domingo, 23 de julio de 2023

Desierto y selva virgen.



 
Hay tres cosas en las que todo el mundo que me conocía ahora estaría más que de acuerdo, incluso aunque quizá algunas no fueran del todo verdad: la primera de ellas es que le pertenezco enteramente a Sabrae. Cada molécula que me compone tenía su nombre grabado en ella, como si a alguien pudiera olvidársele en algún momento por qué hacía yo las cosas que hacía, en quién pensaba nada más despertarme y con quién soñaba cuando me acostaba. No había distancia, física ni temporal, que fuera lo suficientemente grande como para que Sabrae perdiera un ápice de su influencia en mí.
               La segunda es que no había nada que me gustara más que complacer a la gente a la que quiero, eso ya desde pequeño. Ya fuera siendo un trasto que no para quieto y que pone patas arriba una casa en la que vive la hermanita, a la que adora; o cogiendo aviones y plantándome en mi casa sin decirle nada a nadie para que no se hicieran ilusiones que luego puede que yo no pudiera cumplir, el caso es que yo vivía para los demás. Y eso no tenía por qué ser nada malo, especialmente cuando tenías el brazo de tu chica en la cadera, su nariz acariciándote el costado y su sonrisa exhalando suspiros que pronto se convertirían en gemidos al ritmo que marcaban tus dedos acariciándole la cintura.
               Y la tercera… es que las dos primeras cosas formaban un tapiz intrincado del que no podía escaparme, como si mi vida estuviera grabada en piedra con unos cinceles tan precisos que cada detalle estaba minuciosamente terminado, hecho con lupa.
               En ese tapiz estaba ardiendo, y tenía una sonrisa de satisfacción en la cara que no haría que nadie temiera por mi vida ni por mi bienestar. Y todo, ¿por qué?, te preguntarás, porque normalmente estar en llamas no es una sensación agradable ni algo que la gente busque deliberadamente, salvo que tengan problemas psiquiátricos graves, de esos que requieren el ingreso en un centro especializado que suele protagonizar las historias de creación de los villanos más peligrosos de los cómics.
               Muy fácil: porque en ese tapiz me acompañaba Sabrae. Ella era gasolina, cerilla y fuego: era todo lo que me importaba y la razón por la que yo respiraba en Inglaterra. La fuente de la gravedad que me mantenía en mi lugar en el cosmos, exactamente en el sitio que me correspondía y que no alteraba el equilibrio de todo lo demás. Había sido mi esperanza durante esos días en el infierno de Etiopía, en el que la distancia había amenazado con volverme loco y la necesidad de ella con consumirme por dentro como si por mis venas corriera ácido en lugar de sangre.
               Y ahora, por fin, me había sacado del infierno y estaba a punto de llevarme a ese paraíso que sólo había conocido con ella, a pesar de haberlo buscado en los cuerpos de mil chicas antes que el suyo, y en el que todos mis errores y pecados encontraban su redención.
               Sabía de sobra que me había comportado como un mal amigo desde que Sabrae llegó al aeropuerto: había pasado olímpicamente de los demás, como si no hubieran hecho un esfuerzo hercúleo por llegar a mí cuanto antes, pero es que… ¿podían culparme? No. Y no se les ocurría. Podían pedirme que se lo recompensara esta noche, cuando saliéramos de fiesta (ni de coña iba a dejar que Tommy cumpliera los 18 metido en su cama, se pusiera Scott como se pusiera, y si tenía que sacarlo de sus frías manos inertes pues que así fuera), pero hasta que yo no resolviera todos mis asuntos pendientes con Sabrae, sólo tenía una dueña y señora a la que mi cuerpo le respondía.
               A ojos de alguien que no fuera alguno de mis amigos seguramente me había pasado ignorando a los demás por seguir besando a Sabrae, tocando a Sabrae, acariciando y adorando a Sabrae, pero para los Nueve de Siempre aquella vertiente insoportable mía que sólo salía cuando yo me pasaba demasiado tiempo lejos de mi novia era algo tan propio de mí como mi lengua sinvergüenza o mi chulería sin límites. Así que se habían limitado a reírse y meterse conmigo mientras yo no paraba de buscar en la boca de Sabrae ese aire fresco que no sabía que llevaba dos meses anhelando, recuperando las yemas de mis dedos a base de hundirlas en sus curvas, y haciéndome dueño de mi voz otra vez a base de decir su nombre y jadear lo guapa que estaba, lo buenísima que estaba, y las ganas que tenía de verla.
               No estaba rigiendo bien, y lo sabía. Para un tío que ha estado con más de un centenar de chicas antes de encontrar a la definitiva, y que se ha convertido en el  protagonista de los sueños eróticos de media ciudad, y de las pesadillas vengativas de la otra media, estaba bastante  más desesperado de lo que me correspondía.
               Pero es que no puedes probar mil bocados sin entusiasmarte cuando por fin te dan un manjar. Elegir a alguien entre una multitud hace que esa persona sea más especial, tenga más suerte. Y volverte célibe después de ser el puñetero fuckboy original hace que lo vivas todo con más intensidad… y que también tengas un par de trucos bajo la manga que te mueres por usar, no importa lo que se te ponga delante.
               Así que, sí. La verdad es que no estaba pensando en nada más que en la increíble sensación de probar de nuevo las mieles que Sabrae tenía entre las piernas y hundirme en ese puto paraíso que había entre sus muslos cuando la saqué del coche y prácticamente la arrastré en dirección a mi casa. Lo bueno de mi historial era que sabía exactamente lo que iba a hacerle para volverla tan loca que le sería imposible no suplicarme que me quedara en Inglaterra con ella, y así no tendría que preocuparme de volver a Etiopía y vivir mi penitencia. Me mantendría todo lo alejado que ella necesitara para poder seguir evolucionando, pero no lo bastante como para que el nivel de carga de sus vibradores siguiera siendo una preocupación para Saab o algo a tener en cuenta cuando caía la noche.
               Es que, joder. No puedo insistir lo suficiente en lo buenísima que estaba y lo desesperado que estaba yo por que volviera a darle sentido a cada centímetro de mi cuerpo, especialmente a los componían aquella parte de mí que tanto tiempo llevaba dormida a pesar de ser nuestra favorita.
               Por eso no me costó ningún esfuerzo apartar a un lado la felicidad que me supuso volver a ver a mi hermanita después de dos largos meses en los que ni siquiera había oído su voz cuando Mimi abrió la puerta de casa. Había impedido que Sabrae usara sus llaves porque no quería que nos interrumpieran de camino a mi habitación; sabía que sería más efectivo abrirnos paso a codazo limpio por un recibidor abarrotado que no echar a mi familia de mi habitación para que solucionaran los problemas de logística que usualmente supone vaciar una casa en la que sus ocupantes más fieles querían celebrar la vuelta de uno que había faltado durante demasiado tiempo; y, la verdad, tampoco respondía de mis actos una vez que Sabrae y yo empezáramos a subir las escaleras. Me parecería un milagro conseguir mantener la polla en los pantalones y no bajarle las bragas, subirle el vestido y comerle el coño en las escaleras como lo había hecho en Mykonos.
               Era un hombre con un objetivo, un macho con un objetivo, y no dejaría que ninguna otra faceta de mí se interpusiera entre mi misión y yo: ni siquiera la que a mí más me había gustado siempre, que era la de hermano mayor. Lo siento, Mary Elizabeth, pero eso tendrá que esperar.
               Por eso no me inmuté cuando Mimi abrió la puerta y sus ojos se ensancharon como en una película de terror, o de fantasía, en la que bastaba con ver la expresión de la actriz para morirse de miedo o curiosidad ante lo que estaba a punto de suceder.
               -¿¡Alec!?-chilló, y de normal me habría ofendido que no se esperara lo más mínimo que viniera para el cumpleaños de Tommy. En plan… venga. Ahora que ya había visto a mis amigos, y lo más importante, que Jordan había adivinado mis intenciones la última vez que me vio, que mi hermana creyera en serio que no iba a dar señales de vida me parecía un insulto.
               O me lo habría parecido si Sabrae no estuviera a mi lado, oliendo tan bien y siendo tan deliciosamente física en un contraste genial con lo poco que lo había sido durante los últimos dos meses. A pesar de que la había pensado hasta la saciedad y rememorado hasta la locura, como siempre, mi imaginación no había sido capaz de captar todos los detalles de ella que me hacían estar tan enamorado y tan dispuesto a joderme la vida por darle todo lo que ella necesitara, así que tenía mucho que ajustar dentro de mi cabeza como para poder preocuparme de lo que hicieran los demás. Acababa de descubrir un nuevo mundo con una única habitante que, a su vez, también era su diosa: esa diosa era Sabrae.
               Y ninguna otra sería capaz de hacerle sombra, ya no digamos eclipsarla.
