¡Hola, flor!
Interrumpimos la sesión de estudio semanal (aunque este mes está siendo un
poco desastre, pero bueno) porque lo prometido es deuda. ¡Aquí tienes el
capítulo del cumple de Alec! Empezamos, de nuevo, la temporada de calendario un
poco raro de capítulos de Sabrae. Si
todo va bien, el día 23 nos volveremos a ver; no obstante, estoy pendiente de
varias fechas de exámenes (se me está acumulando el trabajo, snif) que puede que me impidan subir
otro capítulo este mes. Intentaré, en la medida de lo posible, que nos veamos
el domingo 23 de marzo; y, si no, espero que nos reencontremos el 23 de abril,
cuando Scott y Sabrae cumplen la
friolera de… ¡ocho años! Estate atenta a mi perfil en Twitter por si acaso hay
algún cambio en el calendario.
Pero hoy es el día de Alec, ¡no lo fastidiemos pensando en otras cosas! Gracias por unirte a mí, una vez más, en celebrar este día que elegí un poco al azar y que ha terminado significando tanto para mí. Créeme, echo mucho de menos reunirme con Alec cuando pasan las semanas, y estar hoy aquí me llena de ilusión.
Dicho esto, ¡feliz cumple, Al! Y tú, flor, ¡disfruta del cap! ❤
Pero hoy es el día de Alec, ¡no lo fastidiemos pensando en otras cosas! Gracias por unirte a mí, una vez más, en celebrar este día que elegí un poco al azar y que ha terminado significando tanto para mí. Créeme, echo mucho de menos reunirme con Alec cuando pasan las semanas, y estar hoy aquí me llena de ilusión.
Dicho esto, ¡feliz cumple, Al! Y tú, flor, ¡disfruta del cap! ❤
No hacía ni un minuto que le había dicho que no nos haría mal un poco de distancia y ya estaba arrepentido. Tontear con ella siempre tenía el mismo efecto en mí, y era una felicidad absoluta y contagiosa que lo impregnaba todo, incluso lo que en circunstancias normales me tendría con la mosca detrás de la oreja.
Me había dicho que iba a subir algo a Instagram para apoyar a Diana y yo, como un gilipollas, le había dicho que no necesitaba que nos llamáramos pronto. Me había dicho que se iba a clavar una diana a la espalda y yo le había dicho que podíamos mantenernos alejados un tiempo para que yo pudiera vivir mi partidita de rol de Tarzán durante un año tranquilito, no fuera a ser que ser un buen novio y estar ahí para mi piba fuera a hacerme mal.
Me había centrado tanto en lo de que nuestra relación no era tóxica, en lo que sus padres le habían dicho y la seguridad que me había provocado escucharla decir que no lo creía en absoluto, que me había olvidado de todo lo demás. ¿No suponía eso que Sherezade y Zayn tuvieran razón? ¿Y si la alejaba de ellos, que no podían cuidarla bien, para terminar cuidándola incluso peor, si es que aquello era posible?
No me gustaba la expresión de juicio con la que me miraba el tío que me observaba desde abajo y desde arriba a la vez, como si yo me hubiera caído de cabeza a un pozo y él me mirara desde la superficie, juzgándome por ser tan imbécil como para no haber mirado por dónde pisaba. Tenía el ceño fruncido y una expresión de decepción que casaba perfectamente con cómo me sentía, pero la preocupación que bullía dentro de mí todavía no le había alcanzado.
Levanté la vista del reflejo del móvil y volví a clavarla en la ventana, que se había convertido en un espejo improvisado en el que los tonos eran un poco más negros, las figuras un poco menos nítidas. Y, aun así, no estaba lo bastante borroso como para que yo no viera las líneas que me arrugaban la frente y el ceño, el valle que mis cejas formaban en el punto encima de mi nariz, o mis labios y mandíbula apretados, que, sumados a la barba de dos días, me echaban años encima.
Me vi viejo y cansado, desamparado y también solo. Tenía el mismo aspecto de mierda por dentro que por fuera: atrás quedaba el chaval que se había levantado como un resorte y había decidido que no era hijo de su padre maltratador; ahora sólo estaba el pavo que había dicho a su novia que no hacía falta que se llamaran y que estaría guay tener un poco de espacio, justo cuando ella se disponía a atraer de nuevo una atención indeseada y que no dudaría en destrozarla a la mínima de cambio.
Las cosas en casa estaban hechas una mierda, ¿y yo me quedaba…?
No, ordenó una voz en mi cabeza. Una voz que yo conocía muy bien: mi preferida en el mundo, la que tantas veces había escuchado y cuyas palabras habían ido cambiando a lo largo de nuestras vidas. Mi conciencia, mi faro de esperanza y mi constelación preferida en el cielo nocturno, siempre llevándome a casa. Llevas toda la vida luchando para ser feliz. Te mereces este descanso, me había dicho en Londres, mientras hablábamos de si me quedaba o no.
Saab quería que estuviera en Etiopía, lejos de la acción, porque sabía que no podría evitar entrar al trapo y empeorando irremediablemente las cosas dignificando unas opiniones de mierda con una merecidísima reacción rabiosa. Sabía el daño que podría hacerme ver todo lo que publicaban de mis amigos, de ella, y prefería que me quedara al margen porque, así, al menos tendría una preocupación menos. Que yo me preocupara por ella era inherente a quererla, pero plantarme en Inglaterra simplemente para aliviar mi estúpida conciencia no le haría ningún mal, y estar llamándola cada poco para saber qué tal le iba en casa no nos dejaría pasar página a ninguno de los dos.
Por mucho que lo detestara, no me quedaba otra que dar un paso atrás y lamerme las heridas mientras los demás seguían peleando. Por muy traidor que me sintiera, por mucho que creyera que la estaba decepcionando, tenía que dejar que se ocupara de sus asuntos.
Incluso cuando sabía que a veces ella no manejaba la presión del todo bien. Incluso cuando sabía que eran injustos con ella. Incluso cuando estuviera pasando por sus peores momentos y todo le pareciera un mundo. Incluso…
El anciano frente a mí empezó a emborronarse, y yo me pasé el dorso de la mano para limpiarme las lágrimas. De poco servía pensar en lo peor y pasarlo mal, si al menos la distancia le suponía un poco de tranquilidad a Saab. Sorbí por la nariz y me miré las manos. Sólo esperaba que fuera lo bastante fuerte como para soportarlo, y luego, lo bastante buena como para poder perdonarme por haber sido un cobarde y no haber regresado a su lado.
Sabía que eran esperanzas vanas, pero cuando estás a miles de kilómetros y te piden expresamente que no hagas nada, lo único que te queda es rezar. Incluso si no crees en Dios, por mucho que hayas hecho que otras personas crean en él.
Así que le lancé una plegaria muda al cielo, a mi reflejo, a mi interior.
Por favor, que no me la quiten, recé.
Luego dejé el móvil de Mbatha encima de la mesa de Valeria, salí del despacho, cerré la puerta tras de mí y atravesé el campamento en dirección a mi cabaña. Luca se había quedado dormido sentado sobre su cama, seguramente esperando para hablar conmigo, averiguar lo que había pasado y consolarme si hacía falta. Menos mal que así había sido; al menos uno de los dos dormiría esa noche.
Porque yo me desvestí, me tumbé en la cama y me quedé mirando al techo. Como estaba demasiado ocupado repasando todas las cosas que podían salir mal, no tuve tiempo para dormir y no pegué ojo en toda la noche, aunque es probable que fuera lo mejor.
Estaba seguro de que soñaría con la hija de puta de Jarina Leto y sus compañeros de profesión, pero no con lo que quería hacerles, sino con lo que ellos le harían a Sabrae impunemente. E, incluso si mi cabeza fuera el puto infierno y siempre me pusiera en lo peor, tenía clara una cosa: era el paraíso comparada con mi subconsciente.
Supongo que ya había agotado mi dosis de buena suerte y de luz en medio de toda esta tormenta con la llamada de Alec y la oportunidad que me había brindado él de serle sincera; eso, sumado a que se había tomado genial la opinión equivocada de mis padres con respecto a nuestra relación y a él debería mantenerme agradecida por, al menos, veinte años. Y, sin embargo, el día de mierda que estaba haciendo y que nos obligaba a todos en el instituto a refugiarnos en el interior, sin posibilidad de salir al patio, repartirnos un poco más y, de paso, que yo pudiera evitar la atención extra indeseada y las miradas indiscretas de todos en el instituto me llenaba de un resentimiento que no podía descargar sobre nadie. Los fenómenos meteorológicos no tenían responsable, así que mis emociones negativas me consumirían como el tiempo a un cigarro olvidado en el cenicero del salón.
