¡Hola, flor! De nuevo te hablo con mi voz, y no con la de Sabrae o
Alec, en este año en el que abundan los mensajes, pero no así los capítulos.
Quería pasarme una vez más para darte las gracias por tu apoyo y tu paciencia
esperando por estos caps y, a pesar de lo que se hacen de rogar, permaneciendo
aquí tanto tiempo. Hoy especialmente, y quizá más que nunca, ya que no sólo es
el Día del Libro, el octavo cumpleaños de Scott y el octavo aniversario también
de Sabrae, sino también el primer año
en el que no dejo que mis miedos por la continuidad de la novela me dominen y
me permito tomarme un tiempo de descanso que, la verdad, me hace mucha falta.
Sé que lo hago en detrimento del lector, que preferiría que la historia
continuara todas las semanas, pero créeme si te digo que si por algo estoy
agradecida este año es, precisamente, por haber permitido que me diera cuenta
de que Sabrae es mi casa y que, por
mucho que me pase viajando por el mundo y reconciliándome con los sábados (y, a
veces, también con los domingos), al final siempre me entran ganas de volver a
casa y descansar de una manera distinta, pero igual de terapéutica. Lo mejor de
este 2025 es, sin duda, que he vuelto a soñar despierta con Sabrae y Alec como
lo hice en su momento con Scott y con Eleanor, con Louis y Eri antes que ellos,
o incluso con ellos mismos al principio de esta novela. Puede que me suponga
esfuerzo, que a veces tenga que “ponerme” y “forzar” la inspiración (la frase
de “la inspiración tiene que encontrarte trabajando” no podría ser más bonita
y, a la vez, acertada), pero se ve recompensado por la sensación de asombro y
orgullo cuando releo algún capítulo antes de dormir. Han pasado 8 años desde
que subí ese primer capítulo cuyo inicio no puede enorgullecerme más, y sin
embargo todavía me sigo sorprendiendo con las cosas que releo; espero que no
quede demasiado pretencioso decir que me encantan algunas de mis frases, porque
así es.
Y si hay alguien a quien tengo que agradecerle que las siga escribiendo es a ti, que año tras año sigues ahí; puede que no desde siempre, o puede que te vayas en algún momento, pero que sepas que, si estos ocho años han sido especiales y todavía me acuesto sonriendo, es, en parte, gracias a ti. Porque una historia sin lector es como una noche nublada; técnicamente, no hay sol, y sin embargo la falta de la luna y las estrellas le quita parte de su esencia.
Así que muchísimas gracias, de corazón. Por tu apoyo, por tu paciencia, por tu comprensión, y por tus oídos. Gracias por ser tú también la voz con la que Sabrae y Alec hablan, por ser los ojos con los que ven, por ser los dedos con los que tocan. Gracias por acompañarme en la increíble oportunidad que es contar su historia. Y gracias por seguir ahí, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año; sobre todo en éste, en el que no somos tantos y no podremos celebrar esta semana y media que se acerca como se merece (empiezo mi temporada de exámenes con uno el día 26, cumpleaños de Saab, y tampoco podré escribir nada para el día 1 de mayo, que es su cumpleadopción, así que la carestía suma y sigue). No obstante, quiero compensarte por esta paciencia que te estoy pidiendo con una pequeña sorpresa… ¡Luna!
Y si hay alguien a quien tengo que agradecerle que las siga escribiendo es a ti, que año tras año sigues ahí; puede que no desde siempre, o puede que te vayas en algún momento, pero que sepas que, si estos ocho años han sido especiales y todavía me acuesto sonriendo, es, en parte, gracias a ti. Porque una historia sin lector es como una noche nublada; técnicamente, no hay sol, y sin embargo la falta de la luna y las estrellas le quita parte de su esencia.
Así que muchísimas gracias, de corazón. Por tu apoyo, por tu paciencia, por tu comprensión, y por tus oídos. Gracias por ser tú también la voz con la que Sabrae y Alec hablan, por ser los ojos con los que ven, por ser los dedos con los que tocan. Gracias por acompañarme en la increíble oportunidad que es contar su historia. Y gracias por seguir ahí, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año; sobre todo en éste, en el que no somos tantos y no podremos celebrar esta semana y media que se acerca como se merece (empiezo mi temporada de exámenes con uno el día 26, cumpleaños de Saab, y tampoco podré escribir nada para el día 1 de mayo, que es su cumpleadopción, así que la carestía suma y sigue). No obstante, quiero compensarte por esta paciencia que te estoy pidiendo con una pequeña sorpresa… ¡Luna!
Me he pasado de nuevo escribiendo, algo a lo que ya estarás acostumbrada precisamente por el tiempo que llevamos juntas, por lo que, después de varios meses pensándolo y de lo bien que me ha coincidido esta fecha, he decidido que finalmente Sol no sea la penúltima parte de Sabrae (aunque no me resisto a confesarte que llevo un tiempo con un as en la manga que tardaré en enseñarte, jijiji). En origen, Gugulethu iba a abarcar toda la parte del voluntariado de Alec, pero como se me quedó demasiado larga la parte antes de irse, pensé que lo mejor sería dividir la novela y tener una parte específica de Alec en África. Pues bien, como todavía tengo pensado que pasen muchas cosas (como habrás deducido del final del último cap), también me he dado cuenta de que queda más orgánica una nueva división de la historia que en origen iba a ser Sol, pues podría llegar un punto en el que pensara en saltarme cosas para no abusar de la longitud de la novela (aunque no lo parezca, a veces me fastidia un poco lo larga que me está quedando, aunque se me pasa cuando pienso que cuanto más larga sea, más tendré conmigo a Sabrae y Alec). Además, también siento que hemos llegado a un punto de inflexión; aunque la novela lleva el nombre de Sabrae, siento que Alec lleva bastante tiempo acaparando el foco de atención, y ahora Saab va a reclamar lo que le pertenece. Por eso, el corazón me dicta que le dé una gemela natural que la complemente, y esa gemela no es otra que… ¡Luna, el segundo libro sobre la separación de Sabrae y Alec durante el voluntariado de él, y el complemento perfecto para Sol! Espero que te encante; yo estoy muy ilusionada con todo lo que nos espera. Dicho lo cual, ¡no me enrollo más!
¡Feliz Día del Libro, feliz octavo aniversario de Sabrae, y feliz cumpleaños para Scott! Nos vemos, con suerte, el 23 de mayo. ᵔᵕᵔ
¡Disfruta del cap, y de la nueva temporada… Luna! ❤
Hacía tanto que no la veía que me había acostumbrado al dolor de echarla de menos; tanto, que la convivencia había pasado a formar parte de mi rutina y siempre había algo por lo que echar la vista un poco por encima del horizonte, donde sabía que ella me esperaba.
Sólo que ahora ya no tenía que esperarme más de lo que mis piernas necesitaran para llevarme con ella, y, si me preguntas, estaban tardando demasiado.
Éstas no parecían las piernas que me habían tenido corriendo de acá para allá durante meses en la sabana, las que me habían sostenido mientras cargaba de un lado a otro con troncos de árboles y trepaba a las alturas para terminar los tejados. Siempre habían sido lo bastante fuertes, lo bastante rápidas, hasta ahora.
Claro que entonces siempre había tenido cosas que hacer, tiempo que ocupar, y no un objetivo concreto que alcanzar, como ahora.
Doblé la esquina de la calle en la que habíamos quedado, a medio camino entre mi casa y la suya, y apreté un poco más el paso cuando me pareció distinguirla ya esperando a las puertas del parque por el que tantas veces habíamos paseado, en el que habíamos sido tan felices, y empezó a dolerme el corazón. Estaba de espaldas a mí, con los brazos cruzados, un pie ligeramente alejado del resto de su cuerpo mientras observaba el camino por el que había venido, la cabeza girándose a derecha e izquierda y haciendo que sus preciosos rizos bailaran como una cascada de ébano en la que a mí me encantaba hundir los dedos.
Cuando escuchó mis pasos, por fin, se volvió para mirarme, y yo fui vagamente consciente de cómo me dolían las mejillas al sonreírle con la felicidad más absoluta. Me pregunté cómo había hecho para marcharme la primera vez hacía nueve meses, o cómo había hecho para volver a hacerlo hacía cinco, cuando sabía que no volvería a verla hasta el día de su cumpleaños, aunque finalmente no hubiera podido resistirme y me hubiera venido a casa un par de días antes. Seguramente no fuera capaz tampoco de irme cuando terminara su cumpleaños, pero eso eran problemas del Alec de dentro de unos días.
Ahora ni siquiera existía mi obligación de volver a Etiopía en una semana. Sólo existía mi preciosísima novia, de pie frente a mí de nuevo, después de tantos meses sin tenerla a mi alcance que no podía aguantar ni un segundo más.
Sabrae abrió la boca para decir algo, pero antes de que cualquier sonido pudiera salir de ella, mi cuerpo chocó contra el suyo y nuestros átomos se fundieron como las estrellas de dos galaxias en plena trayectoria de colisión.
