domingo, 23 de enero de 2022

El rey ha vuelto.

Finjamos que no son las 0:40 del 24 de enero y que he subido esto el 23... aunque, realmente, en Canarias sigue SIENDO 23!

¡Toca para ir a la lista de caps!

Niki se limpió la boca con el dorso de la mano tras dejar sonoramente el vaso encima de la mesa que Alec y él habían sacado de quién sabía dónde. Esbozó una sonrisa oscura, miró a Scott, y luego, clavó los ojos en Alec antes de decir:
               -Yo nunca he quedado segundo en una final.
               -Oh, jojojojo-se descojonó mi hermano, llevándose la mano también a la boca para ocultar sus carcajadas al ver el gesto de sorpresa mal disimulado de Alec.
               Llevaban casi media hora así, bebiendo sin parar y retándose los unos a los otros; aunque técnicamente participábamos todos, en realidad nadie que hubiera cogido un vaso pensaba que estuviéramos jugando todos en la misma liga. Los demás estábamos ahí como quien echa un partido en el patio del colegio: sólo por la diversión, para ver quién gana, y nada más.
               Alec, Scott y Niki, por el contrario, estaban en una final de la Champions. Todo su prestigio se escondía en los fondos de los vasos que tenían ante ellos, y ninguno estaba dispuesto a parar para poder recordar todo de la noche y arriesgarse a perder.
               Yo también estaba participando, pero sólo bebía un sorbito de nada con el que apenas me mojaba los labios, ya no digamos me emborrachaba. Había empezado arrodillada en el suelo, frente a la mesa baja, pero después de varias copas (muchas de las cuales mi puñetero novio me había hecho beber, diciendo cosas que él mismo me había hecho), había terminado por sentarme en el reposabrazos del sillón que había conseguido y pasarle las piernas entrelazadas por encima de las suyas. Ahora me divertía más pasándole la mano por la nuca, enredando los dedos en su pelo, y disfrutando de las reacciones de su cuerpo, la gran mayoría incontroladas, y muchas incluso ignoradas por él.
               Estaba tan absorto en la competición que apenas le prestaba atención al bulto de sus pantalones… bulto que yo me ocupaba en hinchar con asiduidad coqueteando con él con el descaro de las strippers de las películas.
               Eso sí: me había pasado el brazo por las caderas y me tenía bien agarrada del culo.
               Porque puede que fuera competitivo, pero seguía siendo Alec Whitelaw.
               Me pregunté a qué se debía la sorpresa de mi chico, pero enseguida recordé lo que me habían resumido Bey y Bella de la conversación que me había perdido con ellos: Alec no les había dicho a sus amigos de Grecia en qué posición había quedado en su última final porque su relación simplemente no era así, sino más bien basada en compartir tiempo libre juntos y pasárselo lo mejor posible. Entendí un poco mejor que pudiera pasar perfectamente sin verlos, pero aun así me apetecía que nos reconciliáramos con ellos y Alec pudiera pasar un buen verano previo al voluntariado.
               Al se pasó la lengua por las muelas, esbozó esa sonrisa torcida que ahora me pertenecía sólo a mí, y que sólo por haber sido para medio Londres ya valía un millón de libras, y asintió con la cabeza, mirando sus rodillas. Parecía derrotado, como si supiera que ya no podía seguir peleando…
               … hasta que levantó la vista y clavó los ojos en Scott.
               -¡Bebe, S!
               -Qué hijo de puta-rió Tommy, que estaba esperando a que mi hermano se diera cuenta de que Scott también había quedado subcampeón en otra final que había disputado. S estaba tan borracho de su propio éxito que apenas le afectaba aún el alcohol que había ingerido, y eso que en su lado de la mesa había tantos círculos de tantas veces había cogido su vaso de chupito que parecía Júpiter con su infinidad de lunas.
               Scott cogió el vaso como si la cosa no fuera con él, y soltó:
               -Y tú también, Al.
               -Sí, sí, sí, sí, sí, pero a ti fijo que te escuece más. Seguro que todavía no lo has superado.
               -Ni lo hará-rió Eleanor, que alejó su vaso con dramatismo. Scott la fulminó con la mirada, pero se bebió su vaso como el tío legal que era, igual que Diana y Tommy a sus espaldas.
               Cuando lo hubo terminado, lo hizo girar sobre la mesa como si fuera una peonza animada por sus dedos. La sonrisa que le cruzó la cara bien podía ser la del monstruo protagonista de mi peor pesadilla.
               -A mí nunca me ha rechazado la primera persona a la que me declaré.
                Alec giró la cabeza para mirarme, me guiñó el ojo y me dio un apretón en el culo con una mano.
               -Qué específico se está poniendo esto. ¿Qué pasa? ¿Queréis darme más fama haciendo que os derrote a los dos a la vez?
               Cogió el vaso con la otra mano y se lo vació de un trago, y puso los ojos en Niki.
               -Niki-dijo, y éste hizo una mueca.
               -Scott ha dicho la primera persona. No ha especificado el sexo.
               -La primera es la primera, y la primera fue Perséfone. Así que ya estás bebiendo.
               -¡No jodas!-rió Jordan-. ¿Te molaba Perséfone?
               -Si estuviera aquí, Jor, entenderías por qué duré tan poco follándomela.
               -¿Me estás llamando fea?-pregunté, jugueteando con un mechón que le caía sobre los ojos. Me pregunté si se lo querría cortar en África, y luego me pregunté cuáles serían las posibilidades de que me dejara cogerle un mechón antes de marcharse como hacían en las novelas antiguas en las que no había fotos, sólo guardapelos.
               -Vamos, bombón. Sabes que para hacer que disfrutes más me pongo a resolver problemas de trigonometría.
               -Mm. Chicos, ¿alguna vez os habéis corrido antes de metérsela a una chica?-pregunté, mirando a mi hermano, que rápidamente cogió la botella y dijo:
               -Yo nunca me he corrido antes de metérsela a una chica.
               Alec se volvió a pasar la lengua por las muelas, cogió el vaso, lo vació de un trago, y, repantingándose en el sofá, replicó mirando a mi hermano:
               -Yo nunca-cogió el vaso y lo levantó en el aire con ceremonia, sosteniéndolo entre dos dedos en pinza-me he pasado diez años de mi vida criticando a un amigo de mi hermano mayor, diciendo que es gilipollas perdido y no lo soporto, para poco más y amordazarlo con mis bragas en el primer momento en que me dejan a solas con él, y a las dos semanas estar preguntándole si quiere tener hijos. Creo que esto es tuyo, mi amor-dijo, tendiéndome un vaso cargado hasta arriba del líquido azul fosforescente que estaban tomando. Lo acepté a regañadientes y di un sorbo, sólo para comprobar que, efectivamente, aquello era Vodka bien cargado. Cómo estaban aguantando tanto Niki y Scott, no lo sabía: había visto a Alec beberse eso como si fuera agua estando de fiesta, y luego había acabado con unas resacas del quince, pero siempre decía que merecía la pena. Yo no sabía por qué, si era igual que beber fuego valyrio-. Hasta el fondo-añadió cuando hice una mueca y retiré el vaso, al que apenas le había quitado contenido. Bufé, pero obedecí, y dejé el vaso encima de la mesa antes de quitarme las gotitas que me caían por las comisuras de la boca con la mano.
               Por supuesto, Alec fue más rápido: me cogió de la mandíbula y me hizo besarlo, lamiéndome él esas gotas. El beso fue invasivo, posesivo, toda una declaración de intenciones. Si no hubiera estado con la regla, me habría arrastrado al baño y me habría dado la lección de la semana haciendo que me corriera de una forma tan demencial que no podría ni siquiera andar hasta casa.
               -Ayuda a tu hermano a hacer trampas y le pido a Shasha que hackee tu vibrador para triplicarle la potencia-me advirtió.
               -¿Qué vibrador?-preguntó Bey.
               -¿Y se supone que eso es una amenaza?-quiso saber Diana.
               -Sí, si tienes tan poca vergüenza como yo y lo sacas de casa ya encendido-respondió Alec, críptico, y yo agradecí las luces estroboscópicas que hacían que el arcoíris bailara sobre nuestras cabezas, ya que me puse roja como un tomate. Diana arqueó las cejas, pero Alec no dijo nada más. Se llenó el vaso y continuó, mirando directamente a Scott:
               -Yo nunca me he masturbado pensando en tu madre.
               -Como alguien coja un vaso en esta puta mesa, le corto la mano. Ya me habéis dejado bien claro lo que pensáis todos de mi madre.
               -¿Tu madre está buena?-preguntó Niki, y Jordan asintió y silbó, amedrentándose entonces cuando Scott lo fulminó con la mirada-. ¿Cómo de buena?
               -Niki, ¿te acuerdas de la foto de aquella madurita interesante que os enseñé el verano pasado?
               -Ajá.
               -Adivina cuántos de sus hijos están hoy en esta discoteca.
               -¡No jodas! ¿ESE PIBONAZO ES TU MADRE?-ladró Niki-. Tío. Tío-se echó a reír-. No sé si me pareces un pringado o un dios por no ser el nuevo Edipo.
               -Le diré a mamá que la has llamado “madurita interesante”-le dije a Alec, que estaba jugueteando con su vaso.
               -Díselo. Con suerte, me pegará. Necesitaré material para cascármela cuando esté en África.
               -Tío, joder, que es mi madre-le dijo Scott a Niki.
               -Imagínate tocar ese coño y que sea cuando naces. Honestamente, ya me jodería-respondió Alec, mirando el vaso y echándose a reír-. Bueno, chavales. Basta de gilipolleces. A chulearse de nuestra vida sexual. Qué ganas tengo de hundiros en una profunda depresión porque ni juntos seríais capaces de igualar lo que yo he hecho-se burló.
               -Yo nunca he dado por culo-contestó Niki, y tanto él, como Scott, Logan, Tommy y, por supuesto, Alec, cogieron el vaso y se lo vaciaron de un trago. Alec miró a Max.
               -¿Tú no, tío? Bells, nena. Estírate un poco, hija-gimoteó, pero ella negó firmemente con la cabeza-. No sabes lo que te pierdes. Y tú menos-se burló, mirando a Max-. Eso que me jodería.
               -A mí nunca me han dado por culo-contestó Scott. Puso los ojos en mí mientras Niki bebía, y sentí la tentación de coger un vaso y darle un trago sólo por ver qué hacía, pero conocía las normas. Nada de chulearse, nada de abstenerse.
               -No sabéis lo que os perdéis-rió Niki, y sus ojos centellearon cuando Logan se inclinó también a beber. Me pregunté qué estaría pasando por la cabeza de Niki, pero sospechaba que no sería nada bueno. Todavía era demasiado temprano para meterme con él, y más aún tomarle el pelo a Logan con su recién descubierto interés amoroso, así que decidí que tendría que aguantarme hasta que uno de los dos abriera la boca y me diera pie a investigar.
               -¿Querías saber si había sido a Sabrae?-le preguntó Alec a mi hermano, pasándose una mano por los labios para ocultar su sonrisa- Nop.
