domingo, 2 de julio de 2023

Reina negra.



 
Creo que estaba adquiriendo la mala costumbre de no ser completamente sincera, porque me había dado cuenta perfectamente de la manera cargada de preocupación que me estaba dedicando Taïs y, aun así, me las estaba apañando divinamente para hacerme la loca. Sabía de sobra por dónde iba a ir la conversación, y si bien llevaba haciendo todo lo posible por evitarla, lo cierto es que me había cansado de escurrir el bulto. Bastante mal me sentía por haberle enviado a Alec una carta en la que finalmente me había decantado por romper la promesa que nos habíamos hecho hacía meses en favor de que él estuviera bien y se relajara en el voluntariado, no sólo salvándole así un poco el pellejo sino también consiguiendo que disfrutara. Me había dicho eso cada hora que había pasado desde que había terminado de redactar la carta, y me lo había repetido como un mantra cuando la eché al buzón. Después de mirar la boca un rato bastante largo, en un impulso, sintiendo que alguien había girado la esquina y me observaba con ojos inquisitivos, la había echado dentro y había sido capaz de contener la necesidad de dar media vuelta de la que volvía a mi casa y meter la mano hasta el fondo, tratando de alcanzarla.
               Sólo la vergüenza que le traería a mi familia, que bastante mal lo estaba pasando ya en las redes a raíz de mi incidente hacía dos días con las fans de Scott, que no habían dudado en contar lo que había pasado en cada perfil que tenían, había sido capaz de frenarme. Sabía que sería imposible, y no podía montar una escenita metiendo la mano en el buzón y apareciendo más tarde en las noticias como una especie de criminal adolescente. Y pedírsela al cartero cuando fuera a vaciarlo no era una opción: para empezar, no conocía sus horarios; e incluso si lo hiciera estaría el minúsculo detalle de que no iba a dármela sin importar la excusa que pusiera. La única opción sería arrebatársela, y eso era un delito que le daría un quebradero de cabeza más a mamá y que tendríamos que tratar en las sesiones de terapia con Fiorella. Como si no tuviéramos ya bastante mierda que remover.
               Hoy teníamos la primera sesión juntas, y no sabía qué esperar de ella. Aunque mamá se había mostrado mucho más amable conmigo y había tratado de comportarse como si nada hubiera pasado, por mucho que yo tratara de ponerme en su lugar, no conseguía hacerlo del todo: una parte de mí siempre insistía en verla como el enemigo y guardarle rencor por haberse interpuesto entre Alec y yo precisamente en el peor momento que atravesaba nuestra relación. Por lo menos podía dormir tranquila estando en casa, y esa misma mañana me había marchado ya pensando en mi habitación, de nuevo, como un espacio seguro, si bien no tanto como la de Alec.
               Todavía me quedaban muchas batallas que librar, no obstante. Y, aunque conocía mis límites, sabía que posponerlo sólo daría pie a que todo se complicara más. Por suerte para mí, mi rival en esta era tan comprensiva que no era tanto una enemiga como una aliada. Sabía que Taïs me entendería. Todas las chicas lo harían, en realidad. Y eso que yo no estaba jugando limpio: después de que Taïs me preguntara esa mañana si hacíamos planes esa tarde, unos planes en los que estaba implícito a lo que debíamos someternos, yo me había quedado helada un instante, y luego  me había girado hacia Momo y Ken y les había preguntado si estaban libres para ir a tomar un batido antes de que retiraran los sabores de verano de los puestos del parque. Momo y Ken habían intercambiado una mirada confundida y con algo más que se pareció mucho a un silencioso “esta tía está loca”, pero les dio tanta lástima la manera en que me había salido por la tangente que no les quedó más remedio que aceptar.
               Supongo que me había buscado yo solita que me hicieran una intervención.
               -Pues yo creo que Latín va a estar interesante-respondí, jugueteando con las bolitas de gelatina sabor a arándano que reposaban en la base de mi batido rebajado con agua. Lo había pedido así precisamente porque ya habíamos empezado octubre, y se suponía que hoy era nuestro primer día de entrenamiento en el gimnasio para Taïssa y para mí. Evidentemente, no era así, o si no yo no llevaría puestos unos vaqueros que notaba que me apretaban un poco más de lo que me resultaba cómodo para estar sentada. Sí, me había refugiado en mis amigas para tratar de despejarme, fueran las chicas, Mimi, las gemelas y Karlie o incluso Pauline y Chrissy, a quienes siempre veía en la cafetería de la primera; y normalmente los planes con todas ellas implicaban comida, casi siempre por sugerencia mía. Era muy consciente de lo que había aumentado mi peso y mi talla, pero todas ellas, que lo habían notado sin excepción, eran lo suficientemente amables como para no decirme nada. Me pregunté si suponían que bastante iba a martirizarme yo si me lo decían directamente y la forma en la que pensaba revertir la situación antes de que Alec regresara por Navidad, o si usaría las fiestas precisamente a modo de excusa de que me hubiera convertido en un pequeño ballenato (al paso que iba me parecía que subiría diez kilos como mínimo cuando Alec volviera a finales de año, y eso teniendo en cuenta mi estatura era muchísimo)-. El profe parece simpático. Y sí, vale, será difícil, pero-me encogí de hombros-, nada que no podamos hacer, creo yo.
               Di un sorbo de mi batido y las miré a todas alternativamente con ojos interrogantes. Hoy habíamos tenido nuestro primer examen de Latín, que ni confirmo ni desmiento que habíamos escogido como una de nuestras optativas porque molaba eso de poder entender las frases motivacionales que usaban los influencers y los tatuajes de los famosos, y todas habíamos terminado un poco preocupadas cuando nos pusimos a comentar nuestras respuestas en el recreo y vimos que no coincidíamos en muchas. Momo estaba convencida de que iba a suspender, y no dejaba de darle vueltas desde que lo habíamos hecho. Al menos el profesor tenía fama de ser rápido corrigiendo y enseguida saldríamos de dudas.
               -Pf. No sé por qué, pero me está costando muchísimo más estudiarla que otras asignaturas.
               -A mí también me está costando centrarme. Llevamos casi un mes de clase y todavía no me he hecho todavía a la rutina. Nunca había tardado tanto-suspiró Kendra, asintiendo con la cabeza y mordisqueando la pajita.
               -A mí me pasa igual-dijo Taïs, y puso los ojos en mí-. ¿A ti, Saab? Aunque estuvieras mentalizada, debe de ser raro no ver a Scott por los pasillos.
               Y a Alec, habría añadido si Taïssa me diera lo que yo me merecía, pero era demasiado buena para hurgar en la herida.
               -Los días son largos-concedí, agarrando el vaso y dando con él unos golpecitos que hicieron bailar a las bolitas de arándano-. Pero vosotras me ayudáis un montón-añadí, sonriéndoles, y ellas me devolvieron sonrisas corteses y sinceras a la vez. Di otro sorbo de mi batido e hice una mueca. No estaba tan rico como los de ellas, por razones evidentes.
               Tomándoselo como el pie para empezar a tantearme, Taïs se apartó una trenza de color azul eléctrico tras la oreja y puso las manos sobre la mesa. Las entrelazó y se las quedó mirando.
               -Oye, Saab… me ha llegado un correo electrónico con un cupón del cincuenta por ciento de descuento en ropa de deportes de Puma. Tops incluidos. En mayo decías que ya notabas que estaba un poco dado de sí el que tenías. ¿No crees que te animaría un poco el renovar tu armario en ese aspecto y volver a darle caña al gimnasio? Echo de menos sentirme tan ágil como cuando íbamos a kick.
               Esa palabra, “kick”, fue suficiente para que se me contrajera el estómago, se me acelerara el corazón y empezara a martillearme en los tímpanos y las sienes. Intenté no pensar en todo lo que había hecho en el gimnasio, lo bien que me lo había pasado, lo mucho que había aprendido y cómo había disfrutado en el proceso, cuando Alec estaba allí para enseñarnos a Taïssa y a mí. Nunca había ido al gimnasio sin tener posibilidades de encontrarme con él, y después de la carta que le había mandado, me daba miedo corromper aquella sala con mi presencia. Alec se había tomado el boxeo siempre como una vía de escape y un deporte en el que podía ser él, sin máscaras ni disculpas, y me había abierto de par en par las puertas de ese rincón privado en el que él se refugiaba sin pensárselo dos veces. Me había llevado a un combate de boxeo de uno de sus amigos y antiguos compañeros y rivales incluso antes de que yo accediera a ser su novia o le dijera que le quería. Me había dejado jugar con su chaqueta de boxeador la primera vez que había ido a su casa y se había puesto de fondo de pantalla una foto mía desnuda, sólo cubierta por su chaqueta, de fondo de pantalla. Incluso me había regalado una chaqueta de boxeo para mi cumpleaños, y las llaves que me había regalado de su casa tenían un llavero de un guantecito. Era importante para él. Era él.
               No se trataba solo de que yo me sintiera un poco traidora por la carta que le había enviado, aunque creyera que había elegido el peor de dos males; era que no sabía si soportaría ir a un lugar en el que toda mi experiencia había girado en torno a él, un sitio que había vivido con y sin él y que prefería mil veces cuando lo tenía conmigo, y en el que me había dado cuenta de hasta qué punto me quería, si estaba dispuesto a pelearse con todo el mundo, su entrenador incluido, simplemente por protegerme. En cierto sentido, el gimnasio era incluso más sagrado y más relacionado con Alec que su mismísima habitación. Su habitación tenía que compartirla con Mimi, así que no era tampoco del todo mía para disfrutarla. En cambio, sabía que Sergei no dejaba que nadie se acercara la saco que Alec había tenido reservado durante su estancia en Inglaterra, por mucho que eso le hiciera perder dinero… y sabía que Alec le había dado instrucciones a Sergei de que me dejara usarlo a mí.
               Ponerme mi ropa de hacer deporte, coger los guantes e irme al gimnasio cargando con mi bolsa sin tener a Alec conmigo para ofrecerse a llevármela o corregirme la postura cuando hacía algo mal, aprovechando para meterme mano, sería abrirme una herida en el pecho con un cuchillo herrumbroso. Incluso aunque supiera que me vendría bien ponerme las pilas para no sufrir tanto en Navidad, momento en el que empezaría a comerme la cabeza con lo que Alec pensaría nada más verme, ahora mismo no podía pararme a hacer control de daños y limpiarme ninguna herida. Tenía que salir del paso. Sobrevivir cada día hasta la siguiente carta de Alec.
               Saber que le iba bien y que disfrutaba de Etiopía sería la motivación que me hacía falta ahora mismo para empezar a encauzar mi vida. Pero para eso faltaban aún… ¿dos semanas? Quizá su contestación me llegaría a la vez que lo harían Tommy y Scott para celebrar el cumpleaños del primero, y con los tres sería capaz de encontrar la fuerza suficiente para volver a cuidarme, incluso si uno de ellos sólo se manifestaba por correspondencia.
