lunes, 2 de diciembre de 2024

Ciento sesenta y un amaneceres a solas.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que debería ducharme después de todo lo que habíamos hecho porque exudábamos sexo por los cuatro costados, pero considerando lo poco que me quedaba de disfrutar de Alec, perder el tiempo preocupándome por complacer a una sociedad que no me importaba lo más mínimo no estaba dentro de mi lista de prioridades.
               Además, encontraba un secreto placer en creer que estar con él cambiaba todo dentro de mí, desde mis sentimientos hasta mi olor. Así que lo sentía mucho por los geles de ducha que me había llevado a casa de Alec y con los que me sentía como una princesa frutal después de tomarme mi tiempo de aseo, pero hoy ellos no iban a ser los protagonistas.
                Después de acabar juntos, una fórmula milagrosa que sólo servía para reforzar nuestro vínculo y que yo sintiera que todo lo que iba a sufrir mientras él no estuviera mereciera la pena, nos habíamos vuelto a tumbar en la cama a besarnos y acariciarnos como si el tiempo fuera un invento que todavía nos quedaba muy lejos en la historia. Vivíamos en la dulce etapa de la Prehistoria, en la que los días duraban lo que reinaba el sol en el cielo y no lo que dictaba un reloj, y la mayor tecnología que habíamos visto nunca era el fuego y las sombras que proyectaba en la pared. No necesitábamos nada más para ser felices que tenernos el uno al otro, y yo no iba a rendirme ahora a los caprichos de un mundo que ni siquiera existía para mí.
                Tenía su mano en mi espalda, su pulgar dándole forma a mis lumbares, y su respiración como canción de cuna tan hermosa que no quería dormirme para no perdérmela. De verdad que no me hacía falta nada más.
               -¿Te ha gustado?-preguntó con la inocencia del niño que sospecha que el dibujo que le ha hecho a su madre le ha quedado especialmente bonito, pero quiere confirmar que la sonrisa de ella de verdad le pertenece. Decir que me había “gustado” sería quedarse muy corto: había estado en el punto medio perfecto entre lo picante y lo dulce, lo ardiente y lo suave, hacer el amor de forma lenta y follar como animales. Era todo lo que yo tenía con Alec, todo lo que necesitaba y todo lo que iba a echar de menos.
               Asentí con la cabeza, me aparté un mechón de pelo tras la oreja y le di un beso en el pecho.
               -Ha estado genial. ¿Y a ti?
               -Ha sido increíble-sonrió mirando al techo y besándome la cabeza. Sabía que estaba mirando nuestro reflejo en la claraboya, que despedía un halo dorado producto del sol cayendo lentamente por el horizonte. Mis noches iban a ser larguísimas ahora que sabía que tardaría mucho en tenerlo de nuevo conmigo, y la latitud y la época del año, desde luego, no ayudaban.
               Pero eso no importaba, porque de momento Alec estaba aquí, y yo tenía todo el cuerpo empapado de él.
               Al empezó a reírse y yo sonreí, aunque no sabía qué era lo que le hacía tanta gracia.
               -¿Qué pasa?-quise saber mientras él tiraba un poco de mí para pegarme un poco más a él, como si no me tuviera tumbada literalmente encima de él, no tuviéramos las piernas enredadas o nuestras respiraciones no estuvieran acompasadas.
               -Nada, es que…-se rió de nuevo entre dientes con una risa masculina que me hizo derretirme por dentro, tanto de amor como de anticipación. Era increíble la fuerza gravitatoria que ejercía sobre mí, lo atractivo que podía resultarme incluso cuando estaba totalmente saciada de él-. Estaba pensando en que tenías razón hace un año.
               Levanté la cabeza para mirarlo con una ceja alzada.
               -¿Respecto a qué?

sábado, 23 de noviembre de 2024

Constelación de casualidades.

¡Toca para ir a la lista de caps!
 
Era la primera vez que detestaba despertarme al lado de Alec.
