domingo, 7 de mayo de 2023

En venganza y como agradecimiento.


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Mi preciosa luna, mis brillantísimas estrellas, mi amadísima Saab,
               Pues mira, estaba haciéndome el difícil por primera vez en mi vida esperando a que me preguntaras en qué momento nos íbamos a empezar a comportar como los adolescentes en celo que en realidad somos porque, debido a acontecimientos recientes, sé por experiencia que tú eres de NO muy fácil, y aunque he “aprobado por compensación en Literatura”, según tú (¿qué cojones, Sabrae? Sabes tan bien como yo que no me aprobaron por compensación, sino porque soy un puto maestro con las palabras y no podían no dejar que me graduara por nimiedades del calibre no saberse al autor de Los miserables, porque yo de miserable tengo poco y me da alergia el apellido del autor de esa novela, pero ésa es otra historia), tampoco soy gilipollas ni te voy a dar la oportunidad de que me hagas recoger una carta medio empalmado, contando con que te habrás puesto zorrísima diciéndome hasta qué órgano vital quieres meterte mi polla y en qué postura digna del Circo del Sol, para que me pongas a parir por guarro, así que mejor será que la guarra seas tú.
               Ahora que te has quitado la careta y me has demostrado lo jodida que estás por la situación que los dos estamos viviendo y lo coladita que estás por mí, si existiera un poco de justicia en este mundo me dedicaría a contarte todo lo que he estado haciendo en el voluntariado, te preguntaría por absolutamente todo el mundo, y en el último párrafo te diría brevemente que me muero de ganas de follarte con esta polla que tanto echas de menos y ya está, simplemente para poder darte tu merecido. Pero, mira, no lo voy a hacer. ¿Y sabes por qué? Te lo digo para que me lo expliques, porque yo no estoy seguro. Me encuentro dividido en “porque soy un gilipollas cuando se trata de ti y por muy dura que seas conmigo a mí siempre me va a encantar tener un poquito de tu atención” o “porque la verdad es que me entusiasma la idea de que vayamos a hacerlo por fin”. Personalmente creo que es más por la última, pero no descartaría tampoco la primera. Al menos, no del todo.
               ¿Quieres que te sea sincero? Sí. Me estoy matando a pajas y no puedo dejar de pensar en ti. Esa experiencia que yo tengo, de la que los dos nos orgullecemos y que tanto agradecemos, puede ser tanto una bendición como una maldición. Es una bendición por la manera en que sé hacerte disfrutar y por cómo me asegura que tú sólo puedes pensar en mí, y en nadie más, cuando estás en la cama, o en el baño, o en algún lugar en el que definitivamente no deberías masturbarte, y menos si yo no estoy ahí para verlo; y una maldición porque yo no he hecho todo lo que sé de primera mano que se puede hacer en el sexo contigo. Porque yo sé lo que es el sexo anal, cómo podríamos llegar a disfrutarlo si tú estuvieras lo suficientemente relajada y receptiva (tienes que estar más tranquila que de normal y por eso no he querido intentarlo contigo antes; por eso, y porque sé que en el momento en que me dejes follarme no sólo ese delicioso coño tuyo, sino también ese precioso culo que tienes, no voy a poder alejarme de ti más de diez metros); sé lo que es follar puesto de coca, esnifar coca de entre las tetas de una chica antes de metérsela bien hasta el fondo, y me imagino lo que sería esnifarla de tus gloriosas tetas; y sé, entre otras cosas, lo que es follar en el metro. Sí, nena. No lo he hecho ni mucho menos cuando éste iba lleno, pero sé lo que es deslizarme dentro de una tía volviendo de fiesta, borracho perdido y sin que me importe nada más que la sensación de todo su cuerpo rodeando el mío en las zonas que más importan. Y si algo he descubierto en este campamento es que estoy absolutamente borracho de ti, Sabrae. Todavía siento tu sabor en mi lengua si me concentro lo suficiente; puedo notar cómo chispeas en la punta de ésta cuando cierro los ojos, como si te estuvieras corriendo de nuevo para mí. Puedo sentir cómo exprimes hasta la última gota de mi polla al correrte cuando yo me hago pajas pensando en ti, y cuando cierro los ojos y me quedo dormido, siempre sueño contigo encima de mí, todo tu cuerpo brillando con una gloriosa película de sudor de la que siempre me enorgullece ser la causa, tu melena negra como un halo de azabache enmarcando tus curvas de infarto, la manera en que tus tetas botan mientras me montas, mi polla hundiéndose en tu interior. En mis mejores sueños, siento tus manos recorriéndome el pecho, las uñas a veces siguiendo la línea de mis cicatrices, y puedo notar lo suave que tienes la piel en la yema de los dedos, lo lleno de tus pechos, lo erizado de tus pezones; en los sueños que son menos nítidos debido al cansancio por todo lo que tengo que hacer, sólo te noto en mi rabo y escucho cómo gimes en mi oído lo mucho que te gusta cómo te lo hago, lo grande y lo dura que la tengo, lo mucho que te llena y cómo te estoy volviendo loca. Como si no fuera al revés.
               Mírame, Sabrae: soy el puto Fuckboy Original, literalmente inventé el término en Londres, y sin embargo me tienes comiendo de la palma de tu mano, completamente entregado a ti, ansioso por volver a verte y sin interesarme lo más mínimo por las chicas que hay en el voluntariado porque, aunque estén buenas, ni aunque quisiera sería capaz de fantasear con llevármelas a la cama o meterme yo en las suyas y hacer todo eso que sueño con hacerte a ti cuando se pone el sol. No pienso que la promesa que te hice de serte fiel corra el más mínimo peligro sin importar las circunstancias; incluso si las viera desnudas, sé que no sería capaz de pensar ni un segundo en ellas y en lo que podría hacerles en el metro. Lo que te voy a hacer a ti. Porque, ¿sabes, nena? El no poder dejar de pensarte me está generando una necesidad de tenerte que sé que no podré superar ni aunque me pidas que esperemos a llegar a un sitio menos concurrido. Sé que los recuerdos que tengo de ti no te hacen justicia, porque aunque no te quito de la cabeza ni un solo segundo, cuando vuelvo a la cabaña y me acuesto y veo tus fotos en ella siempre me maravillo de que puedas ser incluso más hermosa de lo que te imagino, y sé que, aunque eres fotogénica, ganas todavía más en persona. Sólo en persona el hechizo que me has lanzado tiene sus efectos completos.
               Así que sé que no me voy a poder resistir a tenerte antes de llegar a casa. Un puto año sin probar tu boca, sin sentir tu cuerpo a mi alrededor, será demasiado como para que yo entre en razón. Y sé que tú también me echarás de menos, y estarás ansiosa por encontrar rápido una cama, pero es que, bombón… no lo vamos a conseguir. Ni siquiera creo que seamos capaces de llegar a algún baño en el que aliviarnos, aunque no sea lo que los dos nos merecemos después de esto. Y creo que tú tampoco lo crees.
               Ahora que lo pienso, un polvo en el metro es justo lo que necesitamos para empezar ese nuevo capítulo de nuestras vidas que ahora mismo está en borrador. Casi puedo vernos reencontrándonos en el aeropuerto, tú con una minifalda, la blusa con mangas anchas y cordones en el escote que ya te desanudé alguna vez; yo con unos vaqueros oscuros y una camisa clara; viéndonos a lo lejos y sabiendo que me vamos a convertir en un vidente. Tendremos un beso de película, de esos que no se aprecian como se debe ni siquiera a cámara lenta, y aunque intentaremos comportarnos, nos daremos cuenta de que es imposible antes de terminar de bajar las escaleras mecánicas del metro. Elegiremos el último vagón. Nos sentaremos en el último banco, y empezaremos a besarnos y besarnos y acariciarnos y tocarnos hasta que nos dé igual todo. Yo te miraré a los ojos, tú te morderás el labio y eso será mi perdición; te preguntaré si quieres saber lo que se siente cuando le añades el morbo de que te pillen por follar el público a los polvos, y tú asentirás. Y te brillarán los ojos porque sabes lo mucho que te he echado de menos, habrás notado lo dura que me la has puesto y sabrás que éste será uno de esos polvos en los que yo te hago un pelín de daño, ese que no quieres decirme que sientes porque no quieres que pare, porque te gusta que tu novio sea mucho más alto que tú, y que esté tan bien dotado y tú lo pongas tan cachondo que, a veces, todo es un poco excesivo. Me dirás que quieres que te folle como a la chica de esta carta, y yo te colocaré un mechón de pelo detrás de la oreja y te diré que a ella me la follé de pie, y que eso no es factible porque nosotros tendremos más gente en el vagón. Y también querré sentirte más de lo que la sentí a ella. Y aunque me harás prometerte que te lo haré de la misma manera y en el mismo sitio que ya lo he hecho antes en algún momento (cosa que yo estaré encantado de prometerte), lo entenderás y empezarás a besarme como lo haces cuando te das cuenta de que vamos a llegar hasta el final, que estamos dándonos los preliminares que nos merecemos en lugar de enrollarnos de forma casta (si se puede considerar casta a la manera en que nos besamos tú y yo). Te tendré sentada encima, así que no me será difícil ir bajando la mano cada vez un poco más mientras nuestras lenguas se enredan en nuestras bocas; tú harás lo mismo por mi pecho, bajando hasta mis caderas y desabrochándome los pantalones disimuladamente, bajándome la cremallera tan despacio que a ambos nos dolerá el cuidado que pones en ello. Para cuando tengas espacio para liberar mi polla y roces mi erección con la yema de los dedos, yo ya habré masajeado tu entrepierna por encima de las bragas, y me habré maravillado con lo empapada que estarás, aunque nunca me espero menos, bombón. Una de las cosas que más me gustan de ti es lo rápido y lo mucho que te mojas, ¿tienes idea de lo orgulloso que me hace sentir que una diosa de oro y luz como tú invoque a un océano entre sus muslos para disfrutarme más? Me vuelve absolutamente loco.
               A pesar de que será muy arriesgado, no podré resistirme a meterte un dedo cuando te aparte la ropa interior. Y tú gemirás, apoyando la barbilla sobre mi hombro. Y yo te sisearé al oído mientras tú te muerdes el labio y gimoteas cuando yo me retire. No me resistiré tampoco a darme un aperitivo con la miel de tu sexo, y tú me mirarás de esa forma en que siempre lo haces cada vez que lo hago… como si no pudieras creerte que ese éter que mana del paraíso que tienes entre los muslos es mi plato favorito en este mundo, Sabrae, mi puta perdición. No te haces ni la más remota idea de lo deliciosa que me resultas; no me encanta comerte el coño sólo por el placer que sé que te proporciona, sino porque soy un cabrón egoísta y codicioso absolutamente adicto al sabor de tu esencia. Si pudiera atarte a una cama y darme un festín durante una semana entera sólo con tu sexo, créeme que lo haría. Lo haría, bombón.
               Y, sin romper el contacto visual y poniendo cuidado en que no nos pillen, me agarrarás la polla y orientarás tu entrada hacia su punta, sentándote despacio sobre mí. Y verás en mis ojos la pregunta de cómo coño he podido sobrevivir un año sin tener esto. Un puto año lejos de casa. Joder. Es pensar en la sensación de mi rabo abriéndose paso dentro de ti y entrarme ganas de echarme a llorar. ¿En qué momento hemos tenido esto y lo hemos puesto en suspenso, Saab? Necesito tenerte. Ardo de la necesidad que te tengo. Me muero pensando en que no estoy vivo mientras mi cuerpo no esté acoplado al tuyo. Mi existencia no tiene sentido mientras tú no estés a mi lado, calentándome la cama, alegrándome la vista y satisfaciendo mis instintos más primarios.
               Pero nada de eso importará ya en el metro de vuelta a casa. Porque estaremos tú, yo, la lujuria y nada más, y estaremos juntos otra vez, y tus caderas recordarán de sobra el ritmo con el que siempre me han recibido, y… buf, nena. No sé qué coño me has hecho, pero sé de sobra lo que quiero hacerte yo en venganza y como agradecimiento. Te voy a llenar. Voy a reclamar hasta el último puto milímetro de tu sexo. Te voy a hacer que recuerdes a quién le pertenecen tus orgasmos, por quién coño empezaste a creer en Dios, y que te preguntes cómo has sido capaz de sobrevivir sin mí. Si con mi tamaño y mi dureza no fuera suficiente, créeme que la vibración en el metro hará el resto. Cada puto raíl será nuestra jodida perdición, nena. Cada instante de traqueteo será un beso en el que nos mordemos los labios para no ponernos a gemir. Cada empujón de la inercia cuando el tren empiece a frenar al acercarse a una nueva estación nos empujará también al límite.
