domingo, 11 de febrero de 2018

Septiembre.


El miércoles 14, te espera un regalo por aquí, ¡acuérdate de volver! Tenemos una cita. 


Estaba tumbada encima de papá cuando mamá bajó las escaleras y le acarició el mentón. Se estaba acabando el verano y se acercaba ese final de mes que tanto temíamos en mi casa, el momento en que empezaba a ponerme nerviosa por las posibles traiciones que mi cuerpo tendría preparadas para mí. Las pequeñas rebeliones que se producían en mi interior ante mi negativa a perpetuar la especie hacían correr, literalmente, ríos de sangre, que ya me habían estropeado sin remedio varios pantalones cortos que ahora me ponía por casa, cuando comenzaban los disturbios.
               Volvía a estar más mimosa que de costumbre, algo que a mi padre le encantaba y que nunca cambiaría por nada, ni siquiera por un poco de frescor. Nos gustaba estar juntos en esos momentos; a mí, porque me rodeaba con los brazos y me acariciaba la espalda, haciendo que los calambres en la parte baja del vientre pasaran a un segundo plano.
               A él, porque podía aprovechar para abrazarme, besarme la cabeza y oler mi pelo.
               -Has cambiado de champú-había observado en cuanto me acurruqué contra él, pidiendo un permiso que yo no necesitaba.
               -Sí-asentí.
               -¿Manzana?
               -Sí.
               -Te queda bien la manzana-había sonreído él, besándome por primera vez la cabeza y tirando de mí para que me quedara sentada sobre su pecho.
               Mamá se acercó a nosotros, echó un vistazo en dirección a Shasha, que miraba algo por internet con los auriculares puestos y el ceño ligeramente fruncido, una libreta en la que tomaba apuntes a toda velocidad a su lado. Mamá se mordisqueó el labio, buscando a Duna, a la que encontró tirada en el césped del jardín, durmiendo la siesta aprovechando que el aroma del césped la envolvía.
               -Zayn…-empezó mamá, pero papá, que ya sabía el reproche que venía, contestó:
               -Tiene puesta una toalla y le da la sombra en la cabeza.
               Mamá se acercó hacia las cristaleras que daban al jardín, dio unos golpecitos con el nudillo y suspiró un asentimiento cuando Duna se revolvió y la miró un segundo, somnolienta.
               -Mujer de poca fe…-sonrió papá, enredando sus manos en mi pelo mientras yo hacía corretear mis dedos por el contorno de sus tatuajes, volviendo a dibujarlos por millonésima vez.
               -¿Y el niño?-quiso saber mamá. El niño era el único chico que había en la casa; el único niño que se mantendría con esa condición incluso cuando fuera padre, incluso cuando fuera abuelo, incluso cuando mis padres ya no estuvieran en este mundo y sólo quedáramos Duna, Shasha, y yo, para recordarle cómo le llamábamos. Scott.
               Papá sonrió ligeramente en mi cabeza.
               -Teniendo más suerte que yo-contestó en tono críptico. Me mordisqueé la boca para contener mi sonrisa y que ésta no me traicionara precisamente ahora.

               Scott se había pasado la semana nerviosísimo, planeando con Tommy algo a lo que no había puesto nombre (delante de mí, al menos) pero que todos en casa sabíamos lo que era: pronto sería el aniversario del día en que conoció a Ashley, o el día en que se hicieron amigos, o quizás el día en que se besaron por primera vez. Lo cierto es que nadie en casa lo sabía con seguridad debido al hermetismo con el que Scott llevaba aquella relación, de la que sólo nos contaba pinceladas a nosotros, pero que describía con pelos y señales con sus amigos.
               Ese diluvio de detalles que tenía con ellos y el escaso goteo de información que tenía con nosotros no hacía más que contribuir a que sintiera ciertos celos de sus amistades, que luchaba por combatir diciéndome que era normal que hubiera cosas que prefería guardarse. Pero una parte de mí se iba a sentir mal, sí o sí, por cómo quería llevar Scott su relación y las pocas cosas que me contaba.
               Echaba de menos cuando era más pequeña y me lo contaba absolutamente todo, incluso la más mínima tontería que había hecho en clase. Sentía que le estaba perdiendo, o que ya le había perdido hacía tiempo. Yo no había sido así con Hugo, ¿por qué él tenía que ser así con Ashley?
               Mamá alzó las cejas, sorprendida por la respuesta de papá. Le impactó más su  tono que la información en sí: al fin y al cabo, todos habíamos visto la sonrisa boba con la que se había levantado Scott esa misma mañana, la suave carcajada entre dientes que se le escapó cuando papá le dijo “no te lo pases demasiado bien” en tono de mofa, antes de responder “lo intentaré, papá”.
               -¿A qué viene eso?-quiso saber, poniendo las manos en sus caderas. Papá levantó la vista.
               -Con la cantidad de mujeres que tengo ahí fuera-soltó-, dispuestas a hacer todo lo que yo les pida…
               -Pues ve con ellas-mamá hizo un gesto con la mano en el que le indicó a papá que la puerta estaba abierta, pero papá sonrió.
               -Pero es que a ellas no las quiero. Ellas no son tú, Sher.
               -Qué romántico, pero tenía que trabajar.
               -Podrías trabajarme a mí-espetó papá, y Shasha y yo nos reímos en silencio, ella mirándonos de rojo, yo, observando descaradamente la expresión de mamá.
               -Es que sólo te puede apetecer tener sexo a estas horas y con este calor, Zayn-se lamentó mamá, negando con la cabeza-. Seguro que eso va contra el Corán.
               -¿Sabes qué va contra el Corán?-papá se incorporó un poco y yo me quedé sentada sobre sus piernas-. Quedarse embarazada cuando todavía no te has casado.
               Mamá se llevó una mano al pecho, sorprendida, y soltó una carcajada sarcástica.
               -¿Sabes qué más va contra el Corán? Tener sexo antes del matrimonio, tanto hombres como mujeres.
               -Qué vergüenza, Sherezade. Qué vergüenza. Lo sabías y, aun así, lo hacías. Que te perdone Dios, porque yo, no lo voy a hacer.
               Mamá se acercó sugerente a su marido, le acarició el pelo despacio, pero él se mantuvo imperturbable.
               -Qué suerte que ahora estemos casados, ¿no?
               -Sí.
               -¿Y si subimos arriba a solucionarlo?-ronroneó.
               -Podríamos-concedió papá-, pero hay una pega.
               -¿Que es…?
               -Que ahora, no me apetece. Además, estoy con Sabrae. Y yo también tengo unos deberes con mis hijas, no sólo tú-contestó, cogiéndome de la cintura y pegándome de nuevo a su pecho. Mamá abrió la boca, sorprendida.
               -Pero, ¡si os están cayendo unos goterones de sudor por la frente impresionantes, Zayn! ¡No me jodas!
               -¡Porque tú no te dejas cuando me apetece!-contestó él, y mamá alzó las cejas de nuevo.
               -¿Esas tenemos?-inquirió, y asintió con la cabeza, subió las escaleras de dos en dos y se encerró en su habitación. Papá suspiró y negó con la cabeza, me miró a los ojos.
               -Sabes que mamá te va a hacer la vida imposible, ¿verdad?
               -Si te soy sincero, mi precioso melocotón, lo llevo sabiendo desde la primera vez que la vi.
               -Oh-ronroneó Shasha-, qué bonito, papá.
               -Pues claro que es bonito, mi vida-respondió él, encogiéndose de hombros-. Estaríamos jodidos en esta casa si yo no fuera compositor.
               Shasha soltó una risita y tecleó de nuevo en el ordenador. Mamá apareció a los pocos minutos, cuando yo ya había perdido la esperanza de que regresara y le diera a mi padre una lección, vestida con un pantalón corto y una camiseta de tirantes que más bien podía considerarse un top que no sujetaba nada de algodón. Se dejó caer con gracilidad en el sillón que había al lado del sofá en el que nos habíamos tumbado papá y yo, se apartó el pelo del hombro y se inclinó con infinita sensualidad a coger una revista de ciencia que Eri, la madre de Tommy, le había dejado a Scott.
               No miró en ningún momento en dirección a papá, y no fue porque él no lo estuviera deseando. Shasha soltó una risita al ver la cara que había puesto papá al mirarla, con una cantidad escandalosa de piel al descubierto. Mamá se apartó el pelo del hombro con sensualidad, se abanicó el cuello con la mano y abrió la revista, sonriendo para sí misma, sabiéndose absoluta dueña de la atención de su marido.
               -Sherezade…-jadeó papá, con la boca seca, y yo también me reí. Qué simples podían llegar a ser los hombres a veces.
               -Mm…
               -Mírame-pidió papá.
               -Estoy leyendo un artículo interesantísimo sobre la mutación del maíz, Z. Ahora mismo, no puedo-se negó ella.
               -Por favor-suplicó él.
               Mamá puso los ojos en blanco con la comisura del labio bailando en su mejilla, y finalmente se volvió hacia él.
               Fui a sentarme con Shasha, que me hizo un hueco en el sillón, para contemplar mejor la escena. Mamá aleteó con las pestañas y recorrió a papá con la mirada, su pecho desnudo, cubierto enteramente por tatuajes, sus caderas, sus pantalones grises de chándal.
               Finalmente, dejó que sus ojos se encontraran con los de papá.
               -Hagamos otro bebé-espetó él, y mamá respiró una risa.
               -¿Lo vas a parir tú?
               -Joder, yo hago lo que tú me pidas.
               -¿De verdad?-coqueteó mamá, apartándose el pelo de los hombros y regalándole a papá una vista de su escote que no tenía nada que envidiar a las modelos de Victoria’s Secret.
               -Sí, amor.
               -Genial-contestó ella, inclinándose ligeramente hacia él, dejando su boca a unos centímetros de la de papá-… porque quiero terminar el artículo.
               -¿Qué?-jadeó él, desilusionado, y Shasha me dio un manotazo en el glúteo intentando contener mis carcajadas silenciosas. No le estaba permitiendo escuchar.
               -¿Sabías que las mazorcas han casi quintuplicado su tamaño desde que se descubrieron por los colonos?
               -¡Sherezade!-rugió papá, y mamá se echó a reír-. ¿Con qué derecho te crees para calentarme de esta manera si no vas a…?-mamá le mostró su mano izquierda, en la que lucía con orgullo el anillo de compromiso y la alianza de casada que papá le había puesto en ella un poco después de que yo naciera-. ¡¿Cómo te atreves?!-espetó papá, ofendido, y mamá se rió-. ¡Cumple con tus deberes conyugales, mujer! ¡O te pido el divorcio por abandono!
               -A ver si te lo pido yo…
               -¿Por qué me lo ibas a pedir, si soy un esposo modélico?
               -Por adulterio.
               Shasha y yo contuvimos el aliento, estupefactas, mientras mamá se cruzaba de brazos y alzaba una ceja. Así es, Señoría. Yo tengo la razón, y la defensa no hace más que excusar a un delincuente, me la imaginé diciendo en un tribunal, antes de hacer ese mismo gesto de triunfo.
               Papá, sin embargo, se echó a reír.
               -A ver quién se traga eso.
               -No será por falta de antecedentes-mamá recogió la revista y volvió a abrirla.
               -Ya, bueno, pero a ver quién se traga que, con la mujer que tengo ahora, me quiera ir con otras.
               Mi madre soltó una risita.
               -Eso es misógino que te cagas.
               -Y entonces, ¿por qué te vas a levantar y vas a ir detrás de mí en dirección a la habitación?-contestó papá, poniéndose en pie y acariciándole el hombro. Se dirigió hacia las escaleras y comenzó a subirlas. Mamá se mordisqueó el pulgar, contemplando su culo.
               -No me des la espalda, Zayn.
               -Lo que más te interesa de mí ahora mismo lo tengo por delante, ¿a que sí?
               -Gilipollas-se rió mamá, pero no aguantó ni diez segundos antes de cerrar la revista y arrojarla sobre la mesa para ir tras él. Shasha se me quedó mirando y me tendió un auricular.
               -Toma, Saab.
               -Los vamos a necesitar, ¿a que sí?
               Shasha asintió.
               -Sube el volumen y pon algún vídeo de Nicki Minaj, porfa-pedí, y mi hermana obedeció. Cerró la ventana con el tutorial de programación que estaba observando y se metió en Youtube. Todavía no habíamos decidido qué vídeo ver cuando comenzaron los gemidos.
               Y todavía seguíamos mirando canciones con sus respectivas puestas en escena cuando la puerta se abrió de par en par y Scott entró como un huracán en casa. Ni siquiera cerró la puerta; pasó frene a nosotras sin mirarnos, trotando de una manera que nos hizo pensar que se había olvidado algo pero se estaba controlando para no echar a correr.
               Shasha se quitó los auriculares mientras Scott subía a toda velocidad las escaleras; yo me los quité a tiempo de escuchar cómo entraba en su habitación y cerraba la puerta con un sonoro portazo.
               -¿Qué se habrá dejado?-le pregunté a mi hermana, y ella se encogió de hombros. Scott había hecho incluso una lista con las cosas que quería llevarse hoy para darle una sorpresa a Ashley, llevaba preparando esto semanas, ¿qué habría podido fallar?
               Scott abrió la puerta de par en par de nuevo, con tanta fuerza que la estampó contra la pared. Rugió algo, frustrado, y bajó las escaleras, algo más despacio, pero desde luego mucho menos calmado.
               -¿Cuánto llevan así?-quiso saber, y yo me quedé helada. Parecía enfadadísimo, tenía los ojos rojos, como si estuviera a punto de llorar de rabia.
               -Pues…-empecé a contestar, pero él negó con la cabeza.
               -Nada, déjalo, Sabrae, que como tenga que esperar a que te funcionen las neuronas…-gruñó, y se dirigió a la habitación de los grafitis de papá. Me quedé helada.
