domingo, 1 de septiembre de 2019

Ángel de la guarda.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Si tenía que mirar el lado positivo de lo que diría Eleanor de camino a su casa, cuando el tiempo se nos hubiera agotado con nuestras respectivas parejas, era que le había borrado la sonrisita de suficiencia de la boca a mi hermana. Mimi se había ocupado de Eleanor de la misma manera que yo me había ocupado de Scott a lo largo de la tarde, como si los hermanos Whitelaw fuéramos los ángeles de la guarda de la “parejita de la discordia”, como estaba seguro que mi madre se refería a Eleanor y Scott en su cabeza cuando nos pillaba a Mimi y a mí hablando de ellos. A mí me habían asignado a mi amigo, y a mi hermana, a su mejor amiga, casualmente del mismo sexo que ella, y en cuyos probadores podía colarse a probarse prendas que no iba a ponerse nunca sin que nadie la mirara mal. Pobre de mí si a mí se me ocurría siquiera meter la cabeza en el probador de alguna tienda a la que llevara Sabrae, no porque fueran a mirarnos mal (eso me importaba una mierda), sino porque haría que pasáramos la noche siguiente en el calabozo, separados por una reja, por escándalo público (hacerlo en un probador era una de mis fantasías sexuales, y podía ponerme muy persuasivo si quería; además, si Sabrae me llamaba para que le diera mi opinión sobre una prenda, seguro que lo hacía con segundas intenciones).
               El caso es que, mientras yo me ocupaba en darle la vuelta al colchón de Scott y rezaba por que eso supusiera también un cambio de humor en él, Mimi se había ocupado de tener distraída a Eleanor en el equivalente femenino de una tarde jugando a videojuegos y bebiendo cerveza: llevándosela de compras y tirando de la tarjeta de crédito cuyos gastos mamá y papá no tenían del todo controlados. Las dos eran unas mimadas, pero no hacían peligrar la estabilidad económica de sus familias, así que yo no iba a juzgarlas.
               Sin embargo, todo lo bueno se acaba, y mi sesión de trabajos en beneficio de la comunidad (léase, arrastrar a Scott todo lo lejos que pudiera de las garras de la depresión) se habían visto recompensados con una sesión de compañía, después mimos, y casi sexo con Sabrae, mientras mi hermana se dedicaba a dar vueltas por el vecindario y a visitar a una compañera de baile con la que no terminaba de congeniar del todo, con la excusa de que tenían que preparar un baile juntas.
               Mimi se había cansado pronto de estar con aquella chica. Así que se había dejado caer en casa de los Malik, y poniendo ojos de corderito degollado, frotándose las manos mientras se soplaba sobre ellas, y aleteando con las pestañas, consiguió que Zayn no viera la mala víbora que era y la dejara entrar en casa. Lo siguiente que seguiría sería una petición con fingida timidez por parte de Mimi: “¿siguen Alec y Eleanor en vuestra casa? A mamá no le gusta que vaya por ahí de noche, sola”.
               Lo que en su idioma venía a ser como “Sherezade, ¿te importaría subir y joderle el pollo al santo de mi hermano, que me aguanta una tanda de tonterías que no toleraría ni el dalái lama?” Gracias”.
                Y Shasha, ya acostumbrada a cortarnos el rollo, había trotado de nuevo escaleras arriba, en dirección a la habitación de mi chica, confiando en que no estaríamos usando los cupcakes que habíamos rescatado del horno como juguetes sexuales. Por lo menos no pervertimos a la chiquilla; eso sí, la risita mal disimulada que exhaló cuando nos pilló otra vez semidesnudos, enrollándonos sobre las migas de los que habíamos subido a su habitación, no se la quitaba nadie.
               Sabrae se puso roja como un tomate al ver que su hermana nos había pillado con las manos en la masa de nuevo; y yo, que no tenía nada que perder y muchísimo que ganar, le dije a Shasha que estaba en medio de algo y que no iba a dejar que cierta petarda me lo estropeara (palabras textuales).
               -No seas malo-me recriminó Sabrae, dándome un manotazo en el hombro a los que empezaba a acostumbrarme… y que echaría muchísimo de menos si algún día se detenían. Así que me abroché los pantalones (no, no habíamos llegado a quitárnoslos, aún), me abotoné la camisa y recogí mi móvil y mi cartera de la mesilla de noche de Sabrae mientras ella se enfundaba unos leggings, intentando ignorar los ojos abrasadores de Shasha, que no se apartaban de ella.
               Salí de su habitación y bajé las escaleras con la gracilidad del príncipe de la Cenicienta, ese cabrón con suerte al que le hacen un baile para que pueda elegir a quién de todas las doncellas del reino va a querer tirarse esa noche, y cuando mis ojos se encontraron con los de Mimi, mi hermana ni se molestó en disimular la sonrisa de “te he jodido el polvo” que la acompañaría toda la tarde… o, por lo menos, todo el trayecto a casa. Me dieron ganas de decirle que no estábamos haciendo nada por iniciativa de Sabrae, no porque ella hubiera influido en algo, pero lo único que le podía causar más satisfacción a Mimi que joderme los planes de diversión era que yo le demostrara que me había picado con ella. Sólo se encontró con mi mejor cara de póker, que no cambié en ningún momento, ni siquiera cuando Eleanor bajó las escaleras y la expresión de Mimi se tornó de culpabilidad. No había pensado en los daños colaterales de su plan.
               -No seas malo-me repitió Sabrae, poniéndose de puntillas, acariciando la cara interna de mi brazo con su mano, la otra entrelazada con la mía.

               -Me estoy comportando como un estoico caballero medieval.
               -Te estás riendo-constató, besándome el hombro y apoyando la cabeza en él, exhalando un suspiro tan profundo que podría haber echado abajo un castillo. Fue entonces cuando me di cuenta de la ligera tirantez de mis mejillas allá donde estaban los músculos que dibujaban mi sonrisa, todo fruto de una reflexión: Mimi no le había jodido el polvo a su hermano, pero sí a Scott… y, por asociación, también a Eleanor.
               Y yo que pensaba que no podía triunfar más en la vida. Al menos, ella se sabía no completamente victoriosa, y yo estaba dispuesto a conformarme con eso… porque pensaba que Mimi seguiría con esa expresión de vergüenza y arrepentimiento, en lugar de entregarse al cachondeo en cuanto cerramos la puerta de la casa de Scott y Sabrae, yo cargando con una bolsa en la que Sherezade había colocado cuidadosamente la tasa de cupcakes que me correspondía por mi ayuda en el cocinado, y las dos chicas con varias bolsas de distintas tiendas de ropa del centro, con las que se habrían hecho esa misma tarde.
               Como si se hubieran olvidado de que yo estaba allí con ellas, comenzaron a bromear sobre lo que Eleanor había estado haciendo con Scott: Eleanor la mandaba callar, mirándose los pies y sorteando los charcos, mientras Mimi intentaba por todos los medios sonsacarle hasta dónde habían llegado. Se habían puesto tremendamente cariñosos en la despedida; ni siquiera Sabrae y yo habíamos llegado a ser así de pegajosos, limitándonos a unos cuantos piquitos con sus correspondientes caricias de nariz, un par de “me apeteces” intercambiados como cromos en el patio del cole. Scott y Eleanor habían sido diferentes; tanto, que Sabrae incluso le había tomado el pelo a su cuñada diciendo que no iba a irse a la guerra.
               -Cuidaremos de él-le prometió, y Eleanor la miró, las ideas de su cabeza disipadas como nubes en la noche, y asintió con la cabeza. Ella también estaba preocupada por él; entonces pude verlo. Por eso no quería dejarlo solo. Pero no se daba cuenta de que estaba con Sabrae. Nadie podía cuidar de Scott mejor que Sabrae, con permiso, por supuesto, de Tommy. Ella había sido quien le había llamado cuando se dio cuenta de que el bote de somníferos que tomaba Shasha no estaba en el baño.
               -Yo no necesito que cuidéis de mí-Scott se había revuelto contra su hermana como un gato acorralado, y yo le saqué la lengua.
               -Claro que sí, mi pequeñín—contesté, conteniendo una carcajada que hizo que Sabrae me mirara desde abajo como si fuera una aparición divina-. Acuérdate de no comer muchas chuches de noche, que cuando te da un empacho, tienes pesadillas.
               -Vete a la mierda, Alec-Scott puso los ojos en blanco, fastidiado, pero esa expresión se evaporó en cuanto Eleanor le dio un beso en la mejilla. Todo estaba bien de nuevo, y aquellos cambios de humor sólo podían deberse a una cosa: habían hecho “alguna travesura”, como decía la virgen de mi hermana, y ahora quería saber hasta dónde. Saltaba de un charco a otro como una rana inspectora de policía mientras enumeraba los distintos hitos de la sexualidad: primera base, segunda base, tercera base…
               -Por Dios, Mary Elizabeth-protesté, poniendo los ojos en blanco y fingiendo contener una arcada-. Esas expresiones son tan de monja que me sorprende que no venga un tribunal de la Inquisición a buscarte para llevarte de vuelta al convento del que te has escapado.
               -Disculpa-Mimi se volvió hacia mí, frunciendo el ceño-. Por lo menos yo tengo un poco de clase y no llamo a las cosas por la palabra más soez que se me ocurre.
               -Tienes 15 años, niña: ya va siendo hora de que le pierdas el miedo a decir la palabra “polla”. No va a comerte. Ni va a hacer que pierdas ese regalo especial que le estás guardando al caballero de la brillante armadura que esperas que venga a desflorarte en el baile de fin de curso.
               -¡Yo no espero ningún caballero de brillante armadura, Alec! ¡Que no me comporte como una especie de gigoló a domicilio no quiere decir que sea una mojigata!
                Me detuve en seco, mirándola, luchando contra mis ganas de reír.
               -Creía que era un “gigoló de beneficencia”, no un “gigoló a domicilio”. ¿A qué se debe ese cambio? ¿Es que ahora soy parte de un servicio premium, como Amazon Prime?
                 -Bueno, ahora no te tiras a todo lo que se mueve-reflexionó Mimi, y allí apareció de nuevo aquella sonrisa pagada de sí misma-, pero también te desplazas más, como si fueras un cartero con un fetiche por cierta casa.
               -Cariño, si supieras lo que yo encuentro en esa casa, ni hablarías como una chica del siglo XVII ni te reirías de que ya haya encontrado la ruta más rápida para llegar a casa de Sabrae. Claro que…-le guiñé un ojo-, entonces tampoco me llamarías “gigoló” por echar cuatro polvos, sino simplemente “persona normal”.
               Mimi puso los ojos en blanco y fingió una arcada.
               -“Persona”, vale, pero “normal”… creo que sueñas, Al. Aunque, bueno, tampoco me sorprende mucho que digas tonterías. Seguramente todavía tienes mucha sangre acumulada en…-me señaló la entrepierna con un índice que trazó círculos en el aire-, y no te llega la suficiente al cerebro.
               -No te rías tanto, mocosa. Sé por qué te ríes, pero lamento decirte que no estaba haciendo nada con Sabrae cuando tú llegaste. Quizá, si acaso, un poco de… primera base, para que lo entiendas, pero nada más.
               -Tú no estabas haciendo nada-consintió Mimi, su sonrisa rizándose más y más-, pero, ¿y ella a ti? Te he visto más veces con ese pelo, Al. Hemos coincidido de fiesta. ¿Tan tonta te crees que soy como para no darme cuenta de cuándo te han hecho una mamada?
               -Mary Elizabeth-abrí tanto los ojos-. Esa boca. Te la voy a lavar con jabón.
               Mimi se apartó el pelo de la cara, creyéndose ganadora en la conversación, y yo estaba a punto de ponerla en su sitio, cuando Eleanor me interrumpió… y acabó con todo el buen rollo que había entre nosotros.
               -Alec-habíamos llegado a la esquina de su calle. Entre tanta broma, se me había pasado el camino volando. Se quedó plantada en la esquina de la acera, bajo la luz de la farola, un fantasma de una decisión dudosa recortada contra la noche. Me detuve de nuevo, esta vez frente a ella.
               -Di, El
               -Si te hago una pregunta, bastante dura… ¿me serás sincero?-preguntó, y empezó a retorcer los cordones de una de sus bolsas, nerviosa. Me preparé para alguna especie de favor impagable que tendría que hacerles a ella y a Scott, como ir a por la píldora del día después a escondidas de todo el mundo al día siguiente. Joder, yo mismo había caído en el mismo error y había visto lo mal que se había puesto su hermana, ¿es que Scott no podía mantener la polla enfundada por una vez en su vida? Si Eleanor se ponía mal, Tommy tendría toda la razón del mundo para partirle la cara. Y yo no podría por más que darle la razón.
               -Claro-respondí con toda la calma que pude, sospechando que si había pospuesto la pregunta hasta el último momento, no era por casualidad-, dime.
               Mimi se volvió hacia su amiga, expectante. Aquélla era una de las pocas veces en las que Eleanor Tomlinson se volvía completamente opaca para Mary Elizabeth Whitelaw. Asistir a tan extraño fenómeno era como vislumbrar el paso de un cometa combinado con un eclipse. ¿Cuáles son las posibilidades de que mi hermana no lea a la de Tommy, y éste esté peleado con Scott? Los planetas debían de estar alineados.
               -¿Crees que debería romper con Scott?
               Supongo que lo que yo me esperaba y lo que realmente sucedió era tan parecido como los entrenamientos militares lo eran a la guerra. Por mucho que te tiren bombas encima y te hagan disparar a objetivos que se mueven, en el fondo sabes que lo que te cae sobre la cabeza no son más que petardos y los muñecos son maniquíes. Nada te puede preparar para la destrucción y la barbarie de una guerra. Los gritos, la sangre, las heridas, las infecciones, las deserciones, los miedos. Las bajas, tanto por muertes como por deserciones.