               Claro que también era la primera vez que me despertaba a su lado siendo plenamente consciente de lo que me hacía que se marchara; de lo mucho que iba a echarlo de menos y cómo cada día sería como un año sin él.
               También era la primera vez que sabía cuánto tardaría en verlo; lo sabía de verdad, y no como quien sabe que en invierno hace frío pero al que el verano le ha hecho olvidar la sensación del viento helado azotándote en la cara, cortándote los labios y robándote la sensibilidad en los dedos.
               Por eso me permití ser egoísta y no me conformé (si es que podía usar la palabra “conformarme” cuando se trataba de Alec) con mirarlo desde mi rinconcito preferido en el mundo, que era su lado, como solía hacerlo siempre. Esta vez fui egoísta y no me preocupé de su sueño, de la falta que le hacía descansar o de lo guapo que estaba mientras dormía.
               De lo único que me preocupé fue de que pronto dejaría de tenerlo, con todas las consecuencias. Así que cada segundo contaba.
               Así que arrastré cada célula de mi cuerpo que estaba a veinte centímetros o más de él y me colé de nuevo en el hueco celestial de sus brazos. Pegué la cara a su pecho e inhalé profundamente para empaparme del aroma que desprendía su cuerpo, y sonreí al notar que respondía a mi contacto apretándome instintivamente contra él.
               -¿Estoy en Nechisar?-preguntó con voz somnolienta, y yo levanté la mirada. Todavía tenía los ojos cerrados.
               -No-respondí, depositando un beso sobre la mayor de sus cicatrices, la que más le había preocupado la primera vez que se quitó la ropa siendo oficialmente mío y teniéndome oficialmente para él.
               Y pensar que le había dicho hacía un millón de años que yo no podía ser de nadie… y ahora, mírame: acurrucada a su lado, declarándole la guerra la segundero de su despertador, que me recordaba lo inevitable de mi derrota.
               -¿Me he muerto?-preguntó, y yo me reí por lo bajo y negué con la cabeza. Le rodeé la cintura con un brazo, y colé el otro por debajo de su cuerpo para entrelazarlos y que su corazón latiera con más fuerza contra el mío. Puede que, si nos apretábamos lo suficiente, al final se nos sincronizara el pulso y no hubiera manera de separarnos.
               Puede que, si remoloneábamos lo suficiente en su cama, su familia no subiera a buscarnos y Valeria no tuviera más remedio que mandarle sus  cosas de vuelta. De repente, pensar sólo en mí y no en él y lo que quería me resultaba mucho más sencillo que el resto de veces.
               Supongo que se debía a lo bien que se sentían sus brazos en mi espalda desnuda, la forma en que el fino vello que los cubría me hacía cosquillas en la línea de la columna vertebral.
               -Tampoco, sol-respondí, y él suspiró sonoramente, retorciéndose a mi lado como si necesitara estirarse pero tampoco quisiera alejarse de mí ni un mísero milímetro.
               -Pues estoy en el cielo-contestó, y yo me reí de nuevo-. Me encanta ese sonido-añadió, besándome la cabeza y atrayéndome hacia sí. Su pulgar empezó a recorrer la línea de mi omóplato, apaciguando una bestia legendaria y herida en mi interior.
               -Apuesto a que lo vas a echar mucho de menos los próximos meses-bromeé, para mi sorpresa. La dinámica de mi relación con Alec giraba en torno a un pique constante, pero ninguno de los dos había puesto el voluntariado sobre la mesa aún. Y, sin embargo, quitarle hierro hizo que me sintiera un poco mejor.
               Hizo que me creyera, aunque fuera por un momento, que lo podía conseguir.