               -Hola, Mím. ¿Cómo va eso?-la saludé, ignorando su estupefacción y la manera en que me miró como si yo no fuera real. Parpadeó un par de veces, puede que esperando que me desvaneciera en cualquier momento-. Oye, necesito un favor. ¿Me despejas la casa media horita?
               Sabía que media hora no sería suficiente ni de coña ni para empezar, pero con algo tenía que empezar negociando. Luego sería cuestión de cambiar la cerradura, atascarla de alguna forma… o follarme a Sabrae contra la puerta tan fuerte que ni mi hermana, mi madre y mi padrastro empujando desde el otro lado serían lo bastante fuertes como para entrar de nuevo en casa. Además, mi chica era una fiera. Seguro que si se lo proponía estaría encantada de llevar  a cabo mi plan.
               -¿Qué?-preguntó Mimi en un jadeo desesperado que seguro que volvería loco a cualquier chico que no compartiera código genético con ella. No obstante, como yo lo compartía, sólo podría haberme fastidiado que no hiciera lo que le decía por una vez en su vida. Sólo una vez. Tenía que entenderme. Acababa de llegar de un viaje larguísimo por un desierto sexual que me tenía absolutamente desquiciado, y ahora que tenía a mi manantial al lado para saciarme la sed, no estaba para gilipolleces.
               Claro que de mi manantial también podía manar un agua que me chispeara en la lengua y me hiciera chiribitas con los ojos.
                -¿Sólo media horita?-replicó Sabrae, alzando las cejas. Ella estaba igual de ansiosa por lo que íbamos a hacer que yo, y no le había importado lo más mínimo que se lo notaran todos en el coche de Jordan, incluido su hermano, quien aprovecharía cualquier oportunidad para meterse con ella. Como Scott le dijera algo, me lo comería.
               No sin antes comérmela primero a ella, claro está.
               Me giré un poco para poder mirarla, hundirme en esos ojos preciosos que, si lo hacía lo bastante bien y le devolvía una pizca de todo lo que ella me había dado, se cerrarían muy pronto mientras ella era presa del más absoluto placer. Sonreí, y algo en su mirada cambió. Se relamió los labios, y sus dientes secuestraron parte de ese rincón de su cuerpo tan delicioso.
               -Ésa era justo la reacción que esperaba, bombón. Que sean dos horas, Mary Elizabeth-dije en un tono autoritario de hermano mayor que definitivamente no admitía discusión.
               Claro que yo no era el hermano mayor de Sabrae, de modo que a ella no le afectaba ese tono.
               -Es bastante menos de lo que me habías prometido-tonteó, y no se le ocurrió otra cosa que darme una palmada en el culo, activando hasta la última célula de mi cuerpo y prometiéndole una noche que no olvidaría. Qué iluso había sido creyendo que iba a Inglaterra para el cumple d Tommy, cuando en realidad Sabrae no iba a dejar que saliera de la habitación hasta que no tuviera que volver a coger el avión. Puede que, si se lo montaba lo suficientemente bien, se me pasara la hora de coger el vuelo y nos pudiéramos pasar follando hasta el cumpleaños de Mimi. Sonaba a plan. A planazo, incluso.
               -Necesito desquitarme para ser un adulto funcional, nena-respondí, porque nuestra relación se basaba en una lucha eterna por ver quién tenía la sartén por el mango y quién desquiciaba más al otro, aunque era evidente que siempre iba a ganar Sabrae. Ni siquiera sabía por qué me molestaba yo, salvo porque era muy divertido tomarle el pelo e ir calentándola para cuando finalmente estallara en la cama, conmigo alrededor, encima o debajo de ella-, pero una vez que caliente motores en la fiesta, ya verás lo que pasará.
               Y porque me encantaba encenderla y volverla absolutamente loca, le aparté el pelo del hombro y le susurré contra el oído:
               -Ya sabes que yo cumplo mis promesas.
               Por la forma en que se estremeció, supe que estaba acordándose de la última promesa que le había hecho: había sido cuando vine a verla después de esa espiral de locura en la que había decidido que no era lo bastante buena para mí, en un regalo que no sabíamos ni si nos merecíamos ni si lo tendríamos. Cuando la posibilidad de perderla y no recuperarla había sido más real que nunca…
               … y, una vez la evitamos, le había prometido que me la follaría hasta la semana que viene.
               Como si eso fuera suficiente para alguno de los dos.
               Sabrae levantó la vista para mirarme, explorando en mi alma todo lo que tenía pensado hacerle y lo mucho que íbamos a disfrutar los dos en el proceso. Se mordisqueó de nuevo el labio, rompiendo el contacto visual de una forma que me habría desesperado si no fuera porque lo hizo para mirarme la boca con un deseo y una anticipación que me resultaban muy familiares, y que sin embargo eran completamente nuevos también. Todas las chicas con que me había acostado antes de Sabrae me habían mirado así los labios, ya fuera en una discoteca o en el rellano de su casa, así que podríamos considerarme todo un experto en el lenguaje no verbal cuando se trataba de sexo. Sin embargo, mientras que en las demás tenía la certeza de que tendría la sartén por el mango cuando se bajaran las bragas o se apartaran a un lado el tanga, con Sabrae esa mirada sólo era la apertura de una caja de pandora. No podía saber si sería ella la que llevaría la iniciativa o si sería yo, si acabaría ella antes que yo, o si sería al revés, o si lo haríamos a la vez; no sabía quién se pondría encima y quién debajo, o si lo haríamos al lado, ni cómo de alto rugiríamos o lo suave que nos susurraríamos al oído palabras que más bien deberían gritarse.
               Todo con Saab era territorio nuevo, y eso era de las cosas que más disfrutaba de ella, porque siempre había un elemento de familiaridad en un mar de descubrimientos que hacían la vida más interesante y mejor. Las demás nunca me habían maravillado como lo hacía Saab ni habían hecho que anticipara estar con ellas como con Sabrae, porque mientras que las demás suponían visitar mi galería preferida en mi museo predilecto de Londres, estar con Sabrae era descubrir cuadros mejores que los que había visto antes y que estaban expuestos en los lugares que los inspiraron. Era escuchar tu canción favorita de tu cantante favorito en directo y oírle hacer notas altas que no estaban en la grabación original. Era descubrir una nueva gama de colores de la que nadie te había hablado hasta entonces. Era poder ponerle tu nombre a una estrella que llevaba miles de años brillando y en la que nadie se había detenido hasta la fecha.
               Era darte cuenta de que el sexo sin vínculos emocionales está muy bien si es lo que te gusta, pero irremediablemente te deja de gustar cuando estás con alguien a quien quieres y cuyo placer te hace disfrutar no porque te infle un ego al que te aferras como a un salvavidas, sino porque te hace feliz hacerla feliz. Y yo tenía pensado hacerla muy, pero que muy feliz.
               Además, ella se merecía ser feliz toda su vida, y no sólo hasta la semana que viene. Fue esa idea solamente la que me dio las fuerzas que yo necesitaba para levantar la vista y dedicarle una sonrisa radiante a mi hermana que, sin embargo, también prometía muchos problemas.
               Por eso no me resultó muy difícil romper el contacto visual con ella, a pesar de que me estaba lavando el alma y reordenando el caos de mi interior, para mirar a Mimi y alzar las cejas.
               -Bueno, Mím, ya sé que soy muy guapo y tal, pero… lamentablemente para ti, estoy pillado.
               -Y de qué manera-se burló Sabrae, y yo puse los ojos en blanco.
               -No lo digas así, como si no estuvieras igual de pilladísima que yo, guapa.
               -Yo jamás he dicho lo contrario-ronroneó, dándome un beso en el costado que extendió un ramalazo de fuego por todo mi pecho y al que mi entrepierna respondió con el mismo entusiasmo del soldado que está ansioso por ganarse la gloria y la fama en una expedición al extranjero. Me mordí el labio para no pedirle que parara, porque la verdad era que no quería que lo hiciera.
               Mimi parpadeó de nuevo, todavía sin procesar del todo que estuviera allí. Cualquiera diría que estaba encantada de la vida con esto de ser hija única, pero yo sabía que me había echado terriblemente de menos… básicamente porque yo también la había echado de menos a ella.
               Pero importancia a lo importante. Le chasqueé los dedos frente a la cara para que se concentrara, y sólo así conseguí sacarla de su trance. Dio un brinco y clavó unos ojos en los que se notaba la mezcla de mamá y Dylan y los oscureció con su enfado. Parece que la alegría de verme le duró muy poco.
               -Pero, ¡tendrás morro! Vienes a casa sin avisar, te andas llamando por teléfono con Sabrae mientras yo tengo que conformarme con tus puñeteras cartas que parecen más bien telegramas, ¿y ahora quieres echarme de casa para poder echarle un quiqui a gusto?
