sábado, 24 de febrero de 2018

Continuará.


La euforia nos había convertido en gente totalmente diferente. La vulnerabilidad que Eleanor y yo habíamos demostrado en el instituto, derrumbándonos al salir por la puerta, había desaparecido y en su lugar se había implantado una sensación de invencibilidad que los chicos compartían con nosotras.
               Cuando sugirieron ir a comer, yo no pude por más que dar brincos y celebrarlo. Había descubierto que me moría de hambre, pelear me había abierto el apetito… y no podía dejar de pensar en lo bien que le sentaría a mi interior mirar la mandíbula de Alec mientras éste masticaba.
               Por mucho que siempre le hubiera detestado, o como mínimo hubiera sentido rechazo por él, toda la vida había experimentado una extraña fascinación por las líneas de su rostro, especialmente la de su mandíbula. Hasta cuando le odiaba fervientemente no podía evitar quedarme mirando cómo masticara, como si fuera lo más interesante que hubiera visto en mi vida.
               Y ahora mis defensas estaban bajas. Habíamos peleado juntos, nos habíamos convertido en la misma persona durante unos instantes en que nuestros cuerpos se unieron, formando una alianza que nos ayudó a derrotar a la gente. Él hacía bromas y yo se las reía la primera, y yo hacía comentarios sarcásticos y Alec sonreía mirándose los pies cuando alguno de sus amigos se molestaba.
               Scott parecía como en trance, decidido a llegar cuanto antes al sitio al que nos dirigíamos y comer lo que se le pusiera por delante. Entramos alborotando en la hamburguesería a la que solían ir, su local favorito en todo Londres (o, por lo menos, en el barrio) y el dueño salió a recibirnos limpiándose las manos cubiertas de grasa de carne en el delantal manchado de diversos tipos de salsas.
               -¡Jeff!-celebró Max, alzando los brazos.
               -Madre mía, qué pintas traéis. ¿Cuánto habéis bebido?
               -Nada-corearon los cuatro chicos mientras Eleanor y yo nos manteníamos en un segundo plano, cada una mirando con intensidad el culo del chico que más le interesaba en ese momento.
               -Nos hemos peleado-anunció Alec con orgullo, y yo solté una risita mientras los demás le miraban con ojos como platos, el ceño fruncido, y espetaban y molesto:
               -¡Alec!
               -¿Y habéis ganado?-quiso saber Jeff, poniendo los brazos en jarras.
               -Por supuesto-se jactó el mayor de los chicos, dándose una palmada en el pecho más propia de un gorila que de un joven humano. Pero, lejos de molestarme o indignarme, ese comportamiento animal de Alec disparó instintos igual de silvestres en mi interior. Me recordó lo fuerte que era y lo bien que me había sentido cuando me apoyé en su espalda antes de saltar por encima de su cabeza a darle una patada voladora a alguno de los gilipollas que sangraban en el suelo del gimnasio.
               -Los palitos de queso corren de mi cuenta-anunció Jeff, girándose sobre sus talones y rodeando la barra americana para entrar en la cocina. Los chicos comenzaron a jalearle a voz en grito; tanto, que el cocinero tuvo que salir a decirles que se callaran, no fueran los vecinos a llamar a la policía.

