Cuando las cosas empezaron a ir bien para Scott, también
se encauzaron un poco para mí. El primer fin de semana en el que Scott no
durmió en casa, pero tampoco se acostó en casa de Tommy, fue la señal que yo
necesitaba para relajarme.
El
lunes siguiente pregunté con entusiasmo a las chicas a qué fiesta íbamos a ir
el sábado, a lo que contestaron con chillidos de emoción, contentas de que por
fin me decidiera a salir a casa. Celebramos esa misma tarde que mi hermano
parecía haber atravesado el punto de no retorno en su proceso de curación
tomándonos unos gofres y planeando lo de la fiesta a la que íbamos a ir. La
organizaba una chica que Taïssa y yo conocíamos del gimnasio, de coincidir con
ella en los vestuarios después de nuestra sesión de ejercicio y su hora de
piscina.
Creo
que nunca me preparé con tanta ilusión para una fiesta como para esa. Me duché
pronto para que el pelo me secara con el calor del ambiente, me eché las cremas
hidratantes de mamá sólo por el placer de sentir la piel jugosa, luminosa y con
un aroma delicioso que me daban ganas de intentar lamerme a mí misma la cara, y
me maquillé con mucho cuidado, repasando los tutoriales de belleza que Amoke y
yo habíamos guardado en una lista de reproducción a la que visitábamos más que
a nuestras abuelas.
Aunque
lo de visitar a mis abuelas tampoco era muy difícil.
El
caso es que Scott me acompañó hasta la esquina en la que había quedado con mis
amigas, esperó conmigo hasta que aparecieron haciendo una piña, y cuando nos
íbamos a despedir, me dio un beso en la frente y me dijo que me lo pasara muy
bien, pero que ni se me ocurriera llegar muy tarde a casa.
-¿Es
que vas a estar tú esperándome sentado en el sofá?-pregunté, burlona, con ganas
de dar brincos por la euforia pre-fiesta.
Scott
sólo se echó a reír en silencio y me dio un toquecito en la mano.
-Tú
sólo mira a ver lo que haces.
Me
guiñó un ojo y se marchó en dirección a casa de Tommy, a quien tenía que ir a
buscar para dirigirse a su propio local. Kendra me toqueteó las trenzas y me
dijo que estaba preciosa; debía ser la primera vez que respetaba mi decisión de
recogerme la melena en ese peinado muchísimo más cómodo, manejable y fresco.
Nos
encaminamos a la fiesta y llamamos a la puerta de la chica subidas a unas botas
de tacón que nos arrepentiríamos de llevar en menos de media hora, pero por
aquel entonces nos daba igual. Éramos invencibles. Nada podría interponerse
entre nuestra diversión y nosotras.
La
chica abrió la puerta embutida en un vestido corto de color azul con brillantes
y sonrió al reconocernos.
-¡Sabrae!
¡Taïssa! Pasad, pasad, chicas-se hizo a un lado y nos dirigió por la estancia,
presentándonos a toda la gente que no conocíamos (mucha más de la que me
esperaba, a pesar de que ya sabía que pocos de nuestro instituto irían)-. Ahí
tenéis las bebidas, la comida está en la cocina-señaló una puerta que más bien
parecía una abertura en la pared-, y doblando esa esquina llegáis a las
escaleras. El baño está al fondo, a la izquierda. Espero que no me lo ensucien
mucho-comentó, mordiéndose el labio-, mis padres me matarán si se va el olor a
jazmín del ambientador. ¡Ah, y tenemos karaoke!-sonrió, señalando el salón,
donde dos chicos muy borrachos destrozaban una canción que yo no conseguí
reconocer, a pesar de que me sonaba muchísimo la melodía-. Pedid que os pasen
la lista con las canciones que tenemos. ¡Disfrutad!-sonrió con unos dientes
blanquísimos antes de girarse sobre su calzado y darse la vuelta para atender a
un chico que le rodeó la cintura y con el que coqueteó descaradamente durante
el resto de la noche.
Me
pregunté si era su novio.
Nos
lo pasamos genial la primera hora, moviéndonos en manada como cuatro lobas que
huelen la sangre de una presa, hablando con todo el mundo y con nadie
realmente, dando brincos al ritmo de la música y gritando la letra de las
canciones que más nos gustaban.
Me
sentía libre, por fin yo misma después de unos meses tremendamente tensos.
Quién me iba a decir a mí que echaría tanto de menos la rutina del curso, el
morirme del asco haciendo deberes, para estar entretenida entre semana sin
pensar en mis problemas, y eufórica los fines de semana, donde estos no podían
alcanzarme.
O eso
creía yo.
Amoke
y yo nos habíamos sentado en uno de los sofás que brillaban con un fulgor casi
espectral gracias a las luces azules instaladas en el techo. Compartíamos un
vaso que alguien nos había rellenado de una bebida cuyo nombre desconocíamos.
Sólo sabíamos que nos gustaba ese
regustillo ardiente a granadina cuando terminabas de tragártelo, y que no nos
importaba que hiciera que la cabeza nos daba vueltas.
Estábamos
riéndonos de un chiste sin gracia que me había contado Amoke cuando llegaron
más personas a la fiesta. Miré en dirección a los recién llegados en un acto
reflejo que me costaría caro.
Se me
bajó la borrachera en cuanto reconocí a Hugo entre la multitud. Apreté con
tanta fuerza el vaso de plástico que incluso lo rompí, y vertí el contenido de
éste sobre la falda de tubo de Amoke, quien se puso en pie de un brinco.
-¡Sabrae,
tía!-protestó, mirándose la falda y dándole manotazos para limpiarla. Salí de
mi ensoñación, de aquella película desenfocada que consistía en un plano
secuencia del rostro de Hugo saludando con timidez a la gente que conocía y agachando
la cabeza para seguir a sus amigos cuando no sabía quiénes eran sus obstáculos.
-Lo
siento-susurré, levantándome yo también y haciendo que peligrara el contenido
restante del vaso-. Lo siento, de verdad, mañana te la lavaré…
-Tranqui,
tía-contestó Amoke, observándose los glúteos-. Creo que se quitará bien con
agua. Voy al baño, ¿me acompañas?
-¿Te
importa si me quedo aquí? No quiero que nos quiten el sofá; los pies me están
matando.
-Buena
idea-contestó Amoke, y fue esquivando cuerpos borrachos y temblorosos al ritmo
de la música en dirección a las escaleras. Me mordisqueé el labio y estudié lo
poco que quedaba ya del vaso. Me lo bebí de un trago y seguí mirando el
interior, deseando que me tragara la tierra, preguntándome por qué no había ido
con Amoke cuando se me presentó la ocasión de huir.
Me
deslicé por el borde del sofá hasta alcanzar otro vaso que alguien se había
olvidado. Lo intercambié con el mío y me lo acerqué a la boca.
-Yo
de ti no haría eso-dijo una voz familiar a mi espalda, y me giré como un
resorte para ponerle cara a esa voz sin rostro.
Resoplé.
Claro, cómo no iba a encontrarme a Alec en una fiesta así, llena de chicas en
plena forma y con ríos de alcohol del que aprovecharse.
-¿Por
qué?-inquirí, acercándome todavía más el vaso de plástico a los labios y
dejando que me los mojara, retadora. Buscaba fastidiarle, como si a él le
importara algo lo que a mí me pudiera
pasar.
El
verano había quedado atrás, y con él, las ensoñaciones de un mínimo cariño que
pudiera tenerle.
-¿Sabes
de quién es?
-No-contesté,
y bajé el vaso. Me crucé de piernas y me molestó la forma en que Alec me las
miró, como si fueran una puerta que atravesar, una cerradura que manipular para
acceder al tesoro de su interior. Ni lo
sueñes-. ¿Y tú?
-No
tengo el gusto-respondió, burlón, pasándose una mano por el pelo y oteando la
habitación, buscando alguna cara conocida. Si pretendía que yo apartara la
vista de él, lo llevaba claro. Iba a fulminarle con la mirada hasta conseguir
que se fuera, incómodo-. Lo cual me hace sospechar de ella.
-¿A
qué te refieres?
-¿Cómo
sabes que no tiene polvo de hadas dentro?-contestó con una pregunta, algo que
yo detestaba.
-No
hablo tu idioma, Alec-espeté.
-Pues
lo dominas bastante bien-se encogió de hombros y yo me di la vuelta, puse los
ojos en blanco y me acerqué de nuevo el vaso a la boca-. Drogas-dijo él en mi
oído, con la boca tan pegada a mi oreja que la piel de sus labios rozó la mía.
Me estremecí y cerré los ojos, muy a mi pesar. Su susurro me había bajado por
el cuello y se había deslizado por mi escote, entre mis pechos, lamiendo mi
piel más abajo del ombligo. Contuve un jadeo para no darle la satisfacción de
otorgarle precisamente lo que quería: confusión.
Después
de ese instante de debilidad debido a su embrujo, miré la copa un segundo con
renovada desconfianza, y decidí dejarla sobre la mesa.
-Chica
lista-alabó Alec, y rodeó el sofá para señalar el vaso vacío-. ¿Te la relleno?
-¿Qué
más te da? Puedo ir yo-gruñí, molesta, y él soltó una risa socarrona.
-Me
estoy tirando a la anfitriona-espetó, y yo me lo quedé mirando-, esta fiesta
también es un poco mía.
-Mi
más sincera enhorabuena-escupí, preguntándome qué coño estaba haciendo Amoke en
el baño: ¿limpiarse la falda o confeccionar un vestido de novia?
-Pero
no te pongas celosa, mujer-Alec me pellizcó la mejilla y yo me aparté como si
sus dedos quemaran. Recogió mi vaso, cogió la otra copa que yo había estado a
punto de beber, y se la bebió de un trago. Abrí la boca, estupefacta.
-Pero,
¿qué haces?
-Mm,
resulta que sí que conozco al dueño
de esta copa-sonrió, girándola y mostrándome su apodo escrito a rotulador
permanente en un lado del vaso azul: Al. Me picaron las manos y consideré
seriamente la posibilidad de levantarme y cruzarle la cara.
-¿Te
daba miedo que se te terminaran las reservas para convencer a una chica de que
se acueste contigo?
-Cariño,
las chicas no necesitan beber para querer acostarse conmigo. De hecho, ya verás
que, cuando me vaya con alguna a la cama, todas empezarán a tomar alcohol como
si no hubiera un mañana.
-Yo
también celebraría que te has ido de la habitación-contesté, y él se echó a
reír.
-Yo
creo que lo hacen más bien por terapia, pero tienes derecho a tener una opinión
equivocada, Sabrae.
Solté
una risa condescendiente.
