martes, 29 de agosto de 2017

Polvo de hadas.

Las paredes eran dolorosamente blancas y el aire olía de una forma rayana en lo vomitivo a amoniaco y desinfectante, como si en el santuario de la vida y la salvación, lo que se pretendiera realmente era que ningún organismo saliera vivo de aquel lugar.
               Layla nos guió por los pasillos, aún más laberínticos incluso que los del edificio en el que habíamos vivido el último mes y en el que nos habíamos terminado orientando gracias al instinto. Caminaba con decisión, girando con eficiencia y haciéndose a un lado con rapidez cuando pasaba alguien con una camilla. Nos metió en un pasillo aún más estrecho, ganándose la regañina de uno de seguridad, a quien le tuvo que recordar que hacía prácticas allí.
               -Es que no están acostumbrados a verme sin la bata-explicó cuando la seguimos, amedrentados, intentando ignorar que las paredes se acercaban cada vez más y que el personal sanitario reconocía a los intrusos no por su persona en sí, sino por lo ajenos que eran a aquel lugar.
               Llegamos a urgencias y sentí cómo Diana estiraba los dedos detrás de mí para intentar darme la mano, pero apreté el paso, adelantando a Layla a la vez que Scott. Las chicas se quedaron atrás mientras nosotros nos metíamos en una sala en la que reinaba el silencio, un silencio que se te clavaba en el pecho y no te dejaba respirar.
               Sentados en unas sillas de plástico azul, hechas para esperar y diseñadas para ser incómodas hasta la desesperación, estaban Logan, Bey, Tam, Karlie, y Max, mirando el suelo. Jordan se paseaba de un lado a otro en la habitación, como un león enjaulado al que pronto lanzarán al circo para que devore algún gladiador, mordiéndose las uñas y también mirando al suelo.
               Frente a nuestros amigos sentados, Dylan, el padre de Alec, se había dejado caer en la silla y se mordisqueaba la cara interna de las mejillas, el ceño fruncido, el rostro encogido en una mueca y las manos entrelazadas por entre las piernas abiertas. Miraba un punto fijo del suelo en el que parecía estar descifrando la clave del universo.
               A su lado, Sabrae lloraba en silencio, encogida hasta pasar desapercibida de no ser por sus trenzas negras cayéndole en cascada, medio deshechas, al lado de él. Scott salió disparado hacia ella, que levantó los ojos y lo miró con tanta tristeza que me sorprendió que pudiera respirar.
               Sabrae estaba muerta por dentro. En sus ojos no había esperanza.
               Pero lo peor no había sido para ella. En una esquina de la habitación, Mary nos miraba a todos como si no nos viera, como si no estuviéramos allí, o como si ella misma fuera ciega. Eleanor le apretaba los hombros y le susurraba palabras que yo no pude entender, mientras intentaba consolarla y evitar que mirara a su madre.
               Annie estaba en el centro de la sala, pegada a la puerta por la que salían y entraban los médicos, intentando ver algo por las ventanas circulares, esperando noticias. Le costaba respirar, le costaba estar de pie, sólo necesitaba saber qué le había pasado a Alec, cómo estaba su hijo. Le sangraban los dedos de tanto que se estaba mordiendo las uñas.
               Me acerqué a ella y le toqué el hombro. Se dio la vuelta como un resorte, me miró, y se echó a mis brazos. Yo la estreché, le dije que todo saldría bien, se lo prometí aunque no estuviera en mis manos porque, ¿qué puedes hacerle a una madre cuyo hijo está entre la vida y la muerte, si no prometerle, jurarle, que él se pondrá bien?
               -Mi niño-gimió en mi hombro, empapándomelo en segundos, pero no me importó. Cerré los ojos, absorbiendo su dolor. Nadie debería soportar ese sufrimiento en soledad. Debía compartirlo. La consumiría-. Mi precioso niño, mi bebé, no puede ser…

sábado, 26 de agosto de 2017

El rey en Irlanda.

