miércoles, 23 de febrero de 2022

El consuelo de Gulliver.

¡Hola, mis flores! Antes de que empecéis a leer, tengo que anunciaros algo: el martes que viene, 1 de marzo, tengo uno de los primeros exámenes de mi oposición,  así que no voy a poder escribir el finde, ya que lo estaré preparando (es por ello que también este capítulo es más cortito, y con menos acción de la esperada, ya que ya estoy más centrada estudiando). Por tanto, el domingo que viene no habrá capítulo. Sí voy a respetar, por supuestísimo, el cumpleaños de Alec: nos veremos, pues, el 5 de marzo ᵔᵕᵔ. ¡Disfrutad de la lectura!

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Jo-der. Necesitaba un puto piti. O dos, o tres. No recordaba cuándo había sido la última vez que la sesión con Claire me había revuelo tanto, si es que había habido alguna. Tenía demasiado que procesar, y poquísimo tiempo para hacerlo. Tanto por los días que quedaban para que tomara la decisión de subirme o no al avión, como para…
               Estaba tan concentrado en mis pensamientos saliendo del Área de Salud Mental que ni me fijé en el pibonazo que había sentado en los sofás de la sala común, las piernas cruzadas pero estiradas, bronceadas por el sol y torneadas por lo bien que se lo había pasado las últimas semanas, recorriendo Italia y Grecia y cabalgando a un joven semental que estaba más que dispuesto a llevarla al fin del mundo si ella le dejaba.
               Por descontado, ella no estaba lo suficientemente alterada como para no percatarse de cuándo salía yo. Sabrae me miró con una sonrisa en los labios, esperando con ganas a que me diera cuenta de que estaba ahí, pero en lugar de fruncir el ceño cuando pasé de largo delante de ella a toda velocidad, murmurando para mí mismo cosas que no pudo entender y frotándome la boca con la mano, como hacía cuando estaba nervioso y dándole vueltas a algo, simplemente sonrió…
               … y me tiró la cartera, que chocó directamente contra mi culo, desconcentrándome lo suficiente de mis ensoñaciones como para que fuera capaz de recordar que, ¡oye!, ¡estaba en el hospital, y no en ese infierno de decisiones al que había escogido lanzarme de cabeza!
               Me giré en redondo, sorprendido por el comportamiento de los internos y preguntándome cómo es que alguien de la zona restringida de Salud Mental había sido capaz de escaparse. Abrí la boca para preguntarle qué quería, si podía ayudarle (sabía que no debía ponerme chulo con aquella gente a la que tenían que tener empastillada para ser capaces de manejarla, incluso si todo apuntaba a que les ganaría en una pelea), pero mi pregunta murió en mis labios cuando mi cerebro registró quién estaba frente a mí.
               Sabrae me sonrió, arqueando las cejas de una forma sugerente que me recordó mucho a las veces en que decidía darme una sorpresa y esperarme en la cama… desnuda. Sabiendo de sobra lo que iba a terminar pasando.
               Joder. Estaba guapísima. Mis ansias por un cigarro se evaporaron nada más verla, registrando su indumentaria con más interés que si fuera un crítico de moda. Se había puesto un vestido amarillo canario que yo nunca le había visto antes, aunque me sonaba haber cargado con él mientras se dedicaba a escoger más y más ropa en una de nuestras múltiples tardes por el centro comercial. El vestido se ceñía a sus pechos como un sujetador, sosteniéndolos en su sitio gracias a la tira que llevaba anudada al cuello igual que un bikini, y a pesar de la falda con vuelo que danzaría cuando ella echara a andar, un triángulo invertido de piel oscura se asomaba por su espalda, como si llevar los omóplatos al descubierto no fuera suficiente para volverme loco.
               Se me pasaron al instante las ganas de fumarme un cigarrillo. En su lugar, me apeteció llevarme algo un poco más sano a la boca.
               Por supuesto, eso no implicaba que quisiera consumirla.
               -¡Saab!
               -Hey-dijo, guiñándome un ojo y llevándose dos dedos a la sien, sin poder evitar sonreír. ¿Nos habíamos intercambiado los papeles y yo no lo sabía? Tenía sentido: después de todo, por una vez, era a mí al que pillaban desprevenido con una visita sorpresa, y no al revés.
               Confieso que me gustaba esa actitud chulesca suya. Le sentaba bien comportarse como me comportaría yo… especialmente ahora que yo no me sentía con fuerzas para comportarme como, bueno, yo. Su presencia ya estaba tranquilizando lo más profundo de mi ser, pero todavía quedaba una parte de mí que se resistía a abandonar la angustia que me había producido la terapia. Después de todo, preocuparme era algo que llevaba haciendo toda la vida, y era difícil abandonar los viejos hábitos.
               Por suerte, yo siempre había tenido unos reflejos de pantera. Sergei siempre me había aplaudido por ello: decía que no había visto a nadie levantarse tan rápido de la lona como lo hacía yo, prácticamente como si quemara. Pocas personas eran capaces de resistir golpes tan duros como los que yo había sido capaz de soportar, y cuando chocaba contra mi límite, me sacudía el aturdimiento de encima tan rápido como un tiburón que se niega a aceptar que lo han encerrado en un acuario.
               -¿Me has tirado la cartera?-solté, incrédulo, y me incliné a recogerla del suelo mientras Sabrae se relamía los labios, comiéndoseme con los ojos igual que yo lo había hecho con ella. Se acarició la pierna involuntariamente con el pie que había pasado por encima, las sandalias con cuña un aliciente para su estatura que haría que mi boca estuviera un poco más a tiro para ella cuando los dos nos estiráramos y nos quedáramos de pie-. Joder, nena. Empezaba a sospechar que me estoy prostituyendo contigo, pero no pensé que tú ya hubieras llegado a la conclusión de que así es, y hubieras querido normalizarlo. Me choca un poco conociendo tus ideales, claro que… supongo que, como yo no soy una mujer, te parece que el que yo venda mi cuerpo no es algo que combatir, ¿no?
               Sus dientes asomaron de nuevo por entre sus labios cuando se mordió el labio inferior, mirándome los músculos de los brazos. Sus ojos se quedaron demasiado tiempo en mis manos como para que yo no adivinara lo que estaba pensando: cómo se sentían mis dedos en su entrepierna.
               -Estoy en contra de todo el trabajo sexual… claro que la caridad sexual es algo completamente distinto.
               Esta vez me tocó reírme a mí, pasándome una mano por el pelo. Sabrae cruzó las piernas con fuerza, se removió en el asiento y aceptó la cartera que yo le tendía, metiéndosela en el bolso de mimbre a continuación.
               -Uf, estás coladita, ¿eh, nena?
               -¿Por qué lo dices?-respondió, incorporándose y tirando suavemente de su falda.
               -Has venido a verme-dije, y Sabrae levantó la vista y clavó los ojos en mí. Lo hizo con la inocencia con que me miraba Mimi de pequeña, cuando le decía que venía el Coco y que tenía que dormir en mi cama para que no se la comiera.
               Había sido un cabrón con mi hermana, sobre todo por el hecho de que ella se habría ido a mi cama encantada de la vida, sin que yo tuviera que engañarla.
               -¿No?-pregunté, y Sabrae inclinó la cabeza a un lado.
