lunes, 1 de mayo de 2023

Vis a vis.


¡Toca para ir a la lista de caps!

A pesar de haber dormido en la cama de Alec y haber compartido las sábanas con un Whitelaw que me abrazó por la cintura y trató de tranquilizarme en la medida de lo posible esa noche, la verdad es que no disfruté del sueño profundo y reparador que siempre encontraba en la habitación de Alec. El santuario en el que se convertían sus sábanas cada vez que caía la noche y el sol se tomaba su muy merecido descanso había pasado de ser ese refugio en el que yo podía sentirme segura a unas ruinas sin techo que ni siquiera me cobijaban de la lluvia.
               No dejé de preguntarme durante toda la mañana, mientras remoloneaba en la cama, fingiendo que no tenía una casa a la que irme, una familia esperándome y una conversación pendiente que mantener, cómo iba a hacer para sobrevivir a esos tres meses que me quedaban hasta que llegara la Navidad y volviera a ver a Alec si ya ni siquiera me sentía segura en su habitación. Esos demonios que no le habían dejado tranquilo hasta que yo no le hice mirar en dirección a la luz, mucho más abundante que las sombras en su interior, en lugar de a sus tinieblas, ahora se habían instalado en mi cabeza y no me dejaban ni siquiera dar pasos decididos en dirección a mi casa.
               Quién iba a decirle a mi yo de hacía tan solo unas horas que aborrecería el momento en el que tuviera una nueva carta de Alec en mis manos, porque significaría tener que tomar la decisión más trascendental a que me hubiera enfrentado yo sola.
               Quién iba a decirle a mi yo de hacía unas semanas que no correría a mi casa nada más supiera que había llegado una nueva carta de Alec que me hiciera ver que mi novio no era un producto de mi imaginación, sino alguien de carne y hueso y cuyos sentimientos trascendían las fronteras que los seres humanos habíamos dibujado para repartirnos injustamente la tierra, como si tuviéramos derecho a ella.
               Quién iba a decirle a mi yo de hacía unos meses que me detendría varias veces en medio de la calle y que haría el camino más largo posible todo con tal de no cruzar el umbral de la puerta de mi casa aun cuando allí me esperaban los pedacitos que me conectaban a Alec.
               Y quién iba a decirle a mi yo de hacía un año que cruzaría las mínimas palabras con mi madre por culpa de… damas y caballeros… Alec Whitelaw.
               Como decían Little Mix en Grown: vaya, es gracioso cómo cambian las tornas.
               Ya era la cuarta vez que me pasaba un desvío en dirección a mi casa simplemente porque me temblaban demasiado las piernas como para mantenerme estoica si me encontraba con mamá. No sabía cómo haría para decirle que no estaba de humor para hablar de lo de Alec ahora, que probablemente nunca lo estuviera y que sería mejor que lo dejáramos estar (lo cual no quería decir, nada más y nada menos, que o me pedía perdón y se retractaba o lo tendría muy jodido para que volviera a confiar en ella; e incluso entonces no estaba del todo segura de si volveríamos al mismo punto en el que habíamos caído en picado). No me gustaba la sensación de odio que sentía dentro de mí al pensar en mamá, pero es que ya ni siquiera pensaba en ella como “mamá”, sino como “mi madre” o, directamente, “Sherezade Malik”. En mi subconsciente había una gran diferencia entre unas y otras; mamá jamás me habría dicho algo como lo que me había dicho respecto a Alec y a mí, y menos aún sabiendo lo duro que era para mí estar yo aquí, y él, allí; mi madre me habría reprendido, porque lo que le había dicho estaba muy feo, no tenía excusa y era totalmente impropio de mí, pero tampoco me habría hecho sentir el miedo que ahora sentía al saber que había dejado de apoyarnos a Al y a mí…
               Sherezade Malik, en cambio, era absolutamente despiadada. No se había ganado la reputación que se había ganado en el país por nada. No era miembro honorífico de las asociaciones pro derechos de la mujer y en defensa del medio ambiente por nada. No había sido la mujer más joven de la historia en recibir las ofertas más cuantiosas de los despachos de abogados punteros del país por nada. No había liderado cambios legislativos en Inglaterra por nada. No era la cara visible de los casos más mediáticos y complicados ante el Tribunal Supremo por nada. Su nombre no era una consigna más en las marchas feministas por nada. No la habían barajado para participar en la carrera judicial por nada. No asesoraba a políticos en cumbres internacionales por nada. No sólo era una mujer triunfando en un mundo de hombres: era una mujer racializada triunfando en un mundo de hombres blancos. Aun así, estaba en la cima. Todo porque era la más fuerte, la más lista, la que trabajaba más duro, la mejor. El tiburón más sanguinario cuando se lo proponía. Destrozaba a sus adversarios y no les dejaba oportunidad de recuperarse.
               Sherezade Malik era perfectamente capaz de decirme lo que me había dicho. Había sido ella, y no mi madre, ni mucho menos mamá, la que me había dicho que no le hacía gracia que estuviera con Alec.
               Era la primera vez que Sherezade Malik entraba en nuestra casa. ¿Tenía que haber sido precisamente para hablar conmigo?
                Y justo en mi momento más bajo. Cuando ella tenía que ser mi principal apoyo; ni siquiera necesitaba que se sentara a mi lado, me acariciara el pelo y me consolara, sino que se apartara y dejara paso a mi madre.
               De todos mis hermanos, yo era la que menos necesitaba en ese momento que ella me pusiera una pantalla frente al sol para impedirme ver. Y lo había hecho.
               Me detuve en la esquina de la calle perpendicular a mi casa y miré por encima del hombro a lo largo de mi calle. Me dolía la espalda y tenía un nudo en el estómago que sabía que tardaría tiempo en curárseme, pero, ¿de qué servía prolongar el sufrimiento? Lo único que estaba haciendo era hurgar en mis propias heridas. Y, quizá, también cabrearlos más.
               En un principio había pensado en quedarme a desayunar en casa de los Whitelaw y regresar a la mía para la hora de comer. Sin embargo, a medida que ayudaba con las tareas de casa (para desesperación de Annie), sentía cómo se me escapaban las fuerzas para irme con mis padres. Me había escondido bajo las sábanas de la cama de Alec, hecha una bola a la que, de vez en cuando, Trufas toqueteaba con sus patitas para asegurarse de que seguía ahí. Mimi vino a hacerme compañía de nuevo, solitaria como se sentía en una casa en la que había un silencio sepulcral donde antes siempre había podido escuchar la música de su hermano en algún rincón, ya fuera en su habitación, en el jardín, o en el garaje, mientras arreglaba la moto.
               Había creído viable quedarme a dormir de nuevo en casa de los Whitelaw pasado el almuerzo hasta que papá me envió un mensaje preguntándome cuándo pensaba volver a casa. No cuándo iba a volver, sino cuándo pensaba, con la hostilidad propia del padre al que estás cabreando y que ni se molesta ya en disimularlo.
               Así que había recogido mis cosas y, tras considerar que lucir una camiseta de Alec sería interpretado como un desafío abierto a mi familia, decidí ponerme mi ropa y conformarme con unos calzoncillos de Al como apoyo moral. No me atrevía a lucir nada más.
               Continué mirando mi calle, imaginándome todas las veces en que había hecho ese recorrido a oscuras con Alec, los dos riéndonos, cogiéndonos de la mano primero con timidez, y luego con decisión; besándonos bajo las farolas y haciendo que nuestras sombras juguetearan en el suelo. Las noches en que Alec me acompañaba a los sitios, mamá no necesitaba que le enviara un mensaje diciendo que había llegado sana y salva; yo lo había hecho de todos modos porque sabía que apreciaba el gesto, pero ni siquiera se preocupaba. ¿Y ahora le molestaba que estuviera con el mismo chico al que le había abierto las puertas de su casa, al que le había puesto platos en su mesa y le había ofrecido quedarse a dormir, cuando ni siquiera compartíamos continente?
               Todo por una estúpida cagada mía de la que Alec no tenía ninguna culpa. O, bueno, la única culpa que tenía era que estaba muy bueno y que follaba demasiado bien como para que yo mantuviera la cordura, así que era cosa mía el no poder comportarme como una señorita las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año, sin importar mis hormonas ni tampoco el día del mes.
               Lo peor de todo era que ni siquiera estaba considerando la carta de Alec, que era un regalo en sí. Sólo me veía como una delincuente a la que han condenado a veinte años de cárcel y que ve cómo el tiempo de cumplimiento voluntario de condena se va acercando, y sólo puede entrar antes a prisión para, al menos, poder elegir en qué cárcel pasará las siguientes dos décadas. Si los animales que van al matadero pudieran hablar, posiblemente me expresaran su empatía.
               Y sin embargo… era una crueldad y un poco sádico el alargar al máximo el tiempo en libertad. Cuanto más me acariciara el viento la cara, más lo echaría de menos entre rejas.
               Puede que la cárcel tampoco estuviera tan mal. Al menos tenía la posibilidad de los vis a vis.
               Así que eché a andar hacia casa sintiendo que empujaba un fortísimo campo de fuerza con cada paso, uno que ni siquiera me permitía exhibir el esfuerzo que estaba haciendo, porque me sentía una heroína perdida en un mundo en el que sólo existía la maldad. Igual que si se hubiera abierto un portal que conectara con otros mundos, yo había ido a parar a un universo paralelo en el que todo estaba completamente del revés. No debería estar peleada con mamá, no debería tener miedo de llegar a casa. No debería estar sin Alec.
               Los escalones de subida al porche se me antojaron los del cadalso. Tenía el estómago tan encogido que me sorprendía no sentir arcadas simplemente con el olor de la comida que flotaba hacia mí; olía dulce, a un postre casero, y mis rodillas cedieron al pensar que si se estaban haciendo labores de repostería era porque mamá estaba en casa y no tendría manera de escapar de la conversación. Sherezade Malik siempre usaba sus discursos finales para darles a sus oponentes el golpe de gracia que, pasado todo el juicio, se volvía más de misericordia que de otra cosa.
               Empujé la puerta y me obligué a tomar aire mientras las palabras de Mimi resonaban una vez más en mi interior. Tienes doce horas para decidir qué prefieres: si callarte y traicionar la confianza de mi hermano, o decírselo y tener que coger un avión para que no sea él quien te deje a ti.
               Me merecía que Alec me dejara si había hecho que mi madre me odiara de esta manera. Pero no podía renunciar a él. Dudaba de que pudiera sobrevivir a perder a mamá, aunque fuera ley de vida y se suponía que algún día debería hacerlo; a lo que no me veía con fuerzas era a sobrevivir a perder a Alec. Perder a Al también supondría perder a mamá, porque si ella se alegraba de que él se alejara de mí, yo jamás, jamás podría perdonarla. No importaba que lo culpara de que yo hubiera cambiado (si es que lo había hecho realmente), o que se sintiera aliviada de que sus influencias ya no me alcanzaran: él me hacía feliz como no me lo había sentido en mi vida, incluso cuando era increíblemente desgraciada por no tenerlo aquí conmigo. Si mamá celebraba eso, era que no odiaba mis lágrimas como se suponía que debían hacerlo las madres.
               Me afiancé la bolsa tote que me había llevado de casa de Alec y atravesé el recibidor. Cuando llegué al salón estuve tentada de subir directamente las escaleras, pero me disuadí pensando que eso era lo que hacían los cobardes: entrar en sus casas sin hacer ruido y lamentando no tener una puerta de atrás que les hiciera más fácil escabullirse.
               Tenía que enfrentarme a ella; al menos, decirle que no estaba de humor para hablar y que necesitaba tranquilidad. No quería que me interrumpiera mientras leía la carta de Alec, o peor, que me la arrancara de las manos y me acusara de que en lo único en que pensaba era en él, y que me había olvidado de quién era mi familia y a quién se lo debía todo. Estaba convencida de que mamá ya no contaba a Alec en nuestro círculo igual que yo no lo había hecho hacía un año, cuando creía que era un gilipollas y no soportaba estar en su presencia. No quería tener que chillarle que Alec era más familia mía que nadie en esa casa, que él me ayudaría a construir mi propia familia llegado el momento. Las cartas eran lo único que me quedaba de él mientras estuviera en África, y no le permitiría que me las quitara de las manos como si fueran conjuros venenosos e hipnóticos.
               Caminé hacia la cocina y empujé la puerta.
               Y se me escapó un suspiro de alivio cuando vi que quien estaba allí era papá en lugar de mamá. Se había arremangado las mangas de la camisa hasta los codos, se había puesto una bandana roja en la frente, y revolvía con parsimonia compota de manzana. Vi que tenía pollo sazonado a un lado de la encimera, y caí en que el olor dulce que había notado al acercarme a la casa no tenía por qué ser necesariamente para un postre.