Fue apoteósico. Todos esos meses pensando en ella cada segundo, echándola de menos, fantaseando con sus labios en los míos, el sabor de su lengua en la mía, sus curvas apretándose contra mis ángulos y el tiempo que pasaríamos metidos en mi habitación o en la suya, enredados entre las sábanas, escondiéndonos del mundo en el cuerpo del otro no se comparaban ni lo más mínimo a la sensación de tenerla de nuevo conmigo y estar juntos otra vez. A pesar de las semanas en las que el único consuelo que podía tener a esta sequía eran las gotitas de llovizna que me daban sus cartas, había sido capaz de sobrevivir a mi travesía por el desierto y ahora, por fin, estaba de nuevo bebiendo, y comiendo, y respirando.
Mi lengua acarició la suya mientras mis manos recorrían su cara, su mentón y su cuello, los dedos estirados sobre su piel para abarcar cuanto más, mejor. No me atrevía a moverlas por su cuerpo, como si fuera a desvanecerse como había hecho tantas veces en que había soñado que nos reencontrábamos. Di un paso hacia ella, pegándonos más aún, dejando que sintiera cómo mi cuerpo respondía al suyo y cómo mi miembro celebraba su cercanía con el mismo entusiasmo con el que lo hacía mi corazón. El consuelo que sentí en el roce de los pantalones, dándome un adelanto de lo que pronto disfrutaríamos, fue demasiado pobre.
Y también demasiado efímero.
Porque en ese momento Sabrae no gimió como hacía siempre que notaba lo físico de mis ganas de ella, lo hambriento que me tenía, lo dispuesto, lo ansioso; no suspiró como siempre hacía cuando se daba cuenta de que yo la había echado de menos igual que ella a mí.
Con la falta de ese sonido me di cuenta de que algo no iba bien; quizá fuera el shock que le producía verme de nuevo, cuando todavía no contaba conmigo hasta dentro de unos días. Pero el caso es que no estaba entregándose al beso como lo había hecho siempre, como lo había hecho en mis sueños, sino que… parecía… tolerarlo.
Sólo está flipando, nada más, intenté calmarme a mí mismo cuando reduje el ritmo para poder comprobar si eran imaginaciones mías, si mi propio entusiasmo estaba ocultando el suyo. Y...
… no. Déjame decirte que no era así.
Apenas estaba reaccionando a lo que yo le hacía, como si estuviera catatónica. Como si no le importara. Como si fuera una rutina.
Como si no le… apeteciera.
Me separé de ella lo justo para darle un poco de espacio para poder respirar, y traté de transmitirle la mayor calma posible cuando bromeé:
-¿Quieres que te pellizque para que te creas que estoy aquí?
Por favor, ríete, le supliqué. Por favor, sonríe, niega con la cabeza, abalánzate de nuevo hacia mí. Haz algo. Recuerda quiénes somos tú y yo cuando estamos juntos.
Sé la Saab que siempre has sido y a la que tanto he echado de menos.
Sin embargo, las cosas debían de estar tan mal que Saab no me escuchó. La conexión que habíamos forjado a lo largo de los meses en que habíamos compartido nuestro amor parecía haberse diluido por el tiempo de separación, hasta el punto de que ya no la sentía ahí, al otro lado del lazo dorado que nos unía, como me había pasado mientras estaba en Etiopía. Me pregunté si habríamos pasado tanto tiempo distanciados que el lazo se había dado de sí y ahora no podíamos sentir nuestra conexión estando tan cerca, como una goma que se estira y se estira y que termina no sirviendo para los nudos más pequeños.
Porque eso era lo que pasaba, ¿no? No estábamos en la misma onda porque habíamos tenido que sobrevivir a tanto tiempo separados.
Era eso. Tenía que ser eso. ¿Qué otra cosa podía ser?
Lejos de reírse, Sabrae dio un paso atrás mientras se mordía el labio. Exhaló aire por la nariz de forma sonora, como si estuviera intentando calmarse, y luego miró a un lado y a otro, lo cual me rompió un poco el corazón.
Después cruzó los brazos sobre su cintura, abrazándose a sí misma, y me lo rompió del todo. Incluso si no hubiera tenido mis sesiones de aprendizaje de lenguaje corporal con Claire, habría sabido de sobra lo que ese gesto implicaba. No había que ser ningún lumbrera para entenderlo, y a mí me sobraba experiencia en el tema de leer a las personas… a una en particular.
Estaba incómoda. Estaba incómoda estando conmigo. No sé qué coño había hecho para conseguir que estuviéramos así, pero sabía que no me lo perdonaría en la vida y que no sería capaz de superar esa sensación de impotencia absoluta al convertirme en algo que ella tuviera que soportar, en vez de disfrutar.
Saab se relamió los labios y luego se los mordió, pero no había nada juguetón en ese gesto.
Supe que no me perdonaría jamás por haber destrozado lo único que siempre había estado bien entre nosotros: incluso cuando no nos llevábamos bien, cuando ella no me soportaba, la parte más profunda de su ser sabía que podía confiar en mí. Que podía estar tranquila estando conmigo; que estaba a salvo. La vergüenza que había pasado en la playa hacía unos años, cuando había ido a buscarla mientras ella buscaba desesperada la parte de arriba de su bikini, no tenía nada que ver con que yo fuera yo sino más bien con que yo fuera un amigo de su hermano. La había pillado en un momento vulnerable, y sin embargo, cuando había conseguido sacar del agua lo que ella había estado buscando después de tanto rato esforzándome y me había dejado caer en la arena, agotado pero satisfecho, me había sentido mejor que nunca gracias a la forma en que Saab me miró: como si acabara de confirmarle algo que, en el fondo, ya sabía.
Siempre se había fiado de mí, incluso cuando me odiaba.
Sabrae me miró desde abajo y rápidamente apartó la vista, como si le diera vergüenza mirarme, como si no fuera yo el que tuviera que pedirle perdón por lo que sea que hubiera hecho y que nos hubiera hecho acabar así.
-Saab…-empecé, dando un paso hacia ella a pesar de que estaba claro que no quería tenerme cerca, pero… no podía evitarlo. Necesitaba arreglarlo. Necesitaba tocarla. Necesitaba que me dijera que simplemente estaba abrumada para poder dejar de imaginarme cosas que no tenían ninguna razón de ser. Yo siempre había sido su espacio seguro, ¿por qué iba a ponerla nerviosa ahora que había venido a verla para su cumpleaños?
Sabrae se abrazó de nuevo a sí misma, poniendo una barrera invisible entre ella y yo, y sacudió la cabeza.
-Yo… pensé que tendría un poco más de tiempo-confesó. Abrió los brazos, los dejó caer a su costado, y luego se rodeó la cintura con uno mientras se mordisqueaba una uña.
-¿Para qué?-pregunté con una voz que ni siquiera sentí mía, aunque conseguí que no sonara ni la milésima parte de desesperado que me sentía. Habla conmigo, nena. Dime qué he hecho y te juro que lo enmendaré.
Ella se mordió el labio y negó de nuevo con la cabeza.
-Saab, ¿qué pasa?-pregunté, y ella apartó la vista. Le cogí la mano-. Sabrae. Mírame. Soy yo. No tienes que preocuparte de nada. Estoy aquí. Estás a salvo.
Supongo que habían sido meses jodidos y que ella no me había querido decir nada para que no me preocupaba, pero ya podía imaginarme todo por lo que debía de haber pasado para que ahora estuviera así. Seguro que lo de Diana había escalado y había salpicado a todo el mundo a su alrededor, barriéndolo como si fuera un tsunami. Mi chica debía de haberse mantenido a flote a duras penas, y puede que se hubiera hecho la dura durante tanto tiempo que ya no recordara cómo quitarse la coraza a pesar de que era lo que más necesitaba. Quizá ni siquiera se permitiera pensar en si le apetecía.
El amor de mi vida levantó la vista y me dedicó una mirada suplicante que me desarmó por completo. No podía compararse ni con la de un cachorrito abandonado; si acaso, sería más bien la de la cría de león en peligro de extinción que sabe que es la última de su especie y que apela a la humanidad del cazador furtivo que le apunta con su fusil, implorándole que haga lo correcto, que no piense en su beneficio particular sino en todo lo que le quitará a la humanidad si sigue adelante.
Se me pasaron un millón de cosas por la cabeza antes de que ella me dijera que no sabía cómo decirme aquello: desde que había tenido otra salida de tono que internet no había querido perdonarle a que habían abusado de ella y le avergonzaba haber permitido que pasara, como si las víctimas de abuso tuvieran algún tipo de culpa; pasando, incluso, porque los anticonceptivos hubieran fallado en mi última visita, se hubiera quedado embarazada y lo hubiera abortado sin decirme nada para no estropear mi estúpido safari africano. Yo ni siquiera se lo reprocharía más allá de lo muchísimo que me enfadaría que pasara por eso sola, sin tenerme ahí para apoyarla.
En serio, se me pasaron mil historias por la cabeza, a cada cual peor que la anterior. Y fue precisamente la que no se me pasó por la cabeza la que salió de los labios de Sabrae.
-Es que… ya no es lo mismo para mí, Alec.
Era mil veces mejor que lo de la salida de tono, mil millones que lo del abuso, un millón que el embarazo no deseado. Y, sin embargo, creo que me dolió exactamente igual. Así de egoísta soy.
-¿Qué?-dije, sin aliento. Tenía las pulsaciones disparadas como si acabara de correr una maratón; ni siquiera en mi último combate de boxeo había tenido el corazón tan desbocado.
Después de todo, no me jugaba tanto como me estaba jugando ahora. ¿Qué es un titulucho comparado con el amor de la única mujer que existe?