               -No, en realidad he venido por la National Geographic­-explicó, señalando la revista que tenía en las manos hasta hacía nada, y que había dejado en la mesita al lado del sofá-. Adoro las revistas de los hospitales. Aprendes tanto… ¿sabías que han descubierto rastros de azufre en lo que creían que era un pequeño asteroide orbitando una de las lunas de Júpiter? Eso significa que no es un asteroide, sino un aborto de…
               -¡Epa!-dije, cogiéndole la mano y haciendo que diera una vuelta sobre sí misma. Sabrae soltó una risita que hizo que la recepcionista de Salud Mental la fulminara con la mirada: nadie tenía permitido ser feliz tan cerca del área de Salud Mental, donde la depresión y la ansiedad estaban al orden del día. Sólo los pacientes que salíamos de ella podíamos expresar emociones positivas, y eso para reforzar la idea de que acudir allí era lo que los demás necesitaban. Pero, ¿una pareja de adolescentes enamorados? Aquello era precisamente lo que no necesitaban los pacientes que desfilaban por el Área como auténticos zombies, muchos de las cuales eran adolescentes con trastornos alimenticios que no se veían lo suficientemente guapas como para merecerse siquiera soñar con tener lo que Sabrae y yo disfrutábamos-. Vale, ¿estás situada ya?-pregunté, poniéndole las manos en los hombros a mi chica, que arqueó de nuevo las cejas y hundió sus ojazos marrones en los míos. Casi sentí una caricia en mi alma, y sospechaba que no me la estaba imaginando-. Hola. Soy Alec. Tu novio. Te meto la polla. Me interesan las motos, el boxeo, y la lencería femenina, especialmente si la llevas tú. El interesado en las bolas gigantes de fuego que se clasifican por energía según el color que tienen es tu hermano. ¿Te suena? ¿Scott? Pelo negro, piercing en el labio, ego que no cabe en toda Gran Bretaña. No te mete la polla, princesa.
               Y eso debía reconocérmelo: las chicas estaban obsesionadas con que los chicos sólo pensábamos en una cosa, que no había manera de sacarnos el sexo de la cabeza una vez que había una mínima mención a él, y que en cuanto parecía haber la oportunidad de echar un polvo, nos abalanzábamos sobre ella como chacales sobre una presa recién cazada.
               Pero ellas eran peores. Mil veces peores. Porque, como si la palabra “polla” fuera mágica, Sabrae deslizó los ojos por mi rostro, descendiendo hasta mi boca y mordiéndose el labio de una forma que no dejaba lugar a dudas acerca de lo que estaba pensando. Sus ojos se quedaron fijo en mis labios, y una de las comisuras de los suyos se elevó en un gesto travieso y cómplice que me encantaba, en circunstancias normales y en situaciones excepcionales.
               -Uf, nena. No hagas eso-ronroneé, tirando de ella suavemente para acercarla a mí, como si necesitara algún tipo de invitación para acercárseme-. Estamos en un hospital; aquí hay gente enferma a la que no van a poder evacuar a tiempo antes de que lo echemos abajo.
               Sabrae se rió, consciente de que se estaba comportando como una colegiala que acababa de descubrir el sexo placentero y que quería experimentarlo todo a la vez, como si no tuviera ocasión de disfrutar que no fuera aquella, como si la única manera de disfrutar del sexo fuera siendo joven. Y, sin embargo, sus ojos eran incapaces de alejarse de mi boca más de dos segundos seguidos.
               Se animó por fin a acercarse y confesarme la razón por la que había sido incapaz de alejarse de mí, por qué había tenido que venir a verme a pesar de que no teníamos ningún plan programado y se suponía que aprovecharíamos para relajarnos en nuestras respectivas casas, tratando de desintoxicarnos el uno del otro como si fuéramos una droga cuyos efectos secundarios eran la felicidad y la satisfacción sexual.
               -¿Sabes a quién se le quita la regla hoy?
               Oh, bueno, dado que mi gráfica de pajas se disparaba durante ciertos días del mes, y mi vida giraba en torno a cuándo Sabrae necesitaba compresas y cuándo no, creo que podía adivinarlo con un margen más bien amplio de acierto. Los dos sabíamos en qué día estaba de su ciclo, y si no fuera porque yo soy el bicho más promiscuo que ha caminado sobre la faz de la Tierra, la lujuria de Sabrae cuando su deuda mensual de fertilidad estaba saldada me daría hasta miedo.
               -Mm, se me ocurre alguien, pero…-la agarré de la cintura y la atraje hacia mí-, por si acaso, me gustaría usar el comodín de la llamada.
               Y me incliné para besarla. Y sus sabios sabían bien, eran suaves, mullido y ligeramente dulces, como una fruta veraniega en su punto exacto de madurez, cuyos jugos se vertían por tu boca al masticarla. Me descubrí suspirando entre sus labios, agarrándola con más fuerza de la cintura, y Sabrae se tomó ese gesto como una invitación para ponerse de puntillas y tirar de mí con urgencia, colgándose de mi nuca y anclándose en el suelo y dejando que me las apañara para hacerla mía allí. Me hundió las uñas en la piel, tirándome suavemente del pelo, y yo respondí pegándola más a mí y demostrándole las ganas tan físicas que tenía de ella.
               -Ejem-carraspeó la recepcionista del Área de Salud Mental, fulminándonos con la mirada. Le había caído bien en otros tiempos, cuando estaba hundido en la mierda y no me dedicaba a darme el lote ni tontear a saco con mi novia por las esquinas-. Eh-ladró, viendo que no nos dábamos por aludidos. Abrí los ojos y la miré; Sabrae tardó un poco en revolverse, y sólo lo hizo cuando asumió que no podía seguir besándome en los labios si yo no ponía de mi parte-. No estáis en la última fila de un cine. Si queréis besuquearos, lo podéis hacer en el parque. Esto es un hospital.
               -Creía que aquí querías curar a la gente-protestó Sabrae-, no ser unos prepotentes con los pacientes y sus familiares. ¿Me podrías decir tu nombre?-preguntó, haciendo amago de acercarse al mostrador, pero yo volví  en mí en ese momento, percatándome de que estaba usando su tono de “te voy a hundir la caja torácica en el cielo de la boca” y decidiendo que, por muy bien que me hiciera tener libertad para ir y venir donde me diera la gana por el hospital, poner a aquella payasa que había interrumpido nuestro magreo bien merecía una pelea; así que la enganché por el codo y la arrastré en dirección a los ascensores.
               -Estaba en medio de algo-se quejó cuando le impedí rehacer el camino hacia el mostrador para empezar la bronca que se le venía a la recepcionista, y de la que no se enteraría nunca gracias a mí. Debería mandarme una caja de bombones o algo así por haberle salvado la vida, pero mi chica tenía razón en una cosa: aquella tía era un poco gilipollas y probablemente no fuera apreciar lo que acababa de hacer por ella.
               -Sí, de morrearte conmigo, si mal no recuerdo. ¿Sabes? No me gusta cuando te pones chulita con los demás. Hace que me ponga celoso-ronroneé, arrinconándola contra la esquina del pasillo y poniéndole las manos de nuevo en las caderas. Los ojos de Sabrae centellearon.
               -¿Ah, sí?-inquirió, agarrándome del cuello de la camisa-. ¿Cómo de celoso?
               -Muy, muy…