               Deserciones, deserciones… lo único peor que un muerto era un cobarde. A los espartanos caídos en batalla los devolvían a su tierra natal sobre sus escudos; todo aquel que no tuviera un escudo no podía entrar en la ciudad, pues significaba que lo había tirado para escapar, y no había hueco para cobardes en Esparta.
               Toda la sangre huyó de mi rostro al darme cuenta de que los únicos con unos lazos fuertes con Grecia, y por lo tanto con aquellas tierras, éramos Mimi y yo. Eleanor no tenía por qué aguantar aquellas cosas. Estaba entre la espada y la pared, pero, de ser algo aparte de inglesa, era española, en lugar de griega. Los españoles no eran como nosotros. Habían inventado las guerrillas, no el “¡esto es Esparta!”.
               -¿Qué?-inquirió Mimi, mientras yo intentaba encontrar oxígeno. No, no, no. No. Tommy y Scott se habían peleado y yo era el puente principal, todo el mundo confiaba en mí para reunirlos. Pero, como todos los puentes, yo necesitaba una pilastra, unos cables, unos tirantes, algo que me permitiera mantenerme en mi posición. Eleanor era mi estructura; no debía moverse, como el rey cuando el contrincante se prepara para hacer jaque. Sacarlo de la barrera de peones sería el peor de los errores.
               Todo en torno a Tommy y Scott, pero sobre todo a Scott, estaba suspendido en el aire en un delicadísimo equilibrio digno del circo del sol, o del espectáculo de algún mago con residencia y trabajo fijo en Las Vegas. Un leve movimiento en el árbol de platos podría provocar el colapso de la estructura completa. Y Eleanor dejando a Scott no sería un pequeño toquecito, sino más bien un huracán entrando en tromba en el teatro.
               -He estado dándole vueltas-explicó-. Puede que, si pongo un poco de distancia entre Scott y…
               Haz que se calle. Haz que se calle YA.
               -No-respondí. Scott, lo último que necesitaba, era más distancia. Se había alejado de su mejor amigo, se había alejado del instituto, de su rutina. No era tan imbécil como para atribuirme el método de que aún no se hubiera vuelto loco: lo tenía delante de mí, tenía voz de chica, ojos grandes y expresivos, pelo castaño rizado y un colgante de avión de papel pendiendo de su cuello, recordatorio de a quién le pertenecía su corazón, de quién era el piercing sin pintura negra que llevaba en la oreja. Toda tú eres Scott, ¿cómo puedes pensar en dejarle? Dejarlo sería desgarrarlo tanto que sería imposible volver a unir sus pedazos deshilachados.
                -… y yo, y hablo con mi hermano, las cosas se arreglen entre ellos…-continuó, y yo volví a repetir, más fuerte y más claro esta vez:
               -No.
               Eleanor hizo una pequeña montaña con sus cejas, angustiada.
               -Los estoy matando, Alec. Prefiero no tener a Scott, y tenerlos a los dos, que tener a Scott entero y no tener a ninguno realmente.
               -¿De qué serviría?-pregunté, y casi terminé la frase con un “ahora”, pero me contuve en el último segundo haciendo acopio de una fuerza de voluntad que no cabía en mí-. El mal ya está hecho. Ya han descubierto que el otro es tonto-espeté, y Eleanor alzó las cejas, sorprendida. Mimi bufó a mi lado, dando un paso hacia ella-. Ahora lo único que puedes hacer es esperar, y…
                -Ser feliz-me interrumpió mi hermana, poniéndose entre Eleanor y yo.
               -Esto… yo iba a decir “no dejarlos solos”, Mary El…-empecé, porque ésa era mi prioridad número uno ahora mismo. El tiempo iba a curar la enfermedad que se había instalado en sus cerebros y les había dicho que no se necesitaban; yo sólo tenía que asegurarme de que no se distanciaban, y empujarlos un poco el uno hacia el otro para que, una vez que el antídoto hiciera efecto, todo fluyera con más naturalidad. Yo los juntaría, sí, pero necesitaba que se quedaran exactamente donde estaban. Estaban tan lejos el uno del otro que eran motitas de luz en el cielo nocturno; un centímetro más sumiría sus noches en la oscuridad.
               -Pero no lo has dicho-replicó Mimi-, y el mundo te agradece que cierres la boca de vez en cuando, Alec-me lanzó tal mirada que yo sólo pude alzar las manos, aceptando haber perdido una batalla que ni siquiera sabía que estaba librando.
               Eleanor se mordisqueó el labio.
               -Se están apagando-observó, rodeando a Mimi y plantándose frente a mí-, y yo… yo me siento tremendamente culpable. Las cosas no pueden ir a peor, Alec. Siento que mi presencia lo estropea todo, y mi ausencia, también. Les recuerdo lo que ha pasado, a los dos. Mi hermano ni se molesta en disimularlo. Scott sí, pero yo puedo ver cómo sufre. ¿Tienes idea de lo que se siente sabiendo que eres lo que más daño le hace a la persona que más quieres?
               -Sí. Yo también he visto el dolor en los ojos de un Malik-contesté con suavidad, y Eleanor se mordisqueó el labio. Sus ojos se empañaron ligeramente de emoción y de tristeza. Estaba enamorada; pasar tiempo con su chico debería hacerlo feliz, no desdichado. Y sin embargo…-. Y por eso sé que poner distancia entre tú y Scott no hará más que trastocarlo todo. Márchate si dejas de quererlo, pero no precisamente porque lo haces. La distancia mata a las relaciones, no son las relaciones las que matan a la distancia.
               Tras Eleanor, Mimi abrió la boca. Sí, piojo, yo también puedo decir algo a derechas de vez en cuando.
               -Los mayores remordimientos vienen de las cosas que no intentamos-comenté, apartándole el pelo de un hombro a Eleanor y acariciándole despacio el cuello. Cualquiera que nos hubiera visto pensaría que éramos amantes, pero nada más lejos de la realidad: esa conexión que acabábamos de descubrir era de lo más puro e inocente. Ambos nos estábamos dando cuenta de que teníamos algo precioso en común: los dos estábamos enamorados de un Malik. Y, milagrosamente, ellos nos correspondían. No hay nada como que te corresponda alguien de esa familia. Normal que Tommy estuviera tan mal. Pensar en perder el amor de Sabrae era suficiente para volverme loco-. Y las razones para empezar una guerra son muy diferentes de las que se dan para firmar el tratado de paz.
               Una chispa de inteligencia despertó en Eleanor mientras procesaba la información.
               -Además-añadí-. Dicen que los amores prohibidos son los más queridos, ¿no? Tú no lo sabes, porque eres joven y Scott babea tanto por ti que seguro que te dice a todo que sí, pero el mejor sexo es el de reconciliación. Ahora bien-me incliné ligeramente hacia atrás, flexionando las rodillas y metiendo las manos en mi chaqueta-. Nadie dice que tengas que pelearte con tu pareja. Si vieras cómo me folla Sabrae cuando discute con alguna de sus hermanas…-silbé, y Eleanor sonrió-. Y eso que ella no tiene la experiencia que tiene Scott. ¿Vas a dejar que alguna zorra que no se lo merece pruebe a Scott reconciliado con Tommy, Eleanor? Pensaba que tu hermano era el tonto de la casa.
               Eleanor se echó a reír, y Mimi me miró, visiblemente aliviada. Articuló un “gracias” con los labios, y yo le guiñé un ojo mientras Eleanor se partía de risa.
               -Ahora entiendo un poco mejor, y un poco menos, a Sabrae.
               -Sí, cuando le da por el urdu es bastante críptica-medité, asintiendo con la cabeza cual erudito, y Eleanor volvió a reírse.
               -No. Ahora entiendo por qué te quiere tanto, pero no por qué te tiene tanto miedo.
               -¿Me tiene miedo?
               -¿Por qué?-espetó Mimi-. Si es peor que un oso de peluche. Berrea como un bebé cuando los guepardos cazan a las gacelas en los documentales de National Geographic.
               -Por Dios, Mary Elizabeth, ¿¡puedes dejar de CONTARLE ESO A TODO EL MUNDO!? ¡SÓLO PASÓ UNA VEZ!
               Eleanor volvió a reírse, y Mimi esbozó una sonrisa de suficiencia bien diferente. Arrebujada en su abrigo, asintió en mi dirección.
               -No dejarlos solos-enumeró Eleanor-. No romper con Scott. Parece fácil-asintió con la cabeza, y yo respiré aliviado. Dios, de la que nos acabábamos de librar-. Creo que podré hacerlo. ¿Entráis?
               Mimi me miró con ojos de corderito degollado. No, no deberíamos entrar; que apareciéramos como accesorios de Eleanor que había adquirido en las rebajas para recordarle a Tommy lo solo que se sentía sólo ayudaría a aumentar su frustración, a que la tratara peor. Pero yo no podía dejarlo solo. Era superior a mí; igual que había comprobado cómo estaba Scott, también debía comprobar cómo estaba Tommy. A fin de cuentas, los médicos se informan de cómo están los pacientes de la planta de la que tienen que ocuparse, y eso no hace que los pacientes tengan recaídas ni se alejen de un alta. Todo lo contrario, más bien.
               Desde todas las perspectivas salvo la que tenía que ver con Eleanor, ir a ver a Tommy tenía ventajas. Y, sintiéndolo mucho por mi hermana, yo iba a anteponer a mis amigos antes que a sus amigas.
               -Voy a ver cómo está Tommy, sí-asentí con la cabeza y atravesé la verja de su casa tras ella, ignorando cómo Mary ponía los ojos en blanco y soltaba alguna pulla sobre el triángulo amoroso que me había montado con Tommy y Scott.
               A pesar de que las familias no podían ser más diferentes (tanto la etnia, como la religión y los orígenes eran distintos), en casa de Tommy se respiraba el mismo ambiente que en la de Scott. La atmósfera de fingida tranquilidad que oprimía las paredes de casa de Scott también impregnaba las corrientes de aire de la de Tommy. Sus padres estaban sentados en salón, con los ojos fijos en una televisión a la que no le estaban haciendo el menor caso, cuchicheando como adolescentes que urden un plan maligno para escaparse de un castigo. Las mismas sonrisas que aparecían en la boca de Zayn y Sherezade, aliviadas porque uno de sus hijos no se hubiera perdido por el complicado camino que la familia atravesaba, aparecieron también en las de Louis y Eri cuando nos vieron aparecer. La madre, incluso, se levantó de su asiento y, tirando de la sudadera de su marido que usaba por casa para cubrirse las pantorrillas, se acercó a nosotros para darnos una cálida bienvenida.
               -Alec, qué sorpresa. No sabía que habías acompañado a las chicas de compras.
               -Y no lo he hecho. Vengo de terminar una misión diplomática.
               Louis, espatarrado en el sofá con el mando de la televisión en la mano, bufó una risa.
               -Misiones diplomáticas otra vez, entre las mismas familias-gruñó, pensando en el tiempo que había pasado considerando a Zayn su archienemigo. Mimi se removió, incómoda, cuando Eri se giró para fulminar a su marido con la mirada antes de continuar con la conversación con la que pretendía allanar el camino para que nos quedáramos más tiempo. Seguro que hablaba con Sher, y ella le contaba que yo le hacía muy bien a su hijo, así que, ¿por qué no hacía mi magia también con Tommy?
               -Bueno, espero que el ir de acá para allá no te tenga demasiado cansado.
               -Soy un animal inquieto-respondí, ocultando las manos en los bolsillos de la chaqueta. Eri miró a su hija y a mi hermana.
               -¿Qué tal la tarde de compras, chicas?
               -Te he cogido un jersey, mamá. Estaba de descuento-Eleanor extrajo una prenda mientras yo me balanceaba sobre los pies, adelante y atrás, talón a punta y de nuevo talón, esperando que el capitán del barco me permitiera acceder a los botes y adentrarme en aguas inexploradas, en dirección al contorno de lo que parecía una isla anclada entre aguas brumosas.
               -¿Os quedaréis a cenar? Tenemos comida de sobra, como siempre-canturreó Eri, quizá un poco más esperanzada de lo que debía sonar nunca una madre, pero yo negué con la cabeza.
               -De hecho, sólo hemos venido a saludar. Y a ver cómo está la fiera. ¿Está en casa?-aquel tono de patética esperanza era contagioso, porque yo también soné tremendamente ilusionado ante la posibilidad de que me dijera que no, que Tommy había salido, ya fuera a buscar a alguien que le diera por culo (hey, yo no iba a juzgarlo, a cada cual le mola lo que le mola), o simplemente a dar una vuelta para despejarse. Lo peor de esta bronca era ver cómo Scott y Tommy se volvían criaturas pasivas. Les faltaba iniciativa.
               Quizá, incluso, se hubiera llevado a Diana a algún sitio. Puede que se hubieran reconciliado milagrosamente durante la comida, hubieran follado como locos en el ático de la americana, y luego se hubieran ido a los entrenamientos de ésta. Diana tenía demasiadas cosas en mente; estaba entrenando para estar perfecta en el desfile de Victoria’s Secret en el que iba a participar en unos meses, no podía, ni debía, tener la mente ocupada en otra cosa que no fuera tonificarse esas piernas kilométricas y ese culo de infarto. Tommy sólo tenía que pedirle perdón, y ya estaría.
               -Sí. En su habitación, como siempre. Viendo una película. No ha querido bajar a ver nada con nosotros-murmuró Eri con voz suave, con tintes de derrota. A ninguna madre le gusta sentirse inútil cuando se trata de consolar a sus hijos. Me disculpé con todos los presentes y subí las escaleras en dirección a la habitación de Tommy. No llamé a la puerta, como si eso fuera a hacer que me lo fuera a encontrar haciendo algo que no debería con toda la casa llena de gente (por ejemplo, tirarse a Diana; por ejemplo, comerle el coño a Diana; por ejemplo, disfrutar de una mamada de Diana), pero mis esperanzas fueron vanas una vez más. Estaba tirado en la cama, tapado hasta la cintura con las mantas, con el pecho desnudo y el ordenador sobre las rodillas.