-¿Qué
haces aquí?-preguntó.
-Estoy
con mis amigas.
-¿No
eres un poco mayorcita para tener amigas invisibles?
-Gilipollas-escupí-.
Las estoy esperando-Alec esbozó una sonrisa traviesa-. ¿Qué?
-¿Te
han dejado solita? Pobre.
-A
veces es estar mejor sola que mal acompañada-espeté, fulminándole con la
mirada. Alec se encogió de hombros.
-Supongo
que tienes razón-meditó, se giró para cogerle un vaso a unas chicas que
bailaban detrás de él-. ¿Me permites, muñeca? Gracias-le dedicó esa media
sonrisa suya, que en mi hermano incluso tenía nombre, y dio otro sorbo sin
apartar los ojos de los de la chica, que levantó una ceja perfectamente
delineada-. La cosa es, bombón-comentó, volviendo su atención a mí-, que yo no
veo a nadie que pueda ser una mala compañía en esta casa.
-A mí
se me ocurre alguien.
-¿Me
confías el secreto?
-Alec-suspiré,
cansada-. Qué quieres-lo dije sin ningún tipo de entonación de pregunta, para
que no se pensara que aquello era una oferta que no estaba dispuesta a mantener
más de una milésima de segundo.
Alec
sonrió.
-No
lo sé-contestó, sincero-. Pasármelo bien.
-Pues
no va a ser conmigo-respondí, cruzándome de brazos.
-Es
una verdadera pena-él sacudió la cabeza, dando otro sorbo de su vaso-. Podría
hacer que la noche se te hiciera muy corta.
-Me
gustan las noches largas-contesté-. Soy un animal nocturno.
Él
sonrió y soltó la gilipollez del siglo.
-Qué
casualidad, yo también. Quizá podríamos ser animales nocturnos juntos.
-Pesado-ladré,
incorporándome, molesta porque no me iba a dejar tranquila. Me parecía
increíble que, con lo que le gustaba follar y la cantidad de chicas que se lo
comían con la mirada, prefiriera estar allí, tomándome el pelo a mí.
Pues
no le iba a dar el gusto.
Me
escurrí en el sitio que había entre él y el sofá y abrí la puerta corredera de
cristal para salir al jardín. Descubrí que la noche había refrescado un poco, y
agradecí el frío que me cubrió como el capullo de una flor a una abeja cuando
va a buscar miel. Me abracé a mí misma y me alejé un poco de la fiesta, en dirección
a una esquina del jardín poco iluminada en la que no vendría nadie a
molestarme.
Estaba
hecha un lío y no sabía cuánto tiempo llevaba dentro de la casa, bebiendo como
si no hubiera mañana, bailando y gritando canciones que me costaba recordar. Me
senté en el césped húmedo, sin importarme que eso pudiera hacerme coger un
constipado, y me lo pensé un momento antes de tumbarme finalmente a intentar
ver unas estrellas que se ocultaban, tímidas, tras unas gruesas y oscuras
nubes.
Estiré
los dedos, creyéndome una diosa que puede apartar las nubes con las manos con
su voluntad. Me apetecía ver las constelaciones. Unir los puntos para que la
cabeza dejara de darme vueltas. Alec y el alcohol no eran buena combinación.
Si ya
de por sí él me sentaba mal… imagínate estando algo borracha.
Estaba
allí, luchando con las nubes, tratando de imponer mi voluntad sobre ellas,
cuando él me encontró.
-¿Sabrae?-preguntó,
como si hubiera alguien tan loco como yo en aquella fiesta al que le pareciera
buena idea tirarse en el jardín a contemplar el cielo nocturno y arriesgarse a
un catarro-. ¿Te encuentras bien?
-Quería
ver las estrellas-expliqué, incorporándome y girándome para mirar a Hugo a los
ojos. Juraría que estaba más alto. O quizá fuera sólo por el ángulo.
Él
caminó hacia mí, se puso a mi lado para compartir mi perspectiva, y en tono de
sorpresa dijo:
-Pero,
¡si está cubierto!
-Estaba
intentando apartar las nubes-comenté. Hugo se echó a reír y yo me deleité en el
sonido de su risa.
-Ya.
Bueno, ¿quieres entrar?
-Quiero
ver las estrellas-repetí, tozuda, y él suspiró.
-No
creo que puedas verlas hoy, ¿no sirve otro día?
-No-respondí-,
tiene que ser ahora.
Hugo
miró un momento en dirección a la casa, de la que se despedían luces y ruidos
propios más de un concierto de música electrónica que de una fiesta en las
afueras de Londres. Hizo un gesto con la mano a Amoke, a la que yo no vi, que
había llegado del baño apenas había salido yo al jardín y se había quedado
vigilándome, dándome el espacio que yo necesitaba.
-De
acuerdo-susurró, sentándose a mi lado y pasándome una mano por la cintura. Me
lo quedé mirando. ¿Cuándo habíamos cambiado tanto? Todavía me acordaba de la
timidez con la que me tocaba algunas veces, el miedo que había en sus ojos a
que yo le rechazara incluso después de besarnos tanto que nuestras bocas sabían
igual, nuestras lenguas eran incapaces de echarse de menos por haberse mezclado
tanto, y nuestros dedos estaban tan impregnados de la esencia del otro que no
llegábamos a separarnos, no realmente.
Hugo
se sacó su móvil del bolsillo, ajeno a mi absoluta fascinación por nuestro
contacto. Me sorprendí echándole de menos terriblemente, tanto que me dolía
incluso cada latido de mi corazón por no estar bombeando su sangre. Le echaba
de menos y le tenía al lado, quería poseerle y no me pertenecía.
Quería
besarme a pesar de estar totalmente saciada y mareada por una bebida que se me
subía al a cabeza con la potencia del despegue de un dragón.
-¿Qué
haces?-pregunté mientras él tecleaba en su teléfono. Me dolía que no me mirara.
Me molestaba que no me prestara atención.
Hugo
levantó la cabeza; su piel pálida brillaba como un diamante por culpa de la luz
del móvil. Sus ojos verdes despedían un ligero fulgor esmeralda que hizo que se
me secara la boca. Estaba en la Cueva de las Maravillas cuando él me miraba
así. Flotaba en el aire a kilómetros de distancia del suelo. Era un pájaro. Era
aquel dragón tan poderoso y fiero en las batallas, pero tan dócil y cariñoso
una vez salvado su castillo.
-Hacer
que veas las estrellas-contestó él con suavidad, quitando un poco de hierba que
se me había quedado enganchada en el pelo de mi trenza. Me entregó el móvil y
su brazo subió de mi cintura a mis hombros.
Ahora,
la pantalla del teléfono estaba totalmente negra, salvo por unas motitas que
parecían píxeles muertos, pedacitos de pantalla que se negaban a funcionar.
Los
miré con más atención, luchando por enfocarlos. Me concentré en ellos tanto
que, por un momento, se me olvidó que él estaba allí.
Hugo
deslizó el dedo por la pantalla, cambiando de fotografía. Una explosión de
colores y brillo inundó mi retina. La Vía Láctea. Me lo quedé mirando, confusa.
Noté que una sonrisa se expandía por mi boca, ahora que era consciente de lo
que sucedía. Había salido a ayudarme. Me había concedido un capricho.
Él
sonrió, mirando mis labios. Se mordisqueó un poco la boca, tratando de ocultar
su sonrisa de satisfacción. Me giré un poco para tener todo mi cuerpo orientado
hacia él.
Igual
que mi mente.
Igual
que mi corazón.
-Nunca
he podido dejar de pensar en lo preciosa que es tu mirada cuando algo te hace
ilusión-susurró, acariciándome la mejilla. Busqué sus manos con la que yo tenía
libre. Subí por su brazo y le acaricié la cara, la mejilla, la boca. Él se giró
para darme un beso en la palma de la mano-. Cómo he echado de menos tenerla tan
cerca.
-No
me dejes ir-susurré.
-Nunca-contestó
él, besándome los nudillos.
-Hugo-jadeé
su nombre como si fuera la palabra más preciosa del mundo. Él me pasó el pulgar
por los labios, se detuvo en el centro de mi labio inferior, tiró un poco de él
para liberar una visión de mis dientes.
-Bésame-me
pidió en voz baja, cohibido ante mi presencia. No me lo pensé dos veces. Me
incliné y posé mis labios en los suyos, y me deleité en el suave calorcito que
me recorrió cuando nuestras bocas volvieron a encontrarse. Estaba en casa
después de muchísimo tiempo fuera; había salido de viaje, pero por fin había
regresado y me encontraba con un hogar cálido, con la chimenea encendida, la
cama lista para recibirme y una cena recién horneada, a punto para ser
disfrutada. Recibí su lengua en mi boca y me sorprendí con ganas de llorar de
felicidad. Sus manos tocaron mi cintura y las mías se perdieron en sus hombros.
No eran los más fuertes del mundo, pero yo no necesitaba al más fuerte del
mundo: le necesitaba a él.
Lenta,
muy lentamente, nuestras esencias se equilibraron de nuevo y pudimos
separarnos. Nos miramos a los ojos con esa vergüenza tan típica del primer
beso, en que no sabes si lo has hecho bien o si al otro le ha terminado de
gustar.
-¿Qué
hay de la chica de tus fotos?-pregunté, dejando que mis dedos bajaran por su
pecho. Yo no podía hacerle a nadie lo que le habían hecho a mi hermano.
Demasiada destrucción. Demasiado dolo y sufrimiento.
-Ahora
sólo es una amiga.
Le
miré a los ojos, había cierto dolor en su voz.
-No
me dejes atrás otra vez, Sabrae-me pidió, y yo negué con la cabeza.
-No
podré nunca.
Acababa
de decidirlo, o, más bien, lo acababa de descubrir. Miré un segundo el móvil
con la pantalla bloqueada, en mis ojos todavía fija la visión de las estrellas
en una miríada de colores, y luego, le miré a él. Me acerqué y pegué mi cuerpo
al suyo, nos fundimos en un cálido beso unido a un apasionado abrazo que no era
más que una prueba de lo que yo sabía que iba a suceder tarde o temprano.
Sería
mi primera vez.
Le
entregaría mi virginidad. Porque se lo merecía…
… y
porque era el único con el que me apetecía compartir ese tipo de placer.
Me moría de miedo, y a la vez de anticipación. Después de
varios intentos infructuosos de hacerlo, por fin Hugo y yo habíamos acordado un
momento en el que podríamos hacernos ese regalo tan importante el uno al otro.
Tenía
que controlarme para no echar a correr escaleras abajo. Habíamos quedado en que
vendría a recogerme a casa, les diríamos a mis padres que íbamos al cine y
daríamos una vuelta por el parque antes de irnos a su casa, que estaba libre.
