martes, 23 de mayo de 2017

Cazanubes.

No sé qué es la suerte. Tardaré mucho en aprender a definirla. Pero, desde mi segundo día en mi nueva vida, sé perfectamente lo que es.
               Suerte soy yo.
               Suerte es que me despierten dándome besitos.
               Suerte son las palmaditas en la tripa de mamá.
               Suerte es la sonrisa de mi hermano cuando clavo los ojos en él.
               Y suerte es la mirada de papá, mirándonos a los tres a su lado en la cama. Creo que no puede creerse la suerte que tiene. Yo sí que no puedo creérmela.
               Scott me pasa un brazo por debajo del cuerpo, me levanta suavemente y me estrecha contra sí. Está calentito. Su pijama es suave. Me gusta muchísimo que me abrace.
               Suerte son los abrazos de Scott.
               Quiero despertarme todos los días así. Mamá me da un beso en la cabeza.
               -Buenos días, mis niños-celebra. Me encanta la voz de mamá. Me pasaría escuchándola horas. Papá se inclina y le da un beso en los labios. Luego, hace lo mismo que ha hecho ella. Su beso pincha. Rasca un poco. Es sorprendente, pero me acostumbraré. Quiero acostumbrarme. Sé que lo haré.
               Me gustan los besos de papá.
               -¿Habéis dormido bien?-pregunta. Quiero decirle que sí. Esa cama es mil veces mejor que mi cestita. No es que mi cestita esté mal. Pero la cama está mejor. Me gusta tener algo que se mueve a mi lado. Y que me dé calor.
               Y no destaparme.
               Sobre todo, no destaparme.
               -Genial-dice Scott, y me mira y me da otro achuchón-. Me he despertado varias veces, ¿sabéis? No me podía creer que la tuviéramos aquí. Es tan bonita que parece de mentira-añade, y vuelta a espachurrarme. Creo que piensa que soy una frutita, y quiere hacer conmigo un zumo.
               Me pregunto qué fruta seré. Si sabré bien. Si le gustaré a Scott.
               ¿Qué fruta será Scott? ¿Y papá? ¿Y mamá? Mamá seguro que es la mejor fruta de todas. La más bonita y la más rica.
               Me muero por comer fruta. Es fascinante.
               -Me pasa lo mismo, cariño-replica mamá. Estira la mano y le toca el pelo a Scott. Tiene una mata negra deliciosa. Se parece al de mamá. Quiero hundir las manitas en su pelo y que me trague entera, y quedarme a vivir en él. Estiro el brazo, pero no llego. Scott me pone el dedo a tiro y yo me aferro a él. Scott abre los ojos y se echa a reír. Me da otro beso.
               Me quiere mucho.
               Y yo a él.
               Aunque piense que soy una frutita a la que exprimirle el zumo.
               -Venga, S. Hay que vestirse, para ir al cole-dice papá, dándole una palmada en el culo.
               El humor de mi hermano cambia rápidamente. Su expresión se convierte en susto. Abre los ojos y observa a nuestros padres, incrédulo.
               -¿Tengo que ir al cole?-casi grita. Me asusta un poco. No me lo esperaba.
               No me gusta que me asuste. Mi cuerpo se olvida de funcionar un momento, y luego se acelera. No quiero que lo haga más.
               -Claro, ¿qué esperabas? Además, le dijiste a Tommy que le hablarías de Sabrae.
               -Me refería a por la tarde, cuando venga a comer.
               -Pues no. Le hablas esta mañana, cuando lo veas-sentencia mamá, firme.
               -Pero… ¡mamá!-protesta Scott, y me pega contra él. Siento la desesperación en su abrazo. Me aferra como si no quisiera soltarme jamás.
               Oh, no, ¿van a llevarme otra vez a la cesta? ¿He hecho algo mal? ¿Se han cansado de mí? No quiero irme de nuevo a la cesta. Quiero quedarme con ellos. Me portaré mejor, lo prometo.
               Me echo a llorar. Y papá y mamá clavan los ojos en mí mientras Scott también se pone triste.
               -¡Ves! ¡Sabrae no quiere que me vaya! ¡No quiero ir al cole, quiero quedarme y jugar con Sabrae!
               -Tienes que ir al cole, Scott-dice papá. Mamá estira los brazos en mi dirección, pero Scott se aparta, me agarra bien la cabeza (¡ajá! ¡ahora has aprendido!) y me pega a su cuerpo.
               -Dame a Sabrae, Scott.
               -No-dice él.
               -Scott-exige mamá-. ¿Quieres que me enfade? Dame a tu hermana. Tengo que darle de comer. Tiene hambre-explica mamá. Scott me mira, y yo no paro de llorar. Pero me relajo un poco, eso sí. Si fuera una tormenta, amainaría.
               Y dejo de llover totalmente cuando Scott me entrega a mamá y mamá me acuna. No creo que ella sea capaz de dejarme. Alza las cejas, sorprendida por mi silencio. Vale, no se esperaba eso.
               -¿Qué pasa, mi amor?-dice-. ¿Me echabas de menos?-me toca la nariz, y yo sonrío. Y mamá también.
               Creo que me estoy enamorando de mamá.
               De verdad que no quiero que me devuelva a la cesta. Quiero que me sostenga siempre, siempre.
               -¿Y si le pido a Tommy los deberes?-pregunta Scott. Mamá pone los ojos en blanco.
               -A desayunar. Venga-papá le da otra palmada en el culo. Scott se enfurruña-. Eh, S, anima esa cara. ¿No quieres galletas de chocolate?
               Scott vuelve a cambiar de humor. Se gira hacia papá, sonriendo.
               -¿De las de la cremita por dentro?
               -Hoy es un día especial. Tu primer desayuno como hermano mayor-dice papá, y Scott levanta las manos, da un grito, gatea a toda velocidad por la cama, salta y corre hacia la puerta. Papá y mamá se miran.
               -Si me disculpas, gatita…-dice papá, besándole el hombro.
               -Venga, vete a ejercer de padre-sonríe mamá. Papá sale de la cama. Tiene más dibujos en la piel de los que tenía ayer. ¿Le crecen de noche? ¿Quién se los dibuja?
               ¿Cuándo va a empezar a tenerlos Scott?
               Y, lo más importante: ¿yo los tendré alguna vez? ¿Por qué mamá no los tiene? ¿Acaso hay una especie de relación entre el pelo largo y la piel limpia?
               Mamá me acuna, me da un beso en la frente, me sonríe y me acaricia la cara con un dedo. Yo la sigo mirando. Nos observamos la una a la otra.
               Lanza un suspiro que hace que cierre los ojos. Vaya, a mis pestañas no les gusta que les soplen.
               -Ya puede papá ser el duro contigo-dice, sacudiéndome suavemente y consiguiendo que me vuelva el sueño-, porque con esa carita, no te voy a poder decir que no a nada.
               Me vuelve a dar un beso. Yo bostezo. Ella sonríe.
               -Mi niña preciosa-susurra. Se acuesta en la cama. Su pelo cobra vida propia. Cierra los ojos, me da otro beso, me acomoda sobre su pecho y me enseña sus dientes. Mamá es feliz.
               Yo soy la causa de que mamá sea feliz.
               Y eso también es suerte.
               Me quedo dormida bajo la atenta mirada de mamá. Descanso muchísimo. Cuando la puerta de la habitación se abre y Scott entra en tromba en ella, yo abro los ojos y me siento como si llevara durmiendo toda la vida.
               Papá se queda a la puerta, con algo de colores cargado al hombro. Una mochila. Guau, quiero tener una mochila.
               Me pregunto para qué servirán.
               Scott se detiene en seco al vernos. Nos mira a mamá y a mí con los ojos entrecerrados. Cuando crezca, lo identificaré con suspicacia.
               Pero de momento, sólo puedo quedarme mirando sus pestañas. Son larguísimas. Y, de momento, no me producen ninguna emoción negativa. Cuando crezca y tenga que ponerme rímel para tenerlas como él, me molestará mucho. Jopé, yo también quiero unas pestañas como las de Scott. Menudas pestañas tiene, el tío.
               Pero, de momento, sólo me producen fascinación. Nada de envidia, ni de celos, ni de “ojalá las tuviera yo para mí”. Sólo quiero quedarme mirándolas toda la vida.
               -¿Por qué no os vestís, mamá?-pregunta. Mamá se incorpora un poco y estira la mano. Scott se acerca, pero no se la coge.
               -No vamos a ir con vosotros, mi amor.
