Me revolví en el asiento con intranquilidad mientras Killian reducía la velocidad hasta detenerse a un lado de ella que, por supuesto, no se movió ni un centímetro, como la dueña y señora del universo que era; al menos, en Etiopía. De nuevo, sería íntima de Sabrae.
Pensar en mi novia era lo único que me permitía mantenerme mínimamente tranquilo, dada la carga valiosísima, protestona e inquieta que llevaba bajo las piernas. El trayecto de vuelta al campamento se había prolongado durante toda la mañana del día siguiente al rescate de Nala, y a pesar del cansancio y del hambre, la única parada que habíamos hecho había sido hacía un par de kilómetros precisamente para ocuparnos de la pequeñita. Aunque se había portado genial, como la más dócil de las gatitas (más dócil incluso que el sinvergüenza asalvajado de Trufas) y había dormitado en mis brazos gran parte del trayecto mientras continuábamos atravesando la tormenta, pareció recordar de repente la libertad que le pertenecía cuando nos detuvimos a un lado del camino, ocultos tras unos árboles, para que Sandra y yo nos cambiáramos de sitio y la ocultáramos de ojos entrometidos metiéndola en mi mochila. Era aún lo bastante joven para caber dentro, pero también lo suficiente fiera como para no entrar sin luchar. No puedo decir que no la entendiera y que no me dieran pena sus quejidos lastimeros, pero la ansiedad por si no se callaba podía con todo lo demás. No podía ni pensar en lo que sería de mí si Valeria se ponía estricta con la política de “mantener a los animales el tiempo imprescindible para su curación para no separarlos más que lo estrictamente indispensable de su hábitat natural” ahora que había convertido a Nala en mi anclaje en el voluntariado y mi señal particular para que me quedara donde estaba y confiara en que mi relación con Saab sobreviviría a mi ausencia.
Sabía que estaba haciendo lo correcto rescatándola, lo sabía. Sabía que Sabrae estaría orgullosa de que no hubiera dudado de lanzarme a por ella incluso cuando lo tenía todo en contra (aunque dudo que le hiciera mucha gracia verlo, igual que no me la haría a mí si las tornas estuvieran al revés). Casi podía sentirla poniéndome una mano en el brazo para que dejara de temblar, mirándome a los ojos y sacudiendo despacio la cabeza para que intentara tirar de las riendas del caballo desbocado en que se había convertido mi cerebro.
Mi león dorado, siempre dispuesto a defenderme. No podía fallar en esto. No podía dejar que Valeria se diera cuenta de que había algo raro.
Pero, ¿cómo actuar normal cuando estás traficando con una especie protegida?
Aunque juraría que había suspirado cuando nos vio aparecer, Valeria frunció el ceño cuando Killian paró el todoterreno con su ventana perfectamente alineada con la cara de ella.
-Habéis tardado-acusó, pues eso de dar premios inmerecidos no iba con ella. Por mucho que se estuviera esforzando en dejar de gobernarnos con mano de hierro, hay costumbres tan enraizadas en ti que se vuelven parte de tu código genético incluso cuando son aprendidas. Que me lo digan a mí, que no ganaría para psicólogos si tuviera que pagarme las sesiones de terapia en lugar de confiar en mi carisma internacional y mi atractivo sexual tan potente que hasta a las lesbianas se les caía el mundo encima cuando no podían pasar mucho tiempo conmigo.
Ya estás otra vez menospreciándote, me riñó Sabrae en mi cabeza, y mientras Killian se relamía los labios y abría la boca para contestar, mi lengua nos tomó la delantera a todos.
-Sí, es que hemos pillado atasco. Las obras de la charca de los hipopótamos son tremendas y han hecho que los ñus cojan la circunvalación de las cebras. En fin, un putísimo caos. Eso no pasaría si hubiera semáforos.
Valeria me fulminó con la mirada, al igual que Killian. ¿De qué coño iba? ¿No nos había dicho básicamente a Perséfone y a mí en nuestra primera excursión que no dudaría en dispararnos para que no sufriéramos si algún depredador se lanzaba a por nosotros por desobedecer órdenes? Claro que yo era el ojito derecho de Sandra, así que tenía inmunidad con mis travesuras.
Incluido eso de tener felinos de gran tamaño en un lugar que bien podría estar empapelado con carteles de “NO SE PERMITEN PERROS”.
Los ojos de Valeria se convirtieron en una fina línea cuando vio el mapa sobre mis rodillas y la brújula en el salpicadero. Con el mango del paraguas apoyado sobre el hombro, colocó la otra mano sobre el soporte con su lista y miró a Sandra.
-¿Por qué no vienes tú en el asiento del copiloto durante una tormenta con visibilidad reducida?-preguntó, y Perséfone se achantó en el asiento-. Conoces las normas, Sandra. El conductor necesita la asistencia de alguien del personal para mantener el rumbo.
-Y he venido la mayor parte del trayecto-respondió Sandra.
-¿Cuánto?-inquirió Valeria. Nala se revolvió bajo mis pies y yo extendí el mapa sobre mis piernas para disimular el movimiento de mi mochila inerte.
-Sólo nos hemos cambiado cuando no hacía falta usar el mapa porque ya habíamos visto el límite de los árboles.
-Además-añadí, porque no soportaba que Valeria torturara a Sandra por mi culpa-, tampoco es como si leer un mapa fuera física cuántica, o algo así. Es decir… saqué un cinco raspado en Geografía, pero porque en Reino Unido tenemos un montón de cabos y de bahías y el subnormal de mi profesor se empeñaba en que nos los supiéramos todos de memoria, como si no existiera Google Maps o nos estuviera preparando para un apagón internacional. Aquí sólo hay campo mires por donde mires.
Killian suspiró.
-Bueno… al menos, donde nos cambiamos-añadí.
-¿Y cuándo fue eso?
-Hace un par de horas-dijo Sandra.
-Sí. Un par de horas-añadí yo, revolviéndome en el asiento para disimular el enfado de Nala, que no paraba de revolverse, pero al menos no se había puesto a maullar o gruñir.
