domingo, 8 de septiembre de 2019

Superhéroe imposible.

¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, quería avisarte de que la semana que viene no habrá capítulo porque, ¡estaré en el ccme perreando como una loca al ritmo que me marque Liam! Pero no sufras. Este capítulo es largo, así que hará que tu espera merezca la pena 💜

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Para cuando doblé la esquina de la calle de Alec, ya empezaban a dolerme los riñones por los golpes rítmicos de la parte baja de la mochila en mi espalda. Como los tambores indicando la marcha que debían seguir las tropas, ese pulso me había perseguido durante todo el trayecto, dándome ánimos y a la vez recriminándome que no pudiera ir más deprisa. Era rápida, era ágil, y estaba acostumbrada a hacer deporte, así que, ¿por qué mis piernas simplemente no se movían a la velocidad que yo quería? El aire era mucho más denso ahora que los latidos desbocados de mi corazón, en parte por el ejercicio y en parte por los nervios, no me dejaban escuchar mis pensamientos.
               Derrapé en las piedras del sendero de entrada a su casa y por poco me caigo al suelo, pero de nuevo mis reflejos consiguieron salvarme. Salvé el escalón de la entrada de un salto, y presioné el timbre con tanta insistencia que me costó apartar el dedo de él. Sólo una voz en mi cabeza diciéndome que intentara tranquilizarme, que no había necesidad de ponerse así de nerviosa y que todo tendría una explicación lógica, fue lo que me hizo acabar con el repiqueteo.
               Pero yo sabía que no me estaba comportando de forma exagerada. Puede que el mundo me viera como una paranoica, pero las semanas que habíamos pasado Alec y yo peleados, y las que estaban pasando ahora Scott y Tommy, me hacían tener motivos de sobra para preocuparme. Por mucho que las voces de mi cabeza me dijeran que puede que sólo se hubiera quedado dormido, yo sabía que Alec no se dormiría y se perdería un amanecer. Y no había pasado nada que hiciera que no me enviara el mensaje. Incluso si se hubiera caído la red, lo habría terminado recibiendo. A una hora diferente, puede que cuando yo me conectara, pero estaría ahí.
               Y, sin embargo, ahí estaban los dos mensajes, uno en azul y otro en blanco, poniendo broche a nuestra conversación, la última piedra de la catedral que estábamos construyendo.
Hoy no voy a poder hablar, sol, me quedo a dormir en la habitación de Scott que descanses

Vale, no te preocupes descansa tú también, mañana nos vemos

               Descansa tú también. Descansa tú también. ¿Descansar de qué? Si yo apenas estaba haciendo nada. Todo el peso de la pelea de Scott y Tommy lo estaba cargando él sobre sus hombros; él, y nadie más que él. Más tarde lo comprobaría, pero ahora…
               La puerta se abrió y yo contuve el aliento, deseando que alguien de cabello de tonos de chocolate caliente que tan bien casaba con los dulces sentimientos que me despertaba, y mechones aún más ensortijados de lo que me tenía acostumbrada por haberse levantado de la cama, me estuviera esperando al otro lado. Con un bostezo, rascándose un omóplato y haciendo que la camiseta que se ponía para bajar a desayunar se le subiera y me mostrara la línea perfilada de sus abdominales, Alec sonreiría.
               -Me preguntaba cuánto tardarías en venir corriendo al ver que me había olvidado de ti.
               Y yo le respondería que sólo me había apresurado porque necesitaría una barra de labios que le había prestado a Mimi, aún no se sabía cuándo ni con qué pretexto, porque a Mimi le gustaba maquillarse, pero apenas lo hacía por su timidez. O eso me había contado Eleanor. Los dos nos reiríamos y continuaríamos con nuestra mañana, esta vez juntos, casi como si yo hubiera dormido en su casa…
               … sólo que aquellas esperanzas no salieron de mis sueños, tal y como me temía. Quien me había abierto la puerta no era Alec, sino su madre; Annie llevaba el pelo recogido en un moño apresurado, una chaqueta de chándal que a todas luces era de su hijo, y sus cejas arqueadas como si fueran parte de la estructura del Coliseo Romano.
               -Sabrae… qué sorpresa-comentó, y aunque mi presencia en su casa sería agradable a lo largo de los años por todo lo que eso implicaría con su hijo (que estaba con él, que le hacía feliz, y se sentía cómodo llevándome a casa), que me presentara así, de sopetón, no dejaba de contrariarla-. ¿Te encuentras bien? Parece que hayas venido corriendo.
               -Sí-jadeé, apoyándome en el marco de la puerta al darme cuenta de que la mochila me pesaba horrores y apenas tenía aliento para mantenerme en pie, ya no digamos una conversación-. Es que… lo… sien… to.
               -Respira, cariño. No tenemos prisa. ¿Qué te pasa?
               -Es que... Alec… ¿está en casa?-pregunté con el corazón en un puño. Por favor, que estuviera en casa. Por favor, que se hubiera dormido. Por favor, que Annie estuviera a punto de subir a regañarlo.
               -No-Annie arrugó la nariz-. Ya está en el instituto. Cuando yo me levanté, ya se había marchado. Mary me ha explicado que tenía un examen, y había quedado con las gemelas y Jordan para repasar en el instituto. Abren la sala de estudio una hora antes para los de último curso, ¿no? Seguro que Scott jamás ha tenido que utilizarla-Annie puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos-. ¿Para qué lo querías?
               No está en casa. No está en casa. No está en casa.
               Lo de la sala de estudio era mentira. Los conserjes llegaban apenas 15 minutos antes que los primeros estudiantes; 20 minutos más tarde, sonaría el timbre y todos tendríamos que estar en clase. La sala de estudio se abría a primera hora, sí, pero después de que sonara el timbre, y permanecía abierta hasta las 6 de la tarde, cuando los del turno de tarde estaban en pleno horario lectivo.
               -Es que… es que…-jadeé, tragando saliva y luchando por no vomitar. Tenía que ir a buscarlo, y tenía que salir ya, si quería minimizar los daños. Porque estaba claro que no estaba bien. No se habría pirado de su casa con una excusa tan pobre si no hubiera pasado algo muy, muy gordo.

               -¡Saab!-llamó Mimi desde la parte de arriba de la escalera de su casa, ya ataviada con el mismo uniforme que yo, en una talla menos a pesar de que ella era más alta-. ¿Has venido por lo del cuaderno?-se bajó de un salto de las escaleras y se descolgó la mochila de un hombro para poder abrirla y tenderme una libreta de espiral con portadas imitando al mármol-. Alec me la estuvo enseñando anoche-alzó las cejas al ver mi expresión asombrada, disimula, so lerda-, espero que no te importe. Tus dibujos son geniales.
               -Sí, ¡sí, mi libreta! La necesitaba para el proyecto de Artes-le expliqué a Annie, volviéndome hacia ella-. Tenemos que rellenar un cuaderno con bocetos para clase; cuenta el 40% de la nota y el 30% es sólo el seguimiento, porque ser artista conlleva cierta disciplina-solté, y Annie asintió con la cabeza-. Se me había olvidado que hoy me tocaba sesión de control, y claro…-miré a Mimi-. La tengo a primera hora, así que no podía arriesgarme a no cruzarme con él por los pasillos y que me la diera.
               -Además, con lo despistado que es, seguro que se la dejaba en casa-aportó Mimi.
               -Sí, bueno, tampoco es tan despistado con las cosas de los demás. Especialmente con las mías-comenté, y noté que me sonrojaba por lo mal que estaba mintiendo. Era imposible que Annie se tragara esas trolas.
               -Ya veo, ¿puedo echarles un vistazo yo también?-preguntó Annie, y yo asentí con la cabeza y le tendí la libreta, pero Mimi la cogió al vuelo y la cerró a la velocidad del rayo.
               -¡No! Mamá, sería súper raro. Sabrae dibuja muy bien, pero no quieres ver estos dibujos.
                -Sí, son sólo bocetos, claro. Un artista jamás deja que vean su obra terminada-me puse los brazos en jarras.
               -Vamos, mujer, el talento te viene de familia-insistió Annie, alargando la mano hacia la libreta.
               -Mamá. Sabrae ha dibujado a Alec.
               -Pues con más razón…
               -No, me refiero a que lo ha dibujado desnudo.
               Clavé en Mimi los ojos de una lechuza. Ella, por su parte, ni siquiera se molestó en intercambiar una mirada conmigo. Annie, a su vez, se quedó mirando a su hija un momento, alucinada, y luego, me miró a mí, absolutamente escandalizada. Dios mío, no sabía dónde meterme. Mi suegra (bueno, dejémoslo en suegra en funciones) pensaba que era una pervertida que dibujaba a su hijo en bolas, como esos pseudo artistas de Instagram que comparten fotos de tías desnudas fingiendo que es empoderante en lugar de una forma más de sexualizar y cosificar a la mujer.
               -Oh-pronunció por fin Annie, rompiendo así el incomodísimo silencio. Quería que me tragara la tierra. Me cambiaría el nombre a Juana, me mudaría al Perú y me dedicaría a criar alpacas. No volverían a verme el pelo en este hemisferio, eso tenlo por seguro.
               -Sí.
               -Y… ¿puedo saber por qué has dibujado a mi hijo desnudo para un proyecto de clase, Sabrae?
               -Es que… es que… tenía que hacer un apartado sobre… eh…
               -¡Sobre anatomía!-celebró Mimi, y yo la señalé con el índice.
               -Sí, ¡sí! Sobre anatomía. Y, bueno, tenía que hacerlo de un chico y una chica, y claro, no le iba a pedir a Scott que se quitara la ropa. Sería muy raro, es decir… es mi hermano.
               -Es tu hermano-asintió Mimi.
               -Es mi hermano-asentí yo.
               -Es su hermano-asintió Mimi en dirección a su madre, que puso los brazos en jarras.
               -Ya.
               -Así que… se lo comenté a Alec y él dijo que sin problema. Es decir, le gusta mucho presumir, ya le conoces.
               -Ni que lo digas-Mimi puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -Así que… pues eso. No fue incómodo ni nada por el estilo, ni tampoco nada perverso. Es un poco más difícil dibujar a un chico desnudo porque… bueno, ya sabes. Tienen cosas que cuelgan, y claro, hay perspectiva…-Sabrae, ¡CIERRA LA BOCA YA!-, y necesitaba varios ángulos por…-Dios mío, pero si estaba moviendo las manos a la altura de mi entrepierna como si estuviera haciendo malabares. Perú estaba demasiado cerca. Me mudaría a Júpiter, eso como mínimo-. Bueno, que le he usado pero sin fines sexuales. Además… ni siquiera se le ve la cara-añadí, lanzando a ciegas un triple desde el centro del campo. Crucé los dedos por detrás de mi espalda, suplicando a cualquier dios que pudiera oírme (el mío, el cristiano, el judío, el budista o el de cualquier otra religión que por favor, me ayudara) y me mordí el labio, esperando la reacción de Annie.
               Finalmente, la madre de Alec asintió despacio con la cabeza y se abrazó la cintura.
               -Ah. Vale. Bueno-se encogió de hombros-, pues si no se le puede reconocer…
               -A Alec le ofendería que insinuaras que no pueden reconocerlo por su pene, mamá-Mimi puso los ojos en blanco. Annie parpadeó.
               -Sinceramente, me preocuparía que alguien del profesorado reconociera a tu hermano por su pene, Mary-la fulminó con la mirada-. Bueno, chicas, no os entretengo más. Sabrae…-contuve la respiración. Que no me prohibiera acercarme a su hijo, por favor. Le quería demasiado para poder soportar la distancia-, suerte con tu proyecto de Artes, aunque no creo que la necesites. Ya me contarás.
               Y, sin más, desapareció por el interior de la casa, probablemente en dirección a la cocina. Respiré aliviada cuando Mimi salió de la casa y cerró la puerta.
               -Gracias-cuchicheó, alejándose de su casa con un paso coordinado con el mío-. Me has seguido muy bien el rollo, Saab. Has estado increíble, deberían darte un Oscar.
               -Pensé que iba a vomitar-gimoteé-. No entiendo cómo puede dárseme tan bien cantar, y tan mal actuar. Definitivamente, soy hija de mi padre, ¿eh?-bromeé, y ella sonrió, guardando la libreta en su mochila-. Oye, ¿por qué no pensaste en algo más fácil de disimular como, no sé, unos ejercicios de Matemáticas o unos poemas para Lengua? ¿Tenían que ser dibujos?
               -¡Es lo único que se me ocurrió, Sabrae! Simplemente, lo relacioné. Tu hermano dibuja a Eleanor, así que mi cabeza hizo la asociación. Además, ¿qué importa?-sacó de nuevo la libreta y la abrió por una página al azar-. Está en blanco. Iba a empezarla hoy. Pasara lo que pasase, mi madre descubriría que la estábamos engañando si la abría.
               El estómago se me dio la vuelta al darme cuenta de lo cerca que habíamos estado del peligro.
               -¿Por qué te urgía tanto encontrar a mi hermano?
               -Verás… te va a parecer una locura, y seguramente pienses que soy una verdadera sociópata, pero…-Mimi parecía calmada, así que yo estaba un poco más tranquila viendo que había alguien que no había perdido los papeles en aquel universo de locos-. Alec siempre me envía un videomensaje del amanecer. Todos los días, sin faltar ni uno solo. Excepto, claro, cuando nos peleamos. Pero, al margen de eso, no ha fallado ni una sola vez. Dice que siempre se despierta, y…
               -Sí, en su habitación tiene una claraboya, y mamá está harta de que se crea Tarzán y no haga más que escalarla, pero él no quiere cerrarla. Dice que se irá de casa como se la tapie, y Dios nos libre de que el promedio de polvos en nuestro hogar baje de mil al mes-Mimi puso los ojos en blanco y yo me eché a reír, nerviosa.
               -El caso es que esta mañana no me ha enviado nada, y, la verdad, viendo cómo están las cosas con Tommy y Scott…
               Mimi se detuvo en seco.
               -¿Qué?
               -¿Cuánto hace que no hablas con él?
               -Pues… desde ayer por la noche, ¿por qué?
               -¿No te ha enviado absolutamente nada desde ayer por la noche?-quiso cerciorarse, con la voz escalándole varias octavas a medida que avanzaba en la frase. Su expresión de tranquilidad rápidamente dio paso a una máscara de mal disimulada angustia. En ese sentido, era igual que su hermano: podía leerla como a un libro abierto, aunque creo que, con Mimi, no era algo especial. Alec, por el contrario, era claro y cristalino porque yo le conocía como nadie más lo hacía.
               -No. Por eso he venido. ¿Qué pasa, Mimi?
               -Se fue de madrugada a casa de Tommy-reveló, y sentí que el universo a mi alrededor se desintegraba y yo perdía todo punto de apoyo. Era la misma sensación que tienes en la playa, cuando nadas demasiado lejos de la orilla, tratas de ponerte en pie y descubres que no puedes. La misma certeza de que has bailado demasiado cerca del borde del abismo, y la repentina ingravidez que te envuelve no es un salto: es una caída-. Y todavía no ha vuelto. Le he enviado varios mensajes, a él y a Eleanor, pero... ninguno de los dos me ha contestado. Supuse que sería porque estaba ocupado hablando contigo.
               Con un sabor metálico adormeciéndome la lengua, logré preguntar:
               -Mimi… ¿tienes idea de lo que ha pasado?