               -Aún-contesté, bebiendo un poco de agua y agitando el pie en el aire. Scott puso los ojos en blanco.
               -Yo nunca he follado cuando había más gente en la habitación. Sin contar tríos-añadió Alec cuando vio que Niki se estiraba a por el vaso-. Ni orgías.
               -Ah-entonces, Niki se detuvo. Alec miró a Scott, Scott miró a Alec, y se retaron con la mirada así un rato… hasta que Alec no pudo contener su carcajada más tiempo.
               -Así que a pan y agua durante todo el concurso, ¿eh?
               -Pues no. Nos pirábamos a otra habitación.
               -¿Ni siquiera tú, Tommy? Me sorprende que te gestionaras a tus dos novias.
               -En realidad-dijo Diana-… sí que lo hicimos, pero él no se enteró. En Praga. Layla estaba despierta.
               -Layla estaba despierta-repitió Alec, riéndose.
               -No era exactamente en la misma habitación porque ella estaba en el dormitorio y nosotros en la sala de estar de la suite, pero ya me entiendes.
               -Oh, sí, perfectamente, Lady Di.
               -¿Y por qué no has bebido entonces, Diana?
               -Ah, ¿puedo participar? Creía que ya estabais en un mano a mano vosotros solos salvo con lo de Sherezade.
               -Sherezade-saboreó Niki, como si fuera una palabra prohibida.
               -Habéis dicho como ocho cosas que yo he hecho ya-continuó la modelo, apartándose el pelo de la cara, que le cayó en cascada como una aurora boreal hecha de oro.
               -Pues ¡participa, mujer! Seguramente estos payasos puedan aprender algo de ti. Y así Tommy sabrá qué más cosas puede pedirte-Alec le guiñó el ojo, dándole un suave toquecito en la rodilla que, si bien tenía el mismo tono juguetón con el que me tocaba a mí, ni de broma era como me tocaba a mí. No había esa promesa de algo mejor cuando las luces se apagaran, o cuando estuviéramos solos.
               Diana sonrió, le quitó las piernas de encima a Tommy y se paseó como una gata rodeando la mesa hasta sentarse al otro lado de Alec. Se arrodilló en el suelo, y negó con la cabeza cuando Alec le ofreció ocupar su asiento. Incluso cuando no era con su chica, mi chico seguía siendo un caballero.
               -Tengo las rodillas entrenadas para pasarme toda la noche sobre ellas-explicó, lanzándole una mirada a Tommy que no prometía tampoco nada bueno. Vaya, el ambiente estaba cargado de maldad esa noche, ¿o sería sensación mía por la tensión que había ido creciendo entre Alec y yo? No había nada peor que salir de fiesta teniendo la regla: estábamos demasiado acostumbrados a que el baile fuera una especie de preliminares ruidosos y públicos de nuestros polvos, así que cuando no había ninguna expectativa más allá de unos cuantos besos, la noche siempre tenía un deje decepcionante, como la arenilla que te queda después de tomar un medicamento que, por lo demás, no se diferencia en nada a un zumo de frutas.
               -¡¡¡Uuuuuh!!!-rieron los chicos mirando a Tommy, que alzó las cejas y ocultó si sonrisa tras su copa.
               Diana se echó el pelo hacia atrás, se hizo con un vaso de chupito, y se postuló como una de las mayores competidoras que mi hermano y Alec habían tenido en su vida. A medida que iban diciendo cosas y bebiendo unos y otros, me di cuenta de que Diana tenía tanta calle, o más, que Alec y Scott. Y eso que tenía un año menos que ellos y la vida mucho más apretada.
               La cosa se fue calentando, los chicos fueron diciendo burradas cada vez mayores, y llegó un punto en el que beber por culpa de alguna frase dejó de ser motivo de risa para pasar a serlo de reprimenda. Empezaron a arrastrar las palabras, a confundir los conceptos y decir cosas sin sentido.
               Y, aun así, ninguno se retiró de la competición. Terminé preocupándome por hasta qué extremo estaban dispuestos a llegar mi hermano y mi novio con tal de no perder: los conocía lo suficiente como para saber que a competitivos no los ganaba nadie, y si ya habían tenido problemas tanteando demasiado su suerte cuando sólo estaban ellos dos para competir, añadir a Diana y a Niki a la ecuación había resultado ser la fórmula perfecta para el desastre.
               Así que cuando se acabaron las botellas y Bey no fue capaz de conseguir más, yo di las gracias al cielo por ese regalo que nos había hecho. Resultaba que, dado que iban a cerrar la discoteca en media hora, habían dejado de servir las botellas y sólo daban copas individuales para que la gente empezara a marcharse. Alec puso los ojos en blanco y miró a Niki, al que le soltó algo en griego a lo que éste respondió en nuestro idioma por pura cortesía.
               -Ya… pero siguen siendo los que mejor alcohol ponen. Y hoy se han portado poniendo la música de tus amigos-añadió, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Scott y Tommy. Eleanor frunció el ceño.
               -Sí, bueno, han puesto su música pero no la de la ganadora.
               -Quizá porque no tengas nada icónico que aportar a una fiesta-replicó Scott, riéndose, y por la forma en que Eleanor lo fulminó con la mirada, supe que mi hermano no tendría suerte esta noche. Mimi bufó y se levantó.
               -¡Me aburro como una ostra! Ahora que ya no pueden seguir con esta competición tan tonta, ¿podemos aprovechar para bailar, por favor? Alec no necesita tener a medio mundo pendiente de si toma un trago por las cochinadas que ha hecho echando un quiqui.
               -No puedo creer que seáis hermanos-rió Bella al escuchar la última palabra, aceptando la mano que le tendió Max para ayudarla a levantarse. Me alegró comprobar que él ya había vuelto a sus cabales y había dejado de comportarse como un imbécil con ella, y más aún me alegré de ver que ella estaba disfrutando de la noche y que le había perdonado.
               Empecé a ponerme nerviosa. La pedida tenía que ser inminente. ¿Sería mañana, cuando nos pasáramos el día en la playa del pueblo de Alec, remoloneando bajo el sol y chapoteando en el agua?
               -Y no lo somos. Mary Elizabeth, es hora de que conozcas la verdad-Alec descolgó la cabeza por la parte superior del reposabrazos y clavó los ojos en ella-. Mamá te encontró en la basura y decidió traerte a casa.
               -Creía que eso era lo que le había pasado contigo-espetó Mimi, tirando de la cabeza de su hermano hacia abajo para tratar de tirarlo al suelo. Alec exhaló un jadeo de sorpresa, pero consiguió estabilizarse antes de caer. Mimi alzó una ceja, sonriendo sin mostrar los dientes, y se perdió entre la gente, dispuesta a disfrutar de la música. Los demás la siguieron, y pronto nos quedamos él y yo solos.
               Exhaló todo el aire que estaba conteniendo en sus pulmones con un suspiro que se escapó por sus fosas nasales y se masajeó el puente de la nariz. Y luego me miró con una mezcla de cansancio y ganas en su mirada que hizo que me estremeciera de pies a cabeza. Me agarró de las rodillas para tirar de mí y sentarme encima de él, pasándome entonces las manos por las piernas, subiendo por mis muslos, metiéndoseme dentro de la falda y anclando sus dedos en la carne de mis nalgas… como hacía cuando yo me ponía encima de él en la cama. Me frotó contra él, se aseguró de que supiera que rememorar su pasado, las cosas que había hecho, conmigo y con otras, lo habían colmado de unas expectativas a las que no estaba dispuesto a renunciar. Yo no pude luchar contra esa energía oscura y lasciva, tan parecida a la que nos había traído hasta donde estábamos que mi cuerpo era incapaz de distinguir nada más que el suyo: no existía la geografía, ni tampoco el calendario.
               Lo único que contaba era ese punto de roce entre nuestros cuerpos, sus dedos ardiendo en mi piel, dejándome grabadas a fuego sus huellas dactilares.
               Su boca buscó la mía con la urgencia de siempre y la necesidad que nunca antes le había notado, como si supiera que no podíamos hacerlo y eso le pusiera más, en lugar de hacer que quisiera ponerle barreras a su interés por mi cuerpo.
               -Me pregunto cuándo podré jugar al yo nunca y que todas las guarradas que me hagan emborracharme te las haya hecho a  ti-me dijo, mordisqueándome el lóbulo de la oreja e inhalando el perfume que aún me quedaba en ese rincón del cuello, a maracuyá y alhelí.
               -El futuro es de los valientes, Al-le dije, entregándome a ese beso como si no hubiera un mañana. Sabía que teníamos un límite entre nosotros, pero si él estaba dispuesto a tantearlo para ver si había forma de franquearlo, yo no me quedaría atrás. Sus manos ardían contra mi piel, haciendo que sintiera cada latido de mi corazón en la entrepierna, tan cerca de sus dedos que mi sexo no podía más que reaccionar con el más sincero de los entusiasmos. Yo nunca he follado en un coche, a mí nunca me han pillado mis padres follando, yo nunca me he escapado por la ventana de la habitación de la chica con la que estaba, yo nunca he hecho un trío, yo nunca… había tantas cosas que Alec había hecho y yo no.
               Tantas cosas que podía enseñarme.
               Tantas cosas que no sabía siquiera que fueran posibles hasta que él me había hecho verlas.
               Quería todo de él. Su pasado, su presente, y su futuro. Qué tonta había sido juzgándolo por la experiencia que tenía, por lo que había hecho hasta antes de conocerme, como si aquello no fueran virtudes sino defectos. Alec caminaba por este mundo con la confianza de que era el mejor amante que una mujer pudiera encontrarse, y todo había sido gracias a esas chicas a las que había hecho disfrutar.
               Y la única que había merecido que se la llevara a Grecia era yo.
               Como si le hubiera retado con lo que acababa de decirle, o tuviera prisa por seguir completando la lista de vivencias que habíamos pasado juntos y arrebatárselas a las chicas de su pasado, sus dedos descendieron levemente por entre mis muslos y rozaron el elástico de mi ropa interior. Sonrió, una sonrisa oscura y cargada de intención.
               -Estás muy húmeda-prácticamente lamió el aire con esas palabras, y yo me estremecí de pies a cabeza. Sabía que, si no le detenía, seguiríamos hasta el final. Era libre en Mykonos; más libre de lo que jamás lo había sido en Londres, y lo que antes eran límites infranqueables para él, ahora eran oportunidades. Ocasiones para contar historias en el futuro y beber más si cabe cuando le retaran a este juego.
               Y no sólo por estar aquí. También tenía mucha culpa el alcohol que había ingerido. Hacía que no recordara en qué momento del mes me encontraba yo, en qué posición estábamos ambos. Por tentador que me resultara convertirme en alguien que hacía que la serie Euphoria pudiera decir que estaba basada en hechos reales, tendríamos que dejar lo de hacerlo en el sofá de una discoteca para otra ocasión en la que mis ovarios no fueran a convertir una peli porno en una de gore.
               -Estás muy borracho, Al. Será mejor que dejes las manos quietas antes de que pase algo de lo que podamos arrepentirnos ambos.
