lunes, 31 de enero de 2022

Siempre nos quedará Mykonos.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Saqué la cabeza del agua y me eché el pelo hacia atrás para poder mirarlo. Nos sonreímos en cuanto nuestros ojos se encontraron: a pesar de que él estaba usando mis gafas de sol, y por tanto los tenía ocultos a la vista, supe perfectamente en qué momento nuestras miradas se conectaron simplemente por el cosquilleo que sentí en lo más profundo de mi alma.
               Él irradiaba felicidad, incluso después del “problemita” que habíamos tenido con los gilipollas de sus “amigos” de Grecia. Y digo “problemita” porque, aunque la cosa había sido muy seria, podría haberlo sido más: ellos podrían estar en el hospital, o, si los ingleses no hubieran sido lo suficientemente rápidos, en una morgue; yo estaría declarando en algún juzgado sobre lo que había hecho, y echando por tierra todo lo que mamá me había enseñado sin ella pretenderlo acerca de cómo defender tu inocencia: en lugar de hacer creer que me había vuelto chalada y no era consciente de mis actos, me regodearía en que matar (o herir de gravedad) a los gilipollas que le habían hecho daño a Alec habría sido lo más lúcido que hubiera hecho en mi vida.
               Y digo “amigos” porque ni siquiera se puede considerar infraser a alguien que se ríe de las cicatrices de mi novio, lo suficientemente feas como para saber que lo había pasado muy, pero que muy mal. Si no volvía a por ellos era porque estábamos ya muy lejos, y ni siquiera sabía qué dirección tenía que tomar. Apoyé los codos en la pequeña plataforma del barco, desde la que habíamos saltado los que habíamos decidido que nos apetecía bañarnos, y le sonreí. Desde el ángulo en el que estaba, parecía que el sol estaba señalándolo con sus rayos, como si quisiera asegurarse de que no se me escapaba la naturaleza divina de la existencia de Alec.
               -¿Disfrutando de las vistas?-coqueteé, apoyando la mejilla en el antebrazo y dejando que las corrientes me mecieran los pies. Alec se bajó las gafas de sol, me recorrió de arriba abajo, como si pudiera ver a través de la madera y el acero, se mordió el labio mientras sonreía y asintió con la cabeza.
               -Ahora más aún.
               -Vaya-ronroneé, empujándome suavemente de nuevo hacia el mar y moviendo los brazos para no hundirme-, y yo que pensaba que me estabas dejando sola en el agua porque ya no te gustaba…
               Alec se echó a reír, una risa corta, masculina y sensual. De ésas que exhalan los protagonistas masculinos de las novelas cuando sus protagonistas femeninas les dicen que son insoportables, y ellos están a punto de recordarles que morirían por ellos.
               Solo que Alec no era un protagonista de novela. Era real, de carne y hueso, así que era infinitamente mejor. Sobre todo, porque era mío.
               O eso había pensado yo. Creía que tendría el monopolio de su atención y su compañía a lo largo de todo el viaje, ya que Duna estaba a miles de kilómetros y no podía hacerme la competencia cuando estábamos en distintos países. Con quien nunca pensé que tendría que competir por las atenciones de mi novio era, precisamente, Shasha.
               -Lo siento, nena-Alec se encogió de hombros-, ya sabes que soy un hombre de promesas.
               -Cuando te aburras… ya sabes dónde estoy-dije, guiñándole un ojo y girándome para impulsarme hacia abajo dentro del agua, tan limpia que parecía una piscina si abrías los ojos por debajo de ella.
 
 
Después de que Scott se enfrentara en mi nombre y en el de todos a los que queríamos a Alec a los imbéciles de Dries y los demás, todos habíamos dejado muy claro que no nos apetecía estar en la playa. A pesar de que Alec parecía más contento que nunca por la forma en que lo habíamos defendido (como si nunca lo hubieran hecho antes), creíamos que sería mejor para que pudiera sanar el cambiar de ubicación. Había playas de sobra en Mykonos: no teníamos por qué quedarnos sí o sí en aquella. Lo mejor sería poner un poco más de distancia para poder pasar página lo más rápido posible e impedir que aquellos mamarrachos nos arruinaran el viaje.
               Alec insistió en que no era necesario, en que habíamos planeado estar allí todo el día y todos estábamos demasiado cansados para otra excursión; que estaba cómodo y que no le pasaba nada, y que daba lo mismo el lugar si tenía una compañía tan buena como la nuestra. No obstante, Scott le había puesto las manos en los hombros y le había hecho mirarlo.
                -Quiero alejarte lo más posible de esos gilipollas que no te valoran, Al. Puede que aquí esté tu casa, pero también lo está la suya, y no quiero que se sientan con el derecho de venir a molestarte simplemente porque viven aquí. No te conocen lo más mínimo. Nosotros estamos contigo once meses. Ellos solamente uno. Somos nosotros quienes sabemos quién eres, y no pienso darles a esos gilipollas la oportunidad de tratar de decírtelo.
               Alec se había puesto los brazos en jarras y había mirado a Eleanor.
               -¿Me está diciendo esto por algo? ¿Queréis pedirme un trío y estáis preparando el terreno?-preguntó, y Scott puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, pero no le soltó. No era estilo de él. Soltarlo no del estilo de nadie que quisiera a Alec. Y, siendo como era, lo que me parecía imposible era que hubiera alguien que no le quisiera.
               Así que decidimos buscar otro sitio, no porque no creyéramos que Alec no podría concentrarse en nosotros para poder pasarlo bien, sino porque ni siquiera se merecía tener que intentarlo. En toda la isla había lugares de sobra en los que poder disfrutar del sol y del mar: un sitio más neutro, en el que crear recuerdos que no se volvieran agridulces por la pelea con los chicos de Mykonos, sería de agradecer.
               Nadie puso inconveniente en movernos, y por primera vez desde que salía con ellos, los nueve de siempre simplemente recogieron sus cosas de la playa y pusieron rumbo a la acera sin rechistar. Todo el grupo estaba en armonía, sensibilizado con lo duro que tenía que haber sido para Alec enfrentarse a sus “amigos” y tener que elegir. Estábamos agradecidos de que nos hubiera elegido a nosotros, claro que tampoco es que creyéramos que había supuesto ningún esfuerzo para él o le hubieran generado dudas.
               Bella estaba ojeando la guía de viaje que se había comprado en el aeropuerto, mientras esperábamos por Diana, con la esperanza de encontrar un sitio que Alec todavía no nos hubiera enseñado para hacer el viaje un poco más interesante. Max caminaba al lado de ella, con el brazo sobre sus hombros, echando un vistazo por encima de su cabeza y pasando las páginas despacio. Bella lo miraba con la confusión escrita en el rostro, pero atrás habían quedado esas dudas que le había generado el comportamiento de su novio de días anteriores. Max por fin parecía relajado, y de no ser porque las manos de Bella estaban a plena vista, desnudas y sin compromiso, cualquiera diría que Max ya había hecho la gran pregunta y ella había concedido su mano en matrimonio.
               Me di cuenta de que Max tenía pensado pedírselo en aquella playa, pero por mucho que quisiera que ese momento fuera perfecto, para él era más importante que Alec estuviera bien que el conseguir hacer algo espectacular para su novia. Y me dieron ganas de abrazarlo muy, muy fuerte.
               -Oh, chicos-jadeó Bella, deteniéndose y girándose en redondo para mirarnos. Daba igual que hubiera tres personas en nuestro grupo que se conocieran la isla como la palma de su mano, una de ellas incluso nativa de allí: había decidido que era su tarea elegir el destino, y francamente, a todos nos parecía bien. Lo único que yo quería era sacar a Alec de allí lo más pronto posible, antes de que la euforia de la pelea se diluyera en su sangre y le diera el bajón. Confiaba que con el cóctel perfecto que eran el sol, el anonimato y mi cuerpo muy cerca del suyo lo sumiría en un estado de ebria felicidad con el que se le olvidarían todos sus males-. He encontrado el sitio perfecto-estiró la mano con la guía abierta en una página en la que se mostraba desde vista de pájaro una pequeña cala con apenas una lengua de arena penetrando entre los acantilados como una flecha de marfil. Un pequeño sendero ocre serpenteaba por los prados en dirección a la misma, haciendo de conexión entre ese rincón como una nube caída del cielo en el que unas cuantas toallas de colores le hacían de pecas arcoíris.
               Mimi exhaló un jadeo de excitación, los ojos chispeando ante una de las pocas playas de la isla en las que nunca se había bañado. No se me escapó la mirada que Alec le echó a Max, luchando por no alzar la comisura de su boca en su típica sonrisa de Fuckboy®. Lo que sí que no pudo controlar fue su ceja, que se disparó hacia el cielo de su frente como un proyectil. Max simplemente le sostuvo la mirada, arqueando las cejas, como diciéndole “por favor”.
               -¿Agios Sostis?-preguntó Niki, relamiéndose los labios-. Es bastante complicado llegar allí. Aunque es muy íntima-miró a Alec-. Probablemente estemos solos y podamos hacer lo que nos dé la gana.
               -¿Como una orgía?-preguntó mi chico, y Niki se rió.
               -Me preguntaba cuánto tiempo más aguantarías antes de pedírmelo.
               -¿Cómo dice la guía que podemos ir allí?-quiso saber Bey, colocándose las gafas de sol a modo de diadema para echar un vistazo en las indicaciones. Bella suspiró, hundiendo los hombros.
               -Dice que no hay transporte público…
               -Esa es una de las razones por las que está desierta-asintió Niki.
               -… y que la única opción para llegar hasta allí es ir en coche.
               -Lo cual queda descartado, porque nadie aquí tiene carnet-sentenció Bey, y trazó un arco con su brazo para colocarle el dedo índice estirado a dos centímetros de la cara a Alec-. Y no, Al. Sé perfectamente que los coches se conducen con las manos y los pies, no sin carnet, pero no pienso pasarme mis últimos días de vacaciones llorándole a Sherezade para que venga a sacarte del calabozo porque te ha pillado la poli conduciendo sin carnet.
               -Tengo carnet.
               -De moto-dijimos todos a coro, y él puso los ojos en blanco.
               -Bueno, es un tecnicismo.
               -Las motos son completamente distintas a los coches-le dijo Tommy-. Scott y yo ya hemos dado un par de clases prácticas, podríamos…
               -Lo que acabo de decirle a Míster Me Da Igual Provocar Un Conflicto Internacional aquí presente-Bey hizo un gesto con la cabeza hacia Alec-, también se os aplica a vosotros dos, Scommy.
               -Y se os olvida un pequeño detalle, ingleses: nosotros conducimos por la derecha.
               Logan chasqueó la lengua.
               -Ya me parecía a mí que tenías que tener algún defecto.
               Niki se rió, acercándose a él y haciendo que sus carcajadas rebotaran por toda la boca de Logan.
               -Espero que lo de anoche compense este defecto imperdonable.
               -Mmm, no sé…-tonteó Logan, echándole los brazos al cuello y entregándose al beso apasionado.
               -Genial-Alec puso los ojos en blanco-, ya tenemos dos cerebros menos pensando en una solución. Bueno, antes de que Logan y Niki se nos piren, ¿alguien tiene alguna idea?
               -Podríamos ir en taxi-sugirió Mimi, que ya había decidido que había que ir a aquella playa sí o sí. Y si algo había aprendido de ella, era que era obstinada y, cuando se le metía algo en la cabeza, no había quien se lo sacara de ella. En eso se parecía a su hermano, así que había tenido que sacarlo de Annie.
               -¿Sabes lo lejos que está Agios Sotis, Mary Elizabeth? ¿Cómo pretendes pagar la factura? ¿Vendiendo tu virginidad a algún jeque árabe?
               -Me pregunto a quién conoces tú que sea rica por derecho propio-ironizó Eleanor, apartándose el pelo del hombro como la diva que era.
               -Oh, vamos, El. No actúes como si yo no valiera lo que valéis Tommy, Scott y tú juntos y multiplicado por cinco-contestó Diana.
               -Dejadlo en su nube-contesté yo-. Se siente más cómodo cuando se comporta como si, con lo que tengo ahorrado en el banco, no pudiéramos recrear la escena de El lobo de Wall Street en la que DiCaprio se folla a Margot Robbie sobre un montón de fajos de billetes.
               Lo cual, por cierto, sería súper morboso, pensé.
               -Sois mis invitadas y no quiero sangraros-sentenció Alec, haciendo como que no me había escuchado.
               -No va a coger vuestro dinero-les advirtió Scott-. Creedme, lo hemos intentado muchas veces, pero no hay manera.
               -Del orgullo no se come, Al-dijo Diana, sacándose un espejito del bolso de playa y comprobando que todo estuviera en orden con aburrimiento. Me parecía la única persona en el mundo que podía mirar su reflejo en el espejo y no quedarse maravillada ante él; supongo que eran los años y años de práctica y de tenerlo todo al alcance de la mano.
               -Tampoco de ser guapo, y sin embargo mira las carreras que tenemos tú y yo, Lady Di.
               Diana se echó a reír, pero asintió con la cabeza. Agradecí que no le recordara que había pagado la habitación del Savoy en la que nos habíamos quedado por su cumpleaños, ya que Alec era perfectamente capaz de firmarle un papel reconociéndole la deuda y prometiéndole que se la devolvería con intereses usurarios.
               -¡Porfa, Alec!-lloriqueó Mimi, juntando las manos como si rezara y poniéndole ojitos a su hermano. Él suspiró, apretó la mandíbula, bajó la vista para mirarme y se puso a pensar. Supe que había decidido que iríamos a esa playa en cuanto me miró, ya que se había dado cuenta, como yo, de que era un rincón que no habíamos visitado.
               Lamenté profundamente tener el periodo, ya que aquella era una nueva excursión en cuyo destino sería genial hacer el amor.
               Y pude ver cómo se le encendía la bombilla.
               -Ya sé cómo vamos a ir. Rezad para tener suerte.
               -Eleanor está con nosotros, así que la tendremos-sonrió Scott, y ella inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Por qué lo dices? ¿Porque he ganado el concurso, y tú no?-quiso saber, y Scott le dio un beso en la frente.
               -Exacto, mi amor. Tienes más suerte que yo. Eso es todo.
               -O más talento-atacó ella, riéndose.
               -Niki. Eh. Eh-Alec chasqueó los dedos al lado del oído de Niki, que dio un brinco y se giró para mirarlo con fastidio. Como Alec siguiera interrumpiendo a las parejas queer que le rodeaban mientras se liaban, conseguiría un nuevo apodo que no le gustaría tanto como los demás-. Iria y Bastian, ¿se han ido ya a la luna de miel?
               Niki negó con la cabeza.
               -Eh… no, me parece que estaban esperando a… oh. Oh. ¡Oh!-sonrió-. Ya veo por dónde vas. ¡Ya veo por dónde vas!
               -¿A qué tanto secretismo? Odio que os hagáis los amiguitos del alma. ¿Soy la única que no entiende qué pasa?-protestó Tam-. ¿Quiénes son Iria y Bastian?
               -Deja de protestar, Tamika. Voy a conseguirte un barco y te voy a llevar de paseo por el Mediterráneo; lo menos que puedes hacer es no taladrarme la cabeza con esa voz de cacatúa infernal que tienes.