               Creo que no seremos capaces de hacerlo un polvo largo, pero será de esos que echamos que son únicos en su especie y que, aunque no duren una noche entera, sí que consiguen que los recordemos durante mucho, mucho tiempo. Será el principio de nuestro alivio, ése que no alcanzaremos ni aunque nos pasemos unas vidas largas y fructíferas metidos en la cama.
               También creo que yo me correré primero. Y aunque tú seas una zorra a la que le encanta meterse con su hombre por "lo poco que aguanta con ella", creo que te encantará saber que todavía tienes ese poder sobre mí. De lo que no te darás cuenta entonces, nena, es de que nunca lo has perdido. O si no, echa un vistazo a lo que te estoy poniendo en esta carta.
               Y cuando tú te corras… Dios, cuando tú te corras. Me daré cuenta de que he sido un puto gilipollas. De que nunca debí moverme de tu lado ni buscar crecer en ningún sitio en el que tú no pudieras disfrutar de mi nuevo tamaño. Aunque supongo que necesitábamos que yo me marchara para darnos cuenta de hasta qué punto lo nuestro es fuerte, hasta qué punto me tienes en la mierda y lo lejos que podemos seguir sintiéndonos el uno al otro, lo luminosa que puede ser la oscuridad cuando tenemos a nuestro lazo alrededor, alumbrándonos. ¿Necesitábamos esto, Saab? Quiero pensar que sí. Sólo cuando te alejas de algo puedes coger perspectiva de lo realmente grandioso que es, y aunque no me hace ni puta gracia pensar en que te estás masturbando pensando en mí y yo no estoy ahí para verlo… saber que si me voy lejos tú me echas de menos es la fuerza que yo necesito para seguir levantándome cada día y seguir yendo a currar en lugar de montarme en el primer avión que salga de vuelta a casa y eludir mis responsabilidades de persona casi adulta refugiándome entre tus brazos… y entre tus piernas.
               Joder, la verdad es que tengo muchas, pero que muchas ganas de que todo eso pase. No me malinterpretes; soy muy feliz aquí, me gusta mucho mi vida, es sólo que… soy más feliz contigo y mi vida contigo no me gusta, me encanta. Igual que me encantará probarte en el metro, la manera en que te reirás porque no puedes creerte que tú, una Señorita De Bien, se haya pasado tan alegremente al lado oscuro. Supongo que soy un sinvergüenza con más influencia de la que pensábamos, ¿eh? ¿Quién te iba a decir hace un año, Sabrae Gugulethu Malik, que estarías fantaseando con follarte al gilipollas de Alec Whitelaw en el metro y que disfrutarías viendo su semen gotear fuera de tu coño? ¡Joder, chica! Y eso que, si mal no recuerdo, me suena que alguna vez me dijiste que si yo fuera el último hombre de la Tierra, y tú la última mujer, levantarías tú misma el memorial de la humanidad porque no me tocarías ni con un palo. Ay, Saab, si es que no se puede escupir para arriba. Menos mal que tú no eres de las que escupen cuando se arrodillan 😉. A pesar de que me has hecho esperar para poder ponerme ExPlíCiTo, parece que no he escogido tan mal, después de todo. 😉😉😉♡
               Hablando de escupir… imagíname dando una palmada, porque se viene el salseo. Que no se note que me has puesto burrísimo con tu última carta (flipo con lo fina que eres diciendo que no has parado de hacerte dedos pensando en mí, bombón, en plan… guau; Shakespeare debería darte las gracias de que no hayas nacido a la vez que él y lo hayas humillado) y que he escrito todo esto, que ahora DEFINITIVAMENTE VAMOS A HACER, con un pedazo de tronco en los gayumbos que ni los del Grand Prix, chavala. Pero keep calm, nena, porque ya me la he pelado como un mandril desquiciado y ya estoy más relajadito para contarte a qué me dedico. Agárrese, señora, que va a  flipar.
               La primera excursión ha sido todo un éxito; no lo digo yo, lo dice la ciencia. Perséfone ha venido conmigo como aprendiz de veterinaria de una tal Sandra que es la que manda realmente en el grupo, aunque lo completa un tío del ejército llamado Killian que parece muy satisfecho con cómo gestiono yo las cosas. Lo primero que hicimos fue ir a ver a una manada de jirafas a la que le están haciendo un seguimiento porque hay varias preñadas, y resulta que ¡una ya ha sido mamá, Saab! Ha sido una putísima pasada conocer a su bebé. Es pequeñísima y eso que me saca una cabeza y tiene el pelaje más suave que haya visto en mi vida. Las jirafas son animales impresionantes; cuando hagamos las jornadas familiares tengo que asegurarme de llevaros a que las conozcáis. Imponen mucho respeto pero a la vez son adorables. Ni confirmo ni desmiento que me pusiera a llorar como un crío pequeño cuando nos dijeron que teníamos que irnos. Yo no quería irme y dejar a la cría allí sola. Le he puesto Caramelito y me muero de ganas de volverla a ver.
               Aunque también hemos vivido cosas malas. No hemos podido salvar a todos los animales; para algunos hemos llegado tarde, y para otros no había nada que hacer. Creo que eso va a ser lo más duro de todas las expediciones, más incluso que el no saber qué te depara el horizonte y el preguntarte si estarás a la altura de las circunstancias. Nos encontramos con varios cadáveres con los que no pudimos hacer nada, pero lo peor de todo fue una gacela que tenía una patita rota y para la que Sandra decidió que el remedio sería peor que la enfermedad, pues tardaría mucho en curársele y sufriría mucho durante el proceso, así que la dejamos en la sabana muy a pesar tanto de Perséfone como mío. Insistimos en que nos dejaran llevárnosla y curarla: sería nuestro proyecto personal, pero aun así no hubo manera. Supongo que la piedad es más difícil de demostrar cuando tienes que elegir entre lo mejor para un ser vivo y lo que te haría tener la conciencia más tranquila. Sentí mucho tener que dejar al animalito allí, aunque también entiendo que es ley de vida y que su sacrificio será el beneficio de un depredador. Sólo espero que no sufriera.
               Eso sí, aunque Perséfone y yo nos pusimos un poco pesados con el tema de la gacela, resulta que Killian y Sandra están bastante contentos con nosotros, y le han pedido a Valeria que siga mandándonos con ellos. Resulta que lo del primer día era una especie de prueba para ver cómo lo llevábamos, y la hemos superado con creces. A Perséfone incluso le han ofrecido extender su voluntariado; en teoría se tiene que ir en septiembre porque ya se ha matriculado en la universidad, pero se está pensando el quedarse porque la verdad es que es una oportunidad única. Yo… lo cierto es que no sé cómo sentirme al respecto. Por un lado me apetece que se quede porque creo que le hará mucho bien, aparte de porque somos amigos y sabes que le tengo cariño, pero… también me preocupa un poco que esto pueda afectarnos a ti ya mí. Detestaría pensar que te lo haría un poco más difícil, porque una cosa es contar con Perséfone sabiendo que va a irse pronto y otra muy distinta considerarla tu aliada sabiendo que se va a quedar aquí hasta que yo también me vaya. No quiero que te preocupes por ella, ¿vale, bombón? Tú y yo estamos bien. Estamos genial después de todo lo que hemos pasado. Lo que me ha pasado a mí con Pers sólo ha servido para hacernos más fuertes y darnos cuenta, por un lado, de que podemos con todo, y por otro, de que quizá debería pensarme un poco más las cosas que te digo. Aun así, quería que supieras que la oferta está encima de la mesa porque te prometí hace tiempo que te sería sincero, y tengo pensado cumplir esa promesa sin importar la distancia que nos separe.
               Así que allá va otro arrebato de sinceridad: ¡también hemos salvado a un cocodrilo! Buah, deberías habernos visto a Killian y a mí, mano a mano, inmovilizando al animal mientras Perséfone y Sandra lo sedaban. Fue una pasada. Me acojoné un poco, no te voy a engañar, porque aunque tenía una infección en la boca de la hostia, creo que este bicho es lo suficientemente grande como para tragarme enterito si quiere, y lo bastante fuerte como para partirme en dos con su cola.
               Lo cual me lleva a… resulta que también les parece que yo soy fuerte y que por eso soy todavía más valioso, no sólo por mis dotes natas de liderazgo, mi respeto por la cadena de mando cuando de sacrificar gacelas se trata o mi magnetismo animal que ha hecho que una manada de ñus nos persiga durante 30 kilómetros porque quieren convertirme en su macho alfa (coña. La verdad es que nos persiguieron durante 50).
               (Eso también es coña. La verdad es que no nos persiguió nadie. Más bien nosotros perseguimos animales, y es bastante divertido, por cierto.)
               El caso es que no sé si te he hablado de que al otro lado de los árboles nos habían dicho que había un poblado de nativos con los que no teníamos permitido interactuar. Bueno, pues resulta que no es exactamente así: hay nativas, sí, pero sólo mujeres. Estamos asentados al lado de un refugio para mujeres que han sido víctimas de violencia en los conflictos que hay en la zona, y Valeria me ha elegido para que eche una mano reparando el poblado y ayudando a construir más casas que, desgraciadamente, parecen muy necesarias. Sólo trabajamos hombres en estas reparaciones, y yo soy el único chico del campamento al que le han permitido ir ahí, y aunque el trabajo es gratificante en el sentido de que sé que estoy ayudando a hacer la vida de esas mujeres un poco menos dolorosa, la verdad es que no es ni de coña mi parte preferida del día. Es decir, sí, vale, entiendo que es un buen entrenamiento, pero el jefe de los obreros es un puto gilipollas que me la tiene jurada. Killian ya me advirtió que no me lo tomara como algo personal, pero aun así, a veces se comporta como si fuera culpa mía que todas esas mujeres estén ahí. Eso sí, yo intento que no me afecte y flipas la paciencia que estoy mostrando, bombón. Le estoy callando la boca que te cagas comportándome como un señor, porque sé que está intentando pincharme para que monte un espectáculo y así tener una excusa para largarme. Si no fuera por él, todo el voluntariado sería perfecto, así que todo lo que el imbécil de Nedjet me diga va a resbalarme.
               Bueno, si no fuera por él y, por supuesto, si tú estuvieras aquí, quiero decir. A lo de que el voluntariado sería perfecto, me refiero.
               Y, bueno, si las mujeres estuvieran aquí disfrutando de alguna especie de taller de conexión con su feminidad y no por los motivos por los que están. También lamento tener que contarte esto, Saab, porque sé lo duro que es para una mujer saber que estos sitios son necesarios en determinados puntos del globo, y más todavía teniendo en cuenta tu origen, pero quiero que sepas que mantengo lo que te dije las navidades pasadas. Puedes contar conmigo para que hablemos de lo que quieras, y si eso incluye esas preocupaciones sobre tu origen que creo que tienes embotelladas dentro de ti, pues… por mí no hay problema. Siento mucho que tenga que ser cada quince días, pero te prometo que ahondaremos en ello todo lo que tú quieras. Y si necesitas que hablemos por teléfono como estos otros días, por mí genial. Es decir, odiaré que tenga que ser por eso, pero sabes que adoro oír tu voz.
               Por lo demás, de momento no tengo mucho que contar. Sí, estaría guay que te mandara unas fotos de Luca y todo lo que hay aquí, por lo menos para que te hagas una idea hasta que no hagamos eso de las jornadas de convivencia. Lo que no me convence del todo es el método ese de mandarte una tarjeta de memoria en la carta, me preocupa que la abran por notar que hay algo más que papeles y que se interrumpa la correspondencia. Es decir, imagínate que algún payaso de aduanas abre un sobre tuyo en el que me cuentas con pelos y señales cómo te mueres porque te chupe la lefa de las tetas después de correrme sobre ellas y a mí me tarda más en llegar. Eso no lo podemos consentir, Sabrae. Me gusta la idea de lo del drive, lo que pasa es que nadie ha hablado nunca de que tengamos conexión a internet disponible para uso privado nuestro, y teniendo en cuenta que estamos rodeados de árboles, no sé hasta qué punto tendré algo lo suficientemente rápido como para colgarte cosas. No obstante, pregunto y te digo. Y así de paso tienes un canal seguro por el que mandarme tus fotos probando los vibradores, se te acabaron las excusas, nena 😉.