               -Yo no podría hacer nada contigo de lo que me arrepentiría después. Además… estás buenísima-inhaló con ansias el perfume de mi piel, las feromonas con que sin duda le estaba bombardeando. Mi cuerpo quería, pero debía ser sensata y, por una vez, ser yo la que parara las cosas antes de que se salieran de madre-. A uno de los dos se nos va a pasar todo pronto, y no es a mí.
               Sus dientes llegaron de nuevo hasta mi oreja, reclamando ese rinconcito que jamás habría creído que podía ser tan erógeno hasta que él se había hecho con él-. Y no creas que no me he dado cuenta de que llevas toda la tarde calentándome. Ya verás cuando te coja. Más te vale despedirte del vibrador, porque te voy a dejar tan ansiosa de mi polla-me frotó contra él, como si necesitara recordarme lo grande, lo gorda y lo dura que era. Aquel rincón de su cuerpo era el protagonista de mis sueños y mis pesadillas por igual- que ninguna actualización podrá satisfacerte.
               Me eché a reír y, por muy tentador que resultara seguir magreándonos, sabía que debía parar antes de que la cosa se saliera de madre. Que, si seguía cediendo a lo que mi cuerpo quería ahora, me sería casi imposible decir que no más adelante.
               Así que la puse una mano en el pecho y empujé suavemente para alejarme un poco de él. Me miró con ojos vidriosos, suplicantes. Tragó saliva y su manzana de Adán fue una invitación silenciosa que a la mujer que era le costaba mucho declinar. Pero debía hacerlo, por tentador que fuera que la siguiente vez que mi hermano dijera que nunca lo había hecho con más gente en la habitación, Alec y yo tuviéramos que beber.
               -Has bebido demasiado, amor. Quiero asegurarme de que recordarás todo lo que hagamos para que puedas beber todo lo que te has ganado-le pasé el dedo por el mentón y, con todas las fuerzas que pude reunir en mi pecho, me incorporé hasta quedar de pie delante de él. Alec dejó escapar un suspiro tremendista cuando vio el espacio que nos separaba, y se relamió los labios, escaneándome de arriba abajo.
               A veces, cuando bebía lo suficiente, el camino que había recorrido hasta convertirse en el Alec del que me había enamorado locamente y por el que dejaría que me dispararan sin pensármelo dos veces parecía doblarse sobre sí mismo y llevarlo de vuelta a la casilla de salida, a ese Alec sinvergüenza y mujeriego cuya única diversión éramos el sexo y las mujeres.
               Aquella noche era una de esas veces.
               Estiró la mano para agarrarme y volver a sentarme sobre él, pero yo fui más rápida y, escapándome de sus zarpas, lo cogí del brazo y tiré de él para levantarlo.
               -¡Vamos a bailar, Al!-grité entre el ruido de la música, y tuve la inmensa suerte de tocar un acorde en su interior que hizo que se deshiciera contra mí y me siguiera. Nos reunimos con los demás, que ni siquiera hicieron amago de apreciar que hubiéramos vuelto con ellos, y gritamos, reímos y chillamos con el sonido de la música, recuperando las canciones de Jason Derulo que la historia de Niki y el posterior juego nos habían robado, reuniéndonos de nuevo y cantándonos ilusionados ese Want to want me con el que había vuelto a él y, cuando pusieron de última canción la versión de Cake by the ocean que habían hecho Chasing the Stars, nos unimos al coro de voces histéricas cantando la letra (salvo, por supuesto, la parte en la que Scott decía “you’re fucking delicious”. Esa le pertenecía entera y exclusivamente a mi hermano).
               Salimos de la discoteca dando tumbos, tanto por los adoquines y los tacones como por lo que habíamos bebido, y bajo ese tono añil que adquiría el cielo cuando se acercaba el amanecer, echamos a andar en dirección a la parada del bus. Logan y Niki no se quitaron las manos de encima en todo el trayecto, y para cuando nos montamos en el bus, ya hacíamos tantas coñas con lo que tenían pensado enseñarnos de anatomía que me parecía imposible que no se estuvieran enrollando más por ver qué les decíamos que por ganas.
               Me costó conducir a Alec por las calles iluminadas por las farolas en dirección a la casa de su familia, y cuando por fin la vimos frente a nosotros, pálida en su fachada y con las sombras de las celosías de las buganvillas como monstruos acechándola, sentí un inmenso alivio de que hubiera salido todo bien. No habíamos perdido a nadie, no habíamos tenido problemas con el idioma, y todos nos lo habíamos pasado en grande. Podía anotarme un tanto por haber hecho que todos llegaran sanos y salvos a casa… aunque tampoco estaban para conducir coches de carreras, las cosas como son.
                Le metí la mano a Alec en el bolsillo trasero de los pantalones en busca de las llaves, y él se rió y me abrazó. Las luces de la discoteca parecían haber detenido la asimilación de alcohol por su torrente sanguíneo mientras estábamos de fiesta, pero ahora que nos habíamos ido, le estaba subiendo a la cabeza como si acabara de tomárselo.
               -Para, Al-me reí cuando trató de meterme mano, y por fin saqué las llaves del bolsillo trasero de sus pantalones. Era un milagro que no se hubieran perdido con todo el movimiento que había tenido su culo esa noche, así que me lo tomé como una señal de que teníamos suerte. Avancé bajo la celosía de buganvillas y metí la llave en la cerradura.
               -Esto…-dijo Logan, chocando los puños y con los ojos fijos en la acera. Saltaban de un adoquín a otro, y al único al que se atrevían a mirar a la cara era a Niki, que se mordía los labios con expresión divertida-. ¿Pasa algo si paso la noche en casa de Niki?
               Todos nos quedamos en completo silencio. Luego, Jordan, que había hecho de aprovechar los últimos chupitos su misión personal, espetó a gritos:
               -¿¡Te lo vas a follar!?
               -¡Baja la voz, Jordan! ¡Vas a despertar a los vecinos!-le reprendió Bey, dándole un tirón para que se callara. Pero ya era demasiado tarde: ahora que los chicos tenían algo con que entretenerse, no iban a soltarlo así como así. Empezaron a aullar, a chillar y reírse como verdaderos mandriles mientras yo me preguntaba cómo haríamos para salir al día siguiente si no era con bolsas en la cabeza para que no nos reconocieran.
               -Pero qué mala es la envidia, ingleses-rió Niki, que se había paseado entre los demás como una pantera eligiendo a su próxima presa. Se lo estaba pasando en grande, exactamente igual que lo haría Alec en su situación-. ¡Venga! ¡Estáis de vacaciones! ¿Es que nadie va a echar una canita al aire? Nena, si todavía tienes ganas de pasar un buen rato-dijo, mirando a Bey-, seguro que a Logan le vendrá bien un empujoncito para sacarle toda la timidez.
               -Gracias por la oferta, Niki, pero creo que voy a pasar. No soy de compartir, y no me follo a mis amigos.
               -¿Y yo qué soy?-inquirió Alec, girándose hacia ella y aguantándose en pie de milagro.
               -La excepción que confirma la regla-dijo Bey, y sacudí la cabeza, riéndome, al ver la expresión confusa de Alec. Mi novio se giró y apuntó a Niki con un dedo amenazante. Cómo estaba el griego mejor que mi chico, no lo sabía, y prefería no teorizar con lo que se podría haber tomado para contrarrestar los efectos del alcohol.
               -Tú. Más te vale ser bueno con Logan. Es sensible.
               -Captado-asintió Niki, juntando las manos tras la espalda.
               -Usad condón.
               -Alec-protestó Logan, y Niki se rió e inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Eres tú o los cuatro vodkas de más que te has tomado lo que está hablando ahora, Alec?-preguntó.
               -Estoy perfectamente. Es sólo que te conozco. Sé que eres una puta igual que lo fui yo en su día, y que evitaba ponerme condones si podía… claro que no me apetecía que una chavala me viniera con un crío en el regazo nueve meses después. Con Logan no vas a tener ese problema.
               -Que sepamos-añadió Tommy, y Logan le hizo un corte de manga.
               -Vale. Condones, captado. ¿Alguna petición más?-preguntó, y Alec sonrió.
               -Deja a Logan ser el activo.
               -¡ALEC!-bramó Mimi, roja como un tomate incluso a la luz de las estrellas moribundas.
               -Le vendrá bien que le dejen dominar por una vez.
               -Típico de ti, Al. Eres tan hetero que te crees que el que empotra es el que más disfruta-Logan puso los ojos en blanco y me miró-. Saab, parece que estás al mando.
               -A mí no tienes que pedirme permiso de nada. Por mí, como si quieres volver cuando tengamos que coger el avión de vuelta a casa.
               -Si lo hago bien-ronroneó Niki-, quizá atrase un poco su marcha, ¿eh, guapo?
               Logan sonrió con timidez, y lo conocía lo suficiente para saber que él se había sonrojado. No tanto como Mimi, pero algo era algo.
               -Calla, que estoy negociando el tiempo que tenemos.
               -Menos del que nos merecemos y más del que necesito-sonrió Niki, acariciándole la mandíbula y arrancándole una risita de colegiala a Logan.
               -Voy a potar-anunció Alec, y luego los miró con pánico en la mirada-. O sea, no porque seáis tíos ni nada. Apoyo muchísimo a los gays. ¡Amor libre!-levantó el pulgar y a mí me dieron ganas de meterle un par de calcetines en la boca para que se callara.
               -¿Dónde nos vemos? ¿Vuelvo a casa o…?
               -Puedes venir a la playa directamente, si quieres.
               -Pero no tengo bañador.
               -Podemos ir a la zona nudista de la playa-Niki le guiñó el ojo y Logan se rió de nuevo.
               -Lo siento. No estoy tan fuera del armario todavía.
               -Una lástima. Por lo que he podido ver en los baños, tienes de qué presumir-le dio un codazo en el vientre y Logan se sonrojó de nuevo.
               -Vale, ahora sí que voy a potar por lo insoportablemente gays que sois. Es decir… controlaos un poco, tíos. Scott es muy inocente y fijo que lo estáis escandalizando.
               -Soy famoso, Alec-le recordó mi hermano.
               -¿Y eso qué se supone que significa?
               -Que seguramente ya ha tenido su propia experiencia homosexual-se rió Max, y Alec lo miró como si acabara de decir que la Tierra es plana.
               -Eso no son noticias, Maximiliam. Tommy y él llevan enamorados desde que nacieron.
               -Pasadlo bien, chicos-dije, tirando de Alec para meterlo en casa, porque veía que aquello no tendría fin si no lo zanjaba yo-. Usad protección y comunicaos, ¿vale? Disfrutad de la noche. O de la mañana. O de lo que queráis. No nos vamos a mover de la playa. ¡Buenas noches!
               -¡Buen polvo!-se despidió Alec, agitando la mano por encima de su cabeza.
               -¿Sólo uno?-preguntó Niki.
               -Es que no quiero estresarte.
               -Entra en casa, Alec-dije, empujándolo dentro. Tuve que pelearme con él para que avanzara por el pasillo, y estaba a los pies de las escaleras cuando una figura oscura encendió todas las luces de la casa.
