domingo, 6 de febrero de 2022

Sobriedad.


¡Hola, flores! Este cap es un pelín más corto que los demás, como compensación al otro larguísimo que os escribí. Para nada es porque haya tenido un minibloqueo (porque ¡he vuelto a trabajar!) que, gracias a Dios, creo que ya he superado.
Espero que, de todos modos, lo disfrutéis como a sus hermanos más mayores. ¡Un beso, y hasta la semana que viene! En la que, ¡por cierto! Es posible que publique el lunes, y no el domingo. Por eso de que es San Valentín, y tal 😉 os iré informando por Twitter. ¡Disfrutad!

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               -¡Bueno!-aulló Taïssa en cuanto abrió la puerta de su casa, con las caras de Momo y Kendra flotando detrás de la suya, enmarcada en unas trenzas que ahora eran de un amarillo neón que hacía que su piel de ébano brillara como si tuviera luz propia-. ¡Mirad quién se ha dignado a venir con nosotras, las solteronas! ¡Nuestra amiga, la CASADA!-chilló, dando palmadas en el aire mientras Kendra y Momo se peleaban por atravesar el pequeño espacio que había entre su cuerpo y la puerta y llegar hasta a mí. Me eché a reír y abrí los brazos, cuidando de que no se me cayera la bolsa de tela que había traído con las cosas que necesitaría para la cesta de pijamas… y en la que los regalos que les había traído esperaban impacientes para conocerlas.
               Al contrario que Al, mi presencia en mi casa no tenía una fecha de caducidad, así que podía disponer de mi tiempo con una libertad de la que mi novio carecía: incluso si le apeteciera quedarse a dormir en casa de Jordan, o de las gemelas, siempre había algo tirando de él hacia la casa en la que había crecido: su madre, y lo mal que lo había pasado echándolo de menos.
               La mía no se había quedado atrás: había tenido que dejar que Scott volara del nido antes de lo que se esperaba, y mis vacaciones habían sido un aperitivo de lo que le esperaba cuando yo terminara el instituto que no le había gustado nada, nada. Me había estrechado con fuerza en cuanto atravesé la puerta de casa, hundiendo la cara en mi pelo mientras sus brazos me apretaban contra esas curvas que tan familiares y seguras me resultaban, y había ignorado con todo su tesón las protestas de Scott y Shasha, que medio en broma, medio en serio, la habían acusado de no esconder en absoluto su favoritismo por mí.
               Le había dejado una nota garabateada aprisa y corriendo pidiendo que me perdonara por lo que iba a hacer, abandonarlos a ella y a papá para ir de nuevo al calor que sólo podía proporcionarme compartir cama con Alec, y ahora… ahora había vuelto a hacerlo, aunque por lo menos la había avisado con cierta antelación.
               Claro que todos mis remordimientos la noche anterior se habían evaporado en cuanto volví a ver a Alec aquella madrugada, entrando en su habitación como un ciclón, literalmente corriendo con tal de reunirse conmigo. Sus brazos en mi cintura habían sido lo que había necesitado para excusarme a mí misma y decirme que estaba donde tenía que estar, y que mamá lo entendería.
               Mis amigas no tenían intención de ser tan comprensivas si trataba de cambiar los planes que habíamos hecho antes de irme, planes que incluían una cena, una fiesta de pijamas con pelis de fondo a la que ninguna de las cuatro le haríamos caso, muchas golosinas y todavía más detalles de todo lo que había hecho en mis vacaciones.
               Una parte de mí se había despertado aquella mañana y había decidido que mis responsabilidades no eran tales, que mis promesas sólo valían si yo decidía darles crédito, y que perfectamente me podía quedar en la cama de Alec, acurrucada a su lado, hasta cumplir la mayoría de edad. No tenía por qué moverme de allí. Y cuando se lo dije, a él le pareció genial.
               -Llevo queriendo zurrarles desde lo de Nochevieja-me dijo, sus brazos rodeando mi cuerpo y entrelazándose junto a mi pecho mientras me daba tiernos besitos en el hombro-. Cuando vean que no tienes pensado aparecer, mi casa será el primer sitio al que vendrán. Y, evidentemente, nos pelearemos por ti.
               -Qué conveniente-respondí, suspirando e inclinándome un poco más hacia su cuerpo; parecía imposible que pudiéramos mezclarnos más, y sin embargo, siempre había un rinconcito en el que conseguíamos encajar mejor-. Yo llevo con ganas de verte peleándote por mí desde que me contaste lo que casi me pasa en Nochevieja.
               Su cuerpo se había tensado pensando en aquello de lo que me había salvado y que le había causado tantos problemas con mis amigas, pero conseguí calmar al león que llevaba dentro apelando al gatito en que podía convertirse si le proporcionabas la cantidad de mimos correcta.
               Esa mañana había creído que sería imposible atender mis compromisos sociales, pero todo se volvió un poco más fácil, y mucho más factible, cuando tuvimos que salir de la cama para desayunar. Dejar de tocar a Alec había sido como volver a poner los pies en el suelo después de volar: decepcionante, pero necesario. Vivir surcando los cielos terminaría haciendo que dejara de ser especial. Pero, por la forma en que me había mirado cuando nuestras pieles dejaron de estar en contacto, como un cachorrito abandonado, supe que ninguna eternidad entre las nubes sería suficiente para que nos cansáramos del otro.
               Nos habíamos prometido que lo intentaríamos de nuevo esta noche, que nos daríamos el espacio que los dos sabíamos que terminaríamos necesitando, al que nos tendríamos que adaptar sin remedio cuando él se marchara… y yo me había tratado de convencer de que sería capaz de dormir en una habitación en la que hubiera más respiraciones, que conseguiría engañarme a mí misma y hacerme creer que una era la suya. Como si alguna vez hubiera compartido con otra persona todo lo que compartía con Alec.
               Pero me alegraba de ver a mis amigas. En cuanto vi sus caras de nuevo, me di cuenta de lo mucho que las había echado de menos y de cuánto me habría gustado que se hubieran venido con nosotros. Puede que no pudiera disfrutar tanto de la compañía de mi novio, pero ver a Momo, Taïs y Ken de nuevo junto a mí me hizo darme cuenta de que Mykonos habría sido un poco más especial si hubieran paseado por sus calles o tomado el sol en sus playas.