               -Tengo la esperanza de que sea más de un “quiqui”, Mary Elizabeth-respondí con los ojos en blanco, y ella me dio un empujón. No obstante, no pudo mantener por demasiado tiempo su fachada de chica dura, porque sus ojos resplandecieron de felicidad cuando sus manos entraron en contacto con mi vientre. Parecía que hubiera creído que yo no era real hasta que no me tocó, y puede que a eso se debiera su cautela: no quería darse alas para tener esperanzas y luego pegarse una hostia contra el suelo.
                Mimi soltó una risita, me dio otro empujón, y luego otro más, y se echó a mi pecho para estrecharme entre sus brazos y apoyar la mejilla en mi pecho. Le acaricié la cabeza y la espalda, inundándome del aroma a caramelo que desprendía su pelo; como ya estábamos en otoño, Mimi había cambiado su colonia afrutada del verano por la más dulce de esa época del año en la que procedía meterse más calorías al cuerpo en forma de azúcares de gominolas y caramelos.
               Sabrae dio un paso a un lado para darnos un momento de intimidad e hizo amago de soltarme la mano, pero me basó con fulminarla con la mirada una sola vez para que cambiara de opinión. Ni se te ocurra, pensé cuando noté que sus dedos cedían entre los míos, y pareció entenderlo, porque renunció a poner distancia entre nosotros. Ya había habido suficiente. Podía conformarme con un mínimo contacto, pero me volvería loco si ella se alejaba algo más de mí.
               Mimi hundió la cara en mi pecho e inhaló profundamente, como no descartaba hacer yo cuando por fin tuviera a Sabrae en mi habitación, abierta de piernas para mí. La diferencia estaba en que a mí me encantaría su olor. En cambio, a mi hermana le parecía que era un buen momento para ponerse exquisita.
               -Hueles a tigre-musitó, poniendo de nuevo la mejilla sobre mi pecho. Es absolutamente repugnante.
               Puse los ojos en blanco mientras contenía el impulso de alejarla de mí, porque si era verdad que le olía mal (era bastante probable que fuera así), pero aun así no me soltaba, era que me había echado más de menos y necesitaba tenerme más cerca de lo que yo pensaba.
               Así que solté:
               -Pues tengo pensado oler peor en un rato-miré a Sabrae con intención, que soltó una risita y asintió con la cabeza. Me tiró suavemente de la mano como para decirme que ya estaba bien y que luego me reencontraría con Mimi, ya que teníamos cosas más urgentes que hacer. Así que le di un beso en la cabeza a mi hermana y la empujé suavemente para que me diera espacio. Mimi se apartó el pelo de la cara y preguntó:
               -¿Has venido por el cumpleaños de Tommy?-cuando vio que asentía, continuó-: ¿Hasta cuándo piensas quedarte? Porque Scott no tiene pensado hacer nada hasta el fin de semana, cuando podamos ir todos.
               -Scott será el millonario del grupo, pero el mayor y el que manda soy yo.
               -Yo no tengo entendido eso-rió Sabrae, y yo la fulminé con la mirada.
               -Habría que ver lo fiables que son tus fuentes para que no sepas eso.
               -¿Te vas a quedar a dormir en casa?-insistió Mimi.
               -¿Por?-fruncí el ceño, y miré a Sabrae cuando Mimi la miró con cierto nerviosismo. Saab chasqueó la lengua.
               -Ah, ¡es verdad! Hoy te toca su cama.
               -¿Os estáis repartiendo mi cama?
               -No te hagas el ofendido, que tú no la estabas usando.
               -Espero que se me compense por las molestias-exigió Mimi en un tono que yo no le había escuchado usar jamás cuando se dirigía Sabrae, y que me puso un poco territorial, debo decir. No me gustaba una mierda que Mimi se pusiera en plan chulo con Saab, no porque no creyera que mi chica podía manejarlo, sino porque llevaba muy mal las faltas de respeto a mi novia. Ya me había peleado con Sergei tanto por Mimi como por Sabrae, así que en eso estaban igualadas, pero mientras que me costaría mucho dejar que Sabrae hablara mal de Mimi (si es que alguna vez lo hacía, ya que no pensaba que mi hermana le diera motivos para estar enfadada con ella y sentir la necesidad de criticarla), con Mimi directamente me resultaría imposible.
               -Ya lo negociaremos cuando él se vaya-dijo Sabrae en un tono fastidiado que tampoco le había escuchado usar con Mimi. Sí con Shasha, y sí con Scott, pero no con Mimi.
               -No-respondió Mimi, tozuda-. Lo negociaremos ahora, o no hay trato. Nunca se decide el precio de algo cuando ya se ha entregado.
               Sabrae inclinó la cabeza a un lado.
               -Odio que Bey venga a contarte lo que ha aprendido en la facultad.
               -Tú vives con una abogada; problema tuyo si no has aprovechado lo que tenías en casa hasta ahora-Mimi se cruzó de brazos-. Quiero la camisa beige.
               -¿La del logo de géminis en el bolsillo?
               -Sí.
               -¿Qué coño se supone que estáis haciendo?-pregunté, pero las dos me ignoraron.
               -¡Ni de coña! Es a la que mejor se le impregna el olor, y también la más suave. Además, ese tono de marrón no te queda bien con lo pálida que estás.
               -¡Me da igual! Es la más cómoda para dormir con ella, y todavía le dura un poco su olor-mi hermana me señaló con un dedo acusador-. ¡Además, tú estás usando su aftershave para depilarte las piernas cuando quedamos en que no lo haríamos!
               -¡¡Pero si lo estoy reponiendo, Mary Elizabeth!! ¡¡Además, tú vives en su casa!! ¡La casa huele más a él que su puñetera camisa!
               -¡QUIERO LA CAMISA BEIGE!-bramó Mimi.
               -¡NO!
               -Dale la puta camisa beige, Sabrae-suspiré, y Sabrae me miró.
               -¿Seguro que quieres ponerte de su lado? Ten en cuenta que yo tengo tus huevos entre los dientes muchas más veces que ella.
               -Ew, qué asco-escupió Mimi, estremeciéndose, y Sabrae abrió las manos con los brazos extendidos en su dirección.
               -¿¡Lo ves!? ¡No se merece tu camisa beige!
               -¡Si no le das mi puta camisa no vas a tener mis huevos entre los dientes, así que creo que lo mejor es que nos centremos en lo que es verdaderamente importante ahora!
               Sabrae me fulminó con la mirada, ceñuda.
               -Me las vas a pagar-advirtió, y se giró hacia mi hermana-. Está bien. Te traeré la camisa beige.
               -Lo quiero por escrito.
               -Mary Elizabeth-advertí mientras Sabrae tomaba aire sonoramente.
               -¿Qué? ¿Y si no me la da?
               -Te la va a dar.
               -Pero, ¿y si no lo hace?
               -Si no lo hace, me lo dices y vengo y la obligo a dártela-Sabrae me dedicó una sonrisa oscura, porque sabía de sobra lo que implicaba que yo le obligara a darle una prenda a mi hermana. Seguramente me esperaría sentada en su cama, con ella puesta, y estaría ansiosa porque se la quitara.
               -¡Hala, ya le has dado una razón para no dármela!
               -¡Deja de ser tan plasta y déjanos pasar!
               -Y también quiero-continuó mi hermana, poniendo una mano en la  puerta para que no pudiéramos pasar- que vuelvas a activar la opción Premium de su cuenta de Spotify. Estoy harta de tener que escuchar sus listas en aleatorio.
               -Dios mío de mi vida…-suspiré.
               -¡Lo hice porque él me lo pidió!
               -¿Y si Alec te pidiera que te tiraras de un puente, te tirarías?
               -¡Igual te empujaba a ti para que dejes de ser tan pesada!
               -¡NO SE PUEDE BAILAR EN CONDICIONES CON LOS PUÑETEROS ANUNCIOS DE SPOTIFY!
               -¡¿Sabéis qué os digo?! Que os den a las dos. Haced lo que os dé la puta gana. Sabrae, eres millonaria; dale todo lo que te pida, pero haced el favor de dejar de pelearos, o me voy a pasar todas mis vacaciones en casa en este puto rellano. Y he venido a Inglaterra con un objetivo, uno solamente, y es empotrarte hasta que no puedas andar. Como no te me abras de piernas medio millón de veces, os juro por Dios a ambas que os pienso montar tal pollo que tendréis que huir del país. ¿He sido claro?
               -Como si a mí me importaran tus frustraciones sexuales-se chuleó Mary, poniendo los brazos en jarras y alzando la mandíbula, muy digna. La miré fijamente y cogí la mano de Sabrae.
