lunes, 14 de febrero de 2022

El capitán del Titanic.


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No me había fijado en que en la sala común de los psicólogos del hospital había pequeños rincones que parecían reservados a cada uno de ellos, como si aquel gran salón no fuera otra cosa que la suma de las partes de las demás consultas, comulgando todos con todos para hacer de ese rincón del hospital un hogar. Uno de los pocos hogares que había para los profesionales que trabajaban en él, y cuya estancia a lo largo del tiempo estaba mucho más definida que las personas por las que se había levantado aquel edificio.
               Sentado en el diván de terciopelo rojo con Claire frente a mí, rompiendo el contacto visual conmigo tan sólo para hacer pequeñas anotaciones en ese cuaderno que tenía reservado para nuestras sesiones, me había descubierto a mí mismo rehuyendo su mirada clara cuando volvía a fijar los ojos en mí. No porque me incomodara sentir que me prestaba atención, sino porque… se sentía raro todo aquello. No haber ido a su consulta, más pequeña pero más personal, después de volver del viaje; no haberme despatarrado en una de las sillas de plástico, sino haber pasado a ese rincón que se parecía más a las consultas de los psicólogos que salían en las películas. Me había asegurado que no tenía de qué preocuparme y que podía hablar con libertad: varios de sus compañeros estaban de vacaciones, y los demás que compartían el turno con ella estaban haciendo ronda por las habitaciones de aquellos pacientes que no podían bajar hasta el piso donde se encontraba el Área de Salud Mental, así que tendríamos toda la intimidad de que habríamos disfrutado en su consulta. Simplemente quería disfrutar del solecito, me dijo.
               Me tenía envidia por lo moreno que había vuelto de Grecia, y había bromeado incluso con que sería bueno que sus pacientes le dieran envidia, para variar. Y yo me había puesto a parlotear como un loro sobre todo lo que habíamos visto, lo que habíamos hecho, y lo que habíamos vivido, sin detenerme en las cosas que se supone que le tienes que contar a tu psicóloga.
               Supongo que le había perdido la práctica a desnudarme mentalmente frente a otra persona y hurgarme en las heridas para conseguir que me sanaran, y me había descubierto a mí mismo paseando la vista por la habitación mientras mi lengua cobraba vida propia y seguía por un camino por el que tanto Claire como yo sabíamos que no llegaríamos a ningún sitio.
               Claro que no me di cuenta de eso hasta que no me fijé en la foto de Claire y su mujer en un jardín botánico, capturadas en el tiempo en medio de una carcajada que hacía que sus cuerpos se contorsionaran de manera extraña, sus rostros contraídos en una risa silenciosa y eterna. Sabrae y yo teníamos muchas fotos así, pero no pensé en ninguna en la que nos estuviéramos riendo, sino en una de las primeras que le había hecho cuando llegamos a Grecia.
               Claire y Fiorella estaban delante de un seto de buganvillas, igual que el arco que rodeaba a Sabrae mientras estiraba la mano para dejar que una mariposa monarca se posara en su dedo en lo que yo ahora tenía como fondo de pantalla en el teléfono.
               Y, como no podía ser de otra manera, me había puesto a pensar en todo lo que habíamos pasado en Grecia, bueno y malo, mientras seguía soltando chorradas acerca de la temperatura del Mediterráneo o los anglicismos que el griego había asumido y de los que yo no me había dado cuenta hasta que no me llevé a mis amigos a Mykonos y ellos pudieron adivinar más o menos de qué hablaba gracias a aquellos.
               Me pregunté dónde estarían Claire y Fiorella cuando les hicieron esa foto, si sería en una luna de miel como la que habíamos tenido Sabrae y yo, o la oficial. Me pregunté cuánto tiempo habrían pasado separadas la una de la otra desde que se habían conocido, si habían tenido dificultades como las que habíamos pasado Sabrae y yo. Fiorella parecía testaruda y con el egoísmo suficiente como para poner esos planes de futuro que había hecho estando soltera por delante de unos meses prometedores al lado de Claire, y Claire parecía lo bastante buena como para aguantar estoicamente el tiempo que Fiorella decidiera irse por ahí a ser gilipollas perdida al otro lado del mundo sin echarle en cara todas esas gilipolleces.
               Seguro que habían tenido momentos tan dulces como Sabrae y yo. Lo que no me cuadraría tanto sería que una mujer fuera tan imbécil como para dejar que su orgullo la apartara de lo que más quería, como sí nos pasaba a los hombres. O puede que llevaran mejor sus compromisos porque sabían lo importantes que eran, lo mucho que se tenían en cuenta por quienes los rodeaban. No eran tan volubles, tan veletas, como lo era yo.
               Joder. Era increíble. Lo que se suponía que era un viaje de despedida había terminado convirtiéndose en el asentamiento de mis dudas, la profecía autocumplida de que no sería capaz de marcharme cuanto más me uniera a Sabrae. Y cuanto más pensaba en ello, más razones veía para quedarme y menos para marcharme, como si lo que antes habían sido defectos ahora se convirtieran en virtudes. ¿Realmente era ser egoísta quedarme? ¿No lo sería irme, sospechando lo mal que lo pasaríamos ambos? ¿Lo mal que lo pasaría Sabrae? Yo estaba más que dispuesto a cargar con mis culpas, pero ella no había hecho nada. Era completamente inocente en esto, no había pedido enamorarse de mí, y sólo se había resistido a sus sentimientos cuando creía que iba a perderme, como si sospechara lo que se me venía. ¿No le había prometido que no le haría daño cuando apenas estábamos empezando? Porque no se me ocurría nada peor para hacerle daño que obligarla a pasar nuestro aniversario separados.
               Era un completo gilipollas, eso estaba claro. Si creía que sería capaz de irme era porque mis delirios de grandeza eran incluso mayores de los que en un principio podría exhibir. Me había costado un triunfo compartirla con mis amigos, ¿de verdad iba a ser capaz de compartirla con un continente entero? Joder, si tan siquiera había sido capaz de dormir sin ella. Había pasado una noche de mierda, dando vueltas en esa jodida cama tan gigantesca que me habían comprado mis padres, en la que antes me bastaba con acostarme con mi inmenso ego. Mi habitación me parecía enorme, vacía e impersonal ahora que su aroma no era más que un fantasma en mi memoria, ahora que no había un cuerpo cálido y curvilíneo a mi lado bajo las sábanas, sólo un móvil descansando en mi mesita de noche.
               Pensar en lo que se me venía encima igual que un maremoto y para lo que no encontraba ninguna solución mínimamente satisfactoria era más que suficiente para que esa presión en el pecho que llevaba tiempo sin sentir, pero que durante una época de mi vida me había sido tan familiar a pesar incluso de no haber sido capaz de ponerle nombre, regresara con más fuerza que nunca, como un amigo que te echa de menos y que te abraza más fuerte de lo que debería cuando os reencontráis en el aeropuerto. El día 31.
