miércoles, 14 de febrero de 2018

Esencia.


Cuando las cosas empezaron a ir bien para Scott, también se encauzaron un poco para mí. El primer fin de semana en el que Scott no durmió en casa, pero tampoco se acostó en casa de Tommy, fue la señal que yo necesitaba para relajarme.
               El lunes siguiente pregunté con entusiasmo a las chicas a qué fiesta íbamos a ir el sábado, a lo que contestaron con chillidos de emoción, contentas de que por fin me decidiera a salir a casa. Celebramos esa misma tarde que mi hermano parecía haber atravesado el punto de no retorno en su proceso de curación tomándonos unos gofres y planeando lo de la fiesta a la que íbamos a ir. La organizaba una chica que Taïssa y yo conocíamos del gimnasio, de coincidir con ella en los vestuarios después de nuestra sesión de ejercicio y su hora de piscina.
               Creo que nunca me preparé con tanta ilusión para una fiesta como para esa. Me duché pronto para que el pelo me secara con el calor del ambiente, me eché las cremas hidratantes de mamá sólo por el placer de sentir la piel jugosa, luminosa y con un aroma delicioso que me daban ganas de intentar lamerme a mí misma la cara, y me maquillé con mucho cuidado, repasando los tutoriales de belleza que Amoke y yo habíamos guardado en una lista de reproducción a la que visitábamos más que a nuestras abuelas.
               Aunque lo de visitar a mis abuelas tampoco era muy difícil.
               El caso es que Scott me acompañó hasta la esquina en la que había quedado con mis amigas, esperó conmigo hasta que aparecieron haciendo una piña, y cuando nos íbamos a despedir, me dio un beso en la frente y me dijo que me lo pasara muy bien, pero que ni se me ocurriera llegar muy tarde a casa.
               -¿Es que vas a estar tú esperándome sentado en el sofá?-pregunté, burlona, con ganas de dar brincos por la euforia pre-fiesta.
               Scott sólo se echó a reír en silencio y me dio un toquecito en la mano.
               -Tú sólo mira a ver lo que haces.
               Me guiñó un ojo y se marchó en dirección a casa de Tommy, a quien tenía que ir a buscar para dirigirse a su propio local. Kendra me toqueteó las trenzas y me dijo que estaba preciosa; debía ser la primera vez que respetaba mi decisión de recogerme la melena en ese peinado muchísimo más cómodo, manejable y fresco.
               Nos encaminamos a la fiesta y llamamos a la puerta de la chica subidas a unas botas de tacón que nos arrepentiríamos de llevar en menos de media hora, pero por aquel entonces nos daba igual. Éramos invencibles. Nada podría interponerse entre nuestra diversión y nosotras.
               La chica abrió la puerta embutida en un vestido corto de color azul con brillantes y sonrió al reconocernos.
               -¡Sabrae! ¡Taïssa! Pasad, pasad, chicas-se hizo a un lado y nos dirigió por la estancia, presentándonos a toda la gente que no conocíamos (mucha más de la que me esperaba, a pesar de que ya sabía que pocos de nuestro instituto irían)-. Ahí tenéis las bebidas, la comida está en la cocina-señaló una puerta que más bien parecía una abertura en la pared-, y doblando esa esquina llegáis a las escaleras. El baño está al fondo, a la izquierda. Espero que no me lo ensucien mucho-comentó, mordiéndose el labio-, mis padres me matarán si se va el olor a jazmín del ambientador. ¡Ah, y tenemos karaoke!-sonrió, señalando el salón, donde dos chicos muy borrachos destrozaban una canción que yo no conseguí reconocer, a pesar de que me sonaba muchísimo la melodía-. Pedid que os pasen la lista con las canciones que tenemos. ¡Disfrutad!-sonrió con unos dientes blanquísimos antes de girarse sobre su calzado y darse la vuelta para atender a un chico que le rodeó la cintura y con el que coqueteó descaradamente durante el resto de la noche.
               Me pregunté si era su novio.
               Nos lo pasamos genial la primera hora, moviéndonos en manada como cuatro lobas que huelen la sangre de una presa, hablando con todo el mundo y con nadie realmente, dando brincos al ritmo de la música y gritando la letra de las canciones que más nos gustaban.
               Me sentía libre, por fin yo misma después de unos meses tremendamente tensos. Quién me iba a decir a mí que echaría tanto de menos la rutina del curso, el morirme del asco haciendo deberes, para estar entretenida entre semana sin pensar en mis problemas, y eufórica los fines de semana, donde estos no podían alcanzarme.
               O eso creía yo.

               Amoke y yo nos habíamos sentado en uno de los sofás que brillaban con un fulgor casi espectral gracias a las luces azules instaladas en el techo. Compartíamos un vaso que alguien nos había rellenado de una bebida cuyo nombre desconocíamos. Sólo sabíamos que nos  gustaba ese regustillo ardiente a granadina cuando terminabas de tragártelo, y que no nos importaba que hiciera que la cabeza nos daba vueltas.
               Estábamos riéndonos de un chiste sin gracia que me había contado Amoke cuando llegaron más personas a la fiesta. Miré en dirección a los recién llegados en un acto reflejo que me costaría caro.
               Se me bajó la borrachera en cuanto reconocí a Hugo entre la multitud. Apreté con tanta fuerza el vaso de plástico que incluso lo rompí, y vertí el contenido de éste sobre la falda de tubo de Amoke, quien se puso en pie de un brinco.
               -¡Sabrae, tía!-protestó, mirándose la falda y dándole manotazos para limpiarla. Salí de mi ensoñación, de aquella película desenfocada que consistía en un plano secuencia del rostro de Hugo saludando con timidez a la gente que conocía y agachando la cabeza para seguir a sus amigos cuando no sabía quiénes eran sus obstáculos.
               -Lo siento-susurré, levantándome yo también y haciendo que peligrara el contenido restante del vaso-. Lo siento, de verdad, mañana te la lavaré…
               -Tranqui, tía-contestó Amoke, observándose los glúteos-. Creo que se quitará bien con agua. Voy al baño, ¿me acompañas?
               -¿Te importa si me quedo aquí? No quiero que nos quiten el sofá; los pies me están matando.
               -Buena idea-contestó Amoke, y fue esquivando cuerpos borrachos y temblorosos al ritmo de la música en dirección a las escaleras. Me mordisqueé el labio y estudié lo poco que quedaba ya del vaso. Me lo bebí de un trago y seguí mirando el interior, deseando que me tragara la tierra, preguntándome por qué no había ido con Amoke cuando se me presentó la ocasión de huir.
               Me deslicé por el borde del sofá hasta alcanzar otro vaso que alguien se había olvidado. Lo intercambié con el mío y me lo acerqué a la boca.
               -Yo de ti no haría eso-dijo una voz familiar a mi espalda, y me giré como un resorte para ponerle cara a esa voz sin rostro.
               Resoplé. Claro, cómo no iba a encontrarme a Alec en una fiesta así, llena de chicas en plena forma y con ríos de alcohol del que aprovecharse.
               -¿Por qué?-inquirí, acercándome todavía más el vaso de plástico a los labios y dejando que me los mojara, retadora. Buscaba fastidiarle, como si a él le importara algo lo que a mí me pudiera pasar.
               El verano había quedado atrás, y con él, las ensoñaciones de un mínimo cariño que pudiera tenerle.
               -¿Sabes de quién es?
               -No-contesté, y bajé el vaso. Me crucé de piernas y me molestó la forma en que Alec me las miró, como si fueran una puerta que atravesar, una cerradura que manipular para acceder al tesoro de su interior. Ni lo sueñes-. ¿Y tú?
               -No tengo el gusto-respondió, burlón, pasándose una mano por el pelo y oteando la habitación, buscando alguna cara conocida. Si pretendía que yo apartara la vista de él, lo llevaba claro. Iba a fulminarle con la mirada hasta conseguir que se fuera, incómodo-. Lo cual me hace sospechar de ella.
               -¿A qué te refieres?
               -¿Cómo sabes que no tiene polvo de hadas dentro?-contestó con una pregunta, algo que yo detestaba.
               -No hablo tu idioma, Alec-espeté.
               -Pues lo dominas bastante bien-se encogió de hombros y yo me di la vuelta, puse los ojos en blanco y me acerqué de nuevo el vaso a la boca-. Drogas-dijo él en mi oído, con la boca tan pegada a mi oreja que la piel de sus labios rozó la mía. Me estremecí y cerré los ojos, muy a mi pesar. Su susurro me había bajado por el cuello y se había deslizado por mi escote, entre mis pechos, lamiendo mi piel más abajo del ombligo. Contuve un jadeo para no darle la satisfacción de otorgarle precisamente lo que quería: confusión.
               Después de ese instante de debilidad debido a su embrujo, miré la copa un segundo con renovada desconfianza, y decidí dejarla sobre la mesa.
               -Chica lista-alabó Alec, y rodeó el sofá para señalar el vaso vacío-. ¿Te la relleno?
               -¿Qué más te da? Puedo ir yo-gruñí, molesta, y él soltó una risa socarrona.
               -Me estoy tirando a la anfitriona-espetó, y yo me lo quedé mirando-, esta fiesta también es un poco mía.
               -Mi más sincera enhorabuena-escupí, preguntándome qué coño estaba haciendo Amoke en el baño: ¿limpiarse la falda o confeccionar un vestido de novia?
               -Pero no te pongas celosa, mujer-Alec me pellizcó la mejilla y yo me aparté como si sus dedos quemaran. Recogió mi vaso, cogió la otra copa que yo había estado a punto de beber, y se la bebió de un trago. Abrí la boca, estupefacta.
               -Pero, ¿qué haces?
               -Mm, resulta que que conozco al dueño de esta copa-sonrió, girándola y mostrándome su apodo escrito a rotulador permanente en un lado del vaso azul: Al. Me picaron las manos y consideré seriamente la posibilidad de levantarme y cruzarle la cara.
               -¿Te daba miedo que se te terminaran las reservas para convencer a una chica de que se acueste contigo?
               -Cariño, las chicas no necesitan beber para querer acostarse conmigo. De hecho, ya verás que, cuando me vaya con alguna a la cama, todas empezarán a tomar alcohol como si no hubiera un mañana.
               -Yo también celebraría que te has ido de la habitación-contesté, y él se echó a reír.
               -Yo creo que lo hacen más bien por terapia, pero tienes derecho a tener una opinión equivocada, Sabrae.