               -¿VAMOS A IR EN BARCO?-chilló Shasha, a la que le encantaban los viajes marítimos. Si por ella fuera, cada vez que íbamos de vacaciones lo hacíamos en barco. Siempre se empeñaba en dar un paseo en barco fuéramos a donde fuéramos: ya fuera un destino en el interior del continente, en cuyo caso un paseo por el río o tal vez por un lago sería suficiente; o en la playa, donde siempre nos obligaba a surcar las olas, como mínimo una vez. Le encantaba la sensación de bamboleo mientras nos movíamos, lo imprevisible de la travesía, las sorpresas que había en la fauna marina que jamás salía a saludar cuando íbamos en viaje por carretera, el viento en el pelo, revolviendo esa mata negra y sedosa que había heredado de mamá.
               -Si Eleanor nos presta un poco de esa suerte que Scott nos dice que tiene y Bastian no anda muy liado, sí, Shash.
               -¡Que quién es Bastian!-protestó Tam, y Alec puso los ojos en blanco y miró a Niki.
               -¿Quieres ser el nuevo bisexual oficial de nuestro grupo? Me tiene hasta los huevos y creo que podría conseguir la mayoría que necesito para desterrarla.
               -Yo no soy bisexual-protestó Tam, y Alec alzó las cejas.
               -Oh, vaya, así que ¿al final eres lesbiana?
               -Deja de intentar etiquetarme-bufó Tam, haciéndole un corte de manga-. No soy ningún vestido de diseño cuya validez dependa de su etiqueta.
               -Es verdad; eres, más bien, unos calcetines sudados.
               Tam se lo quedó mirando, muy seria.
               -Voy a arrancarte la cabeza-anunció, y se abalanzó sobre Alec. Por suerte, los chicos pudieron detenerla, y él dar un par de pasos para descojonarse a gusto, antes de que la sangre llegara al río. No obstante le obligué a disculparse, y cuando el mayor de los chicos y la mayor de las gemelas hicieron las paces, pudimos ir hacia los muelles. Niki, Mimi y Alec nos guiaron con la confianza de quien se ha pasado años recorriendo esos tablones de madera curtida por el sol, llamando a las embarcaciones amarradas a sus lados por sus nombres y recibiendo los regalos de sus dueños incluso antes de que esos terminaran de atracar.
               Nos encontramos a Bastian paseando por la cubierta de un yate cuyo casco estaba reluciente, recogiendo un cabo que iba enrollando a medida que avanzaba por él. Levantó la vista al vernos llegar; la bajó un momento, como si la cosa no fuera con él, y luego la subió de nuevo al reconocer a Alec, Mimi y Niki dirigiendo la comitiva.
               -¡Mary!-saludó, sonriendo. Dejó el cabo enrollado en el suelo, se descolgó por la barandilla y saltó hacia el muelle con la destreza de quien ha hecho eso cientos, incluso miles de veces-. ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo es que has venido? Ya verás, Iri se pondrá contentísima cuando te vea. Aunque llegas un poco tarde-añadió, pasándose la mano en la que llevaba la alianza por el pelo, apartándoselo de la cara-. Si hubieras estado un par de días antes, habrías podido venir a la boda.
               -Al me lo contó. Me habría encantado; seguro que fue una fiesta genial. Enhorabuena, por cierto-añadió Mimi, respondiendo en el mismo idioma en que Bastian le había hablado: griego. Me sorprendió escuchar la forma en que le cambiaba la voz en esa otra lengua: jamás la había escuchado decir más que palabras sueltas en un idioma distinto al inglés, y parecía bastante segura de sí misma mientras charlaba con Bastian. Algo que, siendo tan tímida y perfeccionista como era, me sorprendió: sabía que Alec hablaba ruso y griego mejor que ella, los dos hermanos me lo habían dicho en varias ocasiones, pero aun así, me parecía que Mimi estaba haciendo un trabajo genial-. Habría adorado poder estar. Me alegro muchísimo por vosotros-le cogió las manos, le dio un apretón, y luego se entregó a darle un par de besos a Bastian, que los aceptó encantado.
               -Bueno, ¿dando un paseo?-preguntó, ya mirándonos a todos y cambiando al inglés-. Estáis un poco lejos de la playa, chicos. Creo que Alec se ha desorientado con tanta chica guapa-bromeó, y todos nos reímos-. Te veo bien, Saab.
               -Gracias, Bastian. Aunque no tan bien como tú.
               -No me quejo. La vida de casado está bastante guay. Recomiendo la experiencia-le dio un codazo a Alec, un codazo juguetón que, sin embargo, podía ser peligroso. No obstante, él no hizo ninguna mueca de dolor, lo que fue un gran alivio para mí.
               -¿Has oído, Niki? Toma nota, sinvergüenza-le pinchó Alec a Niki, que soltó una risotada. Bastian nos miró a todos un momento, los brazos en jarras, y luego asintió, pasándose una mano de nuevo por el pelo y dejando el pulgar sobre su hombro, señalando el impresionante barco. Debía de medir unos cuarenta metros.
               -Bueno, chico, si me disculpáis… tengo trabajo que hacer. La luna de miel no va a pagarse sola, y tengo que poner el barco a punto. Al, cuando quieras llevarte a toda tu tropa de paseo, me avisas, ¿vale? No puedes dejar que se vayan sin dejar que vean la isla desde el mar.
               -De hecho, por eso precisamente veníamos a verte. ¿Cómo tienes la agenda de hoy?-preguntó Al, y Bastian parpadeó.
               -Eh…-y, entonces, cambió a griego, lo cual nos hizo saber a todos que no sería posible la excursión en barco, al menos no ese día. Malas noticias que preferiría no tener que darlos, y por eso elegía no hacerlo: para que lo hicieran nuestros amigos-. Lo siento mucho, Al, pero va a ser imposible. Ayer vendí los últimos pasajes para hoy a un grupo de ingleses que…
               -¡Cambia a estos ingleses por los otros, Bas!-animó Niki-. Estos son decentes, no como los gilipollas que se bajan del avión ya medio borrachos. Sin ánimo de ofender-añadió, mirando a los Whitelaw, y Mimi levantó la mano.
               -Bueno, Alec es bastante gilipollas, así que cumple a medias con el estereotipo.
               -Lo siento, tío, pero el negocio es el negocio. No puedo permitirme cancelar una reserva porque me surja algo a última hora, por mucho que me encantaría poder ayudaros. Con el tema de las reseñas, un par de clientes cabreados te pueden joder el negocio. Y yo no me puedo permitir perder clientes, ya no digamos al principio de la temporada.
               -¿Y si te pagamos lo que te pagarían ellos?
               -Hombre, es que lo íbamos a pagar-sentenció Alec, mirando a Niki como si le hubiera salido una nueva cabeza.
               -¿Ves, Bas? No es perder el negocio, sino cambiar la agenda. Puedes pedirles que vengan mañana…
               -¿Y si mañana no están?
               -¡Señores, señores, disculpen!-se hizo oír Iria por encima del murmullo de nuestras voces preguntándonos qué pasaba, por qué Alec y Niki estaban negociando algo que parecía evidente que no iba bien-. ¡En fila de uno en el centro del muelle, por favor, como indica en el cartel! No queremos accidentes-pasó a nuestro lado con una cesta de frutas y se detuvo ante Bas-. Cielo, tienes que ser más duro con ellos. Si se caen y se hacen daño, nos pueden meter en un buen lío. Ten, te he cogido esto en el puesto de Mirta, para que se te haga más ameno el día-sonrió, entregándole la cesta de mimbre y dándole un beso en los labios. Iria se giró para marcharse, y en ese momento sus ojos se encontraron con los de Mimi. Pegó tal grito que a mí me dio un vuelco el corazón, y Karlie incluso dio un brinco y se aferró al brazo de Tam, quien secretamente disfrutó de ese ramalazo inesperado de contacto y búsqueda de seguridad-. ¡MIMI! ¿CUÁNDO HAS LLEGADO?
               -Hace un par de días-sonrió Mimi, dándole un beso a modo de saludo a Iria. Iria le cogió las manos y la miró de arriba abajo.
               -Qué guapa estás. Ya has entrado en la Royal, ¿verdad? Ya tienes cuerpo de mujer, se te nota.
               -No pude hacer las pruebas, pero el año que viene.
               -Oh, vaya. Es una verdadera pena, pero bueno, mejor para el resto de bailarinas del mundo. Así tienen alguna posibilidad de disfrutar de sus carreras antes de que tú se las arrebates-sonrió, dándole un toquecito en la nariz-. Ay, Saab, me alegro mucho de verte. ¿Disfrutando de la estancia?
               -Bueno…-empecé. Estaba más que dispuesta a jugar sucio y solucionar aquel problema entre mujeres, si era lo que hacía falta para conseguir alejar a Alec de la playa de la discordia.
               -Nos lo estamos pasando en grande-me acalló Al, cogiéndome la mano y apretándomela a modo de advertencia. Ni se te ocurra.
               ¿Dis-puto-culpa? Ahora sí que se lo voy a decir a Iria.
               -¿Estos son tus amigos? ¿Qué hacéis todos aquí apiñados?
               -Veníamos a ver si podíamos dar un paseo en barco, que Bastian nos llevara hasta una cala, pero está liado.
               -La madre que te parió-siseó Alec por lo bajo, y yo me regodeé todavía más en lo fastidiado que parecía. Sólo había una cosa que me gustara más que chincharlo, y ésa era tirármelo. Y, dado que el sexo estaba descartado, sólo me quedaba disfrutar.
               Iria se giró hacia Bastian como si acabara de decir que no estaba seguro de tener hijos y ella tuviera un barrigón de ocho meses.
               -Mi amor, ¿qué es eso de que estás liado?
               -Ya tengo el barco completo para el día. Otros ingleses han pagado sus billetes, y ya sabes cómo es mi política: cero cambios.
               -Bueno, pues haz una excepción-sentenció Iria.
               -No hace falta-dijo Alec.
               -Sí que hace falta-dije yo.
               -O cierras la boca o te la cierro yo, Sabrae-me advirtió.
               -¿Qué vas a meterme? ¿La lengua o la polla? Porque sabes de sobra que ninguna de las dos me parece una amenaza.
               -Pero el negocio…-empezó Bastian, e Iria alzó una ceja.
               -Alec, Mimi y Sabrae son nuestros amigos. Y no se deja tirados a los amigos. Si te dicen que quieren dar un paseo en el barco, tú los subes a bordo y te los llevas de paseo en barco.
               -Ya, ¿y qué hay del negocio?
               -Ya vendrán otros clientes.
               -¿No puede ser mañana?-preguntó Bastian, mirando a Alec-. Mañana tengo sólo dos billetes vendidos; puedo…
               -Mañana sirve-aseguró Alec, agarrándome de la muñeca y girándome para conducirme de vuelta hacia el pueblo, pero yo me convertí en una estatua.
               -No, tiene que ser hoy. Alec se ha peleado con los chicos de pueblo, y queremos ir a… Sagio Totis…-miré a Bella, que asintió con la cabeza- a pasar el día. Para animarlo-expliqué.
               Iria me miró. Bastian me miró. Iria miró a Alec. Bastian miró a Alec.
               -Sí-dijo él-. En estos momentos, me arrepiento de no haberme enrollado con una muda-escupió la palabra, mirándome como si quisiera morderme un ojo. Que lo intentara si se atrevía.
               -¿Adónde queréis ir?-preguntó Bastian, e Iria añadió:
               -¿Qué os ha pasado?
               -Nada. Una tontería. No es nada.
               -Sí que es algo, Al-dijo Mimi, echándose el pelo hacia atrás con una sacudida de la cabeza-. Veréis, Al tuvo un accidente de tráfico gordísimo la pasada primavera. Fue absolutamente horrible. Tuvieron que operarlo de urgencia para salvarlo. Dios mío, estuvo en  coma, y todo. A raíz de las operaciones, tiene unas cuantas cicatrices.
               -Unas cuantas-rió Alec sin ganas, negando con la cabeza-. Parezco el puto Eduardo Manostijeras.
               -Sigues siendo con diferencia el tío que más bueno está de todo el planeta-le defendí, y él puso los ojos en blanco.
               -Te meto la polla hasta el fondo, Sabrae. Claramente, no eres objetiva.
               -¿Por qué crees que dejé que empezaras a meterme la polla hasta el fondo, Alec? Claramente, no fue por tu irresistible personalidad.
               Tuvo que morderse los labios para contener la sonrisa, y aun así lo consiguió a medias.
               -Para Alec fue muy, muy duro, todo el proceso de aceptación de su nuevo estado físico, y…
               -¿Estás bien?-preguntó Iria, preocupada, y Alec asintió.
               -Sí. No me pasa nada ya.
               -Casi nada-le corregí-. Todavía no ha recuperado del todo la forma física, y…
               -Ah, vaya, no parecías tener quejas la otra noche-me pinchó, y yo incliné la cabeza y le sonreí. Qué rápido me había perdonado por mi intromisión.
               Le adoraba. Mi rey compasivo.
               -El caso es que el proceso de rehabilitación y de aceptación de sí mismo ha sido muy, muy duro, y ha sido largo y complicado, pero Al por fin se siente cómodo en su piel otra vez.
               -Más o menos-añadió él, y tuve que dejar que hiciera esa matización porque… vale. Tenía razón. No estaba del todo cómodo, pero estaba recorriendo el camino, lo cualquiera mucho más que lo que había hecho los primeros días en la playa, cuando no quería ni quitarse la camiseta.
               A base de besos y caricias, y también de mostrarle cómo me masturbaba mirándolo desnudo, porque me seguía gustado con sus rasguños y todo, había conseguido que en la cama recuperara toda su confianza. No había sido así en la playa, pero no pasaba nada: teníamos toda la vida para trabajar en eso.
               -Y con gilipollas como Dries o Gaspar riéndose de él por cómo está ahora, como si no siguiera estando más bueno que ellos, la cosa está complicada.
               Iria miró a Alec.
               -¿Se rieron de ti?-preguntó, y Alec y Niki asintieron. Iria los miró a los dos, como asegurándose de que no estaban de coña, y luego se giró para mirar a Bastian-. Empezaré a escupirles en el pan. Y tú vete olvidándote de subirlos en el barco.
               -No pensaba hacerlo, tranquila-respondió Bastian, el semblante oscurecido por una expresión de enfado que prometía muchos problemas. Se puso de nuevo los brazos en jarras, girándose para mirar su barco una vez más, y se rascó la cabeza-. No sé cómo podemos hacerlo, Al. Me sabe fatal decirte que no en estas circunstancias, pero…
               -Lo entiendo perfectamente, Bas. Yo también trabajaba, ¿sabes? Así que sé lo que es hacer cosas que no quieres y no poder hacer las que quieres-Alec me fulminó con la mirada, como si aquello se tratara de que yo no había trabajado nunca o algo así. Aunque fuera verdad, sabía de sobra el esfuerzo que suponía. Lo había visto en mis padres: mi madre se había vuelto loca tratando de cambiar fechas de juicios para poder estar con nosotros en los momentos más importantes, como nuestros cumpleaños o actuaciones en el cole o el instituto; papá se había perdido semanas de nuestra infancia porque la discográfica le había obligado a hacer un mínimo de conciertos para no echarlo, conciertos en otros países a los que nosotros no podíamos ir por tener clases; mi hermano se había escapado del programa para estar en mi cumpleaños; el mismo Alec había llegado a veces reventado por las horas extra que cogía, prácticamente doblando turnos, para poder hacer planes más especiales conmigo. Puede que yo no hubiera pasado por eso todavía, pero sabía de sobra lo que implicaba el trabajo.