               Sí, me estoy escribiendo con Josh, aunque cartas más cortas y bastante más family friendly que estas que te mando. Está muy contento de ver que tengo palabra y que he mantenido mi promesa de seguir visitándolo todos los días a través de vosotros, así que ¡muchas gracias por ir a verlo! Dale las gracias a Shasha de mi parte. Y, entre tú y yo, creo que Mi Plan Maligno Para Conseguirle Un Novio A Shasha© está funcionando a la perfección. Me ha hablado de ella en las cartas y no ha dicho nada negativo ni una sola vez. Francamente, estoy flipando con mis dotes de Celestina. Si no hubiera estado demasiado ocupado haciéndole correcciones de estilo al Kamasutra en mis tiempos mozos, probablemente no quedaría un solo soltero en todo el distrito metropolitano de Londres. Debería empezar a cobrarle al resto del mundo simplemente por respirar.
               NO ME DIGAS QUE SOY UN MAL AMIGO CON JORDAN. ¡¡Le dije que podía ir a jugar a la consola a mi casa siempre que quisiera!! Simplemente no le permito que se lleve la consola porque le conozco y que no me la devolverá. Sabe Dios dónde la esconderá, y no quiero que me joda el método anti estrés de echar unas partiditas al GTA en gayumbos. Si no me ha reventado una arteria todavía es porque le tengo pillado el tranquilo a eso de entrar a la base militar a robar cazas y darme un paseo aéreo. Hablando de aviones, ¿sabes algo de si lo han admitido o no en la carrera? Él no me ha dicho nada y me huelo que es que no ha entrado, y también sospecho que no lo estará llevando muy bien, así que no quiero preguntarle. Ah, y me imagino que ya habrán llegado las cartas de las universidades a las que me obligaste presentar solicitudes de matrícula, así que, para que no cometas un delito, yo, Alec Theodore Whitelaw, en pleno uso de mis facultades mentales (o todo lo que me permite el empalme que estoy volviendo a tener porque se me acaba de ocurrir que debe de ser la hostia jugar al GTA mientras te tengo arrodillada y desnuda frente a mí, comiéndome la polla como está mandado), te autorizo a ti, Sabrae Gugulethu Malik, para que abras mi correspondencia y me informes sobre en cuántas universidades me han dicho que no quieren casi-repetidores entre su alumnado, así como a enseñarle esta carta a las autoridades competentes para que no te arresten (no les enseñes los primeros folios, que si lo de follar en el metro es delito no creo que haya prescrito aún).
               Me alegro de que Bey se esté aplicando para sacarnos de la cárcel lo más rápido posible en cuanto cometamos alguna ilegalidad, pero dile que se relaje un poco, que de momento tu madre no está jubilada y confiamos en su experiencia profesional. Que se desmelene un poco, Saab, aunque sólo sea porque yo se lo pido y para que encuentre por fin a algún semental que la empotre como lleva toda su vida deseando que lo haga yo. Tampoco es que tenga que esforzarse tanto por entrar en el despacho de Sher, ¿no? Es decir, es evidente que va a ser la primera de su promoción, así que no va a necesitar siquiera que la enchufen en calidad de mejor amiga de su yerno preferido.
               Buen intento con lo de que no me meta con Tam, pero insultarnos es nuestro lenguaje de amor. A ver si no se hace la digna cuando empiece con los ensayos, que me la conozco y seguro que se sube a la parra con esto de que ahora está TraBaJanDo y yo no. Pídele que se vigile las espaldas, que ahora que no me tiene a mí para hacerlo, igual se la clavan las perras de las bailarinas; yo vivo con una y me da terror de lo mala que puede llegar a ser (así que que no te engañe con eso de que me echa de menos, que también nos estamos mandando cartas). Por cierto, hablando de hermanas espero que les hayas dado o les des (según lo rápido que sea el servicio postal) muchos besos a Duna y Astrid de mi parte en sus cumples. Espero que Duna pueda perdonarme por esta ofensa que supone no estar ahí para ella. ¿Le dirás que sufro por ella todos los días?
               Tía, estoy flipando con lo de que Scott puede hacerse invisible a voluntad. Es como Jessica Alba en Los cuatro fantásticos, pero en feo. ¿Fijo que se hace invisible porque él quiere, o no será que Estados Unidos merece derechos, después de todo, simplemente porque no le conocen? Un país en el que Scott sea una persona anónima me parece el paraíso, te lo digo. Más te vale haber grabado ocho horas en total del concierto de Chasing the Stars en Nueva York. No te haces una idea de cuánto me jode habérmelo perdido. Disfruta mucho, mucho, mucho de tus viajes, mi amor. Después de todo lo que has pasado, te mereces más que nadie aprovechar lo poco que queda del verano. Y no te agobies por el principio del curso, ¿eh? Me fastidia no estar ahí para comprobar si eres de las que se ponen histéricas porque quieren causar una buena impresión a pesar de que llevan yendo con las mismas personas a clase prácticamente desde preescolar, o eres normal. Por la experiencia, diría que eres más bien lo primero. Mmm, debería pedir que me dejaran unos días sólo para darte unos mimos y que estés tranquila. Tengo a Valeria en el bote; me da que soy su preferido en todo el voluntariado por cómo me trata y las oportunidades que me ha dado, así que yo creo que podría colar.
               Bueno, mi amor, me despido ya antes de terminar de escribirte esta Biblia que pondrá en peligro tu inmortal alma musulmana. Como si no estuvieras ya en la cuerda floja simplemente porque te di las llaves de mi casa. Por cierto, a ver dónde te estás echando mi aftershave, guapa. No es para pieles sensibles, y te veo perfectamente capaz de rasurarte el coño con una de mis cuchillas de afeitar sólo para fantasear con que me tienes ahí. Y te veo más capaz todavía de hacerlo, decírmelo y no mandarme vídeos. Más te vale que me mandes vídeos. De hecho, ¿sabes qué te digo? Que vayas colgando cosas en el drive; si tengo que irme a un cibercafé o algo de la ciudad más cercana para poder verte, lo haré.
               Espero ansioso tu próxima carta cerda, y no te me hagas la mojigata, niña, que nos conocemos y te encanta fingir que eres una señorita. Pero a mí ya no me la cuelas. ¿Recuerdas la cantidad de veces que me has suplicado que lo hagamos a pelo porque tenía que moverme dos centímetros a por un condón? Pues eso.
               Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Otro te quiero más; voy ganando yo. Estoy dispuesto a conformarme con un empate si nos quedamos en un cinco. Es un número guay, me parece a mí. Supongo que estarás de acuerdo conmigo.
               RespetuoCOÑA. ¿TE IMAGINAS QUE TE DIGO “RESPETUOSAMENTE” CUANDO NO PARO DE LLAMARTE ZORRA MIENTRAS TE EXPLORO LAS CAVIDADES CON MI POLLA?
               Tu esposito que te ama, como la gasolina a las llamas.
               Alec ❤❤❤❤❤❤❤
               PD: en negro NO, Sabrae. ¡En negro no, tía! No se te ocurra cogérmela en negro. Ay, mierda, seguro que ya has vuelto con una camiseta negra cuando recibas mi carta. ¿Para qué quiero yo una camiseta negra para ponérmela en verano? ¿Quieres que me ase de calor?
               PD2: así que el blanco te fastidia la salud mental, ¿eh? 😏😏😏 Lo veníamos sabiendo.
              
               ¿Lo pillas? Porque tu novio es blanco y tal. Jejejejeje.
               Aunque, bueno, la verdad es que me estoy poniendo bastante moreno. Claro que tampoco vamos a fingir que no me comías con los ojos cuando volvía de Grecia todo tostadito. Vaya lo que te jodió toda la vida que yo estuviera así de bueno, ¿eh? 😉
               PD3: mira hija de la grandísima puta, como le pongas un solo dedo encima a Diana sin estar yo presente para vivirlo en vivo y en directo, es que te juro que te agarro de los pelos y te traigo a rastras a Etiopía. Y no me refiero a los de la cabeza.
               PD4: yo no soy un niño rico despilfarrador como tú, Sabrae. Diana me llamó de clase obrera. 4 libras al mes son 48 al año. Eso me da para comprarte un sujetador de Savage Fenty que luego te arrancaré a bocados. Hay que tener un poco más de mentalidad de tiburona. Ah, y Mary Elizabeth me despertó, ¿recuerdas? ¿Qué has hecho tú por mí?
               Es coña, has hecho muchísimo, mi amor.
               PD5: Fijo que tu hermano canta Story of my life o algo así. Dios, me apetece meterle un puño.
               PD6: disculpa, pero TÚ me has mandado más posdatas que yo. Y no aprobé por compensación Literatura. Dios, qué payasa insoportable eres. No sé por qué coño te aguanto.
                PD7: Me apeteces muchísimo, por si no ha quedado claro. Ale, chao, chao, wifey ♡♡♡♡
 
               Tenía el corazón hecho añicos. Era lógico que la carta de Alec fuera tan distinta a lo que me había dicho antes de que todo mi mundo se diera la vuelta porque me la había enviado antes de saber nada de lo que yo estaba pensando. Puede que mientras él escribía aquellas líneas yo estuviera a punto de desintegrarme en su sofá, creyendo que no podía con todo lo que nos deparaba el futuro y que no me lo merecía. El hecho de estar viviendo experiencias radicalmente opuestas en el mismo momento me aterrorizaba, pues no se diferenciaba mucho de ser dos extraños cuyas vidas no se entrelazaban más que en los trayectos de camino al trabajo, en el que cada uno atravesaba la autopista en direcciones opuestas, nunca fijándonos en el otro ni dándonos cuenta de la cantidad de casualidades en que éramos idénticos.
               Pero no estaba hecha mierda por eso, no. Lo que me preocupaba y lo que había hecho que me quedara en shock, casi, casi como cuando me habían dicho que él había tenido un accidente, era la falta de reacción que había tenido mi cuerpo a todo lo que él me escribía. Mientras leía lo que él quería hacerme, lo que había hecho con otra chica y quería mejorar conmigo, mi cuerpo había permanecido impasible en lugar de estallar en esos fuegos artificiales tan típicos de la magia física que él practicaba conmigo.
               No había disfrutado de la carta más de lo que lo habría hecho en una situación normal, en la que saber de Alec siempre era una bendición. Sin embargo, esta carta no era como las demás, y mi cuerpo se negaba a reconocerlo. Lejos de deshacerme en mi propio placer, de darme ese espacio que yo necesitaba para dar rienda suelta a mis sentimientos, de tumbarme en la cama y encender mi vibrador para imaginarme que lo que me contaba en la carta era lo que estaba sintiendo, yo sólo… había seguido leyendo sin tan siquiera mojarme.
               El sol estaba poniéndose en el horizonte, escondiéndose de un día que era para olvidar. El trayecto en coche de vuelta a casa había sido de lo más incómodo que había vivido en toda mi vida. Al menos mamá me había dejado tranquila: se había concentrado en conducir y no había dicho la más mínima palabra sobre mi inesperada visita a su despacho y la cita que había tenido con Fiorella. Yo no había apartado la mirada de la ventanilla, temiendo que, si me giraba, empezaría a atacarme de nuevo como había hecho con las becarias. Sí, estaba sometida a mucha presión y sí, me daba incluso un poco de pena todo por lo que estaba pasando, pero para mí tampoco estaba siendo fácil y… me dolía que no viera en mí un apoyo igual que yo lo había visto en ella. Podría refugiarse en mí en lugar de atacarme. Así yo  me sentiría con fuerzas para hablar con ella, decirle lo mal que me había sentado que culpara a Alec de mis tropiezos y que ya no apostara por nosotros precisamente ahora que yo tanto necesitaba apoyo de fuera. El voluntariado no estaba siendo fácil para mí, y estaba demostrando ser un desafío mucho mayor de lo que yo pensaba, no sólo por lo mal que llevaba el estar separada de él sino por los problemas psicológicos que me estaba produciendo; sentía que estaba cambiando, y no tener a mi madre para poder hablar con ella de todo eso… me mataba.
                Del coche fui directamente a mi habitación, cerrando la puerta y quedándome a solas con mis pensamientos en que se arremolinaba todo lo que había hablado con Claire sobre Alec. Su voluntariado era para terminar de sanar, y de mí dependía darle la oportunidad de quitarse la escayola o ponerle todavía más vendas.
               Decírselo era lo correcto. Decírselo era confiar en él como siempre me pedía que lo hiciera. Decírselo era darle la oportunidad de que se sobrepusiera a lo que los demás pensaban de él y empezara a valorarse él mismo, sin depender de nadie más que de su propia conciencia, ésa a la que quería mantener tranquila, tal y como él mismo había dicho en su carta.