Suerte que Ken, Taïs y Momo estaban conmigo para sacarme de ese pozo en el que estaba empezando a coger por costumbre hundirme cuando las cosas no salían como cabría esperar de una comedia romántica de Hollywood. Al menos estábamos compartiendo una bolsa de pistachos recubiertos de chocolate que me endulzaban un poco la mañana… y me permitían apartar la vista cuando alguien notaba que mi atención desvariaba de lo que mis amigas estaban comentando, fingiéndose animadas y ajenas al mundo, y clavaba los ojos en mí, como si así fueran a conseguir más detalles jugosos de lo que estaba pasando en el grupo de mi hermano y todo lo que le rodeaba.
-Hace mucho que no tenemos un maratón de repostería-comentó Ken, metiendo la mano en la bolsita de pistachos y lanzándose uno a la boca-. ¿Qué os parece si quedamos esta tarde y hacemos unos cuantos bizcochos, mm?
-Tengo deberes atrasados de la semana pasada-murmuré. Vi por el rabillo del ojo que un grupo de chicas de último curso se detenía a los pies de la escalera, se paraban a mirarme con todo el descaro del mundo, cuchicheaban algo entre ellas y se echaban a reír antes de continuar con su camino. Fingí que no me daba cuenta y me obligué a tragarme un pistacho. Taïssa y Amoke, sin embargo, las fulminaron con la mirada de una forma en que bien podrían haberles dejado las espaldas como coladores-. Todavía no he terminado de ponerme al día con los trabajos, y también tengo que pasar a limpio los apuntes.
-Bueno, podemos quedar igualmente y así ayudarte. ¿Te apetece, Saab?-insistió Ken, y se inclinó hacia mí.
-¿O vas a ir a casa de Alec esta tarde?-preguntó Taïs. Sabían que era celosa con el espacio que él me había dejado, y no me gustaba meter a gente en su habitación. Hacía una excepción con mi hermana porque Shash también lo echaba mucho de menos, pero mis amigas me parecía excesivo. No tanto porque creyera que a Alec le importaría (sabía que le daría igual, y que, de hecho, estaría encantado de que las llevara si así me sentía menos sola y desamparada), pero… sentía que estaba pervirtiendo una parte íntima y secreta de nuestra relación cada vez que dejaba que alguien ajeno a nosotros viniera a su habitación. Y tenía demasiadas cosas que echaba de menos como para renunciar también a eso.
Negué con la cabeza.
-Creo que no. Al menos, no a comer. Después de dormir allí esta noche, creo que me pasaré por mi casa. Quiero ver cómo va todo. Cómo está Scott-no me atrevía todavía a pensar en ir a casa de Tommy porque los reportes que me llegaban de Eleanor no eran nada halagüeños. Diana se estaba poniendo peor por momentos, Tommy estaba enfadadísimo con ella por lo del vídeo… y no se separaba de su lado porque no se fiaba de que no tuviera una recaída a la que estaba convencido de que no podría sobrevivir.
Sabía que estaba siendo una egoísta y que escondía la cabeza bajo la tierra como los avestruces, pero con todo lo que estaba pasando y el restallido de valentía que había tenido la noche anterior había agotado mi coraje para este día.
Taïs asintió con la cabeza y apretó los labios.
-Eso te honra, Saab.
-Ayer salí corriendo de casa cuando más me necesitaban-musité.
-No tienes que arreglar todo lo de tu alrededor, Saab-respondió Momo, poniéndome una mano en la rodilla cubierta por las medias de invierno y dándome un apretón afectuoso.
-Sí. Eso es muy del Chico Blanco del Mes-añadió Ken, que se acomodó sobre la pared y estiró las piernas cuan largas eran-. ¿Sabes? Que él no esté no significa que tengas que asumir tú su papel. Los defectos no son contagiosos.
-Es gracioso que digas eso, porque ayer estuve hablando con él-mis amigas se quedaron en silencio y me miraron, tres pares de ojos preocupados y que denotaban que no sabían qué hacer. Me quité una pelusa inexistente de la falda-. Tranquilas, no fui yo quien lo llamó. Fue al revés: él me llamó a mí.
-Si necesitas hablar con él no es malo, cielo-dijo Taïs, y yo negué con la cabeza.
-No. Lo único bueno de que no estuviera es que no se enteraría de esto, pero me llamó precisamente porque se había enterado-suspiré.
-¿Desde Etiopía?-preguntó Momo.
-Desde Etiopía-confirmé, y Ken soltó un silbido.
-Ése es mi chico. Cuidándote hasta de lejos. Jolín, es que es el mejor-las chicas asintieron y yo sonreí.
-Menos mal que hace un año no podíais verlo ni en pintura-dije-; de lo contrario, ahora mismo estaría muerta de la preocupación por si acaso queríais quitármelo.
-Sabrae-Amoke me cogió la mano, atrayendo así mi atención-. Siento mucho decírtelo, pero tu Chico Blanco del Mes no le puede hacer la competencia a mi Rey de Chocolate.
-Por no hablar de que no tendríamos ninguna posibilidad. ¿Has visto cómo te mira?-añadió Taïssa. Cogió un puñadito de pistachos y los retuvo en su mano, reblandeciendo el chocolate con el calor de su cuerpo antes de comérselos.
-Perdón, ¿me he perdido algo? La última información que tenía era que no le contestabas los mensajes a Jordan-alcé una ceja en dirección a Momo.
-Y no lo hago. Rápido-puntualizó rápidamente, antes de llenarse la boca con pistachos y masticarlos a dos carrillos. Como yo continué mirándola con las cejas alzadas y una expresión de la más absoluta incredulidad, sin embargo, tuvo que tragarse su orgullo junto con los pistachos y se defendió-. ¿Qué? Que él sea un cerdo que me ha estado utilizando…
-Momo, estabas a un pelo de acosarlo sexualmente. Jordan no te estaba utilizando-le recordé, pero ella continuó como si yo no hubiera abierto la boca.
-… no quiere decir que no esté bueno y que no le dé mil vueltas a tu principito de leche condensada.
-Me encanta que cada vez que tiene que criticar a Alec hable de él como platos, con lo bueno que está…-suspiró Kendra, y cogió un pistacho directamente de la bolsa.
-Para empezar, para hablar de mi hombre te lavas la boca, guapa. Y no me gusta nada ese tonito con el que estás hablando de él. ¿Tengo que recordarte lo que pasó la última vez que os metisteis con él?-arqueé una ceja y Amoke puso los ojos en blanco-. Lo siento, nena, pero si estás enfadada con el chico al que llevas persiguiendo meses porque no te da bola y él sigue con su vida como si nada, no tienes por qué pagarlo con el mío. Que, por cierto, te lo habría puesto súper fácil para que os enrollarais si fuera por él-alcé las manos-. Así que Alec no es tu enemigo en esto. A él le da absolutamente igual a quién se folle Jordan… y tú no tienes ningún derecho sobre él, así que no tienes por qué hacerte la digna más que por hacer el espectáculo.
Amoke se metió otro puñado en la boca y lo rumió despacio, los ojos clavados en mí.
-¿Ha hablado contigo para que le perdone?
Me eché a reír.
-Quizá te sorprenda, pero no, Momo. He tenido unos días bastante liados, ¿sabes?
-¿Se ha dado cuenta siquiera de que estoy haciéndome la difícil?
-¿Zoe no sigue aquí?-preguntó Kendra, y Taïssa le dio una patada en el pie y negó despacio con la cabeza.
-Tema sensible-dijo.
-Pero sigue, ¿no? Igual ni siquiera se ha dado cuenta de que tú estás tardando en contestarle-comentó, y Momo contrajo la cara en una expresión de tristeza.
-¿Tú crees?
-A ver…
-Cierra la boca ya, Ken. Seguro que te echa mucho de menos, cielo-se apresuró a decir Taïs, inclinándose hacia Momo y poniéndole una mano en el hombro. Amoke suspiró trágicamente, se quedó callada un segundo, y luego soltó un bufido y se quedó de brazos.
-Con lo que me está costando no responderle en cuanto me escribe, como para que encima él no esté sufriendo con mis castigos. ¿Tenéis idea de las burradas que tengo que hacer con el móvil para tardar un poco más en contestar? Me he instalado una app de concentración que me bloquea el teléfono para que no pueda usarlo por determinados periodos de tiempo. Por eso hay veces en que tardo en contestar por el grupo.
-¿Y no era más fácil desactivar sus notificaciones?-preguntó Kendra.
-Quiero saber cuándo me escribe-sentenció Amoke, y yo me eché a reír y negué con la cabeza-. Sed sinceras. ¿Creéis que estoy loca?
-Sí-dijimos las tres a la vez, y Momo bufó por lo bajo.
-Jopé, al menos podíais haber fingido que os lo pensabais un poco.
-Pero esto ya viene de antes y no tiene nada que ver con lo de Jordan-dije mientras le cogía la mano-. De hecho, viendo tu historial diría, incluso, que te estás comportando con bastante normalidad.
Momo exhaló una sonrisa radiante.
-Ha dicho bastante, no total-le recordó Kendra, y Momo le dio una patadita en la rodilla.
-¿Qué te dijo Al, Saab?-preguntó Taïs, subiendo los pies al banco en el que estábamos sentadas, abrazándose las rodillas y apoyando la mejilla en ellas con expresión soñadora-. ¿Qué tal le va en el voluntariado?