Sabrae se relamió los labios de nuevo y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.
-Con todo lo que ha pasado… todos estos meses… después de lo de Diana he hablado mucho con mis padres porque…-me daba vueltas la cabeza, ya que esto sólo podía ir a un sitio si estaba tomando este rumbo, pero me obligué a respirar para no marearme y poder escucharla. Sólo si la escuchaba podría convencerla de que se equivocaba igual que la habían convencido sus padres de lo que fuera que pretendiera hacer-, bueno, ella no lo hacía mucho y… he podido ver su punto de vista… y creo que tienen razón. Cuidando de Diana me he dado cuenta de que me haces más bien que mal, Al. Tú estás ahí… yo estoy aquí… esto no puede funcionar.
-Pero voy a volver en unos meses-dije con la voz de un niño, pues así de desamparado me sentía. Sabrae tomó aire.
-Ya, pero… no sabes todo por lo que hemos pasado. Tú no estabas aquí, y yo te necesitaba, pero te prometí que sería fuerte, y… no sé. Necesitaba que tú te dieras cuenta de que hay promesas que no puedo cumplir. Las promesas no están grabadas en piedra, Al. No son inamovibles. A veces hay que saber reconocer que te has equivocado y rectificar a tiempo antes de que todo... se vuelva…-miró a un lado a mi derecha, buscando las palabras mientras yo intentaba por todos los medios no desintegrarme-, irreversible.
-No me habría importado volver. No me habría importado que me dijeras que… que no podías con esto. Lo único que quiero es estar contigo, Saab, y que tú estés bien. Es la única motivación que tengo en la vida. Si te he…
-Deberías haberte dado cuenta de que te necesitaba.
-Dijiste que nos vendría bien.
-A veces me equivoco-respondió, y se le llenaron los ojos de lágrimas-. No soy tan lista como tú crees. A veces creo que me tienes endiosada.
-Te aprecio más que a mi vida, y aun así eso no es ni la mitad de lo que tú te mereces.
¿A qué coño venía esto? Sabrae siempre había sido la persona más inteligente que había conocido. Pillaba las cosas al vuelo, siempre sabía ir más allá. Había sido capaz de poner nuestro bienestar futuro por delante de lo que verdaderamente nos apetecía, que era estar juntos. Había dicho que teníamos que vivir mil aventuras para poder estar seguros de que lo nuestro era real, de que nos habíamos elegido en lugar de quedarnos el uno con el otro por pura inercia.
-Alec…
-No… no lo entiendo. Recibí tu carta hace unos días, y todo iba bien. Si has estado pensándolo, ¿por qué no me lo has dicho? ¿Por qué no he notado nada?
-Quería decírtelo en persona.
-¿Decirme qué?
-No me parecía que hacerlo por carta, después de todo lo que has hecho por mí, fuera lo adecuado. Te debo al menos esto, aunque sólo sea por…
-¿Todo lo que he hecho? Sabrae, soy tu novio. Te quiero-Sabrae se estremeció; supongo que estaba recordando cómo se lo dije por primera vez, exactamente igual que ahora, como si fuera un arma arrojadiza, pero me daba igual. Me estaba jugando demasiado como para dejarme balas en la recámara-. No he hecho nada esperando que me dieras algo a cambio; todo lo que he hecho por ti me ha salido de dentro y no quiero ni que me des las gracias ni que te sientas en deuda conmigo…
-Pero lo estoy-respondió, y alzó la mandíbula con una determinación que bien podría confundirse con altivez-. Has hecho mucho por mí y yo siempre te estaré agradecida…
-¿Es que en estos meses has dejado de quererme?-pregunté en un cierto tono acusador que no debería emplear con ella, y por el que, sin embargo, no pensaba pedir perdón.
Y por la forma en que me miró y se puso un poco roja supe que no.
Que era algo peor.
Lo único en que yo no me había imaginado. Lo único que yo jamás le habría hecho, por mucho que mi ansiedad intentara convencerme de que era así.
Darle la puta patada en el estómago que te deja K.O. sin tirarte al suelo, que te aturde sin tocarte, que te hunde sin bajarte ni un centímetro la cara.
-Hay otro.
No era una pregunta, pero Sabrae asintió de todos modos. Y, sinceramente, yo estaba tan pillado y tenía tan poco amor propio que estaba dispuesto a hacer lo que me pidiera con tal de no perderla, y ella lo sabía. Lo había sabido siempre, por mucho que dijera que la que más pillada de los dos era ella: en realidad, los dos sabíamos que Sabrae me tenía comiendo de la palma de su mano y que todo lo que me propusiera a mí me parecería bien, sólo si me dejaba seguir estando con ella.
Así que si estaba haciendo lo que creo que estaba haciendo… era porque había ido a por el único al que yo le había trazado la línea roja.
-¿Es Hugo?
Sabrae me miró sin decir nada, aunque sus ojos daban gritos. Pero yo necesitaba escucharlo, necesitaba que me lo dijera. Mi estúpido corazón necesitaba oírlo, que le diera con un bate y lo hiciera añicos.
-Dímelo-le pedí, dando un paso hacia ella e invadiendo su espacio personal de una forma que podía parecer amenazante desde fuera, pero los dos sabíamos que era ella la que tenía todo el control-. Dímelo, Sabrae. Me dijiste que no me tenía que preocupar por él. Dímelo-la cogí por los hombros y Sabrae apartó la cara.
-Es bueno-dijo, como si aquello fuera algún tipo de explicación. Como si yo no lo fuera.
Joder. Se la había entregado en bandeja de plata a aquel imbécil por irme a hacer el subnormal en África, corriendo delante de las cebras como los españoles de los toros en los sanfermines.
-Él no te gusta como te gusto yo-le recordé, como si hubiera estado con ella los últimos meses. No tenía ni idea de lo que había hecho, podría haber venido directamente desde su casa y no haberme recogido en el aeropuerto por eso.
-Es seguro-respondió.
-No disfrutas-añadí. Me lo había contado mil veces, por eso sabía que yo le gustaba más que él. Porque él no había conseguido que le gustara el sexo como lo había hecho yo, no la había hecho descubrir ese mundo de placer que tenía entre las piernas y que tanto disfrutábamos visitando-. No sabe hacerte disfrutar.
Y algo en ella cambió, y yo supe que estaba jodido. Dejó de mirarme con lástima y pasó a mirarme con la fiereza que se reservaba para los demás.
Porque yo ahora era los demás.
-Lo sé. Pero es seguro. Después de todo lo que ha pasado, me quedo con un cariño aburrido antes que con un amor tormentoso, y eso es lo que tú me das, Alec. No me agarra del cuello, ni me enfrenta a mis padres. Puede que no me haga gemir como tú lo haces-sentenció, apartándose de mí y fulminándome con la mirada igual que lo había hecho hasta hacía un par de años-, pero sé que tampoco voy a llorar por él todo lo que he llorado por ti. Y sé que con él estoy a salvo. Él nunca me hará lo que tu padre le hacía a tu madre.
Y entonces escupió, con todo el veneno del mundo, ansiosa por hacerme daño y devolverme todo lo que le había hechos sufrir:
-Lo que puede que tú me hagas algún día.
No me di cuenta de que tenía un brazo rodeándome hasta que su dueña no se incorporó a mi lado, aunque bien podría estar en medio de un bombardeo, contando con las vueltas que me estaba dando la cabeza y lo fuerte que me martilleaba el corazón en los oídos.
A mi lado había una figura oscura, aunque no me preocupaba lo más mínimo: me daba más miedo lo que tenía dentro de la cabeza, porque de eso no podía esconderme. La figura se retorció a mi lado y encendió una luz.
Perséfone me miró como la madre asustada que toca a su hijo y descubre que está ardiendo.
-Al…-empezó, pero unos golpes rítmicos que se nos acercaban la interrumpieron y, antes de que pudiera decir nada más, la cremallera de la tienda de campaña que teníamos a nuestros pies se abrió, dejando a la vista la cara de Killian, contraída en una mueca de alerta preocupación.
-¿Se puede saber qué coño os pasa?-preguntó, y enfatizó sus palabras con un clic extraño que me costó situar. Era más propio de las tardes de videojuegos que nos pasábamos Jordan y yo cuando terminábamos los exámenes, teníamos un mal día, hacía más frío del que estábamos dispuestos a soportar o nos apetecía despotricar de nada en particular, no…
La sabana, pensé, y las piezas encajaron en mi cabeza como un extraño puzzle en el que las piezas caían en cascada de la caja y se situaban cada una en su lugar para ofrecer directamente y sin esfuerzo la vista completa. Estábamos en la sabana; Perséfone y yo compartíamos tienda de campaña, Killian estaba haciendo la primera guardia de la noche, para lo que estaba armado.
Y Sabrae y yo estábamos bien. Sabrae y yo estábamos bien. Sólo había sido una pesadilla; una asquerosamente realista, pero una pesadilla, después de todo.
¿O quizá una premonición?
-Alec estaba soñando-explicó Perséfone con una voz ronca que yo le había escuchado decenas de veces; su voz de Más Te Vale Hacer Que Me Corra Siete Veces Si Me Has Despertado De Mi Sueño Reparador, So Inútil.