               Decírselo también era entregarle un billete de avión sólo de ida y quedarme esperando a ver si lo cogía. Era arriesgarme a perderlo, a que intentara dejarme, a que decidiera que todo esto era demasiado para él y se obligara a olvidarme yendo con sus compañeras del voluntariado, ésas que ni siquiera había considerado una amenaza aunque me hubiera dicho que le parecían guapas, porque confiaba en mi hombre lo suficiente como para no molestarme cuando me confesaba que todavía apreciaba la belleza femenina que no era mía.
               Estaba sentada frente a mi escritorio, que empezaría a utilizar asiduamente a partir de la semana que viene (puede que más incluso que otros años, si la situación con mamá no mejoraba, y no tenía pinta de que fuera a corregirse pronto), con la carta de Alec extendida frente a mí y una hoja a sucio en la que había garabateado todo lo que quería decirle. Ahora sólo me quedaba unir esas ideas en un texto coherente y convincente como quien coge puntitos brillantes en el cielo y decide formar figuras con ellos.
               Siempre me había creído buena con las palabras, no sólo por la familia en que había crecido, sino también por lo mucho que me gustaba leer. Llevaba haciéndolo desde pequeñita y consideraba que tenía un ojo bastante crítico para los buenos libros, lo cual no me impedía disfrutar también de lecturas más ligeras y sencillas que no me supusieran ejercicio mental. Ahora, sin embargo, esos dones me habían abandonado. Mi rico vocabulario se había secado hasta no ser más que las huellas geológicas del antiguo lecho de un río.
               -Eres la hija de Zayn Malik-me dije en voz alta ante el imponente folio en blanco-. Tu nombre está en la placa de un Grammy desde que eras un bebé. No puede ser tan difícil decirle a tu novio todo lo que quieres decirle.
               Pero sí que lo era. Por muy dura que fuera conmigo, no podía pasar por alto el hecho de que me estaba jugando todo a una sola carta. El Grammy no me podía importar menos con todo lo que tenía ahora en juego, y yo no era el tándem perfecto que formaban mi padre y mi madre; él con las palabras, ella con los argumentos. Tenía ideas de sobra por las que necesitaba que Alec se quedara conmigo, pero no las tenía todas conmigo respecto de si sería capaz de sortear las peligrosas aguas de su cabeza para que creyera que era bueno para mí. A mí también me había supuesto un golpe muy duro que mis padres me dijeran que ya no querían que estuviera con Alec, pero más por la rabia que me daba lo injusto de la situación: ni siquiera me centraba en que no había hecho más que decepcionarlos una única vez en mi vida para que me dieran la espalda, sino que bastaba para pensar en que Alec no había tenido nada que ver en esto y no se merecía ser castigado así. Yo le hacía feliz. Le había ayudado en sus momentos más duros, le había animado cuando nadie más se creía capaz, y había hecho que cambiara para mejor, sanando de unas heridas que él mismo ignoraba deliberadamente. No se merecía que lo apartaran de mí.
               Y él me había hecho mejor a mí también. Me había hecho más feliz que a ninguna otra chica, me había hecho confiar en él como no lo hacía con nadie, y estando en su presencia me sentía segura y a salvo; sabía que no me juzgaba cuando yo le contaba mis miedos ni tampoco censuraba mis preocupaciones, porque por mucho que yo fuera afortunada por haber encontrado la familia que había encontrado, los sueños son incontrolables, y las pesadillas, libres.
               Alec era la única persona que sabía de mis pesadillas en las que volvía a ser un bebé en un capazo ante una puerta que, esta vez, no se abría. Y si no se abría, yo no encontraba a mi familia. Si no encontraba a mi familia, tampoco lo encontraba a él. Necesitaba que la puerta se abriera para que Scott me encontrara, me convirtiera en una Malik y luego, más tarde, me diera la posibilidad de volverme una Whitelaw. Incluso aunque no adoptara su apellido, yo me sabía ya parte de la familia de Alec. Mamá no sabía de esas pesadillas, así que el que no me apoyara no debería pesar tanto. Pero lo hacía. Y lo haría más con Alec, porque él era más crítico, más duro, más exigente y también más inseguro. Parte de él aún sospechaba que no me merecía; que yo misma le dijera que mi madre así lo creía no haría sino reforzar esas sospechas y acabar con él. Para colmo de males, estaba lejos de mí. Yo no podía hacer nada. No tendría la posibilidad de ponerme frente a él y decirle que no se le ocurriera hacerles caso a los demonios de su cabeza que sólo querían su mal; no podría obligarlo a ir al psicólogo ni lo abrazaría cuando le dieran ataques de ansiedad.
               En cierto modo, me sentía como si estuviera metiendo a Alec en un ataúd, clavándole clavos en la tapa y empujándolo al mar. Tenía que asegurarme de que, cuando le dijera lo que había pasado, le hubiera metido las suficientes herramientas dentro como para que pudiera liberarse antes de ahogarse, y que no se quedara congelado por el impacto.
               Tamborileando con la tapa del boli, que había puesto en su parte trasera, sobre la libreta en la que pensaba escribir la carta a sucio para hacerle los retoques necesario hasta que quedara perfecta, volví a examinar la lista de cosas que había pensado en decirle. La cogí con manos temblorosas y noté que el sudor que tenía en la yema de los dedos humedecía un poco el papel.
               Mamá no te conoce como yo lo hago. Mamá está estresada.
               Me haces bien.
               Te quiero.
               Sin ti ya no me quedaría nada.
               Eres mi mejor amigo.
               Me relamí los labios y cogí de nuevo su carta. Seguí los surcos que Alec había dejado en el papel hacía una semana mientras escribía; tenía la costumbre de apretar tanto el bolígrafo que se podía leer por la parte trasera de sus folios, lo cual, según había leído, era un signo de inseguridad en uno mismo. No es que me sorprendiera, ni mucho menos. Y, sin embargo, adoraba poder sentir con la yema de los dedos sus palabras. Lo consideraba una especie de regalo a mis sentidos que me hacía sin querer. Eran como las marcas que él había dejado en mí, marcas que me habían cambiado tanto que ya nunca sería la misma. Ni siquiera lo pretendía, ni echaba de menos a la antigua Sabrae. No quería ser de nuevo esa chica que no lo tenía, aunque fuera porque era imbécil y no lo soportaba porque no le conocía. Ahora que le conocía mejor que nadie era incapaz de renunciar a él.
               Miré de nuevo la lista.
               Mamá no te conoce como yo lo hago. Mamá está estresada. Me haces bien. Te quiero. Sin ti ya no me quedaría nada. Eres mi mejor amigo.
               -Sabrae, ¿tú me quieres?
               -Claro que te quiero.
               -Pues entonces no sé qué coño más tienes que pensar.
               Miré la cama. Era como si estuviera de nuevo allí, mirándome, esperando a que hablara. Solo que yo sabía, esta vez, que tenía que esforzarme por mantenerlo conmigo en lugar de conseguir que se alejara de mí.
               -No te vas a alejar de mí salvo que dejes de quererme.
               Había sido tan tajante que yo me lo había creído de verdad, y creo que él también pensaba que la única manera que había de que lo dejáramos era si yo me desenamoraba de él, cosa que me parecía imposible que sucediera. Con lo que nunca habíamos contado ninguno de los dos era con la posibilidad de que nuestras familias se metieran entre nosotros.
               Y sabía de sobra lo que haría yo si la situación fuera al revés. Si Annie no me quisiera con Alec, a mí me resultaría muy difícil estar con él porque… bueno, porque tendría la confirmación de que no me lo merecía. Y, viendo lo buena que era Annie, me costaba pensar que no hubiera ninguna chica que obtuviera su aprobación.
               Confía en tu novio, me había dicho Fiorella. Ella no lo conocía como lo hacíamos Claire y yo, y aun así… ella tenía fe y yo no. ¿Cómo era eso posible? Ni siquiera podía escudarme en que ella no lo conocía, porque Perséfone también había tenido fe en que las cosas se resolverían cuando tuvimos la movida tan gorda con Alec, y… me había llamado sin dudar, incluso cuando había visto que nuestra relación sólo le proporcionaba disgustos.
               Los añicos de mi corazón me dieron un vuelco cuando me di cuenta de una cosa: Perséfone era la razón por la que Alec y yo estábamos juntos ahora, la razón por la que estábamos bien. Si no fuera por ella, yo habría creído a Alec capaz de barbaridades que él jamás habría hecho.
               Necesitábamos a Perséfone. Necesitaba que estuviera a su lado cuando abriera la carta y le convenciera de que tenía que escucharme a mí y a mis mil argumentos, en lugar de a mi madre y a su único, que, para colmo, era demasiado débil siquiera como para que alguien como ella lo defendiera sin pudor.
               Quién lo iba a decir, pero no quería que Perséfone se fuera. Ella podía ser la clave de que Alec siguiera conmigo o no, lo cual era bastante irónico, si teníamos en cuenta todo lo que yo había sufrido por causa de ella en Mykonos. Pero, igual que ella casi nos separa, también podía ser la que nos uniera.
               Por supuesto, no podía decirle a Alec que quería que su amiga se quedara para que le convenciera de que dejarlo era un error. Tenía que quedarse para ayudarlo, pero sin que él supiera que yo necesitaba que permaneciera a su lado, o pensaría que no confiaba en él.
               ¿Lo haces realmente, Sabrae?, preguntó una voz mordaz en mi cabeza, y a mí se me revolvió todo por dentro. Miré de nuevo la lista de cosas que decirle, su carta, todo lo que me había dicho en ella, cómo me había extendido su corazón creyendo que todo estaba bien y que le encantaría recibir el próximo mensaje de mi parte.
               Él me había dicho mil veces que renunciaría a ella por mí. Ahora necesitaba que ella no renunciara a él.
               -Por favor, quédate, Pers-susurré en voz baja, encontrando en mi interior la determinación que necesitaba para empezar la carta. No iba a ser sencillo, pero por algo tenía que empezar. Ni siquiera me había cambiado de ropa cuando llegué a casa: me había sentado en mi escritorio y me había puesto a pensar en lo que tenía que decirle a mi novio para mantenerlo conmigo. En cuanto puliera la carta lo suficiente, la llevaría corriendo y la echaría al buzón. No podía arriesgarme a dormir con ella en la habitación, o a que no se fuera en el próximo bolso del cartero con destino a Etiopía.
               Sostuve el boli como hacía cuando me disponía a hacer un examen complicadísimo y empecé a escribir.
               Alec,
               No quiero que te asustes; me ha encantado tu carta, pero
               -Genial, así que se va a asustar-escupí, tachando las dos líneas y volviendo a intentarlo.
               Alec,
               Qué bien saber de ti. Me alegro mucho de que te vaya todo bien
               -Parece que le estés escribiendo a un director de instituto al que vas a pedirle que reconsidere la expulsión de tu hijo pequeño-me dije a mí misma, y volví a tachar las líneas.
               Lo intenté hasta cuatro veces, pero en todas la carta me parecía demasiado impersonal, todo lo contrario a lo que yo necesitaba transmitirle. Necesitaba que supiera que estaba enamorada hasta las trancas, que no concebía mi vida sin él y que me ofendía que mi madre dijera que no quería que estuviera con él, no que me había dicho que no aprobaba mi relación y yo, como buena hija obediente, estaba a punto de romper con él. Me mordisqueé las uñas, observando el folio, intentando encajar las piezas en mi cabeza, hasta que…
               Lo vi.
               La primera palabra. El problema era la primera palabra. Todas nuestras cartas habían empezado con algo más que nuestro nombre. Escribirle como quien le escribe a un votante en plena campaña política no era mi estilo; ni el mío, ni el de ninguna novia.
               Me recliné en la silla y miré la rosa amarilla que había arrancado de mi jardín y que me había regalado aquel día mágico que habíamos pasado antes de Navidad, cuando nos empezamos a dar cuenta de que estábamos enamorados el uno del otro, y que yo había inmortalizado en Bradford. Quería pasear aquella rosa por todo el mundo, presumir de la forma única de sus pétalos, como el más elegante de los vestidos de gala, y de su color amarillo, de un sutil dorado del que podrían extraerse perfectamente las hebras del lazo que nos unía. Un lazo dorado, fuerte y poderoso. Poderoso y dorado.
               Poderoso como el sol.
               Dorado como el sol.
               Me lancé al papel como un tigre a por su presa, y empecé a recorrer el camino de palabras que se apelotonaban ante mí tras mis ojos, rezando por que me llevaran por el sendero correcto, un sendero en cuyo final me estuviera esperando el único hombre por el que yo consideraría empezar a pensar en mí misma con otro apellido que no era Malik.
