sábado, 5 de marzo de 2022

Midas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sólo nos quedan 10 minutos, pero… ¡feliz cumple de Alec a todas!
No estaba acostumbrada a mirar a Alec y ver en él las puertas cerradas de un museo, en lugar de la exposición amplísima y rica que siempre albergaba dentro. Siempre me había resultado fácil saber qué era lo que le pasaba: quizá no podía ver el cuadro completo, ya que también era capaz de esconderlo tras un espeso velo con el que pretendía no preocuparme, pero siempre había sabido más o menos en qué dirección se encontraba la tormenta para poner rumbo hacia ella y salvarlo.
               Igual que nunca nos habíamos sumido en un silencio incómodo que sintiéramos la necesidad de romper. Incluso al principio de nuestra relación, cuando las ansias de descubrir los recovecos del otro habían hecho de los silencios fracasos, habíamos podido disfrutar de la presencia del otro como lo que era: un regalo del destino, una hermosa y deliberada coincidencia.
               Hasta ahora.
               Había salido de hospital como una fiera domesticada a la que acababan de liberar del circo, y que se encontraba con unos sentidos demasiado acostumbrados a la rutina que no eran capaces de asumir las novedades del mundo moderno, los estímulos que conllevaba el recuperar su esencia. Me había cogido de la mano como un fantasma, apretándome apenas los dedos cuando antes lo hacía con la fuerza necesaria para hacerme saber que todas sus células concentraban su atención en mí, pero no la suficiente como para hacerme daño. Había asentido con gesto distraído cuando yo le había propuesto los planes del día: ir a comer, dar una vuelta, acercarnos hasta los iglús; y cuando le había añadido “y lo que surja”, coqueteando con tanto descaro que me sorprendió que los chicos en un radio de un kilómetro a la redonda no cayeran rendidos a mis pies, Alec me miró y me dedicó una sonrisa fantasma. El sexo parecía ser lo único que arrancaba una respuesta más intensa que las demás, e incluso aquella era apenas una pincelada de lo que antes había sido un cuadro más elaborado.
               -¿El Imperium está bien?-pregunté, lanzándole el guante de un buen recuerdo con el que esperaba que pudiera anclarse en el presente. Pero no lo recogió.
               -Lo que tú quieras, bombón.
               Bueno, al menos me había llamado “bombón”. Se acordaba de mi nombre. Ya era un avance.
               Me dejó elegir también el menú, y ni rechistó cuando le pedí irnos a la mesa más apartada, en una esquina, en lo que yo pensé que sería un intento por abrirse conmigo y contarme lo que le pasaba. Pero ni por esas: nos terminamos la lasaña y los espaguetis, que comió tan despacio que supe que tenía el estómago cerrado, pero a los que no renunció para no preocuparme, y mientras esperábamos a que nos trajeran el postre, ni me invitó a sentarme en su regazo ni hizo amago de venir a sentarse en el sofá que ocupaba, subiéndome él mismo sobre sus rodillas. Simplemente cogió su cuchara y se puso a juguetear con el helado desde el otro lado de la mesa, la vista fija en uno de los regueros de chocolate mientras lo esparcía por su lado.
               La última vez que nos habíamos comido un helado así, con cucharas separadas y cada uno en una silla, todavía no nos habíamos acostado. De hecho, si mal no recordaba, yo no había parado de protestar mientras lo hacíamos, y a él le había parecido divertidísimo todas y cada una de mis quejas porque no me parecía bien tener que aguantar a un gilipollas como él llenando de babas mi comida, aunque fuera comunitaria y no fuéramos los únicos hinchándole el diente.
               Con lo único con lo que reaccionó, y lo hizo a duras penas, fue cuando nos trajeron la cuenta. Ya que no le dejé que me invitara porque ya lo había hecho en Mykonos, por lo menos, me dijo, debía dejar que pagara su parte, así que depositó un billete de cincuenta libras encima de la bandejita con el ticket y puso los ojos en blanco cuando yo le envié la cantidad exacta que me correspondía, peniques incluidos, sin redondear a la baja para que la cifra fuera más redonda.
               -No tenías que mandarme los treinta y siete peniques-dijo, y yo sonreí, encogiéndome de hombros.
               -A las niñas ricas nos gusta fardar.
               Esbozó una sonrisa que, sin embargo, no le subió a los ojos.
               -Tú no eres una niña rica.
               Alcé una ceja, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado.
               -¿Y Scott sí? ¿Cómo es posible? ¿Es porque soy adoptada?-puse cara de cachorrito abandonado, y esta vez se rió suavemente, no muy convencido, pero había ciertas ganas en él.  Ahí me di cuenta de que, quizá, lo que necesitaba era un poco de espacio. No contaba con que me vería tan pronto, y lo había descolocado. Puede que lo mejor fuera no imponerle planes, fluir a su lado y que él eligiera qué hacíamos, incluso si no era nada. Incluso si era sentarnos en ese silencio incómodo y desagradable durante toda la tarde, hasta que los camareros nos pidieran amablemente que nos fuéramos.
               Mentiría si dijera que no me desanimaba un poco el plan, pero prefería mil veces quedarme con Alec y que él estuviera a gusto a presumir de él por toda Londres si él no se sentía bien. Me había puesto ese vestido para lucirme al lado de él, y también porque estaba deseando que me lo quitara, y experimentar sus manos en mi piel desnuda cuando las colara por dentro de la prenda.
               Pero prefería mil veces no volver a desnudarme nunca a que él disfrutara de mi cuerpo por obligación y no porque realmente lo deseara, así que estiré la mano para cogerle la suya por encima de la mesa y le dije:
               -Oye, si quieres, podemos pasar de dar una vuelta e ir a casa. A la tuya o a la mía. Podemos dejar lo de los iglús para después.
               -¿Los iglús?-preguntó, frunciendo el ceño, y yo asentí con la cabeza. Durante un segundo fue incapaz de disimular su confusión; luego, se relamió los labios, parpadeó rápidamente y negó con la cabeza-. No, no, no. El plan está genial, bombón. Yo, por mí, vamos. Me mola la idea. Salvo que tú hayas cambiado de opinión-añadió con timidez-. ¿Estás cansada? ¿Te duelen las piernas?
               Me obligué a mí misma a no reprimir la sonrisa de ternura que se dibujó en mis labios, por muy miserable que me sintiera premiando su comportamiento, ya que por un lado no debería ponerme por delante de su bienestar, peor por otro no me parecía que Alec necesitara que lo riñeran en ese momento. Así que, enternecida porque su instinto de protección fuera incluso superior al de supervivencia, sonreí y sacudí despacio la cabeza.
               -Yo estoy bien. ¿Tú estás bien?
               -Estoy genial-me mintió, cogiéndome la mano y llevándosela a los labios, depositando un suave beso en mis nudillos que me supo a gloria, siquiera por el contacto entre nuestras pieles. No quería dejarlo solo y no iba a dejarlo solo, no cuando los buitres de su cabeza habían salido de aquella para sobrevolarlo como los carroñeros que eran.
               Así que esperé a que se diera cuenta de que aquellas sombras que notaba sobre su cabeza se movían en círculos independientes que las distinguían de las de las nubes. Jugueteó con la propina que dejamos en la pequeña bandejita en la que habían traído la vuelta, y sumido en sus pensamientos esperó a que yo le dijera que era hora de ponernos en marcha.
               Detestaba verlo así, y tenía que contenerme mucho para pedirle que me dijera qué era lo que le pasaba,, pero sabía que hacerle confesar sus miedos en un sitio público sólo conseguiría que se cerrara en banda y se creyera acorralado. Quería que no tuviera miedo de expresar sus emociones y que pudiera desahogarse tranquilo, y sabía que el único sitio en el que podríamos hacerlo sería en los iglús. Estaba a punto de girarme para proponerle un cambio de planes: acurrucarnos en los iglús, que tenían aire acondicionado, a ver una peli mientras las horas más calurosas convertían los rascacielos de Londres en lupas gigantescas con los que hacer arder el asfalto, y luego, cuando refrescara, irnos a casa o a cenar por ahí. Ni siquiera sabría decir qué era lo que me apetecía más: si cenar en algún sitio pijo, decidida a probar cosas nuevas con las que iba a invitarlo gracias a la paga que me habían dado papá y mamá, o irnos a su casa, ponerme su ropa de hacer deporte y tumbarme en su cama a ver una peli cuyo único propósito era encendernos con una escena de sexo a la que nos apresuraríamos a imitar, ya más relajados y sin sombras oscureciendo el glorioso semblante de mi chico.
