lunes, 10 de julio de 2023

Tierra dulce.

¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, quería avisarte de que es posible que el finde que viene no haya capítulo de Sabrae. Intentaré hacer todo lo posible para poder subirlo, pero justo al lunes siguiente me voy de viaje porque tengo otro concierto (de The Weeknd, ni más ni menos, IMAGÍNATE MI ILUSIÓN FINGIENDO QUE SOY SABRALEC ENCARNADOS), y, viendo la hora a la que estoy subiendo los caps últimamente, no quiero quedarme frita y perder el tren. Además, tenemos el aliciente de que dentro de dos findes es día 23, y ya sabes lo obsesionadita que estoy con el tema de los números y de cuadrar las cosas más especiales en un día 23. No obstante, como todas tenemos muchas ganas de lo que va a pasar en estos caps, haré todo lo posible para poder subir el domingo que viene, pero no prometo nada. ¡Estate atenta al twitter de mi blog para saber si hay cap o no!
Muchas gracias por tu comprensión. Pase lo que pase, te prometo que te compensaré por tu paciencia.
 

 
Tenía entendido que íbamos a volver en metro.
               Dios. Había creído de verdad que tenía alguna posibilidad de vacilarla y tomarle la delantera, cuando lo cierto era que, por mucho que yo tuviera años de experiencia a mis espaldas, ella era la que siempre llevaba la voz cantante y me encendía con la facilidad de una chispa a un montón de pólvora. Aunque hacía bastante que le había escrito esa carta explosiva relatándole una de mis noches más locas en Londres, era también la que más había revisitado estando en el voluntariado, pero poniéndole a la chica de ese vagón la cara de Sabrae y concediéndole a mi chica el dudoso honor de conseguir que la arrestaran, de modo que recordaba cada detalle. Cada sensación.
               Me reí. Nunca había tenido ninguna posibilidad de ganar, ¿verdad que no? Siempre se había tratado de cuánto tiempo aguantaría sobre el ring, no de si me llevaría el cinturón. De si llegaría hasta el final.
               Por supuesto que no.
               O que sí, según se mire.
               -Trae ese precioso culo tuyo hasta aquí, nena. Y te dejaré elegir la manera en que me volverás loco.
               Sabrae me devolvió mi sonido preferido en el mundo: su risa. Me la imaginé apartándose un mechón de pelo de la cara, colocándoselo tras la oreja y subiendo un pie a la cama, donde se habría sentado por puro instinto: pensar en mí era pensar en la cama, nuestro rincón favorito en el mundo y donde más cosas habíamos hecho juntos, ya no sólo en el tema sexual; nos habíamos sincerado por primera vez entre las sábanas, nos habíamos reído como nunca después de acostarnos, y también habíamos llorado y regado nuestra relación empapando de paso la almohada.
               Claro que también influía el hecho de que nos estuviéramos prometiendo pasarlo como nunca y compensarnos el tiempo que habíamos estado separados… así que seguro que estaba pensando en sexo.
               -Como tú digas, sol.
               -Mm, ¿te me vas a poner en plan obediente? Qué suerte tengo-tonteé, dándome la vuelta y apoyándome en la pared al lado de la cabina, con la mano libre en el bolsillo del pantalón y la vista clavada en toda la terminal. A pesar de que era un lugar bastante impersonal, hecho para todo el mundo y para nadie en particular a la vez, no me importaría empezar a considerarla mi hogar en el momento en que volviera a ver a Sabrae allí.
               -Oh, no seas malo, mi amor. Si yo siempre me porto muy bien-ronroneó, y si no supiera que Scott seguía en la habitación, con ella, habría creído que habría separado las piernas y se había acariciado por encima de la ropa en ese punto en el que ella más me echaba de menos y yo más la deseaba. Uf. Pensar en su entrepierna era muy peligroso ahora que teníamos las mentes conectadas y compartíamos los recuerdos: los recuerdos de todas aquellas veces en que, a pesar de lo mucho que la vacilaba sobre lo terca que era y lo muchísimo que le gustaba llevarme la contraria, me había hecho caso sin rechistar: abre las piernas, Sabrae. Abre los ojos, Sabrae. Mírame mientras te follo, Sabrae. Grita para mí, Sabrae. Siéntateme encima, Sabrae. Déjame verte, Sabrae. Gime para mí, Sabrae. Aráñame la espalda. Ponme las tetas en la cara. Córrete para mí.
               Córrete en mi cara.
               Ojalá Jordan se hubiera sacado ya la licencia de aviación, porque ni trayéndomela volando sería capaz de hacer que llegara lo bastante rápido.
               Si hubiera sido por mí, habría seguido hablando con ella hasta que la tuviera delante y pudiera comérmela a besos, pero se me estaba acabando el saldo y se estaba formando cola frente a los teléfonos. Así que por mucho que me apeteciera quedarme con ella y decirle qué le haría, cómo, dónde y por dónde, dije:
               -Ven a ser mala conmigo, nena.
               -Como desees…-prácticamente gimió en el teléfono, y yo supe lo que venía a continuación-, hubby.
               Y cortó la llamada. Me quedé mirando el auricular, en el que resonaba el ruido de la línea ya interrumpida, y chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Zorra, pensé. Había que ser cabrona. No podía hacerme esto y coger y colgar sin más. Que me esperara lo que iba a decirme no me hacía más fácil procesarlo; ni en sueños.
               Colgué el teléfono en su pestaña y me alejé de las cabinas, a las que recurrían más personas de las que me esperaba, teniendo en cuenta la independencia que nos daban ahora los móviles: desde ejecutivos que se habían quedado sin batería hasta universitarios recién estrenados procedentes de voluntariados como el mío, gente de lo más variopinta se acercaba a hacer una llamada rápida y hacer que su vida dejara de estar en pausa.
               Es increíble cómo los aeropuertos están diseñados para que tengas con qué entretenerte a cada rincón, y nada pudo distraerme mientras esperaba a que llegaran mis amigos: me fui de un lado para otro, sin atreverme a pararme demasiado a mirar las tiendas por si acaso llegaban y yo no los veía, y echaba un vistazo a los relojes que avanzaban demasiado despacio, al igual que los anuncios de los vuelos, más lentos para mí incluso que para los que iban a embarcarse en sus vacaciones tardías o sus nuevos trabajos. No sabría decir quién se desesperaba más: si las parejas de recién casados estrenando luna de miel o yo, que había vuelto a casa para vivir mi propia luna de miel. ¿Había algún concepto específico para eso? ¿Era compatible vivir tu luna de miel en tu cama, en la de tu novia, en los lugares en que había germinado vuestro amor, en lugar de afianzándolo en un rincón del mundo en el que nadie te conocía y sin expectativas?
               Dejé en una de las estanterías de las tiendas de recuerdos para los extranjeros un peluche de un lémur con ojos gigantes y vestido con el uniforme de la guardia real y regresé a las barreras que separaban a quienes tenían billete de avión de los que no. Con un ojo puesto en los teléfonos, no sé si contando con que me llamaran en cualquier momento para ir dándome actualizaciones de su situación, y otro en las puertas, me metí las manos en los bolsillos.
               Y me dispuse a hacer algo a lo que no estaba muy acostumbrado: esperar.
 