               -Vaya, vaya, vaya-dijo Shasha, que se había sentado al lado del cuadro de los interruptores de la luz-. Mira quién se digna por fin en aparecer.
               -¿Qué hace esta?-preguntó Tam mientras mi hermana nos analizaba como si fuéramos ganado. Se agarró los bordes de la bata y se envolvió con ella igual que una maruja de pueblo.
               -Mirad cómo venís. Qué vergüenza.
               -¿Qué coño haces despierta, Shasha? ¡Tira para la cama!-ordenó Scott, a quien le agradecí enormemente que recordara que él era el hermano mayor.
               -Estaba acumulando sueño para caer rendida en la cama cuando llegarais a casa y así no escuchar la macro orgía que sé que vais a montar.
               -Has visto demasiados realities, Shash-dije yo, y mi hermana clavó los ojos en mí. Sonrió al comprobar mi indumentaria, y por la forma en que se detuvo en mi pelo revuelto, supe que estaba analizando las posibilidades que había de que hubiera hecho algo con Alec. Bueno, lamentaba desilusionarla, pero no había pasado nada entre nosotros.
               -¿Podemos dejarnos de tanto debate e irnos a la cama de una puñetera vez?-protestó Karlie-. Estoy molida y los tacones me están matando. Lo cual no quiere decir que no los adore, Didi-añadió, mirando a la americana-. Son geniales. Me casaría con ellos, si pudiera.
               -Hablando de casarse… ¿Maximiliam, cuándo…?-empezó Alec, y yo corrí a taparle la boca antes de que le jodiera a Max la sorpresa. No sería muy eficiente si Bella preguntaba algo, claro, pero por lo menos no lamentaría haber terminado la frase al día siguiente.
               -¿Alguien necesita ducharse?-preguntó Scott.
               -Tengo hambre-dijo Jordan a la vez-. ¿Quedan donuts?
               -He cogido desmaquillante extra en las muestras del aeropuerto, chicas. Por si alguna no tiene-clamó Bey.
               Todos habían hablado para provocar el caos, pero nada tan eficiente como el legendario Tommy Tomlinson, capaz de levantar un imperio él solito mientras los demás nos ocupábamos con chabolas.
               -Alec, ¿nos prestas la cama a Diana y a mí para follar?
               La casa se quedó en completo silencio. Todas las chicas miramos a Tommy con absoluto horror. Como a nuestras parejas se les ocurriera decir eso en una habitación llena de gente, las dejaríamos al instante.
               Diana, no obstante, no parecía en absoluto molesta. De hecho, mientras Shasha se escabullía a toda velocidad en dirección a su habitación, cuidando de taparse bien los oídos para no oír nada más, añadió:
               -Sí, mira… hace bastante que no nos vemos y con hacerlo en cualquier esquina no nos basta. Y como parece ser que ya lo habéis hecho más veces eso de rotar las camas, y como tú y Saab sois los únicos que la compartís… al margen de Bella y Max, quiero decir-añadió, mirando a los interpelados-. Pues, eso. No tengo problema en dormir con Mimi, Eleanor y Shasha, pero supongo que entenderás que no quiera tirarme a mi novio en la misma cama que…
               Por toda respuesta, Shasha corrió sonoramente el pestillo de la puerta de la habitación en la que estaba. Levantamos la cabeza y nos quedamos mirando el punto del techo de madera en el que la chiquilla se había encerrado.
               Tras ese instante de silencio, Alec preguntó:
               -¿Puedo mirar?
               Yo me puse roja como un tomate, más por la vergüenza que por otra cosa, y cuando Bey me puso las manos en los hombros, supe que ella también lo estaba pasando mal por mí.
               -No sabes cómo me alegro de habérmelo tirado sólo una vez. Siento mucho por lo que te hace pasar.
               -¿No quieres participar?-replicó Diana, y esta vez, quien se puso rojo fue Tommy. Bueno, estaba bien saber que había alguien más a quien su pareja estaba avergonzando. Scott sacudió la cabeza y se metió en el salón, quitándose la camisa y los pantalones para ponerse los del pijama. A pesar de que Eleanor se lo comió con los ojos, no hizo amago de acercarse a él y convertir la casa en la nueva mansión del pecado.
               Bella y Max se despidieron de nosotros y subieron las escaleras. Alec los siguió, al igual que Tommy y Diana, mientras las gemelas y Karlie se metían en la habitación y cerraban la puerta.
               Por descontado, no pensaba que Alec fuera a hacer nada con Tommy y con Diana, pero cuando él bajó con expresión de cachorrito abandonado y lloriqueando que no me había pedido permiso, me hice la duda sentándome en el sofá y cruzando las piernas.
               -Pues no pienso dártelo.
               Jordan salió del baño y se acurrucó en el sofá en el que dormía, los pies sobresaliéndole por encima del reposabrazos. Alec se sentó a mis pies, mirando por la ventana, y Scott bostezó sonoramente mientras esperaba a que Tommy terminara en la habitación de arriba.
               Porque oh, sí. Creía que Diana se había inventado lo de echar un polvo para distraer a Bella, pero cuando la escuchamos gemir en el piso de arriba, a todos no quedó claro que la excusa se había convertido en realidad.
               -Los hay con suerte-murmuró Alec con expresión compungida. Cualquiera que lo viera pensaría que yo misma me había cosido el coño o algo por el estilo.
               -No me extraña que se las apañe con dos novias-comentó Jordan, que había renunciado a tratar de dormir por lo escandalosa que estaba siendo Diana. Me pregunté cómo unas chicas podían actuar como ella, sin pudor ninguno, y otras éramos incapaces de soltarnos del todo si sabíamos que podían oírnos, como yo. Y eso que las dos teníamos la misma actitud respecto al sexo, pero… no sé. Me resultaba violento que mi hermano pudiera escuchar cómo me corría, al igual que me resultaba violento pensar en escucharlo a él.
               -Pues Layla es peor-comentó Scott, y Jordan lo miró.
               -¿Cómo vais a hacer cuando estéis de tour y durmáis en un bus?-preguntó.
               -Cinturón de castidad-Scott se encogió de hombros-. Eso, o lo mando a dormir en el maletero. Aunque con la suerte que tengo, fijo que Diana y Layla empiezan a liarse entre ellas.
               -Fantasía lésbica-ronroneó Jordan.
               -¿Y por qué no duermes en el maletero, Scott?-preguntó Alec, frunciendo el ceño. Scott lo miró de arriba abajo.
               -Porque soy la estrella de la banda-espetó.
               Tommy y Diana nos tuvieron todavía un buen rato esperando a que terminaran. Yo me moría de sueño, pero me negaba a dormir tumbada encima de Alec en el suelo. Le notaba cansado, y quería que se recuperara todo lo posible. Mañana tendría una resaca importante y no me parecía correcto usarlo como almohada y colchón, por mucho que Diana y Tommy fueran nuestros invitados.
               Por fin, se dignaron a bajar. Sonrientes y brillantes, se rieron cuando Scott los fulminó con la mirada y les dijo que ya iba siendo hora de que nos dejaran descansar a todos. Mi hermano protestó todavía más cuando Tommy le dio un beso a Diana para desearle buenas noches, diciendo que lo único que nos faltaba era que se pusieran en modo pasional otra vez y nos terminaran echando del salón.
               Tiré de las sábanas para quitarlas de la cama mientras Alec se desvestía, y cuando las dejé tiradas en un rincón, le faltó tiempo para bajar al salón y extenderlas en el suelo como si fueran un objeto sagrado. Me asomé a las escaleras a tiempo de ver cómo las colgaba en la pared del pasillo con celo, y luego les pegaba un trozo de papel al lado. Picada por la curiosidad, bajé a medio desvestir y leí el post-it.
               EN ESTAS SÁBANAS ECHÓ UN POLVO DIANA STYLES.
               -Su santo sudor-añadió Alec, haciendo una reverencia mientras Diana se descojonaba desde la puerta del baño.
               -¿Puedo tocarlas, Alec?-preguntó Jordan.
               -Sois asquerosos-protesté, volviendo a las escaleras.
               -Cinco libras.
               -Soy tu mejor amigo.
               -Las amistades van y vienen, pero la cara de Isabel II en los billetes de libra será eterna. Tú mismo lo dijiste. Deberías estar orgulloso, Jor: tú me has enseñado todo lo que sé-sonrió Al, dándole una palmada a su amigo en la espalda y balanceándose de un lado a otro sobre sus pies.
               Sólo conseguí alejarlo de esa reliquia sagrada cuando le recriminé que dejara de hacer el bobo porque era hora de dormir.
               -Debo marcharme. Mi novia está celosa-sonrió.
               Estaba por decirle que lo que estaba era hasta el coño, pero subió las escaleras y entró en la habitación, que era lo que yo quería, así que, por una vez, y sin que sirviera de precedente con él, decidí morderme la lengua.
                 
 
Me detuve en seco en cuanto vi a las figuras en la playa corriendo de un lado para otro, reclamando cada centímetro de la arena a pesar de que apenas estaban ocupando una pequeña parcela en la gran media luna de arenas de oro, traídas directamente por la brisa, las corrientes marinas y el Nilo desde el desierto del Sáhara, cuna de unos faraones cuyos hijos no hacían honor a su linaje.
               No. No. Todavía no estaba listo para volver a ver a mis amigos. La noche de ayer había sido perfecta, absolutamente perfecta: a pesar de que no estaba totalmente al mando de mis habilidades motoras, sí lo había estado lo suficiente como para enterarme de lo que hacía con Sabrae después de cambiar las sábanas de la cama. A mí no me habría importado descolgarlas de la pared y volver a dormir en el mismo sitio en el que Tommy y Diana habían echado un polvo, pero no me quejé cuando sacó más sábanas de Dios sabía dónde y me pidió que le echara una mano. Lo habíamos hecho en tiempo récord, sobre todo teniendo en cuenta que yo apenas me tenía en pie sin tambalearme hacia los lados, pero, como siempre, el alcohol no había afectado a mis capacidades amatorias. Me desnudé a la vez que Sabrae, y cuando ella hizo amago de ir a ponerse una de mis camisetas de boxeo para dormir, la agarré del brazo y empecé a besarle el cuello, masajeándole los senos, mucho más sensibles ahora que hacía un par de días. Había gemido por lo bajo, me había recordado que estaba en sus días y que no podíamos hacer nada, a lo que yo le había respondido que una buena forma de evitar la resaca era follando, y si bien estaba dispuesto a llegar hasta el final con ella y recurrir a otro juego de sábanas esa noche, sabía que no se sentía cómoda y había terminado apañándomelas para conseguirnos un orgasmo a cada uno a base de seguir masajeándole los pechos mientras ella se movía encima de mí, con la tela de sus bragas y la de mis bóxers haciendo de barrera.