Llamó
al timbre cuando mis pies tocaron el suelo del piso inferior, y salí disparada
en dirección a la puerta antes incluso de que papá pudiera levantarse del sofá,
en el que se había apoltronado nada más terminar de comer. Parecía no querer
perderse bajo ningún concepto la ocasión de ir a fastidiar un poco a Hugo,
meterle el miedo en el cuerpo.
Como
si él lo necesitara.
-¿A
qué hora vuelves?-preguntó mamá desde el comedor, donde estaba repasando unos
papeles aprovechando el perezoso sol que se filtraba desde el jardín.
-No
sé-contesté, afianzando mi bolso en mi hombro-. Ya os avisaré.
-¿Quieres
que vayamos a buscarte?-sugirió papá en un tono un tanto protector. Una parte
de mí sospechó que él ya sabía lo que me proponía.
-No,
vendremos andando.
-¿Con
el frío que hace de noche?-quiso saber papá, y Shasha sonrió, críptica. Ella
era la única en casa que sabía lo que me proponía hacer. Confiaba en ella lo
suficiente como para confesarle mi oscuro secreto, mi pecado antes incluso de
cometerlo. Sabía que no diría nada, ni siquiera bajo tortura.
Y
necesitaba alguien dentro de casa que me cubriera las espaldas por si las cosas
terminaban saliendo mal.
-Sí,
no pasa nada. Llevo ropa de abrigo en la mochila-expliqué, señalando mi bolso
colgado tras la espalda. Papá alzó las cejas y comentó algo que yo no
comprendí. Abrí la puerta y le sonreí a Hugo-. ¡Hola!
-Hola-saludó
él, con una sonrisa tonta bailándole también en los labios. Contuve mis ganas
de lanzarme a sus brazos y comérmelo a besos. Estaba tan emocionada que no
sabía cómo iba a controlarme hasta que llegáramos a su casa y estuviéramos
solos por fin.
Le
empujé con delicadeza hacia el exterior, gesto que él me agradeció. Mi padre le
imponía muchísimo, y no podía culparle. Cuando él andaba cerca, papá se
comportaba de una manera muy extraña: lo fulminaba con la mirada a cada ocasión
que se le presentaba, y le contestaba con monosílabos, haciendo tremendamente
incómodos los instantes en que coincidían.
Pero,
por supuesto, papá no iba a ponérselo fácil a Hugo. Agarró la puerta por detrás
de mí y la mantuvo abierta para examinarnos mientras intentábamos alejarnos.
-¿Me
repetís qué película vais a ver?-pidió, escaneando a Hugo de una forma que
cualquiera habría dicho que era capaz de ver a través de su ropa.
-Zayn-advirtió
mamá, a la que no le gustaba nada este tipo de actuaciones.
-La
nueva de Pixar-contesté yo.
-¿La
que quería ver tu hermana?-atacó papá, y yo suspiré.
-Zayn-repitió
mamá-, métete en casa.
-Sí,
pero le había prometido a Hug que iba a ir con él antes de que Duna dijera…
-Duna
lleva con ganas de ir desde…
-¡ZAYN!-chilló
mamá-. ¡Deja a la pequeña! ¡Métete en casa! ¡Y dale diez libras para que invite
a Hugo a las palomitas!
-¿En
qué quedamos, Sherezade? ¿Le doy diez libras o me meto en casa?
-No
será necesario…-comenzó Hugo, pero papá se volvió y le fulminó con la mirada.
-¿Vas
a pagar tú todo?
-Vamos
a medias-defendí yo.
-Ah,
¡te parecerá bonito, chaval! ¡Yo a tu edad invitaba a mis novias al cine!
-Eso
es una manifestación más de la sociedad patriarcal en que vivimos-argumenté yo,
y Hugo se mordió la boca para evitar sonreír abiertamente delante de mi padre,
y que éste le hiciera vudú o algo así. Escuché la celebración de mamá a
espaldas de papá, un “bien dicho, mi niña” que hizo que él apretara la
mandíbula y se sacara veinte libras de la cartera.
-Para
por si os apetecen chuches-explicó cuando yo cogí los dos billetes, y me colgué
de su cuello-. Y para perpetuar la sociedad patriarcal en la que no vives-añadió en tono jocoso.
-¿Ahora
resulta que la pequeña vive en una burbuja mágica? Qué suerte, ojalá yo viviera
ahí-discutió mamá desde el comedor.
-No
vive en ninguna sociedad patriarcal porque ésta es una de las innumerables
pruebas que demuestran que yo, en esta casa, soy la última mierda-protestó
papá-. Que voy por detrás de tus orquídeas, Sherezade.
-¡Requieren
unos cuidados y atenciones que no pueden proporcionarse solas!
-¡También
yo!-discutió papá, cerrando la puerta frente a mí. Volvió a abrirla al segundo
y nos dedicó una cálida sonrisa-. Que lo paséis bien-miró un segundo a Hugo,
todavía sonriente, y creí percibir una cierta amenaza en la forma en que clavó
los ojos en él. Hugo se puso nervioso, cuadró los hombros y asintió con la
cabeza. Casi le hace el saludo militar.
Por
suerte, la tensión que se le deslizó por la espalda rápidamente se deshizo en
cuanto cruzamos la verja del parque y paseamos cogidos de la mano en dirección
a los puestos de comida. Le invitaría a unas palomitas y a unos gofres, y nos
sentaríamos en una de las mesas del parque antes de irnos a casa de Hugo.
Estábamos haciendo tiempo para que sus padres se fueran de la casa. Iban a
visitar a una tía de Hugo a la que él adoraba, pero me había dicho que me
quería más a mí y se había inventado una excusa sobre un trabajo que íbamos a
ir a hacer a la biblioteca y que nos llevaría toda la tarde.
Calculamos
mal el tiempo y llegamos a su casa con las comisuras de la boca manchadas de
chocolate y sus padres aún en su hogar. Su madre cerró el bolso y me miró con
la misma intensidad con la que mi padre miraba a Hugo, pero en los ojos de ella
había algo más: el silencioso reproche de haberle roto el corazón a su hijo,
rompiendo con él hacía casi un año.
Ni
siquiera había terminado de convencerla de que yo era una buena chica que no
quería hacerle daño cuando le traje un pedacito de la tarta de mi 14º
cumpleaños con una figura de chocolate reservada para ella. Había cosas que no
se perdonaban tan fácilmente.
-Vaya,
chicos, pensaba que os iba a llevar mucho más tiempo ese trabajo.
-Es
que… la biblioteca estaba cerrada-explicó Hugo, y yo me puse colorada. Por
suerte, mi tono de piel no me delataba. Las orejas de Hugo se tiñeron de un
suave tono pimiento, y yo le cogí la mano para infundirle valor.
-Pues
sí que habéis tardado en daros cuenta-comentó su madre, mirando su reloj.
-No,
me refiero a que tuvo que cerrar antes. Estuvimos un rato, pero luego nos
tuvimos que marchar. Algo así de… administración, ¿verdad, Sabrae?
-Sí-asentí-,
inventario de libros o una cosa de esas. Tareas de bibliotecarios.
-Ya-asintió
la madre de Hugo, perspicaz.
-Bueno,
entonces, ¿te acompañamos a casa, Sabrae?-preguntó el padre, enseñándome las
llaves del coche. Me entró el pánico al instante, y creo que mi suegra se dio
cuenta.
-En
realidad-dijo Hugo-, todavía tenemos que terminar el trabajo. Habíamos pensado
que podríamos venir a mi casa a acabarlo, y después ver una peli o algo así.
-Si
os parece bien-añadí al final de la frase, en busca de un apoyo que yo sabía
que no tenía. La madre de Hugo frunció los labios, miró a su marido y, después
de consultarlo silenciosamente con su esposo, asintió con la cabeza y se colgó
su bolso del brazo.
-Ofrécele
algo de comer, ¿quieres, hijo? No vayáis a estar toda la tarde dale que te pego
sin parar para comer algo. Es bueno para rendir-explicó, y yo me puse rojísima,
pensando en que estaríamos toda la tarde dale que te pego, si por nosotros
fuera.
Por
suerte, estaba vuelta de espaldas y no vieron la forma en que el calor
transformó mi rostro.
Estaba
recordando la primera vez que Hugo me demostró el deseo que sentía por mí, un
deseo que temía no recíproco, pero que lo era en toda su intensidad. Estábamos
en mi casa, mis padres habían salido para no sé qué reunión en el instituto
referente a mi hermano y último curso, y mis hermanas estaban en el salón
viendo la televisión. Habíamos subido a la habitación con la misma excusa del
trabajo inacabado (según mis cálculos, Hugo y yo teníamos 17 trabajos
pendientes) y habíamos aprovechado para darnos el lote durante una gloriosa
media hora en la que incluso dejé que Hugo me metiera mano y yo se la metí a
él, aunque no llegamos a mucho.
Porque,
en cuanto noté que él se lanzaba más de lo que debería, me encargué de
detenerlo.
-Para,
para, para-gemí con sus manos en mi costado, su pelvis dura contra la mía,
separada por la tela de nuestros vaqueros-. ¿Qué haces?
-¿Y
si tenemos sexo? No puedo esperar más-gimió-. Te quiero muchísimo, Saab. Te
necesito. Necesito sentirte.
Jamás
me había hablado así, probablemente no me hablaría así ni borracho. Hasta eso
me indicaba lo excitado que estaba. Qué difícil se me hizo pararle los pies.
- Y
yo-susurré, y mi tono de voz resultó anhelante, rayano en la súplica-. Pero no
quiero que sea así.
-¿Quieres
velas?-preguntó él, y sus ojos chispearon, preocupados. Me eché a reír.
-No,
no quiero velas. Simplemente no quiero hacerlo ahora.
-Tus
bragas dicen otra cosa-soltó, y yo abrí la boca, estupefacta, y me lo quedé
mirando.
-¡Hugo!-recriminé,
y él se echó a reír con timidez, y yo también-. ¡Madre mía, no puedo creerme
que seas así de tonto!
-Perdón.
Perdón, no quería ofenderte. Lo siento muchísimo, mi amor. No lo he pensado, no
te enfades, ¿vale?-gimoteó, y yo negué con la cabeza y le di un beso en los
labios.
-No
me enfado. Me ha parecido… súper sexy-jadeé, frotándome un poco contra sus
manos. Concéntrate, Sabrae, me
recriminé.
-¿Lo ves?
Es porque es el momento.
-Mis
hermanas están en casa-le recordé, y él me miró-. ¿Y si entran?