-Ajá. ¿Y por eso tenéis el pelo mojado?-inquirió, y a mí se me cayó el alma a los pies. Mierda. Nos habíamos mojado al cambiarnos de sitio hacía apenas unos momentos, y Perséfone y Killian seguían totalmente secos. Por supuesto que Valeria se daría cuenta de cosas así; parecía una espía retirada del KGB…
… quizá lo fuera. Mm…
-Vale, prueba a medir dos metros y pasarte un día entero, con sus veinticuatro horazas, metido en un todoterreno que traquetea más que la diligencia de las pelis del Oeste de cuando todavía no se había hecho Lo que el viento se llevó. Sí, Valeria, he tenido que estirar mis inmensas extremidades hace un rato porque sentía que estaba a punto de darme un trombo, igual que las jirafas tampoco pueden estar mucho tiempo con la cabeza hacia abajo. ¿Acaso es un crimen ser alto? Porque, al menos en mi país, a las chicas les vuelve locas que seamos básicamente como eucaliptos. Es genial para llegar a los estantes de las rebajas en Primark o para subirse a nuestros hombros en los conciertos y marearse con los gases que hay en la estratosfera. Estamos cansados, hambrientos, acojonados por el tormentón que nos has hecho cruzar, y hasta los putísimos cojones de que nuestras vértebras traqueteen unas contra otras. ¿Podemos irnos a la cama y dormir medio año, por favor? Ni que viniéramos de colaborar con el Frente de Liberación de Etiopía Occidental, o la guerrilla terrorista que tengáis aquí-puse los ojos en blanco y me dejé caer contra el asiento, haciéndome el ofendido cuando lo único que quería era meterme debajo del coche y no moverme de allí hasta que no fuera, como mínimo, abril.
La mirada de Valeria podría fundir el hierro, o hacer que lloviera hacia arriba. Me puse todavía más nervioso, claro que, criándome con mi madre y saliendo con Sabrae, a la que le encantaba ponerme los huevos de corbata fulminándome con la mirada, estaba más o menos curado de espanto.
-Encima no tengas la desfachatez de hacerte el digno cuando la última vez que tu grupo llegó tarde cuando le convocamos fue precisamente porque estabas cruzando el mundo para darte un par de besos con tu…
Nala, harta de ese confinamiento, gruñó sonoramente, y Valeria se interrumpió.
-¿Qué ha sido eso?
-Tenemos que revisar algo del coche-dijo Perséfone-. Lleva haciendo ruidos raros desde anoche.
-O puede que fueran mis tripas-añadí, metiendo la mano entre mis piernas y abriendo disimuladamente la mochila para pellizcarle la tripa a Nala por si eso la tranquilizaba. Quizá me quedaba sin brazo, pero valía la pena intentarlo-. Llevo sin poder comer como Dios manda desde que te apeteció que cruzáramos esta “tormenta”-hice le gesto de las comillas con una mano-. O, como decimos en casa, “llovizna local de Hyde Park”.
Valeria me estudió largamente.
-¿Hay algo que tengáis que contarme?-preguntó, y Sandra, Perséfone y yo negamos con la cabeza. Entonces, clavó los ojos en Killian-. ¿Killian?
Killian se relamió los labios, la miró…
… y, durante lo que a mí me pareció una eternidad, se pensó si vendernos y asegurarse la confianza plena de Valeria desde entonces, o mantener el secreto y rescatar un alma inocente.
Perdí varios años de vida en lo que Killian tardó en negar con la cabeza, aunque en su defensa diré que Sergei había perfeccionado mis reflejos en el ring de tal manera que los segundos podían cundirme como horas.
-No hemos podido rescatar a muchos animales-se excusó él por fin. Nala se revolvió de nuevo y yo le di un toquecito en la cabeza. Por favor, ahora NO-. Sandra y yo podemos ocuparnos de ellos, y que Perséfone y Alec se vayan a descansar. Han estado muy… colaborativos.
-“Colaborativo” es mi segundo nombre-sonreí con todos mis dientes mientras me tragaba las lágrimas porque la sinvergüenza de Nala estaba clavándome sus colmillitos afilados como cuchillas en la palma de la mano. Hija de puta. Realmente tenía una debilidad con las zorras, de todas las especies, colores y tamaños.
-¿Funcionan los baños, Valeria? De verdad que necesito ducharme-murmuró Perséfone, inclinándose hacia delante y apoyándome una mano en la pierna, muy cerca de la polla, para ayudarme a disimular la fuerza que estaba haciendo con los pies por contener a Nala en su sitio.
Valeria suspiró y asintió con la cabeza.
-Podéis ir a pedirles ayuda a los que ya están en la cantina. He suspendido las actividades hasta que pase lo peor del temporal, y esta noche dormiremos todos en el comedor, por si acaso.
¿Qué? No, no, no, no.
-¿Es necesario?-pregunté-. Tenía la esperanza de tener un poco de… tiempo para mí. A solas-inquirí, y Sandra me miró con una ceja alzada. Entretener a Valeria más y arriesgarnos a que descubriera a Nala no era una buena idea, pero no podía arriesgarme a que me obligara a dormir con los demás y tener que pasarme la noche escapándome a hurtadillas para comprobar que Nala estaba bien donde fuera que la ocultara en mi cabaña. No la había traído aquí para dejarla sola en medio de la tormenta y le diera un ataque al corazón.
-Oh, perdona, Su Alteza Real. ¿Te estoy interrumpiendo la agenda?
Apreté la mandíbula y, de nuevo, mi lengua tomó el control.
-Perséfone no ha dejado de pegarme bien el culo mientras dormía y he soñado un montonazo con mi novia, Valeria, pero con toda esta movida de la tormentita de los cojones no he podido pelármela a gusto y estoy, básicamente, que me subo por las paredes. Claro que, si a ti no te importa, para mí no sería la primera vez en que me la casco en una habitación llena de gente.
Por Dios, esperaba que la habitación de hotel en la que me había follado a una turista mientras Scott se follaba a otra en la cama de al lado en Chipre contara como “habitación llena de gente”.
-Tienes hasta la hora de la cena para resolver tus mierdas, Alec.
-Con eso no tengo ni para empezar.
-Es imposible que necesites toda la noche para satisfacerte.
-Tiene gracia; cuando estaba soltero, me aseguraba de que la tía que me lo dijera no pudiera no caminar como una vaquera en mínimo dos días. Luego me eché novia y el que va escocido a todas partes soy yo-sonreí, y Killian rió por lo bajo. Valeria dio un manotazo en el capó del coche y nos ordenó que nos apartáramos de su vista-. ¡Fiu! Por los pelos, ¿eh?