               -De nada, gente-sonrió Alec, mirando a sus amigos y abriendo los brazos.
               Nos sentamos en una mesa atestada de folletos con el menú y las ofertas del restaurante. Eleanor me pasó una y abrió otra mientras los chicos comentaban cada momento de la pelea, haciendo hincapié en lo bien que les había salido todo gracias a la intervención estelar del que estaba hablando en aquel momento.
               -Bueno, tampoco es por echarme flores, pero creo que, de no haber sido por mí, os habrían dado pero bien-murmuré, contemplando a los amigos de mi hermano por encima de la carta plastificada y esbozando una sonrisa.
               -La verdad es que Sabrae tiene razón-comentó Logan, señalándome con un dedo casi acusador-. Al, a ti te habrían matado de no haber sido por ella.
               -Todo falacias-contestó Alec-, ya sabéis que a mí me encanta darle emoción al asunto haciendo como que me están acorralando.
               -Te estaban acorralando-le recordé yo, riéndome y apartándome una trenza del hombro. No se me escapó la mirada que me lanzó Alec, examinando mi cuello un segundo con lascivia antes de responderme:
               -Bueno, casi le tenía-se encogió de hombros y alzó las cejas.
               -Sí, claro, ¡en tus sueños!-respondí, echándome a reír de nuevo y echándome a un lado para que Jeff pudiera depositar en la mesa una pequeña fuente de metal en red en la que traía los palitos de queso prometidos. Estiré la mano para coger uno.
               -¿Salsa?-preguntó Jeff, y Eleanor y yo asentimos.
               -Miel y mostaza-pidió Alec, cogiendo otro palito. Le miré.
               -Ése es mi chico-comenté, y él sonrió, me guiñó un ojo y le dio un bocado al snack mientras Eleanor le explicaba su pedido al cocinero. Pidió un menú completo y yo no fui menos. La mesa se llenó enseguida de comida alta en contenido calórico y grasas, pero un día era un día. Descubrí que mi hambre era en realidad avidez, y que no renunciaría ni a un solo bocado de mi hamburguesa por mucho que ésta pringara aceite o salsa barbacoa. Picoteé aquí y allá, cogí nuggets, alitas de pollo, bolitas de queso y patatas fritas de cada cuenco que se me ponía a tiro, y gemía con placer metiéndome en la boca todas aquellas delicias que no eran aptas para un catálogo de Michelín.
               Aunque la mayor delicia de todas estaba sentada frente a mí.
               Se podían decir muchas cosas de Alec, pero no que no supiera mirar a una chica y hacer que no quisiera más de él. Es más, incluso me atrevería a decir que era lo que mejor se le daba en el mundo: que tú quisieras más de él, incluso cuando no habías probado nada.
               Envidié la forma en que la comida se fusionaba con su cuerpo y en ocasiones incluso deseé ser alguna de esas patatas que se metía en la boca como si fueran lo más rico del mundo. Quería que me mordiera, que me masticara, que me tragara y que luego se chupara los dedos, recuperando los últimos restos que le quedaran de mí en sus deliciosas manos.
               Y lo mejor de todo era que él también admiraba la forma en que yo comía. Quizá hasta pensara lo mismo que pensaba yo.
               No paramos de mirarnos durante toda la cena, cada uno en su respectivo lado de la mesa. Tenía sus pies pegados a los míos, su cuerpo me hechizaba, su voz me cautivaba y no me dejaba pensar con claridad. Tampoco es que me molestara la oscuridad y la niebla en la que me había sumido mi mente. Disfrutaba con ella, más bien. Me gustaba tenerlo tan cerca y sentir los efectos que su presencia tenía en mi cuerpo ahora que ya no tenía nada que ocultar: el alcohol y la adrenalina se habían aliado con las altas alas de la noche, y una parte de mí ya sabía que tenía las de perder.
               Mientras Max comentaba de nuevo mis dotes para la pelea, alabándolos con una maravilla que debería haberme ofendido pero que no hizo más que enorgullecerme de lo que era capaz de hacer, y muy disimuladamente, situé la punta de mis botas entre los tobillos de Alec, que me miró un segundo por el rabillo del ojo, escuchando a su amigo, y esbozó una sonrisa críptica que hasta un ciego sabría leer bien. Esa sonrisa lobuna suya podía hacer que cualquier chica se derritiera (todos hablaban de la sonrisa de Scott, pero la de Alec, uf, la de Alec), ya no digamos cualquier chica que estaba dispuesta a dejar que él le hiciera lo que se le antojara siempre que fuera urgentemente.
               Alec cogió su vaso de refresco y dio un sorbo con parsimonia. Deseé ser esa pajita en cuanto tocó sus labios y su lengua la rodeó en un gesto tan obsceno que hizo que mis entrañas se contrajeran; no sé si sus amigos se dieron cuenta de lo que él y yo nos traíamos entre manos, pues estaban tan acostumbrados a ese tipo de comportamientos por su parte que no les daban más importancia.
               En lo único en que pude pensar cuando dejó el refresco encima de la mesa y se llevó una mano a la frente para fingir que no disfrutaba con cada célula de su cuerpo de cómo me descontrolaba, fue en cómo se sentirían esos dedos colándose por el elástico de mis bragas.
               Noté un fuego desatarse en mi interior cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar e intuí una sonrisa bailando en su boca sedienta de mi atención. Fingí que no le veía y me metí una patata en la boca, deleitándome en la deliciosa tortura que era saberme el objeto de su deseo y convertirlo a él en el centro del mío. Nos lanzamos miraditas todo el rato y fingimos no darnos cuenta de que el otro las correspondía, pero éramos tan conscientes del cuerpo del otro como lo podíamos ser del propio. No se me escapaba la forma en que sonreía mínimamente cada vez que no lo soportaba más y tenía que clavar los ojos en él, al igual que a él tampoco le pasaba desapercibida mi sonrisita de suficiencia mal disimulada cuando, a pesar de estar hablando otra persona, sus ojos se volvían hacia mí.
               Estaba tan ocupada en mi flirteo con él que ni me fijé en que Scott y Eleanor habían desaparecido hasta que regresaron. Ella, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa boba en la boca; él, con los ojos brillantes. Ninguno de los chicos dijo nada, porque tampoco hacía falta: todos habían experimentado en sus propias carnes lo que el sexo podía llegar a hacerle al cuerpo.
               Cuando terminamos la comida mi ánimo dio un traspiés. ¿Y si estaban cansados y no querían continuar con la noche? Yo no quería que se acabara. No podía irme a casa así.
               Ni con estas ganas tremendas de celebrar mi victoria…
               … ni con el calentón.
               Sabía lo que me esperaba en casa, la exquisita intimidad de la oscuridad de mi habitación.
               Pero aquella intimidad no me bastaba. No me servían mis manos: necesitaba un cuerpo entero que arrancara música del arpa que era mi sexo.
               Y aquel cuerpo tenía nombre.
               Por suerte, como empezaba a ser costumbre entre nosotros, Alec acudió a mi rescate como yo lo había hecho durante la reyerta.
               -Iremos a la discoteca, ¿no? Tenemos que contarle a Tommy qué tal. Y bailar. Sobre todo, bailar-se estiró cuan largo era y yo no pude por más que maravillarme porque, joder, era muy alto.
               Y a mí me encantaban los altos.
               Salimos del restaurante dejando una buena propina para Jeff, tanto por el servicio como por las molestias ocasionadas con nuestro alboroto, y Alec y yo, todavía no sé cómo, nos las apañamos para quedarnos de pie al lado del otro, alimentándonos de nuestro calor corporal, mientras Max y Logan parloteaban sobre cómo sería la mejor manera de abordar el asunto con Tommy. ¿Lo hacían como si fuera una película, manteniendo el suspense hasta el final, o pasaban directamente a la acción?
               -Tíos, creo que no voy a ir con vosotros-anunció Scott, y yo me giré para mirarle, confusa. ¿Acaso él no sentía esa adrenalina que me impedía estarme quieta?
               -¿Tan pronto?-inquirí. Como me obligara a irme con él para no tener que ir sola de noche, le mataría-. Si hasta yo voy a dar una vuelta, Scott. No seas bebé-puse los ojos en blanco con la esperanza de que eso le molestara lo suficiente para que cambiara de opinión, pero no fue el caso.
               -Cállate, Sabrae-espetó él-. Estoy cansado, y ya está.
               Me encogí de hombros; por lo menos no me había dicho nada de que sería mejor que le acompañara. Me volví hacia Eleanor.
               -¿Tú también te vas, El?
               Ella asintió con la cabeza.
               -Han sido un par de días muy intensos-explicó-. Necesito descansar.
               -Además, así la acompaño, para que no vaya sola.
               -Qué caballero-se mofó Max, consiguiendo que mi hermano lo fulminara con la mirada.
               -¿Son de fiar tus amigos, S?-pregunté, más por hacer de rabiar a Alec que por la respuesta de mi hermano. Sabía que podía ir con ellos perfectamente y que no intentarían nada conmigo, tanto porque eran buenas personas como porque yo sabía defenderme sola.
               -Depende de qué les confíes-contestó Scott-. Diez libras, ni de coña-los chicos se echaron a reír, Logan incluso murmuró un “es verdad”-. Ahora, una hermana…-se encogió de hombros.
               Asentí con la cabeza.
               -Volveré cuando Tommy-sentencié, girándome sobre mis talones y echando a andar en dirección a donde yo creía que estaba la discoteca a la que pretendían llevarme.
               -¡No des el coñazo!-me gritó mi hermano.
               -¡Que duermas bien, bebecito!-sonreí por encima del hombro.
               Logan y Max me adelantaron en seguida y continuaron comentando la pelea, que sería el centro de conversación durante mucho, mucho tiempo. Alec, por el contrario, fiel a sus principios de seguir sus impulsos, se colocó a mi lado como si le hubiera prometido a Scott que me cuidaría como si fuera de la familia. Y, por Dios, realmente esperaba que lo hiciera mejor incluso que si fuese de su familia. Le miré y él me miró, valientes ahora en la oscuridad.
               Esbocé una sonrisa que él me devolvió. La noche se planteaba interesante incluso antes de que llegáramos a la discoteca y yo fingiera echar un vistazo para ver si mis amigas habían decidido salir. Sabía que no; habían quedado en casa de Taïssa para ver una peli, y dudaba que después de ponerse el pijama y cepillarse el pelo, les apeteciera ponerse unos tacones y salir de fiesta con la intención de ir a mi encuentro.
               Además, su vagancia me reconfortaba en cierto sentido. Me apetecía estar una noche sin ellas, ver cómo me las apañaba fuera, pasármelo bien sin que nadie me conociera y poder hacer cosas que en otras ocasiones no haría de estar con ellas por miedo a las posteriores menciones que harían a mi vergüenza.
               Me apetecía estar una noche sintiéndome atraída por Alec sin que ellas hicieran comentarios en broma al respecto.
               Me apetecía estar una noche sin ellas porque así podría no ser consecuente con todo lo que había dicho o sentido gran parte de mi vida.
               -Chicos-reclamé su atención en un tono más bajo del que pretendía, pero los tres se giraron. Eso me demostró lo atentos que estaban conmigo, su determinación a cuidarme en lugar de Scott-, mis amigas no están. Me acoplo a vosotros, ¿vale?
               -Vale-asintió Logan, sonriéndome con calidez.
               -Acóplate a mí, reina-contestó Alec, esbozando una sonrisa que nada tenía que ver con la tranquilidad que me transmitió Logan. Me eché a reír, sintiéndome liberada y más que dispuesta a coquetear de una forma así de descarada.
               Sorteamos a la gente hasta llegar al dichoso sofá en el que siempre se sentaban. Me permití detenerme un segundo a admirar la belleza bailarina de Diana, que se transformaba cambiando de color con las luces del techo. La americana mostró sus blancos dientes cuando se carcajeó de algo que acababa de decirle Max, sentándose a su lado. Se apartó el pelo del hombro y se mordió el labio, inclinándose ligeramente hacia él para escucharle con más atención. Tommy se inclinó a por un vaso de chupito, acariciando los lumbares de Diana en el movimiento, que se estremeció y le miró de reojo un segundo.
               Me pregunté si ya se habrían acostado o si la tensión sexual que había entre ellos se debía a que todavía no la habían liberado.
               -¿Dónde está Scott?-fue lo primero que preguntó Tommy, y Alec, ni corto ni perezoso, se inclinó y le dio un mordisco en la mejilla.
               -¿No te sirvo yo?
               Me senté en un hueco del sofá que Bey hizo a su lado y en el que dio unas palmadas con la mano a modo de invitación.
               -Alec-pidió Tommy, serio, preocupado porque mi hermano no aparecía.
               -Está bien-le tranquilizó Alec, sentándose entre él y Bey y alcanzando un vaso-. Eleanor estaba cansada y dijo que iba a acompañarla.
               -¿Y va a volver?
               -No-respondió Logan-, dijo que estaba cansado y que se iba a casa.
               Tommy apretó los labios.
               -Está bien-le aseguró de nuevo Alec, y Tommy asintió con la cabeza-. Eh, T. Mírame. Que me mires, pavo, joder, que estoy que me salgo esta puta noche-Alec le cogió la mandíbula a Tommy y le obligó a mirarle. Sonrió de una forma confiada, tan seguro de sí mismo como lo estaba el sol de que nunca conocería la noche-. ¿Estaría yo tan tranquilo si le hubiera pasado algo?
               Tommy tragó saliva y negó con la cabeza.
               -Pues ya está. No te comas el coco, ¿quieres? No vayas a perder facultades con las mujeres ahora que estás en tan buena compañía-bromeó, inclinándose hacia delante y guiñándole un ojo a Diana, que cruzó las piernas y se pasó los dedos por la cara, apartándose mechones de pelo rebeldes que le enmarcaban el rostro en una complicada filigrana de hilos de oro que atrapaban la luz.
               -No hay muchas facultades que perder-contestó la americana con aquel delicioso acento suyo, y todos nos echamos a reír. Tommy se la quedó mirando.
               -No era eso lo que te pareció hace diez minutos, en el baño-provocó el inglés, y su contestación fue recibida con un coro de retadores “uh”.
               -He hecho mis pinitos en la televisión. En los anuncios también hay que actuar, ¿sabes?-zanjó Diana, echando mano de otro chupito y dando un sorbo lento, pausado, con sus ojos de gata fijos en los de Tommy, que sólo se rió, negó con la cabeza, la cogió de la muñeca, la sentó a horcajadas sobre sus piernas y empezó a comerle la boca como si no hubiera probado nada de comida en lo que llevaba de vida. Los chicos le jalearon, Alec se echó a reír y se apartó un poco, pegándose a Bey, para darles intimidad.
               -¿Me has echado de menos, reina B?
               -Todo lo bueno dura poco, ¿no?
               -Salvo tus esperas-contestó Alec, divertido, dándole una palmadita en la rodilla y deslizando los ojos por todo el cuerpo de ella… hasta que yo aparecí en su campo de visión y recordó quién era la verdadera protagonista de la noche. Me crucé de brazos y arqueé las cejas, expectante-. ¿A que no adivinas cuál ha sido la sorpresa de hoy?
               -Sorpréndenos-instó Tamika.
               -Sabrae sabe pelear.
               -No pelear-contesté-. Peleo mejor que todos vosotros, que no es lo mismo.
               -Es que yo no había calentado.
               -Por supuesto que sí-puse los ojos en blanco y le saqué la lengua a Alec, que se mordió el labio. Antes de que pudiéramos pasar a mayores, Tam me pidió mis impresiones sobre la pelea, y estaba enfrascada en un larguísimo monólogo, describiendo todo lo que habíamos hecho, vivido y experimentado, cuando Jordan apareció entre la gente y levantó los índices al cielo, llamando la atención sobre la música.
               Tommy, Alec, Max y Logan se levantaron de un brinco, lanzaron una exclamación y se abrieron paso a codazo limpio hacia el centro de la pista, donde se formó un corro para verlos bailar, mientras sonaban los primeros acordes de 24k Magic, de Bruno Mars. Bey y Tam se echaron a reír mientras Diana, Chad y yo nos mirábamos los unos a los otros sin comprender qué sucedía, hasta que comenzó la música de verdad y los chicos empezaron a bailar en perfecta sincronía, como si fueran profesionales. No sólo ninguno se equivocaba en ningún movimiento, sino que encima cada uno tenía su propio lugar respecto del grupo y actuaba en consecuencia, cuidando del sitio que ocuparan y contribuyendo a la coreografía grupal. Giraron las rodillas, sacudieron las caderas, agitaron las manos en el aire y abrieron los brazos de forma tan armónica que sus movimientos, sumados a lo estrambótico de la música y la combinación de colores cambiantes me resultaron hipnóticos.
               Estaban felices. Tenían realmente 17 años, eran chicos de 17 años decididos a pasárselo bien y unas ganas tremendas de comerse el mundo.
               No pude apartar los ojos de Alec, a pesar de que Tommy era el mejor bailarín de los cinco (su sangre española le daba un ritmo innato con el que los demás no podían ni soñar). Pero que Tommy fuera el mejor bailarín no desmerecía las cualidades de Alec, que afrontaba la coreografía con una sonrisa y tanta decisión que, incluso, le echaba morro al asunto.
               Era bueno bailando, y algo en mi interior se retorció al recordar lo que decían de los chicos que bailaban bien: que también lo hacían muy bien en la cama.