               Solté una risa condescendiente.
               -¿Qué haces aquí?-preguntó.
               -Estoy con mis amigas.
               -¿No eres un poco mayorcita para tener amigas invisibles?
               -Gilipollas-escupí-. Las estoy esperando-Alec esbozó una sonrisa traviesa-. ¿Qué?
               -¿Te han dejado solita? Pobre.
               -A veces es estar mejor sola que mal acompañada-espeté, fulminándole con la mirada. Alec se encogió de hombros.
               -Supongo que tienes razón-meditó, se giró para cogerle un vaso a unas chicas que bailaban detrás de él-. ¿Me permites, muñeca? Gracias-le dedicó esa media sonrisa suya, que en mi hermano incluso tenía nombre, y dio otro sorbo sin apartar los ojos de los de la chica, que levantó una ceja perfectamente delineada-. La cosa es, bombón-comentó, volviendo su atención a mí-, que yo no veo a nadie que pueda ser una mala compañía en esta casa.
               -A mí se me ocurre alguien.
               -¿Me confías el secreto?
               -Alec-suspiré, cansada-. Qué quieres-lo dije sin ningún tipo de entonación de pregunta, para que no se pensara que aquello era una oferta que no estaba dispuesta a mantener más de una milésima de segundo.
               Alec sonrió.
               -No lo sé-contestó, sincero-. Pasármelo bien.
               -Pues no va a ser conmigo-respondí, cruzándome de brazos.
               -Es una verdadera pena-él sacudió la cabeza, dando otro sorbo de su vaso-. Podría hacer que la noche se te hiciera muy corta.
               -Me gustan las noches largas-contesté-. Soy un animal nocturno.
               Él sonrió y soltó la gilipollez del siglo.
               -Qué casualidad, yo también. Quizá podríamos ser animales nocturnos juntos.
               -Pesado-ladré, incorporándome, molesta porque no me iba a dejar tranquila. Me parecía increíble que, con lo que le gustaba follar y la cantidad de chicas que se lo comían con la mirada, prefiriera estar allí, tomándome el pelo a mí.
               Pues no le iba a dar el gusto.
               Me escurrí en el sitio que había entre él y el sofá y abrí la puerta corredera de cristal para salir al jardín. Descubrí que la noche había refrescado un poco, y agradecí el frío que me cubrió como el capullo de una flor a una abeja cuando va a buscar miel. Me abracé a mí misma y me alejé un poco de la fiesta, en dirección a una esquina del jardín poco iluminada en la que no vendría nadie a molestarme.
               Estaba hecha un lío y no sabía cuánto tiempo llevaba dentro de la casa, bebiendo como si no hubiera mañana, bailando y gritando canciones que me costaba recordar. Me senté en el césped húmedo, sin importarme que eso pudiera hacerme coger un constipado, y me lo pensé un momento antes de tumbarme finalmente a intentar ver unas estrellas que se ocultaban, tímidas, tras unas gruesas y oscuras nubes.
               Estiré los dedos, creyéndome una diosa que puede apartar las nubes con las manos con su voluntad. Me apetecía ver las constelaciones. Unir los puntos para que la cabeza dejara de darme vueltas. Alec y el alcohol no eran buena combinación.
               Si ya de por sí él me sentaba mal… imagínate estando algo borracha.
               Estaba allí, luchando con las nubes, tratando de imponer mi voluntad sobre ellas, cuando él me encontró.
               -¿Sabrae?-preguntó, como si hubiera alguien tan loco como yo en aquella fiesta al que le pareciera buena idea tirarse en el jardín a contemplar el cielo nocturno y arriesgarse a un catarro-. ¿Te encuentras bien?
               -Quería ver las estrellas-expliqué, incorporándome y girándome para mirar a Hugo a los ojos. Juraría que estaba más alto. O quizá fuera sólo por el ángulo.
               Él caminó hacia mí, se puso a mi lado para compartir mi perspectiva, y en tono de sorpresa dijo:
               -Pero, ¡si está cubierto!
               -Estaba intentando apartar las nubes-comenté. Hugo se echó a reír y yo me deleité en el sonido de su risa.
               -Ya. Bueno, ¿quieres entrar?
               -Quiero ver las estrellas-repetí, tozuda, y él suspiró.
               -No creo que puedas verlas hoy, ¿no sirve otro día?
               -No-respondí-, tiene que ser ahora.
               Hugo miró un momento en dirección a la casa, de la que se despedían luces y ruidos propios más de un concierto de música electrónica que de una fiesta en las afueras de Londres. Hizo un gesto con la mano a Amoke, a la que yo no vi, que había llegado del baño apenas había salido yo al jardín y se había quedado vigilándome, dándome el espacio que yo necesitaba.
               -De acuerdo-susurró, sentándose a mi lado y pasándome una mano por la cintura. Me lo quedé mirando. ¿Cuándo habíamos cambiado tanto? Todavía me acordaba de la timidez con la que me tocaba algunas veces, el miedo que había en sus ojos a que yo le rechazara incluso después de besarnos tanto que nuestras bocas sabían igual, nuestras lenguas eran incapaces de echarse de menos por haberse mezclado tanto, y nuestros dedos estaban tan impregnados de la esencia del otro que no llegábamos a separarnos, no realmente.
               Hugo se sacó su móvil del bolsillo, ajeno a mi absoluta fascinación por nuestro contacto. Me sorprendí echándole de menos terriblemente, tanto que me dolía incluso cada latido de mi corazón por no estar bombeando su sangre. Le echaba de menos y le tenía al lado, quería poseerle y no me pertenecía.
               Quería besarme a pesar de estar totalmente saciada y mareada por una bebida que se me subía al a cabeza con la potencia del despegue de un dragón.
               -¿Qué haces?-pregunté mientras él tecleaba en su teléfono. Me dolía que no me mirara. Me molestaba que no me prestara atención.
               Hugo levantó la cabeza; su piel pálida brillaba como un diamante por culpa de la luz del móvil. Sus ojos verdes despedían un ligero fulgor esmeralda que hizo que se me secara la boca. Estaba en la Cueva de las Maravillas cuando él me miraba así. Flotaba en el aire a kilómetros de distancia del suelo. Era un pájaro. Era aquel dragón tan poderoso y fiero en las batallas, pero tan dócil y cariñoso una vez salvado su castillo.
               -Hacer que veas las estrellas-contestó él con suavidad, quitando un poco de hierba que se me había quedado enganchada en el pelo de mi trenza. Me entregó el móvil y su brazo subió de mi cintura a mis hombros.
               Ahora, la pantalla del teléfono estaba totalmente negra, salvo por unas motitas que parecían píxeles muertos, pedacitos de pantalla que se negaban a funcionar.
               Los miré con más atención, luchando por enfocarlos. Me concentré en ellos tanto que, por un momento, se me olvidó que él estaba allí.
               Hugo deslizó el dedo por la pantalla, cambiando de fotografía. Una explosión de colores y brillo inundó mi retina. La Vía Láctea. Me lo quedé mirando, confusa. Noté que una sonrisa se expandía por mi boca, ahora que era consciente de lo que sucedía. Había salido a ayudarme. Me había concedido un capricho.
               Él sonrió, mirando mis labios. Se mordisqueó un poco la boca, tratando de ocultar su sonrisa de satisfacción. Me giré un poco para tener todo mi cuerpo orientado hacia él.
               Igual que mi mente.
               Igual que mi corazón.
               -Nunca he podido dejar de pensar en lo preciosa que es tu mirada cuando algo te hace ilusión-susurró, acariciándome la mejilla. Busqué sus manos con la que yo tenía libre. Subí por su brazo y le acaricié la cara, la mejilla, la boca. Él se giró para darme un beso en la palma de la mano-. Cómo he echado de menos tenerla tan cerca.
               -No me dejes ir-susurré.
               -Nunca-contestó él, besándome los nudillos.
               -Hugo-jadeé su nombre como si fuera la palabra más preciosa del mundo. Él me pasó el pulgar por los labios, se detuvo en el centro de mi labio inferior, tiró un poco de él para liberar una visión de mis dientes.
               -Bésame-me pidió en voz baja, cohibido ante mi presencia. No me lo pensé dos veces. Me incliné y posé mis labios en los suyos, y me deleité en el suave calorcito que me recorrió cuando nuestras bocas volvieron a encontrarse. Estaba en casa después de muchísimo tiempo fuera; había salido de viaje, pero por fin había regresado y me encontraba con un hogar cálido, con la chimenea encendida, la cama lista para recibirme y una cena recién horneada, a punto para ser disfrutada. Recibí su lengua en mi boca y me sorprendí con ganas de llorar de felicidad. Sus manos tocaron mi cintura y las mías se perdieron en sus hombros. No eran los más fuertes del mundo, pero yo no necesitaba al más fuerte del mundo: le necesitaba a él.
               Lenta, muy lentamente, nuestras esencias se equilibraron de nuevo y pudimos separarnos. Nos miramos a los ojos con esa vergüenza tan típica del primer beso, en que no sabes si lo has hecho bien o si al otro le ha terminado de gustar.
               -¿Qué hay de la chica de tus fotos?-pregunté, dejando que mis dedos bajaran por su pecho. Yo no podía hacerle a nadie lo que le habían hecho a mi hermano. Demasiada destrucción. Demasiado dolo y sufrimiento.
               -Ahora sólo es una amiga.
               Le miré a los ojos, había cierto dolor en su voz.
               -No me dejes atrás otra vez, Sabrae-me pidió, y yo negué con la cabeza.
               -No podré nunca.
               Acababa de decidirlo, o, más bien, lo acababa de descubrir. Miré un segundo el móvil con la pantalla bloqueada, en mis ojos todavía fija la visión de las estrellas en una miríada de colores, y luego, le miré a él. Me acerqué y pegué mi cuerpo al suyo, nos fundimos en un cálido beso unido a un apasionado abrazo que no era más que una prueba de lo que yo sabía que iba a suceder tarde o temprano.
               Sería mi primera vez.
               Le entregaría mi virginidad. Porque se lo merecía…
               … y porque era el único con el que me apetecía compartir ese tipo de placer.


Me moría de miedo, y a la vez de anticipación. Después de varios intentos infructuosos de hacerlo, por fin Hugo y yo habíamos acordado un momento en el que podríamos hacernos ese regalo tan importante el uno al otro.
               Tenía que controlarme para no echar a correr escaleras abajo. Habíamos quedado en que vendría a recogerme a casa, les diríamos a mis padres que íbamos al cine y daríamos una vuelta por el parque antes de irnos a su casa, que estaba libre.