               Ni siquiera había sido capaz de saborear el último 31 que había pasado con ella. Mayo había llegado y se había ido sin más, con sólo nosotros dos disfrutando de nuestra compañía, luchando contra el tiempo y todo el mundo que parecía derramarse sobre nosotros como tinas de aceite hirviendo. Me había pasado junio entre sus piernas, y ahora… ahora me encontraba con que había agotado mis reservas de agua haciendo una fiesta en medio del desierto, sin pensar en que mis acciones tendrían consecuencias y lo dura que sería la travesía cuando tuviera que luchar no sólo con la sed, sino también contra la resaca.
               Fiorella se reía al lado de Claire en la foto, sujetándola con una fuerza que me hizo ver que, efectivamente, ella no la dejaría marchar. Ella no dejaría que un continente se interpusiera entre ellas. Ella no haría que su orgullo pesara más que lo que sentía por Claire. Pero lo mío había dejado de ser una cuestión de orgullo para pasar a convertirse en vergüenza.
               La verdad, no se me ocurría cómo coño iba a hacer para mirar a Sabrae a la cara y decirle que me quedaba después de todas las molestias que se había tomado conmigo. Había luchado más que nadie, incluso más que yo, para conseguir que me graduara a tiempo, en parte por la espada de Damocles que era mi voluntariado pendiendo sobre nuestras cabezas. Había ayudado a mis padres a organizar el viaje y se había alejado de mí para que pudiera tomar libremente la decisión de invitarla o no, como si realmente hubiera una decisión que tomar. Había luchado por mantener a raya sus sentimientos cuando sabía que me marcharía, y luego se había entregado sin miedo a mí, aprovechando el poquísimo tiempo que teníamos. ¿Y si acababa quemada de mí?
               No parecía quemada esta mañana, cuando, a pesar de las promesas que me había hecho a mí mismo la tarde anterior, cuando me dije que la dejaría tener una noche de chicas tranquila y que no la molestaría mientras se ponía al día con sus amigas, le envié un mensaje más al reglamentario con el vídeo de la salida del sol: necesitaba verla. ¿Me dejaba verla? Las demás no tenían por qué enterarse; llamaría a la puerta con los nudillos, nada de tocar el timbre. No haríamos ruido; sólo nos besaríamos un poco en el patio trasero de la casa de Taïssa. Yo no intentaría nada; sabía que aún estaba en sus días y que algo que le prometía hacer en cinco minutos acababa siendo media hora, media hora que le robaba de estar con sus amigas. Francamente, me daba lo mismo arrebatarles horas y horas, días y semanas a las amigas de Sabrae, pero quitárselas a Sabrae de estar con sus chicas era algo por lo que yo no pensaba pasar.
               Vale, no había sido sólo un mensaje, sino siete. Tan sólo quería lanzar tantas veces a canasta como pudiera, y parece que la suerte me sonrió, ya que se conectó al poco rato y me envió un videomensaje asintiendo con la cabeza.
               Me había vestido a toda prisa y había salido disparado de casa, sabiendo que dejaba atrás la poquísima dignidad que aún me quedaba como hombre emparejado por la forma en que eché a correr hacia donde sabía que estaba mi novia. Ni siendo bombero y dirigiéndome a un fuego me habría apresurado tanto, y lo haría una y mil veces aunque fuera sólo por ver lo que me tocó ver en aquella ocasión: Saab abriendo la puerta trasera de la casa de Taïssa y prácticamente saltando los escalones que daban al jardín donde yo la esperaba, confiando en que la cogería al vuelo como efectivamente hice. Tenía pinta de haber dormido poco también, el pelo revuelto de dar vueltas en la cama, y la camiseta de boxeo que me había cogido la mañana anterior, cuando nos habíamos despertado y me había pedido que se la prestara para tener algo mío con ella en la fiesta de pijamas hacía que estuviera incluso más guapa que con cualquier otra prenda de lencería.
               Sabía que se había comprado un conjunto de satén de color melocotón, y me moría por vérselo puesto y quitárselo a mordiscos… hasta que la vi con la camiseta de AC/DC, los tirantes atados para que se le subiera un poco y no dejar al descubierto sus senos, como no le importaba que le sucediera cuando dormíamos juntos… si es que yo le dejaba vestir algo más que las bragas, claro.
               No habíamos perdido el tiempo; en cuanto nuestras pieles entraron en contacto, la urgencia de estar separados aunque hubieran sido doce horas se apoderó de nosotros, y la pegué contra la pared mientras ella me pasaba las manos por el pelo, atrayéndome más hacia su boca. Nos besamos y nos besamos y nos besamos hasta quedarnos prácticamente sin aliento, y cuando por fin nos separamos, borrachos el uno del otro y satisfecho nuestro mono, comprobé que tenía la boca ligeramente sonrojada por el efecto de mi barba incipiente contra su piel. Sabrae jadeó, mirándome con fiereza a los ojos, bajando de vez en cuando de vuelta a mis labios y… joder. Se me había puesto tan dura que incluso me dolía.
               Si no estuviera en sus días, seguramente lo habríamos hecho.
               Y, si no fuera porque Kendra nos tiró un calcetín desde el piso de arriba, nos habría terminado dando igual.
               -¿Os grabo una porno a vista de pájaro?-preguntó, apoyada en el alféizar de la ventana. Pronto Amoke se asomó a su lado, y al cabo la cara de Taïssa flotaba sobre ellas.
               -Volved a la cama-siseó Sabrae, poniéndose deliciosamente territorial conmigo. Como si sus amigas tuvieran alguna oportunidad.
               -¿Y perdernos esta clase magistral de magreo que nos estáis dando? No, gracias-rió Kendra.
               -¿No os da vergüenza? ¡Vais a traumatizar a mis hortensias!-bufó Taïssa, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -¿Entiendes ahora por qué me caían mal?-pregunté, mordisqueándole el cuello. Sabrae dejó escapar un suave gemido que sonó como música para mis oídos, y se mordió el labio.
               -¿Quieres pasar?-ofreció.
               -¿Quieres que pase?-repliqué, sonriendo. Se estremeció entre mis brazos y sus piernas se cerraron en torno a mí, como diciendo “más”.
               -¿No escuchas cómo le da palmas el coño, Alec?-soltó Kendra, y Sabrae la miró de una forma que me habría hecho retroceder incluso a mí.
               -Desayuna con nosotras-ofreció Taïssa, sonriendo. Su invitación parecía sincera, pero yo ya sabía que me iba a arrepentir por haberlas interrumpido. Empezaría a comerme la cabeza acerca del poco espacio que le dejaba a mi novia, y me diría que no ayudaba el hecho de que fuera incapaz de respetar los límites que ella trataba de imponer, pero… Saab era adictiva. Conformarme con dejar que se fuera era como comerme un solo pastelito de todo un banquete nupcial en el que me aquejaba el hambre.
               Saab se relamió los labios, sus dientes capturando un poco de piel en el proceso.
               -No responderé de mis actos si me pides que me quede. De hecho…-bajé la vista a sus pechos, tanto por mi disfrute como por confirmar mi teoría. Tenía los pezones erectos, tal y como los había sentido contra mi pecho mientras nos morreábamos. Quería aquello tanto como lo quería yo. Puede que incluso más. Al fin y al cabo, seguro que ella había tenido que rememorar lo que habíamos hecho en Italia y Grecia con sus amigas, así que todavía le arderían aquellas brasas que me consumían a mí cuando le contaba a Jordan las cosas que le hacía, o que ella me hacía a mí-. Puede que lo más prudente sea que me vaya.