               Me incliné para besarla de nuevo, dispuesto a acariciarle los labios con mis palabras, peor en ese momento se abrieron las puertas de los ascensores, y nada más y nada menos que la doctora Yang apareció por ellas. Comprobó su reloj de muñeca con impaciencia, e hizo amago de pulsar el botón para que las puertas se cerraran más rápidamente al no ver a nadie esperando frente a los ascensores, cuando se percató de mi presencia y la de Sabrae en una esquina. Arqueó las cejas, formando una montaña con ellas.
               -¿Alec? ¿Sabrae? ¿Qué hacéis ahí…? Oh-parpadeó rápidamente, los ojos muy abiertos y fijos en mi manos en la cintura de Sabrae, las de Sabrae en mi nuca, nuestro pelo alborotado y los restos de su gloss en mis labios-. Entiendo. Os dejaré para que sigáis… preparándoos para darles más trabajo a mis compañeras en Maternidad.
               -Estábamos…-empezó Sabrae, sonrojándose, y no pudo continuar. Tampoco es que Theresa le dejara mucha opción que digamos.
               -¿Recuperando el tiempo perdido? Me lo figuraba. Supongo que es difícil quitarse la costumbre de magrearse con tu pareja en un hospital. Por eso yo me niego a casarme con nadie de aquí-comentó, más para sí misma que para nosotros, mientras se tiraba de los pliegues de la bata-. No quiero bajar el rendimiento por estar más pendiente de si mi marido mira a las demás que de la presión sanguínea de mis pacientes. Hace mucho que no te dejas caer por aquí-dijo, mirándome-. ¿Problemas con Claire?
               -Todo bien con Claire. De hecho, vengo de una sesión con ella. Es que me fui de viaje.
               -Conmigo-apostilló Sabrae con orgullo, y poco le faltó para hincharse igual que un pavo. Puse los ojos en blanco, y la doctora Yang clavó los ojos en mí.
               -Ah, sí. Siempre es duro volver de las lunas de miel-soltó, y esta vez el que se puso rojo fui yo. Sabrae soltó una risita y asintió cuando la doctora nos preguntó si íbamos a subir, agarrándome de la mano para asegurarse de que no me quedaba atascado allí, tropezándome con mi vergüenza ante lo que era evidente: que habíamos ido a Italia y Grecia para saciar la sed de nosotros, y lo único que habíamos conseguido había sido engancharnos todavía más.
               Habíamos ido para aprovechar el tiempo juntos y disfrutar al máximo del verano, y en cuanto habíamos vuelto yo había decidido joderlo todo dejando que Claire echara un vistazo dentro de mí, señalándome esos rincones a los que yo me negaba en redondo a prestarles atención.
               Con lo feliz que éramos, ¿por qué tenía que dejarla? Ahora que no tenía ningún motivo válido que esgrimir frente a mi psicóloga, que siempre había esperado con paciencia mientras yo iba desgranando poco a poco los razonamientos que me habían llevado a tomar la decisión del voluntariado, me sentía como si estuviera corriendo desnudo por Trafalgar Square. Pero no desnudo como lo había estado hasta hacía unos meses, en cuyo caso me sentiría orgulloso de mi aspecto, sino desnudo como lo había estaba ahora, con las cicatrices y la sombra de los michelines amenazando con regresar si yo los descuidaba. No me gustaba esa sensación, ni sentirme como lo había hecho en Grecia, cuando mis amigos de Mykonos se habían cachondeado de lo mal que me debía de haber sentado quedarme así cuando antes me había sentido tan orgulloso de mi cuerpo.
               Claire ni siquiera me había arrebatado mi centro de gravedad, sino que me había señalado que había sido yo el que había permitido que todo mi mundo se descentrara. Y no había dejado que se descentrara perdiendo la razón para marcharme, sino creando el peligro de alejarme de Sabrae.
               Cada centímetro que me había separado de ella en Grecia me había dolido como mil puñales hurgando por detrás de mi esternón. Echar la vista atrás a nuestro viaje suponía enfrentarme al peligro de hacer agridulces todos los recuerdos, no sólo porque eran recuerdos, sino porque terminaría difuminándolos de tanto recordarlos, igual que las letras de un libro se emborronan con las relecturas.
               Sentí los ojos de Sabrae puestos en mí, un leve brillo de picardía en su mirada, y supe que estaba recordando lo mismo, aunque agradecí que en ellos no estuvieran aún las nubes que oscurecían mis memorias.
               -¿Lo echas de menos?-me había preguntado mientras comíamos ostras durante la cena, una de las pocas cosas que yo había sido capaz de preparar porque no requerían nada más que emplatarlas. Cuando le había comentado que las había comido con Perséfone unas cuantas veces, se había sentido inclinada a probarlas; después de decirle que eran afrodisiacas, supuestamente (como si necesitáramos algún aliciente más), Saab había decidido que teníamos que comerlas.
               Por descontado, sabía perfectamente a qué se refería cuando me hizo esa pregunta: ¿echaba de menos comer ese mismo plato con otra chica, y que lo que venía después estuviera garantizado? ¿Las tradiciones que estaba formando con ella en base a las que había tenido con Perséfone eran imitaciones, o eran la versión definitiva y perfecta del borrador que había sido Perséfone?
               -Es otra época de mi vida en la que tú no estás… y que no me gusta más de la que estoy viviendo ahora.
               Ella había sonreído y se había acercado para darme un beso un poco más mojado y con un poco más de sabor a limón que los demás. Y mientras yo había disfrutado aquello en el pasado, ahora no podía dejar de pensar en lo intenso que su sabor parecía en mis recuerdos, lo radiante de su sonrisa, lo definitivo de lo que estábamos haciendo. No era una luna de miel, sino todo lo contrario: un sol de limón.
               No estábamos celebrando el inicio de nuestra nueva vida, sino haciendo una despedida antes de separarnos durante un año en el que podíamos joderlo todo. Yo podía joderlo todo.
               Como si supiera lo que se me estaba pasando por la cabeza, y en su eterna bondad, Saab me dio un apretón en la mano, sus ojos fijos en mí mientras las puertas del ascensor se cerraban. La doctora Yang se había retirado a un discreto segundo plano, y me observaba con ese ojo clínico que sólo tienen los médicos a los que un paciente sorprende con su pronta recuperación.
               -¿Qué tal ha ido la sesión?-preguntó mi novia, que siempre aparecía cuando se la necesitaba. Me quitó el inmenso peso de encima que suponía tener que poner el foco primero en lo que había desencadenado la tormenta dentro de mí, y estaba a punto de decirle que había sido demasiado intensa y que teníamos que hablar urgentemente, cuando una mano apareció por entre las puertas del ascensor, sujetándolas con fuerza para que no se cerraran.
               Los tres ocupantes del aparato nos giramos para ver a su dueña, y me odié por la forma en que se me cayó al suelo el estómago al encontrarme allí a Claire. Tenía el pelo alborotado por la carrera que se había echado, y jadeaba suavemente, pero había conseguido su objetivo: alcanzarme.
               -Menos mal que he llegado a tiempo-jadeó-. Creía que ya te habrías ido y tendría que hacerte llamar. Te has dejado esto en la consulta-explicó, tendiéndome el peluche de Gulliver, la gaviota del Animal Crossing que tanto le había gustado a Josh cuando Jordan me trajo el juego para echar unas partidas. Le había entusiasmado el tema de bucear, pero cuando había echado su primera partida había visto a la gaviota tumbada en la playa, y se había vuelto loco tratando de conseguir que regresara. Así que cuando lo vi en una de las tiendas de regalos de Mykonos, vestido con su uniforme de marinero, una banderita de Grecia en una mano y un muñequito con un minotauro en la otra.