               Claro que también tenía huevos que Alec se pusiera así cuando él jamás se había privado de hacer nada conmigo por trabajar. Incluso había llegado tarde un par de veces porque simplemente éramos incapaces de salir de la cama antes de tiempo. Nuestros “uno rapidito” eran siempre algo más que “rapiditos”.
               Pero no iba a decirle nada. No, porque, igual que Mimi, cuando a Alec se le metía algo entre ceja y ceja ya no había manera de sacárselo. Y se le había metido que no íbamos a ir en barco hoy, y no había nada más que hacer. No me apetecía discutir con él.
               Por suerte, había alguien que sí estaba dispuesta a discutir si hacía falta.
               -Te diré qué haremos, amor-dijo Iria, recogiendo la cesta de frutas el suelo y colocándosela contra la cadera-. Retrasamos el viaje de los clientes de hoy un par de horas; les decimos que tenemos problemas técnicos con el barco y que tenemos que llevarlo a reparar. Les hacemos un descuento por las molestias y alargamos un poco más su viaje por la tarde. Os cogemos a vosotros-se volvió hacia Alec-, y os llevamos de paseo esta mañana. Sé que no queda mucho tiempo, pero es lo mejor que podemos ofreceros.
               -No hace falta, Iri, de verdad…
               -¡Calla! Ni de coña voy a dejar que Dries, Gaspar y esa manada de imbéciles con los que salíais tú y mi prima os amarguen el día, ya no digamos la reputación de esta isla-miró a los amigos de Alec de reojo-. ¿Qué van a pensar tus amigos? No. Bas os llevará por ahí a dar una vuelta. Luego, os dejamos en alguna playa para que paséis el día, y volvemos a por vosotros al atardecer. ¿Qué te parece a las 8?
               -Las nueve mejor-intervino Niki, y por la manera en que miró a Iria me dio la impresión de que Logan le había puesto al día de todo lo que quería hacer Max.
               -Las nueve entonces. ¿Amor?-se giró hacia Bastian con las cejas alzadas en ese gesto tan propio de nosotras que quiere decir “te estoy preguntando por educación, no porque tengas algo que decir al respecto”. Bastian asintió con la cabeza, sumiso.
               -Sí, supongo que podemos hacerlo así.
               -Genial. Estamos de acuerdo entonces-sonrió Iria, dándole un beso en la mejilla a su marido-. Id subiendo al barco. Yo voy a por un poco de comida para que paséis bien el día-colocó la cesta de frutas sobre la cubierta del barco y echó a andar por el muelle, de vuelta hacia el pueblo. Alec le agarró la mano, le dio las gracias y le dijo que, ya que se estaban tomando tantas molestias con nosotros, lo mínimo que podíamos hacer era invitarlos a venirse.
               -Para practicar la luna de miel-especificó, e Iria se echó a reír.
               -¿Qué pasa, Al? ¿Crees que porque ya no estoy soltera se me ha olvidado practicar buen sexo? Porque tengo noticias, cielo: se vuelve mejor cuando notas la alianza tocándote.
               Alec me lanzó una mirada cargada de intención.
               -Prepárate, porque igual nos casamos antes de que me pire a África.
               -¿Has ahorrado para mi anillo de Tiffany’s?-quise saber yo, agradecida de que la tensión entre nosotros hubiera desaparecido-. Porque no pienso acceder a nada si no hay un buen pedrusco de por medio.
               -Me pondría de rodillas-me prometió Alec.
               -Eso no es suficiente.
               -Lo fue cuando hice que te corrieras por primera vez-soltó, y yo le di un manotazo en el brazo. Todos se echaron a reír, salvo Scott, que arrugó la nariz y dijo que preferiría no tener tanta información sobre nuestra vida sexual, como si Alec no les contara con pelos y señales a sus amigos todo lo que hacíamos.
               Tuvimos que insistir un poco para que Iria nos acompañara, pero finalmente conseguimos convencerla. Alec, Niki y Mimi la acompañaron al puerto a recoger comida y todo lo que podríamos necesitar para el día para así darle tiempo a que se cambiara y poder irnos cuanto antes.
               Creí que se nos había chafado la excursión cuando llegaron los clientes de Bastian, a quienes de todos modos tendríamos que esperar que Bas le diera la mala noticia, pero bastó con que Diana se acercara a ellos y se los camelara con su sonrisa blanquísima, su cabello dorado y su piel bronceada para que no pusieran inconveniente en volver al día siguiente. Lo bueno del Mediterráneo era que el tiempo siempre era bueno, así que el verano se extendía ante ellos como un manto infinito en el que daba igual dónde tumbarse, pues siempre se estaría increíblemente cómodo.
               Partimos del puerto apiñados en la cubierta,  explorando y disfrutando cada uno a su manera. Alec y yo íbamos sentados junto a las barandillas mientras el viento nos acariciaba el pelo y nos hacía cosquillas en los pies, el mar salpicándonos juguetonamente las piernas cada vez que una ola más traviesa que los demás hacía que el barco diera un bote. Apoyé la cabeza en su hombro y sonreí.
               -¿Sigues enfadado conmigo o ya empieza a convencerte el plan?
               -El plan me convenció desde un principio, bombón. Se me ocurrió a mí, ¿recuerdas?
               -Detalles-contesté, tirándole de un hilillo que le salía de la camisa blanca que llevaba puesta. Me percaté de lo moreno que estaba, y me dieron ganas de pegarle un mordisquito para asegurarme de que sus brazos seguían hechos de carne, en lugar de convertirse en tofe.
               -Aunque sigo enfadado contigo, sí. No puedo dejar de darle vueltas al sexo de casados. Eres mala por negármelo-me miró por el rabillo del ojo y yo me eché a reír.
               -¿De verdad quieres desperdiciar los meses que dura la euforia de recién casados separados?-pregunté, y Alec alzó una ceja. Se me ocurrió que podría ponerle una condición: si quería que nos casáramos en Mykonos, tendría que posponer su voluntariado. O no ir, directamente. Porque yo tampoco estaba dispuesta a renunciar a lo que Iria y Bastian tenían-.  Porque sólo dura unos meses. Creo que unos tres. Luego ya las parejas dejan de estar “recién casadas” para estar solo “casadas” y el sexo se vuelve aburrido.
               -Siempre podemos divorciarnos y casarnos otra vez-se rió él-. Tu madre es abogada. Fijo que nos hace descuento.
               -Mamá no lleva a hombres.
               -Me va a llevar a mí-me recordó, y yo asentí con la cabeza y me incliné para darle un beso en los labios, con tan mala suerte que justo en ese instante el yate pegó un brinco y nuestros dientes se chocaron. Sin embargo, nos echamos a reír.
 
 
La sensación de estar flotando en una nube continuó incluso cuando el ronroneo del motor del barco llevaba tiempo apagado, y antes de que nos diéramos cuenta, todas las neuronas en que se habían almacenado los recuerdos relacionados con los chicos de Mykonos se habían marchado también de vacaciones. Cuando nos habíamos detenido frente a la cala de Agio Sotis, descubrimos que las fotos no le hacían justicia y que el paraje era incluso más bonito en persona. El agua era tan pura que se veían los peces nadando por debajo del barco, siluetas sinuosas que cambiaban de forma como si estuvieran hechas de gelatina. En el fondo, lo corales de colores cumplían el mismo papel que los rascacielos de Londres, pero creando una ciudad natural que nada tenía que envidiarle a las que hacíamos los humanos.
               Aquel era el sitio perfecto para el plan de Max. Los chicos salvo Logan y Niki, y Tam y yo, nos lanzamos al agua, dispuestos a jugar bajo un sol que, si bien no cedía terreno a las nubes, tampoco era de justicia, sino más bien un compañero de aventuras.
               Le había prohibido terminantemente a Alec meterse en el agua con nosotros, ya que íbamos a bucear para fingir buscar la caracola que Max había comprado, y me preocupaba que Alec se metiera demasiado en el papel. Siendo competitivo como era, estaba segura de que terminaría forzando sus pulmones para poder ser El Más Macho™ y ser quien aguantara más debajo del agua. Así que, mientras hiciéramos esfuerzos, Alec no nos acompañaría. Me daba miedo que la entrada que le había hecho Proteo fuera más grave de lo que nos quería hacer creer.
               Por suerte, Shasha estaba más que dispuesta a tenerlo entretenido. Se había sentado bajo la inmensa sombrilla bajo la que se refugiaba Karlie, y después de que yo le montara a Alec el pollo del siglo para mantenerlo lejos del agua mientras hacíamos el paripé, había dado unas palmadas en la tumbona que quedaba libre a su lado mientras le ofrecía un auricular. Triste como estaba por el tema de las entradas de Blackpink, Shash llevaba todo el viaje empapándose de contenido de sus artistas preferidas, como si a fuerza de buscar cosas relacionadas con ellas en Youtube fuera a conseguir que las entradas para su concierto en Londres de materializaran ante ella. Y Alec parecía genuinamente interesado, lo cual hacía que a mi hermana se le pasara un poco el disgusto: repasó por enésima vez con él la vida de las chicas, como si Alec no le hubiera preguntado ya otras seis veces y ella no hubiera repetido sus currículos sin provocación previa mínimo otras cuatro, y luego le puso entrevistas en programas coreanos, americanos e ingleses por igual.
               Yo le echaba de menos; me encantaba bañarme con él, jugar a sorprendernos buceando uno al lado del otro y besarnos mientras las olas nos mecían, pero también sabía que a Shash le venía bien una distracción… y que mi novio era lo bastante burro como para tratar de superar a sus amigos, incluso aunque le hubieran extirpado un trozo de pulmón.
               Además, me daba mucha pena a cara de corderito degollado con que Shasha le contaba a Alec cosas de los conciertos de kpop, como lo de los palitos luminosos o las coreografías súper ensayadas. Al menos era un consuelo para ella poder desahogarse así.
               Y la sorpresa sería incluso más dulce cuanto menos se la esperara mi hermana.
               -¿Y si te pillo yo las entradas, Shash? Por tu cumple-dijo Alec mientras yo me pasaba una pelota con Tommy, Max y Tam. Scott estaba más allá, haciéndose el muerto porque era como Campanilla: si no era el centro de atención, se apagaba hasta morirse-. Todavía no te he pillado nada.
               Lo cual, técnicamente, no era mentira. Alec me había mandado un enlace con un teclado como de máquina de escribir blanco, con retroiluminación azul, precioso, que Shasha le había enseñado un día estando en casa. Estábamos pendientes de volver a Londres para decidir adónde lo mandábamos para que Shasha no sospechara, pero todavía no habíamos hecho el pedido.
               -Mamá y papá no me dejan ir. Dicen que soy pequeña-gimoteó Shash, al borde de las lágrimas.
               -Tu hermana es más pequeña y ya ha ido a festivales en el extranjero.
               -Te he oído, Alec.
               Alec se echó a reír.
               -Pequeña de joven, no de tamaño-respondió Shasha, pero sonrió.
               -Bueno, pero cuando sea el concierto ya tendrás un año más. Los doce no son lo mismo que los trece-se encogió de hombros, juntando los brazos y tocándose los codos.
               -¿Me vas a decir que te hiciste tu primera paja a los trece o algo así?
               -Ojalá hubiera sido tan tarde-se empezó a reír Alec, y Shasha puso los ojos en blanco. Karlie bajó su libro, miró a Alec con una mueca de disgusto, y luego volvió a su lectura-. ¿Y si te las cojo yo, no crees que Sher y Zayn ya no podrán decirte que no vas porque ya las tienes? Son caras, ¿no?
               -Están agotadas.
               -¿Y de reventa?
               -De reventa fácilmente te pueden pedir cuatro mil libras.
               Alec silbó.
               -Quizá sea cuestión de dinero. ¿Le hago stream al último disco de tu padre como loco?
               Shasha se echó a reír.
               -O, si quieres, podemos vender un órgano en el mercado negro. Total. Yo ya no estoy completo y funciono bastante bien.
               -Tú llevas sin estar completo desde que naciste-acusó Tam.
               -Ten cuidado, Tamika, a ver si va a venir un delfín y te muerde ese culo de víbora que tienes. Va en serio, Shash. Para que veas a Blackpink, dejaría que me cortaran un pie-Shasha lo miró con las cejas arqueadas.
               -¿Por qué harías eso?
               -Para que me lleves. Además, si estoy cojo, nos dejan ir a la parte de minusválidos, ¿no? Desde ahí se ve bastante bien.
               -Pero yo no quiero minusválidos. Yo quiero primera fila y la entrada premium con meet&greet.
               -Niña, eres, literalmente, un espermatozoide evolucionado de uno de los integrantes de One Direction. ¿Es que no te basta con ese contacto con famosos?
               -Papá no es tan guay como Blackpink.
               -Le diré que has dicho eso cuando vaya a hacer su testamento-sonrió Scott, justo antes de que Diana emergiera a su lado y lo hundiera hacia abajo.
               -Vale, pues volvemos al mercado negro. Lo hacemos así. Me cortas un pie-decidió Alec, sentándose en la tumbona y girándose para mirar a mi hermana. No soportaba verla así, y era perfectamente capaz de estar diciéndoselo en serio-. Lo vendes en el mercado negro, y te compras una entrada para ver a las damas en tu zona.
               -¿Las damas en tu zona?-preguntó Karlie.
               -Eso es lo que dicen siempre en sus canciones.
               -Fíjate, ya eres todo un kpoper-sonrió Kar-. ¿Cuál es tu favorita?
               -Mi bias-replicó Alec con retintín-, es Jisoo. Es la mayor del grupo, una mezzosoprano súper poderosa con un corazón de oro. Se graduó en la Escuela de Artes Escénicas de Seúl antes de pasar cinco años como trainee para luego debutar con Blackpink.
               -Guau, Al, estoy impresionada-admiró Shasha, aplaudiéndolo como una señora medieval. Alec hizo una profundísima reverencia; tan profunda que le tocó las rodillas a mi hermana.
               -Gracias. Me estudié su página de la wikipedia porque sabía que tarde o temprano alguno de estos payasos pondría en duda mi compromiso con el kpop.
               -¿Y por qué Jisoo? ¿La más famosa no es Lisa?
               -Lisa es mi preferida-dije yo. También lo era de mi hermana.
               -Pues porque es guapísima. Y tiene un buen meneo.
               -Alec, ¿qué hemos hablado de sexualizar a Blackpink?-protestó Shasha.
               -No sexualizo a Blackpink, Shash. Simplemente aprecio su belleza de geisha de la única forma que sé: la masculina.
               Shash se echó a reír y lo llamó sinvergüenza; ni siquiera se molestó en decirle que las geishas eran de Japón y no de Corea, ya que sabía que Alec sólo estaba tomándole el pelo. Por la forma en que él le sonrió, supe que habíamos hecho bien trayéndonosla. Al la entendía mucho mejor de lo que la entendía nadie de fuera de nuestra familia, y supe que lo iba a echar de menos cuando se marchara al voluntariado. Y él a ella.