-Bien. Estuvo durmiendo desde que llegó hasta ayer por la mañana.
-¡Guau, chica, realmente sabes cómo agotar a un semental salvaje!-me alabó Kendra. Me dio un suave empujón en las rodillas y me guiñó el ojo-. Bien por ti.
Me eché a reír y negué con la cabeza.
-¿Soy muy mala persona si os digo que no me sentí especialmente mal por haberlo cansado tanto que terminara hibernando durante varios días?
-Eso quiere decir que aprovechasteis bien el tiempo juntos-sonrió Taïs.
-Debería haber hecho eso mismo con Jordan y así no me lo habría levantado la puñetera estadounidense-suspiró Momo trágicamente, y yo decidí ignorarla. Kendra, por el contrario, se rió por lo bajo, y cuando vi que Momo sonreía un poco y la miraba confirmé la sospecha de que estaba haciendo todo esto para distraerme.
Y debo decir que estaba funcionando. Les conté que Alec se había ido de expedición ese mismo día, que al volver le habían avisado de lo que estaba pasando, que había visto el vídeo de Diana y leído un artículo y le había bastado para decidir que ya tenía motivos suficientes para llamar a casa. Les conté que había hablado primero con Scott, a lo que abuchearon, atrayendo así miradas curiosas que yo me moría por evitar; suerte que las tres estaban en modo protector y fulminaron con la mirada a todo aquel que osara siquiera en pensar en mirarnos, y yo pude continuar con mi relato.
Cuando llegué a la parte de la terapia contuvieron su indignación a duras penas; no así su orgullo, que resplandeció en sus ojos cuando les conté lo bien que había reaccionado Alec a la opinión de mis padres. Bueno, no es que hubiera tenido una reacción muy tranquila, pero ellas también veían el progreso que yo había visto en cuanto él se revolvió como gato panza arriba.
-Buah, si es que ése es mi chico-dijo Ken cuando les conté que me había hecho prometerle que, si veía que todo era demasiado y me sobrepasaba, le pediría que regresara a casa. Taïs sonrió y negó con la cabeza, recostada hacia atrás sobre el reposabrazos del banco, sus trenzas balanceándose como un péndulo mientras se mordía el labio. Momo levantó las rodillas y apoyó los codos en ellas, mirándome con ilusión.
-¿Qué?-pregunté.
-Ningún chico podría merecerte nunca, Saab, pero, de todos los que hay en el mundo, has conseguido encontrar al que más cerca va a estarlo-sonrió, y yo me sonrojé un poco, más por orgullo que por vergüenza.
Era agradable que alguien más viera en Alec lo que yo veía. Era agradable hablar de mi novio sin tener que preocuparme de ser escueta en los detalles por si acaso alguien los malinterpretaba.
Echaba mucho de menos tener eso con mis padres, y supe en ese instante que ése era otro de los puntos que tendríamos que tratar en la terapia... o, al menos, cuando hubiéramos recuperado la suficiente confianza como para considerar nuestra relación como normal.
Echaba de menos la cotidianidad, el no sentirme juzgada, el sentir que tenía aliados en casa en lugar de rivales; en definitiva, el poder confiar en el criterio de mis padres. Creer que los tenía de mi lado y no en mi contra, que excusarían a Alec de los malentendidos que inevitablemente tenían que surgir de vez en cuando y no le juzgaran por su pasado.
Claro que, para eso, primero tenían que dejar de hacerlo.
-¿Habéis hecho algún avance más en ese sentido con Fiorella?-preguntó Momo, como si me leyera el pensamiento, y yo negué con la cabeza. Había hecho lo imposible por no cerrarme en banda cuando me habían dicho lo de que pensaban que mi relación estaba camino de convertirse en una de maltrato, y lo había conseguido relativamente bien, pero no me fiaba de que insistir demasiado en el hecho no terminara haciendo que todo me escociera. Mis padres y yo no habíamos vuelto a tener una sesión conjunta en que abordáramos aquello en particular, pero yo no tenía prisa. Lo cierto es que prefería afianzar primero el tema de mi adopción y luego, si eso, ya centrarnos en Alec.
Si es que nos daba tiempo, claro. Con todo lo que había pasado con Diana, ahora ninguno de nosotros tenía prisa tampoco en seguir abriéndose más heridas. Bastante teníamos con curarnos las más nuevas.
-No-dije-, pero tampoco tengo prisa. Al menos ahora estoy más a gusto en casa, así que no me urge tanto como antes. De todos modos, creo que llevará un tiempo ponerme del todo en su lugar…-me callé de repente cuando se nos acercó un grupo de chicos de último año que habían ido a la cola de lo que hacían Scott y sus amigos, ansiosos por llamar su atención y garantizarse el título de reyes del instituto que los Nueve de Siempre llevaban años ostentando, incluso cuando no pertenecían al último curso.
No me esperaba nada bueno de ellos, y no me defraudaron.
-¡Chicas, ¿qué hacéis aquí tan solitas?!-preguntó uno de ellos, inclinándose hacia nosotras y sentándose en el reposabrazos del banco que Taïssa acababa de dejar libre. Extendió el brazo instintivamente hacia mí, como protegiéndome, y dejó una mano descansando en mi rodilla. Aunque nos habían hablado a todas, sus ojos estaban fijos en mí, y las cuatro sabíamos que yo era la presa en esta cacería en particular.
Tampoco es que me sorprendiera que no fuera un grupo de chicas el que me asaltara, pero creía que con los chicos habría menos posibilidades de que nos molestaran por su obsesión con no quedar de cotillas… cuando, en realidad, eran con diferencia los más.
-Estamos hablando. Y no estamos solas.
-Hablando, ¿eh?-dijo otro, acuclillándose y clavando en mí una mirada que se podría calificar como lasciva, pero sin ningún contenido sexual. Me sentí como un objeto a su disposición, y detesté esa sensación. Estaba volviendo a convertirme en Sabrae Malik, la enemiga pública número uno, que valía más viva que muerta pero no porque fuera una persona, sino por las verdades ocultas tan jugosas que podrían extraérsele.
Me encogí instintivamente en el asiento, y detesté mi cobardía y también mi recién adquirida inutilidad. Todo porque pensé que, si Alec o mi hermano estuvieran aún en el instituto, yo seguiría siendo intocable. Nadie se atrevería a venir a molestarme porque tendría a dos de las personas más respetadas del instituto a mis espaldas.
Hace un año yo no era así.
Pero hace un año no tenía miedo de este tipo de interacciones; más bien las veía como una forma más de divertirme, porque sabía que no podían hacerme daño. Ahora, sin embargo, me sentía tan frágil que una parte de mí estaba convencida de que podrían tumbarme con un simple soplido.
-Apuesto a que tenéis mucho que contaros. Sabrae, están pasando un montonazo de cosas, y mis colegas y yo nos preguntábamos… lo de Diana, ¿es verdad?-preguntó a bocajarro, sonriendo, y yo noté que la bilis me subía por la garganta-. Porque la vimos un par de veces de fiesta, y, la verdad, aunque algunas veces estaba puesta, no parecía tan pasada como para no saber lo que hacía. ¿Por eso no la soltaba Tommy? ¿No quería compartirla?
-Tommy y ella llevan mucho saliendo-dije con un hilo de voz lamentable que no estaba ni de broma a la altura de las circunstancias-. Y tampoco es que Diana fuera a fijarse en vosotros-añadí, un poco envalentonada al notar el empujoncito que me dio Amoke con la punta del pie.
No lo dije con la determinación que correspondía, pero algo era algo. Al menos estaba intentando defenderla (énfasis en “intentando”).
-No tenía que fijarse. Decía que no se fijaba, ¿no?-dijo otro, riéndose, y me empezó a hervir la sangre al sentir ese miedo ancestral contra el que mis padres habían tratado de prevenirme, pero que aparecía en mí de todos modos por haber crecido en sociedad-. Es una pena. Creíamos que Tommy era un tío legal, pero eso de no compartir los trofeos suena bastante egoísta.
-Diana no os tocaría ni con un palo de selfie-escupió Kendra, y algunos de ellos la miraron.
Otros, no. Otros siguieron con la vista clavada en mí. Me di cuenta de que eran siete; casi nos duplicaban en número, y sin duda lo hacían si contábamos con que yo no estaba para defendernos si nos peleábamos.
-¿Qué te pasa, Saab? ¿Te ha comido la lengua el gato?-sonrió el primero, inclinándose hacia mí. Odié mi apodo en su boca, odié la forma en que lo pronunciaba, odié que me estuviera provocando y yo no me viera con fuerzas de defenderme. Jamás pensé que fuera a pasarme algo así; con lo que yo había sido, ¿realmente había involucionado y había perdido parte de mi poder?
¿Había dejado de ser yo, con toda mi fuerza, toda mi independencia, toda mi valentía y mi carencia de arrepentimientos? ¿Y quién me había hecho esto? ¿Habían sido mis padres, o la comodidad de tener un novio que sabía que me guardaría las espaldas incluso aunque yo no tuviera razón?