               En parte me había curado la resaca. En parte, despertarme y verla dormir desnuda a mi lado, acurrucada y abrazada al brazo que le había pasado por la cintura, también había sido una buena medicina, pero no había conseguido paliar del todo los efectos del alcohol en mi cuerpo. Aún me martilleaba la cabeza: me había pasado haciéndome el chulo con Niki y con Scott, y había ganado por los pelos, pero con muy poco margen de beneficio. Me dolía todo el cuerpo y me notaba los músculos cansados, más agarrotados de lo que había llegado a tenerlos los sábados a mediodía, cuando me despertaba después de una noche de juerga, follando con alguna tía a la que quería demostrarle que su vida sexual no era tan satisfactoria como se creía, y quemando testosterona y alcohol a partes iguales justo después, golpeando el saco de boxeo mientras despuntaba el alba.
               La única borrachera que todavía me duraba era la de felicidad. Había conseguido olvidarme de los gilipollas de mis amigos de Grecia. Era como si no existieran y la confrontación con ellos nunca hubiera ocurrido. Y, ahora, aquí estaban de nuevo. Dándome una bofetada de realidad y recordándome que aquello no era ninguna luna de miel con más público, que la espiral de sexo en que me había sumido con Sabrae tenía un precio que, por otro lado, yo estaba más que dispuesto a pagar.
               Pero siempre es mejor que te regalen algo que deseas a tener que pagarlo, ¿verdad?
               Joder. No me apetecía tener otra movida con ellos. Bastante había tenido ya con lo de ayer; no quería que siguieran amargándome las vacaciones. Puede que Niki tuviera razón y que lo único que necesitaran fuera tiempo para acostumbrarse a la presencia de mis amigos, y, sobre todo, a la de Sabrae, pero no me apetecía hacer experimentos ahora. Sólo quería relajarme, pasar un buen día con los chicos, disfrutar de la isla antes de irnos. ¿Era tanto pedir un poco de paz?
               Consideré por un momento la posibilidad de anunciarles a los chicos que había un cambio de planes. Quizá podríamos buscar un avión a Lesbos y plantarnos en la isla a la que el lesbianismo le debía absolutamente todo; seguro que a Karlie le haría ilusión la excursión. Todo con tal de que los chicos no tuvieran que mezclarse con mis amigos en lo que sería un cóctel con alta explosividad.
               Pero, claro, estaba la cosa de que ya habíamos hablado de pasarnos el día en la playa y Logan contaba con vernos allí. Escaneé la arena un instante en busca de Niki y de él, pero todavía no había rastro de ninguno de los dos. Una pena. Parecía que mi vía de escape se desvanecía ante mis ojos.
               Además, Max, Bella, Diana, Tommy y Jordan ya estaban avanzando con decisión al rincón de la playa que más les había gustado. Y que, como no podía ser de otra manera, estaba lo bastante lejos de nosotros como para tener que pasar por delante de mis amigos de Grecia.
               Por supuesto, había alguien que iba a notármelo absolutamente todo.
               -¿Qué ocurre, Al?-preguntó Saab, dándome un suave apretón en la mano que tenía entrelazada con la mía mientras con la otra se hacía de visera por el sol. No pude evitar fijarme en la manera en que le brillaba la piel, como si estuviera hecha de oro líquido, y pensé que si Cleopatra había sido lo suficientemente hermosa para que se iniciara una guerra por ella, Sabrae bien podía ocasionar la aniquilación de la raza humana. O, al menos, la mía propia.
               Y más así vestida, con el bañador blanco con la inscripción BAY WATCH en letras rojas que le había visto en otra gloriosa ocasión, cuando había podido saborear el néctar que manaba de sus piernas y que sólo mis labios eran capaces de invocar. Mi primer impulso fue tirarle la caña, como siempre, pero sabía que debía controlarme y que Saab no sería tan fácil de distraer como el resto de mis colegas. Así que sólo me quedaba quitarle hierro al asunto y rezar para que no insistiera, que sus ganas de pasárselo bien en la playa fueran más fuertes que su curiosidad.
               -Nada, nena. No te preocupes-le di un apretón de vuelta e hice amago de echar a andar hacia la playa.
               Pero ella se quedó clavada en el sitio, las piernas un poco más bronceadas que cuando habíamos llegado firmes sobre los tablones de madera corroídos por el eterno verano en que parecía vivir Mykonos.
               -Dudo que sea “nada”-respondió, alzando las cejas tanto que se asomaron por encima de sus gafas de sol. Y no dijo nada más: se limitó a esperar a que dijera qué era lo que me preocupaba, con la brisa marina agitándole las hebras de los shorts vaqueros que se había puesto para bajar a la playa y los mechones de pelo azabache que ni se había molestado en desenredar.
               Suspiré. No iba a librarme de ella tan fácilmente. Yo lo sabía, y ella sabía que yo lo sabía. Me relamí los labios y giré la cabeza para mirar las siluetas de mis amigos en la playa, que habían dejado de corretear tras la pelota en la que no me había fijado antes para observar a los nueve de siempre reunirse sobre la arena y empezar a dejar las cosas. Tam estaba ayudando a Karlie a abrir la sombrilla, y procuré no prestar demasiada atención a cómo Dries inclinó la cabeza a un lado para mirarles el culo a ambas. Me hervía la sangre pensar en qué estarían pensando.
               -Bueno, ¿recuerdas que ayer fui a hablar con ellos un momento?
               -Ajá-asintió, estirando tanto la palaba que la convirtió en la más larga de nuestro idioma, y eso que sólo tenía dos letras distintas. A su lado, “esternocleidomastoideo” no tenía nada que hacer.
               -Vale, pues el caso es que… los chicos… mis amigos de aquí-me corregí, y ella inclinó la cabeza.
               -Tus amigos de aquí son chicos.
               -Ya, pero “los chicos” son mis amigos de Inglaterra. Mis amigos de siempre-me negaba en redondo a darles aquel tratamiento que habían compartido hasta hacía poco con Jordan, Scott y compañía. Ahora que habían empezado a mostrar sus cartas, ya no estaba muy seguro de que se merecieran estar al mismo nivel o que yo les tuviera la misma consideración.
               -Vale. Bueno, tus amigos de aquí.
               -Están un poco… “molestos”, por así decirlo, por vuestra presencia. No porque no quieran que estéis aquí-me atreví a decir, defendiéndolos todavía no sabía por qué, al ver que Sabrae fruncía el ceño y hacía una mueca, procesando la información-, sino porque… bueno. Están picados porque vinieron varias veces a buscarme a casa a lo largo de estos días y yo no estaba aquí, súper disponible para ellos-puse los ojos en blanco-. Sinceramente, no sé qué cojones se esperaban. ¿Tan raro es que me centre en gente a la que he invitado a mi casa porque quiero enseñarles la isla? Ellos deberían estar bien. Y, sin embargo, ayer tuvimos un pequeño choque. Ellos dijeron algo, y yo dije algo, y ellos dijeron algo, y yo dije algo, y…-comenté, moviendo las manos, poniendo una frente a otra. Las cerré en sendos puños y luego me golpeé la palma de la mano con el dorso del puño de la otra-. Bueno, digamos que las cosas están un poco tensas. No me gusta que se pongan chulitos porque paso “demasiado tiempo con vosotros”. No tienen derecho a reclamarme nada. Al menos yo lo siento así. ¿Tú qué opinas?-pregunté, porque de repente me sentía un amigo horrible por molestarme con algo que era normal. Estaba pasando un poco de ellos, ahora que había repetido en voz alta los argumentos que habían esgrimido conmigo. Si bien las formas les habían perdido, el contenido no dejaba de ser verdad. Puede que debiera haber equilibrado más mis atenciones. Puede que debiera haberlos presentado antes. Tal vez no debería…
               Para, me dije. Claire me había hecho notar muchas veces aquella tendencia que tenía a justificar lo que los demás hacían y cargar con el peso de sus decisiones como si fueran las mías, con lo que llevaba una doble carga a la espalda: la justificación que buscaba para el dolor que me causaban los demás, y ese mismo dolor.
               Deberían haberlo entendido. Me estaba comportando de forma normal. Vale, sí, quizá había gestionado un poco mal mi agenda, pero era normal que no quisiera tenerlos cerca de mis amigos aún. Las cosas se habían desmadrado con Sabrae. Me habían demostrado que mi chica no tenía su apoyo al cien por cien, y eso me jodía más incluso que si me hubieran dicho que ya no querían ser mis amigos por motivos relacionados conmigo. De mí podían decir lo que quisieran, pero a Sabrae no iban a tocarla.
                Ella simplemente se rió, como si toda aquella situación fuera divertida, o tuviera una solución inmediata que yo no era capaz de ver por haberme obcecado en exceso con el asunto.
               -Hombre, yo también me molestaría si dejara de andar conmigo el tío más legendario que ha visto nunca esta isla sólo porque está demasiado ocupado magreándose con la zorrita inglesa que se ha traído-contestó, todavía con el deje de la risa modulándole la voz como una adorable montaña rusa.
               -No te llames así-protesté. Con que Sergei la llamara así ya bastaba: como escuchara a alguno de los gilipollas de Mykonos llamarla así, le arrancaría la cabeza sin miramientos. Nadie despertaba en mí el respeto que hacía que le diera más oportunidades a Sergei, e incluso con él mi paciencia había tenido un límite.
               -¿Por?-coqueteó Sabrae, colgándose de mi cuello y ronroneando como una gatita. Sentí sus dedos enredarse en el nacimiento de mi pelo, y una corriente eléctrica descendió desde ese punto de contacto directamente hasta mi polla. Me estremecí.
               Era blandiblú en sus manos, plastilina lista para que me moldeara como quisiera.
               Entonces, se puso de puntillas para susurrar contra mis labios:
               -¿Sólo puedes llamármelo tú cuando estamos en la cama?
               Esbozó una sonrisa sensual, apetitosa, que me recordó a la manera en que me sonreía cuando estábamos haciéndolo sentados, nos deteníamos un momento y nos mirábamos. De todas las personas en el mundo, habíamos tenido que ser nosotros los que encajáramos así de bien.
               Y de todas las épocas y naciones, habíamos tenido la suerte de nacer con tres años de diferencia, en el mismo país, en la misma ciudad.
               Lo de Sabrae no era fe. Era imposible no creer en un dios que te había hecho su elegida. Y, la verdad, no había dejado de preguntarme qué había visto el universo en mí para creerme merecedor de ella.
               Me rozó los labios con la boca, mordisqueándome el labio inferior y sonriendo cuando un gruñido gutural nació en lo más profundo de mi pecho, respondiendo a su llamada. Se relamió, satisfecha. Como para no estarlo: su pelo aún tenía las huellas de mis manos en él; ni siquiera se había molestado en cepillárselo para bajar a la playa. Quería que todos en la casa supieran que yo era capaz de hacerla correrse sin tener que acercarme a su entrepierna.
               Elsa la de Frozen no era la única que tenía manos mágicas.
               Y lo decía por ambos.
               Me llevé las manos a la nuca, detestando tener que hacer aquello con lo muchísimo que disfrutaba de su contacto, pero… no podía dejar que me encandilara como siempre lo hacía. Siempre había jugado conmigo cuando hacía eso, y ahora teníamos que hacer de todo menos jugar.