               Pero ahora no podía pensar siquiera en meterme de nuevo en mis leggings, que puede que ni me resultaran cómodos, coger los guantes e irme a boxear. Alec lo había vuelto algo muy íntimo, una cosa especial que sólo compartíamos él y yo, aunque Taïssa y Jordan estuvieran con nosotros. Sería como…
               … como acostarme con otro chico. No estaría bien. No lo disfrutaría, y me haría muchísimo más mal que bien.
               Así que, tamborileando con las uñas en el vaso de plástico, murmuré:
               -Ya, eh… no sé si me apetece seguir yendo a kick.
               Las chicas se quedaron calladas, aunque me dio la sensación de que su silencio no se debía a sorpresa, sino a que estaban valorando la mejor forma de proceder. Kendra miró a Momo y Taïssa, y Momo miró a Kendra y luego a Taïssa. Taïssa, sin embargo, continuó con los ojos fijos en mí. Inclinó la cabeza hacia un lado como un perrito al que le das una orden nueva que no termina de comprender, pero cuya esencia es capaz de entender por un milagro de la evolución.
               -¿No?
               -Ah-ah-di otro sorbo y me di cuenta de que tenía muchas ganas de ir al baño. A pesar de ello, contuve el impulso de levantarme. Ya estaba huyendo de bastantes cosas en mi vida; no iba a huir también de una conversación con Taïs sobre esto. Además, la respetaba y la quería: se merecía la verdad.
               Ya había perdido a bastante gente; no podía arriesgarme a perder también a Taïs.
               -¿Por?
               -Es que creo que va a hacerme daño. Ya sabes… ir ahí… y que no esté él-dije con un hilo de voz. Me puse a mordisquear la pajita como un cachorrito nervioso.
               -No tienes por qué darlo todo el primer día. Y no te lesionaste jamás antes de que… él-titubeó Kendra, y yo la miré-, empezara a enseñaros cómo se hace.
               Sonreí con cansancio.
               -Podemos decir su nombre, ¿sabes, Ken?
               -Ah, vale. Es que no sé si estamos tocando un tema un poco sensible.
               -Y no me preocupa hacerme daño físicamente. Es sólo que… nunca hemos ido sin que estuviera él. O sea, ya sé que fuimos bastante tiempo y no coincidimos con Alec, pero ya me entiendes. Nunca hemos ido sin que estuviera Alec. ¿Tiene sentido? ¿Me explico?
               -No-dijo Kendra, y Momo siseó.
               -Sh. La que tiene que entenderlo es Taïssa, no tú, so boba.
               Taïssa asintió despacio con la cabeza.
               -Pero tú disfrutas del kick. Nos lo pasamos muy bien, nos viene genial, y es como nuestro ritual. Los martes y los jueves salimos de clase y no nos despedimos con un “hasta mañana”, sino con un “hasta luego”, y nos ponemos la ropa y nos escribimos y nos vamos controlando la localización cuando salimos de casa para ver cuál de las dos llega antes. Te gusta todo eso, Saab. ¿No lo echas de menos?
               Sí, claro que lo echaba de menos. Por supuesto. Y sabía que Taïs no me estaba poniendo contra la espada y la pared, sino que estaba tratando de convencerme de que saliera de mi cueva porque había adivinado hacía días qué era lo que me pasaba, y que necesitaba un empujón.
                -Sí, Taïs. Claro que sí. Pero… no sé si estoy preparada todavía para un sitio en el que Alec tampoco estará-confesé, y las comisuras de sus labios descendieron en una sonrisa invertida que denotaba todo salvo felicidad-. Sé que lo necesito y que puede venirme bien, especialmente ahora que estoy engordando-dije, y ellas empezaron a protestar en el acto, diciendo que estaba estupenda y que no fuera tonta, pero yo sacudí la cabeza y continué-, e incluso si no fuera por adelgazar, sé que me vendría bien, pero… le he perdido en todos los demás aspectos, Taïs. No sé si seré capaz de perderlo también en este. Hacer kick ahora que él ya no está sería como… intentar seguir adelante y fingir que él no ha pasado en mi vida, y eso que estaría poniendo en práctica muchísimas cosas que nos ha enseñado él. Y no quiero… no quiero poner en práctica nada que me haya enseñado Alec, sino que Alec esté. Ya duermo sola. Como sola. Tengo sexo sola. No puedo… no puedo boxear también sola.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas, y aunque mi primer impulso fue contenerlas, cuando recordé que estaba en un entorno seguro con gente que me quería y que no me juzgaría, dejé que fluyeran con libertad. Se trataba de mis amigas, y se trataba de mi dolor. Ellas me lo curarían y se esforzarían por entenderme, incluso aunque yo estuviera siendo intransigente y caprichosa. Me habían apoyado con la situación con mi familia; esto sólo sería un granito que añadir a una montaña de malestar, si es que acaso estaban cansadas de oírme, cosa que dudaba, aunque tampoco podía culparlas. Yo nunca me cansaría de defenderlas y apoyarlas, pero sabía que estaba siendo un poco monotemática últimamente, y que las conversaciones en el grupo giraban en torno a mí más a menudo de lo que lo hacían sobre ellas tres juntas.
               Y a pesar de eso, a pesar de que llevaba siendo la protagonista de la vida de mis amigas demasiadas semanas, a pesar de que no se lo estaba poniendo nada fácil ni era divertido estar conmigo… Taïs, Momo y Ken se levantaron y me abrazaron. Y yo me eché a llorar más fuerte.
               Porque… porque no estaba realmente sola.
               -Tú no vas a boxear sola, Saab-dijo Taïs, besándome la cabeza y estrechándome con fuerza entre sus brazos. Me balanceó un poco a los lados y yo me reí.
               -Gracias.
               -Va en serio.
               -Ya lo sé. Y por eso, gracias-insistí, dándole un beso en la mejilla que ella me devolvió con entusiasmo. Incluso me la mordisqueó un poco hasta que me arrancó una risa.
               -Como sigamos así, le tendré que escribir yo a Alec para que venga inmediatamente-bromeó Kendra-. No puedes ponerte así de cariñosota con nosotras teniendo ese novio tan alto y tan fuerte. Nos sentimos un poco amenazadas cada vez que te devolvemos los besos, porque, ¿qué pasa si se pone territorial contigo?
               -Le pegáis una patada en los huevos y punto.
               -Como si tú fueras a dejarnos que pusiéramos en peligro tu juguete preferido-Momo puso los ojos en blanco y yo solté una carcajada, por la que se me colaron un par de lágrimas que salaron mi boca-. Pero, ahora, en serio. Incluso si no haces kick, te vendrá bien hacer otro deporte. He estado viendo en Instagram que el deporte se relaciona estrechamente con la salud mental.
               -Ya, si lo sé, pero… no sé. Me veo falta de energía, y no me apetece… no hay otra cosa que me llame la atención como lo hace kick, ¿sabes?
               -Resulta que he estado investigando-respondió, y ni corta ni perezosa se sacó una libreta del bolso y me la tendió, ignorando deliberadamente a Taïs, que dijo su nombre entero para tratar de detenerla-, y creo que he encontrado algo perfecto para ti-dio unos toquecitos sobre la libreta, señalándome un recuadro en el que había escrito en caligrafía elaborada BODY PUMP y me sonrió.
               -¿Body pump?
               -Ajá.
               -¿En serio?
               -Totalmente. He estado viendo ejercicios y me ha parecido interesante, así que si os animáis, igual yo también me apunto.
               Kendra puso los ojos en blanco.
               -Yo paso de hacer ejercicio de forma voluntaria.
               -Qué abnegado por tu parte, Amoke. Seguro que a Jordan le encantará saber lo desinteresada que eres ayudando a tu mejor amiga a practicar un deporte en el que él es todo un experto-dije, cerrando la libreta con dramatismo y pegándosela al pecho.
               -¿Jordan sabe de body pump? Caramba. Qué listo es mi hombre-ronroneó, atusándose el pelo.
               -¿Acabas de decir “caramba”?-preguntó Ken.
               -¡No tengas morro, Amoke! Sabes de sobra que está entrenándose para el ejército y que alterna ejercicios de body pump con el boxeo y la piscina. ¿De verdad…?
               -¿JORDAN VA A LA PISCINA Y NO SE ME INFORMA DEBIDAMENTE?-bramó, poniéndose en pie-. ¡¡TÍAS!! ¡¡¡COGED VUESTROS BONOS DE TRANSPORTE, QUE NOS VAMOS AL DECATHLON MÁS CERCANO A POR GORROS Y GAFAS DE NATACIÓN!!! ¡Llevo dos semanas enteras buscando datos sobre esta mierda de deporte y ¿JORDAN TIENE LOS PECTORALES AL AIRE DIARIAMENTE Y NADIE ME AVISA DE ELLO?! ¡¡¡BUF!!!-gimió, dejándose caer en la silla con dramatismo y negando con la cabeza. Yo puse los ojos en blanco, y Momo me miró-. En una escala del uno al diez, ¿cuántas posibilidades hay de que te convenzamos para ir a natación?
               -Por última vez, Amoke: deja. A. Jordan. En. Paz.
                -Si lo hiciera-ronroneó, sonriente-, me echaría de menos igual que tú echas de menos a Alec.
               -Si tan amigos sois, ¿cómo es que no sabías que nada en la piscina?
               -Porque no somos íntimos.
               -Para tu desgracia-dijo Kendra.
               -Para mi desgracia-asintió Momo, y yo jadeé una risa y puse los ojos en blanco-. Venga, Saab. Que tú tengas sexo sola no quiere decir que las demás tengamos que solidarizarnos contigo.
               -Sí, sobre todo porque tú no te solidarizabas con nosotras cuando Alec estaba aquí-me pinchó Kendra, y yo la fulminé con la mirada.
               -Me lo echas en cara porque no sabes cómo lo hace Alec, porque si lo hicieras, te sorprendería que yo fuera capaz de salirme de su cama.
               -Tardaste bastante en entrar en su cama-me pinchó, y yo le hice un corte de manga, y ella me sacó la lengua, y las dos nos reímos. Taïssa nos miraba alternativamente a todas: a Kendra y a mí picarnos, y a Momo mirando desesperadamente la cuenta de Instagram de Jordan, como si no se la supiera ya de memoria y de verdad fuera a encontrar historias que él no subía, o fotos que él no colgaba, sobre sus entrenamientos en la piscina.
               -Acabaos los batidos y coged los bolsos, que nos vamos al gimnasio-ordenó Amoke.
               -¿Ahora?-se quejó Kendra.
               -Sí. No me contesta a los mensajes. Eso es que está ocupado.
                -¿Te imaginas que está ocupado con alguna chica?
               -¿Te imaginas que lo está Alec?-ladró.
               -¡Amoke!-la riñó Taïssa.
               -Como no sea jugando al parchís…-dijo Kendra, y yo la miré.
               -¡Pero bueno! ¿Ahora voy a tener que preocuparme por si me lo intentas quitar?
               -Se sacó la pollísima viniendo a verte cuando te volviste tarumba, Sabrae. Para mí ya no es el Chico Blanco del Mes; es el Chico Blanco del Milenio. Vivo, literalmente, en un eterno White Boy Wednesday por culpa de Alec. Me moriré sola por culpa de Alec. Así que muchas gracias. Y ahora haz el favor de coger tu bolso, que Amoke tiene un polvo que echar.