               -¡Oye!-le recriminó Shasha, pero no debió de escucharla por el ruido de los cajones abriéndose y cerrándose en aquella estancia.
               Las dos nos quedamos alucinadas cuando le vimos salir con un mechero en la mano y un cigarro en la boca. Scott se llevó el mechero a la cara con mano temblorosa, luchó por encenderlo con unas manos que no le respondían y, finalmente, después de unos angustiosos instantes, dio una calada al cigarro para conseguir que éste prendiera.
               Apretó la mandíbula y rechinó sus dientes con el humo en los pulmones ante un nuevo gemido de mamá. Se llevó una mano a la cabeza, cerró los ojos y se encaminó al jardín.
               Por mi parte, clavé las rodillas en el sofá en que había estado tumbada con papá y me apoyé en el respaldo para preguntarle:
               -¿Cuánto hace que fumas?
               -Métete en tus cosas.
               -¿Lo saben papá y mamá?-quiso saber Shasha.
               -¡QUE OS METÁIS EN VUESTRAS COSAS, PUTAS CRÍAS DE LOS COJONES!-bramó, y tanto Shasha como yo dimos un brinco mientras él atravesaba las cristaleras y se adentraba en el jardín.
               -¿Scott?-preguntó Duna.
               -Tira para casa-ordenó nuestro hermano.
               -¿Por qué?
               -CALLA Y OBEDECE-ordenó Scott, y Duna también se estremeció, recogió la toalla y entró trotando en nuestra dirección. Saltó a mis brazos y yo se la entregué a Shasha.
               -Quédate con ella.
               -Pero…
               -Quédatela-insistí, levantándome y yendo en dirección a nuestro hermano. Atravesé el umbral de la cristalera y me lo encontré sentado en una de las tumbonas de plástico, con el pelo revuelto, los ojos rojos, y casi devorando un cigarro que ya llevaba consumido por la mitad-. ¿Qué te pasa?
               -Me cago en mi madre, qué puto suplicio hay que aguantar con vosotras.
               -¡Eh! ¡Que yo no tengo por qué venir a preguntarte qué te ocurre!
               -¡Pues no lo hagas, Sabrae, joder!
               -¿Por qué le has gritado así a Duna?
               -¡Porque puedo!-ladró, y yo alcé las cejas, sorprendida.
               Y, entonces, di un par de pasos hacia él y le solté una sonora bofetada. Le tiré el cigarro al césped, y se quedó allí, brillando, esperanzado por una vida que ya no iba a tener.
               -¿Qué haces, so loca?
               -¡Pegarte, porque puedo!-le grité a dos centímetros de la cara, y él no se lo pensó dos veces.
               Si tenía que ponerme en mi sitio con una paliza, lo haría.
               Y si yo tenía que ponerle a él en su sitio con otra, también.
               No me dio tiempo a pensar, mis músculos respondieron por mí, en esa famosa memoria muscular de la que todo el mundo hablaba. Scott se abalanzó sobre mí, impulsándose en la hamaca para cogerme de la cintura, y me estampó contra el suelo. Me dio un tortazo que me dejó sin aliento y yo me defendí como había aprendido a hacerlo en kick.
               Le di un puñetazo en el estómago, luchando por quitármelo de encima y poder respirar, pero no conté con que él pelearía incluso tumbado a mi lado, no como lo hacía Taïssa cuando entrenaba con ella. Aquello iba a ser una pelea en condiciones y no un entrenamiento.
               Antes de que pudiera darme cuenta, otro cuerpo entró en escena, y al mar de patadas, mordiscos, puñetazos, jadeos e insultos se unió otra protagonista: Shasha, a la que le daba igual arañar a Scott que tirarme a mí del pelo para intentar separarnos, con tan mala suerte que terminamos peleándonos todos con todos y haciendo que Duna viniera, llorando, a nuestro lado, a suplicarnos que nos detuviéramos.
               -Parad-sollozaba, hecha un manojo de lágrimas-, parad, por favor-Scott consiguió ponerse encima de mí y sujetarme los dos brazos con sólo un mano, mientras con la otra mantenía a raya a Shasha cogida por el pelo. Empecé a reunir saliva para soltarle un escupitajo.
               -Ni se te ocurra-advirtió Scott, pero yo abrí la boca y le escupí en el pecho. Scott soltó a Shasha y me cruzó la cara con tanta fuerza que me dejó sin aliento, libertad que mi hermana aprovechó para abalanzarse sobre él y hacer que se cayera sobre su costado contra el césped.
               -¡No! ¡SHASHA!-chilló Duna-. ¡NO!-gritó, y se colgó de uno de sus brazos para evitar que Shasha siguiera zurrándole a Scott, con tan mala suerte que le di un codazo sin querer en la mejilla, y la chiquilla cayó de culo a los pies de Scott.
               -¡NI LA TOQUES!-le gritó Scott a Shasha, incorporándose y cogiéndola del cuello para alejarla de él-. ¡Ni la toques!-repitió, y Shasha le arañó el brazo.
               -Pero, ¿ qué coño hacéis?-exclamó papá, que acababa de aparecer como un espectro a nuestro lado. Mamá recogió a Duna del suelo y la apretó contra su pecho, acariciándole la espalda y besándole la cabeza para que dejara de llorar, mientras papá se ocupaba de separar a Shasha y Scott-. ¿Qué hostias os pasa?
               -Nada-contestó Scott, tragándose las lágrimas y tendiéndome una mano para ayudarme a levantarme.
               -¿Cómo que nada?-le recriminó papá a mi hermano, y ocurrió algo insólito.
               Scott se encaró con él.
               -Sí, nada, joder, ¿vale? Na-puto-da-espetó con la piel pegada a la de papá-, ¿y vosotros qué? ¿Ya habéis terminado de follar?-escupió.
               -¿Qué bicho te ha picado?
               -¡Dejadme en paz, hostia!-ladró Scott, empujando a papá a un lado y entrando a la velocidad de la luz en casa-. ¡Que ni un puto instante de tranquilidad se puede tener en esta casa! ¡Me cago en Dios!-rugió, y dio un portazo que hizo temblar los cimientos de nuestro hogar.
               Papá apretó los dientes, rabioso.
               -Se va a enterar este crío de quién soy yo-gruñó, echando a andar hacia el salón-, hablarme así a mí…
               Pero mamá le puso una mano en el pecho y negó con la cabeza.
               -Ahora no, Zayn. Necesita estar solo.
               Papá y mamá se miraron.
               -¿Qué habrá pasado?
               Mamá negó con la cabeza, se encogió de hombros, le dio un beso a Duna.
               -Vamos, Dun-dun. Vamos a ver qué te ha pasado.
               -Me duele la boca, mamá…
               -A ver si se te va a salir un diente-volvió a besarla-, y hoy te visita el hada y te trae un regalo…
               Papá se volvió hacia nosotras.
               -¿Se lo ha hecho él?-preguntó, y negamos con la cabeza.
               -Ha sido sin querer…-empecé yo.
               -¿Se lo ha hecho él, sí, o no, Sabrae?-exigió.
               -He sido yo-reconoció Shasha-. Le di un codazo sin querer mientras…
               -Joder…-papá se pasó una mano por la cara-. Anda que… ya os vale, niñas.
               -Lo siento-gimió Shasha, al borde de las lágrimas.
               -No es a mí a quien tienes que pedir perdón-discutió papá, y nos dejó allí solas, en el jardín. Shasha se toqueteó los dedos de una mano con la otra, sus hombros convulsionando, y se abrazó a mí cuando yo me acerqué a ella y le acaricié la mejilla.
               -No es tu culpa…-susurré.
               -Pero… le he hecho daño, Saab.
               -Pero ha sido sin querer-contesté, acariciándole la espalada y dándole de nuevo un beso en la mejilla. Entramos en casa y fuimos a ver a Duna, a la que mamá curaba las heridas mientras papá las contemplaba, irradiando tensión como una estrella irradiaba luz y calor. Se mordisqueaba los nudillos observando a la más pequeña de sus hijas mientras ésta luchaba por continuar llorando, lo cual le costaba horrores porque mamá no paraba de hacer muecas y contarle chistes para que se riera.
               Papá no se movió cuando Shasha se acercó a Duna y la tomó entre sus brazos, recogiéndola en un gesto protector y sosteniéndola contra su pecho. Duna le pasó los brazos por los hombros y apoyó la cabeza en la suya.
               -¿Me perdonas, bonita?
               Duna sólo asintió, se llevó la mano a la mejilla dolorida y se la masajeó despacio. Hizo una mueca y exhaló un suave gemido.
               -No te la toques, amor-le dijo papá, y mamá se alejó de la mesa en dirección a la puerta que daba al salón-. ¿Adónde vas?
               Mamá se detuvo en seco y le miró.
               -A decirle que no pasa nada por pelearse con su novia.
               -Dale espacio, Sher.
               -Pero…
               -Si quisiera estar contigo, ya te habría venido a buscar-reflexionó papá, y mamá se llevó una mano al pecho, el puño cerrado como si en él sostuviera su corazón. Miró en dirección a las escaleras y finalmente asintió, concediendo que papá llevaba la razón en este asunto. Con un suspiro, cogió a las chicas y se las llevó al sofá, les dijo que podían ver una película para animarse un poco y olvidarse del dolor de la pelea.
               Noté la mirada ardiente de papá clavada en mi espalda. Me giré para mirarlo.
               -¿Os dijo algo cuando entró?
               Sacudí al cabeza.
               -¿Nada?
               Volví a sacudirla. Papá se levantó, sacó un paquete de tabaco de un cajón y se encendió un cigarro. No me gustaba que fumara, pero sabía que eso le haría sentirse un poco mejor. Y lo necesitaba. La preocupación brillaba en su mirada como si fueran las luces que guiaban a los esquiadores en una sesión nocturna.
               -Vamos a darle un poco de margen, ¿te parece, Saab?
               -¿Y después?
               -Después… iremos a hablar con él.
               Le dimos el margen y Scott no salió de su habitación. Llegué a preguntarme si querría que llamara a Tommy, incluso lo comenté con mis padres, pero me dijeron que, si su mejor amigo no había aparecido ya, o Scott no le había avisado, era porque prefería estar en soledad.
               Pero yo ya no lo resistía más.
               Después de una  espera que se me hizo mortalmente larga, mis dudas se apoderaron de mi cuerpo y mi necesidad de comprobar que Scott estaba bien se terminó imponiendo sobre el respeto a la intimidad de mi hermano. Me levanté del sofá en el que era el momento más interesante de la película de dibujos que Duna y Shasha habían escogido, y me dirigí escaleras arriba como una muerta en vida, sintiendo a través de un muro de hielo las sensaciones que mi cuerpo iba recogiendo pero mi cerebro no procesaba.
               Me planté frente a la puerta de la habitación de Scott, cerré los ojos un momento, tomé aire y me preparé para lo que tenía que venir. Llamé con los nudillos y no obtuve respuesta. Volví a llamar, y mi hermano siguió sin contestar.
               Lentamente, rodeé con los dedos el pomo de la puerta y lo empujé para que ésta cediera. La empujé con un chirrido y eché un vistazo en el interior de la habitación.
               Scott estaba tumbado en su cama, con la espalda vuelta hacia la pared y las manos bajo su cabeza. Sus ojos se clavaron en mí en cuanto abrí la puerta un poco más para captar su atención.
               -¿Qué?-gruñó en tono cansado, con una voz desgastada, como si se hubiera pasado un fin de semana gritando letras de canciones en un festival, y estuviéramos a lunes por la mañana.
               Se me encogió el corazón. Una parte de mí se culpaba por el pésimo estado en que se encontraba S, quien claramente necesitaba de mimos y comprensión, de alguien que le dijera que pelearse era normal y que lo hacía constantemente sin poner en peligro nada de su vida, porque las cosas dichas con ira pierden su significado y su poder cuando ésta se desvanece y da paso al remordimiento.
               Lo último que mi hermano necesitaba ahora era justamente lo que yo había sido: su verdugo, otro antagonista más en una carrera de obstáculos que parecía estar superándolo.
               -¿Estás bien?
               -Sí-bufó, sorbiendo por la nariz y limpiándose los mocos con la muñeca.
               -¿Seguro?
               -Déjame en paz, Sabrae.
               -¿Necesitas algo?
               -Que me dejes puto tranquilo, joder.
               Me mordí el labio y me quedé plantada en la puerta, sin saber qué hacer. Dos fuerzas igual de potentes pero contrarias tiraban de mí y mi voluntad: la primera me instaba a acercarme a mi hermano y tumbarme a su lado, comérmelo a besos hasta que se le pasara el disgusto y volviera a ser él: la persona más feliz y positiva que había conocido en mi vida. Mi roca, el ancla que evitaba que me arrastrase la corriente.
               La otra me ordenaba dejarle en paz, confiar en su criterio, me decía que él era mayor que yo y se conocía mejor de lo que yo jamás lo haría, que respetara sus deseos igual que él respetaba mi espacio cuando yo le pedía que lo hiciera.
               Aunque no solía dejar que me quedara sola estando enfadada y triste.
               Por eso ganó la primera fuerza y entré en la habitación. Fue un simple paso, pero suficiente para que toda la estabilidad que Scott había ido reuniendo se deshiciera entre sus dedos como un castillo de arena al subir la marea.
               -¿QUÉ?-ladró, y yo di un brinco y volví a agarrarme a la puerta, como si del susto fuera a tener la suficiente fuerza para arrancarla de cuajo de la pared y poder usarla de escudo contra la rabia diabólica de Scott-. ¿QUÉ COÑO QUIERES? ¡LÁRGATE DE MI HABITACIÓN, SABRAE!
               -Yo… sólo intentaba…-jadeé, pero él se dio la vuelta, agotado.