-Dejadla en paz-Kendra hizo amago de levantarse.
-¿Ya no eres tan valiente como en Instagram, defendiendo a tu amiguita la drogata?-todos se rieron y yo luché por no ponerme roja. Luché y luché y luché…
… y perdí. Mis mejillas se tiñeron del mismo rubor asqueroso del que se teñían las de las chicas a las que acorralaban en las películas.
-Creía que te daba igual lo que el mundo pensara de ti; desde luego, el año pasado ibas de estirada, mirando por encima del hombro a todo con el que te cruzaras. Qué mal que ahora que ahora no tengas a Scott y a Alec para defenderte, ¿eh? ¿De qué coño te sirve haber dejado que Alec te folle si te ha dejado tirada sin…?
El sonido de la sirena indicando el final del recreo se vio acallado por el de un golpe certero en la mejilla del gilipollas que estaba pinchándome. Las risas de sus amigotes se callaron de repente, y miraron con estupefacción a…
… Taïssa. Taïssa, la más tranquila y dulce de mi grupo, se había levantado del banco y le había dado una sonora bofetada a aquel gilipollas. Taïssa, que era más tierna que un bizcocho recién horneado, había recurrido a la violencia para defenderme.
-Nadie le habla así a mi amiga. Pídele perdón ahora mismo-ordenó con una autoridad que envidié…
… nacida de una rabia que se apoderó de mí en cuanto la empujaron de vuelta hacia el banco.
-¿Crees que te tengo miedo, puta mocosa?
-¿Se están peleando?-siseó alguien a las espaldas de los tíos, que estaban haciendo piña.
-¡No la toques!-ladró Kendra, poniéndose en pie.
-¡Eres un gilipollas!-espetó Amoke, poniéndose también en pie.
-¿Estás bien, Taïs?-pregunté, volviéndome hacia ella, que asintió con la cabeza y fulminó con la mirada al imbécil ése. Se puso en pie con la misma determinación de antes, puede que incluso más, y yo la imité.
Me hervía la sangre, me temblaban las manos, el corazón me martilleaba en los oídos…
… pero sentía un cosquilleo familiar en los músculos que antes no estaba ahí. Puede que yo ya no pudiera defenderme a mí misma, pero al menos sí podía seguir defendiendo a mis amigas.
-Zorra de mierda, ¡te voy a dar una lección que no olvidarás!
-¡Pelea!-celebró una voz distinta a espaldas de los chicos, que prendió como la yesca y rápidamente se convirtió en un coro atrayendo a más y más gente-. ¡Pelea, pelea, pelea, pelea!
Fui plenamente consciente de cada molécula de oxígeno que me entraba en los pulmones, cada glóbulo rojo empapando mis músculos. Puede que no estuviera en la mejor forma de mi vida, pero había entrenado lo suficiente como para confiar en que la memoria muscular haría el resto por mí.
-No. Soy yo la que te va a enseñar a no tocar a mis amigas-sentencié, recuperando la confianza tan cómoda y agradable que viene de saber exactamente de qué eres capaz, quién eres.
De vencer a todos estos gilipollas yo sola.
Sabrae Malik.
Taïs me miró de reojo y una débil sonrisa se dibujó en su boca, como si hubiera estado esperando que yo volviera en mí durante meses. Puede que así fuera.
-Me gustaría ver cómo…-empezó el payaso ése, y Taïssa y yo nos miramos antes de que volviera a clavar la mirada en aquel imbécil que estaba muerto.
-Has cometido un error de cálculo, corazón-sonreí, y me miró con asco-. El peligroso de Alec y yo no es Alec. La peligrosa de los dos soy yo. A él le entrenaron para ganar trofeos, y eso sólo se consigue ganando limpio. A mí me han enseñado a tumbar a mis adversarios…
Enfaticé un poco más mi sonrisa, dejando que la ira se abriera hueco entre mi piel. Di un calculado paso hacia él, lo agarré de la parte baja del jersey del uniforme (el muy pringao seguía llevándolo incluso cuando en último curso ya no era obligatorio) y levanté mis ojos para encontrarme con los suyos con una sensualidad que le habría encantado a Alec.
-… a cualquier precio.
Le di un rodillazo en todos los huevos que Alec nunca, jamás le habría dado. Primero, porque era un tío, y respetaba esa zona como lo hacían los demás; y segundo, porque, como decía, él todavía luchaba con un poco de honor.
Yo no.
El mamarracho se dobló sobre sí mismo y cayó de rodillas a mi lado, gimiendo por lo bajo que era una hija de puta. Alec lo habría matado sólo por eso; tenía suerte de que estuviera al otro lado del mundo.
Amoke y Kendra dieron un paso atrás. Sabían que no sabían pelearse como Taïssa y yo, así que lo mejor que podían hacer era no molestar. Los coros de “pelea, pelea, pelea, pelea” cesaron un instante, y yo miré a los amigos del que ahora estaba coqueteando con la esterilidad. Les dediqué una sonrisa muy dulce.
-Anda, no os cortéis. Tengo un público al que entretener.
Los chicos se lanzaron a por mí, y fue como si hubiera estado dormida y viviendo una pesadilla en la que mi cuerpo no me respondía, pero por fin hubiera despertado y tuviera todo el poder de mi juventud y mi entrenamiento a mi disposición. Puede que no pudiera defenderme a mí misma, puede que le hubiera cogido miedo a Internet.
Pero no le tenía miedo a nadie que se enfrentara a mis amigas.
El chico que se había puesto en cuclillas junto a nosotras en actitud más avasalladora se cayó de culo hacia atrás, y no desaproveché la oportunidad de, mientras me agachaba para que dos del grupo chocaran entre sí al tratar de ir a por mí a la vez desde ángulos distintos, clavarle las uñas en la pantorrilla a la par que cogía impulso para echarme a un lado. Momo y Kendra retrocedieron a una esquina, observando con ojos como platos cómo Taïssa se ocupaba del que tenía más cerca, que había tratado de empujarla hacia el banco. Mi amiga se agachó también, aprovechó la fuerza y el peso de su contrincante, muy superior a los propios, y lo empujó por encima de ella para que se diera de bruces contra el reborde de madera del banco.
Taïssa se echó el pelo a un lado y se giró como un resorte para enfrentarse al siguiente mientras yo rodaba por el suelo, lejos de los pies de los que aún quedaban de pie. El chico al que le había dado la patada en los huevos continuaba luchando por aire, así que no tenía que preocuparme de él, al menos de momento.
El suelo era una maraña de pies, piernas y cuerpos retorcidos en la que me costaba moverme. Había sido una mala idea ceder a la ventaja de tener los dos pies plantados en el suelo; me tapé la cabeza para retener el impacto de una patada que me habría dejado inconsciente de haberme dado donde pretendía, pero, por suerte, Taïssa estaba ahí para cubrirme. Aun a costa de perder el equilibrio ella misma, estiró la mano y tiró de mí para impulsarme hacia arriba. Unas manos masculinas, mayores y más fuertes, se estiraron para agarrarme de una pierna mientras me levantaba, pero me las apañé para girarme sobre el pie que tenía libre y soltarle una patada con la pierna secuestrada ahora que había podido cambiar el peso de mi cuerpo.
Alguien le dio un puñetazo a Taïssa en la cadera, que exhaló un gemido de dolor y se apoyó en mí de modo que casi me hace perder el equilibrio. Taïs se volvió, como ida, y le arreó una buena patada en la espinilla (ella era más elegante que yo) a quien le había golpeado mientras yo le cubría las espaldas, pegándome a su cuerpo y sosteniéndola al empujarme hacia atrás.
Sonreí al recordar que Alec y yo habíamos adoptado una postura parecida en la pelea en la que habíamos participado para vengar lo que habían intentado hacerle a Eleanor, y que había desembocado en nosotros dos enrollándonos de fiesta, follando en el cuarto morado del sofá de la discoteca de los padres de Jordan… y el resto era historia.
Taïssa gimió a mi espalda, seguramente acusando el dolor del puñetazo que le habían dado, y yo tomé de ese sonido la fuerza que necesitaba para abalanzarme hacia delante y echarme encima de uno de los chicos que aún quedaba en pie, con las piernas separadas y preparado para recibirme. Se echó hacia atrás, y yo trastabillé al perder el punto de apoyo con el que estaba contando. Estiré la mano en busca de algo a lo que agarrarme, y él me la cogió, tiró de mí para dominarme, me inclinó a un lado y me dio una bofetada mientras su otro amigo se apartaba y dejaba que me tiraran al suelo.
Perder no era una opción, y sin embargo, algo me dijo que puede que estuviera encima de la mesa por primera vez desde que había empezado a hacer kick boxing. Me había descuidado demasiado en los meses que hacía que Alec se había marchado, y donde había adaptado el resto de mi rutina para acomodarme a su ausencia y hacerla lo más llevadera posible, había terminado perdiendo una de las cosas que más me gustaban de mí misma: que siempre entraba en las peleas con altas posibilidades de ganar.