Killian puso los ojos en blanco y toqueteó el seguro de su fusil automático. Exhaló un suspiro de exasperación que habría echado abajo hasta la casa de hormigón de los tres cerditos y se mordió los labios. Me miró un momento y luego hizo un sonido de ventosa con los labios mientras se inclinaba hacia atrás hasta quedar acuclillado, apoyándose en parte en el cañón del fusil.
-Os dije que nada de chorradas, que podíamos quedarnos en el campamento un día más para que él descansara… pero, ¡no!, los señoritos querían ir de excursión-gruñó y sacudió la cabeza.
-Se avecina un temporal-le recordó Perséfone-, Valeria dijo que cuantos más pudiéramos salir, mejor. Hacemos falta.
-Hacemos falta bien-sentenció Killian, y Perséfone me clavó las uñas en el hombro.
-Alec está bien. Sólo ha sido un sueño, ¿acaso tú no lo haces? ¿O un tío duro como tú no cierra los ojos ni cuando duerme, por si acaso le viene alguien por detrás a darle un susto?
-O algo peor-bromeé para relajar el ambiente, mirando de reojo a Perséfone, que me dedicó una sonrisa cómplice, como si pinchar a Killian fuera nuestro objetivo número uno aquella noche, en lugar de descansar todo lo posible.
La mañana, que parecía ya muy lejana, había sido particularmente ajetreada en el campamento; Valeria había recibido un aviso de las delegaciones más orientales de la WWF que compartían estación meteorológica avisándola del primer gran monzón de la temporada. Parecía ser que, mientras yo había estado en Inglaterra, las lluvias habían hecho su tan ansiada aparición, pero todavía quedaban muchos meses por delante en los que el terreno se embarraría tanto que los todoterrenos perderían su agilidad, la visión se nos limitaría, y los animales estarían tan lejos que sería inútil enviar tantas patrullas como lo hacíamos ahora o, por lo menos tan lejos. El momento de salir era ahora o nunca, y no había dejado que mis profundas ojeras y las evidentes preocupaciones que tenía obligaran a mi equipo a quedarse en el campamento, por mucho que me inquietara alejarme del teléfono y coquetear con el límite del radio de alcance de los walkie-talkies, por si acaso Sabrae me necesitaba, después de todo.
Supongo que el sueño que acababa de tener era la primera manifestación de que irme corriendo a sobrepasar el horizonte no era, precisamente, la mejor idea que había tenido en mi vida.
Killian puso de nuevo los ojos en blanco y apartó la vista un segundo. Hundió una rodilla en suelo y dobló la pierna para incorporarse.
-Una chorrada más como ese grito que acabas de dar, y nos volvemos derechitos al campamento aunque no hayamos rescatado nada y tengamos que comernos todos los baches. Ya verás la gracia que le hará a Valeria saber que nos hemos dado un paseíto nocturno-gruñó.
-¿Quieres que me ocupe ya de la guardia para que puedas echarte a…?-empecé, pero su respuesta fue cerrar la cremallera de malos modos, dejando claro que se había terminado la conversación. Chasqueé la lengua-. Vale…
Perséfone rió por lo bajo y yo puse los ojos en blanco. Escuchamos a Killian alejarse de una manera que hizo que me preguntara por qué, exactamente, se suponía que no debíamos hacer ruido cuando acampábamos dado que él no se privaba de nada.
-Y apagad esa luz.
Pers suspiró, cogió la linterna y la metió bajo los sacos de dormir, de manera que nos sumiéramos en una penumbra en la que aún podíamos ver algo, pero que ya no se filtraba a través de la tela impermeable de la tienda de campaña. Pensé en la suerte que teníamos de que la temperatura hubiera empezado a descender ahora que ya habíamos entrado en la segunda mitad de noviembre, y el tiempo pareciera recordar de repente que existía eso llamado “otoño”, una estación que había aprendido a apreciar por ser en la que había empezado a enamorarme de Saab. Era gracias a este descenso en las temperaturas (aunque simbólico, en realidad, si lo comparábamos con el frío inclemente de Londres) que la oscuridad no se abalanzaba sobre mí para atraparme de nuevo en una noche en la que, por primera vez, mi objetivo principal no era sobrevivir, sino disfrutar.
Perséfone se tumbó de nuevo a mi lado y me acarició la parte baja de la espalda con la punta de los dedos con un aire distraído que no parecía del todo propio de una amiga y nada más, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por si esto también se podía considerar una traición a Saab. Quizá todo lo fuera, en realidad: yo, a miles de kilómetros de ella, viviendo cosas indescriptibles mientras que ella lo pasaba fatal tratando de mantener a su familia y a la gente a la que quería a flote.
Puede que esto fuera una señal de que me estaba equivocando. Puede que no hiciera bien dándoles el valor que les daba a mis promesas. Puede que estuviera poniendo por delante mi palabra respecto a lo que más me importaba en el mundo. Quizá debería volver. Quizá no debería hacerle caso a Saab y estar ahí para ella, no obligarla a hacerse la fuerte a base de sobrevivir a mi ausencia y arriesgar a que el temporal se la tragara.
Me pasé una mano por la cara y bufé, perdido en mis pensamientos, reproduciendo en bucle todo lo que Sabrae me había dicho en el sueño. Si hubiera estado un poco menos alterado y un pelín más lúcido, me habría dado cuenta de lo lamentable que era que lo único que me había preocupado en el sueño era que Sabrae se había enamorado de otro en mi ausencia, y no el hecho de que hasta su cumpleaños todavía quedaban tantos meses que era tiempo más que suficiente para que el mundo se fuera a la mierda.
Me quedo con cariño aburrido antes que con un amor tormentoso, y eso es lo que tú me das, Alec.
Estaba tan mal en tantos niveles que no sabía ni por dónde empezar a atacarlo, así que me veía impotente ante algo que parecía verdad por lo indefenso que me hacía sentir. Eso no me pasaría. Me dijo que no tengo que preocuparme por él, intenté razonar, y era cierto que me fiaba de ella más que de mí mismo.
Además, Hugo no me había supuesto ningún problema más allá de las pocas ocasiones en que me acordaba de él, y siempre había sido estando con Sabrae, que me podía tranquilizar y recordarme que él era su pasado; y yo, su presente y su futuro. Que mi subconsciente lo utilizara para hacerme daño justo ahora no me venía nada bien, aunque no podía evitar preguntarme si esto sería una especie de sueño premonitorio de lo que me esperaría en casa. Después de todo, le había prometido a Saab que siempre estaría ahí, a su lado, y ahora había puesto medio mundo entre nosotros.
-¿Una pesadilla?-preguntó Perséfone, sacándome de mis ensoñaciones, y yo di un brinco y la miré. Se había metido una mano por debajo de la cabeza, y sus cejas formaban una montañita de preocupación justo en su ceño. Asentí con la cabeza; no me apetecía hablar de eso. Sentía que era una nueva traición hablar del pasado amoroso de Sabrae con la chica que había protagonizado el mío, al que yo ni siquiera le había dado importancia, y que tanto dolor le había ocasionado a mi novia. Daba igual que esa chica también fuera una de mis amigas más cercanas.
La historia que teníamos Perséfone y yo hacía que, en ocasiones como ésta, tuviera que andarme con cuidado.
Perséfone se revolvió sobre su saco de dormir, y la coleta en la que ataba su pelo cada noche se deslizó por su cintura hasta quedar desparramada junto a su espalda.
-Ella no te va a dejar.
Me giré hacia ella como un resorte, como si mi cabeza fuera un látigo y Perséfone, un león al que domar.
-¿Cómo lo sabes?-pregunté en un tono acusador que hizo que Pers entendiera a qué me refería, y no era a la lealtad de Sabrae. Tenía motivos de sobra para fiarme de mi chica, así que no debería necesitar que nadie me asegurara que mi corazón no corría peligro con ella.
Decidí obviar la posibilidad de que me hubiera puesto a hablar en sueños, algo que Saab me había comentado de vez en cuando, porque entonces ya podía irme despidiendo de las excursiones por la sabana. Parte del trato de dormir por las noches con las estrellas como único techo era que teníamos que ser lo más silenciosos posible, por si acaso había furtivos cerca que pudieran escucharnos y venir a hacernos daño. Por eso siempre elegíamos ubicaciones que estuvieran protegidas en al menos dos flancos y disponíamos las tiendas de campaña y los vehículos de forma que taparan la mayor parte de la luz de la fogata que hacíamos antes de irnos a dormir.
-Tus pesadillas siempre son sobre que pierdes a alguien-explicó Perséfone como quien comenta las opciones de postre que hay para su comida de compromiso-. En Mykonos las tenías antes de marcharte-hizo una pausa, como si decidiera si terminaba la frase o no y, cuando lo hizo, fue en un tono más bajo, más íntimo-. De que volvías y yo no quería seguir como estábamos.
No respondí porque, ¿qué respondes a eso cuando acabas de soñar que tu novia te deja por su ex, el mismo con el que perdió la virginidad? ¿Cuando no sabes si preocuparte por si tus sueños se hacen realidad, o por lo que pueden significar, muy en tu interior?
Supongo que Perséfone estaba pensando en que todo era mucho más fácil cuando Sabrae no entraba en escena. Al menos tenía un mes al año en el que tenía los polvos garantizados, y el voluntariado… bueno, habría sido un regalo. Nunca nos habíamos visto en la situación de tener más de un mes para estar juntos, y la tienda de campaña… el calor… la cercanía… digamos que invitaban a quitarse toda la ropa y que ella se me subiera encima.