               Me crucé las piernas, apretando los muslos instintivamente para saciar esa sed. Agradecí en silencio que los chicos fueran el centro de atención y no yo, ya que la tempestad de emociones que sentía en mi interior estaba en pleno apogeo y dudaba de que alguien pudiera pasarla por alto.
               Terminó la canción y Chad se puso a aplaudir de pie con el brinco típico del conejo entusiasmado. Yo también di varias palmadas y Diana incluso silbó por encima del ruido de la gente llevándose dos dedos a la boca.
               -¿Siempre son así?-preguntó la americana, inclinándose hacia Bey.
               -Es su canción-explicó Bey-. Fuimos a un festival a Birmingham sólo porque venía Bruno Mars y querían bailarla en el festival.
               -¿Y lo hicieron?
               -Se volvieron virales-contestó Tam, echándose a reír y dándole una palmada en el culo a Max, que abría la comitiva de los chicos regresando con nosotras. Se sentaron de forma aleatoria, sólo Tommy conservó su puesto al lado de Diana, que lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja y un beso que bien podría haberle robado el alma.
               Se marcharon al poco tiempo y el ambiente se relajó un poco. Yo seguí con las chicas, con los ojos de Alec fijos en mí después de trasladarse de nuevo junto a Bey. Max se había ido a ver a su novia a un local cercano, y Logan había desaparecido entre la gente, acompañado de Jordan, que ahora atendía la barra codo con codo con una chica de pelo morado.
               Justo cuando pensé que los efectos de la pelea y el tonteo durante la cena me habían abandonado, empezó a sonar otra canción que hizo que Alec se revolviera en el asiento, incorporándose, pero no del todo. Parecía indeciso entre levantarse o quedarse con nosotras.
               -Me encanta esta canción-dijo en voz alta, buscando una invitación que no se hizo esperar.
               -Pues vamos-respondí yo, poniéndome en pie, presta a aprovechar la oportunidad de sentir la energía que me imaginé que desprendía mientras se movía al ritmo de la música. Me hubiera encantado estar cerca de él durante la canción de Bruno Mars.
               Sonrió, juguetón.
               -No sé si bailar contigo, bombón-contestó-, a ver si me vas a pegar…
               -Tú, mantén esas manos quietas-respondí, señalándoselas-, y no te haré nada malo.
               -El problema es que quiero que me hagas cosas malas-contestó, y Bey se lo quedó mirando, estupefacta. Él no le hizo caso, se levantó y me siguió por entre la gente mientras Tip toe, de Jason Derulo, comenzaba a sonar. Mientras esquivábamos cuerpos en dirección a la parte más libre de la pista, me puso una mano en la cintura. Me estremecí, disfrutando del contacto, pero me giré para mirarle, decidida a hacerle rabiar.
               -¿Sabes qué les hago a otros tíos que me tocaron así?-pregunté por encima de la música.
               -Buf-contestó él-, seguro que lo voy a disfrutar. Conmigo puedes llegar hasta el final, Sabrae-me aseguró, y clavó en mis ojos una mirada cargada de una intención que no se me escapó.
               -Les di una bofetada.
               Eso le rompió un poco los esquemas. La verdad es que ni yo misma sé por qué dije tal cosa. Pero no estaba dispuesta a retirarlo, ni a pedir disculpas. Si no había tenido filtros con él durante la noche, desde luego, no tenía pensado comenzar ahora.
               -Bueno-contestó tras un instante de vacilación en que una parte de mí temió lo peor-, yo nunca he probado ese rollo pero, ¿quién sabe? Quizá me guste.
               Me eché a reír, di un paso hacia él hasta tenerle tremendamente cerca; tanto, que podía sentir el calor que desprendía su piel tapada por la camisa que llevaba puesta, sucia de sangre. Me puse de puntillas un segundo, acercando mi cara a la suya, juguetona. Disfruté inmensamente con cómo todo su cuerpo se puso en alerta, esperando un beso que ni yo misma estaba segura de que fuera a darle.
               Sonreí en el último momento y me giré para darle la espalda, decidida a bailar como nunca lo había hecho en mi vida.
               En ese momento se decidió la naturaleza de nuestra relación: un tira y afloja constante, algo tan divertido como frustrante, dulce y picante a la vez. Así éramos nosotros dos, una espiral constante de contrastes que nos harían enloquecer.
               -Joder, Sabrae-gimió Alec cuando le dejé a medias, y yo sonreí para mis adentros, satisfecha con mi pequeña trampa. Me pegué a él y empecé a bailar agitando las caderas, pero él me cogió de la cintura al acercarse el estribillo y yo no pude huir de sus ojos.
               -Girl, you’re too bad and you know it-cantaron los altavoces y me cantó Alec, y yo le dediqué mi mejor sonrisa chula antes de volver a darme la vuelta y bailar tremendamente pegada a él. Disfruté muchísimo esos instantes, ya que apenas nos tocábamos y, a la vez, no había ninguna parte de nuestro cuerpo que no estuviera en contacto.
               Él también se lo pasó en grande, especialmente cuando me giré durante el estribillo y le miré a los ojos, puse la mano derecha en su cadera y él hizo lo mismo.
               -No breaks when you push that back-clamó la música, y los dos tiramos de nuestras manos para pegar el cuerpo del otro al nuestro. Cambiamos la mano y repetimos la operación siguiendo el ritmo de la música-. Left, right, do it just like that.
               Le escuché gemir de nuevo cuando volví a darme la vuelta y, después de bajar todo lo que me permitieron mis rodillas sin que éstas tocaran el suelo, separando las piernas, me incorporé levantando las caderas y froté mi trasero contra su parte más sensible. Él me agarró de la cintura y yo terminé de levantarme, con el culo pegado a su pelvis, una nada desagradable sensación de presión entre mis muslos.
               Una de sus manos pasó a mi vientre, mientras la otra subía por mi costado y jugaba con mi trenza. Jadeé, buscando aliento, mientras él continuaba acariciándome y paseaba sus dedos por mi cuello.
               -Como sigas así…-dejó la frase, hambrienta, profunda, mística y erótica, en el aire.
               -¿Qué?-pregunté, y Alec se regodeó en el dese que desprendió aquella corta palabra.
               -Que voy a probar tu boca.
               Su contestación me secó la boca, pero me mantuve calmada y altanera cuando me giré y me colgué de su cuello, riéndome.
               -¿Ah, sí? ¿Con el permiso de quién?
               -El tuyo-contestó él, y sus manos se acercaron a mis caderas, bajaron un poquito más. No lo suficiente como para que yo me molestara.
               No lo suficiente como para que me estuviera reclamando.
               Sí lo bastante como para que yo quisiera pedir más.
               -El tuyo-su respuesta fue segura.
               -¿Te lo he dado?
               -Todo tu cuerpo me está suplicando que lo posea, Sabrae. ¿Crees que soy tonto y no leo las señales?
               -¿Qué te lo impide?-quise saber, inclinando la cabeza a un lado.
               -Mis ganas de escucharle a esa boca suplicar que te lo haga-dijo en tono íntimo, acercando la cara a la mía, repitiendo la jugada que tan bien me había salido a mí.
               -¿A esta boca?-coqueteé, señalándomela con el dedo. Los ojos de Alec se teletransportaron a mis labios.
               Dios mío, chico, ¿por qué no me besas ya?
               -Todavía estoy pensando cómo algo puede ser tan parecido al paraíso y a la vez estar hecho de pecado como les pasa a tus labios, Sabrae.
               Me eché a reír.
               -Pero si todavía no los has probado, Alec.
               -No me hace falta-contestó-. Algo así, sólo puede sentirse como el cielo y estar hecho por el demonio.
               Ojalá no me hubiera reído entre dientes como una tonta enamorada, pero…
               … vale, me reí entre dientes como una tonta enamorada.
               -Y yo que pensaba-dije, no obstante, como un as del póquer-, que las chicas iban contigo porque estás bueno.
               -Vienen por lo que les digo-contestó él, atrayéndome hacia sí-, y se quedan por lo que les hago.
               Le saqué la lengua y él estuvo a punto de mordérmela, cuando me separé de él ejerciendo una ligerísima presión en su pecho para que me soltara. Me regodeé durante una millonésima de segundo en nuestro contacto.
               Me encantaba jugar con él.
               -Cuando suene Jason Derulo, bailaré contigo, y sólo contigo, ¿vale?
               -¿Es eso una amenaza?
               -Es una promesa-le guiñé el ojo-. Me encanta Jason Derulo.
               Se echó a reír, asintió con la cabeza, silbó como lo había hecho Diana esa misma noche, y, cuando Jordan le localizó entre la gente, alzó la mano en la que sostenía su teléfono móvil y lo señaló. Alec tecleó rápidamente en la pantalla de su móvil mientras yo lo daba todo con otra canción que a él no parecía interesarle mucho. Una verdadera pena: me lo había pasado de miedo bailando así con él, y tenía muchas ganas de más.
               Me animó un poco cuando se guardó el teléfono en el bolsillo y me dejó disfrutar de su cálida presencia de nuevo a mi lado. Estaba bailando desinhibida, como sólo la adrenalina mezclada con un poco de alcohol puede permitírtelo en el anonimato, cuando me acarició la cintura.
               Joder, Alec es erotismo puro, pensé.
               Me pasó las manos por las caderas, bajó por mis curvas y subió la otra por mi costado, dejando que sus dedos rozaran mi busto de una forma sugerente y que yo disfruté más de lo que estaba dispuesta a admitir. Continuó escalando un poco más por mi cuello, mientras yo me balanceaba al ritmo de la música, ya nada interesada en la canción, totalmente concentrada en lo sensual de su contacto. Me apartó la trenza y me la dejó detrás del hombro. Llevé mis dedos a los suyos y me estremecí cuando noté cómo se inclinaba hacia adelante, aunque me decepcionó un poco no escucharle decir lo que quería:
               -Me has puesto muy cachondo esta noche, peleándote así.
               En su lugar, fue un poco menos rudo.
               -Lo que has hecho esta noche ha sido muy valiente, Sabrae.
               Abrí los ojos y busqué sus dos discos de chocolate, que ahora cambiaban de color al ritmo marcado por las luces.
               -Sólo es una de la millonada de cosas que se me dan bien.
               -Me pregunto qué más cosas serán esas-jugó en tono áspero, de nuevo totalmente sensual, que despertó los instintos codificados en mi ADN que habían llevado a la humanidad a las generaciones en que nos encontrábamos.
               -Bailar, por ejemplo-sonreí yo, contoneándome de nuevo, pegándome y separándome de su cuerpo duro, musculoso, diseñado exclusivamente para que yo fantasee con recorrerlo con la lengua. Disfruté fingiendo alejarme de él porque Alec no me lo consentía: volvía a pegarme a mí y eliminaba la distancia que había entre nosotros cuando yo me atrevía a hacer que creciera.
               No me permitía alejarme, cuando yo ni siquiera lo pretendía.
               Lo que yo quería era llegar lejos con él.
               Pero, por desgracia, todo lo bueno se acaba, y mi sesión de baile con Alec no iba a ser una excepción. Se terminó la canción y la pista quedó un momento en un silencio cargado del alboroto de decenas de conversaciones que se mantienen a la vez. Me toqueteé las trenzas y le miré.
               Descubrí que me apetecía hacerle de rabiar.
               -Bueno-comenté, agitando las trenzas-, ha sido divertido. Ahora, me voy al sofá-pasé a su lado y me decepcionó que no tratara de venir tras de mí, o directamente detenerme.
               Fue su voz la que lo hizo.
               -Yo de ti no me acomodaría mucho, bombón.
               Alec sonrió, señaló al techo y…
               … empezó a sonar otra canción de Jason Derulo. Me lo quedé mirando, estupefacta.
               -¿Tú has hecho esto?
               -En realidad-contestó-, ya estaba en la cola. Pero… las otras, sí. Las he pedido yo.
               -¿Has pedido otra canción?-pregunté, divertida, echándome a reír y volviendo a acercarme a él. Quise plantarle un beso de agradecimiento. Me gustaba que luchara por nosotros incluso cuando no existía un “nosotros”.
               -Algo así-asintió.
               -¿Qué quieres decir con “algo así”?
               -Que sí que he pedido otra canción. Y otra. Y otra más.
               -¿Cuántas has pedido?
               -Treinta y ocho-espetó, y noté cómo mi mandíbula se caía al suelo.
               -¿ME ESTÁS JODIENDO, ALEC?
               -¿O eran cuarenta y una?-se tocó la barbilla, fingiéndose pensativo.
               -¿Qué?
               -Mira, bombón…-se pasó una mano por el pelo y yo lo supe.
               En ese momento.
               Él no se dio cuenta.
               Pero con ese simple gesto, fue suficiente para que yo supiera que no iba a salir de aquella maldita discoteca sin habérmelo follado.
               -… el caso es que me lo he pasado genial bailando así contigo y, ¿qué puedo decir? Soy hedonista, no me niego las cosas que me dan placer. Así que Jason Derulo va a estar sonando toda la noche, y tú no vas a poder soltarme. Me lo has prometido-puso una sonrisa de niño bueno y yo me estremecí. Me acerqué a él y me pegué a su pecho.
               -El contenido por el que me registré-celebré, acariciándole la nuca. Cerró los ojos y se dejó llevar.
               Me encantó cómo “¿Quieres un baile?” se convirtió en un “me encanta esta canción”, en “joder, me puto encanta esta canción”, en “JODER, ADORO ESTA CANCIÓN”, y la cosa se fue calentando sin nosotros darnos cuenta.
               No nos percatamos, como sucede con la llegada del otoño. Un día estás en la playa, tomando el sol tranquilamente, y de repente te das cuenta de que estás en pleno noviembre, las hojas de los árboles se han teñido de cobre y todo a tu alrededor desprende ese aura mágica de transformación y madurez. No sabría decir cuándo nuestros bailes se hicieron más sugerentes y apegados. Se me escapaba el momento en el que pasamos de una cierta invasión al directo descaro. Me frotaba muy despacio contra él, disfrutando de cómo se relamía los labios pensando en lo que iba hacerme, y él m agarraba de las caderas y acentuaba aún más la presión, anhelando el momento en el que yo le hiciera todo lo que me apetecía.
               Hasta que llegó The other side. La canción, a pesar de su letra y su mensaje, tenía un cierto aire dulce que nos ayudó a tranquilizarnos y a retomar una postura a la que estuviéramos más acostumbrados. Sin embargo, nada entre nosotros era igual ahora. Danzamos más como amigos que como futuros amantes, nos miramos a los ojos y nos reímos, sin darle importancia a que nos cantábamos la canción a los ojos.
               Aunque que nosotros no pensáramos en ello no significaba que nuestros cuerpos no respondieran. Entre nosotros se instauró una delicada intimidad, suave como la tela de un vestido de novia. El intimismo que compartimos durante la canción, ya desde su principio, mirándonos a los ojos en lugar de yo dándole la espalda y frotándome contra él fue haciéndose más y más denso a medida que ésta avanzaba.
               Empezó conmigo dándome la vuelta cuando Jason cantaba sobre lo poco que se había esperado en el principio su conexión con la chica. Me sentía identificada con él a niveles ancestrales; era como si aquella canción la hubieran escrito e interpretado para mí, y sólo para mí, esa única noche de mi vida.
               Pero nos acercamos, cantó Jason, y tanto Alec como yo dimos un paso hacia el otro y nuestros torsos quedaron frente a frente. Yo era consciente de forma muy vaga de la presencia del resto de bailarines en la pista de baile que, lejos de estar tan quietos como Alec y como yo, vibraban al ritmo de la música.
               Hasta que empezó el puente de la canción, más animado, y nos hizo espabilar. Cantamos y bailamos y gritamos y levantamos las manos. Le pasé las manos por el cuello y él me pasó las suyas por la cintura, me mordí el labio en el mismo instante en que lo decía la canción y Alec, Jason y yo cantamos a la vez, nosotros dos con una sonrisa en los labios:
               -We’re going all the way.
               Durante el estribillo dimos saltos hasta que nos cansamos, y Alec se acercó a mí de nuevo cuando éste terminó y la estrofa libre de la canción comenzó de nuevo.
               -I know you’re nervous-Alec me miró a los ojos mientras su boca dibujaba unas palabras robadas-, so just sit back and let me drive.
               Su mirada tenía una intensidad hipnótica, su cuerpo me atraía hacia él como un potentísimo imán. Volvimos a saltar, aunque menos entusiasmados con la canción y más con nuestra cercanía.
               Y llegó el puente de la canción. Nos miramos a los ojos.
               -Tonight we’ll just get drunk, disturb the peace.
               -Let your love-canté yo, más animada que él, pasándome una mano por el pecho al continuar con el-: crash into me.
               -And then you bite your lip-Alec me acarició el labio inferior con el pulgar. Me ardió la boca allí donde su piel estableció contacto con la mía-, whisper and say…-dijo mucho más bajo, y yo me perdí en sus ojos.
               Ninguno de los dos acabó el estribillo. Me puse instintivamente de puntillas y él se inclinó un poco hacia mí.
               Mi estómago hizo un triple salto mortal.