               Así que la sonrisa que esbocé era genuina, al igual que la risa que se me escapó al verlas pelearse por ver quién era la primera en llegar hasta mí y abrazarme. Tal vez no fueran Alec hostiándose con quien osara interponerse entre nosotros, pero sentirse querida, valorada y, por encima de todo, deseada como lo hacían mis amigas, desde luego era suficiente para subirme la moral y hacer que mirara a la noche cara a cara con un brillo de esperanza en los ojos que, confiaba, no se apagaría hasta la salida del sol.
               Como no podía ser de otra manera, la primera en abrirse paso entre las demás fue Momo. Siempre era ella la que se las apañaba para alcanzarme antes que las otras, incluso cuando parecía que Taïssa y Kendra le ganarían. Me estrechó con fuerza entre sus brazos, hundiendo la cara en mi cuello y soltando una risita cuando tuve que dar un par de pasos hacia atrás para adaptarme a la fuerza con la que se había lanzado a por mí.
               Lo había hecho con el mismo entusiasmo con que lo hacía yo con Scott cuando me pasaba tiempo sin verlo, con el mismo entusiasmo con que saludaba a mis hermanas cuando se iban a dormir a casa de sus amigas.
               Con el mismo entusiasmo con el que nos habíamos saludado siempre, preguntándonos desde muy pequeñas cómo podía ser que nos quisiéramos tanto incluso si no convivíamos. Para mí, el razonamiento sobre la importancia de la sangre nunca había tenido el suficiente peso: saber desde mi más tierna infancia que no tenía los mismos genes que mis hermanos y mis padres había hecho que dejara de valorarlo y excusarlo. Había construido mi familia en base al amor que sólo puede venir de despertarse juntos, de desayunar juntos, de cenar juntos e irse a la cama ejecutando siempre el mismo ritual: lavarnos los dientes las hermanas, desfilar hacia donde estuvieran papá y mamá para darles besos, y luego repartir besitos de buenas noches mientras nos íbamos acostando.
               Y sin embargo, a pesar de que con Momo esos rituales no existían, siempre que nos reencontrábamos tenía la sensación de haber estado sobreviviendo con una mano atada a la espalda, apañándomelas como podía hasta que ella volvía a mi vida. Como si la casa no estuviera completa sólo porque no estaba ella…
               … a pesar de que era perfectamente feliz con mi familia.
               No me malinterpretes: adoro a Taïs y Ken, pero con Momo… como Momo siempre iba a tener una conexión especial. Siempre iban a ser Momo, Taïssa y Kendra, y nunca Taïs, Ken y Amoke.
               -Te hemos echado mucho de menos-gimoteó en mi cuello, balanceándonos suavemente a un lado y a otro como juncos en la ribera de los estanques en los parques que solíamos frecuentar.
               -Y yo a vosotras-respondí, recorriendo la espalda de Momo con las manos, dándole forma en cierto sentido. Ella me puso las manos en los hombros, se separó de mí y alzó una ceja.
               -¿Seguro? Pues ha sido porque tú lo has querido. Siempre podrías habernos pedido que te acompañáramos de viaje. Nos habríamos sacrificado-dijo, llevándose la mano a la frente en un gesto teatral. Me eché a reír.
               -No nos ha echado de menos en absoluto. Fíjate qué guapa viene-acusó Kendra, escaneándome con la mirada. Supe que todo en mi cuerpo seguía gritando aún lo feliz que había sido, como si me hubiera convertido en un frasquito en el que embotellar luz solar y el cabeceo de las olas.
               -Es verdad-asintió Taïs-. Estás guapísima. Radiante… morenísima.
               Era verdad: había cogido un poco de color gracias al tiempo de paseo y en la playa. Desde luego, los cambios de mi cuerpo eran más sutiles que los de Alec, al que yo le notaba todavía más el moreno gracias a las marcas que le habían dejado los bañadores en las piernas. Pero, incluso si mi chico se había convertido en la personificación del caramelo, yo sabía que no me quedaba atrás: mi piel parecía brillar con luz propia a pesar de haberse vuelto ligeramente más oscura, y nuevas estrellas de pecas se habían unido a la intrincada constelación que formaban las invernales sobre mi nariz.
               -Has vuelto embarazada, ¿a que sí?-me pinchó Kendra. La verdad era que me esperaba alguna pulla así por su parte, pero aun así, me asusté al darme cuenta de que, en cuanto la escuché decir esa palabra, algo dentro de mí susurró con ilusión: ojalá.
               Seguramente así él se quedaría.
               No había querido pensar demasiado en eso desde que sus amigos habían aterrizado, ya que una parte de mí se había arrepentido de haberle sugerido invitarlos en cuanto los vi aparecer por el aeropuerto. Los chicos eran demasiados, y no íbamos a poder disfrutar de la compañía del otro como realmente nos apetecía. No íbamos a volver a tener lo que teníamos durante esos primeros meses de relación, y yo había decidido que quería compartirlo casi teniendo que convencer a Alec, quien también era consciente de que la magia debía diluirse con cada día que pasara, hasta que llegara un punto en que sería imperceptible.
               Pero ahora que habíamos vuelto, ahora que ya no había nada a lo que yo pudiera aferrarme para ignorar que la siguiente vez que acompañaría a Alec al aeropuerto sería para decirle adiós… su voluntariado se alzaba ante mí como un inmenso tsunami.
               Y cualquier excusa que le hiciera quedarse era como una montaña lo suficientemente alta y resistente para sobrevivir al embate de aquella monstruosa ola.
               Claro que también podía callármelo, pensé. Tendría conmigo algo de él que jamás me abandonaría… y le daría una sorpresa igual que había hecho Eri con Louis cuando éste volvió de tour, y ella le esperaba con Dan en brazos.
               -¿Sabrae?-preguntó Amoke, casi más en tono de advertencia que una pregunta de verdad.
