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Si tenía que mirar el lado positivo de lo que diría
Eleanor de camino a su casa, cuando el tiempo se nos hubiera agotado con
nuestras respectivas parejas, era que le había borrado la sonrisita de
suficiencia de la boca a mi hermana. Mimi se había ocupado de Eleanor de la
misma manera que yo me había ocupado de Scott a lo largo de la tarde, como si
los hermanos Whitelaw fuéramos los ángeles de la guarda de la “parejita de la
discordia”, como estaba seguro que mi madre se refería a Eleanor y Scott en su
cabeza cuando nos pillaba a Mimi y a mí hablando de ellos. A mí me habían
asignado a mi amigo, y a mi hermana, a su mejor amiga, casualmente del mismo
sexo que ella, y en cuyos probadores podía colarse a probarse prendas que no
iba a ponerse nunca sin que nadie la mirara mal. Pobre de mí si a mí se me
ocurría siquiera meter la cabeza en el probador de alguna tienda a la que
llevara Sabrae, no porque fueran a mirarnos mal (eso me importaba una mierda),
sino porque haría que pasáramos la noche siguiente en el calabozo, separados
por una reja, por escándalo público (hacerlo en un probador era una de mis
fantasías sexuales, y podía ponerme muy persuasivo si quería; además, si Sabrae
me llamaba para que le diera mi opinión sobre una prenda, seguro que lo hacía
con segundas intenciones).
El
caso es que, mientras yo me ocupaba en darle la vuelta al colchón de Scott y
rezaba por que eso supusiera también un cambio de humor en él, Mimi se había
ocupado de tener distraída a Eleanor en el equivalente femenino de una tarde
jugando a videojuegos y bebiendo cerveza: llevándosela de compras y tirando de
la tarjeta de crédito cuyos gastos mamá y papá no tenían del todo controlados.
Las dos eran unas mimadas, pero no hacían peligrar la estabilidad económica de
sus familias, así que yo no iba a juzgarlas.
Sin
embargo, todo lo bueno se acaba, y mi sesión de trabajos en beneficio de la
comunidad (léase, arrastrar a Scott todo lo lejos que pudiera de las garras de
la depresión) se habían visto recompensados con una sesión de compañía, después
mimos, y casi sexo con Sabrae, mientras mi hermana se dedicaba a dar vueltas
por el vecindario y a visitar a una compañera de baile con la que no terminaba
de congeniar del todo, con la excusa de que tenían que preparar un baile
juntas.
Mimi
se había cansado pronto de estar con aquella chica. Así que se había dejado
caer en casa de los Malik, y poniendo ojos de corderito degollado, frotándose
las manos mientras se soplaba sobre ellas, y aleteando con las pestañas,
consiguió que Zayn no viera la mala víbora que era y la dejara entrar en casa.
Lo siguiente que seguiría sería una petición con fingida timidez por parte de
Mimi: “¿siguen Alec y Eleanor en vuestra casa? A mamá no le gusta que vaya por
ahí de noche, sola”.
Lo
que en su idioma venía a ser como “Sherezade, ¿te importaría subir y joderle el
pollo al santo de mi hermano, que me
aguanta una tanda de tonterías que no toleraría ni el dalái lama?” Gracias”.
Y Shasha, ya acostumbrada a cortarnos el
rollo, había trotado de nuevo escaleras arriba, en dirección a la habitación de
mi chica, confiando en que no estaríamos usando los cupcakes que habíamos rescatado del horno como juguetes sexuales.
Por lo menos no pervertimos a la chiquilla; eso sí, la risita mal disimulada
que exhaló cuando nos pilló otra vez semidesnudos, enrollándonos sobre las
migas de los que habíamos subido a su habitación, no se la quitaba nadie.
Sabrae
se puso roja como un tomate al ver que su hermana nos había pillado con las
manos en la masa de nuevo; y yo, que no tenía nada que perder y muchísimo que
ganar, le dije a Shasha que estaba en medio de algo y que no iba a dejar que cierta
petarda me lo estropeara (palabras textuales).
-No
seas malo-me recriminó Sabrae, dándome un manotazo en el hombro a los que
empezaba a acostumbrarme… y que echaría muchísimo de menos si algún día se
detenían. Así que me abroché los pantalones (no, no habíamos llegado a
quitárnoslos, aún), me abotoné la
camisa y recogí mi móvil y mi cartera de la mesilla de noche de Sabrae mientras
ella se enfundaba unos leggings, intentando ignorar los ojos abrasadores de
Shasha, que no se apartaban de ella.
Salí
de su habitación y bajé las escaleras con la gracilidad del príncipe de la
Cenicienta, ese cabrón con suerte al que le hacen un baile para que pueda
elegir a quién de todas las doncellas del reino va a querer tirarse esa noche,
y cuando mis ojos se encontraron con los de Mimi, mi hermana ni se molestó en
disimular la sonrisa de “te he jodido el polvo” que la acompañaría toda la
tarde… o, por lo menos, todo el trayecto a casa. Me dieron ganas de decirle que
no estábamos haciendo nada por iniciativa de Sabrae, no porque ella hubiera
influido en algo, pero lo único que le podía causar más satisfacción a Mimi que
joderme los planes de diversión era que yo le demostrara que me había picado
con ella. Sólo se encontró con mi mejor cara de póker, que no cambié en ningún
momento, ni siquiera cuando Eleanor bajó las escaleras y la expresión de Mimi
se tornó de culpabilidad. No había pensado en los daños colaterales de su plan.
-No
seas malo-me repitió Sabrae, poniéndose de puntillas, acariciando la cara
interna de mi brazo con su mano, la otra entrelazada con la mía.
-Me
estoy comportando como un estoico caballero medieval.
-Te
estás riendo-constató, besándome el hombro y apoyando la cabeza en él,
exhalando un suspiro tan profundo que podría haber echado abajo un castillo.
Fue entonces cuando me di cuenta de la ligera tirantez de mis mejillas allá
donde estaban los músculos que dibujaban mi sonrisa, todo fruto de una
reflexión: Mimi no le había jodido el polvo a su hermano, pero sí a Scott… y,
por asociación, también a Eleanor.
Y yo
que pensaba que no podía triunfar más en la vida. Al menos, ella se sabía no
completamente victoriosa, y yo estaba dispuesto a conformarme con eso… porque
pensaba que Mimi seguiría con esa expresión de vergüenza y arrepentimiento, en
lugar de entregarse al cachondeo en cuanto cerramos la puerta de la casa de
Scott y Sabrae, yo cargando con una bolsa en la que Sherezade había colocado
cuidadosamente la tasa de cupcakes que
me correspondía por mi ayuda en el cocinado, y las dos chicas con varias bolsas
de distintas tiendas de ropa del centro, con las que se habrían hecho esa misma
tarde.
Como
si se hubieran olvidado de que yo estaba allí con ellas, comenzaron a bromear
sobre lo que Eleanor había estado haciendo con Scott: Eleanor la mandaba
callar, mirándose los pies y sorteando los charcos, mientras Mimi intentaba por
todos los medios sonsacarle hasta dónde habían llegado. Se habían puesto
tremendamente cariñosos en la despedida; ni siquiera Sabrae y yo habíamos
llegado a ser así de pegajosos, limitándonos a unos cuantos piquitos con sus
correspondientes caricias de nariz, un par de “me apeteces” intercambiados como
cromos en el patio del cole. Scott y Eleanor habían sido diferentes; tanto, que
Sabrae incluso le había tomado el pelo a su cuñada diciendo que no iba a irse a
la guerra.
-Cuidaremos
de él-le prometió, y Eleanor la miró, las ideas de su cabeza disipadas como
nubes en la noche, y asintió con la cabeza. Ella también estaba preocupada por
él; entonces pude verlo. Por eso no quería dejarlo solo. Pero no se daba cuenta
de que estaba con Sabrae. Nadie podía cuidar de Scott mejor que Sabrae, con
permiso, por supuesto, de Tommy. Ella había sido quien le había llamado cuando
se dio cuenta de que el bote de somníferos que tomaba Shasha no estaba en el
baño.
-Yo
no necesito que cuidéis de mí-Scott se había revuelto contra su hermana como un
gato acorralado, y yo le saqué la lengua.
-Claro
que sí, mi pequeñín—contesté, conteniendo una carcajada que hizo que Sabrae me
mirara desde abajo como si fuera una aparición divina-. Acuérdate de no comer
muchas chuches de noche, que cuando te da un empacho, tienes pesadillas.
-Vete
a la mierda, Alec-Scott puso los ojos en blanco, fastidiado, pero esa expresión
se evaporó en cuanto Eleanor le dio un beso en la mejilla. Todo estaba bien de
nuevo, y aquellos cambios de humor sólo podían deberse a una cosa: habían hecho
“alguna travesura”, como decía la virgen de mi hermana, y ahora quería saber
hasta dónde. Saltaba de un charco a otro como una rana inspectora de policía
mientras enumeraba los distintos hitos de la sexualidad: primera base, segunda
base, tercera base…
-Por
Dios, Mary Elizabeth-protesté, poniendo los ojos en blanco y fingiendo contener
una arcada-. Esas expresiones son tan de
monja que me sorprende que no venga un tribunal de la Inquisición a buscarte
para llevarte de vuelta al convento del que te has escapado.
-Disculpa-Mimi
se volvió hacia mí, frunciendo el ceño-. Por lo menos yo tengo un poco de clase
y no llamo a las cosas por la palabra más soez que se me ocurre.
-Tienes
15 años, niña: ya va siendo hora de que le pierdas el miedo a decir la palabra
“polla”. No va a comerte. Ni va a hacer que pierdas ese regalo especial que le
estás guardando al caballero de la brillante armadura que esperas que venga a
desflorarte en el baile de fin de curso.
-¡Yo
no espero ningún caballero de brillante armadura, Alec! ¡Que no me comporte
como una especie de gigoló a domicilio no quiere decir que sea una mojigata!
Me detuve en seco, mirándola, luchando contra
mis ganas de reír.
-Creía que era un “gigoló de
beneficencia”, no un “gigoló a domicilio”. ¿A qué se debe ese cambio? ¿Es que
ahora soy parte de un servicio premium, como
Amazon Prime?
-Bueno, ahora no te tiras a todo lo que se
mueve-reflexionó Mimi, y allí apareció de nuevo aquella sonrisa pagada de sí
misma-, pero también te desplazas más, como si fueras un cartero con un fetiche
por cierta casa.
-Cariño,
si supieras lo que yo encuentro en esa casa, ni hablarías como una chica del
siglo XVII ni te reirías de que ya haya encontrado la ruta más rápida para
llegar a casa de Sabrae. Claro que…-le guiñé un ojo-, entonces tampoco me
llamarías “gigoló” por echar cuatro polvos, sino simplemente “persona normal”.
Mimi
puso los ojos en blanco y fingió una arcada.
-“Persona”,
vale, pero “normal”… creo que sueñas, Al. Aunque, bueno, tampoco me sorprende
mucho que digas tonterías. Seguramente todavía tienes mucha sangre acumulada
en…-me señaló la entrepierna con un índice que trazó círculos en el aire-, y no
te llega la suficiente al cerebro.
-No
te rías tanto, mocosa. Sé por qué te ríes, pero lamento decirte que no estaba
haciendo nada con Sabrae cuando tú llegaste. Quizá, si acaso, un poco de…
primera base, para que lo entiendas, pero nada más.
-Tú
no estabas haciendo nada-consintió Mimi, su sonrisa rizándose más y más-, pero,
¿y ella a ti? Te he visto más veces con ese pelo, Al. Hemos coincidido de
fiesta. ¿Tan tonta te crees que soy como para no darme cuenta de cuándo te han
hecho una mamada?
-Mary
Elizabeth-abrí tanto los ojos-. Esa boca. Te la voy a lavar con jabón.
Mimi
se apartó el pelo de la cara, creyéndose ganadora en la conversación, y yo
estaba a punto de ponerla en su sitio, cuando Eleanor me interrumpió… y acabó
con todo el buen rollo que había entre nosotros.
-Alec-habíamos
llegado a la esquina de su calle. Entre tanta broma, se me había pasado el
camino volando. Se quedó plantada en la esquina de la acera, bajo la luz de la
farola, un fantasma de una decisión dudosa recortada contra la noche. Me detuve
de nuevo, esta vez frente a ella.
-Di,
El
-Si
te hago una pregunta, bastante dura… ¿me serás sincero?-preguntó, y empezó a
retorcer los cordones de una de sus bolsas, nerviosa. Me preparé para alguna
especie de favor impagable que tendría que hacerles a ella y a Scott, como ir a
por la píldora del día después a escondidas de todo el mundo al día siguiente.
Joder, yo mismo había caído en el mismo error y había visto lo mal que se había
puesto su hermana, ¿es que Scott no podía mantener la polla enfundada por una
vez en su vida? Si Eleanor se ponía mal, Tommy tendría toda la razón del mundo
para partirle la cara. Y yo no podría por más que darle la razón.
-Claro-respondí
con toda la calma que pude, sospechando que si había pospuesto la pregunta
hasta el último momento, no era por casualidad-, dime.
Mimi
se volvió hacia su amiga, expectante. Aquélla era una de las pocas veces en las
que Eleanor Tomlinson se volvía completamente opaca para Mary Elizabeth
Whitelaw. Asistir a tan extraño fenómeno era como vislumbrar el paso de un
cometa combinado con un eclipse. ¿Cuáles son las posibilidades de que mi
hermana no lea a la de Tommy, y éste esté peleado con Scott? Los planetas
debían de estar alineados.
-¿Crees
que debería romper con Scott?
Supongo
que lo que yo me esperaba y lo que realmente sucedió era tan parecido como los
entrenamientos militares lo eran a la guerra. Por mucho que te tiren bombas
encima y te hagan disparar a objetivos que se mueven, en el fondo sabes que lo
que te cae sobre la cabeza no son más que petardos y los muñecos son maniquíes.
Nada te puede preparar para la destrucción y la barbarie de una guerra. Los
gritos, la sangre, las heridas, las infecciones, las deserciones, los miedos.
Las bajas, tanto por muertes como por deserciones.
