domingo, 23 de febrero de 2025

Sin arnés ni red de seguridad.


¡Hola, flor! Quería avisarte de que volveremos a vernos muy pronto: el día 5 de marzo, que es (redoble), ¡el cumpleaños de Alec! ᵔᵕᵔ
Te espero. ¡Disfruta del cap!  
 
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Un profundo alivio se instaló en mi pecho mientras el caos estallaba en el de Alec, lo cual debería ser un indicio de que nuestra relación no era tan sana como nos gustaba pensar a ambos. A ojos de cualquiera deberíamos estar en sintonía, y si nuestra historia fuera un romance de los que llenan las estanterías de todas las librerías del país y les dan vidilla a las influencers de booktw y BookTok, seguro que decenas de grupos de lectura criticarían simultáneamente lo retorcido que era que Alec montara en cólera y yo me sintiera bien por primera vez en todo el día.
               Pero es que… habíamos llegado tan lejos. Había recogido sus pedazos y me había cortado con ellos tantas veces que ya había dejado de reconocer mis manos; me había familiarizado tanto con las sombras que incluso me molestaba la luz, a pesar de que mi piel estaba hecha para el sol. Había llevado al límite mis habilidades argumentando porque cuando discutía con Alec no lo hacía sólo con él, sino también con los demonios que tenía dentro, aquellos que le decían que no era lo bastante bueno para merecerme pero sí lo bastante cobarde como para no alejarse de mí.
               Llevaba sintiéndome una mierda días. Hacía un par de noches que apenas había pegado ojo a pesar de que mis padres me habían dado un beso de buenas noches y me habían arropado con un cariño infinito y una despreocupación genuinas, todo porque ahora que conocía su postura desacertada, tenía que decidir cómo y cuándo se lo contaba a Alec. Lo había hablado con las chicas en el recreo siguiente, que no habían querido mojarse pero me habían prometido que me apoyarían en lo que fuera que decidiera, y cuando finalmente había dicho con un hilo de voz que quizá hablar de un asunto tan delicado por carta con mi novio no fuera lo más indicado, ¿verdad?
               Las tres habían asentido, y un alivio intranquilo se había instalado en mi vientre. Decidida a no perder más el tiempo y no darme margen para seguir comiéndome la cabeza, y también porque, egoístamente, quería saber de Alec cuanto antes y que me diera su opinión de lo que estaba pasando y lo que finalmente Scott había hecho por Diana, le había escrito la carta en respuesta a aquella que había recibido hacía apenas una semana en la que, sin embargo, habían pasado tantas cosas que cualquiera diría que había pasado un año.
               Desde luego, había corrido a echar la carta en el buzón como si hiciera un año desde que había leído que Alec tenía pensado hacer escala en París para aprovechar todo el tiempo del cumpleaños de Mimi. Sabía que los quince días que tardaría en saber de él me cundirían como un siglo, especialmente con todo lo que había montado en casa.
               Al menos tenía la excusa de que me preocupaba cómo el mundo parecía estar colapsando entre los defensores más acérrimos de mi hermano, que se veían reducidos a marchas forzadas, y sus detractores, que salían hasta de debajo de las piedras. Así, que mis notas corrieran el peligro de resentirse porque no atinaba a concentrarme en mis exámenes podía tener una razón pública alejada de la privada: me preocupaba mi hermano y su salud mental, no mi relación y cómo estaba traicionando la confianza de mi novio en un intento por protegerlo.
               Me había dormido la noche pasada pensando en que hoy le llamaría para preguntarle qué tal la llegada, si había podido descansar lo suficiente a pesar de su apretadísima agenda, y si se sentía con fuerzas de enterarse de las polladas que mis padres pensaban de él.
               Y, entonces, Diana había subido su vídeo y todo lo que había planeado se había ido al traste. No podía llamar a Alec mientras destrozaban viva a una de mis amigas más cercanas, y tampoco podía quedarme en casa, donde la magnitud de lo que estaba pasando reverberaba en las paredes igual que en el epicentro de un terremoto. Shasha lo había entendido cuando le había dicho que necesitaba espacio para pensar, y no había protestado lo más mínimo cuando la había dejado sola programando los cientos de bots que había creado para minimizar el impacto del odio que se vertía hacia Scott y Diana.
               Me había sentido sucia por seguir preocupándome por cómo nos afectaría esto a Alec y a mí cuando había gente pasándolo realmente mal, y sabía que seguía en mi línea de cobardía escondiéndome en su habitación, pero no podía evitar pensar que, en el sitio en el que más feliz había sido a lo largo del último año, la felicidad había tomado vida propia y sería capaz de regresar a mi cuerpo por muy difícil que éste se lo pusiera.
                Las lecciones que le había inculcado a él de que los seres humanos éramos complicados y podíamos tener sentimientos contradictorios al mismo tiempo eran más fáciles de predicar que aceptar, y yo me había encontrado con la espiral de preocupación y asco por lo que les pasaba a mi hermano y a Diana, preocupación por cómo afectaría a Alec lo que tenía que decirle, arrepentimiento por no haber cumplido mi promesa de serle sincera; y también alivio, aunque pequeñito, porque estaba protegiendo a alguien que ya había sufrido bastante.
               Supongo que todo tiene distintos puntos de vista desde los que ver diferentes formas, y puedes convivir con el elefante en tu habitación si no te mueves mucho.
               Ni a Annie, ni a Dylan, ni a Ekaterina ni a Mimi les había extrañado que me presentara en casa de Alec sin invitación y en un día en el que, en principio, iba a dormir en mi propia casa. Por descontado, todos estaban enterados de lo que sucedía en el mundo de Internet (un mundo que me avergonzaba haber dejado que me afectara tanto), y cuando había bajado a cenar, vestida enteramente con ropa de Alec (ropa interior incluida), nadie había pestañeado siquiera. Había un plato de más para mí, con pizza casera como a mí me gustaba.
               Me había podido la ansiedad y había comido más de lo que podía digerir. Había terminado vomitando en el baño mientras me lavaba los dientes; no sabría decir si por nervios o por el empacho. Y, cuando había salido del baño, me había encontrado a Mimi esperando a la puerta con gesto compungido.
               -Esto no es culpa tuya.
               -En parte sí-repliqué. Y Mimi me dejó espacio, al contrario de lo que Alec decía que siempre hacía con él, para que yo me sintiera mal si lo necesitaba. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que mi cuñada creyera que estaba desarrollando un trastorno alimenticio, algo con lo que estaba desgraciadamente familiarizada por el mundo en el que se movía.
               Simplemente sentí gratitud de que Mimi no me pidiera compartir la cama de Alec esa noche, porque lo único que me apetecía era estar sola y distraerme. Me había hundido bajo las sábanas, había cerrado los ojos, había inspirado el aroma de la cama, en el que, si me concentraba lo suficiente, todavía podía identificar las notas que le pertenecían a Alec exclusivamente, y así, poco a poco, con mi propio calor corporal me había ido calentando hasta un punto cercano a la calidez con la que siempre dormía cuando estaba con él. El mundo exterior ardía en llamas azules, gélidas, que hacían que cada inspiración fuera como una puñalada en la garganta.
               Crear una burbuja en la que ocultarme y fingir que no pasaba nada no era fácil, que digamos, pero me facilitaba mucho estar en un entorno que sólo relacionaba con sentimientos positivos; no digamos ya uno en el que Alec fuera el protagonista absoluto. Con el infierno que se estaba desatando en el exterior, necesitaba un poco de paz y tranquilidad, y el único sitio en el que podía conseguirlo era mi propio cielo en la tierra.
               Sabía lo que mi chico me diría que venía genial para relajarse y no pensar en otra cosa…
               -Se me ocurren un par de cosas que podemos hacer para distraernos-me ronroneaba cuando había algo que me rondaba la cabeza y sobre lo que no quería hablar, pero en lo que tampoco era capaz de dejar de pensar. Y luego me daba un mordisquito en el hombro, o me sonreía, o me guiñaba el ojo, o me pasaba la punta de la lengua por el mentón, o puede que todo a la vez, y todo a mi alrededor se desvanecía.
               Pero yo todavía no tenía el dominio del sexo que tenía Alec, y no podía ponerme a tono a voluntad para que me apeteciera masturbarme, disfrutarlo, relajarme y poder dormirme y descansar. Había veces en las que pinchaba a Alec con que era más simple que el mecanismo de un chupete por lo fácil que le resultaba distraerse, a lo que él siempre me respondía encogiéndose de hombros y soltándome un cumplido gratuito a los que había terminado acostumbrándome y que tanto echaba de menos, a pesar de que cuando me los decía ponía los ojos en blanco, como si fueran algo que yo tenía que aguantar y no algo que me encantara. Cosas como “si tuvieras a la novia que tengo yo también te pondrías cachonda con nada” o “apuesto a que te fastidia muchísimo no poder ver a todas horas lo pillado que estoy por ti”, o mi favorito: “no tienes que ponerte celosa de mi mano, nena; tengo polla de sobra para las dos”.
