lunes, 14 de marzo de 2022

Resaca emocional.


¡Toca para ir a la lista de caps!

A pesar de que ya entraba en mis planes que el timbre me pillara con las manos literalmente en la masa, mi estómago se hundió un par de centímetros, acurrucándose en mis entrañas como un animal asustado durante una partida de caza, cuando mamá me fulminó con la mirada al escucharlo.
               La comida no estaba lista por culpa de mi postre, que yo me había empeñado en preparar más tarde contando con que los Whitelaw llegaran cuando todavía no hubiera acabado, y Alec pudiera ayudarme a darle el toque final. Tener un novio cuyo atractivo residía en la fuerza de su torso y en su pasado como boxeador era una ventaja que yo no pretendía desperdiciar, así que cuando papá y mamá habían propuesto invitar a los Whitelaw a comer, mi cabeza había empezado a funcionar a mil por hora, recordándome que, si echaba de menos lo que habíamos tenido en Mykonos había sido, en parte porque me encantaba enseñarle cosas a Alec y que él me las enseñara a mí.
               Entre ellas, a cocinar.
               Se me daban bien los postres gracias a mamá y su dedicación, pero me salían mejor desde que se los dedicaba a Alec o, incluso, él mismo me ayudaba a hacerlos. Ponía más amor en ellos, más interés y más cuidado, y también me atrevía con combinaciones con las que otras veces no osaría siquiera pensar delante de los fogones, simple y llanamente porque sabía que no podría cargarme un postre que estuviera pensado para mi chico.
               Así que yo me había puesto a sonreír como una boba, montando ya en mi cabeza el menú, mientras papá y mamá comentaban que, efectivamente, hacía mucho que no comían con Annie y Dylan. Y ahora tenían más motivos aún para juntar a las familias, con lo que incluso estaban siendo maleducados tardando tanto en ofrecerles unos sitios en nuestra mesa.
               -Ya va siendo hora de invitar a los consuegros-bromeó papá, acariciándome la cintura y sonriéndome con esa calidez que delataba que yo era la favorita, pues era incapaz de sonreírles a mis hermanos así.
               Cosa que había puesto tremendamente territorial a Scott, que levantó la cabeza del suelo, en el que estaba analizando unos bocetos de cómo sería el escenario del concierto de aniversario que la banda de nuestros padres tenía pensado dar, y lo fulminó con la mirada.
               -A mí nunca me habéis propuesto nada como lo que le acabáis de decir a Sabrae-los ojos de mamá en el cuerpo de papá saltaron de mamá a papá alternativamente, buscando en la conexión entre nuestros padres una respuesta a esa incógnita-. ¿Por qué nunca habéis invitado a mis suegros de comidita oficial?
               -Porque tu suegro ya viene sin invitarlo. Me da miedo que, como le invitemos, nos acampe en el salón. Y no quiero tenerlo en casa a todas horas.
               -¡Oye! ¡Eso no es verdad! ¡Yo no estoy en tu casa a todas horas!-protestó Louis, girándose para fulminar con la mirada a papá, también sentado en el suelo, mientras Tommy simplemente se partía el culo. Aparentemente, lo único que le gustaba más a Tommy que tocarle los huevos a Scott era ver cómo mi padre se los tocaba al suyo.
               -¿Entonces qué coño llevas haciendo los últimos quince días si no es comportarte como un okupa? Ni siquiera puedo enrollarme a gusto con mi mujer sin que aparezcas por cualquier esquina y nos interrumpas.
               -Estoy cuidando de Sher. Se ha cansado de ti y no sabe cómo decírtelo. Pobrecita, cómo la entiendo. Te debe de tener una lástima increíble, si es capaz de comerse vivos a siete directores ejecutivos de multinacionales y luego no reúne el coraje para decirte que la aburres.
               Entonces, el que se echó a reír fue Scott. Ya que, naturalmente, lo único que le gustaba más que vacilar a papá era ver cómo lo hacía Louis por él.
               -Lárgate de mi casa.
               -Sé profesional, Zayn. Si quieres volver a pirarte en medio de un tour, por lo menos tienes que empezar el tour-papá puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, rodeando los sofás que le separaban de Louis y pegándole una patada para tirarlo al suelo.
               -Si vais a pelearos, hacedlo en el jardín-riñó mamá-. No quiero que ensuciéis mi alfombra favorita.
               -A los críos no les dices nada cuando se pelean encima de ella.
               -Porque los amamanté-respondió mamá, apartándose el pelo del hombro con chulería. Papá no se cortó en soltarle:
               -He estado comiéndote las tetas más tiempo que Scott; creo que va siendo hora de que esa antigüedad también cuente.
               Eso le ganó un día entero sin que mamá le permitiera tocarla, y aunque papá lo pasó bastante mal tratando de dormir en el sofá mientras Shash y yo veíamos nuestros programas de madrugada y yo no paraba de mensajearme con Alec, creo que, en comparación, le parecía que había merecido la pena.
               No nos costó mucho organizar la comida con los Whitelaw: Annie estaba más que dispuesta a obligar a Dylan a que cancelara reuniones si hacía falta, pero durante el verano su marido se tomaba las cosas con más calma, lo que le permitía decir que, por supuesto, toda la familia iría encantada el día propuesto.
               -Por confirmar: Alec está invitado también, ¿verdad?-bromeó él, y su esposa se echó a reír.
               -Conociéndolo, seguro que es él quien nos abre la puerta cuando vayamos.
               Lo cierto es que habíamos estado muy cerca de dormir juntos esa noche, pero Jordan le había avisado de que el juego online era gratis ese día (una de las muchas ofertas sorpresa de las que Jor conseguía enterarse) y Alec había salido corriendo en dirección a su cobertizo, no sin antes prometerme que me lo compensaría y que, en realidad, lo pasaría peor jugando a videojuegos que acurrucándose conmigo.
               -Lo contrario me preocuparía, Al. El Animal crossing no puede abrazarte como lo hago yo.
               -Me abraza el alma, que no es poco-respondió él, dándome un último beso y saliendo escopetado por la calle. A pesar de que había sentido una extraña sensación de vacío al enfrentarme al fresquito de la noche yo sola, sin tener sus brazos rodeándome o su piel acariciando la mía y manteniendo a raya el viento, me había venido mejor que se fuera para poder levantarme tranquila y acompañar a mis padres a hacer la compra. Por mucho que prefiriera quedarme en la cama retozando con mi novio sin nada de ropa, a veces una chica tiene que ponerse mona para ir al súper y pelearse con las viejas por la caja de cerezas más rojas.
                Lo malo de estar sin Alec era que le echaba de menos… y lo bueno de estar sin él era que podía dedicar mis energías en ponerme más guapa para cuando volviera a verlo. Porque sí, vale, él me miraba con adoración sin importar cómo estuviera yo… pero, de vez en cuando, está genial deslumbrar al hombre al que amas y que se le caiga la baba.
               -Mira que te avisé, Sabrae-me recriminó mi madre-. Pero no. No podías soltar el móvil media hora antes.
               -Lo tengo todo controlado, mamá-contesté, cogiendo un bol de cristal y cascando metódicamente varios huevos en su borde, dejando que sólo cayeran las claras en su interior y retirando las yemas a un cuenco. Cogí una batidora con varillas y salí de la cocina para recibir a los Whitelaw, a quien en ese momento Scott les estaba abriendo la puerta.
               -¡Ya estamos aquí!-anunció Alec en tono triunfal-. ¡Y traemos vino!-añadió, levantando en alto dos botellas, una de tinto y otra de blanco.
               -Del que, por supuesto, Alec no va a beber porque conduce esta tarde. O eso dice él-se rió Dylan.
               -¿Tú no estabas pendiente de que te dijeran la fecha del examen práctico de conducir?-preguntó mamá, quien a pesar de todo había esbozado una sonrisa.
               -Ya, pero bueno, tengo a la mejor abogada de toda Inglaterra en plantilla, así que si atropello a alguien creo que me las apañaré para irme de rositas.
               -Eso, y que yo no dejo que pase de las 15 millas por hora-añadió Annie, acercándose para abrazar a mi madre.
               -Para, Annie. Estoy hecha un desastre. Alguien se ha retrasado con el postre y no he tenido más remedio que ayudarla, así que todavía no he tenido tiempo de arreglarme-protestó mamá, tratando de apartarse de Annie para no ensuciarla con el delantal lleno de polvo de galletas María.
               Y Alec, ni corto ni perezoso, la miró de arriba abajo como quien está decidiendo si contrata a una modelo para su desfile de septiembre o la manda a paseo porque no cumple con las expectativas que hay puestas en la portada más importante del año.
               -Chorradas, Sher. Estás estupenda.
               -Gracias, hijo, pero eres tú que me ves con buenos ojos.
               -Si supieras lo que se me pasa por la cabeza ahora, te parecerían de todo menos buenos.
               -Qué cielo eres, Al. Ay, si tuviera 20 años menos…
               -Si tuvieras 20 años menos, ¿qué, Sherezade?-ladró papá.
               -No, no, Sher. Tú no renuncies a la experiencia, que es con la experiencia con lo que se disfruta más.
               Scott se me quedó mirando, aguantándose la risa.
               -¿Tu novio le zorrea a tu madre delante de ti y tú no le dices nada?
               -Todo para ella, así no me estorba.
               -Vaya, yo también me alegro de verte, bombón-ronroneó Alec, acercándose a mí, poniéndome las manos en la cintura y dándome un casto beso en la mejilla que no se pareció en absoluto al que le dio a mi madre, o los que les daba a las mujeres de su familia.
               -Necesito que me acompañes un momento a la cocina.
               -Joder, Saab, ¿ni preliminares, ni nada?-me pinchó, y yo le di un manotazo en el pecho. Pero me reí entre dientes y lo cogí de la mano para guiarlo hacia la cocina, despreocupándome completamente de hacer las presentaciones. Mientras empujaba la puerta, eso sí, oí cómo Annie presentaba a su madre a mis padres, que se mostraron encantados de conocerla por fin y le dijeron que yo hablaba maravillas de ella.
               Cuando escuché el clic de la puerta al cerrarse de nuevo, sin embargo, mi interés por la conversación cayó al subsuelo, y me perdí la contestación de la abuela de Alec, ya que empujé a su nieto contra la encimera, me puse de puntillas y empecé a comerle la boca como si no hubiera un mañana. No me había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos y las gilipolleces tan absurdas con las que me había llenado la cabeza para entretenerme en su ausencia hasta que no lo tuve delante, guapísimo con su piel bronceada, su pelo revuelto y esa sonrisa tan traviesa que sólo tenía una dueña. Y esa dueña era yo.
               -Mm. A ver si lo adivino-ronroneó cuando me separé de él, un poco más satisfecha. No iba a llegar a estarlo nunca; no del todo, pero por lo menos había saciado un poco mi ansia de él. Apenas acababa de llegar con sus padres, su hermana y su abuela, y yo ya estaba deseando que se fueran, que nos dejaran solos para subir a mi habitación, me quitara la ropa, me pusiera de costado y me follara de lado enfrente del espejo de mi habitación. Había descubierto un fetiche muy peligroso con el que estaba más que dispuesto a jugar: desde que habíamos vuelto de Mykonos, ya lo habíamos hecho cinco veces delante de algún espejo, ya fuera los de nuestras habitaciones o la claraboya de encima de su cama. Estaba llegando a tal punto de morbo que, si me proponía grabarnos para tener un recuerdo más nítido al que recurrir durante su voluntariado, yo misma encendería la cámara.
               La única razón de que todavía no se lo hubiera propuesto yo era que mamá ya estaba bastante disgustada conmigo por lo que habíamos hecho en Mykonos como para decirle que había hecho un vídeo íntimo por petición mía.
               -Se te ha quemado algo de lo que estabas preparando y tienes demasiada hambre como para improvisar otra cosa, así que prefieres comerme a mí.
               -De hecho, listillo-me reí, alejándome de él y girando sobre mí misma como si estuviera en una peli de época, fuera la gran duquesa de alguna región extremadamente rica, y él uno de mis múltiples pretendientes, con quienes me divertía flirtear sin intención de comprometerme con ellos-, estaba esperando a que vinieras para que pudieras serle útil a esta familia. La comida aún no está lista porque todo va acorde con un plan que he maquinado al efecto.
               -Que consiste en…-me invitó, y yo hice un gesto con la mano en dirección al bol con las claras. Alec lo miró, rió, chasqueó la lengua y fingió remangarse para ponerse manos a la obra. Cogió la batidora de varillas con maestría, como si llevara haciéndolo toda la vida y no un par de veces. Me quedé mirando la manera en que los músculos de su brazo se contrajeron mientras empezaba a montar la nata, relamiéndome inconscientemente al recordar lo que esos brazos eran capaces de sostener.
               Se giró y me miró, castigando sin descanso las claras de huevo.
