¡Hola, flor! Quería avisarte de que volveremos a vernos muy pronto: el día 5 de marzo, que es (redoble), ¡el cumpleaños de Alec! ᵔᵕᵔ
Te espero. ¡Disfruta del cap! ❤
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Pero es que… habíamos llegado tan lejos. Había recogido sus pedazos y me había cortado con ellos tantas veces que ya había dejado de reconocer mis manos; me había familiarizado tanto con las sombras que incluso me molestaba la luz, a pesar de que mi piel estaba hecha para el sol. Había llevado al límite mis habilidades argumentando porque cuando discutía con Alec no lo hacía sólo con él, sino también con los demonios que tenía dentro, aquellos que le decían que no era lo bastante bueno para merecerme pero sí lo bastante cobarde como para no alejarse de mí.
Llevaba sintiéndome una mierda días. Hacía un par de noches que apenas había pegado ojo a pesar de que mis padres me habían dado un beso de buenas noches y me habían arropado con un cariño infinito y una despreocupación genuinas, todo porque ahora que conocía su postura desacertada, tenía que decidir cómo y cuándo se lo contaba a Alec. Lo había hablado con las chicas en el recreo siguiente, que no habían querido mojarse pero me habían prometido que me apoyarían en lo que fuera que decidiera, y cuando finalmente había dicho con un hilo de voz que quizá hablar de un asunto tan delicado por carta con mi novio no fuera lo más indicado, ¿verdad?
Las tres habían asentido, y un alivio intranquilo se había instalado en mi vientre. Decidida a no perder más el tiempo y no darme margen para seguir comiéndome la cabeza, y también porque, egoístamente, quería saber de Alec cuanto antes y que me diera su opinión de lo que estaba pasando y lo que finalmente Scott había hecho por Diana, le había escrito la carta en respuesta a aquella que había recibido hacía apenas una semana en la que, sin embargo, habían pasado tantas cosas que cualquiera diría que había pasado un año.
Desde luego, había corrido a echar la carta en el buzón como si hiciera un año desde que había leído que Alec tenía pensado hacer escala en París para aprovechar todo el tiempo del cumpleaños de Mimi. Sabía que los quince días que tardaría en saber de él me cundirían como un siglo, especialmente con todo lo que había montado en casa.
Al menos tenía la excusa de que me preocupaba cómo el mundo parecía estar colapsando entre los defensores más acérrimos de mi hermano, que se veían reducidos a marchas forzadas, y sus detractores, que salían hasta de debajo de las piedras. Así, que mis notas corrieran el peligro de resentirse porque no atinaba a concentrarme en mis exámenes podía tener una razón pública alejada de la privada: me preocupaba mi hermano y su salud mental, no mi relación y cómo estaba traicionando la confianza de mi novio en un intento por protegerlo.
Me había dormido la noche pasada pensando en que hoy le llamaría para preguntarle qué tal la llegada, si había podido descansar lo suficiente a pesar de su apretadísima agenda, y si se sentía con fuerzas de enterarse de las polladas que mis padres pensaban de él.
Y, entonces, Diana había subido su vídeo y todo lo que había planeado se había ido al traste. No podía llamar a Alec mientras destrozaban viva a una de mis amigas más cercanas, y tampoco podía quedarme en casa, donde la magnitud de lo que estaba pasando reverberaba en las paredes igual que en el epicentro de un terremoto. Shasha lo había entendido cuando le había dicho que necesitaba espacio para pensar, y no había protestado lo más mínimo cuando la había dejado sola programando los cientos de bots que había creado para minimizar el impacto del odio que se vertía hacia Scott y Diana.
Me había sentido sucia por seguir preocupándome por cómo nos afectaría esto a Alec y a mí cuando había gente pasándolo realmente mal, y sabía que seguía en mi línea de cobardía escondiéndome en su habitación, pero no podía evitar pensar que, en el sitio en el que más feliz había sido a lo largo del último año, la felicidad había tomado vida propia y sería capaz de regresar a mi cuerpo por muy difícil que éste se lo pusiera.
Las lecciones que le había inculcado a él de que los seres humanos éramos complicados y podíamos tener sentimientos contradictorios al mismo tiempo eran más fáciles de predicar que aceptar, y yo me había encontrado con la espiral de preocupación y asco por lo que les pasaba a mi hermano y a Diana, preocupación por cómo afectaría a Alec lo que tenía que decirle, arrepentimiento por no haber cumplido mi promesa de serle sincera; y también alivio, aunque pequeñito, porque estaba protegiendo a alguien que ya había sufrido bastante.
Supongo que todo tiene distintos puntos de vista desde los que ver diferentes formas, y puedes convivir con el elefante en tu habitación si no te mueves mucho.
Ni a Annie, ni a Dylan, ni a Ekaterina ni a Mimi les había extrañado que me presentara en casa de Alec sin invitación y en un día en el que, en principio, iba a dormir en mi propia casa. Por descontado, todos estaban enterados de lo que sucedía en el mundo de Internet (un mundo que me avergonzaba haber dejado que me afectara tanto), y cuando había bajado a cenar, vestida enteramente con ropa de Alec (ropa interior incluida), nadie había pestañeado siquiera. Había un plato de más para mí, con pizza casera como a mí me gustaba.