               -Joder, que yo lo decía de broma-dijo Kendra, dando un paso hacia mí. Taïssa salvó la distancia que nos separaba, dejando así la puerta de su casa de repente huérfana de atenciones-. ¿No estarás…?
               -Bueno, y si lo estás y lo quieres, nosotras te apoyamos a tope-la cortó Taïssa, fulminándola con la mirada para que no siguiera por ahí. No obstante, cuando negué con la cabeza, las tres suspiraron con alivio. Después de todo, ellas no estaban enamoradas de Alec, su novio no iba a marcharse un año y a dejarlas solas y desamparadas, así que todavía podían pensar de forma sensata y darse cuenta de que dar a luz no era, precisamente, la forma más sensata de celebrar mi decimosexto cumpleaños.
               -Nos marchamos cuatro y volvimos catorce. Pero ya están creciditos-sonreí, dándoles a Taïssa y Kendra sendos abrazos una vez que me rieron la gracia-. Pero no será porque no lo intentáramos-añadí con chulería.
               -Tendrás muchísimo que contarnos, guarra. Estamos deseando escuchar qué le has hecho a Alec.
               -Creo que, por una vez, ha sido él quien más me ha hecho a mí y no al revés.
               Las chicas me miraron con las cejas alzadas, impresionadas, y no era para menos. Cuando les había dicho lo que habíamos hecho durante la graduación de Al (no con muchos detalles, pero sí los suficientes para que supieran de los nuevos usos que les había descubierto a mis pechos), me habían hecho prometerles que les contaría todas las novedades que Alec y yo introdujéramos en nuestra vida sexual. Por curiosidad científica, por supuesto. El saber no ocupa lugar.
               -¿Con público, y todo? Serás cerda. Nunca pensé que tuvieras tantas ganas de atención como para llevar público a tu luna de miel, y sin embargo…-Ken negó con la cabeza y yo le hice un corte de manga.
               -No me vais a ver en ninguna página porno, lo siento. Así que podéis ahorraros el buscar mi nombre como locas.
               -Tu nombre, no; el de Alec… más vale que me capes el internet-Kendra entró en casa de Taïssa, y Momo la siguió adentro. Los padres de mi amiga estaban preparándose para marcharse, así que nos tuvimos que morder la lengua mientras los escuchábamos caminar por el piso de arriba, reírse, besarse y terminar de arreglarse para salir.
               Pedimos sushi y nos despedimos de ellos se marcharon, agitando las manos en el aire y Taïssa lanzándoles besos e invitándoles a que se lo pasaran bien. Una vez que el repartidor llegó y lo tuvimos todo colocado en bandejas, nos fuimos al salón y nos sentamos en el suelo, la comida sobre la mesa baja de los mandos de modo que pudiéramos acceder a ella.
               -Bueno-ronroneó Momo-. Cuando quieras, puedes empezar con los relatos eróticos.
               -Es una lástima que todavía no le hayamos robado el consolador a nuestras madres-bromeó Kendra-. Me da la sensación de que lo vamos a necesitar.
               -Hablando de consoladores-sonreí yo, cogiendo con los palillos un nigiri de atún con teriyaki y llevándomelo a la boca-. No os imagináis el regalo que me hizo Alec durante este viaje.
               Se quedaron en silencio, y yo mastiqué despacio, alzando las cejas. Me recliné hacia atrás y las levanté varias veces, seductora.
               -No-dijo Momo.
               -Sí.
               -No-repitió.
               -Sí.
               -¡No!
               -¡SÍ!
               -¡JODER!-protestó Kendra, levantándose de un brinco y tirando su servilleta al suelo-. ¡No la soporto, chicas! ¡LA ODIO! ¡Te odio, Sabrae! ¿¡Es que no puedes parar de tenerlo todo!? Tienes un novio que está buenísimo, que encima es un fuck boy redimido, que te lleva de vacaciones, que te echa unos polvos lo bastante buenos como para que estés dispuesta a dejarnos tiradas… ¿y encima te ha regalado un consolador? Se acabó-dijo, colgándose el bolso del hombro-. Se acabó. No puedo más con esta amistad. Me niego a que me sigas dando envidia el resto de mi vida.
               -Siéntate, Kendra-ordenó Taïssa, haciendo un gesto con la mano en dirección al suelo-. No vas a joderme mi fiesta de pijamas.
               -Sí, y seguro que te viene bien escuchar todo lo que nos tiene que contar Sabrae-añadió Momo con malicia, mirándome de reojo-. Porque si te crees que te vas a ir de rositas dejándolo todo en el aire como cuando la graduación, estás muy equivocada, chica.
               -¿Qué modelo?-preguntó Kendra, sentándose de nuevo. Taïssa frunció el ceño y la miró.
               -¿Es eso relevante?
               -¡Pues claro! Los hay de un montón de estilos; quiero saber exactamente cuánto la quiere.
               -Lo teníamos mirado. Es uno con mando a distancia. Se controla con una app… a la que, por supuesto, no me ha dejado tener acceso porque sólo quiere que lo use con él. De momento-añadí al ver la mirada que me echaba Momo, como si Alec estuviera tratando de controlarme cuando, en realidad, lo único que quería era estar presente mientras yo disfrutaba del sexo. Taïs, por el contrario, se puso roja como un tomate.
               -¿Por control remoto?-susurró con un hilo de voz, y miró el sushi como temiendo que se escandalizara. Asentí con la cabeza.
               -¿Cómo de remoto?
               -No sé cuánta distancia tiene… pero, por lo menos, la mesa de un restaurante.
               Se quedaron en silencio de nuevo, y yo di un sorbo de mi bebida. Momo se giró para mirar a Kendra.
               -No puedes irte; pero si quieres pegarle, yo no te lo impediré.
               -¿Lo llevaste en público?-gimió Taïssa, que estaba tratando de contener el impulso de coger una libreta para anotar los detalles más sórdidos de mi experiencia con el vibrador para desarrollarlos más adelante en una historia subida de tono que, por supuesto, no nos dejaría leer. Taïs era así, un contraste continuo: tímida hasta la médula, pero apasionada de la escritura erótica. Tenía que decirle que me hiciera una lista de sus libros guarros favoritos para metérselos en el ebook a Alec y sugerirle hacer una lectura conjunta. A ver cuánto aguantábamos con la ropa puesta y las manos quietas.