               -Déjame en paz. Por favor-suplicó, y eso terminó de hundirme-. Déjame tranquilo, Sabrae.
               No dijo nada más, no hizo nada más, sólo se quedó allí tumbado, dándome la espalda. Le observé un momento en silencio, dudando de si obedecerle y marcharme o acercarme y tumbarme a su lado, pasarle un brazo por la cintura y abrazarle, darle todo el calor que estaba perdiendo.
               Scott se encogió un poco, sorbió por la nariz y jadeó en busca de aire.
               Y a mí me dio tanto miedo no ser capaz de consolarle que, como una cobarde, cerré la puerta suavemente y casi me deleité en el suave clic del pomo al ajustarse de nuevo en su cerradura.
               Podía respirar de nuevo, aunque fuera un aire cargado de agonía.  Por lo menos era mejor que lo que había dentro de la habitación de Scott.
               Mamá lo intentó más tarde, pero tampoco arrancó ninguna respuesta de mi hermano, que se pasó toda la tarde tirado en su cama sin hacer nada, sin cambiarse de ropa ni abrir las ventanas, achicharrándose poco a poco en el horno en que vivía, con la ropa que había elegido expresamente para que Ashley sintiera deseos de arrancársela.
               Mamá le dijo que no pasaba nada si se habían peleado, que era normal, que las parejas discutían, míranos a tu padre y a mí, y aquí estamos, dieciséis años y lo que nos queda… pero ni por esas. Scott no la escuchaba, se encerraba en sí mismo y se encogía con cada caricia que nuestra madre le dedicaba cual animal hecho de fuego ante la mano de un gigante de hielo.
               Finalmente, mamá desistió. Bajó al piso inferior y le quitó el puesto de cocinero de la noche a papá, que accedió a ser su pinche y con el que estuvo hablando en preocupados susurros mientras Shasha y yo jugábamos a la consola y Duna nos miraba aburrida, agitando de vez en cuando un peluche de un unicornio dragón para reclamar nuestra atención. Como si alguna de las tres tuviera realmente la cabeza en el salón y no en el piso de arriba, con Scott.
               Shasha subió a llamar a Scott para cenar; ni siquiera abrió la puerta, sino que se quedó esperando fuera, en el pasillo, alguna reacción de nuestro hermano, la que fuera. Pero él se negó a salir. Dijo que no tenía hambre y se revolvió en la cama, agotado. Mamá tomó aire.
               -Quizá deberíamos esperar un poco-sugirió, mirando a papá, que se encogió de hombros. Shasha y yo nos quedamos calladas, pero la tripa de Duna abrió por todos nosotros con un sincero y decidido rugido que nos arrancó sonrisas tristes a todos. Cenamos en silencio, escuchando el tic tac de los relojes de la casa. Papá apartó lo mejor de cada plato preparado y se dedicó a colocarlo en una bandeja, para subir despacio las escaleras y probar suerte él también.
               Llamó con los nudillos mientras sus hijas esperábamos al final de las escaleras, Shasha en el último escalón, y yo con Duna entre mis brazos, expectantes.
               Scott no respondió y papá abrió la puerta.
               -¿Puedo pasar?
               Scott tampoco respondió.
               -S-susurró en tono cariñoso, tremendamente comprensivo-. Sé que no estás dormido.
               El susurro de unas sábanas moviéndose por el cambio de postura del chico nos alertó de que estaba respondiendo a los estímulos de papá. Por un momento, sentí envidia de él.
               -Te he subido la cena.
               -No tengo hambre-respondió Scott después de un momento, pero papá abrió la puerta de su habitación y entró de todos modos. Duna echó a andar hacia ella, pero la detuve agarrándola con firmeza de la muñeca.
               -Mira, hemos hecho pollo al curry-informó papá.
               -Qué bien-comentó Scott en tono apático.
               -Está genial-respondió papá-. A mamá se le ha ocurrido echarle un poco más de picante y…
               -No me apetece-murmuró Scott en tono cansado, y papá depositó la bandeja con la cena en el escritorio. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Contuve la respiración.
               Papá se sentó en la cama al lado de él y le acarició la cabeza, como cuando sólo era un bebé.
               Y Scott se echó a llorar, se giró hacia él y le agarró de la camiseta; pegó a nuestro padre tanto a su cabeza que por un instante era imposible distinguir dónde terminaba Scott y empezaba Zayn.
               -Ya está, seguro que no es nada-susurró papá, acariciándole el pelo y dándole besos mientras Scott sollozaba en su regazo. Me dolió en el alma verlo así.
               Por suerte o por desgracia, papá levantó la mirada y nos hizo un gesto a mis hermanas y a mí para que nos fuéramos y les dejáramos intimidad. Nos habíamos acercado a la puerta, muertas de intriga, y nos habíamos quedado mirando la preciosa escena que eran padre e hijo unidos en un momento tan doloroso e íntimo.
               No escuché lo que hablaron, no supe qué le dijo papá para intentar animarle. Sólo sé que cuando me fui a dormir, Scott seguía tirado en su cama, despierto, con el corazón latiéndole a mil por hora y temblando a pesar de que no hacía frío. La comida estaba sin tocar en su escritorio y no se había puesto el pijama.
               -¿Puedo dormir contigo?-preguntó Duna, y Scott negó con la cabeza, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y volvió a negar tras tragar saliva-. ¿Por qué no?
               -Porque no creo que duerma en toda la noche.
               -Scott…-comenzó Shasha.
               -Hace calor-zanjó él. Y yo me llevé a Duna de la habitación; Shasha fue la última en salir.
               No sé si Scott consiguió dormir algo aquella noche; sólo sé que, cuando me desperté y bajé a desayunar, él no bajó a visitarnos ni salió de su habitación.
               -¿Pretenderá batir un récord?-bromeé para quitarle hierro al asunto ante las expresiones de preocupación de mis hermanas, y puse los ojos en blanco-. Llevamos el drama en la sangre en esta familia, ¿no os parece?-dije-. Papá desaparece en medio de una gira y luego se marcha de la banda sin más explicación que una entrada en Facebook, y ahora Scott se convierte en un monje de clausura.
               -Tu hermano está mal, Sabrae-recriminó mamá, y yo me enrojecí por la vergüenza.
               -Sólo intentaba quitarle hierro al…
               -Lo sabemos, cariño-mamá me acarició los nudillos y me besó la cabeza. Papá daba sorbos de su café sin prestar atención a lo que sucedía en su interior, buceando en el arrecife de sus pensamientos y reproducciones en bucle de los secretos que le había confiado Scott el día anterior.
               Estaba a punto de subir las escaleras y ver qué tal estaba mi hermano cuando llamaron a la puerta. Troté hacia ella con unas esperanzas que no supe identificar hasta que se materializaron en la puerta.
               Me encontré con la mirada un poco somnolienta de Tommy cuando abrí con energía después de comprobar por la mirilla que, efectivamente, era él. ¿Quién, si no, vendría tan temprano a visitarnos?
               -Buenos días-saludó, animado, y yo noté cómo me enrojecía un poco, recordando que la última vez que me había dicho esa frase, me había pasado la noche entera pensando en lo bien que nos lo habíamos pasado la tarde anterior en la playa.
               -Hola, T-dije, haciéndome a un lado.
               -¿Ya ha llegado tu hermano?-preguntó, metiéndose las manos en los bolsillos y accediendo a mi hogar. Cerré la puerta tras él en el momento en que él se giraba para mirarme-. El cabrón no me ha mandado ni un solo mensaje; quiero que lo primero que vea sea yo cuando entre en su habitación caminando como un vaquero.
               -¿No te has enterado?-pregunté, un poco extrañada. Aunque no me parecía propio de Tommy que pasara de mi hermano cuando estaba con su novia, tampoco me extrañaría nada que se le fuera el santo al cielo cuando estaba con Megan. Les había visto juntos. Sabía la química que tenían. Sabía que el mundo a su alrededor desaparecía cuando Megan lo miraba.
               Tommy frunció el ceño. Sus ojos azules chispearon, confusos.
               -¿De qué?
               -Scott volvió de tarde. No ha salido de su habitación desde entonces.
               Todo el color huyó del rostro del mejor amigo de mi hermano, los peores escenarios desfilándole por la mente.
               -¿Cómo dices?
               -Creo que se ha peleado con Ashley-informé, y Tommy parpadeó un segundo antes de darse la vuelta y salir disparado escaleras arriba, sin saludar a nadie, sin hacer caso de nadie. Shasha se lo quedó mirando mientras abría la puerta de la habitación de Scott.
               -¿S? ¿Qué pasa?
               -Vete-jadeó Scott.
               -¿Adónde? ¿A la mierda?-sugirió el Tomlinson.
               -Pues… por ejemplo-contestó el Malik, hastiado. Escuché la sonrisa de Tommy cuando habló de nuevo:
               -¿Tantas ganas tienes de que me acerque a ti?
               Scott no contestó al momento.
               -Gilipollas-dijo por fin.
               -¿Qué te pasa?
               -Ven.
               Shasha y yo subimos las escaleras de dos en dos, con el corazón en la boca. Tommy se acercó a Scott, se sentó en la cama, al lado de él, que seguía con la ropa de ayer (aunque, para mi gran alivio, se había comido gran parte de la cena que le había llevado papá), y extendió una mano.
               Se me pusieron los pelos de punta cuando Scott se la cogió y se quedaron callados, mirándose a los ojos, dejando que el torrente de energía que los conectaba y sin el que no podían vivir fluía entre ellos. Me encantaba la sensación de estar a su lado en esos momentos, de disfrutar de aquella conexión casi mística que incluso tú podías sentir en tus propias carnes.
               Tu cuerpo era capaz de recoger un poco de esa energía residual que fluía entre ellos dos, tan antigua como el mundo y tan necesaria como la gravedad.
               Estuvieron callados casi un minuto, mirándose a los ojos, hasta que Tommy susurró en tono bajo, para no ahuyentar a las hadas que seguramente se habían instalado en la habitación:
               -¿Qué ha ido mal?
               Y Scott se lo dijo con voz neutra, la de un muerto.
               -Estaba con otros en su piso.
               Tommy alzó las cejas, sorprendido, y apretó la mandíbula mientras abrazaba a Scott, que comenzó a deshacerse entre sus brazos como me supuse que lo había hecho la noche anterior con papá. Shasha y yos nos miramos, estupefactas.
               ¿Cómo podría nadie hacerle eso a nuestro hermano? ¿Cómo podía Ashley hacérselo, sabiendo lo que la quería, sabiendo que estaba loco por ella, que la consideraba el amor de su vida, al que había encontrado contra todo pronóstico en su adolescencia?
               Empecé a odiarla en ese mismo instante, pero, por más que me esforzara, creo que nunca llegaría al nivel de odio que Tommy sentiría por ella.
               Me metí en mi habitación y le mandé un mensaje a Amoke posponiendo nuestra comida en el centro; estaba demasiado sorprendida como para ir a ningún sitio, y sabía que si salía de casa no haría más que preocuparme por cómo estaría mi hermano y sentirme fatal por no estar allí, con él, por si él me necesitaba.
               Algo más relajada con la presencia de Tommy, me dediqué a chatear con ella mientras el hijo de Louis consolaba a mi hermano al otro lado de la pared. Llamaron al timbre y me pregunté si sería ella, que venía a darme apoyo moral; incluso me dijo que se pasaría por casa si me apetecía para estar un poco juntas y conseguir distraernos, a lo cual le respondí con un escueto “por favor”.
               Troté escaleras abajo, sorprendida por la velocidad de Amoke al vestirse y venir en dirección a mi casa mientras respondía a mis mensajes, pero no fue con ella con la que me encontré, sino a todo el grupo de amigos de Scott, plantados ante mi puerta como si les hubiera convocado el mismísimo Dios.
               -Hola-jadeé, saltando con los ojos de un rostro a otro, comprobando que habían venido todos en menos de 15 minutos, a pesar de que algunos vivían a más de esa distancia. Me detuve un segundo más de la cuenta en los ojos de Alec, que me estudiaron con preocupación, buscando ver en mis ojos una verdad que aún le era negada.
               -¿Qué pasa, Saab?-quiso saber Tamika, que masticaba un chicle como si quisiera desintegrarlo con sus mandíbulas-. Tommy nos ha avisado de que…
               -Es mi hermano-expliqué, y una llamarada naranja captó mi atención. Amoke acababa de girar la esquina de mi calle y venía corriendo, cargada con su mochila, que daba brincos a su espalda el conejo de Alicia en el País de las Maravillas.
               -¿Qué le pasa?-preguntó Max, dando un paso al frente, exigiendo que le contara lo que sucedía ya.
               -Está mal-fue todo lo que alcancé a decir, pero con eso les bastó. No podía pronunciar en voz alta lo que aquella chica le había hecho a Scott, ni yo misma era capaz de comprenderlo todavía. Me había enterado demasiado recientemente, todavía no había tenido tiempo de procesarlo-. ¡Momo!-celebré, agradecida, cuando ella abrió la verja de mi casa, aquella en la que había tonteado con Alec, y la cerró de una patada antes de subir las escaleras de mi porche de dos poderosos saltos.
               -He venido corriendo, ¿estáis bien?
               -Ha sido esa puta-espetó Alec, y todos se lo quedaron mirando cuando habló. Al ser el mayor de todos, tenía una especie de autoridad que el resto se veían obligados a reconocer, incluso de forma implícita, prestando atención a lo que él decía; por mucho que sólo fueran conjeturas-. Lo sé-asintió, abriéndose paso entre Bey y Jordan-. Es que lo sé.