               Quizá incluso lo hiciéramos en los iglús… siempre y cuando él se abriera para mí. Lo que Claire le había dicho sobre la relación que teníamos con el sexo me había calado hondo, y no estaba dispuesta a tratar lo que nos había unido como el puente que cualquier pareja sana debía encontrare en comunicarnos. No quería que Alec se odiara mientras me adoraba, y la única manera de hacerlo era conseguir que verbalizara lo que le preocupaba para que yo pudiera convencerlo de que podía con ello. Podía con todo: solamente necesitaba creer en sí mismo.
               Ya creería yo por los dos mientras él no pudiera.
               De la que salíamos del restaurante, me giré para proponerle el cambio de planes (que, viendo su actitud más bien pasiva, me esperaba que aceptara sin rechistar), pero su móvil se me adelantó. Le pitó en el bolsillo del pantalón y él, con un chasquido de lengua y una mueca, echó mano de él.
               -Perdona, bombón.
               -Tranquilo.
               Confieso que me sentí un poco aliviada al ver que era aún capaz de hacer cosas por sí mismo, y odio decir que incluso agradecí tener ese momento en el que él estaba centrado en otra cosa y el nubarrón que flotaba sobre su cabeza se volvió un poco más claro.
               Fue durante un solo instante, pero fue un alivio, muy a mi pesar.
               -Joder-gruñó por lo bajo, frunciendo el ceño y haciendo una mueca mientras leía la pantalla de su móvil. Me contuve para no dar un paso hacia él y mirar por mí misma qué era lo que le había molestado.
               -¿Qué pasa?
               -Es Chrissy. Quiere saber si necesito que mañana pase a buscarme por casa o voy yo a la suya.
               Fruncí el ceño. ¿Por qué iba a tener que ir a casa de Chrissy, o ella a buscarlo? Ya ni se acostaban ni trabajaban juntos, así que no tenía ningún sentido aquel mensaje.
               -Mierda, mierda, mierda. Se me había olvidado.
               Claro que también eran amigos, y yo me había prometido a mí misma que le daría a Alec todo el espacio que necesitara. Después de todo, había muchísima gente que le quería y que le echaría de menos terriblemente, igual que yo. Todos estaban deseando disfrutarlo, y si tenía que dar un paso atrás para dejar que lo hicieran y era lo que él quería, que así fuera.
               -Vaya, parece que alguien tiene la agenda de un ministro y necesita que se la gestionen-me reí-. ¿Te estoy dando demasiada caña y no puedes centrarte en tus planes, o qué?
               -Ya me conoce; debería habérmelo recordado antes. Joder… no sé cómo coño voy a organizarme. Mañana va a venir Niki, ¿sabes?-me dijo, y yo abrí la boca.
               -¿Niki? ¿En serio? ¿Por qué?
               -Echa de menos a Logan-puso los ojos en blanco e hizo una mueca, y yo le pegué un pequeño empujón.
               -¡Alec! No hagas eso. ¿Viajar por amor? Es súper romántico. Ya podías hacerlo tú-dije, apartándome el pelo del hombro con chulería. Puede que no estuviera demasiado acertada en ese momento, pero la sola idea de que Alec pudiera venir de vez en cuando a visitarme mientras estaba en el voluntariado me daba unas esperanzas demasiado dulces para resistirlas. ¿Y qué si me moría de una hiperglucemia? Por lo menos lo haría feliz.
               Claro que tampoco iba a reprocharle que no lo hiciera. Ya me había puesto a mirar lo que me costaría el viaje a Etiopía, y ya el vuelo solamente salía por un ojo de la cara. No quería ni pensar en lo que costaría ir desde el aeropuerto en la capital, el único lugar con conexión aérea directa con Inglaterra, hasta la reserva en la que él iba a trabajar. Sin contar, por supuesto, la duración del viaje. Había estado investigando y Alec tendría los fines de semana libres para hacer lo que quisiera (me había costado caro enterarme, ya que ahora no dejaba de recibir correos invitándome a completar el formulario de inscripción en la siguiente edición del voluntariado que iba a hacer, para lo cual tenía hasta que proporcionar mis datos bancarios), y aquel sería el tiempo que tardaría en llegar a Inglaterra y volver. Y todo si los vuelos le coincidían bien en horario, cosa que dudaba.
               Si esta noche no dormíamos juntos, lo confirmaría.
               Así que no. No me atrevía ni a soñar con que Alec pudiera venir a verme. Aquellos sueños eran los típicos que hacían que te dedicaran canciones como en La La Land, los que las estrellas escuchaban con impotencia al no poder cumplirlos. Ellas hacían milagros, sí, pero no imposibles.
               Me miró de arriba abajo con cara de cachorrito abandonado, y yo supe en ese momento que había metido la pata hasta el fondo. Joder. Si yo lo había buscado nada más volver de Mykonos, fijo que él había dedicado todas sus mañanas en soledad en el hospital a tratar de organizar un viaje relámpago y venir de visita. Un año separados era muchísimo tiempo, y más para él, que lo pasaría lejos de casa, de todos los que le querían. Al menos tenía el consuelo de saber que empezarían a quererlo enseguida en el voluntariado, pero todo sería tan diferente que no encontraría consuelo en absolutamente nada, y la ausencia de su familia, de sus amigos, de mí, le arrinconaría por las noches y no le dejaría dormir. Sin olvidar, por supuesto, que también se preocuparía por los que había dejado atrás.
               Tal vez Alec fuera más de dejarse llevar y menos de planear, pero si había pasado más de un año organizando el voluntariado, de seguro que ya había pasado varias semanas tratando de cuadrar su agenda y poder volver de visita.
               Y fijo que había llegado a la misma conclusión que yo: aquello no era posible.
               Me aclaré la garganta y carraspeé.
               -De todos modos no veo en qué influye que Niki vaya a venir mañana con los planes que tienes con Chrissy.
               -Tengo que ir a recoger a Niki al aeropuerto, porque el muy inútil jamás se ha subido al metro y, conociéndolo, fijo que termina en alguna barriada de la frontera con Gales-puso los ojos en blanco y empezó a juguetear con su teléfono, haciéndolo bailar entre sus dedos, girándolo y girándolo como si fuera una peonza. Golpeaba suavemente el borde contra su vientre, reflexionando.
               -Bueno, ¿y sería muy malo si llegaras un poco más tarde o más temprano con Chrissy? Es una tía enrollada-incluso si no la hubiera visto en persona, que hubiera accedido a quedar conmigo y con la otra amante que había tenido Alec de forma simultánea a ella decía mucho de cómo era como persona, y cuánto le quería a él. No podía culparla-. Seguro que un pequeño cambio de planes cuando tienes una excusa tan justificada no le molestará.
               -Es que tengo una boda-explicó, y yo me quedé pasmada.
               Alec.
               Una boda.
               ¿Con Chrissy?
                -No te parece mal, ¿verdad?-añadió, cauto-. Porque si quieres le puedo decir que…
               -No. No, ¡claro que no! No, es sólo que… bueno, me sorprende. Es decir…-solté una risita nerviosa-. De todas las cosas que podías decirme que ibas a hacer con Chrissy, precisamente acompañarla a una boda no estaba entre la lista de las diez más probables.
               -Me lo pidió cuando le llegó la invitación, hace tiempo. Antes de…-se me quedó mirando, deslizando sus ojos por mi cuerpo-. Bueno, de ti. ¿Seguro que no…?
               -Al, de verdad, no pasa nada-le puse las manos en los bíceps y le di un suave apretón-. Es normal que tengas tus propios compromisos. Me alegro de que salgas y te despejes un poco, la verdad. Además, te encantan las fiestas. Y las bodas son fiestas. Sin olvidar la barra libre-le guiñé un ojo-. Y la comida, claro está.
               -¿Y qué pasa con Niki?
               Mi pobre niño, cargando siempre con el peso del mundo sobre sus hombros, negándose en redondo a aceptar que había problemas que les pertenecían a otros.
               -Yo me ocupo de ir a por Niki, tú no te preocupes. Seguro que a Logan no le importa acompañarme. Puedo inventarme que viene Perséfone a darte una sorpresa, y así que la sorpresa sea doble: para Niki, porque no se espera que quien le esté esperando sea Logan y no tú; y para Logan, porque no sabe que Niki viene. ¿Qué te parece?
               -¿Harías eso? Sé que tienes tus cosas-comentó, relamiéndose los labios. Podía improvisar planes con mis amigas en menos de una hora, y todavía no había pensado en lo que iba a hacer mañana. De hecho, después de haber estado con ellas y ser incapaz de sacarme de la cabeza a Alec, había decidido que estaría con él todo el tiempo que él me permitiera. Prefería empacharme de él a pasarle hambre. Y las chicas lo entenderían.
