lunes, 23 de junio de 2025

Mil amores tormentosos.

¡Toca para ir a la lista de caps!

La silueta de Valeria se recortaba contra la luz de las cabañas que tenía a su espalda mientras nos esperaba en el centro de la plaza del campamento, resguardada bajo su paraguas, como la de un supervillano en el punto medio de la película, en el que por fin se revela su identidad. Desde luego, le gustaba el drama más que a un tonto un caramelo; si no fuera porque era la principal razón de que yo me mantuviera lejos de ella durante meses que se nos harían eternos a ambos, a Sabrae le habría caído genial.
               Me revolví en el asiento con intranquilidad mientras Killian reducía la velocidad hasta detenerse a un lado de ella que, por supuesto, no se movió ni un centímetro, como la dueña y señora del universo que era; al menos, en Etiopía. De nuevo, sería íntima de Sabrae.
               Pensar en mi novia era lo único que me permitía mantenerme mínimamente tranquilo, dada la carga valiosísima, protestona e inquieta que llevaba bajo las piernas. El trayecto de vuelta al campamento se había prolongado durante toda la mañana del día siguiente al rescate de Nala, y a pesar del cansancio y del hambre, la única parada que habíamos hecho había sido hacía un par de kilómetros precisamente para ocuparnos de la pequeñita. Aunque se había portado genial, como la más dócil de las gatitas (más dócil incluso que el sinvergüenza asalvajado de Trufas) y había dormitado en mis brazos gran parte del trayecto mientras continuábamos atravesando la tormenta, pareció recordar de repente la libertad que le pertenecía cuando nos detuvimos a un lado del camino, ocultos tras unos árboles, para que Sandra y yo nos cambiáramos de sitio y la ocultáramos de ojos entrometidos metiéndola en mi mochila. Era aún lo bastante joven para caber dentro, pero también lo suficiente fiera como para no entrar sin luchar. No puedo decir que no la entendiera y que no me dieran pena sus quejidos lastimeros, pero la ansiedad por si no se callaba podía con todo lo demás. No podía ni pensar en lo que sería de mí si Valeria se ponía estricta con la política de “mantener a los animales el tiempo imprescindible para su curación para no separarlos más que lo estrictamente indispensable de su hábitat natural” ahora que había convertido a Nala en mi anclaje en el voluntariado y mi señal particular para que me quedara donde estaba y confiara en que mi relación con Saab sobreviviría a mi ausencia.
               Sabía que estaba haciendo lo correcto rescatándola, lo sabía. Sabía que Sabrae estaría orgullosa de que no hubiera dudado de lanzarme a por ella incluso cuando lo tenía todo en contra (aunque dudo que le hiciera mucha gracia verlo, igual que no me la haría a mí si las tornas estuvieran al revés). Casi podía sentirla poniéndome una mano en el brazo para que dejara de temblar, mirándome a los ojos y sacudiendo despacio la cabeza para que intentara tirar de las riendas del caballo desbocado en que se había convertido mi cerebro.
               Mi león dorado, siempre dispuesto a defenderme. No podía fallar en esto. No podía dejar que Valeria se diera cuenta de que había algo raro.
               Pero, ¿cómo actuar normal cuando estás traficando con una especie protegida?
               Aunque juraría que había suspirado cuando nos vio aparecer, Valeria frunció el ceño cuando Killian paró el todoterreno con su ventana perfectamente alineada con la cara de ella.