               Mi preciado sol,
               Esta carta no va a tener el tono que esperas, y no quiero que pienses que es porque me ha parecido excesivo todo lo que me has escrito. Créeme, no es así en absoluto: sabes que disfruto explorando mi cuerpo contigo, explorando el tuyo y el placer que podemos proporcionarnos, pero si no entro de lleno a contarte todo lo que deseo que me hagas, lo que deseo hacerte y lo que deseo que nos hagamos, es porque yo también quiero serte fiel a las promesas que nos hicimos hace meses, y necesito serte sincera con algo que está pasando en casa. Con esto no quiero ni que te sientas mal, ni que creas que comparto las opiniones que voy a exponerte, ni mucho menos que quiero que ésta sea una carta de despedida; tómatela como una carta de reconciliación, y también de disculpa, con esa Sabrae gilipollas y ególatra que fui durante tantos años mientras creía que eras un imbécil y no te soportaba. La verdad es que no quiero volver a ser nunca esa Sabrae ya no sólo porque tú no te lo mereces, sino porque adoro la que soy ahora: la Sabrae que sabe que eres la persona más buena y dulce del mundo, el hombre más generoso que haya pisado la tierra; y yo, la chica más orgullosa de poder llamarse tuya y llamarte a ti mío. No quiero que esto cambie. No quiero que cambie nunca, Al.
               Quiero que sepas que no pienso en absoluto que las opiniones que voy a decirte ahora te definan en absoluto, y sé de sobra dónde descansan mis lealtades si me hacen elegir entre los distintos miembros de mi familia, especialmente si uno de ellos se coge un avión sin pensárselo dos veces y se hace nueve horas de vuelo para impedir que yo siga en mi bucle y le deje. Siempre te elegiré a ti, y quiero que tú también lo hagas. Sé que eres fuerte y que puedes con esto, y confío en que tomarás la decisión correcta después de pensártelo fríamente.
               Recuerda lo feliz que me habías hecho justo antes de marcharte de vuelta cuando viniste a verme hace unos días, supongo que a los pocos de escribirme tu última carta. Recuerda cómo te besé y cómo te dije que no quería que te fueras aunque supiera que era lo mejor para los dos, y cómo pensé en que aquello era lo que necesitábamos: una pequeña pausa antes de continuar. Quiero que te centres en que quiero que esto continúe.
               Seguramente recordarás la bochornosa pelea con mi madre por el tema del avión. Bueno, pues quizá te sorprenda (a mí, desde luego, lo hace bastante), pero las cosas con mamá están mal. Bastante mal, de hecho. Desde que tuvimos la discusión, está distante conmigo y apenas me dirige la palabra, y cuando lo hace es en tono bastante borde. No es así solamente conmigo, aunque a mí es a la que le hace más evidente estos cambios de humor. Como sabes, está muy estresada por el tema de lo de la compra de la libertad de mi hermano, y hoy mismo he presenciado un incidente bastante desafortunado cuando he ido a su despacho para hablar con Fiorella. Estoy yendo con ella no por ti, sino por ella. Y estoy dando vueltas al asunto porque quiero asegurarme de que entiendas que yo no estoy nada de acuerdo con lo que me ha dicho mi madre ni creo que debamos actuar en consecuencia, pero como tú bien dijiste, somos dos en esta relación y debemos consensuar las cosas.
               Bueno, tampoco quiero asustarte. El caso es que a los pocos días de que tú vinieras y mamá y yo nos peleáramos, fue el cumpleaños de Duna y Astrid. Eleanor, Tommy, Diana y Scott vinieron desde Estados Unidos a celebrarlo. Y, a pesar de que creía que estábamos disimulándolo bastante bien, Scott se dio cuenta al instante de que algo pasaba. Y me dijo que tenía que hablar con mamá. Yo estaba muy disgustada (a día de hoy todavía lo estoy), pero, aunque me sentía traicionada porque me parecía que mamá estaba exagerándolo todo por una estúpida pelea que ni siquiera es de las peores que hemos tenido, intenté hablar con ella, pero ella se cerró en banda completamente. Supongo que no elegí el mejor momento, pero cuando Scott me dijo que lo mejor era que hablara con ella, simplemente quise quitármelo de encima.
               El caso es que mamá se puso muy borde conmigo y, bueno, me dijo que necesitaba tiempo para afrontar la situación, y que he cambiado mucho, que jamás le habría dicho algo así y… que ya no le hace tanta gracia lo nuestro.
               Por favor, por favor, por favor, sol, no le des a esto más importancia de la que ya tiene. Evidentemente, para mí fue un shock cuando me lo dijo; me quedé completamente helada y me fui derechita a tu casa a aclarar mis ideas, pero no porque tuviera dudas de lo que quiero respecto a ti, sino porque toda la situación me parece muy injusta. Para empezar porque, bueno, entiendo que mamá esté picada por el sacrificio en vano que hicieron los correspondientes árboles para ese papel tan lamentable que yo hice delante de ti, pero no me parece justo que yo meta la pata una vez y ya tenga que, según ella, dejar a mi novio, quien no tiene culpa de absolutamente nada. Es decir, a lo sumo, tendrás la culpa de ser súper guapo y súper bueno y tenerme súper enamorada, pero YA ESTÁ. No entiendo por qué se ha puesto así ni por qué coño ha llegado a esa conclusión completamente ABSURDA Y ESTÚPIDA, pero creo que te debo el decírtelo para que lo sepas. Nos prometimos sinceridad, y sé lo muchísimo que valoras la confianza que nos tenemos y, aunque lo más fácil para ambos habría sido que yo me callara hasta que vuelvas en Navidad, creo que habría sido peor a la larga. Primero, porque no quiero construir una relación basada en mentiras. Y segundo, porque no quiero que pienses que comparto la opinión de mamá en absoluto.
               No te voy a engañar y decirte que no llevo jodida desde que me lo dijo, pero estoy yendo con Fiorella para tratar de remontar, así que no quiero que te preocupes por mí, ¿vale, Al? La verdad es que yo nunca me había visto en esta situación; sabes que siempre he sido muy cercana a mi madre y me siento superada a veces. Así que no tomes decisiones basadas en opiniones de gente externa, porque no sabes hasta qué punto me haría daño el saber que el silencio habría sido lo que salvaría nuestra relación.
               No quiero que pienses ni por un mísero nanosegundo en el universo que estoy tratando de decirte que quiero dejarlo, porque NO ES ASÍ. QUIERO ESTAR CONTIGO. Aunque no nos resulte nada fácil, a mí especialmente, el saberme tuya y el poder pensarte sin remordimientos es un tipo de libertad al que simplemente no puedo renunciar. Quiero esto. Esto. Te quiero a ti, Alec Theodore Whitelaw. No quiero renunciar nunca a la sensación de felicidad cuando estoy entre tus brazos, ni cuando te rodeo con mis piernas. Esto es lo que yo soy ahora. Tuya es lo que yo soy ahora. Lo has cambiado todo para mí y no quiero volver a ser la Sabrae de antes, que creía que el sexo era algo sobrevalorado o que las historias de amor eran ficción porque eran exageraciones. Dios, Alec, tú me has enseñado que las historias de amor se quedan cortas, que no hay manera de describir esto que tenemos y serle fiel. Lo que tú me haces sentir es como una película en 3D y 4k, mientras que el amor de los libros, o películas, o canciones, es un negativo de una película del siglo pasado en blanco y negro y sin sonido. Te quiero. Te quiero y lo único que quiero es que tú me quieras a mí, y… ya resolveremos el resto. Sé que lo conseguiremos. Tú sólo… piensa que me dijiste que medio mundo no es nada; en ese mundo bien caben mis padres.
               Sé perfectamente que esto es mucho que digerir y que necesitarás tu espacio para procesarlo, pero quiero que tengas en cuenta lo que siento. Y también lo que pienso, porque la verdad es que ni siquiera sé la credibilidad que debo darles a las palabras de mi madre, sobre todo porque hasta que no tuvimos la pelea, tanto ella como mi padre parecían encantados de que vinieras a verme. ¿Por qué estaban tan ilusionados cuando viniste a verme, y en el momento en que yo pego cuatro voces ya no eres bueno para mí y quieren que te deje? Es totalmente surrealista, y no quiero que te midas por perspectivas surrealistas.
               Odio lo que te estoy haciendo. Ya no es sólo por los sacrificios que estás teniendo que hacer, no acostándote con ninguna chica ni disfrutando de tu voluntariado a tope como lo están haciendo tus compañeros, sino… también por esto. Pero igual que tú fuiste sincero conmigo cuando lo de Perséfone, creo que yo también te lo debo. Porque, la verdad, mi amor, prefiero que nos hagamos daño y nuestra confianza siga intacta a que sea al revés. No quiero mantenerte en la inopia y hacer lo que me dé la gana o que tú me mantengas a mí. Sólo puedo dormir tranquila mientras mis sábanas huelen a ti, y sé que dejarán de hacerlo si empiezo a mentirte… incluso aunque mentirte también signifique protegerte.
                Lo que estoy intentando que interiorices es que… me da terror perderte. Preferiría la muerte a no saberme tuya. Preferiría cambiarme el nombre a que tú dejaras de pronunciarlo como lo haces, y quiero que sigamos como hasta ahora. Quiero que sigas convencido de que eres bueno para mí, porque así es. Y no quiero que te fíes más de las opiniones de otra gente que no te conoce como lo hago yo, porque la verdad es que mis padres no te conocen como yo lo hago. Además, como te he dicho, mamá está irreconocible, hecha un manojo de nervios, y… no sé hasta qué punto está pagando contigo, que no estás para defenderte y por lo tanto eres la víctima perfecta, todo lo que le está pasando. Siempre, siempre, siempre, antes de que te fueras, cada vez que quedábamos y yo volvía a casa, ella me miraba feliz y me decía que se alegraba de que estuviéramos juntos, porque que me haces bien es tan evidente como mi color de piel o el amor que siento por ti, Al.
               Sé cuál va a ser tu primer impulso cuando lo leas, o por lo menos, lo sospecho. Me prometiste que no me dejarías salvo que te dijera que ya no te quiero, pero ninguno de los dos contaba con tener oposición por parte de nuestras familias, y… creo que yo consideraría las misma posibilidades que tú si fuera Annie la que dijera que no me quiere cerca de ti. Pero yo sólo quiero que dejes que gane lo que sentimos cuando estamos juntos. Piensa en cómo te sientes cuando te despiertas en mi cama, o cuando lo haces en la tuya y estoy a tu lado, desnuda y resplandeciente de lo feliz que me haces. Piensa en todo lo que me has hecho hasta ahora, las cosas que me has enseñado y las que me has prometido que me enseñarás. Piensa en lo bien que encajamos juntos, como si nos hubieran diseñado para ser las partes de un todo.
               Piensa en que eres la única persona que no me grita que no soy “la adoptada” en mi familia, porque sabes que sí que lo soy. Aunque no sea lo que me define en mi casa, sí que es una parte de mí, y… no quiero perder a la única persona que me dice que puedo hablar de ello con libertad. Que incluso me invita a hacerlo porque es consciente antes que yo de que tengo una espinita clavada en el corazón con ese tema, aunque todos en mi casa nos esforcemos por ignorarla, y… no quiero perder esto, Al. No quiero renunciar a ti. Sin ti ya no me quedaría nada. No sólo eres mi novio; también eres mi mejor amigo, mi persona favorita en el mundo. Y creo que yo no podría ser sólo tu amiga, así que necesito seguir siendo tu novia.
               O sea… con esto no estoy intentando hacerte chantaje ni nada, Al. Es sólo que… me da pavor, absolutamente pavor, pensar en que puedas decidir que mis padres quieren lo mejor para mí y tú no eres ese “lo mejor”, porque sí que es así.
               Quiero que todo siga como hasta ahora. Quiero levantarme por las mañanas y saber que tú ya lo has hecho y has encontrado las fuerzas para hacer todo lo que tienes que hacer por mí. Me siento muy orgullosa de que me permitas estar a tu lado; sabes que creo que eres una persona excepcional, y lo estás demostrando cada día. No me extraña que te hayan asignado a la cosas más importantes del voluntariado: yo siempre supe que valías todo eso y mucho más. Me alegro mucho de que lo estés disfrutando, y también me alegro mucho de que le hayan dado a Perséfone la oportunidad de quedarse más tiempo. Entiendo que te preocupes por mí, pero te garantizo que, después de lo que hizo por impedir que rompiéramos, no me siento amenazada en absoluto por ella. De hecho, creo que tengo en ella una amiga a la que nunca le he visto la cara.