               -Esto es en serio, Saab-le dije. No había querido ahondar más en lo que mis amigos habían dicho de ella porque no me apetecía que se sintiera fuera de lugar en Mykonos, o que no disfrutara de la isla precisamente por la actitud de sus habitantes. El único que la había recibido con los brazos abiertos había sido Niki, y sólo por eso había permitido que se acercara a ella lo suficiente como para conocerla y tener la oportunidad de quererla.
               No estaba seguro de si los demás se la merecían.
               Y menos se merecían todavía que Saab los defendiera. Dudaba que lo hiciera si supiera realmente lo que habían dicho de ella, y ésa era, precisamente, mi mayor preocupación ahora: el protegerla, el darle lo que ella necesitaba. Un apoyo al que pronto tendría que recurrir, cuando yo me marchara… si es que me marchaba, claro.
               Cada día era más difícil pensar en el voluntariado, porque cada día estaba más cerca y cada día parecía más grande. ¿En qué cojones estaba pensando cuando acepté?
               ¿Y por qué coño había hecho la reserva estando en el hospital, cuando podía haberme aprovechado de mi situación para tratar de arañar una cancelación? Valiente gilipollas estaba hecho.
               Ella torció la boca, aterrizando de nuevo sobre sus talones desnudos. Se relamió los labios y asintió con la cabeza, sus ojos de chocolate volviéndose de ese dulce tono que adquirían cuando me abría las puertas de su alma para que echara un vistazo a su interior. Como si necesitara mirarla para saber que era lo mejor que me había pasado jamás.
               -Lo sé. Pero no quiero que te preocupes en tus vacaciones-añadió, cogiéndome la mano y dándome un dulce apretón con el que me transmitió todo su cariño-. Escucha, sé que debe ser difícil para todos que estemos aquí. Tus amigos no están acostumbrados y tú tampoco. Es normal que te sientas culpable por estar con nosotros. Sientes que les estás fallando…
               No. No me sentía culpable en absoluto. Si los había invitado había sido para estar con ellos. Que fueran doce o que fuera sólo una no cambiaba absolutamente nada: había traído invitados a Mykonos, y mis invitados se merecían todo mi tiempo. Y no iba a permitir que nadie tratara de hacerme sentir mal, especialmente cuando era por Sabrae por quien estaba teniendo problemas. Todo lo que fuera ocasionado por ella merecía la pena, una y mil veces.
               Era como si llovieran joyas. No te quejabas de que un diamante del tamaño de una pera te hubiera roto la ventana: agradecías que te hubiera elegido, porque podrías comprarte una casa mucho más grande. Eso era lo que me daba Saab: una casa más grande en forma de tranquilidad y amor. El hogar que yo no sabía que había estado buscando durante casi dieciocho años… hasta que encontré un sitio cálido y cómodo en el que poder relajarme porque, con simplemente ser yo, bastaba.
               Y no pensaba volver a disfrazarme de nada más para acomodarme a las expectativas de los demás.
               -… pero no tienes por qué sentirte así. La solución es fácil, en realidad. Sólo tienes que dejar que nos demos una oportunidad, todos nosotros. Quizá lo único que necesitamos sea… bueno. Conocernos. Un poco de tiempo juntos. Igual que lo necesitamos tú y yo-sonrió, poniéndose de nuevo de puntillas y rozándome los labios con un efímero beso delicado como el aleteo de una mariposa.
               Algo dentro de mí hizo clic. Tiempo. Era exactamente lo mismo que había pedido Niki: tiempo. Tiempo para conocer a Sabrae, tiempo para adaptarse a que tuviera novia, tiempo para procesar que ya no era de Perséfone en Mykonos, sino de una chica que me poseía más allá de las orillas de nuestra isla, en el mundo entero.
               Si Sabrae y Niki habían coincidido en su petición, era porque no había nada más que pedirme que más oportunidades. Mis amigos de Grecia me habían recriminado que ya no pasaba tiempo con ellos, que estaba “demasiado ocupado” con los ingleses como para hacerles caso, como si mis amigos de Inglaterra fueran una especie de responsabilidad, un carga que yo había asumido voluntariamente, pero que no por eso pesaba menos. Era como un trabajo que te apasionaba, una vocación que habías convertido en profesión: de vez en cuando había que luchar contra lo que te apetecía hacer en ese momento y pensar con perspectiva, en lo que querías en el futuro, y doblegar tus instintos.
               Qué equivocados estaban si creían que no estaba disfrutando de la presencia de mis amigos allí. Todo lo contrario: suponían un soplo de aire fresco, ya que había descubierto que ser el Alec de Inglaterra también en Mykonos era algo que disfrutaba.
               Claro que mis amigos de Grecia no tenían por qué saberlo. Nadie les había dicho cómo me sentía, y… puede que sí que no estuviera manejando las cosas lo mejor posible.
               A la mierda, pensé. La única manera de tener lo mejor de los dos mundos era fusionando los dos mundos.
               Como Hannah Montana.
               -¿Sabes? Creo que tienes razón. Tú ya los has conocido, y…-la verdad es que tampoco había salido tan mal cuando Saab estuvo con ellos. Las chicas habían sido unas cabronas con ella cuando habían estado a solas, pero los chicos la habían acogido como si fuera una más-. Creo que se llevarán bien-dije, mirando a los nueve de siempre, estirando las toallas, sacando las cosas, mirando de vez en cuando hacia mis amigos de Grecia, que de vez en cuando les devolvían la mirada mientras se pasaban el balón de playa.
               -Yo también lo creo. Tus amigos son majos.
               Eso es porque no les entiendes cuando ponen en duda lo que significas para mí, pensé. Pero me dije que con Sabrae era excesivamente territorial y protector, y que con mis amigos de Inglaterra no tenía por qué pasar lo mismo. Así que, con la mano de Sabrae aún en la mía, me adentré en la arena y me dirigí directamente hacia Dries y los demás. Proteo, que tenía la pelota en ese momento, dejó de patearla y le puso un pie encima para que no se le escapara.
               -Vaya-comentó-, el hijo pródigo vuelve a casa.
               Habló en griego, de manera que Sabrae no pudo entenderlo, pero, como tenía intención de desenvainar rosas y no espadas, le seguí el rollo.
               -Me pareció que estabais un poco solitos-respondí, encogiéndome de hombros-, y que tal vez os viniera bien un poco más de gente para hacer más interesante el partido.
               Gaspar y Dries se miraron.
               -¿Sabrae va a jugar?-preguntó Dries-. Ese bañador que trae de los vigilantes de la playa parece más de calendario que de cancha de fútbol.
               -No, a ella…-la miré, y ella me miró, el ceño arrugado por el sol, y una ceja alzada por la curiosidad-. Ella es más de nadar y tostar al sol.
               -Eso explicaría muchas cosas-sonrió Gaspar. Una broma inocente sobre el color de piel de mi novia. Vale, podía… podía pasar.
               -Pero ya sabéis que yo soy más culo inquieto, y… bueno, mis amigos también. ¿Echamos un partido?-pregunté, abriendo el brazo y señalando en dirección a mis amigos. Scott y Tommy se miraron, intercambiando en silencio sus opiniones sobre lo que yo estaba diciendo.
               -¿De fútbol? ¿Contra ingleses?-preguntó Dries, y yo asentí.
               -Bueno, salvo que queráis hacer un campeonato de polvos, claro. Aunque no creo que tengáis muchas más posibilidades que si jugamos al fútbol.
               -Joder, ¡claro que sí! Venga, tráete aquí a esos extranjeros. Les pegaremos una paliza-dijo Proteo, haciendo saltar el balón en el aire.
               -Por curiosidad, Al, ¿en qué equipo pretendes jugar tú?-preguntó Dries cuando Sabrae y yo echamos a andar en dirección a los chicos, y me volví y abrí los brazos.
               -El entrenador no juega.
               Se echaron a reír; parecían de buen humor, lo cual nos facilitaría mucho las cosas.
               Cuando llegamos con los ingleses, estos eran incapaces de disimular su interés.
               -¿Qué se cuentan esos chuloplayas?-preguntó Max.
               -Vamos a echar un partido con ellos-expliqué, y Jordan frunció el ceño.
               -¿Con esos gilipollas? ¿No se te pusieron chulos ayer porque decían que no pasabas el suficiente tiempo con ellos?
               -Te tienen celos, Jor-rió Saab-. Siéntete orgulloso. Te consideran una amenaza.
               -Sé que igual no os apetece mucho, pero…-miré a Scott y a Tommy-. De verdad que quiero que esto funcione. No quiero movidas. Sólo… me parece que sería una buena manera de que os conocierais, y tal. ¿Lo haríais por mí?
               -Eso no se pregunta, Al-respondió Tommy-. Claro que sí. También son tus amigos.
               -Sí, tío. Nos dan curiosidad. También queremos conocerlos. Evidentemente, no con las mismas ansias que ellos a nosotros, pero…-Scott sonrió, chulito-. Ya me entiendes.
               -Genial. Gracias.
               -No se dan, chaval-rió Max, pasándome un brazo por el cuello y empujándome en dirección a los griegos. Las chicas se quedaron en las toallas, mirándonos a través de sus gafas de sol o de sus pamelas (ésta, solamente Karlie).
               La única que vino con nosotros fue Sabrae, y eso después de quitarse los shorts y dejar las chanclas con las chicas. Trotó sobre la arena como una cervatilla para recuperar la ventaja que le habíamos sacado, y nos alcanzó cuando llegamos junto a mis amigos griegos.
               -Vale-tomé aire y lo solté, notando un nudo en el estómago que se me tensaba a cada segundo que pasaba, sin yo saber por qué-. Mis amigos de Inglaterra-dije en griego, haciendo un gesto con la mano en dirección a los chicos. Scott y compañía me miraron, y luego les dedicaron sendos saludos a mis amigos de Grecia-. Chicos, mis amigos de Grecia-añadí, repitiendo el gesto en dirección a Dries y compañía-. Eh… creo que será mejor si lo hacemos individual, así que… estos son Dries, Gaspar, Proteo…-y empecé a enumerarlos uno a uno, que fueron levantando la mano para saludar, llevándose los dedos a la frente o haciendo una reverencia. Los chicos hicieron lo mismo cuando repetí la operación con ellos, y dejé a Scott deliberadamente para el final. Dries y compañía soltaron un silbido.
               -Vaya-dijo Dries-. Así que tú eres Scott. Hemos oído hablar muchísimo de ti.
               -Todo cosas que no les podéis contar a vuestras madres, espero-sonrió Scott, y ellos se rieron. Se los metió en el bolsillo con el carisma que había hecho que todo el país lo adorara con sólo verlo en sus televisiones, y Sabrae sonrió, complacida con que las cosas marcharan bien.
               -Está guay poneros cara por fin-dijo Gaspar, y Jordan y Max asintieron con la cabeza a modo de agradecimiento.
               -Falta uno, no obstante. Resulta que Niki triunfó esta noche, y está estrechando relaciones internacionales con uno de los que me he traído. Se llama Logan.