               -Ya estoy aquí-dije sin entusiasmo, porque puede que papá no se hubiera enfrentado a mí abiertamente, pero solía hacer equipo con mamá, y más aún cuando se trataba de educarnos. Además, papá siempre había sido un poco posesivo conmigo cuando se trataba de Alec; ni siquiera había querido que se quedara a dormir en casa el primer día que lo hizo, y si no hubiera sido porque mamá lo convenció, puede que mi relación con él hubiera sido bastante diferente.  Para empezar, no me habría sentido tan cómoda llevándolo a casa cuando me apeteciera, ni él tan bienvenido. Sabía que papá le tenía cariño, pero menos que mamá. Y si las cosas con mamá  estaban así…
               -Hola, Saab.
               Saab. Al menos mi nombre no era un insulto en su cabeza. Al menos todavía era Saab para uno de mis padres. No me permití tener esperanza, no obstante. Yo siempre había sido la debilidad de papá, su ojito derecho, y no había capricho que él se resistiera a concederme. Mamá había sido capaz de ser más dura conmigo mientras crecía simplemente porque ella también había sido una niña y papá adoraba ser padre de niñas. Se había criado entre tantas que nos entendía mejor de lo que lo hacían los demás.
               Necesitaba un abrazo, que me dijera que todo iba a estar bien y que entre los dos lo arreglaríamos.
               Pero no era tan estúpida como para pensar que no estaba del lado de su mujer en esto. Sobre todo después de que él mismo me hubiera recriminado mi comportamiento con mamá antes incluso de que ella misma lo hiciera. La había defendido de mí. Eso siempre dejaba huella.               Además… mentiría si dijera que no me di cuenta de que no hizo amago de acercarse a mí. Y que no se me encogió un poco más el estómago.
               Me acerqué a la sartén en la que papá removía la compota. Me fijé en que había mondaduras de manzana apartadas en una esquina de la isla de la cocina, y, a juzgar por lo irregular de algunas de ellas, sospeché que Duna le había echado una mano antes de irse a jugar. Me pregunté si Shasha también les había ayudado, y si mis hermanas me habían echado de menos. Ellas eran las únicas cuyo comportamiento no había cambiado desde la pelea con mamá; incluso Scott se había comportado diferente conmigo, aunque él era más protector que de costumbre. Aun así, no conseguía suplir el vacío que mamá había dejado dentro de mí.
                -Vas a cenar en casa, ¿no?-preguntó papá, y en su tono de voz había una cierta dureza que no se me escapó. Que me consintiera en todo lo que se me antojaba no quería decir que tampoco me hubiera criado con mano dura. Yo no era sólo el producto del trabajo de mamá, sino de sus esfuerzos combinados con los de papá. Al haberme criado ambos, supongo que también era una decepción para los dos. Asentí con la cabeza y miré en dirección al comedor, cuya puerta conectaba con la habitación en la que mamá y yo solíamos meditar juntas. Me puse tensa pensando que en cualquier momento podría escucharla decir mi nombre y no tendría más remedio que ir y que me chillara con la cabeza entre los tobillos. Era increíble lo que el yoga podía hacer por ella, pero incluso que me hubiera echado un novio camorrista, según ella, era una maldición que ni la sabiduría milenaria del deporte más practicado de Asia podía combatir.
               -No está aquí-dijo papá, como si supiera el por qué de mi mirada y no estuviera dispuesto a permitir que me hiciera ilusiones.
               -¿Adónde ha ido mamá?
               -Está en el despacho. Ha comido allí-explicó, bajando el fuego y retirando el contenido de la sartén a un bol.
               -¿Por si yo venía?-no pude evitar preguntar, y papá apoyó las manos en los bordes de la encimera y suspiró, la cabeza agachada. Por fin, me miró. Y por la forma en que lo hizo supe que mamá me había dicho que no le hacía gracia que estuviera con Alec por misericordia.
               Porque perfectamente podría haberme dicho “a tu padre y a mí no nos hace gracia” y habría terminado de hundirme.
               -Porque tiene muchísimo trabajo y muchísimas cosas en la cabeza, Sabrae. Necesita que la apoyemos, no que le demos más motivos por los que preocuparse.
               Yo también necesito que me apoyen, pensé, y se me llenaron los ojos de lágrimas, pero no dije nada. No quería pelearme también con papá, ni escucharlos de madrugada hablando de las cosas que había hecho, lo mala hija que había terminado saliendo, lo desagradecida que era y lo increíble que pareciera que yo, que siempre había sido la más formal de mis hermanos, hubiera terminado siendo la más rebelde de los cuatro simplemente porque había dejado de practicar sexo con asiduidad. Quizá se replantearan toda su estrategia de crianza con Shasha y con Duna, ahora que todavía estaban a tiempo de corregir los errores que habían cometido con Scott y conmigo; especialmente, conmigo.
               Me sentía como si hubiera sido un experimento que había salido mal justo en la última prueba, y que después de años y años de expectativas, había terminado siendo un fracaso estrepitoso y peor aún que los demás; al menos el resto habían dado señales de que no irían por el buen camino desde el principio, y habían sido desechados rápidamente precisamente por eso. En cambio, yo había terminado siendo una pérdida de tiempo cuyo tropiezo nadie podía localizar en el tiempo ni tampoco explicarse.
               Me gustaría poder decirles a mis padres que no habían hecho nada malo conmigo más que dejar que diez segundos de desvergüenza y desesperación pura pesaran más que quince años esforzándome por hacerlos sentir orgullosos, que no era justo que me definieran por cosas que no había dicho en serio en lugar de por todos los silencios en que había demostrado mi carácter. Me descubrí también sintiendo envidia de Scott, que estaba lejos de casa y podía tener la certeza de que lo echaban de menos. Llegando como había llegado a mi hogar y viendo el nimio entusiasmo que eso despertaba, ya sentía que no pertenecía a ningún sitio y que no tenía ningún lugar que llamar mío.
               Salvo la habitación de Alec.
               Y no estaba segura de si me la merecería si no le decía nada de lo que estaba pasando en casa. Le había prometido sinceridad y él me la había prometido a mí; a toda costa y pasara lo que pasase, al menos nos debíamos la honestidad el uno al otro. Si no le decía nada de que ya no contábamos con el apoyo de mis padres estaría traicionando esa confianza que tan importante era para ambos, sería aún más indigna de Alec y… no podría mirarlo a la cara cuando se terminara enterando dentro de tres meses. Casi podía verlo frente a mí cuando finalmente se lo dijera, y las cosas horribles y horriblemente ciertas que me diría.
               -¿Por qué no me lo dijiste en su momento? Han pasado tres meses. Tres meses, Sabrae. Creía que podía confiar en ti. ¿Tú no confiabas en mí? Podía soportarlo, ¿sabes? Podría haberte ayudado, podría haber vuelto, podría… ¿así va a ser esto a partir de ahora? ¿Tú no me cuentas las cosas que sabes que no me van a gustar y yo vivo a oscuras a partir de aquí? Porque no sé si me interesa estar con alguien que no me cree digno de saber la verdad.
               Sabía de sobra cómo era Alec enfadado, con los ojos llameando, el ceño fruncido y la decisión alzándose frente a él como un muro infranqueable. Todavía no había descubierto cómo era él a punto de dejarte, pero sabía que sería lo peor que fuera a ver en toda mi vida.
               Le tendría enfadado o le tendría triste, hecho polvo. Si le decía la verdad, sabía que no sería capaz de seguir conmigo después de aquello. Sus demonios volverían y se lo comerían vivo en África, le harían creer que siempre había sigo indigno de mí y que mis padres lo habían sabido y me habían dejado jugar con él mientras nuestros juegos eran entretenidos e indoloros. Déjala que sepa lo que es sexo más o menos bueno, Zayn. Déjala que sepa lo que es un novio dedicado, Sher. Se terminará cansando y buscando algo mejor. A alguien mejor. Alguien cuyos esfuerzos sí que obtengan resultados, alguien a quien no le cueste la vida darle lo mínimo que ella se merece. Alguien con un buen futuro, alguien que esté a su altura.
               Alec pensaría que se lo decía porque, después de todo, no era capaz de sobrellevar todo aquello. El sacrificio que estábamos haciendo era demasiado grande y doloroso para mí. No podía con ello. No tenía por qué sacrificar todo lo que estaba sacrificando. Mi familia siempre había sido muy importante para mí, la piedra angular de mi vida, y… no debería renunciar a ella por el Chico Blanco Del Mes.
               Como si no hubiera dejado de arrancar las hojas del calendario. Como si las semanas no se hubieran detenido. Como si no viviera constantemente en esa noche en que nos besamos por primera vez y entendí de qué hablaban todas las canciones de amor, todos los libros de amor, todas las películas de amor, cuando hablan de dulzura, de fuegos artificiales, de fuerzas que mueven montañas y voluntades que resisten a cualquier tentación. Colores que no veías con nadie más, murales enteros en cúpulas de templos, estatuas que parecían a punto de echar a andar, dedicatorias de obras maestras de hacía cientos de años con sólo dos palabras, una preposición y un nombre.
               Él era mi niebla de lavanda, el rostro que le ponía a Dios, el David, mi “para Beatriz”. Ese sol al que se le edificaban pirámides, le música que te guiaba de vuelta a casa, el chapoteo en el oasis después de una larguísima travesía por el desierto y la silueta de montañas más allá del horizonte cuando llevaba dos días sin víveres en el barco.
               Esa luz verde al otro lado de la bahía que me empujaba a hacer fiestas todas las noches en mi mansión por lo demás vacía con la esperanza de que él, en algún momento, apareciera en mi puerta.
               Y me la iba a apagar. Me la apagaría porque pensaría que lo tenía idealizado y que mis padres eran los que tenían razón, quienes le veían tal y como era, quienes escuchaban a sus demonios, que no eran demonios en realidad, sino las voces críticas que todos tenemos dentro y que separan a los artistas mediocres del ojo público para que los genios no tengan que compartirlo con ellos.
               El caso es que acabaríamos irremediablemente en el mismo sitio: el uno sin el otro, y yo sin poder regresar a su habitación, la única casa que me quedaba. De mí dependía renunciar a ella o que me la arrebataran, hacerlo ahora o perderlo dentro de tres meses.
               De modo que me marché de la cocina sin decir nada, pues nada de lo que pudiera decir arreglaría esta situación. Subí las escaleras y empujé la puerta de la habitación, en la que la cama permanecía arrugada en las huellas de mi cuerpo allí donde yo me había sentado hacía toda una vida.
               Sobre el colchón había un sobre de bordes rojos y azules. Me acerqué a él como si fuera a morderme, y le di la vuelta para mirar su dirección. Como si no supiera de quién procedía.
               Alec Whitelaw
               Campamento de la WFF
               Parque Nacional de Nechisar
               Arba Minch, 4400
               Etiopía
               Cogiéndola con manos temblorosas, como quien sostiene a una criatura tan bella como peligrosa, tiré suavemente de la solapa del sobre en la que Alec había escrito su dirección. Tomé aire y lo solté muy despacio, obligándome a mí misma a disfrutar del momento: ésta era la última carta de la que no tenía que tener miedo, la última que había esperado con inocencia y de cuyo contenido podía fiarme. Recordaba vagamente lo que le había escrito en la que había enviado y cuya respuesta ahora tenía entre mis manos, todo lleno de preguntas inocentes confiando en que habíamos superado lo peor. Cuando la había enviado había estado completamente segura de que lo elegiría a él por encima de a cualquier otra persona, incluyendo mi hermano, y ahora… ahora no estaba segura ni siquiera de que Alec me correspondiera en ese sentido. No porque no quisiera, eso por descontado, sino por lo importante que era sentirse bueno para mí. Él lo era. Lo era y no cabía duda de eso: Scott mismo me había dicho que era hora de ir planteándose qué era lo que Alec había hecho por mí en nuestra relación, y no sólo lo que yo había hecho por él. Estas semanas de inseguridades no me representaban al igual que los demonios de Alec no le representaban a él.
               Sabía que lo tendría muy difícil para convencerlo, casi imposible. Que era tozudo como él solo y no había manera de conseguir que pasara por el aro si no quería, y que necesitaba estar delante de él para asegurarle de que nada más importaba, que las opiniones de gente ajena a nosotros no importaban y no nos representaban.
                Quizá el quid de la cuestión no debiera reposar en lo que mis padres pensaban de nosotros, sino en lo que pensaba mi hermano. Scott nos conocía a los dos mejor de lo que lo hacían mis padres porque tenía la baza de no sólo ser familiar mío, sino también amigo de toda la vida de Alec. Tenía que hacer que eso contara más que lo que opinaba mi madre.
               Fuera como fuera, me callara o hablara, a partir de ahora sólo sentiría ansiedad a medida que fueran pasando las semanas. Éste era mi último respiro antes de sumergirme bajo el agua y bucear a pulmón por la cueva submarina. Sólo me quedaba rezar para que la cámara de aire que era mi objetivo estuviera más cerca de lo que soportaban mis pulmones.
               Así que abrí la solapa y saqué la carta.
 
