En los días que llevaba viniendo a la academia de baile con Mimi había descubierto que la danza era tan hermosa como exigente; no había visto a Alec entrenando cuando combatía, pero sospechaba que los entrenamientos de élite no se diferenciaban demasiado de lo que pasaba en aquella sala. Aunque una parte de mí lamentaba no haber podido presenciar esos entrenamientos que lo habrían colmado de testosterona que me habría encantado ayudarle a quemar, otra se alegraba de no haber tenido que vivir las rebeliones de su cuerpo como las de las bailarinas con las que compartía sala. Había visto tantas uñas rotas, pies deformados y nudillos pelados que me parecía un milagro que Mimi hubiera conseguido rescatar algo para ponerse sandalias cada verano.
Y resultaba increíblemente frustrante ser consciente de cada uno de mis músculos por lo mucho que me dolían, porque estaba empezando a aprender qué era lo que hacía mal.
Después de que Mím se sincerara conmigo sobre lo que quería hacer con Trey, no me había quedado más remedio que contarle una parte de mi plan: quería entrar en el mismo concurso en el que habían entrado mi hermano y sus amigos, y su mejor amiga, y necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. Me había callado mis intenciones más oscuras, porque sabía que Mimi intentaría disuadirme igual que Alec, si lo supiera. Hubo un momento en el que temí que no me ayudaría, porque, por la forma en que me miró, supe que Mimi había visto esta película antes y no le había gustado el final, como diría Taylor Swift.
Pero creo que le había hecho una promesa a Alec de que me cuidaría, igual que Jordan se la había hecho e igual que yo le había prometido que cuidaría de su hermana mientras él no estaba, y supongo que había pensado que si yo estaba con su hermano era porque era tan o más tozuda que él, así que lo mejor sería ayudarme en lugar de dejarme sola en la que sería una misión en la que pretendía centrar todas mis energías.
Lo que no sabía era que me iba a costar tanto llegar a un mínimo que creía que había pasado hacía años.
Al final, resultó que los años y años imitando las coreografías de las actuaciones de Beyoncé que yo me sabía de memoria, y que creía que podía replicar incluso en el movimiento del pelo, no habían servido para mucho más que para generarme unos vicios que tendría que esforzarme en quitarme antes de poder mejorar. Mimi había sido magnánima con su expresión en el espejo, y me había puesto una mano en el hombro y me había consolado poniéndome una mano en el hombro cuando la profesora más dura, la que la estaba preparando para su audición para la Royal, dijo que había visto suficiente y que no tenía intención de perder más de los diez segundos de su preciadísimo tiempo que ya me había permitido robarle acogiéndome bajo su ala. Luego, por suerte, espetó algo en ruso que yo no entendí a la perfección, pero a juzgar por las expresiones de los demás estudiantes (ante los que yo me había empeñado en bailar en un gesto de arrogancia que supongo que también tendría que quitarme), y gracias a las pocas palabras que Alec había conseguido enseñarme en su lengua materna, debía de ser algo así como “caso perdido”.
Intenté que no me afectara la bofetada y me dije que aquella sería la primera de muchas negativas que no me definirían; me dije a mí misma que había nacido siendo una niña perdida a la que sus padres habían tardado una semana en encontrar, pero que finalmente había hallado su camino.
Pero la verdad es que no me había dado cuenta de lo privilegiada que era por lo cariñoso de la educación y las correcciones de mis padres hasta que recibí mi primera crítica destructiva.
-No te preocupes. La profesora Belovna es la más exigente de todas. Sus clases son las más escasas, y…
-Estoy bien-le había mentido, porque aunque sí que tenía la esperanza de que hubiera algo especial en mí que me hiciera merecedora de ese favor que estaba pidiendo, lo cierto es que lo más descorazonador de todo era pensar que quizá la profesora más despiadada era la única dispuesta a hacerme un favor, pero no el que yo quería: ¿y si me cerraba las puertas de su academia porque yo no sólo no me merecía su tiempo, sino el de ninguna de las pupilas que también se habían convertido en mentoras?
¿Dónde iba a encontrar yo una academia que supiera que podía adaptarse a lo que yo necesitaba?
Me había inundado un inmenso alivio cuando una de las profesoras más jóvenes se había acercado y me había sugerido que probara con otra coreografía. Una más “sencilla”. El problema era que la de Crazy in love era la que mejor preparada me llevaba para mi audición, y tampoco me parecía nada del otro mundo para provocar esa reacción.
-Me imagino que no tienes nociones de ballet…-había dicho en tono comprensivo la profesora Kadinya. Vi por el rabillo del ojo que otras dos profesoras se retiraban discretamente, aprovechando mi distracción. Negué despacio con la cabeza y ella se mordió el labio y miró a Mimi un par de segundos. Su alumna aventajada, la joya de la corona, poniéndose en evidencia por no poder decirle que no a la caprichosa de su cuñada. Me quería morir de la vergüenza-. Quizá… Beyoncé tiene una carrera muy larga. Ya no baila tanto como antes. ¿No te sabes alguna coreografía de cuando era un poco más mayor y le costara un poco más bailar?
Se me vino una a la cabeza, pero deslucía increíblemente si la hacía yo sola, y así se lo planteé. Sin embargo, su rostro se iluminó.
-¡Eso es fantástico! Podemos hacer un ejercicio con nuestros aspirantes. Chicos-llamó, dando una palmada mientras se volvía hacia los demás, que estaban repartidos por el fondo de la estancia-. Otro baile en espejo. Enséñanos un vídeo con el que hayas aprendido-pidió. Se acercó a una pared, en la que tenían una amplia televisión con ruedas para poder desplazarla, y la colocó en el centro de la estancia mientras todos sus estudiantes, sin excepción, se sentaban en el suelo para permitir que sus compañeros vieran. Cogí mi móvil, entré en mi conversación con Amoke, y torcí la boca.
-¿Cómo de largo tiene que ser el vídeo?
-Todo lo que te sepas. Piensa que es tu última oportunidad de convencerme. Úsala bien.
-No lo cojas muy largo, Saab-me pidió Trey, poniéndome ojitos y guiñándome el ojo, y Mimi soltó una risita. Se inclinó hacia atrás en el suelo, las palmas extendidas a su espalda, y chasqueó la lengua.
-Cuanto más largo, mejor para practicar para la prueba de acceso.