               -¿Por qué?-exige Scott. Es el más pequeño, pero creo que es el que manda en casa. No estoy segura de cómo funcionan las relaciones entre padres e hijos; lo investigaré.
               Pero, por la pinta, Scott es quien manda.
               Puede que sea por sus pestañas.
               -Porque Sabrae no tiene dónde ir.
               -¿Por qué?
               Papá bufa en la puerta.
               -Porque no tenemos preparado el carricoche para ella.
               -Ah. Bueno. Pero… ¿por qué no vienes tú?-quiere saber. A Scott le gusta que papá y mamá, los dos, le lleven al cole. Papá lo coge en brazos antes de que entre en el edificio y le da un beso en la mejilla contraria a la que lo hace mamá. Es un sándwich de besos. Luego, mamá le coge una mano y Scott se balancea en los brazos de nuestros padres antes de reunirse con Tommy y entrar de la mano con él en el cole.
               Quiere eso.
               Es un día especial, su primer día como hermano mayor. Se merece eso.
               -Porque Sabrae es un bebé-razona mamá-, y los bebés no pueden quedarse solos.               Eso me sorprende. ¿Lo sabrá la mujer que me trajo al mundo? Me dejó sola de noche. Hace solo una noche de mi primera experiencia con la soledad. Pero a mí me parece una eternidad. Todo en mi vida ha cambiado.
               -¿Por qué?
               Mamá mira a papá, en busca de ayuda. Papá tiene imaginación. Papá hace música. Y escribe. Y enseña. Claro que yo, eso, no lo sé aún. Y tampoco lo necesito para quererlo.
               Quiero mucho a papá. Porque él me quiere a mí. Y ya está.
               -Porque los bebés echan mucho de menos.
               Scott se vuelve hacia papá.
               -¿Sabrae lo va a pasar mal esta mañana?
               -Te echará de menos, pero sobrevivirá.
               Y Scott se vuelve loco ante la sola idea de que su hermanita pequeña, su tesorito recién desenterrado, pueda sufrir por su ausencia. De un salto, se pega a la cama y grita:
               -¡No quiero que sufra! ¡Es mi hermanita!-me arranca de los brazos de mamá-. ¡No quiero que lo pase mal, quiero quedarme aquí con ella!
               Me asusta. ¡Scott, deja de asustarme! Me echo a llorar y Scott también. Mamá pone los ojos en blanco.
               -Si ya estáis así con esta edad, no quiero ni pensar cómo vais a estar en la adolescencia.
               Papá da una palmada, ignorando el festival de lágrimas en que se han convertido sus hijos.
               -Venga, S. Dile adiós a mamá, hay que ir al cole.
               -¡No quiero ir al cole, quiero quedarme con Sabrae! ¡No quiero que sufra!
               Me aprieta contra sí. No me coge la cabeza y se me cae hacia atrás.
               -¡Cógele la cabecita, Scott!
               Scott lo hace y murmura disculpas mientras me empapa la ropa con sus lágrimas. Unas manos expertas me cogen. Unos dedos me acarician la espalda. Scott me suelta a regañadientes, se limpia la cara con los puños.
               -Ser el hermano mayor implica hacer cosas por los pequeños que no siempre te van a gustar, S-le dice mamá-. ¿Me has entendido?
               Scott asiente con la cabeza.
               -Tienes que ir al cole. No hay discusión sobre eso. Dame un beso, y otro a Sabrae, y vete con tu padre.
               -¿Me prometes que, si sufre, la llevarás para que la acaricie a través de las verjas?
               Papá se muerde el labio para contener una risa. El melodrama nos viene de familia.
               -Te vas al cole, no a la guerra, S.
               -No soporto decirle adiós a esa carita-replica Scott.
               -Son sólo cinco horas.
               -Las cinco horas más largas de mi vida.
               Papá se echa a reír. Se acerca a él, lo coge en brazos y lo sube a la cama. Scott me da tantos besos que no puedo contarlos (tampoco domino los números, quizá eso sea también una buena explicación), le da un puñadito a mamá, y se baja de la cama. Papá me muerde un moflete y se ríe cuando yo lanzo una exclamación de sorpresa. Es una sorpresa buena. Acabo de descubrir que me gusta que me muerdan los mofletes. Pero sin hacerme daño.
               Mamá me pega instintivamente a ella. Me besa de nuevo la frente y le da un beso a papá profundo. Incluso usan la lengua. Vaya, ¿la lengua es para eso?
               ¿Y no le rasca a mamá en la lengua la barba de papá?
               -Puaj-protesta Scott. Papá y mamá se ríen. Se dan un piquito y papá coge a mi hermano de la mano.
               -Ya te diré “puaj” cuando estés así con cualquier chica. O chico.
               -¡Puaj!-responde Scott, negando con la cabeza-. ¡Qué! ¡Asco!
               -Adiós, Scott-se despide mamá.
               -Adiós, mamá. Adiós, Sabrae. No me eches de menos, ya lo haré yo por los dos, ¿vale?-vale, no sé qué es echar de menos, me gustaría decirle, pero no sé hablar. Mamá me coge el brazo y lo agita en el aire. Scott me imita, pero sin nadie que lo guíe. ¡Hala! ¿Voy a poder hacer eso algún día?
               Cierran la puerta. Nos dejan solas. Mamá vuele a abrazarme, a tumbarse y a cerrar los ojos. Pero sé que sigue despierta. Cuando nota que me revuelvo, me da la vuelta y me pone boca abajo, sobre su pecho. Me permite investigar. Le cojo un mechón de pelo y tiro de él. ¿Se hará esto todos los días, y por eso lo tiene largo?
               Seguiremos informando.
               Mamá me sonríe, se echa a reír cuando vuelvo a tirar. Me saca la lengua y yo me la quedo mirando. Me la vuelve a sacar. Intento imitarla, pero no soy capaz. Mamá se echa a reír. Parece que no le importa demasiado tener una hija inútil.
               Me acaricia la espalda y me habla. Su tono dulce y la subida y bajada constante de su pecho hace que me vuelva a entrar sueño. Me quedo dormida sobre ella, que no deja de vigilarme y sonreírme.
               Soy un regalo.
               Un regalo divino. Totalmente inesperado.
               Por eso soy tan fascinante.
               Papá vuelve. Me despierto otra vez. Se quita la camiseta, se mete en la cama con nosotras y nos abraza.
               -Mis chicas-declara con orgullo. Mamá y él vuelven a tocarse las lenguas. Un brazo lleno de dibujos de papá pasa por debajo de mis pies, rodeando la cintura de mamá.
               -Zayn-susurra mamá. Papá se detiene, la mira. Mamá le acaricia la barba. Yo también quiero acariciarle la barba. Estiro el brazo. Papá me mira y se acerca.
               Vaya, pincha en un buen sentido. No como en la cara, menos. Me gusta. Pongo las dos manos en su barba y empiezo a moverlas. El movimiento hace un ruidito gracioso. Me gusta.
               Me suenan las tripas.
               Es hora de uno de esos abrazos que me llenan la boca de leche. O de un abrazo concentrado en una botella de cristal. Lo mismo da.
               Mamá me envuelve en una toalla suave, me sostiene en brazos y me lleva por la casa hasta la cocina. Me prepara el biberón mientras me sostiene con otra mano. ¿Hay algo que mamá no pueda hacer?
               -Déjame que lo haga yo-pide papá, pero mamá niega con la cabeza.
               -Me hace ilusión-explica. Papá se sienta en una de las sillas de la cocina.
               -¿Debo entender, entonces, que si le preparas tú el biberón, yo no voy a poder dárselo?-pregunta. Mamá se gira y sonríe. Papá se echa a reír-. En algún momento tendré que ser yo quien alimente a nuestra hija, ¿no crees?
               -Me lo pensaré-responde mamá, mirándome a los ojos. Frota su nariz con la mía. Me gusta mucho esa sensación.
               Se oye un pitido, mi leche está lista. Me llevan al salón, se sientan en el sofá, mamá me destapa un poco y me coloca la tetilla del biberón en la boca. Y yo bebo. Y me encanta. No puedo parar, y no lo hago, hasta que ya no puedo más. Queda un poco de leche dentro del botecito de cristal.
               Algo me hace daño dentro. Me duele la tripa, creo que he comido mucho. Pero mamá sabe solucionarlo: me pone sobre su hombro, me da unas palmaditas en la espalda, y el monstruo que me hacía pupa se escapa por mi boca con un sonido extraño.
               -Me toca-urge papá, que parece feliz de que haya expulsado al monstruo. Mamá me entrega a papá y se marcha a la cocina. Tiene que desayunar. Cuando termina, nos encuentra tirados en el sofá, como habíamos estado ayer. Papá me ha puesto boca abajo, y le examino los dibujos. Le paso las manos por ellos, descubriendo.