-No vuelvas a hacer eso.
-¿Hacer qué, Kil?
-Pincharla de esa manera. No lo hagas. Tiene razón: tramamos algo. Bastante se preocupa por nosotros y bastante nos cuida como para que ahora encima deje de fiarse de su instinto.
Puse los ojos en blanco, pero no dije nada y salté del coche en cuanto lo detuvo frente a los veterinarios. Me cargué mi mochila revoltosa al hombro y me examiné la palma de la mano, por la que me corría la sangre y me escocía. Perséfone me la miró y me pidió que esperara mientras iba a por un poco de desinfectante.
-No pretenderás aprovecharte para jugar a los médicos, ¿verdad, Pers?
-Pronto haré un juramento de cuidar de todos los animales, incluidos los burros como tú-respondió por encima de su cabeza, ni tan siquiera dignándose a girarse para mirarme mientras me insultaba.
Entré en la cabaña que compartía con Luca absolutamente empapado y chorreando sobre los tablones que nos separaban del suelo. Nala estaba como loca, revolviéndose en la mochila ahora que parecía saber que ya no corríamos peligro de ser descubiertos y clamando al mundo por lo mal que la estaba tratando el subnormal que había osado tratarla mal. Algo me decía que pronto tendría noticias de su abogado.
-Alec-Luca se puso en pie de un brinco, saltando así de su cama, en la que debía de haberse pasado esperándome con ansia desde que Valeria les había comunicado que había dado la orden de que regresáramos, y que se suspendían hasta nuevo aviso las campañas para ir en busca de animales. Observé que mi cama estaba un poco arrugada: seguro que había recibido visitas para comprobar su estado mental. Eso me complicaría aún más el que Valeria no supiera nada de Nala; hasta que decidiera qué hacer con ella cuando volviéramos a la sabana y mientras no se me ocurriera un sitio mejor para esconderla, la cabaña era el único bastión seguro con el que contaba, y no era precisamente una cámara acorazada si considerábamos lo débil del cerrojo de nuestra puerta-, grazie a Dio. Viene no sé qué tormenta inmensa que tiene a Valeria atacada, y dijo que os había mandado venir cagando hostias, y como se suponía que volverías esta noche, creía que ayer ya habrías dormido aquí, ¿qué ha…?
Luca se quedó callado al observar que en mi mochila llevaba lo que debía de ser el equivalente a una manada de cocodrilos puestos hasta el culo de cocaína, (cocos a la coca, pensé para mis adentros al ver su expresión), y su tez olivácea se puso un poco pálida al escuchar el quejido de Nala. Con lo que estaba entrenando, creo que batiría el récord del rugido más precoz en la historia de los leones.
Los ojos saltones de mi compañero se clavaron en mí. Yo suspiré, me pasé una mano por el pelo y dejé con cuidado la mochila en el suelo; sin embargo, mi cautela no fue apreciada por Nala, que consideró la dureza del suelo como una ofensa a su estirpe y empezó a revolverse aún más. ¿Es que ni una sola de las chicas de mi vida iba a ponérmelo fácil? Acababa de salvarle la vida; lo menos que podía hacer era comportarse como una gatita dormilona mientras yo le explicaba a Luca lo importante que era que mantuviera el pico cerrado.
Cosa que no iba a ser nada fácil.
-¿Qué hay ahí?-preguntó con un fortísimo acento italiano, como ya había descubierto que se le acentuaba cuando discutía o se ponía nervioso. Era muy gracioso verlo hacer el pellizco al aire mientras mandaba a tomar por culo a alguien, incluso si ese alguien no era yo, pero ahora no podía permitirme su histeria. Si no me escuchaba, si no me entendía, si dejaba que se le fuera la lengua…
-Escúchame-dije, poniendo una mano despacio sobre la cremallera de la mochila mientras extendía la otra hacia Luca. Me había puesto en cuclillas, así que veía el parecido con la escena de Jurassic World en la que Chris Pratt entrenaba a los velocirraptores tanto en la pose como en la relevancia de la situación. Necesitaba a Luca de mi parte; Nala sería el cierre para nuestra unión que los dos llevábamos tiempo esperando-. Escúchame bien. No quiero que flipes con lo que te voy a contar.
-¿Por qué está viva tu mochila?
Nala gruñó de nuevo y dio un zarpazo hacia la cremallera, yo me estremecí y Luca dio un brinco.
-¡¿¡QUÉ CAZZO HAY AHÍ!?!
-¡Te he dicho que no quiero que flipes, Luca!-protesté-. Haz el favor de intentar controlarte. Si gritas, ella se pondrá todavía más nerviosa y…
Nala dio un zarpazo de nuevo hacia la cremallera, con tan buena suerte que rajó con sus uñas la tela de alrededor y dejó una enganchada entre los desgarrones. Exhaló un siseo que reverberó en la garganta de Luca como la nota culminante del mejor solo de la noche de ópera de la protagonista. La única vez que había escuchado un ruido similar en tono había sido durante el solo de guitarra de Chad en One way or another en Wembley que había salido de mis labios, e incluso entonces lo veía más justificado que ahora.
-¡Luca!
-INDIETRO, DEMONE!-bramó Luca, y dio otro brinco cuando los ojos de Nala reflejaron la oscuridad desde el interior de la mochila-. SANTO DIO! MA CHE COSA…?-empezó, pegándose tanto a la esquina de la pared que no me habría sorprendido que terminara fusionado con ella. Nala asomó la cabeza por la mochila y gruñó mientras trataba de zafarse de ella para poder correr libre por la habitación, y al nuevo grito que emitió Luca al verla me lancé contra él. Me subí a su cama y lo acorralé contra la esquina, lanzándome hacia su boca y tapándosela mientras encajaba todo mi cuerpo contra el suyo en una pose que seguro que le habría hecho preguntarme qué éramos en cualquier otra situación.
-¡Deja de chillar ya como una cría desquiciada!-lo siento por mi momento misógino, pero creo que Sabrae entendería las circunstancias y me perdonaría-. Necesito que me escuches, ¿vale? Relájate-le dije, y Luca abrió muchísimo los ojos mientras observaba un punto a mi espalda. Me volví para ver que Nala había conseguido salir al fin y se había encaminado hacia la puerta; no podía culparla por querer escapar de una casa de locos como la nuestra. Los ojos de mi amigo volvieron a mí y yo suspiré-. Sí, hay una cachorra de león en nuestra habitación. Puedo explicártelo si me prometes que no vas a gritar más, ¿vale?