               -Te vas a acordar de esta. Mañana mismo le pongo cerradura a mi habitación y le doy la llave sólo a Sabrae. Valiente desgraciada estás tú hecha. Así que te crees muy graciosa, ¿eh, Mimi? ¡Muy bien! ¡¡Pues quédate con mi habitación si quieres, pero luego no lloriquees con que Sabrae y yo no te dejamos dormir porque estaremos demasiado ocupados FOLLANDO COMO PUTÍSIMOS CONEJOS!!-ladré, entrando en casa mientras Mimi retrocedía, asustada. Pero, ¡joder!, es que era verdad. Todo lo de que despejara la casa era para comodidad de mi familia, no mía; yo podía perfectamente tirarme a Sabrae en medio del salón, con medio centenar de personas mirando. Para mí no suponía ningún problema tener público, y dado el tiempo que había pasado, sospechaba que para ella tampoco.
               Mimi nos miró a ambos con el ceño fruncido, consciente de repente de que si yo tenía que formar equipo con alguien, no iba a ser con ella, sino con Sabrae. Así que bufó, sus ojos saltando de los míos a los de Sabrae, que a duras penas podía contener su gozo por haber ganado la discusión gracias a mí, y, apretando los labios, asintió con la cabeza. Por fin.
               Ya me veía encima de Sabrae, comiéndome sus tetas, hundiéndome en su coño y saboreando su sudor, cuando la puerta de la cocina se abrió.
               -Mimi, ¿con quién estabas habl…?-empezó mamá, y se quedó clavada en el sitio al ver con quién estaba discutiendo su única hija. ¡Con nada más y nada menos que su hijo preferido y la única razón por la que se levantaba cada mañana! La única e irrepetible.
               Bromas aparte, la verdad es que cuando vi a mamá salir de la cocina con un moño apresurado, medio deshecho a pesar del tiempo que hacía que se lo había atado, algo dentro de mí se despertó. Fue como si tuviera una bestia dentro que había permanecido dormida hasta que escuchó la voz de mamá, respondiendo sólo a sus palabras como lo había hecho durante mi más tierna infancia, en que solamente había sido su voz donde yo había encontrado consuelo a mis pesadillas, ésas en las que la escuchaba sollozar y no tenía manera de hacer que parara, de hacerla feliz.
               Vale, había venido por Sabrae, y Tommy había sido la excusa perfecta para regresar a casa, pero no había tenido una cosa en cuenta: yo tenía dieciocho años, y todavía no hacía ni uno (aunque ya quedaba menos) desde la primera vez que había probado los labios de Sabrae y que había descubierto las maravillas que en ellos se escondían. Me había pasado diecisiete años vagando de un lado para otro y, a pesar de todo, sintiéndome seguro cada noche, porque sabía que tenía un lugar al que ir cuando ya no me quedaran apenas energías, en el que podría descansar, recuperar fuerzas y seguir en aquella travesía que yo ni siquiera sabía que era en realidad una búsqueda. Si tenía un sitio al que llevarme a Sabrae para hacerla mía y reequilibrar todo el universo, o si tenía siquiera un nombre que ella pudiera gemir o jadear, era por una persona y solo una persona.
               Mamá.
               Ella había sido la que había insistido en ponerme mi nombre, el único que conservaba desde que había nacido; la que había permanecido en la guardia del monstruo porque no tenía ningún otro lugar al que ir y en el que poder tratar de mantenerme a salvo, la que había sido siempre el escudo que se interponía entre el mal que me había engendrado y yo; la sonrisa cuando me despertaba y los brazos que me acunaban antes de dormir; la que me había alejado del peligro sosteniéndome con fuerza contra su pecho para que yo no pudiera mirar alrededor y ver cómo el mundo se estaba desmoronando de la que pasábamos. La que me había hecho ser quien era y no había permitido que mis demonios y mi herencia se hicieran con el control de mi cielo y mi futuro, la que había puesto los ojos en blanco un millón de veces cuando yo hacía alguna gilipollez, porque ella sabía que podía hacerlo mejor de lo que lo hacía; la que había confiado en mí y me había querido cuando yo no lo hacía; la que me había dado libertad para equivocarme y labrarme mi propia senda mientras me convertía en un chico que las amigas de Sabrae no querían cerca de ella, y luego, la que me había ofrecido la libertad de disponer de casa cuando yo quisiera para poder estar con mi novia a solas. La que no había protestado cuando le pedí sin palabras que diera un paso atrás cuando Sabrae entró en mi vida, sino que se había alegrado de que por fin hubiera encontrado a ese alguien especial que podía quererme como lo hacía ella. La que me había mirado con tristeza cuando le comenté que estaba pensando en irme de voluntariado, pero jamás pensó en cortarme las alas. La primera que había confiado en que sobreviviría a estar conmigo mismo, yo solo, en sitio en el que ninguno de mis apellidos, ni el que me había tocado cuando nací ni el que ahora ostentaba con orgullo, tuvieran ningún otro significado que el de ser dos palabras que acompañaban a mi nombre, ése nombre a cuyo alrededor había construido toda mi existencia y mi personalidad. Alec, el protector.
               Mamá me había protegido de mi padre, de Aaron, y también de mí mismo dándome una libertad de la que yo había abusado durante tantos años que casi me había vuelto inmerecedor de ella. Pero si no me la hubiera dado, yo no sabría todo lo que sabía y no habría sido capaz de marcar un antes y un después en la vida de Sabrae, volviéndola un poco más extraordinaria si cabe.
               Así que no había venido sólo por Saab, por Tommy y por el resto de mis amigos. Tampoco solamente por Mimi. No, también había venido por mamá.
                Sus ojos se abrieron como platos, reflejando una luz dorada que se colaba por las ventanas que daban al jardín como las últimas explosiones de un día que se prometía glorioso, incluso aunque al sol le quedaran minutos sobre el horizonte. Cuando cayera la noche pasarían cosas épicas, tanto con mis amigos como con mi novia, pero de momento no era aún el puto Alec Whitelaw, el rey de la noche y de todo Londres, sino simplemente Al. Estaba en casa, y eso era lo único que importaba.
               El fuego que Sabrae había prendido dentro de mí no tuvo más remedio que retroceder, reconociendo la calma que siempre me había inundado cuando estaba en presencia de mamá como las aguas de un oasis. Aunque ella era más pequeña que yo, siempre me había sentido protegido en su presencia, porque sabía que no permitiría que nada me hiciera daño.
               Podía ser yo sin más también con ella. Puede que fuera la única persona con la que había podido ser yo sin más antes de que Sabrae entrara en mi vida.
               -Alec-jadeó, y el paño de colores que tenía entre las manos se le cayó al suelo. Me observó como quien observa a un animal mitológico que acaba de entrar en casa, como el cazador de unicornios que se lo encuentra por fin en un claro y decide que su cuerno no es tan valioso como lo es la vida del animal, con su belleza indescriptible.
               -Hola, mamá-saludé con una cierta timidez a la que no estaba acostumbrado. Me daba un poco de vergüenza haber tardado tanto en pensar en ella, lo admito. A pesar de todo, ella me perdonó enseguida, y salvó la distancia que nos separaba en una apresurada carrera en la que las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas. Cuando chocó conmigo, lo hizo con tanta fuerza que tuve que dar un paso atrás para absorber parte del impacto, y me reí por lo bajo.
               Mientras mamá hundía la cara en mi pecho e inhalaba profundamente por encima de sus sollozos, Dylan y Mamushka se asomaron a la cocina, ambos secándose las manos con sendos paños de cocina de colores. Le di un beso en la cabeza a mamá y asentí con la cabeza en dirección a Dylan, que se limitó a sonreír y darme la bienvenida antes de girarse para mirar a mi abuela y decirle en un ruso bastante deficiente: “me debes cincuenta libras”.
               Mamushka puso los ojos en blanco y los brazos en jarras.
               -Los hombres de hoy en día ya no tenéis ningún detalle con vuestras mujeres-escupió en ruso, el único indicativo que tuve de que me estaba hablando a mí-. Hace dos meses que no estás con Sabrae, ¿y no se te ocurre llevártela a su casa para recuperar el tiempo perdido antes de venir a vernos?-protestó, negando con la cabeza. Sabrae miró a Mimi, que le tradujo rápidamente lo que acababa de decir nuestra abuela, y se rió por lo bajo.
               -Eso intento, Mamushka, pero tu descendencia no me lo permite.
               -No nos has avisado de que venías-gimoteó mamá en mi pecho, y yo bajé la vista y la miré.
               -Mañana es el cumpleaños de Tommy, madre-respondí como si aquella fuera la contestación a todas las preguntas del universo-. Ya sabes que yo no me pierdo una sola fiesta.                   Sabrae rió de nuevo, probablemente oyendo un reto en mis palabras. En realidad sí que había una manera de que me perdiera la fiesta de cumpleaños de Tommy: que ella se negara en redondo a vestirse. Entonces sería incapaz de salir de mi cama.
               -Aun así-respondió, todavía con la cara hundida en mi pecho- podrías habernos dicho algo.