Unas manos ansiosas por continuar con su espectáculo me ayudaron a levantarme, y mientras el público que jaleaba en lo que estaba participando me ponía de nuevo en pie para que esto no se terminara aún, vi que Momo cogía la bolsa de los pistachos y se la estrellaba en la cara al tío que tenía más cerca, que se giró hacia ella como un resorte y levantó el puño para…
-¡No la toques!-rugí, salvando la distancia que nos separaba como una furia justiciera. Lo agarré del hombro y tiré de él hacia atrás; por la postura en la que estaba perdió el equilibrio y no me costó arrojarlo contra el suelo y ponerme encima de él-. ¡Ni! ¡Se! ¡Te! ¡O! ¡Cu! ¡Ra! ¡To! ¡Car! ¡La!-bramé, cruzándole la cara con cada sílaba que pronunciaba. Algo mojado y caliente se me pegó a la mano, y sólo cuando dos de ellos me apartaron del que estaba tirado en el suelo me percaté de que era sangre. Le había roto la nariz.
Alguien chilló al fondo del vestíbulo cuando empujaron a Taïssa contra el muro de cuerpos; mi amiga recuperó el equilibrio como pudo y se inclinó desde abajo para lanzarse contra la cintura de uno de los chicos que tenía encarados a ella.
Estaba tan concentrada mirando a Taïssa que me olvidé por un momento de lo que estaba haciendo, lo cual era un error terrible. Uno de los chicos me agarró del pelo y tiró de mí para pegar mi espalda a su pecho, y me cogió la mano y me retorció el brazo por detrás de la espalda de un modo en que supe que no debería dejar que lo hiciera durante mucho tiempo, pues podría dislocarme el hombro o, incluso, romperme el brazo.
Me retorcí contra sus músculos, pero me tenía bien agarrada. Se me disparó el pulso al darme cuenta de que ahora las chicas estaban solas, contra seis tíos que nos sacaban tranquilamente una cabeza, y sólo Taïssa sabía cómo luchar. Nadie iba a parar esto a pesar de la inferioridad en la que nos encontrábamos; por el muro de gente que se había ido congregando alrededor de nosotras, sabía que los profesores tardarían en venir a poner orden, así que estábamos solas.
Yo estaba sola.
No estás sola, me recordó una voz en mi cabeza, una voz dulce y cálida que conseguiría que el mismísimo infierno se convirtiera en un paraíso. Alec. Aunque estuviera luchando sin Alec, me jugaba lo mismo que la última vez, con la diferencia de que ahora tenía que apañármelas sola. Había cometido un error de cálculo peleando como lo había hecho con él, porque aunque yo fuera más rápida, Alec era más fuerte y tenía más experiencia. A él no le habría costado zafarse de este abrazo, pero yo no tenía su fuerza.
Me tocaba usar mis debilidades a mi favor, como él me había enseñado.
-No te lances como loca a noquear-me había dicho una vez que habíamos boxeado juntos, en una de las múltiples clases que me había dado cuando yo ni siquiera me dignaba a pagarle con un “te quiero” más que merecido, y todavía aún más sentido-. Tu mejor baza es tu tamaño.
-¿Eso es lo que te dices todas las noches?-había bromeado, poniéndole ojitos mientras me lanzaba a por él, tratando de cogerlo desprevenido. Él, sin embargo, se había retirado hacia atrás sin esfuerzo; lo que a mí me costaba tres pasos él lo corregía con medio.
-Soy mucho más alto que tú. No vengas a por mí; haz que yo vaya a por ti. Cánsame. No dejas que te atrape. Y, si te engaño y te atrapo...-me dijo, acorralándome entre su cuerpo y la esquina del ring-, aprende a encontrar cualquier hueco por el que puedas escapar antes de que yo los cierre.
Yo no había hecho amago de moverme, y él se había pegado tanto a mí que su corazón había martilleado en mi pecho, ambos empapados en sudor.
-¿Seguro que eso no es lo que haces tú?-le había preguntado, levantando la vista y observándolo desde abajo con ojos de cachorrito abandonado. Mi voz había sonado jadeante, sensual, igual que ya la había escuchado mientras follábamos. Le había desarmado totalmente con trucos que no me valdrían con este chico, pero yo no quería escaparme de Alec. De este mamarracho sí-. ¿Encontrar cualquier hueco?
Alec me había agarrado de la mandíbula con posesividad y se había inclinado más a mí, inhalando mi respiración, mi sudor.
-Yo no los busco, nena. A mí me los enseñan.
Me había besado con una rabia animal que echaba mucho de menos, se había frotado contra mí de una forma que me había vuelto loca, y habíamos follado como animales en el vestuario. Apenas habíamos sido capaces de llegar; Alec dejó nuestras cosas en la sala de entrenamiento y se apresuró tras de mí en dirección al vestuario mixto, que nadie más que nosotros usaba, y me había metido la mano por los pantalones de entrenar y había presionado su dedo corazón contra mi clítoris antes incluso de que atravesáramos la puerta oscilante y nos ocultáramos de la vista de todo el mundo. Me había bajado los pantalones, me había subido una pierna a los bancos del vestuario, y me había comido el coño con una desesperación con la que había terminado totalmente deshecha, y cuando se metió entre mis muslos, los pantalones bajados, la polla tiesa y lista, y me la metió, había visto las estrellas.
Me había gustado hasta el sabor salado de su piel, la sensación de mis dientes hundiéndose en su hombro, de sus dedos en mis nalgas y la llamarada de los azotes que me dio. Me había gustado todo porque incluso cuando rozábamos los límites de lo salvaje, Alec siempre me cuidaba.
Igual que me cuidaba ahora, a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros.
Así que dejé de tirar para liberarme y me empujé hacia atrás; de esa manera desestabilicé el abrazo de mi oponente, que dio unos valiosísimos dos pasos hacia atrás con los que yo encontré el hueco suficiente para escabullirme entre sus piernas, arrastrándolo conmigo. Cuando trató de recuperar el equilibrio me soltó, y yo vi en ese gesto la oportunidad de mi vida para girarme y darle una patada en la cadera con la que lo lancé contra el banco.
No tuve tiempo de pensármelo, sino que actué por pura memoria muscular. Me volví hacia los chicos que tenían acorralada a Taïssa, me acuclillé y barrí sus tobillos con el pie, de forma que cayeron los unos sobre los otros en un efecto dominó muy satisfactorio. Se convirtieron en una maraña de pies y manos sin ningún tipo de orden ni concierto, y sonreí al ver cómo trataban de levantarse, empujándose los unos a los otros.
-¡¿Qué demonios está pasando aquí?!-ladró una voz que yo conocía muy bien. Me giré para comprobar que Ken y Momo estuvieran bien en el momento en que Louis, acompañado de la profesora de Historia, se abría paso entre la multitud y se quedaba pasmado al ver la escena: Taïssa y yo, jadeantes y con los uniformes hechos un desastre pero milagrosamente de pie, frente a siete tíos mayores que nosotras que estaban desperdigados por el suelo como casquillos de balas ya disparadas, quemados y hechos polvo.
-Por Dios, ¡Alexander, ¿te encuentras bien?!-preguntó la profesora, inclinándose hacia el chico al que le había roto la nariz-. Ven, te llevaré a la enfermería. Louis, ¿te…?-inquirió, volviendo la cabeza hacia él mientras se inclinaba a recoger al chico, que estaba al borde del llanto. La humillación y el dolor no eran una buena combinación.
Louis clavó la vista en mí y yo me estremecí. A pesar de que él siempre estaba de buen rollo y tomando el pelo, cuando se ponía serio daba verdadero miedo; supongo que era por lo inusual de que se enfadara de verdad. Con todo el tiempo que hacía que nos conocíamos, yo sólo lo había visto enfadado un par de veces, y siempre había sido con Tommy, así que la situación me había parecido incluso divertida. Ser la destinataria de aquella mirada hacía que lo viera todo desde una perspectiva completamente distinta.
Debo decir que Tommy disimulaba genial el miedo que daba enfadar tanto a Louis.
-Sabrae. A mi despacho. Ahora.
Bueno, pues ya estaba. Iba a seguir los pasos de mi hermano en literalmente todo, expulsión incluida.
-¡Ella no ha hecho nada!-protestó Kendra, y debo decir en su honor que no se amedrentó cuando Louis la fulminó con una mirada gélida como el hielo. Tenía la boca fruncida en un gesto de disgusto de la que odiaba formar parte-. ¡Han empezado ellos!-continuó, y los señaló con el dedo-. Eran siete contra cuatro, ¡y estaban aprovechándose de su ventaja! Son unos abusones. No deberías castigar a Saab, Louis, ¡castígalos a ellos!
-Llegaremos al fondo de este asunto y todos recibirán el castigo adecuado, Kendra, no te preocupes.