               -¿Te vas a quedar mirando todo el día cómo me comporto como una batidora eléctrica sólo por mi amor por ti, o tienes pensado acabar la comida en algún momento?
               -Casi está-respondí, limpiándome las manos al delantal y cogiendo un par de limones para rallarlos. Ya había sacado el zumo de otros tantos para añadírselo a la tarta, pero quería que, además de sabrosa, también me quedara vistosa.
               Porque lo cierto era que no sólo había pensado en Alec cuando ideé mi postre: también lo había hecho pensando en Mimi. Incluso me había puesto mi vestido de limones tratando de animarla; la notaba alicaída, apática, y en ocasiones, incluso distante y fría conmigo, como si hubiera depositado en mí la esperanza de hacer que Alec se quedara y la hubiera decepcionado al no pedírselo explícitamente a su hermano. Por supuesto, todo mi cuerpo le suplicaba que no se fuera cada vez que hacíamos el amor, e incluso durmiendo me aseguraba de que no hubiera un ápice de distancia entre nosotros, pero para alguien que no está enamorado, todos esos gestos no son más que puestas en escena no demasiado elaboradas, con efectos especiales cutres que hacen imposible que te tragues lo que estás viendo.
               No me había costado especialmente decidir cómo podía tender un puente hacia Mimi, teniendo en cuenta mis dotes con la repostería y que ella protagonizaba la primera foto que Alec había subido a su cuenta de Instagram, y que yo había descubierto tanto tiempo atrás. En cierto sentido, Mimi era la que nos había unido a Alec y a mí: le había dado “me gusta” a esa foto como una declaración de intenciones, demostrando hasta qué punto Alec tenía toda mi atención el otoño pasado.
               Tampoco hacía falta tener una memoria de elefante para evocar aquel recuerdo, y confiaba en que aquella pequeña ofrenda de paz sería muy bien recibida por Mimi. No todos los días te preparan con tanto mimo tu postre preferido.
               -Por cierto-comentó Alec, sus palabras trastabillando por la fuerza con la que estaba batiendo las claras-, que no te parezca mal, pero no hemos venido todos hoy.
               Me quedé parada en el sitio, notando que me ponía un poco pálida. Ahora que lo pensaba, lo cierto era que todavía no había visto a Mimi, así que… ¿habría quedado con sus amigas a propósito para no tener que enfrentarse a mí? ¿Tan mal estaba la cosa entre nosotras si había solapado su agenda para poder elegir no encontrarnos?
               Alec me miró y me dedicó una sonrisa torcida, y mis preocupaciones se evaporaron en ese instante. Dudaba que hubiera notado la tensión que había entre nosotras, o si lo había hecho lo disimulaba muy bien, pero tampoco creía que Alec sonriera si Mimi se negaba a venir a una comida familiar a la que incluso había ido Ekaterina. Vale que la comida era, básicamente, para poder colarnos una charla existencial sobre los importantes que eran los anticonceptivos de barrera y cómo no podíamos dejar de cuidarnos simplemente porque nos apetecía tener un momento místico y del amor más puro y absoluto (claro que mis padres se habían cuidado muy mucho de hacerme creer que lo que querían era que las dos familias se sentaran a la mesa como lo que eran ahora, los dos eslabones de una cadena cuyo cierre éramos Alec y yo), pero aquí todos desempeñábamos un papel. Incluso nuestras hermanas pequeñas.
               Entonces me di cuenta de que Mimi no era tan maleducada como para tratar de escaquearse de algo que no le hiciera especial gracia, y eso si es que era verdad que no quería verme o sólo eran imaginaciones mías.
               Sí que había alguien cuya ausencia era notoria y que, realmente, podía excusarse de esa comida sin que a nadie le pareciera mal. No es que no quisiéramos que estuviera con nosotros, pero si Niki decidía que quería irse por ahí a disfrutar de Inglaterra (y de cierto inglés que le había traído hasta nuestro país), nadie se lo reprocharía.
               -¿Niki?-Alec sonrió y asintió, y yo también sonreí. Envolví el limón en film transparente y cogí el segundo-. ¿Qué tal está, por cierto?
               -Si me estás preguntando si ha dormido en casa hoy, la respuesta es no. Otra vez.
               Los dos nos reímos, como si estuviéramos compartiendo una broma privada que sólo entendíamos nosotros en lugar de absolutamente todas las parejas de adolescentes a lo largo y ancho del mundo.
               -¿Crees que algún día probará tu sofá?-le pregunté, y Alec hizo una mueca.
               -Depende de para qué. ¿Para lo que ya lo estrenamos tú y yo? Puede. Joder, seguramente incluso esté tratando de colarse en este momento en casa para poder convertirlo en un picadero gay y compensar lo que te hice en él-chasqueó la lengua, riéndose-. Ahora, ¿para dormir? ¿Para qué, si Logan ya le pone la cama? Y lo que no es la cama.
               Me reí entre dientes.
               -¿Pensó siquiera en ponerte alguna excusa?
               -Nah. Ninguno de mis amigos tiene por qué mentirme sobre lo que hace o deja de hacer.
               -¿Así que te dijo qué iba a hacer?
               -Sabrae-hizo amago de dejar el bol, pero como las claras estaban a punto y yo le había chillado que no podía parar la primera vez que las había montado, lo volvió a coger y siguió en la faena-, que es la versión completamente griega de mí. Seguro que adivinas exactamente qué me dijo.
               Volví a reírme y sacudí la cabeza.
               -No es que entre tu grupo de amigos os cortéis diciendo qué hacéis por la noche.
               -A ti no te hicieron dibujándote-contestó, y se quedó callado mientras yo lavaba el rallador, concentrado en su tarea. Las claras empezaron a montarse y se quedaron al punto de nieve mientras él las revolvía, de una textura que parecía robada directamente del cielo soleado, con nubes perezosas paseando sin prisa por él y aliviándonos con sus sombras. Dejó de remover la varilla y, orgulloso, dejó el bol en la encimera y se acercó para ponerme las manos en la cintura-. Y para que conste-susurró contra mi cuello, depositando un suave beso en él-. Puede que no sepamos quién te hizo a ti, pero sí que sabemos que le puso muchas ganas al proceso.
               Le miré, me permití perderme unos segundos en esos ojos marrones suyos, y mi sonrisa besó la suya al ponerme de puntillas. Le acaricié la nariz y luego aterricé de vuelta en mis talones, con él muy cerca de mí, dispuesto a pasarme todo lo que yo necesitara. A veces incluso yo misma me sorprendía de que Alec no hubiera nacido en mi casa y no hubiera crecido desenvolviéndose con las alacenas: le bastaba preguntar una vez dónde estaba algo que yo le pedía para recordarlo siempre, y cuando yo cocinaba y él me ayudaba, sus brazos parecían estar conectados directamente con mi cerebro. Era como si su cuerpo también me perteneciera, y siempre cogía las piezas de la vajilla que yo necesitaba, sin importar la descripción más vaga con la que yo pudiera pedírselos.
               Era como si incluso mi amor por la cocina quisiera recordarme lo equivocada que había estado juzgándolo hacía apenas un año.
               Con Alec haciéndome de la mejor sombra que podría pedir una chica, saqué la tarta de la nevera para poder darle el toque final mientras el pollo tikka masala que Annie le había pedido a mamá que preparara borboteaba mansamente en la olla.
               -¿Meto la cobertura en una manga y le hago florituras o cojo una lengua y la echo por encima en modo caótico?
               -Me encanta el caos.
               -Tú mandas. Pero no te acostumbres-añadí, girándome y mirándolo, y Alec aulló una carcajada, sujetándome por la cintura mientras se inclinaba hacia atrás para poder reírse mejor. En esa postura, su entrepierna se frotó contra mi culo, y no sabría decir si lo habría hecho a posta.
               -¿Justo delante de mi ensalada?-preguntó Scott, sacudiendo la cabeza mientras se mordía el piercing-. O bueno, de la tarta. Ya no estoy muy seguro de que me apetezca comérmela. ¿Quién me garantiza que lo de arriba es de origen animal?-entrecerró los ojos.
               -Tu hermana no es de las que escupen, Scott, así que yo creo que puedes estar tranquilo-le guiñó un ojo a mi hermano y se rió cuando yo le di un manotazo quizá un poco más fuerte del que debería, pero en aquel momento me daba exactamente igual. Scott, por su parte, sólo sonrió.
               -Mamá me ha mandado a apagar el fuego y asegurarme de que no estáis haciendo cochinadas en la encimera.
               -Yo vengo con hambre, S, aunque no descartaría un espectáculo porno antes del postre.
               -Llevas mal esto de ser el que menos folla del grupo, ¿eh?-se burló Scott, cogiendo una de las bandejas con canapés que papá había preparado tan concienzudamente mientras mamá y yo nos ocupábamos de los platos principales. A él le gustaba mucho más ser preciso, así que nos repartíamos así las tareas cuando preparábamos comidas importantes… siempre y cuando no estuviera Tommy, claro.
               Cuando había un Tomlinson en la casa, todos los Malik, sin excepción, habíamos aprendido que lo mejor que podíamos hacer era ponernos en un rincón para que pudiera acudir a nosotros si lo necesitaba, pero no molestarle si no lo hacía.
               -¿Quién dice que soy el que menos folla del grupo, S? Si mal no recuerdo, Eleanor, tu novia, está a tope con el disco y la promoción de la gira.
               -Jamás pensé que diría esto con tan poca inquina, pero, Al-Scott le puso una mano en el hombro-, por una vez, no soy yo el que te hace morder el polvo.
               Porque, claro, incluso si no tenías conexión directa con la casa de los Whitelaw, era fácil que supieras que Niki todavía no había dormido bajo el techo de su casa de acogida en Inglaterra si eras uno de los Nueve de Siempre, como era el caso de Scott. Niki no era el único al que era casi imposible pillar en casa: Logan también llevaba varios días desaparecido en combate.
               Aproximadamente, desde que yo me había plantado en su puerta fingiéndome en un apuro para pedirle que me acompañara al aeropuerto de Heathrow.
               -Realmente no te pediría esto si no fuera súper importante-aseguré, juntando las manos frente a mí en un gesto de súplica-, pero Alec tiene la boda con Chrissy y se ha ido a primera hora-con toda la prudencia del mundo, lo había hecho sin tan siquiera mandarme una foto de cómo iba, o yo me habría plantado en la boda para arrastrarlo al baño y demostrarle que yo también podía tomar la iniciativa si se me antojaba-; mi padre y mi hermano están a tope con los preparativos del concierto, y mamá ha tenido que ir a los juzgados. Bueno, y Jordan me ha dicho que no puede venir conmigo porque tiene no sé qué de una auditoría…-la auditoría en cuestión era quedarse encerrado en el cobertizo hasta, por lo menos, la misma hora en la que Niki tenía que aterrizar en casa, para que Logan y yo no nos lo cruzáramos-, así que…
               -Vale, Saab. Me visto y salimos. Pasa-se hizo a un lado para que pudiera entrar en su casa-, bajo enseguida. Mamá, papá, ésta es Sabrae. La novia de Alec-aclaró, y los dos pares de ojos que había en el salón brillaron con el reconocimiento-. Mis padres-me dijo, como si acabara de descubrirme el fuego-. Ahora mismo vuelvo.
               -¿Así que tú eres la famosa Sabrae?-me dijo su madre-. ¡Vaya, Alec no deja de hablar de ti!
               -Y eso que no lo habéis visto borracho… porque no lo habéis visto borracho, ¿verdad?-solté, y ellos se rieron. Eran bastante majos, pero agradecí que Logan se apurara: íbamos un poco justos de tiempo y yo odiaba que hubiera la más mínima posibilidad de llegar tarde a un compromiso.
               Por suerte, no sucedió tal cosa, y cuando llegamos al aeropuerto lo hicimos con una holgada media hora en la que todavía tuve tiempo de comprarle un frapuccino a Logan en el Starbucks de la terminal, por las molestias. A pesar de que me dijo que no hacía falta un par de veces, recitó su pedido tan rápido que, en el fondo, supe que él creía que me estaba haciendo un favor enorme, que le había fastidiado la tarde y que darse un caprichito a mi costa era lo menos que podía hacer por haberme sacado de aquel lío y acompañarme en busca de Pauline.
               Sólo que Pauline no era Pauline, sino Niki.
               -¿Qué haces?-preguntó Logan cuando, después de revolver en mi mochila, me saqué el móvil y activé la cámara.
               -Voy a grabar el reencuentro.
               -Ah. Vale. ¿Quieres que saque yo el mío y así tenemos dos ángulos?         
               -No hace falta-contesté, enfocando la zona de llegadas, en la que las maletas comenzaban a girar en sus cintas a un ritmo vertiginoso que enseguida estresó a los turistas. Creía que Niki habría facturado algo, pero cuando lo vi aparecer por las puertas de salida, derecho hacia las automáticas por las que entraría en el país, pulsé el botón de “grabar” y me quedé esperando a que nos viera.