               Simplemente levantó la vista y se me quedó mirando a la espera de que yo hiciera algo. Cualquiera diría que hubiera quedado en ir a visitarlo exactamente a esa hora.
               -¿Venías a ver si podías robarme el certificado al mejor hermano del mundo que me hizo Dan con 3 años?-bromeó, y yo respiré aliviado. Al menos estaba de buen humor.
               -Siempre te he tenido cierta envidia por eso. Mimi, lo único que hace, es insultarme. ¿Cómo estás? ¿Interrumpo algo?-señalé el ordenador, pero él negó con la cabeza y bajó la tapa.
               -No, sólo estaba… pasa-se incorporó hasta quedar sentado a lo indio bajo las mantas, y yo me senté a su lado, con los pies en el suelo, ligeramente girado hacia él. Se frotó la cara, bostezó, y se me quedó mirando-. ¿Qué tal el día?
               -No hay queja. ¿Y el tuyo?
               -¿Has visto a Scott?-soltó a bocajarro, y yo me puse tenso en el acto. Que no me contestara no entraba dentro de mis planes. Podía manejar contestaciones bordes, pero no evasivas.
               -Puede. ¿Por qué quieres saberlo?
               -Por nada.
               -¿Quieres preguntarme sobre él?
               -No-volvió a abrir el ordenador y se mordisqueó el pulgar-. Es que hueles a él, simplemente.
               -¿Cómo voy a…? ¿Qué eres, Tommy, un sabueso? Oleré a su casa, en todo caso. No he estado con él todo el tiempo-no sabía muy bien por qué le contaba eso, pero supongo que lo hacía para que no se sintiera tan mal. Para que no pensara que no era una prioridad en mi vida, porque, créeme, lo era. Que hubiera elegido el bando contrario a él para trabajar sobre el terreno no significaba que Tommy me importara menos que Scott. De hecho, iban en pack. Era imposible que uno te importara menos que el otro, porque eran tan esenciales en la vida del otro que no había manera de separarlos. Como, esperaba, nos terminara pasando a Sabrae y a mí.
               Claro que sin peleas absurdas ni rabietas de “yo soy el bueno de la película y tú eres el más malo del mundo, por supuesto”.
               -Sé cómo huele su casa. Y sé cómo huele Scott. Me he pasado la vida allí, y me he pasado la vida con él, ¿recuerdas? Mira, no tienes que venir a verme por lástima, ni para equiparar ninguna balanza. Sé de qué parte estás en esto, y no siento ningún tipo de hostilidad hacia ti. Por lo menos, estás siendo sincero-me miró. Suspiré.
               -¿Es que hay alguien que no lo está siendo?-pregunté, y él se encogió de hombros y continuó mirando su ordenador. Deslizó el dedo por el panel táctil del ratón, y yo le cerré la tapa-. Eh, T. Estoy aquí. Puedes hablar conmigo, ¿vale? Ya sé que yo soy el más bocazas del grupo, pero se me da de miedo escuchar. Ya lo sabes.
                Cerró los ojos, apartó la cara y negó despacio con la cabeza. Exhaló un suspiro que me llegó al alma mientras se abrazaba el pecho, acusando un frío que no estaba sintiendo con su piel, sino con su corazón.
               -No te preocupes, Al. Bastante haces que me aguantas las gilipolleces, como para que yo encima te preocupe con mis rayadas por tonterías.
               -Si te preocupan no son tonterías, T.
               Sus ojos azul cielo se clavaron en mí.
               -¿Has visto a Sabrae?-la pregunta me dejó tan desarmado que no supe qué responderle. Simplemente lo miré con cara de póker, sin atreverme siquiera a moverme. ¿Podía explotarme en la cara la verdad si se la decía? No quería volverme loco otra vez delante de él-. Vamos, tío, no me mires así. Se te nota a leguas que has hecho algo-se echó a reír y, por un momento, pareció el Tommy de siempre, sólo que un poco más apagado, como si estuviera enfermo.  Decidí entonces que lo que necesitaba era reírse, así que le conté que no habíamos hecho nada, pero que todo el mundo pensaba que había sido así-. Bueno, es que sigues teniendo la misma expresión tonta que cuando viniste a contarnos que le habías comido el coño en el billar, Al-se burló-. Esas cosas no se disimulan.
               -¿Ni siquiera siguiendo tumbados en la cama, sin querer vestirnos, después de que nos monten como si fuéramos caballos?-ataqué, y Tommy torció la boca y sacudió la cabeza-. ¿Qué tal el polvo con Diana?
               -Cojonudo, como siempre.
               -¿Y Diana?
               -Buenísima, como siempre.
               -¿Y las cosas con ella?
               Me miró con una sonrisa triste.
               -Gracias por venir a verme, Al. Lo aprecio de veras, tío-me tendió la mano para que yo la chocara con él, y nos fundimos en un cálido abrazo. Puede que no hubiera conseguido terminar la Tercera Guerra Mundial, pero por lo menos había puesto punto final a una sesión de masoquismo de Tommy-. Te veré mañana en clase.
               -Prométeme que tendrás una mejor actitud, ¿vale?
               -Me lo pensaré.
               -Tommy-gruñí, poniendo los ojos en blanco, y él se echó a reír, extendió el dedo meñique y alzó las cejas, invitándome a juntarlo con el suyo. Enlazamos nuestros dedos, proclamamos que quien incumpliera nuestra promesa de meñique debía morir, y, en un arrebato cariñoso muy impropio de mi yo sobrio y más que característico de mi yo borracho, le di un beso en la frente.
               -Oh, ¿tratas de ocupar su lugar?
               -Diana tiene tetas, y encima es modelo, ¿tengo posibilidades contra ella?
               -Cómeme los cojones-Tommy negó con la cabeza, un poco más animado. Esperó a que yo cerrara la puerta de su casa para hundirse de nuevo en la cama y cerrar los ojos, dándose cuenta de que él era el único que estaba pensando en Scott las 24 horas el día. Ni siquiera yo, cuando me comportaba como él, me daba cuenta de que estaba imitando sus acciones. Simplemente seguía con mi vida, ¿por qué no podía seguir él?
               Y, al poco, Diana bajó de su Olimpo de madera y muebles del IKEA.
               -¿Ya se ha marchado Alec?
               -Ajá. ¿Por qué?
               -¿Quieres follar?
               Tommy se la quedó mirando con ojos oscuros, sin vida.
               -Ya hemos follado antes, Diana.
               -Ya, pero me apetece. ¿Quieres, o no? Porque puedo subir a mi habitación y pasármelo bien sola.
               -Lamentas haber llegado tarde, ¿verdad?
               -¿Sabes qué? Olvídalo-Diana levantó las manos y negó con la cabeza-. Será mejor que me ocupe de mis asuntos.
               -No. Ahora, también me apetece a mí. Entra, y cierra la puerta-ordenó mi amigo, incorporándose y dejando el ordenador a un lado, con cuidado de tener la tapa bajada para que ella no viera que había estado buscando artículos que hablaran de su estancia en Nueva York, entrevistas en las que dejara caer una pista de cómo le gustaría que le pidieran perdón y, en general, cualquier cosa que le ayudara a mejorar su situación.
               Aproximadamente al mismo tiempo que Diana terminaba de quitarse las bragas y se sentaba sobre la polla de Tommy, Mimi se volvía para mirarme.
               -Creí que ibas a meter la pata cuando Eleanor te preguntó. Por un momento pensé que… bueno, que le dirías que sería mejor que lo dejara, sí.
               Me detuve un segundo para mirar a mi hermana. Si tan mal concepto tenía de mí, no entendía cómo podía quererme más allá de por el interés. Eso de tener un guardaespaldas personal que te acompañe allá donde vas la verdad que no está nada mal, pero, ¿compensa todos los quebraderos de cabeza que te produce cada vez que va a abrir la boca?
                -Por eso te corté. No pensé que fueras capaz de darle la vuelta a la tortilla de esa manera, ¿sabes?
               -¿Es que no has aprendido nada en todos tus años de vida, Mary Elizabeth? No he cumplido ni uno solo de los castigos que me ha impuesto mamá al completo. ¿Por qué iba a ser diferente con Eleanor?
               -Porque ella se preocupa mucho más de lo que parece. Sé que piensas que es la típica chica a la que le dan todo en bandeja, que vive en el país del caramelo, pero no es así. Lo está pasando muy mal por todo este tema de Scott y Tommy. Se siente culpable.
               -Hombre, es que si no se hubiera enamorado de Scott y Scott no se hubiera enamorado de ella, nada de esto habría pasado, pero, ¿sabes qué, Mary Elizabeth? Estoy harto de fingir que los tíos somos unas piedras a las que no les afecta absolutamente nada. Podemos ser vulnerables de vez en cuando, y vosotras también tenéis que apoyarnos, ¿sabes? No tenemos por qué ser siempre los salvadores. Y también estoy harto de esta manía que tenéis las chicas de saltar a interpretar el papel de damisela en apuros. A veces un cambio de roles no viene mal.
               Mimi caminó de espaldas, pensativa, intentando desentrañar los misterios de lo que acababa de decirle.
               -¿Seguimos hablando de Scott y Eleanor… o estamos hablando de otras personas?
               -Esto se aplica a todo el mundo, no sólo a Scott y Eleanor. Vosotras sois más fuertes de lo que pensáis, y nosotros tenemos derecho a apoyarnos en vosotras de vez en cuando. Ser un faro de esperanza que siempre está encendido es agotador. Te quema, literalmente. Eso le pasa a Tommy. Salta más a la vista que Scott está más jodido porque le han expulsado, se ha peleado con Tommy y sólo yo voy a visitarle, pero es que Tommy no está tampoco para tirar cohetes. Sigue en el instituto, sí, pero tiene que ver el sitio vacío de Scott, recordándole todo lo que han vivido juntos y que ahora siente que ha perdido, que es parte de… no sé, alguna mentira cósmica, o algo así. Y luego está el hecho de que sigue con su rutina, pero le falta Scott, así que no puede disfrutar de nada. Y encima, no tiene a Diana. No voy a dejar que Scott pierda a Eleanor. No tener a Diana es lo que está jodiendo psicológicamente a Tommy.
               Mimi se tropezó con la baldosa suelta de la esquina de nuestra calle, y yo me adelanté para cogerla y evitar que se cayera. Sonrió con timidez cuando comprobó que lo de ser un salvador se aplicaba más a mí que a nadie, en lo que a ella respectaba.
               -Yo… la verdad, lo he estado pensando, y cada vez que le he dado vueltas al asunto he llegado a la misma conclusión. Para ti sería mucho más fácil que Eleanor dejara a Scott y convertirla en el enemigo común de los dos. Tommy podría enfadarse con ella por romperle el corazón, y Scott podría enfadarse con ella por separarlos. La única solución lógica que encontraba era ésa-me miró a través de unas pestañas espesadas con una ligera capa de rímel, que la hacían parecer mucho más madura de lo que en realidad era. Para mí, siempre sería esa niñita con la que compartía mi merienda en el cole, porque el cabrón de Aaron era más rápido que yo y se la tiraba al suelo y la pisoteaba para hacerla llorar. El instinto protector que había sentido despertar en mí con fiereza cuando me enteré de que iba a existir, incluso sin saber todavía lo que significaba una hermana pequeña, seguía siendo tan fuerte como el primer día, pero ahora venía acompañado de un cierto vértigo. Mimi tenía sus propias ideas, sus propios miedos y sus propias ilusiones. Ya no era esa niña que lloraba porque un matón con quien compartía sangre le había destrozado el almuerzo.
               -Puede que no lo pensaras lo suficiente, niña-le di un beso en la frente y Mimi cerró los ojos, disfrutando del contacto.
               -Tienes que admitir que eso es lo más fácil.
               -Menos mal que a mí nunca me ha gustado lo fácil. Con lo que mola enrollarlo todo… enrollarse con los problemas, enrollarse con las chicas...-mi hermana se echó a reír.
               -Vale, vale, lo pillo, eres un graduado de la escuela de la vida. Es que simplemente… bueno, creía que estábamos en bandos opuestos, en esto, ¿sabes? Eleanor quiere seguir con él, y yo la apoyo a muerte, pero yo estaba convencida de que tú, en el fondo, creías que lo mejor sería que cortaran y cada uno siguiera su camino.
               -¿Has visto a Scott? Se metería una pistola en la boca y se pegaría un tiro si Eleanor le dijera que eso le gustaría.
               -¿Y tú has visto a Eleanor? Lleva toda la vida enamorada de él. No sabe querer a nadie como quiere a Scott.
               -Cómo se nota que no les has visto juntos, Mimi-me burlé-. Scott la quiere más a ella que ella a él.
               -Sí que les he visto juntos, listo, y precisamente por eso sé que… tienes razón. Scott nunca dejará a Eleanor. Si cortan alguna vez, será cosa de ella. Por eso me puse tan nerviosa-confesó-: te hizo la única pregunta tabú. La única. Tiene gracia. Las dos hablamos mínimo dos idiomas, tú hablas un montón más, y se las apaña para poner juntas las palabras que más miedo me da que pronuncie-se rió, negando con la cabeza-. Y tú te las apañas para no meter la pata en ninguno de esos idiomas.
                -No creo que fuera eficaz que le dijera “deja a Scott y líate conmigo” en ruso, ¿no te parece, Mimi?