               -¿Por qué?
               -Porque no vamos a poder parar. Así que lo mejor es que ni empecemos. Y la única forma de no empezar es alejándonos otra vez. No puedo resistirme a ti, nena. Y menos así. Estás demasiado…-seguí la línea de su mandíbula con la nariz-, húmeda-le susurré al oído, pasándole la punta de la lengua por el lóbulo de la oreja. Se estremeció de pies a cabeza, apretándome aún más contra el centro de su ser.
               -Me pregunto qué podrías hacer al respecto…-había coqueteado con descaro, y yo me había echado a reír con un aullido.
               Fantasear con que nos daba igual que sus amigas miraran mientras le quitaba la ropa y la hacía mía contra la pared de aquella casa había sido el único consuelo que había encontrado en mi cama inmensa, mientras me masturbaba con los gemidos de ella en bucle en mi cabeza.
               No podía seguir comportándome así, con esa desesperación, si no me marchaba. Que no tuviera ningún autocontrol podía excusarse en que teníamos los días contados, pero… ser invasivo no era nada guay cuando tu novio tenía todo el tiempo del mundo para estar contigo. La constante necesidad se convertiría en posesividad, y…
               … y yo no podía permitirme que le intentaran comer la cabeza otra vez a mi chica. A mí me daba igual lo que todo el mundo pensara de mí siempre y cuando pudiera quedarme con Sabrae, pero si era ella la que terminaba rechazándome…
               -Alec-me dijo Claire, descruzando las piernas y volviéndolas a cruzar. Di un brinco en el diván y me la quedé mirando. Se me había olvidado dónde estaba. Había viajado en el tiempo hasta unas horas atrás, y ahora… ahora tenía que enfrentarme a la realidad. Una realidad con la que no estaba preparado para lidiar aún.
               Me daba miedo hacerlo solo. No sólo por lo que suponía confesarle mis miedos a Claire, sino porque admitir lo que me pasaba era hacerlo aún más real. Hablar de momentos en los que Saab y yo no estaríamos juntos cuando ella no estaba en la habitación conmigo para tranquilizarme parecía invocar esos momentos, como si no pudiera esperar a que llegaran, cuando nada más lejos de la realidad.
               -Ya estás otra vez pensando en silencio-sonrió con calidez, como una madre a la que un hijo le confiesa que le gusta una chica a la que ha llevado tantas veces a casa que incluso ya tiene una copia de las llaves preparada para ella. La comprensión que había en su mirada hizo que se me encogiera el corazón, y no necesariamente por el miedo que me daba mi futuro, sino porque sabía que estaba en uno de los pocos lugares del mundo en el que siempre había estado a salvo.
               Otro de esos lugares eran los brazos de Sabrae. Incluso cuando había hecho de mi misión principal el protegerla, ella siempre había sido ese puerto seguro al que yo podía regresar si las cosas se torcían demasiado.
               -Necesito que lo verbalices.
               Me obligué a mí mismo a aguantarme una carcajada cínica. ¿Verbalizarlo? Admitir siquiera frente a mí mismo lo que me pasaba ya me acojonaba lo suficiente como para intentar agarrarme a todo lo que estuviera a mi alcance, como para que ahora encima Claire me pidiera que hiciera un esfuerzo mayor para torturarme: aparentemente, no bastaba sólo con escuchar a mis demonios, sino que debía darles voz, entregarles una daga en llamas y regalarles todos mis sentidos, todo mi ser.
               -¿No eres una psicóloga genial? Pues léeme la mente-la reté, juguetón. Siempre había usado el humor y el vacilar a los demás como mi escudo personal, y las malas costumbres son difíciles de erradicar.
               Sin embargo, Claire ya estaba acostumbrada a lidiar con esa parte de mí que no quería que la pillaran desprevenida, así que sólo esbozó una sonrisa cortés y parpadeó despacio.
               -Soy psicóloga, no mentalista. Mis capacidades todavía no alcanzan a lo que mis pacientes no dicen-entrelazó las manos y se inclinó ligeramente hacia mí, como animándome. Parecía estar empujándome hacia la línea de llegada. Me relamí los labios, intentando no concentrarme en cualquiera de sus facciones y empezar a cavilar sobre lo distinta que era de Sabrae, y a la vez lo parecida que era por las mismas funciones que tenían sus detalles: sus labios servían para besar, sus ojos para admirar, su nariz para dar suaves caricias… solo que no a mí. A alguien más inteligente que yo. Alguien que no la dejaría sola, a miles de kilómetros de distancia, y la entregaría en bandeja de plata a sus dudas, sus miedos, esas preocupaciones inherentes a ella, y no estaría ahí para acurrucarse por las noches.
               Me di cuenta entonces de que Sabrae y yo pasaríamos nuestras segundas navidades separados. Las primeras, si bien no oficiales, habían sido el punto de inflexión en nuestra relación, y también habíamos estado lejos el uno del otro.  Y ahora…
               -Estaba pensando en lo chula que es la bolita de nieve del Partenón-me chuleé, reclinándome en el asiento y sonriendo mientras inclinaba la cabeza a un lado, haciendo un gesto hacia el pequeño detalle que le había traído de Grecia. Lo había cogido con tanto agradecimiento y sus ojos habían chisporroteado de una manera que yo, por un instante, pensé que nos comportábamos más como amigos que como una terapeuta y su paciente-. Debería haberme pillado una para mí.
               Me repantingué en el asiento, estirando las piernas, y me metí las manos en los bolsillos, fingiendo que no tenía los ojos fijos de nuevo en la foto de Claire y Fiorella, sino en la pequeña bolita de nieve que había colocado al lado de aquella foto que perfectamente también podía ser hija del Mediterráneo. La idea de llevarle un detalle a Claire había sido mía, pero la que me había convencido de que sería un buen gesto había sido, por supuesto, Saab. Cuando me había pillado en la tienda de recuerdos, jugueteando con ella mientras sostenía en la otra mano un peluche de Gulliver, la gaviota del Animal Crossing, que iba a cogerle a Josh en la otra, se había colgado de mi brazo y me había dado un beso en el bíceps.
               Cómo iba a hacer para sobrevivir sin aquellas muestras espontáneas de afecto, no lo sabía. Pero prefería pensar en cómo pasaría yo sin ellas a cómo lo haría ella.
               -¿Pensando en empezar una pequeña colección de bolas de nieve?-preguntó, arqueando las cejas de una forma que haría que la Basílica de San Pedro se cayera por la vergüenza que le produciría no ser tan perfecta.
               -No, estaba… es una tontería-había dicho, dejándola en la estantería de nuevo, y Sabrae la había mirado con curiosidad-. Se me ocurrió que podría cogerle algo a Claire. Ya sabes, por todo lo que ha hecho por mí. Aunque puede que con las vacaciones que le he dado de mi perorata tan cansina sea suficiente, ¿no? ¿Estoy haciendo el ridículo?