Me volví plenamente consciente de cada milímetro de mi cuerpo en cuanto los focos se concentraron solo en mí. Tommy y Scott me dieron un afectuoso apretón en el hombro. Diana me guiñó el ojo, me acarició la mano. Me deseó buena suerte.
               Layla me abrazó. Me dijo que se moría de ganas de verme. Sabía que lo haría genial.
               Habíamos estado ensayando los dos juntos nuestras actuaciones en solitario. Después de que las juezas dijeran que se morían de ganas de ver qué podíamos hacer, nos habían mandado a un rincón aparte. June nos había dicho que nos ordenaría para el día siguiente. El guión aún no estaba terminado pero, como Diana tendría que desfilar esa misma semana, no tendría tiempo para preparar dos números. Así que Layla había sido la encargada de hacer la actuación en solitario encima de la pasarela del desfile de Victoria’s Secret.
               Nos habían cargado muchísimo de trabajo esa semana. Yo sólo esperaba no cagarla. Como estábamos en el ecuador del concurso, teníamos que preparar una actuación grupal en la que se nos dividía entre chicos y chicas. Las chicas habían cantado una canción de Ciara que hizo que se me pusieran los huevos de corbata. Work. Habían salido con pinturas de guerra, mezcladas entre el público, cantando a voz en grito. Como si de verdad fueron a la guerra.
               Nosotros nos subimos al escenario justo después. Me temblaban las piernas y temía que las rodillas no pudieran sostenerme mucho más tiempo. Se apagaron las luces.
               Para, la canción la empezaba yo. Habíamos escogido Whistle, pero la versión hecha por los Gorriones en Glee. Salíamos de traje, e iniciábamos el baile en una fila india cuyo único rostro visible era el mío. Yo me ponía la chaqueta, me la abotonaba, y, mientras iba cantando, las manos de los demás surgían por detrás de mí como una estatua hindú de mil brazos.
               La cámara se acercaba a mi cara en el momento en que yo me terminaba de abotonar un gemelo, la miraba directamente y decía, mordiéndome el labio: allá vamos.
               El número había sido una locura. Ni siquiera supe cómo habíamos conseguido para mantenernos coordinados. Éramos muchísimos, bastantes más de los que éramos en Chasing the stars… y aun así nos había salido todo bien. Jake y Scott se habían ocupado de las notas más altas mientras los demás seguían cantando la canción. Por suerte, yo no la había cagado respirando demasiado fuerte. Debido a que el baile era muy elaborado, teníamos que llevar un micrófono de esos inalámbricos. De los que se enganchan en la oreja.
               De los que usaba papá en los conciertos de One Direction, porque él no tenía las manos libres por culpa de la guitarra.
               Estaba nerviosísimo cuando me aferré a los hombros de Tommy y Alex, otro de los concursantes, para inclinarme hacia delante y hacer una reverencia. Esperaba que el veredicto de los jueces no fuera muy duro.
               -Scott-fue Jesy la que empezó, y todos gemimos. Si empezaba por Scott, era que nos iba a meter caña a todos. Nos sorprendió rascándose la nariz, buscando las palabras, acodándose en la mesa y diciendo-. Enhorabuena por esa capacidad vocal-alabó las notas altas de Scott cuando estando en el grupo siempre las criticaba. Scott se había esforzado por destacar. Jake no le había dejado cancha a que fuera de otra manera-. No me esperaba menos teniendo en cuenta de quién eres hijo, pero si te soy sincera, no dejas de asombrarme. No pareces tener límite y estoy desando explorar tu rango vocal y averiguar hasta dónde puedes llegar. Evidentemente, está bastante lejos de lo que cualquier persona se imaginaría, e incluso de mis propias expectativas. Gracias por los escalofríos que me han recorrido esta noche-sonrió.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Fuegos artificiales.

