dudar de mí misma por eso precisamente. ¿Había cosas que yo no veía porque no quería verlas? ¿Mis padres alucinaban, o estaban más atentos de lo que yo lo estaba? Él me parecía bueno. Me parecía la mejor persona que había pisado la Tierra, y me parecía tan evidente que el hecho de que otras personas no lo vieran no hacía sino que me cuestionara mi buen juicio.
               Escucharlos hablar tan decididos de que tenían que separarnos me había hecho más daño del que había creído posible, no sólo porque no había podido defenderme, sino porque ya tenía un gusano en un rincón de mi cabeza mordisqueándome el cerebro para abrirse hueco en mi mente y plantar esa idea horrible de papá y mamá.
               -Estamos hablando de tu Alec, ¿no?-preguntó Momo-. ¿Esto es una pregunta trampa?
               -Sí, ¿ha vuelto de Etiopía y está agazapado en un arbusto para pegarnos si te decimos que no lo es?-preguntó Kendra, entrecerrando los ojos y mirando por encima del hombro.
               -Pues claro que es bueno-espetó Taïssa-. Yo no dejaría que ningún chico que no fuera bueno se te acercara, Sabrae. Haz el favor de no volver a ofenderme con preguntas tan tontas, ¿quieres?
               Suspiré llena de alivio.
               -Gracias, chicas. Es que… no sé. Yo no tengo ninguna duda de que me hace bien, pero como mis padres están tan obcecados con que no es así… ya no sé qué pensar.
               -A Sherezade y Zayn, lo que les pasa, es que están acostumbrados a que te comportes como una señorita obediente delante de ellos. Los tenías muy engañados. Nosotras, en cambio, sabemos que eres una perra mala y enloquecida por tu necesidad de apareamiento que morderá a cualquiera que se acerque a menos de cinco metros de su hombre-Momo se encogió de hombros-. A mí no me sorprendió una mierda que te pusieras como una verdadera fiera defendiendo un posible polvo con Alec. Yo me engancharía de los pelos con mi madre por poder chupársela a Jordan, así que…-se encogió de hombros de nuevo, sonriente, y todas nos echamos a reír.
               -¿Vas a meter a Jordan en cada conversación que tengamos?
               -Hasta que no consiga metérmelo en otros sitios, sí.
               La tarde con las chicas me vino genial para mantener a raya mi ansiedad, y sabía que encontraría en Mimi la paz que necesitaría para desconectar y prepararme para el día siguiente, así que también le conté todo lo que había escuchado de mis padres mientras nos preparábamos para meternos en la cama de Alec.
               -Es que, Mím, ¿tú me ves tan mal como dicen mis padres que estoy?-pregunté. Y Mimi se irguió, se empujó las gafas por el puente de la nariz y levantó las cejas de manera que se escondieron bajo su flequillo. A veces se me olvidaba que era hermana de Alec porque eran como la noche y el día.
               -¿Tengo que contestar?
               Y luego ella decía cosas como las gilipolleces que perfectamente podía decir Alec y yo me daba cuenta de que, efectivamente, esos dos eran hermanos. Le pegué un almohadazo y ella chilló una carcajada.
               -¡Esto es en serio, Mimi!
               -Pero, ¿mal cómo? ¿Mal de la cabeza o mal de en general? Porque a mí siempre me ha parecido que las chicas que os pillabais por mi hermano estabais mal de la cabeza. Es decir, tampoco estoy ciega y sé que Alec es guapo, así que entiendo perfectamente que se lo rifen para echar un quiqui, pero… no te rías-protestó cuando yo empecé a reírme porque, ¡ahí estaba otra vez!, un momento en el que Mimi era todo lo contrario a lo que era Alec-. ¡Es verdad! Entiendo que se lo rifen para acostarse con él porque Alec es muy, muy guapo, pero de ahí a estar enchochada perdida como lo ha estado Bey toda su vida… pues, chica, no lo entiendo. Es decir, mi hermano es bueno y tal, pero es bastante tonto, y más cuando está haciéndose el bravucón con todos sus amigotes. Aunque supongo que tiene que gustarte eso.
               -O sea que piensas que soy boba por haberme enamorado de tu hermano.