               Llamó al timbre cuando mis pies tocaron el suelo del piso inferior, y salí disparada en dirección a la puerta antes incluso de que papá pudiera levantarse del sofá, en el que se había apoltronado nada más terminar de comer. Parecía no querer perderse bajo ningún concepto la ocasión de ir a fastidiar un poco a Hugo, meterle el miedo en el cuerpo.
               Como si él lo necesitara.
               -¿A qué hora vuelves?-preguntó mamá desde el comedor, donde estaba repasando unos papeles aprovechando el perezoso sol que se filtraba desde el jardín.
               -No sé-contesté, afianzando mi bolso en mi hombro-. Ya os avisaré.
               -¿Quieres que vayamos a buscarte?-sugirió papá en un tono un tanto protector. Una parte de mí sospechó que él ya sabía lo que me proponía.
               -No, vendremos andando.
               -¿Con el frío que hace de noche?-quiso saber papá, y Shasha sonrió, críptica. Ella era la única en casa que sabía lo que me proponía hacer. Confiaba en ella lo suficiente como para confesarle mi oscuro secreto, mi pecado antes incluso de cometerlo. Sabía que no diría nada, ni siquiera bajo tortura.
               Y necesitaba alguien dentro de casa que me cubriera las espaldas por si las cosas terminaban saliendo mal.
               -Sí, no pasa nada. Llevo ropa de abrigo en la mochila-expliqué, señalando mi bolso colgado tras la espalda. Papá alzó las cejas y comentó algo que yo no comprendí. Abrí la puerta y le sonreí a Hugo-. ¡Hola!
               -Hola-saludó él, con una sonrisa tonta bailándole también en los labios. Contuve mis ganas de lanzarme a sus brazos y comérmelo a besos. Estaba tan emocionada que no sabía cómo iba a controlarme hasta que llegáramos a su casa y estuviéramos solos por fin.
               Le empujé con delicadeza hacia el exterior, gesto que él me agradeció. Mi padre le imponía muchísimo, y no podía culparle. Cuando él andaba cerca, papá se comportaba de una manera muy extraña: lo fulminaba con la mirada a cada ocasión que se le presentaba, y le contestaba con monosílabos, haciendo tremendamente incómodos los instantes en que coincidían.
               Pero, por supuesto, papá no iba a ponérselo fácil a Hugo. Agarró la puerta por detrás de mí y la mantuvo abierta para examinarnos mientras intentábamos alejarnos.
               -¿Me repetís qué película vais a ver?-pidió, escaneando a Hugo de una forma que cualquiera habría dicho que era capaz de ver a través de su ropa.
               -Zayn-advirtió mamá, a la que no le gustaba nada este tipo de actuaciones.
               -La nueva de Pixar-contesté yo.
               -¿La que quería ver tu hermana?-atacó papá, y yo suspiré.
               -Zayn-repitió mamá-, métete en casa.
               -Sí, pero le había prometido a Hug que iba a ir con él antes de que Duna dijera…
               -Duna lleva con ganas de ir desde…
               -¡ZAYN!-chilló mamá-. ¡Deja a la pequeña! ¡Métete en casa! ¡Y dale diez libras para que invite a Hugo a las palomitas!
               -¿En qué quedamos, Sherezade? ¿Le doy diez libras o me meto en casa?
               -No será necesario…-comenzó Hugo, pero papá se volvió y le fulminó con la mirada.
               -¿Vas a pagar tú todo?
               -Vamos a medias-defendí yo.
               -Ah, ¡te parecerá bonito, chaval! ¡Yo a tu edad invitaba a mis novias al cine!
               -Eso es una manifestación más de la sociedad patriarcal en que vivimos-argumenté yo, y Hugo se mordió la boca para evitar sonreír abiertamente delante de mi padre, y que éste le hiciera vudú o algo así. Escuché la celebración de mamá a espaldas de papá, un “bien dicho, mi niña” que hizo que él apretara la mandíbula y se sacara veinte libras de la cartera.
               -Para por si os apetecen chuches-explicó cuando yo cogí los dos billetes, y me colgué de su cuello-. Y para perpetuar la sociedad patriarcal en la que no vives-añadió en tono jocoso.
               -¿Ahora resulta que la pequeña vive en una burbuja mágica? Qué suerte, ojalá yo viviera ahí-discutió mamá desde el comedor.
               -No vive en ninguna sociedad patriarcal porque ésta es una de las innumerables pruebas que demuestran que yo, en esta casa, soy la última mierda-protestó papá-. Que voy por detrás de tus orquídeas, Sherezade.
               -¡Requieren unos cuidados y atenciones que no pueden proporcionarse solas!
               -¡También yo!-discutió papá, cerrando la puerta frente a mí. Volvió a abrirla al segundo y nos dedicó una cálida sonrisa-. Que lo paséis bien-miró un segundo a Hugo, todavía sonriente, y creí percibir una cierta amenaza en la forma en que clavó los ojos en él. Hugo se puso nervioso, cuadró los hombros y asintió con la cabeza. Casi le hace el saludo militar.
               Por suerte, la tensión que se le deslizó por la espalda rápidamente se deshizo en cuanto cruzamos la verja del parque y paseamos cogidos de la mano en dirección a los puestos de comida. Le invitaría a unas palomitas y a unos gofres, y nos sentaríamos en una de las mesas del parque antes de irnos a casa de Hugo. Estábamos haciendo tiempo para que sus padres se fueran de la casa. Iban a visitar a una tía de Hugo a la que él adoraba, pero me había dicho que me quería más a mí y se había inventado una excusa sobre un trabajo que íbamos a ir a hacer a la biblioteca y que nos llevaría toda la tarde.
               Calculamos mal el tiempo y llegamos a su casa con las comisuras de la boca manchadas de chocolate y sus padres aún en su hogar. Su madre cerró el bolso y me miró con la misma intensidad con la que mi padre miraba a Hugo, pero en los ojos de ella había algo más: el silencioso reproche de haberle roto el corazón a su hijo, rompiendo con él hacía casi un año.
               Ni siquiera había terminado de convencerla de que yo era una buena chica que no quería hacerle daño cuando le traje un pedacito de la tarta de mi 14º cumpleaños con una figura de chocolate reservada para ella. Había cosas que no se perdonaban tan fácilmente.
               -Vaya, chicos, pensaba que os iba a llevar mucho más tiempo ese trabajo.
               -Es que… la biblioteca estaba cerrada-explicó Hugo, y yo me puse colorada. Por suerte, mi tono de piel no me delataba. Las orejas de Hugo se tiñeron de un suave tono pimiento, y yo le cogí la mano para infundirle valor.
               -Pues sí que habéis tardado en daros cuenta-comentó su madre, mirando su reloj.
               -No, me refiero a que tuvo que cerrar antes. Estuvimos un rato, pero luego nos tuvimos que marchar. Algo así de… administración, ¿verdad, Sabrae?
               -Sí-asentí-, inventario de libros o una cosa de esas. Tareas de bibliotecarios.
               -Ya-asintió la madre de Hugo, perspicaz.
               -Bueno, entonces, ¿te acompañamos a casa, Sabrae?-preguntó el padre, enseñándome las llaves del coche. Me entró el pánico al instante, y creo que mi suegra se dio cuenta.
               -En realidad-dijo Hugo-, todavía tenemos que terminar el trabajo. Habíamos pensado que podríamos venir a mi casa a acabarlo, y después ver una peli o algo así.
               -Si os parece bien-añadí al final de la frase, en busca de un apoyo que yo sabía que no tenía. La madre de Hugo frunció los labios, miró a su marido y, después de consultarlo silenciosamente con su esposo, asintió con la cabeza y se colgó su bolso del brazo.
               -Ofrécele algo de comer, ¿quieres, hijo? No vayáis a estar toda la tarde dale que te pego sin parar para comer algo. Es bueno para rendir-explicó, y yo me puse rojísima, pensando en que estaríamos toda la tarde dale que te pego, si por nosotros fuera.
               Por suerte, estaba vuelta de espaldas y no vieron la forma en que el calor transformó mi rostro.
               Estaba recordando la primera vez que Hugo me demostró el deseo que sentía por mí, un deseo que temía no recíproco, pero que lo era en toda su intensidad. Estábamos en mi casa, mis padres habían salido para no sé qué reunión en el instituto referente a mi hermano y último curso, y mis hermanas estaban en el salón viendo la televisión. Habíamos subido a la habitación con la misma excusa del trabajo inacabado (según mis cálculos, Hugo y yo teníamos 17 trabajos pendientes) y habíamos aprovechado para darnos el lote durante una gloriosa media hora en la que incluso dejé que Hugo me metiera mano y yo se la metí a él, aunque no llegamos a mucho.
               Porque, en cuanto noté que él se lanzaba más de lo que debería, me encargué de detenerlo.
               -Para, para, para-gemí con sus manos en mi costado, su pelvis dura contra la mía, separada por la tela de nuestros vaqueros-. ¿Qué haces?
               -¿Y si tenemos sexo? No puedo esperar más-gimió-. Te quiero muchísimo, Saab. Te necesito. Necesito sentirte.
               Jamás me había hablado así, probablemente no me hablaría así ni borracho. Hasta eso me indicaba lo excitado que estaba. Qué difícil se me hizo pararle los pies.
               - Y yo-susurré, y mi tono de voz resultó anhelante, rayano en la súplica-. Pero no quiero que sea así.
               -¿Quieres velas?-preguntó él, y sus ojos chispearon, preocupados. Me eché a reír.
               -No, no quiero velas. Simplemente no quiero hacerlo ahora.
               -Tus bragas dicen otra cosa-soltó, y yo abrí la boca, estupefacta, y me lo quedé mirando.
               -¡Hugo!-recriminé, y él se echó a reír con timidez, y yo también-. ¡Madre mía, no puedo creerme que seas así de tonto!
               -Perdón. Perdón, no quería ofenderte. Lo siento muchísimo, mi amor. No lo he pensado, no te enfades, ¿vale?-gimoteó, y yo negué con la cabeza y le di un beso en los labios.
               -No me enfado. Me ha parecido… súper sexy-jadeé, frotándome un poco contra sus manos. Concéntrate, Sabrae, me recriminé.
               -¿Lo ves? Es porque es el momento.
               -Mis hermanas están en casa-le recordé, y él me miró-. ¿Y si entran?
