sábado, 23 de junio de 2018

Sol.

-Y tú reflejos-respondí, zafándome de su mano y fulminándolo con la mirada.
               Bueno, le fulminé más o menos.
               Es que es muy guapo.
               Y yo, cuando voy un poco chispa, me pongo cachonda con mucha facilidad.
               Así que Alec más alcohol en sangre igual a…
               … pésima combinación para que yo siga cabreada.
               -Cuando digo que las chicas me gustan de armas tomar, no es esto lo que tengo en mente-comentó, pasándose la mano por el pecho y haciendo una mueca como si le acabara de clavar un puñal en un ojo. Puse los ojos en blanco y me escuché reírme. ¡Sabrae! ¡Hace literalmente dos minutos querías partirle las piernas!
               Claro que es muy fácil odiar a Alec cuando no lo tienes delante. Su pelo es demasiado esponjoso, sus ojos son demasiado bonitos, su sonrisa es demasiado pícara y su presencia en general, demasiado hipnótica.
               Sí, Alec tiene ese tipo de carisma que podría hacer que un avión se detuviera en pleno vuelo con tal de no hacerle daño.
               Es curioso: de entre todas las personas que hay en Londres, el elegido para ese don, tenía que ser, precisamente, él.
               -Sí, bueno… supongo que, cuando te encuentras con pesados-eché un vistazo a su espalda en el momento justo en que Amoke miraba por encima de su hombro mientras desaparecía entre la multitud con Taïssa. Zorra-, acabas algo harta. Lo siento-señalé su pecho, las marcas de mis uñas en su camisa. Alec alzó una ceja.
               -¿Te han estado molestando?-quiso saber, y en su tono descubrí algo que no debería haberme gustado, pero me volvió loca: celos. Un pelín, quizás, de posesión. No van a tocarte ahora que yo estoy aquí, parecían decir sus ojos, muy en el fondo-. Mira que nadie se mete con mis chicas, ¿eh?-añadió en tono un poco más relajado, quitándole la tensión al asunto.
               -No me ha molestado nadie-respondí-, y yo no soy ninguna de tus chicas-añadí, retándole con la mirada, alzando la vista y encontrándome con sus ojos. En su boca se dibujó esa estúpida sonrisa traviesa que también tenía mi hermano, la que hacía que las chicas estuviéramos dispuestas a postrarnos a sus pies.
               A Scott le interesaba que la gente le adorara.
               A Alec, por el contrario, lo que le importaba era que las mujeres nos dejásemos adorar.
               -Simplemente las tontas de mis amigas no me dejaban en paz-me encogí de hombros e hice una mueca. Y Alec literalmente me invadió con su presencia.
               No fue nada metafórico, ni nada: se inclinó hacia mí y todo su cuerpo entró en contacto con el mío, de una forma en que su pecho estaba contra el mío, sus piernas rozaban las mías, y su aliento me quemaba en la cara.
               En ese momento, me importó una mierda que hubiera tardado en aparecer. Me importó una mierda incluso que hubiera podido estar con otra. Lo único que me importaba era su cercanía, y las capas de ropa que nos separaban.
               -Bueno-respondió, en ese tono de sabelotodo que antes no soportaba, y que ahora me gustaba tantísimo-, y ahora tu amigo tampoco te está dejando en paz, ¿o no soy tu amigo, Sabrae?
               La forma en que dijo mi nombre hizo que fuera la palabra más sucia de la tierra.