 
Como si supiera que se acercaba el final del verano y que su reinado pronto tocaría a su fin, el sol llameaba con furia en lo más alto del cielo, reflejándose en los cristales de los edificios y convirtiendo Londres en una gran lupa que bien podría haber generado los incendios que, según los textos sagrados, calcinarían todo aquello que necesitara purificarse y que fuera indigno de entrar en los jardines del paraíso.
               Peleaba con desesperación por lo que más valoraba, el verano y su poder, igual que lo estaba haciendo yo. Supongo que no era de extrañar que relacionara continuamente a Alec con el sol cuando los dos me hacían sentir en un estado estival constante, y más ahora que necesitaba que los días duraran una eternidad para no tener que regresar a casa y sentir que aquella habitación que me habían hecho a medida ya no era un hogar, sino una prisión.
               Me había llevado conmigo la carta que me había escrito Alec, y que había releído una y otra vez en el trayecto en metro hasta el último edificio en el que nadie se esperaría encontrarme, y, a la vez, el único lugar al que sentía que podía ir ahora: el despacho de mamá. Sabía que corría un riesgo muy grande plantándome allí cuando ella estaba marcando las distancias y yo misma prefería mantener la situación en cuarentena, pero no me quedaba otra que ir allí.
               Porque allí estaba Fiorella. Y, a diferencia de Alec, yo confiaba en el poder de la Psicología desde pequeña. Ahora que no tenía a mi principal confidente y brújula moral disponible para mí, sabía que mi mejor opción era una profesional en la materia, alguien imparcial que pudiera decirme en qué partes estaba exagerando y qué era lo que estaba pasando por alto para acercarme a la realidad.
               Después de leer la carta había llamado a Momo prácticamente llorando, confesando que no tenía ni idea de lo que tenía que hacer, de cuál sería el camino correcto. Le leí las partes que más me rompían el corazón y ella se mantuvo en silencio, escuchándome con paciencia mientras yo despotricaba y me lamentaba por el poco tiempo de reacción que me estaba dando el mundo cuando me encontraba en una de las situaciones más críticas de toda mi vida. No quería perder a mi familia, ni tampoco quería perder a Alec. A unos ya los había arriesgado en una jugada que me había salido mal; ahora quería ser conservadora con él, pero me encontraba sentada en una mesa en la que todo el mundo iba con todo, nadie soltaba prenda de lo que tenía, y yo no tenía absolutamente nada con lo que poder defenderme, ni tampoco la posibilidad de retirarme.
               -¿Qué crees que debo hacer, Momo?-gimoteé, tumbándome boca abajo y apartándome el pelo de la cara con angustia-. No puedo decirle que mamá ya no quiere que esté con él, pero tampoco puedo callármelo, porque se terminará enterando, y todo será peor. Así que, ¿qué coño hago?
               -¿Estamos totalmente seguras de que Alec te dejará si le dices que Sher no quiere que estés con él?-preguntó-. Porque, Saab, tenemos una cierta tendencia a infravalorarlo que ya nos ha metido en movidas muy gordas antes, y…
               -Se trata de Alec. Ya sabes cómo es. Es tan duro consigo mismo que no desaprovechará ninguna oportunidad de torpedear todo lo que le hace bien, lo nuestro incluido.
               -Estamos hablando del mismo chico que literalmente se hizo nueve horas de avión para simplemente poder decirte a la cara que eres una gilipollas por pensar que no te lo mereces y que no iba a aceptar que le dijeras que querías romper con él, Saab.
               -Exacto, Momo. Exacto. Se tomaría todas las molestias del mundo con tal de hacerme bien. Incluido partirnos el corazón a los dos y romper conmigo si piensa que él no me hace bien.
               Momo se quedó callada de nuevo.
               -Pues entonces no le digas nada.
               -¡Pero hablamos de todo! ¡No tenemos secretos!-me lamenté. La verdad es que tampoco quería perder eso. No sólo era la compatibilidad que teníamos, las increíbles relaciones sexuales y que encajábamos a la perfección, lo bien que me sentía estando con él y lo feliz que me hacía con sus planes.
               Alec… era mi mejor amigo. Además de mi novio también era mi mejor amigo. Puede que mejor incluso que Momo, a quien le contaba absolutamente todo… excepto lo que él me pedía que yo no contara y las cosas que me daba miedo que la gente supiera de mí.
               Creo que soy el producto de una violación, me había dicho en aquella sesión conjunta que habíamos hecho él, Claire, Fiorella y yo.
               Creo que en algún momento querré buscar a La Creadora y así saber por qué me abandonó, le había susurrado yo una noche en la que no nos habíamos vestido después de acostarnos y yo simplemente… había sentido todo eso ahí. Y había querido enseñárselo.
               No me daban miedo sus demonios y a él no se lo daban los míos. Alec era la única persona que sabía cuántos eran, cómo eran, dónde se escondían y qué los hacía fuertes. Ni siquiera hablaba con Momo sobre mi adopción, y ahora que sentía más que nunca que tenía preguntas sin contestar, yo no podía… no podía…
               No podía perder a la única persona que no me miraba con aprensión cuando recordaba que mi sangre no era la de mis hermanos. Y eso estaba bien. ¡Claro que lo estaba! Me hacía sentir como que mi familia me quería por elección y no porque no le quedara más remedio, me sentía afortunada de haber tenido una segunda oportunidad que, sin duda, era mejor que la primera. Pero, a veces, no podía evitar pensar en si daría a luz a niños que se parecieran a sus abuelos biológicos, en si encontraría parecidos con otras personas escondidas en el mundo de rasgos que yo consideraba únicos. Era una Malik, pero… también era algo más. Algo que yo no conocía, y que me escocía cada vez más y más en mi interior.
               Sobre todo ahora que había descubierto que no era una Malik cualquiera, sino que tenía que ser la mejor Malik… o no serviría.
               -¿Ni siquiera os mentís para protegeros?-preguntó Momo, y yo rodé en la cama y negué con la cabeza. Alec me había hecho muchísimo daño contándome lo de Perséfone pero, a la vez, me había hecho una herida en el pecho que había cicatrizado y era más fuerte que nunca a cambio de salvar nuestra relación. Yo sabía a ciencia cierta que Alec jamás haría nada que me pudiera hacer daño, ni voluntaria ni inconscientemente, y eso era algo que me permitía dormir por las noches. No podía imaginarme cómo lo harían las chicas que no confiaban en sus novios y que no paraban de mirar la pantalla de sus teléfonos esperando recibir un mensaje que nunca llegaba, la contestación de qué hacían o dónde estaban que necesitaban obtener, aunque fuera una mentira. Yo la tenía. Yo no necesitaba preguntar.
               -Alec y yo, no.
               Momo tomó aire.
               -Pues entonces quizá deberías decírselo.
               -Pero no quiero que me deje. Y lo hará.
               -¿Y cómo estás tan segura?
               Repetí el mantra que mejor nos definía, esa verdad que se repetía mil veces en mil bocas distintas.
               -Porque se trata de Alec. Y se trata de mí.
               Nadie que lo conociera tenía ninguna duda sobre cuáles eran sus prioridades. Medían metro cincuenta y siete, tenían la tez morena y el pelo negro y rizado, y era una Tauro contestona que quería con toda su alma.
               Momo torció la boca en su casa.
               -Tal vez necesites tomar un poco de distancia y ganar algo de perspectiva. Repósalo un par de días y…
               -¿¡Un par de días!? ¡Amoke, yo no tengo un par de días!
               No torturaría a Alec haciendo que esperara y esperara por mí. Había sido capaz de marcharse precisamente porque sabía que no me perdería y que siempre me tendría a su disposición. ¿Se habría ido tan ricamente a Etiopía de no haber sabido que eso no supondría perder el contacto conmigo? Lo dudaba bastante. De hecho, cuanto más lo pensaba, más segura estaba de que Alec se habría quedado en casa si no hubiera tenido garantizado el asegurarse cada quince días de que yo existía.
                -Bueno, chica, pues tendrás que conseguirlos-se puso chula-, porque es evidente que no puedes no decirle nada a tu novio y decírselo a la vez. O sea, tienes que escoger. Y yo no sé qué aconsejarte.
               Ninguno de sus amigos lo sabía; ni siquiera Jordan, por muy cercanos que fuéramos ahora. La razón era que no quería que pensaran que mi madre era una zorra o que la confrontaran por lo que había dicho de Alec, aunque bien se mereciera ambas cosas. Eso me haría la vida mucho más difícil aún, y bastante complicada estaba siendo ya.
                -¿Quieres dormir en mi casa hoy?-me había ofrecido Momo, pero yo había negado con la cabeza y luego me había puesto a juguetear con un hilo suelto de mis sábanas.
               -Suena tentador, pero… creo que será mejor que me quede en casa sólo por esta noche.
               Que fuera a dormir en mi casa no quería decir que tuviera que quedarme encerrada en mi casa. Y, en cuanto colgué con Momo y releí la carta, se me encendió la bombilla. Necesitaba perspectiva, exactamente lo mismo que había necesitado Alec a lo largo de su vida. Y él lo había conseguido.
               Con ayuda profesional.
               Sólo había hecho falta una llamada apresurada, un par de lloriqueos y de apelaciones a la profesionalidad de Fiorella, y, voilá!, había conseguido mi cita con ella. Me había hecho un hueco apresurado en su agenda y me había dicho que no tuviera prisa en llegar, supongo que porque sabía cómo estaba la situación en mi casa.
               Me di un par de golpecitos en la mano con la carta de Alec y, tras tomar aire, empecé a subir las escaleras sintiendo que el mundo entero estaba a punto de implosionar. Me latía el corazón a mil por hora y sentía que ríos de sudor me chorreaban por la espalda, ríos que poco tenían que ver con la rabia con que el sol defendía su reinado en el cielo.
               Llamé al timbre y me abrieron automáticamente. La secretaria del despacho, con la mesa situada justo a la entrada, me miró con el ceño fruncido y luego lanzó la vista hacia el fondo del edificio, donde se situaba el despacho de mamá. Por favor, que esté reunida; por favor, que esté reunida; por favor, que esté reunida, empecé a recitar para mis adentros.
               -Sabrae-su nombre se le escapó de la boca como si fuera una agradable sorpresa, algo novedoso en estos días. Miró de nuevo en dirección al despacho de mamá-. Eh, no sé si será un buen momento. Tu madre está…
               No terminó la frase, pues en ese momento una mamá rabiosa apareció por la puerta del despacho, taconeando furiosamente con sus Louboutins de unos nada desdeñables dieciséis centímetros a juego con su falda azul cielo y su blusa de seda desabotonada, rugiendo a su manos libres.
               -Me importa una puta mierda la situación inmobiliaria del Condado de Los Ángeles en este momento, Patrick; dile al sucio cocainómano hijo de puta al que representas que no pienso bajar más el precio de tasación de la casa simplemente para que tenga más dinero que gastarse en putas y heroína, ¿te ha quedado claro? Si quiere lujo, tendrá que pagarlo; esto no es el barrio marginal de su ciudad, ¿te enteras?, aquí no va a conseguir un collar de diamantes simplemente sacando la navajita. Principalmente porque nosotras la tenemos más grande que él.
               -Pues entonces despídete de las negociaciones, Sherezade; veinte millones por una casa adquirida por diez es una puta salvajada, y lo sabes.
               -Como te atrevas a echarte atrás ahora, os meto una demanda de responsabilidad civil extracontractual que os dejo pidiendo en la calle en el Bronx, Patrick.
               -Las negociaciones en Estados Unidos se terminan cuando hay amenazas de extorsión por una de las partes, y conllevan indemnización, así que vete preparando la demanda, cielo, que te llegarán citaciones nuestras pronto.
               -¡Que te den por culo!-ladró mamá, colgando el teléfono sonoramente y lanzándolo hacia el sofá-. ¡DIOS!-se apartó el pelo de la cara con rabia y señaló a las becarias, que la miraban con gesto aterrorizado-. ¡Llamad a los de mantenimiento y que nos consigan más folios para las impresoras! ¡Quiero enterrar al imbécil de Patrick en documentación! ¡Le vamos a meter tal pleito a su cliente que nos triplicará los beneficios de la casa! ¡Y buscadme información sobre mala praxis en Estados Unidos! A éste consigo que lo descolegien por mi putísimo coño.
               -Sherezade-protestó Abby, una de las socias de mamá, saliendo de su despacho y cerrando la puerta tras de sí-. ¿Te importa? Estoy al teléfono con unos clientes y te están escuchando cagarte en todo.