               -¿Y qué tal la experiencia?-preguntó Momo, cogiendo un poco de salteado de arroz picante con daditos de atún. Dio un mordisco al dado y alzó las cejas-. ¿Para repetir?
               -Sin duda. Súper recomendable-me regodeé, recordando la sensación de que ninguna postura me dejaba relajarme completamente, y menos si Alec se aprovechaba de cada mínima cosa que hiciera para subirle la intensidad hasta prácticamente provocarme un orgasmo.
               -Ya me imagino-rió Momo, y Kendra me amenazó con sus palillos.
               -Zorra, más vale que nonos hagas preguntarte todo lo que hiciste, porque te arrancaré los pelos uno a uno. Venga, empieza a contarnos. Danos envidia.
               -Y detalles. Sobre todo, detalles. Quizá aprendamos algo-Momo se apartó el pelo de la cara y se reclinó hacia atrás. Dejé los palillos frente a mí, y empecé a contarles todo lo que habíamos hecho.
               Absolutamente todo. Desde cómo casi lo hacemos en su cama nada más llegar, la interrupción de la vecina, la boda, el enfrentamiento con las chicas de Mykonos…
               -¿TENÍA NOVIA?-chilló Taïssa, y miró a Momo y Kendra-. Ay, Dios mío. Y nosotras diciéndole que no iba a poder comprometerse con ella y que sería mejor que guardara un poco las distancias.
               -Sí, en una situación bastante parecida a ésta, si mal no recuerdo-añadió Momo, inclinando la cabeza y mordisqueando un gunkan de foie, salmón y mango.
               -Aunque en nuestra defensa debo decir que nosotras no teníamos tanta información sobre él-puntualizó Kendra, cogiendo un takoyaki y mojándolo en salsa de soja-. Es decir, actuábamos desde la preocupación por sus antecedentes. Y no creo que mi opinión sobre él hubiera cambiado lo más mínimo si en invierno hubiera sabido que Alec tenía novia en Grecia. De hecho, probablemente habría insistido más en que no dejaras que se te acercara mucho-añadió, mirándome y apuntándome con los palillos-. Una no sabe lo locas que están las extranjeras ni lo territoriales que se ponen si la única conexión que tiene con su país es la polla de uno de sus hombres.
               -Gracias a Dios que no sabíais nada de lo de Perséfone, porque por mucho que me hubierais insistido creo que las cosas habrían terminado resultando como son ahora-respondí, echándome el pelo hacia atrás.
               -Y menos mal-me peloteó Taïssa-. Hacéis una pareja muy linda.
               Le dediqué una sonrisa y me coloqué el pelo tras las orejas, mirando los palillos.
               -Pero no. Alec me dijo que Perséfone no era su novia, que sólo eran amigos con derecho, y que se habían vuelto exclusivos porque eso les quitaba problemas.
               -Pues hicieron bien, en mi opinión. ¿Por qué molestarse en ligar si ya tienes los polvos garantizados con una persona en particular? El único problema que tenemos nosotras es estar con la regla, pero a Alec eso le da igual, ¿no?-inquirió Kendra, y yo sonreí.
               -Respecto a eso también tengo novedades, pero no adelantemos acontecimientos.
               -Uh, qué kinky-ronroneó Ken.
               -Chico listo-comentó Taïssa, riéndose, y Momo suspiró.
               -Sí, bueno, supongo que él se ha librado de ser un gilipollas porque no es cien por cien inglés. Quizá tener sangre de fuera también tenga algo que ver-comentó con tristeza, girando el gunkan en sus palillos y mirándolo con aburrimiento. Taïssa chasqueó la lengua y le puso una mano en las rodillas.
               -¿Por qué lo dices?-pregunté, aunque me olía la respuesta. Momo llevaba tiempo con idas y venidas con Nathan, en un continuo “ni contigo, ni sin ti” que, según ella, le venía bien porque obtenía diversión de aquello. A mí no me terminaba de encajar del todo lo que ellos hacían, pero después de lo que había pasado con Alec había aprendido que lo mejor (y único, en realidad) que podía hacer era dar consejos, pero jamás intentar meterme entre ellos dos. Claro que mis consejos siempre podrían haber sido más insistentes, haber profundizado más.
               -He mandado a la mierda a Nathan. Quería “abrir la relación”-Momo puso los ojos en blanco mientras hacía el gesto de las comillas- durante el verano. Se debe de pensar que soy estúpida y que no iba a saber que quiere liarse con todo lo que se le pusiera por delante mientras yo me quedo aquí.
               -Oh, cielo, lo siento un montón. Aunque es un capullo de manual. Y no te merece-dije, estirándome sobre la mesa y cogiéndole la mano a Momo.
               -Lo sé. Bueno. Supongo que teníais razón y eso de seguir enrollándote con tu ex no te va a ayudar a superarlo. Pero en fin, hablemos de otra cosa. Tenemos que pasar el test de Bechdel, y si nos pasamos la noche comentando las putadas que me ha hecho ese imbécil, creo que no lo conseguiremos nunca. Además, quiero recuperar un poco la fe en los hombres.
               -Los hombres no merecen nada-respondí yo automáticamente, y Momo sonrió, dando un sorbo de su bebida.
               -¿Seguro? Porque no me parece que estés dispuesta a dejar a Alec sin derechos.
               -Es que Alec no es un hombre; Alec es un dios-lo defendió Taïssa, y yo me reí-. Sabrae no quiere decirlo porque es modesta, pero…
               -¿Sabrae? ¿Modesta?-inquirió Amoke, echándose a reír.
               -Me refiero a que no quiere restregárnoslo, pero ya habéis visto lo bueno que es con ella. ¿Habéis visto a algún chico ser tan atento con su novia? Ni mi padre es así con mi madre, y ya veis que la adora.
               -Taïs, Saab deja que Alec se folle sus tetas-soltó Kendra-. Cogerle el bolso cuando se van de compras es lo mínimo que puede hacer.