               No me dirás que no era un pelín y adorablemente insoportable.
               Me noté sonreír un poco al pensar en él, pero la alegría duró poco. Esos momentos estaban impregnados con la culpabilidad que sentía por no haberle sido sincera en la carta y la preocupación por cómo saldría de ésta, cómo había sufrido él por una situación similar, cuando había creído que me había puesto los cuernos y no sabía cómo era el modo de decírmelo. Al menos tenía el consuelo de que ambos estábamos seguros de que nos lo diríamos, así que mi confianza en él era totalmente recíproca, lo cual no dejaba de darme tranquilidad.
               Aun así… con la tranquilidad no era suficiente. Necesitaba una distracción. Necesitaba que todo fuera como antes para poder dejar la mente en blanco, no pensar y, con suerte, incluso dormirme. Ni siquiera pedía un sueño sin pesadillas; sólo un poquito de paz entre tanta locura. Un poco de lo que había tenido siempre en aquella habitación.
               Pero daba igual lo que yo necesitara. Daba igual cómo las sábanas me acariciaban igual que lo hacían cuando Alec estaba aquí. Daba igual que el colchón de hundiera bajo mi peso como cuando le esperaba después de que se fuera al baño o a por un vaso de agua para los dos. Daba igual que la luz de la lámpara fuera la misma que la que le bañaba la piel cuando se metía entre mis piernas, me separaba un poco más los muslos con las caderas y entraba dentro de mí.
               Daba igual… más o menos.
               Quizá ayudara un poco si yo me centraba en no pensar.
               Pero era muy difícil no pensar.
               Un momento. ¿Estoy sintiendo… calor?, me pregunté cuando moví los muslos bajo las sábanas. La sensación no era ni remotamente similar a cuando estaba con Alec, pero, ¿puede que…?
               Asomé los ojos y la nariz por encima de las sábanas y miré la claraboya. Me recorrió un escalofrío de pies a cabeza; si me concentraba lo suficiente quizá fuera capaz de convencerme a mí misma de que en cualquier momento le vería aparecer encima de mí, sonriente y satisfecho y orgulloso de sí mismo por haber hecho que me corriera con la lengua, ansioso por reclamar ese premio que ya se merecía simplemente por respirar y que yo tenía entre las piernas. Le pasaría la mano por el pelo y le besaría y me relamería ante el gusto chispeante de mi placer en su boca y le rascaría la nuca y le mordería el labio cuando se metiera entre mis piernas y me embistiera, reclamándome para él y recordándome a quién le pertenecían todos y cada uno de mis…
               Diana ocupa cada farola en todo Occidente en carteles de “Se busca viva o muerta”, Scott ha pasado de ser el enemigo público número uno a la mayor víctima de una zorra loca envidiosa, todos a tu alrededor intentan que el mundo no se desmorone, ¿y tú estás intentando hacerte dedos para sentirte mejor?, me acusó una voz dentro de mí, y debo decir que tenía razón. Yo no era la protagonista aquí.
               No tenía derecho a sentirme mal ni a compadecerme de mí misma. Era una egoísta por siquiera pensar en que necesitaba un poco de espacio, por haberme ido de mi casa cuando mi hermano más me necesitaba y por haberme puesto la ropa de mi novio cuando debería ser el cuerpo de mi hermana lo que tuviera contra el pecho. Debería estar ayudando en casa y dejando de lado estos estúpidos sentimientos que no se podían comparar a todo por lo que estaba pasando Diana.
               Era una consentida a la que le habían dado todo en bandeja durante toda su vida, y una insensible que sólo pensaba en ella y en protegerse a sí misma aun a costa de dejar con el culo al aire a los demás. No me merecía ni un segundo de tranquilidad, y si no dejaba de darle vueltas a la cabeza por los errores que había cometido, o estaba cometiendo o iba a cometer, me tocaba aguantarme y espabilar y ser así un poco más lista.
               El estómago se me apretó y la cabeza empezó a darme vueltas ante mi inminente resignación, y me tumbé de nuevo en la cama, con los brazos por fuera de las sábanas, preparada para dar tantas vueltas que terminaría con el colchón al descubierto. Tampoco es que no estuviera familiarizada por el aspecto del colchón de Alec, pero que la noche se me hiciera larga en su habitación resultaba, cuanto menos, cómico.
               Me di la vuelta para quedar de cara a la pared en la que tenía el póster de Creed II, y de espaldas al espejo en el que tantas veces había visto su brazo rodear mi cintura, tomé aire y lo solté con un profundo y largo suspiro.
               Y entonces, justo cuando en el horizonte de mi mente se asomaba la cresta de una ola que corría en mi dirección… la pantalla de mi móvil hizo explotar la penumbra. Me volví como un resorte y con una garra gélida aprisionándome la garganta, porque si me llamaban de noche un día de instituto era porque había pasado algo.
               Algo más.
               Y yo no estaba en casa para…
               Me quedé mirando la pantalla del móvil durante lo que me pareció una década, un millón de pensamientos cruzándome la mente a toda velocidad: alguien había filtrado mi número a la prensa y estaban probando a ver si era de verdad; me llamaban de alguna oficina al otro lado del océano en la que querían que les diera alguna exclusiva jugosa de todo este drama para conseguir centrar la atención del mundo entero de nuevo en mí y no en mi hermano, porque seguro que no me gustaba que se hablara tanto de ellos y tan poco de mí, aunque fuera mal…
               Y justo cuando estaba a punto de bloquear el teléfono y seguir eludiendo el mundo fuera de la habitación, sentí un levísimo tironcito en mi vientre que nada tenía que ver con el estrés anterior. Era una sensación nueva pero muy familiar, como orientarte a oscuras en la casa de tu infancia, cerrar los ojos y dejar que la memoria muscular hiciera el resto.
               Sonreí. Me había prometido que estaría ahí conmigo siempre que lo necesitara, y también me había prometido que cumpliría todas sus promesas. Así que éste era él cumpliendo sus promesas, alejándome de mis demonios, distrayéndome, dejándome volver a ser yo en un mundo en el que no me permitían ser feliz.
               Era él. Sólo podía ser él. Salvándome, una vez más.
               Y ya iban cientos.
               -Holaaa-saludé, dejando que la esperanza de que Alec obrara su magia conmigo me embargaba. Resultó que no eran esperanzas vanas, porque bastó con cómo me saludó, tomándome el pelo como si no estuviéramos a miles de kilómetros de distancia, en continentes distintos e incluso en usos horarios diferentes, para que yo dejara de sentirme sola y juzgada.
               Después de todo, estaba en su habitación: el único bastión del mundo que todavía era libre y que no me juzgaba.
               -Soles calientes a domicilio-me había saludado él, y todo, absolutamente todo, se volvió un poco menos oscuro y un poco más cálido. Era como si su voz fuera un torrente de energía luminosa que se me impregnaba en la piel, se mezclaba con mi sangre y me corría por las venas, alejando mis miedos y permitiéndome pensar.
               Hablar con Alec me había sanado hasta el punto de ser capaz de pensar que la situación tan injusta que estaba viviendo Diana sería un poco menos injusta si era compartida, y también que yo había tenido al ojo público escrutándome con desidia y criticando todo lo que hacía, incluso lo que hacía con la mejor de las intenciones.
               No me sorprendió lo más mínimo cuando Alec me dijo que no le hacía ninguna gracia que le mostrara apoyo a Diana subiendo algo con ella a Instagram, pero el saber que incluso cuando yo no necesitaba su permiso para hacer lo que me pareciera conveniente tendría su apoyo incondicional, especialmente cuando no estaba de acuerdo conmigo por lo peligroso de mis decisiones, hizo que me reafirmara en que tenía que reunir el valor suficiente para contarle todo lo que había pasado con mis padres.
               Si podía quedarse en Etiopía sabiendo todo por lo que estábamos pasando y aun así no se ofrecía a regresar por enésima vez era que, al fin, había hecho que entendiera que no se merecía ser siempre el soporte de la historia de los demás, sino que se merecía escribir su propia historia y vivir su propia vida.
               En ello tenía que entrar, por fuerza, el saber qué era lo que había descubierto en las sesiones de terapia con mis padres. Qué era lo que pensaban de nosotros, y lo decidida que estaba yo a no considerar siquiera la posibilidad de que tuvieran razón, porque no era así. No la tenían. No sabían cómo éramos Alec y yo cuando estábamos solos, y cuando estábamos solos era, con diferencia, cuando mejor me trataba él. Y nadie podía tener ni una sola queja de cómo me trataba Alec en público, así que imagínate hasta dónde llegaba lo orgullosa que me sentía del amor tan puro e intenso que me profesaba.
               Un amor que, esperaba, fuera lo bastante fuerte como para sobreponerse a sus miedos, a lo que siempre se había dicho de sí mismo y a los traumas con los que había crecido, tan clavados en su corazón que había llegado a confundirlos con el ritmo de sus propios latidos.