Deserciones,
deserciones… lo único peor que un muerto era un cobarde. A los espartanos
caídos en batalla los devolvían a su tierra natal sobre sus escudos; todo aquel
que no tuviera un escudo no podía entrar en la ciudad, pues significaba que lo
había tirado para escapar, y no había hueco para cobardes en Esparta.
Toda
la sangre huyó de mi rostro al darme cuenta de que los únicos con unos lazos
fuertes con Grecia, y por lo tanto con aquellas tierras, éramos Mimi y yo.
Eleanor no tenía por qué aguantar aquellas cosas. Estaba entre la espada y la
pared, pero, de ser algo aparte de inglesa, era española, en lugar de griega.
Los españoles no eran como nosotros. Habían inventado las guerrillas, no el
“¡esto es Esparta!”.
-¿Qué?-inquirió
Mimi, mientras yo intentaba encontrar oxígeno. No, no, no. No. Tommy y Scott se
habían peleado y yo era el puente principal, todo el mundo confiaba en mí para
reunirlos. Pero, como todos los puentes, yo necesitaba una pilastra, unos
cables, unos tirantes, algo que me
permitiera mantenerme en mi posición. Eleanor era mi estructura; no debía
moverse, como el rey cuando el contrincante se prepara para hacer jaque.
Sacarlo de la barrera de peones sería el peor de los errores.
Todo
en torno a Tommy y Scott, pero sobre todo a Scott, estaba suspendido en el aire
en un delicadísimo equilibrio digno del circo del sol, o del espectáculo de
algún mago con residencia y trabajo fijo en Las Vegas. Un leve movimiento en el
árbol de platos podría provocar el colapso de la estructura completa. Y Eleanor
dejando a Scott no sería un pequeño toquecito, sino más bien un huracán
entrando en tromba en el teatro.
-He
estado dándole vueltas-explicó-. Puede que, si pongo un poco de distancia entre
Scott y…
Haz que se calle. Haz que se calle YA.
-No-respondí. Scott, lo
último que necesitaba, era más distancia. Se había alejado de su mejor amigo,
se había alejado del instituto, de su rutina. No era tan imbécil como para
atribuirme el método de que aún no se hubiera vuelto loco: lo tenía delante de
mí, tenía voz de chica, ojos grandes y expresivos, pelo castaño rizado y un
colgante de avión de papel pendiendo de su cuello, recordatorio de a quién le
pertenecía su corazón, de quién era el piercing sin pintura negra que llevaba
en la oreja. Toda tú eres Scott, ¿cómo
puedes pensar en dejarle? Dejarlo sería desgarrarlo tanto que sería imposible
volver a unir sus pedazos deshilachados.
-… y yo, y hablo con mi hermano, las cosas se
arreglen entre ellos…-continuó, y yo volví a repetir, más fuerte y más claro
esta vez:
-No.
Eleanor
hizo una pequeña montaña con sus cejas, angustiada.
-Los
estoy matando, Alec. Prefiero no tener a Scott, y tenerlos a los dos, que tener
a Scott entero y no tener a ninguno realmente.
-¿De
qué serviría?-pregunté, y casi terminé la frase con un “ahora”, pero me contuve
en el último segundo haciendo acopio de una fuerza de voluntad que no cabía en
mí-. El mal ya está hecho. Ya han descubierto que el otro es tonto-espeté, y
Eleanor alzó las cejas, sorprendida. Mimi bufó a mi lado, dando un paso hacia
ella-. Ahora lo único que puedes hacer es esperar, y…
-Ser feliz-me interrumpió mi hermana,
poniéndose entre Eleanor y yo.
-Esto…
yo iba a decir “no dejarlos solos”, Mary El…-empecé, porque ésa era mi
prioridad número uno ahora mismo. El tiempo iba a curar la enfermedad que se
había instalado en sus cerebros y les había dicho que no se necesitaban; yo
sólo tenía que asegurarme de que no se distanciaban, y empujarlos un poco el
uno hacia el otro para que, una vez que el antídoto hiciera efecto, todo
fluyera con más naturalidad. Yo los juntaría, sí, pero necesitaba que se
quedaran exactamente donde estaban. Estaban tan lejos el uno del otro que eran
motitas de luz en el cielo nocturno; un centímetro más sumiría sus noches en la
oscuridad.
-Pero
no lo has dicho-replicó Mimi-, y el mundo te agradece que cierres la boca de
vez en cuando, Alec-me lanzó tal mirada que yo sólo pude alzar las manos, aceptando
haber perdido una batalla que ni siquiera sabía que estaba librando.
Eleanor
se mordisqueó el labio.
-Se
están apagando-observó, rodeando a Mimi y plantándose frente a mí-, y yo… yo me
siento tremendamente culpable. Las cosas no pueden ir a peor, Alec. Siento que
mi presencia lo estropea todo, y mi ausencia, también. Les recuerdo lo que ha
pasado, a los dos. Mi hermano ni se molesta en disimularlo. Scott sí, pero yo
puedo ver cómo sufre. ¿Tienes idea de lo que se siente sabiendo que eres lo que
más daño le hace a la persona que más quieres?
-Sí.
Yo también he visto el dolor en los ojos de un Malik-contesté con suavidad, y
Eleanor se mordisqueó el labio. Sus ojos se empañaron ligeramente de emoción y
de tristeza. Estaba enamorada; pasar tiempo con su chico debería hacerlo feliz,
no desdichado. Y sin embargo…-. Y por eso sé que poner distancia entre tú y
Scott no hará más que trastocarlo todo. Márchate si dejas de quererlo, pero no
precisamente porque lo haces. La distancia mata a las relaciones, no son las
relaciones las que matan a la distancia.
Tras
Eleanor, Mimi abrió la boca. Sí, piojo, yo también puedo decir algo a derechas
de vez en cuando.
-Los
mayores remordimientos vienen de las cosas que no intentamos-comenté,
apartándole el pelo de un hombro a Eleanor y acariciándole despacio el cuello.
Cualquiera que nos hubiera visto pensaría que éramos amantes, pero nada más
lejos de la realidad: esa conexión que acabábamos de descubrir era de lo más
puro e inocente. Ambos nos estábamos dando cuenta de que teníamos algo precioso
en común: los dos estábamos enamorados de un Malik. Y, milagrosamente, ellos
nos correspondían. No hay nada como que te corresponda alguien de esa familia.
Normal que Tommy estuviera tan mal. Pensar en perder el amor de Sabrae era
suficiente para volverme loco-. Y las razones para empezar una guerra son muy
diferentes de las que se dan para firmar el tratado de paz.
Una
chispa de inteligencia despertó en Eleanor mientras procesaba la información.
-Además-añadí-.
Dicen que los amores prohibidos son los más queridos, ¿no? Tú no lo sabes,
porque eres joven y Scott babea tanto por ti que seguro que te dice a todo que
sí, pero el mejor sexo es el de reconciliación. Ahora bien-me incliné
ligeramente hacia atrás, flexionando las rodillas y metiendo las manos en mi
chaqueta-. Nadie dice que tengas que pelearte con tu pareja. Si vieras cómo me folla Sabrae cuando discute con alguna
de sus hermanas…-silbé, y Eleanor sonrió-. Y eso que ella no tiene la
experiencia que tiene Scott. ¿Vas a dejar que alguna zorra que no se lo merece
pruebe a Scott reconciliado con Tommy, Eleanor? Pensaba que tu hermano era el
tonto de la casa.
Eleanor
se echó a reír, y Mimi me miró, visiblemente aliviada. Articuló un “gracias”
con los labios, y yo le guiñé un ojo mientras Eleanor se partía de risa.
-Ahora
entiendo un poco mejor, y un poco menos, a Sabrae.
-Sí,
cuando le da por el urdu es bastante críptica-medité, asintiendo con la cabeza
cual erudito, y Eleanor volvió a reírse.
-No.
Ahora entiendo por qué te quiere tanto, pero no por qué te tiene tanto miedo.
-¿Me
tiene miedo?
-¿Por
qué?-espetó Mimi-. Si es peor que un oso de peluche. Berrea como un bebé cuando
los guepardos cazan a las gacelas en los documentales de National Geographic.
-Por
Dios, Mary Elizabeth, ¿¡puedes dejar de CONTARLE ESO A TODO EL MUNDO!? ¡SÓLO
PASÓ UNA VEZ!
Eleanor
volvió a reírse, y Mimi esbozó una sonrisa de suficiencia bien diferente.
Arrebujada en su abrigo, asintió en mi dirección.
-No
dejarlos solos-enumeró Eleanor-. No romper con Scott. Parece fácil-asintió con
la cabeza, y yo respiré aliviado. Dios, de la que nos acabábamos de librar-.
Creo que podré hacerlo. ¿Entráis?
Mimi
me miró con ojos de corderito degollado. No, no deberíamos entrar; que
apareciéramos como accesorios de Eleanor que había adquirido en las rebajas
para recordarle a Tommy lo solo que se sentía sólo ayudaría a aumentar su
frustración, a que la tratara peor. Pero yo no podía dejarlo solo. Era superior
a mí; igual que había comprobado cómo estaba Scott, también debía comprobar
cómo estaba Tommy. A fin de cuentas, los médicos se informan de cómo están los
pacientes de la planta de la que tienen que ocuparse, y eso no hace que los
pacientes tengan recaídas ni se alejen de un alta. Todo lo contrario, más bien.
Desde
todas las perspectivas salvo la que tenía que ver con Eleanor, ir a ver a Tommy
tenía ventajas. Y, sintiéndolo mucho por mi hermana, yo iba a anteponer a mis
amigos antes que a sus amigas.
-Voy
a ver cómo está Tommy, sí-asentí con la cabeza y atravesé la verja de su casa
tras ella, ignorando cómo Mary ponía los ojos en blanco y soltaba alguna pulla
sobre el triángulo amoroso que me había montado con Tommy y Scott.
A
pesar de que las familias no podían ser más diferentes (tanto la etnia, como la
religión y los orígenes eran distintos), en casa de Tommy se respiraba el mismo
ambiente que en la de Scott. La atmósfera de fingida tranquilidad que oprimía
las paredes de casa de Scott también impregnaba las corrientes de aire de la de
Tommy. Sus padres estaban sentados en salón, con los ojos fijos en una
televisión a la que no le estaban haciendo el menor caso, cuchicheando como
adolescentes que urden un plan maligno para escaparse de un castigo. Las mismas
sonrisas que aparecían en la boca de Zayn y Sherezade, aliviadas porque uno de
sus hijos no se hubiera perdido por el complicado camino que la familia
atravesaba, aparecieron también en las de Louis y Eri cuando nos vieron
aparecer. La madre, incluso, se levantó de su asiento y, tirando de la sudadera
de su marido que usaba por casa para cubrirse las pantorrillas, se acercó a
nosotros para darnos una cálida bienvenida.
-Alec,
qué sorpresa. No sabía que habías acompañado a las chicas de compras.
-Y no
lo he hecho. Vengo de terminar una misión diplomática.
Louis,
espatarrado en el sofá con el mando de la televisión en la mano, bufó una risa.
-Misiones
diplomáticas otra vez, entre las mismas familias-gruñó, pensando en el tiempo
que había pasado considerando a Zayn su archienemigo. Mimi se removió, incómoda,
cuando Eri se giró para fulminar a su marido con la mirada antes de continuar
con la conversación con la que pretendía allanar el camino para que nos
quedáramos más tiempo. Seguro que hablaba con Sher, y ella le contaba que yo le
hacía muy bien a su hijo, así que, ¿por qué no hacía mi magia también con
Tommy?
-Bueno,
espero que el ir de acá para allá no te tenga demasiado cansado.
-Soy
un animal inquieto-respondí, ocultando las manos en los bolsillos de la
chaqueta. Eri miró a su hija y a mi hermana.
-¿Qué
tal la tarde de compras, chicas?
-Te
he cogido un jersey, mamá. Estaba de descuento-Eleanor extrajo una prenda
mientras yo me balanceaba sobre los pies, adelante y atrás, talón a punta y de
nuevo talón, esperando que el capitán del barco me permitiera acceder a los
botes y adentrarme en aguas inexploradas, en dirección al contorno de lo que
parecía una isla anclada entre aguas brumosas.
-¿Os
quedaréis a cenar? Tenemos comida de sobra, como siempre-canturreó Eri, quizá
un poco más esperanzada de lo que debía sonar nunca una madre, pero yo negué
con la cabeza.
-De
hecho, sólo hemos venido a saludar. Y a ver cómo está la fiera. ¿Está en
casa?-aquel tono de patética esperanza era contagioso, porque yo también soné
tremendamente ilusionado ante la posibilidad de que me dijera que no, que Tommy
había salido, ya fuera a buscar a alguien que le diera por culo (hey, yo no iba a juzgarlo, a cada cual
le mola lo que le mola), o simplemente a dar una vuelta para despejarse. Lo
peor de esta bronca era ver cómo Scott y Tommy se volvían criaturas pasivas.
Les faltaba iniciativa.
Quizá,
incluso, se hubiera llevado a Diana a algún sitio. Puede que se hubieran
reconciliado milagrosamente durante la comida, hubieran follado como locos en
el ático de la americana, y luego se hubieran ido a los entrenamientos de ésta.
Diana tenía demasiadas cosas en mente; estaba entrenando para estar perfecta en
el desfile de Victoria’s Secret en el que iba a participar en unos meses, no
podía, ni debía, tener la mente
ocupada en otra cosa que no fuera tonificarse esas piernas kilométricas y ese
culo de infarto. Tommy sólo tenía que pedirle perdón, y ya estaría.
-Sí.
En su habitación, como siempre. Viendo una película. No ha querido bajar a ver
nada con nosotros-murmuró Eri con voz suave, con tintes de derrota. A ninguna
madre le gusta sentirse inútil cuando se trata de consolar a sus hijos. Me
disculpé con todos los presentes y subí las escaleras en dirección a la
habitación de Tommy. No llamé a la puerta, como si eso fuera a hacer que me lo
fuera a encontrar haciendo algo que no debería con toda la casa llena de gente
(por ejemplo, tirarse a Diana; por ejemplo, comerle el coño a Diana; por
ejemplo, disfrutar de una mamada de Diana), pero mis esperanzas fueron vanas
una vez más. Estaba tirado en la cama, tapado hasta la cintura con las mantas,
con el pecho desnudo y el ordenador sobre las rodillas.