               Íbamos a besarnos.
               Contuve una sonrisa mientras me acercaba un poco más a su boca, deseosa de probar el sabor de sus besos. Decían que eran una auténtica delicatesen, que cuando Alec besaba a una chica ella ya no podría dejar de pensar en él.
               Me moría de ganas de probar esa poción suya, de no ser capaz de sacármelo de la cabeza. Jamás había deseado tanto nada como deseé que su boca me volviera loca.
               Estábamos a milímetros, sentía su respiración chocando contra mis labios, deslizándose dentro de mí. Tragué saliva, impaciente. Fueron unas centésimas de segundo, pero a mí se me hicieron eternas.
               Y entonces, justo cuando estábamos a punto de rozar nuestras bocas…
               … un grupo de chicos nos dio un empujón y nos sacó de nuestra burbuja.
               Trastabillé a un lado y me habría caído al suelo de no haber chocado contra la espalda de una chica, cuya bebida derramé. Se volvió hecha una furia, dispuesta a arrastrarme de los pelos.
               -¡Tía! Ten más cuidado.
               -Relax, Jen-instó Alec, agarrándome del brazo y tirando de mí para ponerme a su lado-. Ha sido el subnormal de Russo. ¡Tronco!-se volvió hacia él-. ¿De qué cojones vas? ¿No ves que estoy aquí?-urgió Alec, señalando el suelo y haciendo un pequeño cuadrado a modo de explicación de su espacio. El tal Russo se disculpó de mala gana-. ¿Qué mierda de disculpa es esa?-exigió Alec, molesto, y se encaró al chico, que le mantuvo la mirada con desafío-. Además, le has hecho daño a Sabrae. ¿Sólo me vas a pedir perdón a mí?
               El muchacho me miró un segundo, pestañeó, estudió todo mi cuerpo y finalmente zanjó el asunto con un:
               -Te invito a lo que quieras a modo de compensación.
               -No, yo sí que te invito a algo-espeté-: piérdete.
               Alec se echó a reír mientras Russo encajaba mi pulla. Sorprendentemente, hizo lo que le pedí, y enseguida se fue con su grupo de amigotes mientras Alec refunfuñaba por lo bajo.
               -Me lo cargo el lunes. Te lo juro. Jodido gilipollas…
               -No pasa nada, Al-contesté yo, cogiéndole la mano y atrayendo su atención-. Sólo ha sido un accidente.
               -Sí, bueno, podrían haberse caído encima de ti, y con lo pequeñita que eres, podrían haberte aplastado.
               -Pero no me han hecho nada-me encogí de hombros y le pasé las manos por los brazos-. No dejes que esto nos estropee la noche, ¿te parece?-le tomé de la mandíbula e hice que me mirara-. ¿Por dónde íbamos?
               Él esbozó una sonrisa lasciva.
               -Creo que sabes exactamente por dónde íbamos, bombón.
               -¡Cierto! Jason Derulo-me di una palmada en la frente y me eché a reír con la cara de decepción de Alec.
               -No era a eso a lo que me refería, precisamente…-se quejó, pero acallé sus protestas con un chillido emocionado al reconocer la siguiente canción. Breathing.
               Todo el mundo se volvió loco en la pista de baile y Alec tardó poco en dejarse arrastrar por la marea y su entusiasmo. Enseguida estábamos bailando de nuevo, despreocupados y jóvenes, disfrutando de cada segundo y cada movimiento.
               La música era diferente, mucho, respecto de la canción anterior. Mucho más festiva, más propia del ambiente de discoteca en el que nos encontrábamos. Sin embargo, sus efectos fueron muy parecidos en Alec y yo. Jugamos, bailamos, nos juntamos más y más hasta que nuestros cuerpos prácticamente se fusionaron. El éxtasis de la canción se acercaba peligrosamente y nos impedía pensar con claridad.
               A pesar de que me sabía la letra la dedillo y la estaba cantando como si me fuera la vida en ello, sólo podía pensar en lo bien que me sentaba estar tan cerca de Alec, danzando así con él. Por mucho que levantara la cara hacia el techo y gritara con el resto del mundo, Alec incluido, que sólo echaba de menos a una persona sin rostro cuando respiraba, su cara no dejaba de flotar en mi cabeza, la proximidad de aquel beso que no nos habíamos dado me torturaba.
               Se juntó todo. Las manos de Alec de nuevo en mi cintura, mis ojos en los suyos, observando sus cambios de color. Los ojos marrones eran realmente mágicos.
               Me apretó ligeramente las caderas mientras me miraba, ignorando la canción de repente. Me acerqué a él instintivamente, le pasé las manos por los brazos, me deleité en la fuerza de sus músculos por debajo de la tela de aquella camisa que quería arrancarle a mordiscos…
               El puente de la canción siguió subiendo y subiendo de tono, Jason se preguntaba cómo sobreviviría sin el amor de la chica a la que quería, pues era ella la que le mantenía vivo…
               Alec me miró, tragó saliva. Clavé la mirada en la nuez de su garganta, preguntándome qué se sentiría dándole un mordisquito…
               … y no lo pudimos soportar más.
               Justo mientras sonaba la nota más alta de la canción, después de varias florituras con la voz, se nos pusieron los pelos de punta y no fuimos capaces de resistirnos más.
               No fue un beso lento. No fue un beso dulce. No fue el típico primer beso que te das con un chico.
               Pero sí fue el beso que mejor nos definía a los dos.
               Le pasé las manos por el cuello y lo atraje hacia mí al mismo tiempo que Alec se inclinaba y tiraba de mis caderas para acercarme más a él. Me puse de puntillas y él acercó la boca a la mía.
               Surgió la magia en el momento en que terminaba la nota alta. Nuestras bocas se encontraron y fue como un choque de galaxias, el caos más bonito que jamás había sido creado. Abrí la boca para dejar paso a su lengua, que la recorrió, invasiva pero tremendamente respetuosa, mientras yo enredaba los dedos en su nuca y respondía a su colonización con el mismo tipo de pasión. Enredamos nuestras lenguas, mezclamos nuestros alientos…
               Pero lo que pasaba e nuestra boca no era nada, nada comparado con lo que sucedía en nuestras almas.
               Me sentía revuelta, como un río que recibe demasiada agua y se desborda. Cada célula de mi cuerpo se agitaba con violencia, y una corriente eléctrica de millones de voltios me bajaba por la columna vertebral, activando cada milímetro de mi cuerpo con una potentísima descarga iniciada en mi boca, el punto de contacto más importante de Alec y yo.
               Todo mi ser, físico y espiritual, respondió y celebró ese beso como nunca antes había celebrado ningún otro contacto.
               La última vez que había sentido algo tan fuerte, ni siquiera la recordaba en un plano que no fuera el subconsciente. Había sido la primera vez que mamá había podido darme el pecho, por fin.
               En cierto sentido, entendía la relación. Mamá me había insuflado la vida dándome de mamar.
               Y ahora Alec me insuflaba ese deseo de vivirla con su boca.
               Nos separamos un segundo para coger aliento y nos miramos a los ojos, estupefactos, completamente maravillados con la magia ancestral que habíamos invocado sin pretenderlo. Yo sonreí y respiré por la boca, expulsando una risa entre dientes que a él le encantó. Me acarició la mejilla con el pulgar.
               -Guau…-fue todo lo que comentó, y yo no habría podido decirlo mejor. Guau. Simple, tajante y radicalmente guau. Era como si en nuestro interior se hubiera desatado un festival de fuegos artificiales. No sabía que unas manos te pudieran hacer así de feliz. Que una boca transmitiera tanto amor. Que una mirada significase tanto.
               Se mordisqueé los labios, probando el sabor de sus huellas en mi boca, y Alec se lo tomó como una nueva invitación. Volví a ponerme de puntillas, ignorando la música, el ruido, las luces, los cuerpos. Todo. Todo lo que no fuera Alec.
               Cerré los ojos y me dejé llevar, le pasé las manos por la espalda (joder, qué espalda), por el cuello (uf, qué cuello, quiero tenerlo entre mis piernas), el pelo (quiero enredar los dedos en él mientras le noto entrando y saliendo de mi cuerpo), y gemí cuando sus manos bajaron y me apretaron el culo, pegándome más y más a él, haciéndome saber que los dos disfrutábamos ese contacto de la misma manera.
               Y lo mejor de todo es que su lengua no se despegó de la mía en todo el proceso. Sabía bien. A chupitos de lima, a cerveza de la buena, a refrescos y a estar muy bueno, tremendamente bueno. Me comió la boca, jugó con mi lengua.
               -La gatita quiere jugar-rió Alec, y yo le mordisqueé el labio a modo de respuesta. Volvió a comerme la boca y me masajeó el culo mientras lo hacía, adorando cada centímetro de mi cuerpo con unas manos expertas que sabían muy bien lo que hacían. Sus dedos fueron bajando poco a poco hasta el centro de mi ser, aunque sin llegar a tocarlo del todo, respetando un mínimo de espacio del que me iba a dejar disponer con libertad. Cada célula que me compone se encendió con su contacto, dejé que me lamiera la boca con insistencia y yo deseé mucho, como nunca antes, tener sexo con él. A pesar de que no tenía la confianza necesaria con él. Pero aquello no me importaba, por la sencilla razón de que algo en mi interior me decía que podía disfrutarlo. Que lo disfrutaría.
               Se separó de mí para coger aire, o quizás para pensar con claridad.
               O puede que para dejarme ver que estaba muy mojada y que eso ya no tenía vuelta atrás. Acabábamos de traspasar el punto de no retorno y nos alzábamos en el cielo. Nuestro objetivo era la luna.
               -Me moría de ganas de besarte-confesó, y yo me regodeé en el anhelo que teñía su voz.
               -Y, ¿por qué no lo hiciste antes?
               -Necesitaba que me lo pidieras.
               -¿Qué ha cambiado hoy?
               -Nada-contestó, y yo fruncí el ceño, jugueteando con su pelo. Dios, me encantaba su melena ensortijada, esos adorables rizos que se le formaban cuando llevaba el pelo lo suficiente largo, como hoy.
               -¿No?
               -No. Me lo pediste.
               -No creo.
               -Yo creo que sí-me besó la punta de la nariz-. Mientras bailábamos. Toda tú me lo pidió. Sobre todo, tus ojos.
               Me mordisqueé un poco el labio.
               -Cómo me gusta que sepas leer mis señales.
               -¿Las tuyas? Como un libro abierto, preciosa-me besó los nudillos y yo me eché a reír.
               -¿Es por eso por lo que no dejas de toquetearme?
               -He dicho que te leo como un libro abierto, no he especificado si yo puedo ver o no.
               Tuve que volver a reírme ante su ocurrencia, que dejara caer que yo era un libro en braille dispuesto para que él me abriera y me acariciara con sus dedos, arrancando palabras de mi interior, era una buena comparación de cómo me sentía en ese instante.
               Alec me observó, con los ojos chispeantes de adoración tan absoluta que incluso me conmovió. Me pegué de nuevo a él y le di un piquito. Nos olvidamos de la música, de todo. El mundo avanzó a marchas forzadas mientras nosotros nos besábamos, el tiempo se aceleró tanto que incluso nos habríamos mareado de lo rápido que giraba la tierra, si dependiéramos de su gravedad.
               No sé cómo ni cuándo, salimos de la pista y nos acercamos a la barra. Alec me cogió de las caderas y me sentó en ella, y me comió la boca como estaba mandado. No podía apartar mis labios de los suyos, sus manos de mi cuerpo, mis manos de su pelo. Jadeé en su boca cuando comencé a sentir que unos simples besos, por muy fogosos que fueran, no saciarían mi hambre.
               Le agarré del cuello y tiré de él, continué devorándole la boca hasta que me harté. Después, juguetona, fui dándole mordisquitos por la mandíbula, por el cuello, hasta llegar a su oído.
               -Vamos al baño-le dije. Ya no lo soportaba más. Necesitaba sentirlo en mi interior, darme ese placer secreto que mi padre le daba a mi madre, que Scott le daba a las chicas, que Alec mismo le había dado a la española que conoció en la playa el día en que me toqué por primera vez pensando en él. Necesitaba todo de él.
               Porque si Al era adorable, Alec Whitelaw era jodidamente adictivo.
               Él se echó a reír, pero no me molestó en absoluto. Una de las cosas que más me iban a gustar de Alec, hasta el día en que me muriera, incluso cuando rompiéramos y yo dijera que no soportara verlo, ni pensar en él, o escuchar su nombre, era lo difícil que lo tenía para molestarme con cosas que en absolutamente cualquier otra persona me parecerían tremendamente ofensivas.
               Me tenía embrujada. Estaba en sus manos.
               Y él lo sabía y estaba dispuesto a aprovecharse de ello. Adoraba que fueran chulos.
               Y adoraba que fuera Alec.
               -¿Para qué?-quiso saber-. Si seguro que te has meado en las bragas con mi forma de besar.
               Me separé un poco de él y arqueé las cejas.
               -¿Por qué no te dejas de tanta condescendencia y me haces la pregunta que los dos nos morimos que me hagas?
               Se pegó a mí, intimidante, posesivo, controlador y tan deliciosamente masculino que me vi perdida en el poder de su presencia.
               -¿Quieres que te folle fuerte, bombón?-preguntó en tono hambriento. Su voz revolucionó mi piel. Sus palabras contrajeron mis músculos. Sentí un conocido tirón en la parte baja del vientre. Hola, vieja amiga, pensé, reconociendo los síntomas de una excitación tan incendiaria como la que estaba sintiendo entonces.
               -Mejor, criatura-respondí, cogiendo uno de sus dedos y llevándomelo a la boca. Le di un mordisco en la yema antes de lamerlo lentamente-. Esta noche, la que te va a follar fuerte, voy a ser yo a ti.
               -Lo estoy deseando-contestó tras una breve carcajada. Salté de un brinco de la barra y me dirigí a los baños, pero Alec me cogió de la mano y me guió en dirección contraria.
               -¿Adónde vamos?-quise saber, confusa.
               -Es una sorpresa-me confió en tono críptico, y yo me detuve en seco.
               -Al…-susurré. Si estaba jugando conmigo, necesitaba que parase ya. Si no pretendía que hiciéramos nada, lo mejor sería que nos detuviéramos ahora que no me dolería en exceso.
               -¿Confías en mí?-preguntó al girarse y clavar sus ojos en mí. Me tendió la mano y yo la estudié unos instantes antes de asentir con la cabeza y estirar los dedos para cogérsela, pero él la apartó-. Saab. Quiero oírtelo decir. ¿Confías en mí?
               -Sí-asentí, estirando de nuevo los dedos, acariciando los suyos con la yema de los míos, pasando por su palma y agarrándole finalmente la muñeca. Él sonrió, se llevó mis nudillos a los labios y no apartó la mirada de mis ojos cuando alabó:
               -Eres preciosa.
               Yo ya lo sabía. Pero que me lo dijera me gustó. Tiró de mí y me acercó a su pecho.
               -¿Estás segura de lo que hacemos?
               -Te deseo-fue mi respuesta, intentando no derretirme con lo tierno que me pareció que quisiera asegurarse de que no malinterpretaba  todos mis movimientos-. Ahora.
               -Genial-me dijo, inclinándose hacia mi oído y haciendo que se me pusieran los pelos de punta-, porque no sabes lo cachondo que me has puesto peleándote así, Saab.
               Me derretí al escuchar mi diminutivo de sus labios pronunciado de una manera tan furtiva, como si de una fruta prohibida se tratase. Quise que me grabara un CD de 18 pistas, de 4 minutos cada una, en las que dijera exclusivamente esa palabra.
               Le miré a los ojos, que cambiaban de color con las luces de la discoteca.
               -Y eso que ni siquiera me he quitado la ropa-bromeé, y la forma en que me recorrió con los ojos hizo que me estremeciera de nuevo. Saberse deseada igual que tú deseas es una sensación que se compara con pocas.
               Sorteamos a la gente en una dirección incierta. Nos encontramos con Jordan, que frunció el ceño al ver el rumbo que habíamos tomado Scott y yo. En sus ojos no hubo ningún tipo de prejuicio cuando nos miró, sino genuina sorpresa.
               -¿La hermana de Scott?-quiso saber, mirando a Alec-. ¿En serio, tío? ¿Qué diría Scott?
               -Tiene nombre-discutió Alec-. Y Scott, que diga misa.
               Llegamos a una pequeña puerta que Alec abrió con ceremonia. Chasqueó la lengua al ver que la pequeña habitación a la que pretendía llevarme estaba ocupada por un par de chicos dándose el lote de forma apasionada. Mientras Alec los despachaba, cobrándose un antiguo favor que uno de ellos le debía, aproveché para observar la pequeña estancia. Constaba de un sofá, una mesita con una lámpara… y nada más.
               El suelo estaba acabado en mármol negro; las paredes, recubiertas de cristales de colores azules, blancos y rosas que le daban a la estancia un cierto aire de vídeo musical. El sofá, blanco, hacía juego con un techo del que colgaba una bombilla que ni siquiera estaba encendida.
               La estancia vibraba con el ritmo de la música que atronaba en la discoteca.
               Cuando los chicos salieron, Alec empujó la puerta y estiró el brazo en dirección a la sala, invitándome a entrar.
               -¿A qué viene esa caballerosidad de repente?-me reí, entrando y quedándome en el centro de la estancia, a medio camino entre el sofá y la puerta.