 
Me puse en pie de un brinco, mi cerebro aún procesando la información que Alec acababa de darme. Estaba en casa. No en casa, casa; pero sí en Inglaterra; la casa que habíamos compartido incuso cuando yo no lo soportaba. Después de tantos meses separados, sin verle más que durante aquellas horas que luego me habían puesto la vida patas arriba, una parte de mí se resistía a aceptar que no me estuviera tomando el pelo, como si su presencia en Inglaterra fuera incompatible con la verdad.
               Pero tenía que serlo. Ahora que lo pensaba, todo encajaba: acostumbrado como estaba a que las cosas fluyeran según tenían que hacerlo y a no forzar nada, confiando en que lo nuestro llegaría a buen puerto si le daba a cada cosa el tiempo que necesitaba, Alec siempre se relajaba y se sentaba a disfrutar del orden natural que adquirían las cosas cuando estábamos juntos. Todo lo que hacíamos terminaba saliendo bien, y no necesariamente porque yo lo controlara todo desde el principio o porque él lo resolviera todo en el último momento, improvisando un plan al que yo ni de broma le habría dado el visto bueno si me lo hubiera contado por adelantado, como aquella vez en Barcelona en que nos tuvimos que marcar un simpa, o cómo se sacó el curso en el último segundo. Y sin embargo…
               … se había currado cada cosa que tenía que ver con nuestra separación: los videomensajes, los calendarios con mis periodos, la promesa que obligó a Jordan a hacerle para asegurarse de que yo estaría bien y no sufriría más de la cuenta por su ausencia.
               No había hecho más planes que los indispensables cuando estaba conmigo porque cualquier cosa era suficiente para él, y también lo era para mí. Con compartir el tiempo nos bastaba; no necesitábamos programar nada súper especial para que el tiempo que pasábamos juntos fuera especial. Pero cuando no estábamos juntos, él se detenía a controlar hasta el más mínimo detalle.
               Con sus amigos tampoco iba a ser diferente.
               Había sido una tonta por no darme cuenta de que había renunciado a varios cumpleaños por el voluntariado: el de Jor, el de Shasha, el de Duna… y siempre había hablado de ellos como cosas que se perdería, pero Alec siempre se había referido al de Tommy, la fecha en la que todos sus amigos más cercanos serían por fin mayores de edad, como la fiesta del año, puede que de la década, quizá incluso del milenio. Y jamás había hablado de ella como si no fuera a estar allí.
               ¡Dios! Y yo hablándole siempre de la Navidad, una fecha terriblemente lejana desde agosto, cuando ya incluso el 17 de octubre era ya un objetivo tortuoso si lo desgranabas en días, horas, minutos y segundos que Alec y yo estaríamos separados. No nos habíamos pasado tanto tiempo sin vernos en toda la vida, ni tan siquiera cuando yo preferiría mil veces que a su padrastro lo llamaran para trabajar en alguna macrourbe de Oriente Medio y la familia entera tuviera que mudarse. Si creía que iba a ser capaz de aguantar hasta Navidad sin verlo, era que estaba loca. Él mismo me lo había confirmado respecto a él: incluso cuando no disfrutaba tanto de mi presencia cuando lo hacía ahora, él no dejaba pasar más de dos semanas sin verme, aunque fuera para pincharme de alguna manera porque le parecía divertidísimo hacerme de rabiar. Supongo que, si del amor al odio hay un paso, también lo hay del odio al amor, y Alec siempre había sospechado que finalmente yo daría ese paso.
               Quería  creer que habríamos sido lo bastante fuertes como para resistir hasta Navidad si hacía falta...
               Pero no tenía que pasar necesariamente por eso si él tenía otros planes. Después de todo, era boxeador, y de los buenos. Había ganado campeonatos y había superado a rivales mucho mejores que yo, o que la distancia. Esto estaba tirado para él.
               Sólo tenía que esperarme, y entonces podríamos devolver las cosas al estado del que nunca deberían haberse salido.
               -Jordan viene a por nosotros-anuncié, clavando los ojos en Scott, que esperaba pacientemente a que le devolviera su móvil, ese que aún sostenía entre las manos. Arqueó las cejas y agitó la mano en el aire, como diciendo “venga”.
               -Le encanta tener un chófer particular-comentó, poniendo los ojos en blanco, pero no se me escapó la manera en que sonrió al hablar de Alec así. A pesar de lo mal que me lo había hecho pasar, todo sin culpa suya, Scott no le guardaba ningún rencor; y creo que le quería un poquito más sabiendo que no les había decepcionado y que se había plantado en Inglaterra sin avisar a nadie de que iba para no crear expectativas que puede que no le permitieran cumplir en el voluntariado. Típico de Alec: evitaba que todo el mundo se hiciera ilusiones para así no hacerles daño. Imagínate todo lo que podría haber salido mal: podrían haberle pedido que se fuera de expedición justo antes de irse, o una expedición suya podría haberse alargado más de lo inicialmente planeado y terminar perdiendo el avión; puede que Valeria no le permitiera venir por estar bajo mínimos por alguna enfermedad rara tropical a la que él misteriosamente sería inmune, o algo peor: podría haberla contraído él mismo y estar demasiado débil para viajar, ya no digamos irse de fiesta. Claro que, conociéndolo, sería perfectamente capaz de subirse a un avión y plantarse después en nuestra casa con la cabeza colgando, o directamente debajo del brazo. Mi chico no se perdería una juerga tan importante como la de hoy por nada del mundo.
               Y estaba en casa. En Heathrow. Las llamadas que había colgado hacía unos minutos habían sido suyas, no de algún funcionario del Gobierno empeñado en conocer mis hábitos de vida a pesar de que no debían importarle a nadie. Le tenía a unos minutos de distancia, a tan pocos kilómetros en comparación con los que nos habían separado esa misma mañana que me apetecía recorrerlos corriendo. Jordan no podría llegar más rápido: seguro que le había pedido que viniera a buscarnos a Scott y a mí porque así nos reuniríamos antes. El metro no era una opción: quedaba demasiado lejos de mi casa, y tener que combinarlo con los buses sería una tortura.
               Alec está en Inglaterra, canturreó algo dentro de mí, como una especie de mantra que me atraía hacia él como una música celestial. Alec está en Inglaterra, Alec está en Inglaterra, Alec está en Inglaterra. No me lo pensé dos veces: esperaría a Jordan en la acera, para perder el menos tiempo posible. No sabía cuánto pensaba quedarse mi novio en el país, pero aprovecharía cada segundo y no regalaría ni una centésima.
               Así que eché a andar hacia la puerta de mi habitación, sorteando a Scott como un toro con un objetivo: embestir al torero, que era la puerta. Haría honor a mi signo del zodiaco dirigiéndome derechita, igual que un cohete, hacia la calle.
               -¿Adónde vas?-frunciendo el ceño, y yo respondí sin volverme:
               -A por Alec. Jordan viene a por nosotros-repetí, abriendo la puerta y haciendo amago de atravesarla.
               -Sí, eso ya lo he oído-asintió-, pero, ¿vas a ir así, sin más?
               Me detuve en seco y tuve que contener mis ganas de lanzarme a su yugular. Me giré despacio, las manos extendidas, confiando en que era mejor poner a Scott en su lugar antes de subirme al coche de Jordan, y que por diez segundos no pasaría nada: ya había visto conducir a Jordan, y sabía que podía recortar diferencias temporales mucho mayores. Darle esa ventaja al universo no sería nada si me garantizaba un mínimo de tranquilidad. Tenía que hacer que Scott entendiera que ahora no era el momento de ponerse protector o de hacerse el gracioso conmigo. Él tenía todo el tiempo del mundo para tomarme el pelo. En cambio, Al… dudaba que fuera a quedarse una semana, e incluso ese tiempo era escandalosamente insuficiente para mí.
               -Mira, Scott-dije, volviéndome-, ya sé que estás encantado de la vida con volver a ser el macho alfa de mi vida y todas esas historias, pero ahora no me viene nada bien que te me pongas en modo protector o que te intentes hacer el gracioso. Si quieres que nuestro apellido trascienda, te sugiero que te calles la boca y dejes de distraerme, o de lo contrario mamá y papá tendrán que ponerse a hacer otro bebé para asegurarse de que el apellido Malik no muere contigo. Hay mucha responsabilidad sobre tus hombros; te aconsejo que no te la juegues todo simplemente por divertirte. Creía que estabas de mi parte en esto.
               -Sólo te he preguntado si no vas a hacer algo antes, puta cría. No estoy de parte de nadie ni estoy poniendo en peligro la perpetuidad de esta, nuestra noble casa.
               -¿Qué quieres que haga antes, Scott? ¿Sacarme un visado? ¡¡Alec está en Heathrow!! No en el Heathrow de Estados Unidos o el de Pionyang: ¡el Heahtrow de Londres! ¡No tengo que hacer ningún trámite más allá de plantarme en el aeropuerto! Es mi novio del que estamos hablando. Ya estoy con él, no tengo que hacerme la dura. Y ha venido a verme desde uy lejos.
               -No, gilipollas-explotó, pasándose una mano por la cara-. ¡Lo digo por si tienes pensado ir con esa ropa!
               Me di cuenta entonces de dónde estaba y qué había estado haciendo durante toda la tarde: vaguear en casa y entretenerme hasta que llegara el día siguiente, y luego el siguiente, y el siguiente, y así hasta que llegara diciembre y yo tuviera una cuenta atrás más sólida y pequeña a la que aferrarme.
               Bajé la vista, haciendo caso omiso de la cara de “ya lo suponía” de Scott cuando observé mi indumentaria: pantalones de chándal grises, de esos que a Alec le quedaban por la rodilla y a mí me bajaban a media pierna; camiseta de tirantes con un dibujo tropical que él había usado para boxear, y yo para dormir, y que ahora me ponía por casa sin discriminación horaria, a juzgar por las manchas de tomate de los espaguetis a la boloñesa que nos habíamos comido ayer; y calcetines de colores. Ni siquiera había pensado en calzarme. O en coger mi móvil. O en ponerme sujetador.
               A Alec le gustaba que yo me pusiera su ropa. Había disfrutado de lo lindo cuando, en Mykonos, yo le robaba sus calzoncillos en los días en que se preveía que fuera a hacer menos calor. Era un síntoma de comodidad, de familiaridad, del tiempo que pasábamos juntos y lo afianzada que estaba nuestra relación: yo nunca había compartido ropa con Hugo, aunque también es cierto que él era muchísimo menos corpulento que Alec y su ropa a mí ni siquiera me entraba por culpa de mis curvas, pero ése no era el tema ahora. Comodidad o no, intimidad o no, Alec había hecho miles y miles de kilómetros para venir a vernos. Ésta sería la primera vez que me venía a ver y yo tenía un mínimo de control sobre la imagen que le daba en dos meses. Tenía que estar a la altura.
               Así que miré a Scott con expresión asustada y le dije:
               -Tengo que cambiarme.
               Scott simplemente puso los ojos en blanco, los brazos en jarras y sacudió la cabeza.
               -Me parecía.
               Dejó caer las manos y asintió con la cabeza.
               -Venga, date prisa. Ya he avisado a los chicos y Tommy está casi listo; los demás ya van de camino.
               -Dile a Jordan que me espere-supliqué, desesperada, y Scott se apoyó en el marco de mi puerta y se echó a reír.
               -Ah, no. Ya puedes apresurarte, porque como no estés lista, nos iremos sin ti.
               -¡¡No digas eso, Scott!!-prácticamente sollocé, y él desapareció en dirección a su habitación-. ¡¡SCOTT!!-bramé, saliendo tras él.
               -¡¡QUE ES BROMA, COÑO!! ¿¡Cómo nos vamos a ir sin ti, Sabrae!? ¡Alec nos despedaza como se nos ocurra dejarte en casa! ¡Haz el favor de vestirte, que no quiero aguantarlo lloriqueando porque he tardado demasiado en llevarte con él!
               -Es que estás tardando demasiado en llevarme con él-respondí, entrando de nuevo en mi habitación y abriendo mi armario. Dios. Tenía infinidad de cosas, modelitos de todas las telas y colores, y ninguno era adecuado para ir a ver a mi novio al aeropuerto después de dos meses sin verlo, más allá de aquel paréntesis en nuestra separación que había supuesto mi chifladura de principios de septiembre.
               Menuda crisis. ¡No tenía absolutamente nada que ponerme!
               -Joder, eres igual de insoportable que él. No quiero ni pensar en los sobrinos que vais a darme. Qué castigo-gruñó Scott al otro lado de la pared.
               -Ven a ayudarme-le pedí a gritos-. No sé qué ponerme.
               -¿Por qué estáis pegando esas voces?-preguntó Shasha al otro lado de la pared-. ¡Os escucho hasta por encima de mis cascos! ¡¿No puedo ver el final de mi dorama tranquila, o qué?!
               -Alec ha venido por el cumpleaños de Tommy-explicó Scott en el pasillo, y escuché los pasos de Shasha acercarse corriendo a la puerta de su habitación.
               -¿Que Alec ha venido? ¿Está aquí?
               -Síp. Vamos a ir a buscarlo ahora al aeropuerto.
               -¿Puedo ir?
               -Ni de coña. Ni siquiera yo tengo edad suficiente para ver cómo se van a meter la lengua hasta el esófago-contestó Scott.
               -Ieeeeeeeeeeeeeeuuuuuuuuuuuuugh. Asegúrate de traérmelo cuando acaben.
               -Vale.
               -¡DEJAOS DE CHÁCHARA Y VENID A AYUDARME A ELEGIR QUÉ ME PONGO!
               -Voy-canturreó Shasha, trotando en mi dirección y apareciendo por mi habitación dando botes igual que una ilusionada ovejita negra. Scott, sin embargo, tenía otra opinión de mi comportamiento.
               -¡Joder, Sabrae, ¿quieres dejar de ponerte histérica?! ¡Con que te pongas cachonda, a Alec ya le basta!
               -¡ERES UN GILIPOLLAS!-ladré.
               -Quiero decir… no se equivoca-respondió Shasha, y yo la fulminé con la mirada. Me apeteció arañarle la cara. No porque no tuviera razón, sino porque éramos un equipo. Siempre nos metíamos juntas con Scott.
              