               Respecto a tus preguntas… Todos están bien. No, Jor no ha entrado en la carrera, así que se está preparando para el ejército. Empiezo las clases la semana que viene, y sí, el primer día es importante. Aunque más importante para mí es saber que puedo seguir llamándote mío y llamándome tuya.
               Lamento mucho la insistencia y el haberte enviado una carta que te hará exactamente lo que no querías que te hiciera. Te prometo que en cuanto te vea en persona, conseguiré recompensártelo. Tú sólo… piensa en mí. En mí y en lo bien que me siento cuando estoy contigo, y en lo bien que te sientes tú. El resto debería venir rodado, ¿vale, mi amor? No les hagas caso a los demonios de tu cabeza, mi sol. Incluso aunque hablen con la voz de mi madre. Siempre han sido unos mentirosos.
               Espero tu respuesta.
               Tu esposita, que te adora, que no puede estar sin ti, y que, si se lo permites, algún día dará a luz a tus hijos,
               Sabrae
               PD: quizá sea un mal momento para confirmarte que… ¿sí? ¿Te compré una camiseta negra? Lo siento… L
               PD2: puedo confirmar y confirmo que estás deliciosamente moreno, que rabiaba cuando venías de Grecia, y que rabiaré aún más como no me hagas caso y tomes la decisión equivocada en este asunto.
               PD3: en otro momento te hablaré de Diana, porque la verdad es que nos ha pegado un susto horrible en Nueva York. Pero ya está bien, no te preocupes.
               PD4: Tú también has hecho muchísimo por mí, mi amor. Y nunca te damos el crédito que te mereces. Siempre hablamos de lo que has evolucionado a mi lado, pero nunca de lo que has hecho que yo evolucione, así que muchísimas gracias . Scott me dijo que igual va siendo hora de que dejemos de considerar la relación como un trabajo de caridad que yo he hecho contigo y empezar a pensar en lo bueno que tú has hecho por mí, y tiene muchísima razón. Así que gracias, gracias, gracias. ♡♡♡
            PD5: casi se me olvida. Me parece perfecto el empate en el cinco. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Me apeteces muchísimo. Hoy y siempre.
               Chao, chao, hubby.
               Me quedé mirando la carta con un nudo en el estómago, pero, a pesar de los tachones por equivocarme mientras escribía, no había hecho nada tan auténtico en toda mi vida. No me sentía con fuerzas para retocar nada, ni tampoco creía que sirviera de algo, de manera que doblé los papeles con cuidado, los metí en el sobre de correo internacional, cerré la solapa y le puse sus sellos.
               Bajé corriendo las escaleras de mi casa, atravesé el piso inferior y salí afuera, donde el cielo se teñía de añil. Agarrando con fuerza el sobre, atravesé las calles en dirección al buzón. Me detuve por fin frente a él, y me quedé mirando su boca con el corazón en un puño. Dirigí la mirada de nuevo al destinatario y acaricié las cuatro letras del nombre de Alec. Alec. Hasta su nombre era bonito. No quería renunciar a poder decirlo cada día durante el resto de mi vida.
               -Vuelve a casa. Conmigo. Y no mires atrás-le pedí.
               Deposité un beso sobre esas cuatro maravillosas letras y eché la carta al buzón.
              
 
-Alec-gruñó Perséfone, fulminándome con la mirada que yo pude ver en el reflejo del espejo de la cabaña que compartía con Deborah-, deja de moverte o te voy a acabar rebanando la oreja.
               -Es que no me estás transmitiendo nada de seguridad, hija-repliqué, mirando de reojo la afeitadora eléctrica que Fjord había sacado del armario de la cocina mientras los demás no miraban; ahí era donde guardaban los materiales de aseo personal, curiosamente bajo llave, como si fuéramos a irnos a casa con los rollos de papel higiénico o algo así.
               -He hecho esto un millón de veces.
               -Sí, en Mykonos. Con ovejas-le recordé. Yo nunca había estado en la época de trasquilar las ovejas, pero Pers siempre me había mandado fotos y vídeos del feliz acontecimiento en que todo el mundo cogía una oveja del granjero del pueblo y la trasquilaba a finales de la primavera para ayudarlas a pasar mejor el verano. Se volvía un acontecimiento que todo el mundo esperaba con ganas, y que evitaba que Stefanos se pasara días y días ocupándose de los animales si lo hiciera él solo. A mí nunca me había parecido que fuera especialmente difícil, pero, claro, es que yo nunca había estado en el papel de la oveja; la verdad es que la mirada de concentración de Perséfone mientras se acercaba a tu cuello con una afeitadora vibrando en las manos acojonaría a cualquiera.
               -Tú tienes menos pelo que una oveja, así que tiene que ser más fácil.
               -¿El que me abras el cráneo? Sí, seguramente-puse los ojos en blanco y Perséfone me dio una colleja-. ¡Au! ¡Oye! ¿Sabes lo debilitada que está esa zona de mi cuerpo?-protesté-. Haz el favor de no darme golpes. Podrías estar hablando con un alumno de Oxford; necesito mi cabeza a pleno rendimiento.
               -Tú nunca la has tenido a pleno rendimiento. Venga, deja de lloriquear y echa la cabeza hacia delante.
               -¿No es mejor que lo hagamos al revés? O sea, primero me marcas cuánto me vas a cortar en un lado de la cabeza, y si está bien, sigues. Y si no, lo cambiamos.
               -¿Cuántas veces has afeitado tú a un animal?
               -Cada tres días, más o menos-respondí, mirándola en el espejo, y Perséfone puso los ojos en blanco mientras Deborah se echaba a reír, tumbada sobre la cama de Pers, balanceando los pies en el aire. Luca se limitó a sonreír sentado en el suelo, no muy seguro de la decisión que habíamos tomado: había anunciada una ola de calor que empezaría mañana y que haría que las temperaturas, ya de por sí demasiado altas para un inglés y moderadamente incómodas para un italiano, subirían tanto que parecía que sería prácticamente imposible dormir. Le había preguntado a Nedjet si íbamos a cancelar las obras de mañana, y él me había atravesado con la mirada.
               -Claro, cielo.
               A mí me había mosqueado que me llamara “cielo”, pero me parecía que las alertas naranja butano por temperatura harían que cualquiera se pensara dos veces eso de ponerle el tejado a una casa.
               -¿En serio?
               -Por supuesto. Y luego nos iremos todos juntitos a tomar un helado, comprar lubricantes y darnos por el culo. No me vengas con gilipolleces, Alec. Ya ves lo apretadas que están las mujeres en sus cabañas; da gracias que no te haga trabajar por la noche.
               -No veo lo apretadas que están las mujeres porque se supone que si yo las veo a ellas, ellas me ven a mí, cosa que tengo que evitar a toda costa. Y, por cierto, es muy homófobo eso que acabas de decir-lo reñí, porque disfrutaba tocándole los cojones y porque me hacía sentir un poco más cerca de Sabrae-. Si fueras un pelín abierto de mente disfrutarías mucho más de la vida.
                -Disfrutaré más cuando deje de tenerte delante.
               -¡Pues déjame que me quede en el campamento mañana! Valeria les va a dar el día libre a todos los demás; van a hacer fiesta en el lago, ¿y yo tengo que achicharrarme al sol como un huevo frito?
               -Me da igual lo que haga Valeria con sus cachorros.
               -¿No te preocupa que tu mujer te ponga los tochos?
               -Tú quieres irte una hora más tarde a casa hoy, ¿no es así?
               Puse los ojos en blanco y Nedjet bufó.
               -Como no vengas mañana, prepárate: te meteremos en un avión y te mandaremos de vuelta a tu puñetero país.
               -Buuuuuuuuuh, tieeeeeemblo de mieeeeeeeeeedooooooooo-escupí, echándome a temblar exageradamente y alejándome en dirección a las herramientas.
               -¡Si tanto te preocupa el calor, córtate esas greñas!
               Así que en eso estaba. Cuando me había puesto a despotricar de ello con Perséfone, Luca, Deborah y Fjord, este último me había mirado con aprensión y me había preguntado si no lo había considerado en serio.
               -Puede que te alivie. Eres con diferencia el que lo lleva más largo.
               Tampoco es que tuviera, ni mucho menos, la típica melena larguísima de los rockeros, pero sí que es cierto que el resto de chicos estaban más o menos rapados salvo yo. Luca llevaba el pelo negro más bien corto; Fjord parecía directamente un coronel nazi; yo, en cambio, no me había tocado el pelo desde que me había ido de Inglaterra, y sabía que les llamaba la atención que no quisiera tocármelo: cada vez que salía de la ducha y me tapaba los ojos, todos los tíos me miraban y me preguntaban si no me moría de calor así. A mí nunca me había molestado el pelo en Mykonos.
               Y luego había venido a este puto país de mierda a cocerme vivo, aparentemente. Y no pensaba permitirlo. Tenía que volver con Sabrae. Joder, tenía que sobrevivir hasta que me llegara su próxima carta. Debía de ser cuestión de días que llegara, y estaba que me subía por las paredes. Ya tenía avisado a Luca de que se diera el piro de la cabaña durante un par de horas mientras yo la leía; confiaba en que ella se extendiera aún más que yo en todo lo que quería hacerme, y más ahora que le había dicho que iría en Navidad y ella me había soltado, como quien habla del  tiempo, que lo que haríamos entonces sería encerrarnos en el piso del centro de sus padres y ponernos a follar como animales. Eso, claro, si Sher no la castigaba con no darle las llaves por la contestación que le había dado. Bueno, si no teníamos el piso del centro, le dejaría pagar una habitación unas noches en el hotel que ella escogiera, entonces.
               Pero iba a haber maratón sexual. Vamos, hombre, que si lo iba a haber.
               Así que… a luchar contra el cambio climático mudando de pelo como el resto de mamíferos terrestres. Yuju.
               -¿Seguro que no quieres que lo haga yo?-preguntó Deborah, levantando una mano-. Dejé el módulo de peluquería a la mitad porque se me cansaban mucho las piernas tantas horas de pie, así que lo tengo casi terminado.
               -Ya, muñeca, y yo casi tengo los dos pulmones enteros-respondí, y Perséfone volvió a darme una colleja-. ¡QUE ME DEJES LA PUTA CABEZA, PERSÉFONE!
               -Ya se lo hago yo, Deb, no te preocupes. Así, si lo dejo muy mal, sólo tendré que aguantarlo un par de días más.
               Me quedé en silencio ante lo doloroso de esas palabras. Perséfone había decidido finalmente que se marchaba de vuelta a Grecia. Iba a empezar el curso en la universidad y a seguir con sus planes tal y como los había ideado, ya que el voluntariado no le parecía nada apetecible ahora que había probado la sabana y no le permitían volver. No podía decir que no la culpara, ni que yo no hubiera tomado la misma decisión si estuviera en su lugar. Iba a echarla muchísimo de menos y estar en Etiopía no iba a ser lo mismo sin ella, pero por dolorosa que fuera, respetaba su decisión.
               Luca hizo un puchero y Perséfone se rió.
               -No seas tan pelota; seguro que me sustituyes antes de que me suba al avión.
               -Yo nunca te sustituiría, bella. Ni siquiera lo intentaría.
               -Venga, aféitame entero antes de que nos pongamos todos a llorar-insté, suspirando. Perséfone se volvió hacia mí, carraspeó, dio un paso y encendió de nuevo la máquina. Intenté no dar un respingo cuando se acercó a mí y falló estrepitosamente. Mi pobre pelo. A Sabrae le encantaba mi pelo. Le encantaba hundir los dedos en él y acariciármelo mientras nos besábamos, o cuando lo hacíamos, o cuando le comía el coño. Cuando bajaba hasta el paraíso entre sus muslos, muchas veces lo usaba para guiarme si yo perdía un poco el rumbo. Cortármelo era como renunciar a una parte de ella a la que no estaba muy seguro de ser capaz de decir adiós, sobre todo desde que me había despedido más veces de las que pretendía en los últimos meses-. ¡Tan arriba no, Perséfone!-bramé cuando me lo puso casi en el centro de la cabeza-. ¡Ya te he explicado cómo lo quiero! Me lo rapas un poco por los lados y por atrás, pero la parte de arriba me la dejas tal cual está.
               -Vas a parecer un puto cani.
               -Ya soy un puto cani.
               Luca se echó a reír.
               -Tú en Italia serías un pijo de Roma.