               -No-gimió, abrazándose el vientre y mirándome a través de una cortina de lágrimas-. Yo… Eleanor me llamó de madrugada, y me pidió que le pidiera a Alec que fuera a su casa. Esta mañana al despertarme he decidido ir antes al instituto para ver cómo está ella, y que me lo cuente todo en persona, pero… Saab, no sé si irá ninguno de los dos.
               No necesité que me dijera nada más. Y ni siquiera pensé en ir al instituto. Sabía que Alec no estaría allí, como también sospechaba que no estaría en casa de los Tomlinson. La casa de Tommy y el resto de su familia quedaba cerca de la mía, pero no de la de Alec, y yo tenía una corazonada de dónde podía encontrarlo. Era una marinera que, milagrosamente, consigue hacer oídos sordos de los cantos de las sirenas y encuentra el camino seguro entre las piedras afiladas y los arrecifes de coral. Llevaría a mi tripulación sana y salva a nuestro puerto de siempre, y no habría ni una sola viuda más a nuestra llegada de las que ya había a nuestra partida.
               -Ve al instituto. Si está allí, avísame, e iré a buscarlo. Creo que sé dónde está.
               Sin tan siquiera despedirme, me alejé de Mimi otra vez al trote. Tenía las piernas agarrotadas de la carrera que me había pegado para llegar a su casa, y ahora que me había quedado quieta unos minutos, mis músculos se habían enfriado y me costaba muchísimo más ponerlos en pleno funcionamiento. Mis pisadas en el asfalto húmedo y resbaladizo no me permitieron escuchar cómo Mimi también echaba a correr, dispuesta a remover cielo y tierra y no dejar ni un solo rincón de nuestro instituto sin inspeccionar para encontrar a Alec y a Eleanor, o a cualquiera de los dos, para que pudiera decirle dónde estaba el otro.
               Ojalá yo no fuera tan egoísta, pero estaba tan preocupada por Alec que no podía dedicarle ni medio pensamiento a Eleanor, y eso que ella no sólo estaba en plena línea de fuego, sino que era la que había iniciado el uso de la artillería pesada.
               Sólo me permití respirar tranquila cuando vi las copas de los árboles del parque del barrio recortándose contra la fría mañana londinense, surgiendo entre las casas como manzanas caramelizadas de una variedad negra como el carbón. El tímido sol que ocultaban las nubes debería darme de lleno en la cara y cegarme, pero el cielo estaba tan encapotado que era imposible saber qué hora era: mañana, mediodía, tarde o atardecer. Mis pies aterrizaron en el asfalto de los senderos entre parterres de flores y montículos de césped sobre los que los perros más madrugadores ya se paseaban, adornándolos con las luces de vaho que salían de sus hocicos.
               Distinguí a lo lejos el templete que coronaba el montículo más elevado del parque, detrás del cual se abría el estanque de los patos y los cisnes, con los pequeños puestos de comida a sus pies.
               Un poco más abajo, a la sombra del sauce llorón cuyas ramas me habían servido mil y una veces de cañas de pesca para las carpas del estanque durante mi infancia, estaba el banco. El Banco.
               Y, en esa silueta rectangular, destacaba una figura de contornos mal definidos, muy impropios de un tipo de mobiliario de exteriores y más bien característicos de un ser vivo. Corrí en aquella dirección mientras la figura emitía al aire enormes nubes claras de significados oscuros, que se helaban en su ascenso al cielo, con las que intentaba quemar sus preocupaciones.
               Alec no se movió cuando me escuchó llegar. Demasiado entregado a su tarea de convertirse en un volcán humano, tenía la vista perdida en un punto fijo en el suelo en el que no había nada. Su cabeza estaba muy lejos de mí, volando a toda velocidad en un cosmos caótico que no hacía más que abalanzarse sobre él, y mis pasos no eran más que otras explosiones a su espalda, recordándole que tenía que ser más fuerte, más rápido, llegar más lejos.
               Sólo cuando rodeé el banco y me planté ante él, dejando mis huellas marcadas en el césped que se había interpuesto entre nosotros (ni en broma seguiría el sendero serpenteante si eso significaba tardar más, aunque fuera una milésima de segundo, en llegar hasta él), levantó la vista. Bajo sus ojos había dos círculos cerúleos de unas ojeras que jamás le había visto, ni siquiera cuando se iba de fiesta y no volvía hasta pasados dos días de marcha sin parar; sus retinas estaban inyectadas en sangre, como si hubiera consumido una droga que no le hubiera hecho el efecto deseado, y su mirada tenía el cansancio del anciano enamorado que lleva demasiados años sufriendo la viudedad.
               Se me cayó el alma a los pies al verlo tan derrotado; ni siquiera cuando nosotros nos peleamos había tenido esa pinta de acabado. Era todo lo contrario a lo que yo había visto de él las dos veces que lo habíamos mandado todo al traste: inerte donde antes estallaba, era una ciudad que había sufrido una catástrofe nuclear. Un niño indefenso en el cuerpo de casi un hombre, un turista que no chapurrea ni una palabra del idioma del país en el que se ha perdido en lugar del rey de los idiomas que yo aún no sabía, sólo sospechaba, que era. Un amigo ausente en lugar de ese ángel de la guarda que había sido para mi hermano y para Tommy, y también para Logan, y para Bey, y para Jordan, y para todos sus amigos en algún momento de su vida, y para su familia… y para mí. Un ángel sin alas, Superman sin kriptonita.
               Un sol apagado.
               Sus ojos chispearon con ilusión cuando me reconoció entre la bruma de su desesperación, y su aura llameó un segundo con alivio. Puede que yo fuera suficiente para volver a prender fuego a su alma y así desterrar la oscuridad.
               -Alec-jadeé, haciendo que una pequeña nube se escapara de entre mis labios. Mi jadeo lo devolvió a la vida: se incorporó rápidamente, con la agilidad de un depredador, y, antes de que yo pudiera darme cuenta, me estrechaba entre sus brazos con una desesperación que me heló la sangre y me cerró la garganta. No podía respirar, tanto por la fuerza con la que él me estaba sujetando entre sus brazos como por el miedo que me daba la impotencia con la que lo hacía.
               -Sabrae-replicó él, en un tono de una adoración tan absoluta que me sorprendió no empezar a brillar. Jamás había escuchado a nadie impregnar su voz con tanto alivio; ni los más creyentes conseguían sonar así cuando presenciaban un milagro. Me hizo sentir una diosa de nuevo, aunque esta vez, yo estaba vestida y mi divinidad era diferente: no le maravillaba, sino que la necesitaba. Si no estuviera allí, no sabría qué hacer. Mi presencia le daba sentido a todo por lo que estaba pasando.
               Hundió la nariz en mi cuello e inhaló el aroma que desprendía mi perfume de todos los días con la ansiedad de un cocainómano que va a recaer con todas sus ganas. Sus dedos se hundieron en mi carne cuando me pegó más a él, de forma que nuestros cuerpos se confundieron por un instante, nuestros átomos entrelazados con tanta fuerza que ni un agujero negro podría separarlos. Le rodeé el cuello con mis manos y exploré su pelo con mis dedos, tranquilizándolo. Su pecho subía y bajaba a intervalos irregulares, intentando conseguir oxígeno en un ambiente raro en el que apenas había aire. Parecía a punto de echarse a llorar.
               -Ya está-susurré, dándole un beso en la mejilla y acariciándole la cara, el cuello, los hombros, las manos-. Ya está. Ya estoy aquí.
               Él tomó aire con fuerza, llenando hasta el último rincón de sus pulmones. Cerró los ojos un momento, se desplomó de nuevo sobre el banco y, con las piernas separadas, se llevó la mano al bolsillo de los vaqueros, del que extrajo una cajetilla de tabaco casi acabada. Fue entonces cuando me fijé en que el suelo estaba lleno de cigarros consumidos prácticamente hasta el filtro, así como de una lluvia de colillas que hacían parecer el asfalto a los pies de Alec un campo de batalla en el que no había habido supervivientes. Las innumerables colillas eran insectos que se habían acercado demasiado a la luz de las lámparas de exteriores que abarrotaban los chiringuitos de los paseos marítimos cada verano.
               Con una mano tan temblorosa que parecía sufrir de Párkinson, Alec sacó otro cigarro de la cajetilla, se lo colocó en la boca, y rebuscó hasta encontrar un mechero. Intentó prenderlo sin éxito una, dos, tres, cuatro, cinco veces, hasta que yo se lo cogí de las manos y me incliné hacia él. Sus ojos se levantaron para encontrarse con los míos mientras hacía bailar una pequeña llama con forma de lágrima en el extremo del mechero, y la acercaba a su cigarro. Sorbió con fuerza para encenderlo y, cuando lo hubo conseguido, tosió y escupió el humo entre dientes.
               Me senté a su lado, guardé el mechero en la cajetilla y, abrazada a su brazo, me dediqué a contar los cigarros que se había encendido desde que estaba en el banco. Con mis dedos dibujando figuras en su antebrazo, no dijo absolutamente nada, sino que se limitó a fumar como si se quisiera comer el cigarrillo, con largas caladas que hacían disminuir la superficie blanca en detrimento de las cenizas a toda velocidad.
               Por fin, se terminó el cigarro, lo lanzó bien lejos y pisoteó los que había en el suelo, abriéndolos con la suela de su zapato. Se inclinó hacia delante, de forma que sus codos estuvieran anclados en sus rodillas. Cuando tragó saliva, la nuez de su garganta subió y bajó con la determinación de una guillotina, y yo supe que hablaría con la voz rota cuando me preguntara:
               -¿No deberías estar en clase?
               -Yo podría preguntarte lo mismo.
               Entrelazó los dedos de las manos y comentó con amargura:
               -No sirvo para nada.
               Le acaricié el cuello y le di un beso en el hombro.
               -¿Por qué no me cuentas qué es esa cosa que te preocupa?
               -¿Quién dice que me preocupe una cosa?
               -El videomensaje que no me has enviado esta mañana.
               Se volvió para mirarme, desconcertado. Por un momento, parecía completamente fuera de lugar, un extranjero en un parque de los barrios residenciales de las afueras de Londres; bonito, sin duda, pero que no merecía la pena visitar si tu estancia era corta.
               -Yo… lo siento, bombón. No quería… Dios… tengo tantísimas cosas en la cabeza…-se pasó una mano por el pelo, sacudió la cabeza una vez más y se recostó en el respaldo del banco. Busqué su mano y entrelacé mis dedos con los suyos, depositando un nuevo beso en su piel; esta vez, le tocó a su cuello.
               -No te preocupes. Que se te haya pasado no puede importarme menos. Lo que sí me preocupa es qué ha hecho que se te olvide-añadí, abriendo la palma de su mano y jugando a seguir las líneas de sus venas, que se bifurcaban por la extremidad como un río en su desembocadura.
               -Si te lo cuento, se volverá real. Y no quiero que sea real, Sabrae-me miró de nuevo con esos ojos de niño perdido-. No quiero que nada de lo que ha pasado estos últimos días sea de verdad. Quiero despertarme y estar en tu cama, y que tú estés desnuda a mi lado, y que Tommy y Scott se metan con nosotros porque hemos hecho mucho ruido por la noche. No quiero vivir una vida en la que tu hermano y Tommy no sean amigos-se le quebró la voz-. Eso significa que no existen, y yo no puedo vivir sin ellos.
               -Todo se va a arreglar, Al-le aseguré, acariciándole la mejilla con el pulgar. Notaba su pulso acelerado en la palma de mi mano, allí donde su aorta presionaba mi piel-. Si me lo cuentas, le encontraremos una solución.
               -¿Tu hermano está bien?-preguntó de sopetón, y yo asentí despacio con la cabeza.
               -No te preocupes, mi sol. Scott está perfectamente. Todo saldrá bien. Venga, desahógate conmigo, amor-le acaricié la espalda y él se pasó ambas manos por el pelo, entrelazándolas en su cuello mientras se encaraba al suelo, derrotado. Respiró profundamente un par de veces.
               Tomó aire como quien se dispone a hacer un salto mortal y hundirse en el océano varios metros, asintió con la cabeza y se incorporó para quedar a mi altura, aunque siguió sin mirarme. Puede que le doliera demasiado. Se sentía un fraude, inmerecedor de la confianza que todos habíamos depositado en él. Creía que nos había fallado, cuando en realidad, le habíamos fallado todos dándole una responsabilidad demasiado grande, dejando que la acaparara y la soportara solo.
               -Ayer, mientras estabais en el despacho del director… Diana y Megan no pararon de insultarse. Yo no estaba prestando demasiada atención; al fin y al cabo, Diana sólo le decía verdades, y Megan es una zorra de campeonato, una puta y una mentirosa, así que todo lo que salía de su boca no era más que mierda a la que yo no pensaba darle ningún crédito… pero entonces, empezó a echarle en cara… cosas… a Diana.
               Se quedó callado y, por primera vez, me miró. Pregúntame. No puedo hacerlo solo.
               -¿Qué tipo de cosas?
               -Cosas que había hecho Tommy durante la ausencia de Diana. Él se…-se relamió los labios, buscando las palabras, y frunció el ceño-. Se acostó con Megan.
               Mis dedos, que le estaban acariciando el cuello, se separaron de él como si quemara.  Megan y Tommy. ¡Era verdad! En otra vida, hacía muchísimo tiempo, Diana nos lo había contado entre lágrimas, cuando vinieron a buscarme un día que yo estaba fatal, sola, herida, abandonada… sin Alec. Me había envuelto en mi propia pena y había pasado mi penitencia sin pensar en nadie más, tan abstraída por lo que me había sucedido con mis amigas que no había vuelto a pensar en las cosas que le hacían daño a otras personas que no fueran yo. Diana lo había tenido peor: mientras que ella había renunciado a su vida en Nueva York, una vida en la que lo tenía todo (para empezar, una carrera meteórica en un mundo tan competitivo como el de la moda) y había vuelto para estar junto a Tommy, sólo para descubrir que él no le había sido fiel en su ausencia, yo “sólo” había perdido a Alec y a mis amigas. Pero, por lo menos, me habían sido fieles mientras estábamos juntos.
               Recordé cómo me había impactado escuchar la confesión de los pecados de Tommy de boca y acento de la americana. ¿Tommy y Megan? Pero, ¡si él la tenía superadísima! Scott se había encargado de que así fuera, obligándolo a ir a fiestas cuando no le apetecía nada, animándolo a estar con otras chicas que le atraían porque un clavo sacaba a otro y era absurdo que fuera fiel a alguien a quien ya no le ataba nada… y, una de esas chicas, había sido Diana. Diana había sido la definitiva. Tommy se había enamorado de ella, y ella de él, ¡si incluso había vuelto de Nueva York para estar juntos! ¿Y Tommy metía la pata de esa manera?
               ¿Scott le había dejado hacer eso?
               Esta vez, quien se relamió los labios para confesar algo que le dolía, fui yo.
               -Lo siento muchísimo, Al. Yo… ya lo sabía-parpadeó, estupefacto, y yo me apresuré a explicarme-. Lo siento de verdad. Diana me lo contó, pero… fue cuando estábamos peleados, y… sinceramente, yo lo pasé tan mal, que simplemente lo aparté en un huequecito de mi memoria y… se me olvidó. Hasta ahora, que lo has mencionado.