               -A mí me parece un gesto precioso, Al-respondió, abrazándose a mi brazo y bajando los dedos por la línea de mi antebrazo, hasta que los entrelazó con los míos-. Y la prueba de que todo lo que piensas de ti mismo no es verdad. ¿Cuánta gente le ha regalado cosas a su psicólogo?
               -Razón de más para que me controle, ¿no crees?
               -Es muy tú pensar algo así-respondió, encogiéndose de hombros-. Seguro que le hará ilusión.
               La había vuelto a coger, convencido de que tenía razón y que, a la vez, Claire pensaría que era ridículo por llevarle un regalo. Estaba equivocado, y Sabrae, como siempre, en lo cierto.
                -No es cierto-me desafió Claire, apoyando la barbilla en el puño cerrado. Levanté las cejas.
               -¿No te parece bonita?
               Levantó una ceja con escepticismo, como si supiera que estaba intentando pillarla en una renuncia y no estuviera dispuesta a dejarme ceder en eso.
               -Sé que no pensabas en eso.
               -¿Y cómo lo sabes? ¿No decías que no eres mentalista?-sacudí la cabeza, subiéndome un pie a la rodilla y agarrándome el tobillo. Los ojos de Claire saltaron hacia mis piernas ahora entrelazadas, y yo recordé demasiado tarde que aquel era uno de los gestos que hacía la gente cuando se sentía incómoda pero no quería que se le notara. Pensé en bajar el pie de nuevo y forzar una pose más relajada, pero sabía que me duraría poco y que no sería capaz de engañarla. A Claire, no.
               Además, cambiar a menudo de postura era señal de inquietud, entre otras cosas. Igual que mirar la puerta denotaba ansias por escapar de algún lugar. Supongo que por eso todas las sillas en las que me había sentado con mis sesiones con Claire, a excepción de las que habíamos hecho en mi habitación cuando aún estaba ingresado, estaban de espaldas hacia la pared; para que fuera todavía más evidente que quería irme. Sospechaba, no obstante, que incluso si me sentara delante de la puerta, Claire sería capaz de adivinar cuántas veces la miraba porque me sentía incómodo y prefería irme a cuándo lo hacía por pura casualidad.
               -Soy psicóloga-respondió, recostándose en su sillón y cruzando de nuevo las piernas. Un gesto de confianza y seguridad en sí misma que había hecho ver a Sabrae un millón de veces antes-. Y te conozco-inclinó la cabeza hacia un lado, y me habría guiñado un ojo de no estar en una sesión de terapia, sino tomando una cerveza-. Me haces más fácil el trabajo, como si yo no fuera buena en ello o lo necesitara.
               Me pasé una mano por el pelo y me revolví en el sofá, apoyando ambos pies de nuevo en el suelo. Sí, definitivamente transmitía la suficiente inquietud como para que Claire no apartara los ojos de mí, y era tan claro con mis emociones que, francamente, dudaba que hiciera falta una carrera de Piscología para saber que me pasaba algo. Seguro que hasta alguien que no me conociera sería capaz de adivinar lo que me pasaba por la mente.
               Sabía que pecaba de intenso a veces, y que me comía demasiado la cabeza por cosas que a los demás ni siquiera se les ocurrían, ya no digamos que dejaran que les preocupara. Pero era dentro de mi cabeza donde yo vivía, no en la de los demás. Conocía mis fallos y mis virtudes, y sabía que debía sacar mis trapos sucios a airear para poder estar tranquilo.
               Claire no iba a juzgarme. De hecho, cobraba por no juzgarme. No a mí, claro, pero… ya me entiendes.
               -¿Me prometes tu opinión sincera?
               -Claro. Siempre-respondió, levantando la mandíbula de manera que su coleta dorada le acarició la espalda.
               -Vale. Gracias. Claire-me aclaré la garganta-. Desde tu experta y sincera opinión profesional… soy gilipollas por pensar en marcharme de voluntariado y dejar a Sabrae aquí, ¿a que sí?
               Claire parpadeó despacio. Sus ojos la traicionaron y se dirigieron hacia el bloc de notas, que había dejado a un lado hacía tiempo, como si supiera que no necesitaba que me analizara, sino que me escuchara con la superficialidad bastante como para poder pensar mientras tanto en argumentos con los que rebatir los míos. Se relamió los labios, y me preguntó, con su voz de psicoterapeuta:
               -¿Por qué piensas eso?
               Vacilé. ¿Que por qué pensaba eso? ¿Acaso no era obvio? A mí me parecía evidente lo malo de que fuera a marcharme. Me parecía evidente que había algo que no encajaba, si no hacía más que darle vueltas y vueltas a algo que tenía claro hasta hacía algunos meses. Antes de Sabrae todo había sido más fácil, porque no sentía que dejara a nadie atrás que me necesitara con la desesperación con la que ella y yo nos necesitábamos.
               No sé, quizá estuviera pecando de prepotente, pero creía que Sabrae no iba a llevar igual que el resto de la gente que me rodeaba mi ausencia, y todo por el mero hecho de que yo era único en la vida de Sabrae. Ni siquiera tenía un único hermano con el que comparar la relación: tenía tres. Además, a decir verdad, quería pensar que nuestra relación era distinta que la que mantenía con Scott, Shasha y Duna. Más profunda y visceral, más… frágil a la distancia.
               No me daba miedo que cambiara de opinión respecto a nosotros, que dejara de quererme o que sintiera que nada de aquello merecía la pena. Todo lo contrario: lo que me daba terror era que se aferrara a nosotros si no le hacía bien, pero era lo bastante egoísta como para no querer tampoco que me dejara. No quería que renunciara a mí, no quería obligarla a renunciar a mí, o siquiera ponerla en la tesitura de que tuviera que sopesar seguir conmigo o dejarme marchar, tal y como había hecho yo.
               Se aferraba a mí con demasiada fuerza durmiendo como para que mi voluntariado no fuera un mar de pesadillas. ¿Y yo iba a dejarla sola en esas mareas, mientras me iba a hacerme el héroe con gente a la que ni siquiera conocía?
               Estando en Mykonos comiendo ostras, tal y como le había dicho que había hecho innumerables veces con mis amigos de allí, y con Perséfone en noches de sexo desenfrenado, Sabrae me había preguntado si lo echaba de menos. Yo había bromeado con que si se refería a las ostras, diciéndole que en Inglaterra también teníamos marisco decente, pero los dos sabíamos que no era en eso en lo que estaba pensando. Era en la libertad que había tenido para tomar decisiones sin tener que sopesar muchísimas más cosas que lo que me harían a mí directamente, la libertad de no tener que preocuparme de cómo mi futuro afectaría a Perséfone.
               Puede que una parte de mí sí que se habría sentido más aliviada teniendo menos cosas en consideración, pero aquella parte era minúscula, e incluso ella estaba dispuesta a sacrificarse con tal de tener a Sabrae. Así que, ¿había disfrutado de esa libertad? Sí.
               ¿La echaba de menos?
               Ni de puta coña.
               -Es otra época de mi vida en la que tú no estás… y que no me gusta más de la que estoy viviendo ahora-le había respondido, abrazándola por los hombros y dándole un beso en la sien. Y ella se había dado por satisfecha, de momento, porque lo que le había respondido era suficiente para saber que no me arrepentía de nada, y que para mí, todo lo que estábamos pasando en Mykonos merecía la pena.