-No
van a hacerlo.
-Pero,
¿y si lo hacen?
-Pero
no lo harán.
-Hug,
por favor-susurré-. No me voy a sentir cómoda. No creo que lo disfrute.
¿Podemos aplazarlo un par de días?-pregunté-. Podemos hacerlo el fin de semana.
Me invento cualquier historia para ir a Bradford y luego lo cancelo a última
hora. Puedo pedírselo a mi hermano, para que no resulte tan sospechoso.
Hugo
había fruncido los labios pero había asentido. Parecía decepcionado, pero era
lo más sensato que podíamos hacer en esa situación. Quería que mi primera vez
fuera especial, y no iba a serlo con Shasha y Duna haciendo ruido en el piso de
abajo y recordándome que podíamos ser interrumpidos en cualquier momento.
El
fin de semana llegó y pasó, y nosotros no encontramos la ocasión para hacerlo.
La siguiente vez en que se nos presentó una oportunidad similar, estábamos en
casa de unos amigos de Hugo, Amoke y yo tonteando con nuestros novios, y la
cosa empezó a caldearse de tal modo que arrastré a Hugo a los baños, eché el
pestillo y empecé a recorrerle con mis manos como si no hubiera un mañana.
Madre
mía, me gustaba muchísimo más cuando estaba soltera y sólo podía pensar en el
gilipollas de Alec de noche. Ahora que volvía a estar con Hugo, tenía las
hormonas revolucionadas y me sorprendía no saltar encima de él cada vez que mi
chico me miraba.
-Hagámoslo
aquí-le había dicho, enloquecida, tan deseosa de su cuerpo que a punto estuve
de romperle la camiseta sólo para disfrutar de su pecho desnudo pegado al mío.
Hugo me besó, me acarició la cintura, me manoseó el culo y pasó sus manos por
mis pechos un par de veces, resistiéndose y a la vez negándose a resistirse,
hasta que:
-No.
No, no podemos. Tiene que ser más especial, no podemos hacerlo en un baño.
-Qué
más dará dónde lo hagamos-repliqué, casi metiéndole la lengua en el esófago-.
Te necesito. Por favor.
-Quiero
perder la virginidad contigo haciéndote el amor-susurró él, y yo me detuve en
seco y me lo quedé mirando, con el corazón acelerado y el aliento arremolinado
entre nuestras bocas-. Quiero darte algo mejor que un polvo en un baño.
Me
habían entrado ganas de llorar. Le había acariciado la cara y le había besado
en los labios, le había mirado y le había dicho con toda la sinceridad del
mundo:
-Eres
el amor de mi vida.
Hugo
había sonreído y me había contestado que yo también lo era de la suya. En
cierto modo, así era. Incluso cuando estuviera con Alec, yo seguiría
defendiendo que Hugo era el amor de mi vida, lo cual no implicaba que le
quisiera más que al primero. Alec sería el amor de mi vida como Hugo fue el
amor de mi vida y otras personas serían el amor de mi vida.
Porque
en la vida no puedes tener sólo un amor.
Así
que lo habíamos decidido. No tendríamos prisa y prepararíamos la ocasión, en
lugar de esperar a que se presentara.
Y la
ocasión había llegado. Colgué mi chaqueta del perchero de la entrada y recogí
mi mochila con cuidado. Hugo se acercó a mí, me acarició la cintura para tranquilizarme
y me dio un beso en la mejilla en un gesto protector que a mí me encantaba. Fue
a despedirse de sus padres al lado del coche: introdujo la cabeza en la
ventanilla y le dio un beso a su madre en la mejilla, un toquecito a su padre
en el hombro… y dio un par de pasos atrás para no perjudicar la salida del
vehículo.
Nerviosa,
agité la mano por encima de mi cabeza modo de despedida.
Y
empezaron a temblarme las rodillas cuando Hugo se volvió y sonrió.
-Por
fin solos-comenté, y él respondió:
-Por
fin juntos.
Me
mordisqueé los labios y me hice a un lado para que él entrara en la casa. Cerró
la puerta y se volvió para mirarme. Nos observamos un momento en silencio,
reconociendo las facciones del otro.
-¿Tienes
hambre?-preguntó, cohibido. Negué con la cabeza-. ¿Y sed?
-Estoy
bien.
-¿Vamos
ya?-preguntó.
-Me
muero de ganas-confesé, jugueteando con la correa de la mochila, en la que
llevaba el móvil, la cartera, las llaves y un par de preservativos que le había
cogido a Scott de la mesilla de noche sin que él se diera cuenta.
Lo
bueno de que tú estuvieras a punto de convertirte en Sabrae Malik, era que tu
hermano ya llevaba un tiempo siendo Scott Malik.
Y si
hay algo que le sobrara a Scott Malik, eran preservativos.
Di un
paso al frente y me puse de puntillas para tener mis ojos a centímetros de los
de Hugo. Le di un beso en los labios e incité:
-Follemos.
Hugo
se echó a reír, divertido y nervioso a la vez, aunque no en la misma cantidad.
-No
lo digas así-se quejó él, tímido, y yo sonreí.
-¿Por
qué?
-Pues
porque… me da corte. Vamos a hacer el amor.
-Es
lo mismo, cariño-contesté-. Se hace igual, sólo que tiene un nombre distinto.
Hugo
sonrió, me acarició la espalda y fue bajando por mi anatomía hasta la curva de
mi culo. Le mordisqueé la boca y él se dejó hacer con visible satisfacción.
-¿O
es que… tienes otros planes?-coqueteé, y él sonrió. Me sujetó con firmeza y me
pegó a su torso. Tenía la respiración acelerada y una dureza incipiente que
hizo que me estremeciera.
-Todos
mis planes se relacionan contigo. Y no tienen ropa-añadió, seductor. Alcé una
ceja.
-Me
gusta cómo suenan.
-¿Sí?
Deberías oír el plan de ataque entero.
-Estoy
ansiosa-jadeé, volviendo a besarle. Me acarició de nuevo la espalda y me obligó
a quedarme pegada a él incluso cuando detuve nuestro beso.
-¿Vamos
a mi habitación?
-Hombre,
la verdad es que… prefiero hacerlo en una cama a hacerlo en un sofá.
Me
cogió de la mano, me miró a los ojos, y me guió escaleras arriba. Abrió con
ceremonia la puerta de su habitación y me dejó entrar en ella la primera.
Toda
atmósfera de juego y tonteo se quedó atrás cuando entré en su habitación.
Comprobé que la había recogido con esmero, que había hecho la cama, y que
incluso había dejado una vela encendida en su escritorio. Me giré hacia él.
-¿Pensabas
que se me olvidaría lo de la vela?-preguntó, y yo me eché a reír y negué con la
cabeza.
Nos
sentamos en la cama, dejé mi mochila en el suelo, nos descalzamos y nos miramos
un rato. No sabíamos qué hacer. Quizá habíamos dejado toda diversión atrás,
pero la inocencia de la niñez aún perduraba con nosotros.
Sentía
nostalgia de ella. Me daba la sensación de que estaba a punto de perder algo
precioso y valiosísimo que echaría de menos después: el saberme todavía una
niña, inocente y pura, todavía sin corromper. Intacta, inexperta, tímida en
presencia de alguien del sexo contrario que, contra todo pronóstico y a pesar
de la confianza, se sentía igual que yo.
Sabía
que disfrutaría con Hugo y que esto era un paso natural en nuestra relación.
Que terminaríamos haciéndolo tarde o temprano y que éste era un momento tan
bueno como otro cualquiera, incluso mejor que muchos que habíamos experimentado
hasta la fecha. Pero una parte de mí se resistía a dar otro pedacito de mí a
otro chico.
Si le
entregaba mi virginidad a Hugo, estaría atada para siempre a él, sin importar
lo que sucediera. Igual que estaba atada a papá y a Scott.
Dejaría
de ser una niña, su niña, y me
convertiría en una joven mujer.
Su joven mujer.
Comprobé
con alivio que Hugo pasaba por la misma fase de dudas que yo.
Y
entonces, lenta, muy lentamente, Hugo se acercó a mí. Yo dejé una mano en mis
muslos, apoyé la otra en el colchón. Le miré a los ojos y esperé a que se
acercara más. Sus rodillas tocaron suavemente las mías, sus ojos permanecían
anclados en los míos. Me acarició la mandíbula, se inclinó hacia mí y me besó.
Abrí la boca en pleno beso y pasé mis manos por su cuello. Nuestras lenguas
bailaron juntas un lentísimo vals. Sus manos bajaron hasta mi cintura,
pegándome más a él, lenta, tan lentamente que dolía. Me acarició la nariz con
la suya y jadeó en mi boca.
-Paramos
cuando quieras-le dije, y él sonrió.
-Se
supone que yo soy quien debe decirte eso.
-Tú
también tienes derecho a parar-contesté, escalando de su boca a sus ojos con
los míos.
-No
voy a querer parar-me aseguró.
Le
acaricié los hombros, seguí besándole despacio. Notaba cada latido de su
corazón en mi piel, a través de las yemas de mis dedos me transmitía mil y una
emociones, todas tan preciosas que quería llorar.
Cada
beso era una deliciosa tortura, cada caricia me catapultaba un escalón por
encima del anterior en dirección a un cielo que yo nunca había conocido con
nadie; sólo lo había visitado en soledad.
-¿Estás
segura?-me preguntó Hugo.
-Calla,
y bésame-dije en voz baja, como si estuviéramos en una habitación llena de
gente, susurrándonos secretos inconfesables. Hugo sonrió en mi boca, asintió
con la cabeza, y metió sus manos por debajo de mi camiseta.
-Desnúdame-me
pidió mientras acariciaba mis pechos con la más absoluta adoración, por encima
del sujetador. Hice lo que me pedía, le quité la chaqueta y retiré su camiseta.
Me quedé un momento admirando su pecho desnudo, y luego, me arrastré por la
cama hasta quedar sentada en el centro de la cama, con la almohada rozándome
los lumbares. Adoré su pecho, lo besé e incluso le di mordisquitos, mientras él
continuaba acariciándome hasta hacerme enloquecer.
Me
quitó la camiseta y se quedó observando mis senos cubiertos aún por el sostén
blanco, de encaje, que había comprado con vistas a esta ocasión. Sabía que Hugo
se fijaría en mi ropa interior. Y quería estar perfecta para él.
Lenta,
muy lentamente, me incliné hacia él, apoyada en mis rodillas, y continué
besándolo tras ofrecerle una vista de mis pechos que no podría olvidar en
mucho, mucho tiempo. Hugo acarició mi espalda y se metió por dentro de los
vaqueros, de los que empezó a tirar.