Mi vida no podría haber sido más distinta: trabajando como una mula por el día, y follando con Perséfone por la noche, bien en mi cabaña, bien en la suya, o bien a decenas de kilómetros de cualquier señal de civilización. Ella me querría, y yo la querría a ella…
… y, sin embargo, no me cambiaría por nada del mundo por el Alec que había sido hasta hacía un par de años y que todavía podría haber sido si las cosas no hubieran terminado como lo hicieron. Por mucho que me doliera la polla de lo empalmado que me despertaba cuando soñaba que follaba con Sabrae, o por mucho que echara de menos su boca, sus tetas o su coño mientras me hacía pajas en el baño, intentando engañarme a mí mismo y diciéndome que mi mano era una de esas tres.
Con pesadillas incluidas, mi vida seguía siendo un sueño. Sabía la suerte que tenía de que una diosa como Saab se hubiera fijado en mí, ya no digamos se hubiera enamorado, así que no pensaba desperdiciarla. O, al menos, ésa era mi intención; quizá ya lo estuviera haciendo, tan obcecado en mantenerme lejos de mi chica cuando sabía que ella más me necesitaba.
-Y míranos ahora-añadió en un tono más juguetón, como restándole importancia al asunto-, acurrucaditos en otoño-enfatizó la palabra-, y a miles de kilómetros de casa. Para que luego digan que los amores de verano sólo sobreviven en la playa. Ni que fueran sirenas.
-Ya-repliqué, agradeciendo la distracción-, pero tienes que admitir que ya no es como antes.
Pers me miró un instante, aguantándome la mirada como si pretendiera leer mis pensamientos. Me sentí desnudo bajo su escrutinio como muchas veces me lo había sentido bajo el de Sabrae, con la diferencia de que mi amiga jamás podría llegar a los rincones más ocultos de mi alma ni vencer a mis miedos como lo había hecho mi chica. Aunque ahora mi chica se hubiera convertido en mi principal fuente de miedos.
-A mí también me dolía cuando te ibas, pero sabía que no podía pedirte que te quedaras-confesó-, porque sabía que no lo ibas a hacer. Y no quería estropearlo, igual que no quiero estropearlo ahora. Por eso te digo lo que creo sinceramente: que Sabrae no va a dejarte. Así que no tienes que preocuparte.
-¿Te gustaría?-me escuché preguntar, y Perséfone se lo pensó un momento. Se relamió los labios y, finalmente, negó despacio con la cabeza.
-No quiero perder a un amigo como tú, Al, y querer que tu novia te deje sería destrozarte. Así que no. Me basta con lo que tengo ahora; es más de lo que tenía hace un año.
-¿La mitad durante once meses en lugar de todo pero sólo un mes? Qué noble por tu parte; debo de tenerla de oro-bromeé, tumbándome a su lado y soplándole en los ojos. Perséfone puso los ojos en blanco.
-Yo no diría que el sexo era la mitad de nuestra amistad, sino… no sé, el veinte por ciento, y siendo generosa.
-Podrías haber dicho el veintitrés-respondí, sintiéndome un poco más ligero ahora que podía distraerme de mis miedos. Luego me di cuenta de que Sabrae no me habría dejado ponerme así, y me sentí un poco más solo de lo que ya estaba. Fue como si la distancia que nos separaba fuera un poco mayor; aunque, técnicamente, era menor, ya que estábamos un poco más al norte.
Supongo que la noche es tanto para los amantes como para las personas melancólicas que viven echando de menos, y pasar de un grupo a otro era extremadamente fácil.
-Incluso con la mitad seguiría saliendo ganando-respondió Perséfone, ignorando mi pullita-. Haz las mates, extranjero.
-No me van a engañar para que me ponga a hacer cuentas, gracias-respondí.
-Deberías. Sólo así te darías cuenta de que no hay Sabrae sin ti-contestó Perséfone. Me dio un toquecito en la nariz y luego, como ya venía siendo costumbre, se dio la vuelta a mi lado y me dio un coletazo en toda la cara cuando se dispuso a dormir. A los pocos minutos su respiración se había vuelto más profunda y pausada, exactamente igual que la de Sabrae, pero no sonaba igual de bien que la de mi chica.
Me di cuenta de que las dos se dormían profunda y rápidamente en mi presencia porque se sabían bien queridas y protegidas, algo que yo estaba lejos de sentir en esa extrañamente fría noche tropical. Y todo porque estaba muy lejos de la persona que más protegido y querido me hacía sentir.
Aunque estaba agotado de la noche anterior sin pegar ojo por todo lo que había hablado con Saab y sabía que sería contraproducente mantenerme despierto, me daba miedo revivir la pesadilla en el momento en que cerrara los ojos. Si por mí fuera, no dormiría una noche más sin Sabrae en toda mi puta vida, pero, de momento, tenía que aguantar las otras tres que me quedaban por delante antes de que llegara el momento de regresar al campamento. Con suerte, cuando volviéramos tendría una carta de Saab ya esperándome, así que se me haría más amena la espera hasta el día en que nos reencontráramos.
Ya ni siquiera me atrevía a soñar con que aguantaría hasta su cumpleaños, de modo que era una cuestión de tiempo.
Me levanté despacio, poniendo cuidado de no despertar a Perséfone, y abrí la cremallera de la tienda de campaña. Entrecerré los ojos para acostumbrarme a la falta de luz, y cuando por fin fui capaz de distinguir los bultos de la tienda de campaña y el todoterreno con el remolque, me dirigí hacia la figura de espaldas que vigilaba la pradera sentada en la parte trasera del todo terreno, con la puerta abierta.
Killian se volvió ligeramente para mirarme, y sus ojos relucieron en la oscuridad mientras me acercaba. Parpadeó despacio y los entrecerró ligeramente.
-Todavía te queda una hora para dormir.
-No voy a poder, así que lo mejor es que uno de los dos aproveche-contesté, extendiendo la mano en dirección al fusil. Nos había enseñado a Perséfone y a mí a usarlo después del castigo de Valeria, “sólo por si acaso”, aunque a mi amiga no le hacía especial gracia y, desde la rápida sesión de instrucción, no había vuelto a tocarlo. No se me escapaba que Sandra tenía exactamente el mismo comportamiento.
Killian pareció pensárselo un momento, y finalmente, cedió. Le puso el segundo seguro, por si acaso yo le quitaba el primero sin querer, y me lo entregó. Se me quedó mirando, le dio una calada al cigarro que no me había fijado que estaba fumando, y luego me dio una palmada en el hombro.
-Se hace más duro cuantas más veces volvéis-dijo-, por eso Valeria os restringe tanto las vacaciones en casa.
-¿A qué te refieres?
-Sé que echas de menos a tu novia-dijo-. Puede que no haya entendido lo que decíais, pero está claro que lo que fuera que había entre tú y Perséfone ya no es igual, y dado que eres el único que no hace nada con ninguna de sus compañeras…
-Quizá me van los tíos-respondí, y Killian bufó por lo bajo.
-… la única pesadilla que podrías tener es que ella te deja por otro mientras tú estás aquí. ¿Me equivoco?-cuando no contesté, Killian apuró su cigarro-. Sería una estúpida si te dejara mientras estás aquí.
-Creo que, en realidad, el estúpido soy yo por haberme marchado en primer lugar-repliqué, porque nadie iba a insultar a Sabrae en mi presencia, aunque fuera por cosas que no había hecho.
-Supongo que Dios os cría y vosotros os juntáis, porque ella tampoco debe de ser una lumbrera si te dejó marcharte.
Fulminé a Killian con la mirada.
-¿Sabes que les di palizas a gente mucho más cercana a mí que tú por meterse con Sabrae?
-Sólo digo-respondió, levantando las manos en son de paz-, que si te dejó irte es porque estará segura de que seguiréis juntos cuando tú vuelvas. No es fácil, pero no seríais la primera pareja que aguanta. Las que no lo hacen no duran tanto como vosotros; normalmente se ponen los cuernos y se dejan mucho antes. Y las que creen que no van a aguantar la separación, bueno… no se separan-sonrió, negando con la cabeza, mientras el cigarro iluminaba sus facciones en la última calada.
Quise decirle que no me preocupaba que Sabrae me dejara, pero ni siquiera sabía si eso era verdad. También quise decirle que no me guiaba por lo que los demás hicieran, porque yo sabía que lo que tenía con Sabrae era único y especial. Y también quise decirle que podía meterse sus cotilleos de mierda por el culo, porque yo no estaba para que me dijeran que ya me habrían puesto los cuernos a estas alturas de la película cuando a) acababa de soñar que mi novia me dejaba por su ex, y b) yo había entrado un mes más tarde que mis compañeros y, además, no había estado sin ver a mi chica más de un mes y medio, que era lo que había pasado desde mi excursión relámpago en septiembre y el cumpleaños de Tommy. Si ya de por sí nosotros éramos especiales, menos aún tenía que aplicársenos lo de los demás precisamente por eso.
Sí, quise decirle muchas cosas a Killian para salir de aquella espiral, pero, en su lugar, lo que salió de mis labios fue:
-¿Quiénes no se separan?-y luego, en un tono un poco más mordaz de lo que debería, lo pinché-: ¿Sandra y tú?