La primera vez que mamá me da uno de esos abrazos que te llenan la boca de leche, estamos en la bañera. Me ha dejado con mucho cuidado y mimo sobre una pequeña almohada que ha colocado dentro. Luego, se ha quitado la ropa y se ha metido ella. Me ha estrechado entre sus brazos y ha abierto el agua.
               Cruza las piernas para hacer con ellas una cuna y me deja en ella. Noto sus pies haciéndome cosquillas en la espalda. Suelto una carcajada cuando me las hace también con los dedos en la tripa; cosquillas en la espalda y la tripa a la vez es más de lo que yo puedo soportar.
               El agua me toca los pies, y yo lanzo una exclamación de sorpresa. Mamá sonríe, niega con la cabeza, frota nuestras narices y me da un beso en la mejilla.
               Es uno de nuestros “días de chicas”, en los que nos pasamos gran parte del tiempo solas, haciendo cosas juntas, cosas que me encantan: yo me tumbo encima de ella (bueno, ella me tumba, yo me dejo hacer) y ella me acaricia la espalda, la cabeza, me da besos, me hace cosquillas… me mima muchísimo, como compensando que papá y Scott se han marchado. Scott va a un sitio con muchos niños que gritan y alborotan. Su alboroto me gusta, pero odio que las puertas de colores de ese edificio se traguen a mi hermano cada mañana.
               Cuando mamá me mete en el carricoche y me anuncia que vamos a ir a buscar a Scott, es mi momento favorito del día.
               No sé a dónde va papá. Creo que es un sitio llamado liversidia o algo así. Pero no me gusta, porque llega más tarde que Scott. Así que tenemos que esperarle más.
               Hoy, sin embargo, no me importa esperarle. Mamá me achucha con cariño, compensando esa noche infernal que yo ya apenas recuerdo. Lo que no voy a olvidar es cómo se quedó al lado de mi cuna al día siguiente, la noche siguiente, cuidando de que no me pasara nada, arrullándome y acariciándome cuando yo me despertaba.
               Mamá se echa una cosa blanca que huele genial en las manos y me la pasa por el cuerpo, y yo me río.
               -¿Te gusta, mi pequeñita?-me dice, y yo me río y me agito y me río más, y mamá sonríe-. Claro que sí, mi amor, claro que te gusta.
               Mamá también se echa esa cosa, y luego coge un Aparato Misterioso que escupe agua de una forma en que no lo hace el grifo. Es como si fuera una nube portátil y de forma aburrida. También es fría y dura. Las nubes no parecen frías, y mucho menos duras.
               Claro que yo nunca he tocado una nube. Puede que las nubes no sean más que Aparatos Misteriosos que se han hecho amigos y se han escapado de sus casas… o que los Aparatos Misteriosos son trocitos de nubes que alguien ha recogido del suelo.
               Soy un bebé, todavía hay algunas cosas que no entiendo del todo bien. Pero estoy en ello.
               El Aparato Misterioso llueve sobre nosotras, limpiando la pequeña espuma de peluche de oveja efímera que cubre nuestros cuerpos. Alzo las manos, intentando alcanzar el Aparato Misterioso.
               -¿Quieres cogerla, mi amor?-pregunta mamá. Abro las manos y las cierro lo más rápido que puedo. Sí, sí, quiero coger el Aparato Misterioso-. Toma-me lo tiende y yo lo agarro. Pesa muchísimo. Las nubes no deben de pesar tanto. De lo contrario, no corretearían por el cielo. A no ser que tengan alas, claro. Nunca he visto una nube de cerca; puede que tengan alas, como los pajaritos a los que damos de comer en el parque, mientras Scott juega con sus amigos.
               El Aparato Misterioso expulsa agua. Luego, cierra una boca que yo no puedo ver. Lo chupo, porque soy un bebé, y es la forma que tenemos de descubrir cómo funcionan las cosas. Mamá me deja hacer. El Aparato Misterioso vuelve a escupir agua. Me lo enfoco a la cara; quiero verle la boca.
               Y, como es natural, me mojo.
               Cierro los ojos y lanzo una exclamación, soltando el Aparato Misterioso y llevándome las manos a la cara. El Aparato Misterioso se retuerce, como si fuera yo la que hubiera hecho algo mal, y no él, y estuviera protestando.
               Las lágrimas amenazan con desbordarse por mi cara, pero por suerte, mamá viene a mi rescate. Aparta el Aparato Misterioso, lo deja colgado de un sitio de la pared (¡castigado!, pienso con satisfacción) y me da besos, me muerde la tripa, consigue que me ría cuando quiero llorar.