               -Le gustan-dice papá, fascinado. No tanto como yo, porque yo no tengo esos dibujos, pero casi.
               -Igual que a su madre-sonríe mamá.
               -Algunos más que otros.
               -No digas tonterías-mamá le besa en los labios. No hay juego de lenguas esta vez-. Mi amor-dice, pasándole el pulgar por el labio. Se miran largamente. Papá me coge, me envuelve en mi toalla, y me lleva en brazos de vuelta a la habitación. Me tumban en la cama, y, mientras yo inspecciono el entorno, ellos se inspeccionan mutuamente. Mamá se tumba a mi lado y le pasa las manos por los hombros a papá. Papá se tumba encima de ella, entre sus piernas. Sus lenguas vuelven a jugar.
               Siguen besándose. Pasándose las manos por el cuerpo como si quisieran descubrir nuevos rincones. Yo también quiero acariciarles así. Hago un ruidito y los dos me miran, un poco sorprendidos. Mamá tiene los labios sonrojados de los besos de papá.
               Y papá, las mejillas. No sé de qué, si mamá no le ha dado besos ahí. Solo se han limitado a juntarse las lenguas.
               -Alguien tiene envidia-sonríe papá. Me cogen y me tumban entre ellos, me dan besitos y me hacen cosquillas. Soy tan feliz. No me importaría quedarme aquí el resto de mi vida.
               Vuelven a besarse. Y yo estiro la mano y vuelvo a tocarle a papá los dibujos de su piel.
               -Y dale con los tatuajes-dice papá, pero no parece molesto.
               -De mayor va a ser una rockera, y lo mejor es que la culpa la vas a tener tú-se burla mamá. Papá pone los ojos en blanco.
               -Me cabrearía, pero, ¿y si algún día me pidiera hacernos uno juntos?
               -Cuidado con las babas, papá-se ríe mamá. Tatuajes. Vaya. Suena fascinante. ¿Y se pueden compartir? Pues quiero muchos con ellos.
               Sigo pasándole la mano por los tatuajes. Son increíbles. Me pregunto qué hay que hacer para conseguirlos.
               Mamá le acaricia el pecho a papá, sigue mi mano, me la coge y me la besa.
               -Deberíamos buscar un espacio para ella. No me parece… de buen gusto hacerlo cuando la tenemos en la cama.
               Papá asiente con la cabeza. Intercambian unas palabras y se marcha. ¡No! ¿He hecho algo mal?
               Mamá me quita todas las dudas con más mimos. Papá habla sin estar en la habitación. Mamá me deja en el centro de la cama y se marcha con él.
               No quiero que me dejen sola. Pero confío en que vuelvan. Así que espero pacientemente. Estudio mi cuerpecito. Mis manos, mis pies. Los pies me saben a algo raro. Mm.
               Las mantas tienen el tacto que me imagino tienen las nubes.
               Estoy empezando a impacientarme cuando papá vuelve a aparecer. Se da cuenta de que estoy molesta y se afana en cambiar mi humor. Lo consigue. Me llevan a una cosa extraña, como una especie de cestas con paredes mal construidas. Tiene como palos. Es muy rara.
               Me dejan allí. Hay una cosa flotando encima de mí, a la que bautizo como la Cosa Fascinante. Mamá la toca y la Cosa Fascinante comienza a bailar. La observo embobada. Es preciosa. No tanto como mamá, pero casi.
               Además, es nueva. Nunca he visto nada igual. Así que no aparto los ojos de ella. La Cosa Fascinante baila y hace ruidos que me gustan mucho. Estiro los brazos para coger sus partes, pero está muy lejos, y no llego. Los dejo caer a los lados, hipnotizada. Mamá me acaricia la cara, papá me da un beso.
               Empuja de nuevo con un dedo la Cosa Fascinante y aprovechan para marcharse mientras me tiene ensimismada con su baile.
               Con el tiempo, pierdo interés. En parte, porque la Cosa Fascinante está dejando de bailar. Y, en parte, porque echo de menos a papá y mamá. Miro en todas direcciones, buscándolos.
               Se han ido sin mí. Me han dejado sola, cuando han dicho que soy un bebé, y a los bebés no se les puede dejar solos.
               Me parece fatal eso.
               Y me aseguro de que todo el mundo en varios kilómetros a la redonda se entere.
               Grito y pataleo y berreo con todas mis fuerzas, en una señora rabieta de las que ya no quedan. Cuando crezca, diré que no soporto que los bebés sean gritones y llorones, me gustará mucho el silencio, pero, ¡ay, lo que falta para que yo disfrute el silencio!
               Me crezco mucho en el escándalo que estoy armando. Me gusta sentirme poderosa con el fuego de mis pulmones. Grito y grito y grito, y pataleo y pataleo y pataleo con toda la furia que mi pequeño cuerpecito consigue reunir (que, sorprendentemente, es mucha) y lloro como si me fuera la vida en ello.
               La puerta de la habitación en la que estoy se abre y mamá aparece en mi campo de visión un segundo antes que papá.
               Mamá me coge en brazos y me cubre a besos.
               Y yo me callo.
               Porque he cumplido con mi deseo: volver a tener compañía.
               Papá y mamá se miran.
               -Puede que… se hubiera asustado.
               -Pobrecita, tuvo que ser tan traumático lo de la cesta…
               -Sí, tuvo que ser eso. Bueno, ahora que sabe que estamos aquí… podríamos…-papá la coge de la cintura y le da un beso en la sien. Me acaricia la cabeza.
               -Sí, podemos… regresar.
               Me dejan de nuevo despacio en la cuna, y me tapan con una mantita y vuelven a hacer que la Cosa Fascinante baile y cante para mí.
               Y yo la miro ensimismada.
               Y la cosa se detiene, vuelvo a percatarme de mi soledad. Y desato el infierno con mis cuerdas vocales a estrenar. Oh, tengo músculos con los que dar la tabarra para rato. Estoy nueva de paquete. Tengo fuerzas para dar y regalar.
               Papá abre la puerta y yo me quedo callada. Suspira. Sonrío. Niega con la cabeza, se acerca, me pellizca un moflete, vuelve a hacer que la Cosa Fascinante baile y se aleja de mí.
               Pero yo ya no le hago caso a la Cosa Fascinante. Ya no es tan fascinante, y, además, es una treta para que yo no proteste al dejarme sola.
               -Sabrae-dice papá, señala la Cosa Fascinante-, mira, Sabrae.
               Pero yo le observo. Papá da un paso atrás.
               Ni.
               Se.
               Te.
               Ocurra.
               Papá agarra la puerta.
               Yo cojo aire.
               Como se atreva a salir de la habitación…
               … cosa que hace… a lo cual respondo con un gemido de advertencia…
               Empieza a cerrar la puerta…
               … hasta que la tiene totalmente cerrada y yo no puedo verle, y por tanto no sé si está conmigo o en la China…
               … de manera que no me queda otra opción.
               Y me vuelvo a poner como loca a llorar.
               Papá abre la puerta y yo sonrío, feliz. Suspira. Yo me muerdo un pie, porque eso a los adultos les parece muy mono, y los bebés sabemos qué debemos hacer para que los adultos nos quieran porque somos monos.
               Surte efecto. Papá abre la puerta, me coge en brazos y me lleva con mamá. Mamá se incorpora en la cama y se tapa con las mantas. Se nos queda mirando un momento.
               -¿Qué…?
               -No me dejaba marcharme-explica papá. Mamá me mira un segundo, y luego se echa a reír.
               -Supongo que hoy es demasiado perfecto como para encima tener un poco de sexo-reflexiona, cogiéndome en brazos. Me tapa con la manta y descubro la piel de su pecho.
               No tengo hambre, pero me giro instintivamente para que me dé uno de esos abrazos que me llenan la boca de leche. Sin embargo, mamá me aparta de ella.
               -No puede ser así, cariño-me dice. Y suena triste. Me quedo mirándola. Le cojo un mechón de pelo y tiro de él. Y ella sonríe. De momento, sirve como muestra de cariño. Hasta que aprenda a dar besos.
               Me tumban entre ellos en la cama y me cubren de mimos. De vez en cuando, se besan ellos también. Llega un momento en que se olvidan de mí. Sus manos siguen en mi cuerpo, acariciándome, pero sus lenguas bailan. Empiezan a hacer cosas raras con la respiración. Jadeos. Mamá tira de papá y papá tira de mamá, y sus pies están enredados, y yo estoy en medio.