               Sabía que Josh estaba en esa época de tu vida en la que lo único que te parece adecuado para tu edad son los regalos con contenido sexual porque en realidad no eres consciente de que eres un crío, pero… sólo esperaba que no lo recibiera de malos modos. Sentía un instinto protector muy fuerte con el crío, y pensar en decepcionarlo me rompía por dentro.
               -Dónde tendrá este chico la cabeza-se burló la doctora Yang cuando acepté su peluche, y Claire se rió, lanzándole una mirada cargada de intención a Sabrae.
               -A veces hasta a mí me cuesta encontrársela, y eso que tengo varios másteres especializándome en ello.
               -¿Cómo está tu mujer?-preguntó la doctora Yang. Claire sonrió. 
               -Bien, Tess. ¿Los niños?
               -Insoportables-la doctora Yang puso los ojos en blanco-. A ver cuándo encuentran la cura para el instinto maternal, porque me están matando.
               Claire aulló una risotada.
               -Espera. Doctora Yang, ¿estás casada?-pregunté, y ella se metió las manos en la bata.
               -Así es. Nadie es perfecto-se encogió de hombros-. ¿Subes, Claire?
               -No, tengo un paciente en cinco minutos. Estaba terminado las notas de Alec cuando me he fijado en el peluche.
               -Joder, te debo de haber dejado mucho sobre lo que reflexionar si todavía estabas escribiendo, ¿eh, comecocos?
               -Nos vemos pasado mañana-Claire me fulminó con la mirada, se giró y desapareció por el pasillo en dirección a su consulta-. Te veo en el café, Tess.
               -Te guardaré una silla. No habéis marcado a qué planta vais. ¿Piso?-preguntó la doctora Yang.
               -A mi antigua planta. Voy a la habitación, a  ver a Josh.
               La doctora Yang parpadeó un par de segundos, como si no comprendiera de quién le estaba hablando. Si Sabrae no hubiera estado allí conmigo, o me hubiera pedido que especificara un poco más, por la reacción de la médica habría pensado que me había inventado al crío, pero como mi chica se mantuvo allí a mi lado, simplemente se me paró el corazón. La doctora Yang había visitado una y mil veces mi habitación estando ya Josh en ella; era imposible que no se acordara de él, cuando incluso se había ocupado de auscultarlo un par de veces para asegurarse de que su tos no tenía mala pinta.
               No podía ser que no recordara a Josh. No, si el crío todavía tenía que quedarse en el hospital varios meses. Estaba pendiente de una operación jodidísima del pulmón; no podía…
               Se me cayó el alma a los pies al darme cuenta de que había una razón por la que Josh podía no estar en el hospital. Una razón horrible en la que me había negado a pensar mientras estaba en presencia del crío, y que había obviado de forma deliberada, rayana en la tozudez, cuando me fui a mi casa y lo dejé solo en la habitación, convirtiéndome en un visitante cuando antes había sido un vecino.
               Estaba débil, y extremadamente delicado de salud. Bien podía… había más posibilidades de que él…
               Sentí las garras opresivas de los demonios que siempre se hacían con mí en mis momentos de mayor bajón anclarse en mi carne, hundiéndose en mi piel, marcando mis huesos. Pero lo de hoy era mil veces peor, porque suponía que alguien que a mí me importaba muchísimo había sufrido un daño, y yo no había sido capaz de evitarlo. No era como antes, cuando yo me autoflagelaba. Ahora había algo por lo que me sentía culpable.
               Qué podía haber salido mal era algo que me escapaba. Demasiadas cosas que yo no comprendía y en las que posiblemente no habría tenido influencia, pero siempre había un margen para martirizarme. Yo siempre encontraba la excusa perfecta para convencerme de que todo lo que pasaba a mi alrededor era culpa mía.
               Se me cerró el estómago y sentí que un líquido incandescente me ascendía por la garganta, fruto de la más pura acidez. La cabeza empezó a darme vueltas. No podía estar… no podía… ni siquiera nos habíamos despedido.
               La mano de Sabrae era como la de una estatua calentada por el sol, fría y a la vez caliente. Un apoyo y un grillete. Quise apartarla de mí y quise pedirle que jamás me soltara. La vista empezó a nublárseme y una sombra negra se expandió por mi interior, acorralando la poca luz que quedaba dentro de mí después de la sesión con Claire y…
               Necesitaba un cigarro. O una puta raya de coca, ya puestos. Cualquier cosa que me ayudara a salir de mi interior y me hiciera evadirme de la manera en que los demonios que tenía dentro se daban un festín conmigo.
               -Alec-susurró Sabrae por lo bajo, dando un paso hacia mí, de forma que el ascensor se balanceó a un lado y a otro, y luego se desplomó en caída libre hacia el suelo, lo suficientemente lejos como para matarnos, pero no lo bastante como para que no nos diéramos cuenta de que había una posibilidad de sobrevivir. Y yo ya tenía comprobado que tenía siete vidas, y que me quedaban seis.
               -¿Por qué vas a ver a Josh en tu planta? Medicina Infantil está al nivel del suelo, para que los niños puedan jugar en el parque si lo desean-dijo la doctora Yang, mi salvadora en tantos sentidos que me era difícil quedarme sólo con uno.
               Me la quedé mirando. ¿Me lo decía en serio o se había dado cuenta de que estaba a punto de sufrir un ataque de ansiedad? Bien podía haber notado los síntomas de lo que se avecinaba gracias a su ojo experto. Seguro que las dos estaban escuchando mi corazón bombear enloquecido.
               -Os acompañaré a su habitación, si queréis-dijo, marcando otro botón y haciendo que el ascensor se detuviera casi al instante. Había sido en el momento preciso; luego me di cuenta de que había marcado expresamente la planta que tocaba para conducirnos directamente hacia el patio del hospital, en dirección al ala donde se encontraba el Área de Medicina Infantil.
               Callejeamos por los pasillos como turistas aburridos en un pueblo de paso entre dos ciudades cuyos nombres habían rodeado en el mapa, decididos a ni siquiera darles una oportunidad a las casitas tan pintorescas que estaban hechas de cristal y paredes blancas. La doctora Yang fue una guía silenciosa, poco entregada a su tarea de señalarnos los rincones más importantes, y que no obstante siempre tenía palabras de cariño para sus compañeros, apretones y sonrisas, especialmente para los que aún no peinaban canas.