Luca pareció pensárselo un momento, y luego entrecerró los ojos. Dijo algo contra mi mano y yo fruncí el ceño.
-¿Qué?-Luca puso las manos en mi muñeca y me obligó a bajar la mano.
-¿Cómo sabes que no nos va a comer pronto?
Puse los ojos en blanco con el mayor dramatismo que pude reunir en mi vida. Puto espagueti, ¿es que no ve el tamaño que tiene?
-Luca, ¿cómo cojones nos va a comer? ¿Es que no has visto que mi antebrazo es más grande que ella?
-He leído que los leones pueden llegar a comer treinta kilos de carne al día de una sola sentada.
Se me escapó una risa.
-Y supongo que en el estudio tan exhaustivo del que eres experto no mencionarían la edad del león cuando puede hacer eso, ¿no? Mírala, Luca-la señalé con la mano abierta; en aquel momento Nala estaba royendo la pata del armario para tratar de esconderse debajo-. No pesa nada. No sé cuánto tardará en pesar treinta kilos, pero te prometo que no va a ser esta noche. De hecho, es probable que todavía se alimente sólo de leche-añadí en voz más baja, hablando más conmigo mismo que con él y dándome cuenta de que necesitaría aliarme con Fjord si quería que mi ahijada peluda viviera para ver otra luna llena y aullarle como hacían los lobos.
Luego me pregunté qué coño haría si se ponía a aullar de noche. Y luego, si los leones aullaban. Sabía que lo hacían los perros y los lobos, pero no los gatos; ¿los gatos no aullaban porque no les correspondía o porque estaban domesticados? Uf. Qué bien me vendría una conexión a internet ahora mismo para echarle un vistacillo a la Wikipedia.
Luca cambió el peso de su cuerpo mientras me fulminaba con la mirada, y yo incliné la cabeza a un lado.
-Tío, por favor. No grites más. Sólo te pido eso. Ella no te hará daño, y si me dejas explicarte…
-¿Por qué has metido a un animal salvaje en nuestra cabaña, Alec? Debería estar con los demás, donde puedan atenderla los veterinarios, y… donde podamos dormir tranquilos-añadió también en voz más baja. Nala le dio un arañazo al armario y se volvió con pies cansados hacia el otro extremo de la habitación. Parecía desesperada, o quizá cansada. Se había portado bien por la noche, cuando había entendido que no iba a hacerle daño, pero el día la había vuelto rebelde.
O quizá le dieran miedo los relámpagos y los truenos. Después de todo, los animales son mucho más sensibles que nosotros. Quizá estuviera enfadada por ellos.
Me bajé de la cama y miré a Luca de nuevo.
-Ha perdido a su madre.
Luca frunció ligeramente los labios, disgustado, y yo pensé que podíamos trabajar con eso.
-No podía dejarla sola para que muriera. Tiene pinta de ser muy joven.
-Eso no responde a la pregunta de por qué no la has llevado con los demás animales. Tenemos cachorros en el veterinario-hizo un gesto con la cabeza en dirección al edificio en el que los animales recibían su tratamiento antes de ser reintroducidos a la sabana-, ¿qué la hace especial?
Nala se dio la vuelta para mirarme y erizó los pelos del lomo cuando me vio acercarme. Lanzó una dentellada de advertencia hacia mi mano, pero ya me había marcado antes y no pensaba dejar que siguiera así de irritable por no tener contacto. Tenía que intentarlo.
Así que la cogí por las patas traseras e, ignorando el resquemor en la herida que me había abierto en la mano y sus siseos y bufidos ofendidos, me la llevé a mi cama y me senté con ella en mi regazo. Nala miró un momento a Luca con sus ojos grandísimos, y después, a mí. Rascarle entre las orejas le debió de parecer una buena ofrenda de paz, porque cuando volvió a mirar a Luca, lo hizo con unos ojos somnolientos que supe que serían nuestra principal baza para convencer a mi amigo.
-Está sana.
Nala agitó la oreja, seguramente acusando la presencia de alguna mosca que los demás no podíamos notar, y bostezó sonoramente. Luca abrió la boca para contestar, pero en ese momento se abrió la puerta de nuestra cabaña y Perséfone se coló por la rendija. Se apartó el pelo empapado de la cara y suspiró. Nala levantó la vista y la observó, olisqueando el aire en su dirección. Se revolvió en mi regazo cuando reconoció el olor de Pers, que puso mala cara cuando se acercó a mí, cargando con una bandolera de color oscuro por la lluvia.
-No deberías estar cogiéndola con la herida todavía abierta. Está sucia.
-Luca estaba histérico y la estaba poniendo nerviosa. Mi regazo le relaja.
Perséfone extendió la mano y yo la imité; se sentó a mi lado y observó la herida antes de empapar una gasa en mercromina. Di un respingo cuando la colocó contra mi mano, pues el líquido estaba helado, pero Perséfone me ordenó en griego que dejara de ser tan quejica y lo hice en el acto, más por puro orgullo que por otra cosa. La verdad es que tenía cosas de las que quejarme.
Cuando Pers terminó de limpiarme la herida se sacó un biberón de la bandolera y me lo tendió.
-He pensado que igual tenía hambre. Valeria está esperando a los últimos convoyes, así que tenemos un poco de tranquilidad antes de que se acuerde de que te has comportado de forma muy rara y venga a investigar.
-Dejadme adivinar-cortó Luca mientras yo le sonreía a Perséfone por el detallazo que acababa de tener, la ideaza del milenio, y acercaba la tetilla del biberón a Nala, que la observó con desconfianza-: Valeria no sabe lo que os traéis entre manos. Para variar.
-No podemos tener animales sanos en el campamento. Nala es básicamente una mascota-explicó Perséfone.
-No es una mascota-repliqué yo-. Es huérfana. Su madre murió durante la tormenta, y si la dejábamos allí, se moriría.
-Vale, ¿y cómo vamos a cuidarla sin que nadie se entere?-preguntó Luca, y yo lo miré con esperanzas.
-¿Vas a ayudarnos?