Simplemente
levantó la vista y se me quedó mirando a la espera de que yo hiciera algo.
Cualquiera diría que hubiera quedado en ir a visitarlo exactamente a esa hora.
-¿Venías
a ver si podías robarme el certificado al mejor hermano del mundo que me hizo
Dan con 3 años?-bromeó, y yo respiré aliviado. Al menos estaba de buen humor.
-Siempre
te he tenido cierta envidia por eso. Mimi, lo único que hace, es insultarme.
¿Cómo estás? ¿Interrumpo algo?-señalé el ordenador, pero él negó con la cabeza
y bajó la tapa.
-No,
sólo estaba… pasa-se incorporó hasta quedar sentado a lo indio bajo las mantas,
y yo me senté a su lado, con los pies en el suelo, ligeramente girado hacia él.
Se frotó la cara, bostezó, y se me quedó mirando-. ¿Qué tal el día?
-No
hay queja. ¿Y el tuyo?
-¿Has
visto a Scott?-soltó a bocajarro, y yo me puse tenso en el acto. Que no me
contestara no entraba dentro de mis planes. Podía manejar contestaciones
bordes, pero no evasivas.
-Puede.
¿Por qué quieres saberlo?
-Por
nada.
-¿Quieres
preguntarme sobre él?
-No-volvió
a abrir el ordenador y se mordisqueó el pulgar-. Es que hueles a él,
simplemente.
-¿Cómo
voy a…? ¿Qué eres, Tommy, un sabueso? Oleré a su casa, en todo caso. No he
estado con él todo el tiempo-no sabía muy bien por qué le contaba eso, pero
supongo que lo hacía para que no se sintiera tan mal. Para que no pensara que
no era una prioridad en mi vida, porque, créeme, lo era. Que hubiera elegido el
bando contrario a él para trabajar sobre el terreno no significaba que Tommy me
importara menos que Scott. De hecho, iban en pack. Era imposible que uno te
importara menos que el otro, porque eran tan esenciales en la vida del otro que
no había manera de separarlos. Como, esperaba, nos terminara pasando a Sabrae y
a mí.
Claro
que sin peleas absurdas ni rabietas de “yo soy el bueno de la película y tú
eres el más malo del mundo, por supuesto”.
-Sé
cómo huele su casa. Y sé cómo huele Scott. Me he pasado la vida allí, y me he
pasado la vida con él, ¿recuerdas? Mira, no tienes que venir a verme por
lástima, ni para equiparar ninguna balanza. Sé de qué parte estás en esto, y no
siento ningún tipo de hostilidad hacia ti. Por lo menos, estás siendo
sincero-me miró. Suspiré.
-¿Es
que hay alguien que no lo está siendo?-pregunté, y él se encogió de hombros y
continuó mirando su ordenador. Deslizó el dedo por el panel táctil del ratón, y
yo le cerré la tapa-. Eh, T. Estoy aquí. Puedes hablar conmigo, ¿vale? Ya sé
que yo soy el más bocazas del grupo, pero se me da de miedo escuchar. Ya lo
sabes.
Cerró los ojos, apartó la cara y negó despacio
con la cabeza. Exhaló un suspiro que me llegó al alma mientras se abrazaba el
pecho, acusando un frío que no estaba sintiendo con su piel, sino con su
corazón.
-No
te preocupes, Al. Bastante haces que me aguantas las gilipolleces, como para
que yo encima te preocupe con mis rayadas por tonterías.
-Si
te preocupan no son tonterías, T.
Sus
ojos azul cielo se clavaron en mí.
-¿Has
visto a Sabrae?-la pregunta me dejó tan desarmado que no supe qué responderle.
Simplemente lo miré con cara de póker, sin atreverme siquiera a moverme. ¿Podía
explotarme en la cara la verdad si se la decía? No quería volverme loco otra
vez delante de él-. Vamos, tío, no me mires así. Se te nota a leguas que has
hecho algo-se echó a reír y, por un momento, pareció el Tommy de siempre, sólo
que un poco más apagado, como si estuviera enfermo. Decidí entonces que lo que necesitaba era
reírse, así que le conté que no habíamos hecho nada, pero que todo el mundo
pensaba que había sido así-. Bueno, es que sigues teniendo la misma expresión
tonta que cuando viniste a contarnos que le habías comido el coño en el billar,
Al-se burló-. Esas cosas no se disimulan.
-¿Ni
siquiera siguiendo tumbados en la cama, sin querer vestirnos, después de que
nos monten como si fuéramos caballos?-ataqué, y Tommy torció la boca y sacudió
la cabeza-. ¿Qué tal el polvo con Diana?
-Cojonudo,
como siempre.
-¿Y Diana?
-Buenísima,
como siempre.
-¿Y
las cosas con ella?
Me
miró con una sonrisa triste.
-Gracias
por venir a verme, Al. Lo aprecio de veras, tío-me tendió la mano para que yo
la chocara con él, y nos fundimos en un cálido abrazo. Puede que no hubiera conseguido
terminar la Tercera Guerra Mundial, pero por lo menos había puesto punto final
a una sesión de masoquismo de Tommy-. Te veré mañana en clase.
-Prométeme
que tendrás una mejor actitud, ¿vale?
-Me
lo pensaré.
-Tommy-gruñí,
poniendo los ojos en blanco, y él se echó a reír, extendió el dedo meñique y
alzó las cejas, invitándome a juntarlo con el suyo. Enlazamos nuestros dedos,
proclamamos que quien incumpliera nuestra promesa de meñique debía morir, y, en
un arrebato cariñoso muy impropio de mi yo sobrio y más que característico de
mi yo borracho, le di un beso en la frente.
-Oh,
¿tratas de ocupar su lugar?
-Diana
tiene tetas, y encima es modelo, ¿tengo posibilidades contra ella?
-Cómeme
los cojones-Tommy negó con la cabeza, un poco más animado. Esperó a que yo
cerrara la puerta de su casa para hundirse de nuevo en la cama y cerrar los
ojos, dándose cuenta de que él era el único que estaba pensando en Scott las 24
horas el día. Ni siquiera yo, cuando me comportaba como él, me daba cuenta de
que estaba imitando sus acciones. Simplemente seguía con mi vida, ¿por qué no
podía seguir él?
Y, al
poco, Diana bajó de su Olimpo de madera y muebles del IKEA.
-¿Ya
se ha marchado Alec?
-Ajá.
¿Por qué?
-¿Quieres
follar?
Tommy
se la quedó mirando con ojos oscuros, sin vida.
-Ya
hemos follado antes, Diana.
-Ya,
pero me apetece. ¿Quieres, o no? Porque puedo subir a mi habitación y pasármelo
bien sola.
-Lamentas
haber llegado tarde, ¿verdad?
-¿Sabes
qué? Olvídalo-Diana levantó las manos y negó con la cabeza-. Será mejor que me
ocupe de mis asuntos.
-No.
Ahora, también me apetece a mí. Entra, y cierra la puerta-ordenó mi amigo,
incorporándose y dejando el ordenador a un lado, con cuidado de tener la tapa
bajada para que ella no viera que había estado buscando artículos que hablaran
de su estancia en Nueva York, entrevistas en las que dejara caer una pista de
cómo le gustaría que le pidieran perdón y, en general, cualquier cosa que le
ayudara a mejorar su situación.
Aproximadamente
al mismo tiempo que Diana terminaba de quitarse las bragas y se sentaba sobre
la polla de Tommy, Mimi se volvía para mirarme.
-Creí
que ibas a meter la pata cuando Eleanor te preguntó. Por un momento pensé que…
bueno, que le dirías que sería mejor que lo dejara, sí.
Me
detuve un segundo para mirar a mi hermana. Si tan mal concepto tenía de mí, no
entendía cómo podía quererme más allá de por el interés. Eso de tener un
guardaespaldas personal que te acompañe allá donde vas la verdad que no está
nada mal, pero, ¿compensa todos los quebraderos de cabeza que te produce cada
vez que va a abrir la boca?
-Por eso te corté. No pensé que fueras capaz
de darle la vuelta a la tortilla de esa manera, ¿sabes?
-¿Es
que no has aprendido nada en todos tus años de vida, Mary Elizabeth? No he cumplido
ni uno solo de los castigos que me ha impuesto mamá al completo. ¿Por qué iba a
ser diferente con Eleanor?
-Porque
ella se preocupa mucho más de lo que parece. Sé que piensas que es la típica
chica a la que le dan todo en bandeja, que vive en el país del caramelo, pero
no es así. Lo está pasando muy mal por todo este tema de Scott y Tommy. Se
siente culpable.
-Hombre,
es que si no se hubiera enamorado de Scott y Scott no se hubiera enamorado de
ella, nada de esto habría pasado, pero, ¿sabes qué, Mary Elizabeth? Estoy harto
de fingir que los tíos somos unas piedras a las que no les afecta absolutamente
nada. Podemos ser vulnerables de vez en cuando, y vosotras también tenéis que
apoyarnos, ¿sabes? No tenemos por qué ser siempre los salvadores. Y también
estoy harto de esta manía que tenéis las chicas de saltar a interpretar el
papel de damisela en apuros. A veces un cambio de roles no viene mal.
Mimi
caminó de espaldas, pensativa, intentando desentrañar los misterios de lo que
acababa de decirle.
-¿Seguimos
hablando de Scott y Eleanor… o estamos hablando de otras personas?
-Esto
se aplica a todo el mundo, no sólo a Scott y Eleanor. Vosotras sois más fuertes
de lo que pensáis, y nosotros tenemos derecho a apoyarnos en vosotras de vez en
cuando. Ser un faro de esperanza que siempre está encendido es agotador. Te quema, literalmente. Eso
le pasa a Tommy. Salta más a la vista que Scott está más jodido porque le han
expulsado, se ha peleado con Tommy y sólo yo voy a visitarle, pero es que Tommy
no está tampoco para tirar cohetes. Sigue en el instituto, sí, pero tiene que
ver el sitio vacío de Scott, recordándole todo lo que han vivido juntos y que
ahora siente que ha perdido, que es parte de… no sé, alguna mentira cósmica, o
algo así. Y luego está el hecho de que sigue con su rutina, pero le falta
Scott, así que no puede disfrutar de nada. Y encima, no tiene a Diana. No voy a
dejar que Scott pierda a Eleanor. No tener a Diana es lo que está jodiendo
psicológicamente a Tommy.
Mimi
se tropezó con la baldosa suelta de la esquina de nuestra calle, y yo me
adelanté para cogerla y evitar que se cayera. Sonrió con timidez cuando
comprobó que lo de ser un salvador se aplicaba más a mí que a nadie, en lo que
a ella respectaba.
-Yo…
la verdad, lo he estado pensando, y cada vez que le he dado vueltas al asunto
he llegado a la misma conclusión. Para ti sería mucho más fácil que Eleanor
dejara a Scott y convertirla en el enemigo común de los dos. Tommy podría
enfadarse con ella por romperle el corazón, y Scott podría enfadarse con ella
por separarlos. La única solución lógica que encontraba era ésa-me miró a
través de unas pestañas espesadas con una ligera capa de rímel, que la hacían
parecer mucho más madura de lo que en realidad era. Para mí, siempre sería esa
niñita con la que compartía mi merienda en el cole, porque el cabrón de Aaron
era más rápido que yo y se la tiraba al suelo y la pisoteaba para hacerla
llorar. El instinto protector que había sentido despertar en mí con fiereza
cuando me enteré de que iba a existir, incluso sin saber todavía lo que
significaba una hermana pequeña, seguía
siendo tan fuerte como el primer día, pero ahora venía acompañado de un cierto
vértigo. Mimi tenía sus propias ideas, sus propios miedos y sus propias
ilusiones. Ya no era esa niña que lloraba porque un matón con quien compartía
sangre le había destrozado el almuerzo.
-Puede
que no lo pensaras lo suficiente, niña-le di un beso en la frente y Mimi cerró
los ojos, disfrutando del contacto.
-Tienes
que admitir que eso es lo más fácil.
-Menos
mal que a mí nunca me ha gustado lo fácil. Con lo que mola enrollarlo todo…
enrollarse con los problemas, enrollarse con las chicas...-mi hermana se echó a
reír.
-Vale,
vale, lo pillo, eres un graduado de la escuela de la vida. Es que simplemente…
bueno, creía que estábamos en bandos opuestos, en esto, ¿sabes? Eleanor quiere
seguir con él, y yo la apoyo a muerte, pero yo estaba convencida de que tú, en
el fondo, creías que lo mejor sería que cortaran y cada uno siguiera su camino.
-¿Has
visto a Scott? Se metería una pistola
en la boca y se pegaría un tiro si Eleanor le dijera que eso le gustaría.
-¿Y
tú has visto a Eleanor? Lleva toda la
vida enamorada de él. No sabe querer a nadie como quiere a Scott.
-Cómo
se nota que no les has visto juntos, Mimi-me burlé-. Scott la quiere más a ella
que ella a él.
-Sí
que les he visto juntos, listo, y precisamente por eso sé que… tienes razón.
Scott nunca dejará a Eleanor. Si cortan alguna vez, será cosa de ella. Por eso
me puse tan nerviosa-confesó-: te hizo la única pregunta tabú. La única. Tiene gracia. Las dos hablamos
mínimo dos idiomas, tú hablas un montón más, y se las apaña para poner juntas
las palabras que más miedo me da que pronuncie-se rió, negando con la cabeza-.
Y tú te las apañas para no meter la pata en ninguno de esos idiomas.
-No creo que fuera eficaz que le dijera “deja
a Scott y líate conmigo” en ruso, ¿no te parece, Mimi?