               Amoke se quedó quieta, esperó a que todos entraran, me dio un abrazo y me siguió escaleras arriba. Se sentó en mi cama, con las piernas cruzadas, y me miró cuando yo me llevé un dedo a los labios, indicándole que guardara silencio. La conversación de mi hermano con sus amigos podría ayudarme a entender, ayudarme a ayudar, darme las piezas de aquel puzzle que no me veía capaz de resolver.
               A qué precio, no lo sabía, pero estaba dispuesta a pagarlo.
               Incluso si ese precio era descubrir el lado más oscuro de Alec, aquel que se grabaría a fuego en mi pecho con unas letras escarlata que marcarían para siempre mi rechazo hacia él: decepción, sorpresa, incluso indignación.
               Scott se armó de valor para contarles a sus amigos lo que había hecho la tarde pasada, y no sé cómo lo hizo, pero consiguió mantenerse lo suficiente entero como para dar detalles. Amoke me apretó la mano cuando comenzó a hablar, dándome el apoyo que yo necesitaba mientras oía con qué ilusión destrozada mi hermano contaba lo que acababa de presenciar. Me partió el corazón escuchar cómo su ánimo se iba apagando a medida que el Scott de su relato se acercaba a casa de Ashley, cómo no había entendido los sonidos que provenían de la habitación de ella, cómo salió corriendo de allí cuando la encontró en la cama con otro, sentada sobre él, gimiendo un nombre que no era el de mi hermano en un tono en el que sólo debía pronunciarse el del único hijo varón que había tenido mi madre.
               Varias veces tuvo que detenerse para coger aire y conseguir calmarse, pero nunca se hizo el silencio en la habitación: siempre había alguien que hablaba, una de las chicas consolando a Scott, uno de los chicos intentándolo también…
               … o Tommy y Alec, eternos, echando pestes sobre ella.
               -Esa puta…
               -Jodida zorra…
               -Guarra de mierda. Deberíamos cargárnosla-sugirió Alec, y Tommy enseguida asintió.
               -Sí, sí, es que tendríamos que matarla, joder.
               -Dios, te lo juro, si me la pusieran ahora delante, la estrangularía.
               Me daba miedo descubrir que Tommy era capaz de hablar así, pero más miedo me daba lo de acuerdo que estaba con él, cómo comprendía sus emociones hasta en los rincones más profundos de mi ser, los que yo creía más buenos.
               -Se merece mucho más que eso, T.
               Y Scott siguió hablando, y Tommy y Alec siguieron malmetiendo, hasta que finalmente el relato de mi hermano concluyó y todos se quedaron en silencio, a salvo de los murmullos inconexos de Alec.
               -Jodida puta… grandísima zorra… la madre que la parió… se va a acordar de ésta…
               -Alec-advirtió Bey, que parecía ver que se acercaba una explosión.
               -Deberíamos hacerle algo-soltó Alec de repente, y Amoke y yo nos quedamos a cuadros, en silencio, mirándonos la una a la otra. Noté cómo se me aceleraba el corazón.
               Quise entrar en la habitación y encararme con él, preguntarle qué había hecho con el chico que me había ayudado en la playa, el chico que me había acompañado a casa cuando los pesados de mi clase se habían empeñado en molestarnos a mí y a mis amigas.
               El que estaba en la habitación de mi hermano era demasiado diferente de aquel como para ser la misma persona.
               -¿Como qué?-preguntó Jordan, en un tono que parecía dejar entrever que no le parecía del todo descabellada la idea. Alec se lo quedó mirando.
               -Darle un susto-explicó, y se encogió de hombros-. No sé.
               Un silencio pesado cayó sobre los nueve.
               -¿Qué?-preguntó Alec. Todos habían clavado los ojos en él, estupefactos.
               -Estamos esperando-informó Bey-, a que tengas los cojonazos de decir lo que quieres hacerle a esa chica.
               -No es una chica, Bey, es una puta.
               -Sigue siendo una chica-discutió Bey.
               -¿Por qué cojones la defiendes? Mira cómo está Scott. ¡Míralo!
               -¿Y que él esté fatal ya justifica todo lo que nos apetezca hacerle para herirla?
               -Bey, ¿tengo que recordarte de quién eres amiga?-inquirió Logan, y Alec habló a continuación de él.
               -Me parece de puta madre que te des por satisfecha con insultarla y ya está, pero yo no soy como tú, Bey. Sois mi familia, Scott es mi familia, y le ha hecho daño a mi familia; y lo va a pagar caro, créeme. Lo va a pagar carísimo, esa zorra.
               -Haciendo que sufra no serás mejor que ella.
               -Me la suda no ser mejor que ella; yo lo que quiero es que se acuerde de esto.
               -¿Y eso justifica todo?
               -¿Qué coño dices, tía? ¡Ni que hubiera sugerido que la violásemos en grupo, o algo!
               Bey se cruzó de brazos.
               -¿Y qué coño estás sugiriendo, entonces?
               Contuve la respiración, y vi cómo Amoke también lo hizo, con sus pupilas contraídas.
               -Beyoncé-exigió Alec, y Bey se lo quedó mirando, cruzada de brazos, en actitud desafiante-, ¿de verdad me crees capaz de algo así?
               -No te creía capaz de decir muchas cosas que estás diciendo, así que… sí.
               -Supongo que ya no soy tan apetecible ahora que ves que no puedes manejarme como te dé la gana, ¿no?
               -¿Yo te manejo, machito de mierda?-escupió Bey, encarándose con él-. Sí, venga, acércateme más, no vaya a ser que no note la prepotencia que irradian todos y cada uno de tus poros.
               -Que corra el aire, chicos-exigió Max, poniéndose entre ellos y tirando de Alec para alejarlo de Bey, que le mantuvo la mirada con ceja arqueada como una auténtica diosa de la guerra.
               -Sabes que nunca le haría eso a nadie-escupió Alec.
               -¿Lo sé?-inquirió Bey.
               -Tía-apaciguó Tam a su gemela-. Te estás pasando un poco. Mira, a mí también me molestan cosas que han dicho, pero están enfadados, no lo dicen en serio…
               -Después de todo lo que mi madre tuvo que pasar, ¿de verdad te crees que yo repetiría la historia?
               -Quizá sea genética-espetó Bey, y todos ahogaron una exclamación.
               -¡Bey!-riñó Karlie.
               -Mira, tronca-ladró Alec-, no te cruzo ahora mismo la cara porque eres demasiado guapa y no quiero estropeártela.
               -Prueba a pegarme-retó Bey-, a ver si sobrevives.
               -Ya está bien, vosotros dos-ladró Tommy-. Las desgracias, de una en una. Ahora no tenemos tiempo para vuestras broncas de tonteo.
               -¿Tengo yo pinta de estar tonteando, Thomas?-preguntó Bey en tono duro.
               -No le llames Thomas-protestó Scott.
               -Sí, vamos, me pone cachondísimo que Bey me llame violador-escupió Alec, y Bey le miró con una sonrisa cínica.
               -Estás probando lo que digo.
               -Tamika, ponle un bozal a tu hermana, no vaya a tener un disgusto un día de estos-gruñó Alec, apoyándose en la pared contraria a la que estaba Bey, dejando el máximo de distancia posible entre ellos dos.
               -¿Tanto te molesta que te digan las cosas que haces mal a la cara?-pinchó Bey.
               -Es la primera vez que lo hacen.
               -¿Por qué no me sorprende? No has dicho gilipollez mayor en tu vida, Alec.
               -¡Y dale! ¿Cuándo he dicho yo nada? ¡Has sido tú la que pone palabras en mi boca que yo no he dicho!
               -¡Hombre, si te pones en modo El Padrino hablando de darle una lección, tampoco me parece tan disparatado pensar que estás hablando de eso!
               -Me refería algo más light, para que aprenda. Que sepa quién manda y qué ha hecho.
               -Esto es flipante, madre mía-Bey frotó la cara con una mano y se sentó a los pies de la cama.
               -A ver, Beyoncé, que todos sabíamos que era una puta, sí, pero no tanto.
               -¡Alec!-recriminaron Karlie y Logan.
               -¡A callar, que estoy hablando yo ahora!
               -¿Por qué era una puta?
               -Pues porque lo era, Bey, joder. Lo es. ¿No tienes aquí la prueba?-señaló a Scott-. No hay más que ver lo poco que tardó en hacerle una mamada a Scott, que apenas le conocía, por el amor de dios. Y con lo que a mí me cuesta que me las hagan…
               -Igual no te las hacen porque eres un puto gilipollas-respondió Tam.
               -Y tampoco estás para hablar de mamadas a los dos segundos cuando a ti te falta tiempo para comerle el coño a la primera extranjera que ves en una playa.
               Jordan empezó a reírse, pero se calló de repente cuando Alec lo fulminó con la mirada.
               -Que haga lo que quiera, tronca, pero no vamos a dejar que sea la puta suprema que se tira a todo Londres. Hay un trecho, ¿sabes? Que se la chupe a quien le dé la gana, pero que no ponga unos cuernos que no dejen a Scott salir de esta habitación.
               -Oye, Alec, no es por nada, pero estoy aquí-respondió mi hermano, hastiado, y escuché la sonrisa de Alec cuando respondió:
               -Si ya lo sé, y con uno de tus cuernos estás pinchando a Bey, no hay más que ver que está a la que salta.
               -Pero, chaval, ¿a ti te faltó oxígeno al nacer, o cómo va la cosa?-gruñó la interpelada, y Alec se echó a reír.
               -Estás guapísima cuando te ofuscas de esa manera.
               -A ver si estoy guapísima cuando te pise la cara.
               -Písame lo que quieras.
               -¿Qué te parecen las pelotas?
               -A ver, Romeo, Julieta-intervino Tommy-, que si queréis una habitación, seguro que Zayn y Sher os prestan la suya, pero ahora, ¿podemos centrarnos, por favor?
               -Si tanto la odiabas, Alec-quiso saber mi hermano-, ¿por qué no lo dijiste?
               -Pues porque… ¿cómo le digo a uno de mis mejores amigos que su novia es una guarra, a ver?
               -El aliado feminista-se cachondeó Bey.
               -¿Acaso no lo es?-quiso saber Alec.
               -A mí me pareció que se duchaba bastante.
               -Mira, Bey-jadeó Alec, cansado-, cómeme el rabo un poquito, anda.
               -Alec-exigió Scott-. ¿Por qué?
               -Pues, a ver. Está lo de la mamada-enumeró Alec-, la forma de tontear tan descarada con nosotros cuando tú no estabas delante…
               -¡Eso es mentira!-acusó Scott.
               -Sí que tonteaba, Scott-replicó Max-, lo que pasa que no le dábamos importancia porque contigo también era cariñosa.
               -A mí una vez intentó meterme mano-acusó Jordan.
               -Sí, y luego te despertaste, fantasma de mierda-le respondió Logan, y Jordan le dio un empujón.
               -Y está el hecho de que está trabajando en un bar y se pasea por ahí en biquini-añadió Alec-, es que hay que ser golfa, colega. Que te pone las tetas en la cara sin ningún tipo de pudor.
               -¿No le pondrías tú la cara en las tetas, capullo de los huevos?-intervino Karlie.
               -Conozco los límites, Karlie; sé cuándo una tía me está zorreando.
               -No todo el mundo gira en torno a tu polla, ¿sabes?-espetó Bey.
               -El tuyo sí-acusó Alec.
               Y Bey le soltó una sonora bofetada.
               -Gracias, Bey-dijeron todos a coro.
               -Me encanta Bey-me confió Amoke.
               -De mayor quiero ser como ella-respondí yo.
               -O sea, que no sólo se está tirando a uno, sino que, por lo que me contáis, podría haber más-Scott asintió con la cabeza-. Qué genial. ¿Y por qué coño no me dijisteis nada?-clavó los ojos en Tommy, que agachó la cabeza.
               -Si te soy sincero, yo no lo sabía.
               -Yo es que estoy acostumbrado a que las tías me traten así-se excusó Alec-, así que no sé calibrar la importancia que tiene.
               -Vale, Alec, ya nos hemos enterado aquí y en la India que eres el tío que más folla de todo el puto planeta, ¿y ahora, te podrías callar un poquito?
               -¿Por qué lo dices en ese tono, Bey? Si no follamos es porque tú no quieres.
               -No te quiero tener demasiado cerca, no me vayas a pegar la subnormalidad.
               -Mientras Bey y Alec deciden quién se pone encima y quién chupa qué antes que el otro-cortó Max-, ¿qué sugerís que hagamos?
               Tommy miró a Scott.
               -Le hacemos lo que quieras-le prometió a mi hermano-. Lo que quieras.
               -Salvo violarla-cortó Alec-. Que luego Bey se ofende.
               -Ah, o sea, que la consideras una persona porque a me disgustaría que no lo hicieras.
               -No-contestó Alec-, la considero una persona porque sé que tú dejarías de hablarme si no lo hiciera-hizo una pausa-, y sé que te morirías de pena si no pudieras hablar conmigo.
               -La pobre desgraciada que se termine casando contigo va a tener el cielo ganado desde el minuto en que te conozca.
               -¿Por qué hablas de ti en tercera persona?
               Tam, Jordan, Karlie y Logan se echaron a reír. Tommy bufó y miró a Scott.
               -Nada-sentenció mi hermano-. No quiero que le hagáis nada.
               -¿Quieres hacérselo tú?-preguntó Max.
               -No-contestó Scott-. Yo sólo… sólo quiero dormir. Y no despertarme en dos mil años. Cuando esto ya no duela.
               -Lo mejor será que te olvides de ella, S-aconsejó Alec.
               -¿Por qué lo dices como si fuera tan fácil? Créeme, ya me gustaría, pero no la voy a olvidar jamás. Es mi primera novia. Estoy enamorado de ella, joder. Joder, estoy enamorado de una tía que no se acuerda de mí para nada…-jadeó, y Tam se acercó a abrazarle. Le acarició la espalda y le dio un beso en la mejilla mientras Tommy le apretaba el brazo.
