Las paredes eran dolorosamente
blancas y el aire olía de una forma rayana en lo vomitivo a amoniaco y
desinfectante, como si en el santuario de la vida y la salvación, lo que se
pretendiera realmente era que ningún organismo saliera vivo de aquel lugar.
Layla nos guió por los pasillos, aún más laberínticos
incluso que los del edificio en el que habíamos vivido el último mes y en el
que nos habíamos terminado orientando gracias al instinto. Caminaba con
decisión, girando con eficiencia y haciéndose a un lado con rapidez cuando
pasaba alguien con una camilla. Nos metió en un pasillo aún más estrecho,
ganándose la regañina de uno de seguridad, a quien le tuvo que recordar que
hacía prácticas allí.
-Es que no están acostumbrados a verme sin la bata-explicó
cuando la seguimos, amedrentados, intentando ignorar que las paredes se
acercaban cada vez más y que el personal sanitario reconocía a los intrusos no
por su persona en sí, sino por lo ajenos que eran a aquel lugar.
Llegamos a urgencias y sentí cómo Diana estiraba los
dedos detrás de mí para intentar darme la mano, pero apreté el paso,
adelantando a Layla a la vez que Scott. Las chicas se quedaron atrás mientras
nosotros nos metíamos en una sala en la que reinaba el silencio, un silencio
que se te clavaba en el pecho y no te dejaba respirar.
Sentados en unas sillas de plástico azul, hechas para
esperar y diseñadas para ser incómodas hasta la desesperación, estaban Logan,
Bey, Tam, Karlie, y Max, mirando el suelo. Jordan se paseaba de un lado a otro
en la habitación, como un león enjaulado al que pronto lanzarán al circo para
que devore algún gladiador, mordiéndose las uñas y también mirando al suelo.
Frente a nuestros amigos sentados, Dylan, el padre de
Alec, se había dejado caer en la silla y se mordisqueaba la cara interna de las
mejillas, el ceño fruncido, el rostro encogido en una mueca y las manos
entrelazadas por entre las piernas abiertas. Miraba un punto fijo del suelo en
el que parecía estar descifrando la clave del universo.
A su lado, Sabrae lloraba en silencio, encogida hasta
pasar desapercibida de no ser por sus trenzas negras cayéndole en cascada,
medio deshechas, al lado de él. Scott salió disparado hacia ella, que levantó
los ojos y lo miró con tanta tristeza que me sorprendió que pudiera respirar.
Sabrae estaba muerta por dentro. En sus ojos no había
esperanza.
Pero lo peor no había sido para ella. En una esquina
de la habitación, Mary nos miraba a todos como si no nos viera, como si no
estuviéramos allí, o como si ella misma fuera ciega. Eleanor le apretaba los
hombros y le susurraba palabras que yo no pude entender, mientras intentaba
consolarla y evitar que mirara a su madre.
Annie estaba en el centro de la sala, pegada a la
puerta por la que salían y entraban los médicos, intentando ver algo por las
ventanas circulares, esperando noticias. Le costaba respirar, le costaba estar
de pie, sólo necesitaba saber qué le había pasado a Alec, cómo estaba su hijo.
Le sangraban los dedos de tanto que se estaba mordiendo las uñas.
Me acerqué a ella y le toqué el hombro. Se dio la
vuelta como un resorte, me miró, y se echó a mis brazos. Yo la estreché, le
dije que todo saldría bien, se lo prometí aunque no estuviera en mis manos
porque, ¿qué puedes hacerle a una madre cuyo hijo está entre la vida y la
muerte, si no prometerle, jurarle, que él se pondrá bien?
-Mi niño-gimió en mi hombro, empapándomelo en
segundos, pero no me importó. Cerré los ojos, absorbiendo su dolor. Nadie
debería soportar ese sufrimiento en soledad. Debía compartirlo. La consumiría-.
Mi precioso niño, mi bebé, no puede ser…