Ni siquiera estaba segura de que pudiera seguir queriéndome y besando el suelo que yo pisaba si hubiera visto lo que acababa de pasar, porque la verdad es que tampoco era propio de mí.
Debo decir que tampoco me parecía injusto si me echaban hoy, porque la verdad es que la última había sido, con diferencia, la peor coreografía de todas las que había hecho. Quizá no objetivamente, ya que la del principio apestaba a principiante inepta, pero al menos en aquel momento había disfrutado de la canción. Puede que mi actitud e ingenuidad compensaran parte de mis errores, cosa que no podía decir de ahora. Sabía exactamente en qué me había equivocado, y lo peor de todo era que ni siquiera sabía por qué. Sólo sabía que estaba exhausta, al límite de mis fuerzas y de mi capacidad de autocrítica, y con unas ganas terroríficas de tirar la toalla.
Creo que una parte de mí sentiría alivio si me echaran, por horrible que aquello sonara. Puede que estuviera tratando de abarcar demasiado; exigirme la perfección que las divas del pop habían ido cimentando a lo largo de sus carreras con sólo quince años debía de ser demasiado, ¿no? Tal vez estuviera siendo demasiado exigente conmigo misma.
Tal vez esto fuera una señal. Quizá yo no debería estar sudando a mares con una coreografía que el resto de personas de la sala habrían perfeccionado en un par de clases, ni cometiendo tantos fallos en algo tan sencillo que ni siquiera las niñas de los cursos más bajos necesitaban repasar. Era como si hubiera ido dando saltos hacia atrás, en vez de tímidos pasitos hacia delante. Ni siquiera podía engañarme a mí misma y decir que iba como los cangrejos, de lado, porque lo que acababa de pasar había sido de una galaxia completamente distinta.
Lo cierto es que llevaba tanto tiempo puliendo algo que creía totalmente dominado que ya no iba a poder a volver a hacerlo siquiera de la forma regular en que había empezado. Ya no tenía despreocupación, y eso iba en mi contra.
Y lo peor de todo es que estaba dejando de disfrutar de la música de Beyoncé. Estábamos a finales de la semana siguiente al domingo en el que me había plantado en el estudio de danza como un clavo, desafiando a la profesora a que por fin me tomara en serio, y sólo ahora que me temblaban las rodillas y vi la expresión de Darishka me admití a mí misma que no era accidental que no me hubiera puesto ninguno de sus discos desde ese domingo en el que nadie me colgó la medallita que yo había ido a buscar por tan solo aparecer.
Darishka puso los brazos en jarras, bajó un segundo la mirada mientras tragaba saliva en un claro gesto de decepción, y luego relamió la cabeza y se relamió los labios.
Exactamente igual que hacía Alec cuando me la metía y me notaba apretada, disfrutando de la sensación y, a la vez, reuniendo dentro de él todo el coraje para preguntarme si me estaba haciendo daño y si quería que paráramos. Para él no era agradable, pero quizá Darishka lo disfrutara.
Llevaba cuatro días sin escuchar ni una sola canción de Beyoncé, evitándola en el aleatorio cuando me salía en el reproductor como quien escucha las primeras palabras de una maldición muy conocida. Sólo escuchaba a mi artista preferida de todos los tiempos en aquella sala de baile que cada vez se me parecía más a una cámara de tortura, y quizá mi cuerpo hubiera empezado a relacionar su voz con el dolor en las articulaciones y la respiración acelerada de cuando sabes que te falta el aliento y aun así debes seguir subiendo, con uñas rotas y todo. Me ardía todo. Sólo quería abandonar. Ésta no era la actitud propia de alguien como yo, ni tampoco de alguien con la pareja como la mía… y me estaban cambiando los gustos musicales de una forma en que nunca lo habían hecho.
¿Me estaba perdiendo a mí misma por complacer a alguien a quien no le disgustaba joderme?
Creía que el mayor cambio que habría en mi vida sería siempre enamorarme de Alec, pero puede que me equivocara. Quizá fuera a romperme el corazón alguien que no tenía nada que ver con él.
Darishka sorbió por la nariz y clavó en mi unos ojos tan indiferentes que resultaban despiadados. Ni siquiera era algo personal para ella, y eso que tenía mi mundo en sus manos.
-¿Sabes, Sabrae? Llevo varios días preguntándome cuándo vas a dejar de creerte más que mis alumnos, pero después de esto que acabas de hacer no estoy dispuesta a permitir que les hagas perder más el tiempo.
No se me escapó que se refirió a “sus alumnos” y no a “mis compañeros”. Seguramente porque la distancia entre nosotros era tan estratosférica que no se nos podía considerar ni en la misma dimensión.
-Yo no me creo más que nadie en esta habitación-repliqué con un hilo de voz que detesté. Jolín, ¿por qué suenas así, Sabrae? Ojalá Alec estuviera aquí. Yo no sonaba tan desvalida con él cerca.
-Entonces, ¿por qué te empeñas en seguir ocupando mi tiempo cuando podría estar invirtiéndolo en gente que lo merece más?-preguntó, y se hizo con el control del silencio de forma tal que me vi obligada a contestar.
-Dijiste que siguiera viniendo mientras pensara que lo merecía. Y de verdad que he pensado que me lo merecía hasta hoy-contesté, de nuevo el corderito desvalido en el que juré que jamás me convertiría.
-Por eso te crees más que los demás: porque llevas sin merecerte estar aquí desde que acepté acogerte en mi clase-escupió sin más. Ni ceremonia, ni ira, ni nada: simplemente estaba describiendo los hechos tal y como eran-. Te he dado la oportunidad de retirarte con dignidad por tu nombre y por quién vienes recomendada-vi en el reflejo del espejo que Mimi cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro y me lanzaba una mirada suplicante-, pero no puedo seguir tolerando esto, Sabrae. Tengo mucho trabajo y mucha gente que se toma en serio el baile como para seguir perdiendo mi tiempo con alguien que se ha encaprichado de un arte que lleva siendo mi vida desde que aprendí a andar, y no permitiré que lo sigas mancillando ni poniendo en peligro las carreras de aspirantes muy prometedores. Madame Belovna fue más benevolente que yo; al menos ella no te dio la oportunidad de humillarte como lo has hecho hasta ahora.
-Quizá subestimé la coreografía…-empecé, muerta de vergüenza. Odiaba cuando les daban un repaso a mis compañeros en el instituto, salvo a los más pasotas, pero los profesores nunca habían sido tan duros con ellos como Darishka lo estaba siendo conmigo. Y, aun así, no podía evitar darle la razón. Me sentía sola y desamparada, pero jamás le pediría a quien podía defenderme que lo hiciera. Trataría de soportar los golpes lo mejor posible.
Mimi ya se había perdido un año de la Royal por el accidente de Alec; yo no sería la causa de que pospusiera su ingreso un segundo, más aún cuando la carrera de una bailarina de ballet era muchísimo más efímera que la de cualquier otro artista.