               -Net, dorogoi brat-contestó mi hermana en el mismo idioma. “No, hermano querido”. Me dio unas palmaditas en la cabeza, se echó a reír, y rebuscó en su bolso hasta topar las llaves. Abrió la puerta con cautela para evitar que Trufas se escapara de casa, pero aun así, el animal se las apañó para convertirse en una bola de cañón negra primero, y en una mancha saltarina en la nieve del jardín delantero. Después de perseguir un poco en broma al conejo, las bolsas de las tiendas abandonadas en el vestíbulo de nuestra casa, Mimi pronunció su nombre con autoridad, y Trufas trotó hacia sus pies, obediente y mimoso.
               Era increíble el cambio que obraba llegar a casa, con independencia de la hora, con mi hermana. Donde llegar solo suponía que mi madre me echara en cara no saber dónde había estado, hacerlo con mi hermana era una sonrisa y un “bienvenidos a casa, hijos míos” acompañado de una cesta de galletitas recién horneadas.
               Jaja, es broma. Mi madre no pone las galletas en cestas.
               ¡Que no! En realidad, no nos da la bienvenida ni nada; eso sería muy raro. Lo que sí hace es sonreírnos y, poniéndose en pie, se alisa la prenda que le cubra las piernas y se dirige a la cocina, anunciando que la cena nos estaba esperando y que comeremos juntos, como una gran familia feliz. Lo que somos, al fin y al cabo. Con independencia de cómo me fueran las cosas y la tensión que había en mi círculo de amigos, la verdad era que, en ese momento, llegar a casa era llegar a un espacio seguro. Sólo me comía un poquito la cabeza pensando en Scott y Tommy, nada más: aunque sabía que no podía hacer más que acercarlos poco a poco, la verdad era que me sentía culpable dejándolos solos, claro que siempre me quedaba el consuelo de que estaban en buenas manos, uno con Sabrae, el otro con Eleanor.
               Sabrae… pensar en ella me hizo sonreír, y el aroma de los cupcakes preparados en su casa, entre besos y risas y embargados de una dulce aunque efímera felicidad, flotó hasta mí recordándome que mi estabilidad emocional, a pesar de tener un ligero bamboleo por el colapso de mi círculo de amigos, tenía nombre y apellidos.
               La cena transcurrió sin incidentes. Mamá había hecho un sofrito con pimientos verdes, amarillos y rojos que estaba para chuparse los dedos (como todo lo que hacía ella), y de postre tomamos los cupcakes que nadie en mi casa se creyó que hubiera preparado yo.
               -¿Qué hiciste? ¿Enchufar el horno?-se burló Dylan, y yo alcé la barbilla, altivo.
               -No. Aupé a Duna para que lo hiciera ella.
               Mimi me cedió el último cupcake a pesar de que le correspondía a ella, y por la forma en que miró cómo me lo comía como si fuera la cosa más deliciosa del mundo (lo cierto es que lo era; mi chica tenía muy buena mano para la repostería, y los había rellenado de una crema de praliné que estallaba en tu boca en un festival de colores vivos), con los codos sobre la mesa y las manos haciendo una especie de sándwich con las palmas hacia abajo, una leve sonrisa en la boca y las gafas al final del puente de su nariz, me hizo sospechar que no lo hacía porque quisiera mantener la línea para ballet, sino porque quería premiarme de alguna manera.
               Mi hermana estaba feliz porque las cosas hubieran salido bien incluso cuando todo parecía torcerse irremediablemente. Y eso era un aliciente para mi buen humor. Las cosas terminarían encajando, yo sólo tenía que aguantar un poco más, concentrarme en lo bueno y no en lo malo. Tenía todo un sistema de apoyo que me mantenía en mi soporte: una familia que me corregía con cariño pero con firmeza, una chica que bebía los vientos y estaba dispuesta a apostarlo todo por mí, y un grupo de amigos que celebraba mis diferencias en lugar de condenarlas, y que había depositado su confianza en mí en la forma de interpretar el papel más importante en la obra de teatro que nos traíamos entre manos. Logan, Karlie, Max, Tam, Bey y Jordan confiaban en que yo sería capaz de convertir la tragedia shakesperiana que era la relación de Tommy y Scott en una comedia romántica en la que todo el mundo acaba bien parado. Y, joder, yo soy un experto en comedias románticas. Por si fuera poco que mi hermana y mi madre no se perdieran una, yo era un payaso de manual y estaba descubriendo con Sabrae una vena tierna de mi persona que me gustaba mucho.
               Sobre todo porque le encantaba a ella.
               El caso es que estaba contento, muy contento. Había conseguido hacer reír a Tommy no una, sino dos veces, y había declarado el alto el fuego con las amigas de Sabrae. Tenía motivos de celebración, ¿verdad? Y por eso el universo me había enviado la recompensa en forma de cupcake extra que Mimi no había querido comerse, y en una conversación como pocas había tenido con ella. Yo ya me sentía querido, pero Mimi me había demostrado en ese momento que también me respetaba, y me apetecía compartirlo con el mundo.
               Así que me tumbé en la cama y abrí la aplicación de Telegram.
Hola, bombón Adivina quién ha tenido un día genial.

Hola, sol déjame pensarlo, ¿soy yo?
Casi, estaba hablando de mí😂, pero…  ¿por qué tu día es genial?
Pues mira, hoy he hecho unos cupcakes que me han salido DE MUERTE, he estado viendo una peli con mis hermanos, y no he tenido que hacer deberes, ¿qué te parece?
¿La vida sentimental bien, entonces?
Oh, sí, bueno, mi chico ha hecho las paces con mis amigas, me ha ayudado con la repostería y luego me ha estado dando mimos, pero eso es lo que una princesa como yo se merece. 💅 Nada fuera de lo ordinario 😊
😂😂ya veo. Así que mi culpa de esa felicidad es mínima, ¿no?
Te estoy tomando el pelo, ya sabes que no, tonto
               Me envió un videomensaje tirándome un beso y yo sonreí.
¿Por qué tu día ha sido genial?
Pues mira, quitando que le he hecho de pinche a una chica increíble y que luego nos hemos tirado en la cama a enrollarnos sin intención de hacer nada más (que me encanta, aunque me frustre), resulta que después fui a ver a un amigo que está un poco plof y he conseguido hacerlo reír. Y mi hermana se siente orgullosa de mí porque lo estoy llevando todo muy bien.
Es verdad, lo estás haciendo genial, si te interesa mi opinión. O sea, yo no sería capaz de manejar todo esto con la tranquilidad con que lo estás manejando tú. Explotaría.
Es que tengo alguien que me sabe relajar 😉
Qué suerte, ¿me la presentas algún día? 😜
Por cierto, entonces, ¿ya estás en casa?
Sí, acabo de cenar. ¿Tú?
En cuanto os fuisteis Mimi, Eleanor y tú.
¿Me mandas una foto?
😂😂😂 ¿Es que no te ha parecido suficiente con lo que hemos hecho hoy? Además, tienes la regla, cochina.
¡Cállate, Alec! No es para eso, eres un salido 😒
Simplemente quiero un adelanto de cómo me vas a recibir el sábado😇
               Sonreí. Joder, el sábado. Ni siquiera me estaba acordando de que en unos días tendría a Sabrae en casa, solo para mí, y aun así estaba para tirar cohetes.
Chica, ¿qué quieres? Me tienen a pan y agua, normal que sólo piense en una cosa 😂
Estoy con la ropa de estar por casa, pero  me voy a poner más guapo cuanto tú vengas.
Da igual, te quiero ver, porfa.
Acabas de verme.
Pero no con la ropa de estar por casa. Porfa, porfa, porfa.

               Me eché a reír, me incorporé, me dirigí hacia el espejo y me revolví un poco el pelo. Me hice una foto y la estudié con cuidado mientras Sabrae, impaciente, miraba la pantalla de su teléfono.
               Decidido a hacerla rabiar, me levanté la camiseta para que se me vieran los abdominales. Mucho más satisfecho con el resultado, le envié la foto y esperé a que reaccionara.
               No me esperaba que me llamara por teléfono a los diez segundos, pero eso no hizo que tardara menos en cogerlo.
               -Hol…
               -Estoy hiperventilando, Alec. ¿A ti te parece normal mandarme esa foto?-gimió Sabrae al otro lado de la línea, audiblemente afectada-. Que tengo las hormonas revolucionadas y la casa llena de gente. Todavía me estoy recuperando de tu forma de magrearme después de comernos los cupcakes.
               -Te jodes. Haberme dejado ir más allá del magreo. Sabes de sobra que yo estaba por la labor.
               -¿Y crees que yo no? Madre mía-suspiró, y me la imaginé frotándose la cara con una mano-. No quiero tener esa foto en la galería, pero ahora no puedo borrarla.
               -O sea-me recliné en la cama, riéndome-, que la foto en gayumbos la reservo para otro día, ¿eh?
               Un silencio al otro lado de la línea durante unos segundos fue la pausa dramática mejor planeada de la historia.
               -Como no me mandes ahora mismo esa foto te juro por Dios que voy a tu casa y te arranco la piel a bocados.
               -Se me ocurren un par de cosas más interesantes que puedes hacer con la boca, nena…
               -¡ALEC!
               -¿Qué? Eres tú la que me ha llamado como una perra en celo, ¿cómo quieres que reaccione, como un cura? Porque yo soy demasiado joven y tú eres demasiado mayor para que esto se considere pederastia.
               Sabrae se quedó callada.
               -No ha tenido gracia, ¿verdad?
               -No mucha, para una persona con una moral mínimamente decente, pero… a mí me la ha hecho. Claro que, si me lo dijeras en persona, probablemente te soltaría un tortazo.
               -Últimamente tienes la mano muy suelta. No tanto como la lengua, pero…
               -¡Alec!
               -¿Ves cómo tienes un problema, Sabrae? No me refería a lo del gimnasio.
               -Sí te referías a lo del gimnasio, y lo sabes.
               -Joder, claro que me refería a lo del gimnasio-me eché a reír y la escuché sonreír-. Voy a estar pensando en eso el resto de mi vida. ¿Qué posibilidades hay de repetir mañana?
               -Depende de cómo te portes-la escuché revolverse en la cama, probablemente sentándose y rodeándose las rodillas-. ¿Me cuentas qué te ha pasado con Mimi que te tiene tan contento?
               -Es una gilipollez, realmente, pero a mí me ha hecho ilusión, porque soy tonto.
               -No eres tonto-respondió ella en tono amoroso-, y seguro que no es una gilipollez. Y, aunque lo fuera, me gustaría oírla. Tu voz suena preciosa cuando me cuentas cosas que te ilusionan.
               Me mordisqueé la sonrisa antes de decirle que la quería y comenzar a contarle la conversación que habíamos tenido. Sabrae intervino un par de veces, para darme la razón y también para dársela a Mimi (sí que sería el camino fácil que Scott y Eleanor rompieran, pero no sería lo que los haría felices y, según ella, lo lamentarían toda la vida, a lo cual tuve que darle la razón), escuchó con mucha atención y se arrebujó en su cama.
               -… así que, básicamente, cuando sientas que tus lecciones sobre feminismo no me calan, piensa en que ahora voy por la vida proclamando que los chicos también nos merecemos ser la princesa a rescatar del cuento-terminé reflexionando, y ella se echó a reír.
               -¿Ves? Por eso me gustas tanto. Estás dispuesto a escuchar a la gente y a reflexionar sobre tu manera de pensar conforme a lo que te dicen. Eso denota mucha empatía, y la gente empática es gente muy buena. Y, además, eres listo.
               -Bombón, basta; vas a hacer que me ponga colorado.
               -Es la verdad. Si pudieras verlo como lo veo yo…-suspiró.
               -Tú me ves con muy buenos ojos. Demasiado buenos, quizá.
               -Para nada. Todo el mundo ve que eres listo, Al. Creo que tú eres el único que no se da cuenta de ello. Hasta tu hermana…
               -Mi hermana ha flipado esta tarde al descubrir que soy capaz de sumar dos y dos.
               -Mimi ha flipado no porque creyera que fueras tonto, sino porque se ha dado cuenta de lo noble que eres.
               -Sí, la verdad es que mis medidas son más bien de la aristocracia…-bromeé, sacando la lengua y mirando por la ventana al cielo oscuro, sin estrellas. Se rió suavemente.
               -Eres más tonto…
               -¿Lo ves? Acabas de darme la razón.
               -Me pasaría la vida dándote la razón si sigues diciendo esas payasadas.
               -Ya sabes por qué digo esas payasadas, nena.
               Sonrió.
               -¿Tendré que estar seria toda la semana para que no se me agoten las risas el sábado?
               -Puedes intentarlo, pero no creo que la abstinencia en ese sentido tenga ningún efecto. En otros, en cambio…-dejé la frase en el aire y ella recogió el guante.
               -¿Tienes algo en mente?
               -¿Qué llevas puesto, nena?-pregunté, metiéndome la mano en los pantalones. Habíamos acordado no tener sexo juntos, pero no no tenerlo el uno con el otro.
               -Creía que no me lo preguntarías-ronroneó como una gatita-. Nada.
               -¿Nada? ¿Ni unas bragas? Estarás dejando tu cama como el set de una película de miedo.
               -Los tampones existen, ¿sabes?
               -Así que echas de menos tener algo dentro de ti, ¿eh?
               Se echó a reír y luego respondió:
               -Mi pijama de ositos panda, porque mantienes una relación con una recién nacida.
               Chasqueé la lengua.
               -Ojalá me hubieras dicho que una bata de gasa de las que venden en la sección privada de Victoria’s Secret, porque ninguna clienta con un mínimo de decoro querría que la vieran echándole un vistazo a eso.
               -Yo es que soy más de la lencería de Agent Provocateur-soltó.
               -¿Cuándo decías que querías que te acompañara de compras?
                Sabrae se echó a reír, susurró una disculpa diciendo que iba a ver una serie con sus hermanos, y empezó a despedirse. Le supliqué que no me dejara así, que por lo menos me hablara mientras yo pensaba en ella enfundada en un conjunto digno de una revista porno, pero ni por esas conseguí que se quedara. Las mujeres son crueles, y nosotros, tontos por buscarlas.