               -Habéis tardado-acusó, pues eso de dar premios inmerecidos no iba con ella. Por mucho que se estuviera esforzando en dejar de gobernarnos con mano de hierro, hay costumbres tan enraizadas en ti que se vuelven parte de tu código genético incluso cuando son aprendidas. Que me lo digan a mí, que no ganaría para psicólogos si tuviera que pagarme las sesiones de terapia en lugar de confiar en mi carisma internacional y mi atractivo sexual tan potente que hasta a las lesbianas se les caía el mundo encima cuando no podían pasar mucho tiempo conmigo.
               Ya estás otra vez menospreciándote, me riñó Sabrae en mi cabeza, y mientras Killian se relamía los labios y abría la boca para contestar, mi lengua nos tomó la delantera a todos.
               -Sí, es que hemos pillado atasco. Las obras de la charca de los hipopótamos son tremendas y han hecho que los ñus cojan la circunvalación de las cebras. En fin, un putísimo caos. Eso no pasaría si hubiera semáforos.
               Valeria me fulminó con la mirada, al igual que Killian. ¿De qué coño iba? ¿No nos había dicho básicamente a Perséfone y a mí en nuestra primera excursión que no dudaría en dispararnos para que no sufriéramos si algún depredador se lanzaba a por nosotros por desobedecer órdenes? Claro que yo era el ojito derecho de Sandra, así que tenía inmunidad con mis travesuras.
               Incluido eso de tener felinos de gran tamaño en un lugar que bien podría estar empapelado con carteles de “NO SE PERMITEN PERROS”.
               Los ojos de Valeria se convirtieron en una fina línea cuando vio el mapa sobre mis rodillas y la brújula en el salpicadero. Con el mango del paraguas apoyado sobre el hombro, colocó la otra mano sobre el soporte con su lista y miró a Sandra.
               -¿Por qué no vienes tú en el asiento del copiloto durante una tormenta con visibilidad reducida?-preguntó, y Perséfone se achantó en el asiento-. Conoces las normas, Sandra. El conductor necesita la asistencia de alguien del personal para mantener el rumbo.
               -Y he venido la mayor parte del trayecto-respondió Sandra.
               -¿Cuánto?-inquirió Valeria. Nala se revolvió bajo mis pies y yo extendí el mapa sobre mis piernas para disimular el movimiento de mi mochila inerte.
               -Sólo nos hemos cambiado cuando no hacía falta usar el mapa porque ya habíamos visto el límite de los árboles.
               -Además-añadí, porque no soportaba que Valeria torturara a Sandra por mi culpa-, tampoco es como si leer un mapa fuera física cuántica, o algo así. Es decir… saqué un cinco raspado en Geografía, pero porque en Reino Unido tenemos un montón de cabos y de bahías y el subnormal de mi profesor se empeñaba en que nos los supiéramos todos de memoria, como si no existiera Google Maps o nos estuviera preparando para un apagón internacional. Aquí sólo hay campo mires por donde mires.
               Killian suspiró.
               -Bueno… al menos, donde nos cambiamos-añadí.
               -¿Y cuándo fue eso?
               -Hace un par de horas-dijo Sandra.
               -Sí. Un par de horas-añadí yo, revolviéndome en el asiento para disimular el enfado de Nala, que no paraba de revolverse, pero al menos no se había puesto a maullar o gruñir.
               -Ajá. ¿Y por eso tenéis el pelo mojado?-inquirió, y a mí se me cayó el alma a los pies. Mierda. Nos habíamos mojado al cambiarnos de sitio hacía apenas unos momentos, y Perséfone y Killian seguían totalmente secos. Por supuesto que Valeria se daría cuenta de cosas así; parecía una espía retirada del KGB…
               … quizá lo fuera. Mm…