               -Pues no-Mimi chasqueó los dedos-, tía lista. Creo que has sido espabilada porque te diste cuenta antes que nadie de su potencial y le obligaste a sacarlo a la luz para que pudiera estar contigo. Y por eso yo te respeto mucho.
               -Fue todo accidental, Mím: yo sólo quería que se corriera en mi cara-contesté, y ella puso los ojos en blanco, susurró un “por Dios bendito” y se metió en la cama, tapándose hasta la nariz y clavando los ojos en la televisión mientras yo iba a encenderla entre risas. La puse con el volumen bajo y me tumbé a su lado-. Pero, ahora en serio, ¿crees que estoy obcecada y me estoy equivocando?
               Mimi me fulminó con la mirada con la dignidad de una emperatriz.
               -De eso nada. Vuestra historia de amor es mi preferida del mundo. Como lo dejéis, yo que contemplaré el suicidio.
               Sonreí.
               -Entiendo lo que quiere decir Zayn. Supongo que no es fácil ver a tus hijos pasar por una mala racha cuando tú estuviste muy hundido, pero eso no quiere decir que vayan a plantearse las cosas horribles que tú te planteabas. Y también creo que tus amigas tienen mucha razón: tus padres no están acostumbrados a verte enamorada defendiendo lo que es tuyo.
               -Tu hermano no me pertenece, Mím: es una persona.
               -Ya, bueno, esa es tu opinión. Yo creo que es un subser que no se merece derechos, y él, que hay por ahí un papelito rulando en las oficinas de los notarios que dice que eres de su propiedad. Probablemente lo haya confeccionado él, así que-se encogió de hombros, sonriente, y yo alisé las sábanas frente a mí.
               -Estoy muy preocupada por si mis padres me hacen dudar. Si ya lo han conseguido sólo con esa conversación tan misteriosa en la que ni siquiera han hablado de las razones que tienen para pensar mal de Alec, ¿qué pasará cuando me digan exactamente por qué piensan como piensan? ¿Y si me convencen, Mimi?
               -No lo harán.
               -¿Por qué estás tan segura?
               -Porque le escribiste una carta diciendo lo que está pasando aun sabiendo que es probable que intente romper contigo y aun así llevas los colgantes que te regaló, sigues viniendo a su casa y sigues defendiéndolo de todo y de todos.
               -¿Y si lo hago porque puede que ésta sea la última oportunidad que me queda de ejercer como su novia?
               -Las dos sabemos que no le vas a permitir que rompa contigo por esto, Saab.
               -No es cuestión de si yo se lo permito o no, Mím: Alec me va a dejar. Es un hecho como que todas las mañanas sale el sol. Una cosa es que yo me haga pajas mentales creyendo que no me lo merezco y que él esté dispuesto a venir a hacerme cambiar de opinión, pero si cree que es él quien no me merece, aunque le quede la más mínima duda, sé que optará por dejarme libre. Y que mis padres no le crean digno de mí es justo lo que él necesita para confirmar sus sospechas de que no me merece. Y entonces dará igual lo que yo haga: dará igual que vaya a Etiopía, me ponga de rodillas y le suplique que no me deje, porque tendrá razones de sobra para mirar a otro lado, decirme que no me humille más, que me levante y que apechugue por haber tomado la mala decisión de pillare por él. Lo de mis padres no es más que la prueba que Alec necesita para caer de nuevo en ese pozo del que tanto nos costó que saliera. Y no va a querer arrastrarme al fondo con él.
               Mimi se lo pensó un momento: jugueteó con su pelo, toqueteándose un mechón de color caoba que resplandecía con destellos de bronce; torció la boca, frunció ligeramente el ceño y, finalmente, chasqueó la lengua.
               -¿Puedo serte sincera?
               -Claro.
               -¿Y me prometes que no te lo tomarás a mal?
               -Sí, te lo prometo.
               Mimi se incorporó, y yo también lo hice. Dobló las piernas y se giró para mirarme.