Nos
liberamos de la parte baja de nuestra ropa y nos quedamos mirando un segundo el
cuerpo semidesnudo del otro. Su erección aprisionada por la tela de sus
calzoncillos despertó una ligera preocupación en mí.
¿Cómo
iba a disfrutar con eso entrando en mi interior, cuando a duras penas soportaba
ponerme tampones?
Recordé
lo que me había dicho Amoke, que ya lo había hecho con Nathan hacía unos meses:
sentirás una especie de pinchazo, y la
verdad es que duele bastante, pero pídele que vaya despacio para que puedas
acostumbrarte. Y, antes de que te des cuenta, lo estarás disfrutando tanto que
pensarás que has nacido cortada a la mitad, y que cuando lo tienes dentro estás
realmente entera.
Hugo
jadeó, se acercó mucho a mí, degustó mi boca y cogió mi mano.
-¿Te
gustaría tocarlo?-preguntó, anhelante, con la voz ronca, y yo asentí. Deslicé
la mano por su vientre y bajé hasta acariciar su miembro, tan duro que parecía
a punto de reventar-. Dios mío… sí…
Lo
acaricié despacio por encima de la tela; cuando me pareció que había que dar un
paso más, me atreví a meter la mano por dentro y me quedé un instante ahí
quieta, pensativa. Hugo se mantenía rígido, atento a cada uno de mis
movimientos.
-Dime
cómo lo hago-le pedí. Él me miró un momento, observó mi anatomía recién
descubierta.
-Cógelo
con los dedos. Rodéalo con la mano.
Hice
lo que me pedía.
-Y
ahora… acarícialo. De arriba abajo-me pidió-. Como si estuvieras limpiando un
calabacín con un trapo.
-Los
calabacines son más grandes-solté, y él me miró y se echó a reír.
-Lo
siento.
-No
pasa nada-contesté-. La verdad es que… es muy grande. No sé si cabrá.
Hugo
jadeó.
-Dios
mío… espero que sí.
Empecé
a preguntarme si Hugo tendría un tamaño por encima de la media. No me parecía
normal que mi mano no pudiera abarcar su erección. A esas alturas, estaba
segura de que me iba a doler. Sólo tenía la esperanza de que no me doliera
mucho.
Estaba
convencida de que papá no la tenía tan grande; de lo contrario, mamá no podía
disfrutarlo tanto.
Y
Scott, tres cuartos de lo mismo.
Sí,
seguro que era eso: el de Hugo era un tamaño superior al normal, y por eso las
chicas que se acostaban con mi hermano, o mi madre acostándose con mi padre,
disfrutaban tanto con ellos.
Hugo
dio un brinco cuando moví la mano de una forma extraña.
-No
la gires-me pidió.
-Perdón.
Se me
quedó mirando. Cogió mi mano con la suya y, lentamente, la extrajo de sus
calzoncillos y la acercó a mi sexo. Separé las piernas para dejarle paso, y
disfruté de la forma en que me guiaba.
Se
detuvo en seco de repente.
-¿No
podrás… quedarte embarazada por esto, verdad?-preguntó, con cierto deje de
pánico en la voz. Yo me reí.
-No
creo que ocurra nada-contesté-. De todas formas…-dirigí su mano al centro de mi
ser e hice presión en él-. Te toca a ti.
Hugo
sonrió con timidez.
-Avísame
si lo hago bien-me pidió, y yo me eché a reír.
-Seguro
que sí.
Empezó
a masajearme terriblemente despacio. Varias veces tuve que corregir su rumbo
para que no se perdiera mi isla del tesoro, pero él siempre se dejó reconducir.
Me acarició con el pulgar y exploró mi interior con un dedo, tremendamente
tímido, atento a mi reacción.
Arqueé
la espalda y él aprovechó para besarme los pechos, que todavía tenía cubiertos
por el sujetador.
Le
miré.
-Bésame-pedí,
y él se acercó a mi boca, malinterpretando mis palabras, y depositó un suave e
intenso beso en mi boca-. No-susurré-. Bésame-expliqué, pasándome una mano por
los pechos. Hugo se los quedó mirando, y luego hizo lo que le pedí: posó sus
labios en la piel al descubierto-. Hugo-pedí en tono dulce, y él me miró-.
Desnúdame.
Se
hizo un lío con el sujetador, como Amoke me había confesado que le había pasado
a Nathan. Hugo consiguió desabrochármelo, sin embargo, y después, se apartó
para ver cómo me deslizaba los tirantes por los brazos y liberaba mis pechos.
Se
los quedó mirando, embobado, con una adoración que me hizo creer que le daría
algo.
-Tienes
unas tetas…-empezó, y se puso rojo como una tomate-. O sea, unos pechos…
-“Tetas”
está bien-contesté, un poco tímida por mi desnudez-. Son tetas, al fin al cabo.
-Sí.
Son tetas-comentó, exaltado-. Y son hermosas.
-¿Te
gustaría tocarlas?-ofrecí, acercándome a él, que asintió con la cabeza, la boca
entreabierta, y acercó las manos despacio a mis senos. Los acarició con
timidez, luego, los masajeó, y terminó magreándolos de un modo que creí que
haría que me volviera loca. Se inclinó y me besó la piel, fue rodeando mis
pezones, que se habían encogido y estaban duros como cuando hacía mucho frío, y
sensibles como en verano, y los rodeó despacio con la lengua.
-Dios
mío, Hugo-jadeé, y descubrí que se acariciaba besándome.
-Hagámoslo-decidió
por fin, después de adorar mis atributos femeninos con la lengua de tal manera
que yo creí que nunca podría dejar de sentir su lengua en mis senos.
Me
quitó las bragas.
Le
quité los calzoncillos.
Miró
mi sexo, expectante de sensaciones nuevas, curioso por experiencias a descubrir.
Miré
el suyo, dispuesto a satisfacerme, decidido a explorar.
Se
inclinó despacio hacia mí y me besó en la cabeza.
-Te
amo-me confesó.
-Te
amo-contesté, acariciándole la cara.
Ahí
empezó mi dulce pesadilla, el mal sueño imposible que terminó por ocurrir.
Hugo
se separó de mí un instante, me miró a los ojos, me acarició la mejilla con
amor, apenas rozándome con la yema de los dedos, y se inclinó para coger la
caja de preservativos que había comprado hacía tiempo, con la esperanza de que
tuviéramos una oportunidad de consumar nuestro amor antes. Me lo quedé mirando
mientras la abría con dedos temblorosos. Su nerviosismo me inquietó a mí
también. Amoke decía que Nathan había estado bastante tranquilo y que se había
tomado su tiempo; Hugo, sin embargo, parecía muy acelerado en ese instante,
como si le diera miedo que fuera a cambiar de opinión.
Rasgó
la caja por fin y sacó un paquetito plateado. Se le resbaló entre los dedos y
se cayó sobre mi vientre, dándome un calambrazo de frío que no me resultó del
todo desagradable.
Lo
recogí y se lo tendí. Volvió a intentar a abrirlo y lo consiguió; después de un
rato peleándose con él, logró sacar la pequeña fundita de látex de su bolsa
metálica y miró un momento su erección.
-¿Sabes
cómo va esto?-pregunté, y él asintió.
-Sí,
he estado… practicando-confesó.
-Vale-apoyé
la cabeza un segundo en la almohada; estar semi incorporada me pasaba factura
en los abdominales. Escuché los jadeos y las maldiciones susurradas de Hugo
mientras se peleaba con el condón. Me incorporé de nuevo, apoyada en los
codos-. ¿Qué ocurre?
-Esto
es complicadísimo.
Sonreí.
-No
te preocupes. No hay prisa.
Esperé
con paciencia a que hiciera algún avance, pero estaba tan inquieto que incluso
se las apañó para rasgar el condón y hacer que se cayera, inerte, entre mis
muslos. Me senté con las piernas cruzadas para darle más espacio, pero vi la
cosa tan mal que finalmente decidí intervenir.
Eso
de que los condones eran difíciles de romper era una leyenda urbana tremenda,
más extendida incluso que la de los cocodrilos que vivían en las alcantarillas
de Nueva York. Rompimos otros dos antes de conseguir ponerle uno a Hugo de
forma decente, y luego, nos miramos un momento.
-¿Estás
lista?
Asentí
con la cabeza, pasé mis dedos por su nuca, me tumbé de nuevo y separé las
piernas. Se metió entre ellas y cogió su miembro para poder dirigirlo mejor.
Hugo jadeó cuando la punta de su sexo acarició los inicios del mío, y yo
contuve la respiración, preguntándome cuándo llegaría el pinchazo.
Lenta,
muy lentamente, Hugo empezó a hundirse en mí. Cerró los ojos un momento, concentrado
en hacerlo despacio. Volvió a abrirlos y los clavó en los míos.
-¿Qué
tal?-preguntó, y yo levanté el pulgar. Se inclinó para besarle y eso le hizo
entrar un poco más.
Empezó
a hacerme daño y eso me puso muy tensa. Amoke había hablado de un pinchazo, no
de una presión tan grande. Era como si me estuviera intentando meter el puño en
la boca, y, al ver que no cabía, el puño creciera y creciera más, animando a mi
cuerpo a hacer lo imposible por adaptarse a él.
Aguanté
la respiración, esperando. Quizá esto fuera algo previo al pinchazo, el
pinchazo fuera el final y ya no sintiera nada y pudiera disfrutar.
No
podía creerme que esto fuera el sexo.
¿Y la gente estaba tan obsesionada con él? Masturbarse sí que estaba bien
cuando aprendías a hacerlo bien, pero esto… era bastante mediocre, un
sufrimiento a lo tonto.
Hugo
respiró en mi oreja.
-¿Te
está gustando?
-No
mucho, si te soy sincera-resoplé, y él asintió con la cabeza.
-A mí
tampoco.
-¿Quizá
necesitamos tiempo para acostumbrarnos?-sugerí, mirándole. Hugo asintió. Salió
de mi interior y yo estuve a punto de decirle que no era a eso a lo que me
refería, que se quedara dentro de mí, pero me alivió tanto sentirme sola otra
vez que no me habría importado que se situara al otro extremo de la habitación.
O al
otro extremo de Londres.
-¿He
sangrado?
-¿Qué?
-Que
si he sangrado. Amoke dice que sangró.
-¿Tienes
que sangrar?
-Hombre…-medité-.
Creo que es lo normal. Se supone que se tiene que romper algo dentro de mí.
-Yo
no he notado nada.