               Amoke se abrazó a mí. No me di cuenta de que me había echado a temblar hasta que ella me impidió seguir haciéndolo, ni de que me bajaban lágrimas por las mejillas hasta que ella me las limpió.
               Me sorprendió sentirme tan inestable, y descubrir que mis emociones se dividían en dos sacos con dos nombres claramente definidos: por un lado, estaba mi hermano, en el compartimento más grande y copando la mayor parte de mi angustia.
               Pero también había otro nombre de chico en mi interior: Alec.
               Me compadecía de mí misma por dejarme contaminar por él, sentía asco del placer que él me había proporcionado, aunque fuera indirectamente. Me sentía sucia por haber pensado en él en mis momentos más delicados, cuando estaba claro que él no lo merecía, y me sentía estúpida por haber creído que podría enamorarme de alguien como él, por ver la luz en una figura que no eran más que sombras, como bien había sabido durante toda mi vida. No debería haber dejado que mis hormonas revolucionadas tomaran las riendas de mis actos, ni me hicieran dudar de cosas que tenía claras.
               -No sé cómo ha podido gustarme-jadeé entre los brazos de mi mejor amiga-. Te lo digo de verdad, Momo. No sé cómo he podido pensar que le quería-luché por encontrar oxígeno, luché por hacer que mis pulmones continuaran funcionando. No quería a Alec cerca de Scott, por el simple pero egoísta motivo de que no le quería cerca de mí.
               -No sabías cómo era-me consoló Amoke, como la santa que era-. No es tu culpa.
               -Y Scott…-me limpié las lágrimas con el dorso de la mano-. Está tan mal…-negué con la cabeza, abrumada.
               -No pasa nada, Saab. Con sus amigos y contigo, lo superará. Se terminará olvidando de ella. No te preocupes.
               Pero hacía bien en preocuparme.
               Nos iba a costar dios y ayuda conseguir que Scott se olvidara de Ashley.

Tanto su familia como sus amigos pensamos que Scott se pondría mejor cuando empezaran las clases; al fin y al cabo, tendría algo con que distraerse. No dependería de las fiestas improvisadas y apresuradas que sus amigos montaran en cuestión de horas para alejar a Ashley de sus pensamientos. Procuraba no pensar en ella jamás.
               El problema de cuando intentas no pensar en nada es que siempre es lo único en lo que terminas pensando, y Scott lo sabía, y le frustraba el intentar desesperadamente no escuchar los jadeos de ella mientras otro chico estaba en su interior, la forma en que debía de sentirse con las caricias de otro… y eso hacía que no parara de verla por la puerta entreabierta a la que mi hermano se había asomado.
               Scott estaba cambiado. Se le veía apagado y apático, incluso arisco con nosotros. Varias veces Shasha y yo nos habíamos puesto a ver una película y a hacer el tonto para animarle, cantando las bandas sonoras que no comprendíamos de películas extranjeras, sólo para conseguir que él gruñera que parásemos, que parecíamos imbéciles. Incluso le daba malas contestaciones a mamá y se quitaba a Duna de encima en cuanto ella se acercaba a él dispuesta a exigirle mimos. Ellas, por lo menos, conseguían una disculpa apresurada y un beso en la mejilla. Shasha y yo no teníamos tanta suerte, aunque debía concederle a nuestro hermano que habíamos hecho piña y éramos prácticamente inseparables cuando estábamos en casa. Cada una compensaba la ausencia de cariño de Scott con la otra, y trenzamos un lazo en torno a nosotras que se extendía más allá de nuestras sesiones de realities de madrugada, cuando ella  esperaba a que le hicieran efecto las pastillas del insomnio, y ahora no parábamos de hacer cosas juntas.
               No era lo mismo, las dos lo sabíamos. Pero siempre es mejor tomar jarabe para la gripe que esperar sentado a que se te pase el catarro, luchando contra tu tos y tus mocos para respirar.
               Pero el que se había llevado la peor parte era, de lejos, papá. Scott había pasado de necesitar estar a solas con él en momentos puntuales para preguntarle cosas de chicos, a ser incapaz de tolerar su presencia en la misma habitación que él. Algo había cambiado entre ellos, y papá lo acusaba con tristeza. Scott no se acercaba a él, apenas lo miraba y evitaba en la medida de lo posible irse a la cama cuando papá no estuviera ocupado, todo por ahorrarse darle el beso de buenas noches que nunca le negaba a mamá.
               Papá fingía que no le importaba, que no había que darle demasiada importancia, que se le terminaría pasando, pero nosotras sabíamos de la angustia que le provocaba sentir ese rechazo visceral de Scott hacia él. Cada vez se pasaba más tiempo encerrado en la habitación de los grafitis, pintando obsesivamente cuadros que borraba después, o tirado en el sofá con la televisión sin volumen para permitir a su cabeza cantar mil canciones. Torcía la boca tanto que parecía que quisiera tocarse el lóbulo de la oreja con los labios. Rechinaba tanto los dientes que me sorprendió que no tuviera que ir al dentista.
               No podía culparlo. Sabía que lo hacía por intentar acallar la acusación de Scott un día en que estuvo hablando por susurro en su habitación, seguramente con ella, y en el que mi hermano no pudo morderse la lengua más. No soportó un instante más el tono hipócrita de nuestros padres, consolando algo que era inconsolable y disculpando algo inexcusable.
               -No entiendo cómo puedes decir que querías a Perrie cuando le hacías esto una y otra, y otra vez-ladró después de que papá se marcara un precioso discurso sobre la importancia de quererse a uno mismo y no valorarnos por la estima que nos tuvieran los demás, sino por cómo nos considerábamos nosotros como personas. Toda la mesa se quedó en silencio mientras Scott se levantaba después de soltar la bomba, tiraba la servilleta encima de su plato y salía del comedor con aires de grandeza.
               -¡Scott!-recriminó mamá, pero él no se volvió ni vino a pedir perdón. No iba a disculparse porque no lo sentía.
               Papá no volvió a abrir la boca en toda la comida y sonrió con tristeza cuando mamá le acarició la mano.
               -No se lo tengas en cuenta al niño. No lo decía en serio.
               Papá asintió y sorbió de su vaso; sí que lo decía en serio, parecía querer decirle. Mamá lo habló largo y tendido con él, incluso escuché a hurtadillas un poco de la conversación que tuvieron, con ella excusando el comportamiento de su hijo a la vez que asegurando que estaría del lado de su marido, siempre.
               -Odio que me lo eche en cara, Sherezade, pero el problema es que no puedo culparle por hacerlo. No soy una buena persona.
               -Sí que lo eres. Eres un padre increíble y un marido genial. No deberías juzgarte sólo por cómo te trata Scott ahora que está mal. Se le terminará pasando.
               -No creo que esto sea tan sencillo, mi amor. Me va a detestar de por vida.
               -Eso no lo sabemos.
               -Créeme, lo sé. Lo sé igual que sé que esto terminará afectándonos.
               -¿A qué te refieres?
               -Me da miedo que te lo contagie.
               -Que me contagie, ¿qué?
               -Esa… desconfianza-escupió papá, levantándose de la cama y paseándose por su habitación, frotándose la barbilla-. Cree que puedo volver a hacerlo. Y yo nunca te lo haría. A ti no, Sher. A ti, jamás.
               -Tienes que cambiar el discurso-razonó mamá, poniéndose en pie y cogiéndole las manos-. Sé que no lo haces a mal, Z, sino para alabarme a mí, pero… Scott no necesita pensar ahora que no le basta a Ashley como a ti te basto yo.
               -Pero es la verdad, Sher, tienes que entender que yo nunca te haría…
               -No me lo harías porque maduraste-zanjó mamá-, y comprendiste que eso es horrible y no se le hace a nadie, sea la mujer de tu vida, o un rollo informal, Zayn. Nos conocimos en el momento oportuno; no paraste porque yo fuera yo, o Perrie fuera Perrie. Paraste porque sabías que estaba mal y era el momento de parar.
               Papá no había sabido contestarle; estaba demasiado agotado psicológicamente por intentar encontrar la solución al problema con Scott como para poder darle vueltas a lo que le había dicho mamá. Y ya estaba cansado de darle vueltas a las cosas. Necesitaba parar. Necesitábamos que algo cambiara en mi hermano.
               El último día de vacaciones, le vi especialmente mal. Decidida a animarle aunque fuera sólo por las últimas horas de esa horrible pesadilla, me tumbé sobre él de nuevo y le abracé el cuello. Hundí la cara en su pecho y escuché los latidos de su corazón.
               A veces, nuestros ritmos cardíacos se sincronizaban.
               Papá esperó a que lo hicieran para hablar y desestabilizarse de nuevo.
               -Ojalá nunca sepas lo que es que tu hijo te odie, mi amor-susurró, acariciándome la espalda y besándome la cabeza.
               -Scott no te odia-discutí-, sólo es gilipollas.
               -Mm-contestó papá, no muy convencido. No se había tragado i mentira.
               -De todas formas-añadí-, me tienes a mí.
               -Sí-asintió él, acariciándome el pelo esta vez-. Te tengo a ti.
               Había sonreído con tristeza y yo me había creído bastante.
               Pero nadie en esa casa era bastante para Scott.
               Aunque podíamos unirnos.
               El día más terrible de mi vida fue un jueves. Scott había pasado un fin de semana tremendo, metido en su casa, negándose a salir hasta el punto de que sus amigos habían desistido y habían trasladado la fiesta de nuevo a nuestro sótano, sin éxito. Allí abajo, en las entrañas de nuestra casa, la música y el alboroto y la comida basura ahogaban los gemidos de la que aún era su novia con otros chicos. Se escondían en el murmullo de una fiesta en la que Scott no estaba participando, y apenas estaba presente.
               Pero entre semana, la clase debía permanecer en silencio para escucharla explicación del profesor de turno. Aquellas explicaciones ya no le interesaban a mi hermano: la única que él necesitaba en aquel momento no podía proporcionársela nadie más que Ashley, a la que los chicos le habían prohibido ver y de la que su instinto le animaba a escabullirse.
               El silencio era insoportable, las noches, una pesadilla. La casa estaba vacía, igual que su corazón, pero en su cabeza había un festival de sensaciones que emponzoñaban el alma de mi hermano por dentro.
               Todavía no sé quién fue el que me impulsó a echar un vistazo en su habitación; me había acostumbrado a no hacerlo ya cuando estaba con ella. La habitación de Scott cuando él estaba dentro, con la puerta entreabierta, era su territorio y no le pertenecía a nadie más.
               Ese día, sin embargo, miré.
               Y lo que me encontré al principio no tenía ningún tipo de sentido. En lugar de estar tumbado sobre su costado, aprovechando que Tommy no estaba para regañarlo, y llorando en silencio, se había tendido cuan largo era sobre la cama recién hecha. Tenía la espalda sobre el colchón y observaba el techo, respirando con una tranquilidad forzada que yo sabía que no sentía.
               Me fijé en que estaba descalzo, y no sé por qué esa imagen caló en mí, a pesar de que no era nada del otro mundo.
               Algo en el ambiente hizo que me estremeciera. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal de arriba abajo, clavando en mi interior un miedo helado que me empujó a caminar incluso sin saber que lo estaba haciendo. Papá estaba en el piso inferior, pintando en la habitación con la música a todo trapo; mamá, reunida con sus socias de despacho. Debería haber ido corriendo a pedirle ayuda, pero no entendía qué me sucedía, qué espíritu tiraba de una cuerda invisible atada a mi cintura y me susurraba al oído amenazas que yo no entendía, pero sí sentía.
               Me metí en el baño y cerré la puerta de un portazo.
               No creo ni que Scott me escuchara cuando me colgué de la estantería del baño para alcanzar la parte superior del pequeño armario con espejos que había sobre el lavamanos. Palpé las cosas que había por encima de éste, productos en oferta que no necesitábamos y que terminábamos almacenando lejos, donde se nos terminaban olvidando…
               … o las pastillas para el insomnio de Shasha.
               Que, casualmente, parecían no estar ahí: el único sitio en el que Shasha no miraría, el único lugar al que ella no podía llegar, ni subida a un taburete.
               Francamente, me habría sorprendido de estar alcanzando yo ese lugar, de permitírmelo mi miedo.
               Jadeé un gemido y traté de pensar a la velocidad del rayo; cada imagen que me pasaba por la cabeza era peor que la anterior. Abrí la puerta del armario y saqué en tropel las cosas que había dentro: pastas de dientes, cepillos del pelo, maquinillas de afeitar (sin guardar en la funda, seguro que son de Scott, pensé, ignorando el escozor al cortarme con la cuchilla en mi frenesí), gomas del pelo usadas y bases de maquillaje, toallitas y cremas de todos los colores y olores.
               En ningún sitio estaba el botecito naranja con la tapa blanca que contenía la cura del suelo de la mayor de mis hermanas.
               Antes de que pudiera darme cuenta de lo que aquello significaba, ya estaba de vuelta en mi habitación, marcando el número de Tommy, sollozando entre pitido y pitido, rezando por que Tommy no se hubiera dejado el teléfono en su habitación y estuviera comiendo con sus padres, o jugando con sus hermanos.
               -¿Sí?-preguntó él al otro lado de la línea, y su voz me proporcionó tal alivio que me mareé. La cabeza comenzó a darme vueltas y mi habitación se convirtió en una espiral de colores pastel y fotografías difusas y fosforescentes.
               Que sea mentira, que esté equivocada.
               Cobarde, vete a ayudarle, es tu hermano.
               -¿Sabrae?-preguntó Tommy, que se había alejado el teléfono de la oreja para comprobar que estaba hablando conmigo-. ¿Hola? ¿Estás ahí?
               -Ah-jadeé, y el aliento se me clavó en el pecho y me ardió en la garganta.