               -¿Son una multinacional?
               -La belga, sí.
               -Entonces ponme en manos libres, que me pienso cagar en sus muertos en francés. Acabo de perder una venta de veinte millones; no estoy para que me toquen el coño.
               -Les estamos cobrando la tarifa de mil libras la hora; entenderás que no tenga pensado dejarte hacer eso ni aunque me cojas de los pelos-ladró Abby-. ¡Grita más bajo!
               -¡GRITARÉ TODO LO FUERTE QUE QUIERA!-bramó mamá-. ¿QUIÉN ERES TÚ, MI SUEGRA?
                Tinashe bajó las escaleras que conducían al primer piso con el móvil en la mano.
               -Tengo a Jessica mandándome mensajes como una desquiciada sobre que ha oído a Sher insultar a Patrick, ¿me podéis decir qué coño pasa?
               -¡Que se han echado atrás en la venta de la mansión de Los Ángeles, eso pasa!
               -Pues entonces los demandamos por negociar con mala fe y les obligamos a aceptar nuestro precio. ¿Tienes pruebas de que se la ofreciste por veinte millones, o podemos tirar a por los veinticinco?
               -Acabo de decir el precio ahora por teléfono.
               -Ya, no creo que Patrick sea tan listo como para haberte grabado, así que yo creo que podemos tirar por ahí… por cierto, estoy con la empresa de Liam y Louis. Está bajando un poco en bolsa; creo que es el momento de comprar más acciones.
               -¿Con qué dinero?
               -Con el de la venta de ayer.
               -¿Para tener una millonada de acciones que no valen un céntimo? Necesitamos inversores de fuera, no restringir las posibilidades de inyección de capital privado haciéndonos con toda la empresa.
               -Mírate, hablando como una abogada estirada de Wall Street. Quién iba a decir que te acabaría gustando el Derecho Financiero.
               -Si no lo estuviera haciendo por lo que lo hago, hasta estaría disfrutando de poner a los payasos pichacorta como Patrick en su sitio.
               -Sherezade, por favor te lo pido-escupió Abby, juntando las manos. Mamá puso los ojos en blanco y se giró para ir a por su móvil. Lo recogió del sofá, comprobó la pantalla, y dijo sin levantar la cabeza:
               -A la que me consiga la doctrina del Tribunal Supremo estadounidense más moderna en demandas por mala praxis, la…
               Mamá levantó la mirada y, entonces, me vio allí plantada, todavía en el centro del recibidor de cristal, sin atreverme a avanzar hacia el pasillo. Parpadeó despacio al verme una, dos, tres veces.
               -¡Sabrae!-festejó Tinashe, que sólo se fijó en mí cuando mamá también lo hizo-. Menos mal que has venido. Tu madre está un poco rabiosa últimamente; creo que necesita mimos para superar de una vez el jet lag de Nueva York.
               -¿Qué haces aquí, Sabrae? Estamos muy ocupadas-dijo mamá, conteniendo la rabia en su voz. Bueno, al menos era un comienzo.
               -Vengo de visita…-empecé, pero me cortó.
               -Ahora no es un buen momento. Ya hablaremos en casa.
               -Es que no venía a verte a ti-respondí, toda la docilidad que pude reunir comprimida en mis palabras. Incluso hundí un poco los hombros, sin saber por qué; un gesto instintivo con el que me hacía más pequeñita y, también, más dócil. Mamá parpadeó, observándome, y yo no pude evitar echar un vistazo en dirección a la consulta de Fiorella. Deseé que la italiana saliera a rescatarme de ese momento de las garras del lobo pero, por descontado, nada de eso sucedió.
               Mamá siguió la dirección de mi mirada y su rostro se convirtió en una máscara impenetrable. De nuevo volvió los ojos a mí, unos ojos que Scott había tomado prestados y que no podían ser más distintos ahora que los de mamá eran capaces de mirarme con tanta indiferencia.
               -Ya veo.
               Sabía que estaba mal, sabía que no debía buscar camorra ni ponerme chulita con ella, pero… cuando se dio la vuelta después de hablarme como lo hizo, no pude evitar desear que se sintiera mal por cómo me estaba tratando. ¿Veía a su hija de quince años venir a hablar con su psicóloga y no despertaba absolutamente nada en ella?
               Quizá le había parecido tan mal lo que había dicho de que era mala madre porque puede que fuera verdad. Aunque fuera sólo un poco.
               -¿Y ya está?-pregunté, y todas las becarias se volvieron para mirarme cuando eché a andar hacia mamá-. ¿Tu hija viene a tu despacho a pesar de que no os habláis y que es evidente que preferirías tenerme a cien kilómetros de distancia porque no puede aguantar más y necesita hablar con su psicóloga y tú no dices nada más que “ya veo”?
               Mamá tomó aire y lo soltó despacio por la nariz, y se giró lentamente hacia mí.
               -Te eduqué para que tuvieras muy en cuenta tu salud mental, Sabrae. No veo nada de malo en que busques ayuda cuando la necesites.
               -Porque tú no vas a dármela, ¿a que no?
               Mamá se relamió los labios y se los mordisqueó, controlándose a duras penas. Cerró los ojos y abrió las manos y las cerró en puños una, dos, tres veces.
               -Por eso te da igual que venga a hablar con Fiorella. Porque no vas a hablar conmigo, ¿a que sí?
                -Si crees que poniéndoteme chula cada vez que me diriges la palabra vas a conseguir apartarme de tu lado es que tienes todavía peor concepto de mí como madre del que ya me has demostrado que tienes.
               -Ya te has apartado-repliqué, y mamá me taladró con la mirada. Abrió la boca para decir algo, y por un momento pensé que iba a ser algo súper trascendental, pero… luego vio algo por encima de mí y simplemente se permitió un:
               -Fiorella te espera. Tiene la agenda muy apretada, te sugiero que aproveches todo lo que puedas el tiempo que pueda brindarte.
               -Después de ella vuelves tú, Sher-dijo Fiorella.
               -Tomaos el tiempo que necesitéis. Estaré aquí, esperando a que un meteorito hecho de diamantes caiga en el jardín trasero-se despidió, quitándose los tacones con un puntapié, estirando los dedos de los pies, poniéndose una mano en los lumbares y lanzando un suspiro catastrofista-. Uf.
               La última vez que la había visto así, estaba embarazada de ocho meses de Duna. De eso se trataba la maternidad: de no dejar de sufrir por tus hijos, que te doliera todo el cuerpo y que cada cosa que hicieras te costara un triunfo. Y, aun así, se suponía que te merecía la pena cuando lo mirabas. ¿Por qué sentía que a mamá ya no le merecía la pena conmigo? ¿Por qué había tirado la toalla tan rápido?
               Fiorella me sostuvo la puerta abierta y la cerró cuando pasé frente a ella.
               -Disculpa a tu madre-dijo-. Está sometida a mucho estrés últimamente.
               -Ya, bueno, yo también lo estoy-me quejé-. Y no voy gritándole a todo el mundo por ahí como acaba de hacer ella.
               -Antes de que empecemos, déjame decirte que si supieras la presión a la que se somete tu madre ahora mismo, quizá fueras un poco más benevolente con ella.      
               -Ah, sí, pobrecita, que ha perdido una venta. Qué mal. Tienes razón, Fiorella; vamos a cancelar su declaración como La Peor Madre del Mundo de esta noche porque la pobre no ha podido vender una mansión-escupí sin poder frenarme. Me odié y sentí repulsión de mí misma en el momento en que aquellas palabras salieron de mi boca.
               Fiorella simplemente se me quedó mirando.
               -Lo siento. No pretendía… no sé qué me pasa últimamente.
               -Se está volviendo gracioso la cantidad de mujeres de la familia Malik que están desfilando por mi sofá a hacer comentarios mordaces y pedir disculpas como monjitas tímidas al minuto siguiente-murmuró, cogiendo su libreta y pasando las páginas a toda velocidad.
               -¿Qué?
               -Bueno, Sabrae, ¿a qué debo que me visites hoy?
               -¿Estás tratando a mamá?
               Fiorella parpadeó.
               -Eso es confidencial.
               -Es mi madre.
               -Sabrae, la única razón legal por la que podría decirle algo a tu madre si ahora me dijeras que estás pensando en suicidarte es porque eres menor de edad y ella es tu tutora. De lo contrario, lo único que podría hacer sería ponerte a disposición del personal sanitario, pero si tú no me autorizas para ello, yo no podría decirle a tu familia nada de lo que hablemos aquí.
               -¿Está muy mal?
               Parpadeó de nuevo, la seña de identidad de los psicólogos, y se permitió alzar una ceja como diciendo “¿a ti qué te parece?”. No me había pasado ni mucho menos lo que se dice toda la vida en el despacho, pero las veces que había ido siempre había respirado un aire de compañerismo y armonía. Las becarias querían a mamá y mamá quería a las becarias, que, además de trabajadoras, se esforzaban por ganarse su sitio allí no sólo por lo que podían aprender, sino por el trato que recibían de todas las profesionales que trabajaban allí, que las trataban como compañeras desde el primer día.
               El despacho de mamá, Abby y Tinashe era un santuario para las jóvenes abogadas, lejos de la explotación y la misoginia que había en las grandes empresas donde lo único que podían hacer para ascender era trabajar el quíntuple de lo que lo hacían los hombres y protestar un quinto de lo que ellos. Allí, no. Todas tenían voz y voto y cada opinión era considerada en las decisiones más importantes.
               Además, mamá, aunque implacable, era educada y cordial con sus compañeros. Jamás había dicho una palabra más alta que la otra a ninguno de ellos, así que ver cómo se estaba comportando ahora… puede que lo de Scott le afectara más de lo que dejaba entrever en casa.
               Puede que lo mío la afectara también más de lo que me había dicho. Y eso sólo sirvió para ponerme más nerviosa.
               -Vengo a hablarte de Alec-dije-. Otra vez-añadí, y ella no contestó. Simplemente hizo clic con su boli y entrelazó las manos sobre su libreta, las piernas cruzadas y los ojos puestos en mí-. Yo…-dejé la carta en la pequeña mesa baja entre nosotras-, me ha enviado esto y no sé qué responderle.
               Fiorella recogió la carta pero no la abrió.
               -Sabrae, responder a tu correspondencia excede de mis competencias-le dio la vuelta a la carta y miró cómo Alec escribía su nombre. Hizo un pequeño asentimiento con la cabeza y dejó la carta de nuevo sobre la mesa, empujándola suavemente hacia mí.
               -Quiero que la leas.
               -No voy a hacer tal cosa.
               -Es que necesito que lo hagas para que puedas aconsejarme.
               -Sabrae, es la esfera de tu intimidad.
               -Eres mi psicóloga; si tú no entras ahí, ¿quién se supone que tiene que hacerlo?
               -¿Por qué quieres que lea la carta?
               -Porque necesito que me digas qué tengo que contestarle.
               -¿Y cómo iba a saberlo yo?-preguntó, subiendo los pies descalzos a su sofá y jugueteando con su pelo corto-. No sé cómo funciona vuestra relación porque no os he tratado a los dos juntos, así que lo más prudente es que no te diga cómo tienes que proceder con tu novio.
               -¿Mi madre te ha contado algo de que nos hemos peleado?
               -No, pero es algo evidente; hasta un alumno de Matemáticas sería capaz de apreciar que ha pasado algo entre vosotras, así que mi Máster en Psicología ha sido un poco… redundante-dijo, moviendo las manos y juntándolas de nuevo frente a sí.
               -No quiere que esté con Alec.
               Fiorella parpadeó, y por fin dijo:
               -Pues le está saliendo bien la jugada, ¿no? Porque, si el matasellos no me engaña-dijo, cogiendo de nuevo la carta-, Alec está en Etiopía y es evidente que tú estás aquí.
               Se lo conté todo con pelos y señales. No me metí en los magreos con Alec, pero por lo demás, no escatimé en detalles. Cómo la última vez que había estado con ella él ya estaba esperándome en casa, todo lo que hablamos, la decisión que tomamos de seguir adelante. La pelea con mamá por lo del avión, las cosas horribles que le dije, el hecho de que Alec se hubiera interpuesto entre mamá y yo…
               -¿Crees que significaba algo? ¿Crees que mamá se siente molesta porque él no dejó que me abofeteara aunque yo me lo mereciera?
               -Creo que Alec es un hombre de dieciocho años que, por lo que me cuentas, tiene o ha tenido unos serios problemas de autoestima que trata de solventar protegiendo a todo el mundo porque siente que él mismo no es digno de protección ni de amor mientras que no se haga útil para los demás, pero ahora no estamos hablando de Alec. Sigue.