               Se mordió el labio y asintió despacio con la cabeza.
               -Lo entendería si te enfadaras conmigo. Soy imbécil por haberlo olvidado, y te lo habría puesto todo mucho más fácil. Lo siento de veras, amor-le puse una mano en el hombro, esperanzada, y él me dio unas palmaditas en ella y asintió con la cabeza.
               -Da igual. Yo también lo pasé mal, y tampoco estaba para los dramas de los demás. No te martirices, es sólo que… ¡joder! Me siento un imbécil por no haberme dado cuenta de lo que estaba pasando. Ya ha habido cuernos antes en nuestro grupo, bien lo sabes. Pero fueron tan diferentes… Scott cortó toda relación con Ashley; Tommy, en cambio, ha seguido con Diana. Y yo no puedo dejar de pensar en que, si hubiera estado ahí… nada de esto hubiera pasado.
               -No digas eso. Tú no eres responsable de las acciones de los demás.
               -Piénsalo, Sabrae. Ya sabemos cómo se pone Tommy cuando bebe, y no llevaba nada con Diana cuando pasó.
               -¿Tú sabes cuándo fue?
               -Una noche en que tu hermano no estaba para vigilarlo… y yo tampoco. Joder-se frotó la cara y negó con la cabeza-. Todo esto es culpa mía. Si no pensara tanto en meterla y dedicara un poco más de tiempo a mis amigos, pues… esto no pasaría.
               -Alec, para, ¿qué dices? Eres un amigo genial. Les tienes muy presentes. Todo el mundo mataría por ser amigo tuyo, nos das a todos más de lo que nos merecemos.
               -Ya, bueno. No estoy tan seguro de eso-se cruzó de brazos y bufó-. Pero… el caso es que las cosas empezaron a ponerse feas entre las chicas; por suerte, vosotras salisteis y Fitz nos mandó entrar, así que la sangre no llegó al río, pero… creía que las cosas entre ellos iban mejor, Sabrae-me miró-, pero no es así. No han dejado de pelearse desde que Tommy se lo contó. Literalmente, la única relación que tienen dentro de casa es sexual. No se dirigen la palabra más que para preguntarse si tienen ganas de follar. ¿Te imaginas? Es como si tú y yo viviéramos en la misma casa y no habláramos más que esas palabras. El sexo de esa manera es muy jodido, Sabrae. Hace que te comas el coco de una forma inimaginable-se tocó la sien y yo tragué saliva con un nudo en la garganta.
               -¿Lo dices por experiencia propia?
               -¿Qué? No. Yo follaba como un cabrón, y me tiraba todo lo que se movía, porque lo disfrutaba y me hacía bien. Tommy, por el contrario, lo hace porque está en una puta espiral de autodestrucción de la que es incapaz de salir… todo porque no encontramos la manera de hacer que las cosas con Scott vuelvan a su cauce.
               -Si le hacía bien, aunque sólo fuera un poco…
               Me miró por debajo de las cejas.
               -Tú eres mi Diana, Sabrae. Si yo te pusiera los cuernos y tú me pusieras de vuelta y media (lo que me merecería, por otro lado), lo último que se te ocurriría seguiría seguir follando conmigo, ¿y sabes por qué?
               -Porque nos haría más daño.
               -Exacto. Nos haría más daño que estar separados. Es como... los polvos con Diana le recordaban a Tommy constantemente lo que había tenido y perdido, pero a la vez, creo que no renunciaba a ellos porque, tal y como están las cosas para él, un pedacito de cualquier cosa, por muy tóxica que sea, es mejor que nada. Y yo no he sabido ver que le pasaba eso-se llevó una mano al pecho, herido, y yo tomé aire y lo solté muy despacio.
               -No puedes pretender ayudar a todo el mundo, Al. No hay ser humano que pueda cuidar de todas y cada una de las personas que tiene a su alrededor. Por eso es importante saber pedir ayuda, para que te puedan tender la mano. No tienes la culpa de que Tommy no te haya dicho nada de esto antes.
               -Es mi amigo. Debería haberlo sabido-negó con la cabeza, cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz.
               Le di otro beso. Cuando las voces de tu cabeza te dicen que no eres suficiente y te sumen en el invierno, da igual lo mucho que te digan que te vales; lo único que te ayuda es que te calienten a base de darte cariño.
               -No puedes pasarte las 24 horas del día en todas partes. Y estoy segura de que a él le animaba muchísimo que te pasaras a verlo. Si hay alguien que no ha hecho nada mal en todo este desastre, eres tú, Al. Siempre has estado donde tenías que estar. Siempre-le acaricié de nuevo el cuello, jugando con el nacimiento de su pelo, una flecha del color del tronco de un árbol. Apretó los labios y me miró.
               -No. No siempre. ¿Sabes que llevo varias horas fuera de casa?
               Asentí despacio con la cabeza, sintiendo que mis cejas dibujaban la silueta de una montaña.
               -Sí. De hecho, fui a buscarte allí antes de venir al parque. Mimi me dijo que te habías ido a casa de Tommy.
               -¿Y a que no adivinas qué fui a hacer?

ANTES

Me había metido en la cama con la vaga esperanza de que Sabrae, en un momento de lucidez de Scott, pudiera escaparse a algún rincón de su casa y llamarme por teléfono. Sólo con oír su voz, sentiría que aquel día de mierda acababa un poco mejor de lo que esperaba.
               Después de la pelea y durante la bronca de Fitz en su despacho, había sentido una sensación de vértigo y de tener la cabeza dándome vueltas que nada tenía que ver con mi situación tan precaria en el instituto. Podrían ponerme un parte, el último que mi expediente necesitaba para que le dieran carpetazo, y a mí no podía preocuparme menos.
               Lo que acababa de descubrir lo cambiaba todo, absolutamente todo. Había confiado en que Diana estaba molesta con Tommy por una de esas tonterías por las que se enfadan las tías, como que tardes mucho en hacerlas correrse o “te pongas pesadito con el sexo oral”; ya no digamos con cosas de convivencia a las que ellos dos se veían sometidos, por ejemplo, la famosa cuestión de la tapa de la taza del váter. Si veía a Tommy mal durante un tiempo, se daría por satisfecha y daría el paso final en dirección a la reconciliación, justo lo que yo necesitaba. Ella pondría la primera piedra y yo me dedicaría a construir el resto del edificio con el sudor de mi frente y la fuerza de mi espalda.
               Pero, claro, yo no contaba con que Tommy hubiera engañado a Diana con nada más y nada menos que la zorra de Megan. No es que hubiera tenido una conversación larga y tendida acerca de en qué términos habían dejado Tommy y Diana la relación en pausa cuando la americana volvió a su tierra natal para pasar las navidades con su familia, pero no hay que ser una lumbrera para saber que no puedes follarte a tu ex cuando tu novia se cambia de continente. Son normas básicas de la monogamia que hasta un novato como yo sabía que había que respetar, así que alguien tan versado como Tommy, que había tenido novia durante años, tenía que saber a lo que atenerse y tener la polla bien guardadita en los pantalones.
               Aquel desastre no iba a arreglarse tan fácilmente, y después de todo lo que yo tenía pensado, mis planes se caían sobre mi cabeza como la bóveda de una catedral a la que habían colocado mal los soportes. Necesitaba tiempo para pensar, hablar con Bey y reorganizarnos, guardar las distancias con Scott durante unas horas para que las cosas no se descontrolaran aún más…
               Mierda, tenía que trabajar, caí en el despacho de Fitz, mientras Tommy se disculpaba por algo que no había hecho él. Supongo que estaba equilibrando la balanza, regalando disculpas que no debía para compensar aquellas que les negaba a las personas más  importantes de su vida. Es más fácil pedirle perdón a alguien que no te importa que a alguien que sí lo hace, porque molestar a alguien que te da igual es algo nimio, pero hacerle daño a una persona que está ahí para ti es hacerte daño también a ti mismo.
               Deseé como agua de mayo que Sabrae me enviara un mensaje que lo cambiara todo, una señal que yo no sabía qué forma adoptaría ni en qué dirección me llevaría, pero que simplemente salvaría esas esperanzas que yo estaba perdiendo en mi poder. Reconciliar a Tommy y Scott estaba siendo más complicado de lo que yo pensaba que sería, y a cada día que pasaba, ellos se alejaban más y más difícil era intentar volver a juntarlos, como si fueran cohetes adquiriendo velocidad.
               Así que, cuando por fin me dormí, cansado y un poco desilusionado porque Sabrae había ocupado con eficiencia un puesto que me correspondía a mí, pero que egoístamente quería que abandonara por unos minutos, lo hice a las tantas de la madrugada. Tuve un sueño ligero, lleno de unas pesadillas que yo no recordaba, pero no tuvo importancia en cuanto sonó el teléfono de Mimi al otro lado de la pared. Todo mi cuerpo se puso en tensión.
               La razón de que no recordara mis pesadillas era que estaba a punto de meterme de cabeza en una.
               Escuché a mi hermana revolverse en la cama y abalanzarse sobre el teléfono, y, como si estuviera en su misma habitación, una voz amortiguada saliendo por los altavoces. No entendía lo que decía esa voz, ni tampoco pude ubicarla, hasta que mi hermana dijo un nombre, tan alarmada como la persona que la había despertado a las tantas de la madrugada.
               -¡Eleanor! ¿Qué pasa? ¡En inglés, Eleanor, me estás hablando en español!
               Una gota de sudor frío se deslizó a la velocidad del rayo por mi columna vertebral, y eso que estaba tumbado en la cama. Aquel aliento gélido me congeló las entrañas, y cobré conciencia en ese mismo momento de que no iba a recuperar la calidez en mi interior fácilmente. Tardaría muchísimo en ver salir el sol de nuevo, lo cual era una putada, la verdad. Sabrae decía que era un sol, y un sol frío no sirve absolutamente para nada. Es más, es que ni existe.
               Pero no era yo el que estaba dejando de existir.
               -¡Alec!-chilló mi hermana al otro lado de la línea, y yo no necesité más. Visto en retrospectiva, fue un milagro que mis padres no se despertaran y mi madre no saliera de la cama a toda velocidad para impedir que me fuera, o por lo menos, retrasarme. Supongo que el universo se había cansado de ser cruel y hasta él mismo se horrorizaba de la obra oscura que había creado, y allí iba yo, el recadero oficial de todo el mundo, a intentar solucionar el desastre. No esperé a que Mimi entrara en tromba en mi habitación, temblando como una hoja y vomitando frases inconexas sobre lo que tenía que hacer, informándome de lo poco que sabía: Eleanor estaba en su casa y me necesitaba, y yo tenía que apresurarme todo lo que pudiera, así que me puse una camiseta, la primera que cogí del armario, y me peleé con el agujero de la cabeza de una sudadera.
               Cuando mi hermana entró en mi habitación, estaba terminando de sacar los brazos de las mangas de la sudadera y rebuscando en el suelo en busca de unas zapatillas de deporte, las que fueran. Creo que pretendía ir corriendo.
               -Tienes que ir a casa de Eleanor. Le ha pasado algo a Tommy.
               Le ha pasado algo a Tommy. Le ha pasado algo a Tommy.
               Claro que sabía que le había pasado algo a Tommy. ¿Por qué iba a llamar Eleanor a Mimi para pedirle que fuera? Nada de lo que pudiera pasarle a Eleanor podía ser tan urgente y grave como para sacarme de la cama.
               Pero saber que le había pasado algo a Tommy y que Mimi me lo dijera eran dos cosas muy diferentes. Y mi cerebro se puso a trabajar a toda velocidad, minimizando el tiempo que me separaba de mi amigo.
               -Arranca la moto por mí-indiqué a Mimi, y ella salió corriendo escaleras abajo, siguiendo el mismo camino que yo haría unos instantes después. La moto ya ronroneaba cuando llegué al garaje, y Mimi estaba empujando la puerta metálica con todas sus fuerzas: no había tiempo para que se abriera de forma automática.
               -¿Llevas el móvil?-preguntó cuando me monté y le quité la pata a la moto, que emitió un bufido al sostener sus ruedas de repente todo su peso. La ignoré, porque no estaba para tonterías. Ni siquiera iba a ponerme el casco.
               -Cúbreme con mamá-le pedí, y, girando la manilla, pegué un acelerón e hice que la moto saliera disparada en dirección a la calle. Derrapé al llegar a la acera de Jordan, y volviendo la manilla, hice que la moto se lanzara hacia delante, en una carrera enloquecida digna de las de la televisión.
               No había nada más diferente de lo que se veía en la tele: ni glamour, ni cronómetros, ni baños de champán al llegar a meta, ni estadísticas indicando quién era el mejor piloto y cuál era la moto que más rendía. Era una carrera de uno, en la que sólo podía haber perdedores.
               Tardé demasiado tiempo en llegar a casa de Tommy. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde. Dejé la moto en el camino de entrada del garaje, sin molestarme en cerrarla ni tampoco en comprobarle si el pie había asentado correctamente, y subí de un brinco a su porche. No podía permitirme el lujo de perder unos segundos muy valiosos rodeando la plataforma y subiendo por los escalones. Llamé al timbre, pero nadie vino a abrirme. Por un momento pensé en echar la puerta abajo, pero decidí probar suerte y rodear la casa. Quizá no tardara tanto como sacando la puerta de sus bisagras, y puede que tuviera premio.
               Lo tuve. Vaya que si lo tuve. En cuanto di la vuelta a la esquina, me fijé en que el jardín estaba iluminado por un rectángulo de luz que se iba ampliando y atenuando a medida que se alejaba de su fuente. El comedor que daba al jardín y la piscina estaba ocupado por alguien, y puede que ese alguien me abriera las puertas correderas de cristal.
               Corrí hasta la esquina, la doblé de nuevo, y me topé de bruces con el motivo de la llamada de Eleanor. Ella estaba arrodillada en el suelo, los pies cerrados en garras de una forma extrañísima, nada propia de ningún humano, ni siquiera de los japoneses. Se inclinaba sobre algo que yo no podía ver, puede que un álbum de fotos que su hermano hubiera destrozado porque le dolía ver que su vida no tenía sentido sin Scott, porque Scott formaba una parte tan fundamental de…
               Eleanor se revolvió, intentando levantar ese algo…
               … y vi que no era un álbum de fotos.
               Ojalá hubiera sido un maldito álbum de fotos.
              

Supe que le estaba dando un ataque de ansiedad antes incluso que él. Se había quedado ahogado a mitad de la frase, demasiado agobiado para continuar, y su pecho había comenzado a subir y bajar de nuevo de esa forma arrítmica tan característica de las crisis de ansiedad. Nunca le había visto tener uno a él, pero sí había visto los suficientes en papá, y la solución que les daba mamá, como para reconocerlos y saber cómo tratarlos.
               -Alec, Alec, tranquilo-le dije, girándolo para ponerlo frente a frente conmigo y poder dejar mi pecho contra el suyo para indicarle cómo seguir-. Concéntrate en mi voz.