               Los ojos de ambos se posan en mí. Luego, se clavan en el otro.
               -Voy a por la cuna-dice papá.
               -Vete a por la cuna-dice mamá a la vez que él. Se echan a reír, se dan un par de besos más, papá me da un beso que raspa en la cabeza y se marcha. Vuelve con mi cesta mal hecha. La pone al lado de la cama, me deposita en ella, me da un beso, y va con mamá.
               Hacen cosas muy raras. De vez en cuando los miro y ellos mueven la Cosa Fascinante para que me distraiga. Pero, a veces, no es suficiente. Llega un momento en que dejan de moverla. Esperan a que me aburra de mirarlos y continúan.
               Me quedo dormida, porque no tengo nada mejor que hacer. Así que sólo me queda la intriga de saber qué es eso que están haciendo que tanto parece molestarles. Sus lenguas se siguen juntando, pero ponen caras raras, respiran raro, gimen e, incluso, diría que hasta se pegan. Mamá le clava las uñas en la espalda a papá mientras repite palabras muy rápido. Me despierta y la miro. Ella me mira y se queda callada un momento, quieta. Luego, tira de la sábana y los dos desaparecen.
               No sus voces.
               Pero ellos sí.
               Miro de nuevo la Cosa Fascinante, que no es tan fascinante estando quieta, pero puede entretenerme. Me quedo dormida otra vez, de manera que no oigo cómo terminan de hacer esa cosa rara.
               Los dos están sudorosos cuando terminan. Han hecho un esfuerzo por no hacer más ruido del estrictamente necesario y despertarme. Mamá se tumba de lado, papá le pasa una mano por el costado y las entrelazan mientras me observan.
               -Parece que hoy, después de todo, sí que podía mejorar.
               Papá se echa a reír.
               -¿Crees que le habremos creado un trauma?-pregunta papá, besando en el hombro a su mujer.
               -Espero que no-sonríe ella-. No creo que les haga mucha gracia a los del orfanato enterarse de que lo hacemos con ella en la habitación.
               -Puede que no tenga que repetirse. Imagínate que cogemos la costumbre y nos olvidamos de que está ahí, y un día nos pregunta qué hacemos. Como hizo Scott.
               -Ella va a ser más lista que Scott.
               Papá se incorpora.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Una madre sabe estas cosas, Zayn.
               Papá alza las cejas, sonriendo.
               -Mírala, qué rápido se ha vuelto experta en esto de la maternidad.
               -Tonto-se ríe mamá, besándole. Le acaricia la cara y se me quedan mirando.
               Se pasan la mañana preparando mi habitación. Sacan un montón de cosas de una que tenían libre, al lado de la de Scott, y las trasladan a otro sitio. No sé adónde. Han tenido la delicadeza de llevar mi cuna al pasillo, ponerla dentro de la habitación, para que, si me despierto, pueda mirarlos. No quieren que el espectáculo de antes se repita.
               Apenas han terminado de recoger y pasar una cosa con un palo y pelos debajo por el suelo cuando papá se saca del bolsillo otra lámina rara y la mira.
               -Hay que ir a por los chicos.
               -¿Vas tú, o voy yo?
               -Tú te has quedado con ella-dice, haciendo un gesto con la cabeza en mi dirección. Mamá se echa a reír.
               Quiero mucho a papá por lo que me quiere, pero le quiero más por lo mucho que hace reír a mamá. Ese sonido es precioso.
               -Vale, papi, tú y tu princesita necesitáis tiempo para conoceros. Lo entiendo-mamá alza las manos, se suelta el pelo y va a darle un beso en la mejilla-, y lo respeto. Adiós, mi pequeñita-dice, cogiéndome en brazos y festejando mi despedida jubilosa. Sé que va a volver.
               Y no me está dejando sola.
               Papá me lleva a la cocina. Me pone encima de mi cesta y me habla mientras hace cosas con un montón de utensilios diferentes. Todos brillan y todos me asombran. Quiero tocarlos, pero papá no me pone ninguno a tiro, y no me hace caso cuando lloriqueo para que me deje inspeccionar.
               Incluso pruebo a chuparme de nuevo un pie. Pero no surte efecto.
               Me llegan sensaciones nuevas. Me entran por la nariz y se expanden por mi boca. Comida. Por alguna razón, presiento que esos sentimientos inducidos me gustarán algún día. Pero hoy, sólo me producen curiosidad.
               Con los abrazos que me llenan la boca de leche me basta.
               Papá se mete algo en la boca, me da un beso y se echa a reír cuando yo noto que me ha dejado algo pegado en la cara. Me toco y observo la cosa viscosa de color rojo anaranjado. Parece una especie de…
               … no sé qué parece. Jamás he visto nada parecido.
               Papá me lame la cara y yo me echo a reír. Se mete mi mano en la boca y me río más. Me da un mordisquito y a mí me parece lo más divertido del mundo.
               -Dios mío, Saab-dice-. Ya puede ser tu madre la dura, porque yo te voy a consentir todo.
               Menos mal que creceré con unos valores que el aire me ha inculcado, porque ni mi padre ni mi madre parecen capaces de meterme en vereda.
               Nos tumbamos de nuevo en el sofá. Tiene algo suave cubriéndole el pecho, con lo que los dibujos de su piel no se ven. Paso las manos por encima de su camiseta, pero nada. Los dibujos no se manifiestan por arte de magia.
               Papá me deja explorar. No protesta cuando le paso las manos por la cara, y sonríe ante mis ruiditos de bebé emocionado que está descubriendo el mundo.  Sólo se aleja un poco cuando le intento meter las manos en un ojo. Menudas pestañas tiene.
               De mayor, me fastidiará mucho que los hombres de mi familia sean quienes mejores pestañas tienen.
               Pero de momento soy demasiado pequeña para percatarme de estas cosas.
               A papá le hace gracia que algo brillante que tiene en la nariz me llame la atención. Es frío y duro al tacto. Se lo toqueteo, intentando decidir qué es.
               Mamá tiene algo parecido, pero en las orejas. Parece algo similar a una de las cosas que se comieron para cenar. De mayor las identificaré como uvas. Pero esto es más pequeño. Y no me queda del todo claro que pueda comerse.
               Un pendiente.
               Sigo toqueteándolo hasta que me canso. Le paso las manos por la barba de nuevo y me vuelvo a dormir.
               No soy muy interesante.
               Aunque a mi familia no le importa.
               Me despierta el ruido de un coche. Me imagino que a casa sólo se puede llegar con eso que hace que el mundo se mueva a tu alrededor. Papá se incorpora, me arrulla y me tranquiliza. Se abre la puerta y él mira el vestíbulo.
               Hay una persona más en la casa.
               -Hola, T-saluda. Una voz le responde.
               -Hola-es una voz joven. La he oído antes. Anoche, contestando a Scott. En la lámina. Puede que se salga de la lámina a través del coche. Eso tiene todo el sentido del mundo para mí-. ¿Es ella?-dice la voz, con un tono reverencial.
               -Pues sí-oigo contestar a mi hermano. Scott aparece en mi campo de visión, sonriendo, y automáticamente me contagia su sonrisa. Me coge en brazos y me pega a su pecho-. Tengo que advertirte, Tommy: es más preciosa de lo que te puedas imaginar.
               -Siendo tu hermana, a la fuerza tiene que ser fea.
               -¡Tu hermana sí que es fea!
               -¡No metas a Eleanor en esto!
               Tengo mucha curiosidad por ver a Tommy. Quiero que Scott se gire y me deje verlo.
               -Qué guapo vienes hoy, ¿no, chico?-pregunta papá, revolviéndole el pelo.
               -Es que iba a conocer a Sabrae-explica Tommy-, y la primera impresión es lo que cuenta.
               -¿Estás preparado?-pregunta Scott.
               -¡Sí!
               -¿Listo?
               -¡Sí, sí!
               -¿Seguro?
               -¡Sí, sí!-proclama Tommy, impaciente. Scott sonríe, me da un beso y me muestra. Clavo los ojos en cuanto puedo en Tommy, que contiene una exclamación de sorpresa. Se tapa la boca.
               Yo sí que debería taparme la boca.
               Es incluso más fascinante que la cosa fascinante.
               Para empezar, su piel es de un tono que me recuerda a la carne de la cena de mi familia ayer. Incluso diría que es color abrazo que te llena la boca de leche concentrado en la botellita de cristal.
               Su pelo es castaño. Castaño como mi piel. Nunca me he fijado en nadie con el pelo castaño; él es la primera persona a la que le presto suficiente atención como para fijarme en el color de su pelo. Me fascina que no lo tenga negro. Me pregunto si se deberá a que come algo distinto a mi familia.