               Se quedó plantado en el sitio un par de segundos, como si no pudiera creerse lo que pasaba, mientras Logan escaneaba el aeropuerto con inocente curiosidad. Una sonrisa de oreja a oreja atravesó el rostro de Niki, que echó a correr sin dudarlo en nuestra dirección. Entonces, volví el teléfono hacia la cara de Logan, que me miró con confusión y frunció el ceño.
               -¿Qué pas…?-empezó, y miró hacia la zona de llegadas.
               -A ver si conoces a alguien de por aquí-me reí yo.
               Y Logan también echó a correr, cosa con la que yo no contaba. Sobre todo porque nos habíamos puesto en la parte frontal de la zona de llegadas, justo delante de las barreras, y Logan no dudó en escurrirse por debajo y echar a correr a través de las puertas en las que había señales de dirección prohibida en carteles fluorescentes que tranquilamente podían tener el tamaño de mi cabeza.
               -¡NIKI!-bramó Logan.
               -¡LOGAN!-bramó Niki. Chocaron el uno contra el otro en su carrera y se cayeron al suelo, donde empezaron a besarse sin ningún tipo de pudor. Un grupo de amigas de los quedaron mirando, sonrientes. Lo mismo un grupo de japoneses, aunque no sonreían tanto.
               -Vale, circulen, circulen, aquí no hay nada que ver, señores-empecé, haciendo gestos con la mano como si estuviera dirigiendo el tráfico-, aquí no pasa nada, señores, circulen. Los taxis están a la entrada; los buses, al fondo de la terminal. Circulen, circulen. ¡EH!-bramé cuando una patrulla de vigilantes de seguridad nos alcanzaron y levantaron a Logan y Niki del suelo de muy malos modos-. ¡Con cuidado, putos homófobos de mierda! ¿Les trataríais así si fueran una pareja heterosexual? ¡¿A que no, putos intolerantes asquerosos?! ¡OYE!-chillé cuando uno de ellos me agarró por la cintura y me levantó en el aire-. ¡SUÉLTAME! ¡SOY UNA CIUDADANA INGLESA! ¡TENGO MIS DERECHOS! ¡LÉEMELOS, O ME ESTARÁS SECUESTRANDO! ¿TIENES IDEA DE QUIÉN ES MI MADRE? ¡NO TE ROMPO LA CARA PORQUE ENTONCES TE DARÍA UNA EXCUSA PARA DENUNCIARME, QUE SEGURO QUE ME TIENES GANAS POR MI COLOR DE PIEL! ¡SUÉLTAME, JODIDO RACISTA!-protesté, pataleando en el aire y considerando seriamente la posibilidad de morder a ese cabrón.
               Pero sabía que, si lo hacía, me retendrían en alguna sala especial y les jodería el reencuentro a Logan y Niki, así que me contenté con insultarlo mientras me sacaba de la zona de llegadas. Me dejó en el suelo y yo le di un empujón.
               -¡Eso, abusando de la autoridad! ¡Qué vergüenza! ¡Qué VERGÜENZA! ¿Y ésta es la primera impresión que los turistas se llevan de nuestro país? ¡Con razón somos el hazmerreír de Europa! ¡IDENTIFÍCATE! ¡TE VOY A PONER UNA QUEJA! ¡Y A TUS COMPAÑEROS LOS ODIA-GAYS, IGUAL!
               -¡Mocosa, os habéis colado en la zona restringida de pasajeros visitantes! ¡Da gracias de que no os pongamos una denuncia por vulnerar la ley sobre traslados aéreos!
               -¡Dime qué artículo he vulnerado! ¡Ajá! ¡No puedes porque te lo estás inventando!-lo encañoné con un dedo acusador.
               -Déjala, Rick. Tenemos demasiado curro como para ocuparnos de una cría-dijo uno de sus compañeros, tirando de él para alejarlo de mí. Por supuesto que se llamaba Rick. Le pegaba llamarse Rick, igual que le pegaba ese comportamiento de segurata engrandecido simplemente porque le han dado una pistola eléctrica.
               -Menuda manada de imbéciles-protesté-. ¿Estáis bien, chi…?-empecé, pero como se estaban metiendo la lengua hasta la campanilla, me di por contestada. Me limité a coger la maleta de Niki del suelo, donde la había dejado con todo el descaro del mundo, y esperé pacientemente ojeando las revistas de los puestos de prensa mientras ellos se “ponían guapos” en los baños durante media hora.
               Y el resto era historia. La única huella que había de la presencia de Niki en Inglaterra era su maleta de cabina en la habitación de Alec, con ropa desperdigada por el suelo y tickets de la farmacia decorándola como si fueran lacasitos a una tarta infantil.
               Todos de condones.
               Cómo no.
               -Al menos practican sexo seguro-me había pinchado mi madre cuando se lo comenté, riéndome, y se me había cortado la risa en el acto. Le había contado lo que habíamos hecho Alec y yo cuando habíamos vuelto de Mykonos, una tarde en que estábamos relajadas y haciendo los postres del fin de semana, durante la cual yo no había parado de suspirar. Ella había sonreído: acababa de volver de Mykonos, mi piel todavía relucía con el sol y el efecto de Alec en mi cuerpo, así que sabía perfectamente qué era lo que me pasaba: todavía estaba borracha de él, y la resaca emocional a la que pronto tendría que enfrentarme me parecía un edificio de 80 plantas a cuya azotea no había ascensor.
               -¿Echando de menos a tu hombre, mi amor?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, sonriendo.
               -Nos lo pasamos muy bien, mamá.
               -Me alegra saberlo. A ver, ¿qué cosas te apetece contarme?-me invitó, poniendo los brazos en jarras. Y yo empecé a contarle todo, sin dejarme nada: le conté la boda, le conté el problema que tuve con las chicas de Mykonos, la forma tan caballerosa en que Alec me defendió, la conversación que tuvimos acerca de Perséfone… e incluso que se había llevado un vibrador para probarlo, algo que le confesé con cierta timidez, no porque me diera vergüenza, sino porque recordaba haber hablado con ella sobre conseguir un producto parecido para mí durante una de las peleas que había tenido con Alec, y ella se había negado en redondo.
               -Eso está bien-sonrió mamá.
               -¿En serio?
               -Claro que sí. Sé lo que estás pensando: “me prohibió comprarme un vibrador, y ahora Alec me compra uno y todo está bien”, pero las circunstancias son distintas. No estás tratando de cubrir ningún tipo de vacío con el vibrador, sino que es un juguete más con el que disfrutar en pareja.
               -Pero lo seguiré usando cuando Alec se vaya.
               -Ya, pero volvemos a lo mismo: las circunstancias no son las mismas que cuando te dije que no te iba a comprar uno. Eres joven, Sabrae, pero ya no eres una niña. Tienes necesidades, y está bien que tengas herramientas variadas con las que satisfacerlas. Y que tu novio te las proporcione es buen síntoma: quiere decir que lo sabe, que te entiende,  y que respeta que busques consuelo. Me parece un gesto muy bonito por parte de Alec. Sin olvidar, claro, que él también lo va a disfrutar mientras esté aquí.
               -Sí, Alec es muy de gestos bonitos. ¿Sabes? La última noche que podíamos hacer algo antes de que me viniera la regla, dimos un paseíto en barca.
               -Qué bien, cielo-sonrió, cogiendo de nuevo la cuchara y afanándose en eliminar todos los grumos de la masa de bizcocho que estábamos haciendo.
               -Empezamos a hacerlo en ella, pero la volcamos y tuvimos que ir hasta la orilla. Pero fue tan bonito… o sea, creo que en ningún momento corrí ningún serio peligro-dije cuando mamá me miró-.  Incluso cuando se volcó la barca, yo me sentía segura con Alec. En cierto sentido, creo que todo pasó como tenía que pasar. Fue tan bonito cuando llegamos a la orilla e hicimos el amor. Solo estábamos él y yo, nada más. Las estrellas, el mar… no había barreras entre nosotros, estábamos conectados en todos los sentidos de la palabra, y… para mí fue un momento muy especial.
               Yo estaba perdida en mis ensoñaciones, escuchando mis jadeos mezclados con el agua, escuchando los de Alec en el Mediterráneo, sintiendo aún su piel contra la mía, su torso contra mis pechos, su aliento ardiendo en mi boca mientras su virilidad se abría paso en mi feminidad… jamás me había sentido como entonces, tan pura, tan completa, tan radiante, como si hacer el amor con Alec en el muelle de ese pueblito de Mykonos fuera mi propósito en la vida, como si escucharlo decir que me quería mientras nuestros cuerpos encajaban en una deliciosa perfección fuera lo único para lo que se habían inventado las palabras.
               Por eso, precisamente, por estar perdida en mí misma, no me di cuenta de que mamá se había envarado.
               -¿Cómo que sin barreras entre vosotros, Sabrae? ¿A qué te refieres con eso, hija?
               -Bueno… sé que no es lo ideal, pero… estaba a punto de venirme la regla, así que no había peligro, por lo que tomamos la decisión de hacerlo sin preservativo.
               -¿Tomasteis la decisión? ¿La tomaste tú, o la tomó él?
               -La tomamos juntos. Alec jamás me ha pedido hacerlo sin protección. Lo odia, de hecho. Es decir-carraspeé-, no lo odia; de hecho, le encanta, pero prefiere mil veces no ponerme en peligro y no hacerme tomar la píldora a la sensación de hacerlo sin preservativo. Todas las veces en que lo hemos hecho sin protección ha sido idea mía, o porque se nos rompió alguno y decidimos aprovechar la coyuntura. Pero no lo planeamos, tampoco. Simplemente… cuando el barco se volcó… él sólo traía un condón.
               -¿Nada más? ¿Y qué habríais hecho si se le hubiera roto al ponérselo?
               Me quedé callada, porque la verdad es que no lo sabía. Lo intuía, pero no quería decírselo a mi madre. Sentía que la estaba decepcionando, y odiaba decepcionarla.
                -Sabrae, yo no te he criado para que confíes en que sea el chico el que lleve los anticonceptivos. Es tanta responsabilidad suya como lo es tuya.
               -Pero no es el chico. Es Alec. Y siempre los lleva. Aunque yo también los suelo llevar. Es sólo que… me sacó de la cama de sorpresa. Ni siquiera me llevé el móvil. No sabía adónde íbamos.
               -¿Y ni siquiera te lo figuraste?
               Me quedé callada. Debería haberlo hecho, mamá tenía razón. Debería haber sido más previsora y haberme llevado mis propios preservativos. Tenía una caja en mi maleta, y Alec, otra en la suya, por si acaso perdíamos alguna, poder seguir disfrutando del sexo.
               -Sabrae, mira… sé que estás enamorada de él, pero no debes dejar que el amor nuble tu buen juicio. Eres una chica inteligente y responsable; sabes cuáles son las consecuencias de tus actos. Deberías tenerlas más en cuenta. Por lo menos sabemos que Alec y tú estáis sanos, así que el problema de que os transmitáis algo ya está descartado, pero tener sexo sin protección es algo muy serio. Entiendo que lo veas como algo místico, como que refuerza tu conexión con él, pero no hay ninguna diferencia entre hacerlo con preservativo o sin él. Al menos no en lo que a eso respecta.
               -Pero yo ahora mismo tengo la regla…
               -Sabes de sobra que el método del calendario no es eficaz. Alec debería saberlo también.
               Escuché a Alec en mi cabeza decírmelo él mismo. “Nena, que ahora mismo pueda dejarte embarazada casi con guiñarte el ojo no quiere decir que no pueda hacerlo también cuando estás con la regla.” Era como disparar a un blanco en movimiento: tienes menos posibilidades de darle, pero si disparas, siempre puedes terminar acertando. La única forma de asegurarte de que no rompes nada, es disparando balas de fogueo.
               -Sí-acepté, sintiéndome pequeñita, hundiéndome en el sitio-. Lo sabe. Lo sé. Lo sabemos.
               -Entonces explícame por qué, si sabes que te pones en peligro haciéndolo sin protección, lo sigues haciendo. Tú nunca has sido una irresponsable. Y, desde luego, tampoco eres tonta. Entonces… ¿por qué, Sabrae?
               -Yo sólo…
               -¿Tú sólo qué?
               -Yo sólo… quiero aprovechar cada oportunidad que tenga de estar con él, mamá-confesé, más para mí misma que para ella, y sintiendo que una enorme burbuja ascendía por mi pecho.
               -¿A cualquier precio? ¿Incluso cuando existe la posibilidad de que te quedes embarazada?-me regañó.
               Y nos sorprendí a ambas, a mí la primera, preguntando:
               -¿Tan malo sería?
               Mamá parpadeó.
               -¿Me lo estás preguntando en serio, Sabrae?