               -¡Tú a mí no me llames pijo, espagueti, que te atropello con mi Ducati!
               Luca se echó a reír de nuevo y sacudió la cabeza. Perséfone puso los brazos en jarras, me miró con una ceja alzada, y me colocó el dedo índice por la sien, señalando por dónde quería que empezara. Asentí con la cabeza y, cuando se acercó a mí, hice todo lo posible por quedarme quieto. Cerré los ojos para concentrarme en ser igual que una estatua, y traté de pensar en Sabrae mientras sentía la máquina arrastrarse por mi piel y los mechones de pelo caerme por los hombros y el torso.
               Los demás estuvieron completamente callados, no sé si porque Perséfone me estaba haciendo un estropicio y no querían que yo lo supiera o porque no se esperaban que lo hiciera tan bien. No me atreví a abrir los ojos ni cuando Pers apagó la máquina, me pasó la mano por los hombros para limpiarme los mechones que se habían caído allí, cogió las tijeras.
               -¿Qué te hago?
               -Gemelos hasta que nos salgan impares-solté, y ella chasqueó las tijeras junto a mi oreja y yo abrí los ojos-. ¡Zorra sociópata! ¡Déjame tranquilo!
               Me agarró de la cabeza y me hizo girarme para ver mi reflejo en el espejo. Me quedé mirando los lados de mi cabeza, mucho más definidos ahora que ya no tenía toda esa mata esponjosa desdibujándolos. Luca, Deborah y Perséfone esperaron mientras yo me tocaba la sien. Tenía el pelo todavía más suave que cuando ahí había mechones ensortijados a pesar de que apenas levantaba unos cuantos centímetros por la nuca. Perséfone puso los brazos en jarras.
               -¿Y bien?
               -Parece que tengo treinta años cotizados.
               -¡Pero si te queda muy bien!-dijo Deborah, y yo hice un mohín con la mirada.
               -Supongo. Si es que te van los cuarentones.
               -Eres un exagerado.
               -¡Y mira qué orejas! Parezco el viejo rey. Joder, mamá me debió de dejar largo el pelo para escondérmelas.
               -Eres tontísimo. ¿Sigo cortando?
               -Acaba lo que Van Gogh dejó a medias, sí.
               Perséfone me recortó unos cuantos centímetros del pelo, y mentiría si dijera que no me sentí más fresquito cuando ella se separó de mí. Me incliné hacia delante mientras Luca cogía dócilmente una escoba y se ponía a barrer a mi alrededor. Me toqueteé lo que Perséfone me había dejado, no tan largo como lo tenía antes, pero sí lo bastante como para poder presumir de esos rizos que tanta envidia le daban, por ejemplo, a Scott. No sabía si me gustaba hasta que Deborah soltó:
               -Te ha quedado bien, Pers. Muy a lo Thor en Ragnarok.
               Claro que yo no tenía el pelo tan corto como Chris Hemsworth por arriba, pero me moló la comparación. Así que me levanté y le di un beso a Perséfone, que hizo una reverencia con las tijeras en la mano y le preguntó a Luca si se animaba a un cambio de look.
               -Estoy bien-dijo el italiano, que ya no era tan bravo como mientras Pers me cortaba el pelo.
               Después de limpiar, yo me fui a los baños, presto a quitarme los restos de la sesión de peluquería que todavía tenía pegados a la piel, y me disponía a irme a la cabaña cuando vi a Perséfone seguir a Mbatha camino a la oficina de Valeria. No me habría llamado la atención si no fuera por la mirada preocupada que ella me lanzó, con la que supe que no era nada relacionado con su pronta marcha.
               No entré en la cabaña, sino que me quedé esperando con Luca en los escalones, vigilando la puerta de la oficina de Valeria para ver en qué momento salía de allí Pers. Aunque no tardó mucho, a los dos se nos hizo eterno. ¿Qué podía querer Valeria de ella ahora que estaba a punto de marcharse? Ninguno había coincidido con los anteriores ocupantes del campamento, así que no teníamos ni idea del protocolo que había que seguir en los últimos días. Suponíamos que había mucho papeleo que rellenar, pero, ¿no podía esperar a que llegara el día siguiente, que tenía que hacerse sí o sí en plena noche?
               Cuando por fin salió, tanto Luca como yo nos pusimos en pie para que nos viera; algo que resultó ser innecesario, ya que vino derechita hacia nosotros, hacia mí. Como si quisiera analizar conmigo la conversación que había mantenido con Valeria para que entre los dos pudiéramos encontrar sentidos ocultos a sus palabras.
               -Necesito que hablemos-dijo en griego, de forma que a Luca le quedara bien clarito que no estaba incluido en la conversación. Miré al italiano, que había aprendido a sobrellevar muy bien eso de que Pers y yo fuéramos un equipo en determinadas circunstancias, y él simplemente un añadido. Abrió él mismo la puerta de la cabaña y se excusó diciendo que iba a ver a Deborah, que se sentiría sola ahora que Pers estaba a punto de marcharse.
               Dejé que mi amiga entrara primero y me senté en mi cama mientras ella se paseaba con nerviosismo por la habitación. Fue de un lado a otro como una tigresa enjaulada, retorciéndose las manos igual que una villana de película.
               Subí un pie a la cama y, cuando me cansé de esperar, dije:
               -Oye, por mí no te apures, ¿eh? Sólo tengo que levantarme en cinco horas para ir a trabajar como un burro.
               Perséfone se detuvo y se me quedó mirando.
               -Valeria me ha dicho que la oferta de quedarme sigue en pie.
               Parpadeé.
               -Vale…
               -Que ha hablado con mi universidad.
               Me quedé callado, a la espera.
               -Me darán créditos por el voluntariado si lo continúo.
               Se me empezó a acelerar el corazón. ¿Significaba eso que Pers no perdería todo el tiempo que estuviera en Etiopía, sino que contaría como tiempo de estudio y podría graduarse antes? Eso sonaba genial. Pero seguro que había trampa; tratándose de Valeria, tenía que haberla por la fuerza.
               -Pinta demasiado bien como para que no haya un pero.
               -Si me quedo, tengo que volver a la sabana. Hacen falta veterinarios y, después de hablarlo con Sandra, cree que con unas pocas sesiones fuera estaré lista para ir con mi propio convoy.
               Pers, de vuela en la sabana, ayudando a los animales que más la necesitaban, aquellos para los que de momento estábamos llegando tarde. De momento. Puede que ella supusiera la diferencia entre la vida y la muerte de muchas de esas criaturas, puede que con sus manos contribuyera a alejar un poco más de sí a determinadas especies de la extinción. Si no salían tantas expediciones como se necesitaban era, precisamente, por la razón que Valeria había dado: no había suficientes veterinarios. Siempre tenían que quedarse unos cuantos en el campamento, pero todos los demás de los que se podía prescindir se iban en dirección a ese horizonte infinito en busca de nuevos compañeros para nuestro pequeño pueblo. No faltaban ni soldados, ni tampoco todoterrenos en los que llevarlos. Faltaban veterinarios. Gente como Pers.
               -Pero eso es bueno, ¿no? Es decir… tú disfrutaste de la sabana. Nos lo pasamos muy bien los dos. Salvo por lo de la gacela… y, bueno, hay momentos en los que todo eso te impresiona, claro, porque son animales salvajes que podrían matarte sin esfuerzo, pero es lo que necesitas. Es una buena oportunidad.
               -Sí, pero… tú no vas a venir conmigo-dijo con timidez, y yo asentí con la cabeza.
               -Lo sé. Créeme, llevo aquí menos que tú, pero conozco ya de sobra a Valeria para saber que no piensa recular con mi castigo simplemente por mantenerte con nosotros. Aunque creo que puedes jugar una baza muy importante en ella, Pers. Si quieres… creo que podrías hacer que este sitio fuera un sitio un poco mejor. Que Valeria fuera menos dura con nosotros y un poco más comprensiva. Si no es por mí, al menos, por los que vengan detrás.
               -No, no lo entiendes. A mí me gustó la sabana porque fue un momento en el que pudimos estar solos y que las cosas fueran casi, casi, como antes. Me gustó mucho porque me sentí útil, de acuerdo, pero más aún porque… bueno, porque tú estabas aquí. Porque fue como estar en Mykonos otra vez, sólo que, ya sabes, sin el sexo.
               -Pers, si quieres decir que no, no tienes por qué excusarte tampoco. Tienes tu vida y Valeria no dispone de ella como quiera.
               -Es que ya no estoy tan segura de querer decir que no, sobre todo porque creo que me sentiré mal-dijo, sentándose en la cama, a mi lado. Se giró y miró las fotos de Sabrae y mis amigos. Me di cuenta de que no me había llevado ninguna de ella, y me pregunté si ella se había dado cuenta también. Probablemente sí.
               Aunque no podía culparme tampoco. Vivía echándola de menos constantemente; su presencia en mi vida era más residual que normal, más anecdótica que recurrente. De hecho, llevábamos más tiempo juntos en Etiopía que en ningún otro año en Mykonos.
               -Creo que le dije que no a Valeria porque, cuando te echó de los buscadores, me dio la excusa perfecta para poder irme y no quedar como una cobarde-murmuró.
               -Tú no eres ninguna cobarde, Pers.
               -No sé hasta qué punto ha influido que tú ahora tengas novia en el hecho de que yo me quiera ir, Al-confesó, y yo me la quedé mirando, pasmado-. No es que no me alegre, o que le tenga celos, es sólo que… siento que os lo he puesto más difícil de lo que ya iba a ser simplemente estando aquí, y… sé lo mucho que quieres a Sabrae y que sufres por ella. Y creo que ella sufre sabiendo que yo estoy aquí, y ella me daría igual en circunstancias normales, pero cuando se trata de ti no existen las circunstancias normales. Y yo… a veces es duro para mí, ¿sabes? Simplemente ser tu amiga. Ya no me acuerdo de cómo lo hacíamos cuando éramos críos, y me siento estúpida por no ser capaz de volver a ese punto cuando tú lo has hecho tan bien.
               -Lo he hecho bien porque he encontrado a alguien que me da todos los días lo que tú sólo me dabas un mes al año, Pers. Tampoco te martirices por eso, ¿quieres?-dije, acercándome a ella y acariciándome la espalda. Perséfone agachó la cabeza y se aferró a los bordes del colchón.
               -Has venido a Etiopía tú solo porque querías crecer como persona. ¿Y si yo te lo impido? ¿Y si te anclo siempre a Mykonos?
               -Mykonos es mi casa tanto como Inglaterra. ¿Qué tiene de malo tener algo que me recuerde siempre a una de mis casas?
               Perséfone se me quedó mirando, angustiada. Sus ojos transmitían toda esa preocupación que se había cuidado muy mucho de esconder en mi presencia, pero que ahora la desbordaba con las nuevas posibilidades que se abrían ante ella.
               -Pers, ningún chico se merece que le des el poder de echarte de un lugar en el que quieres estar. Ni siquiera cuando ese chico soy yo.
               -¿Tú quieres que me quede?-me preguntó.
               -Claro que quiero que te quedes. Eres mi amiga. No quiero que mis amigas estén lejos de mí, al contrario de lo que puede parecer por este afán que tengo de pirarme a todos lados sin ellas.
              
               -¿A pesar de todo lo que os he hecho a Sabrae y a ti?
               Me senté con la espalda erguida.
               -Perséfone, creo que es hora de que te perdones por no tener el control de absolutamente todo. Quizá la culpa es mía, porque parece que os busco de esa manera; debéis de ser mi tipo, o algo así, pero por mucho que yo os elija de esta manera, tenéis que dejar de ser así, porque lo único que va a hacer es joderos la cabeza. Tú no nos has hecho nada a Sabrae y a mí por lo que nosotros tengamos que perdonarte. Todo fue un malentendido y ya está solucionado. Eso nos ha hecho más fuertes, y nos ha hecho darnos cuenta de que tenemos a grandes personas cerca de nosotros que no dudarán en dar un paso al frente y asumir las culpas que no tienen con tal de asegurarse de que sigamos juntos. Así que si lo que me estás preguntando es si Sabrae querría que tú te piraras de aquí, yo diría que no. Sobre todo después de lo que hiciste cuando yo estaba tan hundido. ¿Tienes idea de la cantidad de gente que simplemente lo habría dejado pasar y punto? No creo que haya muchas personas en el mundo capaces de coger el teléfono y hablar con la novia de su follamigo preferido para convencerla de que no rompa con él en la primera conversación que mantienen.