La primera en llegar a verme fue Tamika, algo que podría sorprender a cualquiera que no nos conociera muy bien a ninguno de los dos y que sólo juzgara nuestra relación por la forma en la que interactuábamos. A decir verdad, contaba con que Sabrae fuera la primera en llegar, pero más bien porque se teletransportara de alguna manera mágica e inexplicable más allá de sus poderes de diosa, y todo en base a las ganas que tenía de verme, muy superiores a las de mis amigos aunque sólo fuera por el hecho de que, bueno… yo le garantizaba tener sexo, y mis amigos podían tenerlo perfectamente sin mí. Pero donde Sabrae iba a ser la primera, Tamika sería la segunda, estaba convencido.
               Y todo porque me adoraba en silencio, aunque era demasiado orgullosa para admitirlo.
               Me alejé de la barandilla que sostenía uno de los pasillos que servían para organizar las filas de los equipajes en cuanto me pareció verla entre la gente: venía directamente de las escaleras mecánicas que conectaban el metro con el aeropuerto, y tenía una bolsa de deporte colgada de su hombro, las dos trenzas de siempre más deshechas que de costumbre; seguramente se las hacía por la mañana y, después, en mitad de sus clases, se las anudaba en la nuca para hacer el típico moño apretadísimo con efecto lifting de bailarina. Miró en todas direcciones, poniéndose de puntillas y destacando entre la multitud como sólo lo puede hacer una bailarina en un aeropuerto. Me pregunté si Mimi destacaría igual que ella aunque todavía no hubiera entrado en una academia profesional, y si yo sería capaz de diferenciarla entre la multitud como a Tam por su actitud, o porque era mi hermana.
               Al avanzar hacia ella atraje su atención, y sonrió con una sinceridad que a todo el mundo le sorprendería que me dedicara… porque, repito, nadie sabe lo enamoradísima que está Tam de mí.
               -¡La presidenta de mi club de fans!-celebré, avanzando hacia ella, que se apresuró a salvar la distancia que nos separaba y se echó a mis brazos con un:
               -¡Cállate, puto imbécil!
               Se rió cuando yo le di un abrazo y un beso en la cabeza, levantándola en el aire, bolsa de deportes incluida. Agitó los pies en el aire mientras hundía los dedos en mi espalda, prolongando el abrazo a la vez que lo hacía más profundo. La dejé en el suelo por fin, no por cansancio, sino para que se currara un poco mi amor, y ella me dio un sonorísimo beso mientras se colgaba de mi cuello. Supongo que estaba aprovechando que ni Bey ni Saab estaban por allí para monopolizarme. Fijo que había salido corriendo de sus clases nada más enterarse de que estaba en el país; puede que incluso hubiera puesto en peligro su matrícula para disfrutarme más que los demás. La había pillado in fraganti.
               -¿Tanto has tocado los huevos que te han soltado diez meses antes? Francamente, me sorprende que aguantaras allí una semana-sonrió, acariciándome el brazo.
               -Sí, sí, sí, sí, sí, tú vacílame todo lo que quieras, guapa, que seguro que has llorado como la que más estos dos meses.
               -Madre mía, no pensé jamás que fuera a echar de menos esa lengua apestosa que tienes.
               -Hablando de lenguas apestosas… la tuya no apesta como dices que lo hace siempre la mía. ¿Qué pasa, Tam? ¿Has venido corriendo porque estás en una de esas dos semanas del mes de absoluta abstinencia?
               -Una semana, chaval-se chuleó ella, agitando los hombros y llevándose las manos a ellos para pavonearse todavía más-. Ya se nos han sincronizado las reglas.
               Aullé una carcajada.
               -¡Impresionante gestión de la Administración Knowles! No me esperaba menos de ti, chica. ¡Choca!-levanté la mano y Tam me chocó los cinco, y luego se puso los brazos en jarras.
               -¿Te has cortado el pelo?
               Se me hundió un poco el estómago al darme cuenta de que yo también había cambiado. No sólo yo vería diferencias en mis amigos, sino que ellos también verían diferencias en mí. No sé por qué, pero el pensar que los recuerdos que tenía de los Nueve de Siempre podían no ser tan acordes a la realidad como lo eran los que ellos tenían de mí por detallitos como el corte de pelo me dio un poco de vértigo. Hacía nuestra separación más real, la distancia que nos separaba más grande, la profundidad de nuestra ausencia en las vidas de los demás mucho mayor. Era como bucear en un abismo cuyo fondo no alcanzaba tu radar, porque puede que ni siquiera lo tuviera.
               ¿Seguiría yo siendo el Alec de siempre si no me acomodaba a esos recuerdos? ¿Seguía siendo el Alec de mis amigos cuando no encajaba del todo en lo que ellos pensaban cuando pensaban en mí? ¿Dónde estaba la línea a cruzar para convertirme en otra persona? ¿La cruzaría en algún momento del voluntariado?
               Me pasé una mano por la cabeza, sintiendo más que nunca la diferencia de tacto del pelo corto que traía ahora y los mechones más largos de antes. Aunque la parte superior de la cabeza seguía igual que siempre, nunca lo había llevado casi rapado en los laterales, ni siquiera de crío. ¿Eran inherentes a mí esos rizos que se me formaban detrás de las orejas como lo era la melanina de la piel de Sabrae a Sabrae, o podía seguir siendo yo aunque ya no los tuviera?
               -Ah, sí. Hace unas semanas. Es que flipas el calor que hace allí abajo. Es horrible. Es como si te estuvieran cocinando al vapor; te asas sin remedio.
               -Ah, o sea que no es que te lo hayas arrancado por la cantidad de tiempo que llevas sin mojar el churro, ¿mm?
               -Bueno, en realidad, empecé por eso. Les tuve que pedir a mis compañeros que me lo igualaran para que no me detuvieran en la frontera, porque parecía un terrorista. Así que ¡pobrecita tú, Tam! Nunca podrás ir a visitarme.
               -Como si fuera a hacerlo-puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, y luego sonrió, acariciándome el pecho justo por encima de la cicatriz más grande, la que me dividía en dos y todavía no había terminado de ajustarse al color de una cicatriz normal. Puede que no le estuviera haciendo demasiado bien el sol, pero no podía trabajar siempre con camiseta. Me asaría-. Joder, me alegro un montón de que hayas venido a vernos. ¿Es por el cumple de Tommy?            -Obvio. Pobre animal; seguro que Scott tenía pensado hacerle una fiesta en casa, sacar juegos de mesa y ver alguna peli aburrida de Disney, ¿me equivoco?
               -Sabes que podemos pasárnoslo bien sin ti, ¿no? Hemos seguido saliendo de fiesta aunque tú no estuvieras.
               -Sí, me consta que algunos os desfasasteis más que otros-ironicé, y ella torció el gesto, pillando perfectamente por dónde iban los tiros. Se fijó entonces en las chicas que tenía a mis espaldas, las mismas universitarias que habían estado vigilándome todo el rato desde antes incluso de que llamara a mis amigos, y alzó las cejas.
               -Incluso con estos pelos no dejas de triunfar, ¿eh?
               -No lo digas en ese tono. ¿Tan mal estoy?
               -Estás guapo. Antes lo estabas más, porque se te veía menos la cara, pero…-reflexionó, cogiendo un mechón de los más largos-, supongo que a tu señora le seguirás gustando, así que relájate. No me mires con esa desesperación; la estoy disfrutando demasiado, y tú no quieres eso.
               -¿Te has traído el móvil?
               -Ajá.
               -Guay, ¿avisas a los demás de que ya estás conmigo y nos vamos a otro sitio?
               -A uno público, espero-me fulminó con la mirada.
               -Tamika, si tú fueras la última mujer en el mundo y yo el último hombre… follaría contigo para repoblar la especie, pero bastante a disgusto, porque eres un animal insoportable, pero mejor que la abstinencia eterna. De todos modos, como parece que el apocalipsis aún no ha llegado, creo que puedes estar tranquila, que no voy a hacerte nada de lo que te hace Karlie.
               -Una nunca sabe contigo. Quería asegurarme de que no ibas a darme una excusa para hacer lo que llevo tiempo deseando: pegarte una bofetada-explicó, tirando de la correa de su bolsa de deporte para afianzársela sobre el hombro.
               -Nop. Sólo quiero que me lleves al Starbucks y me invites a un batido de cereza y plátano-repliqué, sonriente y poniendo las manos bajo el mentón, en la típica cara de niño bueno que no ha roto un plato en su vida.
               Tam dio un paso atrás.
               -¿Per-do-na? ¿Tengo cara de cajero automático?
               -No, tienes cara de bollo agarrado, pero me esperaba que hicieras una excepción teniendo en cuenta que hace mucho tiempo que no me ves.
               Tam se golpeó los labios con el dedo índice en un par de ocasiones, pensativa, y por fin decidió:
               -Bueno, vale, sí. Porque hace mucho tiempo que no te veo y ¡me alegro un montón de que hayas venido!-sonrió, colgándose de nuevo de mi cuello y plantándome un besazo en la mejilla. Creo que me había dado más besos en esos dos minutos que llevábamos juntos que en los últimos trece años de amistad. Joder, debía de echarme mucho de menos si estaba tan física conmigo, cuando no la había visto siendo tan efusiva ni con Bey.
               -Pareces muy sorprendida-bromeé, cogiéndole la bolsa de deportes y colgándomela del hombro, para desilusión de las chavalas que tenía a mi espalda, que llevaban debatiendo un rato sobre si Tam era mi novia o no. Les echaba para atrás el hecho de que no me hubiera dado un morreo como Dios manda aún, pero lo cerca que se mantenía de mí y lo cómodos que estábamos ambos en presencia del otro, amén de los besos que me había dado, les hacía sospechar de que éramos algo más que amigos. Tenían razón, más o menos: no éramos amigos simplemente, sino Tamika y Alec.
               -Pues no lo estoy. Ni un poquito-puso los brazos en jarras-. No te pierdes una fiesta ni muerto, y menos aún el cumple de Tommy. O sea, ¿hola? Dos y dos son cuatro. Venga, vamos a por tu batidito, que te lo has ganado. Pero no pidas el grande, que te conozco, ¿eh? No soy rica. Me estoy haciendo un hueco en el mundo de la danza, así que tengo que cuidar mis gastos.
               -Sabes que te lo devolveré.
               -Oh, ya lo creo que me lo devolverás.
               -Anda, tira-dije, dándole una palmada en el culo. Las chicas bufaron de desilusión, decidiendo que Tam era mi novia y que deberían haber intentado meterme fichas, porque estaba claro que ellas eran más guapas que mi amiga. Me puse rígido y me volví. Estaba dispuesto a pasar por alto los comentarios que llevaban haciendo sobre mí y lo que me harían si yo me dejara, incluso no había prestado atención a cómo habían decidido echar a suertes cuál de las tres sería la última en follarme cuando me pillaran por banda y me ataran a una silla para convertirme en su juguetito sexual, siquiera porque creían que yo me terminaría corriendo en la última (estaba claro que era un semental cuyo ego no le permitiría dejar a una de ellas insatisfecha), y, así, tendría posibilidades de quedarse embarazada de mí y reclamarme para sí más adelante. Estaba dispuesto a ignorarlas y a fingir que no las entendía cuando hablaban en mi puñetero idioma materno, ya que era bastante complicado encontrarte a un tío que hablara inglés como un nativo como ellas me habían escuchado hablando, y que luego resultara pensar en ruso, el idioma de ellas.
               Estaba dispuesto a dejar que se salieran con la suya sexualizándome como a un trozo de carne, justo lo que Claire y Sabrae me habían convencido de que no debía hacerme a mí mismo para poder sanar.
               Pero lo que no iba a pasarles era que le faltaran al respeto a Tam delante de mí, incluso si Tam no las entendía.
               -Un segundo, Tam-le dije para detenerla, y ella se volvió y me miró con el ceño fruncido mientras yo también me giraba en dirección a las chicas, que me miraron con curiosidad y una cierta diversión en la mirada que enseguida se les pasó. Concretamente, en cuanto yo empecé a conjugar sus verbos y declinar sus palabras. Las puse verdes en un momento: les dije en mi perfecto ruso que había entendido cada puta palabra que habían dicho, y que si se pensaban que así era como iban a encontrar un novio inglés que les solucionara la vida y las sacara de su puta Siberia natal, iban de culo con nosotros; que si los demás las habían tratado como si fueran de usar y tirar no tenían ningún derecho a hacerlo conmigo, y que deberían tener más cuidado la próxima vez que planearan drogar a  un tío para secuestrarlo y convertirlo en su pequeño esclavo, no porque no fuera una broma de mierda, que también, sino porque eso podía considerarse un delito según a qué policía se lo explicaras. Y, por último, les dije que siguieran soñando con compararse con mis amigas, y que dieran gracias de que mi novia no estuviera allí en serio, porque ella misma les arrancaría la piel a tiras si supiera lo que habían dicho de mí.
               Tam me vio lo bastante cabreado como para comprender que tenía que ver un poco con ella, y decidió no echarle más leña al fuego preguntándome qué me había puesto así o qué les había dicho a aquellas chavalas. Tiró de su bolsa de deportes para recogerla, pero yo no se lo permití.
               -¿Seguro? Yo no me he hecho siete horas de avión y me he quedado esperando en un aeropuerto hasta que alguien viniera a por mí.
               -Mi madre me educó para que fuera un caballero incluso con víboras como tú-respondí, y ella se rió y negó con la cabeza.
               -¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me puto encanta que hagas eso?-preguntó mientras nos poníamos en la cola del Starbucks, señalando con el pulgar por encima del hombro al lugar en el que las rusas todavía estaban estupefactas, procesando lo que les había dicho y mi extraño acento, que no era el de un extranjero pero tampoco el de ninguna región en particular.
               -No-sonreí-, porque antes preferirías morir a decir algo bueno de mí.
               -Tanto como morir no, hombre. Que me cierren el coño con grapas oxidadas… pues mira, eso igual sí. Pero morir no, hombre.
               Estábamos pidiendo cuando alguien me dio un pellizco en el culo y, cuando me giré, vi que Max y Bella habían llegado a verme. Aunque me había dado un vuelco el corazón por si era Sabrae, y en cierto sentido me decepcionó que no lo fuera, me alegré también de verlos porque eso significaba que podría ver llegar a mi chica desde lejos. Disfrutar de cómo correría hacia mí. Empaparme de esa belleza que a mí siempre se me olvidaba que poseía, y de lo afortunado que era de que quisiera compartirla conmigo.
               -¡Maximiliam!
               -¿Te has cortado el pelo?-preguntó Max.
               -Me ha crecido la cabeza-ironicé, poniendo los ojos en blanco-. ¿Queréis un batido?
               -No, gracias.
               -Paga Tam.
               -Ah, entonces quiero un batido y…
               -¡Eres un desgraciado y espero de corazón que Bella te ponga los cuernos!-bramó Tam, sacándose el monedero de la bolsa de deportes.
               -¿El batido de qué va a ser?-preguntó el camarero.
               -De nada, perdona, le estaba tomando el pelo a mi amiga.
               -Tomaos algo-insistí.
               -Son catorce con setenta-dijo el camarero.
               -¿Y por separado?
               -¡Pero si no tienes dinero para pagármelo, Alec!
               -Pero te lo voy a pagar.
               -Y una mierda. Calla, que es una chorrada. Con tarjeta, porfa, si no te importa.
               -Pareces más mayor-comentó Bella, toqueteándome el pelo. Vi el destello del anillo de compromiso entre sus dedos y decidí que era un buen momento para que a Max se le acabara esta tregua en la que llevaba viviendo desde que me fui a Etiopía.
               -Uy, Bells, ¿todavía llevas eso puesto? ¿Es que no has cambiado aún de opinión sobre lo de este payaso?
                -Eres un subnormal-escupió Max, y yo me eché a reír. Estaba guay estar de vuelta y que todo fuera como si no me hubiera ido nunca, el poder tomarles el pelo y que ellos me lo tomaran a mí sabiendo que no había líneas que no pudiera cruzar con ellos, y que ellos tampoco las tenían conmigo, porque incluso las cosas más dolorosas perdían un poco de intensidad cuando salían de boca de mis amigos. Ellos eran de las personas que más daño podían hacerme, pero sabía que no me lo harían.
               Nos sentamos en una mesa y Tam, Bella y Max estaban poniéndome al día de todo lo que había pasado mientras yo no estaba, y de lo que nadie me había hablado en lascartas que había recibido con excepción de lo que me había contado Sabrae muy por encima (la búsqueda de pisos, el sufrimiento de las gemelas mientras estaban separadas, los planes que Bella y Max estaban haciendo tanto para el verano siguiente como para su boda) cuando llegó otro más de la pandilla: esta vez le tocó el turno a Logan, que había recibido el mensaje de que había vuelto a casa mientras compraba material escolar en Camden y se había venido corriendo en el primer bus de línea que pudo pillar. Empecé a lamentar no haber confiado en el transporte público de mi ciudad para que me llevara lo más pronto posible con mi amada, pero una parte de mí se mantenía sorprendentemente tranquila, porque pensaba que las cosas estaban yendo como debían ir. No había nada más romántico que un reencuentro en un aeropuerto, con la excepción, quizá, de presentarme en casa de Sabrae y darle la sorpresa del siglo abrazándola por detrás mientras estudiaba. Claro que a la sorpresa casera había que añadirle minutos de más, porque no tenía conexión directa con el aeropuerto, y puede que Saab no estuviera allí cuando yo llegara, lo cual me dejaría a merced de mis increíbles suegros, a los que no me hacía especial ilusión ver después de lo que le habían hecho a mi chica.
               Así que el aeropuerto estaba bien. Que Jordan la trajera estaba bien. Tenía que estarlo. Era la única solución, me decía cuando me descubría a mí mismo mirando con impaciencia el reloj y preguntándome cómo es que estaban tardando tanto, y los demás, tan poco.
               -Te has cortado el pelo-observó Logan, y frunció ligeramente el ceño, lo cual me hizo temerme lo peor. Saab siempre me había visto con el mismo peinado, y siempre se entretenía hundiendo los dedos en mi pelo y jugueteando con la forma perezosa en que se me rizaba cuando nos despertábamos. Me ronroneaba que le gustaba muchísimo mi pelo y disfrutaba casi tanto como yo cuando nos metíamos en la bañera y era ella quien me lo lavaba, haciéndome un masaje que muchas veces terminaba con nosotros dos enredados porque era increíble la habilidad que tenía con los dedos, así como la cantidad de puntos erógenos que tenía en la cabeza.
               No quería haber cometido un error con mi cambio de look y que a ella no le gustara. Estos dos meses habían sido increíblemente difíciles para ella, y todo había sido por mi culpa; lo justo era que se lo compensara. Tenía que estar impecable para ella, y aunque no llevaba más que una simple camisa blanca y unas bermudas, esperaba no haber metido la pata con algo que no tenía tan fácil solución como una rápida visita al armario.
               -¿Qué pasa, Log?-bromeé-. ¿Mi pelo te ha hecho darte cuenta de que no te van los tíos, después de todo?
               -No, es sólo que…-frunció aún más el ceño-. Estás raro.
               -¿Cómo que raro?-repetí, ahora sin poder disimular mi preocupación. Logan se encogió de hombros y lo achacó a la falta de costumbre, y a pesar de que Bella dijo que me quedaba muy bien, y Tamika milagrosamente la secundó, yo ya estaba que me subía por las paredes de mi manicomio mental. Mierda, mierda, mierda. ¿Por qué cojones le había pedido a Perséfone que me pegara unos tijeretazos? Vale que estaba un poco más fresco y me había ayudado a soportar mejor el calor mientras trabajaba y a conciliar el suelo mientras dormía, pero, ¿no podía aguantar hasta justo después del cumple de Mimi? Así no volvería a ver a mi novia hasta su cumpleaños, cinco meses después, tiempo de sobra para recuperarme. Dios, si es posible que incluso en invierno echara en falta tener el pelo un poco más raro. ¿En qué coño estaba pensando?
               Sabrae estaba tardando como un millón de años en venir. ¿Dónde coño estaba?
               Nos terminamos los batidos, nos marchamos del Starbucks y nos acercamos a las tiendas más cercanas a la salida, a las que Tam y Bella nos arrastraron para probarse los cosméticos de las marcas más caras mientras me bombardeaban a preguntas sobre el voluntariado, el campamento, cómo era, cómo funcionaba, cuánta gente había, qué hacía yo, cómo nos organizábamos, qué tal llevaba lo de tener que seguir órdenes sin rechistar… evidentemente, no podía ser totalmente sincero con ellos, o le soltarían a Sabrae nada más verla por qué no les había dicho nada sobre todo a lo que había renunciado por ella.
               Llamaron por teléfono a Tam, que lo cogió a toda velocidad, saludó en tono meloso y se puso a mirar en todas direcciones hasta que localizó a Karlie, que hablaba a toda velocidad con ella mientras iba de un lado para otro como pollo sin cabeza. Karlie esbozó una sonrisa radiante al verme, y a pesar de que sus madres la habían educado para que fuera lo más femenina y elegante posible, confiando en parte en que seguiría sus pasos como embajadora de nuestro país algún día, lo cierto es que no dudó en correr como una gacela desquiciada en mi dirección y lanzarse a mis brazos con un alarido de felicidad.
               -¡Alec, estás aquí! ¡Estoy flipándolooooooooooooooooo! ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte, QUÉ FUERTE!-celebró, dando brincos frente a mí y aplaudiendo como una niña a la que llevan a Disney y que se cruza de casualidad con su princesa preferida. Me llenó de besos, me dio un par de achuchones, y cuando por fin se separó de mí, abrió mucho sus ojos azulísimos y también la boca.
               -Sí-la atajé yo-, me he cortado el pelo.
               -Pues estás muy guapo-dijo Karlie, levantándome el pulgar. Logan asintió con insistencia y yo pensé: “ya está. Estoy horrible y los dos desviados de mi grupo de amigos no quieren decírmelo para que no me sienta mal”.
               Karlie jugueteó un poco con mi pelo, soltó una risita y sus ojos chispearon cuando me preguntó por el voluntariado.
               -¿Has salvado a muchos animalitos de la extinción?-preguntó, y yo me encogí de hombros.
               -Se hace lo que se puede.
               -Tú siempre tan modesto.
               -Tampoco es para tanto.
               -¿Qué tal el vuelo?-me preguntó-. He estado viendo en las noticias que hay una zona de fuertes turbulencias sobre el sur de Egipto, más o menos por la zona de la frontera con Sudán. ¿Es verdad?
               -Creo que es por las corrientes de aire del desierto, que suben arena, o no sé qué. Pero nada insoportable. Seguro que Jor sabe explicártelo mejor que yo… aunque me enternece que estés tan pendiente, Kar.
               -Siempre-sonrió, colgándoseme de los hombros y dándome de nuevo un beso en la mejilla-. Ay, estoy tan contenta de que hayas podido venir… dime, ¿hasta cuándo te quedarás? Teníamos pensado salir un poco esta noche para celebrar el cumple de Tommy; Diana y Layla le están organizando una sorpresa de la que no han querido darme muchos detalles, pero nos prometieron que nos lo dejarán todo para nosotros el sábado. ¿Estarás para entonces?
               -Pues…-empecé, pero algo dentro de mí cambió. Fue sutil, pero a la vez, trascendental, como si un minúsculo engranaje encajara por fin en su lugar y pusiera en marcha la maquinaria del reloj más exacto del mundo, aquel que marcaría por siempre los momentos más importantes de la historia de la humanidad y en el que se contarían las horas fatídicas de cada guerra y los minutos que faltaban para la paz; los segundos en que estaban juntos los amantes y los milenios que transcurrían hasta que se volvieran a encontrar. Una oleada de energía renovada y poderosa me recorrió de arriba abajo, como si me hubiera zambullido en un lago de aguas cristalinas con destellos dorados.
               Dorados.
               El hilo que ya no era un hilo, sino un lazo; el lazo que ya no era un lazo, sino una cadena, toda ella hecha de oro, se tensó a mi alrededor, reteniendo todas mis células y reorientándolas hacia un punto de la inmensa oscuridad de ese espacio en el que había estado solo, sin poder ver nada más que lo que bailaba frente a mí y se perdía a miles de kilómetros de distancia de ella.
               Alec.
               Lo escuché en mi interior como si la tuviera delante: la mejor palabra del mundo, mi nombre, en el mejor sonido del mundo, su voz. La sinfonía perfecta y la única que le daba sentido a mi vida.
               Giré la cabeza en dirección a la voz, en la dirección en que el hilo se tensaba a mi alrededor, y sentí cómo dentro de mí explotaba un planeta, una galaxia, el mundo entero. Y con la energía residual de esa explosión, el sol podía brillar.
               Y bañar a Sabrae en la luz que se colaba por las ventanas del aeropuerto, parada a unos metros de las puertas automáticas, resplandeciendo como una aparición. El mundo entero se quedó en silencio y se volvió monocromático, en aburridísimos tonos de gris, con la única excepción que formaba ella. Todo se hizo borroso, excepto su cuerpo a metros del mío.
               Sabrae sonrió.
               Y echó a correr hacia mí, su melena ondeando como la bandera de victoria de una batalla que yo no sabía que llevaba dieciocho años librando pero de la que, milagrosamente, acababa de proclamarme vencedor.
 