               -No sé qué… me está pasando… no puedo… res…
               -Lo sé. No te preocupes. No pasa absolutamente nada-le tranquilicé, acariciándole el pelo y besándole el cuello mientras él luchaba por conseguir más oxígeno. Estaba explotando ahora que podía hacerlo, ahora que no tenía que ser fuerte, y yo me alegraba de que lo hiciera. Prefería mil veces que lo hiciera conmigo a que las cosas le sobrepasaran cuando regresáramos a casa y estuviera solo en su habitación, donde nadie podría decirle que no se iba a morir, que aquello era un mal trago que iba a pasar tarde o temprano, pero que sobreviviría sin duda. Le puse los dedos en el cuello con disimulo y comprobé que tenía el pulso enloquecido. Cerró los ojos y le escuché contener una arcada, y yo le acaricié la espalda. No me importaba si me vomitaba encima. Si tenía que ser así, que fuera.
               Pero no le dejaría solo. Me necesitaba, y yo no iba a dejarlo solo.
               Jadeó, en busca de aire, hiperventiló y se separó de mí. Me puso una mano en el pecho para alejarme de él, en busca de aire, y yo respeté el espacio que estaba buscando porque sabía que acercarme a él y tratar de encerrarlo sólo serviría para empeorarlo todo mucho más. No podía ver, ni podía oír, ni podía tocar, pero me sentía allí, y yo me concentré en ser la encarnación de la tranquilidad.
               Se llevó las manos a la cara, lanzó un gemido y se echó a llorar.
               -Lo siento. Lo siento, lo siento, lo siento…-jadeó, clavándose los dedos en la nuca, tan fuerte que pensé que se haría sangre.
               -No pasa nada. No es culpa tuya. No tienes que contarme nada que te haga daño si no quieres. Me lo puedo imaginar.
               -No puedo respirar, Sabrae. Me va el… corazón a mil-jadeó, con ojos llorosos, con manos temblorosas y húmedas de un sudor frío que le estaba empapando la camiseta. Estiré las manos en dirección a las suyas y las sujeté con firmeza pero dulzura. Capturé las dos entre una de las mías, como si lo esposara, y le puse una mano en la mejilla para girarle la cara y hacer que me mirara.
               -Concéntrate en mi voz. Concéntrate en mi voz. Tu pasado no puede hacerte daño. Lo has hecho genial. Estás aquí. Tommy está aquí.
               Me miró con ojos de cordero degollado, absolutamente perdido en una maraña de pensamientos venenosos que iban a destruir su mente.
               -Todo esto que sientes está en tu cabeza. No vas a explotar. No vas a ahogarte. No hace tanto frío como piensas. No hace tanto calor. No estás perdiendo la consciencia. Es un ataque de ansiedad. No pasa nada. No pasa nada, Alec, cariño, no pasa nada-le aseguré, besándole la frente y acariciándole la cabeza, mientras él se deshacía en sollozos, terriblemente asustado. Lo único peor que tener ataques de ansiedad es tenerlos sin saber qué son. Tu cuerpo se vuelve completamente contra ti, y al ver que nada va como debería, tu cabeza se pone en modo alerta roja y las cosas van a peor a cada segundo que pasa, en una escalada de tensión digna de una película de terror bélico, todo mezclado.
               Papá jugaba con ventaja en ese sentido. En cuanto experimentaba los primeros síntomas, ya sabía lo que estaba pasando y buscaba a alguien que le ayudara a pasarlo un poco mejor. Alec no tenía ni idea de qué era lo que sucedía, y mi tarea de tranquilizarlo pasaba por hacerle entender que nada de eso que estaba pasándole era letal.
               -No pienses en eso ahora. Concéntrate en mi voz. Te gusta mi voz, ¿no?-sonreí, y él me miró, jadeante. Intentando parecer la criatura más calmada del mundo, parpadeé despacio y le presioné levemente las mejillas-. No te ahogas. Tus pulmones funcionan bien, ¿lo ves?-le puse una mano en el pecho-. Sólo necesitas una guía. Yo seré tu guía. Ven, ponme las manos en el pecho, así-se las tomé y las puse sobre mis pechos, y Alec volvió a echarse a temblar-. Vaya, nunca te había visto tan nervioso por tocarme las tetas-bromeé, y él sonrió tan levemente que creí que me lo había imaginado-. Mira, vamos a respirar los dos juntos. Haz un poco de presión… casi tanta como la que a mí me gusta cuando estamos en la cama, ¿vale? Un poco más… así, perfecto. ¿Notas mi respiración mientras cojo aire y hablo contigo?-asintió con la cabeza-. Vale. Pues vamos a seguirla. Yo voy a ayudarte, ¿vale? Te haré de guía y de diafragma externo a la vez. Mírame a los ojos, Al. Cuando te presione el pecho, suelta el aire; y cuando deje de hacer presión, cuando sólo te esté tocando el pecho, quiero que cojas todo el aire que puedas, como si fueras un globo aerostático de los que hay por el Mediterráneo. ¿Te acuerdas del Mediterráneo? Es un mar precioso, especialmente en Grecia. Piensa en Grecia, en las playas de arena blanca y las casitas de tejados azules. Las playas donde me vas a hacer el amor en verano. ¿La visualizas? ¿Te estás imaginando los globos de colores por el cielo del amanecer, dorado y naranja, como a ti tanto te gusta?-sonreí, calmada, y él asintió, con una respiración muy superficial, pero algo más relajada-. Bien. Quiero que seas mi globo aerostático. Llévame lejos, Alec. ¿Estás listo, mi amor?
               -Ssssssssssí.
               -Vamos allá. Mírame a los ojos-le toqué la barbilla y él parpadeó, cohibido. Le sonreí y él hizo una mueca en mi dirección, luchando contra los músculos de su cara. Empecé a inhalar por la boca, y luego, cuando su respiración empezó a normalizarse y su rostro adquirió de nuevo el color de siempre, pasé a hacerlo por la nariz-. Lo estás haciendo genial, Al. Genial. Vamos a seguir, ¿te parece? Quiero que alejes a esos demonios que te dicen barbaridades de tu cabeza. Necesitas distraerte. Busca en este parque cinco cosas que puedas ver.
               Frunció ligeramente el ceño.
               -Confía en mí, sol-me incliné y froté mi nariz con la suya en el típico saludo esquimal, e incluso me atreví a darle un suave beso en los labios-. Cinco cosas que puedas ver.
               -Los bancos. Los cisnes. Los árboles. Las nubes. El templete-comentó, dubitativo.
               -¡Genial! Lo estás haciendo genial, Al. Vale, ahora dime cuatro cosas que puedas tocar.
               -Pues… los bancos. Los árboles. Los muros del templete. Las sillas de la plaza.
               -Guay, tenemos una novedad. ¿Tres cosas que puedas oír?
               -Los graznidos de los patos. A los pájaros cantando. El agua del arroyo del estanque correr.
               -¡Perfecto!-me incliné de nuevo hacia él y le di otro beso como recompensa-. Ya casi estamos. Ahora necesito que me digas dos cosas que puedas oler.
               -Las flores. Y… eh… el sirope de chocolate de los gofres de los puestos. Y el césped recién cortado—añadió apresuradamente, y yo sonreí, acercándome a su pecho y casi sentándome sobre su regazo.
               -Qué bueno eres. Una de regalo. Eres un encanto-jugué con mis dedos en su pelo y él suspiró-. Y ahora… dime algo que puedas probar.
               Tragó saliva y miró mis labios.
               -No tiene por qué ser algo propio del parque. Puede estar por casualidad en el parque.
               -A ti-decidió, agarrándome de las caderas y sentándome sobre él-. A ti, bombón. A ti.
               Sonreí contra su boca.
               -Bienvenido de vuelta a la tierra, amor. Estoy orgullosa de ti. Lo has hecho genial. Has sido muy valiente.
               Alec inspiró hondo y, con el corazón en un puño, confesó:
               -Tenía mucho miedo. Nunca me había pasado esto.
               -No pasa nada. Es normal. Has reaccionado muy bien, me has hecho caso enseguida. Para ser tu primer ataque, lo has llevado fenomenal. Estoy muy orgullosa de ti, amor. Te haría el amor aquí mismo, sobre este banco, otra vez, si no hiciera tanto frío y ya hubiera gente paseando sus perros.
               Alec sonrió levemente.
               -¿Qué hay de nuestro período de abstinencia?
               -Te mereces un premio por ser tan genial-le di un abrazo y un beso sobre la cabeza, y él se desintegró en ese instante para poder fundirse con el universo.
               -Necesito seguir contándotelo. Necesito que alguien más lo sepa. Necesito ayuda, Sabrae.
               -Cariño, ¿no es para eso para lo que he nacido? Yo soy la otra mitad de Sabralec-le recordé, sosteniendo su rostro entre mis manos-. Estamos en esto juntos. Estamos en todo juntos.

De lo que Eleanor se estaba ocupando era del cuerpo inerte de Tommy.
               Mi cerebro se desconectó en ese momento y empecé a actuar por puro instinto, como un animal enjaulado. Le di una patada al cristal para romperlo y me abrí paso por entre los cristales afilados, corriendo a inclinarme sobre Tommy y Eleanor, que lloraba a moco tendido. Estaba arrodillada sobre el charco de sangre oscura de su hermano, que no crecía a la velocidad esperable de una herida tan grande como la que tenía en el costado, de extremos parduzcos e interior rubí. Manaba tan débilmente que nadie hubiera dicho que estaba saliendo de ella.
               -¡Joder! ¡Eleanor! ¿Tiene pulso?-pregunté cuando por fin llegué a ellos. Tommy estaba helado, aunque bien podía ser por haberse sentado en el suelo de una habitación sin calefacción con el pecho desnudo, una botella de alcohol a medio terminar volcada a su lado, haciendo que el líquido se mezclara con su sangre.
               -¡No se o encuentro!-sollozó, eso terminó de confirmar la terrible sospecha de lo que estaba pasando allí. Si la sangre manaba tan poco era porque no tenía pulso, o si lo tenía, era demasiado débil como para hacer que se desangrara. Puede que tuviéramos una oportunidad, que no hubiera llegado demasiado tarde, que Eleanor lo hubiera encontrado en el último segundo.
               Cada instante contaba, así que la aparté a la velocidad del rayo de al lado del cuerpo de su hermano, sin contemplaciones, y con una fuerza que yo no sabía que tenía, lo puse en pie y le pegué la cabeza contra la pared. Las yemas de mis dedos presionaron el punto en que sus arterias sobresalían en su cuello para llevar la sangre al cerebro mientras Eleanor me gritaba con desesperación, sin entender qué estaba haciendo. Me había entrenado durante años en un deporte en el que los atletas de élite se jugaban la vida; algunos incluso morían. Sabía cómo tenía que averiguar rápidamente el estado de una persona, así como sabía qué había de hacer para reanimarlos.
                -¡¿Qué haces?! ¡Tenemos que despertarlo! ¡No le encuentro el pulso, Alec, ayúdame, tenemos que llamar a una ambulancia o algo así, mis padres no están en casa, estoy sola, Dan ha ido a por Diana…!
               Le lancé una mirada asesina que hizo que se callara en el momento: necesitaba concentración para saber si Tommy estaba con nosotros. Por favor, por favor, por favor, les supliqué a mis dedos, buscando esa leve presión rítmica que me indicara que aún no nos lo habían quitado. Contuve el aliento. Mi propio corazón martilleaba en mis oídos a la velocidad de la luz, pero yo tenía que concentrarme. Venga, Tommy, venga…
               Después de una angustiosa espera de unos segundos que se me hicieron eternos, por fin encontré las señales en morse que enviaba el corazón de mi amigo al resto de su cuerpo para indicarle que no debía rendirse. Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas; podía tachar la peor de las posibilidades de la lista.
               -Tiene pulso. Poco, pero lo tiene. Tenemos que despertarlo y hacerlo vomitar-miré a Eleanor para asegurarme de que me escuchaba, pero no me hizo falta: tenía toda su atención. Podría haber aterrizado un OVNI en su jardín, y ella no se habría enterado-. No lo ha matado esto-señalé la sangre, demasiado abundante para alguien que no supiera cuánto puede resistir el cuerpo con pocas reservas de su líquido vital, pero más bien escasa para alguien que había visto a gente prácticamente desangrada sobre un ring levantarse y seguir luchando un último asalto, porque no hay nada peor que un KO-. Debe de haberse tomado algo. Pastillas, o algo así. Ayúdame, tenemos que levantarlo, Eleanor-me pasé el brazo de Tommy por encima de los hombros, intentando no pensar en lo poco que pesaba, lo frío que estaba y lo inerte que parecía. Me lo había cargado a hombros muchas veces, pero todas había rebosado una vida que ahora se le escapaba entre los dedos como arena en la playa, y yo era el único que podía evitar que se fundiera con el universo.
               Con la ayuda de Eleanor, que tenía más fuerza de la que pensaba, conseguí llevar a Tommy a la cocina y subirlo a la mesa. Lo colocamos en la posición de seguridad, de costado, para que no se ahogara por si vomitaba, y, mientras Eleanor se mordía las uñas casi hasta hacerse sangre, me incliné hacia su nariz.
               Tenía unas leves manchas de polvillo blanco en las fosas nasales. Lo toqué para asegurarme de que era polvo. Cocaína.
               -Me cago en la puta, voy a matar a Tam-el muy desgraciado se había metido cocaína con alcohol y sabe Dios qué más. Aquella combinación era todo un cóctel Molotov si le añadías productos farmacéuticos a la mezcla. Y la desgraciada de Tamika le había dado una parte fundamental de la receta. Tenía que poner su corazón en marcha; su pulso era demasiado débil para ayudar a su cuerpo a combatir aquella invasión de químicos-. ¿Tenéis jeringuillas? Necesito jeringuillas y algo parecido a la adrenalina.
               -¿Cómo voy a saber…?
               -¡Bájame la caja de los medicamentos y yo lo miraré, Eleanor!
               Mientras Eleanor atravesaba la casa como un bólido, yo me incliné más cerca de Tommy. Le puse una mano en el vientre para comprobar su respiración, y acerqué la oreja a su nariz. Leves corrientes de aire salían y entraban de su cuerpo como si fuera un acordeón olvidado en una esquina que necesitaba hacer sonar música para poder seguir existiendo, y hubiera cobrado conciencia propia después de muchos años de abandono por parte de su dueño.
                Pero respiraba.
               -Está respirando solo-celebré cuando llegó Eleanor-. Ven, voy a abrirle la boca y tú tienes que meterle los dedos en la garganta para que vomite.
               -¿Y si se ahoga con el vómito?-preguntó, y yo no quería pensar en eso, porque hacerlo vomitar era la única opción que teníamos. El riesgo era mucho menor que las consecuencias de dejar que su cuerpo procesara solo lo que fuera que Tommy se había metido-. ¡Alec!
               -¡Estoy pensando, coño! Vale, cambio de planes-puede que lo del vómito fuera mejor después de que él estuviera consciente-. Dame la jeringuilla. Voy a pincharle algo-abrí la caja de los medicamentos y empecé a revolver en los botecitos de líquido que había en su interior. Líquido de lentillas, no. Betadine, no.
               ¿Eri no tenía alergia a algo? Me sonaba que Tommy lo había comentado una vez: que de pequeña, su madre era asmática y, aunque llevaba desde su preadolescencia sin sufrir ningún ataque, siempre tenía un inhalador cerca, amén de algo que hiciera que su sistema se pusiera a trabajar a plena potencia si algún agente la atacaba.
               Había un botecito de cristal con una etiqueta borrada.
               -¿Qué es eso?
               -Creo que es…-adrenalina, iba a decir, pero Eleanor me interrumpió.