               Y si no, que les dieran. Ya me disculparía con ellas y les compensaría por todo lo que habían tenido que perdonarme cuando Alec se fuera. Un año daba para mucho… para demasiado. Y a mí me vendría bien estar distraída.
               Agité la mano en el aire.
               -Tampoco estoy tan ocupada. Será un placer ir a ver a Niki. Además… si no dejo que vayas a la boda, no te veré en traje. Y eso es algo que, egoístamente, no estoy dispuesta a perderme-coqueteé, cogiéndolo del cuello de la camisa y tirando suavemente de él hacia mí. Sentí que su cuerpo se despertaba, desperezándose de una larga siesta. Me puso las manos en la cintura y me acercó también a él, deteniendo el mundo durante un delicioso instante en el que lo único que notábamos era la calidez de nuestros cuerpos lamiéndose mutuamente y dejando que las energías que fluían entre nosotros se equilibraran.
               -¿Seguro que no te importa?-preguntó en voz baja, como si no estuviéramos rodeados de la cacofonía de una de las capitales más importantes del mundo: turistas maravillados, ciudadanos molestos, autobuses poderosos y taxis kamikazes. Pero es que no lo estábamos: en sus brazos, con mis manos en su cuerpo, habíamos creado una burbuja de tranquilidad en la que nada de eso nos alcanzaba. Y me daba la sensación de que incluso los demonios de su cabeza habían bajado notablemente el volumen, si es que no se habían callado-. La boda es todo el día, y…
               Y yo también quiero pasar el máximo tiempo posible contigo, me dijo en ese silencio que reverberó dentro de mí como una confesión de amor a gritos dentro de una catedral. Se nos estaba acabando el tiempo, y los dos nos sentíamos como si fuéramos unos ancianos acurrucados en la cama mientras el Titanic se hundía. El agua empezaba a rebosar por el borde de nuestra cama, y era cuestión de tiempo que nos reuniéramos en la otra vida.
               Me pregunté si Alá haría una excepción con Alec y le perdonaría que no creyera en él… o si sería el mismo Alec el que me recibiría en el paraíso una vez mi corazón se detuviera y mi amor por él cambiara de dimensión.
               -Alec-murmuré, y él se quedó callado. Su nombre en mi voz era el sonido que más le gustaba, no importaba cómo lo pronunciara: en un gemido mientras me poseía, o en un susurro cuando quería decirle algo que tenía que quedársele grabado en el alma; mis labios, el árbol del que colgaba la fruta más apetitosa cuando yo pronunciaba la única palabra que lo había acompañado toda la vida, y que le sentaba como anillo al dedo. Annie lo había sentenciado cuando le puso aquel nombre. Nada podía definirlo mejor que esa palabra que significaba “protector”-. Tú tienes tu vida, y yo tengo la mía. Lo bonito de lo nuestro es que las compartimos, no las fusionamos. No podemos disfrutar de un reencuentro si nunca nos separamos-le acaricié los brazos, disfrutando de la fuerza que habían recuperado. Todavía no estaban al máximo de su potencia, y seguramente la recuperaran cuando yo no pudiera compararlos con mis recuerdos, pero me daba lo mismo. Él ya podía conmigo: me lo había demostrado en Mykonos, cuando me sostuvo en el aire mientras hacíamos el amor solamente con las estrellas entre nosotros.
               Y con eso me había bastado.
               Inclinó la cabeza a un lado, juguetón.
               -¿Qué puedo hacer para compensártelo?
               -Qué bien que me lo preguntes, porque…-jugueteé con el cuello de su camisa, acariciándole más tarde el pecho como haría si llevara traje-. Me imagino que no piensas ir de vaqueros mañana.
               -No.
               -Lo suponía-sonreí-. Entonces, creo que ya sé qué consuelo quiero. Quiero que mañana te pases por mi casa antes de volver a la tuya. Y seré yo la que te quite el traje. Y lo que surja.
               -¿Qué piensas hacer con la corbata?
               -¿Vas a ir de corbata?
               -O vas a tope o te vas a casa, nena-respondió, deslizando una mano por mi espalda hasta llegar hasta mi culo. Intenté no estremecerme de puro gozo, y fracasé.
               -Creo que tendremos que estrenarla como se merece.
               -¿Estrenarla?
               -No pensarás que voy a dejar que otra te coja del brazo mientras llevas una corbata con la que me has obligado a correrme-respondí, dándole un mordisquito en la palma de la mano, y mirándolo desde abajo con una oferta que no podía rechazar en la mirada.
               -Creía que te gustaba dejarme marcado. Si mal no recuerdo, te pones bastante territorial cuando otras entran en escena-hizo una mueca, sonriendo al recordar aquel viaje en avión, el primero que habíamos hecho, en el que yo no me había conformado con que viniera sentado a mi lado, sino que había querido dejarles bien claro a las chicas que lo habían mirado que ya estaba pillado. Lo sentía mucho por ellas, pero me alegraba aún más por mí.
               -Mm, por mucho que guste la idea, creo que prefiero asegurarme una excusa para que vuelvas antes conmigo-le guiñé un ojo, y la sonrisa que le cruzó la boca me dio esperanzas para  seguir tirando de él. Puede que no todo estuviera perdido, y que sacarlo del pozo en el que se había metido sin saber por qué fuera más fácil de lo que parecía.
               No sabia si me refería sólo a mañana o también el voluntariado. Sospechaba que a ambos, pero no me importaba; a Alec parecía que tampoco, ya que levantó las cejas, sonriendo con una gotita de la ilusión que antes había pintado su mirada, y se relamió los labios
               -Supongo-dijo, haciendo una pausa mientras echaba un vistazo alrededor, como comprobando que no nos estuvieran escuchando ni hubiera miradas indiscretas posadas en nosotros. Ni que estuviéramos haciendo algo mal-que tenemos que ir de compras, entonces. No tengo muchas corbatas.
               -Suena a plan-decidí yo, celebrando internamente que pareciera un poco más animado; lo suficiente, por lo menos, como para pensar algún plan-. ¿Necesitas inspiración, o ya tienes algo en mente? ¿Vais a ir combinados?
               Bajó la vista de nuevo, y la sonrisa que me dedicó fue lobuna. La sonrisa que le había visto esbozar otras veces, cuando coincidía con chicas que le atraían y a las que decidía seducir.
               Una sonrisa que, si bien no era la de Fuckboy®, pues con ésta no te tendía trampas, también había terminado dedicándome exclusivamente a mí.
               -Sabrae, te creía más lista. Ya sabes que yo sólo me combino con una chica.
               Debo confesar que me moría de ganas de que llegara ese momento en el que tuviéramos eventos a los que asistir, como al que tenía que ir mañana, y decidiéramos hacer una declaración de intenciones no sólo comportándonos, sino también vistiéndonos como pareja. Siempre habría algo que representaría la conexión que teníamos, ya fuera el color de su corbata o alguna joya que lleváramos en común, él en los gemelos y yo prendida de las orejas.
               -Ésa era la respuesta que esperaba oír, Whitelaw-le guiñé un ojo, levantando el hombro y pegándole la mejilla, y me giré en redondo, disfrutando de la forma en que la falda de mi vestido voló alrededor de mí, dispuesta a poner rumbo al centro comercial más cercano.
               Me lo pasé bien de compras con él. Todavía notaba una sombra en su humor, pero aquella ya no era nada comparada con la que le había sobrevolado antes. Me sonreía, me tomaba el pelo, e incluso me había animado a entrar en un par de tiendas cuyos escaparates me habían llamado la atención. Sabía que me estaba usando de distracción, y yo estaba encantada de hacer que la tarde se le hiciera un poco más amena.
               Sin embargo, dejé de distraerlo cuando subimos al último piso y nos dirigimos a la tienda con libros, películas y música en la que siempre terminaba cayendo algo. Era la misma en la que le había comprado los regalos de San Valentín y su cumpleaños, así que una parte de mí pensó que aquel rincón podía ser un lugar de sanación para ambos. Lo cogí de la mano mientras paseábamos por entre la gente, ignorando las miradas cargadas de intención que se posaban en mí: ahora que había dado el salto de las redes sociales y había terminado saliendo en televisión, cada vez eran más y más los ojos que se detenían sobre mí, reconociéndome no ya sólo por mi apellido y por mi árbol genealógico, sino también por lo que era capaz de hacer. Sintiéndolo mucho, Alec me necesitaba, así que no iba a prestarles atención a todos aquellos que anhelaban un poco más de interés por mi parte para poder acercarse a mí y preguntarme de qué me conocían.