               -Te quiero. Eres mi nueva mejor amiga.
               -Por mucho que me entusiasme la idea de ver a Amoke romperse la crisma por resbalarse con sus babas nada más ver a Jordan… sabéis que tengo la tarde liada.
               -Yo llevaré a la niña a mojar braga, entonces-sentenció Kendra, cogiendo a Momo de la cintura-. Espero que, cuando Amoke le haga a Jordan la mejor mamada de la historia…
               -Que Dios te oiga, hermana-habló Momo por encima de ella.
               -… Alec lo tenga bien en cuenta y se comporte como un buen mejor amigo y me empareje con su mejor discípulo sexual. Mira lo buena que estoy siendo, que ni te pido que me prestes a tu novio ni cinco minutos.
               -El mejor discípulo sexual de Alec es Jordan-me reí-. Literalmente le hizo un PowerPoint estando en el hospital cuando Jordan le dijo que iba a ir a tirarse a Zoe.
               -Ugh. ¿Tenías que decir ese nombre?-Momo fingió una arcada.
               -¡No seas mala!-se rió Taïssa.
               -Curioso que se llame Zoe, con Z de “zorra”.
               -¡Momo!-rió Taïs.
               -Eso no es muy feminista de tu parte-le recriminé, y ella me miró.
               -A ti también se te olvida un poco el feminismo cuando te corres cuando te llama “puta”, guapita.
               -Cómo lo echo de menos-suspiré con dramatismo, y todas nos reímos. Recogí mis cosas y me despedí de ellas, pues ya iba justa de tiempo para la primera sesión de terapia con Fiorella y mamá, no sin antes prometerle a Taïs que pensaría en algún deporte que pudiéramos hacer y que nos gustara a ambas para no perder nuestros rituales. La única manera de normalizar mi vida era volviendo a la rutina, lo sabía.
               Y me vendría bien para distraerme de todo lo que tenía en la cabeza.
               Con el estómago un poco encogido a medida que el metro se acercaba a la parada más cercana al despacho de mamá, iba tratando de poner en orden mis pensamientos y prepararme para la sesión de terapia conjunta que estábamos a punto de tener. Dormirme en sus brazos cuando se terminaron mis sollozos en la habitación de Alec había supuesto un punto de inflexión entre nosotras, y lo que se había roto había empezado a repararse por sí mismo, sanando una herida que me había temido que no tendría tratamiento alguno. No obstante, una parte de mí todavía tenía miedo de que mamá hubiera tratado de hacer control de daños conmigo, y no me hubiera dicho toda la verdad con toda la familia delante, especialmente después de saber que Scott iba a ponerse más bien de mi parte que de la de ellos. Aunque me habría gustado que mi hermano estuviera allí, conmigo, para mediar entre mamá y yo cuando Fiorella decidiera darnos libre albedrío sin tener en cuenta cuánto daño podíamos hacernos (Scott incluso se había ofrecido a ello), también sabía que hasta que mamá y yo no nos enfrentáramos a nuestras diferencias en soledad no seríamos capaces de recuperar lo que teníamos.
               Si es que alguna vez le permitía recuperarlo.
               Con una lista de baladas dulces en los auriculares para tranquilizarme, subí las escaleras del edificio del despacho de mamá y empujé la puerta. Estaba dispuesta a sentarme a esperarla en los sofás de la recepción, pues les había entrado una demanda de última hora cuyo plazo terminaba en breve, y a mamá no le gustaba apurar hasta el final el límite que le concedían, lo cual también la tenía más estresada que de costumbre. Incluso llevaba mi ebook en el bolso para que no me cundiera tanto la espera, porque entrar en mis redes, de momento, estaba descartado. Me daba terror sacar el móvil y ver que todavía ardían con las cosas que decían sobre mí, mi mala educación y cómo se me había subido a la cabeza una fama que me era completamente ajena. Sólo me quedaba esperar que Scott estuviera lo suficientemente ocupado como para no ver sus menciones y él también pudiera disfrutar de sus actividades, como esperaba que lo estuviera haciendo Alec en ese momento.
               Uf. No sabía cómo le sentaría que le dijera finalmente que había ido a terapia con mi madre y le había estado engañando durante meses al respecto. Esperaba que fuera comprensivo conmigo, aunque el hecho de que estuviera allí, atravesando el pasillo en dirección a los sofás de color crema que se disponían contra las paredes de cristal de diversos despachos, era un síntoma de que la mentira piadosa que le había contado era algo más grave de lo que me permitía pensar.
               Las becarias y socias de mamá iban de acá para allá, ajenas a mi presencia en medio del vestíbulo, así que supuse que iría para largo. Me senté en el sofá, dejé el bolso a mi lado y me dispuse a sacar el ebook de su interior, cuando la secretaria se incorporó y se me acercó. Con un carraspeo, me dijo:
               -Sabrae, llegas cinco minutos tarde a la consulta con Fiorella.
               La miré con ojos de corderito degollado, el corazón martilleándome con rabia. Por descontado, como no me atrevía a sacar el móvil del bolsillo interior de mi bolso, tenía una idea aproximada de qué hora era, pero no de la hora exacta.
               -Oh.
               -Puedes ir pasando, si quieres. Ella y Sherezade te están esperando.
               -Oh-dije de nuevo, como una boba. Me colgué la correa del bolso al hombro y subí las escaleras en dirección al despacho de Fiorella, cuya puerta estaba entreabierta, un claro indicio de que estaba disponible. Empujé la barra vertical del exterior, y lo primero que vi al abrir la puerta fue a Fiorella sentada a lo indio, con los pies sobre el sofá, un jersey fino de color crema y unos pantalones negros, sosteniendo una taza humeante de la que manaba un delicioso aroma a chocolate con avellana.
               Frente a ella estaba mamá, que se giró con nerviosismo al notar movimiento tras de ella. Aunque Fiorella le había servido una taza, ésta estaba intacta en la mesita frente a ella. Sus ojos de color castaño con motitas doradas y verdes se dilataron por la preocupación, pero cuando me dieron, chisporrotearon en un gesto que sólo podía calificarse como tranquilizador. Se alegraba de que hubiera llegado por fin.
               Me sentí un poco peor ahora que sabía que, sin querer, les había generado molestias a ambas, y que si bien Fiorella estaba entrenada en eso de tener paciencia, a mamá bien podía estar comiéndosela la ansiedad.
               -Siento llegar tarde-dije con un hilo de voz, empujando la puerta hasta que hizo clic cuando la cerradura se encajó en su lugar. Fiorella toqueteó el reloj de arena que tenía en la mesa frente a ella, a juego con su jersey, pero no llegó a darle la vuelta. Mientras que otros psicólogos utilizaban sistemas de alarma sonoros que permitían hacer que los pacientes supieran en qué momento exacto se les había acabado el tiempo, y con los que se sentían importantes cuando veían que el psicólogo no les metía prisa para que se fueran, Fiorella había recurrido a un sistema un poco más arcaico, pero también mucho más discreto. Cuando le había preguntado si no le preocupaba perder eficiencia usando el reloj de arena, sacrificándola en pos de la elegancia, me había mirado a los ojos y me había respondido con afán educativo que era petición expresa de mi madre que hiciera de su consulta el espacio más seguro dentro de aquel edificio que ya de por sí era una especie de santuario.
               Los sonidos estridentes para las mujeres maltratadas pueden ser el desencadenante de un ataque de ansiedad que no contribuiría a reforzar la confianza y la sensación de tranquilidad que debían experimentar en aquel edificio.
               Y, sin embargo, por la manera en que lo miró mamá supe que para ella era un nuevo instrumento de tortura.
               -Cinco minutos de cortesía-sonrió Fiorella, invitándome a que tomara asiento frente a ella.
               -No te preocupes, mi vida-replicó mamá por encima de ella, inclinándose para darme un beso en la mejilla. Noté los ojos de Fiorella fijos en nosotras ante ese inocente gesto. Mientras yo me sentaba, mamá descruzó y volvió a cruzar las piernas, tirándose suavemente de las solapas del traje que llevaba puesto.
               Un traje de color lila. A pesar del tiempo que hacía, con el otoño reclamando su reinado ahora que ya habíamos empezado octubre, el mes oficial de Halloween, y de que Londres se echaba encima una capa gris de nubes a la mínima de cambio, mamá había optado por un traje más acorde con la primavera, simplemente porque era mi color preferido. Toda una declaración de intenciones. Dejé mi bolso sobre el sofá entre mamá y yo y miré alternativamente a mi madre y a mi psicóloga. Y luego me fijé en los pastelitos que había en la mesilla baja, frente a mí.
               -Por si tienes hambre, corazón-dijo mamá, al ver que centraba mi atención en ellos. Me relamí los labios. Tenían todos una pinta increíble, y… sabía lo que eran. Una rama de olivo. Un “sé que lo has pasado muy mal y quiero endulzarte un poco la vida”. Eran gesto de disculpa por parte de mi madre, y dado que teníamos que acercar posturas, rechazarlos sería de mala educación, y la declaración de unas intenciones que yo no tenía. Así que me incliné y cogí uno entre los dedos mientras mamá se incorporaba y rellenaba una taza blanca con ese líquido que tan bien olía y me la colocaba frente a mí. Cogí otro, y otro más.
               Mastiqué despacio, saboreando las notas afrutadas y algo ácidas de la frambuesa primero, y la maracuyá después, mezcladas con un praliné dulcísimo de los tres pastelitos de colores que había cogido, todos ellos coronados con la fruta que acompañaba al chocolate. Como bombones también estarían deliciosos, y se conservarían mucho mejor.
               Pensar en bombones me hizo pensar en Alec, en cómo me llamaba “bombón” cuando estábamos jugando o tonteando, y me cerró el estómago al recordar de repente por qué estábamos allí y mamá y yo. Me relamí los labios, cogí una servilleta y me quedé muy quieta mientras Fiorella abría su libreta y observaba sus notas.
               -Bueno-dijo por fin después de un silencio que se me antojó eterno-. ¿Necesitáis que os recuerde la dinámica de las terapias conjuntas?-ambas negamos con la cabeza y Fiorella tachó una parte de su escrito-. De acuerdo, pues entonces, creo que podemos empezar. Sabrae, aunque tú eres el centro de atención y tu madre quiere que nos centremos más en conseguir resultados contigo, en el sentido de que te sientas cómoda con lo que estamos haciendo, me gustaría que Sher tuviera la oportunidad de expresar su postura. Hemos estado charlando un poco antes de que tú llegaras; nada serio, tranquila, pero creo que sería más efectivo para todas si le dieras a tu madre la oportunidad de explicarse. ¿Te parece bien?
               Mamá abrió la boca para protestar, los ojos puestos en Fiorella, pero ésta estaba completamente centrada en mí. De manera que asentí con la cabeza y miré a mamá.
               Mamá se revolvió en el asiento, incómoda. Abrió la boca para hablar y luego, pensándoselo mejor, la cerró un par de veces, ordenando sus ideas. Después de un minuto eterno en el que Fiorella se tomó su tiempo observándonos a ambas mientras daba un sorbo de su chocolate, finalmente mamá unió las manos, y se animó a arrancar.