               -¿Por qué, señora? ¿Tienes mi habitación alquilada? Me consta que hay bastante demanda-dije con intención, mirando a Mimi y a Sabrae, que tuvieron la decencia de mostrarse un poco avergonzadas por el espectáculo que acababan de dar-, pero pensaba que podía volver y reclamarla cuando quisiera, que para algo soy yo el que más tiempo ha estado en ella.
               Mamá se rió, y me regodeé un poco por dentro en poder poner ese sonido en su boca.
               -¡Claro que sí! No digas bobadas, hijo. Aunque también es verdad que ha habido bastante demanda de ella últimamente-miró a las chicas con intención, y no se me escapó la manera en que Sabrae se revolvió, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro. Mimi no estaba para nada afectada por las atenciones de mamá, así que el que Saab reaccionara así sólo podía significar una cosa: que había disfrutado, y mucho, de sus noches a solas con mi cama.
               Me la imaginé rememorando las cosas que habíamos hecho en ella, las veces en que le había pedido que se masturbara para mí, para que yo pudiera verla; cuando nos habíamos masturbado juntos pero no revueltos, mirándonos y regodeándonos en saber que éramos los protagonistas, dueños y señores del placer del otro. Sin olvidar, por supuesto, las veces en que su cuerpo se había confundido con el mío, habíamos respirado los jadeos del otro y habíamos disfrutado del sabor del cuerpo del otro entre las sábanas de mi cama. Le había dicho allí que la quería y que mi casa era su hogar si ella lo deseaba, y había sido en mi cama, y no en otro lugar, donde habíamos hecho el amor por primera vez, ya como novios, después del accidente, cuando me había pintado de dorado esas cicatrices que tanto miedo me daba que viera por si hacían que dejara de resultarle atractivo, y a las que había respondido con el entusiasmo propio de una reina que recupera su corona por fin, aunque esté partida y haya perdido gran parte de sus joyas, pero que le es infinitamente querida por el valor sentimental que tiene.
               Me imaginé a Saab cerrando la puerta, quitándose la ropa, abriendo la cama y metiéndose bajo las sábanas, que acariciarían sus muslos y sus senos mientras separaba las piernas y bajaba una mano a explorar ese rincón que yo tan bien conocía, y al que no le haría ascos en ningún momento del día, estuviera lo cansado que estuviera y aunque tuviera la agenda hasta arriba de quehaceres. Me la imaginé agarrándose al cabecero de la cama, arqueando la espalda mientras se rodeaba el clítoris y se metía los dedos, jadeando mi nombre y cerrando con fuerza los ojos para poder fingir que eran los míos, y no los suyos, los que estaban allí, invadiéndola, reclamándola, haciéndola disfrutar. Me imaginé su sudor empapando las sábanas, su orgasmo derramándose sobre el colchón, su respiración agitada y satisfecha cuando finalmente alcanzara el clímax empañando una claraboya en la que le encantaba ver su reflejo cuando yo me ponía encima de ella.
               Me la imaginé probando su sabor igual que lo hacía yo, y sonriendo al sentirse feliz y acompañada; recorriendo las deliciosas montañitas de sus pezones e impregnándolas de sus fluidos antes de volver a la carga, porque Sabrae no podía masturbarse solamente una vez pensando en mí; no, si yo no dejaba que tuviera solamente un orgasmo cuando estábamos juntos.
               Y, por supuesto, la Sabrae de mi imaginación no pensaba en si estaba sola en casa o no. Seguramente no lo pedía, ni tampoco iba cuando sabía que mi familia estuviera ocupada en otros quehaceres que le dieran intimidad, así que mi habitación era el pequeño rincón en el que tendría que recrear su cosmos una y otra vez, y guardárselo en el bolsillo apresuradamente cuando hubiera terminado con él. No tendría sexo en la cocina, ni en el salón, sobre el sofá en el que varias veces la había hecho mía; ni siquiera se habría dado placer en la bañera que tanto le había gustado estrenarla primera vez que nos metimos en ella.
               Bueno, eso podía arreglarse. Puede que Sabrae tuviera pudor de pedir estar sola en mi casa, pero yo no.
               -Hablando de cosas que están solicitadas… ¿nos dejaríais la casa libre un par de horitas o tres?-pregunté.
               -¿Tres?-rió Sabrae-. A Scott le dará algo si le tenemos esperando para la fiesta de Tommy más de dos horas.
               -A mí sí que va a darme algo como no estés sin ese vestido durante mínimo medio año, bombón, y no me ves quejarme.
               -Espera, espera, ¿cómo dices? ¿Quieres que nos vayamos de casa? ¿Y para qué?
               Sabrae y yo miramos a mamá.
               -Mamá, no pensé que tuviera que explicarte esto porque has pasado por tres embarazos, pero cuando un chico y una chica…
               -Ah, no. Ni de coña. ¿Qué coño te piensas que es esto, Alec? ¿Tu picadero particular?-protestó-. ¡Es que no me lo puedo creer!
               -Acaba con él, mamá-la animó Mimi mientras mamá empezaba a despotricar, y yo puse los ojos en blanco.
               -Te voy a tirar de los pelos, Mary. Cierra la boca-la urgió Sabrae, y Mimi le hizo un corte de manga.
               -¡Te pasas dos meses sin dar más señales de vida que unas cuantas cartas mal enviadas, vienes a Inglaterra de forma exprés y ni nos avisas, te…!
               -¡Estaba en una misión diplomática de emergencia, resolviendo una crisis internacional muy chunga, ¿vale?!
               -¿Llamas crisis internacional a que Sabrae quiera dejarte?-se quejó Mimi.
               -Mary Elizabeth, te estás coronando hoy, ¿eh?-bufó Sabrae.
               -¡Pues sí, tía lista, porque imagínate que Sabrae rompe conmigo y yo elevo el nivel del mar varios decámetros con mis lágrimas! ¡Imagínate la cantidad de refugiados climáticos que eso generaría!
               -¡… te dedicas a corretear detrás de animales en el culo del mundo y me dices que no me preocupe porque tomas precauciones, cuando a Sabrae le das hasta las estadísticas para que esté más tranquila, te plantas en casa-bramó-, sin avisar de que vienes, y cuando te pregunto por qué ni siquiera tienes la decencia de mentirme y decirme que es porque me echas de menos, sino porque es el cumpleaños de uno de tus amigotes! ¡¡DAME UNA RAZÓN POR LA QUE NO DEBERÍA CASTIGARTE SIN SALIR DE TU HABITACIÓN POR SER, NO SÉ, EL PEOR HIJO DE LA HISTORIA!!
               -Que me han quitado un pedazo de pulmón y ya no estoy para escaparme de casa por la claraboya.
               Mamá parpadeó, estupefacta. Echó la cabeza hacia atrás como un pavo al que le dicen que lo van a asar en Acción de Gracias. Si no se lanzó a por mí fue porque Dylan no pudo evitar reírse por lo bajo, lo cual la distrajo lo suficiente para que su enfado no terminara de cuajar.
               -Y no sería mentira que te he echado de menos, mami-ronroneé, juguetón desde mi metro ochenta y siete de estatura. Mamá giró la cabeza de nuevo para mirarme a mí, su hijo predilecto, su ojito derecho, el más guapo, con diferencia, de toda su descendencia. ¿Cómo no iba a concederme todos mis caprichos, si era su solecito personal?
               -Eres un jodido sinvergüenza y un interesado-espetó-. ¿Cómo tienes la caradura de hacerme el chantaje emocional para que te deje la casa disponible para que hagas lo que te dé la gana con ella, principito?
               -A ver, mamá, lo que tengo duro es otra cosa; y te lo pido por educación y por vuestro propio bienestar, pero si prefieres que Sabrae te deje sorda con lo fuerte que pienso hacer que grite, pues oye, tú misma. Porque no te equivoques, mamá: no pudiste pararme antes y no vas a poder pararme ahora, y pienso follarme a Sabrae como está mandado, estés en casa o no.
               -Creo que sobrevaloras la fuerza de mis cuerdas vocales, Al-bromeó Saab.
               -Tienes los mejores pulmones de Inglaterra, nena. Haz el favor de no subestimarte delante de mí, porfa. Es muy ofensivo y, la verdad, me corta el rollo bastante.
               Mamá abrió la boca para protestar, pero Dylan, bendito sea, dijo su nombre.
               -Ya lo reñirás por no haber venido a vernos más adelante-la consoló-. Es evidente que ahora no te va a escuchar, así que… no desaprovechemos su visita, ¿quieres?
               -Gracias, Dylan. Qué falta hacen más hombres en esta casa-dije.
               -¿Quiere algo más Su Majestad? ¿Que le pongamos un pisito en la playa, o algo así?-ironizó mamá.
               -Hombre, pues ya que lo dices… la verdad es que no estaría mal cenar unas albondiguitas de las tuyas, mami. Las más ricas del mundo-ronroneé, relamiéndome, y ella me miró con los brazos en jarras.