-Sí-dijo en la oscuridad, lo que me dejó pasmado. Pers y yo los pinchábamos mucho con que estaban liados, y juraría que había escuchado jadeos sordos en la tienda de al lado en alguna noche en la que todo estaba especialmente tranquilo, pero ellos nunca nos habían entrado al trapo-. O Valeria y Nedjet. ¿Qué, si no, se les habría perdido a Valeria o Sandra tan lejos de casa?
-Esto tampoco está tan mal-las defendí, pues sentía que una parte de él también me juzgaba a mí por haberme marchado de mi país durante tanto tiempo, por mucho que en el suyo hicieran tanta falta manos dispuestas a ayudar como las mías.
-Y, sin embargo, estás contando las horas para volverte a tu país. Créeme, Alec: no eres especial. Os pasa a todos. Y darle vueltas al coco lo único que hace es que precipites lo que te da más miedo.
Ah, cojonudo. O sea, que si soñaba con que Sabrae rompía conmigo por no haberme vuelto cuando debía, entonces lo manifestaría sin querer y ella terminaría dejándolo. Eso era justo lo que yo necesitaba oír.
-Ah, pero Kil… mi segundo nombre es “Disco Rayado”.
Killian frunció el ceño.
-Pues sí que ponéis nombres raros en Europa.
Me reí por lo bajo y negué con la cabeza, intentando no hacer honor a mi nombre inventado y, cómo no, fracasando estrepitosamente en el intento. Lo que me había dicho no había servido para consolarme, sino para ponerme más nervioso. Sandra se había quedado por él, Valeria se había quedado por Nedjet… y yo me había marchado a pesar de Sabrae.
El cielo se movió por encima de mí, las constelaciones fueron arrastrándose hacia el horizonte… pero yo seguía encaramado a la misma idea, que crecía más y más con cada minuto que pasaba y yo contemplaba el vacío, que me contemplaba de vuelta. Me daba miedo la noche porque con la noche venían sueños, y ahora sabía que se convertirían en pesadillas recurrentes que no me dejarían descansar y convertirían los días que aguantara en Etiopía antes de irme a casa en una tortura.
Las mañanas eran un tormento en duermevela que no me permitía soñar, pero tampoco descansar, mientras cruzábamos la sabana en busca de animales a los que rescatar, a pesar de que el más moribundo iba con nosotros. En las tardes iba en automático, tan consciente como un zombie de lo que pasaba a mi alrededor.
Y en las noches, me pasaba. Cuando bajaba la guardia y me quedaba dormido, los demonios volvían a reclamarme con la avidez del hambriento que antes estaba acostumbrado a los banquetes. A veces tenía varias pesadillas en la misma noche; otras, ni siquiera era capaz de salir de una para meterme en la siguiente. Veía a Sabrae una y otra vez incómoda, rehuyéndome, diciendo que no era lo mismo, que ya no me quería, que había otro, que me tenía miedo, que sus padres tenían razón… mil versiones de lo mismo hasta casi volverme desquiciado.
Me reafirmaba cada vez más y más en mi idea de que estaba equivocándome quedándome, de que no tenía que obligarla a pasar por todo esto sola, de que no sobreviviríamos a esto porque no habíamos contado con que el mundo se lanzaría sobre Sabrae en cuanto se le presentara la ocasión al menor síntoma de debilidad de ella.
Afronté la última mañana previa a la última noche en la sabana con la decisión de que, efectivamente, aquella sería la última noche en toda mi puta vida en que yo dormiría lejos de Sabrae. Había convencido a mis compañeros de que no hacía falta que volviéramos antes aunque lo haríamos prácticamente con las manos vacías, pero habíamos tenido éxito bordeando la tormenta que se avecinaba y yo pretendía aprovechar hasta el último segundo en la sabana ahora que sabía que estaba aguantando los últimos.
Y entonces, en la pausa para el almuerzo, sucedió.
layla_payne sabes que no es mi estilo ponerme así y que tienen que sacarme mucho de mis casillas para que me enfade, pero es que estoy furiosa con todo lo que está pasándote, Didi. No eres más que un alma que intenta encontrar su lugar en el mundo y sanar sus heridas, y que ha hecho feliz a tanta gente que no hay días ni en mil vidas para que todos tengan aunque sea un ratito para darte las gracias, ¿y te lo pagan así? Qué injusto, qué lamentable, qué horrible lo rápido que se nos olvidan los buenos momentos cuando nos dan una excusa para extender el dedo, señalar a alguien y colgarnos la medallita aunque sean cinco minutos. Qué asco lo desechables que nos hacen sentir, porque somos de todo menos eso; y, especialmente, tú, que has luchado con uñas y dientes para llegar hasta donde estás, y no has tenido ni de coña el camino de baldosas doradas que dicen que ha sido tu vida. Es injusto todo lo que están diciendo de ti, cómo se está llenando internet de mentiras que no podrían estar más alejadas de la realidad, y odio que te hagan sentir mal cuando deberían estar dándote las gracias y levantándote. La decisión que has tomado no ha sido nada fácil, y estoy tremendamente orgullosa de ti porque sabías que había muchas posibilidades de que esto pasaría, y aun así, lo has hecho. Te quiero muchísimo, @dianastyles, y no puedo sentirme más orgullosa de considerarte mi hermana pequeña, aunque ahora mismo tú eres mi modelo a seguir y no al revés. No importa lo que digan de ti las personas que no te conocen; cualquiera que haya pasado cinco minutos contigo sabe lo increíble que eres y lo poco que te mereces todo lo que te está pasando. Admiro especialmente cómo has sido capaz de dar este paso tan difícil precisamente en uno de los momentos más complicados de tu vida, y créeme si te digo que veo en ti un ejemplo de fortaleza por el que me guiaré toda la vida. Por mucho que me duela el cuello de tanto mirar hacia arriba para admirarte, ten por seguro que no hay nada que puedas hacer para que te baje del pedestal al que te he subido; sé que la gente inteligente estará de acuerdo conmigo cuando te diga que contarte entre mis amigos es un honor, y considerarte una hermana, un privilegio del que presumo hoy más que nunca.
A todos aquellos que estáis haciendo lo imposible por tratar de hundir más a mi amiga, quiero dejaros muy claro que no lo vais a conseguir. Todo el beneficio que estéis tratando de sacar ahora comportándoos como carroñeros irá en vuestro detrimento más pronto que tarde, y aunque no soy una persona rencorosa, cuando tocan a alguien que me importa puedo volverme despiadada, así que me dedicaré a esperar con impaciencia que llegue ese momento, del que disfrutaré de lo lindo. No os equivoquéis: estoy viendo TODO lo que decís, y quedándome con los nombres de los que están haciendo todo esto mucho más difícil de lo que ya lo es. No volveréis a tener mi lado amable, y no volveréis a hablar ni de mí ni de los míos más que para haceros eco de éxitos en los que me aseguraré de que no participéis.
A nuestros fans, tanto de un bando como del otro: esto no se trata de bandos. Entiendo perfectamente vuestro dolor y lo comparto, pues ni Diana, ni Scott, ni Tommy, ni Chad ni yo deseábamos nada más que veros muy pronto y poder conectar de nuevo con nosotros. Pero también me toca pediros comprensión. Nuestros padres han sido muy claros hablando de lo mucho que sufrieron estando en One Direction, y las directioners respondieron con creces dándoles su apoyo cuando más les necesitaron. Prediquemos con el ejemplo. Volveos hacia los vuestros para consuelo, compartid vuestro dolor en comunidad si lo necesitáis; pero, por favor, recordad que, ante todo, somos personas. Nuestros días tienen las mismas 24 horas, y aunque nuestras cunas fueran de oro, algo que no negaré, nuestros llantos sonaban exactamente igual que los vuestros cuando éramos bebés. No caigamos en errores del pasado y exijamos más de lo que se puede pedir a alguien; en algún momento esta industria tiene que dejar de producir muñecos rotos para que el arte pueda ser genuino. Cuando volvamos comprenderéis que hicisteis lo correcto dándonos espacio, porque nuestras historias serán de verdad y nos permitirán conectar mejor de lo que ya lo hacíamos antes, cantando canciones que alguien había escrito para otra persona y que hacíamos nuestras como ropa que compramos en unos grandes almacenes.