               -¿Sabrae? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien, pequeña?
               Pequeña.
               Pequeña.
               PEQUEÑA.
               Aquella palabra, tan simple y a la vez tan cargada de significado, hizo clic en mí. Consiguió que reaccionara y que le fuera útil a la persona que me había bautizado así.
               -Es Scott-jadeé, y Tommy se quedó helado. Lo noté en la tensión que se instaló entre nosotros-. Es Scott, no sé qué está haciendo, no sé qué le pasa, tienes que venir…
               -Voy-prometió Tommy, y escuché el murmullo de su ropa mientras se incorporaba y salía disparado de la habitación-. No le dejes solo, Sabrae, ¿me oyes? Ni se te ocurra dejarle solo.
               -Está en su habitación-sollocé, escuchando el portazo que acababa de dar a varias calles de distancia gracias a la magia de las ondas de teléfono-. No puedo entrar. No me atrevo a entrar, Tommy, perdóname, por favor… no puedo… si él…
               Había sido horrible estar con él esos días. Incluso Tommy se había desinflado al descubrir que el instituto, lejos de mejorarle, le ponía peor.
               -¿Qué tal?-saludaba cada mañana, y cada mañana recibía la misma respuesta.
               -Mal-contestaba Scott-. Me he despertado-añadía con un gruñido, y a mí se me rompía el corazón. Demasiadas parejitas. Demasiadas chicas. Demasiados silencios y demasiados rumores. Muchas carcajadas resonando en una cabeza que no encontraba motivos para volver a sonreír.
               Había acabado con él.
               Nuestra última esperanza para Scott había terminado siendo su golpe de gracia.
               -Tranquila-intentó calmarme Tommy, que comenzaba a jadear-. Lo entiendo. Vale. Yo me ocupo de todo. Estate pendiente.
               Creía que con eso se refería a que vigilara cuando llegara para abrirle la puerta y no perder tiempo. Pero, apenas le vi aparecer por la esquina de la calle, empecé a bajar las escaleras y me choqué con él, que se había sacado las llaves de mi casa del bolsillo y no había dudado en desbloquear la puerta, y había corrido escaleras arriba como alma que lleva el diablo.
               Tommy me agarró de la mano un segundo antes de que me desnucara, y por un momento me perdí en sus ojos azules como el mar. Transmitían la urgencia de mil ambulancias que llevan en su interior a una víctima de un tiroteo entre mafias.
               -¿Estás bien?
               -Sí-respondí, y miré en dirección a la puerta-. Scott…-susurré.
               -Tranquila. Lo tengo-contestó él-. Coge a tus hermanas-añadió en tono protector, el que Scott usaba cuando mamá y papá tenían una bronca gorda y nos refugiábamos en el sótano de los juegos para no escuchar sus gritos y sus reproches lacerantes.
               Recogí a Duna del suelo, que comenzó a protestar, y le hice una señal a Shasha para que me siguiera. Me las llevé al cuarto de juegos y, después de pensármelo sólo un segundo, cerré la puerta y la atranqué allí.
               Yo era la mayor. Si Scott necesitaba mi ayuda, no involucraría a las pequeñas.
               Shasha pareció entenderlo, porque no opuso resistencia y trató de acallar los llantos de Duna para que no alertara a papá. Pero él debía enterarse.
               Cuál fue mi sorpresa cuando me metí en la habitación de los grafitis y la descubrí vacía.
               ¿Nos habían dejado solos?
               Corrí escaleras arriba, en dirección a la habitación de mi hermano, pero su voz me detuvo en seco.
               -Acabar con todo-dijo Scott, después de que Tommy irrumpiera en su habitación y se quedara muy quieto, exigiendo saber qué cojones hacía con el bote de pastillas de Shasha entre las manos, tumbado en la cama como el cadáver de un faraón esperando a que lo momifiquen.
               -¿Acabar con qué, Scott?-rugió Tommy, acercándose a él amenazante. Me dio miedo y me sentí fascinada a partes iguales por él. Tommy se movía igual que una pantera, y aquellos animales eran preciosos-. ¿Cómo se supone que me tengo que tomar yo que tú quieras hacer esta gilipollez? ¿Te crees que me voy a quedar de brazos cruzados? Trágatelas-retó, y yo contuve el aliento, impactada. ¿Y si Scott le obedecía?-. Trágatelas, si tienes cojones-instó, y Scott lo miró con odio un segundo, molesto porque no le creyeran capaz de cumplir sus deseos-. Te las sacaré del estómago con mis propias manos. Te haré un lavado en el acto, me da igual si te tengo que meter la mano en la boca hasta el codo, o si te tengo que abrir en canal para sacarte esa mierda. No seas gilipollas-ladró-. Nadie vale el quitarnos lo único que tenemos en este puto mundo.
               Scott se lo quedó mirando, pero en sus ojos ya no había el mismo desafío de antes. Se había cambiado por una ligera súplica.
               -No lo soporto más, T-confesó en tono cansado, y sentí náuseas al escuchar su forma de hablar. Parecía un anciano con demencia senil en un momento lúcido, más que un chico de 16 años-. Y mira lo que te estoy haciendo-jadeó-. Y lo que les hago a mis hermanas, a mis padres. ¿Hace cuánto que no dormís bien?
               -¿Qué pollas importa cuánto haga que no duerma bien?-replicó Tommy-. Ya dormiremos lo que nos salga de los cojones cuando estemos bajo tierra-zanjó, y estiró la mano-. Dame esa mierda.
               Scott sujetó el bote con más fuerza. Se le pusieron blancos los nudillos mientras apretaba la mandíbula.
               -No-fue lo único que alcanzó a decir, y sus ojos destilaron una resolución que me aterrorizó. Estuve a punto de entrar en su habitación y arrebatárselo yo misma.
               Pero estaba temblando demasiado y temía que las piernas no me sostuvieran.
               -¿Quieres que te pegue la paliza de tu vida?-sugirió Tommy-. ¿Qué te las quite a guantazo limpio? Porque créeme, chaval; si es lo que tengo que hacer, lo voy a hacer. Joder, seguramente, incluso disfrute.
               Scott clavó la mirada en Tommy. Tommy la clavó en Scott. Se retaron en silencio durante lo que me pareció una eternidad, luchando con sus voluntades férreas, fuego con fuego, rabia con rabia, cansancio con cansancio.
               Finalmente, ganó Tommy. Por suerte para todos, cuando se trataba de Scott y de él, él era siempre el último en retirar la mirada. Y ésta no fue la excepción que confirmaba la regla, sino que la cumplió a rajatabla. Scott aflojó un poco sus dedos, suficiente para que Tommy se abalanzara sobre ellos y le quitara le botecito naranja.
               -Abre la mano-ordenó, desconfiado, observando que mi hermano había retirado el puño demasiado rápido, de una forma un tanto sospechoso.
               -No-retó Scott.
               -Scott, abre la puta mano.
               -No-gruñó mi hermano.
               -Te reviento a hostias, Scott-le prometió Tommy, y Scott puso los ojos en blanco. Abrió la mano y Tommy le arrebató a la velocidad del rayo las cinco pastillas que se había guardado a modo de escape, sólo por si acaso.
               Tommy obligó a mi hermano a vaciarse los bolsillos, a lo que éste obedeció. Después, le echó la bronca del siglo. Le preguntó qué iba a ser de mí, de mis hermanas, de mis padres. Scott respondió que mi madre era mayorcita y Tommy continuó recriminándole cuánto dolor iba a causar a tanta gente sólo porque se había enamorado de una tía que no le merecía. Si ella buscaba lo que él le daba en otros chicos, era porque era estúpida e incapaz de ver que él valía tanto, o más, que los dos chicos con los que la había pillado, juntos.
               -Ella era mi mundo, T-se lamentó Scott, y Tommy se levantó de la cama en la que se había sentado, los codos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha.
               -Pues te jodes. Explora el espacio. Tus hermanas son soles, ¿y tú lloras porque has perdido un planeta? No me jodas, Scott-le recriminó, y le recriminó muchas cosas más mientras yo me apoyaba en la barandilla de las escaleras, mareada, agotada, aterrorizada, pero sobre todo, agradecida de que Tommy existiera. Estaba arrinconando a Scott en la esquina que éste no podría abandonar: Duna, Shasha, él y yo. No nos podría dejar atrás.
               Abrió la puerta de la habitación después de la bronca y se me quedó mirando. Me levanté y me limpié el culo.
               -No le dejes solo.
               Me entregó las pastillas y cerró mis manos en torno al botecito.
               -Me voy a mi casa a por ropa. Volveré en diez minutos.
               Entré en la habitación de Scott y me lo quedé mirando. Había vuelto a darse la vuelta y a mirar a la pared. Se había metido debajo de las mantas y jadeaba de nervios y sollozando.
               -Siento el infierno que os estoy haciendo pasar-jadeó, y yo me senté a su lado y le acaricié la mejilla. Scott buscó mis manos.
               -Yo siento no saber consolarte como lo hace Tommy.
               -¿Saab?-jadeó, llevándose mi mano a la boca y besándome los dedos.
               -¿S?-respondí.
               -Te quiero. Muchísimo.
               -Yo también te quiero, S.
               Me tumbé a su lado y lo rodeé con los brazos. Él se giró y se echó a llorar en mi pecho.
               -Lo siento… lo siento tanto.
               -Sh. No pasa nada. Sólo ha sido un susto. Te vas a poner bien.
               Cuando Tommy regresó, seguía acariciándole la espalda y susurrándole palabras de consuelo. Tiró la bolsa de deporte con su ropa en el suelo y se nos quedó mirando.
               -Os dejaré solos-decidió-. Voy a ver a las chicas.
               Tommy durmió en mi casa esa noche, y muchas más, pero no las siguientes. Las siguientes, Scott y él las pasaron de fiesta, en discotecas, emborrachándose tanto que les costaba recordar de dónde venían ni adónde iban. Scott acarició de nuevo la felicidad embotellada en recipientes de cristal con nombres como Jack Daniels o Bacardi.
               Se convirtió en un animal nocturno, que de día sobrevivía y de noche parecía acercarse a la sombra de lo que había sido en otra vida. De día lloraba y de noche reía.
               De día, tenía el corazón roto. De noche, él rompía corazones.
               Así fue como mi hermano se convirtió en Scott Malik, el Scott Malik que estaba destinado a ser, en el fondo.
               Y así fue como creo que empecé a enamorarme de Tommy. Fue de una forma tan lenta que ni siquiera me di cuenta de que lo estaba haciendo hasta que ya era muy, muy tarde.
               A mí me conquistaban por las pequeñas cosas, y eran precisamente las pequeñas cosas las que animaban a Scott. Que Tommy le dejara ganar una partida con sutileza, que yo le robara una sudadera y pusiera de excusa que me encantaba cómo olía, o que Shasha dejara un poco de su postre para que él pudiera terminárselo.
               Que Duna le dibujara con más esmero que al resto de la familia en el cole y le llevara le dibujo con tanta ilusión que cualquiera diría que se trataba de un Rembrandt.
               Pero, sobre todo, lo que más animaba a Scott eran las cosas que Tommy hacía por él. Siempre sabía qué hacer para que no pensara más en lo que había sucedido con Ashley, y siempre acertaba con sus predicciones.
               Empecé a pensar que era cosa de los Tomlinson, ese efecto mágico en él, cuando un día llamaron al timbre y me tocó abrir a mí. Estábamos los tres mirando la televisión sin verla, escuchando un programa de chistes que no tenía nada de gracia, salvo por la presentadora, cuando sonó el timbre. Scott me miró, otorgándome el turno, y Tommy me dedicó una sonrisa tímida a modo de disculpa por no levantarse él.
               Cuando abrí la puerta, Eleanor esbozó una sonrisa amplísima, llena de unos dientes preciosos que me deslumbraron.
               -Traigo cosas-anunció, levantando un poco la bolsa con la que venía cargando. Se apartó un mechón de pelo apresuradamente de la cara y dio un paso al frente para entrar en mi casa cuando yo me hice a un lado-. ¡Hola!-canturreó con dulzura, y su hermano asintió con la cabeza, pero Scott hizo el esfuerzo de dedicarle una sonrisa cansada.
               -Hola, El.
               -Os traigo regalos-informó de nuevo, y se acercó a ellos. Scott se masajeó la sien, esperando mientras ella depositaba la bolsa encima de la mesa del salón, y aceptó la revista enrollada que le tendió Eleanor. Abrió un poco los ojos, algo impresionado-. Es la National Geographic de este mes. Mamá dice que trae un reportaje súper interesante sobre no sé qué nebulosa. Y también hacen un estudio de un esqueleto de dinosaurio que han encontrado en… ¿Camboya?-preguntó Eleanor, y le quitó la revista un momento a mi hermano para pasar páginas a toda velocidad.
               -¿Por qué no dejas que lo descubra él en lugar de destriparle toda la revista?-preguntó Tommy, fastidiado.
               -No te piques, T. También tengo cosas para ti-Eleanor sacó un recipiente de plástico de la bolsa, con tapa roja, y se lo tendió a Tommy. Enseguida reconocí el quesito amarillo brillante que esperaba en su interior a ser devorado.
               -¿Te mandan tortilla y a mí una puta revista?-bufó Scott dolido.
               -También hay para ti, S. Bueno, en realidad, es para todos-explicó Eleanor, inclinándose y apartándose mechones de pelo de la cara para sacar un recipiente aún mayor, en el que un disco dorado se mantenía intacto, impaciente porque lo degustáramos.
               -Tu madre no tendría que haberse molestado, El-sonrió mamá desde el otro extremo del salón, donde se había sentado a leer un libro aprovechando los tímidos rayos del sol.