               -No van a hacerlo.
               -Pero, ¿y si lo hacen?
               -Pero no lo harán.
               -Hug, por favor-susurré-. No me voy a sentir cómoda. No creo que lo disfrute. ¿Podemos aplazarlo un par de días?-pregunté-. Podemos hacerlo el fin de semana. Me invento cualquier historia para ir a Bradford y luego lo cancelo a última hora. Puedo pedírselo a mi hermano, para que no resulte tan sospechoso.
               Hugo había fruncido los labios pero había asentido. Parecía decepcionado, pero era lo más sensato que podíamos hacer en esa situación. Quería que mi primera vez fuera especial, y no iba a serlo con Shasha y Duna haciendo ruido en el piso de abajo y recordándome que podíamos ser interrumpidos en cualquier momento.
               El fin de semana llegó y pasó, y nosotros no encontramos la ocasión para hacerlo. La siguiente vez en que se nos presentó una oportunidad similar, estábamos en casa de unos amigos de Hugo, Amoke y yo tonteando con nuestros novios, y la cosa empezó a caldearse de tal modo que arrastré a Hugo a los baños, eché el pestillo y empecé a recorrerle con mis manos como si no hubiera un mañana.
               Madre mía, me gustaba muchísimo más cuando estaba soltera y sólo podía pensar en el gilipollas de Alec de noche. Ahora que volvía a estar con Hugo, tenía las hormonas revolucionadas y me sorprendía no saltar encima de él cada vez que mi chico me miraba.
               -Hagámoslo aquí-le había dicho, enloquecida, tan deseosa de su cuerpo que a punto estuve de romperle la camiseta sólo para disfrutar de su pecho desnudo pegado al mío. Hugo me besó, me acarició la cintura, me manoseó el culo y pasó sus manos por mis pechos un par de veces, resistiéndose y a la vez negándose a resistirse, hasta que:
               -No. No, no podemos. Tiene que ser más especial, no podemos hacerlo en un baño.
               -Qué más dará dónde lo hagamos-repliqué, casi metiéndole la lengua en el esófago-. Te necesito. Por favor.
               -Quiero perder la virginidad contigo haciéndote el amor-susurró él, y yo me detuve en seco y me lo quedé mirando, con el corazón acelerado y el aliento arremolinado entre nuestras bocas-. Quiero darte algo mejor que un polvo en un baño.
               Me habían entrado ganas de llorar. Le había acariciado la cara y le había besado en los labios, le había mirado y le había dicho con toda la sinceridad del mundo:
               -Eres el amor de mi vida.
               Hugo había sonreído y me había contestado que yo también lo era de la suya. En cierto modo, así era. Incluso cuando estuviera con Alec, yo seguiría defendiendo que Hugo era el amor de mi vida, lo cual no implicaba que le quisiera más que al primero. Alec sería el amor de mi vida como Hugo fue el amor de mi vida y otras personas serían el amor de mi vida.
               Porque en la vida no puedes tener sólo un amor.
               Así que lo habíamos decidido. No tendríamos prisa y prepararíamos la ocasión, en lugar de esperar a que se presentara.
               Y la ocasión había llegado. Colgué mi chaqueta del perchero de la entrada y recogí mi mochila con cuidado. Hugo se acercó a mí, me acarició la cintura para tranquilizarme y me dio un beso en la mejilla en un gesto protector que a mí me encantaba. Fue a despedirse de sus padres al lado del coche: introdujo la cabeza en la ventanilla y le dio un beso a su madre en la mejilla, un toquecito a su padre en el hombro… y dio un par de pasos atrás para no perjudicar la salida del vehículo.
               Nerviosa, agité la mano por encima de mi cabeza modo de despedida.
               Y empezaron a temblarme las rodillas cuando Hugo se volvió y sonrió.
               -Por fin solos-comenté, y él respondió:
               -Por fin juntos.
               Me mordisqueé los labios y me hice a un lado para que él entrara en la casa. Cerró la puerta y se volvió para mirarme. Nos observamos un momento en silencio, reconociendo las facciones del otro.
               -¿Tienes hambre?-preguntó, cohibido. Negué con la cabeza-. ¿Y sed?
               -Estoy bien.
               -¿Vamos ya?-preguntó.
               -Me muero de ganas-confesé, jugueteando con la correa de la mochila, en la que llevaba el móvil, la cartera, las llaves y un par de preservativos que le había cogido a Scott de la mesilla de noche sin que él se diera cuenta.
               Lo bueno de que tú estuvieras a punto de convertirte en Sabrae Malik, era que tu hermano ya llevaba un tiempo siendo Scott Malik.
               Y si hay algo que le sobrara a Scott Malik, eran preservativos.
               Di un paso al frente y me puse de puntillas para tener mis ojos a centímetros de los de Hugo. Le di un beso en los labios e incité:
               -Follemos.
               Hugo se echó a reír, divertido y nervioso a la vez, aunque no en la misma cantidad.
               -No lo digas así-se quejó él, tímido, y yo sonreí.
               -¿Por qué?
               -Pues porque… me da corte. Vamos a hacer el amor.
               -Es lo mismo, cariño-contesté-. Se hace igual, sólo que tiene un nombre distinto.
               Hugo sonrió, me acarició la espalda y fue bajando por mi anatomía hasta la curva de mi culo. Le mordisqueé la boca y él se dejó hacer con visible satisfacción.
               -¿O es que… tienes otros planes?-coqueteé, y él sonrió. Me sujetó con firmeza y me pegó a su torso. Tenía la respiración acelerada y una dureza incipiente que hizo que me estremeciera.
               -Todos mis planes se relacionan contigo. Y no tienen ropa-añadió, seductor. Alcé una ceja.
               -Me gusta cómo suenan.
               -¿Sí? Deberías oír el plan de ataque entero.
               -Estoy ansiosa-jadeé, volviendo a besarle. Me acarició de nuevo la espalda y me obligó a quedarme pegada a él incluso cuando detuve nuestro beso.
               -¿Vamos a mi habitación?
               -Hombre, la verdad es que… prefiero hacerlo en una cama a hacerlo en un sofá.
               Me cogió de la mano, me miró a los ojos, y me guió escaleras arriba. Abrió con ceremonia la puerta de su habitación y me dejó entrar en ella la primera.
               Toda atmósfera de juego y tonteo se quedó atrás cuando entré en su habitación. Comprobé que la había recogido con esmero, que había hecho la cama, y que incluso había dejado una vela encendida en su escritorio. Me giré hacia él.
               -¿Pensabas que se me olvidaría lo de la vela?-preguntó, y yo me eché a reír y negué con la cabeza.
               Nos sentamos en la cama, dejé mi mochila en el suelo, nos descalzamos y nos miramos un rato. No sabíamos qué hacer. Quizá habíamos dejado toda diversión atrás, pero la inocencia de la niñez aún perduraba con nosotros.
               Sentía nostalgia de ella. Me daba la sensación de que estaba a punto de perder algo precioso y valiosísimo que echaría de menos después: el saberme todavía una niña, inocente y pura, todavía sin corromper. Intacta, inexperta, tímida en presencia de alguien del sexo contrario que, contra todo pronóstico y a pesar de la confianza, se sentía igual que yo.
               Sabía que disfrutaría con Hugo y que esto era un paso natural en nuestra relación. Que terminaríamos haciéndolo tarde o temprano y que éste era un momento tan bueno como otro cualquiera, incluso mejor que muchos que habíamos experimentado hasta la fecha. Pero una parte de mí se resistía a dar otro pedacito de mí a otro chico.
               Si le entregaba mi virginidad a Hugo, estaría atada para siempre a él, sin importar lo que sucediera. Igual que estaba atada a papá y a Scott.
               Dejaría de ser una niña, su niña, y me convertiría en una joven mujer.
               Su joven mujer.
               Comprobé con alivio que Hugo pasaba por la misma fase de dudas que yo.
               Y entonces, lenta, muy lentamente, Hugo se acercó a mí. Yo dejé una mano en mis muslos, apoyé la otra en el colchón. Le miré a los ojos y esperé a que se acercara más. Sus rodillas tocaron suavemente las mías, sus ojos permanecían anclados en los míos. Me acarició la mandíbula, se inclinó hacia mí y me besó. Abrí la boca en pleno beso y pasé mis manos por su cuello. Nuestras lenguas bailaron juntas un lentísimo vals. Sus manos bajaron hasta mi cintura, pegándome más a él, lenta, tan lentamente que dolía. Me acarició la nariz con la suya y jadeó en mi boca.
               -Paramos cuando quieras-le dije, y él sonrió.
               -Se supone que yo soy quien debe decirte eso.
               -Tú también tienes derecho a parar-contesté, escalando de su boca a sus ojos con los míos.
               -No voy a querer parar-me aseguró.
               Le acaricié los hombros, seguí besándole despacio. Notaba cada latido de su corazón en mi piel, a través de las yemas de mis dedos me transmitía mil y una emociones, todas tan preciosas que quería llorar.
               Cada beso era una deliciosa tortura, cada caricia me catapultaba un escalón por encima del anterior en dirección a un cielo que yo nunca había conocido con nadie; sólo lo había visitado en soledad.
               -¿Estás segura?-me preguntó Hugo.
               -Calla, y bésame-dije en voz baja, como si estuviéramos en una habitación llena de gente, susurrándonos secretos inconfesables. Hugo sonrió en mi boca, asintió con la cabeza, y metió sus manos por debajo de mi camiseta.
               -Desnúdame-me pidió mientras acariciaba mis pechos con la más absoluta adoración, por encima del sujetador. Hice lo que me pedía, le quité la chaqueta y retiré su camiseta. Me quedé un momento admirando su pecho desnudo, y luego, me arrastré por la cama hasta quedar sentada en el centro de la cama, con la almohada rozándome los lumbares. Adoré su pecho, lo besé e incluso le di mordisquitos, mientras él continuaba acariciándome hasta hacerme enloquecer.
               Me quitó la camiseta y se quedó observando mis senos cubiertos aún por el sostén blanco, de encaje, que había comprado con vistas a esta ocasión. Sabía que Hugo se fijaría en mi ropa interior. Y quería estar perfecta para él.
               Lenta, muy lentamente, me incliné hacia él, apoyada en mis rodillas, y continué besándolo tras ofrecerle una vista de mis pechos que no podría olvidar en mucho, mucho tiempo. Hugo acarició mi espalda y se metió por dentro de los vaqueros, de los que empezó a tirar.