               Como de costumbre y movida por la inercia, tiré suavemente de él en dirección a la sección de libros. Al contrario que otras veces, Alec no rechistó, sino que me acompañó con dedicación y genuino interés. Nos detuvimos frente a las portadas elaboradísimas y de todos los colores del arcoíris de las nuevas llegadas de fantasía y romance, y cuando vimos un letrero anunciando descuentos en las novelas de romance, ya de por sí a precios muy asequibles, Alec y yo nos miramos y fuimos corriendo a por dos bolsas de tela que llenar hasta arriba, por la que yo tendría que dar muchas explicaciones a mi madre cuando por fin llegara a casa.
               -¿Te suena si he leído este libro?-preguntó, tendiéndome uno de un vaquero con la camisa abierta y unas manos de uñas pintadas de rojo en las caderas. Leí el título, y aunque me resultaba familiar, tampoco podía poner la mano en el fuego porque Alec ya se lo hubiera zampado. Además, tenía un ritmo de lectura que a veces me asustaba. Ni siquiera papá era capaz de leer tan rápido, y eso que era con diferencia la persona que más libros había leído de todas las que yo conocía. Mi novio se estaba esforzando en hacerle la competencia.
               -No sé. Puede. Todos los libros de cochinadas romanticonas que lees tienen la misma portada. ¿Te suena la sinopsis?
               -Sí y no. También tienen la misma sinopsis. Y no son cochinadas-añadió, picado, devolviéndolo a la estantería. Alcé una ceja.
               -¿No tienen escenas explícitas de sexo?
               -Puede, pero yo no las leo por eso. Si quisiera imaginarme polvazos, pensaría en ti y me acordaría de lo que te hago.
               -Que no hagan nada que tú no hayas hecho antes no hace que dejen de ser cochinas-respondí, riéndome. Alec puso los ojos en blanco, cogió otro libro, miró la portada, leyó la sinopsis y me lo tendió.
               -¿Y éste?
               -¿Qué soy, tu diario de lecturas con patas?
               -No digas eso, nena. También me calientas la cama.
               Le tiré uno de los libros que tenía en la mano a la cara; gracias a Dios, ni lo estropeé ni me vio ningún dependiente. Él se echó a reír.
               -No me dirijas más la palabra. Si quieres llevar la cuenta de los libros que has leído, regístrate en Goodreads. Ya te lo he dicho un millón de veces.
               -Qué raro, Doña Redes Sociales sugiriéndome que me haga cuenta en otro sitio más de internet. ¿Qué ha sido del misterio de preguntarle a alguien lo que le gusta?
               -A ti lo único que te gusta preguntar a la cara es la postura en la que quiero follar cada noche.
               -Y nunca escoges el candelabro italiano. Eres aburridísima, Sabrae.
               -Si tantas ganas tienes de llevarte a Jordan a la cama, deberías dejar de tratar de usarme como excusa y proponérselo. Eres guapo. Y a él también le gustan los blancos. Posiblemente te diga que sí.
               -Ya le gustaría-se burló, dejando el libro en la estantería y pasando al siguiente. Noté que me miraba de reojo mientras yo me inclinaba a verlas nuevas publicaciones, pasando los dedos por encima de ellos. Noté nostalgia en la forma en que me miraba, pero intentó disimularla cuando me giré para encontrarme con sus ojos castaños. No dijo nada, y yo tampoco. Simplemente me acerqué de nuevo a él y dejé que me rodeara los hombros con el brazo, balanceándome suavemente contra su pecho. Me dio un beso en la cabeza y yo lo miré desde abajo, sonriendo. Sabía que era increíblemente afortunada por tener un novio que disfrutaba leyendo: Momo había intentado arrastrar a Nathan a una librería un millón de veces, y él siempre se había empeñado que no iba a pasar más allá de la puerta. Yo, en cambio, podía tener citas de lectura con Alec, sentándonos uno al lado del otro y leer el mismo libro para intercambiar después impresiones.
               Puede que los libros fueran el puente que continuara juntándonos cuando él estuviera en África y yo en Europa. Puede que pudiéramos seguir leyendo juntos incluso a seis mil kilómetros de distancia. Puede que en los libros estuviera la clave de todo.
               -¿Se permite el envío de paquetería al campamento?-pregunté, y Alec frunció el ceño.
               -Pues la verdad es que no lo he pensado-dijo-, ¿por qué?
               -Se me ha ocurrido que podrías hacer una lista de todos los libros que tengas pendientes y que quieras leerte y te los podría ir mandando para que fueras leyéndolos. No sé si tendrás mucho tiempo o si estarás demasiado cansado para leer, pero creo que sería un bonito ritual que quedáramos para leer tal libro de tal hora a tal hora en unos días determinados, ¿no te parece?
               -¿No se supone que me regalaste el ebook para que leyera lo que me diera la gana sin tener que preocuparme de ir cargando con los libros físicos?
               -Sí, pero como no tenemos la misma marca, los formatos son distintos y no progresaríamos lo mismo.
               -Podemos quedar en capítulos determinados.
               -¿Crees que podrás leer capítulos determinados?
               Se quedó callado un momento, y yo no quería insistirle. Necesitaba un plan, algo fijo a lo que aferrarme, pero sobre todo necesitaba que él estuviera bien. Por eso no quería insistirle.
               -Todavía estoy aquí-dijo-. Ya nos preocuparemos de eso cuando me vaya.
               -Pero cuando te vayas ya no podremos hacer planes.
               -Podemos improvisar. No se nos da tan mal-murmuró, melancólico, mientras me apartaba un mechón de pelo de la cara y lo dejaba tras mi oreja con un gesto distraído-. Improvisamos esto.
               En eso tenía que darle la razón: yo no había planeado enamorarme de él y sin embargo era lo mejor que me había pasado en toda mi vida. Incluso contando con la adopción. Scott me había encontrado y me había puesto mi nombre, pero Alec era la voz que quería oír diciéndolo en cada uno de los cinco continentes.
               Tenía razón. No podía decirle a todo el mundo que quería priorizar a Alec mientras estuviera conmigo para poder aprovechar el tiempo que nos quedaba antes del voluntariado, y luego dedicarme a hacer planes para el voluntariado cuando estuviera con é; aquello sería como adelantarlo. Ya lo resolveríamos de alguna manera: lo que contaba ahora era que estábamos juntos, y que teníamos que aprovechar cada segundo como lo que era: un regalo del destino que no debíamos desaprovechar bajo ninguna circunstancia.
               La felicidad que había ido acumulando en el centro comercial se quedó encerrada dentro cuando atravesamos las puertas, aunque hizo un esfuerzo hercúleo por conseguir que yo no le notara que había vuelto a caerse en aquel pozo que le había dado un respiro entre libros. Por lo menos me contestaba, me daba conversación, y se esforzaba por parecer un ser humano vivo en lugar de un muerto viviente, pero yo le conocía lo suficiente para saber que había algo que le rondaba.
               Nos acercábamos más y más al parque de los iglús, y yo me preguntaba qué iba a pasar allí. Ahora que había calado en mí su estado de ánimo y había interiorizado que no se encontraba del todo bien, esas ansias que hombre que me habían empujado a vestirme y prácticamente salir corriendo en su busca para encontrármelo en el hospital se habían evaporado en el aire. Cada vez me parecía más seguro que terminaríamos acostándonos, y no estaba segura de que fuéramos a hacerlo en las condiciones más sanas. Sólo esperaba ser capaz de parar. Parar y pedirle a Alec que me dijera qué le pasaba para tratar de arreglarlo antes de que convirtiéramos algo que era sagrado, el origen de todo, nuestro propio génesis, en una vulgar tirita con la que tratar de curarnos heridas de bala.
               Pagamos la entrada y nos condujeron por el camino de grava en dirección a nuestro iglú: no éramos la única pareja que había pensado que sería un buen plan esconderse dentro de ellos, ya que había varios ocupados, muchos con el pestillo echado. Se me encogió el estómago al pensar en lo normalizado que parecía lo que hacíamos los enamorados en aquel lugar, convertirlo en nuestro nidito de amor por, como mucho, un par de horas. No porque me pareciera que estuviera mal (y prefería pensar que cambiaban las colchas y demás cosas del suelo cada vez que se desocupaba un iglú), sino porque aquello me haría incluso más difícil decirle que no a Alec. Yo misma le había puesto la idea en la cabeza por la mañana, cuando le había recordado, como si él no lo supiera incluso mejor que yo, que hoy por fin se me quitaba la regla.