               -Entonces, respecto a lo del pie… ¿cuál te cortaríamos?
               -El que tú quieras. Menos el del medio.
               Shasha aulló una risotada, porque no lo conocía tan bien como yo y no se esperaba aquella bobada.
               -No pensaba cortarte el pie de en medio, tranqui. Sé el cariño que le tienes. No soy tan mala, al contrario de las creencias populares-respondió, dándole un toquecito en la rodilla y guiñándole un ojo. Cuando se reclinó en la tumbona de nuevo, parecía mucho más animada.
                Yo seguí emergiendo de vez en cuando cerca del barco para comprobar qué tal les iba, por si acaso me echaban de menos o querían decirme algo, pero parecían muy a gusto en la presencia del otro. Alec disfrutaba de mis visitas improvisadas, comiéndoseme con los ojos mientras yo me chuleaba en el agua.
               Bey terminó cansándose de nuestra pequeña travesía y, saliendo de la cabina en la que Bastian controlaba el barco, se desperezó y anunció:
               -Bueno, por mucho que ya no tengan compromisos profesionales, creo que el matrimonio se merece un poco de intimidad. Así que, ¡venga!-dio una palmada-, ¡todo el mundo a prepararse para ir a la orilla!
               Todos los que estábamos en el agua nos subimos al barco, tanto para ayudar a recoger las cosas que habíamos extendido por su cubierta (toallas, botes de crema solar y sucedáneos) como para quitarnos de en medio y que Bastian pudiera manejar el barco con tranquilidad, sin tener que preocuparse de si nos daba o no.
               Empapada como estaba y dejando un reguero de gotitas de agua mientras me acercaba a Alec y Shasha, abrí los brazos y pregunté quién me daba un abrazo. Shasha, por toda respuesta, se envolvió en una toalla y subió un poco más el volumen de la entrevista que estaba viendo con Alec. Por su parte, él me perdonó en seguida, y exhaló un gemido cuando mi cuerpo mojado entró en contacto con el suyo, mucho más caliente a pesar de la muy agradable temperatura del Mediterráneo.
               -¿Me perdonas por haberte tenido castigado sin bañarte?
               -Depende. ¿Me vas a dejar bañarme cuando lleguemos a la orilla?-asentí con la cabeza y él sonrió-. Vale. Entonces, sí.
               Me dio un piquito y así firmamos definitivamente la paz. La cabecera del barco, afilada como una punta de flecha, apuntó hacia la lengua de arena blanca en la que apenas un puñado de toallas esparcidas por ella delataban la presencia de más personas en el agua. Bastian hizo que el barco se deslizara despacio en dirección a la arena, pero detuvo su avance antes de poder encallar.
               Jordan y Max estaban atando una de las cestas que había traído Iria a un salvavidas que íbamos a usar como balsa para que no se mojara lo que había en su interior: bocadillos, botellas de agua y chocolatinas que se irían derritiendo poco a poco al sol mientras jugábamos con la arena y el mar. Diana y Bey hacían lo mismo con una nevera portátil envuelta en una gigantesca bolsa transparente hermética, con batería suficiente para refrigerar los helados de su interior casi hasta que vinieran a por nosotros.
               Los únicos que no se afanaron en preparar cosas para llevarlas a la orilla sin peligro fueron Karlie, que seguía escondida bajo su sombrilla como una auténtica vampiresa, y Alec, que se tiró de cabeza al agua en cuanto yo me giré para darle las gracias a Iria por todas las molestias que se habían tomado con nosotros.
               -No es molestia, mujer. De verdad. Lo que sea por la chica de Alec.
               Alec se apartó el pelo de la cara cuando sacó la cabeza del agua y exhaló una sonrisa radiante. El colgante que le había regalado Perséfone, con el diente de tiburón en el centro del cordón de cuero, parecía brillar con un fulgor especial, como si supiera que estaba en las aguas de las que había salido años atrás.
               -Aun así os estoy súper agradecida. Me habéis tratado como si fuera de aquí de toda la vida. Así que muchísimas gracias.
               -Y yo te repito que no hay de qué-insistió Iria.
               -Sí, Saab. Así deberían haberte tratado todos en la isla, pero parece ser que hay una epidemia de subnormalidad de la que pocos están al tanto-ironizó Bastian, poniendo los ojos en blanco.
               -Estaba pensando…-miré a Alec, extendiendo un puente mental hacia él, proyectando con intensidad lo que se me había ocurrido para darles las gracias. Como si lo hubiera dicho en voz alta, Alec lo leyó en mis ojos y asintió con la cabeza. Me di cuenta entonces de que, si no lo hubiera propuesto yo, habría terminado diciéndolo él-. Como mañana es la última noche que pasamos en Mykonos vamos a hacer una cena en casa-casi pude ver a Alec sonreír a mis espaldas de pura satisfacción, por lo que le suponía escucharme decir “casa” refiriéndome a la casita de su familia, a la que yo también había pasado a considerar mi hogar en esa isla-, y nos haría mucha ilusión que vinierais. Sabemos que estáis muy ocupados…
               -Para nada, corazón. Será todo un placer, ¿a que sí, cielo?-sonrió Iria, mirando a Bastian, que asintió con la cabeza-. Solamente decidnos la hora y allí estaremos.
               -A las nueve-dijo Alec.
               -Y no hace falta que traigáis nada-añadió Mimi.
               -¿Ni siquiera pastelitos?-preguntó Iria, alzando una ceja, y Mimi se echó a reír y dijo que bueno, vale, pastelitos sí. Especialmente, si eran de limón-. ¿Y nada más?
               -Tenemos cocinero-Alec hizo un gesto con la cabeza en dirección a Tommy, que se llevó dos dedos a la frente haciendo el saludo militar. Iria se lo quedó mirando, una ceja alzada con perspicacia.
               -¿Vas a poder con toda esta gente tú solo?
               -Llevo cocinando para esta tropa 17 años. Estoy acostumbrado.
               -Pobre de ti-rió Bastian-. Alec solito come como un caballo. Los cocineros de nuestra boda dieron gracias de haber hecho de sobra, ya que él casi hace que los demás pasemos hambre.
               -No es mi culpa tener un metabolismo explosivo-se quejó Alec-. Al igual que otras partes de mí-añadió, comiéndoseme con los ojos sin un atisbo de vergüenza. Me eché a reír y salté al agua para ayudar a los demás a bajar las cosas.
               Karlie hizo el papel del capitán del barco, ya que fue la última en abandonarlo. Se metió en el agua despacio y nadó a toda velocidad hacia la orilla, sólo para esconderse de nuevo bajo la sombra de su sombrilla blanca y azul en cuanto Logan se la entregó. Ella misma se encargó de clavarla en el suelo mientras los demás jugábamos y nos despedíamos de Bastian e Iria, que se marcharon surcando las olas y dejándonos a merced de su voluntad en aquella playa tranquila. Max cogió la pelota con la que habíamos estado en el agua, y estuvimos pasándonosla un rato, hasta que Shasha anunció que se aburría y la acompañé fuera del agua, a hacerle compañía a Karlie. Alec se reunió con nosotras al poco rato, con la piel dorada por el sol y brillando como si estuviera hecha de diamante gracias a las gotitas de agua que se deslizaban por su anatomía. Me quedé mirando la forma de sus músculos, notando que mi interior se abría como una flor de loto. Los chavales de Mykonos no sólo habían sido unos capullos por reírse de él, sino unos imbéciles: con cicatrices o sin ellas, Alec seguía estando buenísimo. No tenía nada de que avergonzarse, ya que todo lo que le hacía atractivo seguía intacto.
               -¿Damos un paseo?-me preguntó. Y yo, creyendo que era una frase en clave que quería decir “por favor, vayamos a un lugar un poco más íntimo en el que te pueda bajar los tirantes del bañador y manosearte las tetas mientras nos morreamos”, acepté. Me despedí de las chicas, le cogí la mano y caminé con el paso acompasado al suyo por la arena, tan fina que tenía el tacto del mismo terciopelo. No dijimos nada en lo que tardamos en llegar a la orilla, ni tampoco durante los diez primeros metros bailando sobre la frontera entre el mar y la tierra. Al estaba pensativo, con la vista fija en el suelo, sumido en sus pensamientos. Sus dedos se cerraban con firmeza en torno a los míos, asegurándose de que había tomado la decisión correcta, tratando de convencerse de que no debía sentirse mal por haber perdido a quienes consideraba sus amigos.
               Pero él no tenía la culpa de nada de lo que había pasado, y tenía todo el derecho el mundo a sentirse triste por descubrir que, tal vez, él había querido con más intensidad y había sido más sincero de lo que le habían querido y lo habían sido con él. Y eso estaba bien. Tenía todo el derecho del mundo a sentirse engañado, y confundido, y… mal.
                -Siento lo de tus amigos-dije, cuando estuvimos lo bastante lejos como para que los demás no nos oyeran. Alec giró la cabeza y me miró-. No es plato del gusto de nadie darte cuenta de que quienes te rodean son unos gilipollas.
               -No-asintió con un suspiro-. No lo es.
               Seguimos andando. Un paso, dos, tres. Estábamos muy cerca del sendero que ascendía serpenteando por los acantilados, y me pregunté qué rumbo quería tomar Alec. Fuera el que fuera, yo le seguiría ciegamente. Incluso aunque corriéramos peligro de despeñarnos.
               -Pero ni siquiera estoy triste. ¿Sabes? O sea… debería estar triste-reflexionó, y yo lo miré-. Pero lo único que siento es rabia. Rabia de haber dejado que os conozcan a todos vosotros. Sobre todo a ti. No se merecen vivir en un sitio en el que tú estés, aunque sólo sea de paso.
               Le acaricié la cara interna del brazo.
               -Hasta en el paraíso había serpientes, Al. Lo que sí que no se merecían es tu confianza-añadí, acariciándole el bíceps con la punta de la nariz, pegando la mejilla a los músculos de su brazo-. Pero no es culpa tuya ser bueno y generoso habérsela regalado. Nunca es culpa nuestra estar con quien no nos valora; lo es de quien no nos valora, nos da por sentado, y sólo se lamenta cuando nos cansamos y nos vamos.
               Como había hecho yo con él con aquella primera pregunta. La única que me había hecho y que sí tenía importancia. Y yo le había fallado. No había sabido ver más allá de su apariencia, exactamente igual que habían hecho sus amigos de Mykonos: no ver más allá de sus cicatrices.
               Se detuvo y me miró a los ojos.
               -Saab, ya sé que te he vacilado muchísimas veces con lo equivocada que estabas cuando me dijiste que no, pero… sabes que no lo pienso en serio, ¿verdad? Sabes que pienso que, si no me hubieras dicho que no al principio, yo no sería quien soy. No me habría esforzado como lo he hecho.
               -Lo sé-asentí con la cabeza.
                -Vale. Porque si lo que quieres es cabrearme, comparándote con Dries y Gaspar y el resto de esa gente lo tienes garantizado-aseguró, cogiéndome de nuevo de la mano y echando a andar de nuevo hacia las rocas. Parecía que los acantilados no eran los elegidos.
               -Yo sólo quiero que tú estés bien.
               -Y estoy bien. Tengo una novia increíble y a la que adoro, un montón de amigos que me quieren tal como soy y me valoran a pesar de mis defectos. Estamos de vacaciones. ¿Por qué no iba a estar bien?
               -Porque hay muchas cosas que todavía no tienes y que sigues deseando.
               Se detuvo de nuevo, me colocó las manos en el mentón, y me acarició los labios con el pulgar. Algo en su mirada cambió: se volvió serena y profunda, casi ceremoniosa. Noté que me fallaban las rodillas, pero conseguí mantenerme estoica en el sitio simple y llanamente porque él me estaba sujetando.
               -Sabrae Gugulethu Malik-dijo, y yo me di cuenta en ese momento de que me tenía, literal y metafóricamente, en la palma de la mano. Que no iba a poder decirle nunca más que no.
               Que sólo le gritaría que sí, incluso aunque me convirtiera en su esposa aquí, ahora, mientras llevaba un bañador blanco y él unas bermudas.
               -¿Quieres…?
               Se me detuvo el corazón. Me quedé sin aliento. Noté cómo se me encendían las mejillas y se me revolvía el estómago. Pídemelo, pídemelo, pídemelo.
               Pídemelo y yo no te dejaré irte a África.
               -¿… ayudarme a encontrar un sitio para esconder la caracola de Bella?
               Algo en lo más profundo de la boca de mi estómago se hundió hasta el subsuelo. Y me dieron ganas de soltarle un tortazo. Se echó a reír, alejándose de mí y partiéndose el culo mientras yo lo fulminaba con la mirada.
               -Eres un puto gilipollas, ¿lo sabías, Alec? No me hables.
               -Venga, nena-ronroneó, agarrándome de la cintura y tirando de mí para juntarme de nuevo a él. Impacté contra su pecho, mi lugar favorito en el mundo, pero por un instante tuve que aguantarme las ganas de darle un puñetazo en el estómago… o un rodillazo en los huevos-. Nuestro sexo es todavía demasiado bueno como para tratar de mejorarlo poniéndote un anillo a lo Beyoncé. Además...-añadió, apartándome el pelo tras la oreja y susurrándome al oído, con sus uñas todavía en  ese rincón sensible detrás de la oreja-, no pensarás en serio que te lo pediría cuando tuvieras la regla, ¿no? Quiero que tengamos la oportunidad de celebrarlo follando como la ocasión lo merezca.
               Lo fulminé con la mirada.
               -Sigue jugando con fuego, Alec, y te terminarás quemando.
               -Inshallah-replicó.
               ¿Y no va el muy gilipollas y me pega un manotazo en el culo? Jodido blasfemo de mierda.
               No sabía qué iba a hacer sin él.
               No nos llevó mucho encontrar un rincón en el que poder colocar la caracola sin temor a que se la llevara la marea, pero por precaución, por si acaso a los demás de la playa les daba por ir de paseo en la misma zona, no la dejamos en ese momento. Y tampoco fuimos nosotros. Mientras Bella y Max disfrutaban nadando, Jordan fue más tarde, paseando con Bey, a colocarla.
               La tarde fue genial: la típica tarde perezosa, en la que lo único que teníamos que hacer era pasárnoslo bien. Cuando encontramos el sitio para la caracola de Bella yo empecé a ponerme nerviosa, y lo único que se le ocurrió a Alec para tratar de tranquilizarme fue darme un masaje con el que lo único que consiguió fue excitarme aún más, aunque mi interés cambió de la anticipación por lo que Max le diría a Bella y lo que ella respondería a lo que quería que Alec me hiciera. Qué proposiciones le haría y cómo las llevaría él a cabo, porque no dudaba que su respuesta fuera a ser el más rotundo de los síes.
               Al menos consiguió que me mantuviera callada, y cuando Bella y Max regresaron a las toallas, cansados de nadar y besarse, yo pude morderme la lengua y concentrarme en devolverme el favor a Alec, que se había tumbado boca abajo y me había dicho medio en broma, medio en serio, si accedía a hacerle un masaje.