 
Habíamos pillado un atasco horrible que me había hecho plantearme seriamente el bajarme del coche y echar a correr por la autopista con la desesperación de la protagonista femenina de una comedia romántica para impedir que su amado cogiera un vuelo que los separaría para siempre, o saltar de coche en coche como si fuera el mismísimo Spiderman.
               Pero ya habíamos llegado al aeropuerto, al fin. En cuanto Jordan cogió la salida de la autopista y empezó a frenar, yo me desabroché el cinturón y me aferré a la manilla de la puerta de su coche como si fuera un salvavidas. En cierto modo, así lo sentía.
               Recoger a Tommy en su casa nos había hecho perder unos minutos preciosos por los que yo le guardaba un poco de rencor, aunque sabía que no estaba siendo justa en absoluto con él porque era la causa principal de que Alec hubiera vuelto precisamente ese día, y no en Navidad. Tommy me había arrebatado unos meses horribles de espera a cambio de unos minutos angustiosos en los que yo pensé que me volvería loca.
               Jordan se metió en el párking y yo hice amago de abrir la puerta, pero Scott se lanzó a impedírmelo: estaba ejerciendo de hermano mayor como nunca antes en su vida, porque yo jamás me había comportado como la kamikaze que no podía evitar lanzarse contra el peligro en un intento de sentir un poco más de emoción, de poner más adrenalina en su vida. El párking estaba demasiado lejos de la terminal de llegadas, y había demasiado tráfico de coches particulares, buses, furgonetas y taxis que era imposible que llegara viva hasta ella. Ya no era sólo porque no quería perderme: era que también era responsable de mí frente a papá y mamá, y también frente a Alec. Sobrevivir a la furia de uno de los tres sería difícil, pero hacerlo a la de todos era misión imposible incluso para Scott. Así que tenía que impedirme que saltara del coche fuera como fuera.
               Con los chillidos de las ruedas sobre el asfalto de goma, Jordan pareció deleitarse en llevarnos al sitio más alejado mientras Tommy trataba de indicarle, señalándole los sitios con una lucecita verde en el techo que veía en la distancia.
               -Allí hay… ah, no, está fundida. A la derecha… ah, mierda, se nos ha adelantado ese. Joder, ¿tan difícil es encontrar para aparcar?
               Pasamos por delante de una puerta a un ascensor y yo no pude soportarlo más.
               -Aparca en el de discapacitados-dije. Jordan se giró y me miró.
               -Pero si no tengo tarjeta.
               -¡MIRA PARA DELANTE!-bramó Tommy cuando casi nos comemos un cochecito de dos plazas que hizo lo imposible por reventarnos los tímpanos.
               -Yo te pago la multa, ¡aparca en el de discapacitados!-ladré. Scott tomó aire y lo soltó despacio, y le asintió con la cabeza a Jordan cuando éste lo miró en el reflejo del retrovisor. Jordan musitó un vale que me supo a gloria, y apenas había metido el coche entre los pilares de la plaza de discapacitados cuando yo abrí la puerta y salté fuera del coche. Me tropecé con el asiento y casi me caigo sobre el de al lado, pero conseguí recuperar el equilibrio, girar en el último momento y dirigirme hacia el ascensor a toda prisa. Me pitó un coche en el camino, pero yo no le hice el menor caso; ni siquiera me detuve a hacerle un corte de manga, que bien se lo merecía. Había tenido la suerte de cruzar precisamente por un paso de cebra, así que no tenía ningún derecho a ponerse chulo conmigo.
               Escuché pasos a mi espalda siguiéndome a la carrera, y ni me molesté en girarme para comprobar que se trataba de Scott. Mi hermano jadeaba mientras yo atravesaba el largo pasillo en dirección al ascensor, cuyas puertas se cerraron justo en mis narices.
               -Mierda-gruñí, golpeando con fuerza el botón en un afán de hacer que el ascensor llegara antes. Había dos, pero ambos señalaban el mismo piso: como habíamos tenido que bajar hasta el inferior, nos costaría mucho conseguir un ascensor libre que no estuviera abarrotado de gente.
               -Pues a esper…-empezó Scott, pero yo di un paso atrás, y tras comprobar que ninguno tenía como dirección el sótano 3, me lancé hacia las escaleras. Scott exhaló un gemido y miró hacia atrás en el momento justo en que Jordan pegaba un acelerón y metía el coche a toda prisa en un hueco que acababa de quedar libre. Mi hermano chasqueó la lengua al ver que no contaría con refuerzos, y echó a correr escaleras arriba en pos de mí.
               Con unas fuerzas que no sabía que tenía y que tampoco sabía de dónde estaba sacando, subí los tres tramos de escaleras y todavía uno más, en dirección a la pasarela aérea que conducía directamente a la entrada del aeropuerto. Hacía un calor abrasador allí dentro a pesar de que en la calle corría una brisa más bien fresca, pero las paredes de cristal y el hecho de que no hubiera ninguna sombra convertía aquella pasarela en un horno. Genial. Me pondría a sudar como una cerda y apestaría cuando viera a Alec.
               Pero no podía parar. Estaba fuera de mí. Me daba igual cómo pudiera oler o cómo de despeinada acabara mi carrera: yo sólo quería acabarla y llegar a la línea de meta, donde me esperaba el premio más dulce que jamás hubiera tentado a nadie.
               A pesar de que me había gritado un par de veces que no corriera tanto, con la consiguiente disminución en su velocidad, Scott consiguió ir recortando la distancia que había puesto entre nosotros siguiendo el camino que yo le abría chocándome con maletas y bolsas de viaje por igual justo cuando llegamos al pie de las escaleras que daban a la salida de la pasarela y a la entrada del aeropuerto. El sol me besó la piel cuando descendí rápidamente, saltándome escalones y ganándome protestas de mi hermano, que se detuvo en seco y miró en derredor unos segundos preciosos, quizá preparándose para la locura que se desataría cuando alguien lo reconociera (nunca había puesto en práctica ese don suyo de desaparecer mientras iba corriendo), y yo apreté mi carrera aún más. Me detuve frente a las puertas automáticas de la terminal de llegadas, me colé entre un grupo de asiáticos que, a juzgar por el tono de voz con el que reconocieron mi presencia, debían de estar acordándose de toda mi familia, y me quedé parada un momento en medio de la marabunta humana. Todo el mundo tenía un lugar seguro al que ir excepto yo. Todos tenían un destino por el que preguntar excepto yo.
               Todos tenían dudas y dependían de alguien de fuera, de la organización de una persona a la que no conocían, excepto yo. Yo me tenía a mí misma, y dentro de mí estaba ese lazo dorado que siempre me había mantenido colgando a centímetros del alcance de las garras de esa bestia llamada locura. Me había protegido entonces y lo haría también ahora. Sólo tenía que confiar en él igual que había hecho siempre, porque ese hilo era la parte de Alec que vivía dentro de mí, y que nunca me abandonaría. Me ayudaría a llegar hasta él igual que la parte de mí que vivía en Alec lo ayudaba a llegar hasta mí.
               Sólo tenía que confiar en él y escuchar a mi corazón, así que eso hice. Aislándome del ruido, de la sobre estimulación del aeropuerto, diseñado para sacarme hasta el último penique en el bolsillo y de las personas que representaban a todas y cada una de las nacionalidades del planeta que iban camino de su hogar, miré. Escuché.
               Y juro que le sentí. Supe en qué dirección tenía que mirar de esa forma instintiva en que entras en una librería y vas derecha a la estantería en el que está el libro que te cambiará la vida, o igual que te pones los cascos para escuchar la que se convertirá en tu canción favorita. Igual que te arreglas especialmente para esa fiesta en la que besarás al chico de tus sueños, ése que no sabes que lo es hasta que no pruebas sus labios, y agradeces haberte puesto un maquillaje a prueba de lágrimas, porque también lo es de sexo.
               Igual que perdonas al chico del que estás enamorada cuando te confiesa que te ha sido infiel porque en el fondo sabes que no es verdad. En el fondo sabes que no lo es.
               Mis ojos se detuvieron sobre un chico que resplandecía como las cúpulas de una mezquita en un amanecer que vencía la lluvia nocturna. Un chico dulce como el praliné, el color que gobernaba sus ojos y su pelo; un chico bueno como meterse en una cama con sábanas limpias justo después de ducharte, como nadar en aguas cristalinas en una playa de arena blanca y suave como la seda. Un chico que te hacía feliz con mirarte igual que te lo sientes cuando te hacen el amor despacio, te acarician el cuello y te susurran al oído que te quieren.
               El chico que me había hecho creer en Dios. El chico que me había hecho descubrir que tenía un paraíso entre los muslos. El chico que le daba sentido a ese paraíso.
               El único chico que estaría rodeado de gente y, a pesar de todo, me vería entre la multitud.
               -Alec-jadeé. Porque Alec era ese chico: el que hacía que Santa Sofía sintiera vergüenza porque no podía competir con su belleza; el que sabía mejor que un helado de praliné en un día caluroso de verano; el que me había dado un hogar lejos de mi casa y un rinconcito de descanso en una cama que no era la mía; el que me había hecho enamorarme de una isla que no me pertenecía y me había entregado sus llaves a pesar de que lo había puesto en contra de todos sus vecinos; el que me había hecho tener esa fe que mueve montañas y desear el sexo como lo que puede llegar a ser: la cosa más placentera del mundo.
               Alec era el chico que me había susurrado que me quería mientras me hacía el amor, hacía ya demasiados meses; años, siglos, milenios, un eón entero que abarcaba desde el Big Bang hasta el momento en que nos encontrábamos ahora.
               Sus ojos se encontraron con los míos y sentí que el mundo entero se detenía. Fue como si el universo entero desapareciera y sólo estuviéramos nosotros dos en su infinidad; no había estrellas, planetas ni nada que se le pareciera interponiéndose entre nosotros. Sólo aire, y pronto ni eso.
               Nuestra conexión dejó de moverse para empezar a bailar, cantando una canción tan antigua como el mundo y que sin embargo sólo nosotros dos podíamos entonar. Sabrae. Mi nombre me empapó hasta lo más profundo de mi ser, reverberando en cada una de mis costillas, cargándome de una energía que no recordaba haber perdido, como ese ruido que no notas hasta un segundo antes de que, de repente, cesa. Estaba sola, vacía y seca, pero ya no me lo sentía.
               Llevaba dos meses estando sola, pero ya no más. Alec había venido para estar conmigo.
               Llevaba dos meses vacía, pero ya no más. Alec había venido a llenarme.
               Llevaba dos meses seca, pero ya no más. Alec había venido para empaparme de él, para permitirme bañarme y nadar, recuperar esa cola que tantas noches me había mantenido en vela. Había nacido para jugar entre los arrecifes de su amor y ver su bondad dibujando complicados patrones sobre mi piel, que era oscura precisamente para que ese dorado de la luz solar que manaba de él se viera mejor.
               Está aquí. Es de verdad.
               Eché a correr hacia él.
              