                -Prométeme que buscarás ayuda si te pones mal-le había pedido al notar cómo se iba poniendo más y más nervioso. Quizá fuera por los rodeos que estaba dando, pero me parecía algo demasiado fuerte como para soltárselo de sopetón; especialmente teniendo en cuenta las dudas que había tenido sobre su naturaleza, su bondad, cuánto de la crueldad de su padre habría heredado y con cuánto tendría que cargar el resto de su vida.
               -¿¡Qué cojones te han dicho tus padres que pensaban de nosotros!?-ladró, y yo había tomado aire y lo había soltado despacio. No podía dejar que me tratara así; no porque no le entendiera, sino porque sabía que luego se arrepentiría y se comería todavía más la cabeza con que mis padres tenían razón con el mal concepto que tenían de él.
               Para nada era así. Como me demostró pidiéndome perdón en cuanto se lo recordé. Me lo imaginé pasándose la mano por el pelo, cerrando los ojos y asintiendo con la cabeza antes de exhalar un suspiro resignado que denotaba lo que le decepcionaba haber perdido el control sobre sí mismo, y que me dio ciertas esperanzas de que yo estaba haciendo lo correcto. Se había dado cuenta de lo lejos que habíamos llegado y el esfuerzo que nos había supuesto recorrer todo el camino, y no estaba dispuesto a echarlo a perder por las chorradas que yo le contara po teléfono, por muy serias que fueran.
               Había dado rodeos por miedo a no ser capaz de tener el suficiente tacto, de que se cerrara en su mundo y no me dejara entrar; no obstante, si necesitaba que fuera a Etiopía y le recordara lo mucho que se  equivocaban todos los que pensaban algo mal de él, no tendría el más mínimo inconveniente en subirme al primer avión que partiera de Londres y plantarme en Nechisar antes de que el control de aduanas se diera cuenta de que mi pasaporte, expedido con una fecha de nacimiento tres años anterior a la real, era falso.
               Si me metían en una cárcel etíope, que así fuera.
               Pero mi hombre ni de coña iba a pasar por una crisis de ansiedad él solo.
               -A creer que estábamos entrando en mecánicas de maltrato, tú y yo-dije al fin, casi con un hilo de voz. Alec se había quedado en silencio una, dos, tres, cuatro, cinco, seis respiraciones. Si no le hubiera escuchado respirando al otro lado de la línea, sus inhalaciones acompasadas a las mías si no estuviera conteniendo mi propia respiración, habría mirado el teléfono para comprobar que no se había cortado la línea.
               Empecé a sentir náuseas por si, al final, después de tanto pensármelo y tanto poner en peligro mi relación, había terminado eligiendo el peor camino simplemente porque era una niñata incapaz de conciliar su estúpida conciencia con el bienestar de mi novio y la confianza ciega que había depositado en mí, en parte gracias a aquella promesa de sinceridad absoluta que nos habíamos hecho cuando un malentendido nos había alejado estúpidamente, y que ahora podría estallarme en las manos y hacer que la persona que más me importaba en el mundo se lanzara a esa espiral autodestructiva en la que tanto tiempo había vivido y de la que tanto le había costado…
               -Pero, ¡¡me cago en Dios, Sabrae!! ¿¡TUS PADRES SON SUBNORMALES O QUÉ COJONES PASA AQUÍ!?-bramó con tanta fuerza que no habría necesitado el teléfono para escucharlo a pesar del espacio que nos separaba y la distancia que se me había clavado en la piel como mil dagas, con la rabia del Sol abriéndose paso en el amanecer tras el solsticio de invierno, reclamando su reinado del cielo en la noche más larga del año.
               Con la fuerza de un bebé en su primer aliento, anunciándole al mundo que aquí estaba él, y que no tendría más remedio que hacerle hueco si no quería que lo hiciera arder.
               El alivio que me asoló igual que un maremoto era equivalente a la rabia que sentía él; quizá esto no fuera sano, quizá fuera preocupante, quizá les diera un poco de razón a mis padres… pero no podía dejar de ver equilibrio entre nosotros. Donde él se había convertido en fuego, yo me había vuelto agua. Donde él era un volcán, yo era un tsunami. Donde él era caos, yo era orden. Donde él era ira, yo me había vuelto tranquilidad.
               Una profunda sensación de amor y orgullo me caló hondo, colándose en los huecos entre mis huesos y reconfigurando mis articulaciones de forma que tendría que aprender a moverme de nuevo, mientras Alec despotricaba. A pesar de que su indignación era la mía y de que yo había reaccionado con el mismo asco que él, pero lo había externalizado de otra manera, ahora lo único que podía pensar era una cosa.
               Mi hombre. Mi hombre, vuelto de entre los muertos por mí, resurgido de sus cenizas como un fénix, sanado de sus heridas que ningún cirujano habría podido coser. Mi hombre. El amo y señor de la noche, y que se despertaba a mi lado cada mañana. Mi hombre. El rey de Londres, que me había enamorado en su ciudad. Mi hombre. Mi rey en Mykonos, que me había convertido en sirena para que él pudiera ser mi Poseidón a la orilla del mar. Mi hombre. Una motita resplandeciente en medio de la negrura de la noche de África, en la que la naturaleza aún era la regla en vez de la excepción, como sucedía en gran parte de Inglaterra.
               Mi hombre. Mío. El que tenía la llave de mi placer y de mi corazón, el que me había dejado abrirme incluso cuando me daba miedo descubrir lo que había dentro de mí misma, el que le había dado un significado completamente distinto a mi nombre gimiéndolo en mi oído y el que me había hecho tener miedo de la intensidad de mis sentimientos porque podían destruirme si desaparecían, y luego orgullo por ser capaz de sentir tanto, de estar tan viva y de estar tan con él.
               -¡No me lo puedo creer!-ladró-. ¡No me lo puedo puto creer, joder! ¿De maltrato? ¡¿Maltrato?! ¿¡En serio!? ¿Tú y yo? ¡No me jodas! ¡NO ME JODAS! ¿Es que Zayn y Sherezade son puto imbéciles o algo, Sabrae?-que los distanciara de mí, que no pensara en ellos como mis padres sino como personas aparte, que no me culpara por el vínculo que nos unía y que siempre les daría el poder de hacerme daño me hizo quererle un poco más, y eso que ya tenía el corazón rebosante. Alec no quería que me sintiera más atada a ellos de lo que lo estaba, que yo creyera que él me responsabilizaba de su dolor, aunque fuera en un punto nimio-. ¿No han visto cómo te miro? ¿Las putas mierdas que estoy dispuesto a aguantar por ti? ¡¡Estoy aguantando sus gilipolleces sin romperles la cara, como llevan mereciéndose meses, ¿y tienen los putísimos cojones de decir que estamos entrando en dinámicas de maltrato?!! ¡¡QUE NO ME JODAN!! ¡Con lo que eso le ha hecho a mi familia, a mi madre…, ¡¿creen en serio que yo sería capaz de algo así?!! Escúchame-urgió, rabioso-. Escúchame bien. En mi puta vida, Sabrae, en mi puta vida se me ocurriría siquiera ponerte la mano encima.
               -Lo sé, mi amor.
               -Sabes de sobra lo muchísimo que ha jodido a mi madre lo que le hizo a mi padre, en tantísimos sentidos que todavía me duele y me hierve la sangre descubrir hasta qué punto le hizo daño. ¿Y me vienen con esta mierda Zayn y Sherezade? ¿Tantísimo piensan que te odio, joder?-escupió.
               -Estoy tan…-empecé, pero él siguió con su perorata.
               -Es que no me lo puedo puto creer. Joder. Dios. Con todo lo que hemos pasado en mi familia… ¡que tenía nueve años cuando mamá dejó de estremecerse cuando escuchaba las llaves en la puerta de casa, Sabrae! ¡¡Nueve años!! ¿De verdad piensan que yo te haría eso? ¡Si beso el puto suelo que tú pisas sin pensármelo, hostia! ¡Podrías pasar por un puto estercolero y yo lo besaría encantado porque lo habrías hecho digno de que yo lo adorara simplemente estando ahí! ¡Joder! Que no me jodan. ¡Que no me jodan! Vamos… es que ya no es sólo que lo digan de mí. Es lo que implica de ti. Como si fueras tan estúpida como para haberte educado para identificar eso y que no supieras verlo simplemente porque, ¿qué? ¿Porque soy guapo? ¿Porque follo que te mueres? ¿Cuál sería exactamente el motivo por el que me pasarías las señales por alto, eh? ¿Que somos tóxicos? ¡Vamos, no me jodas! ¿Por qué? ¿Porque nos gusta estar juntos? ¡No te jode! ¡Si Zayn tuviera una novia tan guapa como la que tengo yo, habría que ver si era capaz de separarse de ella aunque fuera para ir al baño!-me mordí el labio, sonriendo por el piropo. En el pasado, el sumun de belleza para Alec había sido mi madre, y que ahora pensara que él tenía más suerte que papá porque yo era más guapa que mamá era otra de las razones por las que sabía que estaba en lo cierto no creyendo ni por un segundo que lo que mis padres decían de nosotros podía estar fundado-. ¿Acaso tengo que pedirles perdón porque me guste estar con su hija? Porque no pienso hacerlo. O, ¿por qué viene lo del maltrato, exactamente, eh? ¿Porque les exijo que estén a la altura y no les paso la mano cuando no lo están? ¿Por no conformarme con que me decepcionen y te abandonen cuando tú más los necesitas? ¿Por decirles a la puta cara que están siendo unos padres de mierda? ¿¡Que yo me meto entre vosotros!? ¡Manda co-jo-nes!-silabeó-. ¡Yo no podría meterme en un hueco que no existiera antes, así que que se miren primero en el espejo y se pregunten qué coño han hecho para que confíes más en mí que en ellos! ¡¡Un poco de autocrítica, joder!! ¿Es tanto pedir?