               Me quedé callada, porque no sabía qué contestar. ¿Qué respuesta das cuando no hay ninguna correcta?
               -Sabrae. Tienes quince años. ¿Me puedes explicar por qué coño quedarte embarazada te parece una buena idea? ¿Qué le ves de atractivo a ser madre adolescente? ¿Qué piensas que es la maternidad? Porque te diré lo que es: es hacer sacrificios. Es sacrificar tu carrera para poder criar a tus hijos. Es vivir primero para ellos, y luego para ti. Es dejar de priorizarte y que tus deseos y sueños pasen a un segundo plano. Es acomodar tus aficiones a lo que puedes hacer en tu escaso tiempo libre. No es simplemente que tu marido, o tu novio, o quien sea, te acaricie el vientre y te dé besos en el hombro y te coja de la mano bien fuerte mientras das a luz. Una relación sana tiene eso, claro, pero lo que viene después… además, tú todavía eres muy pequeña para…
               -Yo ya voy a hacer sacrificios-me escuché decir con un hilo de voz-. Alec va a irse un año entero.
               Y, por primera vez desde que me lo había dicho, me eché a llorar como una niña pequeña. No sabía que lo necesitaba hasta que no empecé a sollozar como si se hubiera muerto alguien, y puede que te parezca una exageración, pero así me sentía. Ahora que acababa de volver de Mykonos, ahora que había visto lo que era estar las 24 horas del día con Alec, no podía ni concebir el pasarme un día entero sin verlo.
               Ya no digamos 365.
               Cualquier cosa, incluso convertirme en madre adolescente, con todo lo que eso suponía y la manera en que me cortaría las alas, era mejor que dejar que Alec se alejara de mí. Y era tan cobarde que ni siquiera era capaz de decírselo a la cara.
               Alec, no te vayas.
               Alec, tenías razón. No lo voy a poder soportar. Necesito que te quedes.
               Alec, no me dejes.
               Nos apañaríamos. No sabía cómo, pero lo haríamos. Superaríamos que yo le suplicara de rodillas que no me dejara, y luego seguiríamos con nuestras vidas, sabiendo que nuestra relación era fuerte sin necesidad de ponerla a prueba.
               Mamá fue tan buena que dejó a un lado su decepción y su enfado para acogerme entre sus brazos y dejar que me desahogara. Esperó pacientemente a que me tranquilizara, acariciándome el pelo, besándome la cabeza, susurrándome que era más fuerte de lo que pensaba y que podría aguantar un año sin Alec. Lo había hecho antes y lo haría ahora.
               -No me he pasado nunca un año entero sin verlo. Creo que ni siquiera un mes. En toda mi vida, ni un mes, mamá. Y eso que lo detestaba.
               -Te has pasado catorce años sin saber que era él quien estaba destinado a ti. Ahora que sabes quién es, puedes esperarlo un año-contestó. Pero no me convenció. No porque yo no supiera que podía esperarlo un año, sino porque no quería. No podía esperar. A él le esperaría toda la vida, pero no podía estar sin él. Sin verlo, sin tocarlo, sin oírlo, sin olerlo. No podía vivir sin sus bravuconadas, sin sus risas, sin sus payasadas. No podía meterme en peleas y que él no se interpusiera entre lo que fuera que me amenazara y yo. No podía irme a dormir y que él no estuviera ya metido en la cama, o acurrucarme a esperarlo mientras terminaba en el baño, al otro lado de la pared. No podía disfrutar de mi cuerpo sin que Alec fuera quien lo adorara.
               Claro que podía esperar a Alec, pero no podía vivir lejos de él. Y el kilómetro y pico que nos separaba en nuestras casas ya era demasiado para mí, así que imagínate seis mil.
               Mamá tenía demasiada fe en mí. A veces sentía que me había criado para que fuera todo lo fuerte que pudiera mientras era independiente, como si supiera que estaba en mi naturaleza entregarlo todo de mí cuando me enamorara de verdad.
               Y lo que le sobraba de fe también le sobraba de amor y comprensión; por mucho que se hubiera enfadado conmigo, cuidarme era su misión principal en la vida, y no iba a dejar que me hundiera en lo más hondo de mi alma sin encender una bengala en la parte superior para guiarme en el camino y dejarme que volviera a ser yo. Lloré todo lo que necesitaba en sus brazos, sintiendo cómo el alivio atravesaba mi interior y, poco a poco, se expandía igual que una flor abre sus pétalos y acaba protagonizando el cuadro que, en un principio, iba a ser para el jarrón que ocupaba.
               Ya con las mejillas húmedas, el bizcocho casi olvidado en la encimera, y un calor que me costaba explicar en lo más hondo de mi pecho, conseguí dejar de llorar y mirar a mamá. Pude ver la decepción que había en sus ojos por detrás de aquella serena comprensión, y supe que quería ser como ella cuando tuviera mis propios hijos: cariñosa, pero también decidida cuando lo hubieran hecho mal. No me imaginaba lo mucho que me dolería verlos cometer errores, pero estaba dispuesta a aprender de mamá a llevarlos tan bien.
               -Sigo tremendamente decepcionada contigo, Sabrae-me dijo cuando yo le di las gracias-. Y no quiero que vuelvas a hacerlo, ¿entendido? Todavía eres demasiado joven para pasarte a los anticonceptivos hormonales, así que tienes que prometerme que llevarás siempre tu propia protección encima-alzó una ceja, sosteniéndome por la barbilla para asegurarse toda mi atención-. Sin excusas. Si necesitas más pero se te ha acabado el dinero, me lo dices, y yo te la compro. O te lo doy, y te la compras tú. Pero no quiero que dependas de nadie-me apartó un mechón de pelo de la cara con una caricia, y yo estaba a punto de preguntarle si no podía hacer una excepción con Alec, hasta que añadió-: incluso aunque ese alguien sea Alec.
               Asentí con la cabeza. Tenía sentido, y lo que me estaba diciendo era más que razonable. Así que sorbí por la nariz.
               -Te lo prometo, mamá.
               -Vale-dijo, jugueteando con mi pelo, echándomelo sobre los hombros y acariciándolo suavemente mientras reflexionaba en silencio-. Ahora es tarde para que tomes la píldora, y ya has tomado demasiadas este año. Creo que deberías empezar a pensar en ella como una medida excepcional, tu último recurso, al que no debes recurrir salvo que no te queden más opciones. Casi como el aborto, Saab. En serio. Te sienta mal; tu propio cuerpo te dice lo mala que es para ti, así que deberías ser más consciente-asentí de nuevo-. Por lo menos tenemos el consuelo de que Alec…-se quedó callada, consciente de que aquello era un tema tremendamente doloroso para mí, así que se relamió los labios-. Espero que hayáis tenido suerte de verdad y no estés embarazada. Porque entonces sí que te habrás metido en un buen lío, señorita. Pero ya nos preocuparemos por eso más adelante. Ahora vamos a…
               -¿Debería hacerme un test?-pregunté con un hilo de voz, y mamá se me quedó mirando. Se relamió de nuevo los labios, me miró de arriba abajo, y luego, finalmente, terminó por negar con la cabeza.
               -Es pronto aún. Ya nos preocuparemos por eso cuando nos toque, si es que nos toca.
               -¿Se lo vas a decir a papá?
               -Eres tan mía como suya, Sabrae. Claro que se lo voy a contar a tu padre. De hecho, deberías hacerlo tú, pero creo que será mejor que yo lo gestione. Sólo por esta vez, ¿de acuerdo?
               Papá fingió tomárselo un poco mejor que mamá cuando estuvo delante de mí, pero yo escuché cómo hablaban en el piso de abajo aquella noche.
               -Joder-había reído con cinismo él-. Y yo que pensaba que había acojonado lo suficiente a Alec. Me daba pena hacerlo más; parece demasiado buen chaval.
               -Es buen chaval-contestó mamá, jugueteando con los dedos con la copa de vino que se había servido para relajarse-, lo que pasa que no piensa cuando está con ella. Y ella no piensa cuando está con él.
               -Vamos, que son malos el uno para el otro.
               -No necesariamente. ¿Un amor demasiado intenso es malo?
               Me había sentado en las escaleras con el corazón en un puño, temiéndome hacia dónde iba la conversación. Apenas me había atrevido a respirar, no sólo para poder escucharlos, sino para que ellos no me escucharan a mí.
               -¿Qué quieres que conteste, Sher? ¿Que creo que merece la pena que mi hija lo pase mal a cambio de que sea feliz cuando está con su novio?
               -¿Tenemos opción a creer otra cosa? Somos sus padres.
               Papá se quedó en silencio, y me atreví a asomarme a las escaleras para ver qué hacía: estaba mirando a mamá con intensidad, esperando a que ella dijera algo. O quizá comunicándose con ella en silencio, igual que lo hacían Scott y Tommy, o igual que lo hacíamos Alec y yo.
               -No voy a meterme entre ellos, Zayn-zanjó mamá en un susurro-. Sabrae está enamorada de él, y yo soy su madre. No puedo hacer que se desenamore. Lo único que puedo hacer es tratar de que entre en razón.
               Papá suspiró, acariciándose la barba mientras miraba la televisión encendida pero silenciada, reflexionando largo y tendido.
               -Echo de menos cuando no nos enterábamos de estas cosas, porque el único del que teníamos que preocuparnos era Scott.
               -Pues yo prefiero que sea Sabrae a que sea Scott. Prefiero enterarme al momento de lo que pasa, a hacerlo después de nueve meses.
               -¿Crees que…?
               -No. Pero sólo lo creo. No estoy segura, y ya sabes… sólo apuesto cuando lo hago sobre seguro.
               -Joder-suspiró de nuevo papá, con la mano sin parar en la barba: adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás-. ¿Y qué vamos a hacer con él?
               -Él es cosa de Annie. Hablaré con ella para que tenga una charla con él, pero tú y yo no vamos a hacer nada. Es el novio de nuestra hija, no nuestro hijo. Hay una diferencia, aunque tú sientas ese instinto asesino que te obliga a protegerla a toda costa. Enfrentarnos a Alec sólo va a hacer que Sabrae nos vea como el enemigo, y más ahora que está tan sensible porque él se va a marchar. Y no podemos permitirnos que nos vea como el enemigo, Zayn, ¿queda claro?
               -Yo no he dicho nada.
               -Tenemos que seguir cuidando la confianza que ella tiene en nosotros. Es la única manera de que se atreva a decirnos las cosas que hace, incluso cuando sabe que no nos van a gustar.
               -Me esperaría de esto de cualquiera salvo de ella. ¿Crees que las demás nos van a dar estos quebraderos de cabeza?
               -Shasha va a ser tranquila. Duna, en cambio… deberíamos dar gracias al Señor porque nos deje entrenarnos con Sabrae antes de pasar a la liga profesional con Dun. Ella que nos va a tener vigilándola las veinticuatro horas del día.
               -Tiemblo de miedo. Sobre todo porque tienes razón. Con lo responsable que era Sabrae…
               Que usara el pasado conmigo en lugar del presente para mí fue como un puñetazo en el estómago, pero debía reconocer que me lo merecía. No había obrado con responsabilidad, así que me merecía escuchar la decepción en la conjugación de mi padre.
               -¿Tú eras así a su edad?
               Mamá se rió.
               -Yo era peor. Por eso no estoy tan cabreada. Por eso, y porque sé que Sabrae ha entendido el mensaje, y no lo va a repetir.
               -A ver si es verdad.
                -Eeeeeoooo-Alec me dio un toque en la cintura, mordisqueándome la oreja para traerme de vuelta del mundo de mis pensamientos. Di un brinco y miré en derredor: Scott había desaparecido, al igual que todas las bandejas con canapés. Shasha estaba sacando los vinos de la nevera, ansiosa por regresar a la mesa y seguir bombardeando a Ekaterina a preguntas sobre su adolescencia. Le parecía fascinante cuánto mundo había visto, que no fuera de ningún sitio y de varios a la vez. Me pregunté si mi hermana se veía reflejada en una princesa bastarda, a la que lo único que mantenía a flote eran las esperanzas de que el viejo orden regresara y su familia le devolviera el honor que su propio país le había negado durante la infancia-. Te has quedado empanada.
               -Estaba pensando-me excusé, cogiendo las ralladuras del limón y espolvoreándolas por encima.
               -Me parecía. Por eso de que te estaba saliendo humo por las orejas, y tal. ¿Qué ecuación de quinto grado estabas haciendo?
               -Qué rico, pensando que me dedico a pensar en mates en mis ratos libres-le di una palmadita en la mejilla y me escurrí por debajo de su brazo para meter la tarta en la nevera. Alec, ni corto ni perezoso, me dio una palmada en el culo aprovechando que acababa de inclinarme para colocarla en su sitio, y se rió cuando yo exhalé un gritito de sorpresa.