               -Sabrae. Mi niñita. Te quiero muchísimo, ya lo sabes, y… lamento profundamente lo mal que te lo hemos hecho pasar tu padre y yo estas últimas semanas; especialmente, yo. Sé que él va siempre un poco a mi rebufo y que yo soy la que lleva la voz cantante cuando se trata de educaros, no sólo porque mi carrera no me mantuvo alejada de vosotros en periodos tan largos como le puede haber pasado a papá, sino también porque… bueno, soy tu madre. Y aunque no esté de acuerdo con la mayoría de cosas que la sociedad espera de mí y me impone, lo cierto es que hay algo que sí me gusta, y es el hecho de que se espere de mí que sea más cercana a mis hijos y me desviva más por ellos que mi pareja. Que no estoy diciendo que tu padre os tenga desatendidos ni a tus hermanos ni a ti, sino que… entiendo por qué esto ha sido tan duro para ti. Siempre he sido ese rinconcito seguro al que podías ir sin que nadie te juzgara, y te has pasado los últimos quince años pudiendo confiar en mí ciegamente, por lo que también te doy las gracias. Entiendo que no me he portado del todo bien contigo durante estas últimas semanas, en las que dejé que la rabia ciega que sentía por la situación me alejara de ti, y quiero que sepas que me comprometo contigo, y también conmigo misma, a mejorar ese aspecto de mí. A partir de ahora intentaré tenerte a ti más en cuenta y menos mis propios sentimientos, por mucho que a veces…-se mordió el labio, meditabunda-, amenacen con… eh… sobrepasarme. Y especialmente cuando sé que no son racionales.
               Bajó los ojos y se miró las manos. Jugueteó con su anillo de compromiso, las dos abejas enfrentadas una a cada lado de un gran diamante. La situación con el tema de Scott tenía a mamá tan desesperada que incluso le había planteado a papá el organizar una subasta con varias celebridades amigas que se habían ofrecido a apoyarnos económicamente, e incluir su anillo de compromiso como elemento estrella de la puja. Y papá casi se la come viva. Nunca le había escuchado gritarle tanto a mamá como esa noche en la que la amenazó, incluso, con hacer que le saliera el tiro por la culata pujando como un loco hasta cifras absurdas que nadie más que él estaría dispuesto a pagar por ese anillo, porque nadie más que él sabía que no tenía precio y todo lo que simbolizaba: el principio de la relación de mis padres, todo lo que ambos habían luchado para construir nuestra familia, que era lo más valioso que tenían ambos.
                -Sí-dijo con un hilo de voz, más para sí que para mí-. Eso.
               Me conmovió ver que se hacía tan pequeña ante mí y que no le importaba mostrarse vulnerable a pesar de la distancia que nos separaba, y contra la que las dos estábamos luchando. La mejor abogada de su país, el nombre que todos los demás temían tener encabezando una demanda en su contra, y una de las voces más influyentes de la actualidad, líder de los movimientos sociales que más influían en la política nacional e internacional… titubeando ante su hija de quince años. Porque la quería muchísimo. Porque no quería perderla. Porque sentía que ya lo había hecho.
               ¿Tan mal estábamos? ¿Tan difícil creía mamá que era curarnos?
               Estiré una mano hacia ella, que se mantenía en su posición como si temiera que, acercándose a mí, yo sintiera que trataba de invadirme.
               -¿Podrías explicarle a Sabrae qué sentimientos son esos?-preguntó Fiorella, que tenía las piernas cruzadas, la libreta sobre ellas y parecía esperar pacientemente a que una bomba estallara. Mamá levantó la cabeza a toda velocidad y se relamió los labios: parecía a punto de preguntar si aquello era absolutamente necesario.
               Pero habíamos ido allí por eso. Habíamos hecho un hueco en nuestras agendas porque deberían regresar los momentos en que podíamos improvisar estar juntas, en lugar de tener que prepararnos psicológicamente para la presencia de la otra. Así que, con un carraspeo tímido, mamá dijo la única palabra que yo no me esperaba que dijera en relación con Alec.
               -Celos.
               Celos. Lo que yo sentía de cualquiera de las compañeras de Alec en el voluntariado, no porque él fuera a hacer nada con ellas, sino porque ellas podían estar con él, disfrutar de su presencia y no echarlo de menos como lo hacía yo. Celos, lo que Alec sentía de los chicos de mi clase por eso mismo. Celos, lo que yo había sentido de Pauline, Chrissy, Bey y Perséfone cuando supe de la importancia que tuvieron en la vida sentimental y sexual de Alec. Celos, lo que Alec sentía cada vez que alguien pronunciaba el nombre de Hugo, a pesar de que sabía que era irrelevante e insignificante en comparación con él.
               Celos. El sentimiento que se relacionaba con el miedo a perder tu posición especial en la vida de alguien, a renunciar a lo que más te gustaba experimentar. Mamá y Alec no me daban lo mismo y yo tampoco les entregaba lo mismo a cambio. ¿Mamá tenía celos de Alec? ¿Por qué?
               Absolutamente petrificada, no encontraba las palabras con las que responder a aquella afirmación. Fue Fiorella la que tomó las riendas de la conversación en ese momento.
               -A tu madre le ha costado bastante racionalizar sus sentimientos para poder llegar a esta conclusión, y para eso hemos tenido que hablarlo largo y tendido. Así que, ¿qué sientes tú, Sabrae, sabiendo esto?
               -No lo entiendo-respondí, y Fiorella asintió y escribió algo en su libreta, como si el hecho de que aquello no tuviera sentido fuera algo reseñable. Mamá levantó la cabeza y se apartó el pelo de la cara, relamiéndose los labios y rehuyendo mi mirada. Fiorella la analizó con las cejas alzadas.
               -Sherezade-le pidió, y mamá tomó aire y lo soltó despacio por la nariz.
               -Cuando tu hermana me contó lo que había pasado, yo…-se miró de nuevo los dedos y jugueteó otra vez con su anillo de compromiso-. No podía creérmelo, Sabrae-se encogió de hombros-. La situación en sí, pero tampoco el hecho de que no me extrañara cuando me lo dijo. Fue como quitarme una venda que no sabía que tenía en los ojos y poder ver el mundo con todo lujo de detalles. Y eso me asustó. Me pareció terrorífico, de hecho, porque debería haberme extrañado y haberme enfadado con tu hermana porque tenía que ser mentira lo que me estaba diciendo, pero no reaccioné de ese modo ni de lejos. Me di cuenta entonces de que ya lo sabía. Que llevaba mucho tiempo sabiéndolo, y quién sabe cuánto tiempo llevaba todo esto-dijo, abriendo una mano y moviéndola frente a su pecho, abarcándose todo el torso, como jugueteando con los hilos de alquitrán que se enredaban entre nosotras y ahorcaban nuestra relación- dentro de mí, esperando el momento indicado para poder hacerse con el control. Estaba aterrorizada porque pudieras llegar a tales extremos por él, pero… no me sorprendía.
               »Me di cuenta en ese momento de que Alec ha hecho que todo en tu vida cambie, y no sólo las relaciones sexo afectivas que puedes tener a partir de ahora, sean con él o con otra persona, sino también todo lo demás. Y todo lo que tenía dentro, esperando para tomar el control, vio en eso la oportunidad perfecta para minarme la moral, y…-se limpió una lágrima con la punta del dedo y se la quedó mirando-. Para mí es muy difícil decirte esto, mi niña. Porque sé lo mucho que le quieres y sé que te ha hecho mucho bien en muchas ocasiones, pero… no sé, me preocupa la facilidad que tiene para hacerte perder el norte sin tan siquiera pretenderlo. Es tu novio desde hace tan solo unos meses; a lo sumo un año, si contamos la primera vez que os acostasteis y cuando empezasteis a intimar en serio, y sin embargo ya tiene un poder sobre ti que yo… yo nunca lo he tenido sobre Zayn-confesó mientras Fiorella escribía a toda velocidad-. Así que supongo que mi manera de gestionar este...-negó con la cabeza y lo volvió a intentar-. Sé que puede parecerte absurdo, pero no quiero que te cierres en banda. Necesito que tengas una actitud abierta para poder entenderme.
               -Es que es muy difícil, mamá-contesté, revolviéndome en el asiento-. Yo puedo ponerme celosa de otras chicas que hayan estado con Alec, pero no me pongo celosa de Mimi o de Annie porque la relación que él tiene con ellas no es la misma.
               -No, tienes razón. Y, desde luego, yo no quiero que me prestes las atenciones que le prestas a él. Pero… me he dado cuenta de que, aun siendo tu novio o precisamente porque es tu novio, ahora es tu máxima prioridad y le elegirías antes que a nadie, incluidos nosotros. Así que puede alejarte de nosotros sin esfuerzo. Ya lo ha hecho, un poco.
               Abrí la boca para protestar, pero ella levantó la mano.
               -No me refiero a que él haya provocado esto para que tú y yo tengamos ahora estos problemas. Si hubiera sido así, probablemente yo no me lo hubiera tomado de esta manera y las cosas habrían sido de otra forma. Es precisamente eso lo que me preocupa: que Alec ni siquiera tiene que intentar ponerte entre la espada y la pared para que tú le escojas a pesar de todo y sin que te importen las consecuencias. Porque si él hiciera algo, habría esperanza contigo. Podríamos esperar que abrieras los ojos o que te dieras cuenta de que las cosas no van bien incluso si dejaras de escucharnos cuando te lo dijéramos, como pasa con muchas de mis clientas y de las pacientes de Fiorella. Pero cuando la relación es sana… cuando no hay nada que señalar y a lo que echarle la culpa… eso es lo más peligroso de todo. No tener nada contra lo que luchar es lo más peligroso de todo.
               Esta vez la que tomó aire y lo soltó despacio fui yo. Tenía que ponerme en el lugar de mamá, entender su postura y tratar de acercarme a ella, por muy lejana que la viera. Y, si algo no encajaba, preguntar si lo estaba interpretando correctamente.
               -Mamá… sólo por entenderte… ¿me estás diciendo que es un problema que yo tenga una relación sana?
               Negó con la cabeza y Fiorella anotó un poco más. Sus ojos se posaron sobre mí y volvió a escribir.
               -No. Por supuesto que no, cielo. Me alegro mucho de que tu relación sea sana, aunque preferiría, evidentemente, que no tuvieras las dificultades que estás teniendo. Lo que quiero decir es…
               -Parte de las dificultades son por culpa de otras personas-le recordé-. Alec y yo no somos los únicos causantes.
               -Mm-murmuró Fiorella mientras pasaba la página de su libreta y anotaba más deprisa.
               -Y yo no digo lo contrario, pequeña. Deja que me explique. No me preocupa tu relación con Alec…
               -Vale. Mejor. Porque, a ver, mamá… Alec es mi novio, y le quiero mucho, pero no tienes por qué sentirte amenazada por él. Tú siempre vas a ser mi madre. Así que no tienes que tener miedo de que Alec te sustituya, porque no lo hará. Estás en un lugar que no ocupa nadie más.