Buf. Si no se había roto nada y a mí me
había molestado tantísimo, igual era un poco imposible que yo perdiera la
virginidad. Ya está. Tendría que meterme a monja o, como mínimo, hacerme
lesbiana. Adiós al sexo heterosexual que tanto gustaba en las películas y que
tan placentero parecía de la boca de mi madre en el piso de arriba. Respiré y
me aparté los rizos de la cara.
-Probemos
de nuevo.
Está
bien.
A
decir verdad, me sorprendió la calma y la madurez con la que Hugo manejó la
situación. Fue tremendamente respetuoso con las partes más sensibles de mi
cuerpo: mis pechos y mi sexo. Apenas las rozó para no ponerme nerviosa, y
apenas las miraba para no ponerse nervioso él. Volvió a entrar en mí y yo contuve
un jadeo. Traté de normalizar mi respiración mientras él me besaba toda la
cara, relajándome.
-Estás
sudando, Sabrae-comentó-. ¿Quieres que paremos?
-Estoy
bien-respondí-. Sólo necesito… acostumbrarme.
-¿Te
dejo espacio de nuevo?
-No.
Quédate ahí. Vamos a esperar un poco, a ver si… me hago a ello.
Hugo
se quedó apoyado en sus piernas, las rodillas presionando la parte interior de
mis muslos mientras yo continuaba con las piernas separadas y mis ingles
abiertas para él. Me acarició las estrías, distraído.
-Me
han salido más-dije, y él asintió.
-Me
he dado cuenta. Son bonitas.
Sonreí,
complacida por el halago, que desde luego me venía muy bien. Comenzaba a pensar
que esa postura no me favorecía y que parte de mi dolor se debía a que él, en
el fondo, tampoco estaba disfrutando de tenerme allí, expuesta contra su
pelvis.
-Gracias-sonreí,
y él me miró a los ojos. Sus esmeraldas brillaban con emoción. No es que se
fuera a echar a llorar ni nada (ni yo lo temía), pero parecía estar apreciando
el momento más de lo que yo lo estaba haciendo. Él sabía que era algo especial.
Y yo también, sólo que no era capaz de calibrar esa importancia-. Entra un poco
más-le pedí.
Y fue
horrible. Se introdujo lentamente en mí, preguntó una y mil veces si quería que
saliera y que lo dejáramos para otro día, pero yo sabía que, si me la sacaba
ahora, nunca, jamás, le permitiría volver a tocarme así. Así que apreté los
dientes y negué con la cabeza, incluso llegué a suplicarle que continuara
aunque yo no estuviera disfrutando. Si yo no me lo pasaba bien, por lo menos
que él no se quedase con las ganas.
-Embísteme-pedí
con el cuerpo perlado de sudor y las manos temblorosas. Hugo se me quedó
mirando, indeciso: las manos apoyadas a ambos lados de mi cara, la boca
despidiendo un suave aroma al sirope de chocolate de los gofres que nos
habíamos tomado-. Por favor, Hugo. Embísteme.
-No
quiero… te estoy haciendo daño.
-No
importa. Tarde o temprano tendremos que hacerlo. No volveremos a tener una
oportunidad como esta.
Hugo
se mordió el labio, pensativo, y luego, lentamente, salió de mi interior casi
en su totalidad por un glorioso momento. Volvió a deslizarse dentro y yo cerré
los ojos. Se detuvo a medio camino.
-Sabrae.
-Continúa.
Por favor, continúa.
-Pero
no estás disfrutando.
-Las
chicas somos más lentas.
-No
soporto verte así-contestó, jugando con mis rizos. Y, como vi que él no iba a
moverse, empecé a moverme yo.
Fue
un tortuoso suplicio, por lo menos hasta que algo dentro de mí cedió. Hugo se
quedó quieto y se puso pálido. Él también lo había notado. Me eché a reír,
agotada.
-¿Qué
ha sido…?-comenzó.
-Creo-contesté-,
que acabas de quitarme mi virginidad.
Nos
miramos un momento.
-¿Qué
tal ha ido?
-Ha
sido una sensación extraña-confesó-. Como si estuviera chocando contra una
pared.
-Quizás
ahora sea más fácil-sugerí, frotándome despacio contra él. Mi clítoris rozó su
pelvis y por un momento pensé que podría llegar a disfrutar de aquella
relación.
Pero,
después de media hora de tímidos embates y gemidos ahogados por mi parte y por
la suya, Hugo decidió que aquello no llevaba a ninguna parte y salió de mí.
Decidimos darnos un descanso y lo intentamos después de diez minutos de
enrollarnos a lo bestia, con él metiéndome mano entre mis piernas desnudas y yo
acariciando su miembro endurecido tan fuerte que hasta tuve que cambiar de mano
en varias ocasiones porque el brazo ya no podía más.
Volvimos
a tener la movida con el condón y volvimos a pasarlo mal cuando él entró en mí,
pero descubrí para mi sorpresa que ya no era lo mismo. Parecía que mi cuerpo se
hacía poco a poco a su presencia.
Hugo
cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
-Dios
mío…
-¿Te
gusta?-ronroneé, coqueta, y él jadeó.
-Está
bien. Tampoco creo que sea para pagar por ello, pero… está bien.
Continuamos
moviéndonos como dos inexpertos, haciendo que nuestros cuerpos chocaran
despacio y que nuestras cabezas colisionaran de vez en cuando, cada vez que
cambiábamos mínimamente de postura.
Llegué
incluso a disfrutar unos minutos, a jadear su nombre y acariciarle la espalda y
besarle en la boca mientras él hacía presión en mi interior con su sexo, pero
esos minutos pasaron y luego nos quedamos tan agotados de intentarlo que yo
estaba segura de que no podría llegar al orgasmo, por mucho que disfrutara.
-¿Y
si te pones encima?-sugirió él. Asentí con la cabeza y dejé que se tumbara en
la cama. Me senté a horcajadas encima de él y coloqué su miembro a las puertas
de mi paraíso personal, pero aquella postura fue incluso peor y no aguanté más
de 30 segundos. Ahí sí que me dolía.
Probamos
varias posturas más, pero no hubo manera. Ni Hugo se corrió ni yo lo hice
tampoco. Después de un buen rato con los cuerpos conectados, lo saqué de mi
interior y me acurruqué en su pecho. Me besó la cabeza y me rodeó con las sábanas
para que no tuviera frío.
-Tal
vez a nosotros no nos vaya el sexo-aventuró, y yo me mordí el labio, callándome
que sí que nos iba, pero no cuando estábamos juntos. Me encantaba masturbarme y
no dudaba en hacerlo cuando me apetecía y tenía un mínimo de tranquilidad, y
eso había hecho que uno de mis mayores deseos fuera compartir un orgasmo con
otra persona.
Pero
ahora, después de esto, no estaba segura de que pudiera hacerlo.
-¿Estás
bien, Saab?
-Me
molesta todavía un poco-admití, mirando las sábanas teñidas de un suave tono
carmesí que se secaba a marchas forzadas.
-Lo
siento.
-No
es culpa tuya-le besé en los labios y apoyé la cabeza en su pecho. Nos quedamos
así un rato-. ¿Te parece si vemos una peli?
-Buena
idea-contestó. Recogí mis bragas del suelo y me las pasé por los pies-. Espera,
¿vas a vestirte?
-¡Hombre!
Pues claro, ¿no pretenderás que me quede desnuda?-espeté, y él me miró un
segundo, echó un vistazo por debajo de las sábanas y preguntó con timidez:
-¿Sería
mucho pedir?
Me
eché a reír y le di un empujón. Dejé la bragas de nuevo en el suelo y me tendí
en la cama, envolviéndome como un rollito de primavera con las sábanas. Hugo
fue a por su ordenador y puso una película al azar. Nos besamos y nos
acariciamos por debajo de las mantas y terminamos no haciéndole ni caso a la
película.
Volvimos
a coger un condón y mi cuerpo recibió de nuevo al suyo.
Y,
milagrosamente, lo disfruté. Estaba un poco cansada y dolorida, pero ya no se
trataba de ese dolor lacerante que ardía en mi interior. Pude moverme y rodear
sus caderas con mis piernas mientras él entraba y salía de mi interior, mucho
más acelerado que antes, mil veces más descontrolado. Me abracé a él y disfruté
del roce de su pecho en mis senos mientras se movía para continuar embistiéndome,
le besé hasta creer que perdería la razón y jadeé su nombre cuando yo empecé a
acercarme al orgasmo, después de que él se rompiera en mi interior y me besara
y me diera las gracias.
Disfruté
muchísimo. Era totalmente distinto a estar sola. No había color: me gustaba más
cuando estaba sola, para qué mentir, pero bien podría vivir de esto. Ahora
entendía a qué se referían todos cuando hablaban del sexo como algo que te
cambiaba la vida. Me sentía diferente y sentía que no volvería a ser la misma.
Hugo
me mordisqueó la oreja y descubrí que tenía algo porque me mordisquearan la
oreja; Hugo me acarició el costado y descubrí que me encantaba, Hugo jugó
tímidamente con mis pechos y yo no podría haber enloquecido más…
…
hasta que escuchamos el pitido de un coche en la casa de al lado, que nos hizo
dar un brinco y nos cortó el rollo totalmente. Retomamos nuestra sesión de
mimos y de embestidas, pero ya no era lo mismo. No me llenaba igual. No
disfrutaba de la misma forma.
Ya no
me gustaba tanto.
Intenté
convencerme de que sí, de que podía seguir como antes, de que volvería a sentir
el placer de saber que era capaz de excitar a alguien y de causar unos efectos
mágicos en su cuerpo con el mío, pero ahora tenía los pies en la tierra y no
era capaz de despegar de nuevo.
Me
estremecí en un momento dado por un roce fortuito que me hizo gozar más que los
demás. Seguimos insistiendo tanto que yo me convencí de que aquello había sido
un tímido orgasmo. Quizá los orgasmos de sexo con otra persona no eran iguales
que los que tenías en soledad.
Terminé
cansada y empujando suavemente a Hugo para que se me quitara de encima.
-Mejor,
¿no?-pregunté, tratando de quitarle hierro al asunto.
-¿Has…
llegado?-fue su contestación, en una pregunta tímida que hizo que quisiera
comérmelo. Asentí, fingiendo una decisión que no tenía tan clara en mi cabeza.
Le acaricié la mandíbula y le besé la boca.
-Ha
estado bien. Gracias.
Nos
vestimos en silencio; fue un cielo y me dejó una compresa de su madre para no
estropear mis bragas. Me quedé en su casa hasta que llegaron sus padres,
momento en que aproveché para pedirle que me acompañara a casa. Hablamos largo
y tendido en el trayecto, e incluso le invité a pasar y cenar con nosotros,
pero él negó con la cabeza.