               -¡Venga, Ken! ¡No seas así! Sabes de sobra que no se limita a “cogerle el bolso”-esta vez, la que hizo el sonido de las comillas fue Taïs-. Se la ha llevado de vacaciones cuando no llevan ni un año.
               -Porque es un chaval de 18 años, Taïs. Quiere follar todo lo que pueda.
               -¿Y podríamos culparlo?-respondí, estirando una pierna y pasándome la mano por el costado, exhibiéndome ante mis amigas. Todas aullaron una carcajada.
               -Perdóname, Saab. Supongo que estoy siendo un poco misándrica. Pero es que le odio. Odio que sólo tenga un hermano y que sea un sociópata-dijo Ken, y yo agité la mano en el aire.
               -Estoy acostumbrada a que odiéis a mi novio.
               -Siempre podrías liarte con Aaron. Aunque sólo sea por lo físico. ¿Está bueno?-preguntó Momo.
               -Sí, pero es súper tóxico.
               -¿Se da un aire a Alec?
               -No sé si quiero responderte a esa pregunta por lo que lleva implícito, Ken.
               -¿Que es…?
               -¡Que te pone mi novio!
               -¡Tengo ojos en la cara, Sabrae! Que me cayera mal en un principio no quiere decir que no lleve años creyendo que tiene un buen meneo. ¿Se parece Aaron a él o no?
               -Se dan un aire, sí.
               La misma mandíbula, el mismo pelo, pero en Aaron más oscuro… amén de su altura. Puede que Aaron fuera el mayor de los dos, pero lo que le superaba en años Alec se lo sacaba en musculatura. Estaba segura de que la pobre novia de Aaron no disfrutaba como lo hacía yo arañándole la espalda a su hermano.
               -En todo caso se lo dará Alec a Aaron, que para algo Alec es el pequeño.
               -Seríamos cuñadas, Saab-Ken me dio un codazo y yo puse los ojos en blanco.
               -No se te ocurra bromear con eso, y menos delante de Alec. Aaron es el típico tío que se te enreda alrededor y que te asfixia mientras duermes sin que ni siquiera te des cuenta.
               -Yo no lo quiero para que duerma conmigo, sólo para que se me ponga encima y me regale consoladores-Kendra levantó las cejas de modo sugerente y me dejó continuar con el relato. Se pusieron a beber agua como locas cuando les hablé del polvo que me echó para meterme en la cabeza que no tenía nada que envidiarle a Perséfone, la cabeza colgando de la almohada y su mano apretándome el cuello, dándome el orgasmo más intenso que había experimentado en toda mi vida.
               Cuando me dio el consolador y me hizo probarlo durante toda la noche, llevándome al límite y haciéndome suplicar que me la metiera para darme ese alivio que me había negado durante toda la cena, se echaron a reír.
               -Qué conveniente que hayas encontrado a un chaval que está igual de desquiciado que tú, Saab. Necesitabas urgentemente que alguien te bajara esos humos.
               -¿Te gustaría repetirlo?-preguntó Taïs, y yo asentí-. ¿Dónde?
               -Bueno… nos apetecía ir al cine.
               -Esta tía es una leyenda-rió Kendra.
               -¿A ver qué?
               -¿Qué más da lo que vayan a ver, Taïs? ¡Saab no va a prestar nada de atención a la peli!-rió Momo.
               -¿Y si os desmadráis?-preguntó Taïssa.
               -Ésa es la idea-contesté, cogiendo un poco del arroz. Taïssa abrió muchísimo los ojos y soltó una risita cómplice. Tanto para Alec como para mí hacerlo en un cine entraba dentro de esas fantasías que queríamos cumplir algún día, y el vibrador sólo le daba emoción al asunto.
               -Como si tu vida no fuera bastante espectacular ya-Kendra no podía dejar de reírse.
               -Lo que me sorprende es que no hayas vuelto embarazada, tía. O sea, ¿en serio no habéis tenido ningún problema con ningún condón, nunca?-preguntó Momo-. Porque no sería la primera vez que se os rompen. Francamente, lo que me sorprende es que haya ido todo bien.
               Sonreí. Sí que había habido dos veces en los que no habíamos usado protección, pero ambas estaban justificadas. La primera había sido el día que fuimos a por los chicos al aeropuerto, precisamente antes de salir. Una cosa había llevado a la otra, y Alec y yo habíamos terminado enrollándonos en las escaleras porque habíamos sido incapaces de llegar a su habitación.
               Me había destrozado la espalda, pero había merecido la pena por el morbo. Y cuando le puse las piernas alrededor de las caderas, le rodeé la cintura y le hice dar la vuelta para ponerme encima de él, la sonrisa lobuna que me dedicó fue épica.
               Muy acorde con el gruñido que exhaló cuando me di la vuelta, le quité el condón y me metí su polla en la boca, dándole un premio que se merecía una y mil veces por todo lo que había hecho por mí aquellos días.
               Claro que hacer el 69 en las escaleras de su casa no fue tan impresionante para las chicas una vez les conté la segunda vez: la de la barca. Se quedaron calladas, mirándome con toda su atención, y jadearon cuando llegué a la parte en la que nos dimos cuenta de que habíamos perdido el condón.
               -Ésa era la última oportunidad que teníamos para hacerlo, para… llegar hasta el final, por así decirlo. Porque a mí me venía la regla y no quería dejarlo todo perdido por ser simplemente incapaz de tirarme a mi novio. Así que… él había planeado todo eso, haciéndolo tan tierno para darle a Mykonos la despedida que se merecía, y casi se nos chafa… así que decidimos hacerlo sin protección.
               El silencio de las chicas cambió, a pesar de que no habían hecho más que exhalar un jadeo colectivo cuando les anuncié lo del condón.
               -Fue mutuo. De hecho, yo lo sugerí. Alec jamás me ha insinuado que podríamos hacerlo sin protección. Es súper estricto con eso porque sabe lo mucho que me afecta la píldora, y no quiere que pasen cosas peores, pero… no sé. Nos pareció la mejor opción. Tenía pocas posibilidades de quedarme embarazada ese día porque al día siguiente me venía la regla, así que decidimos que merecía la pena correr el riesgo.