               Así que seguí. Seguí con los días posteriores, la distancia que notaba con mamá, la conversación con Scott, con Tommy y Diana, la conversación con Mimi. Fiorella torció el gesto al escuchar cuando le conté lo que Mimi me había dicho, algo tremendamente acertado por su parte. Me detuve en la conversación con Momo y abrí las manos.
               -Así que eso es todo, básicamente. Bueno, ¿tú qué opinas?
               Levantó la cabeza de su libreta, en la que tomaba notas profusamente, y me miró.
               -¿Qué opino no?
               -Ajá.
               -Que no me pagan por opinar, Sabrae.
               -En realidad, técnicamente no te pago por nada. Me estás atendiendo porque quieres.
               Fiorella puso los ojos en blanco.
               -Se nota que eres hija de una abogada. ¿Es estrictamente necesario que te dé mi opinión al respecto de tu situación?
               -Para eso he venido, Fifi.
               Fiorella arqueó las cejas y yo chasqueé la lengua.
               -¿Demasiado familiar?
               -Un poco, pero supongo que… es normal. Después de todo, te conozco desde que eras pequeñita, trabajo con tu madre, y soy parte de este despacho igual que el resto de las juristas-miró a las paredes de cristal traslúcido de su despacho como si pudiera ver a través de ellas, y ver todo lo que se cocía más allá, las figuras que hacían esos ruidos que todavía llegaban hasta nosotras. Sí que era un poco raro llamar a tu psicóloga por su apodo cariñoso, ése que habías visto que su esposa utilizaba con ella, pero yo era muy de cogerme confianzas, así que supe que no le daría más importancia.
               Fiorella se revolvió de nuevo en su asiento, buscando una postura cómoda en la que afrontar lo que tenía que decirme de la forma más suave posible, teniendo en cuenta mi pésimo estado de ánimo.
               -Creo que hay más cosas en las que deberíamos detenernos de las que me estás contando. Por ejemplo, está el hecho de que le has dicho que quieres que se vaya cuando es evidente que los dos queríais que se quedara. ¿Por qué has hecho tal cosa, Sabrae?-preguntó despacio. Yo también me revolví en mi asiento y crucé las piernas. Me quedé mirando los objetos de decoración colocados sobre la mesa, figuritas de formas inciertas cuyas funciones desconocía. Me pregunté si serían precisamente excusas para perderte en tus propios pensamientos, ordenar tus ideas y que la terapia fuera más rápido, o pequeños refugios en los que esconderte en tu interior.
               -Es una decisión que le afectaba a él. Así que me parece que debía tomarla él, ¿no?
               -Me has dicho que él te dio a entender que él quería quedarse.
               -Bueno, es que a veces lo que queremos y lo que es mejor para nosotros no siempre coincide. Y yo creo que Alec necesita estar en África ahora. Sólo lleva un mes allí, pero le he visto… muy bien. Mejor que nunca, de hecho.
               Una parte de mí se lamentaba de tener que admitirlo, pero la verdad es que, a salvo del enfado que traía por lo que Jordan le había dicho que yo estaba planeando, había visto a Alec feliz como no lo había visto en mucho, mucho tiempo. Era como si la fugacidad de lo que habíamos tenido en Mykonos fuera más permanente, como si en África viviera siempre en ese estado de despreocupación en el que conseguía que se pusiera cuando nos metíamos en la cama y nos olvidábamos de que más allá se encontraba todo el mundo. Le notaba más crecido, más maduro, pero no por ello con más preocupaciones, sino que, por primera vez, Alec estaba relajado. Sus demonios no le alcanzaban en Etiopía.
               -Yo estaría encantada de que estuviera aquí conmigo. De ser así, no estaría metida en los líos en que estoy metida ahora. Pero… no sé. Es su vida, y son sus decisiones. Él decidió irse hace un año, y yo no debería ser la que le imponga regresar, especialmente si lo va a hacer por mis inseguridades. Tengo que trabajar en ellas, no simplemente hacer que desaparezcan eliminando la causa por la que las tengo. Por eso estoy aquí también. Aunque ahora mismo lo que más me urge es lo de la carta.
               -Quizá Alec ya había tomado su propia decisión y quería tu validación. Ya sabes cómo es. Lo mucho que le importan tus opiniones y saber que crees que está haciendo lo correcto.
               -Ya se odia bastante, y me lo ha pedido otras veces, así que estoy segura de que habría encontrado la manera de culpabilizarse por lo que está pasando. Si hubiera cedido a lo que yo realmente quería cuando se echó a llorar antes de irse y me suplicó que le pidiera que se quedase porque no quería irse, creo que no se lo habría perdonado en la vida.
               Lo vi de nuevo frente a mí, llorando con la vulnerabilidad de un niño pequeño. Sabía que algún día a Alec no le importaría mostrarse vulnerable con cualquiera, pero para ese día todavía quedaban muchos amaneceres, seguramente más de los que pasaríamos separados. Mientras tanto, él se permitía ser vulnerable sólo conmigo, e incluso entonces muchas veces sufría pensando que estaba siendo demasiado débil y que yo me merecía a alguien fuerte. Todavía era incapaz de comprender que hace falta una gran fuerza para mostrarte al mundo tal y como eres, para compartir tus miedos y confiar en que no los quemen.
               -Siempre habría sido el mocoso que me suplicó porque no tenía cojones a quedarse por voluntad propia-murmuré, viéndolo claramente ante mí: a un Alec de 30 años, con las ideas más claras, y mucho más consciente de todo a lo que había renunciado en el único momento de su vida en el que habría podido ser libre y experimentar lejos de mí. El voluntariado había llegado en el único momento de su vida en el que podía disfrutarlo: cuando podía tomarse un año sabático sin quedarse atrás con sus amigos, cuando podía irse lejos sin que yo acusara sus ausencias cuando llegara a casa después de un duro día de clase o de trabajo, todo porque nosotros todavía no vivíamos juntos. Echaría de menos cosas que no sabría identificar, y cuando se descubriera pensando en si lamentaba a lo que había renunciado por seguir sus impulsos del momento, se odiaría todavía más porque, bueno… me tendría durmiendo a su lado y se sentiría un miserable por pensar que algunas veces conmigo no era suficiente. Porque sí que lo era. Con diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, y así hasta los cien años, si tenía la suerte de vivir una vida tan larga y disfrutarla a mi lado.
               -Alec es muy duro consigo mismo.
               -Lo es.
               -Pero tú lo eres también.
               Levanté la vista y la miré largamente. No sabía cómo explicarle que, vistas las cosas, no me quedaba otro remedio que serlo. Y que un tropezón mío era suficiente para arruinarlo todo.
               -No podéis vivir tratando de protegeros constantemente de todos los peligros del mundo, Sabrae. Ni tú ni él. Estoy segura de que Claire ha estado trabajando eso con él, así que a mí me toca hacerlo contigo. No puedes protegerlo de todo lo que puede hacerle daño en el mundo, porque hay cosas inevitables y cosas que son imprevisibles. Sufrir por la infinidad de problemas hipotéticos que podríais tener sólo va a hacer que no disfrutéis de vuestro presente, incluso si es bueno.
               Ni siquiera me di cuenta de que me había puesto a llorar hasta que no sentí una lágrima descendiéndome rápidamente por la mejilla derecha. Me la limpié con la mano.
               -Para ti es fácil decirlo. El amor de tu vida no tiene ansiedad. Estoy segura de que no has visto a Claire ahogándose con su propia respiración tantas veces que no te dan los dedos de la mano para contarlas. Tú no has tenido que aprender guías de lucha contra la ansiedad rápidamente para poder serle útil cuando le dan esos ataques. No pongo en duda que los sepas, es sólo que… no es que proteja a Alec porque crea que no puede con los golpes que le da la vida, es que lo protejo porque cómo los lleva. Y no quiero quedarme sin él. Necesita ayuda. Necesita ver lo fuerte que puede ser por sí mismo, por eso…-bajé la mirada de nuevo, esta vez a mis manos. Estaban ofensivamente desnudas en comparación con mi cuello. Tenía que pedirle que me regalara un anillo; me serviría uno de cincuenta peniques del mercadillo. Necesitaba tener todas las partes de mi cuerpo adornadas con regalos suyos, no tener manera de escapar de su amor por mí-. Por eso necesitaba que se fuera al voluntariado.
               -¿Y qué hay de ti?
               -Yo no importo. No estoy enferma.
               -¿Y si enfermas ahora porque él está lejos?
               -Eso es problema mío.
               -No sé por qué me da la sensación de que si él estuviera aquí y yo fuera Claire, estaríamos teniendo exactamente la misma conversación pero al revés. Creo que los dos pensáis que tenéis que cuidar del otro y de vosotros mismos a la vez, pero no dejáis que vuestra pareja os ayude cuando se trata de cuidaros.
               -Es que Alec ya tiene bastante con lo suyo como para tener que preocuparse también por mí y por cómo lo estoy llevando.
               -Sabrae, acabas de decirme hace un minuto que te parece que está mejor que nunca. Si está tan bien, ¿no crees que se merece saber cómo estás tú?
               -Yo estoy bien con él. Eso es lo único que él necesita saber.
               Ella bufó.
               -¿Segura? Si te parece que con eso es suficiente, entonces no entiendo muy bien por qué has sentido la necesidad de venir a verme.
               Me quedé callada porque no tenía manera de salir de ese callejón sin salida en el que me había metido yo solita. Yo estaba segura de mis sentimientos por Alec y no iba a permitir que Fiorella los pusiera en duda, pero todo lo que estábamos hablando iba más allá de Alec y de mí. Bastante más allá.
               Iba de lo que seríamos en un futuro, del apoyo que tendríamos, de con quién íbamos a contar y con quién no. Iba de lo estable de nuestra relación, de lo sana, de lo orgullosos que la presumiríamos en entornos familiares. Iba de cuánto de nosotros podríamos enseñarle al mundo y cuánto tendríamos que esconder.
               -Por eso estamos hablando de la carta y de la respuesta que debes darle: porque no confías en que él mirará por vosotros dos, sino sólo por ti.
               -Es que es lo que hace-respondí. Y era verdad. No habría dudado un segundo en cortar conmigo si supiera a qué me había dedicado aquella noche en que había intentado tirarlo todo por la borda, y sólo Scott, Tommy y Jordan habían impedido que echara toda mi vida a perder. Alec jamás se habría perdonado el haberme empujado a hacer eso, e incluso si yo le hubiera perdonado y él sintiera que no tenía nada que perdonarme a mí, nunca habría vuelto conmigo porque se habría confirmado a sí mismo que no se merecía estar conmigo simplemente por una locura que yo había cometido en uno de los momentos más duros de mi vida.
               Tiene gracia cómo, al final, lo que haces durante años y años no importa, y todo se reduce a momentos críticos en los que dejas de ser tú.
               -¿Y tú?
               -Yo soy más egoísta que él. Bueno, yo soy egoísta y punto, porque él no lo es. No he dejado de pensar en lo que me haría a mí que él me dejara por lo que mis padres piensan de nosotros. Me regodeo en mi dolor, y… Alec no es así. Alec habría cortado el problema de raíz de ser la situación la contraria. Y luego, si le quedaran fuerzas, se habría ocupado de sí mismo, pero… Fiorella, ¿no me escuchas? A mí me preocupa que mi novio me deje. A Alec le preocuparía no ser suficiente para su novia. No es lo mismo ni de coña.
               -¿Te preocupa que tu novio te deje por ti, o por las implicaciones que tendría para él? No sentirse suficiente-enumeró, inclinándose hacia delante, la vista perdida en el techo mientras extendía los dedos-, darse cuenta de que contaba con unos apoyos que no tenía, el haberse enamorado de alguien para el que el resto del mundo cree que es indigno… creo que te preocupa lo que te haría que Alec te dejara, sí; pero también lo que le haría a él tener que dejarte. Creo que te responsabilizas de su curación más de lo que deberías: de acuerdo, le convenciste para que empezara a ir a terapia, pero él no tenía por qué hacer avances si no quería. Los ha hecho porque quería curarse.
               -Sí, pero… quería curarse por mí-susurré con timidez-. De haber sido por él, los avances habrían sido mucho más lentos, o no habrían sido en absoluto.
               -No puedes teorizar sobre cosas que no puedes comprobar, Sabrae. Y menos aún cuando son cosas que no te afectan a ti directamente.
               Suspiré.
               -Escucha, todo esto está muy bien para una sesión de terapia más larga, y de verdad que creo que es interesante y me encantaría profundizar en ello, sobre todo si va a hacer que toda la situación se me haga más llevadera, pero… Fiorella, es que, ahora mismo, no tengo el tiempo suficiente como para ponerme a pensar en estas cosas. Tengo que tomar una decisión, y he acudido a ti porque me pareces la persona que puede darme la solución mejor, objetivamente hablando.