               -Alec es subnormal-empezó, y yo abrí la boca para responder, pero ella levantó un dedo-. No. Vas a dejarme acabar. Mi hermano es subnormal, las dos estamos de acuerdo en eso. Es un subnormal y un gilipollas y un prepotente y un chulo cuando se lo propone. Pero sabe querer muy, pero que muy bien. Creo que todos a los que nos quiere estamos de acuerdo en eso. Y él es consciente de que quiere muy bien gracias, en parte, a ti. Se ha dado cuenta de que mejora la vida de los demás estando en ellas porque se desvive por todos nosotros. Su autoestima no era nulo porque al menos se daba cuenta de que valía para algo, aunque ese algo fuera solamente el querer a los demás y echarles una mano. Ha hecho mil sacrificios sólo para hacerte feliz, Saab, y tú has dejado que se fuera porque confías en él precisamente porque te ha hecho muy, pero que muy feliz. Así que, sí, Saab. Mi hermano es subnormal. Pero no es imbécil. Sabe que es un buen novio. Que mejora tu vida estando ahí para ti. Y no se va a ir. No sólo por lo que te quiere, sino por lo mucho que tú le quieres a él.
               Mimi arqueó una ceja e inclinó la cabeza a un lado.
               -Pero lo de mis padres… nos va a afectar. Estoy segura de ello.
               -No puedo garantizarte que no vayas a recibir una carta que te diga “bueno, Saab, es una pena, pero entonces, hasta más ver”, pero creo que subestimas el poder que tienes sobre él. Podríais bajar al infierno y, aun teniéndolo delante, conseguir convencerlo de que está congelado. Él puede dejarte desde Etiopía, pero ni de coña te va a decir que no si vas a verlo. ¿Sabes, Saab? A veces me da la impresión de que crees que tienes mucho menos poder sobre él del que él tiene sobre ti.
               -Te equivocas. Sé perfectamente lo mucho que le influyo y procuro actuar en consecuencia.
               -Entonces, y perdóname la palabrota, ¿por qué narices te piensas que si él puede impedirte romper con él viniendo aquí y negándose en rondo, tú no puedes impedírselo yendo a Etiopía y negándote en redondo?
                Me visualicé a mí misma subida en un avión, camino de Etiopía, ensayando lo que le diría en el vuelo de nueve horas que se me harían eternas, luchando por encontrar el campamento, y luego, a él, y luchando contra el impulso de correr a besarlo nada más verlo para poder decirle:
               -Vamos a ver, tengo una hora antes de que salga mi avión de vuelta a casa. ¿Crees que nos dará tiempo a solucionarlo, o tendré que coger el siguiente, Alec? ¿Qué coño es eso de que quieres dejarme?
               Sonreí.
               -Eres un genio, Mím.
               -Ya lo sé-se regodeó.
               -Pero “narices” no es una palabrota.
               -Es que iba a decir “coño”, pero luego me di cuenta de que podía decir “narices”-sonrió, acariciando a Trufas con los dedos extendidos y las pestañas ocultando su expresión.
               -Me escandalizas, Mary Elizabeth-me burlé, y ella se estremeció.
               -No podéis romper. Eres la única persona aparte de él que me llama así. Si tú y él ya no estáis juntos, ¿quién me va a llamar así?-preguntó, recuperando esa tristeza que era tan propia de las chicas que vivíamos en la vida de Alec. Ya no sabría decir si se debía a que no le teníamos o a que estábamos condenadas a vivir comparando al resto de chicos con él, y dándonos cuenta de que no encontraríamos a uno que nos hiciera tan felices ni se esforzara tanto por conseguirlo.
               Nos pusimos a ver de nuevo Los Bridgerton, a pesar de que me la había empezado con Alec, y después de ver tan solo un capítulo, Mimi y yo apagamos la luz y nos acurrucamos la una junto a la otra. A pesar de que tenía la respiración acompasada de Mimi marcándome el ritmo, me costó mucho dormirme: tenía la cabeza a mil por hora y no conseguía sacarme de ella lo que me había dicho Mimi. Era muy noble por su parte que creyera que yo podría convencer a Alec de que no me dejara si lo decidía con la carta, pero yo no las tenía todas ni conmigo ni con él. Primero, porque sabía de sobra cómo era su hermano cuando se trataba de mí: Mimi sólo nos había visto en nuestros mejores momentos, pero los malos los habíamos pasado en la intimidad, siempre a sus espaldas. Le había dicho que no juzgándole bajo el prisma a través del que lo habían mirado mis amigas, y eso nos había afectado más de lo que nos gustaría admitir. Mimi, sin embargo, no sabía lo que había pasado.