               Nos liberamos de la parte baja de nuestra ropa y nos quedamos mirando un segundo el cuerpo semidesnudo del otro. Su erección aprisionada por la tela de sus calzoncillos despertó una ligera preocupación en mí.
               ¿Cómo iba a disfrutar con eso entrando en mi interior, cuando a duras penas soportaba ponerme tampones?
               Recordé lo que me había dicho Amoke, que ya lo había hecho con Nathan hacía unos meses: sentirás una especie de pinchazo, y la verdad es que duele bastante, pero pídele que vaya despacio para que puedas acostumbrarte. Y, antes de que te des cuenta, lo estarás disfrutando tanto que pensarás que has nacido cortada a la mitad, y que cuando lo tienes dentro estás realmente entera.
               Hugo jadeó, se acercó mucho a mí, degustó mi boca y cogió mi mano.
               -¿Te gustaría tocarlo?-preguntó, anhelante, con la voz ronca, y yo asentí. Deslicé la mano por su vientre y bajé hasta acariciar su miembro, tan duro que parecía a punto de reventar-. Dios mío… sí…
               Lo acaricié despacio por encima de la tela; cuando me pareció que había que dar un paso más, me atreví a meter la mano por dentro y me quedé un instante ahí quieta, pensativa. Hugo se mantenía rígido, atento a cada uno de mis movimientos.
               -Dime cómo lo hago-le pedí. Él me miró un momento, observó mi anatomía recién descubierta.
               -Cógelo con los dedos. Rodéalo con la mano.
               Hice lo que me pedía.
               -Y ahora… acarícialo. De arriba abajo-me pidió-. Como si estuvieras limpiando un calabacín con un trapo.
               -Los calabacines son más grandes-solté, y él me miró y se echó a reír.
               -Lo siento.
               -No pasa nada-contesté-. La verdad es que… es muy grande. No sé si cabrá.
               Hugo jadeó.
               -Dios mío… espero que sí.
               Empecé a preguntarme si Hugo tendría un tamaño por encima de la media. No me parecía normal que mi mano no pudiera abarcar su erección. A esas alturas, estaba segura de que me iba a doler. Sólo tenía la esperanza de que no me doliera mucho.
               Estaba convencida de que papá no la tenía tan grande; de lo contrario, mamá no podía disfrutarlo tanto.
               Y Scott, tres cuartos de lo mismo.
               Sí, seguro que era eso: el de Hugo era un tamaño superior al normal, y por eso las chicas que se acostaban con mi hermano, o mi madre acostándose con mi padre, disfrutaban tanto con ellos.
               Hugo dio un brinco cuando moví la mano de una forma extraña.
               -No la gires-me pidió.
               -Perdón.
               Se me quedó mirando. Cogió mi mano con la suya y, lentamente, la extrajo de sus calzoncillos y la acercó a mi sexo. Separé las piernas para dejarle paso, y disfruté de la forma en que me guiaba.
               Se detuvo en seco de repente.
               -¿No podrás… quedarte embarazada por esto, verdad?-preguntó, con cierto deje de pánico en la voz. Yo me reí.
               -No creo que ocurra nada-contesté-. De todas formas…-dirigí su mano al centro de mi ser e hice presión en él-. Te toca a ti.
               Hugo sonrió con timidez.
               -Avísame si lo hago bien-me pidió, y yo me eché a reír.
               -Seguro que sí.
               Empezó a masajearme terriblemente despacio. Varias veces tuve que corregir su rumbo para que no se perdiera mi isla del tesoro, pero él siempre se dejó reconducir. Me acarició con el pulgar y exploró mi interior con un dedo, tremendamente tímido, atento a mi reacción.
               Arqueé la espalda y él aprovechó para besarme los pechos, que todavía tenía cubiertos por el sujetador.
               Le miré.
               -Bésame-pedí, y él se acercó a mi boca, malinterpretando mis palabras, y depositó un suave e intenso beso en mi boca-. No-susurré-. Bésame-expliqué, pasándome una mano por los pechos. Hugo se los quedó mirando, y luego hizo lo que le pedí: posó sus labios en la piel al descubierto-. Hugo-pedí en tono dulce, y él me miró-. Desnúdame.
               Se hizo un lío con el sujetador, como Amoke me había confesado que le había pasado a Nathan. Hugo consiguió desabrochármelo, sin embargo, y después, se apartó para ver cómo me deslizaba los tirantes por los brazos y liberaba mis pechos.
               Se los quedó mirando, embobado, con una adoración que me hizo creer que le daría algo.
               -Tienes unas tetas…-empezó, y se puso rojo como una tomate-. O sea, unos pechos…
               -“Tetas” está bien-contesté, un poco tímida por mi desnudez-. Son tetas, al fin al cabo.
               -Sí. Son tetas-comentó, exaltado-. Y son hermosas.
               -¿Te gustaría tocarlas?-ofrecí, acercándome a él, que asintió con la cabeza, la boca entreabierta, y acercó las manos despacio a mis senos. Los acarició con timidez, luego, los masajeó, y terminó magreándolos de un modo que creí que haría que me volviera loca. Se inclinó y me besó la piel, fue rodeando mis pezones, que se habían encogido y estaban duros como cuando hacía mucho frío, y sensibles como en verano, y los rodeó despacio con la lengua.
               -Dios mío, Hugo-jadeé, y descubrí que se acariciaba besándome.
               -Hagámoslo-decidió por fin, después de adorar mis atributos femeninos con la lengua de tal manera que yo creí que nunca podría dejar de sentir su lengua en mis senos.
               Me quitó las bragas.
               Le quité los calzoncillos.
               Miró mi sexo, expectante de sensaciones nuevas, curioso por experiencias a descubrir.
               Miré el suyo, dispuesto a satisfacerme, decidido a explorar.
               Se inclinó despacio hacia mí y me besó en la cabeza.
               -Te amo-me confesó.
               -Te amo-contesté, acariciándole la cara.
               Ahí empezó mi dulce pesadilla, el mal sueño imposible que terminó por ocurrir.
               Hugo se separó de mí un instante, me miró a los ojos, me acarició la mejilla con amor, apenas rozándome con la yema de los dedos, y se inclinó para coger la caja de preservativos que había comprado hacía tiempo, con la esperanza de que tuviéramos una oportunidad de consumar nuestro amor antes. Me lo quedé mirando mientras la abría con dedos temblorosos. Su nerviosismo me inquietó a mí también. Amoke decía que Nathan había estado bastante tranquilo y que se había tomado su tiempo; Hugo, sin embargo, parecía muy acelerado en ese instante, como si le diera miedo que fuera a cambiar de opinión.
               Rasgó la caja por fin y sacó un paquetito plateado. Se le resbaló entre los dedos y se cayó sobre mi vientre, dándome un calambrazo de frío que no me resultó del todo desagradable.
               Lo recogí y se lo tendí. Volvió a intentar a abrirlo y lo consiguió; después de un rato peleándose con él, logró sacar la pequeña fundita de látex de su bolsa metálica y miró un momento su erección.
               -¿Sabes cómo va esto?-pregunté, y él asintió.
               -Sí, he estado… practicando-confesó.
               -Vale-apoyé la cabeza un segundo en la almohada; estar semi incorporada me pasaba factura en los abdominales. Escuché los jadeos y las maldiciones susurradas de Hugo mientras se peleaba con el condón. Me incorporé de nuevo, apoyada en los codos-. ¿Qué ocurre?
               -Esto es complicadísimo.
               Sonreí.
               -No te preocupes. No hay prisa.
               Esperé con paciencia a que hiciera algún avance, pero estaba tan inquieto que incluso se las apañó para rasgar el condón y hacer que se cayera, inerte, entre mis muslos. Me senté con las piernas cruzadas para darle más espacio, pero vi la cosa tan mal que finalmente decidí intervenir.
               Eso de que los condones eran difíciles de romper era una leyenda urbana tremenda, más extendida incluso que la de los cocodrilos que vivían en las alcantarillas de Nueva York. Rompimos otros dos antes de conseguir ponerle uno a Hugo de forma decente, y luego, nos miramos un momento.
               -¿Estás lista?
               Asentí con la cabeza, pasé mis dedos por su nuca, me tumbé de nuevo y separé las piernas. Se metió entre ellas y cogió su miembro para poder dirigirlo mejor. Hugo jadeó cuando la punta de su sexo acarició los inicios del mío, y yo contuve la respiración, preguntándome cuándo llegaría el pinchazo.
               Lenta, muy lentamente, Hugo empezó a hundirse en mí. Cerró los ojos un momento, concentrado en hacerlo despacio. Volvió a abrirlos y los clavó en los míos.
               -¿Qué tal?-preguntó, y yo levanté el pulgar. Se inclinó para besarle y eso le hizo entrar un poco más.
               Empezó a hacerme daño y eso me puso muy tensa. Amoke había hablado de un pinchazo, no de una presión tan grande. Era como si me estuviera intentando meter el puño en la boca, y, al ver que no cabía, el puño creciera y creciera más, animando a mi cuerpo a hacer lo imposible por adaptarse a él.
               Aguanté la respiración, esperando. Quizá esto fuera algo previo al pinchazo, el pinchazo fuera el final y ya no sintiera nada y pudiera disfrutar.
               No podía creerme que esto fuera el sexo. ¿Y la gente estaba tan obsesionada con él? Masturbarse sí que estaba bien cuando aprendías a hacerlo bien, pero esto… era bastante mediocre, un sufrimiento a lo tonto.
               Hugo respiró en mi oreja.
               -¿Te está gustando?
               -No mucho, si te soy sincera-resoplé, y él asintió con la cabeza.
               -A mí tampoco.
               -¿Quizá necesitamos tiempo para acostumbrarnos?-sugerí, mirándole. Hugo asintió. Salió de mi interior y yo estuve a punto de decirle que no era a eso a lo que me refería, que se quedara dentro de mí, pero me alivió tanto sentirme sola otra vez que no me habría importado que se situara al otro extremo de la habitación.
               O al otro extremo de Londres.
               -¿He sangrado?
               -¿Qué?
               -Que si he sangrado. Amoke dice que sangró.
               -¿Tienes que sangrar?
               -Hombre…-medité-. Creo que es lo normal. Se supone que se tiene que romper algo dentro de mí.
               -Yo no he notado nada.