               La chica nos dedicó una sonrisa cortés al abrirnos la cremallera de la burbuja del iglú, y cuando confirmó que ya habíamos ido más veces y que no tenía que explicarnos cómo funcionaba, se fue echando mano de una botella de agua que ni siquiera había visto que llevaba en la mano. Estaba tan ocupada reflexionando sobre cómo haría para pararle los pies a Alec si él se lanzaba que no me había fijado en nada más.
               Dejamos las bolsas en la parte más alejada de la entrada, nos descalzamos, y mientras Alec entraba en la aplicación del iglú y se ponía a cambiar el techo, yo me senté en el suelo a la japonesa, sobre las rodillas desnudas que me ocultaba el vestido.
               -¿Qué te apetece ver?
               -Lo que a ti te apetezca-respondí, mesándome el pelo y apartándomelo de los hombros. Creí que se relamería y me diría que me quería ver desnuda, a lo que yo tendría que pensar rápido una contestación chulita con la que me negaría en redondo a desnudar, pero siempre cuidando de su ego lastimado.
               Sin embargo, no dijo nada por el estilo. Simplemente asintió con la cabeza, murmuró un distraído “mm”, y miró al techo mientras pasaba las imágenes. Se detuvo en un estanque de carpas koi, que nadaban perezosamente por la cúpula del techo, agitando las aguas de nenúfares y dejando pequeñas estelas por debajo del agua. Era una estampa bastante tranquila que transmitía una paz infinita, ya que el ruido ambiente se acomodaba a ello: el sonido de un jardín imperial japonés en el que el agua fluía con la calma de los arroyos que llevan funcionando milenios, a pesar de guerras y la desaparición de incontables dinastías.
               Sus ojos se encontraron con los míos, y nos miramos en silencio durante lo que me parecieron cinco minutos. Ninguno de los dios movió apenas un músculo, como si fuéramos máquinas que se cargaban con la tensión que estaba creciendo entre nosotros, una tensión que estaba agarrotándome los músculos y despertando un fuego en mi interior que me resultaba muy familiar, y que siempre me consumía cuando Alec y yo estábamos así: a solas.
               Emborrachándonos con las feromonas del otro.
               No sé en qué momento empecé a jadear: sólo fui consciente de mi propio cuerpo cuando Alec se relamió los labios, recorriéndome con la mirada como si estuviera desnuda a pesar de mi vestido. Se detuvo en el punto exacto en que mis muslos se encontraban y un corazón nuevo ya latía entre mis piernas, con la confianza por haber acertado del sherpa que ha seguido la misma ruta hacia la cima del Everest un millón de veces y reconoce cada piedra, cada huella en la nieve, cada día de un pie distinto pero siempre con una forma y dirección idénticas.
               De pronto ya no me pareció tan mala idea hacer el amor allí. Puede que aquello fuera lo que necesitábamos; puede que mi cuerpo pudiera curarlo como ya lo había hecho otra vez, cuando le demostré que sus cicatrices no eran fallos de diseño, sino runas que retenían su alma en su glorioso cuerpo mortal.
               Ése era mi principal problema: que estando a solas con Alec no podía fiarme de mí misma. Él me atrapaba sin tan siquiera pretenderlo en esa red suya de la que me era casi imposible escapar. Necesitaba toda mi fuerza de voluntad para hacerlo, e incluso entonces nunca estaba del todo segura de no estar equivocándome con cada giro en el laberinto.
               Y menos cuando yo también era un cebo para Alec. Aquella luz me favorecía: le arrancaba a mi piel un tono que pocas veces había visto, como de bronce mezclado con lapislázuli, en el que mi vestido se parecía a la mortaja de oro de un faraón. Si ya de por sí tenía pocas ganas de resistirse a mí, bajo esa luz todavía le quedaban menos.
               Me estremecí de pies a cabeza bajo su escrutinio, anticipando la sensación de sus manos en mi piel. Alec dio un paso hacia mí, y yo me quedé quieta, esperándolo, buscando en mi memoria por qué no podíamos hacerlo, intentando entender los jeroglíficos en que se ocultaban las razones para no acostarnos.
               Dio otro paso.
               Y luego, otro más.
               Y ya estaba de pie frente a mí, descalzo, con el pelo revuelto recortándose contra las carpas. Se arrodilló hasta quedar más igualados (todo lo que la diferencia de altura que había entre nosotros podía hacer), y luego, lentamente, me puso una mano en la cadera. Y empezó a subirla.
               Y yo apenas era capaz de recordar mi nombre.
               -Sabrae…
               Ah, sí. Ése era.
               Sus dedos alcanzaron por fin mi piel desnuda, y siguieron subiendo, y subiendo, y subiendo, hasta que llegaron a mi cuello. Con una pregunta en los ojos, y la respuesta en mi mirada, Alec tiró suavemente del nudo en mi cuello y dejó que la tira de tela cayera libre sobre mis pechos, que se bajaron un poco por acción de la gravedad. Sus ojos también bajaron para mirarlos, y volvió a relamerse los labios.
               Aquella costumbre suya era algo que me encantaba de él, y seguro que ni siquiera era consciente de lo que hacía. Pero el caso es que, cada vez que algo en mi cuerpo cambiaba y mis atributos femeninos se volvían un poco más evidentes, Alec siempre lo notaba. Y siempre reaccionaba celebrándolo, de tantas maneras distintas que me sorprendía lo mucho que daba de sí el lenguaje no verbal.
               Sin poder contenerme, estiré despacio la mano, le acaricié el pelo, y fui bajando por detrás de su oreja, su cuello, hasta su clavícula. Le hice la misma pregunta y él me dio la misma respuesta, y empecé a desabotonarle la camisa.
               Cuando terminé, me quedé mirando su torso, la fuerza de sus músculos, la línea y definida de sus abdominales en los que, sin embargo, aún le quedaba trabajo por hacer. Y aun así, mi chico ya había recuperado aquellos ángulos de hombre a los que ninguna mujer de Londres había sido capaz de resistirse, yo incluida.
               No sé quién de los dos se acercó a quién, pero el caso es que nos habíamos acercado tanto que lo siguiente que recuerdo era que nos estábamos besando lenta y profundamente, nuestras lenguas jugando a recorrerse, como si fuéramos ciegos y estuviéramos descubriendo nuestras facciones con las manos por primera vez.
               Alec me agarró de las caderas y tiró suavemente de mí, colocándome. Yo me dejé hacer, mis manos en su cuello, los dedos presionando suavemente en su piel, encontrándole un pulso que ya tenía disparado. Tiró un poco más de mí y ya me tenía prácticamente reclinada frente a él, sólo erguida por la acción de sus manos.
               Se acercó a la cremallera del vestido y me la bajó. Yo respondí quitándole la camisa y deslizando las manos por su piel, en dirección a sus pantalones. Cuando le desabroché el botón y la cremallera, Alec tiró suavemente de mi vestido para liberar mis senos. Sólo entonces nos separamos, para que él pudiera disfrutar enteramente del espectáculo del otro cuerpo que era suyo, además del que habitaba.
               Y algo en sus ojos cambió. Se volvieron desesperados, ansiosos. Dejó de mirarme como mi alma gemela y empezó a hacerlo como un famélico al que invitan a un banquete nupcial. Supe entonces que tenía que pararlo, no porque estuviera mal que lo hiciéramos si nos apetecía, sino porque no íbamos a hacerlo porque nos apeteciera: lo haríamos porque Alec estaba desesperado por algo, y la solución no pasaba por acallar sus demonios con mis gritos de placer. Volvió a cogerme de las caderas, pegándome más a él, a su erección, buscando un consuelo que yo no sabía si podría darle.
               -Quiero follarte-dijo, y a mí se me paró el corazón. Siempre me desquiciaba escucharlo decir esa palabra, como si todo fuera mil veces mejor cuando lo verbalizaba-, donde se supone que no debemos y todos lo hacen.
               -Me parece bien-me escuché decir, pasándole los brazos por los hombros y enredando las manos en su pelo, acercándome a él tanto que su aliento ardió en mi cara-, pero antes… antes tenemos que hacer otra cosa.
               Me costaba muchísimo respirar, ya no digamos pensar. Le quería dentro de mí. No sólo estaba luchando contra Alec: también estaba luchando conmigo misma, y no estaba segura de ser capaz de ganar esa partida. Todo mi cuerpo estaba protestando por la demora: mis pechos estaban especialmente sensibles; mi sexo, empapado. Tenía la piel erizada y todo en mí delataba que estaba cachonda y que, en realidad, no quería hacer otra cosa que separar las piernas y dejarlo entrar dentro de ellas.