               -¿Y dónde pretendes que te las cocine, eh? ¿En el jardín, al fuego, como los cavernícolas?
               Le puse ojitos y ella me mantuvo la mirada, seguramente lamentando no haberse ligado las trompas en cuanto cumplió los dieciocho. Continué poniéndole ojitos hasta que finalmente suspiró.
               -Os doy una hora, no más. Tengo que ir al súper a por la carne picada, y sabes que me llevan tiempo si quiero hacerlas bien.
               -¡SÍ!-celebré, dando un brinco y estrechando a mamá entre mis brazos.
               -¡NO!-protestó Mimi-. ¡Mamá!
               -¡Te jodes! ¡Soy el favorito!-festejé, sacándole la lengua.
               -Haz que lo pase un poco mal-dijo mamá cuando la dejé por fin el suelo, mirando a Sabrae, que asintió con la cabeza, una media sonrisa oscura y muy, pero que muy prometedora cruzándole la boca.
               -Ya lo está haciendo. Está vestida, ¿no?
               Sabrae se echó a reír, Mimi puso los ojos en blanco y fingió una arcada, y mientras mamá subía a cambiarse de ropa y coger su bolso, abracé a Dylan y Mamushka y les di las gracias por su generosidad.
               -Cuánto ha degenerado esta familia…-se lamentó mi abuela, negando con la cabeza. El tiempo que pasó entre que mamá se cambiaba y regresaba con nosotros para mí fue eterno, pero, por fin, después de comprobar varias veces todas las cerraduras y desesperarme porque no se piraban, finalmente se montaron en el coche y enfilaron la calle. Pude ver que Jordan asomaba la cabeza por una de las ventanas del cobertizo, y le levanté el pulgar para indicarle que todo estaba en orden.
               Sabrae tenía los ojos puestos en el coche, la mirada perdida en la calle, y cuando aquel giró la esquina y nos quedamos realmente solos, esperó con paciencia a que yo terminara de cerrar la puerta del garaje.
               El clic del mecanismo de la cerradura fue el pistoletazo de salida para uno de mis mayores maratones sexuales, lo sabía. Así que miré a mi chica, que estaba despampanante en su vestido granate, que se le pegaba como una segunda piel a unas curvas todavía más acentuadas a las que me tenía acostumbrado, y, plenamente consciente de la electricidad que había entre nosotros, le dije:
               -Reza lo que sepas.
               Por la manera en que sonrió, con una sonrisa que dejaría a la mía de Fuckboy® en bragas, me di cuenta de que el que tenía que rezar, más bien, era yo.
 
 
Pobrecito mío. Creía en serio que tenía alguna posibilidad de sobrevivir a esa noche.
               Si ya a que hubiera venido más moreno, más musculoso, y con un corte de pelo que le quedaba de muerte (aunque no estaba segura de si lo prefería al anterior) tenía que añadirle lo territorial que se había puesto conmigo y defendiéndome de su familia, con la que ni siquiera teníamos ningún problema más allá de unos ciertos celos que yo podía entender de Mimi, y más aún de Annie, Alec tenía ante sí a una versión de mí misma que era poco menos que un cóctel explosivo de hormonas ansiosas por premiarle todo el comportamiento que había tenido a lo largo de los dos últimos meses.
               Mi vida se había ido a la mierda en el mismo momento en que su avión despegó, como si más que un avión hubiera sido un cohete directo a mi estabilidad y paz mentales. Lo había echado de menos incluso cuando todavía le estaba dando el último beso de despedida, contando con que tardaría trescientos sesenta y cuatro larguísimos días en volver a verlo o tener noticias de él. Su primer videomensaje había sido un gramo de pólvora que había inaugurado la montaña en la que ahora se concentraban sus cartas, sus llamadas de teléfono, sus jadeos al otro lado de la línea cuando me guió mientras me masturbaba en el hotel de Nueva York. Y luego había venido para demostrarme que no podía dejarlo, que le pertenecía enteramente, y él a mí, y había prendido una llama que llevaba consumiéndome en un resignado silencio desde que se marchó sin poseerme. Puede que aquel fuego fuera la causa de todos mis problemas, y que me hubiera derretido el cerebro en el proceso de quemar cada centímetro de mí que no estaba en contacto con él, y puede que de sus cenizas fuera a resurgir como un fénix una vez él volviera a casa, conmigo, si es que quedaba algo de mí que pudiera rescatar y disfrutar.
               Contaba con tener mucho tiempo para acostumbrarme a la sensación de estar deshaciéndome en un incendio como pocos había habido nunca, puede que solamente comparable con la llama de las olimpiadas que, si la leyenda era cierta, llevaba ardiendo incansable desde que se había celebrado la primera en la antigua Grecia. Grecia… la cuna de los dioses más poderosos y de la civilización moderna, de las leyendas que explicaban los milagros a que nos habíamos enfrentado los seres humanos desde que habíamos levantado las manos del suelo y habíamos empezado a caminar erguidos. La primera cultura con dioses que tenían facciones enteramente humanas.
               La primera cultura de la que podía manar algo tan glorioso como Alec. Alguien cuya presencia pudiera caldear tu cuerpo hasta tenerlo a la misma temperatura que el sol, y que no te dejaba acostumbrarte a esa nueva sensación de que la piel te burbujeaba allí donde él no te tocaba.
               Sí, contaba con que mi fuego terminara siendo como una cicatriz que protesta con los cambios de tiempo, una articulación mal sanada que de vez en cuando te da guerra para recordarte que no has pasado una vida sin lesiones…
               … pero él había llegado antes de que las fuerzas de la naturaleza que luchaban en mi interior decidieran que era necesaria una tregua, y eso tendría consecuencias catastróficas para mi saber estar.
               Y deliciosas para la mujer que llevaba dentro, la que él me había hecho descubrir.
                No pretendía en serio vacilarme, calentarme, defenderme como un macho alfa y que yo no me comportara como su entusiasmada hembra alfa, dispuesta a complacerlo en todo lo que quisiera y a reducir mi existencia a aparearme con él, ¿no? Porque si no era ésa su intención, desde luego, serían las consecuencias de sus actos.
               Podía sentir el espacio entre mis piernas palpitando por la anticipación cuando me miró y me dijo que rezara lo que supiera, y no necesitaba mover las piernas para darles a mis muslos la fricción que normalmente era necesaria para confirmar que estaba empapada. Sentía toda mi piel sensible, mis caderas más necesitadas de acción, y los pechos me dolían dentro del sujetador. Ni siquiera me había puesto a pensar aún en que si Alec había cambiado, yo lo había hecho en igual medida, y mientras que él lo había hecho para bien, yo había sido más bien al contrario; lo único que me ocupaba la mente era lo guapo que estaba, lo solos que estábamos, y la tensión que había entre nosotros.
               Creo que nunca, jamás, había sentido su presencia de una manera tan física y el aire entre nosotros tan denso como en ese preciso instante en que me prometió con cuatro palabras la mejor noche de toda mi vida. Dudaba que encontrara en mí la fuerza de voluntad necesaria para salir de la cama, incluso agotada y sudorosa, después de utilizar su cuerpo para saciar esa sed que ni mis manos ni el vibrador que me había regalado en Mykonos habían podido aplacar.
               Alec estaba de pie, alto como un faro de esperanza al final de una larguísima travesía con tormentas que no me habían dado tregua, atractivo como la estatua de un dios hecha carne para una sacerdotisa más que dedicada. Los ángulos que lo componían parecían definidos exclusivamente para que mis dedos los recorrieran.
               Así que eso hicieron. De dos pasos, uno cada uno, salvamos la distancia que nos separaba y nos entregamos a un beso sucio, primitivo y animal como no nos lo habíamos dado en casi dos meses. Ni siquiera cuando él estuvo en mi casa nos comportamos como seres totalmente irracionales que tenían un instinto nada más, un único deseo: el sentir el cuerpo del otro alrededor del propio, el saborear su saliva y los demás fluidos de su cuerpo en la que sería la mejor noche de nuestras vidas.
               Alec me agarró de las caderas y bajó hasta mis nalgas, apretándome contra él mientras me empujaba en dirección a la pared más cercana. Separé un poco las piernas, y cuando mi espalda chocó contra el muro, exhalé un jadeo que él no dudó en mordisquear. Levanté un poco una pierna, y él aprovechó la posición de su mano para afianzar mi abrazo, de manera que le pasé una pierna por la cadera mientras que la otra permanecía anclada en el suelo.
               En esta postura nuestros sexos estaban prácticamente a la misma altura. Si hubiéramos estado desnudos, le habría bastado con guiar su delicioso y poderoso miembro a mi abertura para penetrarme. Alec gruñó contra mis labios, capturando el inferior entre los dientes y tirando suavemente de él, cuando lo apreté contra mí y sintió mis ansias de él presionándole la erección.