-Es verdad-dijo, para mi sorpresa, una de las chicas de último año que estaba junto a las escaleras. Su grupo de amigas tenía por costumbre pasear por todo el instituto cuando llovía, en lugar de elegir un sitio en el que quedarse, y la pelea debía de haberlas pillado en esta parte del instituto de su paseo-. Las chicas estaban tranquilas cuando ellos se han acercado a molestarlas, y a increpar a Sabrae por la publicación que ha subido a Instagram. Que, por cierto, me parece preciosa. Bravo por ti, Saab. Le he dado “me gusta”-me sonrió con calidez y yo me sentí un poco reconfortada. No es que me arrepintiera, ni mucho menos, de haberles dado a aquellos imbéciles su merecido, pero tampoco me entusiasmaban las consecuencias que sin duda tendrían mis actos.
Intenté mirar el lado positivo diciéndome que, si me expulsaban unos días, tendría tiempo de sobra para ponerme al día con los deberes, puede que adelantar trabajo, e incluso visitar a Diana y hacerle así un poco de compañía para hacerles un poco más amenos estos días… por lo menos, mientras sus padres decidían qué hacer con ella.
-Gracias, Destiny, pero por mucho que las estuvieran molestando, la violencia nunca es la solución-sentenció Louis, y luego miró en derredor-. Bueno, ¿no tenéis nada que hacer? ¡Venga, a clase!-ladró. Mis amigas se quedaron plantadas en el sitio, mirándome con indecisión, y yo sacudí la cabeza. No quería que vinieran conmigo y cargaran con la culpa de lo que yo había hecho encantada; bastante me habían defendido ya.
Visiblemente afectadas, sin embargo, se unieron a la riada de estudiantes y las perdí de vista cuando bajé las escaleras en dirección al vestíbulo y la zona de dirección. Louis no me miró ni una sola vez para comprobar que le seguía: puede que estuviera portándome como Scott y Tommy, pero sabía que yo no tenía los problemas con la autoridad que ellos sí.
Seguí obedientemente a Louis por la zona de administración; crucé el pasillo y dejé atrás la misma sala de espera en la que habíamos estado Alec, Tommy, Diana, Zoe y yo hacía meses, cuando la novia y la ex de Tommy se habían enzarzado en una pelea todavía más gorda que la mía, y susurré un tímido “gracias” cuando Louis me sostuvo la puerta para que pasara a su despacho de Jefe de Estudios.
Se sacó el móvil del bolsillo del pantalón, lo comprobó y lo dejó sobre su escritorio, tan abarrotado de papeles que tuve que contener el impulso de ponerme a ordenárselos. La pantalla del ordenador de sobremesa estaba encendida, y la luz del salvapantallas rebotaba sobre los folios desperdigados. Le había pegado una foto en una de las esquinas en la que pude ver a su familia de vacaciones, todos en una versión mucho más joven de la que, estaba segura, había una versión individual de mi propia familia y otra conjunta.
Louis le quitó una pila de expedientes a una silla en la esquina y la arrastró para colocarla junto a la que tenía frente a su escritorio. Que necesitara otra sólo me indicó una cosa: no íbamos a estar solos.
Se me oprimió el estómago al pensar en ver a mi padre en estas circunstancias, y una sensación de profunda vergüenza por lo que acababa de pasar y por la nueva preocupación que iba a provocarle se instaló en mi pecho.
-Siéntate-instó Louis, y yo tiré de una de las sillas frente a su mesa para obedecer, pero me detuvo-. No. En mi silla-especificó, y yo me lo quedé mirando, sin entender. No parecía la mejor colocación para una charla de “eres la vergüenza de esta familia”, cover del clásico de Sherezade Malik por Zayn, remix de Louis Tomlinson, pero… después de aquel numerito, supongo que no tenía ninguna autoridad para negarme.
Así que rodeé el escritorio, con cuidado de no tirar ningún papel de los que estaban en precario equilibrio por literalmente todos lados, y me senté en el sillón giratorio de Louis. Aunque no era muy alto, era lo suficiente para que yo tuviera las piernas colgando, y me sentí muy niña esperando a que empezara la indudable bronca en un sitio que claramente me quedaba grande.
Louis se paseó por delante de la mesa; dio una, dos, tres vueltas con la vista en el suelo, hasta que escuchamos pasos que se acercaban apresurados. Me encogí inevitablemente, y se me hundió el estómago un poquitito más cuando papá apareció por la puerta y lo miró, aún sin verme.
-¿Qué puede ser tan urgente para…?-empezó, la vista clavada en Louis, que se había quedado parado con los pies separados y las manos en los bolsillos, la cabeza inclinada ligeramente hacia un lado, expectante.
Por la periferia de su visión papá debió de notar algo, porque se volvió antes incluso de que Louis hiciera un gesto con la cabeza en mi dirección. Abrió la boca, pero de ella no salió ningún sonido (algo que le encantaría que sucediera más a menudo a la mayoría de cantantes masculinos de Inglaterra).
-La he pillado peleándose-explicó Louis, y papá cerró la boca, frunció el ceño y la volvió a abrir.
-¿Qué?
-Ahora, en el recreo-Louis se sentó a medias sobre la mesa e inspiró hondo-. Ella y su amiga Taïssa contra siete de último curso.
-¿Contra siete?-repitió papá, estupefacto, y clavó los ojos en mí con un gesto de preocupación indisimulada, como si no pudiera permitirse que yo ahora me convirtiera en la hija descarriada, después de que Scott hubiera seguido esa senda. Buscó en mi cara la verdad de por qué lo había hecho, el verdadero motivo de que yo me metiera en peleas que a todas luces no podía ganar, de que me pusiera en peligro cuando mi hermano, su mejor amigo o mi novio no estaban para defenderme y sacarme de ahí incluso cuando yo no veía manera de salir-. Sabrae, ¿cómo demonios se te ocurre…?
-Se estaban metiendo con Diana-expliqué-. Estaban diciendo cosas horribles de ella, y…
-¿Contra siete, Sabrae? ¿De verdad? ¿Es que no te das cuenta de que…?
-Dime qué hago, Zayn-le pidió Louis cuando papá negó con la cabeza, sin palabras, todo decepción y vergüenza. Yo siempre había sido la sensata de la familia, la que más calculaba los riesgos, la prudente y la inteligente. No era propio de mí lanzarme de cabeza al peligro; eso era, más bien, cosa de Scott, e incluso Scott estaba midiendo ahora muy mucho sus pasos. No era momento de que yo no hiciera lo mismo-. El reglamento dice que tengo que expulsarla una semana y media, y después de las faltas de la semana pasada son bastantes días de clase que tendría que recuperar.
Louis rodeó el escritorio y abrió el cajón superior.
-En cambio, lo que me dice el corazón es…-no pudo contener una risa entre dientes-, que la deje volver a clase. Eso, y que le dé una bolsa de gominolas por el papel tan impresionante que acaba de hacer.
¿Perdón? Había vulnerado varios preceptos del reglamento de conducta del instituto en los últimos minutos. No me merecía una gominola.
Aunque moralmente sí que había obrado bien, pero mamá nos había insistido mucho en que lo legal y lo moral no iban siempre de la mano. Y que la moral era subjetiva, pero lo legal no.
Papá volvió la vista a mí mientras Louis sacaba un paquete de chucherías, y a mí se me encendieron las mejillas.
-Por no hablar… de que yo no soy el Jefe de Estudios del ciclo en el que está Sabrae. Lo eres tú. Así que te corresponde a ti proponérmelo.
Louis abrió la bolsa y bajó sus bordes antes de dejarla de nuevo sobre la mesa, esta vez frente a mí. Papá continuó mirándome, leyendo en mi rostro unas emociones que ni siquiera yo sabía que estaba sintiendo.
-¿Contra siete?-repitió, y yo asentí despacio.
-Sí.
-Y no parece que te hayan hecho gran cosa.
Tragué saliva.
-Es que no les dejé-expliqué.
La clave está en no dejar que te toquen, me había dicho Alec una vez, cuando yo le pregunté si era difícil ganar combates de boxeo. Habíamos estado desnudos, satisfechos después de una buena sesión de sexo, y yo paseaba mi dedo índice sobre sus pectorales. Y, aun así, o por eso precisamente, se me había quedado grabado a fuego.
-Tenía que hacerlo, papá. Diana está muy mal, y…
Papá rodeó la mesa y se acuclilló como lo había hecho uno de los gilipollas, pero no me sentí intimidada como había intentando él; todo lo contrario. Papá estaba en una posición de vulnerabilidad que yo le agradecía.
Después de todo lo que habíamos pasado juntos, que ahora se pusiera a mi altura e incluso más abajo me proporcionaba una paz que yo no sabía que necesitaba hasta que no empecé a sentirla.
-Ojalá no sintieras siempre que tienes que proteger a quienes quieres aun a costa de ti misma, Saab-me acarició la cabeza y yo sonreí con timidez. Qué curioso que me dijera eso cuando era exactamente lo mismo que yo le decía a Alec-. Estoy muy orgulloso de ti-se inclinó y me dio un beso en la frente.