               Alec rió por lo bajo.
               -¿Qué cosa?-rió, besándome la cara interna del brazo, dándome mordisquitos igual que hacía por dentro de mis muslos. A pesar del escalofrío que me partió en dos, me obligué a recordar que aquello que estaba haciendo era lo correcto, que tenía que seguir la ruta sensata por una vez. No era justo para él que el peso de las buenas decisiones siempre recayera sobre él.
               Y no podíamos convertir lo que más nos gustaba hacer juntos en algo que usábamos cuando teníamos problemas. Se supone que el sexo tenía que unirnos, no callarnos.
               -Quiero que hablemos-respondí, bajando las manos y poniéndoselas en el pecho. Alec volvió a reírse con cinismo mientras me tumbaba en el suelo y me subía la falda del vestido hasta casi dejar mis ingles al aire.
               -¿Seguro que hablar es lo que te apetece ahora? Porque yo creo que es evidente que lo que quieres es otra cosa-contestó, levantándome una pierna y besándome la cara interna de la rodilla. Sus ojos centellearon a la vista de mi ropa interior: no era para menos; me la había puesto de encaje, dispuesta a buscarle las cosquillas. Lo que yo no sabía era que necesitaría que estuviera tranquilo, y no lanzado y ansioso de mí.
               -No-confesé-. Pero prefiero mil veces aguantarme las ganas y solucionarlo a convertir el sexo en el método al que recurrimos para resolver nuestros problemas. Porque así no resolvemos los problemas. Sólo los tapamos hasta que se hacen demasiado grandes y nos explotan en la cara, Alec.
               -¿He hecho algo?-preguntó.
               -No.
               -¿Entonces? Yo no tengo ningún problema contigo. Podemos llegar hasta el final.
               -Te pasa algo-dije en un jadeo, casi explotando en un sollozo. Y él frunció el ceño de nuevo.
               -¿A mí?
               -Sí.
               -No me pasa…
               -No conmigo-le corté-. Pero sé que te pasa algo. ¿No quieres que hablemos de nada?
               Se quedó muy, muy quieto, como si estuviera frente a un oso y no estuviera seguro de si era Yogui o el que había atacado a Leonardo DiCaprio en El renacido.  
                -Eh… no-decidió finalmente. No sabría decir a cuál de los dos osos me había igualado-. Estoy bien.
               Negué con la cabeza, subiéndome el vestido para poder hablar más tranquilos. Si no quería hablar no teníamos por qué hacerlo, pero ahora que habíamos parado, me resultaba mucho más fácil poner distancia entre nosotros. Y ni de broma íbamos a hacerlo para tratar de tapar heridas.
               -No estás del todo bien, Al. Yo sé que te pasa algo. Y mira, es perfectamente legítimo que no te apetezca hablar de ello, pero creo que es mi deber insistirte, sobre todo teniendo en cuenta tu historial minimizando tus problemas. No tienes que quitarle hierro a nada de lo que te pasa, ¿sabes?
               -¿Quién dice que me pase nada?-respondió. Él no parecía incómodo con su desnudez, con lo que ya habíamos recorrido un largo trecho. Todavía resonaban en mi cabeza las risas de los tíos de Mykonos, y me había preocupado mucho lo que podían hacer en el autoestima de Alec, pero, gracias a Dios, no parecían haberle afectado lo más mínimo.
               Interpreté como una buena señal que ni siquiera hiciera amago de taparse, como si no fuera consciente de lo que estaba sucediendo. Muchísimo mejor, entonces.
               -Yo-dije suavemente. Necesitaba que entendiera que no le estaba echando la bronca por nada, sino que estaba tendiéndole la mano cuando él aún se negaba a aceptar que tal vez necesitara ayuda.
               -Me ha afectado lo de Josh-respondió, encogiéndose de hombros-. Eso es todo. Se me ha quedado el mal cuerpo de la primera impresión. El crío parece algo desmejorado, más… enfermo-arrugó la nariz y yo asentí con la cabeza.
               -Él es importante para ti. Pero, aun así, esto viene de antes-decidí empujar más, rezando para no cruzar ninguna frontera que hiciera que él se cerrara en banda-. De la terapia.
               Se quedó callado, mirándome de nuevo como si fuera un rompecabezas.
               -¿Por qué crees que me ha pasado algo en terapia para que esté mal?
               -Nunca me has llamado “princesa”.
               Sus ojos recorrieron mi rostro en una búsqueda desesperada de la verdad, de una solución al problema que se erguía frente a mí. Supe en ese instante que había dado en el clavo: había pasado algo en terapia, pero no sabía decir el qué.
               No me malinterpretes: no era la primera vez que Alec salía mal de sus sesiones con Claire, pero las otras veces había salido revuelto, no peor de lo que había entrado. Sin excepción. Siempre que había salido mal, lo había hecho porque tenía una herida supurando, pero porque Claire le había echado agua oxigenada y había tratado de curársela, dejando que empezara su proceso de sanación después de mucho tiempo con ella mal tapada. Del mismo modo que hay que romper de nuevo un hueso que ha soldado mal, Claire había tenido que hurgar en la mente de Alec para conseguir que los traumas que tenía se fueran deshaciendo poco a poco, diluyéndose en un remolino que tenía que poner en su mente para que él pudiera seguir adelante. Claire había obligado a Alec a salir a navegar durante la tormenta, sí.
               Pero nunca se había convertido ella misma en la tormenta… que era, precisamente, lo que me parecía que había pasado esta vez.
               Alec suspiró sonoramente, se pasó una mano por el pelo, y se sentó a mi lado. Dobló las rodillas y apoyó las manos en ellas, pensativo, con los ojos fijos en la puerta. Quería irse, lo notaba. Pensé en ofrecérselo, pero sabía que perderíamos la oportunidad de hablarlo si nos marchábamos de allí. Podíamos aprovechar que habíamos pagado ya las dos horas para extendernos todo lo que nos diera la gana.
               Echó mano de sus pantalones, derrotado, y vi cómo sacaba la cajetilla de tabaco que llevaba paseando en el bolsillo desde que habíamos vuelto de Mykonos, jurándose a sí mismo que, en cuanto la terminara, lo dejaría. Creo que ninguno de los dos las teníamos todas consigo de que así fuera.
               En el iglú no se podía fumar, pero yo no iba a delatarlo. Si había algún detector de humo nos meteríamos en un problema, pero ya lidiaríamos con eso más tarde.
               Alec sacó un cigarrillo, se lo llevó a la boca, encendió el mechero, se lo acercó a los labios, y lo dejó a un par de centímetros del pitillo. Se quedó quieto de nuevo, los ojos fijos en la llama. Giró la vista y me miró. Yo tiré de mi vestido para subírmelo un poco más; no le había subido la cremallera, así que tenía que poner más de mi parte para no revelar de nuevo mis pechos. No nos facilitaría el trabajo que mi cuerpo le distrajera.
               Apagó el mechero y se quitó el cigarrillo de los labios. Lo miró un segundo, dando golpecitos con él en la cajetilla de tabaco, sumido en sus pensamientos. Yo no me moví: los reflejos de las carpas koi lo hacían todo por mí. Le daría el tiempo que necesitara; todo el del mundo, si lo quería, y mi manera de hacerle saber que no teníamos ninguna prisa era, precisamente, no mostrando ningún tipo de impaciencia en mis movimientos.
               Por fin, guardó el mechero y el cigarrillo de vuelta en la cajetilla y la tiró al suelo, sobre su camisa. Se pasó una mano por el pelo y estiró las piernas, los ojos fijos en las carpas koi nadando perezosamente sobre nosotros.
               -Últimamente he estado pensando en… cosas relacionadas con el voluntariado-comentó, jugueteando con algo en el suelo de tal forma que, si hubiéramos estado en una playa, habría hecho un millón de dibujos en la arena-. Y he tenido que hablar de ellas con Claire.
               Puso los ojos en mí al fin, como si hubiera tenido que prepararse. Asentí con la cabeza.
               -No hago más que tratar de buscar excusas para no irme y quedarme aquí. Con los chicos, con mi familia, y contigo-añadió, inclinando la cabeza hacia los lados cada vez que decía una de las razones que lo ataban a Inglaterra y por las que sentía que no podía marcharse-. Lo cual es curioso, porque todas, salvo tú, son razones que tenía ya antes de decidirme a hacer el voluntariado, y… no sé-se pasó una mano por el pelo-. Me estaba volviendo loco hasta que hablé con Claire sobre todo esto. Porque tampoco siento que lo pueda hablar contigo…
               -Conmigo puedes hablar de todo lo que quieras, Al. Yo no voy a tratar de influirte en nada-aseguré, inclinándome ligeramente hacia él, que sonrió con cansancio.