               -No me hago responsable de lo que voy a hacerte esta noche.
               -Por favor, háztelo-respondí entre jadeos mientras su mano se deslizaba por mi muslo, por dentro del vestido, y llegaba hasta el elástico de mi ropa interior-. No te haces una idea de lo que echo de menos follar con mi novio.
               -Es gracioso que lo digas, porque yo también echo muchísimo de menos follar con mi novia-contestó contra mi boca, jugueteando con la tira de mi tanga y tirando de ella hacia arriba, hundiéndola en mis pliegues de una forma tan irresistible que se me escapó un jadeo-. Joder, Sabrae. Ya puedo oler lo mojada que estás. Te follaría contra esta misma pared si no quisiera probar tu delicioso sabor.
               -No quiero que me lo hagas en la pared-respondí, negando con la cabeza mientras me mordisqueaba el cuello. Empecé a mover las caderas en círculos, presionando su sexo contra el mío, y Alec dejó escapar un gruñido gutural que hizo que me estremeciera de pies a cabeza. Clavé las uñas en su musculada espalda, y me deleité en la sensación de músculos que antes no estaban ahí, o por lo menos no tan presentes-. Quiero sentir cada centímetro de tu cuerpo sobre el mío. Cada… centímetro…
               Alec me dio un nuevo beso invasivo, reclamándome para él, como si alguna vez pudiera olvidárseme a quién le pertenecíamos yo, o mi placer. Creía en Dios por él. No podía no haber nada más allá de las estrellas, algo que respondiera de todo y que tuviera un plan maestro que por fuerza tenía que cristalizar en Alec. Me negaba a creer que algo tan perfecto y poderoso como Alec fuera producto del azar. Mi chico era la mayor obra de ingeniería y arte conjuntas que se hubiera concebido jamás.
               -Oh, y lo sentirás, nena-me dio una palmada en el culo y hundió los dedos en mi carne, deteniendo el baile de mis caderas de manera que la base de su polla, todavía confinada en sus pantalones, estuviera contra mi sexo-. Sentirás cada puto centímetro de mi cuerpo. Pero antes… quiero probarte. Sólo así conseguiré tranquilizarme lo suficiente como para no hacerte daño.
               -Hazme daño-respondí, y Alec se rió contra mi cuello-. Voy en serio. Hazme daño-le pedí, cogiéndole la cara entre las manos y obligándolo a mirarme-. Quiero sentirte. Sé lo que es estar contigo y estar sin ti, y prefiero mil veces cuando recuerdo exactamente tu tamaño porque aún lo siento dentro que cuando tengo que buscar consuelo en mis dedos o el vibrador y fingir que pueden simular que eres tú.
               Le pasé los pulgares por los labios y Alec me mordió uno de ellos.
               -Cuidado con lo que deseas, nena, porque creo que los dos sabemos que ahora mismo estoy tan duro que…-rió por lo bajo-. Joder. El pensar en lo estrecha que podría sentirte no me ayuda.
               -Úsame-jadeé contra su boca, y le mordí los labios-. Alec, úsame. Llevas dos meses fuera. Te mereces hacer conmigo lo que quieras.
               -Quiero que disfrutes.
               -Yo disfruto siempre. Hasta cuando me haces daño. Lo quiero sucio. Hace demasiado que no te tengo de ninguna manera. Y cuando es más sucio es cuando eres más tú. Te quiero a ti. Dentro de mí. Dámelo, sol.
               Alec negó con la cabeza y continuó besándome, y aunque era incapaz de mantener las manos lejos de mí, tampoco era capaz de alejarse más de lo que estaba. Sólo tenía que convencerlo. Queríamos esto, los dos lo hacíamos. No se trataba de grandes gestos ni de momentos especiales; ahora, no. No ahora que nos consumía la necesidad con tanta desesperación. Empecé a mover de nuevo las caderas, disfrutando de la fricción entre nosotros, y eso fue lo que llevó a Alec al límite de su fuerza de voluntad. Gruñó por lo bajo, gimió varios “joder”, “uf”, y “Dios, nena” antes de ceder su última pizca de cordura. Llevó la mano de nuevo por mi pierna, deslizándose por mi glúteo y en dirección a mi sexo. Moví la pierna de forma que le resultara más fácil entrar si lo deseaba, pero se limitó a pasar los dedos por mis pliegues, sobre mi tanga. Se estremeció de pies a cabeza cuando rodeó con el dedo corazón el centro mi ser, redescubriendo mi entrada.
               -Estoy muy mojada-jadeé contra su oído, y Alec se puso rígido.
               -Todo esto es para mí-respondió-, para que yo lo saboree.
               -Mi sabor no va a cambiar si me das lo que quiero.
               Alec continuó masajeándome en círculos, su dedo sin decidirse. Pensé por un instante que sería capaz de mantenerse alejado de mí, que no me tomaría allí, ahora, y aliviaría mi ansia para que pudiera disfrutarlo como se merecía en la cama. Necesitaba estar tranquila para poder empaparme de la sensación de su presencia de nuevo, y no lo estaría hasta que no sintiera su  polla entrando dentro de mí, invadiéndome, abriéndose camino como un rayo en la oscuridad de la noche.
               Entonces, algo dentro de él cambió. La poca tranquilidad que le quedaba le abandonó en el momento en que cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y modificó nuestro centro de gravedad, con lo que su dedo se deslizó dentro de mí, puede que a propósito, puede que por accidente. Gemí; no era suficiente para satisfacerme, pero sí una promesa deliciosa.
               Alec se puso rígido de nuevo, pero esta vez ya no había marcha atrás. Exploró con su dedo en mi interior, marcando el ritmo y la dirección que habían de seguir mis caderas, y se mordió el labio mientras salía de mi interior, sólo para masajear mi clítoris con aquella película de placer que respondía solamente a su nombre.
               -Alec…-supliqué, y aquello fue la guinda del pastel. Igual que mi nombre era mi perdición cuando él lo gruñía mientras me follaba con ganas, el suyo convertido en un gemido suplicante podía hacer maravillas con él, y obligarle a hacer concesiones que primero parecían innegociables.
               Tomó aire y lo soltó muy despacio, tanto armándose de valor como emborrachándose de mí. Sacó su dedo de entre mis piernas y me tomó de la mandíbula, obligándome a mirarlo. Tenía los ojos oscurísimos, casi todo pupila por culpa de la excitación. Yo le estoy haciendo esto, pensé, regodeándome.
               Nos quedamos mirándonos un instante en el que yo temí perder la pelea, aunque la derrota sería casi igual de dulce: si ganaba él, estaba segura de que me llevaría a la cama al momento, donde me haría pagar por lo mucho que le hacía ser el sensato de los dos.
               Y entonces dijo:
               -Si notas que te hago daño, avísame y paramos.
               -Pero yo quiero que me hagas daño.
               -¿Quieres que te haga un puto desgarro, Sabrae?-espetó.
               -Seguiría pudiendo follar incluso con un desgarro, Alec-repliqué, y Alec me fulminó con la mirada, analizando toda mi cara.
               -Si piensas que yo te tocaría un pelo después de hacerte daño así es que estás mal de la cabeza, tía.
               -No tengo que preocuparme por algo que no va a pasar.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Porque estás aquí-respondí, y él entrecerró ligerísimamente los ojos-. No ibas a estar aquí, pero estás. Y yo quiero sentir todo lo que tú eres, Alec. Todo. Nunca me has hecho ningún daño que yo no pudiera manejar; puede que sí alguna molestia, pero… mira cómo estoy-dije, cogiéndole una mano y llevándola de nuevo al hueco entre mis piernas. Sentí sus dedos rozar mi humedad, pero fueron respetuosos y se mantuvieron al margen de mi sexo-. ¿De verdad crees que vas a hacerme algo que yo no quiera?    
               Inhaló profundamente por la nariz, se relamió los labios y, finalmente, fijo:
               -Date la vuelta.
               Dejando escapar un gritito de excitación, hice lo que me pedía. No se cortó un pelo conmigo: me agarró de las caderas y me subió el vestido, de manera que dejó mi culo al descubierto, con el tanga apenas un hilo entre mis caderas y conectándolas con mi sexo. Alec se pasó una mano por la mandíbula y gruñó.
               -Joder, realmente has salido a matar, ¿eh, bombón?
               -Tenía la corazonada de que hoy tendría suerte.
               -El que he tenido una suerte tremenda soy yo-respondió, y se arrodilló entre mis piernas. Apartó el tanga a un lado y, ni corto ni perezoso, hundió la cara entre mis muslos e inhaló. Me estremecí de pies a cabeza, y dejé escapar un sonoro gemido cuando abrió la boca y jugueteó con mi clítoris con la punta de la lengua. Me estremecí cuando Alec volvió a hacer aquello, y si no me hizo correrme con la acción de su lengua y de sus labios, fue porque le pedí que no lo hiciera.