               -Exacto, sol, pien…-dije, pero me cortó de nuevo.
               -Era un niñato cuando te conocí. O, bueno, ¡espera, espera, espera! ¡Era literalmente un crío cuando te conocí! ¡Y tú tenías días! Si tan malísimo soy, ¿por qué no nos separaron ya entonces, eh? ¿Por qué me dejaron ser amigo de su hijo mayor, o cogerte en brazos cuando llorabas? ¡¡Porque misteriosamente, si yo estaba en casa y tú te ponías a llorar, había veces que no te callabas hasta que yo no iba a verte!! ¡Así de melodramática has sido en lo que respecta a mí durante toda tu puta vida, Sabrae! ¿¡Y se sorprenden ahora!? ¿Por qué, exactamente? ¿Porque follamos? ¿Porque estoy en otro país? ¿Porque prefieres ir a mi casa y que te coma el coño a hacer pastitas con la imbécil de tu madre o prefieres meterte mi polla en la boca a hacer dibujitos con el subnormal de tu padre? ¿Estamos entrando en dinámicas de maltrato porque estamos follando, mm? ¿Es eso? Porque si relacionan el sexo con el maltrato, igual lo que tienen que hacer es ir solitos al psicólogo a resolver sus mierdas. Un par de azotes, una sesión de bondage o un poco de asfixia controlada está bien de vez en cuando, pero si tu madre no se corre si no es con eso yo buscaría ayuda profesional.
               -Alec-suspiré-, sabes que no van por ahí.
               -Entonces, ¿por dónde cojones van? Porque no lo entiendo. ¿Qué cojones he hecho, exactamente, para que ellos piensen que yo podría llegar a hacerte lo que mi padre le hacía a mi madre? Porque antes estaban encantados conmigo. ¿Qué ha cambiado, exactamente? ¿Que me he ido del país? ¿Que te he dejado sola? Porque se suponía que estábamos siendo codependientes. ¿Pueden aclararse, joder? Además, deberían estar encantados con la situación. Si me he ido, tienen más tiempo para estar contigo. ¡Y mira cómo lo malgastan! Joder-chasqueó la lengua y sacudió la cabeza-. Cómo me jode que estés ahora ahí o que yo esté aquí. Está claro que tus padres no saben aprovechar la suerte que tienen de tenerte, pero yo no cometería ese error. Ni de puta coña. Si por mí fuera, si la situación fuera al revés y fueran tus padres los que se marcharan al culo del mundo un puto año, tengo claro que yo no me dedicaría a amargarte la existencia y hacer que los echaras de menos como están haciendo ellos. Te metería en la cama y sólo saldríamos para comer e ir al baño, e incluso entonces no las tengo todas conmigo de que no me separaría de ti para darte un poco de espacio. Te haría disfrutar tanto que no estarías afónica cuando ellos volvieran; es que, directamente, te habrías quedado muda de tanto gritar de placer. ¿Eso es maltrato, mmm?
               Me reí.
               -Tienes unas filias un poco raras. Si yo me quedo muda, no me escucharías más decir tu nombre con ese tono que se me pone cuando estoy a punto de correrme-ronroneé, cruzando las piernas por los tobillos y estirando las sábanas sobre mí. Alec se quedó en silencio, y le escuché relamerse los labios y tragar saliva.
               -No estoy flirteando-dijo, pero no lo dijo con el tono ofendido con el que había hablado antes, así que, ¿quién decía que estuviera siendo sincero ahora?
               -Quizá. Y quizá me apetezca que lo hagas-ronroneé, mordiéndome la uña del dedo índice. Doblé la rodilla y la desdoblé, arrastrando el pie por la otra pierna. De repente era muy consciente de hasta el último milímetro de algodón que tenía sobre las piernas, del roce de su ropa en mi piel, de mis rizos haciéndome cosquillas en las mejillas.
               Alec se rió entre dientes.
               -¿Tus padres te dicen que estás saliendo con un maltratador y a ti eso te pone cachonda? Pues igual sí que es para preocuparse.
               -No. Mis padres me dicen que mi relación, sanísima y felicísima y perfectísima y sexualmente satisfactorísima, está entrando en dinámicas de maltrato, y yo me como la cabeza durante días pensando en cómo se lo digo a mi novio guapísimo-Alec exhaló en un jadeo una risa silenciosa-, altísimo, buenísimo, y con serios pro…
               -Te olvidas “sexualmente dotadísimo”-dijo, y a mí se me escapó una risa feliz como no esperaba escuchármela tan pronto, vistas las circunstancias. Pero, joder, qué bien sentaba comportarme como si todo fuera bien, al menos por un ratito-. Joder, Sabrae-gruñó Alec-. Como vuelvas a reírte así, no respondo de mis actos. Acabaré metido en un avión y mirando el Uber más rápido derechito a mi habitación.
               -¿Quién dice que seguiré aquí?
               Alec sonrió y alzo las cejas.
               -¿Crees que voy a dejarte que me cuelgues el teléfono?
               Me reí de nuevo, aunque esta vez no me salió tan sensual y sí más bien divertida.
               -¿Me lo prometes?-ronroneé.
               -Joder, Sabrae-jadeó, derrotado, y yo solté una risita de suficiencia.
               -Como te decía… me he comido la cabeza durante días pensando en cómo le digo a mi novio guapísimo, altísimo, buenísimo, sexualmente dotadísimo, una fierísima en la cama…
               -Buena chica-celebró él, seguro que cerrando los ojos y asintiendo con la cabeza, y a mí se me secó la boca.
               -Vuelve a decirme eso y seré yo la que se meta en un avión rumbo a Etiopía y se te plantará en el campamento antes de que te des cuenta.
               -Buena chica-repitió, y yo puse los ojos en blanco y me reí.
               -… una fierísima en la cama, y con serios problemas de autoestima y confianza en sí mismo y de ver sus muchísimas virtudes, lo que mis padres opinan de mi relación, y cuando mi novio guapísimo y… etcétera, etcétera, etcétera…
               -¿Qué ha sido de lo de mis problemas de autoestima? Me mola cuando me dices que tengo un pollón y que follo de alucine.
               -¿Y que eres alto y buena persona?
               -Bueno, es que eso ya lo sé.
               -¡Y lo otro también, payaso!
               -Ya, pero me pone mucho cuando me lo recuerdas-lo escuché sentarse y me lo imaginé subiendo las piernas al escritorio de Valeria, que seguro que era súper amplio y de producción ecológica (es decir, no de IKEA, sino de producción artesanal con la madera de algún árbol que hubiera arrancado el aire). Puse los ojos en blanco mientras sonreía.
                -Y cuando mi novio, sin calificativos, consigue poner en práctica lo que aprendió en las sesiones de terapia a las que estaba emperrado en que no quería ir y se vuelve puto loco porque por fin ha aprendido a valorarse, yo me pongo increíblemente feliz. Y si no para de hablar tampoco de lo bien que nos lo pasamos juntos y de lo increíblemente compatibles que somos en la cama, sumado a ese vozarrón que tiene y que definitivamente es mi perdición-me miré las uñas-. Pues, en fin. Una no es de piedra. Así que… puede. Puede que me haya puesto un poco cachonda escuchándote volverte loco y defendiéndonos.
               -Sabía que te gustaba que te defendiera, pero te hacías la ofendida simplemente porque no es muy feminista de tu parte eso de que tu hombre te saque las castañas del fuego.
               -“Un” hombre, no. Mi hombre-le recordé, y él chasqueó la lengua y se rió por lo bajo-. Y no me estabas sacando las castañas del fuego, sino defendiendo nuestra relación y, lo más importante… defendiéndote. ¿Tienes idea del terror que llevo sintiendo desde que mis padres me dijeron eso por lo que podía hacerte? ¿De cómo me he comido la cabeza pensando en cómo podía decírtelo de la forma más suave posible para no hacerte daño?
               -Por si has parpadeado y te lo has perdido, bombón, eso de creer en serio que yo podría hacerte daño ya pasó hace un par de capítulos. Lo siento, pero la trama de “creo que soy la versión más joven y más guapa de mi padre maltratador por agarrar a mi novia del cuello sin darme cuenta mientras follamos” ya está muerta y enterrada.
               -¿Seguro?