               Estaba tan integrado en la casa que incluso se encargó él mismo de poner las copas, ya que Shasha había puesto vasos. Me quedé mirando cómo cogía seis cinco en cada mano, cuando Scott, el que más trataba de chulearse, sólo era capaz de llevar cuatro. No pude evitar relamerme, y cuando él me preguntó qué me pasaba y por qué le miraba así, negué con la cabeza y sonreí con maldad. Él comprendió de sobra qué se me estaba pasando por la mente, pero fue lo bastante educado como para limitarse a reír por lo bajo, escanearme con la mirada y meterse en el comedor después de prometerme un “luego” con un travieso guiño del ojo.
               Me quedé parada bajo el marco de la puerta a mirar a Mimi, que en ese momento tecleaba en la pantalla de su móvil con gesto concentrado. Cuando Alec dejó una copa frente a ella, levantó la vista, se empujó las gafas de cristales redondos y montura prácticamente inexistente hacia atrás, y le dedicó una sonrisa a su hermano que no subió a sus ojos.
               -¿Te gusta mi vestido, Mím?-pregunté, demasiado evidente en busca de aprobación. Mimi posó los ojos en mí, escaneó mi atuendo, y asintió con la cabeza.
               -Estás muy guapa.
               Y volvió la vista al móvil.
               Procuré que no se me notara que acababa de desinflarme ante su falta de atención, y luché por animarme diciéndome a mí misma que su gusto por los postres de limón no tenía por qué implicar una obsesión absoluta por esos cítricos. No todo estaba perdido, y la artillería pesada era ya desde el principio la tarta de limón que con tanto mimo había preparado.
               Esperé con paciencia a que Alec se sentara, que esperó a que lo hiciera Duna para hacerlo a su lado. Mi hermanita estaba absolutamente decidida a hacer que Alec se esforzara en conseguir su perdón; apenas había aparecido por casa por primera vez desde su vuelta de Mykonos, Duna se había negado en redondo a dejar que Alec le diera los besos de rigor. Se había apoyado en su pecho para alejarse de él cuando él la cogió en brazos, apartando la cara de la de mi novio todo lo que le permitió su estatura.
               -No-se quejó-. Nada de besos. Eres un traidor, y estoy muy enfadada contigo.
               -¿Por qué?
               -No me has llevado a Mykonos contigo. Estoy súper, súper, súper enfadada, Alec. Así que no hay besos hasta que se me pase.
               -Bueno-había cedido él, dejándola entonces en el suelo. Porque Alec podía ser muchas cosas, pero sobre todo, era un rey respetuoso que conocía a la perfección el significado de la palabra “no”.
               Claro que Duna quería camorra, no que respetaran sus decisiones. Quería que un hombre se arrastrara por ella, y ver que Alec ni siquiera consideraba esa posibilidad la enfadó todavía más.
               -Ah, ¿¡que encima no me vas a insistir!? ¡Todos los hombres sois iguales!-se quejó, y se aseguró de darle un sonoro pisotón a Alec, que más que quejarse, se rió. Aunque yo sabía que los pisotones de Duna dolían. La cría parecía tener un sexto sentido para saber dónde tenías el meñique y destrozártelo con toda la fuerza de sus piernecitas.
               -¡OYE!-bramó mamá, que lo había visto todo desde una respetuosa distancia desde la que había podido reírse tranquila, al menos hasta entonces-. ¡Pídele perdón a Alec ahora mismo, señorita!
               -¡Que me lo pida él a mí!-explotó Duna, y luego señaló a Shasha, a quien se había asegurado de castigar con un silencio que a Shash parecía importarle más bien poco, ya que así podía ver sus series tranquila-. Jamás me habría esperado esto de ti. De Sabrae, la roba novios, sí. Pero jamás de ti. Espero que los baños en la playa hayan merecido la pena, porque has perdido una hermana.
               -Todo ventajas-se burló Shasha, y Duna se había vuelto completa y absolutamente loca, pataleando y arañándola y mordiéndola de un modo que había aprendido de nosotras dos. Me habría sentido orgullosa de no haberme costado tanto separarla de Shasha; incluso fue difícil con la ayuda de Scott.
               -¿Te sirvo zumo, Dundun?-preguntó Alec, servicial, y Duna lo fulminó con la mirada.
               -¿Tiene azúcar?
               -No.
               -Mejor. Me he vuelto celíaca, ¿sabes?-soltó, y yo me la quedé mirando-. Así que tengo que vigilar el azúcar.
               Alec se giró para mirarme y yo sacudí la cabeza.
               -Dundun, ¿sabes lo que es ser celíaco?-le preguntó Alec mientras le echaba el zumo.
               -¿Y tú?-Duna se cruzó de brazos con chulería.
               -Eh… no. ¿Me lo podrías explicar?
               -A ti te lo voy a decir… traidor-bufó, dando un sorbo de su zumo y relamiéndose cuando se lo separó de la boca. Se aseguró de que Alec supiera que no tenía intención de mirarlo, mirando exageradamente a todas partes menos a él. Balanceó las piernas por debajo de la mesa mientras esperaba a que vinieran nuestros padres, y cuando Alec le colocó un barquito de origami que había hecho con una servilleta sobre el plato, lo miró. Parpadeó despacio, cogió el barquito, y se lo colocó en el regazo.
               Empezó a perdonar a Alec cuando le hice con disimulo una grulla que agitaba las alas si le tirabas de la cola, y toda afrenta quedó olvidada cuando Alec cogió uno de sus canapés preferidos, de gamba con salsa de holandesa y perejil, y los reorganizó todos en la bandeja para que no pareciera que faltaba ninguno. Mimi observó la escena con atención, y cuando Duna se rió al esconder Alec la cuchara que había ensuciado debajo de su plato, puso los ojos en blanco y bufó sonoramente.
               Justo en ese momento entraron nuestros padres, así que perdimos la ocasión de preguntarle a Mimi qué le ocurría. Mamá le puso una mano afectuosamente a Dylan en el brazo.
               -Entonces, ¿por cuánto me dices que saldría lo de la sala de yoga en la habitación de Scott?
               -¿En serio, mamá? ¿Todavía no me he independizado y ya estás pensando en tirar mis cosas?
               -Tirarlas no, cielo. Sólo las metería en cajas y las dejaría en el trastero. Que, por cierto, nos vendría bien ampliar. La sala de juegos se les está quedando un poco pequeña a las niñas. ¿Es posible?
               -Claro. Y no te preocupes por mis honorarios, Sher. Los arquitectos también trabajamos pro bono.
               -¿Por llevarle el divorcio a Annie?-rió mamá-. Has tardado en devolverme el favor.
               -Sí que he tardado bastante, Sher, pero es más bien por haberle dado a Sabrae a Alec.
               Alec me acarició suavemente la pierna por debajo de la mesa, y yo le di un apretón en la mano, diciendo “para” y “te quiero” a la vez.
               -Nunca le has dado las gracias de esa manera por darle a Tommy a Scott, Z-comentó mamá, sentándose a la mesa. Papá se despatarró en su silla.
               -Ya lo hago, cada vez que pongo mi voz a las letras que escribe Louis. De no ser por mí, vivirían debajo de un puente. Louis no da una nota en condiciones aunque su vida dependa de ello.
               -¿Te parece guay reírte de Louis cuando él no está presente para defenderse, papá?
               -Es aburrido porque no lo escucho quejarse, pero tampoco es que haya mucha diferencia. Todavía estoy esperando a que aprenda a discutir conmigo en condiciones.
               -Mira, ya somos dos-se burló mamá, riéndose.
               La comida fue genial. Los Whitelaw alabaron nuestras dotes culinarias, y el comedor se llenó del runrún de las charlas solapadas y las risas a carcajada limpia. Ekaterina y mis padres conectaron enseguida, en parte por la forma tan entusiasta en que se alabaron mutuamente por el nieto y la hija que tenían, y mi tarta fue todo un éxito.
               -Eso es porque las claras están muy bien montadas al punto de nieve-se chuleó Alec, repatingado en la silla, con un brazo por detrás del respaldo y otro en la cintura de Duna, que se había sentado en su regazo cuando se terminó su plato de pollo tikka masala.
               -Fijo que es por eso-asentí yo, dándole una palmadita en el brazo. Mimi se pasó la lengua por los labios para recoger un poco de la nata que le había quedado pegada en ellos, y tapándose la boca con la mano, me miró a los ojos y confirmó:
               -En serio, Sabrae. Está riquísima.
               -¿Quieres más?-ofrecí, cogiendo el cuchillo y cortándole un trozo sin esperar a que me dijera que sí. Cebaría a mi cuñada con tal de conseguir su perdón, y que volviera a llamarme “Saab”. Todavía no habíamos llegado allí, pero estaba convencida de que lo conseguiría a base de forzarle una diabetes.
               Terminada la comida, nos fuimos desperdigando por la casa. Aproveché el revuelo mientras se recogían los platos para pedirle a Alec que se fuera con Scott.
               -Por curiosidad: todavía no me has pedido que me quede porque te mueres de ganas de que me largue, ¿verdad? Seguro que estás cansada de esperar a que llegue el día en que me suba al avión-me picó, y yo puse los ojos en blanco mientras lo empujaba en dirección hacia las escaleras por las que se había perdido mi hermano, confiando en que Alec iría tras él.
               -Tengo que hacer una cosa.
               -¿Qué cosa?-la desconfianza que había en los ojos de Alec me hizo hasta gracia, pero yo estaba decidida a no soltar prenda. Mimi estaba sentada en el jardín, con las piernas cruzadas mientras tecleaba en su móvil, aprovechando la sombra que proyectaban los árboles que nos proporcionaban intimidad a lo largo del año. No iba a tener una oportunidad como aquella otra vez.
               Así que abrí la puerta corredera y salí al exterior.
               -¿Disfrutando del solecito?
               Mimi se hizo una visera con la mano y arrugó la nariz, tratando de enfocarme. Asintió con la cabeza y se palmeó la barriga.
               -Tenía que ir a ensayar esta tarde, pero lo veo un poco complicado. Os habéis lucido con la comida. Especialmente con el postre.
               -¿Seguro que no llevaba poco limón?-pregunté, aunque para mí tenía demasiado. Había querido pecar por exceso en lugar de por defecto, aunque aquello era lo que no había que hacer en cocina.
               -Estaba genial. Tienes que pasarme la receta.
               -O, si quieres, cuando te apetezca más simplemente voy a tu casa y te la hago-comenté, sentándome frente a ella. Mimi sonrió cortésmente, abrazándose a sí misma.
               -No quiero abusar de ti. Además, tendrás mucho con lo que ponerte al día cuando mi hermano se vaya. No quiero agobiarte, pero no estoy segura de que pueda pasar sin esa tarta mucho más tiempo.
               -¿Por qué dices eso?
               -Porque estaba riquísima, Sabrae, ya te lo he…
               -No. Me refiero a lo de que me tendré que poner al día cuando tu hermano se vaya. ¿Por qué voy a tener que ponerme al día con nada? ¿Y por qué ibas a agobiarme tú?
               Mimi parpadeó despacio, y dejó su móvil a su lado.
               -Bueno-murmuró, ganando tiempo-. Alec y tú estáis a tope, eso es evidente. No os separáis, y me imagino que a tus amigas les habrás prometido devolverles todo el tiempo que les estás quitando por…-empezó a retorcerse las manos-, las circunstancias en las que os encontráis. Así que no quiero que te sientas presionada a hacer nada por mí.
               -Yo quiero hacer cosas por ti, Mím-repliqué, inclinándome hacia delante y cogiéndole la mano. Su pelo refulgía como una cascada de rubíes bajo el sol. Mimi arrugó la nariz y asintió despacio con la cabeza-. No me siento obligada a hacer nada por ti, en absoluto. Si lo hago es porque me gusta. ¿Sabes? Siento que algo ha cambiado entre nosotras. ¿He hecho algo que te haya molestado?
               -¿Por qué dices eso?
               -Me da la sensación de que desde que hemos vuelto de Mykonos no nos comportamos igual la una con la otra. Disfruté muchísimo de esa tarde que pasamos de chicas, y no quiero renunciar a eso. Tú me caes genial, y quiero…
               -Tú a mí también.
               Sonreí.
               -No me lo estoy inventando, ¿verdad?-pregunté, pero Mimi se quedó callada-. Nos pasa algo. Te noto un poco fría y distante conmigo, como si te hubiera molestado con algo. Te aseguro que, si es así, no era mi intención. Y te pido perdón.
               Permaneció callada un minuto entero que a mí se me hizo eterno. Cruzó las piernas, agitando el pie en el aire. Había escuchado bastantes peroratas sobre el lenguaje corporal que Claire le había dado a Alec y que éste repetía como un loro como para saber lo que aquello significaba: impaciencia. Abstracción absoluta en los propios pensamientos.