               En esas estaba, en pensar en Sabrae con un tanga minúsculo y un sujetador que le hiciera un escote irresistible, cuando llamaron a mi puerta. Me incorporé como un resorte y me quedé mirando a Mimi como un ciervo a los faros de un camión.
               -¿Interrumpo algo?
               -Sí. Fuera de mi habitación.
               -Aún no estoy en tu habitación-espetó, atravesando la puerta con el ordenador en la mano, y Trufas siguiéndola de cerca-. Ya han subido el nuevo capítulo de The Good Doctor.
               Me froté la cara.
               -Que te pires de mi habitación, plasta.
               -¿Quieres que lo vea sola? Porque bien sabe Dios que lo haré. No pienso dejar que las zorras de mis amigas me destripen todo el capítulo comentándolo por el grupo.
               -¿Es que ni siquiera puedo terminarme una paja tranquilo, Mary Elizabeth?-gruñí, y ella se estremeció.
               -Eres asqueroso. ¿Te parece que lo haces poco? Definitivamente, no necesitaba escuchar eso. Bueno, entonces, me voy, ¿no?
               -No, ahora quédate, que eres bien capaz de ponerte la serie sin mí.
               Trufas saltó sobre mis piernas y se quedó apalancado en el hueco de mi regazo mientras Mimi se apartaba cada tres segundos un mechón de pelo rebelde de la cara y activaba el reproductor. Nos acurrucamos el uno contra el otro durante los 45 minutos que duró el capítulo que nos tocaba ver ese día, ella con gesto concentrado, absorbiendo cada detalle de medicina que explicaba el doctor, y yo intentando no pensar en lo que me había dicho Sabrae sobre Agent Provocateur. Si mi hermana aprendió algo, al menos uno de los dos había aprovechado el capítulo. Yo era incapaz de apartar aquella imagen de mi mente, y mi cerebro trabajaba a toda velocidad elaborando distintas fantasías que tenían como protagonista a una Sabrae enfundada en conjuntos cada vez más y más sugerentes, de esos que no dejaban nada a la imaginación, y tampoco te daban opción a resistirte esa noche.
               -Mimi…
               -Sh-instó ella, mordisqueándose el pulgar mientras observaba con morbo una escena de una operación. No entendía cómo podía ver series de médicos si luego se ponía a chillar si veía una araña, por pequeña que fuera. Todo el mundo sabe que las arañas no son, ni de coña, tan asquerosas como las vísceras. Ése es parte del encanto de las películas de terror, que hay algo en ti que te dice que no debes verlas, y sin embargo no puedes apartar la mirada en el momento en que el asesino descuartiza a su víctima.
               Puse los ojos en blanco. Ya que me había interrumpido en mi momento de amor propio, yo tenía derecho a hacer lo mismo con ella. Además, debía aprovechar mi racha: todo me estaba saliendo a pedir de boca (salvo el tema de estar a solas y poder cascármela a gusto, pero sinceramente me daba igual), y no iba a esperar a que cambiara mi suerte para lanzar los dados una vez más.
               -Necesito preguntarte…
               -Ahora no, Alec-gruñó, frunciendo el ceño. Y a mí me sirvió para cabrearme efímeramente, agarrar la tapa del ordenador y bajarla a toda velocidad. Podría haberle roto la bisagra, pero, bueno, ya me encargaría de arreglarla más adelante, ¿era o no era un manitas?- ¡Alec! ¿Se puede saber qué te pasa?
               -Antes me cortaste el rollo, así que lo justo es que te lo corte yo a ti ahora. Tengo que preguntarte una cosa.
               Mimi frunció el ceño, se cruzó de brazos y levantó la barbilla en un gesto de desafío al que me tenía más que acostumbrado. Yo siempre ganaba, que para algo era mayor y más fuerte, por supuesto, pero eso no impedía que, de vez en cuando, me comiera una hostia por parte de mi hermana.
               -A ver, ¿qué es tan importante que no puede esperar ni al final del capítulo de The Good Doctor?
               -Quiero saber qué planes tienes para el sábado.
               Parpadeó un segundo, sólo un segundo. ¿De verdad iba a preguntarle por su fin de semana? ¿En serio?
               -¿Por qué quieres saberlo?-entrecerró los ojos, perspicaz, y yo me di cuenta de que estaba andando por una fina capa de hielo que crujía cada vez que daba un paso. Como se me ocurriera echar a correr y revelar mis intenciones, estaría jodido.
               -Simplemente tengo curiosidad. Verás, quiero hacer mis propios planes…
               -Ajá.
               -Y me gustaría saber si puedo disponer de un poco de intimidad.
               -Vas a traerte a Sabrae, ¿verdad? Claro que podéis disponer de intimidad. Ella me cae bien-sonrió-. Te prometo que no entraré en tu habitación mientras la tengas en ella.
               Puse los ojos en blanco. Mi hermana estaba jugando conmigo, pero yo no le iba a darle el gusto de entrarle al trapo. Si le daba una excusa para hacer una barricada en su habitación el sábado por la mañana y negarse a salir de allí, la aprovecharía.
               -Yo estaba pensando más bien en tener la casa despejada, no sólo mi habitación. ¿Pillas lo que te quiero decir?
               Mimi hizo una mueca.
               -No estaréis pensando en tener sexo en mi cama, ¿verdad? Por Dios, qué asco.
               -Eres gilipollas, niña-estallé, y ella alzó las cejas, sonriente. Estiró los dedos en torno a sus brazos entrelazados, como patitas de insectos que nacieran de sus brazos cruzados-. ¿Qué interés puedo tener yo en tu puñetera cama, si la mía es mucho mejor, más grande y más todo? Yo lo que quiero es estar a solas con Sabrae en casa. Hacer lo que me dé la gana sin tener que preocuparme de cruzarme con tu careto cada vez que giro la esquina o escucho un ruido. Así que, venga, ¿por cuánto me va a costar que me dejes la casa despejada el sábado? ¿50 libras?
               -¿Te crees que me voy a vender por cincuenta libras de pacotilla, Alec?-espetó, tremendamente ofendida-. No soy una mendiga, dispuesta a todo por un billete.
               -75.
               -200.
               -¿Estás LOCA? ¡Por ese pastizal puedo coger una habitación en un hotel de lujo y follármela en un jacuzzi mientras nos ponen música instrumental de fondo!
               -150. Es mi última oferta. Iba a hacer un maratón de Dance Academy, la verdad es que me viene bastante mal que hayáis quedado este sábado-se miró las uñas con aburrimiento, y yo bufé.
               -100.
               -He dicho 150.
               -No seas agarrada, Mary Elizabeth, que son 100 pavos que te van a llover del cielo sólo por irte a dormir por ahí. Podrías ir a casa de Eleanor a ver tu puñetero reality tranquilamente. 100 o me busco otro sitio-me la quedé mirando fijamente, rezando porque se tragara mi farol. Le habría dado los 200 si se ponía chula; ya se los racionaría cuando saliéramos de fiesta y viniera a lloriquearme porque se le había acabado el dinero para el alcohol. “Ah, ¿recuerdas los 200 que te di por dejarme traer a Sabrae a casa? Bueno, pues eran un adelanto; apáñatelas como puedas, hermanita”.
               Mimi se pasó la lengua por los dientes, con los labios cerrados. Sabrae me decía que yo hacía eso cuando me enfadaba de verdad; a mi chica le hacía muchísima gracia cómo expresaba mis sentimientos con la lengua: si me sentía juguetón, me la pasaba por las muelas; por el contrario, si alguien me ponía de los nervios, me lamía los dientes como un león que se prepara para hincárselo en el muslo a una cebra desvalida.
               -100 pavos. Te los doy en mano.
               Alzó las cejas.
               -¿Pensabas hacerme una transferencia bancaria?
               -Gilipollas, me refería a que te los doy ahora.
               Sus ojos se iluminaron.
               -Te prometo que no me vas a ver el pelo, hermano.
               -Guay-le tendí la mano y Mimi estiró la suya para estrechármela, pero entonces, yo me escupí en la palma y ella dio un brinco, conteniendo una arcada. Intenté pasarle la mano por la cara mientras ella chillaba que era un cerdo, y, cuando me aburrí de someterla, le ordené que se diera la vuelta y me dirigí al resto de la ropa sucia. Metí el brazo hasta el codo en el interior para sacar la cartera donde guardaba mis ahorros, la parte que Amazon me pagaba en mano de mi sueldo por unas horas extra que nunca hacía, pero, ¡oye! Me he asesorado y me han dicho que si me pagan en negro, no pueden hacerme nada; la culpa es siempre del empresario, así que de puta madre.
               -No puedo creer que guardes tu dinero entre tus calzoncillos sucios-observó ella, haciendo una mueca de asco.
               -¿A que jamás meterías la mano ahí?
               -Prefiero morirme.
               -Pues entonces es mejor que ninguna cámara acorazada-le tendí dos billetes de cincuenta que ella aceptó a la velocidad del rayo, y se puso a toquetearlos y a mirarlos a tras luz-. No son falsos, Mary Elizabeth-puse los ojos en blanco y ella  me fulminó con la mirada.
               -Una nunca sabe quién puede intentar estafarla.
               -Soy tu hermano.
               -Con más razón-respondió, y se metió los dos billetes bien doblados en el interior de la manga de su sudadera de baile. Volvió a abrir el portátil y ni siquiera esperó a que yo me acomodara en la cama para reanudar la reproducción-. Y, ¿qué piensas hacer con mamá y papá, genio? No es que me importe lo que hagas con tu dinero, pero creo que te has precipitado un poco dándomelo si todavía te tienes que ocupar de ellos.
               Mierda. La muy petarda tenía razón.
               -Algo se me ocurrirá. El aniversario de su primer polvo está cerca, ¿no?
               -Por Dios, Alec-Mimi se estremeció de pies a cabeza-. ¿Es que a ti te parece normal llevar un calendario de los polvos que echan papá y mamá?
               -No sé de qué te quejas, si de ese primer polvo saliste tú, ¿o no lo recuerdas?-gruñí, y Mimi puso los ojos en blanco, consultó la pantalla de su móvil y observó:
               -Todavía queda para el día de San Valentín.
               Porque ah, sí, mis padres se habían acostado por primera vez el Día de los Enamorados. Nueve meses después, nacía un piojo que me traería por la calle de la amargura toda la vida. A las parejas que traen Escorpios a este mundo deberían llevarlas detenidas.
               -Algo se me ocurrirá-me estiré cuan largo era y Trufas me embistió las plantas de los pies para hacerse un hueco en la esquina de la cama. Mimi se apartó el pelo del hombro.
               -Creo que hay una exposición temporal en el Museo de Historia Natural a la que papá quiere ir. En la última sesión, tienen servicio de cátering.
               Me la quedé mirando.
               -¿Acabas de echarme un cable?
               -No te acostumbres-Mimi se empujó las gafas por el puente de la nariz y la arrugó, intentando escuchar lo que decían los médicos. Me incliné hacia ella y le di un beso.
               -Te quiero, Mimi.
               -Qué asco, Alec.
               Pero sonrió, así que supe que no iba en serio. Se apartó un mechón de pelo de la cara y se me quedó mirando.
               -¿Por qué me miras así, friki?-preguntó-. Ni que nunca hubieras visto a una pelirroja.
               -Te sorprendería la cantidad de falsas pelirrojas que hay sólo en Londres.
               -Y aquí-señaló el colchón con un dedo largo de una uña pintada en un tono rosa pálido-, es donde terminas de hablar.
               Me eché a reír y la rodeé con el brazo, atrayéndola hacia mi pecho. Sorprendentemente, no se quejó, y tampoco se movió cuando se acabó el capítulo y nuestros reflejos aparecieron en la pantalla negra. Torció la boca, mirándonos.
               -¿Puedo hacerte una pregunta? 
               -Claro.
               -Verás-se incorporó y se apartó el pelo de los hombros, haciendo que le cayera en una cascada de fuego por la espalda. Estaba nerviosa-. Llevo un tiempo dándole vueltas a una cosa, y… ¿crees que el amor es algo difícil de encontrar?
               -¿Eh?
               -El amor. ¿Crees que es difícil de encontrar?
               -Pues… no lo sé, Mary Elizabeth-dejé el ordenador lejos de nosotros, aún sobre la cama. Trufas nos miraba con curiosidad, sus ojos saltando de Mimi a mí, y vuelta a Mimi, una y otra y otra vez-. Yo no lo estaba buscando, desde luego.
               -Es que… con lo que le dijiste a Eleanor… sobre la distancia, y eso…-empezó, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Me puse tensísimo. ¿Le había pasado algo? ¿Le había hecho daño alguien? Joder, me cargaría a ese hijo de puta, fuera quien fuera.
               -Eh, eh. ¿Qué te pasa, pequeña? ¿Por qué lloras?
               -Es que… estás dispuesto a hacer tantas cosas por Sabrae… y Eleanor por Scott… y Scott por Eleanor… no me parece normal, ¿sabes? Quiero decir… no es propio de ti. Ni es propio de ella. Ni es propio de él. Os volvéis personas distintas, y… no creo que encuentre a nadie que crea que merezca la pena salirse de sus estándares por mí.
               -Pero, ¿qué dices, Mím? ¡Si eres guapísima! ¡Y súper lista! Seguro que tienes a un montón de tíos haciendo cola para estar contigo.
               -Ya, pero, aunque eso fuera verdad, ¿cómo se supera que quien tú quieres que haga cola pase de ti olímpicamente?-preguntó con un hilo de voz, hipando, y yo le acaricié el pelo, el hombro, el brazo.
               -¿Quién te gusta?
               -No te lo voy a decir. Te vas a reír de mí.