               -¿Y llegasteis hasta el final?-preguntó Taïs, y yo asentí.
               -Sí.
               -¿Y él… ya sabes…?
               Se mordió el labio y se me quedó mirando, y yo incliné la cabeza. De verdad que no entendía adónde quería llegar.
               -Lo que Taïssa está preguntando, y ya de paso Momo y yo nos morimos por saber, es si dejaste que te llenara la papaya con su zumo de coco-explicó Kendra, y yo me volví hacia ella rápida como un resorte, igual que lo hacía Alec. Me había pegado ese gesto, entre otros muchos otros que yo aún era incapaz de identificar.
               Y me puse roja como un tomate. No porque considerara vergonzoso lo que había hecho (tarde o temprano, hacerlo sin protección sería la regla y no la excepción para nosotros), sino porque no me esperaba que mis amigas necesitaran que se lo confirmara. Pero lo hice. Me daba igual si consideraban que aquello era arriesgado por mi parte; Alec ya había renunciado a su placer con tal de satisfacerme una vez, y se había negado en redondo a dejarme aliviarlo. Lo conocía lo suficiente para saber que en aquella ocasión habría sido igual: la noche iba sobre mí y no sobre él.
               Pero yo quería que fuera de los dos. Quería compartir aquello con él. Y llegar al orgasmo a la vez había sido mágico, y saber que nuestras esencias se mezclaban en mi interior, con las estrellas vigilándonos con atención… lo había hecho todo incluso más especial.
                Algo dentro de mí me había susurrado que hacer aquello era lo correcto, por mucho que fuera peligroso. Que estaba destinada a compartir aquello con Alec, y que sería un consuelo haber llegado juntos hasta el final cuando durmiéramos a miles y miles de kilómetros de distancia. Me habría arrepentido en seguida si hubiera actuado con sensatez.
               Ser imprudente con Alec siempre era más seguro para mi corazón que ser prudente con cualquier otro chico, porque sabía que con él estaba en buenas manos, que nada malo podía pasarme si estábamos juntos.
               Claro que las chicas no iban a entender eso. Ellas estaban fuera, no veían el cielo como un punto de vista como lo hacíamos Alec y yo, sino como un límite. La pasión con que Alec y yo nos relacionábamos y con que sobrevivíamos era, para ellas, un fuego con el que podríamos quemarnos.
               Se miraron entre ellas, y no sabría decir si lo que había en sus miradas era una preocupación que debiera molestarme o por la que sentirme halagada. Parte de mí quería agradecerles que se preocuparan y que trataran de devolverme al punto de partida desde el que había iniciado la relación con Al, pero otra parte quería recordarles lo mal que lo habíamos pasado todos porque ellas no habían tenido la empatía que nos había hecho falta a él y a mí para que confiaran en nosotros al principio de nuestra relación.
               Ellas lo conocían. Sabían cómo era ahora. Que le juzgaran con el mismo rasero con el que lo habían juzgado en diciembre no era justo para él… pero puede que sí para mí. Puede que así pudieran impedir que el amor me cegara y me negara a verle fallos que en otras personas serían más que evidentes.
               -Antes de que me digáis nada...-empecé, pero Momo se apartó el pelo de la cara.
               -Eres consciente del riesgo que has corrido, ¿verdad, Saab?
               Carraspeé y asentí con la cabeza.
               -¿Y mereció la pena?
               Volví a asentir.
               -Aunque si os soy sincera, yo… no creo haber corrido ningún riesgo. Con Alec me siento segura. Sé que no pasará nada.
               -No lo tienes garantizado cien por cien. Aquí las únicas que tienen ese tipo de garantía son Taïs y Ken. Nosotras no. Incluso tomando todas las precauciones del mundo…
               -Momo-puse las manos encima de la mesa y ella se calló. Tomé aire y lo solté muy despacio-. Entiendo perfectamente que os preocupéis. Y lo aprecio, de verdad. Sé que me lo decís con todo el amor del mundo, y que lo único que queréis es verme bien, y que no me pase nada. Pero tengo que recordaros que es mi vida. La mía, y la de Alec. Me apetecía hacer eso. Estoy enamorada de él, y estoy dispuesta a correr riesgos por él. No quería que nuestra última vez en Mykonos fuera algo que ni siquiera estuviéramos compartiendo en tiempo real. Quería comulgar con su cuerpo, que hiciéramos el amor. Así que lo hicimos. No necesito que me deis lecciones. Sé que no es la situación ideal, pero tuve que elegir entre estar con él o estar totalmente de mi futuro más inmediato, y decidí el presente. Porque es lo único que me queda con él: el presente.
               Se miraron entre ellas, y por las miradas que se lanzaron supe que habían hablado de lo que estábamos a punto de hablar más veces… y de que me habían perdonado por no invitarlas a Mykonos precisamente por eso. Porque sabían que aquello no se trataba de ellas y de mí, sino de Alec y de mí. Que cada minuto con él contaba, y que estando allí, con ellas, pasando la noche en una fiesta de pijamas que, tal vez, preferiría haber pospuesto hasta la llegada de agosto, les estaba haciendo un regalo valiosísimo que ellas no pretendían desperdiciar. Mamá me había advertido de lo que podía hacerme pegarme demasiado a Alec, de cómo me sentiría desgarrada cuando él se subiera al avión, pero yo no podía dejar de acercarme a él, de echarlo de menos cuando no estábamos juntos. Sabía que aquello estaba rozando unos límites muy peligrosos, pero no podía parar.
               No, cuando sabía que me quedaba tan poco tiempo con él, y que el voluntariado sería extremadamente duro para ambos. Así que prefería emborracharme de él hasta el límite de la locura, y preocuparme más tarde de la resaca. Ya lidiaría con la sobriedad más adelante; ahora, necesitaba pasármelo bien. Disfrutarlo.
               Eso era, exactamente, lo que había hecho en Mykonos: disfrutarlo hasta la última gota. Literal, y metafóricamente.