               -No tengo nada que perdonarte porque no me has hecho nada-dijo por fin, y yo no pude contener un suspiro de alivio.
               -Entonces, si no ha pasado nada, ¿por qué estamos raras la una con la otra? ¿Por qué me pones nerviosa? ¿Por qué siento que necesito esforzarme para complacerte? Antes éramos amigas. Lo nuestro fluía igual que fluye lo mío con tu hermano-Mimi parpadeó, pensativa, y yo me incliné hacia ella-. Sabes que puedes contarme lo que quieras. Y más ahora que somos hermanas. Alec me dijo que siempre habías querido tener una.
               Sonrió con nostalgia, seguramente pensando en lo que había visto en Eleanor, en lo que había visto de refilón en mí. Lo bonito que era tener una chica de tu edad en casa, alguien a quien acudir, a quien confiarle tu vida, a quien pedirle opinión y ofrecerle tus secretos. Alguien a quien te apetecía matar a veces, y por quien siempre matarías.
               Entonces, me miró y asintió despacio con la cabeza, una suave sonrisa, esta vez sincera, curvando sus labios y rediseñando las constelaciones de sus pecas.
               -Podemos quedar un día de estos, si quieres. Recuperar el tiempo perdido. ¿Qué te parece?
               -Suena bien. Pero… ¿podemos dejarlo en pausa, por un momento?
               Me chocó que me dijera que sí y al instante me rechazara, pero por supuesto no podía decirle que no. Yo no era nadie para imponerle a Mimi mis ritmos.
               -Esto… claro. Cuando no tenga planes.
               -No es nada personal. Es que…-se inclinó hacia mí y me guiñó el ojo, poniéndome una mano en la rodilla-, estoy pendiente de un chico. Lo entiendes, ¿verdad, Saab?
               ¿Mimi?
               ¿Diciendo que iba detrás de un chico y no poniéndose rojísima?
               Jo-der. Me parecía absolutamente surrealista.
               -Claro que sí. Cuando tú puedas. Yo no tengo prisa.
               No, de momento no quería apurarme en llenar mi agenda con nombres que no empezaran por A. De modo que si Mimi tenía cosas que hacer, tanto mejor para mí. Más tiempo para aprovechar a su hermano.
               Lo que yo no sabía, y Mimi no tenía pensado decirme ni bajo tortura, era que las dos estábamos poniendo nuestra agenda al servicio del mismo chico. Y que si Mimi me había pedido tiempo era porque confiaba en que su hermano, tarde o temprano, la acabaría eligiendo a ella en algún momento.
               Pero fue así.
              
 
No recordaba la última vez que había vuelto a casa tan jodido después de un entrenamiento con Sergei, pero si ese subidón de endorfinas era lo que había experimentado en el pasado, me pasaría las tardes metido en el gimnasio, dándole al saco y después a saco a Sabrae.
               Había comido como un cerdo en la comida de casa de Saab; todo era lo bastante abundante como para empacharte con un solo plato, y lo suficientemente delicioso como para no probarlo todo. Quedarme tirado en la sala de juegos mientras echaba unas cuantas partidas con Scott había hecho que pareciera tener tripa, algo que no tenía pensado permitir bajo ninguna circunstancia, así que cuando mis padres habían anunciado que se volvían a casa, yo lo había visto como la oportunidad del siglo para coger mis cosas y pirarme al gimnasio.
               -Creía que hoy ibas a pasarte la tarde de relax en casa-respondió Mimi con el ceño fruncido, los ojos llameando de una forma extraña que yo no le había visto nunca, pero que, sinceramente, no podía pararme a identificar. Tenía muchísimas cosas que hacer y que me apetecían más que tratar de desentrañar los misterios del humor de mi hermana, así que simplemente me había encogido de hombros y había dicho:
               -Cambio de planes. Soy un espíritu libre, Mary Elizabeth. No hay agenda que pueda atarme.
               -¿Y qué hay del coche?-preguntó mamá. Agité la mano en el aire.
               -Tampoco corre prisa que me saque el carnet, ¿no? En Etiopía no hay autopistas, creo.
               Shasha se giró con dramatismo y miró a Sabrae.
               -¿Vas a reñirlo por esa racistada que acaba de soltar, o estás demasiado borracha de su testosterona?
               -Te contestaría, pero cualquier cosa que no fuera escupirte sería malgastar mi saliva contigo. ¿Puedo acompañarte al gym, Al?
               -La duda ofende-contesté yo, guiñándole un ojo a mi chica y rodeándole la cintura con el brazo, dándole un suave pellizco. La tarde había ido genial. Yo no las tenía todas conmigo cuando me dijo que sus padres querían invitar a los míos y a mi abuela a comer, no porque no supiera que mis padres se llevaban bien, sino porque mi abuela no tenía ningunas ganas de disimular que alguien le gustaba a estas alturas de la vida, y me preocupaba que Sher y ella tuvieran caracteres de hembras alfa demasiado fuertes que acabaran colisionando. Cuál había sido mi sorpresa cuando no sólo no se habían puesto a competir entre ellas, sino que habían encajado como el zapatito de cristal de Cenicienta y su real piececito.
               -¿No echáis de menos la época de vuestras vidas en la que vuestros hijos simplemente no se preguntaban abiertamente si les apetece follar delante de vosotros?
               -¡Papá!-protestó Sabrae, escandalizada-. ¡Yo no le he propuesto follar a Alec!
               -Entonces, ¿para qué coño quieres venir conmigo, Sabrae?
               -Será para lamerte el sudor-se burló Scott, y yo lo miré.
               -Eso va incluido en el follar, S.
               -¡NO VOY A VOLVER A DIRIGIRTE LA PALABRA!-chilló Sabrae, dándome un empujón y saliendo disparada escaleras arriba. Cuando fui tras ella después de unos segundos en los que le permití tener todo el protagonismo que quería, me la encontré cambiándose de ropa. La muy cabrona había esperado a que abriera la puerta para quitarse la camiseta, quedarse en tetas y ponerse el top de deporte de color coral muy, muy despacio.
               ¿Me dejó tocarla? No.
               ¿Me lamió el sudor del torso? Joder, ya lo creo. Y el semen de la punta de la polla. Y también me dirigió la palabra: me dijo bastantes tacos, entre los que destacaban cuatro “joder, sí, Alec, más fuerte”, tres “mierda, qué grande la tienes”, unos dieciséis “oh, sí, así” y tantos “Dios mío” que, francamente, había perdido la cuenta.
               Había salido de la ducha casi más sudado de lo que había entrado, y eso que Sergei no tuvo contemplaciones ni conmigo ni con ella. Detestaba entrenar a parejas juntas porque se desconcentran y son cuidadosas, todo lo que no puede ser un boxeador, pero conmigo estaba dispuesto a hacer una excepción por toda la gloria que le había conseguido al gimnasio… y porque, las cosas como son, también le tenía terror a “mi zorrita”. Sabrae era la persona que más fácil lo tenía para tumbarme, y yo era la persona que más fácil lo tenía para tumbar a Sergei, así que… dos y dos son cuatro, ¿no?
               Pero que hubiera salido más sudado no significaba que me sintiera sucio, o que no quisiera seguir jugando. Sabrae estaba secándose con la toalla que había metido en su bolsa de deporte, en la que habíamos colado la ropa que yo “le había regalado” (vamos, la que me había robado del armario sin preguntarme siquiera si me importaba prescindir de ella) y que ahora vivía en su casa.
               -No hemos traído ropa limpia-me dijo, secándose la espalda y haciendo un mohín al pensar en volver a ponerse el top de deportes sudado ahora que ya estaba limpia.
               -Qué lástima-respondí yo-. Tendremos que esperar a que el gimnasio cierre y se haga de noche para poder ir desnudos hasta casa. Me pregunto-dije, sentándome a su lado, metiendo la mano dentro de la bolsa y alcanzando un paquetito de plástico-, qué es lo que podemos hacer para…-la agarré de las caderas y la hice sentarse encima de mí, penetrándola en ese instante. Sabrae abrió la boca, exhalando un jadeo silencioso-, pasar el rato.
               -Acabamos de salir de la ducha-me riñó, pero empezó a moverse encima de mí, empujándome dentro de ella. Joder, me volvía absolutamente loco.
               -Así aprovechamos. Tú todavía estás mojada-comenté, besándole el hombro y dejando un reguero de mordisquitos por su piel hasta llegar al lóbulo de la oreja-. Además… tú te has corrido una vez nada más. Eso me ofende, bombón. Si no es por igualar el marcador de orgasmos, entones hazlo por mí. Para que yo no me disguste. Me han quitado un trocito de pulmón.
               -Serás imbécil…-ronroneó, mordiéndose el labio y arqueando la espalda hacia mí, de manera que yo entraba en un ángulo mejor dentro de ella.
               Así que, no. No me importaría en absoluto repetir la tarde de hoy, que había sido jodidamente perfecta: ¿comilona, boxeo, y follar con Sabrae en bucle? ¿Dónde coño tengo que firmar?
               -Buenassssss-saludé cuando entré en casa, cerrando rápidamente la puerta tras de mí para que Trufas, que apareció derrapando por la escalera, no pudiera escaparse. Le había cogido prestadas las llaves a Sabrae, por si mi familia se había ido por ahí a pasar la tarde, pero se las devolvería esa misma noche, cuando la viera de fiesta.
               Si es que llegaba siquiera a la calle de los bares y yo no la interceptaba antes, claro.
               Eché a andar en dirección a las escaleras, presto a acariciar a Trufas de la que me dirigía hacia el baño, cuando la voz de mi madre me detuvo justo en el primer escalón.
               -Alec. Ven-ordenó. Puse los ojos en blanco; me venía bastante mal que mamá decidiera que quería bronca, pero no podía escaquearme, y tratar de hacerlo sólo lo haría todo peor. Así que me bajé despacio del primer escalón, le hice una reverencia a Trufas, haciendo un gesto con la mano para invitarle a irse, y repasé mentalmente la lista de tareas de casa que me había mandado hacer mamá en los últimos días, y de la que no había escurrido el bulto en absoluto.
               No tenía ni puta idea de qué era lo que la había cabreado ahora, así que procuré entrar en la cocina, donde me esperaba, como Sergei me había enseñado a entrar en un ring cuyo oponente no sabía si era mejor o peor que yo: con la cabeza bien alta y confiando en mi victoria.
               Incluso aunque fuera improbable.
               -Padres. Mamushka-hice una reverencia al encontrármelos a los tres allí, fingiendo que no acababan de ponérseme los huevos de corbata. Mierda. Si estaban todos juntos era que había pasado algo gordo, y a juzgar por las caras de ellos, no era nada bueno. Qué raro. No me imaginaba por qué Mamushka tendría que decirme nada malo. ¿Se había muerto un primo mío muy querido al que ni siquiera recordaba?
               -Siéntate-ordenó mamá.
               -Mamá, oye, sea lo que sea… lo siento mucho y lo he hecho sin querer. Huelo a zombie y quiero ducharme. Y me apetece echarme un rato antes de…-mamá me fulminó con la mirada, y yo me quedé callado.
               -Siéntate-repitió, y no necesité que lo hiciera otra vez. Me metí las manos en los bolsillos del pantalón para esconder la forma en que estaba retorciendo los dedos y me subí al taburete que estaba frente a ellos. Frente a los tres.
               Querían presentar un frente unido, y yo era el enemigo al que iban a derrotar. Apoyé los pies en las barras del taburete de la isla de la cocina y los miré alternativamente. Los tres tenían los ojos fijos en mí. Hasta Dylan parecía cabreado conmigo, y yo no recordaba haber visto a Dylan enfadarse conmigo jamás. Eso era cosa de mamá.
               -Voy a hacerte una pregunta-dijo la susodicha-, y más te vale que seas sincero conmigo. Porque te juro que, como intentes mentirme, te hago las maletas y te las pongo en la puerta. Quizá sea eso lo que estás intentando, que te eche de casa para instalarte en la de los Malik y seguir haciendo el imbécil como lo estás haciendo.
               La conocía lo suficiente como para saber que tenía que callarme y apechugar hasta que ella decidiera desahogarse conmigo, así que eso hice. Tragué saliva, sintiendo la boca pastosa, y comprendiendo a la perfección por qué Sabrae era tan organizada. No saber la que se venía encima hacía que se me oprimiera el corazón de una forma que me sonaba demasiado, y que no estaba seguro de ser capaz de controlar aún.
               -¿Me has oído?
               -Sí, señora-susurré, y a pesar de los años de coñas y de cómo la había sacado de sus casillas antes, hoy mamá no puso los ojos en blanco. No se irritó. Disfrutó con esa muestra de respeto que yo rara vez le brindaba últimamente. Saab me había hecho darme cuenta de los sacrificios que mamá hacía por mí, y valorarlos mil veces más que antes… y eso que antes ya habían significado todo.