-Net, dorogoi brat-contestó mi hermana en
el mismo idioma. “No, hermano querido”. Me dio unas palmaditas en la cabeza, se
echó a reír, y rebuscó en su bolso hasta topar las llaves. Abrió la puerta con
cautela para evitar que Trufas se
escapara de casa, pero aun así, el animal se las apañó para convertirse en una
bola de cañón negra primero, y en una mancha saltarina en la nieve del jardín
delantero. Después de perseguir un poco en broma al conejo, las bolsas de las
tiendas abandonadas en el vestíbulo de nuestra casa, Mimi pronunció su nombre
con autoridad, y Trufas trotó hacia
sus pies, obediente y mimoso.
Era
increíble el cambio que obraba llegar a casa, con independencia de la hora, con
mi hermana. Donde llegar solo suponía que mi madre me echara en cara no saber
dónde había estado, hacerlo con mi hermana era una sonrisa y un “bienvenidos a
casa, hijos míos” acompañado de una cesta de galletitas recién horneadas.
Jaja,
es broma. Mi madre no pone las galletas en cestas.
¡Que
no! En realidad, no nos da la bienvenida ni nada; eso sería muy raro. Lo que sí
hace es sonreírnos y, poniéndose en pie, se alisa la prenda que le cubra las
piernas y se dirige a la cocina, anunciando que la cena nos estaba esperando y
que comeremos juntos, como una gran familia feliz. Lo que somos, al fin y al
cabo. Con independencia de cómo me fueran las cosas y la tensión que había en
mi círculo de amigos, la verdad era que, en ese momento, llegar a casa era
llegar a un espacio seguro. Sólo me comía un poquito la cabeza pensando en
Scott y Tommy, nada más: aunque sabía que no podía hacer más que acercarlos
poco a poco, la verdad era que me sentía culpable dejándolos solos, claro que
siempre me quedaba el consuelo de que estaban en buenas manos, uno con Sabrae,
el otro con Eleanor.
Sabrae…
pensar en ella me hizo sonreír, y el aroma de los cupcakes preparados en su casa, entre besos y risas y embargados de
una dulce aunque efímera felicidad, flotó hasta mí recordándome que mi
estabilidad emocional, a pesar de tener un ligero bamboleo por el colapso de mi
círculo de amigos, tenía nombre y apellidos.
La
cena transcurrió sin incidentes. Mamá había hecho un sofrito con pimientos
verdes, amarillos y rojos que estaba para chuparse los dedos (como todo lo que
hacía ella), y de postre tomamos los cupcakes
que nadie en mi casa se creyó que hubiera preparado yo.
-¿Qué
hiciste? ¿Enchufar el horno?-se burló Dylan, y yo alcé la barbilla, altivo.
-No.
Aupé a Duna para que lo hiciera ella.
Mimi
me cedió el último cupcake a pesar de
que le correspondía a ella, y por la forma en que miró cómo me lo comía como si
fuera la cosa más deliciosa del mundo (lo cierto es que lo era; mi chica tenía
muy buena mano para la repostería, y los había rellenado de una crema de
praliné que estallaba en tu boca en un festival de colores vivos), con los
codos sobre la mesa y las manos haciendo una especie de sándwich con las palmas
hacia abajo, una leve sonrisa en la boca y las gafas al final del puente de su
nariz, me hizo sospechar que no lo hacía porque quisiera mantener la línea para
ballet, sino porque quería premiarme de alguna manera.
Mi
hermana estaba feliz porque las cosas hubieran salido bien incluso cuando todo
parecía torcerse irremediablemente. Y eso era un aliciente para mi buen humor.
Las cosas terminarían encajando, yo sólo tenía que aguantar un poco más,
concentrarme en lo bueno y no en lo malo. Tenía todo un sistema de apoyo que me
mantenía en mi soporte: una familia que me corregía con cariño pero con
firmeza, una chica que bebía los vientos y estaba dispuesta a apostarlo todo
por mí, y un grupo de amigos que celebraba mis diferencias en lugar de
condenarlas, y que había depositado su confianza en mí en la forma de
interpretar el papel más importante en la obra de teatro que nos traíamos entre
manos. Logan, Karlie, Max, Tam, Bey y Jordan confiaban en que yo sería capaz de
convertir la tragedia shakesperiana que era la relación de Tommy y Scott en una
comedia romántica en la que todo el mundo acaba bien parado. Y, joder, yo soy
un experto en comedias románticas. Por si fuera poco que mi hermana y mi madre
no se perdieran una, yo era un payaso de manual y estaba descubriendo con
Sabrae una vena tierna de mi persona que me gustaba mucho.
Sobre
todo porque le encantaba a ella.
El
caso es que estaba contento, muy contento. Había conseguido hacer reír a Tommy
no una, sino dos veces, y había declarado el alto el fuego con las amigas de
Sabrae. Tenía motivos de celebración, ¿verdad? Y por eso el universo me había
enviado la recompensa en forma de cupcake
extra que Mimi no había querido comerse, y en una conversación como pocas
había tenido con ella. Yo ya me sentía querido, pero Mimi me había demostrado
en ese momento que también me respetaba, y me apetecía compartirlo con el
mundo.
Así
que me tumbé en la cama y abrí la aplicación de Telegram.
Hola,
bombón ☺ Adivina quién ha tenido un
día genial.
Hola,
sol ❤ déjame pensarlo, ¿soy yo?
Casi,
estaba hablando de mí😂, pero… ¿por qué tu día es genial?
Pues
mira, hoy he hecho unos cupcakes que me han salido DE MUERTE, he estado viendo
una peli con mis hermanos, y no he tenido que hacer deberes, ¿qué te parece?
¿La
vida sentimental bien, entonces?
Oh,
sí, bueno, mi chico ha hecho las paces con mis amigas, me ha ayudado con la
repostería y luego me ha estado dando mimos, pero eso es lo que una princesa
como yo se merece. 💅
Nada
fuera de lo ordinario 😊
😂😂ya veo. Así que mi culpa de
esa felicidad es mínima, ¿no?
Te
estoy tomando el pelo, ya sabes que no, tonto ❤
Me envió un videomensaje
tirándome un beso y yo sonreí.
¿Por
qué tu día ha sido genial?
Pues
mira, quitando que le he hecho de pinche a una chica increíble y que luego nos
hemos tirado en la cama a enrollarnos sin intención de hacer nada más (que me
encanta, aunque me frustre), resulta que después fui a ver a un amigo que está
un poco plof y he conseguido hacerlo reír. Y mi hermana se siente orgullosa de
mí porque lo estoy llevando todo muy bien.
Es
verdad, lo estás haciendo genial, si te interesa mi opinión. O sea, yo no sería
capaz de manejar todo esto con la tranquilidad con que lo estás manejando tú.
Explotaría.
Es
que tengo alguien que me sabe relajar 😉
Qué
suerte, ¿me la presentas algún día? 😜
Por
cierto, entonces, ¿ya estás en casa?
Sí,
acabo de cenar. ¿Tú?
En
cuanto os fuisteis Mimi, Eleanor y tú.
¿Me
mandas una foto?
😂😂😂 ¿Es que no te ha parecido
suficiente con lo que hemos hecho hoy? Además, tienes la regla, cochina.
¡Cállate,
Alec! No es para eso, eres un salido 😒
Simplemente
quiero un adelanto de cómo me vas a recibir el sábado😇
Sonreí. Joder, el sábado. Ni
siquiera me estaba acordando de que en unos días tendría a Sabrae en casa, solo
para mí, y aun así estaba para tirar cohetes.
Chica,
¿qué quieres? Me tienen a pan y agua, normal que sólo piense en una cosa 😂
Estoy
con la ropa de estar por casa, pero me
voy a poner más guapo cuanto tú vengas.
Da
igual, te quiero ver, porfa.
Acabas
de verme.
Pero
no con la ropa de estar por casa. Porfa, porfa, porfa.
Me
eché a reír, me incorporé, me dirigí hacia el espejo y me revolví un poco el
pelo. Me hice una foto y la estudié con cuidado mientras Sabrae, impaciente,
miraba la pantalla de su teléfono.
Decidido
a hacerla rabiar, me levanté la camiseta para que se me vieran los abdominales.
Mucho más satisfecho con el resultado, le envié la foto y esperé a que
reaccionara.
No me
esperaba que me llamara por teléfono a los diez segundos, pero eso no hizo que
tardara menos en cogerlo.
-Hol…
-Estoy
hiperventilando, Alec. ¿A ti te
parece normal mandarme esa foto?-gimió Sabrae al otro lado de la línea,
audiblemente afectada-. Que tengo las hormonas revolucionadas y la casa llena
de gente. Todavía me estoy recuperando de tu forma de magrearme después de
comernos los cupcakes.
-Te jodes. Haberme dejado ir
más allá del magreo. Sabes de sobra que yo estaba por la labor.
-¿Y
crees que yo no? Madre mía-suspiró, y me la imaginé frotándose la cara con una
mano-. No quiero tener esa foto en la galería, pero ahora no puedo borrarla.
-O
sea-me recliné en la cama, riéndome-, que la foto en gayumbos la reservo para
otro día, ¿eh?
Un
silencio al otro lado de la línea durante unos segundos fue la pausa dramática
mejor planeada de la historia.
-Como
no me mandes ahora mismo esa foto te juro por Dios que voy a tu casa y te
arranco la piel a bocados.
-Se
me ocurren un par de cosas más interesantes que puedes hacer con la boca, nena…
-¡ALEC!
-¿Qué?
Eres tú la que me ha llamado como una perra en celo, ¿cómo quieres que
reaccione, como un cura? Porque yo soy demasiado joven y tú eres demasiado
mayor para que esto se considere pederastia.
Sabrae
se quedó callada.
-No
ha tenido gracia, ¿verdad?
-No
mucha, para una persona con una moral mínimamente decente, pero… a mí me la ha
hecho. Claro que, si me lo dijeras en persona, probablemente te soltaría un
tortazo.
-Últimamente
tienes la mano muy suelta. No tanto como la lengua, pero…
-¡Alec!
-¿Ves
cómo tienes un problema, Sabrae? No me refería a lo del gimnasio.
-Sí
te referías a lo del gimnasio, y lo sabes.
-Joder,
claro que me refería a lo del gimnasio-me eché a reír y la escuché sonreír-.
Voy a estar pensando en eso el resto de mi vida. ¿Qué posibilidades hay de
repetir mañana?
-Depende
de cómo te portes-la escuché revolverse en la cama, probablemente sentándose y
rodeándose las rodillas-. ¿Me cuentas qué te ha pasado con Mimi que te tiene
tan contento?
-Es
una gilipollez, realmente, pero a mí me ha hecho ilusión, porque soy tonto.
-No
eres tonto-respondió ella en tono amoroso-, y seguro que no es una gilipollez.
Y, aunque lo fuera, me gustaría oírla. Tu voz suena preciosa cuando me cuentas
cosas que te ilusionan.
Me
mordisqueé la sonrisa antes de decirle que la quería y comenzar a contarle la
conversación que habíamos tenido. Sabrae intervino un par de veces, para darme
la razón y también para dársela a Mimi (sí que sería el camino fácil que Scott
y Eleanor rompieran, pero no sería lo que los haría felices y, según ella, lo
lamentarían toda la vida, a lo cual tuve que darle la razón), escuchó con mucha
atención y se arrebujó en su cama.
-…
así que, básicamente, cuando sientas que tus lecciones sobre feminismo no me
calan, piensa en que ahora voy por la vida proclamando que los chicos también
nos merecemos ser la princesa a rescatar del cuento-terminé reflexionando, y
ella se echó a reír.
-¿Ves?
Por eso me gustas tanto. Estás dispuesto a escuchar a la gente y a reflexionar
sobre tu manera de pensar conforme a lo que te dicen. Eso denota mucha empatía,
y la gente empática es gente muy buena. Y, además, eres listo.
-Bombón,
basta; vas a hacer que me ponga colorado.
-Es
la verdad. Si pudieras verlo como lo veo yo…-suspiró.
-Tú
me ves con muy buenos ojos. Demasiado buenos, quizá.
-Para
nada. Todo el mundo ve que eres listo, Al. Creo que tú eres el único que no se
da cuenta de ello. Hasta tu hermana…
-Mi
hermana ha flipado esta tarde al descubrir que soy capaz de sumar dos y dos.
-Mimi
ha flipado no porque creyera que fueras tonto, sino porque se ha dado cuenta de
lo noble que eres.
-Sí,
la verdad es que mis medidas son más bien de la aristocracia…-bromeé, sacando
la lengua y mirando por la ventana al cielo oscuro, sin estrellas. Se rió
suavemente.
-Eres
más tonto…
-¿Lo
ves? Acabas de darme la razón.
-Me
pasaría la vida dándote la razón si sigues diciendo esas payasadas.
-Ya
sabes por qué digo esas payasadas, nena.
Sonrió.
-¿Tendré
que estar seria toda la semana para que no se me agoten las risas el sábado?
-Puedes
intentarlo, pero no creo que la abstinencia en ese sentido tenga ningún efecto.
En otros, en cambio…-dejé la frase en el aire y ella recogió el guante.
-¿Tienes
algo en mente?
-¿Qué
llevas puesto, nena?-pregunté, metiéndome la mano en los pantalones. Habíamos
acordado no tener sexo juntos, pero
no no tenerlo el uno con el otro.
-Creía
que no me lo preguntarías-ronroneó como una gatita-. Nada.
-¿Nada?
¿Ni unas bragas? Estarás dejando tu cama como el set de una película de miedo.
-Los
tampones existen, ¿sabes?
-Así
que echas de menos tener algo dentro de ti, ¿eh?
Se
echó a reír y luego respondió:
-Mi
pijama de ositos panda, porque mantienes una relación con una recién nacida.
Chasqueé
la lengua.
-Ojalá
me hubieras dicho que una bata de gasa de las que venden en la sección privada
de Victoria’s Secret, porque ninguna clienta con un mínimo de decoro querría
que la vieran echándole un vistazo a eso.
-Yo
es que soy más de la lencería de Agent Provocateur-soltó.
-¿Cuándo
decías que querías que te acompañara de compras?
Sabrae se echó a reír, susurró una disculpa
diciendo que iba a ver una serie con sus hermanos, y empezó a despedirse. Le
supliqué que no me dejara así, que por lo menos me hablara mientras yo pensaba
en ella enfundada en un conjunto digno de una revista porno, pero ni por esas
conseguí que se quedara. Las mujeres son crueles, y nosotros, tontos por
buscarlas.