               Claro que no era lo mismo un par de semanas que un año. Y esta vez, sería ella la que más tendría que esforzarse: tendría tentaciones por todas partes, no había elegido aquello… yo seguramente estuviera tan liado haciendo el gilipollas en las reservas, defendiendo elefantes o adoptando cachorros de león, como para fijarme en si mis compañeras de campamento eran guapas o no. En cambio Saab iba a entrar en esa etapa de la vida en la que todo el mundo te parece guapo, casi todo tu círculo ha follado ya por primera vez, y sólo te apetece experimentar, experimentar, experimentar. No quería ni pensar en lo mal que se sentiría cuando su cuerpo le dijera que le apetecían ciertas cosas que antes sólo había hecho conmigo.
               Ni en lo mucho que se arrepentiría de haberme prometido fidelidad cuando lo único que pudiera ofrecerle fueran recuerdos.
               -Muchos de los de mi edad rompen con sus novias de toda la vida en el primer semestre de universidad. Casi ninguna pareja aguanta el cambio de rutina del instituto a la uni estando juntos y… a veces siento que estoy atando a Sabrae a algo que ni siquiera le toca vivir ahora.
               -¿Te da miedo que la relación se resienta por marcharte?
               Me reí.
               -Somos muy físicos. Es imposible que no se resienta.
               -¿Ah, sí? Porque mientras estabas ingresado, no parecía que estuviera resentida en absoluto. De hecho, me daba la sensación de que estabais tremendamente unidos. Más que muchas parejas que pueden tener sexo con más o menos habitualidad-contestó, jugueteando con su alianza-. ¿Te preocupa que la falta de sexo os pase factura?
               -¿No se la pasa a todos?
               Claire sonrió.
               -No sé si me estás pidiendo que te dé algún tipo de antecedente en base a lo que me cuentan mis pacientes…
               -Estaría bien-ironicé, sabedor de su respuesta.
               -… porque no pienso, ni puedo, hacerlo. Así que tendrás que conformarte con que te dé mi opinión profesional.
               -Por favor-pedí, poniendo los ojos en blanco y jugueteando con un cojín. Claire se aclaró la garganta.
               -Que la distancia va a hacerlo todo duro eso es innegable, y que la falta de intimidad se os hará complicada es un hecho. Pero, y te lo digo por experiencia, he comprobado que las parejas de vuestra edad que pasan por lo que habéis pasado vosotros suelen acomodarse mejor al tipo de circunstancias al que os vais a tener que enfrentar que las que no han tenido ningún obstáculo gordo que superar. Y no olvides que formalizasteis la relación, literalmente, en el hospital-añadió, señalando las baldosas como si hubiera sido aquí mismo, en aquella consulta.
               -Ya, pero una parte de mí no deja de sentirse increíblemente egoísta porque yo estoy eligiendo hacer que pasemos por eso, ¿entiendes? Ni siquiera somos capaces de dormir separados ahora, y yo estoy siguiendo con los planes que hice cuando estaba soltero y era incapaz de estar sin follar tres días seguidos-me eché a reír, negando con la cabeza y pasándome las manos por el pelo. Claire alzó una ceja.
               -¿Planeaste el voluntariado pensando en tener sexo?
               -A ver, Claire, no lo planeé para follar, pero yo contaba con que algún polvo caería. Después de todo, me voy a Etiopía, no a Nepal a hacerme budista, raparme el pelo y ayunar durante siete días y siete noches.
               Claire asintió con la cabeza, se alisó la bata y se quedó callada. Bajó la vista de nuevo hacia su libreta, y estiró ligeramente la mano, dejándola caer junto a sus hojas cuando se dio cuenta de lo que hacía.
               -Mm-mm-dijo por lo bajo, y tamborileó con los dedos.
               -¿Qué?
               Suspiró, y me miró de reojo.
               -Voy a decirte una cosa que seguramente no te guste.
               -… vale.
               -Y quiero que, antes de ponerte como un energúmeno conmigo, pienses detenidamente en tu respuesta. Quiero que interiorices lo que voy a decirte y te des el tiempo que necesites para serte sincero a ti mismo, ¿de acuerdo?
               -¿No se supone que eso es lo que llevamos haciendo tres meses?-pregunté. Claire suspiró de nuevo.
               -Simplemente quiero prepararte el terreno. Para variar.
               -No sé si me mola el rumbo que está tomando la conversación, pero… gracias por avisarme de que se viene una bomba. Supongo.
               Me pasé las manos, que notaba sudorosas, por la tela de los vaqueros claros, y Claire esperó hasta que vio en mi expresión que podía con el golpe que fuera a lanzarme.
               O eso creía yo. Porque no me esperaba ni de coña lo que vino a continuación.
               -¿Crees que te estás pensando tanto el voluntariado porque sientes que vas a serle infiel a Sabrae?
               -¿¡De qué cojones vas, Claire!?-bramé, incorporándome de un brinco. Ella se quedó en el sitio, estoica, como si no hubiera dicho ni hecho nada. ¿Ponerle los cuernos a Sabrae? ¿Estaba de putísima coña? A mí no se me ocurriría eso en la vida. En la vida.
               Claire se alisó de nuevo la bata de hospital, entrelazó las manos sobre su regazo y no se dignó a levantar la vista para mirarme mientras yo jadeaba frente a ella, rabioso y absolutamente fuera de mí.
               -Mírame-ordené, pero ella apartó la vista deliberadamente. Buscando provocarme. Buscando que la bestia que había dentro de mí se liberara de sus ataduras con rabia, saltando sobre ella y destrozándola como bien podría haber hecho yo-. ¡Claire!-bramé, agarrándola de los hombros, algo que sabía que no debía hacer.
               Y me arrepentiría muchísimo después, cuando volviera en mí. Pero ahora estaba demasiado ocupado implosionando como para preocuparme de mis modales, o de las líneas de respeto que se establecían entre paciente y terapeuta que nunca, jamás, debían atravesarse.
               Claire clavó por fin los ojos en mí, mirándome con frialdad, recordándome que mis explosiones de ira estaban más que permitidas si eran lo que necesitaba, siempre y cuando no las dirigiera hacia ella. Y mucho menos las volviera físicas. No dijo nada a pesar de todo, lo cual fue un impresionante ejercicio de autocontrol. Si fuera Fiorella, me habría soltado un tortazo.
               Si Fiorella estuviera allí, me habría arrancado la cabeza por estar cogiendo así a su mujer… igual que yo habría defendido a Sabrae de volverse loco uno de sus pacientes.
               -¿Cómo tienes los santísimos cojonazos de decirme eso? ¿De verdad crees que yo sería tan rastrero como para hacerle daño así a Sabrae? Ni siquiera yo soy tan hijo de puta. ¡Joder! Dios-gruñí, separándome de ella y paseándome por la habitación como un león enjaulado, incapaz de fijar la atención durante más de dos segundos seguidos en nada. Me pasé las manos por el pelo, gruñí, bufé, di vueltas y vueltas, aterrorizándome ante las imágenes que se sucedían en mi cabeza.