               Se detuvo en la esquina de un pasillo al que yo no había llegado nunca en mis paseos aburridos por el hospital, y cuyo dibujo simplón de dinosaurios no dejaba lugar a dudas acerca de lo que se escondía tras sus puertas. A través de los cristales redondos podía verse la explosión de color que en el resto del hospital se negaba a los pacientes: los arquitectos habían encontrado en aquella zona del hospital la creatividad que debían contener en el resto del edificio, y se habían asegurado de descarar hasta la última gota de pintura de colores allí. Pasadas las puertas giratorias, un mundo de colores se abría ante ti: tanto la sabana como el espacio, el fondo del océano o las escenas más famosas de las películas infantiles; allí había cabida para absolutamente todo, y el elemento estrella eran las huellas de colores que ya decoraban la parte baja del pasillo, fruto de todos los niños que habían pasado por allí, y que habían marcado de una forma aún más intensa que el resto de pacientes tanto al hospital como a sus trabajadores. Me pregunté qué huella sería la de Josh, y me detuve frente a una roja, en la que habían dibujado una cara sonriente cuyos ojos sobresalían de los límites impuestos por la palma. Algo me dijo que aquello era muy de él.
               Sabrae avanzó por el pasillo, sonriéndoles a los niños que se paseaban lentamente, anclados a goteros o mochilas con bombonas de oxígeno, una estrella amarilla en una explosión multicolor. Se inclinó hacia el mostrador de recepción y le preguntó a uno de los enfermeros que tecleaban en el ordenador, y que llevaba una diadema con muelles acabados en dos bolitas simulando unas antenas de alienígena, si podría decirle en qué habitación se alojaba Josh.
               -¿Josh Serkins?-preguntó, y Sabrae me miró. A pesar del tiempo que habíamos compartido el crío y yo, no sabía su apellido, así que íbamos a ciegas en esto. El enfermero torció el gesto al ver nuestras dudas-. ¿Sois familia?
               -Somos amigos-especificó Sabrae, y el enfermero sacudió la cabeza.
               -Lo siento. Josh está en régimen de aislamiento. Sólo visitas de familiares cercanos.
               -¿Por qué está en régimen de aislamiento?-pregunté, y el enfermero se dignó a mirarme entonces.
               -Esa información es confidencial.
               -No para nosotros. Escucha, teclea en tu ordenador “Alec Whitelaw”. Acabado en C. W-H-I-T-E-L-A-W-especificó Sabrae-. Ése es mi novio-intenté no derretirme cuando me señaló, y si no lo hice fue por la punzada de dolor que me atenazó el corazón al pensar que iba a abandonarla en menos de un mes-. Como podrás comprobar, estuvieron compartiendo la habitación 238 hasta que le dieron en alta a mi chico. Seguro que podéis hacer una excepción…
               -No hay excepciones. Y no puedo comprobar el historial de pacientes que no me corresponden. Es una infracción del código de privacidad del paciente.
               -¿No es una infracción también el…?-empezó Sabrae, y como supe que iba a insultarlo, ya que tenía los nervios a flor de piel todavía no sabía por qué, me metí entre ella y el mostrador y la aparté de un culazo mientras me inclinaba hacia el enfermero.
               -Escucha, sé que la salud de Josh es muy delicada. Créeme, casi le tengo que hacer la maniobra de Heimlich en varias ocasiones porque el pobre se atraganta hasta con su saliva. Así que tendré cuidado y no lo exaltaré. He venido expresamente para verlo, ¿sabes?-mentí, ya que no haría daño que no supiera que también me trataban en el hospital porque estaba jodido de la cabeza-. Le he traído algo que puede hacerle ilusión-le enseñé el peluche, al que miró con cansancio-, y estoy seguro de que le vendrá genial si está en régimen de aislamiento. Le hará compañía.
               -¿Se ha desinfectado con lejía antes de traerlo?-preguntó con diligencia, alzando una ceja, como diciendo “te tengo”.
               Por supuesto que no.
               -Por supuesto que sí. Lo metí en la lavadora, en el programa de desinfección, nada más traerlo del aeropuerto.
               -¿Viene del extranjero?-el enfermero frunció el ceño, y una enfermera más mayor salió del cubículo en el que descansaban para echarle la bronca.
               -Deja que el pobre chiquillo tenga alguna alegría, para variar. Suzette es una histérica que no ha permitido que ningún paciente suyo se divierta desde la caída de la Unión Soviética.
               El chico puso los ojos en blanco y pronunció:
               -Habitación 053.
               -Qué buen número-ronroneó Sabrae, entrelazando sus dedos con los míos y echando a andar en dirección a la susodicha habitación. Si no fuera por ella, me habría quedado anclado en el sitio, ya que era incapaz de reaccionar.
               Exhalé entre dientes una risa; no podía evitarlo, dado el descarado flirteo que se traía conmigo. De lo que no me percaté es de que parte de esa suave carcajada fue nerviosa; me daba miedo cómo iba a encontrarme a Josh, si el crío habría acusado mucho mi ausencia ahora que lo había dejado solo durante dos semanas. Me preocupaba que hubiera empeorado desde que me había ido.
               Y hacía bien en preocuparme, porque cuando entramos en la habitación, comprendimos ambos por qué le habían restringido las visitas a Josh. Estaba muchísimo más delgado, la piel más pálida y unas ojeras profundas hundiéndole los ojos, más propias de alguien que tuviera a su cargo un país que de un niño cuya única preocupación debería ser qué juguete pedirse para Navidades. Tenía la vista fija en la ventana, la cabeza hundida en la almohada, y respiraba con dificultad. Por la forma en que su pecho subía y bajaba trabajosamente, supe exactamente cuánto le dolía conseguir oxígeno, ya que mis pulmones habían reaccionado así.
               Las gafas de oxígeno con las que lo había dejado seguían acompañando a su nariz, y las pantallas que antes estaban a mi alrededor, marcando todas mis constantes vitales con unos pitidos silenciosos a los que yo me había acostumbrado a la hora, parecían buitres volando en círculos sobre su pequeño cuerpecito.
               A este crío no le venía bien estar en aislamiento. Ni siquiera le venía bien el hospital. Necesitaba correr, dar paseos, tomar el sol, jugar a la pelota o simplemente comerse unas cuantas golosinas de contrabando.
               Su madre le acariciaba una de las manos, esqueléticas y pálidas como las sábanas, mientras miraba con atención las facciones de su hijo. Josh no se dio cuenta de que habíamos entrado; ella, sí. Seguramente fuera porque la escena nos había impresionado tanto que no articulamos palabra. No me esperaba ver al enano fresco como una lechuga y fuerte como un toro, pero… tampoco me esperaba encontrarlo prácticamente muriéndose.
               -Josh-sonrió su madre-. Cielo, mira quién ha venido a visitarte. Alguien ha vuelto de viaje, por fin.
               Josh giró lentamente la cabeza, como si cada milímetro fuera el producto de un incalculable esfuerzo. Parpadeó despacio, tratando de enfocarnos. Me fijé en la manera sobrehumana en que le brillaba la piel, y descubrí que estaba cubierto de una suave película de sudor.
               -Hola, guapísimo-sonrió Sabrae, avanzando hacia él con la tranquilidad de las enfermeras que saben exactamente cuánto tiempo tendrán que fingir que sus pacientes no están terminales. Dejó su bolso a los pies de la cama y apoyó las manos en la barandilla de la cama-. No sabes cuánto te hemos echado de menos.
               Josh intentó enfocarla, y luego, clavó los ojos en mí. Las dos mujeres lo imitaron, y vi en los ojos de Sabrae una súplica. Échame una mano. Reacciona. No podía quedarme allí clavado, como si me acojonara lo más grande el tener que acercarme al crío, arriesgarme a tocarle la mano y confirmar que estaba ardiendo mientras luchaba contra la enfermedad. ¿Tenía los pulmones encharcados? ¿O metástasis?