En
esas estaba, en pensar en Sabrae con un tanga minúsculo y un sujetador que le
hiciera un escote irresistible, cuando llamaron a mi puerta. Me incorporé como
un resorte y me quedé mirando a Mimi como un ciervo a los faros de un camión.
-¿Interrumpo
algo?
-Sí.
Fuera de mi habitación.
-Aún
no estoy en tu habitación-espetó, atravesando la puerta con el ordenador en la
mano, y Trufas siguiéndola de cerca-.
Ya han subido el nuevo capítulo de The
Good Doctor.
Me
froté la cara.
-Que
te pires de mi habitación, plasta.
-¿Quieres
que lo vea sola? Porque bien sabe Dios que lo haré. No pienso dejar que las
zorras de mis amigas me destripen todo el capítulo comentándolo por el grupo.
-¿Es
que ni siquiera puedo terminarme una paja tranquilo, Mary Elizabeth?-gruñí, y
ella se estremeció.
-Eres
asqueroso. ¿Te parece que lo haces poco? Definitivamente, no necesitaba
escuchar eso. Bueno, entonces, me voy, ¿no?
Trufas saltó sobre mis piernas y se
quedó apalancado en el hueco de mi regazo mientras Mimi se apartaba cada tres
segundos un mechón de pelo rebelde de la cara y activaba el reproductor. Nos
acurrucamos el uno contra el otro durante los 45 minutos que duró el capítulo
que nos tocaba ver ese día, ella con gesto concentrado, absorbiendo cada
detalle de medicina que explicaba el doctor, y yo intentando no pensar en lo
que me había dicho Sabrae sobre Agent Provocateur. Si mi hermana aprendió algo,
al menos uno de los dos había aprovechado el capítulo. Yo era
incapaz de apartar aquella imagen de mi mente, y mi cerebro trabajaba a toda
velocidad elaborando distintas fantasías que tenían como protagonista a una
Sabrae enfundada en conjuntos cada vez más y más sugerentes, de esos que no
dejaban nada a la imaginación, y tampoco te daban opción a resistirte esa
noche.
-Mimi…
-Sh-instó
ella, mordisqueándose el pulgar mientras observaba con morbo una escena de una
operación. No entendía cómo podía ver series de médicos si luego se ponía a
chillar si veía una araña, por pequeña que fuera. Todo el mundo sabe que las
arañas no son, ni de coña, tan asquerosas como las vísceras. Ése es parte del
encanto de las películas de terror, que hay algo en ti que te dice que no debes
verlas, y sin embargo no puedes apartar la mirada en el momento en que el
asesino descuartiza a su víctima.
Puse
los ojos en blanco. Ya que me había interrumpido en mi momento de amor propio,
yo tenía derecho a hacer lo mismo con ella. Además, debía aprovechar mi racha:
todo me estaba saliendo a pedir de boca (salvo el tema de estar a solas y poder
cascármela a gusto, pero sinceramente me daba igual), y no iba a esperar a que
cambiara mi suerte para lanzar los dados una vez más.
-Necesito
preguntarte…
-Ahora
no, Alec-gruñó, frunciendo el ceño. Y a mí me sirvió para cabrearme
efímeramente, agarrar la tapa del ordenador y bajarla a toda velocidad. Podría
haberle roto la bisagra, pero, bueno, ya me encargaría de arreglarla más
adelante, ¿era o no era un manitas?- ¡Alec! ¿Se puede saber qué te pasa?
-Antes
me cortaste el rollo, así que lo justo es que te lo corte yo a ti ahora. Tengo
que preguntarte una cosa.
Mimi
frunció el ceño, se cruzó de brazos y levantó la barbilla en un gesto de
desafío al que me tenía más que acostumbrado. Yo siempre ganaba, que para algo
era mayor y más fuerte, por supuesto, pero eso no impedía que, de vez en
cuando, me comiera una hostia por parte de mi hermana.
-A
ver, ¿qué es tan importante que no puede esperar ni al final del capítulo de The Good Doctor?
-Quiero
saber qué planes tienes para el sábado.
Parpadeó
un segundo, sólo un segundo. ¿De verdad iba a preguntarle por su fin de semana?
¿En serio?
-¿Por
qué quieres saberlo?-entrecerró los ojos, perspicaz, y yo me di cuenta de que
estaba andando por una fina capa de hielo que crujía cada vez que daba un paso.
Como se me ocurriera echar a correr y revelar mis intenciones, estaría jodido.
-Simplemente
tengo curiosidad. Verás, quiero hacer mis propios planes…
-Ajá.
-Y me
gustaría saber si puedo disponer de un poco de intimidad.
-Vas
a traerte a Sabrae, ¿verdad? Claro que podéis disponer de intimidad. Ella me
cae bien-sonrió-. Te prometo que no entraré en tu habitación mientras la tengas
en ella.
Puse
los ojos en blanco. Mi hermana estaba jugando conmigo, pero yo no le iba a
darle el gusto de entrarle al trapo. Si le daba una excusa para hacer una
barricada en su habitación el sábado por la mañana y negarse a salir de allí,
la aprovecharía.
-Yo
estaba pensando más bien en tener la casa
despejada, no sólo mi habitación. ¿Pillas lo que te quiero decir?
Mimi
hizo una mueca.
-No
estaréis pensando en tener sexo en mi cama, ¿verdad? Por Dios, qué asco.
-Eres
gilipollas, niña-estallé, y ella alzó las cejas, sonriente. Estiró los dedos en
torno a sus brazos entrelazados, como patitas de insectos que nacieran de sus
brazos cruzados-. ¿Qué interés puedo tener yo en tu puñetera cama, si la mía es
mucho mejor, más grande y más todo? Yo lo que quiero es estar a solas con
Sabrae en casa. Hacer lo que me dé la gana sin tener que preocuparme de
cruzarme con tu careto cada vez que giro la esquina o escucho un ruido. Así
que, venga, ¿por cuánto me va a costar que me dejes la casa despejada el
sábado? ¿50 libras?
-¿Te
crees que me voy a vender por cincuenta libras de pacotilla, Alec?-espetó,
tremendamente ofendida-. No soy una mendiga, dispuesta a todo por un billete.
-75.
-200.
-¿Estás
LOCA? ¡Por ese pastizal puedo coger una habitación en un hotel de lujo y
follármela en un jacuzzi mientras nos ponen música instrumental de fondo!
-150.
Es mi última oferta. Iba a hacer un maratón de Dance Academy, la verdad es que me viene bastante mal que hayáis
quedado este sábado-se miró las uñas con aburrimiento, y yo bufé.
-100.
-He
dicho 150.
-No
seas agarrada, Mary Elizabeth, que son 100 pavos que te van a llover del cielo
sólo por irte a dormir por ahí. Podrías ir a casa de Eleanor a ver tu puñetero reality tranquilamente. 100 o me busco
otro sitio-me la quedé mirando fijamente, rezando porque se tragara mi farol.
Le habría dado los 200 si se ponía chula; ya se los racionaría cuando
saliéramos de fiesta y viniera a lloriquearme porque se le había acabado el dinero
para el alcohol. “Ah, ¿recuerdas los 200 que te di por dejarme traer a Sabrae a
casa? Bueno, pues eran un adelanto; apáñatelas como puedas, hermanita”.
Mimi
se pasó la lengua por los dientes, con los labios cerrados. Sabrae me decía que
yo hacía eso cuando me enfadaba de verdad; a mi chica le hacía muchísima gracia
cómo expresaba mis sentimientos con la lengua: si me sentía juguetón, me la
pasaba por las muelas; por el contrario, si alguien me ponía de los nervios, me
lamía los dientes como un león que se prepara para hincárselo en el muslo a una
cebra desvalida.
-100
pavos. Te los doy en mano.
Alzó
las cejas.
-¿Pensabas
hacerme una transferencia bancaria?
-Gilipollas,
me refería a que te los doy ahora.
Sus ojos se iluminaron.
-Te
prometo que no me vas a ver el pelo, hermano.
-Guay-le
tendí la mano y Mimi estiró la suya para estrechármela, pero entonces, yo me
escupí en la palma y ella dio un brinco, conteniendo una arcada. Intenté
pasarle la mano por la cara mientras ella chillaba que era un cerdo, y, cuando
me aburrí de someterla, le ordené que se diera la vuelta y me dirigí al resto
de la ropa sucia. Metí el brazo hasta el codo en el interior para sacar la
cartera donde guardaba mis ahorros, la parte que Amazon me pagaba en mano de mi
sueldo por unas horas extra que nunca hacía, pero, ¡oye! Me he asesorado y me
han dicho que si me pagan en negro, no pueden hacerme nada; la culpa es siempre
del empresario, así que de puta madre.
-No
puedo creer que guardes tu dinero entre tus calzoncillos sucios-observó ella,
haciendo una mueca de asco.
-¿A
que jamás meterías la mano ahí?
-Prefiero
morirme.
-Pues
entonces es mejor que ninguna cámara acorazada-le tendí dos billetes de
cincuenta que ella aceptó a la velocidad del rayo, y se puso a toquetearlos y a
mirarlos a tras luz-. No son falsos, Mary Elizabeth-puse los ojos en blanco y
ella me fulminó con la mirada.
-Una
nunca sabe quién puede intentar estafarla.
-Soy
tu hermano.
-Con
más razón-respondió, y se metió los dos billetes bien doblados en el interior
de la manga de su sudadera de baile. Volvió a abrir el portátil y ni siquiera
esperó a que yo me acomodara en la cama para reanudar la reproducción-. Y, ¿qué
piensas hacer con mamá y papá, genio? No es que me importe lo que hagas con tu
dinero, pero creo que te has precipitado un poco dándomelo si todavía te tienes
que ocupar de ellos.
Mierda.
La muy petarda tenía razón.
-Algo
se me ocurrirá. El aniversario de su primer polvo está cerca, ¿no?
-Por
Dios, Alec-Mimi se estremeció de pies a cabeza-. ¿Es que a ti te parece normal
llevar un calendario de los polvos que echan papá y mamá?
-No
sé de qué te quejas, si de ese primer polvo saliste tú, ¿o no lo
recuerdas?-gruñí, y Mimi puso los ojos en blanco, consultó la pantalla de su
móvil y observó:
-Todavía
queda para el día de San Valentín.
Porque
ah, sí, mis padres se habían acostado por primera vez el Día de los Enamorados.
Nueve meses después, nacía un piojo que me traería por la calle de la amargura
toda la vida. A las parejas que traen Escorpios a este mundo deberían llevarlas
detenidas.
-Algo
se me ocurrirá-me estiré cuan largo era y Trufas
me embistió las plantas de los pies para hacerse un hueco en la esquina de la
cama. Mimi se apartó el pelo del hombro.
-Creo
que hay una exposición temporal en el Museo de Historia Natural a la que papá
quiere ir. En la última sesión, tienen servicio de cátering.
Me la
quedé mirando.
-¿Acabas
de echarme un cable?
-No
te acostumbres-Mimi se empujó las gafas por el puente de la nariz y la arrugó,
intentando escuchar lo que decían los médicos. Me incliné hacia ella y le di un
beso.
-Te
quiero, Mimi.
-Qué
asco, Alec.
Pero
sonrió, así que supe que no iba en serio. Se apartó un mechón de pelo de la
cara y se me quedó mirando.
-¿Por
qué me miras así, friki?-preguntó-. Ni que nunca hubieras visto a una
pelirroja.
-Te
sorprendería la cantidad de falsas pelirrojas que hay sólo en Londres.
-Y
aquí-señaló el colchón con un dedo largo de una uña pintada en un tono rosa
pálido-, es donde terminas de hablar.
Me
eché a reír y la rodeé con el brazo, atrayéndola hacia mi pecho.
Sorprendentemente, no se quejó, y tampoco se movió cuando se acabó el capítulo
y nuestros reflejos aparecieron en la pantalla negra. Torció la boca,
mirándonos.
-¿Puedo
hacerte una pregunta?
-Claro.
-Verás-se
incorporó y se apartó el pelo de los hombros, haciendo que le cayera en una
cascada de fuego por la espalda. Estaba nerviosa-. Llevo un tiempo dándole
vueltas a una cosa, y… ¿crees que el amor es algo difícil de encontrar?
-¿Eh?
-El
amor. ¿Crees que es difícil de encontrar?
-Pues…
no lo sé, Mary Elizabeth-dejé el ordenador lejos de nosotros, aún sobre la
cama. Trufas nos miraba con
curiosidad, sus ojos saltando de Mimi a mí, y vuelta a Mimi, una y otra y otra
vez-. Yo no lo estaba buscando, desde luego.
-Es
que… con lo que le dijiste a Eleanor… sobre la distancia, y eso…-empezó, y se
le llenaron los ojos de lágrimas. Me puse tensísimo. ¿Le había pasado algo? ¿Le
había hecho daño alguien? Joder, me cargaría a ese hijo de puta, fuera quien
fuera.
-Eh,
eh. ¿Qué te pasa, pequeña? ¿Por qué lloras?
-Es
que… estás dispuesto a hacer tantas cosas por Sabrae… y Eleanor por Scott… y
Scott por Eleanor… no me parece normal, ¿sabes? Quiero decir… no es propio de
ti. Ni es propio de ella. Ni es propio de él. Os volvéis personas distintas, y…
no creo que encuentre a nadie que crea que merezca la pena salirse de sus
estándares por mí.
-Pero,
¿qué dices, Mím? ¡Si eres guapísima! ¡Y súper lista! Seguro que tienes a un
montón de tíos haciendo cola para estar contigo.
-Ya,
pero, aunque eso fuera verdad, ¿cómo se supera que quien tú quieres que haga
cola pase de ti olímpicamente?-preguntó con un hilo de voz, hipando, y yo le
acaricié el pelo, el hombro, el brazo.
-¿Quién
te gusta?
-No
te lo voy a decir. Te vas a reír de mí.
-¿Es
Troy? El de baile. El que querías que te acompañara a casa con el paraguas
cuando yo fui a buscarte a la academia de ballet. ¿Es Troy?