sábado, 24 de mayo de 2025

A pesar de Sabrae.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Acababa de darle mi segundo bocado al bocadillo de pollo empanado que habíamos hecho en una fogata cuando sonó el walkie-talkie del interior del vehículo.
               -¿Killian? Killian, aquí Bayek ¿me recibes? Cambio-preguntó una voz masculina en el interior, y Perséfone y yo nos miramos y nos sonreímos. La primera vez que escuchamos a Killian hablar por el walkie nos había dado un ataque de risa, porque pensábamos que lo de “cambio” y “corto” lo decía por tomarnos el pelo y ver nuestra reacción, pero no. Resultaba que sí que le daban uso en el ejército, y como todos los que llevaban los todoterrenos eran militares destinados especialmente a la misión de la WWF o jubilados, las viejas costumbres se mantenían.
               Me pregunté si Jordan empezaría a colgarme el teléfono con un “corto” tras el adiós, y sentí una punzada de dolor en el pecho al recordar mi casa. Los días se hacían cada vez más cuesta arriba con la falta de sueño, pero las noches se volvían insoportables con las jodidas pesadillas que me asaltaban cada vez con más intensidad. Tenía miedo de pensar en ellas y también de no desgranar de forma lo suficientemente concienzuda su significado, como si hubiera algo en ellas que me ayudara a dar con la clave para conseguir que pararan (aunque me daba en la nariz que lo que tenía que hacer para que pararan era impedir por todos los medios que se cumplieran presentándole mi renuncia a Valeria y largándome en el primer avión con destino a Inglaterra), así que me encontraba en una especie de limbo en el que cada paso que diera en una u otra dirección sólo servía para clavarme mil cristales en las plantas del pie, en un calvario similar al de la sirenita.
               No ayudaba, tampoco, que el cansancio me hubiera hecho darme cuenta de cómo sólo descansaba realmente bien en casa, con Sabrae dormida a mi lado, abrazada a mí y haciéndome sentir útil e importante, o yo abrazado a ella, haciéndome sentir querido y a salvo. Cada cosa que podía recordarme a casa, incluso la más insignificante, lo hacía.
                -Hola, Bayek-Killian se llevó el walkie a la boca y se apuró en tragar el bocado que acababa de darle a su bocadillo-. Te recibo, cambio.
               Escuchar ese “cambio” me catapultó a mi infancia, en una de las primeras Navidades que habíamos pasado en casa (en la de Dylan, me refiero; no en el infierno en el que yo nací y del que mamá me había salvado por los pelos). Dylan se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a Jordan, nuestro vecinito de enfrente, los días de mayor lluvia en los que mamá no me dejaba salir a preguntarle si quería que jugáramos. Por norma general no llamábamos a su casa salvo que estuviéramos seguros de que sus padres no habían tenido turno de noche y por tanto echarse una siestecita no era esencial para ellos, así que yo me quedaba incomunicado del que se había convertido en mi mejor amigo en los primeros días que habíamos estado en casa. Jugar con Mimi era un consuelo, pero no era lo mismo, y Dylan lo sabía. Por eso, una mañana de Navidad me había despertado con un paquete envuelto en papel metalizado con dibujos de cohetes, naves espaciales, lunas y estrellas del que mi madre no sabía nada; cuando lo había abierto, me había encontrado con un par de walkie talkies que habían puesto punto y final a mis tardes de soledad. Desde entonces, Jordan y yo nos volvimos totalmente inseparables incluso más allá de nuestros horarios de sueño. Los usábamos para absolutamente cualquier cosa: desde preguntarnos si queríamos hacer los deberes juntos (más bien animados por nuestras madres), invitarnos a tomar el postre en nuestras casas, comentar el nuevo juguete que nos habían regalado o avisarnos de la película interesantísima que estaban echando en la tele y que teníamos que comunicarle a nuestras madres. Llegamos al punto, incluso, de hablarnos por la noche, hasta bien entrada la madrugada, cuando nos levantábamos al baño o habíamos tenido alguna pesadilla. Eso había sido pésimo para nuestros horarios de sueño, pero lo mejor que podía haberle pasado a nuestra amistad; así, Jordan y yo nos convertimos el uno en parte del otro de una forma en que nadie lo había sido hasta entonces, con el permiso de mi familia, tanto biológica como adoptiva.
               Yo había empezado a reírme más de la cuenta, y que Mimi se riera conmigo no era más que un aliciente para buscar a Jordan en cualquier momento. Y eso, claro, había hecho que Aaron se pusiera tan furioso que, una tarde en la que estaba pintando en unos folios esparcidos por el suelo con unas ceras que Dylan nos había traído para la ocasión, me quitara el walkie de las manos y lo estampara contra el suelo porque llevaba cinco minutos diciéndole simplemente “cambio” a Jordan. Me había cogido un disgusto tremendo, pero no tanto por el walkie sino por lo que representaba: no quería echar de menos a Jordan ahora que sabía cómo era la vida sin tener que añorarlo. Mamá riñó a Aaron, lo mandó castigado a su habitación, y me vio tan desconsolado que se centró en intentar animarme diciéndome que no pasaba nada, que podíamos ir a comprar otros mientras me acariciaba la espalda que ni se molestó en reprocharle a mi hermano mayor que en esta casa no se daban portazos. De hecho, estaba tan preocupada por mí que ni siquiera dio el respingo que siempre sucedía a los ruidos fuertes que la sobresaltaban.

miércoles, 23 de abril de 2025

Sobrevivir a la noche.