               -Los condones-dijo, e hizo una pausa en la que a mí se me heló el corazón-. ¿Para qué los quieres?
               Miré a mi madre, la mujer que me había dado la vida. Luego, a Dylan, el hombre que me había dado mi apellido. Y luego, a mi abuela, la mujer que me había dado el habla.
               Y no pude ver en ninguno de ellos adónde quería ir a parar mamá.
               -Eh… ¿es una pregunta trampa?
               -Para qué coño quieres los condones, Alec-ladró mamá, y yo di un brinco en el asiento. Ni siquiera me había mirado cuando estalló así, no como una bomba nuclear, sino como una pistola láser, la fuerza de mil soles concentrada en un ínfimo rango de maniobra.
               -Pues… para usarlos, mamá.
               -¿Seguro? ¿Para usarlos para qué?
               -Seguro que se te ocurre para…
               -¿USARLOS PARA QUÉ, ALEC?-dio un golpe en la mesa y yo me estremecí. No me lo esperaba. Y eso me acojonaba más que el golpe en sí. ¿Me estaba pasando algo? ¿Estaba perdiendo facultades?
               -Para tener sexo.
               -¿Con quién?
               -¿Es una puta broma?-ladré. Que siquiera insinuara que yo… sentí arcadas sólo de pensarlo, porque la idea era absurda. Ahora que Saab me había hecho ver la fortaleza que había dentro de mí, que era su más fiel seguidor y su admirador más devoto, confiaba en que no le haría daño. La confianza ciega que ella había depositado en mí era suficiente para que yo me creyera capaz de mover montañas. No me adoraría como a un dios si no fuera un dios.
               Así que la sola idea de que alguien me insinuara mortal era, simplemente, insultante.
               Porque puede que todavía no hubiera encontrado una razón para marcharme, pero tenía mil millones para volver. Cada una era un milímetro de la piel de Sabrae.
               La recordé en el iglú, desnuda bajo las proyecciones de las carpas koi, brillando con luz propia como el oro de los faraones, haciendo que todas las culturas antiguas se avergonzaran de los templos que habían construido a dioses que no eran más que falsos ídolos. Ni las estrellas podían hacerle la competencia, y ni el cielo era suficiente para contenerla.
               -Con Sabrae. Evidentemente.
               -¿Seguro?-mamá inclinó la cabeza a un lado, y yo le aguanté la mirada.
               -Claro. ¿Con quién iba a usarlos si no?
               -Nos hemos enterado de que no siempre los usáis.
               Vi en sus ojos cómo me ponía pálido, como si no lo estuviera sintiendo en mi propia piel. De repente, la temperatura de la cocina descendió en picado, como un halcón sobre un conejo que ve en el medio del campo y con el que se dará un festín. Un escalofrío me recorrió la espalda.
               -No tengo ni idea de qué…
               -¿Practicas sexo sin protección con Sabrae?
               Me quedé callado. Un segundo. Sólo un segundo.
               -No.
               Porque técnicamente no era mentira, aunque tampoco fuera verdad del todo.
               -¡Te he dicho que no me mientas, Alec!
               -¡No sé qué coño tiene que ver esto con nada de lo que yo haya hecho u os hayan contado, pero yo no…!-miré a Dylan, que parpadeó despacio, negando con la cabeza de una forma que me destrozó. Había decepcionado mil veces a mamá, pero nunca a Dylan. A Dylan, jamás. ¿Era esto lo que suponía tener padre? ¿Añadir a otra persona más a la lista de gente a la que decepcionar?-. Sabrae y yo somos responsables. Tomamos precauciones. Siempre.
               -¿Incluso en Mykonos?
               Joder. Joder. Joder. Sabrae debía habérselo contado a Sherezade y Sherezade se lo había contado a mi madre. Claro. Por eso la puta comida. C. L. A. R. O.
               -Fue sólo esa vez. Nada más. El resto…
               -¡TIENE QUINCE AÑOS, ALEC!-estalló mamá, levantándose de la silla-. ¡ES UNA NIÑA! ¡NO PUEDES PEDIRLE QUE…!
               -No te parece una niña cuando la invitas a cenar para que por lo menos me la folle en tu casa y no en la de Sherezade-escupí, y mamá rodeó la isla y me cruzó la cara de una bofetada.
               -No vuelvas a hablarme así en tu vida. En tu vida, ¿me oyes, Alec? Eres un irresponsable. No me puedo creer que después de todo este tiempo… ¿lo has hecho más veces?
               -¿Follar sin condón? Sí, pero no con Sabrae. Y no pienso decirte nada más, porque no te importa mi vida sexual. Eso es asunto mío, mamá.
               -¡También lo es mío si vas por ahí metiéndola en el primer agujero que se te presenta y ni siquiera te preocupas de cuidarte!-ladró.
               -Annie-pidió Dylan.
               -¡YO NO LA METO EN EL PRIMER AGUJERO QUE SE ME PRESENTA! ¡TE RECUERDO QUE TENGO NOVIA DESDE HACE MÁS DE SEIS MESES!-bramé.
               -¿Entonces fue por eso? ¿Una especie de celebración por medio aniversario?
               Me eché a reír con cinismo y me levanté de la silla, frotándome los ojos.
               -No pienso hacer esto. No me vas a joder el día, mamá. No es que te importe, pero…
               -Claro que me importa. Eres mi maldito hijo. Tendrás 18 años, pero todavía vives bajo mi techo, así que sigues respondiendo ante mí. Y si te dedicas a hacer el gilipollas por ahí, arriesgándote a dejar embarazada a la primera chica que se te cruza o a que te peguen algo…
               -Sabrae está sana. Y no me he tirado a nadie sin asegurarme de que no le voy a hacer un crío, ¿sabes? Seré un irresponsable, seré un inmaduro, seré un superficial, un mujeriego e incluso una puta, pero no soy gilipollas, mamá. No sé qué cojones te habrá contado Sherezade, pero sí sé que Sabrae le dijo la verdad: que yo no se lo pedí, que simplemente surgió, y que es algo excepcional que no va a volverse a repetir. Porque, ¡sorpresa! ¡ME VOY EN UN PUTO MES A LA OTRA PUNTA DEL MUNDO!-bramé.
               -¿Por eso lo estás haciendo? ¿Porque si la dejas embarazada vas a tener la excusa perfecta para poder quedarte?
               Me reí, estupefacto, y me pasé la lengua por las muelas. Odié la forma en que soné como mi padre en ese momento, pero no podía evitarlo.
               -Mamá, creo que estás confundida. Me llamo Alec, no Brandon. Yo no voy a dejar embarazada a la tía con la que quiero estar el resto de mi vida porque quiero echarle el lazo. La dejaré embarazada porque quiero formar una familia con ella. Y no va a ser ahora, tranquila.
               -Vete a tu puta habitación. Y no salgas hasta que yo te lo diga-ordenó con voz gélida.
               -Tengo planes, mamá-puse los ojos en blanco y suspiré por la nariz.
               -Me da absolutamente igual, Alec.
               -¿Quieres que me escape por la ventana?
               -¿Quieres quedarte encerrado en casa hasta que te vayas al voluntariado?
               -Vaya, ¿ahora el voluntariado es un castigo también?
               -No lo sé, ¿no lo estás convirtiendo tú en eso?
               -¿Por qué es esto, exactamente? ¿Porque he cometido un desliz, o por haberte contestado? Porque si es por haberte contestado, lo siento, pero tú también me estás faltando al respeto poniéndote así. Puedo aguantarte muchas cosas, mamá, pero no que pongas en duda que respeto a Sabrae. Y si es por lo del condón… fue sólo una vez. Habría que ver cuántas veces lo han hecho Scott y Eleanor sin condón, o Tommy y Diana. Y nadie les dice nada. ¿Por qué coño me lo decís a mí?
               -Porque ellos no van a marcharse de casa un año.
               -Ah, genial. ¿Ahora soy un puto cobarde que no puede apechugar con sus decisiones? Genial-levanté las manos-. Ge-puto-nial. Luego os extrañáis cuando Claire me dice que tengo el autoestima por los suelos. Supongo que vemos la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, ¿eh?
               -Di lo que te dé la gana, Alec, que me da absolutamente igual. ¿Quieres convertirme en la mala de la película? Adelante. Lo soy ya de tantas que estoy encasillada en el papel-mamá abrió las manos-. Si tengo que ser la mala por no permitirte que dejes embarazada a tu novia sólo para poder quedarte en casa…
               -¡QUE NO ESTOY INTENTANDO DEJARLA EMBARAZADA, JODER!-ladré, encarándome con ella, que no movió un músculo, desafiante. Me miró de arriba abajo y sacudió la cabeza.
               -Yo no te he criado para que te comportes así.
               -¿Así, cómo? ¿Defendiéndome? Vale, mamá. Lo que tú digas. Sí, soy un irresponsable por haber cometido un desliz-empecé a aplaudir-. Dame el premio al peor hijo del año. Ale, con Dios. Me voy a duchar, que he quedado.
               -¿No has oído lo que te he dicho? Estás cas-ti-ga-do.
               -Me-la-su-da. Mira, mamá, como tú bien has dicho, voy a estar castigado un puto año-intenté no atragantarme con las palabras, que se anudaron en mi boca como si estuvieran hechas de pegamento-. Así que no voy a cumplir condena antes de tiempo. Mis amigos me esperan. Mi novia, a la que aparentemente he dejado preñada de quintillizos, a juzgar por el pollo que me estás montando, también me espera. Así que si quieres que me quede en casa, tendrás que tapiarla. E incluso así, seguramente encuentre la manera de salir.
               -Así que eso es lo que somos para ti ahora, ¿eh? ¿Tus carceleros? ¿También lo es tu hermana?
               -Yo no he dicho eso. Y no se te ocurra meter a Mimi en esto. ¿Qué cojones tiene que ver Mimi en esto?
               -¿Cuánto hace que no estás más de cinco minutos en la misma habitación que ella?
               -Emms, no sé, ¿tres horas?
               -Sabes que no me refiero a eso.
               -No sé a qué cojones te refieres, mamá.
               -Lo que tu madre quiere decir, Al…-intercedió Dylan-, es que entendemos que quieras disfrutar de tus amigos y de Sabrae todo el tiempo que puedas.
               -Claro. Cuando a Sabrae se le note el bombo que le he hecho en Mykonos ya no va a estar buena, así que tengo que verla todo lo que pueda antes.
               -Voy a matarlo, mama-dijo mamá, mirando a Mamushka-. Te juro por Dios que voy a matarlo.
               -No queremos decir eso. Lo que queremos decir es que… para nosotros también va a ser duro.
               -No, Dylan, lo que queremos decir es que se enfunde la polla-escupió mamá.
               -¡Ya me la enfundo!
               -Ahora no os estáis peleando por eso. A Alec le ha quedado claro y tú sabes que le ha quedado claro, Annie. Ahora os estáis peleando porque…porque sí, Al. Vas a irte-Dylan me miró a los ojos-. Y vas a echar de menos y te van a echar de menos terriblemente. Tus amigos, tu novia… pero también nosotros. Tu abuela, tu madre, yo. Tu hermana. Tienes que bajar el ritmo para que nosotros podamos seguirte. ¿Tan malo sería realmente que un día te quedes en casa?
               -¿Y tenéis que castigarme para eso?
               -Mimi se siente un poco dolida contigo porque no la tienes tan en cuenta como a los demás. Se siente rechazada.
               Escuché varios toques del segundero del reloj de la cocina mientras trataba de asimilar esa información. Mimi. Dolida. Porque yo no estaba en casa.
               Seré subnormal.
               -Es mi hermana, Dylan. Yo jamás la rechazaría, y lo sabes. Y ella debería saberlo también.
               -Sabes cuánta gente te quiere y cuánto lo hacen, y aunque no se te olvide, siempre te gusta que te lo recuerden de vez en cuando. Pues a Mimi le pasa lo mismo.
               Asentí con la cabeza, jugueteando con el taburete. Mamá se pasó una mano por el pelo y suspiró, posando la mano en su frente. El sol poniéndose arrancó destellos caoba de su pelo, ése que yo no había heredado, pero Mimi sí.
               -¿Por qué me decís esto ahora, de repente?
               -¿De repente?-Mamushka se echó a reír-. Porque no aguanto más ver cómo mi niña trata de llamar tu atención y tú no le haces el menor caso porque Sabrae te tiene eclipsado.
               -Y porque ha sido la gota que ha colmado el vaso. Te creía más inteligente.
               -Mamá, ya lo he pillado. Soy un hijo malísimo, un vicioso y un pecador, y arderé en la barbacoa eterna de Lucifer, por los siglos de los siglos, amén.
                -Te dije que era imposible que él no fuera gilipollas-le dijo Mamushka a mamá-. Su padre era gilipollas perdido, así que iba a tener ese gen sí o sí.