-Claro. Esa cosita peluda es básicamente mi hija, aunque me haya dado un susto de muerte cuando la has traído. A veces no sé por qué coño eres tan dramático, Alec; si me hubieras dicho que tenías un león en la mochila antes de entrar como si estuvieras traficando con algún rinoceronte por fascículos no me habrían dado los tres infartos que me han dado, stronzo-protestó Luca, y yo sonreí.
-Quería prepararte para que no me dijeras que no a quedárnosla.
-¿Y cruzar de nuevo la sabana con este temporal para que la devuelvas donde la recogiste? No, grazie-Luca parecía más tranquilo ahora que había visto que, de momento, a Nala no le interesaba su carne de la Emilia-Romaña. Se revolvió en la cama y se pasó las manos por las piernas, los ojos puestos en Nala y en cómo bebía con entusiasmo del biberón. Miró a Perséfone, y luego, de nuevo a mí-. ¿Qué se supone que vamos a hacer con ella?-preguntó en un tono que denotaba más preocupación y menos escepticismo, y que me hizo darme cuenta de que puede que me necesitaran en casa, pero también me necesitaban aquí.
Pues claro que Jordan me echaría de menos, pero ahora era el momento de Luca.
Puse a Nala boca arriba para que pudiera beber mejor, y recibió la postura con entusiasmo. Extendió las garras mientras bebía, mostrándomelas en un gesto no de amenaza, sino de felicidad absoluta. Incluso me atreví a darle un beso en la frente, aunque me gané un rugido por mi osadía. Vale, de momento los besos quedaban descartados. Límites. No pasaba nada. Me había pasado la vida bailando en los límites que Sabrae había marcado para mí, redefiniéndolos y acomodándome a ellos cuando se mostraban inamovibles. Podía con los de Nala, a la que estaba seguro que me ganaría en el tiempo que tuviéramos juntos.
Perséfone y yo intercambiamos una mirada. No iba a ser sencillo mantenerla oculta de Valeria mientras no estuviéramos, pero colarla en los viajes sólo haría que nos la jugáramos cada vez que regresáramos y quisiéramos traerla de vuelta a la cabaña. Ninguno de los planes que pudiéramos idear sería perfecto, pero al menos tenía la tranquilidad de que había dos personas más con las que podía hablar del asunto y que sabía que me entenderían. Lo bueno de Perséfone era que me conocía desde hacía tanto tiempo como Sabrae o Jordan, y que tenía la misma confianza conmigo que podía tener mi chica.
Lo malo era que si discutíamos no lo resolveríamos con un polvo, así que tendríamos que ser más prudentes peleándonos…
… claro que nos habíamos peleado lo suficiente como para conocer las líneas rojas del otro, y nos queríamos y respetábamos lo suficiente para no atravesarlas.
En cambio, con Luca aún iba dando un poco palos de ciego, pero me estaba demostrando que estaba dispuesto a estar ahí para mí si yo le necesitaba. Y lo hacía, y mucho. Decidiéramos lo que decidiéramos, su colaboración era fundamental. Tanto si se quedaba cuidando de Nala cuando Perséfone y yo nos fuéramos, como si sólo me ayudaba a esconderla mientras estábamos en el campamento y no en la sabana, era un aliado al que simplemente no podía renunciar.
-Aún no lo hemos decidido-respondí mirando a Perséfone, que alzó una ceja y me dedicó una media sonrisa.
-¿Hemos?-repitió-. ¿Tenemos un compromiso firme como si tuviéramos un hijo, extranjero?
-Quién te iba a decir a ti que tu follamigo de verano iba a terminar haciéndote un bombo sin bombo, ¿eh?-le di un empujoncito con el hombro y luego me puse serio cuando Nala se revolvió en mi regazo, buscando un mejor ángulo con el que terminar de vaciar el biberón. Se me encogió un poco el estómago al darme cuenta de que no sabía cuánta leche necesitaba tomar, y con cuánta asiduidad.
-No voy a morder el anzuelo y decirte que tú eras más que mi follamigo de verano-respondió, apartándose la coleta del hombro de forma que me azotara en la cara en el proceso-. Tienes el ego lo bastante grande ya como para que te dé ese gusto.
-Tú me salvaste, Pers-le recordé, y a ella se le humedecieron los ojos al tener que pensar al fin en aquello que llevaba evitando el día entero: qué habría pasado si no hubiera luchado por mí con uñas y dientes como lo hizo. Qué les diría a mi madre y a Sabrae cuando tuviera que viajar a Inglaterra y conocer a mi novia en la peor de las circunstancias.
Cómo podría vivir sabiendo que no había llegado a tiempo para salvarme, después de que yo la hubiera salvado a ella tantas veces que ya no podíamos contarlas.
-Nala es tan tuya como mía. Es nuestra responsabilidad. De los dos. De los tres-añadí, mirando a Luca-, si la aceptas.
Luca asintió con la cabeza y subió un pie a la cama. Se llevó una mano a la cara y se mordisqueó el pulgar.
-¿Valeria os ha dicho que se avecina una buena y que quiere que durmamos todos en el comedor para asegurarse de que estamos bien?-cuando asentimos, Luca asintió también, pensativo-. Vale. Porque no sé cómo vamos a mantener a Nala lejos de ella para que no se entere de que está aquí, a no ser… que la dejemos sola.
-No vamos a dejarla sola-sentencié, y él asintió de nuevo con la cabeza.
-Ya me parecía. ¿Qué sugieres?
Pero estaba totalmente pez. No podía sugerir nada porque no se me ocurría nada. Miré a Perséfone, que también negó con la cabeza; cuando los dos nos giramos para mirar a Luca, se encogió de hombros y se mordió el labio.
-Creo que tengo una idea… pero no sé si os gustará.
-Mejor que nada…-suspiró Perséfone, y yo le rasqué la barriga a Nala, que se quedó dormida en mis brazos. Si ya no podía ni concebir el dejarla sola, imagínate ahora que volvía a ser un animalito dócil y dulce entre mis brazos, una criatura inofensiva e indefensa que dependía totalmente de mí.
-¿Qué pasa si les decimos a los demás que habéis traído a una leoncita?-propuso él-. Cuanta más gente lo sepa, más fácil nos sería turnarnos para cuidarla sin que Valeria se enterara.