domingo, 20 de agosto de 2017

Despacito, a la cima del mundo.

Como lo prometido es deuda y os habéis portado genial conmigo, aquí tenéis la información de los capítulos que quedan de Chasing the Stars.
Puedo garantizaros y de hecho os garantizo un mínimo de 13 capítulos más (es decir, la novela llegaría hasta 130), aunque no descarto poner un par de ellos más, porque quiero que sucedan muchas cosas en muy poco tiempo, y quedaría mal si intentara meterlo a calzador.
Además, y esto ya después de terminar la novela, iré subiendo unos anexos en los que explicaré con más detalle cómo son las actuaciones de los chicos en The Talented Generation... porque me hace ilusión dejarlo por escrito, y volver a verlas en mi cabeza dentro de unos años (si vuelvo a leer la novela) con claridad.
Y ahora, ¿qué día subiré el último capítulo?
Seguramente algunas ya lo sospechéis, porque, si empecé a subir Sabrae el día que nació Scott, parece lógico que Chasing the Stars se termine el día en que nace Tommy. ¿Qué día nace Tommy? El 17 de octubre... de ahí que os pidiera 17 comentarios para avisaros de lo que está por venir.
Tengo un calendario ajustadísimo que seguir; espero que no os importe que publique cada 3 días; de lo contrario, no llegaré a la fecha tope que me he puesto (y cumplir con la fecha es lo que más me importa, más que subir 13 o 15 capítulos). Os pido que me dejéis todos los comentarios que podáis para animarme en la recta final. Espero que todo merezca la pena y despedir esta preciosa historia como se merece. 
Dicho esto, y sin más dilación... ¡disfrutad del capítulo! 