               -Gracias, nena, pero incluso aunque no quisieras influirme y fueras todo lo diplomática que puede ser una persona, yo siempre voy a ser incapaz de ver en ti nada que no sea una razón para quedarme. Porque por mucho que finjamos que no es así, los dos sabemos que me va a resultar jodidísimo separarme de ti.
               Asentí con la cabeza, apartándome el pelo de la cara.
               -Lo va a ser para ambos. No es como si te fueras a otro barrio, o algo. Es otra ciudad. Pero lo vamos a superar, Al. De verdad que sí. Tengo muchísima fe en lo nuestro, y sé que merecerá la pena, por muy duro que resulte. Medio mundo no es nada. No cuando se trata de ti.
               Había hecho un trabajo excelente convenciéndome hacía unos meses de que nada entre nosotros tenía por qué cambiar, pues ahora me lo creía a pies juntillas. No obstante, no me lo creía a ciegas, como si me hubieran lavado el cerebro, sino que después de darnos una oportunidad ya sabía lo fuertes que éramos. De verdad creía que podríamos con todo.
               Yo me veía con Alec siendo anciana. Me veía envejeciendo con él, contemplando una familia que construiríamos los dos juntos. Me veía decorando una casa, llenándola con nuestros hijos, vaciándola cuando se emanciparan como nos tocaría a nosotros pronto. Y para llegar a todo eso, teníamos que aguantar el voluntariado. Y lo aguantaríamos, estaba segura de ello.
               Porque si me veía con Alec dentro de cincuenta, sesenta, setenta años, era porque estaba segura de que le esperaría lo que hiciera falta, incluso cuando no tuviera señales de él.
               Definitivamente, me veía con Alec dentro de un año. Así que no me preocupaba lo que nos hiciera el voluntariado; sabía que no sería nada cuando mi vida pasara ante mis ojos y estuviera plagada de recuerdos con una versión de él que poco a poco iría envejeciendo a medida que me acercaba a los recuerdos de ese presente que para mi yo de ahora todavía era un futuro.
               -¿Y si yo vuelvo a ser el que era?-me preguntó.
               -¿A qué te refieres?
               -¿Y si vuelvo a ser el tío del que tus amigas intentaban protegerte? ¿El fuckboy original?
               -¿Por qué habrías de serlo?
               -Porque un año es muchísimo tiempo. Y tú y yo somos muy físicos. Pero yo no quiero irme de aquí sin medias tintas, ¿sabes, Saab? No quiero pirarme sin ser tu novio, pero tampoco quiero… o sea, yo no… me volvería loco si no pudiera pensar en ti como mi novia, pero…
               -¿Por qué habrías de dejar de pensar en mí como tu novia, Al? ¿Te ha dicho algo Claire sobre que sería mejor que lo dejáramos? Porque por ahí sí que no pienso pasar, ya te lo digo. O sea, me da igual que esta señora tenga estudios: ella no tiene ni idea de lo que nosotros tenemos, y si se cree que voy a rendirme sin luchar simplemente porque tiene una cartulina en casa que die que se sabe de memoria cuatro textos sobre el funcionamiento del cerebro, es que no tiene ni puta idea de quién soy yo. Debería consultarlo con su mujer.
               -Claire no me ha dicho que debamos dejarlo. Eso es algo que me he planteado yo solo.
               Me quedé helada al escucharle decir aquello. Sentí que el corazón se aceleraba mientras la temperatura del iglú descendía drásticamente, dejándolo todo a varios grados por encima de cero. Lo suficiente como para hacerme daño, pero no lo bastante para regalarme el consuelo del sueño eterno.
               -Pero no lo voy a hacer-me aseguró, incorporándose y cogiéndome las manos-. O sea, ni puto jodido de la cabeza te voy a dejar, Sabrae. Eso no está en la mesa-me prometió, besándome las manos y mirándome a los ojos-. Me lo planteé durante un segundo de esquizofrenia en el que no sabía lo que hacía, pero en cuanto se me ocurrió la idea sentí ganas de vomitar. Porque tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, y yo no… joder, seré un puto cobarde por esto, pero no estoy dispuesto a renunciar a ti.
               -¿Por qué dices que eres un puto cobarde por no querer renunciar a mí? Yo soy tu novia. Se supone que eso es lo que tienes que hacer, no…-jadeé, sintiendo que me faltaba el aire y que se me llenaban los ojos de lágrimas. No, no, no, no, no. Esto no podía estar pasando. No podíamos estar teniendo esta conversación. Estábamos al borde del precipicio, a merced de las ráfagas de viento, y a lo lejos se distinguía la silueta de un huracán.
               -Porque Claire y yo hemos hablado de algo que los dos vemos bastante factible. Y eso es lo que me destroza, Saab: no haberme dado cuenta antes de que, si estoy poniéndole tantas pegas al puto voluntariado, es porque en el fondo sé que voy a poner en peligro lo nuestro. Tarde o temprano lo haré. Porque yo soy así-sonrió, triste-. Un puto gilipollas que jode todo lo que toca. Como el rey Midas, pero al revés.
               -Tú no eres así.
               -Lo dices porque estás enamorada de mí, pero tú me conoces, Saab. Así que escúchame-me cogió por los hombros-. Necesito que seas sincera conmigo. Te voy a hacer una pregunta. Pensar la respuesta te va a doler muchísimo, pero necesito que seas sincera. Todo depende de ti ahora, ¿entiendes?
               -Me estás asustando.
               -Es que es muy importante.
               -Alec, en serio, si estás intentando vacilarme, no tiene ni puta gracia.
               -No quiero vacilarte, sólo quiero que me digas la verdad. Aunque me duela. Podré soportarlo. ¿Me lo prometes?
               Me quedé mirando sus ojos marrones, suplicantes. Me latía el corazón a mil, pero sabía que no podía decirle ninguna mentira. Se lo había prometido hacía meses y se lo iba a volver a prometer ahora.
               -Te lo prometo.
               -Vale. Y no olvides que te quiero, ¿vale? Pase lo que pase, me digas lo que me digas, yo te voy a seguir queriendo igual. Así que habla con total libertad-tragué saliva, y él me miró, expectante.
               -Yo también te quiero. Y ahora dime lo que sea. Joder, me estás poniendo histérica.
               -Vale-tomó aire y lo expulsó de nuevo-. Allá va. ¿Preparada?
               -Joder, Alec, voy a hostiarte, en serio-escupí una risa nerviosa.
               -¿Crees que te voy a poner los cuernos en África?-soltó de repente.
               Y yo me asusté.
               Me asusté tanto que le solté una bofetada. Ni siquiera lo vi venir. Y él tampoco, a decir verdad. Así de impetuosa fue mi reacción.
               -¿ACABAS DE CALZARME UNA HOSTIA?
               -¡ME HAS PUESTO NERVIOSA!-chillé, y luego me incliné hacia él-. Lo siento, lo siento, lo siento. ¿Te he hecho daño?
               -Joder, Sabrae, menudo hostión. La madre que me parió-bufó, masajeándose la mejilla, en la que se intuía bajo la pobre luz la marca de mi mano. Me incliné para cogerle la cara y empezar a darle besos para que me perdonara-. Esto me pasa por salir con otra boxeadora. Mira, Perséfone jamás me cruzó la cara como acabas de hacerlo tú. Eso es algo en lo que definitivamente le llevas ventaja.
               -Lo siento muchísimo, Alec, de verdad, yo… no sé por qué he reaccionado así. Joder, me siento fatal. ¿Sabes qué? Olvídalo. Podemos echar un polvo y…
               -Ah, no, ni de coña. Claire dice que no podemos usar el sexo como solución a nuestros problemas. Además, no te vas a escaquear tan fácilmente, guapa. Me has prometido que me serías sincera.
               -¿Sobre qué?
               Puso los ojos en blanco.
               -Cómo sois las mujeres, ¿eh? Os encanta hacer sufrir a los tíos que os quieren.
               -La pregunta no podía ser en serio.
               -¿Quién lo dice?