               -¡¿Crees?! ¡No podemos darle nada sólo porque tú creas que…! ¡Tenemos que llevarlo al hospital!
               No. Al hospital no. Lo pondrían en uno de esos tratamientos para suicidas, en una habitación en la que no hubiera nada más que su cabeza para hacerse daño, y Tommy se pasaría horas y horas solo, dándole vueltas al coco, pensando en todo lo que iba mal en su vida. En cuanto le dieran el alta, se tiraría a las vías del metro, y lo perderíamos definitivamente.
               Su única esperanza éramos nosotros.
               -¡Si lo llevamos y lo ingresan, acabaremos con él!
               -¿Y si le damos una descarga?-sugirió Eleanor, señalando los enchufes de la cocina. Podría funcionar… pero era demasiado arriesgado. Quizá fuera demasiado para su débil corazón.
               No, lo que teníamos que hacer era despertarlo, no jugar a los médicos creando un desfibrilador casero. Y bien podía servirnos un cubo de agua fría.
               -Lléname una fuente con agua. Todo lo fría que puedas.
               Eleanor corrió a las alacenas, extrajo una fuente de cristal, y la puso debajo del grifo mientras yo me iba a la nevera y buscaba una botella de agua fría. Cuando la hubo llenado, nos miramos, asentimos con la cabeza, y contuvimos el aliento mientras le tirábamos el agua por encima a Tommy.
               Y...
               … gracias a Dios…
               … SE INCORPORÓ.
               Abrió sus ojos azul cielo como platos, sentado sobre la mesa de la cocina, y nos miró como si fuéramos las criaturas más sorprendentes del planeta.
               -¡NO PONGAS ESA CARA, GILIPOLLAS DE MIERDA!-bramé, cogiéndolo de los hombros-. ¿Qué pretendías? ¡TE VOY A CORRER A HOSTIAS!-ladré, sacudiéndolo, y él se puso blanco como un folio-. Ah, no. Ni se te ocurra desmayarte otra vez, ¡ni de coña te Vas a desmayar! ¡Tienes que vomitar!-le grité-. ¡ELEANOR! ¡ELEANOR, DEJA ESO, MÉTELE LOS DEDOS MIENTRAS ESTÉ DESPIERTO!
               Lo eché sobre el fregadero, le sostuve la cabeza, y Eleanor le metió los dedos en la garganta. Tommy se revolvió, intentó dar un paso atrás para poder evitar esa invasión, pero yo lo sujeté con firmeza y le impedí moverse. Cuando empezó a expulsar bilis por la boca, aparté a Eleanor y yo mismo le sujeté la frente mientras vomitaba en el hueco del fregadero para evitar que se diera un cabezazo contra la alacena y se aplastara la frente.
               Cuando por fin sus arcadas cesaron, dejé que se sentara sobre uno de los taburetes altos de la mesa de la cocina. Me apoyé en la pared y me deslicé suavemente hasta el suelo, con las piernas dobladas y separadas, sin quitarle ojo de encima.
               -Yo de ti me moriría ahora-le anuncié, y Tommy me miró, muy débil-. Vas a sufrir menos con lo que te estoy planeando yo.
               En cuanto se pusiera bien, me lo cargaría de una paliza. Lo tenía muy claro, y por muchas lágrimas de cocodrilo que derramara ante mí para darme lástima, no conseguiría librarse de la que le esperaba.
               Después de llorar todo lo que quiso y más, pedirnos perdón a Eleanor y a mí un millón de veces, volvió a desmayarse. Eleanor dio un paso hacia él con semblante lloroso, pero yo levanté una mano y le dije que no se preocupara, que estaba fuera de peligro.
               -Sí, sí. Practica, Tommy, tú practica.
               Entre los dos, nos las apañamos para subirlo a su habitación. Esperé a los pies de su cama con Eleanor a que llegaran sus padres, que habían ido al hospital porque Astrid, la hermana más pequeña de Tommy, se había puesto enferma. Dan se sentó en el regazo de Eleanor, porque ella necesitaba tener a alguien de quien sintiera que podía cuidar perfectamente, y, cuando preguntó qué le pasaba a Tommy y por qué estaba yo allí, le dijimos que su hermano mayor estaba cansado y yo estaba vigilando que no tuvieran pesadillas.
               Cuando se abrió la puerta de la calle, en un intento de ser sigilosos, yo sentí que mi boca se llenaba de ácido sulfúrico. Supongo que ésa era la misma sensación que embargaba a los dragones cuando estaban a punto de escupir fuego. Tendría que decirle a una madre que su hijo había intentado suicidarse.
               -Llévate a Dan de aquí-le indiqué a Eleanor, y ella se lo llevó a su cama, que compartía con su hermana más pequeña, donde se encontró con sus padres. Eri y Louis entraron en la habitación de su primogénito, preocupados. Eleanor no solía pasearse por la casa cuando ellos estaban fuera, ni sacar a sus hermanos de la cama, ni llamarme a mí para que fuera a velar a su hermano.
               Tommy se revolvió en la cama, abrió los ojos, miró a sus padres y se echó a llorar de impotencia, vergüenza y culpabilidad a partes iguales.
               -Alec-constató Louis, mirándome. Los ojos de Eri estaban completamente opacos. Ella sabía lo que iba a decir antes de que lo dijera, pero no quería creérselo. También había intentado suicidarse de joven. Y ya estaba empezando a echarse la culpa de lo que había pasado con Tommy. Creía que era genético, pero nosotros somos mucho más que nuestros genes. Sabrae decía que no me parecía en nada a mi padre, que lo único que me había dado era la vida, y puede que el nombre, pero no mi personalidad ni mi esencia. Y si eso era cierto para mí, también había de serlo para Tommy-. ¿Qué haces aquí?
               -No sé cómo deciros esto con delicadeza, así que voy a ser muy directo. Lo siento si eso os hace más daño, pero no sé cómo hacer que no os duela tanto. Eleanor me llamó hace un par de horas para que viniera. Se había encontrado a Tommy en la planta baja.
               Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas.
               -Ha intentado suicidarse-escupí con amargura, una llamarada que jamás debía haber iluminado el cielo nocturno.
               -No-gimió, incapaz de creerse lo que le acababa de decir, porque una cosa era sospechar, y otra que te lo confirmaran.
               Me levanté de la cama para dejarles espacio, pero no pude marcharme hasta que encontré un hueco en el que pedir disculpas. Parte de la culpa de lo que había pasado la tenía yo. Había desatendido a Tommy. Había dejado que las cosas en su balanza estuvieran más inclinadas en favor de la tristeza que de la felicidad. Había apoyado más a Scott. No había podido ver que Tommy, en realidad, estaba más jodido. Tommy había perdido a su mejor amigo, y también a su hogar. Scott por lo menos tenía a Eleanor, y no tenía que ver cómo su grupo de amigos parecía desintegrarse.
               -Siento no haber estado ahí para que a vuestro hijo no se le ocurriera hacer esto. Debería haberme ocupado de que estuviera lo mejor posible. Lo siento de veras-murmuré con la cabeza gacha y lágrimas de rabia en los ojos, los puños apretados y los hombros hundidos. Nadie me hizo caso, porque no me merecía perdón, así que me marché para dejarlos solos con su dolor. Yo tenía que lidiar con el mío.
               El día ya estaba despuntando cuando yo empecé a vagabundear por el barrio, con la imagen de Tommy tendido en el suelo inerte frente a mí, y Eleanor mojando su rostro blanco como la cal con sus lágrimas.
               Debería haber estado ahí. No debería haber pasado tanto tiempo en casa de los Malik. No debería haberme centrado tanto en Sabrae. El tiempo que estaba con Sabrae, estaba con una Malik, y eso le dolía a Tommy como si estuviera con Scott y no con él. No había estado ahí para él. No le había transmitido la suficiente confianza como para contarme lo que había pasado con Megan. No había conseguido adivinar qué tenía a Diana tan molesta.
               Era un amigo de mierda. Era un amigo de mierda. Que Tommy estuviera vivo era un milagro, y yo no había contribuido una mierda en él.
               Necesitaba un respiro. No podía con todo yo solo. Necesitaba que alguien me ayudara. Alguien, por favor, quien fuera. Todo esto era demasiado para mí. No podía cargar con el peso de la vida de mis dos amigos sobre los hombros. Sólo era un chico, un puto niño asustado jugando a ser Dios, sin darse cuenta de que todas sus acciones tienen consecuencias, algunas más predecibles que otras, y casi todas indeseadas.
               Necesitaba a Sabrae. Necesitaba a Sabrae. Pero ella no podía cargar con eso. Bastante tenía con su hermano como para que yo ahora le pusiera encima también a Tommy. Necesitaba el apoyo de Sabrae. La necesitaba. Necesitaba tenerla, estrecharla entre mis brazos, sentir que había alguien a quien sí podía proteger del todo, porque le había fallado hasta a mi hermana, en un terrible efecto dominó en el que habían caído Scott y Tommy, se caería Eleanor, y por detrás, justo, iría Mimi.
               Soy una vergüenza. No me merezco mi vida. No valgo nada. Soy un amigo de mierda. No me merezco volver a ser feliz. Soy un puto egoísta.
               Sí. Soy un puto egoísta. Soy un puto egoísta. SOY UN PUTO EGOÍSTA. Por eso me descubrí yendo al parque, derecho hacia el banco en que la había catado por primera vez. Necesitaba ser aquel Alec, el que ponía a alguien por delante de sus propios intereses. El que era capaz de hacer la marcha atrás, pero en lugar de hacerlo de manera literal, ahora necesitaba una metafórica. Daría marcha atrás en el tiempo e impediría que Scott  y Tommy se pelearan. Mediaría entre ellos desde el minuto 1. No dejaría que todo se saliera tan de madre.
               No pensaría en enrollarme con Sabrae.
               Sabrae, Sabrae, Sabrae.
               Soy un puto egoísta, y la necesitaba, y lo único que podía hacer cuando no la tenía era desearla. Le lancé una plegaria al cielo para que me dejara sentirme fuerte teniéndola delante otra vez. Si la veía aunque fuera solo un segundo, todo cobraría un nuevo sentido. Ella me daba una perspectiva de la que nadie más me hacía disfrutar.
               Me desesperé por que me encontrara. Deseé con todas mis fuerzas que sintiera mis gritos en el vacío y siguiera la dirección de mi voz, como si estuviéramos conectados por un hilo invisible e infinito que no permitiera que nos separáramos nunca. El parque empezó a acoger a más gente. Cada paso que escuchaba a mis espaldas hacía que me volviera como un resorte. Es ella. Ha venido.
               Pero nunca era ella. Así que encendí un cigarro. Y luego otro, y otro, y otro más. Y cada vez que pasaba alguien corriendo, un perro a olfatearme, o simplemente un grupo de estudiantes que atajaban en dirección a su colegio por ese parque, mi corazón hacía un triple salto mortal que no le salía bien. Porque nunca era Sabrae. Me levantaba para nada, oteaba el horizonte para nada.
               Finalmente, me hundí en mis pensamientos de mierda y me dije que no me merecía que ella viniera, que no lo haría, que no tendría consuelo porque no me lo merecía. Ya había perdido la esperanza.
               Y entonces, ella apareció.
               Levanté la cabeza y me la encontré mirándome con sus ojos de chocolate, una cálida taza en una noche de invierno que impedía que se te congelaran las entrañas.
               -Alec-jadeó.
               Y yo sólo pensé dos palabras, con un alivio infinito que jamás creí que pudiera experimentar:
               Ya está.
              

-Ya está, mi amor. Ya está-le susurré palabras de tranquilidad e infinito cariño, justo lo que él necesitaba. Sentía que me ahogaba en las lágrimas que tenía que tragarme. No podía echarme a llorar; esta vez, no. Tenía que ser fuerte por él.
               -Lo siento. Lo siento muchísimo-gimoteaba a cada segundo que pasaba, cada vez que había un espacio entre un sollozo y otro suficientemente largo como para que él pudiera pensar.
               -Cariño, no pasa nada, de verdad. No ha pasado nada, lo has hecho genial, está todo en tu cabeza. Nadie te culpa de nada. No es culpa tuya. No es culpa de nadie.
               -Dios, encima… estoy llorando debajo de un puto sauce llorón-bufó, agotado. Tenía los ojos y la nariz rojos de tanto llorar-. Qué topicazo. No hay manera de que me odie más de lo que lo hago ahora. Soy una mierda de persona, una mierda de amigo, una mierda de todo… incluso de novio, y eso que ni siquiera soy novio. Tú deberías ser la que llorara, tu hermano… no yo… jooooooodeeeeerrrrr….
               -Te has metido muchísima presión. Es normal que no puedas con todo esto, pero no pasa nada. Somos humanos.
               -Yo no puedo permitírmelo. Soy el que menos importa. Soy el que mejor lo está pasando, no tengo nada de lo que quejarme, y sin embargo, mírame, llorando como un puto niño…
               -Tú no eres quien menos importa. A mí me importas más que nadie.
               -Tengo que ser un superhéroe, Sabrae. Necesito… tengo que dejar de hacer el gilipollas. Hay gente mucho peor que yo, a la que le han hecho más daño.
               -Tienes que dejar de creer que eres un superhéroe, Al. Te adoro, pero eres una persona. Y es precisamente eso lo que más te gusta de ti. Si dejaras de comportarte como una especie de superhéroe imposible, te darías cuenta de que no estás haciendo nada mal. Deberían pedirte perdón, no pedirlo tú. Te has echado una carga demasiado pesada sobre los hombros, y la culpa es del mundo al completo por habértelo permitido. Yo incluida-le besé la cabeza-. No debería haber dejado que te sobrecargaras tanto. No debería haberte confiado tanto.
               -No quiero haberte fallado a ti también-me estaba empapando la falda del uniforme, pero me daba lo mismo. Las lágrimas podían lavarse y no dejar huella; en cambio, lo que lavaban las lágrimas podía dejar una marca tan profunda como una herida de bala.
               -No me has fallado. Yo te he fallado a ti.
               -No. Tú confiabas en mí. Todos confiabais en mí. Y yo he traicionado esa confianza. No me merezco lo bien que pensáis todos de mí.
               -Dice muchísimo de ti que pienses eso, Al. Significa que eres bueno, pero no seas tan duro contigo mismo. Lo has hecho genial. Eres el único que no ha hecho absolutamente nada mal-insistí-. No podrías haberlo hecho mejor; nadie podría haberlo hecho siquiera la décima parte de bien que lo has hecho tú. Por eso te qui…-empecé, pero él cerró el puño que tenía en torno a mi muslo.
               -¡No!-exclamó-. No me lo digas ahora, por favor, Sabrae. No quiero acordarme de esto cuando te lo escuche decir. Por favor.
               -Lo siento-me estremecí de pies a cabeza y sentí que una mano ardiente me oprimía la garganta. Estúpida, estúpida, casi lo echas todo a perder-. Lo siento muchísimo, Al, es que… no puedo verte así.
               Giró la cabeza y se quedó mirando mis rodillas. Tragó saliva y se limpió la nariz con el dorso de la mano.
               -Te he dejado la falda hecha un asco-comentó tras un momento de silencio en el que me dediqué a acariciarle el nacimiento del pelo. Parecía más tranquilo, así que le di un beso en la mejilla, que tenía salada por la acción de sus lágrimas, y sonreí.
               -No vas a conseguir con eso que me la quite, tonto.