               -Que te vaya a follar con ganas no significa que no te tenga respeto-contestó, entrecerrando la puerta. Me eché a reír con ganas y me volví para examinar de nuevo la estancia, el sofá de cuero, las paredes y la curiosa combinación de colores.
               Alec carraspeó, reclamando mi atención.
               -Puedes irte cuando quieras-informó, como si yo no lo supiera-. Y decirme que paremos si no te sientes cómoda-añadió, y me miró para asegurarse de que le entendía-. En cualquier momento-recalcó esa última frase y yo asentí con la cabeza, agradecida-. Es en serio, Sabrae. Hay confianza. Me lo puedes decir, que sé parar. Soy bueno parando-su sonrisa se oscureció-, aunque soy mejor acabando.
               -No voy a ir a ningún sitio-le aseguré. Alec sonrió como el lobo que tiene a Caperucita acorralada.
               La diferencia era que esta Caperucita se moría de ganas de que el lobo la devorara, y que le dieran a la abuelita.
               -¿Fijo?-inquirió él, cerrando la puerta con el pie y echando el pestillo. Se volvió lentamente hacia mí-. Porque yo creo que te voy a hacer llegar a muchos sitios.
               Sonreí, confiada, y di un paso hacia él. Y luego, otro. Y luego, otro más. Y de nuevo estaba entre sus brazos, como antes.
               Excepto que ya nada era como antes. Estábamos solos y éramos libres, las convenciones sociales se habían quedado encerradas al otro lado de la puerta. Prácticamente chocamos el uno contra el otro como dos galaxias que finalmente se encuentran, atraídas por la gravedad de la otra. Llevé mis manos a su cuello y fui bajando por sus hombros, deleitándome en sus músculos, lo bien definidos que estaban. Recordé cómo aquellos brazos habían machacado a nuestros oponentes y sentí un escalofrío de calor.
               -Me encantan tus brazos-susurré, recorriéndolos con los dedos
               -Joder, Sabrae-gimió él, duro contra mi pelvis, dejando que me manoseara mientras él bajaba hasta mi culo y me lo apretaba con fuerza. Decidí picarle.
               -Qué duro estás.
               -No lo sabes tú bien, niña.
               -¿Me tienes ganas?-tonteé, bajando una de mis manos por su costado y llevándola por su pecho, por sus abdominales. Por dios. Podrían prepararse espaguetis a la carbonara en aquel vientre. Quizá mi piel fuera de chocolate, pero, desde luego, la tableta la tenía él. Y qué tableta…
               -Uf, Sabrae…
               -¿Quieres follarme?-pregunté en su oído, mordisqueándole el lóbulo de la oreja y haciéndole perder la razón acariciando despacio su paquete. Gimió.
               -Tú no sabes a quién estás calentando, niña.
               Dicho esto, me cogió por la cintura y me llevó al sofá, me sentó sobre él y me frotó contra su dureza, haciendo que los dos suspiráramos de anticipación. Nos peleamos con sus pantalones, con la cremallera y sus malditos botones. Me temblaban las manos de lo acelerada que estaba.
               -Sabrae-gimió mi nombre un par de veces, haciendo que mi sexo respondiera con una pequeña contracción, insistiendo en que le hiciéramos caso-. Sabrae, debes saber algo.
               Me detuve en seco, aterrorizada. Incluso se me pasó por la cabeza que fuera a confesarme su homosexualidad. Qué estupidez, ¿verdad? Es decir, el amigo la tenía como un puñetero bate de béisbol. No tenía sentido que decidiera que aquel era el momento indicado para descubrir que le gustaban los hombres.
               -¿Qué es?
               Sonrió con un picardía que hizo que quisiera comérmelo.
               -No soy virgen-dijo por fin, y a mí me entraron ganas de darle un bofetón. Ya sé que no eres virgen, Alec. Tienes una cara de vividor follador que no puedes con ella-. De hecho, tengo bastante experiencia-tuve que reírme entonces, vale. Me incliné hacia él y le besé los labios, o esa fue mi intención. Porque en cuanto probé su boca de nuevo, empecé a devorarle mientras continuaba desabrochándole los vaqueros-. Y credenciales.
               Por fin, lo único que no separaba de una noche genial eran la tela de sus bóxers, amén de mi propia vestimenta, de la que nos ocuparíamos en breves. Dejaría que fuera él el maestro de ceremonias. Sospechaba que no era de los típicos que te desnudan, y ya está. Tenía pinta de ser de los que se deleitan en acariciarte mientras te quitan la ropa.
               -Genial-contesté-, porque yo estoy cansada de acostarme con principiantes. Impresióname, Alec.
               Él me dedicó una sonrisa torcida tremendamente seductora y dejó que fuera yo quien liberara su erección. Me quedé mirando su miembro erecto, francamente impactada. Noté cómo el color se me subía a las mejillas, observando su… tamaño.
               Quise montarme encima de aquello como si no hubiera un mañana.
               Y también salir corriendo, segura de que era lo bastante grande como para no conseguir nada más que hacerle daño.
               -¿Qué tal mis credenciales?-inquirí, y yo levanté la vista. Mis cejas estaban a punto de tocar mi cuero cabelludo, cosa que divirtió sobremanera a mi amante-. Vaya, Saab, ¡no pensé que tú también fueras capaz de hacer La Mirada!
               -¿La Mirada?-repliqué sin entender, volviendo a clavar los ojos en su sexo. Era tan… oh. Le tenía reverencia, anhelo, respeto y miedo a partes iguales.
               -Sí-contestó Alec, tocándome la muñeca-. La forma que tenéis las tías de mirarme la polla cuando la veis por primera vez.
               -Es que es muy…-dejé la frase en el aire, estiré los dedos para señalarla y los dejé caer de nuevo.
               -¿… grande?-sugirió, y yo estuve a punto de bromear con que no, en realidad, me parecía bonita, o algo así. Como si las pollas fueran bonitas. Lo habría hecho en cualquier otra ocasión.
               Pero estaba demasiado cohibida con la revelación. Repetí la palabra para mis adentros. Grande.
               Me gusta cómo suena.
               Grande.
               Hay que joderse. Todo, absolutamente todo, es grande en Alec.
               -Así que es cierto lo que dicen de los chicos altos-bromeé, quitándole hierro al asunto, y él se echó a reír.
               -Bueno, no es por desmerecer a tu hermano, pero… en comparación, le saco más centímetros entre las piernas que de altura. Ya me entiendes. No es proporcional.
               -Por supuesto-asentí, volviendo a mirarla. Estiré los dedos instintivamente, curiosa, y los dejé caer. Alec se inclinó y me besó con pasión, pero también con ternura.
               -¿Te gustaría acariciarme primero?
               Me gustó que fuera tan dulce conmigo. Que estuviera tan visiblemente excitado y aun así pudiera ponerme por delante de él. Me sorprendió. No concordaba con el concepto que había tenido de él durante gran parte de mi vida.
               Le miré a los ojos y me relamí los labios.
               -Quiero tenerte dentro-contesté, y me di cuenta de hasta qué punto eso era verdad. Lo deseaba. Lo deseaba. Lo deseaba de verdad. Sí, necesitaba sentirlo en mí; la pelea me había llevado a unos extremos de mi personalidad que yo no conocía. Estaba desatada. En cualquier otro momento, no me estaría comportando así. Era consciente de ello.
               Y me daba absolutamente igual.
               Al final, voy a tener que agradecerle a la escoria de Simon que me folle a Alec Whitelaw.
               Alec tiró de mí suavemente para ponerme en pie.
               -Pues, nena… la tendré grande, pero todavía no he descubierto la manera de follarte sin que te quites un poco de ropa-dijo, y sonreí con lascivia.
               -Ah, ¿que no me la as a quitar tú?
               Él sonrió, complacido con mi respuesta. Metió los dedos por el elástico de mis shorts, y tiró de ellos y de mis bragas a la vez, llevándose consigo las medias. Me desabroché las botas para poder quitármelas con comodidad mientras él me besaba.
               Se quedó observando mi sexo, hinchado y hambriento del suyo, con una sonrisa satisfecha. Me acercó a él y me besó el monte de Venus.
               -Mi niña-dijo con adoración, y consiguió que me estremeciera-. Ven-me cogió la mano y alzó la cabeza-. Vamos a irnos a las estrellas, tú y yo.
               Se sentó en el sofá de nuevo y esperó a que yo me acercara a él. Liberó su piel de su ropa para que el roce no me molestara en la piel tan sensible, y, mientras me sentaba a horcajadas encima de él, con cuidado de no acercarme a la punta de su miembro hasta que no se puso el condón, sacó un preservativo de su cartera, lo abrió y se lo puso con gran habilidad. Me incorporé de nuevo, apoyada sólo en mis rodillas, y coloqué mi pelvis en posición vertical con respecto de la suya. Miré hacia abajo. Era incluso más grande desde ese ángulo.
               Alec acercó la punta de su sexo al centro de mi ser, que celebró el contacto con un escalofrío.
               Me gustaba. Me gustaba muchísimo. Me rozaba el clítoris en esa postura a la par que me daba un pequeño aperitivo de lo que me esperaba, a las puertas de mi paraíso personal.
               -Qué ganas te tengo, Alec-gemí, cerrando los ojos, disfrutando de la sensación de presión de su pene en mi sexo. Él me tomó de la mandíbula y me obligó a alzar los párpados, a clavar sus ojos en él.
               -Mírame-me dijo-. Quiero ver cómo follamos en tus ojos-exigió, y yo me mordí el labio, me incliné un poco hacia adelante-. Cuando quieras, bombón. Soy todo tuyo-dijo, abriendo los brazos-. Fóllame.
               Sonreí, le mordí la boca y me incliné lentamente hacia atrás, introduciéndolo en mi interior.
               Fue un sensación extraña. Una sensación que no me resultó desconocida.
               No cabe.
               Es demasiado grande.
               Hacía meses que había perdido la virginidad, y sin embargo con Alec me sentí como si hubiera vuelto a aquella tercera sesión de sexo torpe, en la que disfrutaba y lo pasaba mal a partes iguales.
               Aunque la diferencia entre Alec y Hugo saltaba a la vista.
               Hice una mueca y me quedé quieta un momento, acostumbrándome a la sensación. Todavía no había entrado ni la mitad, pero a Alec no parecía importarle. Ajeno a mi lucha interna, me bajó un tirante de la camiseta; luego, el otro. Me desabrochó el sujetador con una sola mano, mirándome a los ojos y pidiéndome permiso, y llevó sus manos a mis pechos. Mis pezones se endurecieron con el contacto de sus manos. Los pellizcó y me masajeó y yo me estremecí.
               Me gustaba. Muchísimo.
               Pero no lo suficiente como para que pudiera ignorar la presión de mi interior.
               Acercó su rostro a mis senos, abrió la boca y capturó uno de ellos entre sus labios. Jugó con mi pezón, lo rodeó con la lengua y no dejó desatendido mi otro pecho. Lo acarició despacio, aumentando la presión, disparando corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. Se le aceleró la respiración y noté cómo se hinchaba un poco más dentro de mí.
               Intenté concentrarme en cómo me hacía sentir con sus manos (tremendamente bien; desde luego, sabía cómo usarlas), en cómo me ardía el busto de lo bien que me lo estaba esculpiendo. Él movió un poco las caderas, introduciéndose más en mí, y me gustó y me desagradó lo que notaba en mi interior.
               Lo notaba absolutamente todo. Incluso podría señalar un mapa de las venas que le recorrían la polla.
               Me balanceé un poco, dispuesta a probar, pero era tremendamente desagradable. Cerré los ojos y aparté la cara, intentando no llorar de pura impotencia. Esto no es lo que quería. Yo quería follar con Alec, quería saber qué se sentía corriéndome con él, y él corriéndose conmigo.
               Tragué saliva. Quizá sólo era cuestión de acostumbrarse. Él sabía lo que se hacía, y me gustaba lo que me estaba haciendo. Se esforzaba por hacerme gozar. Puede que sólo requiriera tiempo.
               Volví a incorporarme y probé una vez más.
               Y él lo notó. No sé en qué. Pero lo notó. Se detuvo y me miró. Sus caderas dejaron de responder a los tímidos empellones de las mías.
               -¿Sabrae? ¿Estás bien?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, pero él sabía que no era así. Yo sabía que no era así-. ¿Qué pasa?
               -Nada.
               -Sabrae-me recriminó-. Somos amigos-¿Lo somos? Apenas nos conocíamos, es decir… sí, ale, habíamos crecido juntos, pero en órbitas muy separadas. Él tenía relación con Scott, no conmigo. Yo era un árbol que adornaba el paisaje de su cuadro favorito; él no era más que una estrella en la inmensa constelación que era mi vida. Sabíamos de la existencia del otro, pero hasta esa noche, no le habíamos dado excesiva importancia.
               Si no sois amigos, ¿por qué estáis haciéndolo?
               -Me lo puedes contar-me dijo él, acariciándome la cara-. ¿Qué ocurre?
               Lo miré, sin saber qué decir. No podía decirle que no me estaba gustando. Llevaba desde que me masturbé pensando en él deseando en silencio hacer esto, y el mero hecho de descubrir que puede que nunca fuera como yo lo esperaba era tan frustrante…
               -No te está gustando-adivinó, y no era una pregunta, pero yo asentí de todas maneras-. ¿Por qué? ¿Estoy haciendo algo mal?
               Negué con la cabeza, y él me miró un momento. Me subió los tirantes de la camiseta, dándome intimidad. Por un lado deseé que me vistiera, y por otro lado, que terminara de desnudarme. Me sentía fatal.
               Alec contempló nuestra unión, pensativo.
               -Te estoy haciendo daño-dedujo por fin, y yo asentí con la cabeza, limpiándome una lágrima de frustración-. Pero, ¡no llores, mujer! ¡Si tiene solución!
               -Dios-jadeé, limpiándome otra lágrima con el dorso de la mano-. Lo siento, debo parecerte una mocosa, lloriqueando porque eres demasiado grande para que…
               -No me parees una mocosa-me cortó-. Jamás me lo pareciste. Y, después de lo que has hecho esta noche, es imposible que pueda considerarte una.
               Lo miré a los ojos.
               -Me apetece muchísimo esto-confesé-. Tú y yo, solos, sin nada que nos separe…
               -Haberlo dicho antes, bombón. Contigo no he preguntado si nos poníamos condón porque suponía que querrías que sí. Y por respeto hacia Scott-añadió-. No creo que le haga gracia que te deje embarazada.
               Solté una risita y él me besó la punta de la nariz.
               -¿Ves? Así me gusta más. Podemos solucionarlo todo juntos, bombón. Todo tiene solución.
               -¿Cómo? Yo… no puedo… lo siento, Alec, pero…
               -¿Con cuántos chicos has estado?-disparó a bocajarro. Mis mejillas se incendiaron.
               -Con un puñadito-admití. No había echado cuentas, pero… si contábamos a Alec… eran cuatro chicos en total-. ¿Por qué?
               -Yo también he estado con un puñadito de chicas-sonrió, frotándome la nariz con la suya-. Y créeme si te digo que entiendo más o menos qué es lo que necesitáis en estas situaciones.
               -¿Qué es?-pregunté, inocente y curiosa.
               -Excitaros más.
               Alcé las cejas.
               -No creo que ese sea mi problema. Es decir… mírate. Estás muy bueno-dije, pasándole un mano por el hombro, y Alec se echó a reír. Su pecho vibró, sus abdominales temblaron de una forma sugerente. Se me secó la boca.
               -Gracias, preciosa; tú estás de cine-alabó, y me empujó suavemente hacia abajo. Hice una mueca. Me seguía molestando, pero ya no tanto-. ¿Lo ves? Sólo son nervios. Puedes conmigo. A ver, un bebé tiene que pasar por ahí. Al lado de eso, una polla no es nada.
               -El bebé duele-repliqué, y él asintió-. Y yo no quiero dejarte a medias.
               -No vas a dejarme a medias, bombón. Haremos una cosa, y luego, si tú quieres, volvemos a intentar esto, ¿eh? Mi oferta de ir a las estrellas sigue en pie. Pero no tenemos por qué ir en avión. Podemos coger un barco-me apartó un mechón de pelo de la cara y lo colocó tras mi oreja-. ¿Confías en mí, bombón?
               Le miré a esos ojos chocolate suyos. Me gustaban muchísimo, siempre lo hicieron. Recuerdo lo contenta que me puse de que mis hermanas tuvieran los ojos del mismo color que papá. Las selvas sucias de mamá y Scott no terminaban de convencerme; hay muchos peligros acechándote en la jungla, pero en una piscina de chocolate, lo peor que te puede pasar es que te ahogues.
               Y ahogarse en chocolate suena a absoluta bendición.
               -Confío en ti, Al.
               Él me besó la frente, y luego, descendió a mi boca. Durante el beso, me agarró de las caderas y me ayudó a sacarlo de su interior. Me empujó lo suficiente para que yo comprendiera que quería que me pusiera en pie, y, muy despacio, se incorporó también. Se quitó el preservativo y se subió los calzoncillos y los pantalones para ocultar el motivo de la discordia. Siguió besándome y besándome, haciendo que retrocediera todavía no sé cómo, hasta que mi espalda topó con la pared.
               Me había llevado a una esquina. Estaba atrapada entre él y la pared, pero me sentía cómoda y protegida. Me siguió besando, apoyó una mano al lado de la pared y continuó besándome y acariciándome con la otra. Me miró a los ojos, me besó una última vez.
               -Confía en mí, Saab. Tranquila-me mordisqueó el cuello y cerré los ojos-. Déjate llevar.
               Empezó bajando por mi anatomía, y al principio me puse tensa preguntándome qué se proponía. Dudaba que haciéndolo de pie me molestara menos. Volvió a bajar por mis pechos, jugó con el tirante de mi camiseta, me bajó uno y luego otro, me besó los senos, los pezones, que se endurecieron al contacto con su boca…