               Céntrate, Alec. Ya has fingido otras veces, me dije a mí mismo, lo cual era cierto. Muchas veces me había subido a un ring sabiendo que tenía todas las de perder, ya que mi oponente estaba más preparado, era más fuerte y tenía más experiencia… y siempre había sido capaz de aguantar el tipo hasta que las tornas se volvieran a mi favor. Así que salvé la distancia que me separaba del crío y, conteniendo las ganas de bromear con él como mis amigos hacían conmigo, me acerqué a él, colocándome al lado de Sabrae.
               -Menudo bungalow te has agenciado, ¿eh, retaco? Estabas deseando que me fuera para poder mudarte tranquilo.
               Josh sonrió con cansancio, y a mí se me hundió el corazón en el pecho.
               -Te hemos traído una cosita-dije, tendiéndole el peluche. Josh levantó despacio las manos, los ojos brillando ligeramente por el efecto de la medicación. Sonrió con timidez, y tosió de una forma que a mí no me gustó nada. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y entonces…
               -¡Sabrae, Alec!-saludó una voz a mi costado, y los dos nos giramos al unísono para vera la dueña de la voz. Layla estaba resplandeciente con su bata, la placa con su nombre y el gran “prácticas” destacando con los dibujitos propios de la planta. Se acercó a nosotros con una sonrisa, los brazos abiertos y el pelo cayéndole enredado por la espalda-. Theresa me ha dicho que estabais aquí. ¡Qué alegría veros! ¿Qué, de visita con tu antiguo vecino, Al?-sonrió tras darnos un par de besos. Asentí con la cabeza.
               -Pues sí-dije en voz baja, ya que Layla había hablado tan alto que me sorprendió que Josh no se quejara de dolor-. Le prometí que vendría a verlo todos los días desde que me dieron el alta, y aquí estoy, cumpliendo mi promesa.
               -Eso está bien. Oh, ¿Josh?-dijo, en tono de reprimenda-. ¿Qué te tengo dicho sobre ponernos comodones? ¡Arriba, señorito!
               -¡Jopé Lay!-protestó, incorporándose y golpeando con sus esqueléticos puños el colchón-. ¡Casi los tenía! ¡Alec estaba a punto de llorar!
               Parpadeé.
               -Perdón, ¿qué cojones está pasando?-quise saber, con el corazón acelerado al ver a Josh casi sentado sobre la cama, con la misma vitalidad que había tenido yo cuando lo trajeron a mi habitación.
               -Desde que le hemos restringido las visitas por la operación a la que vamos a someterlo en una semana, Josh está como loco por conseguir un poco de emoción en su vida. Ya ha fingido tres apoplejías en lo que llevamos de mes, sólo para asustar a las enfermeras que han venido de prácticas. No entiende que es todo por su bien.
               -Me aburro como una ostra-se quejó, estirándose y bostezando para recalcar su intervención estelar-. Y es divertido vacilar a Alec.
               -¡PUTO ENANO PSICÓTICO DE MIERDA!-aullé, y Josh se echó a reír. Menudo puto gilipollas. Era exactamente igual que todos mis amigos, salvo por la falta de vello facial-. ¡ERES GILIPOLLAS PERDIDO, MOCOSO! ¿Tienes idea de la impresión que me ha dado…? Retaco de mierda. Te puto detesto. Devuélveme el peluche-escupí-. No te lo mereces.
               -¿Cómo es que estás en esta planta, Lay?-preguntó Sabrae mientras yo seguía despotricando contra Josh, que no se lo había pasado tan bien en su vida. Si me hubieran dicho que era hijo de mi hermana y de Jordan me lo había creído, incluso con lo mal que casaban las fechas-. ¿O de prácticas, ya puestos?
               -Me tocaba recuperarlas, por los créditos, ya sabes. Y pedí que me mandaran a Pediatría porque ves de todo, aunque sea más intenso-explicó, y las chicas comenzaron a charlar como si yo no estuviera acordándome de los muertos del piojo ése a dos pasos de ellas.
               -No me esperaba esto de ti, Helen. De él sí, pero no de ti-le dije a su madre, que sonrió.
               -Entiéndeme, Alec. El pobre se aburre tanto que no puedo negarle un poco de diversión.
               -Menudo ejemplo estás dándole. Debería darte vergüenza.
               -¿A ti no te han enseñado que lo que se da no se quita? Dame mi peluche. Lo quiero. Aunque me hayas cogido una chorrada de niño pequeño, es mejor que nada.
               -No es de niño pequeño. Y no es ninguna chorrada, retaco desagradecido de los huevos.
                A pesar de todo, se lo tendí, y me senté en la cama a su lado. Le revolví el pelo mientras él examinaba el peluche, y me reí cuando bufó. Se lo pegó a la cara bajo la atenta mirada de su madre, que sonreía al ver su expresión de ilusión mal disimulada.
               -Huele a mar.
               -Lo compré en el aeropuerto-espeté, y Josh me miró con los ojos como platos. Me eché a reír.
               -Es mentira.
               -Sí, es mentira-admití, sacándole la lengua-. La pillé en una tienda de regalos de la ciudad.
               -Fijo que lo has espachurrado para meterlo en la maleta. Chapucero.
               -Pues no, tío listo-respondí-. De hecho, no lo traje yo. ¿Sabes en la maleta de quién la metimos?
               Josh miró a Sabrae, que charlaba con Layla acerca del concierto que sus padres iban a hacer en unas semanas, celebrando su aniversario.
               -Caliente, caliente, enano. Vino en la maleta de tu novia. ¿Sabes? Nos lo hemos pasado muy bien, ella y yo, de vacaciones. Estoy seguro de que te la termino levantando-me burlé, pasándome las manos por detrás de la cabeza y estirándome. El crío frunció el ceño.
               -¿De quién hablas? Tengo muchas novias.
               -De Shasha, por supuesto.
               -¡PUAJ!-bramó, lanzándome el peluche-. ¡ELLA NO ES MI NOVIA!
               -Vamos, hombre-le di una palmada-. No está bien renegar de los sentimientos.
               -Yo no reniego de nada. Shasha no tiene nada conmigo. Ya le gustaría a ella.
               -¿A ella, o a ti?-preguntó su madre, y Josh se puso rojo como un tomate. Y todavía se puso más colorado cuando Sabrae, atraída por los gritos, lo miró.
               -¡Shasha no me gusta! ¡Qué pesados sois todos!
               -¿De verdad? Qué lástima, porque creo que tú sí le gustas a ella-dije, mirándome las uñas-. Es una verdadera pena. Te echó bastante de menos durante el viaje, pero ¡en fin!, supongo que todos tenemos que pasar por tener un amor no correspondido alguna vez, ¿no?
               -¿Qué amor no correspondido has tenido tú, Alec?-rió Sabrae.
               -El que yo te profesaba en tu preadolescencia, cuando creías que era gilipollas perdido.
               -Todavía lo pienso a veces.
               -Me puedo figurar cuándo no lo piensas-le guiñé el ojo y ella soltó una risita, incapaz de contener esas hormonas suyas que no tenían ni un ápice de vergüenza ni de saber estar.
               Josh me arrebató de nuevo el peluche cuando yo no miraba, ya que la combinación de la euforia del crío y los recuerdos acumulados con Sabrae, de los que perfectamente podía haber sido testigo Gulliver, hizo que bajara la guardia y me olvidara por un momento de que mi principal preocupación en aquel momento era, precisamente, picar Josh lo suficiente como para que se le olvidara dónde estaba. Por desgracia, no contaba con tanto tiempo como para llevármelo de paseo por ahí, a que le diera de nuevo un poco más el sol mientras le contaba qué tal me lo había pasado en mi viaje y cómo había sobrellevado él mi ausencia.