Otra vez esa sensación de explosión en mi interior cuando terminamos la canción, los últimos acordes se extinguieron y las luces se encendieron para permitirnos ver al causante de aquel ruido ensordecedor, que tan fuerte era y tan bien sentaba. Nos acercamos al borde del escenario con una sonrisa satisfecha, mirándonos los unos a los otros, felicitándonos con la mirada por no haber metido la pata ni haber chocado con ninguno de los bailarines que abarrotaban al escenario, y nos inclinamos hacia delante mientras el público rugía nuestros nombres.
               -June-pidió Simon, dejando que la chica, que manejaba un iPad con una mano y un portátil con la otra se empujaba las gafas por el puente de la nariz.
               -Tengo a Aibbe, de Manchester, que dice “imagínate lo que sería que Layla te arropara por las noches y te diera un besito y te dijera que te quiere, dios mío, cómo quiero a mi madre”-leyó, y todo el mundo se echó a reír. Layla se puso colorada, Tommy le dio un cariñoso apretón en la cintura-. Asha, de Edimburgo, dice que no le importaría ir a un concierto de Chasing the stars aunque tuviera que pagar con la vida de su primer hijo… por cierto, Chad, si quieres tener un rollito de una noche, ella está disponible-más risas, Simon asintió con la cabeza-. Cara Delevigne twittea una foto de su televisor y dice que se muere de ganas de que lleguéis a la final para poder venir a veros en directo, ahora que ya le ha llegado la invitación-siguió leyendo una retahíla de tweets y publicaciones en Tumblr hasta que Simon le dio las gracias, ella sonrió, le dijo que gracias a él, y se retiró a un discreto segundo plano, reposando su espalda de nuevo en su silla-. ¿Jesy?
               -¿No quieres mantener un poco la tensión del momento?-respondió mi mejor amiga, alzando las cejas y mascando un chicle. Simon se echó a reír.
               -Tienes razón. ¿Quién empieza, tú o Gaga, Nicki?
               -Empiezo yo-Nicki se echó hacia delante, apoyó las palmas de las manos en la mesa y exhaló un suspiro-. ¡Guau! Os lo digo cada semana, y voy a sonar repetitiva, pero es que no hacéis más que sorprenderme. Me ha encantado la energía que habéis derrochado esta noche en el escenario, On top of the world es una de mis canciones favoritas por su buen rollito, tiene muchos aires de fiesta, y eso es lo que me habéis dado vosotros-nos señaló con un dedo acabado en una afilada uña postiza-. Ganas de fiesta. Felicidades, chicos.
               -Gracias-sonrió Diana, la encargada esta noche del micro. Gaga se recolocó su coleta antes de empezar:
               -Mentiría si os dijera que no noto mejoría respecto de la semana pasada, aunque me ha decepcionado un poco cómo os habéis desenvuelto con los bailarines en el escenario-comentó, mirándonos-. ¿No habéis podido ensayar mucho con ellos?

miércoles, 16 de agosto de 2017

Hogar, dulce hogar.