               Buf. Si no se había roto nada y a mí me había molestado tantísimo, igual era un poco imposible que yo perdiera la virginidad. Ya está. Tendría que meterme a monja o, como mínimo, hacerme lesbiana. Adiós al sexo heterosexual que tanto gustaba en las películas y que tan placentero parecía de la boca de mi madre en el piso de arriba. Respiré y me aparté los rizos de la cara.
               -Probemos de nuevo.
               Está bien.
               A decir verdad, me sorprendió la calma y la madurez con la que Hugo manejó la situación. Fue tremendamente respetuoso con las partes más sensibles de mi cuerpo: mis pechos y mi sexo. Apenas las rozó para no ponerme nerviosa, y apenas las miraba para no ponerse nervioso él. Volvió a entrar en mí y yo contuve un jadeo. Traté de normalizar mi respiración mientras él me besaba toda la cara, relajándome.
               -Estás sudando, Sabrae-comentó-. ¿Quieres que paremos?
               -Estoy bien-respondí-. Sólo necesito… acostumbrarme.
               -¿Te dejo espacio de nuevo?
               -No. Quédate ahí. Vamos a esperar un poco, a ver si… me hago a ello.
               Hugo se quedó apoyado en sus piernas, las rodillas presionando la parte interior de mis muslos mientras yo continuaba con las piernas separadas y mis ingles abiertas para él. Me acarició las estrías, distraído.
               -Me han salido más-dije, y él asintió.
               -Me he dado cuenta. Son bonitas.
               Sonreí, complacida por el halago, que desde luego me venía muy bien. Comenzaba a pensar que esa postura no me favorecía y que parte de mi dolor se debía a que él, en el fondo, tampoco estaba disfrutando de tenerme allí, expuesta contra su pelvis.
               -Gracias-sonreí, y él me miró a los ojos. Sus esmeraldas brillaban con emoción. No es que se fuera a echar a llorar ni nada (ni yo lo temía), pero parecía estar apreciando el momento más de lo que yo lo estaba haciendo. Él sabía que era algo especial. Y yo también, sólo que no era capaz de calibrar esa importancia-. Entra un poco más-le pedí.
               Y fue horrible. Se introdujo lentamente en mí, preguntó una y mil veces si quería que saliera y que lo dejáramos para otro día, pero yo sabía que, si me la sacaba ahora, nunca, jamás, le permitiría volver a tocarme así. Así que apreté los dientes y negué con la cabeza, incluso llegué a suplicarle que continuara aunque yo no estuviera disfrutando. Si yo no me lo pasaba bien, por lo menos que él no se quedase con las ganas.
               -Embísteme-pedí con el cuerpo perlado de sudor y las manos temblorosas. Hugo se me quedó mirando, indeciso: las manos apoyadas a ambos lados de mi cara, la boca despidiendo un suave aroma al sirope de chocolate de los gofres que nos habíamos tomado-. Por favor, Hugo. Embísteme.
               -No quiero… te estoy haciendo daño.
               -No importa. Tarde o temprano tendremos que hacerlo. No volveremos a tener una oportunidad como esta.
               Hugo se mordió el labio, pensativo, y luego, lentamente, salió de mi interior casi en su totalidad por un glorioso momento. Volvió a deslizarse dentro y yo cerré los ojos. Se detuvo a medio camino.
               -Sabrae.
               -Continúa. Por favor, continúa.
               -Pero no estás disfrutando.
               -Las chicas somos más lentas.
               -No soporto verte así-contestó, jugando con mis rizos. Y, como vi que él no iba a moverse, empecé a moverme yo.
               Fue un tortuoso suplicio, por lo menos hasta que algo dentro de mí cedió. Hugo se quedó quieto y se puso pálido. Él también lo había notado. Me eché a reír, agotada.
               -¿Qué ha sido…?-comenzó.
               -Creo-contesté-, que acabas de quitarme mi virginidad.
               Nos miramos un momento.
               -¿Qué tal ha ido?
               -Ha sido una sensación extraña-confesó-. Como si estuviera chocando contra una pared.
               -Quizás ahora sea más fácil-sugerí, frotándome despacio contra él. Mi clítoris rozó su pelvis y por un momento pensé que podría llegar a disfrutar de aquella relación.
               Pero, después de media hora de tímidos embates y gemidos ahogados por mi parte y por la suya, Hugo decidió que aquello no llevaba a ninguna parte y salió de mí. Decidimos darnos un descanso y lo intentamos después de diez minutos de enrollarnos a lo bestia, con él metiéndome mano entre mis piernas desnudas y yo acariciando su miembro endurecido tan fuerte que hasta tuve que cambiar de mano en varias ocasiones porque el brazo ya no podía más.
               Volvimos a tener la movida con el condón y volvimos a pasarlo mal cuando él entró en mí, pero descubrí para mi sorpresa que ya no era lo mismo. Parecía que mi cuerpo se hacía poco a poco a su presencia.
               Hugo cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
               -Dios mío…
               -¿Te gusta?-ronroneé, coqueta, y él jadeó.
               -Está bien. Tampoco creo que sea para pagar por ello, pero… está bien.
               Continuamos moviéndonos como dos inexpertos, haciendo que nuestros cuerpos chocaran despacio y que nuestras cabezas colisionaran de vez en cuando, cada vez que cambiábamos mínimamente de postura.
               Llegué incluso a disfrutar unos minutos, a jadear su nombre y acariciarle la espalda y besarle en la boca mientras él hacía presión en mi interior con su sexo, pero esos minutos pasaron y luego nos quedamos tan agotados de intentarlo que yo estaba segura de que no podría llegar al orgasmo, por mucho que disfrutara.
               -¿Y si te pones encima?-sugirió él. Asentí con la cabeza y dejé que se tumbara en la cama. Me senté a horcajadas encima de él y coloqué su miembro a las puertas de mi paraíso personal, pero aquella postura fue incluso peor y no aguanté más de 30 segundos. Ahí sí que me dolía.
               Probamos varias posturas más, pero no hubo manera. Ni Hugo se corrió ni yo lo hice tampoco. Después de un buen rato con los cuerpos conectados, lo saqué de mi interior y me acurruqué en su pecho. Me besó la cabeza y me rodeó con las sábanas para que no tuviera frío.
               -Tal vez a nosotros no nos vaya el sexo-aventuró, y yo me mordí el labio, callándome que sí que nos iba, pero no cuando estábamos juntos. Me encantaba masturbarme y no dudaba en hacerlo cuando me apetecía y tenía un mínimo de tranquilidad, y eso había hecho que uno de mis mayores deseos fuera compartir un orgasmo con otra persona.
               Pero ahora, después de esto, no estaba segura de que pudiera hacerlo.
               -¿Estás bien, Saab?
               -Me molesta todavía un poco-admití, mirando las sábanas teñidas de un suave tono carmesí que se secaba a marchas forzadas.
               -Lo siento.
               -No es culpa tuya-le besé en los labios y apoyé la cabeza en su pecho. Nos quedamos así un rato-. ¿Te parece si vemos una peli?
               -Buena idea-contestó. Recogí mis bragas del suelo y me las pasé por los pies-. Espera, ¿vas a vestirte?
               -¡Hombre! Pues claro, ¿no pretenderás que me quede desnuda?-espeté, y él me miró un segundo, echó un vistazo por debajo de las sábanas y preguntó con timidez:
               -¿Sería mucho pedir?
               Me eché a reír y le di un empujón. Dejé la bragas de nuevo en el suelo y me tendí en la cama, envolviéndome como un rollito de primavera con las sábanas. Hugo fue a por su ordenador y puso una película al azar. Nos besamos y nos acariciamos por debajo de las mantas y terminamos no haciéndole ni caso a la película.
               Volvimos a coger un condón y mi cuerpo recibió de nuevo al suyo.
               Y, milagrosamente, lo disfruté. Estaba un poco cansada y dolorida, pero ya no se trataba de ese dolor lacerante que ardía en mi interior. Pude moverme y rodear sus caderas con mis piernas mientras él entraba y salía de mi interior, mucho más acelerado que antes, mil veces más descontrolado. Me abracé a él y disfruté del roce de su pecho en mis senos mientras se movía para continuar embistiéndome, le besé hasta creer que perdería la razón y jadeé su nombre cuando yo empecé a acercarme al orgasmo, después de que él se rompiera en mi interior y me besara y me diera las gracias.
               Disfruté muchísimo. Era totalmente distinto a estar sola. No había color: me gustaba más cuando estaba sola, para qué mentir, pero bien podría vivir de esto. Ahora entendía a qué se referían todos cuando hablaban del sexo como algo que te cambiaba la vida. Me sentía diferente y sentía que no volvería a ser la misma.
               Hugo me mordisqueó la oreja y descubrí que tenía algo porque me mordisquearan la oreja; Hugo me acarició el costado y descubrí que me encantaba, Hugo jugó tímidamente con mis pechos y yo no podría haber enloquecido más…
               … hasta que escuchamos el pitido de un coche en la casa de al lado, que nos hizo dar un brinco y nos cortó el rollo totalmente. Retomamos nuestra sesión de mimos y de embestidas, pero ya no era lo mismo. No me llenaba igual. No disfrutaba de la misma forma.
               Ya no me gustaba tanto.
               Intenté convencerme de que sí, de que podía seguir como antes, de que volvería a sentir el placer de saber que era capaz de excitar a alguien y de causar unos efectos mágicos en su cuerpo con el mío, pero ahora tenía los pies en la tierra y no era capaz de despegar de nuevo.
               Me estremecí en un momento dado por un roce fortuito que me hizo gozar más que los demás. Seguimos insistiendo tanto que yo me convencí de que aquello había sido un tímido orgasmo. Quizá los orgasmos de sexo con otra persona no eran iguales que los que tenías en soledad.
               Terminé cansada y empujando suavemente a Hugo para que se me quitara de encima.
               -Mejor, ¿no?-pregunté, tratando de quitarle hierro al asunto.
               -¿Has… llegado?-fue su contestación, en una pregunta tímida que hizo que quisiera comérmelo. Asentí, fingiendo una decisión que no tenía tan clara en mi cabeza. Le acaricié la mandíbula y le besé la boca.
               -Ha estado bien. Gracias.
               Nos vestimos en silencio; fue un cielo y me dejó una compresa de su madre para no estropear mis bragas. Me quedé en su casa hasta que llegaron sus padres, momento en que aproveché para pedirle que me acompañara a casa. Hablamos largo y tendido en el trayecto, e incluso le invité a pasar y cenar con nosotros, pero él negó con la cabeza.
               -Demasiadas emociones por hoy.