               -Sabrae-chasqueó la lengua-. Por favor. Estoy a miles de kilómetros de ti, incomunicado, rodeado de tías… y, no puedo creer lo mucho que he evolucionado para poder decir esto en serio, pero soy célibe y feliz. ¿Que te voy a echar el polvo del siglo cuando vuelva? Sí. Pero, a mis ojos, mis compañeras son como las Barbies: no tienen nada entre las piernas. Tú sí. Así que eso de ponernos en duda y creer que hay algo que podría hacer para hacerte daño, ya sea follarme a otra o menospreciarte…-negó con la cabeza-. Lo siento, nena, pero tendrás que buscarte a otro para eso. He oído que tus padres están libres y se les da bastante bien. Igual no les importa seguir-comentó en tono casual, y me lo imaginé cogiendo una motita de polvo invisible de su hombro y analizándola con ojo crítico antes de deshacerse de ella frotándose los dedos entre sí.
               Suspiré aliviada.
               -Entonces, ¿estamos bien?
               -¿Es que estás mal de la cabeza, niña? Estoy en medio de la selva, a seis mil kilómetros de ti. Estamos de todo menos bien-chasqueó la lengua y yo sonreí de nuevo. A veces, cuando no lo tenía conmigo, era más fácil tener miedo de que algo pudiera meterse entre nosotros. Más fácil olvidarme de que me había prometido, mirándome a los ojos, que no dejaría que nada se interpusiera entre los dos. Pero cuando le oía hablar, cuando le tenía conmigo, cuando dejaba de ser un sueño y pasaba a ser la realidad, de repente me acordaba de que sus promesas eran ley para él; y las que me hacía a mí, directamente, sagradas.
               Y puede que él se declarara no creyente, pero no había visto a nadie que fuera tan fiel a sus deidades como Alec lo era a mí.
               -No sabes cuánto me alivia lo bien que te lo has tomado-suspiré, apartándome el pelo de la cara de la misma manera en que lo hacía él. Éramos del otro incluso en los pequeños gestos.
               -Bueno, yo diría que llevar al límite mis cuerdas vocales por despotricar sobre tus padres no cuenta, precisamente, como “llevarlo bien”, pero tú siempre has sido muy benevolente conmigo, nena. Incluso cuando no me soportabas-me lo imaginé impulsando la silla hacia atrás y columpiándose en ella con su sonrisa torcida, la que más me gustaba y de lo que más echaba de menos, en su boca.
               -Me refiero a… no te haces una idea de lo mal que lo he pasado estos días, desde que mis padres por fin me lo dijeron. Poner las cartas sobre la mesa ha resultado más terapéutico de lo que pensaba, a pesar de lo horrible que es su opinión, pero… no sé. Supongo que he pasado por lo mismo por lo que pasaste tú cuando te pasó lo de Perséfone.
               -Lo de Perséfone fue un poco culpa mía. Tú no tienes la culpa de nada de esto.
               -Al, creíste que me habías puesto los cuernos por culpa de tu ansiedad. Tú tampoco habías hecho nada. Fue todo un malentendido, ya está.
               -Mm-respondió, no muy convencido, y se quedó callado un momento antes de decir-. ¿Sabes qué es lo que más me revienta?
               -¿Que decir que me harías daño supone una falta de conocimiento total de quién eres?
               -No. Bueno, sí. Eso me molesta, pero no es lo que más me molesta. Lo que más me molesta es que lo dijeran pensando en lo que hicimos antes de que yo me fuera. Si hubiera sido por lo que te hice cuando llegué… todavía podría excusarlos. Pero, ¿antes? Lo único malo que te hice antes de venirme al voluntariado fue ponerte en el aprieto de pedirte que me dijeras que me quedara cuando era lo que yo quería hacer. Debería haber sido más valiente y haber tomado la decisión yo solo, no ponerlo en tus manos para desentenderme de toda esa responsabilidad. Creo que eso es reprochable, y justo es lo único de lo que Zayn y Sherezade no dicen absolutamente nada. Por no hablar de que…-sacudió la cabeza y tomó aire-. Tu madre dijo que entendía perfectamente que pasaras tiempo conmigo.
               -Así es.
               -Y ahora no.
               -Ya ves.
               -¿Qué es lo que ha cambiado? Yo te lo diré: que se han dado cuenta de que yo soy capaz de cuidarte mejor de lo que te cuidan ellos. Que te priorizo como ellos no lo hacen.
               -Tienes que entender que tienen más hijos que yo, Al. Lo están pasando muy mal. Es una situación muy…
               -No deberían haberte dado la espalda como lo han hecho. Entiendo perfectamente que estén jodidos por lo de Scott, y no te creas que a mí tampoco me preocupa el lío en el que él está metido, pero no te equivoques, Sabrae. Que me preocupe por Scott no quiere decir que vaya a descuidarte, y yo no estoy obligado a hacerlo. Ellos sí.
               Me aparté un mechón de pelo de la cara y lo coloqué tras mi oreja.
               -Te entiendo. Al igual que entiendo que no les perdones que piensen tan mal de ti; yo ni siquiera sé si podré, pero tampoco me apetece esforzarme por averiguarlo. Me duele que hayan llegado a esta conclusión.
               -Me la suda lo que piensen de mí, la verdad; pero sí que me jode que crean que eres tan tonta como para meterte en algo así sabiendo…
               -Las mujeres a las que maltratan no son estúpidas. Simplemente son víctimas, ya está. Sus maltratadores son más listos que ellas, pero eso no quiere decir que ellas sean tontas. No creo que tu madre fuera tonta-añadí con un hilo de voz, consciente de repente de dónde me encontraba. Puede que Alec pudiera hablar con libertad de lo que le había pasado a su madre porque la quería más de lo que temía a su padre, pero todavía le costaba recordar ciertas cosas y, a la vez, mantener la voz firme. No quería ni pensar en lo que hablar de aquello le supondría a Annie.
               Había heridas que nunca se cerraban, daba igual cuánto te esforzaras en curarlas. Y, aunque era lo bastante fuerte para enfrentarse a Brandon cuando había ido a ver a Alec en el hospital, yo sabía que, a día de hoy, Annie aún se culpaba por lo mucho que había hecho sufrir a sus hijos. La única redención que consideraba que se merecía en esta historia era que había sido capaz de escapar para salvarlos, y que, gracias a eso, Mimi ni siquiera se había tenido que enfrentar a lo que Alec y Aaron sí.
               -No. Lo sé-añadió en tono suave, conciliador, pero luego su voz se endureció-. Pero tú conoces las señales. Mi madre era más inocente que tú en ese aspecto. Sherezade está especializada en esto, y si ha hecho algo bueno contigo y con tus hermanas, es no mentirte desde el principio. Así que lo verías, y no dejarías que fuera a más.
               -Yo no estoy tan segura, Al-él se quedó en silencio, y yo entrechoqué los pies, entrelazados por los tobillos, un par de veces. Como no contestó, continué-: creo que te quiero lo suficiente como para llegar a excusártelo si alguna vez pasara. No soy nada imparcial contigo.
               Su silencio era demoledor, pero necesitaba que lo entendiera. Que, igual que él me dejaría romperle el corazón, joderle la vida, destruirlo hasta lo irreconocible e insalvable, yo estaba exactamente en la misma posición con él. En cierto sentido, mis padres tenían razón preocupándose por el poder que Alec tenía sobre mí, porque me querían y querían que estuviera bien. Y ahora que lo había conocido con tanta intensidad, no concebía el amor de otra manera que como entregarle a una persona la omnipotencia de todo lo que tú eras, y confiar en que no tocaría nada porque le gustabas exactamente así.
               Pero él podría hundirme una y mil veces, y yo seguiría queriéndole. Creo que, incluso, podría decirme dentro de nueve meses que prefería quedarse en Etiopía y yo, aun sabiendo que no me había elegido y que ya no era su prioridad, estaría dispuesta a dejarlo todo e irme con él si me aceptaba a su lado.
                Sabía que pensar así era peligroso, y por eso entendía un poco a mis padres, pero no tenía la más mínima intención de preocuparme. Estaba muy tranquila porque le conocía, sabía la bondad que atesoraba en su corazón y que regalaba a quien quiera que pasara a su lado.
               Alec jamás me haría daño. Alec jamás sería su padre. Alec había aprendido de sus errores, se había antepuesto a su sangre, sabía exactamente qué camino no debía seguir bajo ningún concepto. Puede que yo fuera extremadamente indulgente con él, pero él era todo lo contrario. Por eso, precisamente, confiaba en él más que en mí misma: porque sabía que, aunque yo le perdonara por hacerme daño, él no se lo perdonaría a sí mismo.
                -¿Crees que sería capaz?-preguntó él con un hilo de voz, y de repente dejó de ser un campeón del boxeo de diecinueve años y metro ochenta y siete y ochenta y cinco kilos de músculo, para pasar a ser un niño de apenas siete años que todavía mojaba la cama cuando soñaba con los primeros recuerdos que tenía de este mundo.