               -¿Es Troy? El de baile. El que querías que te acompañara a casa con el paraguas cuando yo fui a buscarte a la academia de ballet. ¿Es Troy?
               -Se llama Trey-sorbió por la nariz, frotándosela con la manga de la sudadera-. Sí. Es él.
               -¿Y cómo sabes que no le gustas, a ver?
               -El fin de semana se lió con una de la academia. Ahora no hacen nada, pero…-torció la boca-. Duele igual.
               -Pero eso no significa nada, Mím. Yo he estado con otras chicas después de Sabrae. Eso no quiere decir que la quiera menos. Mira, creo que deberías vivir sin preocuparte de esas cosas, ¿eh? No pasa nada porque te atraigan otros chicos. Es normal. De hecho, me preocuparía que no te atrajeran otros chicos-me eché a reír, y Mimi me miró a través de su cortina de lágrimas y de su nariz roja-. De todas formas, si él no ha hecho ningún movimiento contigo… pues problema suyo. Él se lo pierde. No deberías dejar de disfrutar sólo porque el chico que más te interesa no muestra el mismo interés hacia ti. Hay un montón de chicos ahí fuera. Bastantes mamarrachos, no te voy a mentir-ella sonrió, un poco animada por mi broma-, pero de vez en cuando, no sé, te encuentras a alguno bueno. Supongo que es cuestión de ir probando. Hasta en los cuentos de hadas, las protagonistas besan a sapos antes de encontrarse con el príncipe, ¿no? ¿Es que te crees más importante que Cenicienta?
               Se echó a reír.
               -Pero yo quiero que sea especial desde el principio. ¿A ti no te habría gustado que Sabrae fuera la primera en todo?
               -Si Sabrae fuera la primera en todo, no le gustaría como le gusto ahora-Mimi parpadeó-. Pero eso no quiere decir que te largues a tirarte al primer payaso que se te ponga por delante, ¿eh? Tú sólo… no sé-le acaricié la espalda-. No te agobies por eso. Ya llegará tu momento.
               -Es que…-suspiró, abrazándose las piernas-. Me ha sorprendido mucho ver cómo hablabas con Eleanor sobre el amor. Jamás habría pensado que podrías hablar así. Ni siquiera me habría creído que podías pensar así. Y a veces lo pienso. Todas mis amigas han tenido novio alguna vez, han llegado más o menos lejos con ellos, y yo… no sé. Siento que me estoy estancando.
               -Cada cual tiene su ritmo, niña-le di un beso en la frente-. Míranos a Max y a mí, por ejemplo. Él está básicamente casado con Bella, y yo me dediqué a ir de flor en flor hasta hace un par de meses. O fíjate en Jordan, por ejemplo. Es mi mejor amigo, pero ni de coña tiene el éxito con las chicas que tengo yo. Cada persona es diferente, Mimi. Que haya gente más joven que tú que ya ha estado en algunos sitios no quiere decir que tú llegues tarde. Y el plan de otros no tiene por qué ser el tuyo.
               -Entonces, ¿no crees que sea tonta por querer algo especial?
               -¿Te lo han dicho tus amigas?
               -No. Ellas me dicen que no me preocupe. Pero, no sé… por un lado pienso que me merezco que todo sea especial, pero por otro… pues… te veo a ti-confesó-. Has estado toda la vida a ensayo y error, y ahora eres feliz.
               -Yo ya era feliz con la vida que llevaba antes.
               -No. Esa vida te gustaba. Pero sé que, si hubieras podido, la habrías cambiado por la que llevas ahora. En cambio… ni loco renunciarías a la que tienes ahora por la antigua, ¿a que no?
               Sonreí.
               -¿Vas para pitonisa?
               -No. Sólo quiero estar enamorada, y que me correspondan. Hay gente que no lo consigue nunca.
               -Mím, no te agobies. Si yo he encontrado a alguien con el historial que tengo, a ti no te costará lo más mínimo. No te preocupes-tiré de ella para estrecharla entre mis brazos, y le besé la frente. Ella cerró los ojos, disfrutando del contacto.
               -No me explico cómo Sabrae no podía tragarte hacía un par de meses-comentó, y yo me reí.
               -Es que soy bastante especialito. Oye, ¿quieres ver otro capítulo? Tanta conversación filosófica me ha desvelado.
               Mimi levantó la mirada, esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Los ojos seguían brillándole por las lágrimas que no había derramado, pero ya no había peligro. Saber que había cumplido con mi deber fundamental como hermano mayor, el de consolar, me hizo sentirme incluso mejor. Reforzó la idea de que yo podía con todo. Sólo necesitaba creer un poco más en mi poder. Y, para eso, ya tenía a Sabrae.


¿Recuerdas lo que dijo Alec respecto de que las chicas nos estábamos volviendo locas? Pues él no tenía ni idea de hasta qué punto tenía razón. Quizá fuera culpa de los chico de nuestro entorno, o puede que estuviéramos bajo la influencia de algún cuerpo astral que, por alguna razón, sólo podía afectarnos a nosotras, pero ninguna de las chicas que yo conocía estaba en sus cabales últimamente. Yo tenía las hormonas revolucionadas, tanto por la regla como por las continuas visitas de Alec a mi casa (que me encantaban, si he de ser sincera); mis amigas, contra todo pronóstico, se habían terminado reconciliando con él y pidiéndole perdón cuando yo no pensaba que fueran a hacerlo; Eleanor estaba considerando romper con mi hermano sólo por conseguir que éste y Tommy se reconciliaran, y Diana, que había regresado de Nueva York por haber fingido un mal comportamiento, no soportaba estar en la misma habitación que Tommy.
               Pensaba que todo eso no eran casualidades, pero tampoco una parte de una especie de plan supradimensional, como decía Alec cada vez que salía el tema de mi comportamiento. Había dos ejes centrales en aquella historia que explicaban todo lo que estaba sucediendo: el primero consistía en que mis amigas habían visto lo mucho que le quería y lo importante que era para mí y, como habían entendido por fin que mi felicidad dependía tanto de mi relación con Alec como de la relación con ellas, se habían decantado por hacérmelo todo un poquito más fácil pidiéndole disculpas. Y, a la vez, yo me sentía mucho más unida a él después de todo lo que habíamos pasado juntos. Verlo dispuesto a disculparse con mis amigas, incluso cuando no creía que hubiera obrado mal, me había hecho darme cuenta de lo  importante que era para él. Las cosas que me decía cuando estaba borracho de las endorfinas del sexo no eran simples palabras: realmente sentía las promesas que me hacía, y estaba dispuesto a cumplirlas. Y eso hacía que algo dentro de mí se desperezara y me suplicara que me abalanzar sobre él, a darle todo lo que me pidiera.
               El otro eje central de la historia era muy simple: Tommy. Su comportamiento estaba dejando bastante que desear, al margen de que mi hermano hubiera metido la pata hasta el fondo. Como llevaba tiempo sin estar con Scott, estaba tremendamente irascible, y se revolvía contra absolutamente todo el mundo, con independencia de quién fuera. Su madre, su pareja, Eleanor… daba lo mismo. Si le dabas opción a entrar al trapo, lo haría. Donde Scott estaba tirado en la cama, helándose poco a poco, Tommy estaba en pleno proceso de combustión. Así que no era de extrañar que Diana no lo soportara y Eleanor estuviera al límite, abandonada en tierra de nadie, sin pertenecerle a Tommy pero tampoco a Scott del todo, intentando buscar un salido de forma tan desesperada que sólo se le ocurrían planes igual de desesperados.
               Así que, cuando Alec me dijo que las chicas nos estábamos volviendo locas, yo le hice una burla antes de darle un beso y explicarle mi teoría de cuerdas particular. Todo respondía a un equilibrio al que yo podía darle perfecto sentido, a una sinfonía cuya letra no había escuchado nunca pero podía anticipar a la perfección, como si la hubiera escrito en un sueño que no pudiera recordar.
               Hasta que hubo algo que se salió de mis esquemas, escapando a la explicación perfecta de mi teoría. Y ese algo era Shasha.
               Shasha también se había vuelto loca, y ella no tenía nada que ver ni con Tommy ni con mi felicidad. Así que, o había algún elemento que se me escapaba, o mi chico tenía razón y todas nos habíamos vuelto majaras.
               Cuando me percaté de la pelea, estaba en el patio con mis amigas, con las piernas estiradas y los tobillos entrelazados, las medias de invierno cubriéndome las pantorrillas e impidiendo que mis muslos se helaran por el contacto con el frío cemento. Taïssa nos estaba hablando de un libro que estaba leyendo y al que trataba desesperadamente que nos engancháramos, cuando los ecos mágicos y ancestrales de “pelea, pelea, pelea, pelea” llegaron hasta nosotras. Un círculo que iba creciendo a marchas forzadas se había instalado en uno de los rincones del patio, pegado a los edificios, guarecido por un momento de las vistas de los profesores. Claro que pronto se enterarían de lo que se cocía, y se nos acabaría la diversión.
               Como todos a nuestro alrededor, nos levantamos con rapidez y trotamos en dirección al anillo. Kendra, a la que le encantaban este tipo de cosas y tenía un don para colarse digno de estudio, se las apañó para hacernos un hueco y sortear así la cantidad de cuerpos que habrían impedido que viera el espectáculo… que la viera a ella. Mi hermana.
               Shasha, tirada en el suelo, con la falda subida, intentaba quitarse de encima a una mole que sería veinte centímetros más alta que ella, y pesaría más del doble. Verla allí tirada, intentando protegerse de los tortazos que le propinaba aquella salvaje, me trastornó.
               Y, absorbiendo el don del que tanto se enorgullecía Kendra, me las apañé para abrirme hueco entre la gente, gritando su nombre, corriendo a su rescate. Me di cuenta en el trayecto de que yo era, ahora, la hermana mayor. Ahora, las responsabilidades de Scott eran las mías.
               Con razón él sentía tanta presión arrastrando sus hombros; tener que cargar con el peso de la responsabilidad que suponía nuestro bienestar podía aplastarnos.
               -¡SHASHA! ¡SHASHA!-chillé, luchando con todos y cada uno de los que se me ponían por delante. Shasha consiguió echar a un lado a la chica que la estaba apalizando y soltarle un puñetazo en plena cara que me hizo sentir tremendamente orgullosa, pero aún era vulnerable.
               Por el extremo del campo de mi visión, vi un borrón que saltaba en dirección a mi hermana, surgido directamente desde el círculo de espectadores. ¿Alguien que salía en su ayuda? ¡No!
               -¡Shasha!-exclamó ese borrón con la voz de Eleanor, para gran alivio mío, pero todavía me tocaba luchar un poco más por alcanzar a mi hermana, hasta que alguien salió del extremo contrario por el que había surgido Eleanor, y se inclinó a agarrar a la abusona. Tommy.
               Me dio un vuelco al corazón cuando la agarró del brazo y, sin miramientos, se lo retorció por detrás de la espalda, haciéndole la típica llave estrella de los policías de las pelis. Bien, alguien me la sujetaría para que yo pudiera matarla. Porque eso iba a hacer, no te equivoques: nadie le pone la mano encima a mi hermana y vive para contarlo.
               Por fin, me encuentro con la escena sin los incómodos desenfoques y huecos que suponen los cuerpos por en medio: estoy en primera fila, y salto sin pensar en dirección a la payasa a la que Tommy está sujetando.
               Pero algo me detiene en el aire: me rodea la cintura y me echa para atrás con firmeza, con la fuerza de unos músculos que me encanta acariciar.
               -¡Quieta ahí!-grita Alec a mi lado, agarrándome con firmeza para evitar que me escapara-. ¿Adónde crees que vas, nena?
               -Suéltame-me revolví, pataleando, intentando zafarme del abrazo de Alec, pero él era increíblemente fuerte. Mucho más de lo que parecía, y eso que parecía muy fuerte. Si no estuviera tan preocupada por mi hermana y tan rabiosa por lo que acababa de presenciar, seguramente me habría abalanzado sobre su boca para reclamarla como mía, excitada por el poder que desprendía así, negándose a dejarme marchar-. Voy a matarla.
               -Ni de broma, tú te quedas conmigo.
               -Te parecerá bonito meterte con una de primero, Jolene-escupió Tommy, soltando a la chica rápidamente, de forma que la tal Jolene cayó al suelo, sobre sus rodillas-. Ya que te crees tan mayor de ir pegando a gente dos años por encima, ¿por qué no te las ves conmigo?-retó, y yo me quedé quieta, observando a Tommy. A pesar de que me había dejado claro el lunes que no había ningún mal rollo entre nosotros, no me esperaba que saliera a defendernos con la misma ferocidad con que lo haría Scott. Le quedaba muchísima lealtad hacia nosotras de la que tirar, y se me ocurrió que, tal vez, podríamos aprovechar aquello.
               -Alec-susurré, y él asintió con la cabeza a mi espalda.
               -Sé lo que estás pensando.
                La tarde anterior, Scott y Eleanor habían tenido una bronca increíble y ella se había marchado llorando de casa. A mí me había pillado practicando con el saco de boxeo, y en cuanto la vi salir zumbando por la puerta, subí a la velocidad del rayo las escaleras, maldiciendo mi suerte y deseando consolar a Scott. Pero él no estaba allí: había subido al ático para asomarse a la ventana que daba a una parte de la calle que normalmente no se veía desde la casa, y verla pasar corriendo por aquel círculo minúsculo lo había empujado a bajar al baño y raparse el pelo como se lo rapaba papá cada vez que tenía que empezar un disco. Intenté que me dejara consolarlo, pero me echó de su lado de la misma forma que echó a Shasha y a Duna después que a mí. Sólo dejó que papá entrara en su habitación para hablar con él, y lo que habían conversado, era un misterio para mí.