Daos un descanso de nosotros o decidnos adiós si es lo que consideráis, pero os pido por favor que no nos digáis cosas que no querríais que les dijeran a vuestros seres más queridos. Las palabras duelen tanto como los golpes, y la exposición a la que estamos sometidos (exposición a la que, os recuerdo, nadie nos dio opción a escapar) multiplican todo lo que nos pasa por mil. Si tenéis algo malo que decir, por favor, ahorráoslo. Os aseguro que no hay nada que podáis decirnos que no nos hayamos dicho nosotros ya. Así sólo conseguiréis que nos distanciemos más, y creo que no hay nada más bonito que la relación que hemos ido cultivando a lo largo de estos meses. Sigamos creciendo juntos toda la vida y compartiendo amor en un mundo tan lleno de odio. Perdonad a Didi como yo pretendo perdonaros por haber sido tan vocales con vuestro dolor. Os escuchamos, y aprenderemos de esto. Gracias, os queremos. ♡
EDITADO: como veo que en los tabloides les ENCANTA la especulación y no se pueden resistir a insertar mi publicación en sus “artículos”, si es que se les puede llamar así, dejadme que diga una cosa. No, Diana no “ha puesto en peligro la carrera de Scott” por “envidia” ni nada por el estilo. La razón por la que achacamos la cancelación de los conciertos que nos quedan a ansiedad de uno de nosotros que no fuera Diana fue precisamente para protegerla y que ella pudiera estar tranquila en este complicado proceso que afronta, NO porque tengamos problemas internos ni ningún tipo de envida entre nosotros. Nos queremos más de lo que os ha querido nadie, como resulta evidente, así que tampoco espero que entendáis los sacrificios que uno está dispuesto a hacer por amor. Que Diana haya subido el vídeo finalmente confesando lo que le pasa y diciendo que no es cosa de Scott dice más de ella que de vosotros, aunque la reacción que estáis teniendo no hace más que darnos la razón en querer protegerla de vosotros. Y, a decir verdad, me hace plantearme si todo esto merece la pena, o si deberíamos limitarnos a escondernos a partir de ahora, no dar ninguna nueva noticia y dejar que os matéis entre vosotros por las migajas a partir de ahora como la manada de hienas que sois. ¯\_(ツ)_/¯ PAZ.
Estaba segura de que me aprendería de memoria las dos publicaciones que se habían subido a Instagram de los miembros de Chasing the Stars en apoyo de Diana, cada una en el tono perfecto que hacía falta: mientras que Chad seguía siendo igual de dulce que siempre, Layla estaba harta, lo cual debería poner a todo el mudo en alerta, pues ella era paciente como la que más, y nunca la había visto ni lo más mínimo molesta por nada. Que el tono de su mensaje fuera tan tajante me hacía sentirme orgullosa de ser su amiga, porque sabía que me defendería con la misma fiereza con la que había defendido a Diana.
En cierto modo me hacía arrepentirme de lo débil que me había sentido cuando había estallado la burbuja, aunque sabía que Lay jamás me diría que no había actuado de manera correcta, sino que, como siempre, me calmaría y me diría que todos somos una vorágine de experiencias y circunstancias, y el mundo no había sido especialmente amable conmigo en los últimos meses.
Entré de nuevo en Instagram a mirar las fotos que habían subido Chad y Layla acompañados de aquellos textos en que animaban a Diana, y que Zoe había tenido la genial idea de imprimirle para que pudiera verlos sin correr peligro de verse expuesta a las maldades de Internet. Que Layla estuviera peinando Internet y tomando buena nota de todos los que no eran amables con Diana me hacía sentir una especial esperanza de que puede que obtuviéramos nuestra venganza y el sol volviera a salir en el horizonte una vez pasada esta noche a la que no nos quedaba más remedio que sobrevivir. Me alegraba de que Alec no estuviera aquí para vivirlo, ya que sabía lo muchísimo que le dolería ver a Tommy destrozado como lo había visto yo, pero también me habría gustado tenerlo conmigo (y no sólo porque lo echaba terriblemente de menos cada hora, cada minuto, cada segundo), para que pudiera estar tranquilo y ver que había alguien en quien podía confiar para que nos cuidara a todos nosotros mientras él no estaba. Por descontado, no sería fácil y nos enfrentaríamos a muchísimos retos por el camino, pero Layla sería ese faro de esperanza mientras surcábamos la costa de noche, igual que la Luna también iluminaba el camino antes de la salida del Sol.
Primero entré en la foto de Chad, en la que Diana se reía a mandíbula batiente, rugiéndole al cielo su diversión, mientras Chad estaba inclinado sobre ella con una máscara de pestañas. Era en algún punto del tour en Estados Unidos, a juzgar por la indumentaria de ambos: Didi, el bañador que usaba en la actuación de Cake by the ocean, y Chad, una camisa con los botones abiertos con la que solía sentarse en la silla de los socorristas en la misma canción. Era como si Chad estuviera invocando la risa de Diana a base de enseñársela al mundo.
La foto de Lay, por el contrario, era más parecida a la mía, aunque también con sus diferencias. Mientras que en la mía no se nos distinguía la cara y estábamos fundidas en un abrazo, Layla había elegido una, también del concierto de aniversario de 1D en Wembley y con ambas iluminadas por los focos, pero en las que se les veía claramente la cara. Estaban cogidas de la mano, los micrófonos en las libres, y se miraban y se sonreían de una forma que claramente quería decir “lo hemos conseguido”. Habían llegado al cielo de los escenarios: la foto estaba tomada desde la base de la pasarela, seguramente por alguno de los fotógrafos profesionales que habían documentado el evento, y a los que no habían dado permiso para que publicaran las fotos en sus redes sociales, y las dos resplandecían con el aura de los artistas en pleno éxtasis creativo. Diana parecía segura, libre y feliz; Layla, feliz, libre y orgullosa de haber logrado llegar hasta ahí.
Había una dulzura en los ojos de Layla que contrastaba con sus palabras; y, si me apuras, también con la manera en que le cogía la mano a Diana, como si ya supiera de su lucha y quisiera aliviarle la carga. Me había hecho comprender que hay distintos de fuego, y que todos calientan por igual: teníamos el mío, rabioso y explosivo como un incendio forestal; y el de Layla, propio de una fogata que mantiene a raya el frío en una noche invernal.
La muestra de apoyo de Eleanor había sido más corta y comedida, como si estuviera demasiado preocupada por su amiga y ocupada en cuidarla como para subir algo.
eleanor_tomlinson contra viento y marea, siempre en casa cuando estamos juntas ❤
Había acompañado esa sencilla frase de una foto de Diana y ella posando frente a un espejo a cuyos pies había una miríada de objetos de maquillaje, y las dos estaban sonriendo. Así eran también las fotos que habían subido sus compañeras modelos, amigos de Nueva York a los que yo no conocía y de cuya existencia me había enterado gracias a Zoe; compañeros del programa de Diana, que habían empezado a subir cosas al poco de hacerlo yo; incluso los amigos de Alec y mi hermano, que habían acogido a Diana en su grupo, y las amigas de Eleanor, que también le habían hecho un hueco en el suyo. Todo el mundo defendía a Diana de esta situación injustísima, y eso que no sabían ni la punta del iceberg. Con lo poco de más que me había enterado yo en las últimas horas ya me había bastado para que la llama de mi interior prendiera, y estaba ardiendo en ansias de ponerme a trabajar en esa venganza que ya iba cobrando peso en mi cabeza.
Zoe se había puesto una máscara de póker cuando Diana nos confesó lo que le habían hecho a cambio de seguir suministrándose drogas tan rápido que, en circunstancias normales, me habría hecho sospechar que ya lo sabía o, peor aún, que aquello no era nuevo para ella. Sin embargo, yo estaba tan encendida con mi propia ira que no me había dado tiempo ni de preocuparme por las implicaciones de la facilidad con que había cambiado de tema para que Diana no pensara en ello. Eleanor, por su parte, se había dedicado a cepillarle el pelo a Didi con manos temblorosas que creo que no habrían ayudado demasiado a Diana si las hubiera visto. Teníamos que conseguir que pasara página y no se regodeara más en esos pensamientos que no le hacían ningún bien, aunque tenía pensado hablar con Fiorella para ver si tenía un hueco y podían pasarse a verla ella o Claire. Dudaba que Diana confiara en nadie más para hablar de sus cosas y, la verdad, después de cómo todo el mundo le había saltado encima, yo tampoco me fiaba de nadie para poner los secretos de mi amiga en sus manos y que tratara de solucionar sus traumas. Sabía que mamá destrozaría judicialmente a quien se saltara el secreto profesional que acompaña a todas las sesiones de terapia, pero las revistas y los blogs pujarían hasta niveles estratosféricos por los secretos de la estrella caída en desgracia del momento y el mal ya estaría hecho cuando las consecuencias finalmente le llegaran a quien se las merecía.
Igual que mi venganza sería tardía, pero eso sólo la haría más dulce.
Para cuando salimos del baño, en el que nos habíamos tomado nuestro tiempo para dejar a Diana presentable (lo cual no debería ser difícil dada su belleza natural, pero su pésimo estado de salud no nos lo ponía nada fácil), Scott y Jordan ya habían traído a Tommy de vuelta, que sólo se relajó cuando vio que Diana también estaba un poco mejor tras ese parón para mimarse a sí misma.
Diana había fingido más fuerza de la que tenía: se había apartado el pelo de la cara y le había sonreído seductoramente a Tommy, aunque su sonrisa no había escalado a sus ojos.
-Vaya, mira quién se ha lavado la carita. Mi princesita coqueta-le había ronroneado Tommy al oído, y le había dado un beso en la mejilla y la había abrazado de un modo que a todos nos quedó claro que no pensaba soltarla. Les haría falta esa determinación cuando llegaran los padres de Diana, que sería ya de un momento a otro.
Sin nada que hacer y mucho que planear, me había marchado de casa de los Tomlinson con la promesa de volver mañana de visita, quizá con mis amigas, y la promesa de mi hermano de que me mantendría informada de todo lo que pasara cuando llegaran los Styles. Scott creía que nos jugábamos mucho, pero yo ya estaba focalizada en un futuro que tenía que planear al detalle. Hablaría con mis amigas, me metería en Pinterest, crearía tableros con mis ideas y me pasaría la noche perfilando mis planes, pero ahora, por primera vez desde que Alec se había marchado, tenía una renovada esperanza e ilusión por el mañana. Mañana ya no era sólo un día menos que esperar por mi novio y un videomensaje más en el móvil; también era la primera piedra en mi camino hacia ese nuevo propósito.