               Pero son sus ojos lo que me dejan totalmente atónita. No tiene el color de mi piel en ellos. Ni siquiera es un color oscuro. No es un tono café como los ojos de mi padre, ni madera mezclada con musgo y rayos de sol como los de mi madre y mi hermano.
               Son azules.
               Tremenda e irremediablemente azules.
               Azules como el cielo que se ve por la ventana. Azules como el cielo que me acogió la primera vez que abrí los ojos. Azules como las paredes de alguna de las habitaciones de mi casa.
               Nos estudiamos en silencio. Me escruta con mucha atención. En sus ojos hay comprensión. Mira a Scott, luego a mí.
               -Se parece un poco a ti.
               Creo que no habrá jamás nada que Tommy le pueda decir a Scott que le haga más ilusión que esto.
               Porque cuando crezcamos, los dos nos moriremos por dentro pensando que no nos parecemos. Que no compartimos sangre. Que no vamos a reconocer al otro en nuestros hijos.
               -La piel-explica Tommy-. El pelo. Los ojos-reflexiona un momento. Scott sonríe-. ¿Puedo cogerla?
               -Como se te caiga…
               -No se me va a caer.
               -Prométemelo, Tommy.
               -¡No se me va a caer!
               Scott me pega a su pecho, protector.
               -¡Que me lo prometas, te digo!
               Tommy suspira. Estira una mano y le tiende el dedo más pequeñito. Meñique. Scott lo engancha.
               -Promesa de meñique-dice Tommy, y extiende la otra mano. Scott me deposita en ellas y cuida de que no me caiga.
               No lo hago.
               Tommy y yo nos miramos. Él me sonríe. Yo le sonrío a él. Me saca la lengua y yo me río.
               Sella el inicio nuestra amistad con un beso en la nariz.
               Y todo en mi vida está bien.
               Pasan a la cocina, me depositan en la cesta, se reparten comida y comen mientras yo les observo, y ellos a mí. Mamá le toma un poco el pelo a Tommy; resulta que se ha puesto una pajarita de su padre que le queda grande porque “no todos los días conoces a la hermana pequeña de tu mejor amigo”.
               Eso hace que papá y mamá se echen a reír. Scott le planta un besazo en la mejilla y le dice que le quiere mucho. Tommy contesta que él también le quiere a él. Siguen comiendo, comentan lo que han aprendido en clase. Scott pregunta si le he echado de menos.
               Sí, terriblemente.
               Si he llorado.
               Sí, desconsoladamente.
               Scott me mira con pena.
               -Mañana no voy al cole-anuncia.
               -Sí que vas al cole-replica mamá.
               -A veces, en la vida, hay que hacer sacrificios por los hermanos pequeños-espeta Tommy. Mamá abre la boca y se echa a reír.
               -Sois un par de listillos-responde, revolviéndoles el pelo. Los dos ponen mala cara, pero es fingida. No les gusta que les revuelvan el pelo, o eso dicen. La verdad es que les encanta.
               Por eso, cuando crezca, no voy a parar de toquetearle el pelo a Scott cuando quiera algo. O simplemente mimos. O que él se haga el ofuscado.
               Pero, de momento, sólo le toco el pelo porque me gusta tocárselo. No hay nada de maldad en mis acciones. Aún no. No la he aprendido.
               Empiezan a moverse de nuevo. Mi familia no se está quieta. Scott me saca de la cestita y me lleva al jardín. Tommy me coge una de las manos que descansan sobre los hombros de Scott. Somos una especie de cadena humana.
               Es lo que hacía Scott cuando la hermana de Tommy, a la que conoceré esta misma tarde, era un bebé. El hermano es el que lleva a cuestas, el que carga y tiene el privilegio de transportar; el amigo coge de la mano para que el bebé no se asuste.
               O, simplemente, para no quedarse aislado.
               Empujan con dificultad las puertas de cristal que dan al jardín. Ponen una hamaca y se sientan en ella. Me colocan cuidadosamente en el centro y me observan mientras yo descubro un mundo de posibilidades que se abre ante mí.
               Soy una flor abriendo sus pétalos con la llegada de la primavera. Y eso también es suerte.
               El cielo está muy azul. Más que ayer, cuando me trajeron a casa. El cielo cambia de color, constataré más tarde, cuando soporte estar despierta hasta altas horas de la noche (o sea, eso de las 8 y media) y vea cómo se pone rosa, luego naranja, luego negro con motitas blancas raras, y vuelta a empezar.
               Hay nubes en el cielo. Y son preciosas. Cada una es diferente de la anterior. Creo que son familia. Estiro las manos para intentar tocarlas. Siento la imperiosa necesidad de tocar todo lo que se me pone a tiro y todo lo que me resulta nuevo. No me basta con mirar; tengo que cerciorarme de que las cosas están allí.
               Scott y Tommy miran al cielo, se miran entre sí, y luego me miran a mí, intentando entender cuáles son exactamente mis intenciones.
               -Creo que quiere coger una nube-manifiesta Tommy. Scott alza las cejas. Su hermana es un poco tonta, parece ser.
               -Pues va lista. Para eso necesitaría un globo.
               Scott piensa un momento, meditando sobre lo que acaba de decir. Tommy le ayuda a tomar una decisión.
               -¿Tienes globos?-pregunta.
               -¿Con uno bastará?
               -Ella es pequeña. No pesa mucho. No creo que necesite un globo de esos tan, tan grandes.
               Scott da un brinco y a mí medio me asusta. Qué manía tiene mi hermano con meterme el miedo en el cuerpo.
               -Voy a mirar. Quedaos aquí. No dejes que le pase nada-advierte.
               -No.
               -Tommy, de verdad, como le pase algo a mi hermana…
               -¡Que la voy a cuidar!
               -¡Más te vale! ¡O te romperé uno de los coches de carreras! ¡El morado!
               -Ése era tuyo.
               -Pues te lo romperé igual, para que sufras por el dolor que me causará a mí.
               Scott se marcha corriendo. Tommy se inclina y me observa con atención. Me toca un moflete y yo me lo quedo mirando. ¿Por qué me hundes el dedo en la cara, jovencito? ¿Acaso te he hecho yo algo?
               Cuando me encuentro con sus ojos, descubro que no puedo dejar de mirarlos. Son como hipnóticos. El cielo de encima de nosotros no tiene comparación con los dibujos que hay en ellos. Es como… como si el cielo de sus ojos se hubiera vuelto loco, y fuera de noche y de día a la vez. Tiene líneas negras que le atraviesan los círculos azules. Zonas clarísimas, casi blancas, y zonas oscuras, casi negras.
               Y a Tommy también le gustan mis ojos. No sé a qué se parecen. Tampoco los compara con nada, pero sí con alguien.
               -Tienes los ojos de Zayn-dice.
               Y eso es suficiente para que Tommy se convierta oficialmente en mi Chico Favorito en El Mundo, justo por detrás de mi hermano. Agito los pies de felicidad y él sonríe, me coge en brazos con bastante maña, me acuna y me da un beso en la frente. Yo le toco la cara. Y así se sella nuestra amistad.
               Scott vuelve con nosotros. Se sienta al lado de Tommy, se pone algo de color morado en la boca e hincha los mofletes. Ese algo comienza a crecer. Se pasan ese algo, lo que más tarde identificaré como un globo, hasta que consiguen tenerlo bien crecidito. Dos veces intentan atarlo con una cuerdecita blanca, y dos veces fallan y se les escapa y deshincha el globo con un sonido muy gracioso. El globo se vuelve loco al tener libertad, y vuela de un lado a otro hasta que, finalmente, se cae al suelo. Los chicos lo cogen. Repiten el proceso y, finalmente, consiguen tenerlo hinchado y controlado. Me atan el otro extremo de la cuerda a la muñeca y me dejan con cuidado sobre la hamaca. Tommy mantiene con ceremonia el globo entre sus manos, por encima de mí.
               -Larga vida a Sabrae, la Cazanubes-proclama Scott solemnemente. Tommy asiente con la cabeza. Abre las manos.
               Y el globo se desliza suavemente hacia mí. Scott lo coge antes de que me dé en la cara. Porque es un buen hermano mayor.
               -Quita, que lo haces mal-dice. Hace lo mismo que Tommy. Y el globo vuelve a caerse.
               Están intentando que el truco funcione, que el globo vuelva a volverse loco y vuele hacia las nubes, arrastrándome a mí, cuando mamá se asoma al jardín.