               Los recién llegados se rieron al escuchar a Alec gemir y jadear bajo los cuidados de mis manos, que tenían un talento especial para la fisioterapia incluso antes de conocerlo, pero que se habían vuelto incluso más peligrosas ahora que tenía alguien con quien practicar más a fondo gracias a la confianza e intimidad que nos unía.
               -¿Te está machacando, Al?-rió Max, tumbándose al lado de nosotros y mirando a su amigo como quien contempla el mejor monólogo de su cómico favorito.
               -Creo que me voy a morir.
               -Será del gusto-se burló Bey-. Con la forma en que estás gimiendo, me están dando calores hasta a mí. Con lo que nos gusta a las tías que los tíos gimáis así, y muchos estáis más callados que un muerto en la cama.
               -Tendrías queja conmigo, reina B-protestó Alec, levantando la cabeza y mirándola. Le puse la mano en el pelo para bajársela y se le escapó un gruñido cuando le hice presión en la parte baja de la espalda-. UF. Sí, Sabrae, por ahí, por ahí…
               -No sé si quiero ser el siguiente o salir corriendo antes de que te dé por practicar conmigo, Saab-bromeó Max, y yo me encogí de hombros.
               -Si la espalda está trabajada, a mí no me importa manosearla.
                -Lo está-me confió Bella, guiñándome el ojo, y yo me reí.
               -¿No os encanta el verano?-preguntó Al de repente, entre suspiro y suspiro-. Es mi época favorita del año.
               -¿Porque las chicas vamos con menos ropa?-probó Bey.
               -Porque Sabrae me soba más en verano.
               -Alec, ni siquiera llevamos un año.
               -Y también es por la ropa-dijo Scott desde lejos, jugando a las palas con Karlie.
               -Preferir el verano es de débiles, S-respondió Alec, incorporándose hasta hacer que casi me cayera al suelo a su lado-. En invierno te imaginas a las chicas. En verano las ves. No hay nada como imaginarse desnudar a una chavala. Nada.
               -Lo tendré en cuenta la próxima vez que me sugieras que haga topless.
               -Tú no eres una chavala, Sabrae, eres una diosa. Necesitas categoría para ti sola.
               -Hace siglos que tú no me llamas así-se quejó Bella, alzando las cejas en dirección a Max, que se encogió de hombros.
               -Es que a ti la categoría de diosa se te queda pequeña, mi amor.
               -Aw.
               -Y se la chuparás y todo con este mínimo esfuerzo que está haciendo-acusó Alec, y yo le di una colleja.
               -Déjalos que sean felices. No todo el mundo puede tener lo que tenemos tú y yo.
               -¿Catorce años de odio e imposibilidad de soportaros antes de decidir que os gustáis?-ironizó Max-. Creo que paso, gracias. Me quedo con mi relación.
               -Catorce años de preliminares, payaso. Es un milagro que Sabrae no se corriera nada más verme desnudo por primera vez. Llevaba años calentándola para eso.
               -Ya había visto tu Instagram-repliqué.
               Y sí que me había corrido la primera vez que lo vi desnudo. Había sido en mi primer orgasmo, precisamente mirando su perfil. Claro que no iba a corregirlo con todos sus amigos delante, o puede que directamente no lo hiciera nunca. Demasiada información en su poder.
               Alec sonrió, y supe que había recordado la confesión que le hice respecto a ese momento, precisamente. Le agradecí infinitamente que no me corrigiera y dejara que aquello se quedara entre nosotros.
               Nos juntamos para merendar y jugar a las cartas, algo que fue infinitamente caótico porque nos empeñamos en jugar al Uno, con lo que no había cartas suficientes para jugar todos y tuvimos que hacerlo por parejas. Yo fui con mi hermana, algo que Alec me prometió que no me iba a perdonar, pero creo que se le pasó un poco el enfado cuando él y Jordan ganaron una partida por pura potra después de que Shasha y yo cantáramos uno cinco veces. Luego volví al agua con las chicas mientras ellos se quedaban en la toalla, y después de mucho marujear, floté al lado de Bey mientras Bella salía del agua, aduciendo que estaba cansada y que tenía un poco de frío. Nos miramos entre nosotras, conteniendo una risita, mientras mirábamos a Bella salir del agua y a Max ir a interceptarla. La caracola ya estaba colocada, y nadie de la playa se había vuelto a acercar a la zona, así que el anillo estaba dentro. Disimuladamente, a medida que Bella y Max se alejaban, caminando tranquilamente y él con un estoicismo que me parecía de admirar, salimos del agua y nos apresuramos a acercarnos hacia los chicos, que estaban tumbados boca arriba, sentados fumando, o, como el caso de Alec, tumbado boca abajo mirando…
               -¡ALEC THEODORE WHITELAW!-bramé, reconociendo el eBook que le había regalado por el cumpleaños. Alec dio un brinco y los chicos se echaron a reír viendo cómo trataba de esconder el aparato debajo de la toalla para aplacar mi ira-. ¿QUÉ COÑO HACES?
               -¡Te lo puedo explicar!
               -¡NO ESTARÍAS LEYENDO!-bramé, sintiéndome traicionada y hecha de lava y fuego estelar. Dado que disfrutábamos leyendo los mismos libros y comentando nuestras opiniones, habíamos decidido pasar al siguiente nivel y no consumir sólo tomos separados, sino sagas enteras. Después de debatir durante dos días sobre las ventajas e inconvenientes de volver a leer Harry Potter, finalmente nos decidimos por otra saga de la que hablaban maravillas, Una corte de rosas y espinas. Habíamos quedado en que leeríamos solamente en la playa, cuando no nos apeteciera bañarnos, pero nos enganchamos tanto al libro que nos lo cepillamos en un día y medio que Alec se pasó en casa, sentados ambos en mi jardín y levantándonos sólo cuando necesitáramos beber o ir al baño. Y, cuando uno se iba, se marchaba también con el eBook del otro para asegurarse de que no continuara con la lectura.
               Yo incluso me había dejado mi libro en casa, para evitar tentaciones y no terminar encerrada en la habitación del hotel devorando el siguiente tomo, que era incluso mejor que el primero. Alec había dicho que él haría lo mismo.
               Y luego, el muy desgraciado había escondido su eBook en la maleta, en esa bolsa a la que no me dejaba acercarme. Mientras yo me había limitado a leer artículos sueltos, o incluso microcuentos, él lo había tenido allí, al alcance de la mano, esperando la ocasión ideal para seguir avanzando aun a costa de dejarme a mí atrás.
               -¡Yo no soy como tú, Saab! ¡No tengo autocontrol! Necesito saber qué pasa. Admite que está interesantísimo y que es de una crueldad infinita tratar de privarme de un hobby que, encima, me has pegado tú.
               -¡Para que aprobaras Literatura Universal, no para que me clavaras un puñal en la espalda! Espero que disfrutaras de la última vez que te la chupé-le advertí, levantando un dedo acusador en su dirección-, porque va a ser la última en tu vida que me acerques a polla a la boca.
               -Con eso no bromees, nena. Vamos, nena, por favor, perdóname, dime que es coña-empezó a gimotear, levantándose y viniendo hacia mí. Estaba a punto de contestarle que me había traicionado de una forma vil y cruel y que no sabía cómo iba a recuperar la confianza que tanto tiempo y esfuerzo nos había costado construir, cuando un grito desgarrador atravesó el cielo, haciendo que las gaviotas levantaran el vuelo y los peces se alejaran de la orilla.
               -Esa era Bella-jadeó Tommy…
               … y todos salimos disparados en dirección al rincón en el que habían desaparecido. Le sitio que habíamos encontrado estaba resguardado de la vista, lo mejor para que la pedida fuera más íntima y Bella no se sintiera obligada a dar una u otra respuesta, cobijado entre las rocas pero no así de las olas. Puede que les hubiera pasado algo, que una ola más fuerte que las demás se hubiera estampado contra ellos y…
               Choqué contra la espalda de Niki cuando por fin llegamos al rincón de piedra y arena. Me hice hueco sobre una roca, tratando de echar un vistazo incluso aunque pudiera lamentar el ver lo que había hecho que los demás se detuvieran en seco.
               Resultó que no se habían parado por encontrarse algo horrible, sino por pura confusión. Ante nosotros estaban Max y Bella, la caracola en el suelo, las manos de él en la cintura de ella, las bocas entrelazadas… y en la mano de ella relucía un brillante que no estaba ahí cuando se marcharon.
               Se morrearon un buen rato, completamente ajenos a nuestra presencia, hasta que Jordan se hartó y carraspeó. Bella abrió los ojos, de los que todavía caían lágrimas, y se separó mínimamente de Max. Él directamente dio un brinco, con el pelo revuelto, los ojos también vidriosos, y la misma sonrisa boba que ella tenía en la boca multiplicada por quince.
               -Bueno, ¿os tenemos que felicitar, o…?-preguntó Tam, arqueando las cejas. Bella soltó una risita tonta y asintió con la cabeza.
               -¡Qué bien, Max, te ha dicho que sí! Francamente, después de lo gilipollas que has sido estos días, tenía mis dudas-confesó Logan, y Max se pasó una mano por la nuca.
               -Yo… bueno, no me ha dado tiempo a decirle nada de… no me ha dicho que…
               -Sí-sonrió Bella, lanzándose de nuevo a por él y comiéndoselo de nuevo a besos. Todos nos reímos mientras ella repetía, cada vez más rápido, como si fuera una rapera demostrando su talento-, sí, sí, sí, sí, sísísísísísísísísísí.
               Todos nos reímos, excepto Alec, que frunció el ceño.
               -Un momento… ¿todo este paripé para que ella ni siquiera te deje declararte?-y luego hizo un mohín-. Eso es por haberte puesto de rodillas. Te dije que no fallaba. Pero claro, como todo lo que yo digo son chorradas, pues…-puso los ojos en blanco.
               -Alec-advirtió Bey.
               -¿Qué? Os lo he dicho. Os volvéis locas cuando nos arrodillamos frente a vosotras. Os da absolutamente igual que hayamos cometido crímenes de lesa humanidad si hincamos la rodilla. Y…
               -Alec-le cortó Bella, y Alec alzó las cejas.
               -¿Sí, Bells?
               -Cállate, y felicítame. Voy a casarme con el amor de mi vida.
               Y volvió a mirar a Max, lo cogió por la mandíbula, y lo besó de nuevo como si le fuera la vida en ello.
 
 
-Voy a ver por qué tardan tanto-me excusé con las chicas, levantándome de la mesa y dejando la servilleta de tela que Mimi había encontrado en un armario de la cocina justo al lado de mi plato. Las chicas asintieron, y continuaron charlando animadamente, pasándose la mano de Bella de una mano a otra para poder admirarla mejor. Incluso Iria parecía fascinada con su anillo, sencillo y elegante, discreto pero una firme declaración de intenciones.
               Aquella era nuestra última noche en Mykonos, y a pesar de todo lo malo que había pasado, lo bueno lo superaba y yo no quería marcharme. Todavía no. Por mucho que las vacaciones hubieran tenido sus baches, no quería que se acabaran, porque eso significaría que el voluntariado de Alec estaba a la vuelta de la esquina. Irónicamente, era más fácil ignorarlo en Mykonos, a pesar de que estábamos más cerca, que en casa.
               Tommy se había superado a sí mismo con la cena, haciendo unos malabares con los alimentos dignos del rey del Circo del Sol, y consiguiendo unas delicatessen dignas de un convite nupcial. Por supuesto, todos nos habíamos afanado para ayudarlo, pero la pequeña cocina tenía la capacidad que tenía y demasiada gente terminaría estorbándolo. Además, todas las ideas habían sido de él: tabla de embutidos y quesos de la zona que había cortado Alec, una crema de maíz de primero, pescado de segundo, filetes con salsa de miel y mostaza (en honor a los anfitriones, nos había dicho a Alec y a mí, guiñando un ojo) para terminar la parte del menú de la que se iba a ocupar él. Los chicos habían montado la enorme mesa con un tablero sobre dos caballetes en la terraza de la casa, y las chicas se habían encargado de las decoraciones y de prepararlo todo para la noche: al fondo de la terraza estaban amontonados los cojines, las sillas de playa y los pufs traídos por Mimi de las habitaciones de sus amigas de Mykonos que usaríamos para ver una peli con el proyector de Niki en la pared de la habitación superior.
               Bueno, todos los chicos habían colaborado en la mesa salvo Max. Y todas las chicas se habían ocupado de la decoración salvo Bella. La pareja estaba demasiado ocupada celebrando su compromiso encerrada en una habitación como para molestarse por menudencias. Estaba segura de que si les dábamos cenizas, se las comerían de todos modos.
               Subir la comida desde la cocina hasta la terraza había sido todo un reto, pero nos las habíamos apañado bien. Y, al contrario de lo que dictaban las normas de género, los chicos se habían encargado de recoger la mesa y dijeron que subirían los pastelitos que había traído Iria de su pastelería, y que yo, personalmente, me moría por ver.
               De eso hacía ya más de diez minutos. Tiempo de sobra para que volvieran. Así que bajé las escaleras al trote, disfrutando de la manera en que la falda del vestido de limones parecía flotar a mi alrededor, y descendí hacia la cocina.
               -Chicos, ¿necesitáis…?-empecé, bajando el último de los escalones. Me quedé callada al momento en cuanto escuché su tema de conversación.
               -… evidentemente si es más grande lo disfrutas más, pero tampoco es necesario que tengas una monstruosidad-dijo Niki-. Tenemos el punto G muy cerca de la abertura del ano, así que basta con cualquier cosa. Lo de meterse cosas enormes es puro vicio, pero yo ahí no me voy a meter. Básicamente porque yo soy el primero que prefiere un pollón a un micropene.
               -Es que me parece flipante lo de las cookies, tío. No creí que influyera hasta el punto de ofrecerte una cosa u otra en función de tu orientación sexual. O sea, si te gustan los rabos, te gustan los rabos-sentenció Scott, encogiéndose de hombros mientras colocaba un pastelito en una bandeja de cartón blanco con rebordes como de encaje-. Claro que tampoco te van a ofrecer compresas si eres gay, ¿no?
               -Yo con lo que sigo flipando es con que no hayas visto nunca anuncios de masturbadores. O sea, ¿en puto serio, Niki?-preguntó Alec, y Niki negó con la cabeza-. ¿Ni una sola vez?
               -¿Y tanta necesidad tenéis los gays de alargaros el rabo, entonces?-quiso saber Jordan.
               -A ver, me imagino que a más superficie, más lo disfrutas-dijo Logan-. Es decir, no es sólo por el otro, es también por ti.
               -O sea, que creéis que quien más disfruta del sexo soy yo-se chuleó Alec.
               -Todavía está por ver que seas el que más grande la tiene de nosotros-dijo Max, y Alec se lo quedó mirando.
               -¿Tantas ganas tiene de que te enseñe la polla?
               -¿Y cómo se supone que funcionan los alargadores, de todas formas?-preguntó Jordan-. ¿Te crece todo o te crece desde la punta? ¿Los huevos crecen en proporción?