               Yo había llamado a Alec hecha un manojo de nervios, y estaba en proceso de suplicarle que viniera a casa para ayudar a mi hermano, cuando Eleanor volvió a aparecer, algo más tranquila, y subió las escaleras para encontrarse con mi hermano. Creo que habían roto brevemente, y que las cosas habían vuelto a su cauce, pero saber las ideas que tenía en la cabeza Eleanor respecto de su relación con Scott y lo que ocasionaba con Tommy, y la forma en que se fue de casa, me había hecho ponerme en lo peor.
               -Tenemos que movernos ya-le había dicho a Alec justo cuando Eleanor cruzaba la puerta de mi casa, y él, al final, no tuvo que regresar ese día. Volvería a ver a mi hermano esta misma tarde, después de comer, y entre los dos intentaríamos que saliera a dar una vuelta con nosotros… y conducirlo a encontrarse con Tommy, aún no sabíamos cómo. Se suponía que tendríamos que tenderles una trampa y Diana tendría que ayudarnos, era la única manera.
               Los coros de “oh” de todos los allí congregados, acusando el ataque de Tommy hacia Jolene, hicieron que ésta se echara a temblar de rabia. Era más alta que yo, y tan ancha como Shasha y yo juntas; de mi curso, se la podía considerar una rival respetable en una pelea aunque sólo fuera por su físico, que parecía descuidado pero podía dejarte KO de una bofetada sólo con su masa, pero en lo que a Tommy respectaba, no era rival para ella. Él era más alto, más fuerte, más rápido… en fin, la superaba en todo. Y Jolene no era estúpida: podía verlo.
               -Ha empezado ella-rugió, con menos respeto del que debería. Tommy se echó a reír, la cogió del brazo para levantarla y la agarró del cuello de la camiseta, de forma que sus caras estuvieron tan pegadas que podían olerse los alientos. Por el rabillo del ojo, vi que Diana cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y se mordía ligeramente el labio. Le gustaba lo que estaba viendo. Iban a reconciliarse, menos mal.
               -Me la suda quién haya empezado-viendo que yo ya no me revolvía porque la situación estaba fuera de peligro, Alec me soltó y me dejó acercarme a mi hermana-. Vuelve a tocar a Shasha, o a Sabrae-amenazó mientras yo me acuclillaba al lado de Shasha, le limpiaba la herida del labio que le había partido y le preguntaba si estaba bien- y te juro que no te queda Inglaterra para correr.
               El silencio que acompañó aquella amenaza (o promesa, según se viera) podía cortarse con un cuchillo.
               Tommy soltó a Jolene, que reculó a la velocidad del rayo, alejándose del centro del círculo como quien escapa de la gravedad de un agujero negro por los pelos.
               -Su hermano no estará aquí-continuó Tommy, mirando a la multitud, rodeándola como un león enjaulado que espera para merendarse al siguiente gladiador-, pero todavía respondéis ante mí como se os ocurra ponerles la mano encima; y pobres de vosotras-se volvió hacia las amigas de Jolene, que habían hecho piña alrededor de ella-, como intentéis hacerlo sin que yo me entere. A no ser que que queráis un billete de ida de una hostia a Marte, os sugiero que no les levantéis la mano. ¿Estamos?-Tommy estaba cerca de ella, pero aun así, no le dio la respuesta que él quería, porque la agarró del cuello del jersey del uniforme y la sacudió-. No te he oído.
               -Estamos-cedió por fin Jolene, fulminándonos a Sabrae y a mí con la mirada. Fue entonces cuando decidí que iría a buscar a Shasha a clase cuando nos tocara irnos a casa. No la dejaría sola con esa mole; yo podía defenderla mejor de lo que la defendería nadie… con permiso de Tommy, por supuesto, pero no quería molestarlo obligando a hacernos de canguro.
               Aunque puede que eso ayudara a acercarlo a Scott…
               -Guay-la soltó de la camiseta, e hizo un gesto con la cabeza indicándole que podía confundirse, por fin, con la gente-. ¿Alguien más tiene ganas de bronca?-preguntó, mirando en derredor. No se escuchó a un alma-. Me parecía.
               Y se inclinó hacia Shasha.
               -¿Cómo estás?
               -Estoy bien-murmuró mi hermana mientras yo la cubría a besos y le preguntaba si era estúpida, si no se daba cuenta de que llevaba las de perder en todos los sentidos, si estaba herida, si necesitaba que fuera a buscar a papá para que nos firmara una autorización y poder ir a casa…-. Estoy bien, Saab-protestó.
               -¿En qué coño estabas pensando, Shash?-preguntó Tommy, la voz de la autoridad. Miré alrededor y descubrí que, del público que había antes, ya no quedaba prácticamente nadie. Todos se habían ido a ocuparse de sus asuntos, alejándose lo más posible del epicentro del desastre por si aparecía algún profesor tardío-. ¿No ves que es mayor que tú?
               -Se metió con Scott-explicó Shasha, incorporándose, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano y estirándose la falda. Se le había saltado un botón. Tommy sonrió, mordiéndose el labio. Sus ojos chispearon con unas estrellas fugaces que me llenaron de esperanza.
               -Y eso no podemos perdonarlo, ¿a que no?-le acarició la mejilla en un gesto cariñoso e íntimo, el principio del fin, la última gota del diluvio, el último meteoro del apocalipsis…
               … si las cosas hubieran seguido su curso.
               -Mira, y yo que pensaba que nunca tendría que darle las gracias a Scott por nada-se burló Megan, la ex de Tommy, a la que ni mi hermano ni ninguno de los amigos de Tommy soportaban por cómo lo había tratado al final de su relación. Según tenía entendido, Tommy seguía colgado de ella incluso cuando se enrolló con Diana por primera vez. Por suerte, la americana había hecho que el clavo de Megan saliera rápidamente de la madera de Tommy, y se había clavado en él lo bastante profundo como para que Megan odiara cómo había perdido su poder sobre él-. Y resulta que le voy a tener que agradecer toda la vida esa exhibición de masculinidad por parte de su mejor amigo.
               Todo el cuerpo de Tommy se tensó: cuadró los hombros, inhaló sonoramente por la nariz, y miró a Megan con el ceño fruncido. No. No pienses que te ha insultado por decir que eres el mejor amigo de Scott, por favor.
               -¿No tienes nada mejor que hacer?-preguntó Diana, cruzada de brazos, con gesto de fastidio y conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco.
               -Relájate, perrita americana; sólo estaba felicitando a mi chico por comportarse como un hombre. Como a mí me gusta-Megan le guiñó un ojo a Tommy y Diana se le encaró.
               -¿Acaso es Tommy tu chico, zorra pelirroja? Porque, si es así, no entiendo qué hace follando conmigo cada noche.
               Shasha y yo nos miramos un momento con ojos como platos. ¿Por qué se metía Diana tan rápido en la pelea, si Tommy ya no sentía nada por Megan? ¡Era absurdo! Estaba claro de parte de quién se pondría Tommy; dejar que la provocara de esa manera era una estupidez.
               -Porque no puede hacerlo conmigo, tesoro-Megan le dedicó a Diana una sonrisa lobuna.
               -Chicas-pidió Tommy, pero Diana no le hizo caso.
               -¿En serio, ricura? Vaya, no sabía que tu nombre fuera Diana. Creía que, cada vez que se corría, lo decía por mí, por cómo me lo estaba follando.
               -Yo no tengo problemas de cómo me pueda llamar un tío, y cosa que me parece que no se puede decir de ti. ¿O no es verdad que te aterra la posibilidad de que te llame por mi nombre, y por eso apenas habláis?
               ¿Cómo que apenas hablaban? Vale que estaban enfadados, pero vivían en la misma casa y seguían teniendo sexo. Megan necesitaba contrastar sus fuentes.
               Se escuchó un jadeo ahogado que hizo que se me pusieran los pelos de punta. Miré alrededor en busca del autor de ese sonido. De nuevo, un círculo se iba congregando a nuestro alrededor, como gotitas de agua que se condensaban en el cristal de la ducha a causa del vapor. Tommy agarró a Diana del brazo y se inclinó hacia ella.
               -Déjala, Diana. No merece la pena.
               -¿Que no merece la pena?-replicó la americana, apartándolo a un lado-. Créeme, la merece muchísimo. Voy a disfrutar muchísimo de esto, zorra pelirroja-le aseguró a Megan, que fingió un bostezo-. Se te acabó el chollo, zorra. Te voy a enseñar lo que les hacen en el Bronx a las putas como  tú.
               -Tiemblo de mied…-empezó, pero Diana se abalanzó sobre ella e inició la Tercera Guerra Mundial.
               -¡Oh, mierda!-gimió Shasha, saltando hacia atrás y arrastrándome con ella para que no nos alcanzaran ni por accidente. Eleanor, que se había acercado a nosotras en cuanto se acabó la pelea de Shasha y la gente empezó a irse, miraba la maraña de piernas, brazos y melenas dorada y rubí con ojos como platos.
               -Joooodeeerr-masculló Alec, tapándose la cara con las manos y negando con la cabeza. Shasha y yo nos miramos. Y empezamos a chillar.
               -¡Mátala, Diana, mata a la zorra!-bramó Shasha.
               -¡Déjala calva, Diana, arráncale los pelos de mala pécora que tiene!
               -¡Diana, Diana, Diana, Diana!-coreamos las dos, y pronto se nos unió una persona, y luego dos, y luego tres, y alguien contraatacó con el nombre de Megan, y pronto aquello se convirtió en una batalla campal en la que cada cual animaba a su favorito… y, como toda batalla campal que se precie, empezaron las apuestas.
               -¡TRES A UNO A LA AMERICANA!-anunció Jordan a pleno pulmón, haciendo de amplificador con sus manos mientras los chicos echaban mano de sus carteras para participar del espectáculo-. ¡TENGO TRES A UNO A LA AMERICANA, APUESTAS, SE ADMITEN APUESTAS, PELEA INTERNACIONAL DE GATAS, FINAL DEL MUNDIAL DE PELEA FEMENINA EN EL BARRO… EH… SIN BARRO!
               -¡Jordan!-gritó Alec, que había corrido a ayudar a Tommy cuando éste pidió a voces que alguien lo ayudara a separarlas-. ¡ME CAGO EN DIOS, DEJA EL PUTO DINERO DE UNA VEZ Y VEN A ECHAR UNA MANO!
               -¡Dale, Diana, dale!-animábamos Shasha y yo.
               -¡INGLATERRA CONTRA ESTADOS UNIDOS, LONDRES CONTRA NUEVA YORK, PELIRROJAS CONTRA RUBIAS, LA BATALLA DEL SIGLO, EL MOMENTO QUE TODOS ESTABAIS ESPERANDO, AMIGOS! ¡DOS A UNO A LA AMERICANA, DOS A…!-continuaba Jordan-. A ti no, Richard, no te voy a coger nada, que aún me debes el dinero de las Olimpiadas, puto moroso.
               Tommy consiguió separarlas momentáneamente, pero Megan consiguió darle un tortazo a Diana, que la americana le devolvió con mucho gusto.
               -¡Diana!-recriminó Tommy.
               -¿De qué puta parte estás?-bramó su chica, justo antes de caer al suelo por efecto de una patada en el tobillo que le dio la tramposa de Megan. Empezaron a tirarse del pelo y tratar de clavarse las uñas en la cara, el cuello, los brazos… todo valía con tal de hacer sangre.
               Suerte que Eleanor salió por fin de su trance y, en una de ésas en que Diana y Megan rodaban por el suelo, se las apañó para agarrar a su amiga del tobillo y arrastrarla lejos de la americana.
               Alec corrió a agarrar a Diana de la cintura, como había hecho conmigo, mientras Tommy hacía lo propio con Megan, y las dos chicas continuaron su pelea en modo verbal.
               -¡Ven aquí, puta, que te voy a dar lo tuyo! ¡Ven, ven!
               -¡Vamos, puta, ven a por mí! ¡Zorra, zorra, que ni chuparla sabes! ¡Guarra, asquerosa!
               -¡Cornuda, cornuda, me prefiere a mí, jódete, cornuda!
               -¡Puta, puta, yo me lo follo todos los días, tú qué haces, ¿eh?! ¿Qué haces, so zorra! ¡Vivir a mi sombra, eso haces!
               -El sueño de tu vida, ¿eh?-pinché a Alec, que se me quedó mirando con el ceño ligeramente fruncido-. Que dos chicas se peleen por ti-se echó a reír tan sonoramente que Diana casi se le escapa, pero consiguió retenerla en su lugar en el último momento… justo cuando llegaba un profesor.
               -¿Qué está pasando aquí?
               -Nada-dijeron Alec y Tommy a la vez, pero mi hermana seguía magullada, sangrando por el labio y con las medias rotas, y Diana y Megan estaban hechas un desastre, jadeando y tratando de lanzarse la una contra la otra sobre un círculo en el que había mechones de pelo rubios y pelirrojos arrancados, y los dos chicos seguían luchando para mantenerlas separadas.
               -Así que, ¿quién diríais que ha ganado?-le preguntó Jordan a la multitud-. ¿Lo dejamos en empate?
               -Cierra la boca por una putísima vez en tu triste vida, Jordan-acusó Alec.
               -Whitelaw, Tomlinson…
               -Joder-gruñó Alec, sabiendo lo que venía a continuación.
               -…Styles, Reynolds, Malik-terminó de recitar el profesor-, al despacho del director, ¡ahora!
               No habían especificado qué Malik querían en el despacho del director, y yo no iba a dejar a Shasha sola, así que rodeé los hombros de mi hermana con el brazo y, acariciándole la tripa para que no se preocupara, la acompañé al despacho el director Fitz. Alec y Tommy venían detrás de nosotros al principio, pero cuando Diana le tiró del pelo a Megan aprovechando un despiste, decidieron volver a asumir sus roles de guardaespaldas.