               … y siguió bajando.
               -Alec-susurré.
               Estaba llegando a mi obligo. Le dio un mordisquito a la curvatura de mi vientre justo debajo de éste.
               -Alec-repito-. Alec, me cuesta muchísimo llegar cuando me lo comen.
               -Es que no te lo tienen que comer-contestó él, divertido-. Te lo tienen que saborear. A mí no me haría gracia que me comieran la polla, principalmente porque al comer se dan mordiscos.
               -Eres un gilipollas-me eché a reír-. Sabes a qué me refiero.
               -Tranquila, nena. Estás con un profesional. A mi puñadito de chicas también les costaba. Esto del cunnilingus es un arte que no todo el mundo domina-le noté sonreír, sus fríos dientes en mi ardorosa piel. Me besó de nuevo el monte de Venus, me separó un poco las piernas, que intenté cerrar al momento en un acto reflejo. No me gustaba que me besaran ahí. No sabían cómo hacerlo. Siempre pasan la lengua por sitios en que no sientes nada y tiran de lugares que deben dejar donde están…
               -Bombón-me dijo Alec-. Ábrete de piernas.
               Lo hice un poco.
               -Te prometo que esto no te va a hacer daño, Sabrae-me aseguró-. Ábrete de piernas.
               Las separé un poco más y él se quedó apoyado en sus rodillas, mirándome desde abajo.
               -Es que no he tenido muy buenas experiencias-me excusé.
               Parpadeó despacio.
               -Sabrae-dijo por fin-, te juro por mi madre que conmigo te va a encantar. Separa las piernas.
               Me lo quedé mirando.
               -Te lo he jurado por mi madre, chica, ¿qué más quieres?
               -¿Sabe Annie que pronuncias su nombre a centímetros de coños?-me burlé.
               -No-contestó él, sonriente-, pero no creo que sea tan tonta como para no sospechar que grito “madre mía” cuando estoy echando un polvo bestial.
               -No tienes cara de gritar-contesté.
               -Tú tampoco.
               -Es que no lo hago.
               -Ya lo veremos-sonrió, escondiéndose en mi sexo-. Piernas, por favor-me dio una palmadita en el muslo y yo me estremecí. Separé las piernas, disfrutando del calor de su respiración acariciando mi parte más sensible-. Buena chica-dijo, y sonreí para mis adentros-. Paramos cuando quieras, ¿vale?
               -Que va a ser pronto-puse los ojos en blanco y busqué un reloj en la habitación. Le pararía los pies al minuto.
               -¿Quieres apostar?
               -Cincuenta lib…OH-empecé, pero me detuve en el momento en que sus labios se acercaron a los míos y los capturaron entre sí. Me abrí aún más para él, como una flor en primavera, y lo noté sonreír en mi sexo al sentir cómo le abría hueco para que hiciera conmigo lo que quisiera. Cerré los ojos y pegué la nuca a la pared, arqueando la espalda y apoyándome inconscientemente en sus hombros. Su lengua se introdujo por mis recovecos, siguió mis valles y escaló mis cumbres, encontró el Edén, jugó con él, lo abandonó y volvió. Sus labios exploraron cada una de mis células, y sus dientes conquistaron con timidez un territorio que no conocía la violencia, a pesar de que sus más hermosas plantas habían crecido de los cadáveres sembrados en el campo de batalla que otrora fue ese diminuto archipiélago.
               -Dios, Alec, sigue por ahí-gemí-, sigue, por favor…-supliqué. Fueron las pocas palabras inconexas que conseguí entender por encima de los latidos alocados de mi corazón, pero él comprendió muchísimas más. De haberme estado callada, podría escuchar cómo se acariciaba mientras bebía de mi éter, pero estaba demasiado ocupada saltando de nube en nube en el Olimpo como para preocuparme del regocijo que mi existencia causaba en los mortales.
               -Eres tan deliciosa, bombón-admiró cuando se separó para coger aire. Jamás me dejó desatendida. Cuando su lengua se separaba de mi piel, sus dedos ocupaban su lugar, y me recorrían y me sellaban y me daban forma y me acariciaban y encendían-. Te deseo tanto… no puedo esperar a estar dentro de ti-confesó y yo gemí-. Qué bien sabes, eres preciosa, Sabrae…
               -Alec-gemí, y consideré seriamente la posibilidad de casarme con su lengua. Me retorcí mientras él nos daba placer a ambos, boca y mano, atrevimiento y fricción-. Alec.
               -Mm-replicó él, en un tono que fue pregunta y exclamación a la vez.
               -Voy a correrme.
               Alec se separó un poco de mí, levantó la vista, me miró a los ojos y me dedicó una sonrisa torcida.
               Supe que iba a soñar con esa sonrisa hasta en mis peores pesadillas.
               Lentamente se acercó de nuevo a mí, y con los ojos aún fijos en los míos, entreabrió la boca y acarició mi sexo con la punta de su lengua, disparando una corriente eléctrica desde mi zona más sensible hacia mi cerebro, y luego, de vuelta hacia abajo. Continuó devorándome mientras me miraba a los ojos en un tortuoso rato más hasta que no pudo resistirse, se dejó llevar por el momento, cerró los ojos y pasó de degustarme y paladearme a devorarme.
               Pues córrete, me había dicho con aquella mirada y aquella sonrisa. Quiero probar tu esencia.
               Continuó durante un par de latidos de corazón, hasta que perdí el control de mi cuerpo y mis piernas comenzaron a temblar salvajemente en el orgasmo. Le di a Alec la bienvenida que reclamó. Y él, lejos de apartarse, fiel a esa promesa velada que acababa de hacerme, me empujó contra la pared para disfrutar de los espasmos de mi cuerpo alrededor del suyo y del manantial delicioso que eran mis piernas. Clavé las uñas en su cabeza, negándome a que me abandonara.
               Ojalá no hubiera gritado su nombre.
               Pero el muy gilipollas tenía razón.
               Resultó que al final yo que era de las que gritaban.
               Tomamos aire un momento, miré hacia abajo y él hacia arriba. Era como si estuviera rezando, aunque a que tenía la sensación de estar ante una aparición era yo.
               Me sonrió, y yo a él.
               -¿Sé bien?-pregunté, acariciándole aquella melena de león. Sonrió. Me temblaron las piernas con un poco más de virulencia.
               -A estrellas, bombón. ¿Quieres probarte?-ofreció, y yo sonreí. Me retorcí ante la idea de paladear lo prohibido de su boca, y asentí con la cabeza. Alec se incorporó y me besó en los labios, y su beso tenía un regusto salado, marino, y chispeante.
               Seguía contra la pared, pero ahora me notaba más preparada, más dispuesta. Me froté contra él y él sonrió.
               -Házmelo aquí-pedí, acariciándole la nuca.
               -¿El qué?-inquirió, mordisqueándome el cuello.
               -Tuya-contesté, y él se separó para mirarme-. Quiero ser tuya. Poséeme. Róbame el placer que me acabas de dar. Aprovéchalo tú.
               -Vamos al sofá-respondió.
               -¿Por qué?
               -Porque necesito estar tocándote todo lo posible, Sabrae-contestó, duro, mirándome a los ojos-. Porque me ofende que ahora mismo no puedas inhalarme y nos convirtamos en el mismo ser. Porque necesito tocarte hasta que se me desgasten las manos.
               -Pues hazlo. Desgástate conmigo-jadeé, pasándole las manos por la cara, llevándolas por el pelo, pasando por su nuca. Él gimió, me llevó al sofá de nuevo, se sentó, le desnudamos entre besos y sacó de nuevo un condón. Se lo puse yo, haciendo la presión suficiente para que él soltara un gemido.
               -Jodida niña, no sabes las consecuencias de las decisiones que estás tomando esta noche.
               -Las sé muy bien-respondí, pasándole una pierna por encima de las suyas y colocándome en posición. Cerré los ojos, arqueé la espalda y dejé que él se introdujera en mí.
               -Abre los ojos, Sabrae-demandó él, y yo los abrí lentamente, haciéndome de rogar-. La madre que me parió. Me vas a volver loco-gruñó, excitado, comiéndome la boca con rabia-. Eres peor que una droga, bombón.
               Agité las caderas y los dos gemimos con la fricción de nuestro contacto.
               -¿Por qué me llamas bombón?-quise saber, moviendo la cintura en círculos. Dios mío, qué bien sentaba ahora.
               No sabía que llamara a las chicas con una de esas palabras que utilizaban los imbéciles para no tener que aprenderse sus nombres. Claro que yo sabía que Alec conocía el mío, pero siempre había achacado esas palabras a meras muletillas que utilizaba para romper el hielo.
               -Porque eres igual que uno-contestó él, besándome, mientras se introducía en mí y me hacía ahogar una exclamación que le provocó una sonrisa. Tenía razón, su puñadito de chicas le había enseñado bien: estaba nerviosa, sólo necesitaba abrirme un poco más para él. Seguía notando una presión, pero ya no era molesta. Me causaba un tremendo placer notar cada milímetro de su sexo en el mío, el poder de nuestra unión en mi cuerpo.
               Es más, me gustaba aquella presión que notaba dentro de mí. No la había sentido con ningún otro.
               -¿En qué sentido?-inquirí, con la respiración acelerada. Me bajé de nuevo los tirantes de la camiseta y él adoró mis pechos. Los besó, los lamió y los rechupeteó haciendo que yo no pudiera respirar, no pudiera pensar, no pudiera hacer nada más que concentrarme en lo perfecto de su lengua.
               -No te puedes comer solo uno. Un bocadito no basta. Necesitas más. Mucho más.
               -¿Eso sentiste la primera vez que entraste en mí?-inquirí, estupefacta, alzando las cejas-. Ni que te fueran las jovencitas, Alec-me burlé, y él también rió.
               -No tengo predilección por ninguna.
               -Oh-repliqué, sintiendo cómo me rozaba e clítoris con la base de su miembro, cerrando los ojos y dejándome llevar, respondiendo a sus movimientos con más movimientos.
               -Pero no lo llevo sintiendo desde el sofá.
               -¿No?
               -No. Lo llevo notando desde que me besaste, en la pista de baile.
               Le miré a los ojos un momento. Ya no era la Sabrae asustada y algo triste porque no iba a poder llegar al orgasmo. No, ya había llegado, había probado el sabor de mi placer de la boca del tío más bueno de toda Inglaterra (y, seguramente, del extranjero) y lo tenía en mi interior ahora, dispuesto a complacerme.
               -Y por tu piel-añadió entre jadeos y gemidos-. Adoro tu piel. Del tono del chocolate-vaya, gracias, Alec, siempre había pensado que yo era verde prado o algo así, me habría gustado decirle-. Siempre me ha gustado tu piel de chocolate.
               -A mí tus ojos-contesté-. También son de chocolate.
               -El chocolate es lo mejor del mundo-consintió, y lanzó una exclamación al cielo-. Joder, Sabrae.
               -Lo segundo mejor.
               -¿Qué puede haber mejor que el chocolate, niña?-espetó, molesto. Lo miré a los ojos, hice que de detuviera y le pasé la punta de los dedos por la nuca.
               -Tú, calladito mientras follamos, gimiendo mi nombre y gritando “madre mía” mientras te corres.
               Alec volvió a sonreír con esa sonrisa de seductor suya.
               -¿Sabes cuál es la forma de hacer que me calle en estas ocasiones?
               Me balanceé sobre su erección.
               -¿Sentarme en tu cara?
               -Meterme la lengua en el esófago-contestó, y yo me eché a reír.
               -Mira, por fin algo que me apetece hacer.
               Y eso hice. Le manoseé y me manoseó y le acaricié y me acarició y le mordí y me mordió y nos agitamos. Le cabalgué. Me poseyó. Le monté. Me doblegó. Me agarró de la cintura mientras echaba la cabeza hacia atrás y me rompía de nuevo para él en un glorioso clímax al que no tardó en seguirme, con las manos en mis glúteos y los dedos clavados en mis nalgas.
               -¡DIOS MÍO!-gritó cuando se derramó en mi interior, y yo jadeé, agotada pero inmensamente feliz, besándole la boca entreabierta que luchaba por encontrar aire.
               -Espero que te lo hayas pasado en grande-comenté, subiéndome los tirantes-, porque esto no se va a…
               Me puso el índice en los labios.
               -No lo digas.
               -¿Por qué? ¿Porque es mentira?-bromeé.
               -No. Porque me  volvería loco pensar que ésta es la única vez que estamos juntos. No voy a poder dejarte.
               Le miré, estremecida por el poder de sus palabras. Supe que jamás había sido tan sincero con nadie como acababa de serlo conmigo.
               Que no lo decía por decir. Ni por seducirme.
               Lo decía porque lo creía de verdad.
               Acaricié su pelo y le besé en los labios.
               -Yo tampoco quiero que ésta sea la única vez que estamos juntos-confesé, acurrucándome en su pecho. Alec me pasó un brazo por la espalda y me acarició lentamente el costado con la yema de los dedos-. Tengo la sensación de que nuestra historia no se acaba aquí.
               Noté su sonrisa cuando habló.
               -¿Continuará?
               Me eché a reír y asentí con la cabeza. Le miré un rato, admiré la forma de su mandíbula, que perfilé con mis dedos, mientras él estudiaba nuestros cuerpos unidos. Me estremecí y él me pasó una chaqueta que se habían dejado olvidada en el sofá.
               -Alec…-dije en voz baja, temerosa de ahuyentar a las hadas que se habían acercado a la habitación con nosotros.
               -Sabrae…-respondió él, en el mismo tono bajo.
               -¿Quieres salir?
               -No.
               -No me refiero a… salir de aquí. Quiero decir… salir de mí.
               Me miró a los ojos.
               Entendí que él sabía perfectamente a qué me refería desde el principio. Todavía estábamos unidos. Todavía no nos habíamos separado. La sola idea de renunciar a algo que nos había costado tanto conseguir me trastornaba.
               -No-reiteró, y yo sonreí. Me acarició la nuca-. ¿Y tú? ¿Quieres salir?
               -No.
               -¿Y quieres que salga de ti?
               -No-contesté en tono suave. Me agarró de la cintura y me separó un poco de él. Nuestros ojos se encontraron y el mundo se detuvo.
               -Me lo he pasado muy bien-confesó, vulnerable, y yo le acaricié el mentón con la yema de los dedos.
               -Yo también. Aunque, quizás, más tarde me dé cuenta de que ha sido un error.
               -Sea como fuere-contestó él, besándome la frente-, has sido el error más precioso de mi vida-me concedió, y yo sonreí.
               -Y ésta ha sido la mejor noche de toda mi vida.
               -Eso dirás hasta nuestra noche de bodas-contestó él, y esbozó una sonrisa y se echó a reír.
               -¡Ya me parecía a mí que estabas tardando mucho en ser un gilipollas!
               -Nena, seré un gilipollas, pero bien poco te importó cuando me puse de rodillas entre tus piernas, ¿eh?
               -Capullo-contesté, empujándole en broma. Alec me atrajo hacia sí y continuó besándome. Nos acurrucamos de nuevo y nos miramos, jugando con nuestras manos unidas. Estábamos compartiendo algo más importante ahora. Forjábamos un vínculo espiritual.
               Ya lo habíamos sentido mientras lo hacíamos; pocas cosas se comparaban a los lazos que unían a la gente que mantenía sexo como acabábamos de hacerlo nosotros dos. Ya teníamos historial. Me conocía desde que nací, prácticamente.
               Una vez que siente un vínculo espiritual como el nuestro, que trasciende lo físico, siempre buscarás algo parecido. Voluntaria o involuntariamente. Tratarás de encontrar nuevos lazos que se anclen en lo más profundo de tu alma, y todo lo demás, incluso los sentimientos más fuertes que son capaces de sumergirse en ella, te parecerán insignificantes. Porque no se anclan en ti. No se convierten en parte de tu esencia.
               Alec y yo todavía no lo sabíamos. No conscientemente, al menos.
               Pero sí supimos apreciar la importancia y lo especial del momento. Por mucho que estuviéramos juntos, por muchas nuevas entregas, nunca alcanzaríamos ese nivel de conexión que teníamos en aquel sofá.
               Es por eso que tardamos tanto en salir de la habitación, y bromeamos sin ganas con sus amigos.
               Es por eso por lo que me acompañó a casa, y yo consideré seriamente la posibilidad de pedirle que entrara y durmiera conmigo esa noche.
               Pero necesitábamos espacio. Todavía no era el momento.
               Me apartó los rizos que me había soltado después de hacerlo con él de la cara y los capturó tras mi oreja.
               -¿Continuará?-preguntó él. Asentí con la cabeza
               -Continuará-concedí yo. Sonrió, me puse de puntillas, le di un beso en los labios y entré en casa. Él esperó a que cerrara la puerta para marcharse.
               Yo esperé a que desapareciera por la esquina de la calle, brinco de celebración incluido ante una noche que había sido mágica, para subir a mi habitación.
               Me acosté en silencio, maravillada por las cosas que habían pasado esa noche y que nadie más podría apreciar como lo estaba haciendo yo. Me acurruqué en la cama recordando las caricias de Alec, dividida entre mi negativa a que esa noche terminara nunca, y mis ganas locas de que llegara un nuevo día en el que seguir aquella promesa.
               Tener el siguiente capítulo de aquel perfecto “continuará”.