               -Alec Theodore Whitelaw-protesté, y él se estremeció, conteniendo una sonrisa-. ¿De verdad me estás diciendo que eres el producto de millones y millones de años de ingeniería genética evolutiva y aun así se te ocurren subnormaladas del calibre de que me vas a poner los cuernos? ¿Tú eres gilipollas o barres desiertos, eh? ¿Quién coño te ha dicho eso? ¿Ha sido Claire? Porque si es así, creo que deberías pedirle un análisis de sangre a tu puta comecocos; me parece imposible que no sea familia de tu padre dado lo mucho que le gusta hacerte daño. Tú nunca me harías eso, Alec. Nunca.no eres así. ¡Por Dios bendito, si cuando te entro y estás borracho, me das calabazas diciéndome que tienes novia! ¡Siempre tengo que convencerte de que tu novia soy yo para que nos liemos cuando estás borracho!
               -Scott tampoco es así y se lo hizo a Eleanor. Y Tommy se lo hizo a Layla.
               -Scott y Tommy estaban drogados-le recordé-. Además, tú eres mejor que ellos. Ellos se creen que son dios, tienen unos delirios de grandeza increíbles. Me sorprende que no necesiten vivir en Buckingham Palace para que sus egos no les aplasten. Tú en cambio no te crees dios, pero eres uno. Nunca me harías daño. No a propósito.
               Negué con la cabeza, apartándome una pelusilla del brazo. Entrelacé las manos sobre el regazo y alcé las cejas, expectante. Él me miró, y me miró, y me miró, esperando a que yo dijera algo, pero la pelota estaba ahora en su tejado y yo simplemente me negaba en redondo a volver a abrir la boca.
               -Te he dicho que puedes tomarte el tiempo que necesites para pensar tu respuesta.
               -A ti en el fondo te pone que yo te pegue y estás buscando que lo vuelva a hacer, ¿eh?-repliqué, sentándome con las piernas cruzadas por debajo del vestido-. Simplemente tienes que pedirlo si es así.
               -Hombre, no te voy a negar que tiene su morbo cuando te lanzas, pero ahora mismo no estoy en ese plan. Quiero asegurarme de que me das la respuesta correcta.
               -¿Qué quieres que te diga, Alec? ¿“Sí, mira, la verdad es que me espero que te folles a todo lo que anda, incluso puede que ni siquiera seres humanos, en cuanto te bajes del avión en Etiopía”? Porque no lo voy a hacer. Si tú no quieres apostar por ti es tu problema. Yo me lo voy a jugar todo a una carta, y esa carta eres tú. ¿Te crees que jodes todo lo que tocas? Bueno, ésa es tu opinión-me encogí de hombros-. Te conozco lo suficiente para saber que eres tan duro de mollera que en cuanto se te mete algo entre ceja y ceja es imposible sacártelo de ahí. ¿Y sabes qué? Que prefiero que vivas en la inopia y me dejes disfrutarte tranquila a que estés todo el rato con estas polladas. Y me la suda lo más grande que tu psicóloga te esté diciendo esto. Ella no te conoce. Yo sí. Y tú también. Es sólo que no quieres verlo-me encogí de hombros-. O ni siquiera te das cuenta de que lo haces. Porque tú no estás en tus cabales cuando estás borracho, así que no te enteras de que cuando se te acerca una tía prácticamente te pones a llorar para que no te toque porque tienes novia. ¿Qué coño te crees que va a cambiar en África, Alec?
               -Mm, deja que piense… ¿que no voy a estar sexualmente satisfecho, tal vez?
               -¿Lo estás ahora?
               Me miró de arriba abajo.
               -Eres una jodida creída putísimamente insoportable-y se echó a reír, sentándose sobre su culo y negando con la cabeza. Yo me acerqué a él, arrodillándome de nuevo a su lado.
               -Si te crees por un segundo que haces lo que haces porque te doy todo el sexo que quieres, y no porque me quieres y me respetas, es que no tienes ni puta idea de quién eres, Alec Whitelaw. Por suerte para ti, yo lo sé perfectamente.
               Me miró de reojo.
               -¿No paras de repetir mi apellido por algo en particular, o para darle énfasis al asunto?
               -No estoy de coña.
               -Yo tampoco estoy de coña.
               -Estoy súper cabreada contigo, de hecho. Y con la imbécil de tu psicóloga más aún. Le arañaré la cara a esa hija de puta en cuanto la vea.
               Me puso una mano en la rodilla y sonrió.
               -¿Igual que me arañas a mí la espalda mientras te aseguras mi fidelidad?
               Lo fulminé con la mirada.
               -Eres bobo. El único momento de tu vida en que tuviste neuronas fue antes de que Annie te pariera.
               Riéndose, se inclinó para besarme, y empezó a mordisquearme el cuello. Yo estaba ardiendo, casi literalmente: no podía creerme que, con el historial que tenía Alec y que ella conocía de sobra, Claire hubiera decidido que era buena idea meterle algo así en la cabeza. No había sido la dosis domesticada del virus inducida en la vacuna de otras veces, sino el virus en todo su potencial, contagiándole a Alec una enfermedad que nadie pensó que podría pillar. Podía iniciar una pandemia. Por suerte, yo tenía la cura.
                -Lo que sea que estés intentando… no va a darte resultado-le prometí, y él se rió en mi cuello. Una risa sensual, que se deslizó por mi piel y cayó entre mis senos.
               -Yo también estoy de humor para apostar… Malik.
               Se separó de mí para mirarme, sonriente y… con los ojos oscuros de deseo. Una ráfaga de fuego descendió por mi piel en dirección a mi entrepierna, que se abrió como la tierra para dar paso a una erupción.
               -Llamarme así es trampa.
               -Seguro que te lo sigue pareciendo cuando lo vuelva a hacer-sonrió, deslizando una mano por mi pierna, un poco más arriba a cada instante.
               -No te atreverás.
               Sus dedos alcazaron el elástico de mis bragas, y entonces, Alec se inclinó para susurrarme al oído, los dientes rozándome el lóbulo de la oreja de un modo deliciosamente parecido a cómo estaba jugando con mi clítoris:
               -Creo que me apetece reforzar esa sensación de seguridad que tienes con respecto a mí. Así que… ponme a prueba.
               Y, cuando me mordió el lóbulo de la oreja mientras me presionaba suavemente el clítoris, me permití por fin gemir.             

 
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2 comentarios:

  1. Bueno, me he puesto tensisima en este capítulo porque una parte de mí pensaba que Alec conforme iba negándole a Sabrae se iba a cerrar del todo y no iba a soltar prenda. Menos mal que mi niño es más sabio q yo y al final lo ha hecho. Me encanta como lo han hablado, como han abordado el tema y clmo Alec le ha preguntado su más sincera respuesta.
    Presiento que obviamente el tema no va a acabar ahí de todas formas y que va a dar de si hasta que tengas que mandarlo a Africa. Estoy ansiosa.

    Por otro lado cuquisimo lo de que vaya a la boda fon Chrissy y tmb cuquisima sabrae con lo de ir a buscar a Niki al aeropuerto. Lindisimos ambos.

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  2. Estoy sufriendo muchísimo con estos capítulos no te voy a mentir, ver a Alec así y el voluntariado estando cada vez más cerca son cosas que me tienen MAL.
    Comento cositas:
    - El principio con Sabrae intentando que Alec le contara lo que le pasaba y demás lo he pasado regu (aunque me ha encantado como ha estado escrito jejeje).
    - Cada vez que uno se pone a pensar en lo poquito que les queda juntos antes del voluntariado se me rompe el corazón.
    - Me encanta que Alec vaya a ir a la boda con Chrissy y todavía más que Sabrae vaya a ir a buscar a Niki con Logan.
    - Alec usando a Sabrae como su diario de lecturas me ha hecho mucha gracia JAJAJAJAJAJA
    - Lo que daría por ver una cuenta de goodreads de Alec.
    - Me encanta que no hayan resuelto sus “idas de olla emocionales” follando y adoro como ha sido toda la conversación, realmente lo necesitaban.
    - “yo siempre voy a ser incapaz de ver en ti nada que no sea una razón para quedarme” pues lloro
    - Que Sabrae le haya dado una hostia a Alec rompiendo el momento de tensión me ha hecho tanta gracia JAJAJAJAJAJA
    - “Scott y Tommy estaban drogados. Además, tú eres mejor que ellos. Ellos se creen que son dios, tienen unos delirios de grandeza increíbles. Me sorprende que no necesiten vivir en Buckingham Palace para que sus egos no les aplasten. Tú en cambio no te crees dios, pero eres uno. Nunca me harías daño. No a propósito.” Pues no se podría haber dicho mejor JAJAJAJAJA
    - Con el final he chillado un poco la verdad, estos dos van a acabar conmigo.
    Aunque he sufrido con el capítulo me ha gustado mucho. Con muchas ganas de leer más <3

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