               -¿Qué hacéis?
               -Estamos intentando que Sabrae vuelve-explica Tommy-. Y que coja unas nubes. Le gustan.
               Mamá alza las cejas.
               -¿Papá os ha hinchado el globo?
               -No, hemos sido nosotros-dice Scott, sin mirar a mamá. Está inspeccionando el globo; puede que esté estropeado y haya algo que no funcione como debería.
               -¿Y quién le ha hecho el nudo?
               -También nosotros.
               Mamá se queda perpleja.
               -No os he visto hacer un nudo a un globo en vuestra vida-dice.
               -Bueno, mamá, es que ahora somos hermanos mayores-replica Scott. Mamá se ríe.
               -Papá y yo vamos a preparar la habitación de Sabrae-dice-. Ni se os ocurra salir de casa. Ni…
               -… acercarnos a la piscina-terminan los dos a coro. Mamá asiente, satisfecha.
               Seguimos con el globo hasta que Tommy y Scott deciden que no tiene sentido seguir intentándolo.
               Se sientan con las piernas colgando a mi lado, mientras yo me dejo llevar por el sueño.
               Hasta que, de repente, Scott me coge en brazos. Tommy le ha preguntado si alguna vez he tocado el césped. Y Scott ha contestado que no. Y Tommy ha dicho que ya es hora de que lo toque.
               Tengo una semana de vida, hombre. Déjame ir despacito.
               Pasito a pasito. No hay ninguna prisa.
               Pero ellos la tienen. Me sacan de mi mantita, haciéndome pasar de crisálida a mariposa. Scott me coge por debajo de los hombros y camina hacia la cosa verde del suelo. Parece mullida y suave. Tiene varios colores, pero el verde es el que manda.
               Tommy y Scott se miran un momento. Y luego, Scott, muy, muy despacio, dobla las rodillas hasta que mis pies tocan ese suelo.
               Oh.
               Dios.
               Mío.
               Es la cosa más genial que he experimentado nunca.
               Después de los besos de mamá.
               El suelo me hace cosquillas en los pies. Cambia según los muevo. Es como la barba de papá, pero de otro color, y sin que papá esté cerca. Muevo los pies, investigando, inspeccionando sensaciones. Scott sonríe. Tommy sale corriendo, dice que me va a grabar. Scott me da un beso en la cabeza mientras yo continúo con mi baile improvisado.
               Cuando vuelve Tommy, papá y mamá vienen con él. Scott se gira, haciendo que mis pies se separen del suelo un momento, y luego me vuelve a dejar en contacto con la madre naturaleza. Mamá y papá sonríen. Papá saca la lámina que encierra personas en su interior y la pone frente a nosotros. Tommy y Scott me cogen de las manos y hacen que me balancee, y yo chillo de alegría, y me río, y todos nos reímos, y todo está bien.
               Mamá se echa a llorar. Se pega a papá y le dice que le quiere mucho, y le da las gracias. Papá le da un beso, le dice que gracias a ella. Los chicos siguen haciéndome bailar sobre el césped.
               Y a Scott se le enciende la bombilla.
               -¿Qué hora es?
               -¿Por qué?
               -He dicho en el cole que hoy iba a llevar a Sabrae al parque para que la conocieran los demás-explica. Tommy asiente con la cabeza. Mamá, sin embargo, la sacude.
               -No puede ir al parque aún, S. Tiene que ir al médico, a ponerse vacunas.
               -¿Por qué?
               -Porque puede ponerse enferma al contacto con otros niños.
               Y automáticamente Scott me aparta de Tommy, que lo mira dolido, pero entiende. Él también tiene una hermanita a la que protegería con su vida.
               -No, por Tommy no pasa nada-dice mamá, y los dos suspiran de alivio y se acercan. Tommy deja caer una mano a su costado, y yo le engancho un dedo, y ya no me suelto de él-. Pero alguno de los otros niños puede estar malito, y pegárselo a Sabrae. Y ella es aún demasiado pequeña para ponerse enferma, ¿entiendes?
               -Mis amigos están bien.
               -Scott-dice mamá, un tono distinto, nada conciliador. Aquí mando yo, dice ese tono-. No vamos a ir al parque hoy. Y punto.
               Scott suspira. Asiente. Me mira un momento. Tommy interviene:
               -¿Podemos ir a preparar la habitación de Sabrae con vosotros?
               -Claro-dice papá. Le tiende la mano a mamá para ayudarla a levantarse.
               Ojalá yo mire a alguien algún día como mamá y papá se miran el uno al otro. Hasta yo, con mi escasa experiencia en este mundo, puedo ver que en sus ojos hay un amor tan profundo como las cosquillas en la tripa que me produce Scott al darme besitos.
               Me llevan de vuelta al piso de arriba. Me ponen en la cesta y me dejan en el pasillo, porque no quieren que inhale la pintura. Scott y Tommy se ponen unos pañuelos en la cara y se ríen cuando papá les dice que parecen montañeros.
               Mamá y papá se ponen con el fondo mientras Tommy y Scott rellenan con pintura negra los dibujos que previamente ha preparado papá. La habitación tiene varios colores. Es un cielo durante una puesta de sol. Y hay un montón de figuras acercándose al cielo.
               Animales.
               Son animales.
               Papá hace el contorno de varias criaturas que yo no he visto nunca (porque, claro, soy un bebé) mientras mamá pasa un rodillo mágico que hace que la pared, antes blanca, se vuelve ahora amarilla. A medida que va bajando, va cambiando el color. Se vuelve más naranja.
               Mi hermano y su mejor amigo pintan el interior de una jirafa, un elefante, un hipopótamo con las fauces abiertas, varios árboles y antílopes, leopardos y un león. Esto les lleva casi toda la tarde, porque tienen que preocuparse de no salirse. Mientras tanto, papá y mamá terminan con el resto de la habitación. Me sacan de la cesta y me colocan entre las piernas de papá mientras Tommy y Scott acaban con sus obras de arte.
               Mi habitación me producirá mucho orgullo cuando crezca. Porque es África.
               La idea ha sido de papá. Han hecho hace poco un cambio en la habitación de Scott, después de descubrir que le gustan mucho los planetas. Pronto, Scott me meterá en su habitación y me enseñará las cosas que han cambiado en ella.
               Yo también me merezco algo personalizado, que sea sólo mío.
               Y es evidente que yo vengo de otro continente, igual que el resto de mi familia. Ninguno somos enteramente europeos. Y eso está bien.
               -¿Podemos dibujar un pulpo?-pregunta Scott. Tommy se vuelve y lo mira.
               -En África no hay pulpos.
               -¿Y tú qué sabes? ¿Has estado alguna vez ahí?
               -A ver, tío listo, ¿cómo va a haber pulpos en África, si allí no tienen agua, y los pulpos se espachurran cuando los sacas del agua?
               -Puede que tengan pulpos mutantes.
               -Tú sí que eres mutante.
               Scott salpica con pintura negra a Tommy, que lanza una exclamación y se abalanza sobre él. Se pelean, se cubren la cara de pintura, hasta que terminan riéndose y haciendo las paces.
               Terminan los cuernos de un elefante rebelde y las ramas de un árbol de forma extraña, nada parecida a la de los árboles de aquí, y se sientan en el suelo.
               -¿No lo firmáis?-pregunta papá. Los niños se miran.
               -No sabemos escribir-dicen. Papá asiente, no contaba con esa contestación. Pero mamá no se da por vencida. Se levanta, va hacia ellos, les coge las manos y se las pone encima de la tapa del bote de pintura negra. Los niños la miran, sorprendidos. Llenarse de pintura ha sido un acto rebelde, no contaban con eso.
               Mamá los acerca a la pared y les pone las manos, una al lado de la otra, sobre a pintura naranja. Las presiona un poco y luego las aparta.
               Las huellas de sus manos se quedarán en mi pared por mucho tiempo.
               -¿Podemos poner las de Sabrae también?-pregunta Tommy, y Scott asiente, entusiasmado. Mamá sonríe, me coge del regazo de papá, me da un beso en la mejilla y repite el proceso conmigo.
               Acabo dejando varias huellas de manos en mi pared, porque me parece tan genial el haber creado rastros de mi presencia en mi habitación que no me resisto a la tentación de marcar ese territorio como mío varias veces.
               Mamá se ríe, me acaricia la cara, me da un beso en la sien, y decide que es hora de darme el biberón.