               Llegamos al vestíbulo con los cuadros renacentistas colgados de las paredes y los sofás de cuero más antiguos que nuestras estirpes familiares, y nos sentamos en ellos, desperdigados por la habitación. Diana se sentó en el centro de un sofá en cuyo reposabrazos se asentó Tommy, y Alec se dejó caer en la esquina del mismo, mientras Megan ocupaba un sofá para ella sola y Shasha y yo compartíamos el más pequeño de la habitación. El profesor en cuestión entró en el despacho de Fitz tras dos enérgicos toques en la puerta, y salió al minuto siguiente para pronunciar un nombre.
               -Malik.
               -No te preocupes-le dije a Shasha, que estaba al borde de las lágrimas porque no quería preocupar más a mamá. Si la expulsaban, sólo quedaría un Malik en el instituto, y ése sería yo. Le di un beso en la sien y, cogiéndola de las manos, la conduje al interior del despacho de Fitz, una sala amplia muy bien iluminada de paredes abarrotadas de fotos con eminencias de la educación y diplomas inútiles.
               El director se reclinó en su silla, bajándose las gafas para mirarnos a las dos por encima de ellas.
               -Mi hermana no se encuentra bien, ¿puede beber un vaso de agua?-pedí, y Fitz asintió con la cabeza y nos indicó que nos sentáramos mientras se acercaba a una nevera de puerta de caoba que tenía en el mueble en el que se guardaban los trofeos del instituto que no cabían en el expositor principal.
               -Me han dicho que os habéis peleado-comentó, tendiéndonos en vaso, y yo arqueé las cejas. Abrí la boca para replicar, pero Shasha se adelantó. Le temblaba tanto la mano que el agua de su vaso parecía un mar en plena tormenta.
               -Sabrae no ha tenido nada que ver. Si va a expulsar a alguien, no la meta a ella en esto.
               -¡Shasha no tiene la culpa de nada! Esa loca mastodóntica se abalanzó sobre ella. ¡Le pegó una paliza! Shash sólo se estaba defendiendo-acusé yo, y Fitz se echó a reír.
               -Nadie es expulsado por una pequeña pelea, chicas, tranquilas.
               -¿Pequeña pelea?-espeté-. ¡Le ha partido el labio!
               -A Scott lo expulsaste por lo mismo-espetó, y el semblante de Fitz se ensombreció. Miré a Shasha. Cállate, so loca, o le harás compañía por las mañanas a Scott.
               -La situación del señor Malik fue excepcional.
               -Es cierto: mi hermano es excepcional por darles una paliza a unos putos violadores-sentencié-. Deberían ponerle una estatua a la entrada, en lugar de patitas en la calle.
               -No voy a discutir los detalles de la expulsión de Scott Malik con vosotras-Fitz hizo un gesto con la mano-. Estamos aquí para averiguar qué ha sucedido.
               -¡Que tiene una puta psicópata suelta en el patio, eso ha sucedido!-protesté.
               -Jolene, de tercero-explicó Shasha, y Fitz asintió con la cabeza. Levantó su teléfono y le pidió a su secretaria que le trajeran a la susodicha. Unos minutos después, la chica se presentaba en el despacho escoltada por la misma secretaria, con un semblante completamente diferente al que había tenido en el patio. Ajá, ya no somos tan valientes, ¿eh?
               -Siéntese, señorita Sanderson. Tenemos que aclarar cierta incidencia que ha habido hace unos minutos en el…-se escuchó el inconfundible sonido de unos nudillos llamando a la puerta-. ¿Sí?
               -¿Director Fitz? Perdón por interrumpir-Tommy se presentó en la estancia, todo educación y buenos modales. Así es como se consiguen las cosas-. Sólo venía a asumir mi parte de la culpa. Las señoritas Malik no han tenido nada que ver en ninguna pelea. Es todo un completo malentendido.
               Shasha contuvo una risita y yo la fulminé con la mirada, a lo cual se puso seria. Puede que yo fuera más baja que ella, pero la autoridad que me confería la edad podía más que ninguna diferencia de estatura. Encima no te pitorrees, niña.
               Fitz puso los ojos en blanco.
               -Estoy seguro de que podremos llegar al fondo de este asunto sin usted, señor Tomlinson.
               -La pelea la empecé yo. Ellas no han tomado parte de nada. Simplemente se metieron a tratar de separarnos, eso es todo. De ahí las magulladuras de la señorita Malik.
               Shasha volvió a reírse y yo le di un manotazo en la pierna.
               -Ya está bien-siseé, y ella se mordió el labio. Fitz se quitó las gafas y las sostuvo en el aire, frente a sí, pendidas de una de sus patillas, haciendo que los cristales dibujaran dos medias lunas en su escritorio.
               -¿Pretende hacerme creer, señor Tomlinson, que dos chiquillas a las que usted supera en edad, altura y peso se metieron en una pelea que usted mantenía con otra chica que también las supera en edad, altura y peso, para intentar pararlo?
               Tommy le sostuvo la mirada.
               -¿Por qué está esperando fuera el señor Whitelaw, entonces?
               -Porque a Alec le tienen manía todos los profesores-constató Tommy con tranquilidad.
               -¿A mí no me llamas “señor Whitelaw”?-preguntó Alec desde fuera, y Shasha soltó una risotada que resonó en todo el despacho. Fitz miraba a Tommy. Tommy se relamió los labios, aguantándose las ganas de ir a partirle la cara a Alec. Las mismas ganas que tenía yo de partirle la cara a mi hermana.
               -Vaya a esperar fuera con los demás, señor Tomlinson.
               -Es que…
               -¡He dicho que fuera, señor Tomlinson! ¿Se cree que soy estúpido? Sé que no hace más que intentar encubrirlas. ¿Es que quiere ganarse una expulsión?
               Tommy se encogió de hombros.
               -Sinceramente… ya me da igual todo, director Fitz.
               -No diga tonterías. Salga. Ya hablaré yo con usted y los demás.
               Tommy sorbió por la nariz, cuadró la mandíbula, asintió con la cabeza y se colgó del pomo de la puerta para cerrarlo. Sus ojos se encontraron con los míos, y yo asentí en su dirección. Gracias.
               Un asomo de sonrisa titiló en su boca. No hay de qué.
               Con el chasquido del cerrojo de la puerta al encajar cuando ésta se cerró, mi mente empezó a divagar. Tommy nos había defendido. Incluso me había sonreído. No se arrepentía de lo que había hecho; incluso podría decir que se enorgullecía.
               Ya estaba casi, sólo necesitábamos un empujoncito más.
               No escuché absolutamente nada de lo que Fitz le dijo a mi hermana, ni tampoco nada de lo que la bestia con la que se había peleado Shasha tenía que decir. Mi mente estaba muy lejos, flotando por un paraje invernal en el que se notaban los efectos de los días más largos, el desperezarse de los árboles, los despertares de los pájaros y los pequeños mamíferos recolectores que salían de sus escondrijos para continuar con su vida. Estaba demasiado ocupada intentando averiguar cuál sería la mejor forma de proceder: ¿los llevaba a un terreno neutral? ¿Llevaba a Scott a casa de Tommy inventándome alguna excusa? ¿Traía a Tommy a la nuestra con el mismo pretexto?
               Alec me ayudaría a ultimarlo todo, estaba segura. Me había pasado la semana entera apoyándome en él, y él apoyándose en mí, para complementar los cuidados de Scott. Cuando mi hermano no estaba conmigo, estaba con él; nadie como nosotros dos sabía mejor el estado en que se  encontraban las cosas, y Alec, además, jugaba con la ventaja de que también pasaba tiempo con Tommy. Entre los dos, éramos los ángeles de la guarda de la pareja de amigos, pero Alec era quien verdaderamente portaba las alas. El conocimiento era poder, el poder eran alas, y son las alas las que hacen al ángel.
               De modo que, cuando salimos del despacho, estaba preparada para trotar hacia él y susurrarle al oído que tenía que ocurrírsenos una idea.
               Sin embargo, el ambiente con el que me encontré cuando volvimos a la sala en la que habíamos esperado a que Fitz nos recibiera me empujó a quedarme donde estaba. Era raro, parecía cargado de malas vibraciones, de una especie de tensión que nada tenía que ver con la eléctrica. Me habría incomodado quedarme allí, sinceramente, y, además, todavía tenía que ocuparme de Shasha.
               Así que, en lugar de acercarme a Alec y susurrarle unas palabras de ánimo, simplemente intercambiamos una mirada. Me mordí el labio cuando nuestros ojos se encontraron; él, por el contrario, no movió un músculo. La máscara pétrea de su rostro trataba de contener un millón de emociones a las que, sin embargo, no me costó acceder. Supe que había pasado algo mientras nosotras estábamos dentro: había obtenido unas respuestas sin las cuales no teníamos la pintura al completo. Estaba preocupado, molesto, y también decepcionado. Me prometí a mí misma que iría a su encuentro en cuanto pudiera para hablar a solas, pero todos mis planes se fueron al garete cuando Diana aprovechó la salida del instituto para ir a arrancarle otro mechón de pelo a Megan y salir corriendo como alma que lleva el diablo. Al escuchar los gritos y ver a la americana desaparecer corriendo tras una esquina, con Megan pisándole los talones y Tommy corriendo detrás para que no hicieran ninguna locura, Alec interrumpió mis intentos de iniciar una conversación.
               -Tengo que ir tras ellos. Luego hablamos.
               Asentí con la cabeza y vi cómo corría, siguiendo el camino que habían hecho los tres. Se volvió un momento y caminó hacia atrás.
               -Hoy tengo que trabajar, y tengo turno doble. ¡Recuérdaselo a tu hermano!
                -Si estás muy cansado, no hace falta que vengas. Yo me ocuparé.
               Alec asintió con la cabeza, exclamó un “gracias, bombón”, y se esfumó por donde había venido. Bueno, estaba sola en eso. No pasaba nada, me dije. No es que el mundo estuviera en mis manos. Tenía la misma responsabilidad de siempre, y la compartía con las mismas personas. Si había una emergencia que yo no pudiera resolver, ahí estaban mis padres. Mamá y papá tenían la solución a todo.
               Además, Alec ya había hecho muchísimo por nosotros. Se merecía descansar. Le llamaría por la noche para hablar con él. Parecía tenso y, a la vez, cansado, cuando se fue. Una extraña mezcla de emociones. Y yo ni siquiera le permitía desfogarse, rebajar la tensión.
               Empezaba a pensar que estaba siendo demasiado paranoica y estricta con el tema de no tener sexo. Es decir… estoy en la edad. Estoy descubriendo mi cuerpo y mi sexualidad, es normal que no pueda dejar de pensar en ello. Nadie espera que me comporte como una adulta, y si no es en mi adolescencia cuando sigo mis impulsos, ¿cuándo se supone que he de hacerlo?
               Sonreí. Sí, de noche, Alec y yo hablaríamos, e incluso puede que tuviéramos una de esas conversaciones subidas de tono que acababan en final feliz para ambos. Puede que…
               Oh, no. Tengo la regla, es verdad. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Bueno, siempre había la posibilidad de acompañarlo a él. Se lo merecía. ¡Sí! Hablaríamos esa noche y yo le concedería todos sus caprichos, con la única condición de que se relajara y disfrutara. No había normas, no había preocupaciones, no había problemas. Sólo existía él.
               Contando las horas para que llegara la noche, me dirigí con mi hermana a mi casa. No tenía ni idea de que esa noche, la pasaría durmiendo en la habitación de Scott, compartiendo cama con mis hermanas y él, protegiéndolo de todo mal y asegurándome de que se sentía querido y apreciado. Tommy y él iniciarían una guerra silenciosa en Instagram de la que yo ni siquiera me enteraría ese mismo día, y mi hermano me necesitaba más de lo que Alec necesitaba mi voz para masturbarse. Seguro que él lo entendería. No iba a pasar nada porque no habláramos; Alec comprendería a la perfección que acudiera a la primera llamada de socorro que escuchara.
               No pasaría nada. Podía lidiar con mi hermano yo sola. No pasaba nada. No pasaba nada.
               Y no pasó nada. Scott se despertó de noche y, en sueños, le escuché hablar con alguien que ni siquiera estaba allí, pero, como volvió a la cama, me volví a dormir sin más. Empezó la mañana mucho más animado, así que yo también. Fuera lo que fuera lo que les hubiera pasado a Tommy y él, no había sido más que un bache.
               Lo que yo no sabía era que las chicas no éramos las únicas que nos habíamos vuelto locas, y nos comportamos de forma rara esa semana, cuando salí de la cama de Scott y me enfundé mis zapatillas. Lo descubrí cuando abrí la conversación con Alec, presta a darle los buenos días…
               … y, por primera vez en meses, salvo por el parón de nuestra pelea, no me encontré con el videomensaje enseñándome el amanecer.
               Mi estómago se dio la vuelta y sentí que una arcada ascendía por mi garganta como la lava de un volcán, quemándolo todo a su paso y haciendo que la cabeza me diera vueltas. Había pasado algo. Alec jamás se olvidaría de enviarme mi videomensaje… salvo que hubiera pasado algo.
               Así que cogí mi mochila y, dejando el bol de cereales a medias, salí corriendo en dirección a su casa. Ni siquiera esperé por mis hermanas, ni me despedí de mis padres. Había pasado algo. Había pasado algo. Había pasado algo.
               No había videomensaje.
               Había pasado algo.



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1 comentario:

  1. Pufff, que mal cuerpo me ha dejado este capítulo incluso aun sabiendo lo que ha pasado. Me ha encantado haber visto la faceta de Alec de hermano mayor, la charla con Mimi y como este capítulo para mi ha sobresalido eso sobre todo. También la escena de la pelea narrada por Saab y saber que ahora ya pronto scommy se reconcilian y todo va a volver a estar bien. Estoy deseando leer el capítulo del fin de semana como agua de mayo.

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