-Se
llama Trey-sorbió por la nariz, frotándosela con la manga de la sudadera-. Sí.
Es él.
-¿Y
cómo sabes que no le gustas, a ver?
-El
fin de semana se lió con una de la academia. Ahora no hacen nada, pero…-torció
la boca-. Duele igual.
-Pero
eso no significa nada, Mím. Yo he estado con otras chicas después de Sabrae.
Eso no quiere decir que la quiera menos. Mira, creo que deberías vivir sin
preocuparte de esas cosas, ¿eh? No pasa nada porque te atraigan otros chicos.
Es normal. De hecho, me preocuparía que no te atrajeran otros chicos-me eché a
reír, y Mimi me miró a través de su cortina de lágrimas y de su nariz roja-. De
todas formas, si él no ha hecho ningún movimiento contigo… pues problema suyo.
Él se lo pierde. No deberías dejar de disfrutar sólo porque el chico que más te
interesa no muestra el mismo interés hacia ti. Hay un montón de chicos ahí
fuera. Bastantes mamarrachos, no te voy a mentir-ella sonrió, un poco animada
por mi broma-, pero de vez en cuando, no sé, te encuentras a alguno bueno.
Supongo que es cuestión de ir probando. Hasta en los cuentos de hadas, las
protagonistas besan a sapos antes de encontrarse con el príncipe, ¿no? ¿Es que
te crees más importante que Cenicienta?
Se
echó a reír.
-Pero
yo quiero que sea especial desde el principio. ¿A ti no te habría gustado que
Sabrae fuera la primera en todo?
-Si
Sabrae fuera la primera en todo, no le gustaría como le gusto ahora-Mimi
parpadeó-. Pero eso no quiere decir que te largues a tirarte al primer payaso
que se te ponga por delante, ¿eh? Tú sólo… no sé-le acaricié la espalda-. No te
agobies por eso. Ya llegará tu momento.
-Es
que…-suspiró, abrazándose las piernas-. Me ha sorprendido mucho ver cómo
hablabas con Eleanor sobre el amor. Jamás habría pensado que podrías hablar
así. Ni siquiera me habría creído que podías pensar así. Y a veces lo pienso. Todas mis amigas han tenido novio
alguna vez, han llegado más o menos lejos con ellos, y yo… no sé. Siento que me
estoy estancando.
-Cada
cual tiene su ritmo, niña-le di un beso en la frente-. Míranos a Max y a mí,
por ejemplo. Él está básicamente casado con Bella, y yo me dediqué a ir de flor
en flor hasta hace un par de meses. O fíjate en Jordan, por ejemplo. Es mi
mejor amigo, pero ni de coña tiene el éxito con las chicas que tengo yo. Cada
persona es diferente, Mimi. Que haya gente más joven que tú que ya ha estado en
algunos sitios no quiere decir que tú llegues tarde. Y el plan de otros no
tiene por qué ser el tuyo.
-Entonces,
¿no crees que sea tonta por querer algo especial?
-¿Te
lo han dicho tus amigas?
-No.
Ellas me dicen que no me preocupe. Pero, no sé… por un lado pienso que me
merezco que todo sea especial, pero por otro… pues… te veo a ti-confesó-. Has
estado toda la vida a ensayo y error, y ahora eres feliz.
-Yo
ya era feliz con la vida que llevaba antes.
-No.
Esa vida te gustaba. Pero sé que, si hubieras podido, la habrías cambiado por
la que llevas ahora. En cambio… ni loco renunciarías a la que tienes ahora por
la antigua, ¿a que no?
Sonreí.
-¿Vas
para pitonisa?
-No.
Sólo quiero estar enamorada, y que me correspondan. Hay gente que no lo
consigue nunca.
-Mím,
no te agobies. Si yo he encontrado a alguien con el historial que tengo, a ti
no te costará lo más mínimo. No te preocupes-tiré de ella para estrecharla
entre mis brazos, y le besé la frente. Ella cerró los ojos, disfrutando del
contacto.
-No
me explico cómo Sabrae no podía tragarte hacía un par de meses-comentó, y yo me
reí.
-Es
que soy bastante especialito. Oye, ¿quieres ver otro capítulo? Tanta
conversación filosófica me ha desvelado.
Mimi
levantó la mirada, esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Los ojos seguían
brillándole por las lágrimas que no había derramado, pero ya no había peligro.
Saber que había cumplido con mi deber fundamental como hermano mayor, el de
consolar, me hizo sentirme incluso mejor. Reforzó la idea de que yo podía con
todo. Sólo necesitaba creer un poco más en mi poder. Y, para eso, ya tenía a
Sabrae.
¿Recuerdas lo que dijo Alec respecto de que las chicas
nos estábamos volviendo locas? Pues él no tenía ni idea de hasta qué punto
tenía razón. Quizá fuera culpa de los chico de nuestro entorno, o puede que
estuviéramos bajo la influencia de algún cuerpo astral que, por alguna razón,
sólo podía afectarnos a nosotras, pero ninguna de las chicas que yo conocía
estaba en sus cabales últimamente. Yo tenía las hormonas revolucionadas, tanto
por la regla como por las continuas visitas de Alec a mi casa (que me
encantaban, si he de ser sincera); mis amigas, contra todo pronóstico, se
habían terminado reconciliando con él y pidiéndole perdón cuando yo no pensaba
que fueran a hacerlo; Eleanor estaba considerando romper con mi hermano sólo
por conseguir que éste y Tommy se reconciliaran, y Diana, que había regresado
de Nueva York por haber fingido un mal comportamiento, no soportaba estar en la
misma habitación que Tommy.
Pensaba
que todo eso no eran casualidades, pero tampoco una parte de una especie de
plan supradimensional, como decía Alec cada vez que salía el tema de mi
comportamiento. Había dos ejes centrales en aquella historia que explicaban
todo lo que estaba sucediendo: el primero consistía en que mis amigas habían
visto lo mucho que le quería y lo importante que era para mí y, como habían
entendido por fin que mi felicidad dependía tanto de mi relación con Alec como
de la relación con ellas, se habían decantado por hacérmelo todo un poquito más
fácil pidiéndole disculpas. Y, a la vez, yo me sentía mucho más unida a él
después de todo lo que habíamos pasado juntos. Verlo dispuesto a disculparse
con mis amigas, incluso cuando no creía que hubiera obrado mal, me había hecho
darme cuenta de lo importante que era
para él. Las cosas que me decía cuando estaba borracho de las endorfinas del
sexo no eran simples palabras: realmente sentía
las promesas que me hacía, y estaba dispuesto a cumplirlas. Y eso hacía que
algo dentro de mí se desperezara y me suplicara que me abalanzar sobre él, a
darle todo lo que me pidiera.
El
otro eje central de la historia era muy simple: Tommy. Su comportamiento estaba
dejando bastante que desear, al margen de que mi hermano hubiera metido la pata
hasta el fondo. Como llevaba tiempo sin estar con Scott, estaba tremendamente
irascible, y se revolvía contra absolutamente todo el mundo, con independencia
de quién fuera. Su madre, su pareja, Eleanor… daba lo mismo. Si le dabas opción
a entrar al trapo, lo haría. Donde Scott estaba tirado en la cama, helándose
poco a poco, Tommy estaba en pleno proceso de combustión. Así que no era de
extrañar que Diana no lo soportara y Eleanor estuviera al límite, abandonada en
tierra de nadie, sin pertenecerle a Tommy pero tampoco a Scott del todo,
intentando buscar un salido de forma tan desesperada que sólo se le ocurrían
planes igual de desesperados.
Así
que, cuando Alec me dijo que las chicas nos estábamos volviendo locas, yo le
hice una burla antes de darle un beso y explicarle mi teoría de cuerdas
particular. Todo respondía a un equilibrio al que yo podía darle perfecto
sentido, a una sinfonía cuya letra no había escuchado nunca pero podía
anticipar a la perfección, como si la hubiera escrito en un sueño que no
pudiera recordar.
Hasta
que hubo algo que se salió de mis esquemas, escapando a la explicación perfecta
de mi teoría. Y ese algo era Shasha.
Shasha
también se había vuelto loca, y ella no tenía nada que ver ni con Tommy ni con
mi felicidad. Así que, o había algún elemento que se me escapaba, o mi chico
tenía razón y todas nos habíamos vuelto majaras.
Cuando
me percaté de la pelea, estaba en el patio con mis amigas, con las piernas
estiradas y los tobillos entrelazados, las medias de invierno cubriéndome las
pantorrillas e impidiendo que mis muslos se helaran por el contacto con el frío
cemento. Taïssa nos estaba hablando de un libro que estaba leyendo y al que
trataba desesperadamente que nos engancháramos, cuando los ecos mágicos y
ancestrales de “pelea, pelea, pelea, pelea” llegaron hasta nosotras. Un círculo
que iba creciendo a marchas forzadas se había instalado en uno de los rincones
del patio, pegado a los edificios, guarecido por un momento de las vistas de
los profesores. Claro que pronto se enterarían de lo que se cocía, y se nos
acabaría la diversión.
Como
todos a nuestro alrededor, nos levantamos con rapidez y trotamos en dirección
al anillo. Kendra, a la que le encantaban este tipo de cosas y tenía un don
para colarse digno de estudio, se las apañó para hacernos un hueco y sortear
así la cantidad de cuerpos que habrían impedido que viera el espectáculo… que
la viera a ella. Mi hermana.
Shasha,
tirada en el suelo, con la falda subida, intentaba quitarse de encima a una
mole que sería veinte centímetros más alta que ella, y pesaría más del doble.
Verla allí tirada, intentando protegerse de los tortazos que le propinaba
aquella salvaje, me trastornó.
Y,
absorbiendo el don del que tanto se enorgullecía Kendra, me las apañé para
abrirme hueco entre la gente, gritando su nombre, corriendo a su rescate. Me di
cuenta en el trayecto de que yo era, ahora, la hermana mayor. Ahora, las
responsabilidades de Scott eran las mías.
Con
razón él sentía tanta presión arrastrando sus hombros; tener que cargar con el
peso de la responsabilidad que suponía nuestro bienestar podía aplastarnos.
-¡SHASHA!
¡SHASHA!-chillé, luchando con todos y cada uno de los que se me ponían por
delante. Shasha consiguió echar a un lado a la chica que la estaba apalizando y
soltarle un puñetazo en plena cara que me hizo sentir tremendamente orgullosa,
pero aún era vulnerable.
Por
el extremo del campo de mi visión, vi un borrón que saltaba en dirección a mi
hermana, surgido directamente desde el círculo de espectadores. ¿Alguien que
salía en su ayuda? ¡No!
-¡Shasha!-exclamó
ese borrón con la voz de Eleanor, para gran alivio mío, pero todavía me tocaba
luchar un poco más por alcanzar a mi hermana, hasta que alguien salió del
extremo contrario por el que había surgido Eleanor, y se inclinó a agarrar a la
abusona. Tommy.
Me
dio un vuelco al corazón cuando la agarró del brazo y, sin miramientos, se lo
retorció por detrás de la espalda, haciéndole la típica llave estrella de los
policías de las pelis. Bien, alguien me la sujetaría para que yo pudiera matarla. Porque eso iba a hacer, no te
equivoques: nadie le pone la mano
encima a mi hermana y vive para contarlo.
Por
fin, me encuentro con la escena sin los incómodos desenfoques y huecos que
suponen los cuerpos por en medio: estoy en primera fila, y salto sin pensar en
dirección a la payasa a la que Tommy está sujetando.
Pero
algo me detiene en el aire: me rodea la cintura y me echa para atrás con
firmeza, con la fuerza de unos músculos que me encanta acariciar.
-¡Quieta
ahí!-grita Alec a mi lado, agarrándome con firmeza para evitar que me
escapara-. ¿Adónde crees que vas, nena?
-Suéltame-me
revolví, pataleando, intentando zafarme del abrazo de Alec, pero él era
increíblemente fuerte. Mucho más de lo que parecía, y eso que parecía muy fuerte. Si no estuviera tan
preocupada por mi hermana y tan rabiosa por lo que acababa de presenciar,
seguramente me habría abalanzado sobre su boca para reclamarla como mía,
excitada por el poder que desprendía así, negándose a dejarme marchar-. Voy a
matarla.
-Ni
de broma, tú te quedas conmigo.
-Te
parecerá bonito meterte con una de primero, Jolene-escupió Tommy, soltando a la
chica rápidamente, de forma que la tal Jolene cayó al suelo, sobre sus
rodillas-. Ya que te crees tan mayor de ir pegando a gente dos años por encima,
¿por qué no te las ves conmigo?-retó, y yo me quedé quieta, observando a Tommy.
A pesar de que me había dejado claro el lunes que no había ningún mal rollo
entre nosotros, no me esperaba que saliera a defendernos con la misma ferocidad
con que lo haría Scott. Le quedaba muchísima lealtad hacia nosotras de la que
tirar, y se me ocurrió que, tal vez, podríamos aprovechar aquello.
-Alec-susurré,
y él asintió con la cabeza a mi espalda.
-Sé
lo que estás pensando.
La tarde anterior, Scott y Eleanor habían
tenido una bronca increíble y ella se había marchado llorando de casa. A mí me
había pillado practicando con el saco de boxeo, y en cuanto la vi salir
zumbando por la puerta, subí a la velocidad del rayo las escaleras, maldiciendo
mi suerte y deseando consolar a Scott. Pero él no estaba allí: había subido al
ático para asomarse a la ventana que daba a una parte de la calle que
normalmente no se veía desde la casa, y verla pasar corriendo por aquel círculo
minúsculo lo había empujado a bajar al baño y raparse el pelo como se lo rapaba
papá cada vez que tenía que empezar un disco. Intenté que me dejara consolarlo,
pero me echó de su lado de la misma forma que echó a Shasha y a Duna después
que a mí. Sólo dejó que papá entrara en su habitación para hablar con él, y lo
que habían conversado, era un misterio para mí.