               -Estamos preocupadas-dijo por fin Momo, y yo asentí con la cabeza. Las cuatro sabíamos que no se referían a que hubiera calculado mal mi ciclo o las posibilidades de quedarme embarazada. Y las cuatro sabíamos que necesitábamos tener aquella conversación por muy dolorosa que me resultara-. Todo entre vosotros es tan… intenso.
               -¿Qué vas a hacer con África?-preguntó Taïs, acercando una mano para ponérmela en el brazo. Suspiré. África. El continente del que suponíamos que proveníamos, y que sin embargo para mí era de todo menos un hogar. Iba a quitarme lo que yo más quería durante un larguísimo año, ¿cómo iba a hablar de ella como la cuna de la humanidad, y no como la muerte de mi corazón?
               -Yo… no lo sé.
               Me sorprendió ser capaz de admitirlo por primera vez en voz alta. Desde que lo había conocido, siempre había habido una cosa segura en el futuro de Alec: su voluntariado. Incluso cuando había abierto los ojos después del coma, una parte de mí sabía que aquello seguía en pie; pospuesto, tal vez, pero seguía siendo algo que permanecía fijo en su futuro.
               Y sin embargo, él me había mirado de una forma durante las vacaciones… no sólo en Mykonos, sino también en Italia. En cada rincón en el que nos deteníamos, cada vez que nos besábamos, era capaz de ver en sus ojos un brillo apagado y triste que no lo había abandonado desde la graduación. No sabía si yo lo tenía también en mi mirada, pero sospechaba a qué se debía.
               Y me aterraba terriblemente saberme con ese poder. Alec parecía dispuesto a quedarse si yo se lo pedía. Y yo… yo quería pedírselo.
               Ya no quería que se marchara.
               La única razón de que estuviera resistiendo era porque sabía que sería bueno para él. Le vendría bien alejarse un tiempo, reencontrarse consigo mismo, sanar lejos de una ciudad que había sido su cárcel y su hogar a partes iguales. Necesitaba vivir un tiempo alejado de las preocupaciones que lo habían hecho ser quien era, por mucho que yo adorara su personalidad buena, atenta y generosa. Necesitaba ayudar a gente a la que no conocía, proteger a quienes no sabían su apellido, y que por tanto no esperaban nada de él porque no sabían hasta qué punto él era fuerte. El voluntariado le vendría terriblemente bien, o eso me decía por las noches, cuando me despertaba y se me encogía el corazón durante un segundo, creyendo que aquel momento ya había llegado y que la presión sobre mi cintura no era su brazo, sino el fantasma de lo que había sido.
               Luego me giraba y lo veía respirando a mi lado, profundamente dormido, tranquilo y feliz como nadie lo había visto nunca. Annie me había dicho que no había dormido tan relajado en toda su vida; ni siquiera cuando era un bebé, porque incluso entonces había nubarrones de tormenta sobrevolando sus cielos. Yo era su amuleto, ese atrapasueños que impedía que lo asaltaran las pesadillas.
               ¿Qué pasaría cuando hubiera seis mil kilómetros entre nosotros? Quería pensar que las pesadillas no serían capaces de alcanzarlo. Estaba convencida de que las pesadillas no podrían alcanzarlo. Si ni siquiera mi influencia llegaba hasta él, tampoco tenía por qué hacerlo su pasado.
               Verle la cara a mi lado en la cama y saber que, como mucho, disponíamos de treinta noches más juntos era como insertarme veneno directamente en el corazón. Pero yo no podía dejar de aprovechar esos momentos. Porque no iba a haber otros.
               ¿… verdad?
               -Creo que si se lo pido… él se quedará.
               -¿Y quieres pedírselo?
               -No quiero interponerme en su camino.
               Él jamás lo haría conmigo. Jamás. Si le dijera que quería ir a la universidad a la otra punta del mundo, como mucho se pondría a buscar trabajos en los que necesitaran personal. Cualquier cosa valdría con tal de estar juntos. Pero nunca me intentaría convencer de que mi sitio estaba en Inglaterra, cerca de casa, cerca de él. Sería él quien se moviera y no yo.
               El problema era que yo no podía moverme. Esta vez no.
               -¿Y qué crees que es lo que él quiere?
               Me estremecí de pies a cabeza, de repente la onda expansiva de una bomba atómica. Aquella luz triste en sus ojos, la forma en que me abrazaba por la cintura, cómo me miraba cuando hacíamos el amor, o cómo me estrechaba contra él… ya no sabía si estaba viendo cosas donde no las había o si él tampoco quería marcharse.
               No tenía ni la más remota idea de si aquellos pídeme que me quede que escuchaba dentro de mi cabeza, reverberando con su voz mientras me acariciaba los labios, la vista perdida en sus recuerdos, eran de verdad o mi imaginación. ¿Estaba leyéndole el pensamiento, o viendo en su cara el reflejo de lo que yo deseaba?
                -Creo… creo que él no quiere dejarme sola. Sabe que lo he pasado muy mal con el tema del concurso de mi hermano, y con su accidente, y le preocupa romperme más el corazón. Pero también creo que él siente que tiene que hacer esto. Y no estoy muy segura de si lo va a hacer porque lo desea o porque ya está demasiado involucrado como para echarse atrás.
               Fantaseábamos demasiadas veces con fugarnos como para que fueran nada más que eso, fantasías de dos adolescentes enamorados a los que les aterraba el futuro más inmediato. Si desaparecíamos de la faz de la tierra nadie podría reclamarnos nada.
               -Saab… ¿crees que le querrás menos si se marcha?
               Miré a Taïssa escandalizada. ¿Quererle menos? ¿Por qué iba a hacer algo semejante? Irse sólo le engrandecería. Poner a los demás por delante de sí mismo una vez más no sería más que comportarse como el hombre generoso y desinteresado que era, alguien demasiado bueno para que este mundo se lo mereciera, y desde luego demasiado bueno como para que yo me mereciera su amor.