               -Como cada vez que no lo oigo-contestó. Me colocó una mano detrás de la cabeza y me besó de nuevo justo en la línea que dividía mi pelo. Me acomodó contra él, todo ángulos tremendamente confortables, y yo suspiré. Le pasé la mano por la espalda, mis dedos trazando las líneas de un mapa que sólo me estaba permitido leer a mí, y mi respiración se acompasó a la suya. Todo lo que podía estar en contacto entre nuestros cuerpos lo estaba, pero, lejos de agobiarme por el poco espacio que tenía, lo cierto es que quería más. Mucho más. Era como si necesitara compensar el tiempo durante el que no iba a tenerle cambiándolo por espacio de contacto.
               Era como si todo lo que había construido nuestra relación se condensara en esos puntos en los que mi piel se perdía entre la suya y nos volvíamos uno. Todas las palabras que nos habíamos dicho, todos los besos que nos habíamos dado, todas las miradas desde extremos opuestos de una habitación cuando se suponía que debíamos ser sociables… todo lo que componía la relación más importante y hermosa que yo había tenido y tendría en toda mi vida se concentraba en las yemas de mis dedos bailando sobre su espalda.
               Tu novio, le pese a quien le pese.
               No necesito a mil chicas, te necesito a ti.
               Creía que me gustaba el sexo cuando lo tenía con las demás, pero tú… contigo me he dado cuenta de lo mucho que lo adoro y lo necesito en mi vida.
               Perséfone no se compara contigo.
               Quería que mi hogar conociera a mi casa.
               Volvería de entre los muertos por ti.
               ¿Continuará?
               ¡Continuará!
               Continuará. Me regodeé en la palabra, en todas las promesas que había acogido entre sus sílabas, en todas sus implicaciones y cómo nos habíamos apañado para obtener solamente las mejores.
               Podríamos haber sido un rollo de una noche que se repetía en dos y tres; amigos que se acostaban de vez en cuando y nada más. Podríamos haber sido un error que el alcohol y la euforia nos había hecho cometer y del que no nos arrepentiríamos por lo bien que nos lo habíamos pasado, pero que juraríamos no repetir.
               Podríamos haber seguido como el gato y el ratón y nunca habríamos hecho de mi cama “nuestra” cama; de su habitación, “nuestra” habitación.
               Pero él me había buscado y yo había dejado que me encontrara. Él me había hecho tener miedo por primera vez del amor, porque le otorgaba el poder más peligroso que puede tener una persona, y es el de destruir totalmente las ilusiones de otra.
               Y, a pesar de todo, estando así… yo sólo podía pensar en lo mucho que me gustaba esto. Cómo un corazón roto por él sería un privilegio, porque supondría que él lo había tocado. Cómo que me rompiera el corazón también sería tener mucha suerte, porque él nunca me haría algo así.
               Puede que mi vida se hubiera dado la vuelta y que todo lo que creía seguro ahora me hiciera morirme de dudas, que todo mi mundo hubiera cambiado su punto de gravedad y todavía estuviera habituándome a vivir en una piel que ya no sentía del todo mía…
               … pero estaba segura de una cosa. Sólo de una cosa. Y era que Alec nunca me haría daño, que siempre podría contar con él.
               Que siempre sería mío y yo siempre sería suya, sin importar la distancia que nos separara, sin importar el tiempo que pasáramos sin vernos. Siempre seríamos del otro.
               Le iba a echar terriblemente de menos cuando se fuera esta tarde; de hecho, una parte de mí estaba convencida de que no sería capaz de dejarle ir. No, cuando su cuerpo era tan cálido y fuerte al lado del mío, cuando su respiración me hacía cosquillas de un modo que me encantaba, o cuando sus dedos sabían exactamente dónde tocarme para que yo me sintiera a gusto en una piel que ya no reconocía del todo como mía.
               Alec era mi hogar, e iban a desahuciarme en unas horas. Y en lugar de angustiarme por lo jodido de la situación, lo único que me apetecía hacer era disfrutar de esa casa en la que había sido tan feliz y a la que sabía a ciencia cierta que sin duda volvería. Su luz, sus ángulos, su sonido, su olor… todo parecía diseñado específicamente para conseguir mi felicidad más plena, mi amor más absoluto.