               Scott y Tommy me lo están dando (para envidia de papá, que todavía no me ha alimentado) cuando un ruido agudo atraviesa la habitación. Y yo me asusto. Y me echo a llorar. Pero me tranquiliza enseguida saber que no ha sido Scott. Me duele mucho cuando me asusta, porque aunque sabe que no me gusta, él sigue haciéndolo. Aunque no es a posta. Pero aun así.
                Han llamado al timbre.
               Papá se levanta, va a abrir.
               Y tres personas más aparecen en mi casa. Yo las miro fijamente mientras intercambian palabras. No entiendo nada, pero me fascinan.
               Son un hombre, una mujer y una niña. La niña va de la mano de la mujer. Tiene los ojos marrones clavados en mí. Su pelo, también marrón, como el de Tommy, se enreda en su cabeza. Me fascinan sus rizos. Nunca he visto unos rizos.
               A pesar de que yo los tendré cuando crezca.
               La niña tira de la mano de su madre. Tommy se baja del sofá y abre los brazos, a la espera de que ella llegue con él. La niña se suelta y trota hasta Tommy, que le da un abrazo y un beso.
               No tengo que mirar más, ni tampoco que crecer mucho, para saber que esa niña y Tommy son familia. Su pelo les delata. Son hermanos.
               Tommy es un Scott.
               Y la niña es una Sabrae.
               -Mira, El-dice Tommy, cogiendo a la niña de la mano y trayéndola conmigo-. Es la hermanita de Scott.
               -Scott-dice la niña. Scott le coge la mano y la niña sonríe.
               -Se llama Sabrae-añade Tommy.
               -Sabae-repite la niña. Me toca la cara y me sonríe.
               Y somos amigas.
               Y ya está.
               -Dile cómo te llamas-urge Tommy. La niña lo mira, confusa-. ¿Cómo te llamas?
               -El-dice la niña.
               -¿Qué más?-anima Scott. La niña lo mira.
               -El-repite.
               La mujer se acerca a nosotros. Abraza a su hija, le da un beso en la mejilla y le dice algo al oído.
               -Eleanó-dice por fin. Eleanó. Eleanor. Se llama Eleanor. La niña me sonríe, me toca la mejilla (qué manía, chico).
               Scott me aparta de ella y Eleanor lo mira con confusión.
               -Eleanor puede estar mala y hacer que Sabrae también-explica. Mamá le dice que no funciona así. Que no hemos ido al parque porque allí hay bichitos que pueden hacerme enfermar. Pero que no pasa nada porque esté con dos niños. Scott se relaja a medias. Eleanor escala hacia el sofá y me inspecciona, con la atenta mirada de Scott clavada en ella.
               -Guapa-sentencia por fin. Así es como Eleanor pone la primera piedra del castillo que será el amor de Scott por ella. Diciendo que soy guapa.
               Me termino la leche. Scott mira a Eleanor, que parece fascinada conmigo.
               -¿Quieres cogerla?
               -Cí-dice Eleanor, estirando los brazos. La colocan bien en el sofá y me depositan sobre su regazo. Nos observamos mientras la habitación se llena de palabras.
               -Creíamos que ibas de coña, Zayn-dice la voz de un chico. El hombre.
               -Cuando Scott dijo lo de la hermana, pensamos que era una muñeca o algo así.
               -La verdad es que no teníamos pensado traerla tan… pequeña. Una de la edad de los niños es más manejable, ¿sabéis?
               -Creo que ha sido una buena idea traer un bebé-reflexiona la chica.
               -Sí, bueno, en realidad, no fue una idea. Nos la encontramos y fue amor a primera vista.
               -Eso me suena-dice el chico. Y mira a papá y luego mira a la chica.
               -¿Qué tiempo tiene?
               -Unos días. No llega a la semana. Es del 26.
               -Venid a conocerla, Louis, Eri-ofrece papá. Más pasos. Dos cabezas que se asoman. Y dos sonrisas en las cabezas.
               Antes de que me dé cuenta, paso a unos brazos mayores. La mujer me ha cogido y me sostiene y me arrulla. Me gusta su contacto. Está calentita y se nota que sabe lo que hace. Tiene los ojos marrones, del mismo tono chocolate que su hija. Eri. Se llama Eri.
               -Hola, Sabrae. Hola, preciosa-saluda, acariciándome la nariz. Yo la miro, parpadeo, y me agito y cierro los ojos. Estoy a gusto con ella-. Qué bonita es, Sherezade.
               -¿Verdad que sí? Mi niña preciosa-responde mamá, estirando los brazos. Eri me entrega. Mamá me acaricia y me sonríe cuando yo lo hago. El chico se acerca, y yo me quedo helada. Sus ojos son los mismos que los de Tommy.
               Y en su piel hay tatuajes, dibujos diferentes a los de papá, pero dibujos.
               Los chicos tienen tatuajes; las chicas, no. Cuándo les empezarán a salir a Scott y Tommy es aún un misterio. Pero los tendrán.
               -Hola, bonita-saluda el chico. Me da un beso en la cabeza. Sus besos no pinchan-. Qué preciosa eres, Sabrae.
               Le toco la cara. ¿Por qué no tiene barba? Es un misterio a resolver.
               Clavo los ojos en Eri y en el chico.
               -Le gustas, Louis-dice ella. Louis. Así se llama el padre de Tommy. Vaya. Es un nombre interesante.
               -Tengo buena mano con los niños-sonríe Louis. Miro alternativamente a los recién llegados. La chica tiene manchas en las muñecas. Blancas, y negras. Tengo que descubrir de qué son. Pero ahora no.
               Ahora tengo el estómago lleno y me muero de sueño.
               Así que me duermo en los brazos de mi madre. No me entero de cuando me llevan a mi cuna. Aún no puedo dormir en mi habitación.
               Y no quieren que duerma sola todavía.
               Me dejan sobre mi cuna, me tapan, me dicen que me quieren aunque yo esté dormida y no pueda oírlos (pero mi corazón escucha, mi corazón sabe y entiende, y eso es lo que cuenta). Dejan una luz encendida para que la negrura de la habitación no me haga tener miedo. La Cosa Fascinante flota en silencio sobre mí.
               Scott cena en casa de Tommy. Hay tortilla, y eso no se lo pierde por nada del mundo. Cuando Louis lo trae, prácticamente dormido, y se entera de que ya estoy acostada, va derecho a la habitación. Sin lavarse los dientes ni nada.
               Y le parece fatal que no vaya a dormir en la cama, con él. Abre la puerta, me mira, la cierra despacio y corre a hablar con papá y mamá. ¿Ya no voy a dormir en la cama? ¿Cómo pueden tener tan poca vergüenza?
               No, no voy a dormir en la cama. Necesito mi espacio.
               Scott replica que soy un bebé. Papá lo riñe, le dice que él y mamá saben mejor cómo cuidarme que él. Lo meten en la cama, lo arropan, y le apagan la luz.
               Cuando los pasos de papá y mamá se apagan, Scott enciende la luz de su mesilla de noche, salta de la cama en silencio, y como una pantera se desliza hacia la habitación de nuestros padres.
               Scott abre la puerta de la habitación, y comete el error garrafal de encender la luz. Yo me despierto y miro su silueta. Gimo, amenazando con un llanto de advertencia, y él se acerca corriendo hacia mí.
               -Sabrae, Sabrae. No te asustes. Soy yo. No llores.
               ¿Qué pretendes, jovencito?, le diría. Si pudiera hablar. Y si supiera lo que son las palabras, para poder articularlas.
               -Ven, vas a dormir conmigo. Si papá y mamá son malos y quieren que duermas sola, no es tu culpa. Espera-dice, y yo le observo-. Tengo que descubrir cómo abrir esto.
               Manipula cosas en la cuna hasta que una de sus paredes se abre. La parte cae al suelo y causa un escándalo. Me asusto y me echo a llorar. Scott me coge en cuello y corre como loco hacia su habitación. Deja las luces encendidas. Si me mete en la habitación antes de que papá y mamá lleguen, no habrá manera de que me saquen de ella.
               Scott me da besos y me pide que me calme. Y yo lo hago, por fin. Después de un rato llorando, finalmente consigue tranquilizarme haciéndome contemplar su habitación.
               -Mira, mira dónde vas a dormir, Saab-me dice, dándome una vuelta. Yo me quedo callada y observo.
               La habitación de Scott es muy diferente a la que va a ser la mía. Hay un montón de cosas grandes por todas partes. Muebles. Son muebles. Tiene juguetes de muchos colores colocados por las estanterías, cajitas de cartón minúsculas alineadas, cada una de un color. En las cajitas de cartón hay cosas mucho más pequeñas dibujadas. Consciente de mi fascinación, Scott se acerca a una, coge una de color verde y la saca. La abre y: ¡el éxtasis!