               Odié que no estuviera aquí conmigo y yo no pudiera acunarlo, sacarle esa idea de la cabeza a besos, mirarlo a los ojos y conseguir que entendiera, incluso sin palabras, que puede que yo fuera tremendamente indulgente con él y se lo perdonara todo ahora, pero en el pasado había sido, con diferencia, quien más le exigía y quien peor se lo había hecho pasar. Si ahora le tenía en la cúspide de mis prioridades era porque le había obligado a escalarla con uñas y dientes, y ni siquiera le había permitido usar arnés ni red de seguridad.
               Nadie se merecía más la posición que ocupaba que Alec.
               -Alec. Theodore. Whitelaw. Escúchame bien. Escúchame con atención, ¿vale? Quiero cada una de esas células aventureras tuyas poniendo toda su atención en escucharme. Estoy convencida de que tú jamás me harías daño-aunque no se podría decir lo mismo de mí, porque el suspiro aliviado que exhaló me dio ganas de pegarle un bofetón para que se espabilara-. Si estoy dispuesta a perdonarte todo lo que hagas es porque nunca harías nada que yo necesitara perdonarte, ¿te queda claro? Así que ni se te ocurra ir por ahí. Porque no sólo estás dudando de ti mismo, sino que también estás dudando de mi novio, y por ahí sí que no pienso pasar, ¿me oyes?
               Cuando escuché que sonreía en su voz me permití anotarme un tanto, sintiéndome victoriosa por primera vez en ese día de locos.
               -Vale. Vale, es que, por un momento… no sé-se pasó una mano por el pelo y escuché el golpecito que dieron las patas de la silla en la que estaba al volver a tocar el suelo-. Antes de llamarte he estado hablando con tu hermano y…
               Sentí un retortijón en el estómago, pero me obligué a seguir escuchando, tanto por respeto como por admiración. Incluso cuando le ponían en duda y le convertían en el villano de la película era capaz de seguir pensando en lo mejor para los demás, obviándose a sí mismo.
               -Le he visto bastante jodido por lo que ha supuesto todo esto para Diana. Se siente deshumanizado, y… no sé. Parece una sensación jodida, y no quiero que te pase lo mismo conmigo, bombón.
               -Ya. Bueno, supongo que, como yo estoy en el otro lado del espectro, tampoco entiendo muy bien que mi hermano se queje de que se lo perdonarían todo, pero...-me encogí de hombros. Eran cosas demasiado complicadas de procesar como para hacerlo sobre la marcha, y tampoco había escuchado la conversación de Scott y Alec, así que, fuera lo que fuera que hubieran hablado, estaba segura de que mi hermano tendría motivos sólidos para preocuparse por lo que esto implicaría en su vida más adelante.
               La verdad era que para mí había resultado un alivio cuando todo el mundo se había vuelto en contra de Diana en lo que respectaba a Scott, porque así habían dejado de cebarse con mi hermano y decir cosas horribles de él que no eran ni de coña verdad. Que sufriera por mi amiga no estaba reñido con lo tranquila que me había quedado al ver que el torrente de odio se detenía de repente, pero mi perspectiva era diferente a la de Scott.
               -Creo que es un poco tarde para preocuparte por si te deshumanizo o no-bromeé, y un segundo de silencio precedió a la carcajada seductora de Alec.
               -Ah, ya, bueno. Supongo que la culpa es mía por follar como un dios, ¿no?
               -Quizá mis padres tengan algo de razón y la influencia que tienes en mí sea preocupante, porque no debería haberme vuelto más creyente simplemente por haberte visto en la playa.
               -Mis pectorales harían católico hasta a Gandhi-se chuleó.
               -Te acuerdas de que yo soy musulmana, ¿no?
               -Si todas las religiones tienen el único Dios verdadero, las demás tienen que estar equivocadas, y ni de broma voy a decir que la religión de mi abuela no es la correcta. ¿Te imaginas que se entera y me deshereda de mis derechos dinásticos sobre el trono de la Unión Soviética?
               Me eché a reír.
               -Para empezar, la Unión Soviética era una unión de repúblicas, así que tú no tendrías ningún derecho sobre ellas. Por no hablar de que los derechos dinásticos no son algo que pueda revocarse así como así.
               -Tú ya te estás viendo dando fiestas multitudinarias en el Palacio de Invierno y por eso te niegas en redondo a que tus padres te digan que tu chico es un maltratador, ¿eh?
               -Por supuesto. Imagínate las coreografías que me montaría en el salón de bailes principal al ritmo de Renaissance. Debe de tener una acústica increíble. Por no hablar de las joyas.
               -Ah, sí, las joyas-Alec chasqueó la lengua, y me lo imaginé mirándose las uñas-. Tendremos que pedirle a alguien que te ajuste la corona de emperatriz.
               -Las cosas pequeñas me quedan bien-lo pinché.
               -No lo dirás por mí.
               -No pienso recoger ese guante sin mi abogada presente.
               -Yo lo decía más bien porque eres tan cabezona que fijo que te queda minúscula y parecería más bien un prendedor de pelo, pero… allá tú.
               -Bobo-me reí. Escuché cómo Alec se relamía los labios, y de repente me volvió a la cabeza todo lo que había estado pensando y echando de menos antes de que me resignara a no descansar nada esa noche. Una cosa era pensar en él en abstracto, tenerlo en mis recuerdos, donde no era tan perfecto por la sencilla razón de que mi memoria no era tan buena como para recoger toda su complejidad, y otra era tenerlo ahí, a mi lado, respondiendo a lo que yo le decía y siendo mío.
               Incluso si no me hubiera demostrado ya mil veces y no me hubiera convencido de lo distinto que era de su padre y de todo el bien que me hacía, el hecho de que se hubiera enterado de lo que había pasado estando lejos de nosotros y me hubiera llamado preocupado era la prueba perfecta de lo bueno que era, de lo bien que me hacía y de lo mucho que se merecía ser feliz y que le dieran todo lo que él quería. Qué suerte tenía de que yo fuera eso que él quería.
               La chispa que nunca se apagaba cuando estaba con él resplandeció con más intensidad, llamando mi atención y recordándome en qué había pensado y qué había sido lo que me había hecho parar, no caer en la espiral de calor en la que siempre me perdía cuando pensaba en Alec. Había sido mi conciencia, pero ahora mi conciencia estaba adormilada, acunada por la nana de su respiración.
               Me humedecí los labios y noté que la energía entre nosotros cambiaba.
               -Al…-susurré.
               -Mm-fue un sonido incitante, juguetón y masculino. Descrucé los tobillos y los volví a cruzar, de repente muy consciente de cada una de mis curvas, echando de menos lo mucho que le gustaba besarlas. Mi cuerpo echaba de menos sus labios sobre él, sus dientes, su lengua. El suyo, aprisionándome contra la almohada mientras me poseía, me miraba a los ojos y me decía mil y una guarrerías, o la cosa más dulce del mundo: que me quería.
               -¿Estás pensando lo mismo que yo?
               Alec se rió por lo bajo, y me lo imaginé asintiendo con la cabeza y pasándose la mano por el pelo. Se inclinó de nuevo hacia atrás en la silla, columpiándose sobre dos patas y mordiéndose el labio.
               -¿Crees que dejo de pensar en eso por tenerte lejos?-preguntó-. Porque no dejo de pensar en ello. Todo el puto rato estoy pensando en ello, Saab.
               Me relamí de nuevo los labios y volví a cruzar las piernas. La sensación era muy agradable, sobre todo porque ya no estaba sola y mis problemas no podían alcanzarme a este lado de su puerta. Era como si me hubiera refugiado tras una barrera que ni la magia más oscura era capaz de sortear.
               Nada podía hacerme daño mientras estuviera en la habitación de Alec, y más aún cuando él estaba conmigo. Aunque no fuera físicamente, de momento con poder escucharlo me bastaba.
               -Entonces, ¿te apetece…?-dejé la frase en el aire, y que fuera él quien la completara. Ya me arrepentiría de esto más tarde, ya me sentiría una mala amiga mañana. Ahora en lo único que podía pensar era en su voz guiándome, dándome órdenes, moviendo mis dedos entre mis muslos mientras me regalaba sus jadeos al otro lado del mar.
               Todo estaría bien si estábamos juntos. Nada podía hacernos daño. El mundo se había empezado a ir a la mierda en el momento en el que nos habíamos separado, pero nosotros dos podíamos hacer que las cosas volvieran a ser como antes; coger las costuras deshilachadas y volver a unirlas con unas puntadas tan expertas que nadie se daría cuenta de ellas.
               -¿Que follemos a distancia?-preguntó, y me quedé sin aliento. Adoraba la sensación familiar de que mi cuerpo pareciera detenerse un instante cuando él pronunciaba la palabra mágica, lo que más me gustaba hacer con él. Era como si tuviera dentro de mí una inocencia que se me borraba de un plumazo y sin la que ya era capaz de disfrutar al cien por cien-. Sí-sonreí, prendiéndome fuego-. Pero creo que hoy no sería lo mejor.
               Tardé un momento en entender lo que acababa de decirme.
               -¿Por qué?-pregunté cuando por fin procesé lo que me había dicho, y me avergüenza decir que me sentí un poco herida ante ese rechazo, como si no me hubiera dejado claro lo mucho que me deseaba.