               -Ah, sí. Estamos al corriente-dijo Proteo, guiñándome un ojo.
               -¿De veras?
               -Sí, bueno. Ya sabes que Niki no es muy discreto, precisamente. Y aquí las paredes oyen.
               -Entiendo-sonreí.
               -Bueno, tíos. Está bien la charla y las presentaciones, pero creo que tenemos una reputación que defender-dijo Tommy, frotándose las manos. Los griegos pusieron los ojos en blanco.
               -¿Llamar “reputación” a ganar un mundial hace setenta años no es muy generoso?-se burló Dries, y yo chasqueé la lengua.
               -Uf, Dries. Hay dos cosas con las que no puedes vacilar a un inglés. Una es el fútbol. La otra, Ibiza.
               -Sí. Nos ponemos nerviosos si nos tocan Ibiza-dijo Max, pero Tommy seguía frotándose las manos.
               -Bueno, mi madre es española, así que yo también lo soy. De modo que yo tengo dos mundiales. ¿Cuántos tiene Grecia…? ¡Ah, cierto! ¡Ninguno!-y los ingleses se echaron a reír. Sabrae sonrió. Aunque vacilar a mis amigos griegos no era lo ideal, por lo menos el ambiente era distendido.
               -Cierto, cierto-asintió Dries-. Quizá es que también nos lo habéis robado, como la mitad de nuestros monumentos.
               Tommy torció el gesto.
               -Me encantaría poder jugármelos para hacer el partido más interesante, pero mi rey me lo impide.
               -Lástima. Parece la única forma de recuperarlos.
               -Bueno, ¿empezamos, entonces? Dibujemos el campo-sugirió Proteo, y Dries nos miró.
               -Imagino que juegas con ellos, Al-dijo en griego, y yo asentí.
               -Así está todo más equilibrado.
               -¿Y Sabrae?
               -Yo sólo miro-respondió mi chica en griego, arqueando las cejas. Dries la miró, impresionado, y yo asentí con la cabeza.
               -Le he enseñado poco, pero algo le he enseñado.
               -Puedo recitarte los nombres de las nueve musas, si quieres-se ofreció Sabrae, pero él negó con la cabeza.
               -Ni yo mismo me los sé, así que no sabría si me vacilas. ¿A cuántos goles?
               -Cuando metáis el primero, se acaba el partido-retó Tommy, y Dries se rió.
               -Calma, inglés. Si no quieres jugar más de dos minutos, sólo dilo.
               -Mejor vamos por tiempo. Noventa minutos son mucho, ¿un tiempo?-sugerí, pero Scott negó con la cabeza.
               -¿Con este sol? Mejor media horita.
               -La súper estrella ha hablado-sentencié, y Dries rió.
               -¿Os vais a quedar así, tan vestidos? ¿Necesitáis echaros cremita?-nos vaciló, y yo me puse tenso. No fue hasta entonces cuando caí en que no me había quitado la camiseta delante de ellos desde el verano pasado, cuando mi pecho todavía parecía esculpido por los dioses y no tenía ningún defecto. Ahora, parecía la primera pieza de alfarería que moldeaba un aprendiz.
               Pero mis amigos de Inglaterra, listos como ellos solos y perfectamente conscientes de lo mal que lo había pasado aceptando mi cuerpo, respondieron a través de Max:
               -No me apetece que mi novia tenga que tener cuidado tocándome, así que me quedo con la camiseta. Además, así nos distinguimos mejor.
               -Vosotros mismos-Dries levantó las manos en gesto de rendición, sacudiendo la cabeza, y se fue hacia su lado del campo. Miré a Max en un agradecimiento silencioso, y éste me sonrió y me guiñó el ojo. Sabrae esperaba sentada en la arena, y juró ser imparcial como árbitra. Nos lanzó la pelota desde el borde del campo y nos miró con genuino interés mientras trotábamos de un lado para otro.
               El partido fue bien. Todo lo bien que puede ir un partido entre dos grupos de naciones enfrentadas cuyo elemento común es la amistad con sólo una persona. Lo confieso: jugamos sucio, todos nosotros.
               Aunque más lo hicieron ellos. Ya que, no es por fardar, pero a un inglés no hay quien le gane al fútbol.
               Salvo si eres francés, claro.
               O italiano.
               O argentino.
               O brasileño.
               O alemán.
               O…
               Bueno, ya me entiendes.
               El caso es que un griego no tiene mucho que hacer contra un inglés por mucho que le guste ese deporte, y aunque el partido era supuestamente un amistoso, en realidad se jugaba bastante más que la mera diversión: se jugaba el prestigio del país, el derecho que tenía cada equipo a reclamar mi tiempo… y también el ego de cada uno.
               Íbamos ganando por dos goles a falta de cinco minutos para que terminara el partido, según una diligentísima Sabrae que no nos había apartado los ojos de encima en el tiempo que llevábamos corriendo de un lado a otro, cuando la cosa se nos fue de las manos.
               Igual que poner dos líquidos explosivos en una misma jarra era sinónimo de problemas, juntar a un puñado de chavales en una playa con pocos escrúpulos y más ganas de ganar que de jugar limpio terminó explotándonos en la cara.
               Yo corría delante de Naxos, que venía dispuesto a robarme el balón y quitarme el que sería el único gol que metería ese día, cuando Proteo se interpuso en mi camino y me hizo un placaje con el que los dos nos caímos al suelo.
               Escuché un crujido dentro de mí. Un crujido muy, muy feo, y dejé escapar un gemido de puro dolor contra el que no pude luchar.
               Y, en un segundo, Max, Jordan, Scott, Tommy y también Sabrae estaban a mi lado.
               -¡Tío! ¿De qué cojones vas?-protestó Scott, empujando a Proteo cuando éste se levantó. Sabrae cayó de rodillas a mi lado: había sido la más rápida en llegar a pesar de que era la que estaba más lejos, y para colmo tenía que levantarse. Me miró con los ojos nublados de preocupación, las manos extendidas hacia mí, temiendo tocarme y hacerme daño y temiendo más aún no hacerlo y no saber qué me pasaba, dónde me habían herido.
               -Vamos, tío. El fútbol es un deporte de contacto-respondió Proteo, inclinándose para tenderme la mano-. Venga, arriba, Alec. No le eches cuento.
               -¿Qué te duele, Al? ¿Dónde te duele?-preguntó Sabrae, angustiada, los ojos chispeantes, a punto de echarse a llorar. Estaba temblando como una hoja, y me gustaría decirle que estaba bien, que no era nada, que no se preocupara, pero lo cierto es que no era así.
               Estaba bastante seguro de que me había roto una costilla. Proteo me había dado una hostia curiosa, aunque también es cierto que todavía tenía los huesos muy delicados.
               -Estoy bien-jadeé.
               -¡No me mientas! ¿Dónde te duele? ¿Quieres que vayamos al hospital?
               -Sólo necesito…-dije, tratando de enfocar la vista. Me relamí los labios.
               -Traedle agua-ordenó Tommy, y Jordan salió disparado en dirección a las chicas.
               -Joder, ¿a qué tanto cuento? ¡Si sólo hemos chocado! Nos hemos dado hostias más gordas y no ha pasado…-protestó Proteo, pero no pudo terminar la frase. Sabrae se había incorporado con habilidad felina y había corrido a cruzarle la cara de un bofetón.
               -¡Tú, puto subnormal! ¿A qué te crees que estás jugando, a puto kárate?-gritó.
               -¡JODER! ¡QUITÁDMELA DE ENCIMA!
               -Sabrae-jadeé, y ella volvió conmigo en un abrir y cerrar de ojos-. Para. En serio. Estoy…-me puse lívido al incorporarme, pero traté de que no se me notara-. Estoy bien.
               -Vamos a llevarte al hospital.
               -No tengo nada, joder. Ha sido sólo el susto. Necesito descansar, eso es todo.
               -Déjame mirarte las costillas, Al-dijo Jordan, que ya había vuelto con nosotros. Ahora también estaban las chicas a nuestro lado, y pronto también aparecieron Niki y Logan. Preguntaron qué había pasado y Proteo les explicó que habíamos chocado y yo me había caído al suelo y le estaba echando cuento. Niki frunció el ceño, mirándome. Eso no parecía propio de mí.
               Entonces, Jordan me quitó la camiseta y todos, absolutamente todos mis amigos de Grecia, dieron un paso atrás al ver mis cicatrices. Se miraron entre ellos y luego volvieron la vista a mi pecho. A mis abdominales menos definidos. A los cortes de un feo tono morado.
               Jordan se puso de rodillas frente a mí, pasándome los dedos despacio sobre las costillas, como tantas y tantas veces había hecho Sergei con nosotros.
               -Joder, Alec. ¿Qué cojones te ha pasado?-preguntó Gaspar.
               -Tío. ¿Te peleaste con un tigre y perdiste?-quiso saber Dries, tratando de quitarle hierro al asunto-. Manda huevos. Así que por eso nos os habéis quitado la camiseta para jugar, ¿eh? Seguro que tienes un traumita con lo vanidoso que eres.
               Me daba igual. Me daba igual. Me daba igual. Me daba…
               -¿Por eso has venido cuando no estaba Perséfone? ¿Para que ella no te viera así?
               -Ibas a seguir molándole aunque ya no estés bueno, tío. Tampoco hacía falta tanto paripé-soltó Gaspar.
               Y, entonces, todos se echaron a reír.
               Los ingleses se giraron de a una, clavando los ojos en ellos como si estuvieran a punto de saltarles encima.
               -¿Qué están diciendo?-preguntó Tommy.
               -Nada.
               Intenté centrarme en los dedos de Jordan, en no escuchar a los gilipollas de mis amigos de Grecia. Intenté que no se me notara cuánto me dolía no poder taparme, porque eso era lo que había  hecho realmente toda mi vida: sufrir en silencio, sin que nadie lo notara.
               Agradecí que Mimi no abriera la boca, pero incluso si no fuera por el silencio de Mimi, que tenía los ojos fijos en Dries y los demás, Sabrae sabía que había algo que no iba bien. Que no se estaban riendo para quitarle hierro al asunto.
               Que se reían de mí.
               Llevaban años esperando que cometiera un error. Y por fin ahí estaba. Lo que ellos necesitaban para sentirse mejor consigo mismos porque ni siquiera yo era perfecto.
               -¿Qué te han dicho?
               -Nada, Sabrae.
               -Alec, te ha cambiado la cara. Nada, nada, no será.
               Mimi abrió la boca para explicarlo, pero yo fui más rápido.
               -No se lo traduzcas-le dije en ruso.
               Gran error. Porque puede que Sabrae no se manejara en griego, pero ya se las apañaba más o menos en ruso… y entendió lo que le había dicho a mi hermana. Se volvió hacia ella como un resorte mientras los gilipollas de Dries, Gaspar y los demás seguían con su cachondeíto sobre mi ego, y ahora me preguntaban si me habían cortado más partes de mí.
               -¿Qué cojones le están diciendo, Mimi?