La música se termina por fin en este agotador ensayo. Desde que echaron a Thr3some la semana pasada, hemos decidido que no podemos dejar nada al azar. Nos hemos puesto las pilas (más incluso que antes), porque el nivel de exigencia es altísimo a pesar de haber empezado hace nada el programa.
               Todos creíamos que aquel grupo llegaría lejos, especialmente después de ver su audición, impecable y de una calidad altísima, con una coreografía digna de los profesionales del breakdance. Pero, cuando se les pidió que prepararan otra canción, fueron incapaces de innovar lo suficiente sin perder toda su esencia. Al final, los meses de ensayo de Swalla no habían sido suficientes, o precisamente habían sido demasiados, y los tres chicos se habían ido a la calle por no poder seguir el ritmo de los demás. A los jueces no les bastaba con clavar una actuación; querían que todas fueran perfectas.
               Y, después del incidente de Jesy y Scott, nosotros tenemos que matarnos a trabajar para poder mantenernos dentro.
               Tommy se sienta a mi lado, con el rostro enrojecido por el esfuerzo y la camiseta pegada a su espalda, empapada en sudor. Cierra los ojos un momento, recuperando el tranquilo ritmo de su respiración. Traga saliva, y yo no puedo evitar fijarme en la sensualidad que hay en ver subir y bajar la nuez de Adán de su cuello. Siento el impulso de besársela. Incluso me inclino hacia él.
               La coreógrafa pone de nuevo la canción, y los animados acordes de On top of the world reverberan en la habitación llena de espejos. Scott se tira al suelo, agotado, mientras Diana hace una mueca y Chad bufa. No podemos hacer el baile otra vez.
               -¿Seguimos de tarde?-sugiere la chica, y yo asiento con la cabeza en representación de mis compañeros. Ella se muerde el labio, repite mi gesto y empieza a recoger sus cosas. Siento los ojos de Tommy posarse en mí.
               -Hola-me dice, de repente consciente de mi presencia. Yo sonrío, celebrando la intimidad de que me hable en el idioma de nuestras madres. Últimamente hemos cogido ese hábito, como intentando compensar las veces en que se tiene que alejar de mí para acercarse más a Diana. No hemos explicado nuestra relación aún.
               -Hola-ronroneo-. Has bailado genial.
               Tommy sonríe con satisfacción. Ya sabía que bailaba bien, pero no se imaginaba que le resultaría tan fácil coger el ritmo y recordar los movimientos. Sabe que todos confiamos en él para que nos guíe en las actuaciones. Es un papel de peso que lleva con orgullo, el de maestro de bailes. Incluso disfruta de la confianza depositada en él, de los halagos continuos de compañeros y profesores, que no se esperan que un chico que nunca ha ido a clases baile así.
               -Es que soy latino-explica siempre, y se echa a reír-. Gracias-es lo que dice esta vez. Le cojo la mano sin pensar, y rápidamente se la suelto. Miramos a la coreógrafa, que sigue recogiendo sus cosas, ajena a nosotros. Tommy traga saliva, me acaricia el dorso de la mano con discreción, aprovechando que la he dejado caer a un costado y que él posa la suya también en el suelo-. Siento que tenga que ser así-me dice en un susurro, asegurándose de que nadie nos oiga, nadie nos escuche. Le quito importancia con un gesto de la mano.
               Diana termina de recoger sus cosas, Scott se levanta del suelo después de sentir la mirada envenenada de ella sobre él. Chad bebe un poco más de agua, detecta la tensión que crece entre la americana y el inglés, y decide rebajarla inquiriendo:
               -¿Quién se ducha primero?
               Los ensayos son una verdadera odisea; nos duchamos varias veces al día, tan agotados y sudorosos que terminamos, y eso nos afecta a la piel. No es bueno meterse tantas veces debajo de agua muy caliente, no es bueno enjabonarse como nos enjabonamos, pero no nos queda otra. Bastante difícil es ya estar cinco personas en una habitación de tres, como para que descuidemos nuestra higiene.
               Diana está a la que salta precisamente por los efectos del agua en su piel y en su pelo. Ella, que tenía una melena tan suave, brillante y fuerte, está perdiendo toda su fuerza, porque lleva el pelo recogido durante demasiado tiempo; ella, que siempre desprendía un aroma afrutado que me encantaba oler cuando iba a su habitación, sumergiéndome en su esencia, ahora desprende un olor a jabón del más barato, de ése que sólo huele a una única fruta que, para colmo, está por descubrir.
               Intenta compensar sus cambios de humor esnifando cocaína cuando tenemos un descanso, y siempre que lo hace, es a escondidas. Luego viene con nosotros, se sienta donde estemos y trata de contener los efectos secundarios que la sustancia tiene en su organismo. No siempre lo consigue. Y Tommy siempre le nota que se ha metido algo; frunce el ceño, pone mala cara y finge que no la tiene delante cuando ella está colocada.
               Scott no lo está pasando mejor que ella. Después de que Eleanor pusiera distancia entre los dos, temiendo que su relación se resintiera por la sobre-exposición a la que les someterían, apenas puede pasar tiempo con ella y tiene que aguantar que todas las redes sociales se llenen de mensajes apoyando la pareja que hace con cualquier chica a la que se acerque a menos de un metro. Todos los días, durante algún período de descanso o comida, June aparece con su cámara y nos graba un vídeo para mantener el interés de la población. Scott tiene que cuidarse muy mucho de sentarse rodeado de chicos, e incluso cuando no hay ninguna chica en contacto con él, la gente se las apaña para cazar alguna mirada involuntaria cuando una fémina habla.
               Y emparejan a Scott.
               Y Eleanor finge que no le importa.
               Y Scott finge que no se da cuenta.
               Pero a ella sí le importa. Él sí se da cuenta.

viernes, 11 de agosto de 2017

The Talented Generation.