Cuando llegué a casa, con la cabeza alta y pasos firmes y decididos, me encontré con una nota de papá y mamá sobre la encimera acompañada de un sobrecito con un billete de veinte y otro de cinco libras. En la nota garabateada aprisa y corriendo decían que se habían ido a casa de los Tomlinson y que no les esperáramos para cenar; el dinero era para la cena, en la que, evidentemente, no contaban con Scott. Me correspondía oficialmente el papel de ama y señora de la casa, del que no debía abusar; ni siquiera cuando resultaba increíblemente tentador, después de que Shasha volviera de hacer deporte con sus amigas. Me imaginé que se habían llevado a Duna con ellos, o puede que la hubieran dejado en casa de los Whitelaw ahora que habían descubierto en Annie a una niñera entusiasmada y agradecida de tener trabajo.
Me cambié de ropa y recogí mi habitación; reorganicé mis apuntes y mis cuadernos para mantenerme ocupada mientras la cabeza me iba a mil. Puse a cargar el iPad, el portátil y el móvil, bajé el cesto de la ropa sucia a la lavadora y barrí todo el piso inferior. Para cuando Shasha llegó, ya se había hecho de noche y yo ya tenía un plan.
Mi hermana me encontró sentada en el sofá con las piernas cruzadas, la tele puesta muy bajita en el canal de las noticias, y el portátil en las rodillas. Dejó su bolsa de hacer deporte en el suelo y se limpió el sudor de la frente.
-¿Mamá y papá?-preguntó.
-En casa de Tommy. Han venido los Styles; están decidiendo qué hacer. Nos han dejado dinero para que pidamos la cena.
-Vale. ¿Alguna preferencia?
-Elige tú.
-¿Qué tal Diana?
-Mal. Es posible que se la lleven, pero, sinceramente, prefiero no pensar en eso ahora mismo. Nos ha dado bastante en lo que pensar, en realidad, así que el que la metan en una clínica de desintoxicación en Estados Unidos es el menor de nuestros problemas.
-¿Cómo puede ser que se marche al otro lado del océano el menor de nuestros problemas? Tommy la quiere. Está enamorado de ella. Querrá seguirla, y si la sigue, Scott irá detrás-contestó desde la cocina. La escuché abrir una puerta de la alacena y luego cerrarla, y regresó conmigo con una bolsa de tortitas de maíz en una mano y una tortita mordisqueada en la otra. Me la tendió, pero yo negué con la cabeza-. Tenemos que impedir que se vaya. No quiero echar de menos a Scott.
-Si es lo que Diana necesita, lo apoyaremos, Shasha. Y no comas muchas, que enseguida cenamos.
-Tengo hambre. Y no quiero que mi hermano mayor se vaya. Llámame loca, pero en los últimos trece años me he acostumbrado a que él esté por aquí. Por muy insoportable que sea a veces, ya he probado lo que es que se independice y… no, gracias. ¿Qué haces?-preguntó, señalando el ordenador con la mano en la que tenía la tortita mordisqueada.
-Estoy leyendo las últimas noticias que han publicado sobre el vídeo de Diana y haciendo una lista con los blogs que nos defienden y los que no. ¿Has visto la publicación de Layla?
-Una pasada. Igual mata a alguien. A mí, personalmente, me encantaría-comentó, y le dio un mordisco distraído a su tortita-. Y si me piden que testifique a su favor en juicio cuando mamá alegue enajenación mental transitoria, lo haré.
-Nadie te va a pedir que testifiques porque tienes trece años, zopenca-respondí, cogiéndole la tortita y dándole un mordisco. Shasha me siseó como una serpiente y yo le hice un corte de manga, apartándola de mi cara poniéndole una mano en la suya. Sin embargo, esa pequeña intrusión en mi espacio personal fue suficiente para que mi hermana viera la pantalla, en la que había abierta una tercera pestaña. Shasha se inclinó de nuevo hacia mí y masticó despacio la tortita mientras leía la pantalla con el ceño fruncido.
-¿Qué haces metida en la página web de The Talented Generation?
-Recopilo información sobre los directivos.
-¿Para…?
-Algunos de ellos abusaron de Diana. Si no todos-decidí soltarle la bomba sin contemplaciones porque Shasha era espabilada de sobra, y no necesitaba que le envolviera esto en azúcar. Ya sabía cómo funcionaba el mundo y, si todavía no lo había vivido en sus propias carnes, desde luego, lo haría pronto.
Supe que había hecho lo correcto porque, incluso si no lo había sufrido, Shash llegó a la misma conclusión que llevaba rondándome a mí varias horas, cuando empecé a recopilar información de aquella manada de cerdos que iban a lamentar haber nacido.
-¿Crees que ellos están detrás de lo que está pasando?
A una parte pequeñita de mí le dolió la frialdad con la que mi hermana absorbió la noticia de que Diana había sido víctima de abusos como si, en cierto modo, se lo hubiera imaginado previamente. La parte más grande, sin embargo, sintió dos cosas: alivio, porque había llegado a la misma conclusión que yo y, por tanto, no estaba loca; y orgullo, porque mi hermana ya parecía dispuesta a hacer lo imposible por defenderse.
Defendernos.
Habíamos llegado a la vida del otro en el momento preciso, en el que los dos habíamos vivido lo que nos tocaba por separado y ahora, por fin, estábamos juntos, aunque a miles de kilómetros de distancia. Y, ahora, Dios me había regalado la distancia suficiente de mi novio para llevar a cabo un plan que yo definiría como “mi plan más yo”, y que Alec ni de coña me habría dejado desarrollar si estuviera conmigo.
Suerte que me había dejado a una sustituta digna de sus guantes.
-No tengo pruebas… pero tampoco dudas-respondí-. Esta campaña de odio es absolutamente salvaje. Demasiado para alguien como Diana. A mí podría pasarme-constaté como quien habla del tiempo, y en cierto modo lo sentía como algo tan inamovible que no valía la pena ni entristecerse por ello-, pero, ¿a Diana? Es la niña bonita de América. La única hija del más querido por las directioners blancas, y la que más carrera tiene de todos ellos. Quieren que se calle, estoy convencida-asentí con la cabeza y me crucé de brazos-. Que nos callemos todos. Pero han medido mal. No han contado con…
-Mamá-dijo Shasha, y asintió con la cabeza-. No han contado con mamá.
-Lleva toda la vida preparándonos para esta situación. Las manifestaciones, las charlas sobre amor propio, los esfuerzos para que encontremos nuestro valor en nosotras mismas y no en los demás… nos han hecho inmunes a esto, Shash. Al principio yo no lo veía, pero… la publicación de Layla me ha hecho darme cuenta que si la más dulce puede volverse fiera, ¿qué no puede hacer alguien a quien han educado en la ferocidad?
Shasha me miró y asintió con la cabeza, un millón de emociones cruzándole la mirada. Por Dios, cómo me alegré de que papá y mamá no estuvieran en casa, de que Scott tuviera otras cosas de las que ocuparse…
… y, por encima de todo, de que Alec no estuviera en el país. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era imperdonable; someter a mi hermana pequeña a este tipo de presión cuando llevábamos toda la semana rehuyéndola a conciencia era de una crueldad muy impropia de mí y que Al evitaría a toda costa, pero la necesitaba para confirmar mis sospechas. Sólo Shasha podía averiguar quiénes eran los que tiraban de los hilos de las marionetas que destrozaban a Diana a través de sus cuentas bancarias. Créeme: si pudiera hacer esto sola, lo haría.
Pero no podía, así que sólo esperaba ganarme el perdón de los demás.
-¿Qué hacemos ahora, Saab?-preguntó Shasha, acuclillándose frente a mí en el sofá de una forma dolorosamente parecida a como lo hacía Alec cuando quería hacerme cambiar de opinión. Pero ella estaba decidida a seguir adelante; mi hermana me seguiría hasta el fin del mundo.
Mi novio me adelantaría y me obligaría a dar la vuelta para que no me despeñara, pero mi novio no estaba aquí. Y a veces eso es precisamente lo que hace falta: despeñarse. Y llevártelo todo por delante. Sabía que el plan era arriesgado, pero como en todas las victorias gloriosas, siempre había que ponerlo todo en juego para así jugar más desesperada, más rabiosa. Mejor.
Así que le pasé su ordenador, en el que ya había abierto la pestaña con la cuenta ZaynDefenzeZquad.
-Ahora nos defendemos.
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La manera en la que si me quedaba un resquicio de duda sobre si el principio del capítulo era un sueño cuando Sabrae ha dicho lo de que había otro ya ha sido confirmación suficiente me meo.
ResponderEliminarMe muero de pena con que Alec piense asi y me muero de intriga por saber con que es lo que le pasa a Alec en la sabana.
Por otro lado estoy chillando con la otra mitad del capítulo y con ese final. Se me han puesto los pelos de punta literalmente. Me muero por ver a Saab y Sasha mas unidas que nunca para trabajar en destruirles la vida a esos hijos de puta.
Pd: me encanta la nueva portada. Adoramos la nueva etapa.