               Mimi no podía quedarse callada más. Niki ni siquiera era capaz de mirar a sus compatriotas sin sentir arcadas de la rabia, así que le iba a tocar a mi hermana traducir todas las gilipolleces que me estaban diciendo y a las que, sinceramente, yo no estaba escuchando.
               Ya lo hacía Sabrae por mí.
               Se levantó y fue directa hacia ellos, más que dispuesta a matarlos. Tenía en su mirada ese fuego que sabía que arrasaría con todo si nadie la detenía, y ese alguien tenía que ser yo.
               -Para. No merece la pena.
               -Uuh, la inglesita quiere guerra. ¿Qué pasa, nena?-rió Dries, acercándose a nosotros-. ¿Quieres cambiar de griego, inglesita? ¿Quieres probar qué más sabemos hacer en esta isla?
               Ah, no. Ni de puta coña. Eso sí que no. No iban a decirle nada a Sabrae delante de mí.
               Así que me puse a Sabrae a la espalda y le dije a Dries en griego, de forma que así me aseguraba de que me entendiera:
               -Tócala y te mato, Dries. Te lo juro por Dios. Como le pongas un dedo encima…
               -¿Qué? ¿Deberías darme miedo estando como estás? Ni siquiera aguantas una entrada de fútbol.
               -Todavía puedo abrirte la puta cabeza y ver qué clase de serrín tienes dentro.
               -Mary Elizabeth-dijo Scott, poniéndose a mi lado y poniéndole la mano en el hombro a su hermana-, ven aquí y tradúcele a esta manada de hijos de la grandísima puta todo lo que voy a decir. Palabra por palabra-añadió, mirándola, y Mimi asintió.
               -No me extraña que Alec no os dijera nada nada del accidente, putos sacos de mierda. Está claro que sólo os arrimáis a él para haceros los importantes y para que se os pegue aunque sea un gramo de lo guay que es. No os merecéis ni tan siquiera hablar un idioma que él entienda para que os dedique aunque sea un mínimo pensamiento. Sois unos mierdas, todos vosotros-escupió, mirándolos a los ojos, y Mimi hizo énfasis en la palabra, convirtiéndola en veneno-, y no le llegaríais ni a la suela de los zapatos aunque os pusierais tacones de drag queen y os subierais unos a los hombros de los otros. Como me entere de que le decís algo distinto a Alec de lo genial que es y de la suerte que tenéis de estar con él y de que por algún glitch en su cabeza os llame amigos suyos, os perseguiré hasta el último rincón de este planeta y me aseguraré de que no queda nada de vosotros que vuestras familias puedan enterrar. Seguro que las malfolladas de vuestras novias están deseando que os hunda la puta cabeza en la orilla, os ponga el pie encima y no lo levante hasta que no cambien las mareas, pero creo que con aniquilaros también les bastará. ¿Me he explicado con claridad, puta panda de subnormales que ni siquiera tienen cojones para insultar a mi amigo en un idioma que yo entienda para que les pueda partir la cara?
               -¿Y tú quién cojones te crees que eres para venir a nuestra isla y decirnos qué hacer y qué no?-espetó Proteo, acercándose a Scott hasta quedar cara a cara con él. Tommy se puso inmediatamente al lado de Scott, al igual que Max, Logan… y Niki.
               -¿Que quién soy?-Scott rió-. Soy el puto Scott Malik, hijo de puta. No te conviene descubrir qué quiere decir eso. Aunque estaré encantado de enseñártelo, si me tocas lo suficiente los cojones.
               -Cerdos imbéciles-añadió Mimi.
               Mis ami… no. No eran mis amigos. Los chicos de Mykonos se miraron entre ellos, relamiéndose los labios, considerando meterse en una pelea. Gaspar puso los ojos en Niki, que le aguantó la mirada con orgullo.
               -Vámonos-ordenó-. No merece la pena. Son sólo ingleses reclamando lo que no les pertenece. Como siempre. Ya limpiaremos la playa de la mierda como ellos en otra ocasión.
               -Sí-contestó Niki-. Piraos.
               Scott estaba jadeando, y me di cuenta entonces de que no se había marcado ningún farol. Realmente estaba dispuesto a matar a esos cabrones. Sus ojos verdosos estaban fijos en los chicos de Mykonos marchándose, y sólo cuando estuvieron a una distancia prudencial por fin se animó a mirarme.
               -¿Estás bien, Al?
               En ese momento, me vino a la memoria una sesión con Claire en la que ella me había dicho que parte de lo que pensaba de mí mismo era un reflejo de cómo dejaba que me trataran los demás. Y me di cuenta de que, por mucho que me divirtiera con mis amigos en Grecia, no había comparación con lo que tenía con los de Inglaterra. En Grecia no había expectativas de mí porque nadie esperaba nada de mí. Había confundido libertad con indiferencia.
               En Inglaterra, todo el mundo esperaba que diera lo que tenía dentro: puro oro. Por eso no se habían conformado con el bronce, ya no digamos con el estaño que ofrecía en Grecia.
               En Mykonos me lo pasaba bien, sí. Pero nadie me habría defendido allí como acababa de hacerlo Scott.
               -Por favor-dije-. Que alguien le coma los huevos a Scott, que yo todavía estoy recuperando el aliento y no puedo prestarme a este servicio a la comunidad.
               Mis amigos, los únicos que tenía en la isla, se echaron a reír. Scott me abrazó, con cuidado de no apretar demasiado para no hacerme daño, y me dio un beso en el cuello.
               -No nos des estos putos sustos más veces, ¿me oyes, Whitelaw?
               -Sólo así tienes un poco de emoción en tu vida, Malik.
               S sonrió, revolviéndome el pelo. Ya no quedaba nada de esa fiera que le había poseído hacía unos instantes, y sin embargo, él nunca dejaría de ser esa persona. No podía dejar de comportarse en las injusticias como lo que era: el primogénito de Sherezade Malik. Y tenía su sangre en las venas. Y lo mejor de todo era que estaba dispuesto a utilizarla.
               Miré a Sabrae, que me rodeó la cintura con los brazos y hundió la cara en mi costado, echándose a llorar. La tenía preocupadísima, y se sentía culpable por la pelea, cuando era completamente inocente.
               De hecho, tenía mucho que agradecerle y nada por lo que culparla. Ahora entendía incluso mejor por qué quería que mis amigos vinieran. El viaje no habría sido justo sin ellos: ella era mi mundo, pero Scott y los demás habían estado antes. Les estaba cediendo esa corona que había colocado en su cabeza.
               Si Sabrae era mi vida, Scott era mi Big Bang.
               Y Scott también se merecía su ocasión de brillar. ¿Quién decía que dos reyes no podían gobernar una misma ciudad?

 
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2 comentarios:

  1. El capítulo ha empezado como me gusta a mí, con una buena ración de testosterona entre mis dos personas favoritas aka Scott y Alec, a la que se le ha sumado el nuevo chico blanco del mes, Niki. Todo maravilloso.
    Alec borracho me da literalmente años de vida y no puedo shippear más a Niki y Logan es que shshshshfhhds.
    Lo de Diana y Tommy me ha hecho mil gracia y lo de las sábanas mira de verdad es que esas mierdas solo las hace el puto Alec no puedo más.
    Ahora bien el último momento del capítulo me ha puesto jodidamente blanda. Los “amigos” de Alec de Grecia son jodidamente subnormales, o sea, es que sólo merece derechos el puto Niki y Persefone, ya me puto joderia.
    Soy una desconfiada y ya no me había avecinado nada bueno pero ya con el momento cicatrices es que mira me ha despertado sentimientos asesinos y yo soy Sabrae y es que partirle la cara a ese mandril se queda en nada con las prácticas medievales de tortura que le aplicaría.
    Me ha puesto de una mala hostia terrible pero es que el final mira uffff, no hay nada como un buen “Soy el puto Scott Malik” para que yo me ponga a chillar como una gata en celo y se me pongan hasta los pelos del ombligo de punta. Tengo un problema real que tratar, si lo sé. De verdad que en cuanto ha dicho eso y se ha puesto a defender a Alec me he puesto mazo sensible y ya con la frase final mira es que te odio Erika eres una zorra del infierno lo haces a posta tía, encima justo teniendo la conver sobre eso el otro día.
    El día que yo superé algo de esto será un gran día, pero no lo veo factible a corto plazo.

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  2. PERO BUENO MENUDO CAPITULAZO ESTOY CHILLANDO ME HA ENCANTADO Y POR SUPUESTO HAY MUCHAS COSAS QUE QUIERO COMENTAR
    - Ha sido un capítulo tan scalec que quiero llorar.
    - El yo nunca una autentica FANTASÍA. Estaba deseando leerlo y ha superado mis expectativas osea es que me encanta cuando Alec y Scott se ponen chulos es que es genial son los mejores.
    - Luego el momento de después de Sabrae y Alec me ha gustado muchoo. “Quería todo de él. Su pasado, su presente y su futuro.”
    - Niki y Logan Logan y Niki monísimos me encantan.
    - Con Alec borracho me descojono ósea que risa lo de las sábanas, las coñas a Niki y a logan… buenísimo JAJAAJJAJAJAJ
    - Tengo muchas ganas de la pedida ósea siento que llevamos esperando una eternidad.
    - “Sabrae bien podría ocasionar la aniquilación de la raza humana. O, al menos, la mía propia.” Es que por favor
    - Max diciendo que no se quitan la camiseta por Alec me ha puesto super soft. Los nueve de siempre son los mejores.
    - Los nueve de siempre estando más que dispuestos a darse de hostias por defender a Alec de los gilipollas de Grecia ha sido genial. Y bueno Niki poniéndose de parte de Alec también, no esperaba menos de él.
    - Me ha gustado el “había confundido libertad con indiferencia”.
    - BUENO Y LO MEJOR DEL CAPÍTULO: SCOTT DEFENDIENDO A ALEC. NO HAY SUFICIENTES MAYUSCULAS PARA LO QUE HE CHILLADO. Es algo que no sabía que necesitaba ósea es que que pedazo de discurso que se ha marcado de verdad. Y el momento “¿Qué quién soy yo? – Scott rió –. Soy el puto Scott Malik, hijo de puta. No te conviene descubrir qué quiere decir eso. Aunque estaré encantado de enseñártelo, si me tocas suficiente los cojones.” ES QUE POR FAVORRRRRR. Y luego con el momento de coñas de después y con Alec pensando en lo que se parece a Sher he muerto de verdad.
    - Este capítulo me ha recordado lo que me va a destrozar la despedida de Alec y sus amigos, siempre estoy pensando en Sabrae y él, pero es que la llorera que se me viene en encima con sus amigos no va a ser normal. Encima no paro de pensar en la despedida con Scommy cuando se fueron al concurso y quiero llorar.
    - “Si Sabrae era mi vida, Scott era mi Big Bang. Y Scott también se merecía su ocasión de brillar. ¿Quién decía que dos reyes no podían gobernar una misma ciudad?” Cómo es posible que siempre termines los capítulos de forma tan épica?????

    Estoy deseando seguir leyendo como siempre <3
    Pd. capítulo que me apunto para releer sin ninguna duda

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