               Sonrió, cansado.
               -No puedo más, Sabrae. Estoy agotado. Si hubieras visto la cara de Eri… se llevó las manos a las cicatrices cuando se lo dije. Sé que se culpa por ello.
               -No puedes controlar la sensación de culpabilidad de otras personas, Al.
               -Sé que cree que ha sido culpa suya. Pero no lo ha sido. Pobre mujer… tiene que verse las cicatrices todos los días, y ahora seguro que añade a la larga lista de cosas desagradables que le evocan el momento en que un capullo integral le dijo que su hijo había intentado quitarse la vida.
               -No eres psicólogo. No tienes por qué saber cómo enfrentarte a esas situaciones ni dar ese tipo de noticias, sol. Además, Eri es fuerte. Estoy segura de que, por mucho que le haya impresionado todo, se recuperará. Ahora se volcará más en Tommy. Es lo que él necesita. Lo que necesitamos todos de vez en cuando: que nuestra madre nos dé muchos mimitos-froté mi nariz contra su mejilla y él cerró los ojos-. Deja que otro recoja el testigo de lo que has hecho tú, Al.
               -Tengo que arreglarlo. Solo yo puedo.
               -No eres tan importante-le cogí la cara y le hice mirarme-. Cuando nos peleamos, yo pasé un tiempo con mi madre que me hizo muy bien. Me hizo entender adónde iba nuestra relación, y cómo conseguir que llegáramos a buen puerto. Tommy tiene que solucionar su relación consigo mismo antes de arreglar la de Diana y la de Scott. Y Eri es la única que puede indicarle el camino, de la misma forma que sólo mamá podía indicármelo a mí. Ni siquiera tú habrías conseguido que entendiera lo que estaba sintiendo cuando nos peleamos, y eso que los dos fuimos protagonistas-Alec se mordió los labios-. Imagínate el poco margen de maniobra que tienes con Tommy, cuando ni siquiera has tomado parte de sus problemas.
               -Odio sentirme tan inútil. Siento que me estoy apagando, y… joder, Sabrae. Que estaba ahí, tirado, y yo…-se le quebró la voz y volvió a vibrarle la boca; sus ojos se llenaron de lágrimas-. Yo no podía hacer nada. Se lo estaba tragando la oscuridad, y yo no podía hacer nada.
               -Lo has hecho todo. Ni toda la oscuridad del universo puede vencer a una simple vela, ¿no va a poder hacerlo tu luz de sol?
               Le besé la frente y él se me quedó mirando. La nuez de su garganta subió y bajó cuando tragó saliva, digiriendo mis palabras.
               -Le has salvado la vida a Tommy. Y salvándosela a Tommy, se la has salvado a mi hermano.
               -Sólo ha sido suerte. No creo que yo haya marcado la diferencia.
               -Yo creo que sí. Has tenido la cabeza fría y has actuado rápido cuando había que hacerlo. Pero, si crees que no has hecho nada hoy, vale. Piensa en las otras veces que conseguiste animarlos. Piensa en el viernes, cuando trataste de juntarlos para que hablaran. Piensa en el sábado, cuando viniste a cenar con Scott para que no pasara la noche solo. Piensa en el domingo, cuando intentaste acercarlos. Piensa en el lunes, cuando hablaste con Tommy y tanteaste el terreno. Piensa en el martes, distrayéndolos a los dos. Les has salvado la vida un montón de veces a lo largo de la última semana y media. Que no los encontraras en un charco de sangre no significa que no estuvieran tan mal como Tommy hace unas horas.
               Me acarició la cara despacio.
               -Aún no sé qué he hecho para merecerte, bombón. Ni siquiera sé si soy bastante bueno para ti-en su cabeza, sonaban las palabras que le había dedicado mi padre. Si no quieres lastrar a Sabrae… lastrar, lastrar. Dijo lastrarla, no otra palabra un poco más inofensiva. Lastrarme. No quería atarme a algo que yo no me mereciera.
               Pero había un problema: yo me lo merecía. Me merecía hacerlo feliz.
               -Nacer-respondí, depositando un suave beso en sus labios, que reaccionaron a mi contacto por primera vez desde que se había echado a llorar. Detesté el sabor a mar de su boca, pero adoré cómo su superficie se onduló con la acción de las olas. Podría navegarse en él.
               Me acarició la cara con la mano, y la boca con el pulgar.
               -Tienes una sonrisa tan preciosa… podría salvarle la vida a cualquiera como yo.
               -Entonces vivirás eternamente, porque no hay nadie que me haga sonreír tanto como lo haces tú.
               Una sonrisa cansada le cruzó la boca.
               -Eso me dijo tu padre. Que le gusto para ti porque te hago feliz. Que te pongo por delante de mí, y que espera que eso no cambie. No quiero que cambie-sus ojos chispearon con una ligera desesperación-. No dejes que cambie, Sabrae. No quiero que Jordan me encuentre un día como yo he tenido que encontrarme a Tommy, ni que Mimi lo tenga que llamar a las tantas de la madrugada porque…
               -Jamás, amor, ¿me oyes?-sostuve su rostro entre mis manos y le acaricié las mejillas con los pulgares. Ya había sufrido bastante; no había necesidad de que siguiera torturándose introduciendo imágenes en su cabeza que jamás sucederían. A pesar de que nunca hubiera pensado que Tommy pudiera llegar al extremo al que llegó, tampoco me parecía algo tan descabellado: tenía a mi hermano grabado en su piel con una tinta tan indeleble como la que escribía su propio código genético, y cuando pierdes algo que tan esencial dentro de lo que eres, dejas de ser tú. Pierdes los apoyos, cada punto de anclaje, y sólo caes y caes y caes hacia un vacío que nunca se termina, en una eterna ingravidez para la que tu cuerpo simplemente no está diseñado.
               Pero Alec no iba a pasar por eso, porque Alec no tenía algo como lo que tenían Scott y Tommy. Por suerte o por desgracia para él (aunque, visto lo visto, más bien lo primero), Alec era independiente donde mi hermano y Tommy eran la misma persona dividida en dos cuerpos. Sobreviviría a cualquier cosa. Tommy no podía porque un alma de dos cuerpos no puede refugiarse sólo en uno, y un cuerpo no puede vivir sólo con media alma.
               -Tommy se perdió a sí mismo en el momento en que perdió a Scott, pero a ti nunca va a pasarte lo que les ha pasado a ellos. Estás sano-le recordé, mirándolo-, pero ellos, no. Están enfermos y heridos y la gente herida y enferma hace cosas desesperadas con tal de sanar, o hacer que deje de dolerle. Pero yo te prometo que voy a cuidarte y que no dejaré que pases por lo que han tenido que pasar ellos, ¿me oyes? Confía en mí-le acaricié la espalda-. He cuidado de otra gente antes. Tú no serás ningún problema, siendo la persona que más me importa.
               Él se relamió los labios, saboreando el dulce regusto de la esperanza que le daba dejarse llevar. Le besé la frente y él cerró los ojos, se frotó la cara, se presionó de nuevo el puente de la nariz y suspiró.
               -Tenemos que hacer algo. Ya estoy cansado de esperar y ver qué pasa. Las cosas no van a mejorar a no ser que nosotros movamos ficha.
               -Por supuesto-asentí, y él se incorporó, y mientras yo me apartaba un par de mechones que se me habían soltado de las trenzas, se concentró en tranquilizarse. Entrecerró ligeramente los ojos, abrió la boca, la cerró, me miró, volvió a abrirla y volvió a cerrarla-. ¿Qué?
               -Estaba pensando… creo que lo mejor sería que pospusiéramos lo de que vengas a mi casa. No creo que consigamos arreglar todo esto en tan solo un día. Y, ¿sabes? Yo no me sentiría cómodo estando contigo en casa sin saber qué están haciendo Tommy y Scott. ¿Te parece bien?
               -No hay prisa-concedí, jugueteando con el final de mis trenzas y mordiéndome el labio. Lo cierto es que Alec tenía razón: lo mejor sería que pusiéramos nuestros planes de una noche de pasión a un lado y nos concentráramos en organizarnos para reconciliar a Scott y Tommy. Obviamente, necesitaríamos la ayuda de nuestras familias, pero teníamos que dejar el plan más o menos trazado a grandes rasgos cuanto antes, y aquel momento era tan bueno como cualquier otro.
               -Me hacía mucha ilusión que vinieras, pero, ¿sabes? Ahora mismo no estoy para muchas fiestas. Tenía pensado ir a ver a tu hermano esta noche y ponerle alguna película. La era de Ultrón, por ejemplo. No puede decirle que no a Scarlett Johannson en un traje de látex. Eso alegraría hasta a un muerto-sonrió, cansado-. Pero, después de lo que he tenido que ver… no creo que esto se arregle con una película de Marvel.
               Crucé las piernas.
               -¿Qué te parece si les hacemos una encerrona?-sugerí-. Yo puedo hacerle chantaje a mi hermano para que vaya conmigo al cine, y tú puedes hacer lo mismo con Tommy. Después de lo que te ha hecho pasar, estoy segura de que lo va a tener mucho más difícil para decirte que no.
               Alec arrugó la nariz.
               -¿Y crees que conseguiremos que se reconcilien obligándolos a ir al cine juntos?
               -No estarían juntos. Scott vendría conmigo, y tú vendrías con Tommy. Simplemente coincidiríamos de manera casual, y no pueden negarnos una sesión de magreo en una sala oscura.
               -Cualquiera de los dos podría insistir en que nos cortarían el rollo, el otro le daría la razón y se acabaría ahí la discusión, Saab.
               -Bueno, podemos pensar en otra cosa. Se me ha ocurrido eso por lo de la peli. Para que se distraigan, y que lo hagan juntos.
               -Creo… que deberíamos empezar con Tommy-rebatió él, y yo me incliné en el asiento. Apreté los dedos en torno al borde y le escuché con atención-. El principal problema de cómo lo hemos abordado todo es que nos concentramos en Scott, y mira cómo ha ido todo. Probemos con Tommy. Tu hermano ya cuenta conmigo esta tarde, y le llevaré unos deberes para que se entretenga, pero, después, cuando salga de trabajar… puedo ir con Bey a hablar con él. Creo que tenemos que ser directos. Ya basta de sutilezas.
               -¿Y crees que Tommy se dejará conducir como un corderito a la boca del lobo?-pregunté con inocencia. No había segundas intenciones en mi pregunta; sólo quería saber si Alec realmente veía viable su plan.
               -Sí. Después de lo de hoy… mira, Tommy está acojonado. A mí se me pusieron los huevos de corbata, pero a él… no se esperaba hacer esto. Ha perdido el control, y no le gusta, y creo que ahora es más susceptible de pedir perdón que Scott. Y Scott quiere que le pidan perdón para poder pedirlo él también, ¿no?
               -Mi hermano es un orgulloso de mierda.
               -Sí, lo sé. Yo también vivo con él, prácticamente-apretó la mandíbula y se pasó la lengua por las muelas-. Lo que me extraña es que… con la conexión tan sólida que tienen, Scott no se haya enterado de nada. Debería haberlo sentido de alguna manera-frunció el ceño-. A mí me dan pálpitos cuando Jordan está mal, así que Scott…
               -¿Quieres que me ocupe de mi hermano hasta que llegues tú y puedas echarle un vistazo?
               Se inclinó hacia atrás en el asiento.
               -¿Me harías el favor?
               -No es un favor. No es tu trabajo. Tú ya has hecho bastante, Al. Déjame que me ocupe yo.
               Él asintió con la cabeza, se inclinó para besarme, me susurró un suave gracias que yo le contesté que no debía haberme entregado, y se levantó. Se limpió la suciedad de los pantalones y miró en derredor mientras yo me colgaba la mochila al hombro y me alisaba la falda, tratando de disimular las manchas que me había dejado durante su sesión de terapia. No quería que Scott me preguntara por ellas.
               -Yo iré al instituto. Si Tommy va hoy a clase, necesitará un apoyo moral.
               -¿Qué harás si no va?
               -Dejar de preocuparme, porque sabré que está con Eri.
               -Pues ojalá no vaya.
               -Sí. Ojalá-sorbió por la nariz, se pasó una mano por el pelo, asintió con la cabeza y, después de intercambiar un par de palabras más conmigo, perfilando los detalles de nuestro plan, se marchó en dirección contraria a la mía. Lo vi perderse entre los árboles, caminando con las manos firmemente introducidas en los bolsillos y un cigarro en la boca para tratar de calmarse ahora que mis efectos analgésicos sobre él se disipaban por la distancia. Le deseé suerte mentalmente y me apresuré a casa.
               Mi móvil vibró en el interior de la mochila con una llamada silenciada. Tragué saliva al comprobar que era papá quien me llamaba; seguramente había echado un vistazo a los partes de asistencia y había visto que yo no había ido a la primera hora. Y querría saber dónde estaba.
               -No te enfades-le pedí con voz de niña buena, y él bufó.
               -¿Que no me enfade? Sabrae, ¿se puede saber dónde coño estás? Porque he visto los partes de asistencia y te han marcado como ausente en la primera hora. ¿Adónde coño ibas con tanta prisa si no era al instituto?
               -Me ha surgido una cosa con Alec. No puedo contártela.
               Se hizo el silencio al otro lado de la línea.
               -No estarás embarazada.
               -¡No! No, papá, nada de eso. No es nada mío, ni de Alec, tranquilo. Es algo un poco fuerte, así que entiende que no te lo cuente en persona. Hay gente que debe enterarse antes.
               -¿De qué narices estás hablando, niña? No eres una espía; ya me estás explicando qué demonios pasa, o te juro que hablo con tu madre y mañana mismo te metemos en un internado en Escocia.
               -Se trata de Scott y Tommy. Ha pasado algo gordo con Tommy y he tenido que salir corriendo para que Alec me pusiera en situación. Hemos decidido que vamos a entrar en acción.
               Papá bufó.
               -Pareces James Bond hablando, Sabrae.
               -No puedo contarte nada, papá. Tienes que confiar en mí. Te prometo que, si estoy faltando a clase, es por evitar un mal mayor, ¿vale? Pediré los apuntes y me pondré al día esta misma tarde. No saldré con mis amigas ni cogeré el teléfono hasta que no haya recuperado todo lo que he perdido.
               -No son los apuntes lo que me preocupan; lo que me preocupa es el secretismo que te traes. Ni siquiera sé dónde estás. ¿Sabes lo preocupada que se quedó tu madre cuando saliste corriendo como un galgo en una carrera?
               -Estoy yendo a casa ahora. Llama a Scott dentro de 10 minutos para comprobarlo, si no me crees.
               Un último suspiro fue el inicio de la despedida de mi padre.
               -Espero que nada te estalle en la cara, mi vida.
               -Lo tengo todo controlado, papi. No te preocupes. Alec me está echando una mano. O, más bien, se la estoy echando yo a él.
               -Alec, Alec-suspiró-. Siempre Alec. Hace un tiempo, cuando tenías un problema, acudías a mí en lugar de a tus novios.
               -Alec no es mi novio, papá, y yo ya no soy una niña. Me tengo que sacar las castañas del fuego sola.
               -¿Sacarte las castañas del fuego tú sola es pedirle a Alec que te eche una mano?
               -Alec no me está sacando las castañas del fuego a mí. Se las estamos sacando a Tommy y Scott. Porque ellos no pueden. Y alguien tiene que hacer algo.