               No me podía creer que estuviera escuchando esta puñetera conversación, y sin embargo allí estaba, escuchando cómo hablaban de masturbadores automáticos, alargadores de penes y páginas porno. No me extrañaba que tardaran tanto en subir los pasteles. Lo raro era que pudieran concentrarse en colocarlos.
                -La polla no se mide desde los huevos, Jordan. Se mide lo que sobresale-dijo Alec, metiéndose una uva en la boca.
               -Se mide todo, que para algo son parte de lo mismo-dijo Max.
               -Ya, ¡pero los huevos no los metes, puto animal!
               -Entonces, si los huevos me abultan, por poner un ejemplo, diez centímetros-dijo Jordan, y todos se echaron a reír-. ¡Es un ejemplo! ¡Cerrad la puta boca! Joder, sois peores ahora que cuando teníamos cinco años. Si me abultan diez centímetros, cosa que no pasa, y la polla me sobresale sólo ocho, ¿qué tengo?
               -Micropene-dijo Scott.
               -Huevos de avestruz-dijo Tommy.
               -¡O de pascua!-rió Logan.
               -Pocas posibilidades en la comunidad gay-dijo Niki.
               -O una novia insatisfecha. Y cuernos como los de un alce. Posiblemente dé para colgar todo el armario de una actriz.
               -Lo cual casi sería una ventaja-reflexionó Bastian-, ya que así no tendréis problemas al hacer la reforma porque ella quiere ampliar el vestidor.
               -Uuh, ¿ni dos semanas llevas casado y ya tienes tu primera crisis matrimonial, Bas?-rió Niki. Alec se echó a reír, cogió otra uva y se apoyó en la encimera. Sólo entonces me vio, y se quedó pasmado. Le dio un manotazo a Jordan, que también se me quedó mirando y cerró la boca de repente.
               -¿Cuánto tiempo llevas ahí, Saab?
               -El suficiente para necesitar una inyección de estrógenos, creo. Y para que me convaliden un doctorado en pollas y márketing digital.
               Scott se asomó rápidamente desde la puerta de la cocina y miró detrás de mí. Exhaló un sonoro suspiro de alivio.
               -Joder, por la cara que habéis puesto creía que estaba con Shasha.
               -¿Os va a llevar mucho más este debate o podemos tomar el postre?-pregunté-. No quisiera interrumpir esta reunión de eruditos.
               -¿A ti qué tipo de anuncios te salen cuando visitas páginas porno, Saab?-preguntó Max, anclando los codos en la mesa y mirándome con genuina curiosidad. Me crucé de brazos.
               -Ninguno, dado que no visito páginas porno. Y supuestamente Scott tampoco lo hacía.
               -Scott tiene ojos, manos y rabo. Con esa combinación, créeme, es imposible no visitar páginas porno-dijo Niki-. Y no me creo que tú tampoco lo hagas. Te creía más liberada, Saab. No hay nada de malo en ver porno. Es una parte totalmente natural de la entidad humana y la sexualidad.
               -¿Te refieres a la parte en la que consumes violaciones grabadas en alta definición, en la que contribuyes a la mercantilización del cuerpo de la mujer, o simplemente en la que apoyas una industria que se basa en la explotación sexual femenina y que es culpable hasta de suicidios de mujeres?-pregunté, y Niki abrió la boca para responder, pero yo no se lo permití-. No digo que no veo porno porque me parezca algo de lo que tenga que avergonzarme; disfruto del sexo, sola o en pareja, todo lo que me apetece. No veo porno por todo lo que hay detrás. No sería capaz de convivir conmigo misma sabiendo que estoy contribuyendo a reforzar la forma más violenta y mayor de opresión que hay hacia las mujeres. No sé qué tipo de porno verás tú, Niki, pero si salen chicas en él, estoy casi segura de que en algún punto de todos los vídeos se las follan como si las estuvieran castigando o quisieran hacerles daño. Bueno, pues eso es precisamente lo que está pasando: las castigan o les hacen daño simplemente para que a vosotros se os ponga más dura o se os vacíe más rápido-dije, cogiendo una bandeja-. O para venderos más alargadores de pene con los que haceros creer que necesitamos que os mida medio metro o que duréis dos horas y media dándole cuando, lo único que necesitamos, es que os enteréis de una puta vez de dónde está el clítoris. Claro que supongo que con una clase básica de anatomía femenina no se os inflaría el ego tanto, ni tan visiblemente, como yendo a la farmacia a comprar condones XXL porque no os entran en los normales-me metí un pastelito en la boca y disfruté de la explosión de sabores ácidos mezclados con nata en mi lengua, aunque no tanto como con las caras que pusieron los chicos.
               El silencio cayó sobre la cocina, los chicos mirándose entre ellos. Fulminé con la mirada a Scott. Mamá nos había enseñado mejor que aquello.
               -¿Entiendes ahora por qué me di de baja de Pornhub?-preguntó Alec, dándole una palmada en el hombro a Niki.
               -¿Para no aguantarla?-inquirió.
               -Porque me hace sentir mal-respondió mi novio, en un tono tajante que le dejó bien claro a Niki que, vacilándome, iba de culo con él-. Aunque Saab sí que ve algo de porno. Poco. Cuando está conmigo. Por jugar, más que nada. Hay mucho morbo, pero es porno casero, ¿sabes? De gente que se graba y lo sube. Nada de grandes industrias, ni… “me follo a mi padre y sus cuatro socios de bufete para que me dejen ir al baile de graduación”.
               Niki tragó saliva y asintió con la cabeza. Preferí no pensar en por qué Alec había elegido un título tan explícito, como si supiera exactamente cuál era el  tipo de vídeos que le gustaban a Niki, o peor aún, porque hubiera visto uno así.
               -Creo que voy a ir subiendo esto-carraspeó Tommy, cogiendo una bandeja y pasando a mi lado para pirarse de allí lo antes posible. Los demás hicieron lo mismo: cogieron cada uno una bandeja, un servilletero, o una nueva botella con vino o agua para tener una excusa para salir de la cocina. Nos quedamos Alec y yo solos, mirándonos, él con la mano en el frutero y yo con la bandeja de pasteles en la mano, la primera que había despegado y la última que aterrizaría.
               -¿Vas a preguntarme por qué nos hemos puesto a hablar de rabos?
               -Lo que me extrañaría sería que estuvierais hablando de geopolítica, o algo así-respondí, encogiéndome de hombros. Rió por lo bajo, mirando hacia el suelo y asintiendo con la cabeza. Cuando levantó la mirada, me recordó a los galanes de las películas de Disney, aquellos por los que las princesas entregaban gustosas la voz o su cabellera infinita. No pude evitar preguntarme si yo había entregado algo por él, aparte de mi corazón.
               Ni siquiera sentía que hubiera renunciado a libertad por estar con Alec. Mi mundo era más amplio desde que sabía dónde estaba mi casa, quién era mi casa. Saber que hay un puerto seguro al que puedes volver sin importar lo mal que se ponga una tempestad no hacía más que reforzar la sensación de seguridad que me producía.
               Y, sin embargo, los dos habíamos tenido que cambiar para adaptarnos a nuestra relación. No habían sido cambios inmensos, desde luego, pero sí los ajustes necesarios típicos de la vida en pareja. Alec había renunciado a bastante más que yo, ahora lo veía. Y yo… yo necesitaba saber que no se arrepentía. Me lo había dicho ayer mismo, pero nunca estaba de más que me lo repitiera.
               -¿Lo echas de menos?
               -¿El qué?-preguntó, la mano en el respaldo de la silla ahora. Estaba un poco más lejos de mí, pero sólo porque tenía que colocarla en su sitio.
               Tu libertad. Poder hacer lo que quieras sin rendir cuentas ante nadie. Ser el puto Alec Whitelaw. Tu puto Alec Whitelaw, y no el mío.
               -¿Ver porno?-preguntó, y supuse que también se le podía aplicar la pregunta, así que asentí con la cabeza. Rió de nuevo por lo bajo, como si hubiera contado un chiste graciosísimo-. Ay, Saab. ¿A estas alturas de la película todavía no te has enterado de que me suena mejor un gemido tuyo a los gritos de mil mujeres? Fueran conmigo o fueran con otros-se acercó a mí, peligroso, sensual, ardiendo en los centímetros de aire que nos separaban ahora-. Mi sonido favorito en el mundo ese ése que haces cuando dices mi nombre mientras estoy dentro de ti. Ni el “qué grande la tienes”, el “qué duro estás” de mis recuerdos, o ni siquiera la música de The Weeknd. Mi nombre. Colgando de esta boca como los jardines de Babilonia.
               Me acarició los labios con el pulgar, y yo sentí que el peso de la bandeja de pasteles era demasiado para mí. De repente una imagen estalló en mi cabeza como un fuego artificial: yo cubierta en nata, y él quitándomela con la lengua.
               De absolutamente todos los rincones de mi cuerpo.
               Se me escapó un jadeo y lo miré a los ojos. En su mirada había un desafío silencioso. Di mi nombre.
               Di mi nombre y haré que lo que Max ha estado haciéndole todo el día no se quede en nada más que besos.
               -A…-empecé, y Alec me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la cabeza. Analizó mi rostro como un escultor que quisiera absorber todos los detalles, y luego… luego se inclinó hacia mí igual que si me estuviera cazando.
               Cogió la bandeja de pasteles para dejarla en la mesa antes de que se me cayera, y antes de que me di cuenta tenía las piernas en torno a su cintura, la lengua en su boca, los tirantes del vestido por los brazos, los pechos prácticamente al aire. Se separó de mí para poder hablarme.
               -Creía que te había dejado claro dónde estabas en mi pirámide de prioridades, pero creo que no fui lo suficientemente explícito-dijo, mordisqueándome el cuello y haciendo que se me escapara un gemido.
               -Alec…-jadeé, y a modo de respuesta él me pegó contra la pared. Me apretó tan fuerte que me podrían haber crujido los huesos, y sin embargo toda presión que ejerciera contra mi cuerpo era poca, insuficiente. Estaba ardiendo. Estaba a mil grados. Me había convertido en el sol, y él era el único retazo de invierno esperanzador que podría impedir que explotara en una supernova, que me transformara más tarde en un agujero negro.
               Dejó sus manos en mis caderas, y mientras su boca reclamaba la mía, nuestras respiraciones mezclándose y la necesidad que teníamos el uno del otro nublándonos las ideas, empecé a desabotonarle la camisa.
               -Pídeme que pare-me retó, y por toda respuesta terminé de desabotonarle la camisa y le metí las manos por dentro, acariciándole los hombros, quitándosela de paso.
               No podía. De verdad que no podía. Todo el día escuchando a Bella y Max, el día anterior viéndolo en la playa… sabía que no debíamos, que no era el mejor momento, pero…
               ¿Había bajado a buscar a los chicos porque quería pastelitos… o porque quería estar a solas con él?
               -Pídeme que pare-repitió, y yo no le dije nada. Sólo suspiré su nombre y dejé que me sentara encima de la mesa. Me subió la falda del vestido y empezó a besarme la cara interna del tobillo, ascendiendo y ascendiendo por mi pierna hasta que, una última vez-: pídeme que pare, porque yo solo no voy a poder parar.
               -No quiero que pares-respondí, y noté cómo sonreía contra mi piel. Siguió subiendo y subiendo y subiendo hasta que, de repente, me puse tensa.
               Tenía la regla.
               Y él no parecía recordarlo.
               -Alec.
               -Mm-respondió, mordisqueándome el muslo, cada vez más y más cerca de mi entrepierna.
               -Tengo la regla.
               -Ya lo sé. Sé cómo tienes las tetas en un momento normal del mes, Sabrae.
               -¿Y piensas seguir?
               Alzó una ceja.
               -¿Piensas pedirme que pare?
               No me hagas esto, le supliqué a los cielos, pero no respondieron. Negué despacio con la cabeza, y él sonrió y se inclinó hacia mi sexo. Vale que llevaba tampón, pero… siempre había algo que…
               -¿Estás seguro?
               -Bombón, hay dos cosas en esta vida de las que estoy completamente seguro. La primera, vas a parir a mis críos. Cuántos y cuándo, está por ver-sonrió, dándome un mordisquito en la piel que hizo que me arqueara sin pretenderlo.
               -¿Y la segunda?
               -La segunda, que me suda la polla qué día del mes sea: yo nunca voy a desperdiciar la oportunidad de comerte el coño si me la brindas. Y ahora, procura no chillar muy fuerte. No quiero darle envidia a Max. Hoy es su día.
               Fue lo más intenso que me había hecho en la vida. No sé si es que se afanó más, o que yo estaba más sensible, pero el caso es que cuando subimos, diez minutos después, los dos teníamos una sonrisa boba en la cara que hizo más bien poco por disimular nuestra tardanza. Le había devuelto el favor, si es que podíamos llamarle “devolverle el favor” a lo que hice: terminar de desfogar haciendo que disfrutara con mi boca, regodearme en cuánto le gustaba lo que yo le hacía, en la seguridad que me producía saber que no había ninguna otra consiguiera hacerle mamadas tan espectaculares como lo conseguía yo.
               Levantamos miradas cargadas de intención cuando por fin nos dignamos a reunirnos con los demás, que habían dado buena cuenta de los pastelitos como si no nos hubiéramos ausentado. Sin embargo, nadie se atrevió a decirnos nada.
               Alec se dejó caer en su silla, apartándose el pelo que le caía por la cara con una sonrisa en los labios, y yo me lo comí con los ojos. Haberme hecho llegar al orgasmo sólo me había dado ganas de más. Ahora que sabía lo sensible que estaba mi cuerpo y lo fácil que le resultaba a Alec arañar de mí estrellas, lo único que deseaba era convertirme en la constelación más intrincada de la historia.
               Pero hubo un detalle que no se me escapó, aun en mi nube de felicidad: Alec no volvió a abotonarse la camisa. Estaba relajado y entre amigos, completamente feliz. No tenía nada de que avergonzarse ni que ocultar, y yo adoré ese gesto. Adoraba que estuviera cómodo en su piel de nuevo, que no le importara que en Mykonos supieran que era un superviviente. Me resultaba tan atrayente que me sorprendió ser capaz de resistirme y no saltarle encima. Parecía Odín presidiendo un banquete celebrando la conquista de los nueve mundos, y yo era su Valkiria preferida, la que había liderado sus tropas y le había conseguido la batalla.
               La luz de las guirnaldas que las chicas habían puesto entre la celosía de buganvillas rebotaba en su piel, haciendo que brillara por el sudor combinado de la noche y lo que acabábamos de hacer. Cuando sintió mis ojos en él, me miró y me sonrió. Me cogió la mano y me dio un beso en los nudillos.
               -No voy a dejar que te me escapes-me prometió, y yo sonreí.
               -Tendrás suerte si te dejo alejarte a más de cinco metros.
               -Cinco metros es demasiado-hizo una mueca y su sonrisa se amplió cuando yo me eché a reír. ¿Cómo no iba a volverme creyente teniéndolo delante, si era imposible que una cara así no hubiera sido esculpida por un ser superior?
               Alec miró a sus amigos con amor, deteniéndose en sus risas, analizando sus rostros. Era como si se estuviera despidiendo de ellos, a pesar de que todavía nos quedaba más de un mes disfrutándolo. De nuevo tuve que luchar contra el deseo de pedirle que no se marchara, que no me dejara sola.