               -No hay nada objetivo en las relaciones sociales; por definición, son la cosa más subjetiva del mundo.
               Fiorella se cruzó de brazos y yo permanecí como estaba, los codos en las rodillas, el torso inclinado hacia delante y el rostro contraído en un gesto suplicante. Colaboraría con ella todo lo que quisiera, pero necesitaba que me diera las claves para acertar con mi solución. O que me diera la solución, directamente; tampoco me quejaría.
               Al ver que yo no iba a romper el silencio esta vez, Fiorella tomó aire y lo soltó despacio por la nariz.
               -De acuerdo. Si quieres mi opinión profesional, te la daré: creo que estás en una situación muy, pero que muy complicada en la que se te han juntado muchas cosas a la vez. Seguramente ni siquiera eres consciente de ello, pero estás pasando por una situación de duelo por lo que te ha sucedido con tu madre, y eso puede hacer que no pienses las cosas de la misma manera que lo harías si no fuera así. Creo que tu relación con tu madre era muy estrecha y que lamentas lo que ha pasado más de lo que te permites pensar, porque de detenerte a considerar todo lo que has perdido, seguramente perderías las ganas incluso de venir a verme y sólo te apetecería quedarte en la cama llorando. Creo que estás desesperada por llenar el vacío que sientes que Sherezade ha dejado con lo que te ha dicho que, si bien es algo muy impactante, visto en el contexto en que se encuentra tu madre ahora tampoco me parece tan descabellado. Creo que te da miedo hablarlo con ella por si te da argumentos que a Alec no se le ocurran si le cuentas lo que te ha pasado y que pueden escapársete. Y creo que te estás centrando en el problema de salvar la relación con Alec porque crees que con tu madre está todo perdido, y estás volcando parte de esa desesperación de sentirte huérfana en proteger una relación que ves muy delicada. Todo eso es lo que creo.
               »Ahora bien, mi experiencia como profesional de la salud mental es que tomar decisiones trascendentales en una situación de duelo como la tuya no es lo más recomendable. Creo sinceramente que deberías tomarte unos días para reposarlo todo, dejar que las cosas se asienten…
               -Fiorella, estamos hablando de una discusión que tuve con mi madre hace casi una semana, y las cosas no han hecho sino empeorar. Entenderás que sea bastante escéptica al tema de que el tiempo todo lo cura.
               -Sólo has tenido la ayuda de tus amigas, que tienen tu misma edad y yo diría que menos experiencia que tú, para tratar de gestionar esto. Si vinieras más regularmente a terapia…
               -Lo haré. Lo haré, ¿vale? Lo haré. Pero no puedo dejar a Alec esperando por su carta, porque entonces que se preocupará y que hará que todo esto tenga más dimensión de la que ya tiene, lo cual es bastante.
               -Yo sólo insisto, Sabrae: tomar decisiones en periodos de duelo como el tuyo no es lo ideal.
               -Bueno, pues es lo que tengo que hacer. ¡No puedo dejar a Alec esperando por mi carta hasta que yo me decida porque igual no me decido hasta dentro de un año, así que, por favor, Fiorella, ¿puedes ayudarme?!-me lamenté, sintiendo lágrimas calientes descendiendo de nuevo por mi piel.
               Estiré la mano hacia ella y le toqué la rodilla. Fiorella se limitó a mirarme, pero vi cómo en sus ojos iba a poco derritiéndose esa pared de hielo que mantenía con sus pacientes para poder darles la mejor respuesta objetivamente hablando, y no la que su corazón le indicaba que era la mejor. La empatía era clave en la psicología, pero demasiada podía hacer que los profesionales se volvieran erráticos y terminaran haciendo que sus pacientes acabaran con más problemas de los que ya tenían. Necesitaban distancia y ser una presencia que echaba una mano en los momentos más oscuros, pero jamás una mano amiga.
               Claro que… como Fiorella había dicho, era parte de mi mundo. Mamá confiaba en ella, y era una pieza fundamental del despacho. Podía tomarse licencias conmigo que no se tomaba con mis pacientes.
               -Yo no conozco a Alec tan bien como tú le conoces-dijo-, y creo que para darte un buen consejo necesitas a alguien que haya estado con él más tiempo del que hay en un par de sesiones de terapia conjunta. Así que…-se revolvió en el asiento y se sacó el móvil del bolsillo del pantalón. Lo desbloqueó y lo dejó sobre la mesa. Me la quedé mirando sin entender. Ella gruñó por lo bajo, farfulló algo en italiano (me pregunté si Alec la habría entendido gracias a convivir con Luca, y luego sentí un pellizco en el corazón al darme cuenta de que, quizá, jamás descubriría cómo había mejorado mi chico), y cogió de nuevo el móvil. Tecleó un número que se sabía de memoria, activó el manos libres y dejó el teléfono de nuevo sobre la mesa, entre las dos.
               No fue hasta que no escuché su voz que no conseguí procesar quién era “Claire” con un emoji de corazón blanco al final. No había nada más universal que el ponerle un corazón al nombre de tu pareja cuando lo guardabas en la agenda.
               Excepto, quizá, el acudir a ella cuando necesitabas ayuda.
               -Hola, mi amor-celebró Claire-. Justo ahora estaba pensando en ti. Se me ha ocurrido que podríamos ir a cenar al italiano que tanto te gusta para compensarte por lo mucho que estás trabajando estos días, y luego… ya sabes-Claire soltó una risita adorable que me hizo alegrarme automáticamente de que Alec estuviera en sus manos, y no en las de otra persona.
               Fiorella no pudo evitar esbozar una sonrisa al escucharla aunque la hubiera llamado para algo completamente distinto.
               -Tienes turno de mañana, amore. ¿Y si hacemos cena en casa? Puedo preparar yo los espaguetis como a ti te gustan, abrimos un vino y lo que surja.
               -Me encanta cómo piensas, mi amor.
               -Escucha, no te llamaba para decidir la cita de esta noche.
               -Oh. Vale.
               -Estoy aquí con Sabrae. Estás en manos libres.
               -Hola-saludé.
               -Hola, Sabrae. ¿Todo bien? ¿Cómo está Alec? Ya sabe que puede llamarme si lo necesita. Si lo hace al teléfono del hospital, no deberían cobrarle ninguna tarifa por llamadas internacionales, así que ¡que no se prive!
               -Precisamente de él quería hablarte. ¿Tienes un momento, Claire?
               -Va a hacer falta más de un momento, amore-dijo Fiorella-. La pobre ha venido a pedirme consejo a mí sobre qué tiene que hacer con él.
               -Bueno, Sabrae, dado que no estoy en el turno, puedo decirte con total libertad que Alec, lo que necesita, es un tortazo para que espabile-Claire bufó al otro lado de la línea y Fiorella aulló tal carcajada que se habría caído para atrás de no haber sido por el respaldo del sofá-. Es broma, por cierto.
               -No, no lo es-se rió Fiorella.
               -¡Sí que lo es, Fiorella! ¡Cállate, tía! Joder, podrían quitarme la licencia si dijera algo así de un paciente. ¿¡No me estarás grabando!?
               -No podría estar más de acuerdo contigo, Claire-respondí, y ella asintió su conformidad-, pero no te llamo por eso. Verás, necesito que me des tu opinión sincera sobre el estado psicológico de Alec para…
               -Eso es información confidencial-zanjó Claire-. Y Fifi debería saberlo-añadió y me la imaginé frunciendo el ceño.
               -Calla y escúchala, amore. Puede que, después de que te cuente por qué te necesita, estés un poco más abierta a entrar en detalles.
               Le hice un rápido resumen de lo más importante: la pelea con mamá, la bomba que me había soltado y la conversación con Mimi sobre lo que había pasado y cómo reaccionaría Alec. Claire escuchó con atención, asintiendo cada poco para que supiera que estaba ahí, al otro lado de la línea, pendiente de lo que yo decía.
               Cuando terminé, sin embargo, se hizo el silencio.
               -Bueno-dijo finalmente, con la lentitud de una tortuga, aunque me imagino que con un poco más de seguridad-, creo que la opinión que su hermana tiene de él es una bien fundada y de la que nos podemos fiar.
               -No dudo de que lo que me ha dicho Mimi se vaya a cumplir-respondí-. De hecho, si no había pensado en ello era porque estaba tan disgustada con mi situación que… no sé, ni se me ocurrió, la verdad. Pero, nada más decírmelo, me di cuenta de que tenía que elegir entre una posibilidad mala y otra igual de mala. Sólo me queda elegir cuál es la peor de las dos y tratar de evitarla a toda costa. ¿Tú qué opinas?
               -Es una decisión muy personal, Sabrae…-empezó Claire.
               -Lo sé. Lo sé, de verdad. Soy muy, muy consciente de que os estoy poniendo a todos a los que os pregunto en un aprieto, pero necesito que me echéis una mano. Siento que no soy del todo objetiva con esta situación; que me ciega el miedo de que Alec me deje, así que por eso necesito cuantas más opiniones, mejor. Y tú lo conoces muy bien. ¿Qué crees que le haría a sus avances en temas psicológicos el saber que mi madre ahora ya no apoya nuestra relación?
               -Hombre, Alec tenía, y aún tiene, un trauma bastante importante. Es uno lo suficientemente profundo y grave como para que no se le haya quitado del todo, y probablemente jamás lo haga si no obtiene la ayuda que necesita. Dudo bastante que allí la tenga, así que… dejémoslo en que sigue latente.
               -Ajá…
               -El trauma tiene bastante relación con su autoestima, y por eso precisamente es por lo que lo tenía tan bajo cuando empezó a verme. Ahora creo que se ha animado un poco y ha hecho unos progresos lo suficientemente importantes como para que me pareciera que no hubiera motivos serios para oponerme a que fuera a Etiopía durante un año.
               -¿Motivos serios? O sea, ¿que crees que había motivos para oponerte?
               -Claro-dijo como si tal cosa-. Alec no tiene el alta.
               Levanté la vista y miré a Fiorella, que sin embargo tenía los ojos puestos en el teléfono y se mordisqueaba la uña del pulgar.
               -Ah.
               -Los pacientes como él tardan en obtenerla, y requieren de un seguimiento concienzudo durante bastante incluso tiempo después de que se les considere recuperados. Suelen tender a tener recaídas, especialmente al pasar un tiempo de terminadas sus sesiones.
                Fiorella puso los ojos en mí, y yo supe de sobra en qué estaba pensando. Más vale que se esté calladita, entonces, o a la mierda el progreso de su novio.
               Pues nada. Se vino hacerse la loca y fingir que aquí no había pasado nada. Con un poco de suerte sería capaz de mantenerlo alejado de mi madre durante el tiempo que estuviera con nosotros en Navidad. Le diría que teníamos la casa en obras. Sí. Eso haría.
               -Ahora bien-continuó Claire, y yo contuve el aliento-. Alec ha hecho unos progresos que no son nada desdeñables. Y, en parte, lo ha hecho porque tiene una red de apoyo con la que los pacientes con ese tipo de traumas no suelen contar. Diría que está en una situación de riesgo inexistente de reclusión interpersonal.
               -Mm-dijo Fiorella, asintiendo con la cabeza, mostrando su concordancia.
               -¿Eso qué quiere decir?
               -Que siempre va a tener gente que le rodee y le apoye. Normalmente los pacientes con su tipo de trauma tienden a desarrollarlo por otros traumas de rechazo y demás. Niños que han pasado por diversas casas de acogida, o que proceden de familias muy desestructuradas… Alec tiene un buen entorno familiar y económico-social. Eso facilita su recuperación. Puede que él no las tenga hasta que no sea padre.
               -¿Tan tarde?
               -Los traumas parentales suelen reactivarse cuando la persona que los sufre pasa por lo mismo que aquellos que se lo ocasionaron, así que yo no descartaría que Alec lo pase mal si tenéis hijos. De hecho, no me sorprendería que necesitara volver a terapia en el momento en que tú te quedes embarazada para prepararse psicológicamente para eso.
               Si tenéis hijos. En el momento en que tú te quedes embarazada. A pesar de que Claire no me estaba pintando un futuro precisamente halagüeño, el hecho de que nos imaginara a Alec y a mí juntos me… tranquilizó. Significaba que, a pesar de todo, contaba con que sobreviviríamos a esto, que la relación era estable y fuerte. Más de lo que yo la consideraba, desde luego, si ya ni me atrevía a pensar en la situación sentimental de Alec dentro de un año, ya no digamos de diez.
                