               -¡No! No-repetí, ya más tranquila-. No, es sólo que… a veces me doy cuenta de que sólo le cambiaría una cosa. Una sola. Y es el puto voluntariado. Ya no sólo por lo que nos va a hacer a ambos, o lo que me va a hacer a mí, sino porque… porque no sé cómo lo va a llevar él. No sé cómo va a estar. Y pensar que yo no voy a estar a su lado, ofreciéndole un hombro sobre el que llorar o simplemente escuchar sus preocupaciones me… me…-sentía un nudo en el pecho demasiado grande como para continuar, las cataratas del Niágara en mis pulmones, derramándose en su interior y amenazando con rebasarlos. Se me nublaron los ojos, pero me sentí agradecida de estar rompiéndome con las chicas y no con Alec. Sabía de sobra lo que me pasaría si se me ocurría ponerme a llorar por culpa del voluntariado delante de él.
               -Eh-dijo Momo, arrodillándose a mi lado y cogiéndome las manos-. Tranquila. No tienes de qué preocuparte. Estás en casa. Estás a salvo. No va a pasaros nada. Ni a vosotros dos, ni a ti, y desde luego, a él tampoco. Hace seis meses cometimos un tremendo error en una situación muy parecida: subestimamos a Alec Whitelaw-sonrió, tomándome de la mandíbula y limpiándome las lágrimas con los pulgares-. Y Alec Whitelaw vio en nuestras dudas la oportunidad perfecta para demostrarnos que es bastante mejor de lo que creíamos. Así que no tienes por qué preocuparte por él, Saab. Él va a estar bien.
               -Creo que va a destrozarle estar lejos de casa y no poder cuidar de mí. O de su hermana.
               -Mimi se las apaña bien sola. Y no está sola. Tiene a Eleanor, y a sus amigas, y a su familia. En cuanto a ti… si Alec se termina marchando, será porque sabe que te deja en buenas manos. Jamás te dejaría atrás creyendo que no hay nadie que se vaya a ocupar de ti. Nosotras te vamos a salvar, Saab-sonrió, acariciándome las mejillas, ahora más mojadas que nunca por ese sentimiento de glorioso amor y gratitud que me embargaban-. Creo que Alec ya está contando con nosotras, y sabe de nuestras carencias. Por eso te ha regalado un vibrador-bromeó-. Sabe que es lo único en que no podemos ayudarte. Con lo demás… creo que se fía de nosotras. Y que sabe que, entre tres, conseguiremos hacer un trabajo bastante decente contigo.
               Miré a Taïs, que me sonrió; a Ken, que asintió con la cabeza; y de nuevo, a Momo, que siguió limpiándome las lágrimas y me dio un beso en la mejilla.
               -Es normal que estés triste. No sólo es tu novio. También es tu mejor amigo-dijo, tirando suavemente de la pulsera de tela naranja que me había puesto en Roma y que aún no me había quitado, y que no pretendía quitarme hasta que no pasara mucho, mucho tiempo-. Pero se te olvida algo. Algo fundamental con lo que él sí que cuenta.
               -¿El qué?-dije en un jadeo, incapaz de reconocer mi propia voz. Parecía más bien la de Duna: la de una niña inocente, desesperada e indefensa.
               -Que yo soy tu mejor amiga. Y yo llegué antes que él. Y estoy más que ansiosa por tomarle el relevo. Te ha monopolizado durante demasiados meses-me sonrió con dulzura-. Lo justo es que me dé un año para que vuelva a disfrutarte.
               Me reí y empecé a hipar como una boba. Kendra se acercó a nosotras, nos rodeó los hombros y juntó nuestras frentes. Taïs hizo lo mismo, convirtiéndonos en un donut gigante de melenas y brazos enredándose cada vez más.
               -Espero que sepas que el único que va a poder arrastrarte de nuestro lado es él-me susurró Taïs al oído, dándome un beso en el lóbulo de la oreja-. Y sólo porque no le tenemos cogida la medida como sí lo hacemos con Momo. En cuanto lo hagamos, ya os podéis despedir de vuestras escapaditas románticas. Estaremos ahí siempre.
               -Lo cual será especialmente conveniente cuando os apetezca hacer un sex tape-dijo Ken en broma-. O lo que surja.
               Me guiñó el ojo y yo me eché a reír.
               Mentiría si dijera que dormí bien esa noche, demasiado sola todavía como para no dar vueltas y vueltas en la cama, buscando un calor a mi lado que sólo me servía masculino. Pero, por lo menos, me atreví a pensar en el futuro como algo un poco más alentador.
               Las chicas tenían razón. Alec no se marcharía si no supiera que me dejaba en buenas manos.
               Y que sería capaz de superar mi síndrome de abstinencia de él. Sólo tenía que ser paciente, imaginativa… y tener el móvil a mano y cargar a menudo el vibrador.

 
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2 comentarios:

  1. Mentiría si dijese que no echaba un poco de menos a las amigas de Sab y que estos momentitos siempre son necesarios para la storyline.
    Me identifico con Kendra vaya, yo si tuviese una amiga con un novio como Alec viviría amargada 24/7, la envidia sería terrible y no de la buena.
    Por otro lado me ha parecido muy bien que le hayan echado una mini bronca por lo de follar sin condon porque a pesar de las circunstancias es arriesgado y como buena amigas hacen bien en reñirla si señor.
    Finalmente decir que lo último me ha dado penita y estoy con Momo, Alec no se iría si no supiese que le deja en buenas manos, el problema es que creo q esa no es la incertidumbre de Alec si no saber que quien mejor la cuida no va a estar con ella, lo mismo que con el. :(

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  2. Me ha gustado volver a ver a las amigas de Sabrae, me han encantado los momentos de risa (tengo que destacar el momento “Bueno, cuando quieras, puedes empezar con los relatos eróticos.” JAJAJAJAJAAJAJ), cuando le han "regañado" y también que Sabrae haya hablado con ellas un poco sobre como se siente con el voluntariado y tal.
    Luego, que Sabrae es la que peor lo va a pasar en el periodo del voluntariado es algo que llevo pensando bastante tiempo y creo que este capítulo me lo ha confirmado bastante.
    Tengo muchas ganas del siguiente <3
    pd. kendra me ha representado bastante jajajaj

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