-Demasiadas
emociones por hoy.
-¿Tienes
miedo de no controlarte y terminar llevándome a mi habitación a rastras?
-Seguro
que tú irías por voluntad propia-contestó, besándome en la boca-. ¿Nos vemos
mañana?
-¡Eres
un salido!-protesté, echándome a reír.
-No
tenemos que hacer eso. Es sólo que… ahora más que nunca soy incapaz de
apartarme de ti.
-Pues
cena conmigo-razoné.
-Y
con toda tu familia.
-Quizás
te sorprenda, Hug, pero yo soy parte de mi familia.
Él
sacudió la cabeza.
-Hablamos
de noche. Te amo.
-Te
amo-contesté yo, acariciándole los nudillos mientras nos dábamos un beso de
despedida. Entré en casa con una extraña sensación de vértigo. Me masturbé esa
noche, deseosa de hacer la comparativa.
Y,
cuando llegué al orgasmo, y no precisamente reproduciendo lo que había hecho con
Hugo esa tarde, me di cuenta de que no había tenido ninguno con él.
Lo
cual me puso tristísima.
Estuve
un par de días algo lacónica; quedé con Amoke para contárselo todo y ella lanzó
unas exclamaciones de emoción al enterarse de lo bien que me había tratado Hugo
que me hicieron sentir fatal. Si él había sido un cielo conmigo, se había
preocupado por mí de una manera en que los chicos no solían hacerlo, ¿por qué
no había sido capaz de disfrutar yo?
-Quizás
estabas demasiado nerviosa. Yo no paraba de temblar cuando Nathan… ya
sabes-Amoke se sonrojó ligeramente-. Estoy segura de que la siguiente vez…
-¿Te
corriste, Momo?-pregunté y ella me miró con ojos como platos-. No te lo digo
por… no quiero incomodarte, es simplemente que…
-Sí.
O sea, me costó bastante, pero creo que sí. Bueno, estoy segura, de hecho. Sí,
me corrí. Y fue genial, la verdad, ¿por qué no me habías dicho que los orgasmos
son así? Dios mío. Siento que un mundo de posibilidades se acaba de abrir ante
mí, es como si hubiera sido daltónica toda mi vida y acabaran de soltarme en el
interior de una catedral…-empezó a parlotear y me avergüenza decir que no la
escuché, de tan mal que me sentía por no haber sido capaz de aprender a
disfrutar de aquella extraña sensación.
Hugo
me pidió salir varias veces más, y yo le daba largas hasta que conseguía que él
me asegurara que no lo hacía con la intención de follar, que sólo quería verme.
Por supuesto, ni él me lo decía con esas palabras ni yo era lo bastante directa
como para que él relacionara los dos hechos. Pero eso no hacía que fuera tonto,
y comenzó a preocuparse por el futuro de nuestra relación.
-Estamos
bien-aseguré-. Es sólo que necesito acostumbrarme a saber que… tú y yo… tenemos
una nueva intimidad.
-Pero
esto no cambia nada, ¿verdad?
-Lo
ha cambiado todo, amor-contesté.
-Me
refiero a… entre nosotros. Quiero decir… no me ves diferente, ¿verdad? Te sigo
gustando.
-Pues
claro, ¿por qué dices eso?
-Puedo
aprender a hacerlo mejor-me prometió-. Te prometo que disfrutarás más la
próxima vez. No te hará daño.
-Tú
estuviste genial-contesté, acariciándole las manos-. No te preocupes. Es que…
estaba nerviosa. Aún lo estoy, de hecho. Quiero saber que estaré lo bastante
tranquila como para que disfrutemos los dos. No quiero hacértelo pasar mal.
-Tú
lo pasas peor, Saab.
-Ya,
pero tú también sufres cuando yo lo paso mal, así que… quiero estar segura de
que no te hago pasar por ese mal trago otra vez.
Hugo
sonrió con timidez.
-Eres
una santa.
-Te
quiero un montón-le había asegurado, colgándome de su cuello y pasándole la
mano por el pelo mientras le comía la boca de un modo obsceno que nos granjeó
gritos de los demás.
Me
sentí horrible con la conclusión de ese beso, pues estaba segura de que era una
promesa que no me creía dispuesta a cumplir.
Y
empecé a sentirme una mierda de persona por darle esperanzas a Hugo de algo que
a mí cada vez me apetecía menos.
El
detonante fue un día de fin de semana. Papá se había ido a grabar su disco y
mis hermanas, mi madre y yo estábamos sentados en el salón, comiendo comida
china que habíamos pedido a domicilio y viendo las noticias. Scott había ido a
pasar el día en casa de Tommy, así que se trataba de la típica tarde de chicas
en la que nos cepillábamos el pelo y nos pintábamos las uñas mutuamente (claro
que nunca terminábamos haciendo eso, pero bueno).
Hundí
mis palillos en los fideos y enrollé un par en ellos mientras pasaban por las
noticias la quiebra de una empresa multimillonaria debido a una multa de casi
dos veces su capital por infringir no sé qué ley de medio ambiente de la Unión
Europea. Llevaba más de 5 décadas de funcionamiento y ahora cerraba sus puertas
por culpa de que alguien había tenido la osadía de llevarla a juicio y hacerle
perder todo lo que tenía por unos vertidos cerca del mar de la Antártida.
-Joder-comentó
Shasha, y mamá le dio una patada en el pie.
-Esa
boca.
-Quien
haya hecho eso es un dios.
Mamá
esbozó una sonrisa traviesa.
-Pues
sí, la verdad es que así tengo pensado follarme a vuestro padre cuando llegue a
casa: como una diosa.
-¡Mamá!-protestamos
Shasha y yo, mientras Duna comenzaba un eco de “follar, follar, follar” que se
detuvo en seco cuando mamá amenazó con castigarla en su habitación.
-No
es té, sólo son hechos-contestó mamá, divertida, robándole un rollito a Shasha.
Eso me hizo pensar: yo nunca diría nada así, tal y como estaban las cosas.
Cuando
llegó papá, y después de que mamá lo reclamara, me acerqué a él después de una
tarde en la que no fui capaz de dibujar nada a derechas, tal era mi cacao
mental. Decidí preguntar a bocajarro, sin rodeos, porque si lo hacía de otra
forma, terminaría acobardándome.
-Papá-pregunté,
entrando en la cocina y pillándolo con la boca llena de sobras de la comida-,
¿el sexo es importante en una relación?
Parpadeó
un segundo, sorprendido de estar teniendo esa conversación.
-Hombre…-tragó
con muchísima cautela-. Pues… yo creo que sí.
-¿Cómo
de importante?-insistí-. En una escala de 0 a 10.
Papá
se pasó una mano por el pelo, miró al techo y gritó sin previo aviso:
-¡Sherezade!
-¡No querrás
más!-protestó ella-. ¡Estoy agotada!
-No.
O sea, bueno, yo, por mí-sonrió con malicia-. Pero no. ¿Qué nota le pondrías a
tu marido en la cama?
Mamá
se lo pensó un momento.
-Un
seis-zanjó.
Y
papá se puso pálido.
-¿CÓMO
QUE UN SEIS?-bramó, acercándose a la puerta de la cocina para poder gritarle
con más intensidad.
-Necesitas
aplicarte más-contestó ella desde la habitación.
-¡A
ti sí que te voy a aplicar yo más! Un puto seis-gruñó por lo bajo-. Es
jodidamente increíble. Pues para ser un seis, bien que he conseguido preñarla
varias veces. Pobrecita tu madre-se giró para mirarme-, la mártir del embarazo.
-Hay
que ver lo mal tomado que eres, Zayn-protestó ella desde arriba.
-¡Yo
a ti te pondría un nueve y medio!
-¡DISCULPA!-rugió
mamá, saliendo de la habitación-. ¡YO SOY, CLARAMENTE, UN ONCE SOBRE DIEZ!
-Eras un once cuando tenías 20 años, Sher.
Ahora tienes 40-espetó papá, y mamá lo fulminó con la mirada.
-Estoy
estupenda-replicó ella-. A ver quién dice lo mismo de ti.
-¿Hago
una encuesta en Twitter?
Mamá se
rió.
-No
sé por qué me casé contigo.
-Tuvo
que ser por el dinero.
-O
por el sexo.
-Te
conformas con bien poco.
-Quién
lo diría, viendo a quién tengo por marido-contestó ella, agitando el pelo y
desapareciendo por el pasillo.
-Con
qué maestría lo acabas de arreglar,
amor mío-puntualizó papá, y me imaginé a mamá riéndose y negando con la
cabeza-. Pues… parece que un 6-me contestó papá-. ¿Por qué?
-Mera
curiosidad-contesté, encogiéndome de hombros y sentándome en el sofá. Ni diez
minutos aguanté antes de subir a la habitación de mamá y hacerle la misma
pregunta.
-Pues
no sé, tesoro. Depende de la persona con la que estés. No te sé decir un número
exacto, ¿por qué?
-Es
que a mí el sexo tampoco me parece la gran cosa-confesé. Y mamá sonrió, pasándose
una mano por la nuca y mordiéndose los labios, seguramente recordando cómo sí que era la gran cosa cuando papá
estaba encima de ella.
-Supongo
que depende de la persona. ¿Por qué lo dices?
Sentía
un nudo en la garganta que no me dejaba respirar.
-Tesoro,
¿qué ocurre?
-Tu
primera vez, ¿fue especial?-quise saber, y mamá me miró un momento.
-Pues…
sí, la verdad. Me gustó mi primera vez. Fue en un momento especial para los
dos, no lo planeamos, simplemente surgió, y… fue bonito. ¿Por qué?
Noté cómo
se me llenaban los ojos de lágrimas.
-Cariño,
¿qué te pasa?
-Es
que… la mía no lo ha sido, mamá-suspiré y me refugié en sus brazos, que me
aceptaron y me mecieron con el cariño que sólo tu madre puede proporcionarte. No
deberíamos haberlo planeado con tanta antelación, no deberíamos haber pensado
en cada detalle.
La magia
estaba en los detalles, pero sólo cuando estos eran naturales.
-Mi
amor-contestó mamá, acariciándome el pelo-, no tiene por qué serlo. Ya lo harás
más vece, y te gustarán muchísimo más. Me gustó mi primera vez porque era joven
y fue un descubrimiento importante, pero las veces que he hecho el amor que más
me han gustado han sido mucho después-me la quedé mirando-. No llores, cariño.
-Es
que… no me gustó nada. Me hizo daño. No sé si yo estoy hecha para eso.
-Pues
si no estás hecha para eso, ¿qué importa? Hugo lo respetará. Es un buen niño.