Aiden rodó por la cama y se dedicó a mordisquearme la oreja.
               -No voy a dejar que te vayas-ronroneó por decimotercera vez en aquel minuto, acariciándome el pecho. Volviéndome loco durante el proceso. Me eché a reír y me dejé mimar.
               Habíamos quedado en que comeríamos por ahí con mis padres. La comida fuera se había vuelto un picnic. Y el picnic, un festival de sexo de despedida del que yo no tenía intención de sobrevivir. Una sonrisa tonta me cubría la boca.
               Lo habíamos hecho. Seguía sin creerme que lo hubiéramos hecho.
               Y varias veces.
               Todas en mi cama.
               No quería salir de esa cama.
               -¿Vas a secuestrarme?-inquirí. Fue su turno de reírse esta vez. Se puso encima de mí. Lo rodeé con mis piernas y gemí cuando se frotó con sus caderas contra mi sexo.
               -Te voy a atar a esta cama-me aseguró. Me mordisqueó los labios. Yo se los mordisqueé a él.
               -Suena genial.
               -Y te voy a hacer cosas muy, muy sucias.
               -Suena aún mejor.
               -No te vas a escapar de mí.
               -Iré comprando la cuerda, entonces-tonteé. Nos reímos, nos acariciamos un poco más. Continuamos besándonos. Estaba reuniendo el valor necesario para ponerme sobre él cuando llamaron con timidez a la puerta. Era la voz de mi madre la que esperaba al otro lado.
               -¿Chad?-preguntó.
               -No abras, Vee-le pidió Aiden, que se había metido en el bolsillo a mi madre en los dos días que llevábamos juntos, sin casi separarnos.
               -Sí, mamá-le secundé-, por favor, no abras.
               -Cariño, lo siento mucho, pero tenéis que ir despidiéndonos-casi pude verla haciendo una mueca de dolor-. Acaban de llamar a tu padre, el piloto ya está en el aeropuerto. Nos están esperando.
               Suspiré. Aiden negó con la cabeza, puso los ojos en blanco.
               -¿Podemos posponer lo de las cuerdas? Me ha interesado eso de las cosas sucias que quieres hacerme-bromeé. Sus ojos chispearon, lujuriosos-. Me gustaría conocer más detalles.
               -Te voy a dar yo a ti detalles-replicó, agarrando mi miembro y acariciándomelo. Cerré los ojos, me dejé llevar, hasta cierto punto.
               -Chad-exigió mamá, pasados cinco gloriosos minutos en que los dedos de Aiden me dieron más placer del que yo mismo podría insuflarme durante mi estancia en el concurso. De repente, no recordaba por qué había acertado.
               Joder, las manos de Aiden en mi sexo me hacían olvidar incluso cuál era mi nombre. Suerte que mamá estaba ahí para recordármelo.
               -Ya llegamos-bufé.
               -Sobre todo tú-ronroneó Aiden, besándome el pecho mientras continuaba sus torturadoras caricias. Lancé una exclamación y me aparté de él-. Oye, C, ¿crees que tendréis vis a vis, como en las cárceles?

jueves, 3 de agosto de 2017

El mejor hermano del mundo.

Otra vez os tengo que dar las gracias por la avalancha de comentarios, ¡ojalá algún día pudiera deciros cuánto os echaba de menos y la ilusión que me hace leeros! No me esperaba la reacción al anterior capítulo a pesar de que tuviera Sceleanor, sólo espero que éste os guste tanto como el anterior. ¡Nos vemos en una semana!