               El silencio de la línea me animó a seguir.
               -Dime que no lo has pensado antes, papá. Scott y Tommy están en la misma situación que Louis y tú. ¿Y quién fue el que dio el primer paso? No fuiste tú, ni tampoco Louis. Fue Eri. De no ser por ella, seguiríais igual. Pues lo mismo necesitan ellos dos. Alguien que los acerque. Scott y Tommy son tú y Louis. Alec y yo estamos haciendo el papel de Eri.
               -Si te sirve de algo, Tommy no ha venido al instituto hoy-informó, y yo tomé aire. Estaba con Eri. Menos mal.
               -¿Y Eleanor?
               -Eleanor…-meditó, pasó unas hojas-. No, Eleanor no está ausente, así que sí ha venido.
               -Pásate a verla en el recreo y asegúrate de que come algo. Lo ha pasado mal esta noche.
               -¿Qué ha pasado, Sabrae?
               -Ojalá pudiera contártelo, papá, pero no me corresponde a mí. Si le encuentras, pregúntale a Louis.
               Me despedí de él y colgué. Había llegado a casa y, apretando el móvil como si me fuera la vida en ello, subí las escaleras del porche y presioné despacio el timbre, recordando la época en la que no tenía llaves y, si salía de casa, tenía que asegurarme de que cuando volviera hubiera alguien haciendo las veces de centinela.
               Tenía el corazón que parecía que iba a salírseme por la boca. Me martilleaba en los tímpanos de la misma forma que una tormenta en los muros ruinosos de un castillo abandonado. Durante la conversación con papá, me había dado cuenta de que, quizá, Scott sí hubiera sentido algo y ahora estuviera mal. ¿Y si mi hermano había dado el paso y se había encontrado con la horrible verdad? ¿Y si lo estaba pasando solo? Mamá ya se habría llevado a Duna al colegio y luego se dirigiría al despacho; no podía permitirse una semana entera acumulando trabajo en su escritorio, así que aprovecharía que ya se encontraba mejor esa mañana.
               ¿Y si yo me encontraba el mismo cuadro que Alec…?
               Por suerte para mí, mi hermano fue rápido atendiendo la puerta. No es que se apresurara, todo lo contrario, pero estaba cerca y enseguida me abrió. Así que no me dio tiempo a terminar de pensar en cómo sería entrar en casa y encontrármelo tendido en el suelo, debatiéndose entre la vida y la muerte, huyendo del lado de la luz para meterse de lleno en el de la oscuridad.
               -¡Hola!-alzó las cejas y se mordió el piercing, sorprendido, sano, vivo, y yo contuve un suspiro de alivio-. ¿Adónde te fuiste, tan corriendo, antes? Acaban de llamar del instituto, en el que, claramente, no estás. He tenido que cubrirte y decir que estabas en la cama con fiebre, por si avisaban a papá de que no te encontraban.
               -Sí, es que… me dejé una cosa en casa de Momo el otro día-expliqué-, y fui a por ella, por si se me olvidaba. No llegué a tiempo para primera hora, así que decidí volver aquí.
               -Eh… llevan media hora de clase de la segunda, Sabrae-constató Scott, mirando su reloj.
               -Sí, sí, lo sé. Es que me distraje dando una vuelta por el parque; han traído unos patitos de los Jardines de la Reina, y son tan bonitos que he perdido la noción del tiempo. Así que… bueno. He venido a dejar la libreta-extraje una al azar del interior de mi mochila y se la tendí. No lo sabe, menos mal, no lo sabe, menos mal, no lo sabe, menos mal.
               -Vale. Derechita a clase, ¿eh? Con uno que no tenga el graduado escolar en casa, tenemos el cupo cubierto. No importa lo monos que sean los patitos-me reprendió, y yo hice un puchero.
               -Pero, ¡Scott! Si son una ternura. ¡Si los vieras, no serías tan duro conmigo!
               -De tarde me visto y vamos-sentenció de sopetón, seguro de sí mismo, con una férrea determinación en la mirada. Sentí que mis pies despegaban del suelo.
               -¿Es en serio?
               -Sí. Estoy hasta los cojones de estar en casa. Necesito que me dé el aire. Y creo que de tarde iré a hablar con Tommy-añadió, para gran disfrute mío. Me dieron ganas de darle un beso en los morros-. Ya está bien de hacer el gilipollas, me cago en Dios. Que ya somos hombres, hostia. Parecemos críos. Tú eres más madura que nosotros dos juntos.
               -Es que sois chicos-me burlé-, y vosotros sois de madurar más lento.
               Me atravesó con la mirada.
               -¿No se suponía que eso era una falacia patriarcal que obligaba a las niñas a dejar de serlo y siempre las responsabilizaba de sus actos, eximiendo de culpa a los niños  de forma simultánea?
               -Veo que me escuchas cuando te leo libros de feminismo en voz alta-sonreí.
                -Acaba de salir Emma Watson diciéndolo en un documental.
               -Emma Watson es una feminista blanca.
               -Con Hermione no te metes, que hago que papá y mamá te deshereden-soltó, cerrándome la puerta en las narices. Parpadeé.
               -¿Me das mis llaves?
               -Pírate a clase, que ya llegas tarde-instó desde el interior de la casa, alejándose en dirección al salón.
               -¡Ni se te ocurra ponerles la mano encima a mis tortitas de maíz!-le grité.
               -No me estoy comiendo tus tortitas; tengo una caja de deliciosos bombones de Mozart aquí abierta, frente a mí.
               -¡CUANDO VENGA ALEC ESTA TARDE, LE DIRÉ QUE TE PEGUE UN PUÑETAZO!-bramé, aporreando la puerta. Con mis bombones de Mozart no se metía nadie.
               -¿Ya no crees en el uso propio y personal de la violencia?
               -¡Él podrá pegarte sólo un puñetazo; yo no voy a saber parar!-amenacé, y se echó a reír, me tiró besos y subió el volumen de la tele. Me marché sonriendo, aunque hubiera peligro real de que se estuviera terminando mis bombones. Que quisiera hablar con Tommy ya merecía la pérdida que suponía que se los comiera todos.
               Mis amigas intentaron sonsacarme qué me había pasado las dos primera horas, pero y estaba decidida a ser impenetrable como una fortaleza. No quería pensar en el pasado, sino en el futuro, que era mucho más brillante de lo que nunca me habría atrevido a soñar. Scott estaba dando pasos en la buena dirección, Tommy estaba en casa con su madre, y Alec tenía una cosa menos de la que preocuparse durante la mañana. En el recreo, fui en su busca, a pesar de que lo había visto hacía poco tiempo, pero no logré dar con él. Tampoco di con él a la salida, así que tendría que esperar para darle la buena noticia del cambio de actitud de mi hermano.
               Cuando le envié un mensaje preguntando a qué hora iría y anunciándole que tenía una buena sensación con respecto a nuestro plan, él dio un paso más y decidió llamarme.
               -Adivina quién había cambiado el turno del sábado y no se acordaba-gruñó con la voz medio ahogada; seguro que estaba corriendo para llegar pronto a casa, comer e irse a trabajar. Chasqueé la lengua.
               -Así que, ¿no vendrás esta tarde?
               -Si me da tiempo a pasarme por tu casa, sí, pero por si acaso, dile a Scott que no cuente conmigo. Espero que eso no le agrie el buen humor-comentó en tono distraído, y yo me lo imaginé levantando la vista al cielo y lanzándole una plegaria silenciosa-. Quiero ir a ver a Tommy antes que a él, y comprobar qué tal está. No tengo espías en su casa como sí los tengo en la de Scott, ¿sabes?-bromeó, y yo dejé escapar una suave risa que hizo que Shasha se me quedara mirando mientras caminaba a mi lado.
               -Lo entiendo. No te agobies, ¿vale, Al? Todo va a salir bien.
               -No estoy acostumbrado a ser un cenizo, pero… no estoy tan seguro. No quiero hacerme ilusiones. No vamos a tener tanta suerte como para que las cosas cambien tanto de un día para otro, ¿sabes?
               Entendía que quisiera ser cauteloso después del disgusto que se había llevado rescatando a Tommy, pero yo no podía compartir aquellas precauciones. Lo único que había comprobado en mis propias carnes era lo jodido que había sido todo para Alec, pero me las había arreglado muy bien con su ataque de ansiedad, y no podía evitar sentirme optimista por las palabras de mi hermano. Si Alec quería tener cuidado era porque no había visto a Scott, cómo había hablado para el universo entero, anunciando que se terminaba aquel juego tan cruel cuya partida nunca debía haber empezado. Estoy hasta los cojones de estar en casa. Necesito que me dé el aire.
               ¡Y creo que de tarde, iré a hablar con Tommy!
               Sí, sí, ¡sí! Scott sólo tenía que mantener ese buen humor durante unas horas más, cuando Alec terminara su turno y pudiera ir en busca de Tommy para asegurarse de que los dos chicos hablaban. El resto, iría todo rodado. Estaba un poco nerviosa por cómo se iría desarrollando todo, pero eran los nervios propios de los momentos antes de un espectáculo en directo, del tipo que fuera: concierto, obra de teatro, ballet… aquella sensación de incertidumbre y electrizante expectación era inconfundible.
               Y Scott la honró con creces cuando llegué a casa. Nos había preparado un plato de pollo asado en el que se había esmerado muchísimo, incluso le había hecho una salsa barbacoa casera, mezclando lo que había encontrado por casa y creando un mejunje mejor incluso del que nos tenía acostumbrados mamá. Todos le felicitamos por su experimento culinario, y mi hermano sonrió, aceptó las críticas, y se ofreció a lavar los platos… claro que papá y mamá no le dejaron, por supuesto. Yo dejé caer en la comida que me había prometido acompañarme a ver los patos en el parque, y antes de que pudiera echarse atrás, mamá y papá se metieron en la cocina y se negaron a dejarnos entrar en ella.
               Entre Shasha y yo nos encargamos de vestir a Duna, que parecía más emocionada que nadie ante la perspectiva de una excursión fraternal que hacía mucho tiempo que no se producía. Se embutió en un grueso jersey de dibujos de mariposas, se calzó unas botas de agua hasta la rodilla (“sólo por si acaso”, explicó cuando le preguntamos qué pretendía hacer con ellas), y trotó en dirección a la habitación de Scott. Aporreó su puerta hasta que nuestro hermano la abrió, completamente vestido de negro, con un jersey de cuello cisne, vaqueros y botas militares que le hacían parecer dispuesto a ir a la guerra.
               -¿Tienes pensado ir a algún sitio en concreto después de ver los patos?-preguntó Shasha con intención, y Scott puso los ojos en blanco, le hizo un corte de manga y nos ordenó que fuéramos a por nuestros abrigos. Le encantaba salir con todas nosotras porque eso significaba mandar, aunque también tenía que vigilarnos. Las tres estábamos revolucionadas de tan contentas que nos tenía que por fin Scott hubiera decidido salir de casa.
               -Puede que la suerte nos siga sonriendo y nos encontremos con Tommy-le dije a Shasha, alzando las cejas. Que yo supiera, los amigos de Scott seguían entrenando, y todos los viernes hacían un entrenamiento un pelín más intenso para preparar el partido del fin de semana… y para así estar más cansados y tener más ganas de beber cuando salieran de fiesta, todo sea dicho. Me pregunté cómo podía hacer Alec para levantarse por la mañana, ir al instituto, después a entrenar, salir de fiesta y, finalmente, cuando despuntaban las primeras luces del sábado, y tras más de 24 horas en pie, irse a boxear antes de acostarse. Definitivamente, estaba saliendo con un superhéroe.
               Por desgracia, el deseo en susurros que le confié a Shasha no se cumplió. No nos encontramos con Tommy, aunque sí que Scott coincidió con un par de compañeros de clase que le preguntaron qué le había pasado. Uno de ellos, incluso, cometió la inmensa estupidez de decirle que Tommy lo echaba tanto de menos que había adelgazado varios kilos, y se le notaba hasta pálido, como si estuviera enfermo.
               -Es que… está siendo muy duro para los dos-comentó Scott, y yo noté cómo se le desinflaban los ánimos al conocer los efectos que su pelea estaba teniendo en su mejor amigo. Empezó a echarse la culpa de todo lo que les había pasado, y en su cabeza, un extraño puzzle que decía que no le perdonaría tan fácilmente por todo el sufrimiento por el que le había hecho pasar empezó a encajar poco a poco, pieza a pieza.
               -Deberíamos irnos ya-le dije, entrometiéndome en la conversación mientras Duna les lanzaba puñados de pan a los cisnes-. Seguro que mamá querrá ponerse pronto con el postre casero de cada fin de semana, y ya sabes que a mí me encanta ayudarla.
               -Sí-concedió Scott, asintiendo con la cabeza-. Bueno, Peter, ya nos veremos por ahí, tío-le tendió el puño y el tal Peter se lo chocó.
               -Sí, tío. Últimamente no te veo de fiesta, pero, claro, ¡me estoy cogiendo cada ciego! En fin, que lo pases bien, tronco-le guiñó un ojo a Scott y siguió su camino, tan feliz con su vida y tan intacta su rutina. Scott suspiró, le dio una patadita a una piedra y torció la boca.
               -Tiene razón, ¿no te apetece salir hoy de fiesta? De noche siempre pasan cosas interesantes.
               -Estoy un poco cansado-replicó con voz semidormida-. ¿Nos vamos ya?
               Asentí con la cabeza, entrelacé mis dedos con los suyos y esperé a que Shasha se ocupara de Duna para ponernos en marcha. Cuando llegamos a casa, me metí en la cocina y le pedí a mamá que esperara un poco para ponerse con el arroz con leche que nos iba a servir de postre durante la semana.
               -Quiero sentarme a ver la televisión más tarde, Sabrae-instó, colocando los ingredientes sobre la encimera.
               -¡Por favor! Scott me ha dicho esta mañana que quizá vaya a hablar con Tommy, y quiero asegurarme de que no cambia de opinión.
               -No fuerces a tu hermano. No lo está pasando bien. Necesita que le apoyen, no que lo presionen.
               -Pero…
               -Mamá, voy a echarme un rato, ¿vale?-anunció, asomándose a la puerta de la cocina. Mamá asintió con la cabeza.
               -Pero, ¿y lo de hablar con Tommy?
               -Ahora estoy cansado, Saab. Cuando me levante.
               -¿Quieres que te llamemos a alguna hora?-se ofreció mamá, y Scott tamborileó con la cabeza, pensando una respuesta.
               -No-decidió por fin-. Dejadme dormir.
               Me quedé mirando a mamá cuando Scott se marchó de la cocina.
               -Acabamos de cometer un terrible error, mamá-murmuré, y ella posó su mirada en mí. Me acarició la mejilla y chasqueó la lengua.
               -Cariño, sé las ganas que tienes de que Tommy y Scott se reconcilien, pero por mucho que intentes meterlos en la misma habitación, si no toca, no toca.
               -Pero… él quería.
               -Pues deja que se arme de valor. No te ha dicho que no vaya a hacerlo; sólo necesita recuperar fuerzas. Está muy desgastado.
               Pero yo no estaba dispuesta a esperar. Alec estaba trabajando, y se merecía tener un avance ya realizado cuando fichara y se dirigiera a casa de Tommy. Así que subí las escaleras y, teniendo a mi chico muy presente, llamé a la puerta.