 
Dios. Dios, Dios, Dios, Dios.
               No podía pensar, no podía hablar, no podía hacer nada que no fuera apartar abrirme paso entre la gente en dirección a ella, atraído por su cuerpo como un marinero por los cantos de una sirena. Me daba igual estar siendo un maleducado y a quién me llevaba por delante, me daban igual las maletas que se interponían entre nosotros y los grupos en que tenía que colarme para salvar la distancia que nos separaba. Primero eran treinta metros, luego veinte, luego quince y luego diez, y nueve ocho siete.
               Bésame le supliqué mentalmente mientras nos acercábamos corriendo el uno al otro. Bésame, bésame, bésame.
               Seis, cinco, cuatro, tres…
               Dame sentido, déjame respirar, necesito que me beses.
               Dos. Uno.
               En lo único que pude pensar antes de que ella saltara hacia mí, en lo único en que pude fijarme, era en que estaba guapísima. Más guapísima de lo que la recordaba. Más guapísima de lo que la había visto nunca.
                Sabrae saltó, confiando en que la recogería. Joder, la recogería incluso si estuviera en Etiopía. La recogería en el mismísimo infierno. No sabía cómo, pero me las apañaría. Estaba tirado si la tenía delante.
               Me rodeó la cintura con las piernas y me acarició los brazos con las manos, subiendo por mi hombro hasta mi cuello, y de ahí llegó a mi nuca, y, joder, como me tocara justo en la nuca me descompondría.
               -Alec-jadeó, sonriendo. Y si mi nombre no es la plegaria más efectiva de todas, la que despierta hasta al más perezoso de los dioses… no sé qué podría serlo.
               Creí que no podría estar mejor.
               Y entonces ella me besó y me olvidé hasta de quién era, de dónde venía, y adónde iba. Lo único que importaba era el tacto de sus labios en los míos y la sensación de que aquí, precisamente, era donde tenía que estar. De que era a ella a quien le pertenecía. A ella y a nadie más. Nadie, nadie más.
 