               -Lo sé. Y me alegra que me lo digas, porque so significa que lo tienes presente. Pero… Saab, no me preocupa que Alec ocupe mi lugar. Lo que me preocupa es el poder que él tiene sobre ti, y del que ni siquiera te das cuenta.
               Se me paró el corazón. Pues claro que Alec tenía poder sobre mí, igual que lo tenía papá sobre ella. Cuando quieres a alguien, es como si le dieras las riendas de tu vida y confiaras en que no va a arrojarla por el precipicio. No teníamos control sobre quién nos enamorábamos ni quién se enamoraba de nosotros, pero sí teníamos control sobre lo que hacíamos con ese amor.
               Alec era bueno para mí. Me quería y me apoyaba y me animaba a salir de mi zona de confort, haciéndome mejor persona, igual que yo lo había hecho con él. Como bien había dicho Scott, mi relación con él era bidireccional: él no tomaba ni yo lo cultivaba en exclusiva, sino que nos alimentábamos mutuamente y nos apoyábamos el uno en el otro para, juntos, llegar más alto.
               ¿No brilla la Luna precisamente por reflejar la luz del Sol? ¿Y no es la Luna la que convierte en un anillo precioso al Sol cuando decide acercase a besarlo?
               -Tú ya lo sabías-dije-. Jamás lo ocultamos. Nos querías cerca para poder verlo y en algunas ocasiones, incluso, me has dicho cómo se nota el cambio que Alec me ha hecho pegar. La verdad, no entiendo por qué, precisamente ahora, es cuando te preocupas por eso si hasta hoy no habías tenido ningún problema, mamá.
               Fiorella puso los ojos en mamá… y dejó de escribir, atenta a sus palabras. Mamá se relamió los labios.
               -Porque hasta agosto, el poder que Alec había ejercido sobre ti había sido bueno. Te hizo crecer. Pero cuando llegó agosto y pasó lo que pasó… le resultó tan fácil alejarte de nosotros sin pretenderlo que no dejo de preguntarme si en algún momento lo hice mal, si no debería haberlo visto venir y recomendarte más prudencia o…
               -¿Alejarme de él?-sugerí yo.
               -No iba a decir eso, Sabrae-respondió mamá.
               -¿Entonces, qué? Mamá, no podrías haberme pedido prudencia con Alec. ¿Cómo voy a ser prudente con Alec? Intenté serlo y mira dónde nos llevó. Casi se muere por mi culpa. Yo… lo llevé hasta el límite, le dije que no hasta la saciedad, y…-se me llenaron los ojos de lágrimas.
               -Sabrae, fue un accidente. Tú no tuviste la culpa de…
               -No la interrumpas ahora, Sherezade-sugirió Fiorella, extendiendo una mano hacia mi madre, que se quedó callada y me miró con tristeza mientras yo sollozaba. Ni siquiera sabía que tenía eso dentro de mí hasta que no lo dije en voz alta, igual que no sabía que me estaba empezando a hacer preguntas sobre mi origen biológico hasta que no le chillé a mamá que no me daba mis caprichos porque yo era “la adoptada”.
                -Si yo no hubiera insistido tanto en decirle que no y en ponernos límites, él no se habría esforzado todo lo que lo hizo en demostrar que estaba equivocada y que ya no podíamos pararlo-jadeé, y acepté el pañuelo que Fiorella me tendió desde su caja-. No habría creído que tenía que demostrarme que podía darme todos los caprichos que yo quisiera ni que era cuestión de tenerme tan consentida que estuviera atontada y bajara la guardia, o que tenía que redimirse de un estúpido pasado que, Dios, que a mí me encanta…-sollocé-, porque si Alec no hubiera sido Alec toda su vida, tampoco lo sería ahora y yo no lo querría como lo hago… Él no habría creído que tenía que compensarme nada de lo que había hecho, no habría hecho horas extra para tratar de seguirme el ritmo y no decirme a nada que no, y… no habría estado en el distrito financiero ese día. No habría cogido ese cruce ni le habría pasado el coche por encima. Todo porque yo le dije que no en diciembre, cuando lo que quería era ser su novia prácticamente desde que me besó la primera vez.
               Sorbí por la nariz, traté de calmarme y me soné con un trompeteo. Fiorella me miraba con compasión, pero mamá me miraba con infinita lástima los ojos. Lo detestaba. No quería que me mirara así; sufrir tanto por un amor que ahora mismo no tenía denotaba lo afortunada que era de vivir algo tan intenso y tan hermoso. Las viudas desconsoladas sólo inspiran dolor cuando las ves deshaciéndose desesperadas frente a la tumba de su amado, pero eran las más afortunadas de todos; nada se disfruta tanto cuando se tiene como lo que duele horrores cuando se va.
               Y yo iba a recuperar a Alec. Sólo tenía que esperar hasta Navidad. Llegar cuerda, nada más.
                -No fue culpa tuya-dijo mamá, estirando una mano y colocándomela en el brazo.
               -Lo dices porque eres mi madre y no quieres que me martirice.
               -No. Lo digo porque es la verdad. No fue tu culpa, Sabrae.
               -Es normal responsabilizarse de las cosas malas que les pasan a nuestros seres queridos y tratar de aliviar el dolor que sentimos ante la posibilidad y el miedo a perderlos convirtiéndolo en una culpa con la que hacernos daño-intervino Fiorella, y mamá asintió en agradecimiento. Yo subí los pies al sofá y me abracé las rodillas, haciéndome un ovillo mientras mamá me acariciaba el hombro.
               -Si Alec estuviera aquí, te diría lo mismo que te estoy diciendo yo. Y tú le creerías. Eso es lo que me da miedo, Sabrae: que ahora sólo le crees a él. Por eso quiero que vuelvas a confiar en mí. Escucha-se sentó un poco más cerca de mí-, sé que te lo he puesto muy difícil y que no he tomado las mejores decisiones, pero quiero que recuerdes que yo siempre estaré de tu lado. No importa lo que hagas; ninguna de tus acciones será imperdonable para mí.
               La miré con ojos húmedos.
               -Vas a estar un año sin él-me susurró, acariciándome la cabeza y el pelo-. ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás?
               Fiorella cambió de postura en el sofá, revolviéndose un poco, y yo sorbí por la nariz. Había aprendido mucho de ella y Alec de Claire, y lo que habíamos puesto en común ambos sobre su profesión, amén del tiempo que me había pasado surfeando internet en busca de respuestas a los problemas que se le planteaban a Alec, era que el lenguaje que empleábamos decía mucho más de nuestros sentimientos que nuestras propias confesiones. Y que mamá me dijera que tenía que dejar de entrar a los demás me hizo ver algo de lo que puede que ella no fuera consciente: creía que mi amor por Alec era incompatible con el amor que sentía por mi familia. Que Alec lo abarcaba todo, sin posibilidad de compartir nada.
               Tenía que demostrarle que se equivocaba, pero ahora mismo no tenía fuerzas para hacerla cambiar de opinión. Una idea tan elemental y cruda estaba enraizada muy profundamente, y yo no tenía las herramientas necesarias para empezar a corregirla. Aún no. Puede que cuando Alec volviera, encontrara la forma de hacerlo. Mientras tanto… tendría que capear el temporal.
               Mi puerto seguro volvía en Navidad. Hasta entonces, mi única posibilidad era surfear las olas y alejarme de los arrecifes de coral. Así que respondí:
               -Supongo que no.
               Tanto mamá como Fiorella suspiraron aliviadas. Una lo hizo de forma más profunda que la otra, también porque se jugaba mucho más: mientras que Fiorella podía perder más tiempo conmigo si yo me emperraba en no pasar por el aro, mamá vería en peligro la relación con una de sus hijas. Aun así, que Fiorella suspirara me hizo preguntarme lo mal que parecía yo desde fuera, lo desequilibrada, si incluso mi psicóloga, que debería estar curada de espanto, estaba tan preocupada por mí.
               -Genial. ¡Genial!-celebró mamá-. Gracias, Saab. Supongo que eso es un punto de partida, ¿no, Fifi?-preguntó, y Fiorella asintió con la cabeza.
               -Podemos trabajar con esto.
               Pero yo no era algo en lo que trabajar, ni un problema que resolver. Sospeché que eran un equipo y que Fiorella estaba más de parte de mamá que mía, porque había muchas más cosas que las unían y desde hacía más tiempo. Quizá debía andarme con cuidado en las sesiones con ellas dos; puede que pedirle a Claire que nos acompañara y adaptarnos a sus horarios fuera una buena solución. Tenía que sopesarlo, y no era momento de hacerlo allí, pues podrían adivinar mis intenciones y diseñar una estrategia. Sólo tengo que dejar correr el tiempo hasta Navidad. Lo hablaré con Alec y él me dirá qué es lo mejor, seguro.
               -Hay una cosa que quiero que entiendas-dijo mamá, inclinándose hacia mí y apartándome el pelo del hombro con mimo-. Puedes contar conmigo. Siempre has podido, incluso cuando estábamos peleadas. Siento que te haya hecho dudar de eso, mi amor, pero… estoy pasando una época bastante complicada, ya lo sabes. Lo de tu hermano… en fin, creo que estoy ante el primer reto en el que me veo superada en toda mi vida. No sé si lo conseguiré, y sé que no es excusa, pero el miedo que me da no poder salvar a Scott hizo que pusiera espacio entre nosotras porque no… no podía permitirme preocuparme también por cosas tan graves como lo que te pasó con lo de las drogas. No podía permitirme pensar en que mis hijas estaban tan en peligro como mi hijo, así que simplemente… me empeciné. Y lo lamento de verdad, pequeñita-se disculpó, mirándome a los ojos y acariciándome la mejilla-. No estuve ahí para protegerte, y lo siento de veras.
               -No pasa nada, mamá.
               Fiorella nos observaba con atención, ahora ya sin tomar notas. Mamá me sonrió con dulzura, y se inclinó a darme un beso que yo le permití. Me dijo que me quería mucho, y yo le contesté que yo también la quería. Ahora que vio que las cosas iban mejorando, Fiorella decidió que era un buen momento para dar por concluida nuestra primera sesión. Nos felicitó a las dos por la actitud que habíamos asumido, y me dio las gracias particularmente por haber sido tan comprensiva y haber sido capaz de escuchar a mi madre. Yo le puse buena cara, asentí con la cabeza y miré los compromisos que tenía para fijar la fecha de nuestra próxima sesión. A pesar de que mamá le pidió que fuera lo antes posible (si por ella fuera sería al día siguiente), Fiorella le dijo que era mejor dejar pasar un par de días para no precipitar las cosas, a lo que mamá no rechistó. Entendía que me echara de menos y que acusara mucho el cambio en nuestra relación, pero me agobió un poco pensar en la insistencia con la que mamá querría que todo volviera a la normalidad cuando yo aún tenía mucho que digerir. Mucho que desgranar.
               Y, para colmo, lo tendría que hacer sola para no preocupar a Alec. Genial. Dios. Maldita la hora en la que le había dicho que nos vendría bien que volviera a Etiopía porque “teníamos que ser nuestras propias personas”. Valiente gilipollas había sido entonces, haciéndome la valiente y la fuerte cuando era evidente que no podía con todo. No me interesaba mi historia, al menos no en la parte en la que estaba sin él; y menos aún cuando esa historia se basaba en luchar contra los elementos para que me dejaran quererlo tranquila.