               -¿Tienes miedo de no controlarte y terminar llevándome a mi habitación a rastras?
               -Seguro que tú irías por voluntad propia-contestó, besándome en la boca-. ¿Nos vemos mañana?
               -¡Eres un salido!-protesté, echándome a reír.
               -No tenemos que hacer eso. Es sólo que… ahora más que nunca soy incapaz de apartarme de ti.
               -Pues cena conmigo-razoné.
               -Y con toda tu familia.   
               -Quizás te sorprenda, Hug, pero yo soy parte de mi familia.
               Él sacudió la cabeza.
               -Hablamos de noche. Te amo.
               -Te amo-contesté yo, acariciándole los nudillos mientras nos dábamos un beso de despedida. Entré en casa con una extraña sensación de vértigo. Me masturbé esa noche, deseosa de hacer la comparativa.
               Y, cuando llegué al orgasmo, y no precisamente reproduciendo lo que había hecho con Hugo esa tarde, me di cuenta de que no había tenido ninguno con él.
               Lo cual me puso tristísima.
               Estuve un par de días algo lacónica; quedé con Amoke para contárselo todo y ella lanzó unas exclamaciones de emoción al enterarse de lo bien que me había tratado Hugo que me hicieron sentir fatal. Si él había sido un cielo conmigo, se había preocupado por mí de una manera en que los chicos no solían hacerlo, ¿por qué no había sido capaz de disfrutar yo?
               -Quizás estabas demasiado nerviosa. Yo no paraba de temblar cuando Nathan… ya sabes-Amoke se sonrojó ligeramente-. Estoy segura de que la siguiente vez…
               -¿Te corriste, Momo?-pregunté y ella me miró con ojos como platos-. No te lo digo por… no quiero incomodarte, es simplemente que…
               -Sí. O sea, me costó bastante, pero creo que sí. Bueno, estoy segura, de hecho. Sí, me corrí. Y fue genial, la verdad, ¿por qué no me habías dicho que los orgasmos son así? Dios mío. Siento que un mundo de posibilidades se acaba de abrir ante mí, es como si hubiera sido daltónica toda mi vida y acabaran de soltarme en el interior de una catedral…-empezó a parlotear y me avergüenza decir que no la escuché, de tan mal que me sentía por no haber sido capaz de aprender a disfrutar de aquella extraña sensación.
               Hugo me pidió salir varias veces más, y yo le daba largas hasta que conseguía que él me asegurara que no lo hacía con la intención de follar, que sólo quería verme. Por supuesto, ni él me lo decía con esas palabras ni yo era lo bastante directa como para que él relacionara los dos hechos. Pero eso no hacía que fuera tonto, y comenzó a preocuparse por el futuro de nuestra relación.
               -Estamos bien-aseguré-. Es sólo que necesito acostumbrarme a saber que… tú y yo… tenemos una nueva intimidad.
               -Pero esto no cambia nada, ¿verdad?
               -Lo ha cambiado todo, amor-contesté.
               -Me refiero a… entre nosotros. Quiero decir… no me ves diferente, ¿verdad? Te sigo gustando.
               -Pues claro, ¿por qué dices eso?
               -Puedo aprender a hacerlo mejor-me prometió-. Te prometo que disfrutarás más la próxima vez. No te hará daño.
               -Tú estuviste genial-contesté, acariciándole las manos-. No te preocupes. Es que… estaba nerviosa. Aún lo estoy, de hecho. Quiero saber que estaré lo bastante tranquila como para que disfrutemos los dos. No quiero hacértelo pasar mal.
               -Tú lo pasas peor, Saab.
               -Ya, pero tú también sufres cuando yo lo paso mal, así que… quiero estar segura de que no te hago pasar por ese mal trago otra vez.
               Hugo sonrió con timidez.
               -Eres una santa.
               -Te quiero un montón-le había asegurado, colgándome de su cuello y pasándole la mano por el pelo mientras le comía la boca de un modo obsceno que nos granjeó gritos de los demás.
               Me sentí horrible con la conclusión de ese beso, pues estaba segura de que era una promesa que no me creía dispuesta a cumplir.
               Y empecé a sentirme una mierda de persona por darle esperanzas a Hugo de algo que a mí cada vez me apetecía menos.
               El detonante fue un día de fin de semana. Papá se había ido a grabar su disco y mis hermanas, mi madre y yo estábamos sentados en el salón, comiendo comida china que habíamos pedido a domicilio y viendo las noticias. Scott había ido a pasar el día en casa de Tommy, así que se trataba de la típica tarde de chicas en la que nos cepillábamos el pelo y nos pintábamos las uñas mutuamente (claro que nunca terminábamos haciendo eso, pero bueno).
               Hundí mis palillos en los fideos y enrollé un par en ellos mientras pasaban por las noticias la quiebra de una empresa multimillonaria debido a una multa de casi dos veces su capital por infringir no sé qué ley de medio ambiente de la Unión Europea. Llevaba más de 5 décadas de funcionamiento y ahora cerraba sus puertas por culpa de que alguien había tenido la osadía de llevarla a juicio y hacerle perder todo lo que tenía por unos vertidos cerca del mar de la Antártida.
               -Joder-comentó Shasha, y mamá le dio una patada en el pie.
               -Esa boca.
               -Quien haya hecho eso es un dios.
               Mamá esbozó una sonrisa traviesa.
               -Pues sí, la verdad es que así tengo pensado follarme a vuestro padre cuando llegue a casa: como una diosa.
               -¡Mamá!-protestamos Shasha y yo, mientras Duna comenzaba un eco de “follar, follar, follar” que se detuvo en seco cuando mamá amenazó con castigarla en su habitación.
               -No es té, sólo son hechos-contestó mamá, divertida, robándole un rollito a Shasha. Eso me hizo pensar: yo nunca diría nada así, tal y como estaban las cosas.
               Cuando llegó papá, y después de que mamá lo reclamara, me acerqué a él después de una tarde en la que no fui capaz de dibujar nada a derechas, tal era mi cacao mental. Decidí preguntar a bocajarro, sin rodeos, porque si lo hacía de otra forma, terminaría acobardándome.
               -Papá-pregunté, entrando en la cocina y pillándolo con la boca llena de sobras de la comida-, ¿el sexo es importante en una relación?
               Parpadeó un segundo, sorprendido de estar teniendo esa conversación.
               -Hombre…-tragó con muchísima cautela-. Pues… yo creo que sí.
               -¿Cómo de importante?-insistí-. En una escala de 0 a 10.
               Papá se pasó una mano por el pelo, miró al techo y gritó sin previo aviso:
               -¡Sherezade!
               -¡No querrás más!-protestó ella-. ¡Estoy agotada!
               -No. O sea, bueno, yo, por mí-sonrió con malicia-. Pero no. ¿Qué nota le pondrías a tu marido en la cama?
               Mamá se lo pensó un momento.
               -Un seis-zanjó.
               Y papá se puso pálido.
               -¿CÓMO QUE UN SEIS?-bramó, acercándose a la puerta de la cocina para poder gritarle con más intensidad.
               -Necesitas aplicarte más-contestó ella desde la habitación.
               -¡A ti sí que te voy a aplicar yo más! Un puto seis-gruñó por lo bajo-. Es jodidamente increíble. Pues para ser un seis, bien que he conseguido preñarla varias veces. Pobrecita tu madre-se giró para mirarme-, la mártir del embarazo.
               -Hay que ver lo mal tomado que eres, Zayn-protestó ella desde arriba.
               -¡Yo a ti te pondría un nueve y medio!
               -¡DISCULPA!-rugió mamá, saliendo de la habitación-. ¡YO SOY, CLARAMENTE, UN ONCE SOBRE DIEZ!
               -Eras un once cuando tenías 20 años, Sher. Ahora tienes 40-espetó papá, y mamá lo fulminó con la mirada.
               -Estoy estupenda-replicó ella-. A ver quién dice lo mismo de ti.
               -¿Hago una encuesta en Twitter?
               Mamá se rió.
               -No sé por qué me casé contigo.
               -Tuvo que ser por el dinero.
               -O por el sexo.
               -Te conformas con bien poco.
               -Quién lo diría, viendo a quién tengo por marido-contestó ella, agitando el pelo y desapareciendo por el pasillo.
               -Con qué maestría lo acabas de arreglar, amor mío-puntualizó papá, y me imaginé a mamá riéndose y negando con la cabeza-. Pues… parece que un 6-me contestó papá-. ¿Por qué?
               -Mera curiosidad-contesté, encogiéndome de hombros y sentándome en el sofá. Ni diez minutos aguanté antes de subir a la habitación de mamá y hacerle la misma pregunta.
               -Pues no sé, tesoro. Depende de la persona con la que estés. No te sé decir un número exacto, ¿por qué?
               -Es que a mí el sexo tampoco me parece la gran cosa-confesé. Y mamá sonrió, pasándose una mano por la nuca y mordiéndose los labios, seguramente recordando cómo sí que era la gran cosa cuando papá estaba encima de ella.
               -Supongo que depende de la persona. ¿Por qué lo dices?
               Sentía un nudo en la garganta que no me dejaba respirar.
               -Tesoro, ¿qué ocurre?
               -Tu primera vez, ¿fue especial?-quise saber, y mamá me miró un momento.
               -Pues… sí, la verdad. Me gustó mi primera vez. Fue en un momento especial para los dos, no lo planeamos, simplemente surgió, y… fue bonito. ¿Por qué?
               Noté cómo se me llenaban los ojos de lágrimas.
               -Cariño, ¿qué te pasa?
               -Es que… la mía no lo ha sido, mamá-suspiré y me refugié en sus brazos, que me aceptaron y me mecieron con el cariño que sólo tu madre puede proporcionarte. No deberíamos haberlo planeado con tanta antelación, no deberíamos haber pensado en cada detalle.
               La magia estaba en los detalles, pero sólo cuando estos eran naturales.
               -Mi amor-contestó mamá, acariciándome el pelo-, no tiene por qué serlo. Ya lo harás más vece, y te gustarán muchísimo más. Me gustó mi primera vez porque era joven y fue un descubrimiento importante, pero las veces que he hecho el amor que más me han gustado han sido mucho después-me la quedé mirando-. No llores, cariño.
               -Es que… no me gustó nada. Me hizo daño. No sé si yo estoy hecha para eso.
               -Pues si no estás hecha para eso, ¿qué importa? Hugo lo respetará. Es un buen niño.