Hostia, ¿voy a ser padre con 28?
 
Sólo era una aproximación.
 
¿Miss Calculo Lo Que Voy A Tardar En Llegar A Un Sitio Con Mi Longitud Y Cadencia De Pasos En Lugar De Simplemente Fiarme De Google Maps haciendo aproximaciones? Guau, y yo que pensaba que lo había visto todo en esta novela. Y mira que en esta novela he visto a Tommy y Scott meterse la lengua en el esófago, ¡y ni siquiera era el Mes del Orgullo!
 
CÁLLATE.
               -Esto, vale…-dije con un hilo de voz.
 
Ni siquiera sé por qué coño flipas con el tema de que vaya a necesitar ayuda psicológica cuando te quedes embarazada, Saab, porque voy a andar ~LoQuiTo PerDiDo~ con lo guapísima que vas a estar.
 
Eres tontísimo.
 
Puede, pero te estás riendo.
 
¡No me estoy riendo!
 
¡Sí que te estás riendo!
 
Bueno, vale, quizá un poquito, sol. Y ahora, ¿me dejas seguir, por favor? Te estás cargando la tensión del momento.
 
¡Es que quiero narrar! ESTOY MUY NERVIOSO. ¿QUÉ SERÁ LO QUE VA A PASAR?
 