               Pero al menos él está bien, me dije. Ése sería mi consuelo hasta Navidad, la idea a la que me aferraría con desesperación hasta que él volviera y pudiera confirmarlo en su sonrisa, en su piel bronceada y en la seguridad con la que hablaría y caminaría. Había visto el cambio que había experimentado en unos pocos meses, cómo se había curado de muchas de sus dolencias, y yo no tenía derecho a interrumpir su proceso de sanación simplemente porque mi familia estaba siendo demasiado dura conmigo y con mi dolor. Tenía que encontrar la manera de canalizarlo, y hacerlo pronto para que nada de éste se colara en mis cartas.
               Merecía la pena. Por Alec, merecía la pena todo lo que estaba pasando y mucho más. Él estaba bien. Era feliz. Salía a la sabana, disfrutaba de unos amaneceres preciosos, todos le querían y le respetaban, era la persona más importante del campamento. Tenía que ser fuerte y custodiar el castillo mientras él se ganaba la gloria y extendía su leyenda, como una buena reina protege las tierras de su rey.
               Dejamos la sesión para dentro de unos días, tiempo suficiente para recomponerme y tratar de entender un poco mejor a mamá para, así, poder rebatirle sus argumentos. Sabía que no sería sencillo, no sólo por la edad que nos separaba sino por lo buena que era en su trabajo, pero tenía motivación de sobra para esforzarme al máximo. De modo que apunté en la agenda de mi móvil la reunión en su víspera, para acordarme de consultar foros y blogs que me dieran ideas para mi debate. Salí del despacho sintiendo que pasaba a una dimensión más ligera cuando atravesé la puerta que mamá me sostenía, y le sonreí con timidez a Fiorella, confirmándole que me vería mañana, para mi sesión independiente. Decidí que si tenía que inventarme algún drama estudiantil que me tuviera preocupada lo haría, todo con tal de que no me sonsacara nada sobre mis impresiones de la sesión de hoy.
               Atravesé el pasillo en dirección a las escaleras mientras mamá se demoraba hablando con Fiorella, cuadrando agendas y pidiéndole favores de nuevas clientas. Esperé al inicio de la escalera para despedirme de mamá.
               Gran error. Pensaba que así no se preocuparía de nuevo y creería que había ganado, pero lo que sucedió a continuación fue un movimiento que no me esperaba y que me descuadró del todo: se puso la chaqueta, recogió su bolso y las llaves del coche, y se despidió de todas las mujeres anunciando que se iba ya a casa.
               -Vamos, Saab.
               La seguí obedientemente al aparcamiento subterráneo sin saber cómo escapar. Me vi obligada a meterme en el coche porque no se me ocurrió una excusa creíble por la que no irme con ella, y mientras me abrochaba el cinturón, procuré poner atención en el salpicadero y no en los ojos de mamá, que estaban más pendientes de mí que del aparcamiento que, por otro lado, se sabía ya de memoria.
               -Ha ido bastante bien, ¿verdad?-sonrió ella, ilusionada, y yo asentí con la cabeza y farfullé un:
               -Sí, bien.
               Que claramente quería decir:
               -Alec, socorro, ven a por mí.
               Creo que me habría echado a llorar del alivio si, al subir la rampa que daba acceso a la calle, lo hubiera encontrado allí plantado, subido a su moto y cortándonos el paso. Ni siquiera me enfadaría con él por subirse a ese aparato infernal.
               Nada de eso sucedió, evidentemente. Porque lo había dejado irse a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos putos kilómetros.
               -Se me acaba de ocurrir… ¿qué te parece si aviso a tu padre de que no vamos a cenar y comemos algo por ahí tú y yo, eh, peque? Hace bastante que no compartimos una bolsita de chilli cheese bites. ¿Te apetece?-preguntó, y en condiciones normales yo me habría puesto a chillar de la ilusión. Compartir chilli cheese bites con mamá no era como compartirlos con Alec: mientras que con él me veía abocada a un durísimo proceso de negociación en el que las mamadas y los cunnilingus eran monedas de cambio devaluadas en comparación con los bites, y cualquier excusa era buena para robarle el último bite al otro, con mamá era todo lo contrario; de una bolsa de nueve, ella se comía tres y listo. Los demás eran todos para mí. Con Alec, tenía suerte si era capaz de comerme mis cuatro indisputados antes de que él me robara alguno, y Dios me librara de acercarme al quinto sin discutir sobre a quién le pertenecía.
               -Ni se te ocurra. La última vez que vinimos te comiste el quinto. Es mi turno-protestaba siempre él.
               -Pero, ¿cómo puedes ser tan mentiroso, tío? ¡Si te lo comiste tú!
               -¡Yo no lo recuerdo así, chavala!
               -Me da igual cómo lo recuerdes; yo sé cómo fue, y punto. Y te lo comiste tú, así que me toca a mí-decía yo, alargando la mano hacia la bolita de queso, y Alec me arrebataba la bandeja.
               -¡Sabrae Gugulethu Malik! Como pongas uno solo de tus sucios dedos sobre mi bite, ¡verás la que te monto!
               -Para empezar, no es “tu” bite. Y para seguir, ¿crees que te tengo miedo, Whitelaw?
               -Mido literalmente medio metro más que tú.
               -Treinta centímetros.
               -¿Tu punto?
               -Treinta centímetros no es medio metro. Hay veinte centímetros de diferencia.
               -Hay más de veinte centímetros si tenemos en cuenta otras partes de mi cuerpo.
               -¿Tu PunTo?-le hice burla.
               -Que te puedo someter, si quiero-se hinchaba como un pavo-, y obligarte a dármelo.
               -Y yo me meto tus huevos hasta el esófago. Un día podría írseme la lengua y acabar mordiéndote un cojón. ¿Te haría gracia eso?
               -Me arriesgaré-había dicho la última vez, y se lo había metido en la boca rápidamente. Yo había abierto los ojos y había chillado su nombre tan agudo que sólo podría describirse como:
               -¡ALEC!-así es, en superíndice, y todo-. ¡¡MADRE MÍA, ESTOY FLIPANDO!! ¿CÓMO ERES TAN CABRÓN? ¡ERES UN JODIDO SINVERGÜENZA! ¡¡NO TE VOY A DIRIGIR MÁS LA PUTA PALABRA!! ¡¡PUTO ANORMAL DE MIERDA!!
               -Buf, si encima me insultas mientras me como tu bite, es posible que me corra del gusto-puso los ojos en blanco y yo le di un manotazo lo más fuerte que pude.
               -Jodido desgraciado. Te odio, no sabes lo que te odio. UGH. Eres el ser más despreciable e insoportable que me he echado a la cara. No sé qué coño te he visto. Imbécil, gilipollas, sinvergüenza, acaparador… lo tienes todo.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh?-se burló, haciendo un espectáculo de tragarse con dramatismo el bite. Todavía no sé cómo hice para no tirarle mi vaso de refresco a la cara. En serio, en situaciones así le odiaba. Luego se comportaba como un osito de peluche toda la tarde, haciéndome carantoñas y riéndose porque yo me paseaba por la ciudad con el ceño fruncido, y conseguía que se me pasara un poco el enfado. Un poco.
               Quién me iba a decir a mí que echaría de menos pelearme a muerte por un bite con Alec. Pero en este momento, lo hacía. Preferiría mil veces darle todos los bites del mundo a Alec si con eso lo tuviera conmigo entonces.
              
Je, je. Mi plan maligno para que me dejes por fin los bites ha dado resultado. Gracias, Sher, por echarme una mano con esto. Eres una amiga .
 
¡Calla, so bobo!
               -Um… no sé si es buena idea, mamá. Después de todo, estamos haciendo un esfuerzo por recortar gastos, y… no sé, creo que deberíamos seguir mirando por el bolsillo-solté, porque pensé que recordarle la situación de Scott sería suficiente para hacerla cambiar de idea.
               No fue el caso.
               -Sabrae, es un gasto sin apenas importancia. No es lo mismo que un viaje de un avión de dieciocho horas.
               -Eran nueve-dije por lo bajo.
               -Nueve ida, y nueve vuelta. Pero no vamos a discutir por eso ahora-mamá extendió la mano y sacudió la cabeza, y vi que ponía la intermitencia para tomar una calle que no era la ruta hacia casa. Iba a llevarme a cenar de verdad. No, no, no, no.
               Le puse una mano en el brazo.
               -Mamá… también quiero cuidar un poco la línea.
               Se me quedó mirando en silencio un rato. Creo que nunca, jamás, me había escuchado decir esa frase. Me analizó durante tanto tiempo que incluso nos pitaron los de detrás, pues se había puesto en verde el semáforo y nosotras no nos movíamos.
               -Eh… vale. Bueno, como prefieras, pequeñita-susurró, poniendo la intermitencia contraria y metiéndose en el carril que nos llevaría a casa. A pesar de que su tono sonaba herido y se mantuvo callada durante todo el trayecto, posiblemente luchando con las lágrimas, lo único que consiguió que no le dijera que me lo había pensado mejor y lo tirara todo por la borda fue le miedo que me daba el estar con ella a solas, porque continuaríamos la sesión de terapia sin Fiorella delante. Y ya nos habíamos dicho cosas horribles en el pasado, yo especialmente, con una psicóloga controlando nuestras palabras, como para que ahora no lo hiciera nadie.
               Me dolía muchísimo todo esto. Me costaba respirar en ese ambiente tan enrarecido y silencioso, y aunque ahora estaba más a gusto en casa, cuando me bajé del coche, me di cuenta de que lo hacía con los ánimos de los animales que van al matadero. Navidad estaba muy lejos, y yo no resistiría sin que Alec me lo notara nada más bajar del avión si no recuperaba un poco de terreno y me permitía tener un espacio para descansar también en mi casa.
               ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás? La frase no dejó de resonarme en la cabeza todo el trayecto en coche, y también cuando me bajé de él. Papá salió a recibirnos al garaje, fingiendo un optimismo que yo sabía que no sentía cuando nos preguntó por la sesión. Aunque mamá y yo le dijimos que había ido bien, nuestra falta de entusiasmo seguramente confirmó sus sospechas de que sería más difícil de lo que nos gustaría a todos.
               ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás?
               Empecé a subir las escaleras.
                ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás?
               Entré en mi habitación y cerré la puerta.
               ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás?
               Me quité la ropa y me puse mi pijama: unos pantalones negros con los dibujos del Mapa del Merodeador de Harry Potter en blanco y una camiseta negra con la araña del Spiderman de Miles Morales pintada en rojo que le había robado a Alec.
               ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás?
               La habitación al lado de la mía estaba muy silenciosa. Como siempre, pero, a la vez, últimamente también lo estaba más que de costumbre. Era como si Shasha no quisiera hacer ruido para no molestarme. ¿Tan malo sería que nos dejaras volver a entrar a los demás?
               Estaba sola. La echaba de menos. Seguía enfadada con ella, pero no podía estar enfadada con todo el mundo.