-Sí, y también sería más fácil que alguien se fuera de la lengua-respondí, y un trueno restalló en el cielo, haciendo que Nala abriera los ojos y se encogiera un poco en mi regazo. Se echó a temblar, pero se tranquilizó cuando Perséfone le acarició el morro y le deslizó los dedos entre las orejas. Cerró de nuevo los ojos, estiró las patas y lanzó un profundo bostezo antes de enroscarse de nuevo sobre mi regazo y convertirse en un rollito adorable.
-No podemos ocultárselo a todo el campamento, y creo que los demás lo entenderán y nos guardarán el secreto si les decimos lo que ha pasado.
-¿No has oído eso de que “dos pueden guardar un secreto si uno de ellos está muerto”?-pregunté, y Luca entrecerró los ojos.
-¿Tu hermana también veía Pequeñas mentirosas?
-Eh… algo así-respondí; si le contaba que Jordan y yo nos habíamos topado con la serie una tarde de aburrimiento parecida a esta, en la que la noche era demasiado fría para hacer nada que requiriera salir a la intemperie, y nos habíamos terminado enganchando a la trama hasta tal punto que nos habíamos visto la serie entera en menos de una semana (con la correspondiente denuncia a la ficha en HBO cuando vimos la mierda de final que tenía), Luca se estaría descojonando de mí mucho más allá del final del voluntariado. Adiós a la poca reputación que me quedaba en el campamento-. Pero mi argumento se mantiene. Ya viste lo que les pasaba a las mentirosas; cuantas más personas supieran lo que más les dolía, más motivos tenían para sufrir.
-El guión de esa serie era un puto cuadro, Alec.
-En eso estamos de acuerdo, pero al menos tienes que reconocer que decirles a los demás lo que tenemos en la cabaña sólo serviría para que pudieran irle con el cuento a Valeria cuando tuviéramos un problema con alguien. Y somos tres, no sólo uno. Y tú sueles meterte en movidas.
-¿Io?-espetó Luca, llevándose una mano al pecho en tono ofendido, y yo asentí con la cabeza.
-Sí, tío. A ver, yo soy un bocazas, pero no me peleo con los demás como lo haces tú. O sea… no digo que busques pelea ni nada, pero eres demasiado picaflor para que no termines liándonosla.
-No puedo creerme que hayas llamado a nadie “picaflor” con el currículum que tienes-se rió Perséfone mientras sacudía la cabeza.
-Sí, bueno, hablo con conocimiento de causa-sentencié-. Precisamente por el currículum que tengo sé que por un desliz de un segundo se pueden joder años de esfuerzo-yo nunca me había ido de la lengua con nada realmente importante de mis amigos, pero sospechaba que era más una cuestión de potra que de habilidad. Mis meteduras de pata eran legendarias, aunque la sangre nunca había llegado al río en lo que respectaba a mi lengua. En cambio, me daba la sensación de que Luca no paraba de pifiarla en su Italia natal, y yo no estaba para ir limpiando el rastro de cadáveres que de seguro iba dejando allí como si de una película de mafiosos se tratara. Me volví hacia el italiano-. Y cuanta más gente sepa lo de Nala, más papeletas tendremos para que pase ese desliz.
-Será más difícil ocultarla de todos los demás si nadie sabe nada de que está aquí, que sólo de Valeria. Valeria sólo es una persona-Luca se cruzó de brazos, enfurruñado-, en cambio, los demás…
Puse los ojos en blanco. ¿Es que siempre iba a tener que lidiar con gente cabezota? Estaba empezando a preguntarme si tenía un imán para ellos.
-Lo siento, tío, pero no podemos arriesgarnos-sacudí la cabeza y me encogí de hombros, impotente. Luca apretó los suyos y clavó la mirada en Nala. Por el gesto de determinación que se le formó en la cara, pensé que iba a arrebatármela del regazo, correr con ella hacia la lluvia y levantarla sobre su cabeza como en la escena inicial de El Rey León. Por la forma en que me miró, me di cuenta de que no andaba tan desencaminado en mis elucubraciones. Por primera vez desde que nos conocíamos, Luca me estaba evaluando, decidiendo si era un oponente digno de recibir esa denominación o si, por el contrario, yo era una batalla en la que más le valía no meterse, porque no tendría posibilidades de ganar.
Sergei decía que cuando se me metía algo entre ceja y ceja no había quien me parara, y que eso era genial y a la vez lo peor que podía pasarle a un boxeador: genial, porque pocas cosas se interpondrían entre mi meta y yo; y lo peor, porque esas pocas cosas tenían relación estrecha con la muerte. Ninguno de los dos había considerado jamás la posibilidad de que yo me retirara sin la gloria del oro; de ahí que me hubiera costado tanto tomar la decisión y que mi madre hubiera sufrido como lo hizo hasta conseguir sacarme de la cabeza lo de ganarme la vida boxeando, pasar a la historia no como un error sino como alguien que había sabido resurgir de sus cenizas como el ave fénix y que le había compensado la vergüenza y el dolor que había pasado mi madre por mi culpa con el orgullo de tener un hijo que pasaría a la historia de uno de los deportes más nobles que existían, donde no dependías de la suerte, sino de tu talento y de la talla de tu rival.
Puede que me hubiera retirado subcampeón y puede que hubiera tenido que conformarme con la plata, pero si algo había descubierto de mí a lo largo del último año era que el boxeo no me definía. Que yo podía triunfar más allá de mis puños. Que nadie me quitaría nada que yo no le dejara quitarme, y que me merecería todo lo que yo deseara, y que no tendría más que alargar la mano y cogerlo.
A Sabrae le había costado sangre, sudor y lágrimas hacérmelo entender, pero por fin lo había logrado. Y ahora, allí estaba yo: a miles y miles de kilómetros de ella y de todos los que me importaban, prometiendo de nuevo pelea incluso cuando ya no tenía el aliciente de que fueran a verme y a venerarme. Esto era más importante que toda esa mierda. Se trataba de la pequeñita que tenía entre mis brazos, a la que protegería con fiereza hasta que pudiera cuidarse sola.
Como mamá había hecho conmigo. Como Sabrae había hecho conmigo.
Luca terminó de evaluar los riesgos bajo la atenta mirada de Perséfone, cuyos ojos bailaban entre él y yo, y finalmente hundió los hombros, derrotado. Parte de la adrenalina que me había inundado el torrente sanguíneo se diluyó, dejándome sumido en una sensación de vacío y frío a la que no había terminado de acostumbrarme del todo, a pesar del tiempo que hacía que había dejado de necesitar la adrenalina para sobrevivir.