¡Hola, flor! De nuevo te hablo con mi voz, y no con la de Sabrae o Alec, en este año en el que abundan los mensajes, pero no así los capítulos. Quería pasarme una vez más para darte las gracias por tu apoyo y tu paciencia esperando por estos caps y, a pesar de lo que se hacen de rogar, permaneciendo aquí tanto tiempo. Hoy especialmente, y quizá más que nunca, ya que no sólo es el Día del Libro, el octavo cumpleaños de Scott y el octavo aniversario también de Sabrae, sino también el primer año en el que no dejo que mis miedos por la continuidad de la novela me dominen y me permito tomarme un tiempo de descanso que, la verdad, me hace mucha falta. Sé que lo hago en detrimento del lector, que preferiría que la historia continuara todas las semanas, pero créeme si te digo que si por algo estoy agradecida este año es, precisamente, por haber permitido que me diera cuenta de que Sabrae es mi casa y que, por mucho que me pase viajando por el mundo y reconciliándome con los sábados (y, a veces, también con los domingos), al final siempre me entran ganas de volver a casa y descansar de una manera distinta, pero igual de terapéutica. Lo mejor de este 2025 es, sin duda, que he vuelto a soñar despierta con Sabrae y Alec como lo hice en su momento con Scott y con Eleanor, con Louis y Eri antes que ellos, o incluso con ellos mismos al principio de esta novela. Puede que me suponga esfuerzo, que a veces tenga que “ponerme” y “forzar” la inspiración (la frase de “la inspiración tiene que encontrarte trabajando” no podría ser más bonita y, a la vez, acertada), pero se ve recompensado por la sensación de asombro y orgullo cuando releo algún capítulo antes de dormir. Han pasado 8 años desde que subí ese primer capítulo cuyo inicio no puede enorgullecerme más, y sin embargo todavía me sigo sorprendiendo con las cosas que releo; espero que no quede demasiado pretencioso decir que me encantan algunas de mis frases, porque así es.
Y si hay alguien a quien tengo que agradecerle que las siga escribiendo es a ti, que año tras año sigues ahí; puede que no desde siempre, o puede que te vayas en algún momento, pero que sepas que, si estos ocho años han sido especiales y todavía me acuesto sonriendo, es, en parte, gracias a ti. Porque una historia sin lector es como una noche nublada; técnicamente, no hay sol, y sin embargo la falta de la luna y las estrellas le quita parte de su esencia.
Así que muchísimas gracias, de corazón. Por tu apoyo, por tu paciencia, por tu comprensión, y por tus oídos. Gracias por ser tú también la voz con la que Sabrae y Alec hablan, por ser los ojos con los que ven, por ser los dedos con los que tocan. Gracias por acompañarme en la increíble oportunidad que es contar su historia. Y gracias por seguir ahí, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año; sobre todo en éste, en el que no somos tantos y no podremos celebrar esta semana y media que se acerca como se merece (empiezo mi temporada de exámenes con uno el día 26, cumpleaños de Saab, y tampoco podré escribir nada para el día 1 de mayo, que es su cumpleadopción, así que la carestía suma y sigue). No obstante, quiero compensarte por esta paciencia que te estoy pidiendo con una pequeña sorpresa… ¡Luna!


Me he pasado de nuevo escribiendo, algo a lo que ya estarás acostumbrada precisamente por el tiempo que llevamos juntas, por lo que, después de varios meses pensándolo y de lo bien que me ha coincidido esta fecha, he decidido que finalmente Sol no sea la penúltima parte de Sabrae (aunque no me resisto a confesarte que llevo un tiempo con un as en la manga que tardaré en enseñarte, jijiji). En origen, Gugulethu iba a abarcar toda la parte del voluntariado de Alec, pero como se me quedó demasiado larga la parte antes de irse, pensé que lo mejor sería dividir la novela y tener una parte específica de Alec en África. Pues bien, como todavía tengo pensado que pasen muchas cosas (como habrás deducido del final del último cap), también me he dado cuenta de que queda más orgánica una nueva división de la historia que en origen iba a ser Sol, pues podría llegar un punto en el que pensara en saltarme cosas para no abusar de la longitud de la novela (aunque no lo parezca, a veces me fastidia un poco lo larga que me está quedando, aunque se me pasa cuando pienso que cuanto más larga sea, más tendré conmigo a Sabrae y Alec). Además, también siento que hemos llegado a un punto de inflexión; aunque la novela lleva el nombre de Sabrae, siento que Alec lleva bastante tiempo acaparando el foco de atención, y ahora Saab va a reclamar lo que le pertenece. Por eso, el corazón me dicta que le dé una gemela natural que la complemente, y esa gemela no es otra que… ¡Luna, el segundo libro sobre la separación de Sabrae y Alec durante el voluntariado de él, y el complemento perfecto para Sol! Espero que te encante; yo estoy muy ilusionada con todo lo que nos espera. Dicho lo cual, ¡no me enrollo más!
¡Feliz Día del Libro, feliz octavo aniversario de Sabrae, y feliz cumpleaños para Scott! Nos vemos, con suerte, el 23 de mayo. ᵔᵕᵔ
¡Disfruta del cap, y de la nueva temporada… Luna!