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7 comentarios:

  1. ESTOY CHILLANDO E ARAMEO JODER JDOEROEJDJER
    ES ELE RPTUTO MEJROR CAPITUÑLOQ UE HAS ESCRUTOMEN TODASD TU VIDA Y DLOS SABES TAN EBIENC OMO TO JODER DOEJDOEFD JDOERJORO
    TODO ELC OWQUTEP REVIO, EL BAILE, TOD OTODO HA DIO PERFECTO!!
    y COMO LE HA COMIDO EL COÑOR JODER, SI CASI LELGO AL ORGAMSO YO TAMBIÉN

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  2. DIOS MIO ERIKA, CREO QUE ME HE ENAMORADO DEL JODIDO ALEC. Me he imaginado todo el baile y mira, casi me da un soponcio. Qué puta maravilla joder. La escena de sexo ha sido de lo mejor que has escrito de lejos en lo que a escenas de sexo se refiere. Me hace tanta ilusión este capítulo.... No por él en sí, sino por todo lo que representa. Van a convertirse en la pareja del milenio y no puedo esperar para verlo.
    Te quiero Erikina . Gracias por seguir haciendo magia. 💜

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  3. MADRE MÍA ESTOY CHILLANDO EN HEBREO
    !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    SE ME HABÍA OLVIDADO LO QUE ERAN SABRAE Y ALEC JUNTOS DIOS MÍO, SCELEANOR WHO? Madre es que toda la escena de la discoteca, todos los bailes QUE ALEC HA PEDIDO MEDIA DISCOGRAFÍA DEL PUTO JASON DERULO PARA QUE SABRAE NO SE SEPARE DE ÉL EN TODA LA NOCHE...
    Me ha encantado cómo ha sido su primera vez, ver a Sabrae más vulnerable y ver cómo Alec la ha cuidado y ha hecho que se sintiera cómoda y LA DESPEDIDA EN SU CASA QUE ME MATO DE VERDAD, QUÉ GANAS MÁS TONTAS DE QUE SE CASEN