               Era imposible. Era imposible. Yo jamás le haría eso a Sabrae. Tenía muchos defectos, pero ser infiel no era uno de ellos. Yo no…
               -Lo que yo opine de ti no importa. Pero tú crees que eres rastrero-respondió Claire por encima del hombro, la vista fija en su bloc de notas, en el que no había escrito absolutamente nada desde que había dejado de contarle chorradas y habíamos empezado a hablar-. Y las sesiones que hemos tenido juntos, que no son pocas, hacen que me incline a pensar que esta preocupación por ella, aunque va en tu línea, es mucho más profunda que el resto de cosas que haces por protegerla.
               -¿Lo dices por lo que acabo de decirte sobre que no podía pasarme tres días sin follar hace un año? Porque ahora no es así. Me pasé semanas y no me pasó nada. Puedo con esto. Puedo aguantar.
               -Vale-respondió Claire, limpiándose una motita de polvo de los pantalones.
               -Puedo hacerlo. Sé que puedo.
               -Vale-repitió en el mismo tono monocorde, y yo me la quedé mirando. Su coleta refulgía bajo la luz del sol como una cadena de oro, o un látigo hecho de hebras de sol.
               -No voy a ponerle los cuernos a Sabrae-sentencié.
               Y, en cuanto lo dije, me di cuenta de por qué Claire me había pedido que me lo pensara: porque una vocecita malévola y traicionera susurró en tono de juego ¿seguro?.
               -Vale-dijo Claire de nuevo. Y entrelazó las manos otra vez sobre su regazo, expectante. Esperando.
               Esperando que yo volviera a sentarme en el diván, ya más civilizado pero no por ello mejor. Me había pedido que reflexionara para que no me dejara llevar por mi pronto, y que fuera completamente sincero conmigo mismo.
               Así que lo sería.
               Yo nunca me había pasado un año entero sin sexo. Desde que había empezado a hacerlo, ya fuera solo o acompañado, el mayor tiempo que había aguantado sin actividad había sido durante mi convalecencia en el hospital, e incluso entonces había tenido alivios. Los nervios que me habían asaltado cuando volví a acostarme con Sabrae otra vez no eran sólo nervios por lo que haría con ella y por si había perdido mis dotes, sino por la anticipación, por lo muchísimo que necesitaba aquello y lo impresionado que estaba por haber aguantado tantos días.
               Ella era guapísima, y yo… yo estaba tan sorprendido de que no me hubiera dado un aneurisma mientras nos quitábamos la ropa que no había sido capaz de mantener a raya mis ansias de ella. ¿O eran ansias de mujer?
               No. Eran ansias de Sabrae.
               Pero Sabrae era una mujer.
               Y en África estaría rodeado de ellas.
               A lo que había que añadirle, por supuesto, el hecho de que ya no estaría enfermo. Estaría en pleno uso de mis facultades, y el ejercicio siempre me la había puesto un poco dura, y si algo me sobraría en el voluntariado sería ejercicio. Estaría con la testosterona por las nubes constantemente y…
               … y lo que hiciera en África sólo lo sabría yo.
               Se me revolvió el estómago al pensar eso, pero me obligué a mí mismo a continuar sin cerrarme puertas. Todo lo que se me pasara por la mente sería bienvenido, porque sería la más pura verdad. Era la razón escondida detrás de tantas dudas.
               Yo no rendiría cuentas ante nadie más que mí mismo en África, e incluso entonces podría excusarme. Había muchísimas personas por las que pondría la mano en el fuego acerca de lo buenos que eran para sus parejas, y que terminaban haciéndoles daño, como había sido el caso de Scott. Si Scott había podido ponerle los cuernos a Eleanor siendo mil veces mejor que yo, ¿qué me quedaba a mí, alejado de mi novia, sino ese destino inevitable?
               Yo la quería. La adoraba. Sabrae era todo para mí, pero no podía negar lo evidente: nuestra relación había empezado follando, y perfectamente podía terminar follando, si yo lo hacía con la persona equivocada.
               Como probablemente haría. No, no probablemente. Seguro.
               Joder. Mierda. Me cago en Dios. Joder.
               Levanté la vista, notando que tenía la piel helada, y miré a Claire sin aliento. Mi alma acababa de salir corriendo de mi cuerpo, asqueada por lo que éste terminaría haciendo, gobernando sobre ella a pesar de lo mucho que se resistiera.
               La habitación empezó a dar vueltas a toda velocidad; sentí que me faltaba el aire y que mi campo de visión se iba estrechando con cada jadeo. Sin vacilar, vi que Claire, convertida en un borrón, se levantaba y me colocaba algo en las manos. Algo de colores, esponjoso y de tacto gracioso.
               -Alec. Concéntrate en tus dedos. Lo has hecho un montón de veces.
               Mierda, mierda, mierda. No podía hacerle eso a Sabrae. No podía… no… tenía que… si no iba a ser capaz de ese destino, por lo menos debía liberarla. Debía comportarme como un puto hombre y darle la libertad que se merecía, proteger su corazón. Ya sufriría yo por los dos; no me quedaba otra. Yo no me la merecía, así que menos me merecía hacerle daño.
               Casi no podía imaginarme su cara cuando se lo contara, porque se lo terminaría contando. El peso de la culpa sería demasiado grande sobre mis hombros como para que yo no intentara aliviarlo de alguna manera, incluso sabiendo que aquello la destrozaría.
               -Alec-dijo Claire desde muy lejos, arrodillándose frente a mí y cogiéndome el rostro entre las manos, sus codos en mis rodillas-. Concéntrate en tus dedos. Dime qué tienes en ellos.
               -No puedo-jadeé.
               -Sí puedes. Venga. Lo has hecho un montón de veces. ¿Cómo es? ¿Es blando? ¿O está duro?
               -No puedo irme-dije, boqueando en busca de aire. Claire me acarició las piernas, me agarró las muñecas y me hizo apretar la oruga de colorines a prueba de ataques de ansiedad.
               No sé cuánto estuve en esa espiral vomitiva; sólo sé que, cuando conseguí salir, tenía la camisa empapada de lágrimas, los ojos me ardían, y notaba la boca y la nariz pegajosas. Claire me tendió una caja de pañuelos y una botella de agua, de la que di pequeños sorbos con la vista perdida. Me daba vergüenza mirarla, y por descontado, me daba vergüenza existir. No me lo merecía, no si iba a hacerle daño a Sabrae.
               Claire se inclinó hacia delante, apoyando el vientre sobre sus piernas entrelazadas, y se pasó una mano por una de ellas.
               -Quiero que hablemos de lo que te acaba de pasar.
               -No puedo-repetí. Era lo único que había dicho desde que había empezado con el ataque de ansiedad, porque era lo único que sabía que era verdad. No puedo. No puedo. No puedo. No puedo.
               No puedo marcharme.
               No puedo quedarme.
               No puedo seguir con Sabrae.
               No puedo romper con Sabrae.
               No puedo ponerle los cuernos a Sabrae.
               No puedo serle fiel a Sabrae.