               Era tan fácil ser egoísta cuando se trataba de él… dejarlo marchar sería todo un martirio, y yo era más bien hedonista.
               -¿Qué miras, Al?-preguntó Tam, retadora como siempre, pero también inmensamente feliz. Alec negó con la cabeza.
               -A vosotros.
               -¿Qué nos pasa?
               La mesa se quedó en silencio, un silencio expectante que nada tenía que ver con el de la cocina hacía unos minutos.
               -Que os quiero muchísimo. Y que sé exactamente lo afortunado que soy de teneros en mi vida. A todos-añadió en griego, y Bastian, Iria y Niki asintieron con la cabeza, sonriendo. Iria cogió una copa y la levantó.
               -Por Alec-dijo, y él se mordió el labio para no sonreír, lo cual le salió de pena. Todos imitamos a Iria, cogimos nuestros vasos o nuestras copas y las levantamos en el aire en su dirección.
               -Por Alec-repetimos, y él agitó la mano.
               -No vais a conseguir que me eche a llorar. He bebido lo suficiente como para poder resistirlo todo.
               -¿Has bebido lo suficiente o te han hecho lo suficiente?-preguntó mi hermano, y Alec se inclinó en la mesa, acodándose en el borde, y respondió.
               -Bueno, S, ya que sacas el tema… digamos que tu hermana cada vez te está poniendo más jodido que ganes al yo nunca.
              
 
Joder. Lo mío era un caso de estudio. No hacía ni cinco minutos que me había separado de Sabrae y ya tenía un síndrome de abstinencia terrible. Me había costado sangre, sudor y lágrimas (bueno, las lágrimas, casi) separarme de ella en la calle, y ahora que lo había hecho, en lo único en que podía pensar en volver con ella.
               Mimi caminaba a mi lado, arrastrando la maleta por el asfalto para no estropearle las ruedas contra el pavimento, vigilando que no pasara ningún coche. Las gemelas y Jordan charlaban animadamente sobre el viaje a Mykonos, y yo simplemente… simplemente iba detrás de ellos, aferrándome a la huella que Sabrae había dejado en mi cuerpo como un sabueso se afana por seguir un rastro.
               Todavía sentía sus manos en las mías, sus brazos abrazándome la cintura, su cabeza reclinarse contra mi pecho o su respiración acariciándome el vientre. Su pelo aún me hacía cosquillas en la cara mientras dormíamos juntos.
               Su perfume todavía me embriagaba, y su risa y sus suspiros susurrando mi nombre todavía reverberaban dentro de mí. Pero se deshacían, se deshacían, se alejaban…
               ¿Cómo cojones vas a hacer para irte un año lejos de ella, puto subnormal?
               Cada vez veía más claro que no podía irme de voluntariado. Y cada vez veía más imposible cancelarlo.
               Sumido como estaba en mis pensamientos, no me percaté de que estábamos en nuestra calle hasta que Jordan no se giró para mirarme, darme un abrazo y las gracias por lo bien que se lo había pasado en Mykonos.
               -Definitivamente hay que repetir. Se te acabó el chollo de irte tú solito todos los años-me amenazó, pero supe que una parte de él se preocupaba de que me sintiera solo ahora que claramente había elegido bando. Como para reforzar mi elección, cuando salí del país, lo hice mostrando mi pasaporte inglés. Quizá volviera a usar el griego más adelante, pero de momento no me apetecía. Había disfrutado de ese viaje más que de ningún otro, y todo había sido gracias a quienes me había traído de Inglaterra, no quienes me esperaban en Mykonos… salvo contadísimas excepciones.
               Excepciones a las que, por cierto, había invitado para que vinieran a casa y mostrarles mi ciudad igual que había hecho mostrándoles mi isla a mis amigos. Claro que no las tenía todas conmigo acerca de dónde dormiría Niki, pero si al final se iba con Logan y no conmigo, yo no haría más que alegrarme por él.
                Por la forma en que se habían despedido en el aeropuerto, me daba la impresión de que Logan había sido diferente para Niki. Ni siquiera como aquel chico con el que había descubierto lo que era. Con el anterior había descubierto qué era, pero con Logan, había descubierto quién.
               -Tendré que buscarme otra isla, entonces. Suerte que hay un porrón-sonreí, estrechándolo entre mis brazos. Le di una palmadita en la cara-. Luego te veo, anda. Tengo un mono de consola que me puedo morir.
               -Me imaginaba-se burló, y echó a andar en dirección a su casa. Les tocó el turno a las gemelas, que se acercaron para agradecerme el viaje igual que lo había hecho Jordan.
               -Estoy súper orgullosa de ti-dijo Tam, apretándome más fuerte en el abrazo de lo que lo había hecho nunca. Le di un beso en la mejilla.
               -Gracias, Tam. Te concedo un día de tregua. Prepárate para mañana, porque voy a tener que compensar el tratarte bien-me despedí, echando a andar por el camino de grava en dirección a mi casa. Mimi metió las llaves en la puerta, pero no le dio tiempo siquiera a abrir: como si estuviera esperando ese sonido en particular, mamá abrió la puerta y exhaló un jadeo. No le importó una mierda que Trufas saliera disparado corriendo a hacer cabriolas por el jardín, festejando que había vuelto a casa una vez más. El conejo se preguntaba qué bicho me había picado, para marcharme sin dar explicaciones durante tanto tiempo, y luego volver como si nada.
               Pobrecito, la que le esperaba.
               -Mi amor-jadeó mamá, estrechándome tan fuerte entre sus brazos que me hizo crujir la espalda. Cerré los ojos y hundí la cara en su cuello, consciente de repente de lo mucho que la había echado de menos. Lo había hecho en silencio, con discreción, sin darme apenas cuenta, pero había notado su ausencia más incluso que la de Perséfone, especialmente en los primeros días en que la casa de Mykonos había estado vacía, sin aromas repentinos a comida ni canturreos en el piso superior.
               Se me rompió un poco el corazón cuando Mimi y Dylan se separaron pero mamá continuó abrazándome, como recomponiendo los cachitos de mí que yo no sabía que se habían roto. Puede que estuviera reuniendo todo mi ser otra vez, pero no era eso lo que me dolía.
               Lo que me dolía era darme cuenta de que había perdido la ocasión de invitarla a venir también a Mykonos. Nos las habríamos apañado si ella, Dylan y Mamushka hubieran estado con nosotros. Podríamos pirarnos a una pensión, o dormir más apiñados, pero… mamá también iba a perder a alguien importantísimo cuando se fuera de voluntariado. Iba a perder a su hijo.
               Y yo iba a perder a mis padres. A mi abuela.
               -Mamushka-saludé cuando mamá por fin me soltó, y ella me estrechó con la misma fuerza que había usado mamá, pero no durante tanto tiempo.
               -Es insoportable el silencio que hay en casa cuando no tienes esa música infernal atronando desde tu habitación.
               -Pero si estás medio sorda, Mamushka. Y no la pongo tan alta.
               -¡No me contestes!
               Me eché a reír, y me quedé de pie frente a Dylan. Mi padrastro me sonrió, y luego dio un paso hacia mí para abrazarme. No se esperaba que lo hiciera con tanta fuerza y entusiasmo cuando lo vi, pero, joder… también lo había echado mucho de menos.
               Él también iba a perder un hijo cuando yo me marchara el voluntariado, y yo iba a perder a un padre. El mejor padre que podía tener.
               -¿Qué tal la luna de miel?-bromeó, y allí estaba de nuevo, la ausencia de Sabrae llenando la estancia. La escuché tumbada a mi lado, tomando el sol en el crucero, disfrutando de la vida y del tiempo y del verano y de ser jóvenes y estar enamorados.
               -¿Cómo se dice “luna de miel” en griego?-preguntó, y yo me reí.
               -¿Luna de miel? ¿Por? ¿Vas a pedirme algo?
               -No, bobo. Pero es lo que parece. Que estamos de luna de miel. Dime, ¿cómo se dice?
               -Gamilio táxidi.
               -Gamilio táxidi-saboreó Saab, repitiendo la palabra varias veces para sí misma. Yo había sonreído, pensando en los días que nos quedaban juntos, el tiempo que teníamos de vacaciones. Una luna de miel, así era exactamente como se había sentido.
               Y ahora volvía a la realidad, en la que me esperaban mis responsabilidades y las malas decisiones que había tomado meses atrás.
               -Genial. Os hemos traído cosas de Italia, por cierto. Las trajo Mimi cuando volvió, pero le dije que no quería que las abrierais hasta que no llegara. ¿Las habéis guardado?
               -Mañana las abrimos, cielo. Ahora necesitarás descansar. Seguro que no has dormido mucho últimamente, ¿verdad?-mamá me puso las manos en las mejillas y me hizo mirarla-. Pareces cansado. Cenaremos antes, para que puedas acostarte. Estoy haciendo albóndigas. Ven a la cocina y nos cuentas qué tal.
               Y así hice. Hablé y hablé durante casi una hora, contándoles a papá y mamá todo lo que había pasado con respecto a Perséfone, a la que me recordaron que habían invitado a dormir pero había declinado la oferta.
               -Nos dijo que en otra ocasión. Más te vale invitarla.
               -No pretenderás que la invite cuando yo no esté en casa, mamá.
               -También es amiga de tu hermana.
               -Deja al crío, Annie. Acaba de llegar a casa y ya le estás dando caña.
               -Ahora entiendo por qué me echabas de menos. Mimi no se deja reñir como hago yo.
               Cenamos y, como si fuera un drogadicto, sentí que me pegaba el bajón antes de irme a ver a Jordan. Abrí la puerta de la calle, cuidando de que Trufas no se escapara, ya que había cogido por costumbre el seguirme por la casa por si acaso se me ocurría volver a marcharme y dejarlo allí, y le pegué un grito desde casa diciendo que mañana echábamos unas partidas. Me respondió sacando la mano por la ventana del salón, el dedo pulgar alzado; luego, agitó la mano en el aire a modo de despedida y, mientras la guardaba, me hizo un corte de manga.
               -Métetela donde te quepa, puto payaso.
               Con pasos pesados, subí las escaleras y me dirigí a mi habitación. Estaba reventado, así que pasaba de deshacer la maleta, decidí antes de atravesar la puerta.
               Me quedé plantado en ella al ver la cama hecha, las sábanas bien colocadas, la almohada. Era…
               … gigante.
               ¿Siempre había sido así de grande? ¿O le habían cambiado el colchón? Me acerqué a ella, vigilando las esquinas, comprobando que el mueble de abajo, donde guardaba mis amuletos de boxeo, siguiera sobresaliendo como siempre. Así era. Abrí el cajón para comprobar si lo habían cambiado por uno aún mayor, a pesar de que cuando compramos la cama, ya era la más grande disponible en Ikea.
               Síp. Era mi cama. Las cosas de boxeo estaban tal y como las había dejado, así que no había lugar a dudas. Era mi cama de siempre, una cama que ahora me parecía inmensa y vacía y…
               Era por Sabrae. Me había pasado las últimas dos semanas y media durmiendo en camas matrimoniales como mucho; la última, en una individual en la que apenas cabíamos uno encima del otro.
               Me senté a los pies de la cama y me saqué el móvil del bolsillo, sin saber qué deseaba hasta comprobar que no lo tenía: un mensaje de mi chica diciéndome que me echaba de menos. Lo hice girar entre los dedos, bailando en la mano como si fuera una peonza, y me quedé mirando el póster del cartel de Creed II que tenía colgado en la pared, Michael B. Jordan arrodillado en el suelo y gritando a plena potencia en un bramido silencioso que me parecía legendario y que representaba a la perfección cómo me sentía yo ahora mismo.
               -¿Cómo de patético soy si le mando un mensaje a mi novia diciéndole que la echo de menos a pesar de que he estado con ella dos semanas y media?-le pregunté. Evidentemente, no me respondió.
               Dejé el móvil encima de mi mesita de noche, con la pantalla vuelta hacia arriba para asegurarme de ver todo lo que recibía, pero nunca era nada interesante. Cada vez que se me encendía la pantalla yo me lanzaba a coger el teléfono, pero jamás era Sabrae. Ya fuera Sergei, alguien de los nueve de siempre mandando un meme, o notificaciones de correos electrónicos y otras mierdas que me daban absolutamente igual… todos parecían tener como objetivo el destrozarme, recordarme lo solo que me sentía ahora que Saab y yo nos habíamos separado.
               Me iba a volver puto loco en África. No iba a aguantar ni una semana. Menudo mamarracho estaba hecho.
               Deshice la cama despacio, tomándome mi tiempo. A pesar del cansancio, decidí deshacer la maleta. Fui sacando poco a poco las camisetas, las camisas, los pantalones, los bañadores, los calzoncillos, los…
               Los pantalones de chándal grises.
               Dónde.
               Coño.
               Estaban.
               Los.
               Pantalones.
               De.
               Chándal.
               Grises.
               -Deberían prohibirte ponerte esos pantalones-escuché a Sabrae decirme un día, tumbada en la cama y mordiéndose la uña del dedo índice.
               -¿Por?-había respondido yo, burlón-. ¿Me marcan mucho el paquete o qué?
               -Te quedan demasiado bien. Y te hacen un culo… uf-Sabrae se había inclinado para darme un sonoro manotazo, y yo me había echado a reír. Para lo mucho que le gustaba cómo me quedaban, no había dejado que los llevara puestos mucho más tiempo.
               Revolví en la maleta, le di la vuelta, confiando en encontrarlos, y sólo cuando vi el top de cerezas que le había robado de la suya esa misma mañana supe dónde coño estaban mis pantalones grises. Sonreí, cogí el teléfono y marqué su número de memoria. Ni siquiera dejó que sonara un toque: lo cogió en el momento, como si me estuviera esperando.
               -Sol-saludó, contenta, y yo dejé de sentirme un gilipollas por echarla de menos. Por la forma en que sonaba, claramente ella lo hacía también.
               -¿Bombón? ¿Me devuelves mis pantalones de chándal grises? Realmente los necesito. Es urgente.
               Ven a casa. La cama es enorme y necesito que la llenes.
               -¿Por qué es urgente?
               -Los necesito para dormir.
               -Al, duermes en gayumbos. Estamos en verano.
               -¿Tu punto…?
               -¿Cómo sabes que los tengo yo? Quizá te los dejaste.
               -Lo sé.
               Se quedó callada al otro lado de la línea.
               -Te los doy si tú me das mi top de cerezas.
               -Ya, buena suerte con eso-respondí, llevándomelo a la nariz. Olía a la mezcla perfecta de su gel de manzana y su champú de maracuyá-. No pienso hacer nada parecido.
               -Entonces creo que me quedaré tus pantalones de chándal. Como rehenes.
               -Los llevas puestos, ¿a que sí?
               -Denúnciame-sentenció, y colgó. Me eché a reír, y me quedé mirando la pantalla del móvil, la foto de los dos en una góndola de Venecia. Me pregunté dónde dormiría en África, y si tendría algún rincón que empapelar con fotos de ella.
               Su rostro apareció de nuevo en la pantalla, sonriendo mientras el emoticono de la tableta de chocolate y la corona flotaban en la parte superior de la pantalla. Acepté la llamada y me llevé el móvil a la oreja.