-Las personas en su situación-continuó Claire-, con un autoestima tan bajo y que sin embargo tienen una red tan querida y tan amplia como la de Alec, suelen tener en especial consideración lo que sus seres queridos opinan de ellos. En consecuencia, valoran la confianza por encima de todo; especialmente porque gracias a ella pueden saber cuándo las cosas van mal y tratar de corregir lo más rápidamente posible sus errores.
               Fiorella se mordisqueó los labios y se revolvió en el asiento. Yo tenía los ojos clavados en el móvil.
               -¿Eso quiere decir que tengo que decírselo?
               Claire se quedó callada.
               -La decisión es tuya-dijo por fin.
               -¿Tú se lo dirías?
               -No puedo ponerme en tu situación.
               -Déjate de chorradas, Claire. Le conoces tan bien como lo hago yo. Eres la que tiene la imagen más cercana a lo que yo estoy viviendo. ¿Le dirías que mamá no nos apoya?
               -Alec siente mucho respeto por tus padres. Su opinión es muy importante para él.
               -Ya lo sé-¡joder, que si lo sabía! Si no fuera así yo no estaría metida en ese lío. Todo sería mucho más fácil si Alec fuera el típico novio pasota al que se la sudaba lo que sus suegros pensaran de él, pero no era así. Y precisamente porque no era así, él era tan buen novio, y yo me cabreaba todavía más pensando en lo injusto que era que mamá lo tratara como si fuera un delincuente.
               -Sin embargo… por todo lo que me ha contado de ti y de él… diría que valora todavía más que podáis ser sinceros el uno con el otro.
               Fiorella levantó por fin la vista y clavó los ojos en mí, por lo demás completamente quieta. Diría que no se atrevía a respirar. Desde luego, así estaba yo. Si no estaba entendiendo mal a Claire, ella me estaba dando la respuesta que yo quería. Que necesitaba. No se salía por la tangente, sino que me estaba dando la opción menos mala de las dos.
               -Diría-continuó Claire, ajena completamente a que estaba construyendo mi mundo-, que Alec preferiría perder a cualquier persona antes que a ti. Creo que confía en ti más de lo que lo hace en sí mismo, y si tú has hecho méritos para que él deposite esa confianza en ti, puede que el que ahora empieces a ocultarles cosas vaya en detrimento de los dos.
                -¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo, Claire?
               -Estoy diciendo que la mejor opción sería callarte y esperar que no se enterara nunca-zanjó-, pero esa opción no existe. Así que creo que lo mejor será que se lo digas.
               Decírselo. Decírselo. Sólo podía decírselo, pero si se lo decía, sabía lo que pasaría. Alec se emperraría en que no era lo suficientemente bueno para mí, en que yo estaba cegada por mi amor por él y no veía las razones de peso que tendría mi madre para quererme lejos de él. Le parecería suficiente con que yo hubiera metido la pata en su presencia una sola vez para creer que era una mala influencia y aprovechar ese medio mundo que había entre nosotros para convertirnos en dos extraños.
               -Pero si hago eso él me dejará-dije.
               -Creo que subestimas un poco el amor que siente por ti.
               -Te equivocas, Claire. Soy muy consciente de hasta qué punto me quiere; por eso, precisamente, sé que es capaz de renunciar a mí con tal de hacerme bien.
               -Bueno, me has pedido mi opinión, y te la he dado. Lo que hagas ahora es decisión tuya.
               -Tú le conoces-dije-. Imagínate que se lo digo, que él intenta dejarme y que yo me marco un Alec y me planto en Etiopía para decirle que no lo acepto. ¿Crees que él reculará?
               -Me da la impresión de que es terco como una mula, y las circunstancias en que lo conocí no hacen sino darme la razón, pero también sé que a ti te hace más caso que a nadie. Que tú eres capaz de hacer que cambie de idea. Diría que la única persona capaz, en realidad. Pero no lo sé, Sabrae. Tampoco te quiero decir que confío ciegamente en que lo conseguirás, porque no soy Alec: yo no tengo esa fe ciega que él tiene en ti.
               Tamborileé con los dedos sobre la rodilla.
               -Me es demasiado valioso para perderlo.
               -Soy consciente.
               -Y creo que lo perderé de todos modos.
               -Tienes que pensar cuál es la manera en la que te arriesgas menos y tirar en esa dirección.
               Subí los pies al sofá y me abracé las piernas.
               -¿Quién me mandaría a mí dejar que se subiera a ese avión?-me lamenté, apoyando la mejilla en las rodillas y mirando los cristales. Envidié las figuras que corrían de un lado para otro, desesperadas por aplacar la ira de la bestia furiosa en que se había convertido mamá. Al menos ellas tenían a alguien a quien culpar y a quien temer. Yo vivía en la piel de la persona que me había hecho más daño. Todo porque me había empeñado en comportarme como la heroína abnegada de las historias que me encantaba leer, en lugar de la niña asustada y necesitada de cariño que era.
               -Sabrae, si te sirve de consuelo… si al final decides decírselo y él te deja, que sepas que no irás sola en ese avión-dijo Claire al otro lado de la línea.
               -No-añadió Fiorella-. No estarás sola. No te dejaremos ir sola.
               -Vaya, vaya, Fifi. ¿Tú, ayudando a que se mantenga junta una pareja de heterosexuales?-se burló Claire, y Fiorella puso los ojos en blanco.
               -Para unos que son monos, déjame que los amadrine.
               -Yo no soy heterosexual-dije.
               -Ni Alec tampoco, ya que estamos-respondió Claire.
               -Tienes el radar estropeado con ese crío.
               -¡Ya te gustaría!
               -Sí que se puso un poco cachondo con el solo de guitarra de Chad en One way or another en Wembley-reconocí, y Claire se rió.
               -¡JA! ¿Lo ves, amore? Te lo dije. Es de los nuestros.
               -Hasta yo me puse cachonda con ese solo y no por eso me considero la reina de los bisexuales, amore.
                -Chicas, os lo agradezco un montón, pero… si al final se lo digo y él me deja, no sé si sería muy bueno que vinierais conmigo. Es decir, suele cerrarse en banda cuando se siente atacado, y creo que si apareciera en el campamento con vosotras dos, pensaría que voy a por él. Por no hablar del chute que le supondría a su ego el ver que es capaz de hacer que hasta las lesbianas se cambien de continente-ironicé, porque si no me reía un poco de mi situación creo que me volvería loca.
               -Ah, no, si yo iría para traérmelo de vuelta, porque si está dispuesto a romper contigo con tal de que estés bien es que le he dado permiso para irse demasiado pronto-replicó Claire-. Iría a por él para ingresarlo.
               -¿Le dejarías tener visitas?
               -Por supuesto.
               -Entonces no descarto que no le diga nada y que dentro de dos días me marque la actuación de mi vida y te llame llorando para decirte que me ha dejado.
               -Yo no haré preguntas-me prometió Claire, y nos reímos y nos despedimos, no sin antes darle las gracias por todo lo que se había arriesgado por mí y por lo sincera que había sido en su conversación. Sabía que no era fácil para ella y que la estaba poniendo en un aprieto pidiéndole que me contara detalles de su relación con Alec, pero no encontraría otra manera de hallar el camino correcto de no ser por su ayuda.
               Cuando Fiorella colgó el teléfono, yo me quedé allí, acurrucada en su sofá. Me mordisqueé la uña del meñique con la vista fija en el teléfono.
               -No pareces muy contenta con lo que te ha dicho Claire.
               -Necesitaba que alguien me dijera “no te preocupes, Sabrae; díselo, y él no te dejará”. Por desgracia, es tan bueno que todo el mundo sabe de sobra que eso está fuera de la mesa.
               -Confía un poco en tu novio, chiquilla.
               Asentí con la cabeza y me levanté. Me alisé la falda del vestido y suspiré.
               -Bueno, ¿y qué piensas hacer?
               Confía un poco en tu novio.
               Me imaginé flotando en el espacio, el lazo dorado que nos unía bailando a mi alrededor. Lo agarré con la mano y tiré de él hasta que se tensó, y luego, un poco más. Un simple toquecito llamándole la atención a Alec a miles de kilómetros de distancia. ¿Estás aquí?
               Un tirón en respuesta. Estoy aquí.
               Me lo enredé un poco más alrededor de los nudillos y tiré con más fuerza. Prométeme que siempre estarás aquí.
               El lazo flotó unos segundos en el aire hasta que, de repente, tiró de mí con tanta fuerza que volé en su dirección un par de metros. Y fue como si lo tuviera delante. Siempre estaré aquí.
               No había pronunciado las palabras mágicas, “te lo prometo”, pero supongo que era mejor que nada.
               -Se lo voy a decir.
               Fiorella asintió con la cabeza, y volvió a hacerlo, esta vez con tristeza, cuando continué:
               -Aunque no descarto que lo haga en persona para poder ponerme de rodillas y suplicarle que no me abandone.
               Para  cuando salí del despacho de Fiorella, estaba incluso más nerviosa que cuando había llegado por la tarde a casa. Y, mientras bajaba las escaleras en dirección a la calle, donde ya me estaba esperando mi madre con el coche, no dejé de repetírmelo en la cabeza. Confía en tu novio, confía en tu novio, confía en tu novio.
               El trayecto en silencio hasta casa le añadió unas pocas palabras igual de dolorosas.
               Es lo único que te queda.
                




             
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2 comentarios:

  1. Oyes de verdad me estoy quedando calva de la ansiedad. Pueden por favor Sherezada y Sabrae arreglarlo de una santa vez no puedo más 😭.

    Amo a Fiorella y Claire por cierto, esta ultima se ha ganado un pedacito de mi corazón porque se nota que quiere muchísimo a Alec.

    He chillado cuando le ha dicho lo de cuando tengan hijos que tendra q volver a terapia y he chillado de rabia porque tendra que pasarlo solo 😭😭😭

    No puedo mas tia que sea el cumpleaños de Tommy ya joder.

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  2. Bueno, primero de todo decir que te voy a denunciar por publicidad engañosa, dónde está la carta de Alec que yo la vea??? DÓNDE???
    Comento alguna cosita:
    - Me parte el corazón ver a Sabrae así y aunque me está resultando interesante muchas cosas que se está replanteando, necesito que se reconcilie con Sher cuanto antes.
    - Con este cap he sido más consciente del nivel de estrés al que está sometido Sher (y bueno con el momento “¡GRITARÉ TODO LO FUERTE QUE QUIERA! ¿QUIÉN ERES TÚ, MI SUEGRA?” me he descojonado)
    - Se me han caído unas lagrimitas con toda la parte de “Alec… era mi mejor amigo. Además de mi novio también era mi mejor amigo”.
    - Me ha gustado mucho la sesión de Sabrae con Fiorella: todo lo que han tratado, la llamada con Claire, todo lo que han hablado de Alec, Claire y Fiorella siendo las máximas defensoras de Sabralec…
    - Cuando has roto la cuarta pared buenísimo como siempre JAJAJAJJ
    - La decisión de Sabrae me parece acertada, pero en parte no paro de pensar que Sher, una vez haya hablado las cosas con Sabrae, va a dejar de pensar así y todo lo que están sufriendo (y van a sufrir) va a ser “para nada”.
    - A medida que avanzan los caps está más y más claro que la dinámica de toda la relación de Sabrae y Alec está cambiando, y aunque sé que no van a romper hasta dentro de mucho, me está dando como mucho vértigo.
    Con ganitas del siguiente cap <3

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