               -Pasa.
               La empujé suavemente y me encontré con que Scott se estaba cambiando de ropa. Tiró al suelo la que llevaba puesta, hecha una bola, alrededor de toda la demás. Puede que estuviera buscando una excusa para no ir a ver a Tommy después: tenía que organizar su armario. Pero yo se lo organizaría, si me lo pedía.
               -¿Puedo hablar contigo?
               -Claro, Saab-Scott bostezó y se frotó la cara- ¿Qué pasa?
               -Necesito pedirte un favor-expliqué, retorciéndome las manos tan fuerte que me crujieron varios dedos. Scott se sintió en la cama.
               -Lo que quieras.
               -No tengas miedo de Tommy-susurré con un hilo de voz, y él frunció el ceño.
               -¿Qué?
               -Sé que estás preocupado. Quieres hacerte el valiente conmigo, porque eres el hermano mayor y se supone que los hermanos mayores no tienen miedo de nada, pero… necesito que todos a mi alrededor dejéis de comportaros como si fuerais superhéroes. Está bien que os duelan las cosas. Y está bien que os den miedo. Pero Tommy no tiene por qué darte miedo. Él no dejará que lo pases mal. No va a humillarte si vas a hablar con él. Ni te guardará rencor por todo lo que os ha pasado.
               Se mordisqueó el piercing, pensativo, valorando las posibilidades. Se reclinó hacia atrás, las manos apoyadas sobre el colchón, la cabeza girándose de un lado a otro mientras pensaba.
               -Él puede hundirme si quiere, Sabrae.
               -Pero no va a hacerlo, S. De verdad-di un paso hacia él, que me miró como si estuviera loca-. Confía en mí. Ya habéis sufrido bastante. Los dos.
               Scott tragó saliva, se le humedecieron los ojos, y murmuró:
               -No quiero que me hunda y perder lo que hemos tenido esta tarde, pequeña. Echaba de menos ser… bueno… ser vuestro hermano. No me atrevo a ponerlo todo en peligro sólo porque crea que voy a tener suerte con Tommy. Necesito un poco más de tiempo.
               -¿Es por nosotras?-dije con un hilo de voz y los ojos anegados en lágrimas, dando otro paso hacia él-. Porque siempre nos vas a tener contigo. Siempre seremos tus hermanas. Incluso cuando no puedas disfrutarnos, nosotras seguiremos disfrutándote a ti. Tú me encontraste, Scott-susurré, y una lágrima se deslizó por mi mejilla-. Tú me encontraste, y yo le puse a Shasha su nombre, y Shasha le puso el suyo a Duna. Sin ti, no seríamos nada. Eres mucho más fuerte e importante de lo que pareces. Eres tan necesario que resultas esencial. Sin ti, las cosas no serían las mismas. Y lo mismo se aplica a Tommy.
               Sentí que todas mis emociones me desbordaban y rompían las barreras que me había jurado que mantendría bien altas con Scott, pero… no podía controlarme. Scott no era feliz, en su mano estaba cambiar las cosas, y lo peor de todo era que la suerte le sonreía con todos los dientes y él no podía verlo. Le daba tanto miedo perder que no se daba cuenta de que era imposible.
               -Mi pequeñita-susurró, poniéndose en pie, abriendo los brazos y dejando que yo me refugiara en ellos. Me sentí cómoda, protegida e invencible en cuanto me rodeó en un abrazo de oso tan típico de él que me sorprendía disfrutar de otros-. Te prometo que conseguiré que las cosas vayan bien.
               Yo sonreí contra su pecho, peleándome con mis lágrimas. Él siseó para hacerme callar, me acarició el pelo y me besó la cabeza.
               -Sh. Ya está.
               Cómo habían cambiado las cosas en cuestión de horas: había pasado de consoladora a consolada. Levanté la vista, la hundí en sus ojos desde abajo, y sonreí con timidez. Me puse de puntillas para darle un beso, pero él estiró el cuello, como hacía cuando éramos pequeños, y yo me eché a reír.
               -¡Scott! ¡Para!
               Él siguió riéndose, pero escuchó en mi voz el mismo tono que tenía cuando sólo era un bebé que apenas sabía pronunciar bien su nombre.
               -¿Te quedarás más tranquila si te digo que conseguiré arreglarlo todo?
               -¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo, pequeña-me besó de nuevo la cabeza y me dio una palmadita en el culo cuando yo me separé de él-. Gracias. Sólo necesito descansar. No te preocupes más por mí, ¿vale?
               Asentí. Vale. Se había encauzado todo. Ahora sólo tocaba esperar.
               Entré en mi habitación. Me cambié de ropa y, cuando quise darme cuenta, me descubrí tendida en el suelo. Lancé una plegaria al cielo, ansiando que Dios me escuchara, para pedirle que Tommy estuviera receptivo y mi hermano conservara las fuerzas cuando se despertara de su siesta.
               Me levanté con las rodillas acusando el tiempo que me había pasado sobre el suelo de madera denuda y, con las piernas temblando, bajé las escaleras. Llamaron al timbre, y fui yo la que se encargó de abrir la puerta. Sólo podía ser Alec, y me vendría bien verlo.
               Claro que había alguien más que me sentaría mejor.
               Tommy, con el pelo revuelto y las mejillas arreboladas por el frío, franqueaba a Dan y Astrid, que entraron en tromba en mi casa sin esperar a que los invitara, preguntando por Duna. Contuve el impulso de estirar la mano y tocarlo para comprobar que no estaba soñando. ¡Era Tommy de verdad!
               Una sonrisa radiante me cruzó el rostro.
               -¡SHASHA!-chillé, girándome-. ¡HA VENIDO TOMMY!
               Mi hermana se incorporó de un salto del sofá y vino corriendo a la puerta principal.
               -Esto… ¿está…?-empezó Tommy, y yo no dejé que terminara la frase.
               -Sí. Sí, sí, sí, sísísísísísí-asentí, haciéndome a un lado para dejarlo pasar. Subió las escaleras bajo la atenta mirada de toda la familia, adornadas todas con sendas sonrisas: mamá, desde el comedor en el que había estado haciendo yoga hasta hacía unos minutos; papá, desde la cocina, Shasha y yo desde el salón. Entró en la habitación de Scott y tardó quince minutos en salir de ella. No hubo gritos. No hubo golpes. No hubo nada que indicara una pelea, pero sí sonrisas aliviadas que indicaban una reconciliación.
               Además, no bajó solo. Scott le acompañó hasta la puerta y se despidieron chocando los puños. Inmediatamente después de cerrar la puerta de la calle, Scott se encaminó a la habitación de los graffitis de papá, donde se encerró con música muy alta mientras Shasha y yo saltábamos en el sofá de alegría. ¡Estaba hecho! ¡Estaba hecho!
               Cogí el móvil de la mesilla del salón y le envié un mensaje a Alec. “Ven primero a mi casa”, le pedí, pero no llegó a leerlo.
               Tommy volvió a las pocas horas, cargado de comida y con ganas de cocinar un postre memorable en mi casa. Yo me senté en la mesa de la cocina, fascinada por lo bonitos que eran Scott y mi hermano juntos, y me mordía la sonrisa de tanto que me dolía ser así de feliz.
               Volvieron a llamar a la puerta, y yo creí que serían los Tomlinson, que venían a sellar el tratado de paz de sus primogénitos con una cena conjunta de celebración. De nuevo, me equivoqué. Papá les abrió la puerta a Bey y Alec que, preocupados, entraron en mi casa en tromba. No habían dado con Tommy en su casa, así que todos sus planes se habían ido al traste.
               Pero, en cuanto entraron en la cocina y se toparon con la preciosa estampa de Tommy y Scott cocinando y bromeando juntos, se quedaron helados.
               -Hola-balaron los dos a la vez, como llevaban  haciendo toda la vida, en perfecta sincronización.
               Entonces, cuando comprendió lo que pasaba, sucedió algo increíble y precioso: Alec se echó a llorar. Se dio la vuelta, se pasó las manos por el pelo, se las dejó entrelazadas en la nuca un momento, bufó, y luego, dio rienda suelta a sus sentimientos. Se echó a llorar frente a sus amigos, que nunca le habían visto siendo tan vulnerable como Bey y yo. Yo salté de mi asiento, pero Bey fue más rápida, y Alec se abrazó a su cintura mientras ella le hacía de consuelo.
               -Te dije que lo iban a arreglar, que iban a estar bien-le recordó su amiga, acariciándole el pelo-, ¿ves como están bien?
               -Pensé que se nos morían, Bey-bufó, mirándola con desesperación.
               -Lo sé, cariño.
               -Estaban tan mal…
               -Lo sé, mi rey.
               -Y yo no podía…
               -Lo sé, mi vida-Bey le besó la cabeza.
               -Y, y… Sabrae-susurró al verme, y yo sonreí me acerqué a él, y lo estreché entre mis brazos. Era tan grande y a la vez tan pequeño, tan fuerte y tan sensible, mi pequeño gran superhéroe. Le di un beso en los labios mientras Bey se explicaba.
               -Veníamos a hablar contigo-le dijo a Scott-. Teníamos que convencerte de que tenías que hacer las paces ya con Tommy-. O si no...-Bey nos miró.
               -Si no, Saab y yo habíamos decidido que dejábamos para otro día lo de mañana.
               -¡Ni de puta coña vas a dejar lo de mañana para otro día, Alec!-exclamaron Tommy y Scott, de nuevo a la vez. Alec volvió a buscar el consuelo de Bey, y lejos de dolerme, eso me enterneció. Ella también formaba parte de esto, también lo había pasado mal. Se merecía un consuelo.
               -Qué bien te viene que estén juntos, y eso te haga feliz, y seas un oso amoroso sensiblón para que yo te dé mimos, ¿eh?-se burló ella.
               -Igual estoy fingiendo.
               -O igual te has dado cuenta de que eres una galletita rellena, cosa que el resto ya sabíamos de ti-ella le sonrió, le acarició el pelo y la barbilla, y yo sonreí. Cuánto se merecía Alec a Bey. Cuánto se merecía a alguien que le dijera lo mucho que valía. Más que su peso en oro. Su peso en oro, plata, platino y diamantes combinados.
               -Sándwich-respondió él, y Scott y Tommy se echaron a reír, y se abrazaron todos, unos por delante y por detrás, como si fueran los ingredientes de un bocadillo-. Tú también, Saab.
               Me sumé a la fiesta y me reí cuando Scott, Tommy y Alec empezaron a dar brincos.
               -Os quiero muchísimo, chicos-gimoteó.
               -Y nosotros a ti, Al.
               -Tengo a Tommy haciéndome rosquillas, ¿queréis una?
               Nos las comimos entre risas y bromas, como si no hubiera pasado nada. Alec no podía dejar de mirar con adoración cómo Scott y Tommy interactuaban, se tomaban el pelo y se chinchaban sin ningún temor a que las cosas salieran mal. Masticó la última rosquilla con ganas, y cuando Bey se levantó, anunciando que se iba, la miró como un perrito abandonado.
               -Tú puedes quedarte-le dije-. Ya sabes que tienes cama.
               -¡UH!-silbó Scott.
               -¡ALGUIEN FOLLA HOY!-celebró Tommy, aplaudiendo y agitando un paño de cocina en círculos en el aire. Alec puso los ojos en blanco.
               -¿Por fin habéis admitido que sois gays y os queréis comer la polla?-soltó, sarcástico, cortante, el Alec que había sido siempre y que yo llevaba mucho tiempo sin ver. Y sonreí. Cuánto lo echaba de menos, cuánto había echado de menos mi vida antes de las dos peleas, la de Alec y la mía y la de Scott y Tommy.
               Los chicos se ofrecieron a acompañar a Bey, pero ella se negó en redondo. Se subió la cremallera del abrigo, cerró la puerta y nos miró con ojos sonrientes mientras se despedía, capturando la imagen de los cuatro fantásticos juntos: Tommy y Scott, Alec y yo. Me abracé a la cintura de Alec y le di un beso en el costado.
               -¿Podemos estar un momento a solas?
               -¿Sólo uno, bombón?
               -Tranqui, Saab. Alec es experto en los rapiditos.
               -Tommy, ¿por qué no haces algo útil con la lengua, y te la metes por el culo?
               Scott y Tommy se echaron a reír; nada les gustaba más que meterse con Alec. Yo lo cogí de la mano y lo llevé escaleras arriba. Cerré la puerta de mi habitación y me volví para mirarlo, apoyada en la madera pintada de blanco.
               -Me ha encantado ver cómo te soltabas ahora con mis hermanos-comenté, y él sonrió-. Me ha gustado muchísimo ver cómo expresabas tus sentimientos, Al. No deberías guardártelos. Y, ¿sabes?-me bajé la cremallera de la chaqueta-. Me encantaría verte expresándolos encima de mí.
               Alcé las cejas, sugerente, y Alec se echó a reír.
               -¿No tenías la regla?
               -Sí, pero me apeteces. ¿Te importa? Es decir… ¿te da asco? Porque podemos hacer muchas otras cosas-me relamí los labios, pensando en ese paquete que me esperaba escondido en sus pantalones.
               -Nada que venga de tu cuerpo puede dármelo, bombón. ¿Y a ti?
               -Tampoco. Nada que venga de mi cuerpo puede dármelo, porque mi cuerpo es tuyo. Y no hay nada tuyo que no me guste.
               -Menos mal-respondió él, abriendo también su chaqueta y dejando entrever una camisa blanca que dejaba muy poco margen a la imaginación. Sentí que un calor delicioso ascendía por mi interior, como un géiser-. Porque… quería hablar contigo de algo mío. Mi madre me ha hablado de ciertos dibujos-comentó, sacándose una libreta del interior de la chaqueta, y yo contuve una carcajada. Era la libreta que me había dejado Mimi.
               -Tu madre tendrá unas ganas locas de reñirme por sacarte desnudo. Seguro que no quiere que el cuerpo de su hijo vaya circulando por ahí.
               -Pues va mal, la señora. Tiene fotos mías desnudo medio Londres.
               -Qué suerte-le dediqué una media sonrisa que en él y en mi hermano tenía nombre, y él también sonrió.
               -Si tú no las tienes es porque no me las pides. Y el caso es... mi madre ya piensa que eres una pervertida por unos dibujos que ni siquiera existen, así que, ¿por qué no hacemos que lo piense con fundamento?-me tendió la libreta, y yo la acepté.
               -¿Prefieres que te dibuje antes, o después de follar?-inquirí con chulería, alzando la barbilla. Creí que iba a ganar ese tira y afloja, pero, claro, se me había olvidado algo: lo estaba teniendo con Alec. Y no había nadie más chulo que él.
               -¿Tanto se te va a cansar la mano, que no puedes hacerlo antes y después?
               Y empezó a desabotonarse la camisa.  



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1 comentario:

  1. Me has hecho llorar zorra del averno. No creía que el leer a Alec llorar y tan destrozado me haría tanto daño, he llorado como cuando leí la reconciliación de Scommy, o sea como una cerda. En serio, ese momento Sabralec en el banco ha sido maravilloso, simplemente maravilloso. Aunque era más que obvio no contaba con leer la perspectiva de Alec de esto y sinceramente me ha dejado súper mal. Menos mal que todo ha pasado finalmente, este capítulo me ha hecho felicisima.
    Pd: Deseando leer el FIN DE SEMANA YA

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