               -Quiero que me folles.
               -Ya estoy follándote. O más bien me estás follando a mí-rió, lanzando una descarga eléctrica en lo más profundo de mi ser. Me puso las manos en los muslos y me separó un poco más las piernas para poder mirarme-. Joder, Sabrae, eres tan preciosa… no puedo esperar a hundirme en este delicioso coño tuyo. Dios, es mi putísima casa.
               -Pues estás esperando porque quieres-gimoteé, y él se rió.
               Se puso de pie y a mí me dieron ganas de llorar. Escuché cómo revolvía en sus bolsillos hasta encontrar el paquetito de un condón.
               -No te lo pongas.
               -Tampoco te pases, guapa.
               -Quiero sentir cómo goteo tu semen cuando subamos arriba.
               Se quedó totalmente quieto.
               -¿Me he pasado de guarrada?-pregunté, mirándolo por encima del hombro.
               -Tú has estado viendo porno mientras yo no estaba, ¿eh?-me puse colorada.
               -He estado… leyendo bastante-admití, y él se rió.
               -¿Por? ¿Me echas de menos?-tonteó, apartándome el pelo del hombro y acariciándome la espalda. Puse los ojos en blanco. ¿En serio tenía que preguntarlo? ¿No veía lo irremediablemente suya que me había hecho desde la primera vez que nos acostamos? Cada vez que me quitaba la ropa para él o él entraba dentro de mis piernas, bien con la lengua o bien con su miembro, me reclamaba para sí y ponía un sello más en mi destino. Me parecía imposible que jamás pudiera pertenecerle a nadie más de lo que lo hacía a Alec. Me parecía imposible ser de nadie que no fuera Alec.
               Cada hora, cada minuto, cada segundo de nuestra separación había sido una búsqueda por recuperar lo que compartíamos, siquiera la décima parte. Claro que le echaba de menos. Aunque no echaba de menos, precisamente, que se comportara como un gilipollas cuando me tenía abierta la piernas y prácticamente goteando mi ansia de él.
               -Bueno, es que… digamos que Hugo hace lo que puede, pero no se compara contigo.
               Me encogí de hombros, como si acabara de abrir la caja de Pandora a propósito. No pude evitar una sonrisa cuando percibí el cambio en su voz al decirme:
               -Ponte de puntillas.
               Hice lo que me pedía.
               -Y pon las manos en la pared.
               Fui tremendamente obediente, algo a lo que él no estaba muy acostumbrado.
               Lo noté en mi entrada, la punta en mi clítoris, descendiendo por entre mis pliegues hasta que…
               … empezó a entrar dentro de mí y yo exhalé un jadeo.
               -Oh…
               Dios mío. Dios. Mío. Era todo lo que necesitaba; todo lo que necesitaba y mucho, pero que mucho más. Era sed y era bebida, era hambre y manjar, era desierto y selva virgen, océano e isla paradisíaca, cielo e infierno.
               Se abrió paso a través de mí de una forma tan lenta que me enloqueció. Sus manos estaban en mis caderas, reteniéndome para que no pudiera imponerle mi propio ritmo.
               -¿En qué hace Hugo lo que puede?-preguntó, llegando hasta el final. Sentí su vientre en mis nalgas, su polla tocando fondo dentro de mí. Se retiró condenadamente despacio, dejando una desoladora sensación de vacío en mi interior, allí donde estaba ensanchándome para él-. ¿En ser tan grande como lo soy yo? ¿En estar tan duro como lo estoy yo?-preguntó, y prácticamente la sacó fuera. Empezó a hundirse de nuevo en mí y yo jadeé-. ¿En abrirte como lo hago yo? ¿Mojarte como lo hago yo?
               Se retiró hasta atrás de nuevo, y entonces me embistió con ganas.
               -¿Follarte como lo hago yo?-preguntó en mi oído, y me mordió el lóbulo de la oreja mientras movía las caderas en círculos, abriendo nuevos horizontes para mí. Mientras con una mano me sujetaba la cadera, con la otra ascendió por mi pecho, manoseando uno de ellos antes de continuar subiendo para llegar a mi cuello-. ¿O te refieres a otra cosa? Quizá quieres que haga algo distinto…-meditó, y salió de mí enteramente. Empecé a gimotear, intenté buscarlo echándome hacia atrás, sin éxito-. Jugar a las cartas, o a los dados, tal vez. Una vez me dijiste que él apenas te tocaba durante el sexo. ¿Quizá es eso lo que quieres?
               -No-negué con la cabeza, y Alec sonrió detrás de mí.
               -¿No? Entonces, ¿quieres que te toque?-preguntó, y volvió a entrar en mi interior. Asentí con la cabeza, mordiéndome el labio y echándome hacia atrás para él.
               -Sí. Dios, Alec, sí.
               -Que te toque, ¿cuánto?
               -Mucho. Muchísimo.
               -¿Y por dónde, Sabrae?
               -Por donde quieras. Por todas partes, Alec. Por favor-gemí cuando llegó al fondo de mí y se retiró despacio. Iba a volverme jodidamente loca-. Por favor, Alec.
               -Qué bien te sienta suplicar, nena. Quiero que lo repitas-indicó, bombeando un poco más deprisa dentro de mí. Dios mío, iba a volverme loca. Se sentía tan bien…
               -Por favor…
               -No, eso no. Mi nombre. Di mi puto nombre-ordenó.
               -Alec.
               -Más fuerte.
               -¡Alec!
               -¡Más fuerte, nena!
               -¡ALEC!
               Se detuvo en lo más profundo de mi interior y se rió, lo cual tuvo consecuencias nefastas para mi salud mental.
               -Buena chica. Que no se te olvide, ¿de acuerdo? Soy yo el que te ha hecho descubrir que puedes disfrutar del sexo, así que no intentes ni por un segundo ponerme celoso con el mamarracho de tu exnovio, ¿estamos?
               -Sí, A... lec…-susurré cuando empezó a embestirme de nuevo.
               -Buena chica-susurró, besándome la cabeza-. Y ahora, me harás un favor, ¿vale, Saab?
               -Lo… que… quie… quieras-suspiré, estremeciéndome de pies a cabeza. Me agarró de las caderas y se pegó a mí.
               -Vas a tener el orgasmo más intenso que hayas tenido en tu vida, ¿de acuerdo?
               Sabía que preguntaba por cortesía. Que no me iba a dar otra opción.
               Aun así… asentí.




             
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. LA MANERA EN L QUE CHILLO CON SABRAE Y MIMI COMPORTÁNDOSE COMO HERMANAS JDJFJFJD.
    Alec sigue siendo lo más icónico que existe cuando quiere follar me meo y mira PORFIN estoy deseando ver la fiesta Y LA REACCION DE SHEREZADE Y ZAYN XDDD

    ResponderEliminar
  2. Bueno BUENO BUENO MENUDO CAPÍTULO. Procedo a comentar:
    - Alec sintiéndose completamente responsable de que Tommy celebre su 18 cumpleaños por todo lo alto me hace mucha risa.
    - Sabralec siendo MONISIMOS los dos sin poder soltarse ni para que Alec le de un abrazo a su Mimi.
    - Mimi y Sabrae siendo HERMANISIMAS mi cosa favorita osea que risa me ha dado de verdad. Encima Alec flipando en colores en plan pero a estas dos que les pasa??. El momento “¿Y si Alec te pidiera que te tiraras de un puente, te tirarías? // ¡Igual te empujaba a ti para que dejes de ser tan pesada!” BUENÍSIMO.
    - Que Bey vaya a ver a Mimi a contarle cosas de la uni me ha encantado.
    - Bua que fuerte que dentro de poco vaya a hacer un año desde que se acostaron por primera vez (en la novela al menos JAJAJAJAJAJA).
    - “¿Llamas crisis internacional a que Sabrae quiera dejarte? // ¡Pues sí, tía lista, porque imagínate que Sabrae rompe conmigo y yo elevo el nivel del mar varios decámetros con mis lágrimas! ¡Imagínate la cantidad de refugiados climáticos que eso generaría!” yo es que me descojono te lo juro.
    - El reencuentro de Annie y Alec ha sido adorable y que risa Annie indignadísima con que su hijo apenas le haga caso, le eche de casa y le pida albóndigas, pero cediendo porque para algo es su favorito.
    - “Reza lo que sepas” DICE EL SINVERGÜENZA.
    - Y bueno lo del resto del capítulo ha sido completamente demencial osea Sabrae completamente desquiciada diciéndole que le haga lo que quiera, llamándole sol después de decirle todo tipo de guarradas, Alec al borde del colapso, Sabrae decidiendo que era un buen momento para ponerle celoso con Hugo y Alec entrando al trapo… UFUFUF ERI ES QUE ESTOY QUE ME SUBO POR LAS PAREDES.
    Con muchas ganitas de los siguientes caps!! <3

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