 
Era incluso más fuerte de lo que lo recordaba. Tenía más fuerza en los músculos de la que soñaba por las noches, justo antes de despertarme empapada en sudor y enredarme aún más entre las sábanas cuando me permitía gemirle su nombre a la noche mientras lo buscaba entre mis piernas. Tenía la piel más áspera de lo que la recordaba, quizá porque la sabana empezaba a hacer mella en él, pero no me importaba lo más mínimo. Ya no era mi hombre, sino mi dios: sus poderes trascendían su piel y su cuerpo mortal era incapaz de retener por más tiempo la fuerza que había en él. Por supuesto que tendría aristas. Por supuesto que me haría daño. De eso se trataba: de que me cortara y me arañara y se colara entre mis curvas como el más peligroso de los venenos, porque no es que te matara, sino que te cambiaba la vida y no te permitía recordar quién eras antes de que te emponzoñara.
               Busqué su boca con urgencia, la única ninfa superviviente de un incendio que no sabe si podrá repoblar algún día el bosque. Él sería mi estanque, mi curación, mi proceso de sanación; la luna a la que le cantaría en mis noches de locura, dirigiendo una manada de una sola loba.
               Respiré su aliento, saboreé sus labios, lamí su lengua. Sus pestañas me hacían cosquillas en las mejillas, y su pelo me acariciaba la yema de los dedos como siempre, y a la vez como nunca. Me había recogido en el aire con una facilidad pasmosa que por un momento me hizo olvidarme de esos cambios en mi cuerpo que tan preocupada me tenían, y en los que no me había parado a pensar desde que hablé con él por teléfono. Puede que yo hubiera engordado, pero Alec también se había hecho más fuerte. Entre nosotros siempre habría un equilibrio que nos haría perfectos el uno para el otro. Ningún otro sería mejor para mí que él. Ninguno.
               Dos meses. Dos meses y diecisiete días sin verlo, sin tenerlo conmigo, sin poder besarlo con tranquilidad sabiendo que teníamos una noche entera por delante para reclamar nuestros cuerpos. No sabía cómo coño había sobrevivido a aquello, pero sí sabía una cosa:
               Si me había sentido perdida mientras no le tenía era porque él era mi cielo. No lo llamaba “sol” por nada. Él representaba todo lo bueno en mi vida, esa confianza que yo había ido cultivando poco a poco a lo largo de mi existencia, y que cristalizaba en la manera en que él me quería, me besaba y me adoraba. Era exactamente a eso a lo que Alec sabía: a ese cielo que yo jamás podría visitar por las cosas en que me hacía pensar cuando se quitaba la ropa.
               Así que le disfrutaría todo lo que pudiera, y mientras quedara un mínimo aliento en mí, lo emplearía para decir su hombre, que le deseaba o que le quería, o las tres cosas a la vez. Y cuando me tocara exhalar el último, no me arrepentiría lo más mínimo de mis decisiones de disfrutarlo.
               Arder hasta el final de los tiempos se parecía demasiado a ese placer que me embargaba cuando se metía entre mis piernas como para que yo no encontrara la manera de disfrutarlo.
              