               -Bueno, es que echa de menos a Tommy y está intentando que vuelva a casa-bromeó Eleanor-. Quizá, seduciéndole por el paladar…
               -Dios-gimió Tommy, olfateando el contenido del recipiente-. Uf. Dile que la echo de menos.
               -Ve a decírselo tú-protestó Eleanor, cruzándose de brazos. Scott se levantó de un salto y Tommy se quedó alucinado. Era la primera vez en semanas que demostraba un poco de iniciativa.
               -¿Adónde vas?
               -A calentar mi comida-explicó Scott-. A ti te dará igual comértela fría, pero yo la quiero bien calentita-Scott abrió la puerta de la cocina con la espalda y alzó las cejas antes de desaparecer por ella. Le seguimos al interior y nos sentamos a la mesa; Tommy, con su trozo de tortilla; Eleanor, con un zumo que Scott le ofreció; yo con un par de platos, uno para mí y otro para mi hermano.
               Mientras nosotros comíamos, los Tomlinson se pusieron al día con los acontecimientos de su casa. La madre de Tommy le echaba de menos y ya había venido varias veces a ver cómo estaba Scott y de paso hacerle una visita a su hijo, ahora que se había mudado extraoficialmente a casa de los Malik. Pero supongo que verlo un par de minutos a la semana no era lo mismo que vivir con él. Louis estaba directamente harto de que no se turnaran para ir a dormir en las casas, como habían hecho toda la vida, pero Tommy no iba a sacar a Scott de su elemento tan pronto.
               Entendía a Eri y Louis. No me extrañaba que le echaran tanto de menos, cuando su presencia era tan buena para todos los que le rodeaban. Él sí que era como un sol, cálido y luminoso, capaz de disipar cualquier nube.
               Me acaricié la barriga y solté un eructo al terminar mi ración de tortilla y miré con gula la restante, pero Scott me dio un golpecito en el brazo y negó con la cabeza.
               -Eso es para las chicas.
               Puse los ojos en blanco y bufé. Seguro que Shasha y Duna no nos traían nada de su visita al centro comercial con papá, ¿por qué debería cederles yo un trozo de tortilla?
               Fácil: porque yo era la hermana mayor.
               -Y vosotros, ¿cómo estáis?-preguntó Eleanor después de su charla con su hermano, mirándonos a ambos. No se me escapó la forma en que sus ojos se deslizaban inevitablemente hacia mi hermano, siguiendo cada uno de sus movimientos, que no eran muchos. Parecía ansiosa por escuchar su voz, anhelante de tener una excusa para prestarle tanta atención.
               -Bien-sonreí, limpiándome las migas de las comisuras de la boca.
               -Bueno…-contestó Scott, encogiéndose de hombros-. He estado mejor, la verdad. Y también peor. La tortilla me ha hecho ilusión-señaló la parte superviviente-. Gracias, El.
               Ella sonrió, incluso se sonrojó un poco. Agachó la mirada como un cervatillo y murmuró:
               -No me las des a mí. A mamá se le ocurrió la idea de la tortilla; yo sólo preparé las patatas y batí los huevos.
               -O sea, que mamá sólo vigiló mientras se freía, ¿no?-rió Tommy.
               -Bueno-Eleanor se encogió de hombros.
               -Ya has hecho más que estos dos-señalé con la cabeza a mi hermano y con la mano a Tommy, que arqueó las cejas.
               -¡Pero bueno! Estoy en plena misión de recuperación. ¡No puedo estar a todo, Sabrae!
               -Llevo esperando que me cures esta depresión con una tortilla desde que empezamos el curso. Y ha tenido que venir tu hermana a prestarme atención porque tú no eres capaz-espetó Scott, y Eleanor soltó una risita mientras se ponía de un delicioso tono rojizo.
               -¿Perdona?-espetó Tommy-. ¿Que yo no te hago caso? Tú sueñas, chaval. Ya me gustaría a mí no estar pendiente de ti las 24 horas del día-espetó-. Seguro que ni Sherezade te prestaba tanta atención cuando eras un bebé.
               Scott se lo quedó mirando y torció la boca. Tommy parpadeó, cayendo en su error.
               -Tío, no lo digo a malas, sabes que me encanta…
               -Ya-Scott estiró el brazo y jugueteó con el cristal de la botella de zumo que Eleanor se había bebido.
               -Scott-pidió Tommy.
               -Lo sé-Scott sonrió con tristeza-. Créeme, lo sé. Y desearía que fuera de otra manera.
               -A mí no me importa que sea así.
               Eleanor me miró, un poco cohibida por la situación. Sabíamos que Tommy y Scott exteriorizaban sus sentimientos respecto del otro de vez en cuando, pero, hasta hacía unas semanas, era imposible enterarse de lo que se decían para animarse el uno al otro.
               Así de mal estaban las cosas: había terminado acostumbrándome a sus frases de cariño y apoyo mutuo.
               -Tengo una idea; ¿y si preparamos nosotros algo para mandárselo a mi madre a través de El?-preguntó Tommy. Eleanor sonrió.
               -Seguro que le hace ilusión.
               -No sé, tío, no me apetece mucho...-gimoteó Scott.
               -Venga, S. Que Eri nos ha hecho una tortilla. Con cebolla-le recordé-.En su casa, no la comen con cebolla. Ha sido un detallazo.
               -Y no te quiero meter presión, S, pero también te ha dejado la revista-sonrió Eleanor, y Scott le devolvió una sonrisa un tanto chula. Era la primera vez en semanas que se parecía un poco a él, con el sol tan alto y tan poco alcohol en vena.
               -Pero, ¡si lo hace todos los meses!
               -Pero ahora le ha puesto más cuidado, ¿no te has fijado en que no está tan sobada?-inquirió Eleanor, y Scott asintió.
               -Bueno… pero porque me lo pide tu hermana, ¿eh, tío?-bromeó mi hermano, y Tommy alzó las manos.
               -A mí, mientras la trates con respeto…
               Tommy se levantó de su sitio e inspeccionó los ingredientes de que disponía mientras Scott lo observaba y yo charlaba con Eleanor sobre el instituto. Me aconsejó qué hacer con ciertos profesores y a qué gente no debía cabrear, y me preguntó si me parecía que el curso iba a ser difícil o no.
               -Cuesta acostumbrarse después del verano-me encogí de hombros mientras Scott se levantaba y se acercaba a Tommy con curiosidad.
               -Uf, a mí siempre se me hace cuesta arriba septiembre-asintió Eleanor-. Es el peor mes del año, con diferencia.
               -Mamá nació en septiembre-contestó Tommy sin mirarla.
               -Cierto, se me olvidaba que tu cumpleaños caía en octubre-le chinchó ella.
               -Mira, Eleanor-Tommy se giró-, si has venido a atacarme, ya sabes dónde está la puerta.
               -¿Me estás echando?
               -Sí-asintió su hermano.
               -No-replicó el mío, y Tommy lo miró con ojos como platos-. Es mi casa. No puedes echarla de mi casa.
               -¿A que me voy yo?
               -¿Me vas a dejar así?-preguntó Scott, abriendo los brazos.
               -Sí-zanjó Tommy, y Scott bufó y negó con la cabeza. Me senté al lado de Eleanor para mirar cómo cocinaban y hablar con ella. Eleanor parecía muy interesada en si Ashley había intentado hablar con Scott, pedirle perdón. Habló en susurros, hizo preguntas en susurros, y exclamó en susurros, todo con tal de impedir que Scott se sintiera violento o que todo lo avanzado con la comida se fuera al traste por una indiscreción.
               Eleanor comenzó a detestarla más incluso de lo que yo lo hacía. Había una fiereza en su mirada que incluso daba miedo. A pesar de su tamaño, Eleanor miraba en dirección a Scott con una posesión y una rabia que te hacía creer que aplastaría a todo aquel que intentara hacerle daño.
               Eso hizo sonar mis alarmas, que todo en mi cabeza encajara. Siempre lo había sospechado; había veces en que incluso había estado muy segura.
               Pero no fue hasta ese momento en que Eleanor me lo confirmó veladamente: estaba enamorada de Scott.
               Enamorada de veras.
               Los chicos me distrajeron justo cuando le iba a preguntar a Eleanor por qué no aprovechaba una oportunidad de oro. Quizás no volviera a presentársele.
               Le diría que me gustaba para mi hermano. Era buena, lista, guapa y cariñosa. Precisamente lo que Scott necesitaba ahora.
               Y lo que necesitaría toda su vida.
               Scott se había puesto a picar unas verduras  y Tommy había terminado ya de preparar las suyas; con un gemido, se inclinó hacia él y le dio un mordisquito en la mejilla.
               -Ay-ronroneó Tommy, acariciándole la otra y apretándole la cara-, cómo le quiero yo.
               Scott sonrió complacido. Necesitaba todos esos mimos, y muchos más. Y no iba a darlos por sentado.
               -¿Vas a ir a ver a Megan?-preguntó.
               -No-contestó Tommy-, ¿por qué? ¿Ahora quieres que me largue?
               -Bueno, ya hay un Tomlinson en mi casa-señaló con la cabeza a Eleanor-. Seguro que a tu hermana no le importa ocupar tu lugar por unas horas.
               -Sería un honor-sonrió Eleanor.
               -Tú, te callas-sentenció Tommy-. No, es pronto. Esta semana no quiero dejarte solo.
               -Invítala a venir-espetó Scott, y tanto Tommy como yo abrimos la boca de par en par, estupefactos.
               -Pero, ¡si no la soportas!
               Hizo un sutil gesto en mi dirección, que no se me escapó. Scott llevaba sin aguantar a Megan desde que yo la conocí. Al principio no le caía del todo bien, pero, desde que me había etiquetado como “la hermana adoptada de Scott”, éste era incapaz de tragarla.
               -Estuvo mal, pero bueno…-Scott suspiró y dejó los cuchillos un momento-. Tú sabrás lo que haces. No soy bueno calando a la gente-musitó-. Y tú sí.
               Tommy le acarició la cabeza en un gesto protector, muy típico de hermano, y torció el gesto.
               -Echa eso a freír ya. Y, Eleanor, ¿te has acordado de mi iPod?
               Eleanor se lo sacó del bolsillo de los pantalones.
               -Genial. Pon música.
               Al principio, sólo Tommy, Eleanor y yo nos dejamos llevar y nos pusimos a cantar. Llegaron mis hermanas y mi padre, que saludó a Eleanor con un beso en la cabeza, y le preguntó qué tal todo mientras Shasha y Duna se daban un festín de tortilla.
               -Dejad algo para mamá, ¿queréis?-instó papá, robándole un pedazo de comida a Duna, que lanzó un chillido y exigió una disculpa. Papá salió de la cocina masticando y se fue no se sabe adónde, mientras Eleanor llenaba la estancia con su increíble vozarrón. Scott se giró cuando terminó la canción que estaba cantando y se pasó una mano por el brazo, mostrándole los pelos de punta, a lo que Eleanor respondió con una risita y una ligera reverencia. Se acodó en la mesa y se lo quedó mirando con actitud soñadora.
               Me dieron ganas de pegar a Scott por no ver la forma en que ella le adoraba, incluso cuando estaba en uno de sus peores momentos.
               Quizá fue precisamente por ella por lo que Scott se animó, pero el caso es que, cuando salió en el aleatorio Love runs out, se animó a cantarla con Tommy, que le dio un golpecito con la cadera y asintió con la cabeza, feliz de que pusiera un poco de su parte. Scott empezó con timidez pero terminó bordando la canción, enredando su voz con la de Tommy y haciendo unas florituras que me hicieron sospechar que no era la primera vez que cantaban esta canción juntos.
               Para cuando terminaron, Duna aplaudía entusiasmada.  Tommy hizo una profundísima reverencia y Scott puso los ojos en blanco.
               -Payaso…-protestó, pero se le notaba contento, bastante más de lo que lo había estado las últimas semanas.
               Yo estaba casi eufórica, me apetecía dar saltos de alegría.
               Continuaron cantando y nosotras jaleándoles, hasta que salió una canción de The Weeknd, False alarm, en la que el cantante daba gritos en medio de la canción, lo cual fue demasiado para mamá, que podía trabajar con ruido, pero no con un escándalo.
               -Tengo un caso de violencia de género-espetó-, haced el favor de dejar de dar gritos.
               -Y yo tengo un caso de depresión pueril, Sherezade-soltó Tommy-, a ver si me dejas trabajar.
               Mamá alzó las cejas y soltó una risita.
               -Lo siento, doctor, ¿cree que podría hacer terapia dentro de los decibelios permitidos?
               -Lo intentaremos-prometió Tommy, y se giró hacia Scott, que asintió con la cabeza con repentina timidez y no volvió a abrir la boca. De hecho, se quedó quieto un instante, como escuchando realmente la canción.
               -¿Qué pasa?
               -Habla de ella-soltó, mirándole con unos ojos vacíos y perdidos. Me estremecí y sentí vértigo. No, estamos tan cerca…
               -¿Qué?
               -La canción-explicó Scott, y Tommy frunció el ceño un segundo, pero luego hizo un gesto con la mano quitándole importancia.
               -Anda que… con lo guapo que tú eres, como para rayarte por una rubia de bote.
               -No era de bote-ladró mi hermano a la defensiva, y Tommy esbozó una sonrisa traviesa.
               -Sabía que había pelusilla, aunque no lo quisieras decir.
               -Tío, ¿eres imbécil? Déjame tranquilo-gruñó mi hermano, y Eleanor y yo nos miramos. En sus ojos había un cierto disgusto, no sé si por la tristeza de Scott o porque se había roto la ilusión de que la hubiera olvidado.
               Scott no volvió a abrir la boca, cocinó en silencio y taciturno, tan tenso que hasta a nosotras nos daba miedo hablar. Sólo Tommy parecía no percatarse del visible cambio de humor de mi hermano.