Yo
había llamado a Alec hecha un manojo de nervios, y estaba en proceso de
suplicarle que viniera a casa para ayudar a mi hermano, cuando Eleanor volvió a
aparecer, algo más tranquila, y subió las escaleras para encontrarse con mi
hermano. Creo que habían roto brevemente, y que las cosas habían vuelto a su
cauce, pero saber las ideas que tenía en la cabeza Eleanor respecto de su
relación con Scott y lo que ocasionaba con Tommy, y la forma en que se fue de
casa, me había hecho ponerme en lo peor.
-Tenemos
que movernos ya-le había dicho a Alec
justo cuando Eleanor cruzaba la puerta de mi casa, y él, al final, no tuvo que
regresar ese día. Volvería a ver a mi hermano esta misma tarde, después de comer,
y entre los dos intentaríamos que saliera a dar una vuelta con nosotros… y
conducirlo a encontrarse con Tommy, aún no sabíamos cómo. Se suponía que
tendríamos que tenderles una trampa y Diana tendría que ayudarnos, era la única
manera.
Los
coros de “oh” de todos los allí congregados, acusando el ataque de Tommy hacia
Jolene, hicieron que ésta se echara a temblar de rabia. Era más alta que yo, y
tan ancha como Shasha y yo juntas; de mi curso, se la podía considerar una
rival respetable en una pelea aunque sólo fuera por su físico, que parecía
descuidado pero podía dejarte KO de una bofetada sólo con su masa, pero en lo
que a Tommy respectaba, no era rival para ella. Él era más alto, más fuerte,
más rápido… en fin, la superaba en todo. Y Jolene no era estúpida: podía verlo.
-Ha
empezado ella-rugió, con menos respeto del que debería. Tommy se echó a reír,
la cogió del brazo para levantarla y la agarró del cuello de la camiseta, de
forma que sus caras estuvieron tan pegadas que podían olerse los alientos. Por
el rabillo del ojo, vi que Diana cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro
y se mordía ligeramente el labio. Le gustaba lo que estaba viendo. Iban a
reconciliarse, menos mal.
-Me
la suda quién haya empezado-viendo que yo ya no me revolvía porque la situación
estaba fuera de peligro, Alec me soltó y me dejó acercarme a mi hermana-.
Vuelve a tocar a Shasha, o a Sabrae-amenazó mientras yo me acuclillaba al lado
de Shasha, le limpiaba la herida del labio que le había partido y le preguntaba
si estaba bien- y te juro que no te queda Inglaterra para correr.
El
silencio que acompañó aquella amenaza (o promesa, según se viera) podía
cortarse con un cuchillo.
Tommy
soltó a Jolene, que reculó a la velocidad del rayo, alejándose del centro del
círculo como quien escapa de la gravedad de un agujero negro por los pelos.
-Su
hermano no estará aquí-continuó Tommy, mirando a la multitud, rodeándola como
un león enjaulado que espera para merendarse al siguiente gladiador-, pero
todavía respondéis ante mí como se os ocurra ponerles la mano encima; y pobres
de vosotras-se volvió hacia las amigas de Jolene, que habían hecho piña
alrededor de ella-, como intentéis hacerlo sin que yo me entere. A no ser que
que queráis un billete de ida de una hostia a Marte, os sugiero que no les
levantéis la mano. ¿Estamos?-Tommy estaba cerca de ella, pero aun así, no le
dio la respuesta que él quería, porque la agarró del cuello del jersey del
uniforme y la sacudió-. No te he oído.
-Estamos-cedió
por fin Jolene, fulminándonos a Sabrae y a mí con la mirada. Fue entonces
cuando decidí que iría a buscar a Shasha a clase cuando nos tocara irnos a
casa. No la dejaría sola con esa mole; yo podía defenderla mejor de lo que la
defendería nadie… con permiso de Tommy, por supuesto, pero no quería molestarlo
obligando a hacernos de canguro.
Aunque
puede que eso ayudara a acercarlo a Scott…
-Guay-la
soltó de la camiseta, e hizo un gesto con la cabeza indicándole que podía
confundirse, por fin, con la gente-. ¿Alguien más tiene ganas de bronca?-preguntó,
mirando en derredor. No se escuchó a un alma-. Me parecía.
Y se
inclinó hacia Shasha.
-¿Cómo
estás?
-Estoy
bien-murmuró mi hermana mientras yo la cubría a besos y le preguntaba si era
estúpida, si no se daba cuenta de que llevaba las de perder en todos los
sentidos, si estaba herida, si necesitaba que fuera a buscar a papá para que
nos firmara una autorización y poder ir a casa…-. Estoy bien, Saab-protestó.
-¿En
qué coño estabas pensando, Shash?-preguntó Tommy, la voz de la autoridad. Miré
alrededor y descubrí que, del público que había antes, ya no quedaba
prácticamente nadie. Todos se habían ido a ocuparse de sus asuntos, alejándose
lo más posible del epicentro del desastre por si aparecía algún profesor
tardío-. ¿No ves que es mayor que tú?
-Se
metió con Scott-explicó Shasha, incorporándose, limpiándose la sangre del labio
con el dorso de la mano y estirándose la falda. Se le había saltado un botón. Tommy
sonrió, mordiéndose el labio. Sus ojos chispearon con unas estrellas fugaces
que me llenaron de esperanza.
-Y
eso no podemos perdonarlo, ¿a que no?-le acarició la mejilla en un gesto
cariñoso e íntimo, el principio del fin, la última gota del diluvio, el último
meteoro del apocalipsis…
… si
las cosas hubieran seguido su curso.
-Mira,
y yo que pensaba que nunca tendría que darle las gracias a Scott por nada-se
burló Megan, la ex de Tommy, a la que ni mi hermano ni ninguno de los amigos de
Tommy soportaban por cómo lo había tratado al final de su relación. Según tenía
entendido, Tommy seguía colgado de ella incluso cuando se enrolló con Diana por
primera vez. Por suerte, la americana había hecho que el clavo de Megan saliera
rápidamente de la madera de Tommy, y se había clavado en él lo bastante
profundo como para que Megan odiara cómo había perdido su poder sobre él-. Y
resulta que le voy a tener que agradecer toda la vida esa exhibición de
masculinidad por parte de su mejor amigo.
Todo
el cuerpo de Tommy se tensó: cuadró los hombros, inhaló sonoramente por la
nariz, y miró a Megan con el ceño fruncido. No. No pienses que te ha insultado
por decir que eres el mejor amigo de Scott, por favor.
-¿No
tienes nada mejor que hacer?-preguntó Diana, cruzada de brazos, con gesto de
fastidio y conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco.
-Relájate,
perrita americana; sólo estaba felicitando a mi chico por comportarse como un
hombre. Como a mí me gusta-Megan le guiñó un ojo a Tommy y Diana se le encaró.
-¿Acaso
es Tommy tu chico, zorra pelirroja? Porque, si es así, no entiendo qué hace
follando conmigo cada noche.
Shasha
y yo nos miramos un momento con ojos como platos. ¿Por qué se metía Diana tan
rápido en la pelea, si Tommy ya no sentía nada por Megan? ¡Era absurdo! Estaba
claro de parte de quién se pondría Tommy; dejar que la provocara de esa manera
era una estupidez.
-Porque
no puede hacerlo conmigo, tesoro-Megan le dedicó a Diana una sonrisa lobuna.
-Chicas-pidió
Tommy, pero Diana no le hizo caso.
-¿En
serio, ricura? Vaya, no sabía que tu nombre fuera Diana. Creía que, cada vez
que se corría, lo decía por mí, por cómo me lo estaba follando.
-Yo
no tengo problemas de cómo me pueda llamar un tío, y cosa que me parece que no
se puede decir de ti. ¿O no es verdad que te aterra la posibilidad de que te
llame por mi nombre, y por eso apenas habláis?
¿Cómo
que apenas hablaban? Vale que estaban enfadados, pero vivían en la misma casa y
seguían teniendo sexo. Megan necesitaba contrastar sus fuentes.
Se
escuchó un jadeo ahogado que hizo que se me pusieran los pelos de punta. Miré
alrededor en busca del autor de ese sonido. De nuevo, un círculo se iba
congregando a nuestro alrededor, como gotitas de agua que se condensaban en el
cristal de la ducha a causa del vapor. Tommy agarró a Diana del brazo y se
inclinó hacia ella.
-Déjala,
Diana. No merece la pena.
-¿Que
no merece la pena?-replicó la americana, apartándolo a un lado-. Créeme, la
merece muchísimo. Voy a disfrutar muchísimo de esto, zorra pelirroja-le aseguró
a Megan, que fingió un bostezo-. Se te acabó el chollo, zorra. Te voy a enseñar
lo que les hacen en el Bronx a las putas como
tú.
-Tiemblo
de mied…-empezó, pero Diana se abalanzó sobre ella e inició la Tercera Guerra
Mundial.
-¡Oh,
mierda!-gimió Shasha, saltando hacia atrás y arrastrándome con ella para que no
nos alcanzaran ni por accidente. Eleanor, que se había acercado a nosotras en
cuanto se acabó la pelea de Shasha y la gente empezó a irse, miraba la maraña
de piernas, brazos y melenas dorada y rubí con ojos como platos.
-Joooodeeerr-masculló
Alec, tapándose la cara con las manos y negando con la cabeza. Shasha y yo nos
miramos. Y empezamos a chillar.
-¡Mátala,
Diana, mata a la zorra!-bramó Shasha.
-¡Déjala
calva, Diana, arráncale los pelos de mala pécora que tiene!
-¡Diana,
Diana, Diana, Diana!-coreamos las dos, y pronto se nos unió una persona, y
luego dos, y luego tres, y alguien contraatacó con el nombre de Megan, y pronto
aquello se convirtió en una batalla campal en la que cada cual animaba a su
favorito… y, como toda batalla campal que se precie, empezaron las apuestas.
-¡TRES
A UNO A LA AMERICANA!-anunció Jordan a pleno pulmón, haciendo de amplificador
con sus manos mientras los chicos echaban mano de sus carteras para participar
del espectáculo-. ¡TENGO TRES A UNO A LA AMERICANA, APUESTAS, SE ADMITEN
APUESTAS, PELEA INTERNACIONAL DE GATAS, FINAL DEL MUNDIAL DE PELEA FEMENINA EN
EL BARRO… EH… SIN BARRO!
-¡Jordan!-gritó
Alec, que había corrido a ayudar a Tommy cuando éste pidió a voces que alguien
lo ayudara a separarlas-. ¡ME CAGO EN DIOS, DEJA EL PUTO DINERO DE UNA VEZ Y
VEN A ECHAR UNA MANO!
-¡Dale,
Diana, dale!-animábamos Shasha y yo.
-¡INGLATERRA
CONTRA ESTADOS UNIDOS, LONDRES CONTRA NUEVA YORK, PELIRROJAS CONTRA RUBIAS, LA
BATALLA DEL SIGLO, EL MOMENTO QUE TODOS ESTABAIS ESPERANDO, AMIGOS! ¡DOS A UNO
A LA AMERICANA, DOS A…!-continuaba Jordan-. A ti no, Richard, no te voy a coger
nada, que aún me debes el dinero de las Olimpiadas, puto moroso.
Tommy
consiguió separarlas momentáneamente, pero Megan consiguió darle un tortazo a Diana,
que la americana le devolvió con mucho gusto.
-¡Diana!-recriminó
Tommy.
-¿De
qué puta parte estás?-bramó su chica, justo antes de caer al suelo por efecto de
una patada en el tobillo que le dio la tramposa de Megan. Empezaron a tirarse
del pelo y tratar de clavarse las uñas en la cara, el cuello, los brazos… todo
valía con tal de hacer sangre.
Suerte
que Eleanor salió por fin de su trance y, en una de ésas en que Diana y Megan rodaban
por el suelo, se las apañó para agarrar a su amiga del tobillo y arrastrarla
lejos de la americana.
Alec corrió
a agarrar a Diana de la cintura, como había hecho conmigo, mientras Tommy hacía
lo propio con Megan, y las dos chicas continuaron su pelea en modo verbal.
-¡Ven
aquí, puta, que te voy a dar lo tuyo! ¡Ven, ven!
-¡Vamos,
puta, ven a por mí! ¡Zorra, zorra, que ni chuparla sabes! ¡Guarra, asquerosa!
-¡Cornuda,
cornuda, me prefiere a mí, jódete, cornuda!
-¡Puta,
puta, yo me lo follo todos los días, tú qué haces, ¿eh?! ¿Qué haces, so zorra!
¡Vivir a mi sombra, eso haces!
-El
sueño de tu vida, ¿eh?-pinché a Alec, que se me quedó mirando con el ceño
ligeramente fruncido-. Que dos chicas se peleen por ti-se echó a reír tan
sonoramente que Diana casi se le escapa, pero consiguió retenerla en su lugar
en el último momento… justo cuando llegaba un profesor.
-¿Qué
está pasando aquí?
-Nada-dijeron
Alec y Tommy a la vez, pero mi hermana seguía magullada, sangrando por el labio
y con las medias rotas, y Diana y Megan estaban hechas un desastre, jadeando y
tratando de lanzarse la una contra la otra sobre un círculo en el que había mechones
de pelo rubios y pelirrojos arrancados, y los dos chicos seguían luchando para
mantenerlas separadas.
-Así
que, ¿quién diríais que ha ganado?-le preguntó Jordan a la multitud-. ¿Lo
dejamos en empate?
-Cierra
la boca por una putísima vez en tu triste vida, Jordan-acusó Alec.
-Whitelaw,
Tomlinson…
-Joder-gruñó
Alec, sabiendo lo que venía a continuación.
-…Styles,
Reynolds, Malik-terminó de recitar el profesor-, al despacho del director,
¡ahora!
No
habían especificado qué Malik querían en el despacho del director, y yo no iba
a dejar a Shasha sola, así que rodeé los hombros de mi hermana con el brazo y,
acariciándole la tripa para que no se preocupara, la acompañé al despacho el
director Fitz. Alec y Tommy venían detrás de nosotros al principio, pero cuando
Diana le tiró del pelo a Megan aprovechando un despiste, decidieron volver a
asumir sus roles de guardaespaldas.