-Yo también. Ella sola contra siete…-Louis silbó, cogió una gominola, la lanzó al aire y la atrapó con la boca. Papá alzó una ceja.
-¿Quince años y todavía no te has dado cuenta de que mi hija gana en todo lo que hace? Anda, Saab… coge una gominola-instó, ofreciéndome la bolsa, que acepté notando que una sensación que llevaba mucho echando de menos arraigaba en mi interior y se expandía justo por debajo de mi piel, burbujeando igual que el pica-pica de la sandía de gominola que acababa de coger burbujeaba en mi lengua. Orgullo. Se trataba de orgullo.
Y era tan dulce que me pregunté cómo había podido sobrevivir tanto tiempo sin él.
Lo bueno que tuvo la pelea de por la mañana fue que me sirvió para sentirme un poco mejor conmigo misma, darme cuenta de mis capacidades y recuperar parte de ese potencial al que ni siquiera sabía que había renunciado hasta que no se había plantado frente a mí de nuevo. Parte de aquella confianza que tanto me había gustado de mí misma en el pasado, y que tanto habían admirado las chicas de mi alrededor (granjeándome amigas y enemigas por igual) había vuelto para quedarse después de la proeza de tumbar a varios tíos mayores que yo y conseguir ganar una pelea a simple vista desequilibrada.
Al final había terminado desequilibrada por las razones equivocadas, pero yo me sentía en racha. De modo que, cuando Scott puso encima de la mesa que tenía pensado ir a casa de los Tomlinson a ver cómo estaba Diana y, de paso, hacerles un poco de compañía a Eleanor y Tommy, yo lo vi como la oportunidad del milenio.
-Quiero ir con él-dije, y mamá me fulminó con la mirada. No me perdonaba que me metiera en peleas alegremente, no después de que por fin hubiera pasado la época en la que Scott estaba en el instituto y tenía que preocuparse de que algún payaso le hiriera su ya de por sí frágil ego y sintiera la necesidad de vengarse a puñetazos; aunque juraría que había notado que a ella también le enorgullecía que me hubiera lanzado con uñas y dientes a defender a mis amigas.
-¿Has terminado tus deberes?-inquirió, lacerante, y Shasha me miró con ojos como platos, como si creyera en serio que no iba a ser capaz de salir de aquella. Pinché un trozo de brócoli y lo paseé por el plato, untándolo en el jugo de los filetes a la plancha que mamá había preparado a contrarreloj. Había pasado algo en el despacho que la había tenido más entretenida que de costumbre, y como papá se había quedado en el instituto para decidir qué hacían con los chicos con los que me había peleado, no había podido tomarle el relevo en la cocina y había terminado salvando el día con aquello.
No es que me quejara; todo lo contrario. La pelea me había vuelto consciente de mis nuevas limitaciones, y sabía que tenía que ponerme en forma de nuevo cuanto antes.
-Estaba pensando en que podría hacerlos en casa de Eleanor…-murmuré con un hilo de voz, haciéndome la buena. Mamá dejó el plato sonoramente sobre la mesa.
-Sabrae. Te pasaste la mitad de la semana pasada en casa-me recordó, y Scott murmuró por lo bajo, sonriendo:
-Más bien en la cama con Alec.
Shasha se rió por lo bajo y yo la fulminé con la mirada, así que ella le dio un codazo a Scott para que no dijera nada más. Yo ni siquiera sabía si quería que fuera con él, así que lo miré con las cejas alzadas, expectante, y se metió un trozo de carne en la boca, dándome a entender que no tomaría partido, y que si quería convencer a mamá más me valía hacerlo yo solita.
-No creo que lo mejor para que te pongas al día sea que te dediques a ir por ahí persiguiendo a tu hermano, sobre todo cuando él ya ha terminado sus estudios y tú no.
-Quiero ver a Diana-expliqué-. Estoy preocupada por ella. Ya habéis visto las reacciones en Instagram y en la prensa rosa; se están cebando con ella y no es justo. Puede que ni haya visto lo que yo subí y… me gustaría enseñárselo para ver si se anima un poco. ¿Tommy está entrando en redes?-pregunté, mirando a Scott, que tragó y negó con la cabeza.
-El que más está entrando es Chad. Tommy apenas tiene tiempo para nada que no sea Diana.
Me giré a mirar a mamá.
-¿Ves? Diana no sabe que estoy con ella. Porfa, mamá. Porfa. A mí me gustaría que vinieran a verme si la situación fuera al revés.
-Ya. Y me imagino que ahora es cuando me dices que Eri dejaría a Eleanor venir a verte si la situación fuera al revés.
-Bueno…-empezó papá, y mamá lo fulminó con la mirada.
-Ya sé que Eri le dejaría. Pero Eri no ha tenido a su hija pasando por cosas terribles ella sola. Ya has cargado con bastante, Saab. No quiero que te responsabilices de cuidar de Diana.
-No es responsabilizarse, Sher-intercedió papá, y mamá apretó ligeramente la mandíbula-. La quiere y se preocupa por ella. Hasta nosotros nos pasamos a ver cómo está; seguro que Saab tiene una imagen peor de cómo está porque no ha podido ir a verla todavía.
Mamá desencajó la mandíbula y entrecerró ligerísimamente los ojos, que juraría que incluso se oscurecieron frente a nosotros, como siempre hacía cuando tenía un problema particularmente difícil de resolver entre manos. Lo bueno era que siempre encontraba la solución.
-Está mal, Zayn-dijo mamá, y papá se cruzó de brazos.
-Lo sé. Pero puede que esté mejor de lo que Saab se imagina. Además, son amigas. Les hace bien estar juntas, y Diana necesita un poco de compañía.
Torció la boca y luego miró a Scott, que asintió despacio con la cabeza; entonces, tomó aire, asintió y agitó la mano en el aire.
-De acuerdo. Pero llévate para hacer tus deberes.
-¡Genial! Gracias, mamá.
-Y, ¿Saab?-los ojos de mamá se dulcificaron, todo preocupación y amor maternal, y la impotencia de no poder protegerme de un mundo que no se merecía mi bondad-. Si ves que la situación te supera, no insistas en quedarte. Vuelve a casa y deja que te cuidemos.
Asentí despacio.
-Eso incluye la de los Whitelaw-añadió, y yo me mordí la sonrisa.
-Lo sé. Pero no hará falta que me vaya a ningún sitio. Estoy segura de que Didi se alegrará de verme.
Ya frente a la casa de los Tomlinson, Scott se giró para mirarme con las llaves en la mano.
-Última oportunidad-me dijo-. Si te lo has pensado mejor, aún estás a tiempo de irte-dijo, y yo negué con la cabeza y me afiancé la correa de la mochila sobre el hombro.
-No voy a salir corriendo. Diana haría lo mismo por mí.
-Es exactamente porque Diana ahora sea súper empática por lo que estamos así-suspiró mientras escogía la llave con que abriría la puerta, y negó con la cabeza-. Si hubierais dejado que fuera yo al que le vapuleaban…
Scott dejó la frase sin terminar cuando hizo girar la llave y empujó la puerta, poniendo cuidado de hacer el suficiente ruido para que quienes estuvieran más cerca supieran que venía más compañía.
-Soy yo-anunció, metiéndose las llaves de casa de los Tomlinson en el bolsillo trasero del pantalón. Fue entonces cuando me percaté de que nunca había visto a mi hermano usar esas llaves cuando ya había alguien en casa. Nunca. Jamás.
-Y traigo a mi hermana-añadió mi hermano, colgando el abrigo en el perchero de la entrada y llevándose el paraguas a la pequeña salita que daba al jardín en la que siempre los ponían a secar los Tomlinson.
-¿Te acuerdas de que tienes tres? Eso no es dar mucha información-comenté, entrando con él en el salón de los Tomlinson, donde Eri estaba sentada con las piernas cruzadas y leyendo en su iPad. Nos sonrió con cansancio. Tenía unas ojeras marcadas contra su piel ligeramente bronceada, que iba poco a poco perdiendo el color que adquiría cada verano en España y en nuestras vacaciones extrafamiliares de todos los años; y se había recogido el pelo en un moño descuidado que me hizo saber que su aspecto era la última de sus preocupaciones. Por primera vez, parecía incluso mayor de lo que era, ya que su baja estatura y complexión hacía que siempre le echaran un par de años menos de los que tenía realmente. Ahora, sin embargo, en lugar de una joven madre de cuatro niños, esposa de uno de los integrantes de la banda más querida de todos los tiempos en Reino Unido y madre adoptiva de la modelo más exitosa de América, parecía casi la matriarca de una familia de más de veinte miembros.
-Por favor. Duna habría entrado corriendo como un elefante en una cacharrería, y todos saben que Shasha no sale de casa más que para ir a sus convenciones de K-Pop, así que sólo quedas tú.