    -María ��

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  4. Va a ser un comentario super corto y lo siento pq llevo muchisimo sin comentar pero es qur me tengo que ir rápido a estudiar y no queria quedarme sin decirte que he notado muchísimo tu evolución escribiendo, sobretodo en esta escena y en la de la pelea, que las leimos como hace un año o asi y al volver a reescribirla o escribirla desd eun pjnto de vista diferente se ha notado muchísimo la mejora, y que estoy deseando leer como alec supera a scott

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  5. PERDÓN POR NO COMENTAR madre del amor hermoso tantas emociones en una dios qué bonita es sabrae de bebé, me fascina como ve el mundo. Ella creciendo es que la siento como una hija (maigad) y este capítulo??????????????? estoy felizmente cachonda. Ojalá un alec whitelaw en mi vida voy a comer torrijas

    #exited

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  6. MADRE MÍA CHILLANDO ME HALLO WHAT A SEX SCENE YOU WROTE YOU'RE DOING AMAZING SWEETIE

    Madre mía ese baile Sabralec me ha puesto cachonda hasta a mí
    ALEC CARIÑO YO TE DEJO QUE ME EMPROTES CON LA PARED Y ME HAGAS TRILLIZOS PORQUE MADRE MÍA CHICO

    Continuará ❤

    "Mi oferta de ir a las estrellas sigue en pie. Pero no tenemos por qué ir en avión. Podemos coger un barco." ❤

    - Ana

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    Respuestas
    1. He dicho madre mía más veces que Alec follando HELP ME
      - Ana

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