               »Me hace mucha gracia cómo todas mis amigas estáis obsesionadas con que yo no me quiero una mierda, y sin embargo vosotras no predicáis por el ejemplo y os fustigáis a la mínima de cambio. No sé, pensaba que yo era el tonto de los dos, pero si estás dispuesta a dejar escapar una oportunidad como ésta con tal de que Sabrae y yo estemos mejor, pues igual es que sí que eres un poco cortita, después de todo.
               Perséfone se relamió los labios y volvió a mirar las fotos.
               -Supongo que me da miedo sentirme responsable de que algo malo os pudiera pasar.
               -Pers-dije, poniéndole una mano en el hombro-, voy a decirte algo un poco ofensivo y no quiero que te lo tomes a mal, ¿vale?-alcé una ceja y ella asintió-. Baja de la nube, que no eres Goku, muñeca. No tienes tan buenas tetas como para hacerle la competencia a Sabrae. Es decir, tú estás buena, pero para mí, Sabrae lo está más. Y punto.
               Perséfone parpadeó una, dos, tres veces. Y entonces se echó a reír.
               -¡Menos mal que no querías que me lo tomara a mal!
               -Hay veces en las que necesitáis que seamos sinceros para que se os metan las cosas en la mollera.
               Perséfone acarició las sábanas a mi lado.
               -Lo tenía todo cuadrado en Grecia.
               -Yap. Especialmente lo de follar con el mismo tío todos los días en agosto. La putada es que la vida no respeta tus planes híper calculados, sino que pasa sin más.
               -¿Tú lo aceptarías?
               -Nena, yo ya me he venido el año entero. Imagínate que me hubiera metido en un antro en el que nadie se soportara; literalmente me tendría que joder y aguantar todo lo que pudiera, porque no existe la posibilidad de volver.
               -En eso te equivocas.
               -Entonces, ¿de qué te quejas? Es la universidad, Perséfone. Va a estar ahí siempre. Puedes ir el año que viene si te da la gana, o si esto no funciona, te vas para el próximo semestre. ¿Cuál es el problema?
               -El problema es que tu nación tiene mucha afición de venir y robárnoslo todo.
               -A mí no me trates como si fuera uno de esos ingleses que se lleva el Partenón pieza a pieza en la mochila, ¿eh, chavala? Recito a Platón bastante mejor que tú-Perséfone bufó y asintió con la cabeza. Se dejó la mano sobre la boca, meditabunda, y clavó la vista en el suelo de la cabaña. Le acaricié la espalda y ella se dejó hacer-. ¿En qué piensas?
               -En mi familia.
               -Ah, sí, puede que debieras hablar con ella para tomar una decisión.
               -Ya lo estoy haciendo.
               Solté un suave gemido.
               -Sabes que no te voy a comer el coño por mucho que me hagas la pelota, ¿no?
               -Lo tenía que intentar.
               Me reí.
               -¿Te está metiendo presión para que te decidas?
               -Hombre, es evidente que no tengo todo el tiempo del mundo, pero por lo menos no me ha dicho que tengo que decidirlo ya. Es sólo que… no sé. Me echa un poco para atrás el tema de que tengo que irme a la sabana mientras tú te quedas aquí. Me siento una traidora por siquiera considerarlo, porque fuiste tú el que pidió que fuera contigo. ¿Y ahora yo voy y te dejo tirado?
               -Yo me lo busqué. Y no te pienses que me arrepiento, ni por un segundo-le aparté un mechón de pelo del hombro y le acaricié el cuello, y Pers se relajó un poco-. Desearía que no hubiera pasado y que tú ya no tuvieras excusas para marcharte, pero de entre la sabana y Sabrae, siempre elegiré a Sabrae.
               Sonrió con una ternura que me rompió un poco el corazón, porque no era la ternura propia de una chica a la que le están dando calabazas, sino la de una buena amiga que te ve sonreírle a tu novia como no lo has hecho nunca con nadie.
               -Creo que voy a llamar a casa mañana por la mañana-decidió por fin-. Hablaré con mamá y papá y que me den su opinión. Aunque creo que también debo probar lo que es ir ahí fuera antes de decidirme, ¿no?
               -Sí, estaría bien. Es una condición jodida si no te gusta. Si puedes, debes probarlo; yo estaré aquí, esperando a que vuelvas y me cuentes todas las cosas guays que has hecho mientras yo me dedico a jugar al Monopoly versión aburridísima. Y si no te convence, pues, bueno… siempre puedes volver a casa y asegurarte que la gente de “mi nación”-hice el gesto de las comillas con la mano y una mueca de disgusto- no termina de desintegrar la tuya.
               Pers se me quedó mirando como si me viera por primera vez. Asintió despacio con la cabeza mientras reconocía mis facciones.
               -¿Sabes, Al? No sé si es por el corte de pelo, o qué, pero te veo muy… no sé, diferente. Como si fueras más maduro.
               -Nah. Lo que pasa es que no sabes que digo verdades como puños cuando no tengo un clítoris en la punta de la lengua. Tampoco puedo culparte por tu ignorancia-le guiñé el ojo y ella se echó a reír. Me acarició el hombro, me dio un beso en la mejilla, se levantó y se sacudió el polvo de las rodillas.
               -Voy a preguntarle a Valeria si mañana sale una expedición, y de ser así, me iré con ellos. Supongo que si no encaja conmigo, lo peor que puede pasar es que tenga que cambiar la fecha de los vuelos, ¿no?
               -O que te dé una coz un ñu y te arregle la avería que tienes en la cabeza, pero supongo que cada uno piensa en lo que más le interesa-me encogí de hombros y Pers sonrió. Se apoyó en el marco de la puerta y dijo:
               -No sé cómo hacía para estar once meses sin ti, Al.
               -Me aseguraba de cansarte para que se te pasaran más rápido, es normal.
               No le solté prenda a Luca a pesar de que me insistió y me insistió para que le dijera de lo que habíamos hablado Perséfone y yo, ya que sentía que mi amiga se merecía tener el espacio para tomar la decisión libremente, sin presiones de nadie, y sabía que odiaría que todo el mundo estuviera pendiente de qué decidía finalmente. A la mañana siguiente, Pers llamó a sus padres, y tras una larga charla con ellos, dos horas después se estaba montando en uno de los todoterrenos en los que iba Sandra. Mientras hacían cola para salir, me acerqué a ella, que se asomó a la ventanilla y me miró con ilusión.
               -No sé por qué, pero creo que no nos hemos equivocado con esto, Al.
               Le di un beso en la frente.
               -Si al final decides quedarte… consigue que sea Killian el que os acompañe en vuestro próximo viaje. No tenéis por qué pagar por las cosas que yo hago mal.
               Pers asintió con la cabeza, su pelo deslizándose por su rostro, y se inclinó a devolverme el beso en la mejilla.
               -Gracias.
               -¿Por?
               -Por obligarme a darnos otra oportunidad y ver que me gusta que seamos amigos.
               -El placer es mío-le guiñé el ojo y me aparté del vehículo-. Aunque, ¿Pers?-la llamé, y ella se asomó un poco más por la ventanilla mientras Valeria terminaba de anotar los nombres de quienes se iban-. A mi ego masculino tampoco le hará daño que te cabree un poco no tener los polvos garantizados en agosto.
               -Que te crees tú que no los tengo garantizados, so subnormal-dijo, sentándose en el asiento, bajándose las gafas de sol y sacando la mano con el dedo corazón levantado por la ventanilla cuando el todoterreno arrancó. Valeria terminó de anotar en su libreta y pasó a mi lado sin decirme más que un seco “hola”.
               Ahora que no tenía a Pers para que hablara conmigo a través de ella, no me quedaba más remedio que comerme la cabeza pensando en cuándo iría a por el correo. Luca no se atrevía a preguntarle, y Deborah había tenido un encontronazo con ella a las dos semanas de llegar por el que le dirigía la palabra lo mínimo.
               Así que me tocó esperar, esperar, esperar… fueron unas veinticuatro horas absolutamente horribles. Pero, por fin, cuando salía de los baños e iba en dirección a los vestuarios después de mi ducha de media tarde de rigor, se me detuvo el corazón al ver a Mbatha subida en una caja en medio de la plaza y con un montón de correo en la mano.
               -Alec-anunció, y yo corrí entre los cuerpos de mis compañeros sujetándome la toalla a duras penas. Agarré la carta, vi que era de Sabrae, y salí corriendo en dirección a la cabaña.
               Dios, adoraba a mi chica. Era tan oportuna que recibía una carta suya cuando estaba prácticamente en bolas.
               Luca estaba tumbado en la cama, leyendo una suya, cuando entré.
               -Largo-dije, y no necesitó que lo hiciera dos veces. Se puso en pie como un resorte y salió disparado, devolviéndome la intimidad que yo siempre le proporcionaba cada vez que se traía a alguna chica a la cabaña.
               Con las manos temblorosas por la anticipación, me tumbé en la cama, olvidándome por completo de que todavía me corrían gotas de agua por la piel. Rasgué la carta y, con la boca seca, me peleé con el sobre con una mano mientras me llevaba la otra a la entrepierna. Por fin, conseguí levantar la solapa y ver las primeras palabras que había escrito Sabrae.
               Mi preciado sol.
               -Joder, esto promete-jadeé, empezando a acariciarme-. Se viene gordísima.
               Y vaya si se venía. Yo no tenía ni puta idea de hasta qué punto se venía gordísima.
                A mí, a gilipollas, no me gana nadie.
 




             
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3 comentarios:

  1. MIRA DE VERDAD ME MUERO DE PENA.
    PRIMERO, LA CARA DE ALEC ES UNA ABSOLUTA LOCURA Y LA PARTE DE “ Me muero pensando en que no estoy vivo mientras mi cuerpo no esté acoplado al tuyo. Mi existencia no tiene sentido mientras tú no estés a mi lado, calentándome la cama, alegrándome la vista y satisfaciendo mis instintos más primarios” ME HA TENIDO ABSOLUTAMENTE DESQUICIADA.
    SEGUNDO, ME DA YA MUCHA PENA MI POBRE NIÑA SABRAE. NECESITO QUE LO HABLE YA CON SHER POR DIOS.
    TERCERO, CASI BABEO IMAGINANDOME A ALEC RAPADO SINCERAMENTE.
    CUARTO, no pensaba que me sintiera así pero puede que una parte de mi quiera que Pers se quede al final.
    ULTIMO, NO ESTOY PREPARADA PARA LA REACCION DE ALEC A LA CARTA MI POBRE BEBE.

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  2. Confirmo que la espera por la carta de Alec ha merecido la pena. Comento el cap:
    -La carta una auténtica maravilla de principio a fin. Una fantasía Alec cachondisimo describiendo con pelos y señales todo lo que le va a hacer en cuanto la vea (las expectativas que tengo con el reencuentro no son normales), Alec contándole emocionadísimo todo lo que ha hecho, esa pullita a Scott que no falta nunca, los 5 te quieros, el final de la cartas con 2948528 posdatas…
    - Me ha gustado mucho la referencia de “Porque estaremos tú, yo, la lujuria y nada más, y estaremos juntos otra vez” al capítulo “Tú, yo, la lujuria y nada más.” (capítulo que evidentemente adoro).
    - La carta de Sabrae (aunque está genial para lo que le tenía que decir) me ha bajado todo el subidón de la de Alec, no nos vamos a engañar. Aunque he decir que me ha encantado que le haya dicho la frase de Scott de que su relación les ha ayudado a ambos, porque, aunque Alec se va a llevar un buen palo con lo de Sher al menos tiene lo de Scott.
    - Que risa el momento “Vas a parecer un puto cani - Ya soy un puto cani”.
    - Estoy 99’9% segura de que Perséfone se va a acabar quedando, veremos que consecuencias nos va trayendo eso (voy a confiar en que van a ser buenas y que va a ser un gran apoyo para Alec).
    - Y bueno ese final de cappp, me ha encantado?? Me alegro de que no lo cambiases porque me parece perfecto para cerrar el capítulo. Aunque te agradecería de todo corazón QUE DEJASES DE HACER SUFRIR A ESTA GENTE POR FAVOR!!!
    Con ganitas del siguiente, a ver si empiezas a solucionar cosas de una vez <3

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    Respuestas
    1. Nooo, si lo que pasa es que no me convencía eso de que Alec terminara diciendo que es un gilipollas porque en ese momento no me encajaba, pero cuando terminé de cuadrarlo todo y añadí el último párrafo (originalmente él sólo decía "joder" y ya ponía lo de que es gilipollas) ya me pareció que quedaba mejor y que tiene sentido con lo que va a pasar jeje

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