-¿Sabes? La razón por la que nuestra hermana quiere más a su cuñado que a ti es porque Alec no es tan gilipollas con ella como lo eres tú. Shasha no sale sólo para sus convenciones de K-Pop. A veces también va a comer sushi con sus amigas. Cada eclipse solar, aproximadamente.
-Alec tiene que ganarse vuestro amor; a mí no os quedan más huevos que quererme, así que puedo ser como me dé la gana-me sacó la lengua y yo le hice un corte de manga.
Scott le dio beso en la mejilla, un apretón en los hombros y echó un vistazo por encima de su cabeza. Apretó los labios y entrecerró los ojos, y luego sacudió despacio la cabeza.
-No te hace ningún bien ver eso, Eri-comentó, y yo me acerqué a darle un beso en la mejilla. Vi de refilón el icono de uno de los tabloides más importantes de prensa sensacionalista que, cómo no, debía de estar poniéndonos a caldo.
-He estado documentándome y podríamos demandarlos por muchas de las cosas que están diciendo-dijo con hartazgo en el momento en el que Louis salía de la cocina con un tazón de chocolate rematada con una espiral de nata. Scott se rió con mordacidad.
-Ah, bueno, si lo llego a saber, podría haber hecho un sextape con Eleanor y ver cómo nos destrozan en directo.
-Hombre, después de lo que está pasando, te agradecería que intentaras que no le hundieran la vida a otra de mis hijas-suspiró Eri, y me sonrió con cansancio antes de darme un beso en la mejilla. Se me encogió un poco el corazón al escuchar cómo se refería a Diana al mismo nivel que Eleanor, y me dolió pensar en lo mucho que debía de estar sufriendo por tratar de proteger a Diana de sí misma a la par que no tenía la última palabra de lo que le deparara su futuro más cercano.
Quizá había subestimado la trascendencia de lo que había hecho Didi; no sólo por lo que suponía para su imagen pública, que, sinceramente, no podía importarme menos, ya que yo sabía lo que había detrás de su fachada; sino, también, porque puede que esto hubiera precipitado que sus padres se la llevaran de vuelta a Estados Unidos, algo a lo que todos nos habíamos resistido hasta ahora porque no soportaríamos lo mucho que la echaríamos de menos.
Scott asintió con la cabeza.
-Ya. Es verdad. Bueno, supongo que con grabarme yo solo haciéndome una paja y diciendo alguna burrada que diera un repelús espectacular bastaría para desviar la atención, ¿no?
Louis se quedó parado delante de él y lo miró de soslayo.
-Es broma, ¿no? Dime que es broma.
-Claro.
-Vale. Con lo gilipollas que es tu padre, tú no podías salir mucho más listo, y por un momento pensé que lo estabas diciendo en serio-sentenció Louis, acercándose a Eri y dejando la taza frente a ella, que le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento.
-Hombre, a ver. Como elemento de distracción sería un puntazo. Esa sí que no la vería ver nadie, y se terminaría todo esto.
-Scott, no vas a subir tu polla a Internet para que la vea todo el mundo.
-Ya la ha visto medio Londres; que la suba a Internet sólo haría que la vieran las tres personas que faltan-respondió mi hermano, y Eri se giró y lo señaló con el dedo índice.
-Nada de subir nudes a Internet, Scott. Esas mierdas no se van nunca.
-Me preocupa más que Eleanor me mataría si lo hiciera. Fijo que alguna friki se está dedicando a quitarme la ropa en las fotos de Instagram para subirlas a su Onlyfans; eso no quiere decir que deje de subir fotos a Instagram, ¿no?
Louis y Eri intercambiaron una mirada, y debo decir que yo me sumé a ellos.
-¿Qué bicho te ha picado?
-Es que ayer habló con Alec-expliqué, y los Tomlinson exhalaron sendos “aah”. Scott puso los ojos en blanco, preguntó por Eleanor y subió las escaleras de dos en dos. Yo le seguí, pero no con tanto entusiasmo; además, tenía las piernas más cortas que él. Scott se metió en la habitación de Eleanor sin llamar, que lo recibió pronunciando su nombre con una felicidad que me hizo darles unos segunditos de privacidad. Cuando por fin me asomé a la puerta de Eleanor, ella exhaló un grito ahogado de sorpresa.
-¡Saab, has venido!-celebró, levantándose de la cama y viniendo hacia mí. Me estrechó entre sus brazos, recomponiéndome de una manera en la que supe que era ella, en realidad, la que necesitaba que la abrazaran con fuerza y le dijeran que todo saldría bien.
Así que le devolví el abrazo, una preocupación creciente instalándoseme en lo más profundo del pecho. Eleanor siempre había sido optimista, pero también se preocupaba más que nadie por quienes le importaban; una curiosa combinación de caracteres que hacía que todos los que la conocían la quisieran un poco más por ello. Ahora, sin embargo, yo no notaba nada de su optimismo legendario, sino sólo un cansancio que se debía a demasiado tiempo sometida al peor tipo de presión y preocupaciones.
Hundí la cara en su cuello y ella respondió apoyando su cabeza en la mía.
-He venido.
-Has venido-repitió, y de algún modo, ya no se trataba solamente de que yo estuviera allí o de que ella me hubiera estado esperando, sino de todo lo que habíamos pasado antes. Yo siempre aparecía cuando Eleanor más me necesitaba: había ido a la primera pelea, en la que me había enamorado de Alec, por ella; había ido con ella a salvar a Layla, la había acompañado a hacerse el piercing, y luego, cuando Taraji se había lesionado en medio de los ensayos de su actuación conjunta en The Talented Generation, yo había acudido a su rescate.
Supongo que era natural en nosotras cuidarnos como lo hacíamos; después de todo, éramos las hermanas pequeñas de Scott y de Tommy. Habíamos nacido viendo cómo nuestros hermanos lo daban todo por el otro, así que no nos había quedado más remedio que seguir sus pasos.
Y debo decir que me encantaba seguir sus pasos, saber que había al menos una persona de la que sabía exactamente qué esperaba de mí.
-¿Cómo está?-pregunté cuando nos hubimos separado, nuestras energías de nuevo equilibradas. Juraría que El incluso tenía mejor color, como si el calor de mi cuerpo le hubiera devuelto parte de la circulación a la superficie.
-No muy bien-reconoció, así que Diana debía de estar fatal. Eleanor torció la boca, se apartó un paso de mí y miró a Scott, que se había quedado junto a su cama con los brazos cruzados. Mi hermano dejó caer los brazos a los costados, suspiró y se mordió el piercing.
-Bueno, vamos a verla. Igual se anima viendo a Saab-comentó.
-Puede ser-coincidió Eleanor en un tono que dejaba entrever que no lo creía en absoluto, pero no porque no se fiara de mis capacidades, sino porque no tenía ninguna esperanza. No me gustó nada ese tono, pero no porque pudiera implicar que yo no tendría ningún efecto en nuestra amiga… sino porque puede que mamá estuviera en lo cierto.
Quizá su buen juicio no estuviera tan mal después de todo. Puede que su opinión de mi relación con Alec no fuera definitoria de si seguía acertando o no. Quizá tenía razón no queriendo que fuera a ver a Diana. Quizá Didi no estaba mejor, sino peor, de lo que yo pensaba. Desde luego, había ido a casa de los Tomlinson sin esperarme fuegos artificiales, pero incluso poniéndome en lo peor habían conseguido sorprenderme.
Cuando me coloqué debajo de la trampilla que daba a la buhardilla que habían acondicionado como la habitación de Diana hacía un año escaso se me revolvió el estómago y me costó horrores tragar saliva para no vomitar. Me martilleaba el corazón en los oídos y lo notaba tan fuerte en el pecho que no me extrañaría ver su silueta recortada contra mi pecho como en los dibujos animados si me atrevía a bajar la vista.
Me llevé la mano al colgante con su inicial y el pequeño elefantito dorado. Dame fuerzas, amor, pensé. Y dándome cuenta de lo difícil que era ser él, preocupándose constantemente por todo el mundo y siempre poniéndose en lo peor y responsabilizándose de lo que no salía bien, subí las escaleras que conducían a la buhardilla con rodillas de gelatina.
No sabía lo que iba a encontrarme arriba, pero estaba segura de una cosa: pedirle que se fuera era lo mejor que había hecho por él y lo peor que había hecho por mí. No sabía cómo íbamos a sobrevivir a esto sin él. O si yo lo haría.
Ésta era
una pelea que no había preparado con Alec.
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Por dios, el subidon que me ha dado este capitulo es de estudio. Adoro a las amigas de Sabrae, para reflexionar el cambio que se ha dado en esto con respecto al principio de la novela, pero es que son las mejores. Lo de las peleas ha sido apoteósico y ya me joderia los putos gilipollas esos tocando los huevos. Me ha encantado como has navegado esa inseguridad de Sabrae al principio y luego ha vuelto a renacer esa Saab de principios de la historia, he adorado el momento. Por otro lado el momento de Louis y Zayn en el despacho con ella ha sido graciosísimo y estoy acojonada por el próximo capítulo.
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