               -¿Me llamas para ofrecerme los servicios de tu madre?
               -¿Estoy enferma si te digo que te echo de menos?-preguntó, y yo sonreí, reclinándome en la cama-. Porque así es como me siento. Me siento sola y vacía y… te echo de menos.
               -Yo también te echo de menos.
               -Vaya par-rió Sabrae, poniéndose una mano en la cara.
               -Mi cama me parece enorme. ¿Siempre ha sido así de enorme?
               -Tu cama es enorme. La mía también parece… rara. No sé. Creo que le han puesto sábanas nuevas.
               -O será que yo no estoy ahí.
               -Sí-rió de nuevo ella-, quizá sea eso.
               Me mordí el labio.
               -Oye, Saab…-empecé.
               -Escucha, Al-dijo ella al mismo tiempo-. Oh, perdona.
               -Di, di.
               -No, tú primero.
               -No, en serio, dime.
               -Yo… me lo he pasado genial. Ha sido el mejor viaje que he hecho en mi vida. Y todo gracias a ti. No podría haber sido más perfecto. Incluso con sus cositas malas, ha sido perfecto. Y todo ha sido gracias a ti. Así que gracias.
               -Gracias a ti, mi amor, por aceptar venirte conmigo.
               -Siempre, mi amor.
               Nos quedamos callados, escuchándonos respirar a través del teléfono.
               -¿Quieres que vaya a tu casa?-me ofrecí. Porque no tengo amor propio ni consideración hacia mi persona y me revolcaría en el fango por Sabrae. Y lo sentía mucho por mi madre, pero si ella me decía que sí, haría las maletas y me mudaría a su casa.
               -Annie necesita tenerte un poco bajo su techo.
               -Mm-asentí, porque era verdad. Mamá no se merecía que la dejara colgada.
               -¿Quieres que vaya yo?-se ofreció, y yo me lo pensé. Durante un egoísta, un miserable y ansioso segundo, consideré la posibilidad de decirle que sí.
               -Estás cansada-dije por fin, porque puede que fuera ansioso y la necesitara, pero la quería más de lo que me quería a mí mismo, y por suerte era capaz de poner sus necesidades por delante de las mías-. Y Sher también querrá que estés un poco más bajo su techo.
               Saab se rió, y me la imaginé abrazándose las rodillas.
               -Nena.
               -Mm.
               -Me apeteces.
               -Me apeteces-respondió automáticamente, y luego añadió-. Dios, Alec. Te quiero muchísimo. Parece mentira. Si midiera lo que mides tú, tendría sentido que te quisiera tanto, pero soy demasiado bajita para almacenar tanto amor.
               Solté una carcajada tan grande que Trufas subió corriendo a mi habitación a ver qué pasaba.
               -Ahora es cuando tú me dices que tampoco soy tan baja.
               -Sí que eres baja.
               -Quizá tú seas demasiado alto-respondió, picada.
               -Nah. Definitivamente, eres más baja que la media.
               -Subnormal-dijo, y volvió a colgar. Me eché a reír, y luego, desbloqueé el teléfono cuando me envió un audio.
               -Te quiero-decía el primero.
               -Pero eres subnormal-decía el segundo, que recibí al cabo de un instante. Vi que seguía grabando, así que esperé a que terminara lo que tuviera que decir.
               -Y tampoco soy tan baja. Estoy casi, casi en la media. Lo que pasa es que tú me ves más pequeña porque eres demasiado alto.
               -Sabrae, soy un tío. No puedo ser demasiado alto igual que no puedo tener la polla demasiado grande-le contesté.
               -¡Vete a dormir!
               -¡Eso intento, pero la pesada necesitada de mi novia no me deja!
               -Así que pesada, ¿eh? Mañana no pienso cogerte el teléfono como se te ocurra llamarme.
               -Pues me planto en la puerta de tu casa con mi altura excesiva y me arrodillaré para pedirte que me perdones. He oído que lo de arrodillarse funciona.
               -¿Me estás vacilando o tonteando conmigo?
               -Llevo más de siete meses tonteando contigo y dieciocho años vacilándote, bombón.  Iba siendo hora de que te dieras cuenta.
               -Me voy a dormir antes de que termines convenciéndome para hacer sexting con esa voz ronca que tienes. Quiero pensar que es que estás cansado y no que la tienes dura, por mi estabilidad emocional. Un beso. Te quiero. Me apeteces. Nos vemos en mis sueños.
               Me eché a reír.
               -Eres una melodramática.
               -Ah, y NI SE TE OCURRA ponerte a leer ahora-añadió. Entonces, me tiró unos besos y se desconectó.
               Me tumbé en la cama a releer nuestra conversación, deteniéndome en los días en los que sólo había fotos. Los días que habíamos estado juntos. Acaricié la pantalla viendo pasar las fechas de esos días a medida que iba subiendo, pensando en el día en que los mensajes con Sabrae pasarían de ser conversaciones completas, el eje de nuestra relación, a retazos minúsculos de nuestra convivencia. Las parrafadas se convertirían en mensajes tipo “llego a las 5”, “cojo leche de la que vengo”, “no hay papel higiénico”, y cosas domésticas que no tenían ningún tipo de glamour ni nada especial, pero que sin embargo lo serían todo.
               Pero, mientras tanto, nos quedaba la eternidad de los mensajes. Así que me metí en la cama y, confiando en sacarle una sonrisa cuando se despertara, empecé a escribir.

Gracias a ti por todo lo que me has hecho disfrutar estas semanas. Y meses. Y años. No miento si te digo que no me interesaba la literatura en parte porque casi toda gira en torno al amor, y cuando vives como lo hacía yo, creer en vínculos que trascienden tiempo y espacio te parece una soberana gilipollez. Lo que importa es el aquí y el ahora, lo que puedes sentir y experimentar y comprobar que es verdad. Hasta que te he conocido, Saab. Así que gracias A TI por todo lo que has hecho por mí. Lo de a largo plazo y lo más reciente. Te quiero mucho, muchísimo. Yo tampoco entiendo cómo puedo sentir algo tan grande por alguien tan bajito, pero aquí estamos. Con un amor tan brillante y gigantesco que no puedo pensar otra cosa más que el que eres una estrella escondida en el cuerpo de una chica preciosa. Una estrella con la que no podría soñar ni aunque me esforzara. Así que que duermas bien, bombón. Yo estaré contando las horas para volver a verte, porque no tengo tanta imaginación como para soñarte y hacerte justicia. Me apeteces. Hoy más que nunca. Pero también menos de lo que lo harás mañana.


               Dejé el móvil en la mesilla de noche y apagué la luz. Me quedé mirando las estrellas a través de la claraboya, pálidas y escasas en comparación con Sabrae. Me puse de costado. Me puse boca arriba. Me tumbé boca abajo. De nuevo de costado. Y al otro lado. La casa se durmió; no así yo con ella.
               La cama era demasiado grande, estaba demasiado en silencio, demasiado fría. Me faltaba Sabrae en ella.
               Y para no dormir en mi cama, prefería levantarme e ir en su busca. Así que me vestí apresuradamente, cogí el manojo de llaves que me había dado de su casa, garabateé una nota que dejé en la mesa de la cocina, y salí en dirección a casa de mi chica, prácticamente corriendo. Tomé un atajo entre dos casas y aparecí dos minutos antes de lo que lo habría hecho normalmente en casa de Saab. La luna me vigilaba con atención, y pareció sonreír cuando atravesé la reja de hierro y subí los escalones de su porche al trote, de dos en dos.
               Estaba a punto de meter las llaves en la cerradura cuando me empezó a vibrar el móvil en los pantalones. Me lo saqué y, para sorpresa de absolutamente nadie (ni tuya, ni mía), vi que era Saab quien me llamaba. Acepté la llamada y me llevé el teléfono a la oreja.
               -¿No puedes dormir?-pregunté, incapaz de contener la sonrisa ante la sorpresa que estaba a punto de darle.
               -¿Dónde estás?
               -Eh… no sé. ¿Qué tengo que responder? ¿Estás cachonda y quieres que hagamos sexting?
               -Estoy en tu casa-dijo ella-. ¿Dónde estás tú?
               -Sabrae, ¿qué haces en mi casa? ¿Has ido hasta allí para hacer sexting?
               -¡Que no he venido a hacer sexting! He venido a tu casa porque no podía dormir. Resulta que me he acostumbrado a dormir contigo y ahora no puedo dormir sola. ¿Dónde estás? Estoy en tu habitación, he ido a los dos baños y no… ¿por qué te has llevado el teléfono?
               -Te vas a reír.
               La escuché sentarse.
               -Has ido a verme-adivinó.
               -¡Sabrae Malik, damas y caballeros! ¡La primera de su clase y pronto también de su promoción!-los dos nos reímos.
               -Qué desastre, Al. ¿Vas a volver?
               -No, ya que estoy aquí, creo que voy a meterme en la cama de Scott. ¿Sabes? Me lo he estado trabajando tanto estos días que creo que hoy, por fin, cae.
               Se rió de nuevo.
               -¿Vuelvo a casa?
               -Déjate de andar por ahí sola de noche. Ahora vuelvo. Espérame ahí.
               Volví a la velocidad del rayo, corriendo lo más rápido que pude, y entré en casa como un ciclón silencioso. Trufas me miró como diciendo “mira que eres imbécil”, y se acurrucó de nuevo en el hueco de las escaleras. Entré en mi habitación, y la cama ya no me pareció tan grande ni tan vacía por el mero hecho de que Sabrae ya estaba acurrucada en ella. Levantó la cabeza y me miró en la penumbra mientras me desvestía. Comprobé que su ropa era una montañita de su lado en la cama, y me metí dentro, acurrucándome a su lado.
               -Somos un cuadro, Al-rió, tapándose la cara con las manos.
               -Somos nosotros-le di un beso en el hombro y la pegué contra mí, acariciándole el vientre con el pulgar mientras acomodaba su espalda contra mi pecho-. ¿Cómo estás?
               -Cansada. Pero ya estoy bien.
               Me eché a reír.
               -Eres una dramática, ¿lo sabías, Sabrae?
               -Mi rutina de sueño es muy importante para mí, Alec.
               -De acuerdo, señorita-hundí la nariz en su nuca e inhalé el perfume de su piel desnuda, su champú de manzana-. ¿Saab?
               -¿Mm?
               -¿Qué vamos a hacer cuando me vaya? ¿Dejaremos de dormir?
               -Podremos intentar fingir que estamos en otro sitio. Y que el otro sólo se ha levantado para ir al baño.
               -¿En qué sitio? Yo ya no puedo dormir en esta cama si no es contigo.
               -No creo que tengas una cama tan grande en el voluntariado, Al-adivinó, y yo sonreí contra su piel, regándola de besos-. Puedes fingir que estamos en Mykonos. Yo haré eso. Y luego… a ir pasando hasta que vuelvas.
               -¿Te parece factible vivir una única semana durante todo un año?
               -Siempre nos quedará Mykonos-contestó, encogiéndose de hombros, acariciándome el dorso de la mano con el pulgar mientras yo le daba besitos en el hombro.
               Siguió acariciándome incluso cuando yo dejé de darle besos porque, por fin, me quedé dormido. E, incluso en sueños, se las apañó para seguir recordándome que siempre iba a estar allí.
               Y que, siempre que lo necesitáramos, podríamos regresar a Mykonos.

 
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2 comentarios:

  1. BUENO HE CHILLDO COMO UN AUTÉNTICO GORRINO CON ESTE CAPÍTULO POR DIVERSAS RAZONES.
    PARA EMPEZAR; el momento del barco entre Alec y Sasha me ha puesto más blandita que una nube de algodón porque es lindisima la relación que tiene y sobre todo echando la vista atrás y recordar como Sasha al principio se mostraba relecosa por lo introvertida que es me parece destacable cuanto menos.
    Siguiendo con esto el momento de la pedida por fin ha llegado y mira solo puedo alegrarme por la pobre Bella que me ha acabado cayendo genial y es una reinisima casandose a los 18 si señor oiga.
    Luego el momento machos TM hablando de pollas y porno me ha hecho muchísima gracia para que voy a mentir, pero es que luego Sabre dándoles ese repaso y en especial a Niki me ha puesto directamente cachonda, es mi puta madre vaya.
    HASTA AQUI TODO GENIAL PORQUE A PRTIR DE AHÍ ES CUANDO HE EMPEZADO A BASICAMENTE MORIRME PORQUE 1.EL PUTO ALEC LE HA COMIDO EL COÑO CON TODA LA REGLA AHÍ Y YO CASI ME DESMAYO AL LEERLO Y A CONTINUACIÓN CON EL MOMENTO FINAL PORQUE CASI ME ECHO A LLORAR CON EL MOMENTO PANTALÓN GRIS Y LUEGO CON EL MOMENTO CAMA Y LOS DOS TONTOS DEL CULO DANDOSE CUENTA QUE HABÍAN IDO A LA CASA DEL OTRO.
    ES QUE ERIKA ME QUIERO PUTO MORIR ME HA DADO ALGO CON ESE MOMENTO FINAL HE SENTIDO QUE ME MORIA DE PENA NO PUEDO MÁS. VOY A DISFRUTAR EL DRAMA DE AFRICA COMO UNA PERRA PERO ES QUE YA SUFRO COMO MARTIRIO NO PUEDO MASSASS

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  2. Qué capítulo más largo, estoy contentísima, comento cosas
    - Adoro cuando Sabrae se pone protectora con Alec.
    - “Solo que Alec no era un protagonista de novela. Era real, de carne y hueso, así que era infinitamente mejor. Sobre todo, porque era mío.” Me encanta cuando haces estas cosas jajajjajaj
    - Iria, Bastian y Niki las únicas personas de Mykonos que merecen derechos.
    - El momento Shasha-Alec simplemente superior. Aunque me ha hecho pensar en que Shasha va a llorar cuando Alec se vaya y me he puesto tristísima.
    - “Scott estaba más allá, haciéndose el muerto porque era como Campanilla: si no era el centro de atención se apagaba hasta morirse.” No te puedes imaginar la carcajada que he soltado cuando he leído esto.
    - Estaba esperando el momento en el que pusieras a Sabrae y a Alec a leer ACOTAR.
    - POR FIN Max se lo ha pedido a Bella, CELEBRAMOS. Les he cogido mucho cariño a los dos jejejeje
    - Sabrae pillándoles hablando de porno ha sido genial, pero más genial ha sido el corte que les ha pegado después, es la mejor.
    - Y con el momento de después pues CASI ME DA UN ALGO UN DÍA ME MATAS DE UN INFARTO YA TE LO DIGO.
    - Ay lo que va a ser la despedida de Alec con sus padres…
    - El momento pantalones grises – top de cerezas me ha encantado.
    - Con el mensaje de Alec lloro de verdad.
    - Y luego el final con Alec yendo a buscar a Sabrae y Sabrae yendo a buscar a Alec ha sido genial, son tontísimos, unos dramáticos y LOS MEJORES.
    Deseando leer más, aunque se acerquen las despedidas y se venga llorera <3
    Pd. Me da muchísima pena que se haya terminado el viaje, pero en algún momento tenía que ocurrir. Me consuela saber que podré releer el viaje interminable siempre que quiera ;)

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