               Alec exhaló desde lo más profundo de los pulmones.
               -Ay, mi amor… nada me gustaría más que despejarte un poco la cabeza y escuchar cómo te relajas, pero los dos sabemos lo que estaríamos haciendo. Te estaría ayudando a resolver una ida de olla emocional follando-me reconoció, y yo me incorporé un poco en el colchón apoyándome sobre el puño. Me llevé la mano libre a la boca y me mordisqueé las uñas, pensando a toda velocidad, barajando posibilidades…
               … y dándome cuenta de que tenía razón. Esto no dejaba de ser una ida de olla emocional, y el sexo sólo serviría para retrasar la inevitable sensación de tristeza y rabia que todavía me rondaba en la parte trasera de mi mente, lista para asaltarme cuando por fin bajara la guardia.
               -Me dijiste que no resolviera mis idas de olla emocionales follando, y, bombón, aunque sé lo tentador que resulta, no creo que te sientas bien después. Te lo digo por experiencia. Y sería muy insensato por mi parte ceder a las ganas que tengo de escucharte gemir si después no voy a estar ahí para consolarte cuando todo lo que está pasando se abalance sobre ti-se mordió los labios, y luego continué-. Te prometí que te cuidaría, y no voy a poder hacerlo todo lo que tú te mereces. Pero sí puedo amortiguar el golpe diciéndote que esto es una mala idea.
               Miré el reloj de la mesita de noche y me mordisqueé el nudillo del dedo índice. Era ya bastante tarde, y mañana tenía clase. Necesitaría todas mis energías para enfrentarme a los comentarios casi inevitables de mis compañeros, las preguntas impertinentes del resto de los de mi curso, o de los de los superiores o los inferiores, que se habían sumido con toda la alegría del mundo al carro de considerarme una fuente de entretenimiento en lugar de una persona.
               Me apetecía estar con Alec. Me apetecía olvidarme de todo el mundo excepto de él, pero tenía que admitir que tenía razón. Hacer algo con él, aunque fuera a miles de kilómetros, sólo terminaría retrasando los nervios y alargándome la noche cuando me sintiera culpable por usar mi placer para tapar mi dolor, por usar a Alec para distraerme.
               Podría coquetear por él y decirle que no pasaba nada, que podía con ello, que me apetecía esto por él y no por mí, pero le había prometido sinceridad. Le había prometido un “para siempre”, y para eso tenía que cuidarlo.
               Algún día Alec sería la pieza fundamental de mi familia, el padre de mis hijos, la primera persona a la que veía al despertarme por las mañanas y la última de la que me despedía a la hora de dormir. No quería echar eso a perder por un poco de alivio momentáneo que ni siquiera sabía si me vendría bien.
               De modo que me revolví en la cama, asentí con la cabeza y contesté:
               -Tienes razón, sol. Perdona. No sé qué…
               -No me pidas perdón por zorrearme, nena-respondió, y me imaginé su sonrisa luminosa y llena de vitalidad-. Con lo que eso me gusta, ni de coña quiero que dejes de hacerlo.
               Me eché a reír y miré de nuevo el reloj. Calculé la hora que sería en Etiopía y se me encogió un poco el corazón. Si se había pasado todo el día fuera debía de estar agotado, y ahí estaba yo, retrasando su descanso simplemente porque me daba miedo mi soledad.
               -Se ha hecho muy tarde. Quizá deberíamos dejarlo.
               Alec chasqueó la lengua.
               -¿Porque te he dicho que mejor no tengamos sexo telefónico? Ni se te ocurra irte con Hugo. Retiro lo dicho; dime qué llevas puesto y te diré cómo quitártelo.
               Me eché a reír.
               -Me refería a la llamada, bobo.
               -Ah, menos mal. Ya me estaba dando el pico de ansiedad-bromeó, y yo sacudí la cabeza. Me quedé escuchando su respiración de una forma totalmente egoísta; debía dejarlo irse, pero no podía. No así. No, sabiendo que tardaría meses en volver a verlo; no sabía cuándo volvería a escuchar su voz, pero sospechaba que no sería pronto.
               No me había dicho nada de que Valeria les dejara llamar a casa, y yo no quería hacerme ilusiones con que esto no fuera una excepción a uno de sus chicos más competentes, y que más contaban con su favor.
               -¿Estás yendo a clase?-preguntó, y yo asentí. Y, cuando me di cuenta de que no podía verme, respondí que sí-. ¿Y te están tratando bien?
               -Bueno, no me está sirviendo para mucho. A la gente le puede el cotilleo, y mis notas todavía están algo resentidas después de tantas emociones fuertes. Eso sí, las chicas se están portando conmigo-añadí, y me giré para mirar mi reflejo en el espejo. Me aparté el pelo de la cara y me miré las uñas. Taïssa se había ofrecido a organizar una sesión de belleza intensiva en la que incluso nos haríamos la manicura con uñas postizas, y todo, pero creo que casi preferiría que no me mimaran tanto y que actuaran con más normalidad.
               Aun así, tampoco iba a quejarme de que estuvieran ahí para mí. Que me mostraran su apoyo era síntoma de que me querían, y yo andaba escasa de amor público, así que…
               -Al menos te he dejado en buenas manos con ellas.
               -Sí-tiré del edredón y me rodeé la cintura con él-. Me están apoyando mucho. No dejan que me encierre en mí misma y están tirando de mí para sacarme adelante, así que… creo que quedará algo entero de mí cuando tú vuelvas, aunque es posible que no sea por méritos míos.
               -Tú puedes con todo, Saab-me animó, y yo sonreí-. Y si crees que no, ya sabes… todo tiene solución.
               Una intensa sensación de amor y gratitud se infló dentro de mí, empujándome los órganos y reconfigurando mi cuerpo. Pues claro que pondría encima de la mesa, de nuevo, el volver a casa. Pues claro que era tan bueno y tan altruista.
               Pero yo no quería hacerle eso. Quería que disfrutara, que estuviera lejos de todo, que hubiera alguien a quien este cataclismo no le afectara. Por mucho que necesitara que Alec estuviera a mi lado para ayudarme a capear la tormenta, me alegraba mucho de saber que estaba en un sitio lejano, en el que ni el huracán más intenso sobre mi cabeza podría alcanzarlo.
               Estaba segura de que él se sentiría así si fuera al revés. Por eso estaba convencida de que papá y mamá se equivocaban con él.
               -Gracias, sol, pero me quedo más tranquila sabiendo que tú estás lejos de todo esto y no te puede alcanzar. Ya le han hecho daño a demasiadas personas que me importan; no soportaría que te arrastraran a esto a ti también. Y más aún con lo que te ha costado mantener a raya tu ansiedad. Sé que te pondrías enfermo viendo todo lo que se está diciendo, así que… considera mi pena y lo mucho que te echo de menos un daño colateral de saber que tú estás bien.
               Alec se relamió los labios y asintió con la cabeza.
               -Tú sólo prométeme que, si todo esto te supera, me avisarás. Y me pedirás que vaya. Da igual lo feo que se ponga y da igual lo mucho que creas que puede afectarme. Me pedirás que vaya si te supera.
               Tomé aire y lo solté despacio. No me hacía ninguna gracia pensar en que él tuviera que volver, más aún después de lo mucho que habíamos hablado de lo que el voluntariado significaba para él y de lo duro que había trabajado para conseguir ser feliz, pero le debía la tranquilidad de saber que, si no podía con esto, le pediría que volviera. Tampoco me estaba pidiendo nada descabellado, ni nada que yo no le pediría si las tornas estuvieran al revés.
               Tenía la intención de aguantar todo lo posible, pero si no podía ser… prefería compensarle con creces que tuviera que acortar el voluntariado a esperar hasta el final y que cuando volviera me encontrara tan rota que no fuera capaz de repararme. Él se merecía a alguien entero. Alguien que pudiera corresponderle como se merecía.
               -Sí, sol. Te lo prometo.
               -Gracias-suspiró, y arrastró la silla por el suelo.
               -No se merecen. Gracias a ti.
               -Es un placer.
               -El placer es mío.
               Alec sonrió, y yo sonreí, y nos sonreímos un ratito desde la distancia. Me dediqué a escuchar la música de su respiración, y con eso fue suficiente para que me sintiera entera y fuerte.
               -Bueno…-dije al fin-. Creo que es hora de que nos despidamos. Tendrás que descansar.
               -Y tú mañana tienes clase. No te acuestes demasiado tarde, ¿vale?
               -Ya estoy en la cama.
               -Ya sabes a qué me refiero, Saab-respondió, y estaba segura de que había puesto los ojos en blanco. Me reí.
               -Sí. No te preocupes. Y tú, duerme. Intenta no pensar en lo que está pasando aquí, ¿vale? Confía en que lo solucionaremos.
               -Qué remedio me queda-suspiró, y yo estiré los dedos sobre las sábanas. No quería colgar, a pesar de que sabía que él tenía que descansar. Yo podría dormir todo lo que quisiera por la tarde (o, al menos, intentarlo) pero Alec tenía obligaciones que atender.