               Así que cogí mi móvil y mi ebook y me fui a su habitación. A veces, cuando no teníamos nada que hacer, Shasha y yo nos reuníamos en la misma habitación y nos dedicábamos cada una a nuestras cosas, pero haciéndonos mutua compañía. Ella podía ver sus series coreanas mientras yo leía mis libros, sin molestarnos pero sabiendo que nos teníamos allí para compartir lo que más nos gustara. Echaba de menos eso. Echaba de menos a mi hermana.
                Llamé a su puerta, y aunque no me contestó, supe que estaba dentro porque tenía la luz encendida. La empujé para abrirla, y me la encontré con los auriculares puestos, observando con gesto concentrado la pantalla de su iPad. Se giró para mirarme, el ceño fruncido, seguramente creyendo que era papá, mamá o incluso Duna, que la visitaban para avisarla de que la cena ya estaba lista.
               Dio un bote y cogió al vuelo el iPad cuando se dio cuenta de que la que estaba en la puerta era yo.
               -Hola-dijo, quitándose rápidamente los cascos y apartándose el pelo de la cara con las manos escondidas dentro de la sudadera de Deadpool de Scott.
               -Hola. ¿Puedo?-señalé su cama y ella asintió con la cabeza, abriéndome hueco. Se sentó bien cerca de su almohada, dejándome el sitio que yo necesitara, y me miró como quien mira a un animal fascinante y peligroso que se le acerca con intenciones no muy claras. ¿La destrozaría con mis garras, o simplemente la acariciaría? ¿Le daría un beso sin más, o le clavaría mis afilados colmillos? Una nunca sabía estando yo como estaba-. ¿Qué haces?
               -Oh, eh… estoy viendo un dorama y programando. ¿Y tú?
               -Iba a leer. ¿Te has metido en Twitter últimamente?-asintió con expresión triste-. ¿Hablan mucho de mí?
               -Nah. Ya no eres noticia.
               -¿Y tú has tenido algo que ver en eso?
               -Pues… puede que haya suspendido un par de cuentas.
               -¿Un par?-sonreí, cansada.
               -¿Quieres la cifra exacta?-preguntó, y yo incliné la cabeza a un lado-. Setecientas veintiocho.
               Dios mío.
               -Aunque no todas hablaban de ti. Otras estaban poniendo gilipolleces sobre Scott, y ahora que he aprendido a suspender cuentas, pues… es divertido. Se la he limitado a Tommy un par de horas. Scott se descojonaba, pero Tommy casi se desmaya. Ha cambiado la contraseña trece veces pensando que lo habían hackeado.
               -Hombre, es que lo habían hackeado, ¿no?
               -Sí-rió Shasha-, supongo que sí, pero la culpa es suya. No debería entrar con tanta alegría a los enlaces de webs que no conoce, por mucho que sean de recetas asiáticas con ingredientes europeos.
               -¿Por qué lo hiciste, Shasha?-pregunté. Necesitaba saberlo. Sus razones lo serían todo para que yo entendiera por qué mi vida se había ido a la mierda. Si me daba una buena razón, una sola, sería suficiente para que todo dejara de desmoronarse a marchas forzadas.
               Y ella podría haberse salido por la tangente, hablarme de Tommy y de que necesitaba que le dieran una lección, porque su comportamiento online era más que imprudente; o que quería que Scott, que estaba sometido a muchísima presión y que no llevaba nada bien la determinación de Diana de sacar un single antes incluso de que lo hiciera la banda al completo, se riera.
               Sin embargo, dijo:
               -Porque no podía dejar que te destrozaran por cosas que no son verdad, Saab.
               Pobrecita. Siempre iba a protegerme, incluso cuando yo no me lo merecía.
               -No hablo de los tweets. Los tweets me dan igual. De lo que hablo es… ¿por qué les dijiste  a papá y mamá lo que hice cuando lo de Alec?
               Se hundió un poco más en la cama y me miró como un cachorrito abandonado.
               -Pues porque… estaba muy asustada. Te veía fatal. Se notaba que te afectaba que mamá no estuviera bien, y como no sabías cuánto era culpa tuya y cuánto era por lo de Scott… sabía que estabas muy mal. Así que fui a decirles a mamá y papá que les necesitabas, y que ahora no era momento de ponerte en tu sitio y tratar de hacer que dejaras de ser una caprichosa. Les dije que tenían que ser comprensivos porque lo habías pasado muy mal, y… les dije que ni se imaginaban por lo que llevabas unas semanas pasando. Y mamá dijo que sabía que era duro, pero que necesitaban ponerse firmes en esto. Y yo les dije que no era el mejor momento, y…-se le llenaron los ojos de lágrimas.
               A Shasha Amira Malik. La tercera de los hijos de Sherezade y Zayn Malik, la segunda hija, y la primera hija biológica, y primogénita legítima a ojos de la religión. La reina de hielo, llorando delante de mí porque lo había hecho mal.
               No necesitaba saber sus razones. La perdoné en ese instante, y supe que me había pasado tres pueblos con ella. Todo lo que le había hecho, todo lo que le había dicho, la barrera que  había levantado entre ambas cuando Shasha simplemente había pretendido quererme a su manera, pasando tiempo conmigo y haciéndome más amena la marcha de Alec…
               -… que no se imaginaban lo mucho que los necesitabas, porque necesitabas desahogarte. Y mamá y papá se me quedaron mirando. Y me… me… lo siento mucho, Saab-sollozó, tapándose la cara con las manos, y yo me acerqué un poco más a ella-. Lo siento. No quería… yo sólo quería que te dejaran tranquila. No pensé que fueran a sonsacármelo. Me obligaron a decírselo. Tienes que creerme. Yo sólo… no quería que tú siguieras mal. Estaba muy preocupada. Me daba miedo que…-hipó-. Pensé que no aguantarías hasta que a mamá se le pasara, y creí que a mamá no se le iba a pasar hasta que no solucionara lo de Scott. Me daba miedo que te pusieras mal otra vez y decidieras romper con Alec. Me daba miedo que lo decidieras y que él no pudiera volver a hacerte cambiar de opinión.
               Y entonces dijo algo que me destrozó, incluso aunque ya lo supiera.
               -Ya no sólo por ti, sino también por mí, Saab. Le quiero un montón. Es muy bueno conmigo, y… no quiero que deje de venir por casa. Y pensé que podías decidir dejarlo, y yo no podía permitirlo, así que decidí hablar con papá y mamá… lo siento muchísimo-gimió, y yo la abracé y dejé que sollozara contra mi pecho-. Soy una estúpida. Si no hubiera dicho nada, mamá y tú no estaríais peleadas y todo iría más o menos bien. Lo siento de veras. Tienes que creerme. Entendería que no me perdonaras, porque la he cagado pero bien, pero… no lo hice con mala intención. Yo sólo quería arreglar las cosas. Pero esto a mí no se me da bien-susurró, mirándose las manos-. La gente no se me da bien. Debería saberlo ya. Ni siquiera sé qué hago saliendo de mi habitación-sorbió por la nariz y sacudió la cabeza, y yo le di un beso en la sien.
               -Shash… lo siento. He sido una zorra contigo. Debería haberte preguntado antes. Pero es que estaba muy enfadada, y… supongo que lo pagué injustamente contigo. Así que perdóname. ¿Me perdonas, hermanita?
               -¿Estabas? ¿Ya no lo estás?
               Negué con la cabeza, dejé el ebook sobre su mesita de noche, le quité los auriculares a su iPad y se lo tendí.
               -¿Vemos Fuckboy Island?
               -¿Qué?-sorbió por la nariz, y yo le sonreí.
               -Que si vemos Fuckboy Island. Me apetece ver a tres chicas humillando a una manada de chuloplayas.
               -Pero, ¿ya está? ¿Así, sin más? ¿No vas a hacer que te lo compense ni a gritarme ni nada?
               Negué con la cabeza.
               -No, Shash. Sólo quiero que me prometas una cosa.
               -Lo que sea-aseguró-. Lo que sea.
               La miré, sonreí, y le acaricié el pelo.
               -Prométeme que seguirás saliendo de tu habitación.
 
 
Puto teléfono cansino. Era la tercera vez que me llamaba un fijo que no conocía, seguramente alguna estúpida encuesta del gobierno sobre el consumo de drogas, o algo así. Pues tenía pensado mantenerme bien lejos de ellas, así que ésa era mi postura: ni siquiera hablaría de ellas, y menos con alguien tan insistente e irrespetuoso que ni siquiera me dejaba terminar mis deberes.
               Me había pasado toda la santa tarde haciendo un Excel con pros y contras de los deportes que más me habían llamado la atención del catálogo que ofertaba Sergei, al que había ido a informarme con Taïs la tarde pasada, justo después de ir a ver a Josh, que estrenaba con entusiasmo sus pulmones nuevos e incluso había bromeado con que por fin tenía material con el que hacerse socio de un club de deportes y batir algún que otro récord olímpico antes de los diecinueve. Cuando le había preguntado por qué esa edad y no los dieciocho, me había sonreído con maldad y me había respondido que con esa edad Alec se quedaría de nuevo soltero porque yo rompería con él para estar con Josh, y que pensaba hundirlo aún más siendo mi novio y un medallista olímpico. El crío era graciosísimo cuando se lo proponía. Me alegraba tener algo optimista que contarle a Al que, además, fuera verdad.
               Pronto me llegaría su carta, y me moría de ganas de leer qué tal le iba por la sabana y en el voluntariado en general. Lo necesitaba para convencerme de que había hecho lo correcto, y confiaba en que me haría creer que sí. Lo que no me tenía tan entusiasmada eran las preguntas que sin duda me haría de mi vida en casa, y sobre las que yo tendría que inventarme un montón de chorradas sobre que todo iba como la seda. A decir verdad, tenía pensado fotocopiar las cartas que le enviara a partir de ahora para recordar qué le decía y mantener una línea coherente, porque ya ni siquiera recordaba qué le había dicho en la anterior más allá de las posturas en las que quería que me follara.
               Porque la realidad era que mamá y yo estábamos en un punto muerto. Aunque nos mostrábamos participativas y abiertas en las sesiones con Fiorella, a mí todavía me ponían nerviosa los trayectos en coche a solas con ella, y ella se había dado cuenta y había dejado de insistirme en charlar. Nos relacionábamos con relativa normalidad en casa, porque sabíamos que en cualquier momento podría llegar alguien y pillarnos en plena conversación incómoda, pero yo me pasaba todo el tiempo que podía acompañada de Shasha, que aguantaba mis mimos con actitud estoica; o, si no, en casa de los Whitelaw o con mis amigas. Jordan incluso me había instalado unos cuantos juegos “de chicas” en las consolas del cobertizo (como si a él no le encantara jugar al Hello Kitty: rescate en patines) y ahora había un paquete de compresas de maternidad en el baño del mismo. Cuando las había visto, le había agradecido el gesto, pero le había dicho que yo no usaba de esas; que eran demasiado grandes y estaban pensadas, como el mismo paquete indicaba, para las madres recién estrenadas. Lo que sí necesitaría sería un pequeño cubo de basura, ya que estábamos. Él me había mirado con el ceño fruncido y me había preguntado, todo extrañado:
               -¿Para qué?