-Hugo
sí, pero, cuando él se canse de mí, ¿quién lo va a respetar? Todo el mundo
quiere follar.
-Deja
de llorar, mi niña-me pidió, besándome la frente-. Tienes que darle otra
oportunidad, no juzgar un libro por sus tapas. Ya te empezará a gustar, te lo
prometo. Esto es como andar en bici: requiere práctica. ¿Te acuerdas de la
primera vez que anduviste en bici? Te diste un tortazo impresionante.
Asentí.
-Y
ahora te encanta andar en bici. Y patinar. ¿Verdad?
Volví
a asentir.
-¿Te
imaginas que papá y yo no hubiéramos insistido? A ver ahora cómo te pasarías
los veranos-bromeó ella, y yo sonreí-. Eso está mejor, mi pequeña reina-me
abrazó con más fuerza-. A ver esa sonrisa que tanto me gusta a mí… eso está
mejor. ¿Quieres contármelo?-ofreció-. Para ver qué no ha funcionado del todo
bien y cómo podemos solucionarlo.
Se lo
conté. Puede parecer raro, pero con mamá tenía esa intimidad especial que hacía
que no me diera vergüenza contarle algo como eso. Tenía mucha más experiencia,
confiaba en que no me juzgaría, en que sería buena conmigo y sólo me daría
buenos consejos.
-Es
que… encima, lo peor de todo, es que Hugo fue un cielo. Siempre me ponía a mí
por delante, y fue súper respetuoso con mi cuerpo, apenas me tocó… no entiendo
qué he hecho yo mal.
-No
has hecho nada mal, Sabrae-contestó ella-, pero en el sexo el hombre no tiene
que ser respetuoso. Cuando estoy en la cama con tu padre, lo que quiero es que
me explore. Que me toque hasta que se
harte. Que use cada rincón de mi piel-me dio un pellizquito en la cintura-. Debe
respetarme a mí, y poseer mi cuerpo. ¿Entiendes?
-Pero,
¿respetarme a mí no es respetar mi cuerpo?
-Tú
no eres un cuerpo. Eres un alma. Eres un alma, que tiene un cuerpo-zanjó, tajante-.
Dices que te gustó que te tocara, ¿verdad?-asentí-. Pues es normal. Cariño, las
caricias son esenciales-como queriendo reforzar esa tesis, me pasó los dedos
por la cara-. ¿Sabes cuál es el órgano más grade que tienes en tu cuerpo que
puede experimentar placer?
-¿Los
pechos?-probé, y ella sonrió.
-Bueno,
los pechos no están mal, la verdad. Pero no. Es la piel, mi amor. A mí me encanta que tu padre me acaricie, y a él
que le acaricie yo. Una caricia puede resultarte más placentera incluso que la penetración.
Incluso te puede dar más amor.
Me la
quedé mirando. La verdad es que tenía sentido, las piezas encajaban. Cuando más
había disfrutado había sido cuando él me había acariciado: mis pechos, mi sexo,
daba igual. Lo que más me había gustado fue la adoración que sus dedos me
transmitían.
-Pídeselo-.
Acarícialo a él la próxima vez, ¿vale? Que te dé muchísimos mimos y no intente
nada hasta que tú prácticamente le supliques que lo haga. Y que no pare cuando estéis
juntos.
-Pero
mamá… es que no estoy segura de que yo lo vaya a poder disfrutar, ¿me
entiendes? Es decir… ¿a ti te dolió tu primera vez?
-Apenas-contestó-,
pero me lo pasé bien porque aprendí pronto que tenía que pensar en mí antes que
en los demás. Y los chicos sólo piensan en ellos. Créeme. Es así.
-Hugo
fue bueno conmigo.
-Sólo
faltaría, tesoro.
-Entonces,
¿y si la culpa es mía? ¿Y si yo no estoy hecha para eso, y no me gusta, y sólo
voy a poder tener sexo yo sola?
-Amor,
sé que ahora puede parecerte que nadie querría hacer eso, pero créeme que cuando
encuentras a alguien con quien disfrutas, te encantará. Mírame a mí, cuando tenía
tu edad, lo hacía un par de veces al año y ya estaba-se encogió de hombros-,
pero luego fue darme cuenta de lo que quería y…-chasqueó los dedos-, todo fue
sobre ruedas.
-¿Lo
dices de verdad o es para consolarme?
-Sabrae,
a ver, ¿a ti qué te parece?-arqueó una ceja-. Me encanta el sexo, creo que se nota por lo mucho que me acuesto con
tu padre. El sexo con él es muy placentero. Porque me quiere, y me respeta, y
sabe lo que me gusta y se preocupa de dármelo.
-Y
aun así, tú le pones un 6-bromeé.
-Porque
de alguna forma tendré que evitar que me tome la delantera-se echó a reír-,
pero ahora en serio, ¿qué nota crees que le pondría yo?
-¿Muy
alta?
-Le
daría el 10. Porque estoy compartiendo mi vida con él, y yo no la compartiría
con alguien que no crea que es perfecto para mí. Y en esa perfección entra
precisamente la complicidad que tengamos en la cama. Pero, para encontrarte
alguien con quien encajes y poder ponerle un 10, primero tienes que probar a
muchísimos aprobados raspados. Hay que ir besando ranas hasta que te encuentras
con tu príncipe, ¿me entiendes?-me acarició la mejilla y yo asentí, más
animada-. Algunos chicos son egoístas y no les importas, pero no son la
mayoría. Los hay pacientes, y atentos, y dispuestos a ayudarte-noté cómo se me
deslizaba una lágrima por la cara, pensando que Hugo era así y yo no sabía cómo
compensarle todo lo que hacía por mí-. No llores, mi reina-me acarició la
mejilla, capturando la lágrima con la yema de los dedos-. Ya verás cómo
encontrarás al que te ponga por delante de él y te haga descubrir la magia que
ha hecho la naturaleza con nuestros cuerpos.
-Creo
que Hugo es ese uno, mamá-contesté, y ella me besó en la nariz.
-Mira
qué suerte tienes: ahora sólo tienes que explicarle qué es lo que te gusta. Pedirle
que te lo dé. Y él parece un buen chico, seguro que te lo da.
Asentí
con la cabeza.
-Lo
único que no necesitas ahora es vergüenza. Dile lo que te gusta. Lo que hemos
hablado. ¿Mm?-preguntó, y yo asentí, un poco más animada. Mamá me dio un beso
en la frente-. Venga. Tengo ganas de cocinar, y tú necesitas muchos mimos, por
lo que veo-bromeó, y yo asentí-. Te prepararé unos bollitos de crema, tus
favoritos, ¿qué te parece?
-¿Con
mermelada de frutos rojos por dentro?-pregunté, y mamá se rió.
-Pues
claro que sí, cariño.
Me besó
la cabeza y me dio la mano para acompañarme escaleras abajo. Le dio un beso en
los labios a papá y anunció que iba a dedicarse toda la tarde a la repostería. La
ayudé como buena pinche y cené mucho más animada los bollitos recién horneados,
esponjosos y con la crema de frutos rojos deshaciéndoseme en la boca.
Al día
siguiente, le envié un mensaje a Hugo y le dije de quedar en su casa. Consiguió
escaquearse de otro plan con sus padres y tener la casa para él solo. Cuando me
abrió la puerta, jadeó una sonrisa.
-Hola.
Estoy haciendo palomitas-anunció-, con extra de mantequilla.
-Es
una lástima.
-¿Por
qué?
-No
me apetecen palomitas.
Chasqueó
la lengua.
-Bueno,
más para mí.
-Me
apeteces tú-solté, y él se me quedó mirando. Entré en su casa y cerré la puerta
con el talón. Me abalancé sobre su boca y comencé a besarlo con tanto ímpetu
que tardó un momento en recuperar el aliento-. Vamos a tu habitación, por
favor.
Él asintió
con la cabeza, ignoró los pitidos del microondas y me llevó escaleras arriba. Entramos
en su habitación y nos tumbamos en la cama, que todavía tenía sin hacer. Nos quitamos
la ropa con urgencia y nos miramos desnudos un momento. Él volvió a mirar mis
pechos absolutamente hipnotizado.
Le
puse el condón antes de que fuéramos a más. Me acerqué a él, me quedé sentada
frente a él. Arqueé la espalda ligeramente, ofreciéndole mis senos. Cogí sus
manos y las posé en su curvatura, cerré los ojos al notar el cálido placer de
su contacto en aquella zona tan sensible de mi cuerpo.
-Sabrae…
-Poséeme-le
pedí-. Como si llevaras toda la vida deseando que llegara este momento.
Empezó
a masajearme los pechos de una forma que me enloqueció y disparó descargas por
entre mis vértebras. Se me aceleró la respiración.
-Es
que llevo toda la vida esperando este
momento-contestó. Separé las piernas y me tumbé sobre mi espalda. Entró en mí
con una lentitud deliciosa, mientras sus manos seguían ocupadas en mi busto.
-No
dejes de tocarme-pedí.
-Jamás.
Empezó
a moverse en mi interior, y entonces, lo entendí todo. Absolutamente todo. Me retorcí
debajo de él mientras sus manos seguían recorriéndome y su boca me besaba, su
miembro me reclamaba como suya con una descarada altivez que adoraría el resto
de mi vida. Me masajeó, me acarició, me manoseó, me besó e incluso me mordió.
Puso
las estrellas entre mis piernas, y lentamente, sentí que se formaba una
supernova entre jadeos y susurros.
Estábamos
creando un sistema solar, nosotros dos. Sonreí al notar la sensación familiar
del tsunami originándose en mi cuero cabelludo y deslizándose con
extraordinaria lentitud y por mi espalda, en dirección al centro de mi ser, un
lugar que ya no me pertenecía exclusivamente a mí.
Una galaxia
explotó entre nosotros cuando el tsunami alcanzó aquella tierra por colonizar. Arqueé
la espalda y jadeé su nombre mientras él continuaba besándome los pechos. Sonreí
en medio de mi exquisito clímax.
Soy mujer, pensé.
Por fin.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
ESTOY CHILLANDO!! ES QUE ME MATO EE VERDAD ESTO NO ES POSIBLE
ResponderEliminarMe parece tan tierna Sabrae concomo expreaa todo y dios santo...solo queria abrazarla con fuerza cuando se ha sentido mal...SI SUPIERA QUE VA A SER UNA JODIDA DIOSA Y TENER BABEANDO A ALEC POR UNA CARICIA
Sher y Saab ❤
ResponderEliminar"Puso las estrellas entre mis piernas, y lentamente, sentí que se formaba una supernova entre jadeos y susurros." ❤
- Ana