Entonces, Luca posó los ojos en Perséfone y alzó una ceja.
-¿Cómo lo ves tú, Pers?-preguntó, y yo también alcé una ceja. No lo había escuchado llamarla así de mí nunca: prefería apelativos cariñosos y genéricos que la volvían loca (y puede que por eso los usara). Me molestó que intentara hacer equipito, la verdad, pero confiaba en que Pers…
-Yo no lo veo tan mala idea-respondió ella, mirándome con expresión culpable. ¡Lo que le correspondía a la situación! ¡Traidora!
-¿Qué?-dije.
-Luca tiene razón. No podemos ocultarla de todos los demás. Si estuvieran en el ajo, sería mucho más fácil…
-Vale, ¿y qué sugieres que hagamos? ¿Les obligamos a firmar un acuerdo de confidencialidad que se sujete a los tribunales de Inglaterra o de Grecia? Porque sabe Dios cómo está la justicia aquí, y seguro que tardamos una eternidad en conseguir que nos indemnicen por vender a Nala…
-No tienen por qué venderla-respondió Pers, poniéndome una mano en el brazo-. Pueden quererla como ya lo hacemos los tres. Querrán cuidarla nada más verla, igual que te pasó a ti.
-Sí, claro-puse los ojos en blanco y aparté la mirada, pero Perséfone me tomó de la mandíbula y me obligó a volver la cabeza hacia ella.
-Escucha. Sé que siempre te ha gustado ocuparte de los demás y de ti, y que te cuesta muchísimo delegar lo que crees que es la razón principal de tu existencia, pero no tiene por qué ser así, Al. Tú valdrías lo mismo independientemente de la gente a la que lograras proteger, y tratando de abarcarlo todo lo único que consigues es hacer un daño innecesario-cómo me jodía que siempre fuera capaz de dar en el clavo conmigo. Era como si tuviera línea directa con mi corazón y con mis miedos. Creo que eso era una de las cosas que más me habían llamado la atención de ella: al contrario que los demás en Grecia, Perséfone veía más allá de mi sarcasmo y era capaz de distinguir y deshojar mis defectos y mis miedos como si fueran hojas de una margarita. Ella había sido la primera en conseguir que yo me sintiera bien, o, por lo menos, que bajara la guardia lo suficiente como para empezar a disfrutar.
En cierto modo me había dado la prueba de ese festín del que disfrutaba con Sabrae, y lamenté todo lo que había pasado entre ellas en Mykonos y aquí, en Nechisar, porque creo de verdad que podrían haber sido grandes amigas. Creo que se habrían llevado muy bien. Creo que Sabrae le habría estado agradecida por mantenerme a flote, y Perséfone adoraría a Sabrae por haber sido capaz de terminar el trabajo que ella había empezado y sacarme de la tormenta.
En cambio, aquí estábamos: con Perséfone y Sabrae en dos polos opuestos del mundo, la primera condenada a echarme de menos hasta el final de sus días cuando yo regresara a casa; la segunda despertándose por las noches y encogiéndose por el miedo que le daba vivir a su sombra. Como si Sabrae no fuera luz, o Pers, ese rinconcito de paz de tu lugar de vacaciones, tu hogar en el extranjero, lo conocido entre lo que todavía te quedaba por descubrir.
Odiaba mis inseguridades, pero también las quería por las oportunidades que les brindaban a ellas de recordarme que no eran verdad, y que había gente que me quería.
-No le vas a fallar-me aseguró Perséfone, poniéndome una mano en el brazo con el que estaba rodeando a Nala-. Todo va a salir bien. Podemos ir presentándosela a los demás poco a poco, hacer que la quieran, y que juren defenderla si con eso te quedas más tranquilo. Podemos confiar en que nos robará el corazón a todos por igual. Si a ti te bastó con un segundo en la oscuridad, cuando apenas podías verla, ¿qué no podrá hacer ella así enroscadita, siendo preciosísima y monísima y lindísima?-inquirió, bajando la vista hacia Nala, que ahora dormitaba en mis brazos y de vez en cuando entreabría los ojos somnolientos, como si supiera que estábamos hablando de ella y no quisiera perderse la conversación. Me invadió una sensación intensísima de fiereza que conocía de sobra: la primera vez que la había sentido fue cuando cogí en brazos a Mimi recién nacida.
Estaba en modo hermano mayor, y no me importaba admitirlo.
-A ti te bastó con un segundo-insistió Perséfone-, y te jugaste la vida por ella. Los demás sólo tienen que estar callados, y sacarían mucho más. Podrían jugar con ella, disfrutar de su compañía, del privilegio de cuidarla y de verla crecer y considerarla un poco suya.
La verdad es que ni siquiera sabía sí quería compartirla, me di cuenta con egoísmo.
-Unos minutos serán suficientes-susurró Perséfone, como si no quisiera despertarla. La respiración de Nala era profunda, un solo tranquilizador de viento sobre el repiqueteo salvaje de la lluvia al otro lado de la ventana. Me iba la cabeza a toda velocidad mientras evaluaba riesgos, calculaba trayectorias, entretejía estrategias.
Había demasiadas variables, tantas cosas que podían salir mal…
-Son buenas personas-intervino Luca-. No estarían aquí de no ser así.
Como si ése fuera su pie, unos golpes en la puerta hicieron que nos pusiéramos en pie de un brinco. Perséfone y Luca se acercaron a mí, dispuestos a ocultar a Nala de quien fuera que estuviera al otro lado.
Sólo era Deborah, la compañera de cabaña de Perséfone, que venía a ver qué tal había ido la travesía a través de la tormenta y ponerse al día con nuestra amiga. Perséfone me miró con gesto suplicante, y yo suspiré, aunque sabía que no podía decirle que no. Después de todo, Deborah era su Luca, y no era justo que yo pudiera cuidar de Nala sin preocuparme de que mi compañero me pillara y ella tuviera que medir sus palabras y pasarse la vida inventando excusas.
Así que asentí con la cabeza y Perséfone se acercó a Deborah, que se fundió con ella en un abrazo estrechísimo cargado de amor, preocupación, y alivio.
-Tenemos algo que contarte, pero nos tienes que guardar el secreto-dijo, y Deborah abrió muchísimo los ojos y luchó por mantener la boca cerrada mientras sus ojos saltaban de Perséfone a mí como una rana en una charca.