               Yo había parpadeado a toda velocidad como un centenar de veces.
               -Pues… para tirarlas, Jor.
               -¿No se tiran al váter?
               -¡No! ¿Quieres que te lo atasque?
               -¡Ah!-dijo tras una pausa-. Así que, ¿es para eso el cubo de basura que tenemos en casa en el baño? Creía que eran para los discos de algodón de la rutina de cuidado facial de mi hermana.
               -Y para las compresas. Y los tampones. Y los aplicadores de los tampones. Y…
               -Joder, qué complicadas sois las tías. Bueno, si Alec te pregunta, dile que me estoy esmerando, ¿vale? Hago lo que puedo. Aprecia el esfuerzo, Sabrae.
                Así que podríamos decir que yo era más bien una nómada, saltando de un lugar a otro sin una residencia fija, salvo por la hora de hacer trabajos o pasarme una tarde entera con deberes atrasados, como era el caso. Prefería mi escritorio al de Alec, sobre todo porque en el de Alec me ponía a mirar sus fotos y acababa muy distraída, así que allí estaba: peleándome con los deberes de Biología, con las partes de la célula (en serio, ¿cuántas partes puede tener la supuesta división primordial de los seres vivos? Nada tenía sentido), tratando de concentrarme a pesar del ruido de Scott revolviendo en su habitación en busca de algo para ponerse para el cumpleaños de Tommy, que era mañana, y con el móvil echándome humo por culpa de los puñeteros funcionarios de la Corona.
               -¡SABRAE!-bramó Scott al otro lado de la pared mientras repasaba con un rotulador de punta fina el dibujo de la célula que había copiado a mis apuntes.
               -¿QUÉ?-troné, sin dejar mi tarea. Puede que él no tuviera nada que hacer, fuera un desempleado y sus aspiraciones vitales se redujeran a la borrachera que se iba a pillar en menos de seis horas por el cumpleaños de Tommy, pero yo tenía una reputación de primera de la promoción que mantener. Aunque me habían invitado a ir de fiesta con los Nueve de Siempre, al menos hasta una hora razonable para que yo rindiera al día siguiente en clase, había sido responsable y había dicho que de eso nada. O la hacían de fin de semana o a mí no me verían el pelo.
               -Tommy es mayor de edad hoy a medianoche; estás tú que voy a esperar al sábado para que la princesa pueda perrear a gusto sin andar pendiente del reloj como la Cenicienta con su calabaza.
               -A mí no me importa…-empezó Tommy, pero Scott lo fulminó con la mirada.
               -Como Alec se entere de que no hemos salido en tu cumple sino en finde, no va a haber quien lo soporte. Empezará a decir que se me olvidó porque no está él para organizar fiestas y chorradas de esas.
               -Me encanta cómo mi novio vive en tu puta cabeza sin siquiera pagar renta, Scott. ¿Seguro que no estás enamorado de él?
               -Yo no soy el gilipollas de la familia.
               (Alerta de spoiler: que era el gilipollas de la familia).
               Scott abrió la puerta de mi habitación sin llamar.
               -Por Dios bendito, ¿es que una no puede ya preocuparse por su vida académica sin que absolutamente todo ser despreciable de este país le…?-protesté, girándome, y él me tendió su móvil con un simple:
               -Teléfono.
               Me lo quedé mirando. Estaba sonriendo, como si le pareciera divertidísimo interrumpirme en pleno maratón de deberes. Uf, había veces en que me alegraba de que hubiera elegido una carrera que lo mantuviera lejos de casa durante mucho, pero que mucho tiempo. Y ésta era una de esas veces.
               -¿Me llaman a través de tu móvil? Por fin el mundo se da cuenta de quién es el Malik que más mola-me chuleé. Debía de estar rabioso por ser mi secretario, ¡me encantaba!
               -Calla y contesta, zopenca.
               Solté una risita y me llevé el móvil a la oreja. Seguramente fuera Eleanor tratando de convencerme de que saliera con ellos esa noche. Pues lo llevaba claro. Nada me gustaría más que salir de fiesta y pasármelo bien con mis amigos, sobre todo ahora que veía a Eleanor y Diana tan poco, pero el deber me llamaba.
               -¿Sí?
               Solo que… bueno, no era exactamente Eleanor.
               -¿Qué pasa, bombón? ¿Te encanta tu vida de soltera y ya no me quieres coger el teléfono?-ronroneó.
               Alec, resonó por todo mi interior, igual que un trueno en un valle paradisiaco rodeado de montañas. ¿Le apetecía…? Un momento, ¿por qué me llamaba al móvil?
               ¿Por qué llamaba a Scott? ¿Se le había olvidado mi número, o qué?
               -¿Alec? ¿Por qué me llamas al móvil?
               -¡Pues porque tú no me lo cogías!-protestó-. Deberías responder al teléfono si te insisten en la llamada; podría ser el hombre de tu vida pidiéndote que vayas a recogerlo a Heathrow, nena.
               Me quedé mirando mi móvil. Tres llamadas perdidas, todas del mismo número, con prefijo nacional, quizá de una cabina de teléfono.
               No. No era eso en lo que debía fijarme. Había una palabra, un nombre propio, que debía atraer aún más mi atención..
               Heathrow.
               -¿Qué?-jadeé, y escuché su Sonrisa de Fuckboy® en su voz cuando me contestó:
               -Que estoy en Inglaterra, bombón. ¿Vienes a por mí?
               -¿Qué…? Pero, ¿¡tú no venías en Navidad!?-prácticamente chillé, levantándome de la silla. Scott se apoyó en el marco de la puerta, los brazos cruzados y las cejas alzadas, mordisqueándose el piercing mientras sonreía.
               Alec soltó una carcajada sensual y masculina que me tuvo hiperventilando, como si lo necesitara.
               Y entonces dijo:
               -Sabrae… estás mal de la puta cabeza si creías en serio que iba a ser capaz de aguantar sin verte hasta Navidad. Sabía que te tenía loquita, nena, pero no que estuvieras loca a secas.
               -No me estarás vacilando. Dios, Alec, como me estés vacilando, te juro que te pego.
               -Eso promete. ¿Por qué no vienes aquí y lo averiguas, preciosa?-tonteó. Preciosa. Me deshice por dentro al escuchar esa palabra, tan prometedora, tan cargada de intención. Me había llamado preciosa una y mil veces, y en casi todas había estado desnuda, o a punto de desnudarme.
               Fue entonces cuando caí: no iba a tener que esperar a Navidad. La Navidad se había adelantado, tomándole la delantera a Halloween por una quincena.
               Está aquí. Está AQUÍ.
               -¡SCOTT!-grité, y Alec se rió-. ¡QUE ALEC HA VENIDO A VERME!-chillé, y mi hermano puso los ojos en blanco.
               -¿Y por qué coño te pones así? Es que era lo mínimo. Joder, con lo subidito que es… después de esto no va a haber quien lo aguante.
               -Dile a mi fan número uno que no se cele, que hay Alec de sobra para que lo compartáis.
               -Sol, llevo dos putos meses compartiéndote con medio mundo. Pienso acapararte todo lo que me lo permitas, así que que le den a mi hermano.
               -Ieugh. Voy a potar, Sabrae. Dile al mamarracho ése de tu novio que no he sido tan feliz como este tiempo en el que no he tenido que verle el careto.
               -Que me lo diga a la cara, si tiene cojones-contestó Alec, que lo había escuchado perfectamente-. Y si le da tiempo-añadió-, porque pienso hacer que te me sientes encima hasta la semana que viene, nena. Date prisa. Jordan ya va camino de vuestra casa para recogeros.
               Traté de procesarlo. Alec. En Inglaterra. Esto no era coña. Era de verdad. Iba a tenerlo conmigo, íbamos a reunirnos, íbamos a…
               Vi mi reflejo en el espejo de mi habitación, aquel frente al que habíamos follado decenas de veces porque nos ponía muchísimo vernos: sus manos en mis tetas, su polla entrando entre mis piernas. Iba a tener eso otra vez. Y Alec contaba con jugar con ventaja gracias al factor sorpresa.
               Pobre de él. Llevaba dos meses pensándolo con desesperación cuando me llevaba la mano al rincón entre las piernas. No estaba preparada: lo que estaba era impaciente.
               Así que respondí:
               -Me parece bien que Jor venga a por nosotros, pero, ¿sol?-me mordí el labio, confiando en que él lo escucharía en mi voz-. Tenía entendido que íbamos a volver en metro.
 



             
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2 comentarios:

  1. MADRE MIA MADRE MIA EH. VOY POR PARTES.

    No me canso de repetir lo que han crecido en mi las amigas de Saab en esta parte de la novela, las amo con todo mi corazón.
    La sesión con Sherezada me ha gustado pero sabia que Sabrae se acabaría sintiendo asi. Creo que Sherezada se ha dado cuenta muy tarde de lo que ha hecho mal y quiere enmendarlo muy rápido y va a estar complicado…..
    Por otro lado me han venido los lloros con mi pobre Sasha porque la amo con todo mi corazón y me ha dado una pena terrible con lo de no salir de su habitación. Quiero abrazarla hasta que se acabe el mundo por favor.

    Y BUENO CENTRANDONOS EN EL MOMENTO CUMBRE LLEVO MESES ESPERANDO POR EL PRÓXIMO CAPÍTULO CREO QUE MORIRÉ DE UNA EMBOLIA SI NO ME LO DAS YA DE YA ZORRA. ASPIRO A QUE FOLLEN DIRECTAMENTE EN LOS BAÑOS DE HEATHROW.

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  2. Cuando haces esto de ver como se llega desde el punto de vista de ambos a un momento importante me encanta, pero a la vez me pone mala porque significa que hay que esperar una semana más para leer el momento en cuestión. Procedo a comentar el cap:
    - Que duro el momento kick (aunque un 10 las amigas de Sabrae la verdad, no paran de hacer las cosas bien últimamente)
    - QUE RISA AMOKE ENTERANDOSE DE QUE JORDAN VA A LA PISCINA, carcajada en alto te lo juro.
    - Este punto muerto al que han llegado Sherezade y Sabrae me tiene mal, pero confío en que acabarás arreglándolo porque no puedes dejar esta relación madre-hija así, yo lo sé.
    - Sabralec y los chilli cheese bites… :’)
    - La conversación de Shasha y Sabrae ha sido preciosa (evidentemente he llorado), el “Prométeme que seguirás saliendo de tu habitación” me ha matado. Shasha es la mejor, nunca hará nada mal a mis ojos, hay que protegerla siempre Y PUNTO.
    - “Me encanta cómo mi novio vive en tu puta cabeza sin siquiera pagar renta, Scott. ¿Seguro que no estás enamorado de él?” ME DESCOJONO
    - Ay el final, a mi me da un algo, no me creo que por fin se vayan a ver después de 2 meses (10 para nosotras JAJAJJAJA).
    AHORA SI QUE SI, QUE GANAS DEL PRÓXIMO CAP, QUE GANAS DEL REENCUENTRO, QUE GANAS DEL CUMPLE DE TOMMY, QUE GANAS DE TODO… <3

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