               Di un trago de agua, y cuando me quise dar cuenta, había vaciado la botella. La estaba estrujando entre los dedos, y Claire me la quitó con cuidado cuando se desgarró el plástico, para que no me cortara. Me dio la oruga en su lugar, y encontré un pequeño consuelo en espachurrarla.
               Claire esperó, y esperó, y esperó, hasta que mi respiración se normalizó del todo y dejé de llorar. Se relamió los labios y me tendió otra botella de agua.
               -Pequeños sorbos-me recordó, y procuré obedecerla. Me costó más de lo que me esperaba, pero lo conseguí. Claire tomó aire despacio, y cuando lo soltó, yo me atreví a mirarla.
               -Lamento muchísimo haberme puesto violento contigo.
               -Lo sé. Y te perdono. No te martirices por eso. La idea es dura.
               -No quiero hacerle daño a Sabrae-dije, y se me quebró la voz al decir su nombre. Ya no me merecía pronunciarlo; no, si era consciente de que podría hacerle daño.
               -Lo sé-dijo con calma, como quien habla con un niño disgustado porque el Ratoncito Pérez no se ha llevado su diente de debajo de la almohada.
               -Pero no sé cómo no hacérselo…
               Ahora sí que estaba jodido. No sólo porque sabía adónde me dirigía, sino porque me sentía incapaz de cambiar el rumbo. Me sentía como el capitán del Titanic dirigiéndose hacia la silueta negra del iceberg, incapaz de hacer nada más que mirar. Me habían encomendado cuidar aquel barco, a todas aquellas almas… y les iba a fallar.
               Iba a fallarle a Sabrae, a mí mismo, a mis padres, a mi hermana, a mis amigos, a Shasha y a Duna… a todos a los que conocía. Simplemente porque no podía dejar de ser Alec Whitelaw. Porque nunca había dejado de ser Alec Whitelaw del todo. Lo único que había cambiado era que ya había encontrado en una sola chica lo que me había pasado años buscando en cientos.
               No había cambiado ni un ápice. Sólo había encontrado en quién concentrar mis esfuerzos.
               E iba a dejarla atrás durante todo un año.
               -Normalmente, cuando no dejamos de darle vueltas a algo es porque lo deseamos, pero no queremos admitirlo ante nosotros mismos. Si no has parado de pensar en el voluntariado y de buscar razones para no ir, es porque en realidad no quieres ir, Alec-razonó Claire, frotándose las manos. Entrelazó sus dedos de nuevo y me miró con sus ojos azul celeste.
               -Claro que no quiero ir-me escuché decir, y aquello fue como una bofetada para mí. Una maldita bofetada por lo fácil que le había sido a Claire sonsacármelo cuando con Sabrae había sido incapaz de admitirlo, siquiera frente a mí mismo.
               -Entonces, ¿por qué te lo sigues planteando?
               -Porque ya está todo planeado. Cuesta mucho organizarlo, y… lo he pagado ya todo. Absolutamente todo.
               Si no me iba, todos los esfuerzos habrían sido en vano: tanto los míos como los de los demás. Las horas extra, las horas de estudio, los esquemas que con tanto cuidado me había hecho Sabrae, los ánimos de mi madre… había tenido un puto accidente en el que me había quedado en coma porque el puto voluntariado se había comido todos mis ahorros y yo no había podido darle a mi chica los viajes especiales que ella se merecía.
               Quedarme en casa sería tirar la toalla, y Sergei me había enseñado a no tirarla jamás. No había nacido con los guantes puestos, pero si mi destino era morir con ellos, que así fuera.
               -¿Esas son las únicas razones? Porque, por muy noble que sea valorar el esfuerzo de los demás, creo que ya hemos hablado mucho de ese pequeño complejo de mártir que tienes. No tienes por qué cargar con el peso del mundo ni flagelarte porque los demás han invertido muchos esfuerzos en ti. Así que continuemos con el ejercicio y saquemos a los demás de la ecuación-dijo, convirtiendo su mano en una garra y haciendo un gesto con ella como retirando una pieza de una gran armadura. Me quedé mirando las líneas cóncavas de la palma de su mano, preguntándome si la lectura de nuestro futuro cambiaría en función de si la mano estuviera en reposo o en tensión-. Nos queda entonces el dinero. Lo cual también es una razón de peso, pero, Alec… en tu familia no falta. No les has quitado ese dinero para comer y lo has invertido en el voluntariado. Habéis seguido viviendo una vida cómoda incluso desembolsando esas cantidades. Entiendo perfectamente que te dé rabia haber trabajado tan duro para reunirlo, pero tu salud debe ir antes que tus preocupaciones económicas. Así que, de nuevo, quitamos eso de la ecuación-repitió el gesto y dejó caer la mano sobre sus rodillas-. ¿Qué nos queda entonces? ¿Por qué sientes que tienes que ir de voluntariado? ¿Por qué estás obligado a ir al voluntariado? Olvídate de los demás y de tu familia. Si no es por ellos, ¿por qué es?
               Sería peor decepcionar a los demás quedándome y proteger a Sabrae, que cumplir con sus expectativas y que la visión que tuvieran de mí cambiara. Me relamí los labios.
               Es que todos esperaban eso de mí… mamá siempre había dicho que yo era inconsistente con lo que no me gustaba. Todos los que me conocían decían que era terco como una mula. Mis profesores me habían calificado de un vago redomado en las asignaturas que no me llamaban la atención. Había bastado con un poco de esfuerzo para que todos vieran que se equivocaban, que yo no era vago, sólo… me faltaba motivación.
               Por eso tenía que irme al voluntariado. Porque sería bueno para mi disciplina, incluso aunque me faltara motivación.
               -Ayudará a fortalecer mi carácter-dije, y Claire inclinó la cabeza.
               -Alec. En los últimos tres meses has pasado de estar en coma y con el curso perdido, a protagonizar la mayor remontada que hemos visto todos, académica y mentalmente, y ponerte a la cabeza de todo tu grupo de amigos. No necesitas fortalecer tu carácter.
               -¿Estás intentando convencerme de que no me vaya al voluntariado?
               -Estoy intentando hacerte razonar, dado que pareces incapaz de hacerlo tú solo-espetó Claire con fastidio, y yo no pude evitar sonreír.
               -Acabas de sonar igual que Sabrae.
               Puso los ojos en blanco.
               -¿No vas a decirme algo así como “esa niña es una santa por aguantar a alguien como tú”?
               -No. Porque sé que, por muy buena que sea ella, tú eres mejor.
               No pude evitar esbozar mi sonrisa de Fuckboy®.
               -Te tengo bien engañada.
               -Aquí el único que está engañado eres tú-respondió, encogiéndose de hombros y reclinándose de nuevo en el sofá, los brazos cruzados y una ceja alzada-. ¿Y bien? No es por tu familia. No es por el dinero. No es por tu carácter. ¿Por qué es realmente por lo que te tienes que ir, Alec?
               A pesar de que tenía la garganta seca, me obligué a hablar.
               -Por lo que haría eso de mis promesas. Por lo que diría de mí. Porque ¿qué clase de hombre soy si mi palabra no vale nada?