               -Hugo sí, pero, cuando él se canse de mí, ¿quién lo va a respetar? Todo el mundo quiere follar.
               -Deja de llorar, mi niña-me pidió, besándome la frente-. Tienes que darle otra oportunidad, no juzgar un libro por sus tapas. Ya te empezará a gustar, te lo prometo. Esto es como andar en bici: requiere práctica. ¿Te acuerdas de la primera vez que anduviste en bici? Te diste un tortazo impresionante.
               Asentí.
               -Y ahora te encanta andar en bici. Y patinar. ¿Verdad?
               Volví a asentir.
               -¿Te imaginas que papá y yo no hubiéramos insistido? A ver ahora cómo te pasarías los veranos-bromeó ella, y yo sonreí-. Eso está mejor, mi pequeña reina-me abrazó con más fuerza-. A ver esa sonrisa que tanto me gusta a mí… eso está mejor. ¿Quieres contármelo?-ofreció-. Para ver qué no ha funcionado del todo bien y cómo podemos solucionarlo.
               Se lo conté. Puede parecer raro, pero con mamá tenía esa intimidad especial que hacía que no me diera vergüenza contarle algo como eso. Tenía mucha más experiencia, confiaba en que no me juzgaría, en que sería buena conmigo y sólo me daría buenos consejos.
               -Es que… encima, lo peor de todo, es que Hugo fue un cielo. Siempre me ponía a mí por delante, y fue súper respetuoso con mi cuerpo, apenas me tocó… no entiendo qué he hecho yo mal.
               -No has hecho nada mal, Sabrae-contestó ella-, pero en el sexo el hombre no tiene que ser respetuoso. Cuando estoy en la cama con tu padre, lo que quiero es que me explore. Que me toque hasta que se harte. Que use cada rincón de mi piel-me dio un pellizquito en la cintura-. Debe respetarme a mí, y poseer mi cuerpo. ¿Entiendes?
               -Pero, ¿respetarme a mí no es respetar mi cuerpo?
               -Tú no eres un cuerpo. Eres un alma. Eres un alma, que tiene un cuerpo-zanjó, tajante-. Dices que te gustó que te tocara, ¿verdad?-asentí-. Pues es normal. Cariño, las caricias son esenciales-como queriendo reforzar esa tesis, me pasó los dedos por la cara-. ¿Sabes cuál es el órgano más grade que tienes en tu cuerpo que puede experimentar placer?
               -¿Los pechos?-probé, y ella sonrió.
               -Bueno, los pechos no están mal, la verdad. Pero no. Es la piel, mi amor. A mí me encanta que tu padre me acaricie, y a él que le acaricie yo. Una caricia puede resultarte más placentera incluso que la penetración. Incluso te puede dar más amor.
               Me la quedé mirando. La verdad es que tenía sentido, las piezas encajaban. Cuando más había disfrutado había sido cuando él me había acariciado: mis pechos, mi sexo, daba igual. Lo que más me había gustado fue la adoración que sus dedos me transmitían.
               -Pídeselo-. Acarícialo a él la próxima vez, ¿vale? Que te dé muchísimos mimos y no intente nada hasta que tú prácticamente le supliques que lo haga. Y que no pare cuando estéis juntos.
               -Pero mamá… es que no estoy segura de que yo lo vaya a poder disfrutar, ¿me entiendes? Es decir… ¿a ti te dolió tu primera vez?
               -Apenas-contestó-, pero me lo pasé bien porque aprendí pronto que tenía que pensar en mí antes que en los demás. Y los chicos sólo piensan en ellos. Créeme. Es así.
               -Hugo fue bueno conmigo.
               -Sólo faltaría, tesoro.
               -Entonces, ¿y si la culpa es mía? ¿Y si yo no estoy hecha para eso, y no me gusta, y sólo voy a poder tener sexo yo sola?
               -Amor, sé que ahora puede parecerte que nadie querría hacer eso, pero créeme que cuando encuentras a alguien con quien disfrutas, te encantará. Mírame a mí, cuando tenía tu edad, lo hacía un par de veces al año y ya estaba-se encogió de hombros-, pero luego fue darme cuenta de lo que quería y…-chasqueó los dedos-, todo fue sobre ruedas.
               -¿Lo dices de verdad o es para consolarme?
               -Sabrae, a ver, ¿a ti qué te parece?-arqueó una ceja-. Me encanta el sexo, creo que se nota por lo mucho que me acuesto con tu padre. El sexo con él es muy placentero. Porque me quiere, y me respeta, y sabe lo que me gusta y se preocupa de dármelo.
               -Y aun así, tú le pones un 6-bromeé.
               -Porque de alguna forma tendré que evitar que me tome la delantera-se echó a reír-, pero ahora en serio, ¿qué nota crees que le pondría yo?
               -¿Muy alta?
               -Le daría el 10. Porque estoy compartiendo mi vida con él, y yo no la compartiría con alguien que no crea que es perfecto para mí. Y en esa perfección entra precisamente la complicidad que tengamos en la cama. Pero, para encontrarte alguien con quien encajes y poder ponerle un 10, primero tienes que probar a muchísimos aprobados raspados. Hay que ir besando ranas hasta que te encuentras con tu príncipe, ¿me entiendes?-me acarició la mejilla y yo asentí, más animada-. Algunos chicos son egoístas y no les importas, pero no son la mayoría. Los hay pacientes, y atentos, y dispuestos a ayudarte-noté cómo se me deslizaba una lágrima por la cara, pensando que Hugo era así y yo no sabía cómo compensarle todo lo que hacía por mí-. No llores, mi reina-me acarició la mejilla, capturando la lágrima con la yema de los dedos-. Ya verás cómo encontrarás al que te ponga por delante de él y te haga descubrir la magia que ha hecho la naturaleza con nuestros cuerpos.
               -Creo que Hugo es ese uno, mamá-contesté, y ella me besó en la nariz.
               -Mira qué suerte tienes: ahora sólo tienes que explicarle qué es lo que te gusta. Pedirle que te lo dé. Y él parece un buen chico, seguro que te lo da.
               Asentí con la cabeza.
               -Lo único que no necesitas ahora es vergüenza. Dile lo que te gusta. Lo que hemos hablado. ¿Mm?-preguntó, y yo asentí, un poco más animada. Mamá me dio un beso en la frente-. Venga. Tengo ganas de cocinar, y tú necesitas muchos mimos, por lo que veo-bromeó, y yo asentí-. Te prepararé unos bollitos de crema, tus favoritos, ¿qué te parece?
               -¿Con mermelada de frutos rojos por dentro?-pregunté, y mamá se rió.
               -Pues claro que sí, cariño.
               Me besó la cabeza y me dio la mano para acompañarme escaleras abajo. Le dio un beso en los labios a papá y anunció que iba a dedicarse toda la tarde a la repostería. La ayudé como buena pinche y cené mucho más animada los bollitos recién horneados, esponjosos y con la crema de frutos rojos deshaciéndoseme en la boca.
               Al día siguiente, le envié un mensaje a Hugo y le dije de quedar en su casa. Consiguió escaquearse de otro plan con sus padres y tener la casa para él solo. Cuando me abrió la puerta, jadeó una sonrisa.
               -Hola. Estoy haciendo palomitas-anunció-, con extra de mantequilla.
               -Es una lástima.
               -¿Por qué?
               -No me apetecen palomitas.
               Chasqueó la lengua.
               -Bueno, más para mí.
               -Me apeteces tú-solté, y él se me quedó mirando. Entré en su casa y cerré la puerta con el talón. Me abalancé sobre su boca y comencé a besarlo con tanto ímpetu que tardó un momento en recuperar el aliento-. Vamos a tu habitación, por favor.
               Él asintió con la cabeza, ignoró los pitidos del microondas y me llevó escaleras arriba. Entramos en su habitación y nos tumbamos en la cama, que todavía tenía sin hacer. Nos quitamos la ropa con urgencia y nos miramos desnudos un momento. Él volvió a mirar mis pechos absolutamente hipnotizado.
               Le puse el condón antes de que fuéramos a más. Me acerqué a él, me quedé sentada frente a él. Arqueé la espalda ligeramente, ofreciéndole mis senos. Cogí sus manos y las posé en su curvatura, cerré los ojos al notar el cálido placer de su contacto en aquella zona tan sensible de mi cuerpo.
               -Sabrae…
               -Poséeme-le pedí-. Como si llevaras toda la vida deseando que llegara este momento.
               Empezó a masajearme los pechos de una forma que me enloqueció y disparó descargas por entre mis vértebras. Se me aceleró la respiración.
               -Es que llevo toda la vida esperando este momento-contestó. Separé las piernas y me tumbé sobre mi espalda. Entró en mí con una lentitud deliciosa, mientras sus manos seguían ocupadas en mi busto.
               -No dejes de tocarme-pedí.
               -Jamás.
               Empezó a moverse en mi interior, y entonces, lo entendí todo. Absolutamente todo. Me retorcí debajo de él mientras sus manos seguían recorriéndome y su boca me besaba, su miembro me reclamaba como suya con una descarada altivez que adoraría el resto de mi vida. Me masajeó, me acarició, me manoseó, me besó e incluso me mordió.
               Puso las estrellas entre mis piernas, y lentamente, sentí que se formaba una supernova entre jadeos y susurros.
               Estábamos creando un sistema solar, nosotros dos. Sonreí al notar la sensación familiar del tsunami originándose en mi cuero cabelludo y deslizándose con extraordinaria lentitud y por mi espalda, en dirección al centro de mi ser, un lugar que ya no me pertenecía exclusivamente a mí.
               Una galaxia explotó entre nosotros cuando el tsunami alcanzó aquella tierra por colonizar. Arqueé la espalda y jadeé su nombre mientras él continuaba besándome los pechos. Sonreí en medio de mi exquisito clímax.
               Soy mujer, pensé.
               Por fin.



Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

2 comentarios:

  1. ESTOY CHILLANDO!! ES QUE ME MATO EE VERDAD ESTO NO ES POSIBLE
    Me parece tan tierna Sabrae concomo expreaa todo y dios santo...solo queria abrazarla con fuerza cuando se ha sentido mal...SI SUPIERA QUE VA A SER UNA JODIDA DIOSA Y TENER BABEANDO A ALEC POR UNA CARICIA

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  2. Sher y Saab ❤

    "Puso las estrellas entre mis piernas, y lentamente, sentí que se formaba una supernova entre jadeos y susurros." ❤

    - Ana

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