               Ni siquiera podía preocuparme por lo mucho que iba a dolerme tener que decirle adiós mientras estaba entre sus brazos, protegida del mundo, del frío y de mis inseguridades. Me sentí florecer en lo más profundo de mi ser, inundada con la luz cálida y dorada de una estrella que se expandía entre mis costillas, se colaba por sus huecos y me daba esperanza de que el futuro era brillante, porque mi presente también lo era.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Trescientos sesenta y cinco San Valentines.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Siempre me había gustado su expresión confusa.
               Incluso cuando no le soportaba, incluso cuando estar en la misma habitación que él era un castigo en lugar de una bendición, incluso cuando el que Scott lo invitara a venir a casa me ofendiera sobremanera… una parte de mí siempre había disfrutado con su expresión confusa, la manera en que entrecerraba ligeramente los ojos y fruncía el ceño mientras una sonrisa se le empezaba a formar en la boca. La verdad es que en el pasado no me había permitido pensar mucho en Alec por los sentimientos fundamentalmente negativos que él me despertaba, pero en las pocas ocasiones en que me detenía en él más de lo que a mí me gustaría, me decía que me gustaba la cara que ponía porque solía suponer que yo había dominado la interacción, algo que era bastante complicado con alguien cuya agilidad mental era legendaria, y una de las razones por las que tenía el éxito y la fama que tenía.
               La realidad, ahora que me permitía aceptarla, era que se volvía incluso más atractivo cuando esa sonrisa le iba poco a poco curvando los labios, sus ojos se encendían mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para encajar las piezas que tenía ante él… y era más hombre que nunca. Sorprendentemente, su expresión de niño emocionado en la mañana de Navidad era la más cercana a ese hombre en el que iba a convertirse algún día, el que me pasaría la mano por la cintura y me atraería hacia sí y me haría sentir orgullosa de que me llamara suya y de yo poder llamarlo mío.
               En la intimidad de mi habitación y en la discreción de mi mente me lo imaginaba con esa misma expresión encontrando a la chica con la que pasaría la noche; una chica que yo había creído desafortunada cuando mis conversaciones con Alec era algo que yo quería terminar pronto, pero que ahora sabía que era la más suertuda de su grupo de amigas o, incluso, del local en el que se encontraba. Hasta hacía un año decía que no entendía cómo Alec podía tener tanto éxito entre las chicas como para volverse tan creído y chulo si era así de cretino, pero ahora sabía que era incluso humilde para todo lo que nos hacía y lo especial que era.
               Y ahora, en la euforia de mis recuerdos y mi presente, podía disfrutar abiertamente de esa expresión que, en el fondo, aunque no quisiera admitirlo, siempre me había gustado, y siempre disfrutaría. Especialmente porque era tan bueno que todavía se la reservaba para cuando me ponía ropa más bonita…
               … o cuando me la quitaba.
               Era el entrante perfecto para lo que sabía que sería una cena increíble, literal y metafóricamente.
               -Estás loca-dijo por fin, después de analizar las puertas de los Jardines de Kew encima de mí, una sonrisa completa finalmente formándose en sus labios. Una sonrisa que me moría de ganas por comerme. Se pasó una mano por la mandíbula y negó con la cabeza, una suave risa pendiendo de sus labios como mi vida pendía de sus manos.
                -¿Te gusta la sorpresa?-pregunté, pasándole de nuevo un dedo por los labios y sonriéndole. Por supuesto ya sabía la respuesta, pero de todos modos quería que me lo dijera; nunca estaba de más escuchar que habías hecho las cosas bien, especialmente cuando lo habías  organizado todo a contrarreloj.
               -¿Bromeas? Me encanta. Sólo a ti se te podría ocurrir algo así, bombón-sonrió, dándome un beso en la mejilla e incorporándose en el coche hasta volver a quedar sentado junto a mí. Un inmenso alivio me inundó al escucharlo.