               La cajita de cartón tiene pétalos. Pétalos blancos que tienen dibujos, a su vez, de un millón de cosas diferentes. Scott hace pasar los pétalos y me deja toquetearlos, investigar, explorar.
               -Son cuentos-me explica-. Aquí hay historias, Saab. Y, cuando aprenda a leer, te las contaré todas-me promete, achuchándome. Espera a que pierda el interés con el cuento y lo deja de nuevo en la estantería. Me fijo entonces en la cosa que emite luz.
               No sé cómo definirla. Tiene forma de tubo blanco, con un cono en la punta de color rojo. Aristas a los lados. Un círculo en el centro. Scott se da cuenta de que ahora le presto atención a otra cosa, y se acerca a ella.
               -Es una lámpara-explica-. Una lámpara cohete. Con esto se va al espacio-dice. Qué listo es mi hermano. Estiro la mano para tocar el cohete, pero él me aparta-. No. Está caliente. Te vas a quemar.
               Pongo mala cara. Quiero tocar la lámpara.
               -¿Quieres ver algo genial?-pregunta. Corrección: mi hermano es tonto. ¡Claro que quiero ver algo genial!
               Me lleva a la pared, toca una cosa blanca, y la luz del techo se enciende.
               Me hace mirar hacia arriba.
               Y, si fuera consciente, abriría la boca, maravillada. Scott vive en una galaxia. El techo tiene dibujadas estrellas de color amarillo, cada una salteada de una forma y de un tamaño diferente a las demás. Las paredes tienen estrellas redondas, de varios colores. Y, en el centro de la pared más grande, hay un círculo amarillo, muy parecido al sol del cielo.
               -Es el sol-dice Scott, tocándolo. Me deja hacer lo mismo-. Las cosas redondas son planetas-añade, y vale, mi hermano es muy listo-. Nosotros vivimos en un planeta. El suelo-señala sus pies- es el planeta. Hay un montón en el universo, Sabrae. Como… ocho, o así. Son un montón, ¿no crees?-sí que lo son. Me lleva a otra pared. Hay una cosa rara dibujada, en color blanco, gris y negro-. Esto es una estación espacial. Es como la que flota encima de nuestras cabezas. Pero no la vemos, porque es pequeña-me acerca a una mancha blanca, con un círculo negro en el centro-. Un astronauta-dice-. Aquí dentro hay una persona-pues qué persona más rara, le diría. Me lleva a otro círculo blanco que tiene círculos grises-. Esto es la luna. Ahora no se ve en el cielo, pero muchas noches sale. Ya te la enseñaré-toco la pared al lado de la luna. Hay una cosa azul claro, gris y roja, con una mancha verde al lado-. Es un ovni-indica mi hermano-. Son los cohetes de estos señores-dice, y me enseña una cosa con tentáculos verdes, tres ojos, y una boca negra con una lengua rosa que sonríe a pesar de sólo tener un diente.
               Aunque, claro, sonreír con un solo diente no es nada raro. Yo aún no sonrío muy bien, mis muecas pasan por sonrisas porque se entienden mis intenciones.
               Pero cuando empiece a sonreír, no tendré dientes aún.
               Y eso a mi familia le dará absolutamente igual.
               -Se llaman extartirestes-Scott se atraganta al pronunciar la palabra.
               -Se dice “extraterrestre”, Scott-dice una voz en la puerta. Papá.
               -Eso también-asiente Scott.
               -¿A qué viene este tour nocturno, si se puede saber?
               -Sabrae va a dormir conmigo-anuncia Scott.
               -¿En serio?-papá alza las cejas.
               -Sí-asiente Scott. Y, como afirmando su postura, me mete en la cama y me tapa con las sábanas. Hay un círculo azul y verde pintado a su lado. Scott me explicará que es la Tierra.
               -¿Y por qué has decidido…?
               -¡No es justo que Sabrae tenga que dormir sola! ¡Es pequeñita! ¿Y si tiene pesadillas?
               -¿Y crees que tú vas a salvarla de las pesadillas?
               -Yo la voy a salvar de todo-sentencia Scott, orgulloso, hinchando el pecho como un pavo-. Soy su hermano mayor.
               Papá sonríe. Llama a mamá, que sube y nos mira.
               -Scott ha decidido que Sabrae va a dormir con él.
               Mamá se echa a reír.
               -¿Qué sugieres que hagamos, Sher?-pregunta papá.
               -¿Qué te parece si los arropamos y les dejamos que descansen?-sugiere mamá.
               -Suena genial, mi amor.
               Scott escala por la cama, se mete debajo de las mantas y se pega a mí. Mamá y papá nos tapan, nos dan un montón de besos y se despiden de nosotros.
               Dulces sueños, nos desean.
               No todos mis sueños serán dulces siempre, pero siempre me quedará el consuelo de pegarme a Scott cuando tenga una pesadilla y que el calor de su cuerpo me reconforte. De momento, no puedo hacer eso. Pero no pasa nada.
               Porque no tengo ninguna pesadilla esa noche.
               Y es Scott el que se pega a mí para darme calor. Hasta que yo no pueda moverme para acercarme a él, será él quien se acerque a mí.

               Y eso, queridos míos, que es tener suerte.

Creo que podemos anunciar, oficialmente, que SABRAE se subirá de forma mensual hasta que acabe Chasing the Stars el día 23 de cada mes, ¡celebremos los cumples de Scott como se merece!Y no tengáis miedo de decirme qué os ha parecido este segundo capítulo, ¡para mí es muy importante vuestra opinión, y adoro leeros! No os convirtáis en fantasmas, por favor.
Os recuerdo que podéis apuntaros para que os avise cada vez que subo capítulo (no tengáis vergüenza, cuantas más, mejor) dejándome un comentario con vuestro usuario de Twitter o dándole fav a este tweet. ¡Nos vemos! 

4 comentarios:

  1. PERO MALDITA SEA!!!! SABRAE ES UNA BOLITA DE LUZ Y DE AZUCAR AL MISMO TIEMPO hasta yo quiero tocarle el moflete de solo imaginarmela como la bella bebé que es. ME MUERO DE AMOR, TE LO JURO!!!
    Y me he reído un montón cuando ha sido el momento en el que Sher y Zayn intentaban follar y Sabrae los interrumpía, me he reído demasiado ajajajajajaj
    De verdad Eri, creo que Sabrae será una gran obra de arte como CTS, y no sabes lo maravillada que estoy de ver como has evolucionado en la escritura, se te ve tan suelta escribiendo y cada vez mejor que de eso solo pueden salir obras de arte como estas dos. Felicidades

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    1. Es tan preciosa por favor es que me la imagino mientras escribo y CLARO acabo con 18 páginas por capítulo estoy SUFRIENDO.
      Ay Ari de verdad no sabes la ilusión que me hace que me digas eso, lo cierto es que tengo muchíiiiiiisimas expectativas puestas en Sabrae y no sé, ay, quiero que sea perfectísima como ella se merece.
      Y, si te soy sincera, yo también me estoy dando cuenta de lo mucho que he evolucionado escribiendo. Como ahora estoy subiendo CTS también a Wattpad, veo cómo era al princpio de Chasing the Stars y cómo soy ahora y es como muy !!!!!! estoy súper orgullosa, la verdad. Creo que me queda mucho camino por recorrer, pero no he estado quieta estos últimos años, precisamente.
      Muchísimas gracias por tu comentario, como siempre, jo. Ana y tú sois las más fieles comentando y no veas la ilusión que me hace saber que puedo contar con leeros siempre. ❤

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  2. Sabrae de bebé es lo más bonito e inocente que hay, que hermosísima ❤
    Scott y Tommy intentando que volara con el globo ha sido genial, no podía reírme más.
    Eleanó por favor le como los mofletitos a esta niña ❤
    Estás haciendo un gran trabajo con esta novela (que con Chasing the stars también) y cada vez me gusta más lo que escribes.

    - Ana

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    1. Es tan preciosura de verdad la quiero a morir ❤ mi niñita hermosa
      Y Scommy por favor apreciémosles con TRES AÑAZOS (que Tommy ni tiene !!!!) ahí haciendo ingenierías la madre que los parió
      Ayyyy de verdad Ana muchísimas gracias por decirme eso y por siempre comentar, igual porque en Twitter me quejo un poco de que la gente no comenta parece que no aprecio que tú y Ari lo hagáis siempre pero SÍ, no sabes lo reconfortante que es saber que por lo menos vosotras dos vais a darme un poco de feedback, espero estar a la altura❤

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