               Y, entonces, Claire sonrió. Una sonrisa amplia, decidida, orgullosa, como me supuse que les sonreía a sus pacientes cuando descubrían que sus traumas no eran culpa suya, sino de los demás, de quienes les habían hecho daño, quienes habían hecho trizas su espíritu y llenado de cicatrices su alma.
               -Si te vas a la otra punta del mundo porque has dado tu palabra, ¿qué te va a impedir mantener la promesa que le hiciste a la chica a la que amas de serle fiel?
               Me la quedé mirando sin saber qué responder; me sentía igual que un ratón en una trampa que ni siquiera había visto. ¿El ataque de ansiedad había sido mi queso?
               Claire esbozó una sonrisa torcida, abrió las manos, y se reclinó de nuevo en el asiento, con un gesto de triunfo indisimulable.
               -¿Por qué me siento como si acabara de descubrir la cura contra el cáncer simplemente porque no tienes alguna de tus fanfarronadas guardada en la manga para contestarme?-preguntó al cabo de un rato en el que yo simplemente la miré como un retrasado.
               -Porque no suele pasar. La única que consigue que me calle durante más de cinco minutos seguidos es Sabrae. Y ella tiene que ponerme el clítoris en las papilas gustativas-solté, y Claire se echó a reír.
               -¿Alguna vez lo habéis hablado?
               -¿De qué? ¿De mi incapacidad para estarme callado? Constantemente. No me soportaba por eso. Luego me la follé, y descubrió que le gusta que el tío con el que está sea incapaz de callarse mientras se la mete hasta el fondo-contesté con chulería, entrelazando las manos en la nuca y estirándome hacia atrás mientras le guiñaba un ojo a mi psicóloga lesbiana.
               -De la posibilidad que hay de que no te vayas al voluntariado.
               -Sí. No. Bueno, a medias. Nada serio. Hoy mismo. Estábamos en la cama, súper a gusto, acurrucados, y yo no pude evitar pensar en lo que será despertarme sin ella, y la apreté contra mí y le dije “¿te imaginas que no me voy al voluntariado?”, y ella me respondió, toda divertida: “¡¿te imaginas?!”-sacudí la cabeza, la vista perdida en aquel punto al que regresaría una y mil veces-. Menudo gilipollas estoy hecho. Ella emocionada ante algo que, si fuera medio hombre, haría sin dudar, y yo aquí sentado, lloriqueando como un mocoso porque no quiero irme, pero tampoco quiero cargar con la responsabilidad de la decisión de quedarme. ¿En qué me convertiría eso?
               -No sé. ¿En un inglés que no tiene que darse de alta en el Registro de Nacionales Residentes en el Extranjero?-preguntó, y yo me la quedé mirando.
               -Creo que voy a empezar a pagarte, Claire. Estoy bastante seguro de que no vacilas a los pacientes que te pagan como me vacilas a mí.
               -Mi tarifa es más bien alta.
               -Tengo pasta.
               -Estás en paro.
               -Mi familia tiene pasta. Tú misma lo has dicho, ¿no? El dinero no es problema-me chuleé, y ella se echó a reír.
               -¿Puedo serte sincera?
               -Ah, ¿que lo de provocarme un ataque de ansiedad no ha sido por sinceridad, sino porque eres una puta lesbiana misándrica y sádica? Está bien saberlo. ¿Cuál es tu número de colegiada? Le diré a mi abogada que te ponga tal reclamación en el Colegio de Psicólogos que ni tus bisnietos podrán dedicarse a ninguna profesión de la rama de la salud.
               -Sádica no sé, pero misándrica, lesbiana, y sobre todo puta, lo soy un rato-soltó, descojonándose, y yo me la quedé mirando, alucinado, mientras se apartaba la coleta del hombro con un gesto de la mano-. Me refiero a que si puedo darte una opinión no del todo profesional.
               -Me vas a decir que me quedan muy bien estos vaqueros, ¿eh? Ya lo sé. Me realzan el culo. Que, por cierto, me noto un poco más duro desde que he vuelto de vacaciones. Para mí que ha sido de tanto follar.
               -No creo que vayas a hacerlo-dijo Claire, mirándome por debajo de las cejas no sin cierta intensidad. No necesitó especificar a qué se refería para que yo la entendiera-. Pero sí creo que das demasiada importancia a la buena influencia que Sabrae tiene en ti. Ella no te convierte en buena persona ni en buena pareja, Alec. Es algo inherente a ti. Tú eres buena persona y buen novio. Y creo que te lo estás pensando tanto y te da tanto miedo marcharte porque piensas que, sin Sabrae cerca guiándote, no sabrás llevar el buen camino.
               ¿Podía tener razón Claire? Después de todo… nunca me lo había planteado hasta que me había preguntado si no me preocupaba ponerle los cuernos. Si creyera que podía suceder, habría llegado yo solito a aquella conclusión en esas noches que me pasaba comiéndome el coco, ¿no?
               Tenía sentido. Tenía todo el sentido. Y, sin embargo, seguía existiendo esa posibilidad. Quizá no me hubiera atrevido a pensar demasiado en ello por miedo a llegar a aquella conclusión.
               -Es normal que tengas tanto conflicto interno y estés hecho un lío, Alec, porque el voluntariado lo pensaste, lo planeaste y lo aceptaste pensando en unas carencias que tú ya no tienes. En subsanar errores que ya has corregido. En sanar heridas que ya han cicatrizado.
               Había decidido marcharme porque notaba sucia mi alma, porque creía que tenía que hacer más bien en el mundo, que con el que estaba haciendo no era suficiente para combatir el mal que corría por mi alma.
               Y ahora estaba allí, sabiendo que no era mi padre, que sus pecados no eran mi sangre, que merecía amor, que era buena persona, buen novio, buen hermano, buen hijo.
               -Entonces, si ya he solucionado todo eso, ¿qué razón me queda para ir de voluntariado?
               Claire se pasó entonces las manos por los muslos. Un gesto de nerviosismo. De alguien que va a decir algo que preferiría no decir, pues hará daño. Mucho, mucho daño.
               -No la tienes.

 
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2 comentarios:

  1. Ay ha sido cortito pero intenso. Me he puesto muy nerviosa con la conver sobre los cuernos porque no me gustaba nada el rumbo que estaba tomando pero me ha encantado como Claire se lo ha hecho entender, Claire for president sin ninguna duda.
    Me ha dado muchísima pena que de verdad pensase que podría hacerlo, me he sentido fatal por el en ese momento.
    Con respecto a lo de Africa me gusta este girillo que has dado con respecto a que Alec este recitente a irse, porque aunque era obvio que no querría irse por Sabrae me gusta saber que ahora que no tienen ninguna razón válida para ir, acabe yendo y que será lo que lo determine. Estoy intrigada.

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  2. Me ha gustado mucho el cap, adoro leer las sesiones con Claire y ya echaba de menos leer alguna.
    He de decir que he estado bastante en tensión con el capítulo, ha sido bastante intenso, sobre todo cuando han hablado sobre los cuernos.
    El final me ha dejado intrigadísima, tengo mucha curiosidad por ver cuál es la razón final que hace que Alec se vaya.
    Deseando leer más <3
    pd. me ha encantado que Alec le haya llevado un detalle del viaje.

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