               Y segundo, porque yo no me sentía con derecho a plantarme en Etiopía. El simple hecho de haber dudado de que él fuera bueno para mí, siquiera por un segundo, ya era un indicio evidentísimo de que no me lo merecía, y puede que lo hiciéramos por razones equivocadas, pero tal vez para Alec fuera mejor que yo me apartara de su camino. Además, estaba el hecho de que puede que Perséfone se quedara en el voluntariado. Si ella estaba ahí para él y nosotros lo dejábamos, ella podría ser el consuelo que necesitaba. El consuelo que se merecería. Quizá se había enfrentado a sus amigos de Mykonos por mí y por nadie más, pero podía ser perfectamente porque Perséfone nunca le hubiera puesto en la misma situación en que le había puesto yo.
               No sabía por qué estaba pensando en todo eso esa noche, en el refugio que para mí era su habitación, escondida en el búnker de su cama, pero intuía que era porque pronto cambiaría mi estado sentimental y volvería a estar soltera, algo que había protegido con celo cuando Alec había intentado cambiarlo al principio de nuestra relación, y que ahora me parecía un castigo más que esa libertad de la que hablan todas las comedias románticas.
               La realidad es que, cuando me levanté, lo único que me impidió echarme a llorar porque creía que mis padres me convencerían de que Alec no era bueno para mí fue la presencia de Mimi a mi lado en la cama, todavía dormida. Faltaban aún unos minutos para que sonara el despertador, y procuré aprovecharlos al máximo como lo que creía que eran: los últimos instantes en ese paraíso que se escondía entre las sábanas de Alec y que yo me moriría añorando esa misma noche, en la que probablemente me dormiría pensando qué coño le decía ahora a Annie para explicarle que le devolvía las llaves que me había hecho su hijo y que no iba a volver a pasarme por allí nunca más, por mucho que me apeteciera. Acaricié la cama, me abracé a la almohada, hundí la cara en ella y miré por el rabillo del ojo los colores del amanecer tiñendo las nubes a través de la claraboya, una claraboya que mil veces había visto recortarse tras la silueta de Alec cuando se ponía encima de mí. Las primeras veces que nos habíamos acostado yo lo había dado todo apoyándome en ella para hacer más presión contra su cuerpo, y cuando había conseguido tranquilizarme me había dado cuenta de que las huellas de mi placer eran más físicas de lo que creía: las marcas de mis manos se recortaban contra el cielo, acusando y dando fe de lo que había sucedido en aquella cama.
               -Deberíamos limpiarlas-le dije un día a Alec cuando lo pillé mirándolas con una sonrisa mal disimulada. Tenía el cuerpo cubierto de sudor y necesitaba urgentemente una ducha, pero ni de broma iba a moverme de su lado. Además, a él le gustaba sentirme pegajosa junto a él. Significaba que habíamos hecho cosas muy malas y que nos lo habíamos pasado muy bien.
                -Ni de coña-había respondido él, su Sonrisa de Fuckboy® más seductora que nunca mientras observaba las huellas de mis dedos en la ventana, la mano tras la cabeza y su bíceps haciéndome las veces de corona-. Quiero que sean lo primero que vea nada más despertarme, y en ti haciéndolas, en lo primero que piense.
               Era tan atractivo. Tan sensual. Todo lo que necesitaba cualquier chica para sentir que podía triunfar. Y yo lo había tenido y lo había disfrutado y luego había dejado que se marchara, y ahora iba a perderlo para siempre, todo porque no había sido capaz de morderme la lengua en el momento más necesario. Aunque seguía enfadadísima con mis padres, ahora los sentimientos de mi interior estaban cambiando a una maraña de culpabilidad y decepción conmigo misma que me sería muy difícil de superar.
               El sonido del despertador me rompió el corazón. Intenté decirme que hoy sería otro día, pero sabía que no sería así. Desayuné despacio, saboreando los cereales que Annie me puso delante, de la misma marca que los que comprábamos en mi casa pero que sabían diferentes, más ricos; le di un beso a ella y otro a Dylan, preguntándome cómo les explicaba el abrazo que les acompañó, y que era claramente una despedida; y salí por la puerta sin permitirme detenerme a mirar esas escaleras en forma de media luna por las que había visto bajar a Alec vestido de traje en Nochevieja, en lo que me parecía que hacía dos vidas, la primera vez. Verlas vacías sería un castigo para la última vez, y ya bastante estaba sufriendo al pensar en lo que me cambiaría la conversación con mis padres.