 
Joder, ¿cómo no iba a estar mal cuando no estaba con Sabrae? Ningún cielo se distinguiría del infierno si estaba a más de dos metros de ella, así que imagínate seis mil kilómetros. No tener sus rizos acariciándome la cara mientras la besaba, su cuerpo apretándose contra el mío, sus curvas sinuosas serpenteando contra mi pecho…
               Sabrae abrió la boca y se separó un poco de mí para poder respirar. No, me dije. Eres una diosa. No necesitas respirar. Me lancé hacia sus labios, se los mordí, y ella gimió, clavándome las uñas en la nuca.
               -Oh, Dios…-susurró.
               -Joder…-respondí yo. Era lo más delicioso que había probado en mi puta vida. Lo. Más. Delicioso. Necesitaba más de ella. Necesitaba todo de ella. El aire que salía de sus pulmones, el sudor sobre su piel, el néctar entre sus muslos. Todo, todo, todo. Estaba completamente vacío, desquiciadamente sediento, y sólo ella podía llenarme, sólo ella podía saciarme.
               La dejé en el suelo, no porque no pudiera seguir sosteniéndola, sino porque necesitaba tocarla. Había cosas distintas en ella con las que yo me moría de ganas de familiarizarme.
               Había cogido peso. Mientras el mundo se detenía y ella corría hacia mí, me había parecido apreciar que tenía más caderas, las tetas un poco más grandes. Las chicas cogían peso cuando estaban felizmente emparejadas, y creía pensar que, después de todo lo que le había hecho pasar, finalmente Saab había cedido a su felicidad y había dejado de preocuparse por lo que les gustaba a los demás y había decidido darse espacio para gustarse ella. Y, por lo tanto, gustarme más a mí.
               Bajé las manos de su cintura a su culo y la pegué más contra mí, y Sabrae gimió en mi boca. Joder. Ya la tenía dura, pero aquello estaba llegando a otro nivel. BUF. En cuanto me saciara de ella (o sea, nunca) y ella de mí (esperaba que eso sucediera dentro de un millón de años como muy pronto), me fijaría bien y comprobaría que no había fallado en mi estimación. Me había vuelto más fuerte en el voluntariado y aun así me había costado lo mismo, puede que un poco más, levantarla.
               No me estoy quejando. Ni mucho menos. Ojalá estuviera en lo cierto. Lo único que me gustaba más que una Sabrae con curvas era una Sabrae con más curvas y más acentuadas.
               Soy el cabrón con más suerte del puto universo.
 
 
Soy la chica con más suerte de toda la historia. Ahora que me había dejado en el suelo (durante unos segundos de pánico creí que era porque se había cansado, y luego me di cuenta de que se había cansado, sí, pero de no poder manosearme), Alec me tenía a su entera disposición, y estaba haciendo de reconocer mis curvas su misión personal. Todo ello mientras me besaba con una desesperación que había sentido muy pocas veces en él; quizá, precisamente, porque nunca habíamos pasado tanto tiempo sin besarnos. Su visita de septiembre apenas contaba para mí, y parecía que tampoco había saciado su sed.
               Me estaba besando como si acabara de llegar de la guerra, pero no era un soldado cualquiera, sino un señor de la guerra que había encontrado en la hija de una tribu sometida a su nueva reina. Le levantaría templos, ciudades, imperios enteros sólo para venerarla como se merecía. Guerrearía con rabia en cada batalla, asegurándose una victoria que luego celebraría entre los muslos de ella. Disfrutaría del dorado del sol sobre su piel, pero nada comparado con el ébano de sus aposentos mientras se arrodillaba frente a sus rodillas.
               Me besaba igual que un dios que renuncia a su inmortalidad por estar con una humana, porque entendía que de poco sirve tener toda la eternidad a tu disposición si nunca has probado a una hembra. Y yo era eso de Alec. Era más que su chica, o más que su mujer: era su hembra. El vínculo que trascendía toda especie y toda concepción, la elección de la biología y la evolución por encima del resto de posibilidades.
               Y me gustaba. Me encantaba. Quería serlo toda la vida, que me besara así toda la vida. Despertar a ese macho ansioso que tenía dentro y que pronto me dejaría disfrutar. Estaba impaciente, y mis muslos aún más.
              
 
Dudaba que pudiera parar. Seguramente no lo fuera a hacer nunca. Estaba tan deliciosa… tocaba todos y cada uno de mis puntos sensibles simplemente respondiendo a mi lengua. Era como si supiera exactamente dónde estaban mis puntos débiles y los estuviera atacando y protegiendo a la vez.
               Sabía tan bien… era perfecta, absolutamente perfecta.
               Y mía. Ese entusiasmo, las ganas y el deseo sólo podían pertenecerle a una persona. Si lo compartías con alguien más, se diluía en el agua y se perdía para siempre, como una goma que se estira tanto que termina rompiéndose.
               Estaba empezando a marearme.
 