               -¿Podrías… considerar quedarte en casa una noche? No tiene por qué ser hoy-dijo Dylan, y mamá lo miró alucinada.
               -¡Le he castigado, Dylan!
               -Annie, si se la sudaba cuando era menor, imagínate ahora que tiene los 18. Castigarlo sólo hace que cambie el lugar por el que sale; y la verdad, yo me quedo más tranquilo cuando sale por la puerta en lugar de por la claraboya. Por tu hermana-añadió, girándose para mirarme-. Si no es por mí, ni por tu madre o tu abuela, que sea por tu hermana. Mimi lo va a pasar muy mal.
               No dejé de darle vueltas a esas palabras mientras me duchaba. Y mientras me secaba. Y mientras me vestía. El día había sido genial, y la noche también prometía, pero una parte de mí permanecía anclada a la casa, donde estaba Mimi, esperando en el sentido más amplio de la palabra que yo sentara un precedente y la escogiera a ella.
               Claro que no iba a regalarme un premio por un poco de atención. Por eso, cuando me acerqué a ella, que estaba sentada con las piernas dobladas en el sofá, vestido de calle y listo para salir, o eso parecía, mi hermana ignoró mi saludo y se levantó del sofá. Cogió a Trufas en brazos, lo sostuvo con firmeza, y pasó delante de mí como si no hubiera nadie.
               -Así no vas a hacer que me den ganas de quedarme-protesté mientras subía las escaleras como una marquesa. Miré a mamá, que puso los ojos en blanco y cambió de canal, como diciendo “búscate la vida”. Y eso hice.
               Porque soy un chico de recursos.
               Saqué su helado preferido de la nevera, le eché un extra de sirope de maracuyá, un poco de miel para acompañarlo, su cuchara favorita, y subí las escaleras. Llamé a la puerta de su habitación y la abrí.
               -Mimi. Te traigo helado.
               Ella me tiró su almohada a la cara con una puntería que ya quisiera Katniss Everdeen.
               -¿Cuántos años tienes, Mary Elizabeth? ¿Cinco? Ábreme la puta puerta.
               Así hizo. Cogió el helado con una sola mano, procurando no tocarme, y pronunció un “gracias” tan ácido que era imposible no escucharlo como “vete a la puta mierda”.
               Y volvió a cerrar la puerta. Solo que esta vez le puso algo por detrás para que yo no pudiera abrirla. Forcejeé con ella, intentando girar el picaporte, sin éxito.
               -¿¡Me has echado el cerrojo!?
               -¡Pírate de mi habitación, Alec!
               -¡Ábreme la puerta, Mary Elizabeth! ¡No estoy para coñas! Me he quedado para que hagamos algo juntos. ¿De verdad vas a hacer que malgaste mi noche?
               -¿Quieres que hagamos algo juntos? ¡Vale! Juguemos al escondite. Tú te escondes, y yo estoy tranquila toda la noche. Empiezo a contar. ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Ochenta y nueve! ¡Noventa y seis! ¡Cien! Corre, corre, Al-ronroneó, pasando sonoramente las páginas de una revista.
               A mí esta puta mocosa no me iba a tocar los cojones. ¿Quería encerrarse en la habitación? Vale. Como gustase.
               Atravesé el pasillo dando pisotones, bajé las escaleras, abrí la puerta de la calle y, sin contemplaciones, rodeé la casa y me encaramé a la celosía en la que mamá había intentado plantar buganvillas hacía tiempo, pero que había terminado cambiando por una enredadera. Quedaba a un par de metros de la ventana de la habitación de Mimi, pero si me esforzaba, podría llegar.
               Como efectivamente sucedió. Empujé la ventana y me colé en el interior, donde pude ver cómo Mimi se asomaba por la puerta para comprobar si me había ido realmente.
               -Bú.
               -¡AH!-chilló Mimi a todo lo que daban sus pulmones, algo que envidiarían hasta los de Sabrae-. ¿Qué coño haces aquí? ¡Lárgate de mi habitación, Alec!
               -Tenemos una serie que ver. Venga. Tenemos que acabar Sexo en Nueva York antes de que yo me vaya.
               -No te molestes. La he quitado de la lista de seguimiento. Ya la veré yo sola cuando me apetezca.
               -Yo también quiero ver cómo termina. Venga.
               -Alec, en serio-Mimi se masajeó las sienes-. Me apetece estar contigo tanto como que me hagan una sesión de acupuntura con espadas medievales. ¿Quieres irte de mi habitación y dejarme en paz? Por favor. Vete de fiesta. Emborráchate, drógate, acuéstate con Sabrae… pero a mí déjame en paz.
                -Qué gracioso que menciones a Sabrae, porque necesitaba preguntarte algo. ¿Estás celosa de ella?
               Mimi parpadeó.
               -¿Yo? ¿Por qué? Si no te separas de ella. Sabrae me da pena, que no es lo mismo.
               -Ajá. Y entonces, ¿por qué estás tan rabiada?
               -Yo no estoy rabiada. O, bueno, mejor dicho, sí lo estoy. Estaba leyendo tan tranquila y has venido a molestarme.
               -Porque quiero que me digas la verdad, y no lo vas a hacer a través de la puerta-me tumbé en su cama y di unas palmadas a mi lado en el colchón-. Vamos. Ven, hermanita. Ven y confiésame tus miedos.
               -Oh, ¿ahora tienes tiempo para mí?
               Bueno, al menos entra al trapo. Algo es algo.
               -Yo siempre tengo tiempo para ti, Mím.
               Mimi se rió, cínica.
               -No me hagas reír, Alec. Llevas pasando de mí desde que te graduaste. ¿Cuándo fue la última vez que hicimos algo juntos? Aparte de cuando estudiábamos para los exámenes, quiero decir. Exacto: ¡hace meses! Que mira, me parece perfecto-dijo, poniéndose a doblar una blusa que tenía tirada en el suelo-. Tú tienes tu vida, yo tengo la mía. A ti te gustan unas cosas, y a mí otras. Simplemente no vengas ahora a hacerte el hermano perfecto cuando te acabas de acordar de que existo.
               -Yo no me acabo de acordar de que existes, Mimi. He estado liado, vale, pero… tengo mucho que hacer y muy poco tiempo.
               -¿Y de quién es la culpa de eso? Porque mía no.
               -Supongo que me he gestionado un poco mal, pero sólo estoy aprovechando el tiempo con mis amigos.
               Se rió con cinismo.
               -Alec, por favor. Que te fuiste a una puta boda un día entero con una tía a la que conoces de antes de ayer. Tienes tiempo para todo el mundo, menos para mí. ¿De verdad no puedes repartírtelo mejor?
               -Me fui con Chrissy-la corregí en tono conciliador-, una buena amiga mía a la que casualmente también me tiraba, así que lo veo justificado. Además, ya le había prometido hacía tiempo que iría con ella, y contaba conmigo.
               -Vale, ¿y el resto de días?
               -Me iban surgiendo cosas. Pero podrías haberme pedido que me quedara, y yo lo habría hecho.
               -Sabrae no te lo pide y tú lo haces igual.
               -¿Ves como estás celosa de Sabrae?-me reí.
               -¡Vale! ¡Sí! Estoy celosa de Sabrae. ¡¿Era lo que querías oír?! ¡Acabáis de venir de vacaciones juntos y seguís sin separaros! ¡Ya está bien! ¿No debería estarlo? ¡Me has dado de lado completamente! Si tuvieras un cubo de agua y Sabrae y yo estuviéramos ardiendo, ¿a quién de las dos salvarías?
               -Me bebería el cubo. Si estuvierais ardiendo, haría mucho calor.
               -Es un cubo de agua-Mimi puso los ojos en blanco.
               -Se nota que no me has visto de fiesta y que no sabes que tengo mucho aguante.
               -Eres insoportable.
               -Me lo dicen a menudo-le dediqué mi mejor sonrisa torcida y eso la aplacó un poco. Poco. Pero algo.
               -Sabrae me está haciendo un favor, en realidad.
               Pero se sentó a mi lado, a pesar de todo, y yo sonreí y le di un beso.
               -No tienes por qué estar celosa de ella. Mimi, Sabrae es mi novia y tú eres mi hermana.
               -¿Por qué me lo dices de esa forma, como si fuera excluyente?-preguntó, y se me quedó mirando-. Y si estás pensando en soltarme alguna gilipollez sobre el incesto, mejor ahórratelo.
               -Vale, me callaré. Pero no te acostumbres-le di otro beso y ella gruñó-. ¿Qué he hecho para que te hayas enfadado tanto conmigo?
               -Pasas de nuestros planes. No estás en casa. Me prometiste que acabaríamos Sexo en Nueva York cuando volvieras de la boda, y fuiste a ver a Sabrae y no apareciste hasta bien entrada la noche.
               -Haberme esperado despierta.
               -Sí, claro, voy a parar mi vida por ti.
               -Antes también cambiaba de planes. Antes tampoco estaba en casa. Si me apetecía echar un polvo, me iba, y lo echaba, y a ti no te suponía ningún problema.
               -Sí, y antes, si te apetecía follar, cogías, ibas, y follabas-dijo, y me sorprendió que dijera “follar” y no algo como “echar un quiqui”, o algo así. Sí que debía de estar enfadada-. Pero luego volvías. Ahora ya no vuelves, y yo…-sorbió por la nariz y yo la miré. Tenía los ojos húmedos, así que me detesté automáticamente, porque esas lágrimas llevaban mi nombre-. Yo me quedo aquí. Sola. Con Trufas. Colgada. Esperando a ver si Sabrae decide echarte de su cama para así poder mendigar las migajas que quedan de tu atención.
               -Tú no mendigas mi atención, Mím. La tienes al completo siempre. Eres mi hermana, y nadie va a poder cambiar eso. Nadie. Ni siquiera Sabrae. Muy a tu pesar-le di un empujoncito y ella jadeó.
               -Es muy duro echarte de menos cuando todavía estás en casa.
               -Pues no lo hagas.
               -Pues no me obligues.
               La rodeé con los brazos y la estreché suavemente contra mi pecho.
               -No te pongas así, mujer. No te comportes como si me fuera a la guerra, o a Marte, y no fueras a tener noticias mías en un año.
               -Es que no voy a tener noticias tuyas.
               Debió de escucharme sonreír, porque levantó la vista y me miró con esos ojazos castaños suyos.
               -¿O sí?
               Había pocas cosas que me gustaran más que lo que vi en ese momento, y eso que tenían mucha competencia. Pero, a veces, lo más bonito que puedes ver es tu sonrisa torcida de Fuckboy® reflejada en los ojos de tu hermana, a medida que brillan más al darse cuenta de que… bueno.
               Eres el puto Alec Whitelaw y siempre te guardas un as bajo la manga.

 
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2 comentarios:

  1. AY ADORANDO EL CAP. Me ha gustado mucho que hayas dado su espacito a Mimi y lo que pueda estar sintiendo. Entiendo totalmente que esté enfadada con Alec por no gestionarse mejor y darlo todo por sentado con ella y sobre todo adoro que Sabrae haya entedido la actitud de Mimi aunque no haya ahondado ella pero haya hecho el esfuerzo de arreglarlo. Presiento que van a unirse muchísimo cuando Alec se vaya y estoy deseando verlo uf.
    Por otro lado la charla del condon pues mira toda la razón hasta yo estoy hasta la polla de ellos es que me cuesta creer que el primer crio que vayan a tener sea totalmente programado y no tengan ningun desliz antes IMPOSIBLE

    Por ultimo mencion especial al momento del aeropuerto y a Louis y Zayn matándose. Como no me des ese concierto de reencuentro en un peoximo cap te mato me oyes.

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  2. ME HA ENCANTADO EL CAP!!! COMENTO COSAS
    - He adorado la comida Whitelaw-Malik
    - Scott picándose porque no han invitado a sus suegros de comidita oficial me ha hecho mucha gracia.
    - “Sé profesional, Zayn. Si quieres volver a pirarte en medio de un tour, por lo menos tienes que empezar el tour.” Me he reído en alto, ay los piques zouis.
    - Necesarias las charlas por no usar condón porque estos dos están desatados.
    - EL REENCUENTRO NIKI-LOGAN LO MEJOR OSEA HE CHILLADO.
    - Que risa Zayn y Sherezade sabiendo que se les viene una importante con Duna.
    - Las broncas a Alec siempre me hacen muchísima gracia, es que no se puede estar callado ni un segundo, no me extraña que Annie se ponga así JAJAJAJJAJA
    - Que Mimi este así me ha puesto tristísima, me ha encanto el momento con Alec. Evidentemente me ha recordado a cuándo Scott se iba al concurso y Sabrae estaba igual. Me ha parecido muy bonito :’))
    Con muchas ganas del siguienteee <3
    pd. necesito que me digas cuándo se va a Alec porque yo no aguanto más esta incertidumbre JAJAJAAJAJ

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