               Todo había salido bien, o todo iba a salir bien. Las horas previas a llegar a casa de Karlie habían sido una verdadera pesadilla, cruzando emails tanto con la dirección de los Jardines, que en principio se había negado educadamente a concederme el capricho de ir con Alec en un día en que no había eventos organizados, como con las representantes de papá, a las que había tenido que acudir para que hicieran mi presión y también mis promesas más creíbles y útiles; haciendo el seguimiento del vestido que había encargado y confirmando con Karlie que estaría en casa todo el día, y que no se daría un baño o algo que hiciera que no estuviera disponible para abrir la puerta; pasando también por organizar el itinerario de la noche o la cena que íbamos a tomar.
               Tendríamos que esquivar a los paparazzi y todos aquellos que querían obtener aunque fuera la más mínima información de a qué se dedicaba la hermana pequeña de Scott de Chasing the Stars, y sobre todo mantener un perfil bajo para que no pudieran recriminarle nada a mi familia de que yo me iba de fiesta pija con mi novio mientras mi hermano cancelaba una gira por los mismos motivos por los que mi padre había abandonado otra en el pasado. El comportamiento de mi familia tenía que ser ejemplar, y no podíamos dar la más mínima pista de lo que teníamos preparado o de lo que estaba pasando, pues el factor sorpresa era nuestro principal aliado en el tema de Diana.
               Fui a abrir la puerta del coche para salir, pero Alec no me dejó: con un “ni se te ocurra”, tiró de la manilla para volver a cerrarla, salió del coche, lo rodeó y, abotonándose la chaqueta del traje que le quedaba de cine, se acercó a la puerta y la abrió con un guiño ya preparado. Me tendió una mano que yo acepté gustosa, y mentiría si dijera que no me sentí como una estrella de cine que va al día de la première de la película con la que sabe que triunfará en la temporada de premios.
               Me acomodé el abrigo sobre los hombros, regodeándome en el calorcito que me daba en la espalda y que se compenetraba a la perfección con el que sentía en mi interior y en la parte baja del vientre. La sesión de besos en la parte de atrás del coche había estado de lujo; tanto, que incluso me había excitado lo suficiente como para que Alec encontrara entre mis piernas esa película de lujuria con la que tanto le gustaba jugar. Si no fuera porque el trayecto había durado menos de lo esperado gracias al poco tráfico y las habilidades de Alfred, creo que al final no habría sido capaz de seguir resistiéndome a Alec y a sus ganas de mí.
               Mi vestido había sido una idea genial y terrible a partes iguales; genial, porque me había producido un subidón de confianza cuando había visto su reacción hambrienta al verme con él puesto, pues la tela como de satén se adhería a todas mis curvas y no dejaba nada a una imaginación ya de por sí experimentada; y terrible, porque era una envoltura demasiado prometedora como para que Alec se resistiera a probar el bombón que había en su interior. De hecho, era tan revelador que incluso se me notaban los pezones, esos con los que Alec había sido incapaz de dejar de jugar, besar, probar y mordisquear mientras yo me frotaba contra él y sus dedos en los asientos del coche.
               Oh, pero su traje no se quedaba atrás. No, señor. También había sido de mis mejores ideas, pues le sentaba como un guante y hacía que se me acelerara el corazón sólo con mirarlo, por cómo le hacía exudar elegancia y lujo por los cuatro costados; y de las peores, porque, al haber supuesto todo un reto el encargarlo a medida y en tiempo récord (había hablado largo y tendido con Bey a través de mensajes para averiguar cómo sería la mejor manera de tomarle medidas sin que él se diera cuenta de que lo hacía, y cuando se le ocurrió que lo hiciera mientras dormía a mí casi me había dado algo al pensar en que se despertara), el ver que había conseguido el mismo resultado que si nos hubiéramos presentado en la tienda de alguna marca cara hacía que todavía me gustara más lo que veía.
               No pude evitar imaginarnos desde fuera, la pinta que tendríamos, las portadas que ocuparíamos si dejaran que nos fotografiaran.