               O eso pensamos, porque cuando acabaron el cocinado, se fue hasta el iPod y tecleó en él para buscar una canción. Scott lo miró cuando Tommy puso un vaso de cristal en el mismo momento en que lo hacían en la película: Tommy estaba recreando la escena de El gran showman donde Hugh Jackman trataba de convencer a Zac Efron de que se uniera a su causa.
               -No-fue lo que dijo el mayor de los chicos antes de que el otro comenzara:
               -Right here, right now, I put the offer out.
               -No voy a cantar.
               -I don’t wanna chase you down. I know you see it-sonrió Tommy.
               -Que no voy a cantar-insistió Scott.
               Pero sí que terminó cantando, e incluso recreando la coreografía. Cantaron juntos y sonrieron y se lo pasaron en grande, y por un momento se les olvidaron su problemas. Terminaron la canción subidos encima de la mesa, con las caras tan pegadas que Duna incluso preguntó:
               -¿Se van a dar un beso?
               Lo hizo con inocencia, mirándome a mí, como si yo tuviera la respuesta. Ni siquiera yo sabía si se iban a dar un beso. Lo único que sabía era que, si al final se morreaban, yo me pondría a aplaudir como loca.
               Incluso aunque sintiera unos extraños celos del Scott de mi imaginación.
               -Ya le gustaría-contestó Tommy, dándole un empujón y saltando de la mesa con agilidad.
               Eleanor cenó en casa y se marchó cuando ya era casi de noche; su hermano decidió acompañarla y casi convence a Scott de que lo hiciera también, pero el mío finalmente remoloneó diciendo que otro día, que seguro que Eleanor lo entendía.
               Ella asintió con la cabeza, como una santa, y se acercó a él.
               -Que te mejores, S-susurró, mirándole a los ojos y depositando un suave beso en su mejilla. Scott cerró los suyos por un momento y se inclinó instintivamente hacia ella, prolongando su contacto.
               -Ya estoy un poco mejor, El. Gracias.
               -Es que la tortilla hace milagros-ella se encogió de hombros, y sonrió al notar los dedos de él entrelazándose con los suyos.
               -¿La tortilla, o tú?-pregunté, y Eleanor soltó una risita.
               -Creo que más ella que la tortilla-comentó Scott, y Eleanor se quedó callada, pensativa. Scott le pellizcó la barbilla y ella le echó los brazos por el cuello; se fundieron en un cálido abrazo que ninguno de los dos quiso cortar. Scott la pegó contra sí y Eleanor le acarició la nuca, hundió sus dedos en el pelo de él mientras Scott hundía su nariz en el cuello de ella, inhalando su aroma. Eleanor esbozó una sonrisa con los ojos cerrados, concentrada en disfrutar del momento.
               Era lo más puro que había visto en toda mi vida.
               Estúpido, quise decirle a Scott cuando se separaron y se miraron a los ojos con tanta intensidad que por un momento me ilusioné, pero enseguida se deshizo la magia que flotaba entre ellos y Scott dio un paso atrás, ¿no te das cuenta de que te ama? Y tú llorando por zorras a las que no les importas una mierda, cuando tienes una princesa que bebe los vientos por ti.
               -Me toca fregar-se disculpó Scott, señalando con el pulgar por encima del hombro la puerta de la cocina.
               -Vale-cedió Eleanor, mordiéndose el labio y observando cómo se iba en dirección a la cocina.
               Juro que el color de sus ojos cambió cuando Scott desapareció de su vista.
               Se volvió un poco más… sucio.
               -¿Por qué no te lanzas?-pregunté.
               -¿Qué?-respondió ella, deshaciéndose del embrujo.
               -Con mi hermano-expliqué, y se sonrojó-. ¿Por qué no te lanzas con él?
               Se apartó un mechón de pelo de la cara, sin saber dónde meterse.
               -No sé a qué viene…
               -Estás enamorada de él-acusé, certera, y ella me miró. Pensé que lo negaría.
               Pero no lo hizo.
               Lo cual daba idea de hasta qué punto estaba segura de sus sentimientos por Scott.
               -¿Por qué no aprovechas?
               -Porque me odiaría siempre, si hiciera que Scott me quisiera por acercarme a él cuando más débil es-contestó con decisión, sin ningún tipo de altanería. Aquella frase no sólo denotaba lo mucho que se respetaba a sí misma, sino también lo mucho que le respetaba a él.
               -Qué estúpidos son los chicos-comenté, y Eleanor sonrió con timidez.
               -Un poco. Pero es parte de su encanto-se colgó su bolso del hombro y pestañeó con inocencia cuando llegó su hermano, ya cambiado de ropa.
               -¿De qué habláis?-quiso saber Tommy, mirándonos.
               -De chicos.
               -De mí, ¿eh?-se cachondeó.
               -De chicos humanos, no de simios-puntualizó su hermana, y la sonrisa de Tommy se congeló en su boca.
               -Tira, venga. Delante de mí.
               La empujó fuera de la casa y apenas pude despedirme. Me quedé esperando en el hall mientras los Tomlinson se reunían brevemente. Scott me pidió que le dijera a Tommy que estaba cansado y que se iba a acostar ya, y yo asentí con la cabeza, pero no lo hice.
               No supe por qué hasta que Tommy entró en la sala de juegos donde solíamos pasarnos un par de horas antes de irnos a dormir.
               Quería estar a solas con él.
               El motivo, todavía no estaba claro. Sólo sabía que yo también quería sentirme igual de feliz que mi hermano cuando estaba con él.
               Me miró un momento.
               -¿Qué pasa? ¿Se ha puesto en modo koala y sólo le apetece dormir?
               -Algo así-sonreí. Era increíble lo mucho que le conocía, cuán sintonizados estaban. Tommy suspiró.
               -Es una pena, me apetecía seguir con CSI…
               -¿Te quedas un rato conmigo?-pedí, y él sonrió, asintió con la cabeza.
               -Claro, guapa.
               Apenas aguanté diez minutos sin decirle nada.
               -Sólo quería…-carraspeé, y él me miró-. Sólo quería darte las gracias por el cariño con el que estás cuidando de Scott.
               -No tienes que dármelas, Saab-me apartó un rizo del hombro-. Lo hago porque yo también lo necesito.
               -Siento que lo pases mal-murmuré.
               -Lo paso mal si él lo pasa mal-contestó, y me tomó de la mejilla para obligarme a mirarlo-. Y tú también lo estás pasando mal, ¿verdad?-asentí, perdida en sus ojazos azules como el cielo-. Es normal. Los dos le queremos muchísimo. Es nuestro hermano. Quizá no sea de sangre para mí, pero…
               -Para mí tampoco-me descubrí susurrando, y levanté la vista con timidez, aterrorizada ante lo importante de mi afirmación. Tommy soltó una suave risa.
               -Siempre supe que tú y yo nos parecíamos más de lo que la gente creía.
               -¿A qué te refieres?
               -Hacemos un buen equipo-contestó, acariciándome la mejilla.
               Y no pude evitarlo. En mi cabeza sólo existían las cosas que hacían bien, y todas tenían algo que ver con Tommy. Con su mano en mi mejilla, su pulgar dándome calor, me acerqué a él y posé mis labios sobre los suyos.
               Fue sólo un instante, pero por un momento sentí que todo encajaba, todo era perfecto y nada en el mundo estaba mal. Absolutamente nada. Me recorrió un escalofrío, me sentí invencible…
               … y entonces recordé que estaba besando al mejor amigo de mi hermano.
               Me separé despacio de él, que no se había movido. Era tan bueno que incluso había tenido la delicadeza de no apartarse bruscamente, todo para no herir mis sentimientos.
               -Sabrae…-susurró.
               -No sé por qué he hecho eso-susurré acelerada-, yo… perdona.
               -No te preocupes-contestó, cogiéndome la mano, evitando que saliera corriendo.
               -Dios, Tommy, en serio, yo…
               -Que no pasa nada, Sabrae, en serio. Estamos pasando por muchas cosas y es normal que estés confusa. Pero… no pienso en ti así. Lo siento.
               -Ya. Si ya lo sé. Claro. Es igual-noté cómo me bajaba una lágrima por la mejilla, y rápidamente me la limpié. Yo le quería. Quizás no como había querido a Hugo o había deseado querer a Alec, pero… le quería. Tommy era importante para mí.
               Era importante para Scott.
               Y me aterrorizaba pensar que lo que acababa de hacer pudiera poner en peligro todo lo que había entre ellos, la única lancha salvavidas que le quedaba a mi hermano.
               Pero es que… ¿cómo no estar confusa? Tus hermanas son soles, le había dicho a Scott.
               Era imposible no enamorarse de él, absolutamente imposible.
               -Siento si he hecho algo que te haya hecho pensar…-comenzó.
               -Es igual.
               -Sabrae-contestó.
               -Da lo mismo-aseguré.
               -No, no da lo mismo-contestó en tono firme-. Quiero estar bien contigo, ¿vale? Scott nos necesita, y yo te necesito-confesó, y yo lo miré-. Pero no como tú crees.
               -No sé por qué he hecho eso-susurré, temerosa de mi voz-. He sido una estúpida…
               -Bueno-Tommy se encogió de hombros-, yo tengo un atractivo natural… es normal que te pongas así.
               Me noté sonreír, divertida. Tommy se echó a reír.
               -Mira qué guapa estás cuando te ríes-su semblante se ensombreció de repente-. Pero tienes que saber que yo quiero a Megan.
               -Lo sé-asentí con la cabeza.
               -Eso no quiero decir que yo a ti no te quiera. Lo hago. Con locura-me aseguró-. Mataría por ti, pero… no así. Lo siento, Sabrae.
               -No pasa nada-aseguré, y él me dedicó la típica sonrisa de premio de consolación. No podía creerme que no se enfadara conmigo-. ¿Vas a… decírselo?
               -¿No quieres que lo haga?-inquirió.
               -No se lo cuentes, por favor-pedí, temblando como un flan-. Yo… no quiero que se enfade contigo.
               Y Tommy hizo algo que yo no pensé que pudiera hacer en ese momento: se echó a reír.
               -¿Enfadarse? ¿Conmigo?-rió-. Te va a coger envidia a ti, porque ya le gustaría a él poder comerme la boca-espetó, y yo lo miré, confusa.
               -¿No le parecerá mal que yo… que tú y yo…?
               -No. No, ni hablar. Es que… es imposible-se frotó la frente-. A ver, no lo digo por ti, Sabrae, sino porque… bueno, no tenemos esos sentimientos.
               -¿Tú qué sabes qué sentimientos tengo yo?
               -No estás enamorada de mí.
               -¿Tú crees?
               -¿No estás triste porque echas de menos a tu antiguo novio?-preguntó, y yo me quedé helada. Me descubrí asintiendo despacio con la cabeza-. Eso es lo que te gusta de mí, Saab. Que puedo hacer que te sientas querida. No te gusto yo, por mí. Te gusta saber que yo puedo quererte.
               Suspiré, pensativa.
               -Todo antes era tan… fácil-jadeé.
               -Es un imbécil, si rompió él.
               -Lo hice yo.
               -Ah. Bueno, pues casi mejor, ¿no?-respondió-. Tú tienes el poder-movió los dedos como si pudiera hacer magia, como el vídeo de Little Mix. Y consiguió que me riera.
               -En realidad-contesté-, tiene novia.
               -¿Y eso es problema? Por unas, se dejan a otras, Sabrae-soltó, y yo me lo quedé mirando. Se llevó una mano a la boca-. Mierda, ¡joder! No me puedo creer que acabe de decir eso. No se lo digas a tu hermano, ¿vale? Que me arranca la cabeza-pidió, y yo solté una risita.
               -Eres genial, Tommy-admiré, y él se encogió de hombros.
               -Tengo de quién aprender. Venga, Saab-me tendió la mano-. Tenemos un koala al que achuchar.
               Acepté la mano que me tendió y dejé que tirara de mí para levantarme. Apagamos la luz de la habitación y fuimos a ver a Scott.
               Se había quedado dormido mientras esperaba.
               Había un rayo de esperanza.


Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

3 comentarios:

  1. Mira, menudo capitulo del bien. Me ha roto el corazón volver a ver a Scott hecho mierda como en cts cuando el y Tommy lo dejaron. Me duele el corazoncito por la encrucijada a la que tiene que hacer frente Sabrae con respeto a lo de Alec y los cuernos, porque seriamente yo tampoco sabría que hacer. Eso sí, me ha dejado fría cuando ha confesado que se enamoro de Tommy, o sea.... Menos mal que al final se ha aclarado porque casi me da algo del jari. Y también me ha encantado ver ese nacimiento legendario del Gran Scott Malik, sin olvidarnos de los momentos Sceleanor que me llena el alma de amor ains.
    Un placer leerte siempre, Erikina. ❤

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  2. AYYYYY QUE ME MATO JODER
    Seguro que no ha habudo mejor esceba que la que me he montado en ka cabeza durante la pelea de los hermanos Malik. Ha sido apoteósica!!
    Ayyy señor lo que he lloraso con scott...es que no ne ha dado tiempo ni de cogerle asco a Alec con sus comentarios porque solo pensaba en Scott...no se merece sufrir de esa manera joder

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  3. Madre mía he sufrido muchísimo con los Malik peleando ��
    "-¿S? ¿Qué pasa?
     -Vete-jadeó Scott.<
     -¿Adónde? ¿A la mierda?-sugirió el Tomlinson." TOMMY POR FAVOR JAJAJAJA
    Me duele tanto ver a Scott sufrir y ver a los que lo quieren sufrir por él ��
    Creo que he convertido mi pueblo en un mar de lágrimas con la parte de Scott y las pastillas

    Sceleanor ❤




    "Tus hermanas son soles, ¿y tú lloras porque has perdido un planeta?" ❤

    - Ana

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