               Estuve distraída toda la mañana, sin prestar atención en clase y equivocándome en todos los ejercicios que hacíamos, sin excepción. No era tan tonta como para pensar que encontraría un refugio en mis estudios ni que tampoco se resentirían, pero tampoco me creía con derecho a hacerlo, así que, resignada a pasar de ser la primera de la clase a la última, me había dedicado a garabatear el nombre de Alec y el mío en mi agenda ahora que todavía tenía poder para ello y no me escocía tanto como lo haría mañana.
               -Suerte-me dijeron las chicas cuando nos despedimos en la esquina de mi calle. Me habían acompañado hasta allí para apoyarme, pero los últimos pasos debía darlos sola. Anduve junto a mi hermana, que se mostraba más parlanchina que de costumbre para intentar levantarme el ánimo, y subí las escaleras del porche de mi casa como quien sube las del patíbulo.
               Podrían convencerme de que no podíamos estar juntos, pero mamá jamás sería capaz de hacer que dejara de quererle. Y si lo intentaba algo entre nosotras se rompería de forma irremediable. En cierto modo, perder a mi novio significaría perder también a mi madre.
               Quedarme completamente sola.
               Volver a estar en aquel canasto frente a la puerta, y que la puerta, esta vez, no se abriera.
               -Ya hemos llegado-canturreó Shasha, quien se estaba esforzando por parecer risueña para que el cambio en mí no fuera tan evidente. Pobrecita mía. Alec también iba a romperle el corazón, y Shasha se merecía que fuera su propio novio quien se lo rompiera la primera vez, no el mío.
               -¡¡Hola, hola!!-saludó Duna, corriendo y haciendo cabriolas por el salón. Llevaba algo en la mano-. ¡Saab, ya ha llegado la carta de Alec!
               Agitó un sobre de bordes azules y rojos en la mano y me la tendió. Mi sentencia de muerte.
               Cogí la carta y procuré no pensar en que no parecía tan gruesa como las demás. Fracasé estrepitosamente, y aunque me habría gustado abrirla y pasar por aquello de una vez, como quien baja la palanca de la guillotina, papá nos llamó al comedor para comer y me obligué a dejarla encima de la mesa del salón. Era demasiado fina, era demasiado fina, era demasiado fina.
               No sé cómo hice para tragarme una comida que parecía cemento en mi boca mientras pensaba en la cantidad de cosas que podían decirse en tan sólo una línea. Todas me parecían tajantes y definitivas, sin vuelta de hoja.
               Si se dieron cuenta de que cada vez que tragaba tenía que contener una arcada, mis padres no dijeron nada. Supongo que la charla con mamá era la excusa perfecta para no encontrarme bien, de modo que me dejaron en paz, sufriendo mi última comida como debió de hacerlo Jesucristo con su última cena.
               Me obligué a tomarme un yogur que sospeché que vomitaría en unos minutos; me levanté con piernas temblorosas que apenas me sostenían, fui al salón, recogí la carta y me fui a mi habitación. Me quedé mirando la dirección y acaricié las marcas del bolígrafo en el sobre allí donde Alec había escrito su nombre.
               Alec Whitelaw
               Campamento de la WWF
               Parque Nacional de Nechisar
               Arba Minch, 4400
               Etiopía
               Le di la vuelta de nuevo y miré el destinatario. Sabrae Malik. Mi calle, mi ciudad, mi país. Todo lo que había sido mi hogar y que se convertiría ahora en mi cárcel.
               Había escrito mi nombre con la misericordia de quien siente lástima por una persona y no quiere que sufra más. Seguí con los dedos los trazos de “Sabrae”, preguntándome si había pasado de ser su palabra preferida en el mundo a la que más odiaba. Preguntándome si respondería a otro nombre ahora que Alec iba a arrebatármelo. Si él no podía usarlo, no dejaría que lo hiciera nadie.
               Con el corazón latiéndome a mil por hora y la piel perlada de un sudor gélido que anunciaba el invierno en que estaba a punto de sumirme, separé la solapa del sobre con dedos temblorosos.
               Sólo había una hoja, tal y como sospechaba. Me quedé mirando los rebordes en blanco un segundo antes de tirar para sacarla.