               Ya me ocuparía de lo que le iba a hacer a Sabrae más tarde, me dije mientras charlaba con la madre de Josh, quien se había ensimismado y toqueteaba el peluche con gesto pensativo. Helen me dijo que había llevado bien mi ausencia, todo lo bien que lo podía llevar un chiquillo que se ha pasado media vida encerrado en una sala de hospital y al que los esfuerzos que hacen los demás le están terminantemente prohibidos por su propio cuerpo, pero que se había entretenido lo suficiente como para que los días se le pasaran un poco más rápido. Me dio las gracias por haberle dejado una de mis consolas y haberle llevado tantos juegos como podía desear un crío que no tiene otra cosa mejor que hacer con la que matar el tiempo, y bromeó con que ahora había creado unas expectativas para sus regalos de cumpleaños, Navidad o Curación, así, con mayúsculas, que no sabía si podría cumplir. Se me ocurrió en aquel momento que podía dejarle la consola mientras me iba a África, pero me contuve a tiempo para no ofrecérselas sin hablarlo con Jordan primero.
               Jor… tampoco me había detenido a pensar mucho en lo que nos haría la separación. Desde que tenía uso de razón lo había tenido ahí siempre, justo enfrente, literalmente puerta con puerta, y si no me había permitido pensar mucho en lo que supondría cambiar de continente era: primero, porque ya bastante tenía con comerme la cabeza con Sabrae; y segundo, porque si había sobrevivido alejado de Sabrae durante diecisiete años, y una parte de mí tenía la esperanza de ser capaz de usar aquellos precedentes para continuar, no las tenía todas conmigo en lo que a Jordan respectaba.
               No quería dejarlo sin algo en lo que pudiera escudarse. No quería robarle ni una sola de las anclas que pudiéramos tener de convivencia, incluso cuando sólo pudiéramos embotellar nuestra amistad en aquellas tardes que nos habíamos pasado en el cobertizo, bebiendo y riendo y jugando y simplemente disfrutando de la compañía del otro.
               ¿Podía irme realmente, hacerle eso también a Jordan, si no tenía ninguna excusa a la que agarrarme cuando estuviera solo en Etiopía y me arrepintiera de la gilipollez que había hecho? ¿Podría aguantar más de un día lejos de todos a los que quería si Claire me había dicho que no tenía ninguna razón inexcusable por la que marcharme?
               ¿Cómo cojones iba a ser capaz siquiera de subirme al avión si eso suponía acelerar el dejar de ser vecino de Jordan? Sabía que nunca le perdería igual que él sabía que jamás me perdería a mí, pero me daba la sensación de que nos dábamos demasiado por sentado el uno al otro. Me gustaba tener el poder de descubrir qué hacía en todo momento con simplemente cruzar la calle, igual que a él le encantaba verme llegar de trabajar, o de una fiesta a la que había ido por mi cuenta, o marcharme a trabajar o de juerga sin él. Nos conocíamos como la palma de la mano, a nosotros y nuestras rutinas, y había cosas de él que yo no sabía de Sabrae, o cosas de mí que ni Sabrae sabía, porque ni tan siquiera yo era consciente y por lo tanto no podía habérselas contado.
               -Tengo que irme ya, chicos-dijo Layla, y me guiñó el ojo-. Me ha encantado veros. ¿Nos vemos el 23?
               -¿No quieres que nos veamos antes, Lay?-preguntó Saab, haciendo pucheros, y Layla se echó a reír.
               -Os haré un hueco en mi apretada agenda de neurocirujana-bromeó, metiéndose las manos en la bata, lanzando besos al aire, guiñándole el ojo a Josh, y saliendo por la puerta con una gracilidad que me recordó a la de un hada.
               E, igual que con la marcha de un hada, parece que la habitación se oscureció un poco.
               -¿Lo decías en serio?-preguntó Josh con un hilo de voz, aferrándose al peluche, y yo me lo quedé mirando. Esperé a que me especificara, porque había dicho muchas cosas, y tenía demasiadas en la mente, como para ser capaz de adivinar a qué se refería exactamente-. Lo de que Shasha me echaba de menos.
               Solté una risotada que fue sincera, y que sentí como el estallido de una bomba en lo más profundo de mi pecho. Una risotada que acompañó a la de la madre de Josh y Sabrae, y que hizo que el niño se pusiera rojo de furia, algo que le subió las pulsaciones y por lo que nos vino a reñir el enfermero imbécil de antes, que se marchó farfullando sobre la razón por la que tenían al crío en un régimen estricto de visitas. No le venían bien emociones fuertes.
               Para cuando salimos de la habitación de Josh, yo ya estaba más tranquilo. Seguramente el hecho de que Sabrae no hubiera roto el contacto conmigo en ningún momento tenía bastante que ver, pero el caso es que me sentía purificado. Por primera vez en mucho tiempo, incluso, había decidido que no me preocuparía más que por el presente. Claire me insistía mucho en que escurría el bulto de los planes de futuro por el miedo que me daba a crearme expectativas y que salieran mal, y que tenía que concentrar esas energías en tratar de remitir mis malos pensamientos, mantener a raya las decepciones y anticipar un poco más lo que me haría bien.
               Estaba decidido a ser más optimista y dejar que todo fluyera, de verdad que sí. Me había prometido a mí mismo que disfrutaría del momento y me preocuparía de mi futuro cuando éste se estuviera fusionando con el presente, y tenía la esperanza de cumplir esa promesa igual que llevaba a rajatabla las que les hacía a los demás.
               Pero, de nuevo, me puse a mí en último lugar. Mi determinación duró muy poco, ya que era un castillo de naipes allí donde las promesas de los demás eran palacios bien custodiados.
               Aunque debo reconocerme que, al menos, esta vez no fui yo quien dinamitó mis propios puentes. Fue Niki.
               Hey, tío!!! Qué pasa??? Adivina quién acaba de pillarse un billetito para irse a Inglaterra. He decidido que voy a darle una sorpresa a Logan antes de que se olvide de mí. Me guardas el secreto, a que sí? Por cierto, necesito tu colaboración. Nunca he cogido el metro, y me da miedo perderme y acabar en Gales, o algún sitio chungo. ¿Me irías a buscar mañana? Porfa. Recuerda que soy tu maricón griego favorito. Si no respondes en tres segundos, oficialmente te has comprometido conmigo.
Genial, tío, sabía que podía contar contigo. Te mando ahora una captura del billete para que te organices, que con las prisas todavía no me he enterado muy bien de a qué puta hora aterrizo. Se supone que los horarios son locales, ¿no? No sé si ya viene incluida la diferencia horaria o está todo conforme a lo que tardaría aquí.
               Me quedé mirando el teléfono, incapaz de reaccionar. Incluso llegué a preguntarme si lo estaba entendiendo mal. Yo jamás había dudado de mis conocimientos de griego… hasta ahora. Niki va a venir. Niki va a venir.
               Niki va a venir a ver a Logan. Y lo conoce desde hace menos de una puta semana, y lleva menos de tres días lejos de él.
               Y yo no soy capaz de encontrar una buena razón para quedarme con mi novia.