 
El mundo daba vueltas a toda velocidad, y estaba empezando a costarme seguir su ritmo.
               No fue hasta que no noté que Alec también lo sentía cuando me di cuenta de a qué se debía: necesitábamos respirar.
               Así que le puse las manos en las mejillas, igual que tenía él las suyas en las mías, y lo separé ligeramente de mí para poder mirarlo y también poder respirar.
               Alec abrió los ojos y me miró. Pronto, le dijeron los míos. Pronto me tendrás.
               Sonrió y me dio un piquito en los labios antes de darme un casto beso en la frente que lanzó una riada de lava directamente hasta mis piernas. Sonreí y me estreché contra él en un abrazo que, de haber justicia en el mundo, nos habría fundido en un solo ser.
               Olía tan bien… a luz y lavanda y promesas y hogar. A ser feliz a pesar de todo y a estar segura de que te querían sin condiciones y también sin hacerte daño. A ser libre y, a la vez, estar siempre acompañada.
               -Tú nunca me has besado así-protestó Karlie, dándole un manotazo a Tam. Alec y yo nos reímos.
               -Es que para besar así hay que entrenarse, Kar. Todos los findes durante… ¿qué, Al? ¿Cuatro años?
               -Eres una hija de puta-respondió mi chico, riéndose y dándome un beso de nuevo. Así se rompió un poco el hechizo: nos volvimos de repente conscientes de la gente que nos rodeaba, y mientras él saludaba a Jor, Tommy y Scott, sin soltarme la mano (bastante tiempo habíamos pasado sin tocarnos ya), yo pude admirar los cambios que se habían producido en él.
               Estaba más moreno que cuando había venido en septiembre, eso no cabía duda. Se notaba que pasaba mucho tiempo a la intemperie, con su piel casi compitiendo con la mía. Puede que volviera de Etiopía más oscuro que yo, al paso al que íbamos. No obstante, que su piel se hubiera oscurecido no significaba que la luz que manaba de su alma no se colara a través de ella, pues su piel resplandecía de un delicioso tono dorado que me hacía ver lo acertada que había estado dándole el apodo de “sol”. Tenía los músculos de la espalda más marcados (no podía esperar a hundir mis uñas en ellos) y los bíceps mayores que la última vez (¿suena muy raro si digo que quiero sentarme en sus bíceps y follármelos hasta correrme? Porque, en serio, tenían una pinta tremenda).
               Y su pelo. Uf. No me hagas empezar con su pelo. Lo tenía más claro por la acción del sol, y se lo había cortado por los laterales, dejándoselo tan corto que ahora no tenía manera de esconder sus orejas, de forma que a mí me resultaría muchísimo más fácil mordérselas. Aun así, no había renunciado a sus preciosos mechones ensortijados de chocolate, que seguían igual de omnipresentes en la parte superior de su cabeza, y con los que podría seguir jugueteando cuando me practicara sexo oral.
               Mejor no pensaba en eso ahora, aunque fuera por mi estabilidad mental.
               -Te has cortado el pelo-admiré cuando terminó de intercambiar pullas con Tommy y Scott y pidió ir al Burger King a por algo de picar antes de regresar a casa. Alec me miró desde arriba y sonrió. Juraría que estaba también un poco más alto.
               -Sí, bueno, es que… hace calor-explicó, no sin cierta timidez, mientras se pasaba una mano por la cabeza en ese gesto que a mí tanto me gustaba-. ¿Te gusta?
               -Estás genial.
               -¿De verdad?
               -Un daddy total. Casi me cuesta seguir con las bragas puestas y todo, sol.
               -Menuda novedad-se burló-. ¿Te gusta en serio?
               -Claro que sí. Estás buenísimo-contesté, volviendo a besarlo, y Alec respondió a mi beso con ese entusiasmo tan característico de esa versión que era estando en Etiopía. Me besaba como si se fuera a la guerra, a pesar de que había vuelto. Como alguien que va al infierno, y vuelve, y quiere ganarse la entrada en él por lo que ha visto allí.
               Nos pusimos a la cola de un Burger King abarrotado mientras él y yo nos poníamos al día con besos, caricias y mimos. Estábamos siendo asquerosamente pegajosos, lo sabía, pero no podía renunciar a él. Y él tampoco parecía querer renunciar a un segundo admirándome: me acariciaba las caderas, los muslos, el culo y los hombros, gimoteando una retahíla de:
               -¿Siempre has sido así de guapa? No sé cómo coño hice para irme. Debía de ser gilipollas, o algo. Estás guapísima. Dios, Saab, eres preciosa. Te debe de sentar genial estar sin mí.
               -¡No seas lerdo!-me reí.
               -En serio, ¿siempre has sido así de guapa? Buah, es que flipo, flipo, FLIPO, contigo, chavala. Soy el cabrón con más suerte del planeta. Menudo glow up has tenido. Me descojono yo del revenge dress de la princesa Diana. Lo tuyo es mucho mejor.
               Me había puesto un vestido de otoño de color borgoña porque era lo que más me estiraba de lo que tenía en el armario, y aunque se me pegaba más que la última vez que me lo había puesto, la verdad es que me favorecía. Resaltaba mis curvas todavía más, especialmente mis tetas y mi culo, algo que sabía que le gustaría mucho a Alec. Sólo esperaba que no se decepcionara cuando me lo quitara.
               -¿Cuál es el plan para hoy, entonces?-preguntó Tam mientras Alec me mordisqueaba la oreja y yo me reía-. Aparte de…
               -Yo voy a follar. Vosotros haced lo que os dé la gana-soltó Alec, ignorando deliberadamente a un matrimonio que lo fulminó con la mirada. Me reí un poco más-. Dios, sigue haciendo ese ruidito, nena, y te prometo que no llegaremos a Londres.
               Volví a reírme, tanto porque me encantaba la amenaza como porque estaba tan feliz que incluso si Alec se ponía a recitarme la tabla de multiplicar del 6 a mí me parecería genial.
               -No te has hecho nueve horas de avión nada más que para follarte a Sabrae-se rió Tommy, y Alec alzó una ceja.
               -¿Me estás retando?
               -¿Qué queréis?-preguntó Max, que se había hecho con una pantalla de pedidos. Alec soltó que cogiera tres bolsas de chilli cheese bites, lo cual nos pareció bien a todos. Y luego preguntó:
               -¿Y para vosotros qué vais a coger?
               -Alec, no te vas a comer en serio 27 putos bites-rió Jordan.
               -¡Tengo mucha hambre!
               -Veo que llevas bien el autocontrol-se burló mi hermano.
               -Ya me estoy conteniendo bastante de lo que más me apetece-respondió, fulminando con la mirada a mi hermano y agarrándome una nalga-, como para encima pasar ganas también de esto.
               -No lo pinches, S-rió Karlie-, que luego se enfada y se desquita con Sabrae.
               -Cuando está cabreado es cuando mejor folla.
               -Eso explica por qué te gusta tanto cómo te lo hago, bombón: eres todo lo insoportable que puedes conmigo simplemente para fastidiarme.
               -Y te encanta-tonteé, apartándome el pelo de la cara de forma que le diera en la suya.
               -Obviamente-respondió, y volvió a darme besos. No se detuvo más que para zamparse las tres bolsas de los bites (de los cuales me dio solamente dos, ya me dirás tú si no es para ser insoportable con él), ni siquiera cuando nos metimos en el coche de Jordan y nos  metimos mano todo el trayecto delante de un fastidiadísimo Scott, que no soportaba no ser el centro de atención.
               Prácticamente nos pegó una patada cuando llegamos a casa de Alec para que saliéramos del coche.
               -Nos vemos en una hora-dijo mi hermano, plantado en medio de la carretera al lado de Tommy mientras Jordan aparcaba.
               -Vale-cedió Alec-. Espera, ¿qué? Ah, no, ni de coña. A mí no me vas a meter prisa por tus compromisos de estrella del pop. Ya te mandaré un mensaje cuando acabemos.
               -¿Te crees que no tengo nada mejor que hacer que quedarme sentado esperando a que me mandes un mensaje para poner en marcha la Operación: Fiestón Del Milenio por el cumple de mi mejor amigo?
               -Scott-dijo Alec, poniéndole una mano en el hombro-. Te quiero mucho, pero entiende mi situación. Hace dos meses, diecisiete días y cuatro horas que no le meto lo que viene siendo la polla hasta el páncreas a tu hermana.
               -Bravo-rió Tommy-. Te llamaremos para que nos escribas las baladas.
               -Entenderás-continuó Alec sin hacerle el menor caso a Tommy-, que me apetezca tomarme mi tiempo. Y si tienes algún problema, lo podemos solucionar ahora mismo. Seguro que a mi madre no le importará que limpie las hojas del jardín con tu cara. Así que, ¿qué va a ser, S? ¿Cuál de los dos me va a tocar los cojones? ¿Tu hermana o tú?
               Scott tomó aire y lo soltó despacio, poniendo los ojos en blanco.
               -Sabes que te puedo hundir la vida con mi ejército de fans, ¿verdad?
               -No antes de que yo me hunda en el glorioso co…
               -Alec-le advertí, y él puso los ojos en blanco.
               -Es verdad. Es glorioso.
               -Scott lo pilla. Vamos dentro-le insté, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a su casa.
               -Alguien tiene que ponerlo en su sitio-se quejó.
               -Y serás tú, sol, no lo dudo; pero primero me tienes que poner en mi sitio a mí. Debajo de ti sería lo ideal-ronroneé, poniéndome de puntillas y dándole un beso.
               -Acordaos del mensaje-instó Scott.
               -Tranqui, está todo controlado-aseguré. Me despedí de él y atravesamos el camino de grava en dirección a su casa. Iba a sacar mis llaves, pero negó con la cabeza y llamó al timbre. Con su mano en mi cintura, esperamos a que nos abrieran la puerta.
               Lo hizo una Mimi que abrió la boca hasta casi tocar el suelo con la mandíbula.
               -¿¡Alec!?
               -Hola, Mím. ¿Cómo va eso? Oye, necesito un favor. ¿Me despejas la casa media horita?
               -¿Qué?-fue todo lo que se le ocurrió a su hermana, y yo lo miré.
               -¿Sólo media horita?
               Alec sonrió, y yo me compadecí de mí misma, porque no era mi Alec el que estaba junto a mí ahora, sino el puñetero Alec Whitelaw, el Fuckboy original, lo cual era mil veces peor.
               -Ésa era justo la  reacción que me esperaba. Que sean dos horas, Mary Elizabeth-ordenó.
               -Es bastante menos de lo que me habías prometido-tonteé, dándole una palmada en el culo.
               Te juro que se relamió cuando me miró de nuevo.
               -Necesito desquitarme para ser un adulto funcional, nena, pero una vez que caliente motores en la fiesta ya verás lo que pasará-me apartó un mechón de pelo del hombro y me susurró contra el cuello-: ya sabes que yo cumplo mis promesas.
               Sí, lo sabía. Y la última vez que me había visto me había prometido que me follaría hasta la semana que viene.
               Ojalá esta semana durara quince días… porque estaba más que lista.




             
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2 comentarios:

  1. BUENO MIRA LLEVO ESPERANDO ESTE CAPÍTULO MILENIOS ME ENTIENDESS. CASI ME HA DADO UN TROMBO.
    No puedo con estas personas de verdad. Son demasiado para mí. La manera en la que me he imaginado todo el reencuentro como una puta escena de película y casi implosiono.
    UNA SEMANA ME PARECE DEMASIADO POCO. NECESITO UN CAPÍTULO PARA CADA DÍA.

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  2. QUE EMOCIÓN DE CAPÍTULO, NO ME CREO QUE POR FIN ESTÉN JUNTOS. Procedo a comentar por partes:
    -Toda la llamada evidentemente una fantasía osea empezar a notar la emoción de que por fin se van a ver… ufff
    - Me encanta como hacen especial cada sitio en el que están juntos.
    - Que RISA Sabrae atacada y pensando que se van a ir sin ella si tarda mucho JAJAJAJAJJA
    - Shasha pidiendo que “se lo traigan en cuanto terminen” buenísimo, ganitas de que se vean la verdad.
    - Que Tam haya sido la primera en llegar me gustadoo.
    - Alec preocupado por el corte de pelo como si hubiera alguna forma en la que estuviera feo o de que a Sabrae pudiera no gustarle jajajajjaa
    - Cómo había echado de menos la dinámica de Alec con los 9 de siempre.
    - No quiero ni pensar en cuando estén 5 meses separados (te pido POR FAVOR que no dure dos años).
    - Toda la parte de “El único chico que estaría rodeado de gente y, a pesar de todo, me vería entre la multitud”, muero de amor.
    - Todo el momento inicial del reencuentro maravilloso osea toda la parte de “El único chico que estaría rodeado de gente y, a pesar de todo, me vería entre la multitud”, el “BÉSAME BÉSAME…”, Sabrae lanzándose hacia él… UFUFUF QUE PRECIOSO
    - Scott picadísimo que riiisaa
    QUE GANAS DEL SIGUIENTE CAP DIOS LO CONTENTISIMA QUE ESTOY DE QUE VUELVAN A ESTAR JUNTOS OTRA VEZ <3

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