               La primera línea era devastadora.
               Sabrae,
               Sabrae. Nada de mi amor, mi luna, mis estrellas. Nada que me indicara que todavía me quería cuando me había dejado, ni a lo que agarrarme para subirme a un avión y ponerme de rodillas frente a él. Era irreversible.
               Le había perdido para siempre.
               Me obligué a sacar la carta del todo y desdoblarla. Apenas había un par de líneas más escritas con letra segura y convencida.
               Al final resultó que no iba a poder marcarme un Alec y plantarme en el campamento para copiarle. Sería una lástima, le habría encantado.
               La carta decía así:
               Sabrae,
              
               Me suda la putísima polla lo que tu madre piense de mí. Lo único que me importa es lo que pienses tú. Así que deja de intentar romper conmigo, porque no te lo voy a consentir.
               Ya me estás llamando ahora mismo por teléfono en cuanto abras esto. Quiero mi puto momento cerdo con mi novia, y ni Zayn Malik, ni Sherezade Malik, ni María Santísima me lo van a quitar.
               Espero tu respuesta.
               Y luego, bien, bien grande; tan grande que podría ocupar la pancarta de un avión:
               TU NOVIO, LE PESE A QUIEN LE PESE,
               Alec




             
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2 comentarios:

  1. Empezar diciendo que el monólogo que se ha marcado el puto Alec me ha tenido al borde del llanto, ha sido una puta montaña rusa para el y para mí y no he parado de pensar “si si si, piensas eso” “ no no, ni se te ocurra pensar eso idiota”

    Por otro lado Sabrae me está dando una pena terrible y mi yo de hace años estaría flipando con lo que voy a decir pero amo a las chicas y lo buenas amigas que estan siendo, ahora mismo me caen mejor que Sher y Zayn. Teniendo en cuenta que sólo había de perspectiva el comentario de Sherezada, que podia descontextualizarse totalmente btw, leer la conver de Sher y Zayn me ha dejado a cuadrados porque la actitud tan terminal con respecto a Alec no entiendo de donde coño la sacan. Entiendo que tengan miedo por todo lo que ha pasado hasta este momento pero me toca los huevos esa actitud casi rabiosa, de ambos encima, como si Alec realmente hubiese hecho algo malo. Una parte de mi no quiere que llegue la conversación con Sherezade, pero otra si porque necesito entender un poco que enfermeda mental les ha dado a los dos vaya.
    Por último decir que le como los huevos al puto Alec y que gracias a Dios que ha hecho lo que ha hecho. Espero que llame a Sabrae y hablen y tenga los cojonazos de decirle que le ponga a Zayn o a Sher para que le diga cuatro cosas a cada uno.

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  2. Menudo capítulo más intenso. Comento cositas:
    - La parte de “pareces un soplador de hojas” me ha hecho mucha risa no sé por que ajajjajaj
    - Todo el monólogo interior de Alec ha sido BRUTAL, con ese tira y afloja que ha tenido consigo mismo que habría sido impensable hace unos meses. Me ha encantado leer cómo lo analizaba todo y como en el último momento se decantaba por la decisión correcta, confiando en si mismo y en su relación por encima de todo. Mi parte favorita del cap sin duda.
    - “no había nacido para trascender siendo un campeón en el boxeo, sino la musa de cien baladas” tú quieres que yo me pegué un tiro verdad?? Cómo va a pensar eso?? Es que no puedo con este chico de verdad.
    - Momo está graciosísima de verdad.
    - Con la conversación de Sher y Zayn me he quedado FLIPANDO en colores. No entiendo en que momento han decidido que es “el enemigo” me parece que no tienen ningún sentido. En la conversación dan a entender que el problema es que se haya ido de voluntariado, pero hasta antes de la pelea (en la que él no hizo nada mal) estaban tan contentos. Además, no parece que sean realmente conscientes de que Sabrae está fatal desde hace semanas por la pelea con ellos y no porque Alec se haya ido.
    - La carta de Alec ha sido perfecta y estoy deseando que hablen por teléfono :))
    Tengo que terminar el comentario volviendo a hablar del CHARACTER DEVELOPMENT tan maravilloso de Alec y lo claro que lo hemos visto aquí. Con ganitas de seguir leyendo <3

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