Nikolai, nos fuimos hace DOS DÍAS.

Es que lo echo mucho de menos, tío😭😭😭 creo que me he pillado por él

Bueno

Y si se ha olvidado de mí, siempre puedo pillarme una buena cogorza y follarme a algún inglesito para olvidarlo👏👏👏

Ha dicho algo de mí desde que os fuisteis?

Mañana te voy a buscar al aeropuerto y le preguntas

QUÉ NERVIOSSSSSSSS. LLÉVAME CONDONES

TRÁETELOS TÚ

               Me guardé el teléfono en el bolsillo, sintiendo que se me hundían las entrañas igual que el móvil. Niki iba a venir. Niki, que lo más romántico que había hecho en su vida había sido pedirle a Perséfone la contraseña de Netflix porque quería poner  365 días de fondo mientras trataba de meterse en las bragas de una chavala del pueblo de al lado. Ese mismo tío acababa de coger un puto billete para plantarse en Inglaterra porque quería ver a un chaval al que no conocía ni desde hacía una semana.
               Y yo, que decía que iría al fin del mundo por Sabrae, era incapaz de avisar a una puta fundación cuyo logo era un oso panda de que lo sentía mucho, pero no iba a poder cumplir con mis planes de hacía un año porque, bueno… estaba felizmente emparejado.
               Soy un puto cobarde. Y un gilipollas. ¿A quién cojones quería engañar? ¿Adónde iba a ir yo si no me sentía obligado a abandonar a Sabrae?
               ¿Y con qué cojones me llamaba a mí mismo hombre si era incapaz de admitir que necesitaba que me ayudaran a salir de aquel lío en el que me había metido yo solo? ¿Cómo iba a dejar que las cosas siguieran tal y como estaban planeadas, alejarme de mi novia durante un año? ¡Un puto año! ¡De mi novia! A la que adoraba, a la que me había costado meses convencer para que saliera conmigo…
               -Sí, claro. Suena genial-acepté, distraído, al ver que Sabrae se había parado y me miraba desde abajo con carita de ilusión. No tenía ni puta idea de a qué acababa de darle el visto bueno.
               Lo único que sabía a ciencia cierta era que sentía una tremenda vergüenza por mí mismo, y que no me merecía estar con Sabrae.
               Pero ni de coña iba a soltarle la mano. Era lo bastante cobarde como para seguirla allá donde me dijera, delegando en ella la responsabilidad de decidir. ¿Me subía al puto avión, o no?
 

 
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2 comentarios:

  1. BUENO, PORQUE SÉ QUE ESTE ESTUPIDO SE VA A IR A AFRICA SI NO ESTARÍA HISTÉRICA PERDIDA.
    ME TIENE MAS ANSIOSA QUE LA PUTA SELECTIVIDAD.

    Me ha gustado mucho el momento con Josh, adoro a ese crío. Sólo espero que no lo mates y lo enredes con Sasha tía. Ahora de repente necesito un shipeo preadolescente.

    La presencia de Layla me ha encantado, me ha calentado el corazoncito. La echaba mucho de menos jo.

    Con respecto a la mención del concierto de los cinco estupidos. MAS TE VALE NARRAR ESO ZORRA DEL AVERNO.

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  2. Comentario con retraso, pero mejor tarde que nunca jejejeje
    - me ha encantado el tonteito del principio.
    - me está poniendo nerviosísima Alec no sabiendo si irse o no, aun sabiendo que se va a ir. He de decir que me da la sensación de que va a ser una conversación con Sabrae lo que le va a hacer irse.
    - echaba de menos a Josh, le adoro a él y su shippeo con shasha por supuesto, más te vale no matarle porque si no tendremos PROBLEMAS SERIOS.
    - estoy contentísima con que Niki vaya a ir a ver a logan y me ha hecho mucha gracia la conversación con Alec.
    Con ganas de más <3

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