               -¿Quieres que vuelva a llamarte?-preguntó. Sí. Sí, por favor. Necesitaba escuchar su voz. Necesitaba despertarme y dormirme y pasear con ella. Necesitaba sentirlo conmigo tanto que pareciera que nunca se había ido.
               -Sólo si tú lo necesitas-dije, sin embargo. Porque no se había ido a Etiopía para estar colgado del teléfono y escuchando mis penas-. O si tú quieres. ¿Quieres volver a llamarme?
               Escuché en su tono de voz su sonrisa.
               -Si por mí fuera, estaríamos todo el rato pegados al teléfono-confesó, y yo me reí.
               -Pienso igual.
               -Pero no he venido aquí para que sigamos pegados como lapas, ¿no? ¿Cómo lo habías dicho? Tenemos que escribir nuestras historias, ser nuestras propias personas, antes de seguir con la que tenemos en común.
               -Es cierto-sorprendentemente no me parecía un escenario horrible. Todavía nos quedarían las cartas, y cuando nos reuniéramos definitivamente y nos pusiéramos al día, descubriríamos una riqueza que antes no estaba ahí. Nuestra relación sería mejor aún porque Alec habría visto mundo, y aun así habría vuelto conmigo.
               -Entonces, si no cambia nada, ¿te llamo en Nochevieja?
               -¡Quedan como cuatro millones de años para Nochevieja!-protesté.
               -Haberme dicho que no querías que me fuera cuando te lo pedí en Ready to run-sentenció, y yo me eché a reír y me puse a canturrear.
               -This time I’m ready to ru-u-u-u-un, I’d give everything that I got for your love…
               -Ya lo tienes, mi amor. Ayer, hoy, mañana, y siempre.
               -Y tú el mío, mi amor-respondí, hundiéndome un poco en la cama y acurrucándome sobre la almohada-. Estoy orgullosa de ser tuya, y todavía más de que seas mío. Eres una persona excepcional. Nadie sería capaz de estar ahí para todos a quienes quiere incluso desde otro continente como lo haces tú. Que no se te olvide lo especial que eres.
               -Tengo mucha gente que merece la pena que me esfuerce. Y que hace que me sienta afortunado de lo mucho que me cuesta decir adiós.
               Sonreí al dejar que la frase reverberara en mi interior.
               -Te quiero muchísimo, mi amor.
               -Y yo a ti, preciosa.
               -Descansa.
               -Y tú.
               -No te metas en líos.
               -Mira quién habla-se echó a reír-. Saab.
               -Dime, Al.
               -Cuídate.
               -Y tú.
               -Como si estuviera contigo. Como si tuvieras mi alma en las manos y ante el golpe más pequeño se pudiera romper… porque así es.
               Sonreí un poco más; tanto, que incluso me dolían las mejillas. ¿Quién me lo iba a decir esa mañana, cuando vi el vídeo de Diana?
               -Papá debería darte las gracias por haberle dejado que tenga su carrera.
               -Zayn tendría que darme las gracias por muchas cosas, pero no lo hace porque él te encontró para mí y sabe que siempre estaré en deuda con él por eso. Y no hay nada que pueda hacer para equilibrar la balanza.
               Me mordí el labio y sonreí.
               -Al final, ser adoptada tiene su parte buena. ¿Quieres saber cuál?
               -¿Cuál?
               -Que tengo la certeza de que Dios quería que te conociera. Tú eras mi destino. De lo contrario, no nos habríamos encontrado.
               Alec sonrió.
               -Me gusta el concepto. Al final, vas a conseguir convertirme y todo.
               Me reí y me limpié una lágrima solitaria por el dorso de la mano.
               -Nos vemos pronto, mi amor.
               -Chao, chao, wifey-contestó Alec, y yo me reí.
               -Nos vemos, hubby-respondí yo. Alec se rió, y tras un “te amo, Sabrae”, finalmente, colgó.
               Mi mundo se hizo un poco más pequeño y un poco más oscuro, aunque dentro de mí ardía la llama que Alec siempre encendía en mi interior. Una llama que me protegía del invierno, de la oscuridad, y de mis miedos.
               Una llama de valentía que me hacía echarlo de menos y buscarlo en todas partes, en cada rincón, en el límite de mi campo de visión. Una llama que me impulsaba a hacerme digna de ese amor, de la confianza que había depositado en mí, y de ganarme una mirada suya cargada de orgullo, de un “ésa es mi chica”. Su chica, que le quería con locura. Su chica, que le defendía de todos los que hablaban mal de él. Su chica, que encajaba con él a la perfección.
               Su chica, que le quería a rabiar, que era valiente y no se escondía. Su chica, que lo tomaba como ejemplo a seguir en lo que más le gustaba.
               Entré en la galería de mi teléfono, navegué por mis recuerdos, y cuando encontré lo que buscaba, entré en Instagram. Toqué el icono de “publicación nueva” y seleccioné la foto que había escogido: Diana y yo, abrazadas sobre el escenario del concierto de aniversario de One Direction en Wembley, su pelo dorado cayéndome como una cascada de luz solar sobre los hombros mientras me rodeaba con los brazos. Tenía los ojos cerrados y la cabeza ligeramente apoyada en mí, que la rodeaba con los míos desde abajo y estaba un poco de puntillas para poder abarcarla mejor.
               Era una foto preciosa, justo lo que necesitábamos ahora: un poco de belleza entre tanta fealdad.
               Toqué el cajón de la descripción de la foto y me puse a teclear con el corazón en un puño, sin dejar que el valor que Alec me había insuflado tuviera tiempo a diluirse. Tecleé y tecleé y tecleé, convencida de que quienes quisieran convertirme en el enemigo lo harían de todos modos, así que al menos tenía que acostarme con la conciencia tranquila. No revisé el texto para no quitarle sinceridad, sino que cuando finalmente acabé, le di a “publicar” y esperé a que la foto se publicara.
               Después activé el modo avión, dejé el móvil sobre la mesilla de noche, apagué la luz y me acosté. Sabía que mañana tendría ansiedad, que apenas podría desayunar, que el mundo me pintaría con cuernos y rabo, pero también sabía que no me arrepentiría de haber hecho lo correcto.
               sabraemalik en estos momentos con tanto odio he pensado que nos haría falta un poco de amor y belleza, cortesía de @dianastyles y yo en una de las noches más especiales de mi vida. Didi, eres un ejemplo de fortaleza y de superación como pocos han caminado por este mundo, y me siento muy afortunada y orgullosa de poder contarme entre tus amigas. La batalla que libras cada día por sobreponerte a tus demonios y estar presente para aquellos a quienes amas hace incomprensible que te queden fuerzas para ser amable y detallista como lo eres. Sé que tengo en ti a una hermana mayor capaz de guiarme y darme un consejo certero cuando lo necesito, o de reñirme cuando me equivoco con el cariño propio de quien te ha visto crecer. Si hay algo que lamento de nuestra amistad es lo reciente que la siento, a pesar de que llevemos conociéndonos toda la vida, y todo porque, al crecer en orillas opuestas del mismo mar, no he podido descubrir la persona tan increíble que eras mucho antes. Eres fuerte, resiliente, generosa, inteligente y buena; eres todo lo que alguien con tu físico podría permitirse no ser. Y lo mejor de todo es que la confianza con la que te lanzas a la pasarela o al escenario es contagiosa. Confieso que estaba aterrada minutos antes de que se tomara esta foto; una cosa es cantar las canciones de nuestros padres en la ducha, y otra muy distinta hacerlo sobre un escenario con decenas de miles de ojos puestos en mí y en mis imperfecciones. Y tú simplemente me cogiste la mano y me dijiste que podría hacer lo que yo quisiera, que había nacido para hacer esto, para ser yo, para seguir el legado de mi familia y disfrutar tanto de lo que unió a nuestros padres y ha hecho que nosotras dos existamos: la música. Que te hayan quitado la posibilidad de disfrutarla sin que los recuerdos de los conciertos se empañen en la niebla de tu adicción es algo que me rompe el alma, pero, al igual que yo pude sobreponerme a mis miedos por no ser suficiente y arruinarles la noche a nuestros padres, estoy segura de que tú saldrás de esta más fuerte que nunca. Y que, aunque ahora no queramos más que llorar y desaparecer, algún día echaremos la vista atrás y nos reiremos de aquella vez en que creímos que lo perderíamos todo, tras dos vidas largas y llenas de recuerdos felices en los que cuento con que aparezcas y aparecer. Te quiero mucho, amiga. Esto no es el final. Tú y yo tenemos mucha historia, y seremos por siempre el mejor equipo que haya visto el mundo. Viviremos para siempre, Didi.
               Y con eso me bastó para poder dormir.
                
                
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1 comentario:

  1. Siento que debería hablar principalmente de la conversación de sabralec y destacar lo mucho que han crecido pero tengo el corazón encogido con el texto de la publicación de Sabrae. Adorando ver como sigue siendo su propia persona y no tiene miedo.

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