Llegamos
al vestíbulo con los cuadros renacentistas colgados de las paredes y los sofás
de cuero más antiguos que nuestras estirpes familiares, y nos sentamos en
ellos, desperdigados por la habitación. Diana se sentó en el centro de un sofá
en cuyo reposabrazos se asentó Tommy, y Alec se dejó caer en la esquina del
mismo, mientras Megan ocupaba un sofá para ella sola y Shasha y yo compartíamos
el más pequeño de la habitación. El profesor en cuestión entró en el despacho de
Fitz tras dos enérgicos toques en la puerta, y salió al minuto siguiente para
pronunciar un nombre.
-Malik.
-No
te preocupes-le dije a Shasha, que estaba al borde de las lágrimas porque no
quería preocupar más a mamá. Si la expulsaban, sólo quedaría un Malik en el
instituto, y ése sería yo. Le di un beso en la sien y, cogiéndola de las manos,
la conduje al interior del despacho de Fitz, una sala amplia muy bien iluminada
de paredes abarrotadas de fotos con eminencias de la educación y diplomas inútiles.
El director
se reclinó en su silla, bajándose las gafas para mirarnos a las dos por encima
de ellas.
-Mi
hermana no se encuentra bien, ¿puede beber un vaso de agua?-pedí, y Fitz
asintió con la cabeza y nos indicó que nos sentáramos mientras se acercaba a
una nevera de puerta de caoba que tenía en el mueble en el que se guardaban los
trofeos del instituto que no cabían en el expositor principal.
-Me
han dicho que os habéis peleado-comentó, tendiéndonos en vaso, y yo arqueé las
cejas. Abrí la boca para replicar, pero Shasha se adelantó. Le temblaba tanto
la mano que el agua de su vaso parecía un mar en plena tormenta.
-Sabrae
no ha tenido nada que ver. Si va a expulsar a alguien, no la meta a ella en
esto.
-¡Shasha
no tiene la culpa de nada! Esa loca mastodóntica se abalanzó sobre ella. ¡Le
pegó una paliza! Shash sólo se estaba defendiendo-acusé yo, y Fitz se echó a
reír.
-Nadie
es expulsado por una pequeña pelea, chicas, tranquilas.
-¿Pequeña
pelea?-espeté-. ¡Le ha partido el labio!
-A Scott
lo expulsaste por lo mismo-espetó, y el semblante de Fitz se ensombreció. Miré
a Shasha. Cállate, so loca, o le harás
compañía por las mañanas a Scott.
-La situación del señor Malik
fue excepcional.
-Es cierto:
mi hermano es excepcional por darles una paliza a unos putos
violadores-sentencié-. Deberían ponerle una estatua a la entrada, en lugar de
patitas en la calle.
-No
voy a discutir los detalles de la expulsión de Scott Malik con vosotras-Fitz
hizo un gesto con la mano-. Estamos aquí para averiguar qué ha sucedido.
-¡Que
tiene una puta psicópata suelta en el patio, eso ha sucedido!-protesté.
-Jolene,
de tercero-explicó Shasha, y Fitz asintió con la cabeza. Levantó su teléfono y
le pidió a su secretaria que le trajeran a la susodicha. Unos minutos después,
la chica se presentaba en el despacho escoltada por la misma secretaria, con un
semblante completamente diferente al que había tenido en el patio. Ajá, ya no somos tan valientes, ¿eh?
-Siéntese, señorita
Sanderson. Tenemos que aclarar cierta incidencia que ha habido hace unos
minutos en el…-se escuchó el inconfundible sonido de unos nudillos llamando a
la puerta-. ¿Sí?
-¿Director
Fitz? Perdón por interrumpir-Tommy se presentó en la estancia, todo educación y
buenos modales. Así es como se consiguen
las cosas-. Sólo venía a asumir mi parte de la culpa. Las señoritas Malik no
han tenido nada que ver en ninguna pelea. Es todo un completo malentendido.
Shasha
contuvo una risita y yo la fulminé con la mirada, a lo cual se puso seria. Puede
que yo fuera más baja que ella, pero la autoridad que me confería la edad podía
más que ninguna diferencia de estatura. Encima
no te pitorrees, niña.
Fitz
puso los ojos en blanco.
-Estoy
seguro de que podremos llegar al fondo de este asunto sin usted, señor Tomlinson.
-La
pelea la empecé yo. Ellas no han tomado parte de nada. Simplemente se metieron
a tratar de separarnos, eso es todo. De ahí las magulladuras de la señorita Malik.
Shasha
volvió a reírse y yo le di un manotazo en la pierna.
-Ya
está bien-siseé, y ella se mordió el labio. Fitz se quitó las gafas y las
sostuvo en el aire, frente a sí, pendidas de una de sus patillas, haciendo que
los cristales dibujaran dos medias lunas en su escritorio.
-¿Pretende
hacerme creer, señor Tomlinson, que dos chiquillas a las que usted supera en
edad, altura y peso se metieron en una pelea que usted mantenía con otra chica que
también las supera en edad, altura y peso, para intentar pararlo?
Tommy
le sostuvo la mirada.
-¿Por
qué está esperando fuera el señor Whitelaw, entonces?
-Porque
a Alec le tienen manía todos los profesores-constató Tommy con tranquilidad.
-¿A
mí no me llamas “señor Whitelaw”?-preguntó Alec desde fuera, y Shasha soltó una
risotada que resonó en todo el despacho. Fitz miraba a Tommy. Tommy se relamió
los labios, aguantándose las ganas de ir a partirle la cara a Alec. Las mismas
ganas que tenía yo de partirle la cara a mi hermana.
-Vaya
a esperar fuera con los demás, señor Tomlinson.
-Es
que…
-¡He
dicho que fuera, señor Tomlinson! ¿Se cree que soy estúpido? Sé que no hace más
que intentar encubrirlas. ¿Es que quiere ganarse una expulsión?
Tommy
se encogió de hombros.
-Sinceramente…
ya me da igual todo, director Fitz.
-No
diga tonterías. Salga. Ya hablaré yo con usted y los demás.
Tommy
sorbió por la nariz, cuadró la mandíbula, asintió con la cabeza y se colgó del
pomo de la puerta para cerrarlo. Sus ojos se encontraron con los míos, y yo
asentí en su dirección. Gracias.
Un asomo de sonrisa titiló en
su boca. No hay de qué.
Con el
chasquido del cerrojo de la puerta al encajar cuando ésta se cerró, mi mente
empezó a divagar. Tommy nos había defendido. Incluso me había sonreído. No se
arrepentía de lo que había hecho; incluso podría decir que se enorgullecía.
Ya estaba
casi, sólo necesitábamos un empujoncito más.
No escuché
absolutamente nada de lo que Fitz le dijo a mi hermana, ni tampoco nada de lo
que la bestia con la que se había peleado Shasha tenía que decir. Mi mente estaba
muy lejos, flotando por un paraje invernal en el que se notaban los efectos de
los días más largos, el desperezarse de los árboles, los despertares de los
pájaros y los pequeños mamíferos recolectores que salían de sus escondrijos
para continuar con su vida. Estaba demasiado ocupada intentando averiguar cuál
sería la mejor forma de proceder: ¿los llevaba a un terreno neutral? ¿Llevaba a
Scott a casa de Tommy inventándome alguna excusa? ¿Traía a Tommy a la nuestra
con el mismo pretexto?
Alec me
ayudaría a ultimarlo todo, estaba segura. Me había pasado la semana entera
apoyándome en él, y él apoyándose en mí, para complementar los cuidados de Scott.
Cuando mi hermano no estaba conmigo, estaba con él; nadie como nosotros dos
sabía mejor el estado en que se
encontraban las cosas, y Alec, además, jugaba con la ventaja de que
también pasaba tiempo con Tommy. Entre los dos, éramos los ángeles de la guarda
de la pareja de amigos, pero Alec era quien verdaderamente portaba las alas. El
conocimiento era poder, el poder eran alas, y son las alas las que hacen al
ángel.
De modo
que, cuando salimos del despacho, estaba preparada para trotar hacia él y susurrarle
al oído que tenía que ocurrírsenos una idea.
Sin embargo,
el ambiente con el que me encontré cuando volvimos a la sala en la que habíamos
esperado a que Fitz nos recibiera me empujó a quedarme donde estaba. Era raro,
parecía cargado de malas vibraciones, de una especie de tensión que nada tenía
que ver con la eléctrica. Me habría incomodado quedarme allí, sinceramente, y,
además, todavía tenía que ocuparme de Shasha.
Así que,
en lugar de acercarme a Alec y susurrarle unas palabras de ánimo, simplemente
intercambiamos una mirada. Me mordí el labio cuando nuestros ojos se
encontraron; él, por el contrario, no movió un músculo. La máscara pétrea de su
rostro trataba de contener un millón de emociones a las que, sin embargo, no me
costó acceder. Supe que había pasado algo mientras nosotras estábamos dentro:
había obtenido unas respuestas sin las cuales no teníamos la pintura al
completo. Estaba preocupado, molesto, y también decepcionado. Me prometí a mí
misma que iría a su encuentro en cuanto pudiera para hablar a solas, pero todos
mis planes se fueron al garete cuando Diana aprovechó la salida del instituto
para ir a arrancarle otro mechón de pelo a Megan y salir corriendo como alma
que lleva el diablo. Al escuchar los gritos y ver a la americana desaparecer
corriendo tras una esquina, con Megan pisándole los talones y Tommy corriendo
detrás para que no hicieran ninguna locura, Alec interrumpió mis intentos de
iniciar una conversación.
-Tengo
que ir tras ellos. Luego hablamos.
Asentí
con la cabeza y vi cómo corría, siguiendo el camino que habían hecho los tres. Se
volvió un momento y caminó hacia atrás.
-Hoy
tengo que trabajar, y tengo turno doble. ¡Recuérdaselo a tu hermano!
-Si estás muy cansado, no hace falta que vengas.
Yo me ocuparé.
Alec asintió
con la cabeza, exclamó un “gracias, bombón”, y se esfumó por donde había
venido. Bueno, estaba sola en eso. No pasaba nada, me dije. No es que el mundo
estuviera en mis manos. Tenía la misma responsabilidad de siempre, y la
compartía con las mismas personas. Si había una emergencia que yo no pudiera
resolver, ahí estaban mis padres. Mamá y papá tenían la solución a todo.
Además,
Alec ya había hecho muchísimo por nosotros. Se merecía descansar. Le llamaría
por la noche para hablar con él. Parecía tenso y, a la vez, cansado, cuando se
fue. Una extraña mezcla de emociones. Y yo ni siquiera le permitía desfogarse,
rebajar la tensión.
Empezaba
a pensar que estaba siendo demasiado paranoica y estricta con el tema de no
tener sexo. Es decir… estoy en la edad. Estoy descubriendo mi cuerpo y mi
sexualidad, es normal que no pueda dejar de pensar en ello. Nadie espera que me
comporte como una adulta, y si no es en mi adolescencia cuando sigo mis
impulsos, ¿cuándo se supone que he de hacerlo?
Sonreí.
Sí, de noche, Alec y yo hablaríamos, e incluso puede que tuviéramos una de esas
conversaciones subidas de tono que acababan en final feliz para ambos. Puede
que…
Oh, no. Tengo la regla, es verdad. Puse los
ojos en blanco y negué con la cabeza. Bueno, siempre había la posibilidad de
acompañarlo a él. Se lo merecía. ¡Sí! Hablaríamos esa noche y yo le concedería todos
sus caprichos, con la única condición de que se relajara y disfrutara. No había
normas, no había preocupaciones, no había problemas. Sólo existía él.
Contando
las horas para que llegara la noche, me dirigí con mi hermana a mi casa. No tenía
ni idea de que esa noche, la pasaría durmiendo en la habitación de Scott,
compartiendo cama con mis hermanas y él, protegiéndolo de todo mal y
asegurándome de que se sentía querido y apreciado. Tommy y él iniciarían una guerra
silenciosa en Instagram de la que yo ni siquiera me enteraría ese mismo día, y
mi hermano me necesitaba más de lo que Alec necesitaba mi voz para masturbarse.
Seguro que él lo entendería. No iba a pasar nada porque no habláramos; Alec comprendería
a la perfección que acudiera a la primera llamada de socorro que escuchara.
No pasaría
nada. Podía lidiar con mi hermano yo sola. No pasaba nada. No pasaba nada.
Y no
pasó nada. Scott se despertó de noche y, en sueños, le escuché hablar con
alguien que ni siquiera estaba allí, pero, como volvió a la cama, me volví a
dormir sin más. Empezó la mañana mucho más animado, así que yo también. Fuera lo
que fuera lo que les hubiera pasado a Tommy y él, no había sido más que un
bache.
Lo que
yo no sabía era que las chicas no éramos las únicas que nos habíamos vuelto
locas, y nos comportamos de forma rara esa semana, cuando salí de la cama de Scott
y me enfundé mis zapatillas. Lo descubrí cuando abrí la conversación con Alec,
presta a darle los buenos días…
… y,
por primera vez en meses, salvo por el parón de nuestra pelea, no me encontré
con el videomensaje enseñándome el amanecer.
Mi estómago
se dio la vuelta y sentí que una arcada ascendía por mi garganta como la lava
de un volcán, quemándolo todo a su paso y haciendo que la cabeza me diera
vueltas. Había pasado algo. Alec jamás se
olvidaría de enviarme mi videomensaje… salvo que hubiera pasado algo.
Así que
cogí mi mochila y, dejando el bol de cereales a medias, salí corriendo en
dirección a su casa. Ni siquiera esperé por mis hermanas, ni me despedí de mis
padres. Había pasado algo. Había pasado algo. Había pasado algo.
No había
videomensaje.
Había
pasado algo.
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Pufff, que mal cuerpo me ha dejado este capítulo incluso aun sabiendo lo que ha pasado. Me ha encantado haber visto la faceta de Alec de hermano mayor, la charla con Mimi y como este capítulo para mi ha sobresalido eso sobre todo. También la escena de la pelea narrada por Saab y saber que ahora ya pronto scommy se reconcilian y todo va a volver a estar bien. Estoy deseando leer el capítulo del fin de semana como agua de mayo.
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