Cuando me desperté, Sabrae estaba sentada en el borde de la cama, mirándome, apoyada en una mano y con una sonrisita de suficiencia en la boca, enmarcada por unos rizos que llevaban siglos sin alborotarse tanto. Una parte de mí recordó cuando era pequeña y se dedicaba a corretear por casa con la melena así, suelta, bailando a su alrededor, mientras ella acarreaba cosas en sus pequeñas manos, con carreras tambaleantes pero firmes.
               Pero Sabrae ya no era ese bebé, ya no era mi bebé. El mono carmesí que apenas le cubría los muslos y cuyas cadenas doradas subían por sus hombros hasta encontrarse con el satén rojo como la sangre de su espalda era la principal prueba de ello, aunque los rastros del maquillaje no hicieran más que confirmar que mi niña había crecido.
               El brillo en sus ojos era propio de una mujer. Sólo un hombre podía habérselo puesto ahí.
               Me revolví bajo las mantas, mirándola con los ojos entrecerrados.
               -He llegado a las dos y cinco-informó, victoriosa. Me eché a reír, frotándome los ojos.
               -Vaya respeto te infunde tu hermano, ¿eh?-Sabrae rió entre dientes.
               -No quería que llegara tarde; Annie se disgustaría. Bastante mal le ha parecido que no me lleve a comer hoy.
               -¿Qué tal con Alec?-inquirí. Sabrae alzó una ceja, regodeándose en mi espera, en meditar lo que me contestaría.
               -Espectacular-dijo por fin-. Como siempre-se acarició una pierna, pensando-, en su línea-me miró de reojo y soltó una risita.
               -¿Qué habéis hecho?
               -Una dama no revelaría esas cosas jamás, Scott.
               Miré en derredor, exagerando el gesto para que ella se percatara de él.
               -¿Ves a alguna dama en esta habitación?-pregunté. Sabrae se echó a reír-. Tú solo… dime que habéis usado protección.
               -¿Tantos celos le tienes a Alec, que no quieres que lo hagamos sin nada, como Eleanor no te deja?
               -Eleanor sí me deja. De vez en cuando-respondí-. Pero eso no quita de que no me apetezca que te dediques a poner huevos-solté, y Sabrae se echó a reír-. Con que haya una como tú en este mundo, ya hay de sobra. No hacen falta más.
               -Oh-ronroneó Sabrae. Me la quedé mirando.
               -Es algo malo.
               Ella puso mala cara, me quitó la almohada y me pegó con ella.
               -Mamá y papá están terminando con la comida. Baja cuando te dé la gana, y ten cuidado, no te atragantes-espetó, mirándome de arriba abajo. Me incorporé y chasqueó la lengua-. ¿Ahora siempre duermes desnudo?
               -Paso calor-protesté.
               -¿Y por qué no te quitas una de las 4 mantas con las que duermes?
               -¡Porque me gusta sentir peso encima! Además… tendrás tú mucha queja de que los tíos durmamos sólo con los bóxers cuando duermes con Alec.
               -No duerme sólo con los bóxers-discutió, y me eché a reír.
               -Chica, ¿tan fea eres desnuda, que le quitas las ganas de más?
               -No, imbécil-esbozó una sonrisa sardónica-. Alec duerme sin nada… igual que yo.
               Se bajó de la cama de un brinco y corrió hacia la puerta mientras yo le tiraba la dichosa almohada, pervertida ya su misión en la vida, gritándole que no quería más detalles, dándole las gracias por la imagen mental que me perseguiría hasta el lecho de muerte.
               Me tiró un beso cuando estaba en la puerta y la cerró, dejándome solo con mis pensamientos.
               Después de que Alec se marchara en el coche que solía ser de Diana, nos habíamos quedado un ratito más de fiesta antes de decidir que era hora de irnos. Yo sabía que me quedaría durmiendo gran parte de la mañana (es lo que tiene follar como un loco durante el día y ser el rey de las fiestas por la noche, que acabas molido), así que no quería desmadrarme demasiado. Me apetecía estar con mi familia, y lo mejor de todo era que Tommy compartía ese sentimiento, con lo que habíamos sido los dos contra el mundo una vez más, y no como solía suceder durante los fines de semana: uno quería irse prontito, el otro quería quedarse hasta el amanecer, el último suplicaba (puede que incluso de rodillas) y el primero terminaba cediendo, porque había dos personas a las que Tommy y yo no podíamos decir que no.
               Eleanor y yo éramos las de Tommy.
               Y Sabrae y Tommy eran las mías.