-Tía…
-No está embarazada-adelanté-. Por si no te has enterado, estoy enamorado y eso me convierte en básicamente impotente.
-No le hagas caso-Perséfone puso los ojos en blanco-. No es impotente.
-Eso te lo haría todo un poco más fácil, ¿eh, nena?-la pinché, y Perséfone puso los ojos de nuevo en blanco.
Y, entonces, incliné ligeramente los brazos para atraer la atención de Deborah hacia ellos. Deborah se puso pálida un segundo; después, roja como un tomate. Y, luego, una sonrisa radiante, amplísima y feliz le atravesó la boca.
-¿Y esta cosita?-preguntó, dando un par de pasos cautelosos hacia nosotros, como si no pudiera soportar la distancia entre ellas y, a la vez, tampoco quisiera arriesgarse a despertar a la pequeña.
-Se llama Nala. Alec la encontró anoche, y la hemos adoptado. Estaba sola en la sabana.
-Oh, pobrecita-gimoteó Deborah, estirando un dedo hacia ella. Luego, levantó la vista y la clavó en mí, haciendo oficial que yo respondía por ella-. ¿Puedo?
-Claro. Si ella te deja…-añadí, y cuando Deborah le pasó los dedos por la cabeza a Nala, soltó una risita.
Y yo me tranquilicé un poco. Puede que Luca y Pers tuvieran razón, y a Nala no le hiciera falta nada más que simplemente existir para que todo el mundo se pusiera de su parte. Puede que pudiéramos contárselo a los demás.
-Deb, tienes que prometernos que no le dirás nada a nadie sobre Nala-le pidió Perséfone, y Deborah asintió con la cabeza.
-Claro.
-No-repliqué yo.
-¿No?-preguntó Luca.
-No-asentí con la cabeza-. Vamos a contárselo a los demás. A todos. Necesitamos que nos ayudéis a esconderla de Valeria. No va a dejar que nos la quedemos si se entera de que la tenemos, porque está sana. Así que la única forma de que Nala se quede y pueda crecer con nosotros, es evitando a toda costa que su presencia llegue a oídos de Valeria.
Deborah me miró con la determinación de quien no tiene nada que perder.
-Yo misma le arrancaré los oídos de la cabeza con tal de que no se entere de que esta preciosidad está aquí, descuida.
-Va en serio, Deborah-dijo Luca-. Es nuestra responsabilidad.
-Lo sé. Y yo también voy en serio. Valeria no se la llevará-me prometió, decidida. No me di cuenta de que había algo oprimiéndome el pecho hasta que Deborah no opuso resistencia a cuidar de Nala en secreto.
Y así, sin más, una pieza que yo no sabía que estaba suelta encajó en un hueco vacío de mí que ni sabía que tenía. No fue hasta entonces cuando me di cuenta de que Etiopía no sólo suponía estar lejos de mi novia, de mi familia, de mis amigos. También me había sacado de mi lugar en el mundo y me había puesto como un peón en un nuevo tablero de ajedrez.
No sólo no tenía a Bey, a Jordan, a Tam, a Karlie, a Logan, a Max, a Tommy y a Scott conmigo. Tampoco tenía a los Nueve de Siempre conmigo, tampoco tenía un lugar en el que refugiarme y un papel definido en el que relajarme. No tenía a mi comunidad conmigo.
Y ahora, la acababa de crear. Mis compañeros de voluntariado habían pasado de ser simplemente mis vecinos y amigos a algo más: partes de mí, pedacitos de mi alma esparcidos por ahí, igual que también lo estaban en Inglaterra. Me habían concedido el don de la ubicuidad cuando se suponía que me estaba vedado, y a mí, que me encantaba ver mundo, no había nada que me gustara más que poder estar en todas partes y en ninguna a la vez.
Mientras por nuestra cabaña desfilaban de forma más o menos disimulada todos nuestros compañeros, atraídos por un secreto que sólo se revelaba entre las cuatro paredes que nos pertenecían a Luca y a mí, esa sensación de tranquilidad se fue expandiendo por mi cuerpo que finalmente lo ocupó todo en mí, colmándome y haciéndome feliz como no me había dado cuenta de que podía serlo a pesar de estar a miles de kilómetros de Sabrae.
Nala fue la razón de que yo encontrara mi lugar en Etiopía, la respuesta a esa pregunta que yo no sabía que llevaba años haciéndome, y que había empezado a buscar como atraído por el canto de una sirena en la parte de atrás de mi cabeza cuando empecé a informarme sobre lo que podría hacer este verano.
Mientras la tormenta se acentuaba cada vez más y más y yo mostraba a Nala a mis compañeros como la reina orgullosa que por fin le ha dado un heredero a su esposo, la dicha no dejaba de crecer en mi interior.
Era feliz por haber encontrado mi sitio hasta en un continente distinto al que consideraba mi hogar.
Y era feliz por haber encontrado una compañera que sabía que yo tenía que estar aquí, incluso aunque mi ausencia le doliera en lo más profundo del alma, porque había heridas que ni ella misma podía curarme. Sólo me correspondía sanar a mí.
Nunca pensé que podría explotar de amor por Sabrae sin tenerla delante, sin estar a su lado, sin tocarla ni olerla u oírla o probarla. Y, sin embargo, con Nala en brazos, a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros de Sabrae, con una tormenta rugiendo sobre mi cabeza y decenas de promesas de discreción rondándome como luciérnagas a una noche de verano, el sudor de las pesadillas en las que la perdía todavía ensuciándome la piel, fue exactamente eso lo que me pasó: exploté de amor por ella.
Ojalá estuviera conmigo para ver cómo me convertía en el hombre que ella siempre supo que iba a ser. El hombre que disfrutaría cada noche antes de dormirse, y cada mañana nada más levantarse.
Claro
que puede que, si ella estuviera conmigo, yo no habría llegado hasta este
punto. Como ella me había dicho hacía meses, necesitábamos tener nuestra propia
historia, ser nuestras propias personas, antes de ser del otro definitivamente.
Por suerte, mientras tanto teníamos las cartas.
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Por dios adoro como se ha convertido y se va a convertir en misión de todos cuidar de Nala cueste lo que cueste. Me muero con lo enamorado que está Alec de ella y estoy deseando leer los momentitos que tengan y cuando Saab la conozca.
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