               Me recorrió un escalofrío por la columna vertebral y todas mis células se activaron. Especialmente, aquellas que estaban más familiarizadas con él.
               -No sé-decidí coquetear, acariciándole el hombro-, no sé.
               -Ya pensabas que no aparecería, ¿eh?
               -Tenía fe en ti-respondí, y, contra todo pronóstico, descubrí que no mentía. Sabía que vendría. Sabía que me había comido la cabeza por nada.
               Sabía que lo que me decía cuando estábamos juntos, me lo decía en serio.
               Iría al fin del mundo por mí.
               Y yo cruzaría el infierno por él.
               -Qué bien-ronroneó cual gatito, y sonrió cuando mis dedos se deslizaron por su nuca-. Así me gusta.
               -Me he sentido un poco sola-jadeé en tono sensual, y noté cómo se le secaba la boca. Tú podrás jugar conmigo, pero yo te tengo comiendo de la palma de la mano-, has sido muy cruel haciéndome esperar así.
               -¿Qué tengo que hacer para que me perdones?
               Si seguía mirándome así la boca, terminaría gastándomela.
               Me acerqué un poquito más a él, mis labios rozando los suyos. Me gustaba el olor que desprendía su aliento, a chupitos y pasta de dientes. Alec entreabrió la boca, haciéndome ver que estaba más que dispuesto a dejarme que le metiera la lengua hasta el esófago. Le acaricié los hombros y volví a su cuello un vez más. Le pasé los dedos por la nuca y me perdí en su pelo.
               -Mm…-fingí meditarlo, pero tenía clarísimo lo que iba a hacer a continuación. Le haría de rabiar.
               Que le hubiera perdonado nada más verle la cara no significaba que fuera a dejar que supiera que él tenía esos efectos en mí.
               Así que le di un suave empujón y disfruté con su mueca de confusión: su ceño fruncido, los ojos ligeramente entrecerrados, su mirada cargada de estupefacción y la boca aún entreabierta. Puse los brazos en jarras.
               -Explicarme la situación.
               Soltó una risa divertida, se tocó la punta de la nariz y asintió. Cuando se pasó la mano por el pelo, en ese gesto tan característico suyo (no recuerdo cuándo fue la primera vez que se lo vi hacer, simplemente era algo propio suyo, tan intrínseco a él como el color de mi piel lo era a mí), supe que las noches cargadas de mensajes de esa semana no habían sido más que una escalada de tensión que, como en una película de terror, irían in crescendo hasta culminar en la gran final hoy.
               -¿Me vas a hacer un interrogatorio? ¿Llamo a mi abogado?
               -Conozco a una muy buena-bromeé.
               -Apuesto a que sí-alzó las cejas y yo le di un nuevo empujón.
               -¡Oye! Menos con mi madre, ¿quieres? Es la mejor.
               -Y no te lo discuto-asintió-. ¿Cómo está, por cierto? Aparte de buenísima, quiero decir-me guiñó un ojo.
               -Eres gilipollas-y, contra todo pronóstico, me eché a reír. Porque era incapaz de ser coherente teniéndolo tan cerca. Alec se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y observó con absoluta adoración cómo me partía de risa. Se mordió el labio mirándome y se relamió un poco: puede que estuviera pensando en el anillo de compromiso que me pondría en el dedo.
               Jaja, ¿te imaginas?
               -Has tardado en venir-susurré, quitándome un peso de encima al dejar que aquellas palabras escaparan de mis labios. Alec asintió.
               -Sí-contestó-, las gemelas. Es que… ¡Dios!-negó con la cabeza, y una sonrisa apareció en sus labios-. Me amargan la puta vida, bombón. Te lo digo. Yo creo que sólo viven para joderme a mí los planes.
               -Pero, ¿por qué dices eso? Si no quieres estar con ellas, coges y te piras; que son dos, y tú eres uno.
               -Ya, nena, pero es que les hago de guardaespaldas. Soy un imán antibabosos.
               -Qué curioso.
               -Pues sí, la verdad es que impongo mucho, ya sabes, por la altura y tal, y el caso es que…
               -No, no-agité la mano y Alec se quedó callado-. Me refiero a que seas un imán antibabosos cuando tú eres uno. Supongo que los polos iguales se repelen, ¿no?
               -Qué graciosa-gruñó, y yo sonreí, y él puso los ojos en blanco y yo le saqué la lengua.
               -Te he interrumpido, perdona. Sigue-pedí, y él volvió a poner los ojos en  blanco.
               -Pues… nada. Que cuando empiezan a hablar con unos, y luego no les gustan, entro yo en escena en plan novio celoso. “¡Tamika!-espetó, frunciendo el ceño y haciendo que su voz sonara más grave-, ¿qué haces con este gilipollas?” O… directamente me los presentan y les doy un apretón de manos que les dejo sin nudillos.
               -Ya será para menos.
               -Los puedo romper-me aseguró.
               -¿Cómo vas a romper nudillos, Alec?
               -Sí, nena-asintió con la cabeza y me pasó la mano por la mandíbula. Me levantó el mentón-, es que estas manos no están sólo hechas para acariciar. Tú no sabes lo que puedo hacer yo con ellas.
               -Creo que me hago una ligera idea.
               -Cuando quieras, te hago una demostración-me guiñó un ojo y me eché a reír-. ¿Qué tal tu noche?
               -Iba bien-respondí, dándole un manotazo para que me quitara las manos de encima-. Hasta que me abordó cierto fantasma.
               -¿Sí? Me ha dicho un pajarito que no hacías más que dar vueltas. Y que no parabas de mirar en todas direcciones. ¿Me estabas buscando?
               Miré hacia la barra, sólo para confirmar lo que sospechaba: que Jordan nos estaba mirando. Alec también lo miró y su amigo apartó rápidamente la mirada y fingió estar a otras cosas. Llenó un vaso de chupito para alguien que ni siquiera estaba allí. Alec esbozó una sonrisa de suficiencia y nuestros ojos se encontraron de nuevo.
               Dale un poco de caña, Sabrae.
               -Sólo estaba tanteando el terreno. Buscando alguien con quien estar.
               -Ya tienes a alguien con quien estar.
               -Hemos cambiado de mes-contesté, echándome por encima del hombro la trenza. Alec sonrió.
               -Pero no de milenio.
               Eres rápida, nena, me premió mi subconsciente, pero tú vas corriendo cuando él vuela.
               -¿Qué te hace pensar que quiero conservarte el resto del milenio?
               -Que los dos hemos empezado a tomar café.
               Me mordí el labio y sus ojos saltaron en picado hacia mi boca. Volvió a mi mirada y exhaló, casi sin aliento:
               -No he podido dejar de pensar en ti.
               -Yo tampoco he podido dejar de pensar en mí-contesté, y Alec se quedó a cuadros.
               Cuando una tiene un don especial, tiene que aprovecharlo. Alguna gente puede hacer operaciones matemáticas complicadísimas en apenas segundos; otros tallan esculturas; otros, se aprenden la guía telefónica de memoria.
               Yo puedo hacer que el mayor bocazas que ha conocido Inglaterra se quede sin nada que decir.
               Cada cual es un poco héroe a su manera.
               -¿Y no te he pasado ni un segundo por la cabeza?-tonteó.
               -No.
               -¿No?-se echó a reír-. ¿Y eso?
               -Tengo responsabilidades, Alec-alcé las cejas y él se rió más. Dios, qué risa tan bonita tenía. ¿Cómo había podido pasarme la vida odiándola?
               -Se me olvidaba que eras tope responsable. Demás cosas que las reacciones que me provocas, quiero decir.
               -¿Qué clase de reacciones?-decidí hacerme la loca-. ¿Físicas o químicas?
               Por toda respuesta, él volvió a pegarse a mí.
               Noté algo duro contra mi espalda, pero no miré atrás. Estaba acorralada contra la pared. Me tenía a su completa merced. Me gustó. Me gustó mucho.
               -Un poco de las dos-murmuró, y me quedé mirando su boca. Si se pudiera vivir en unos labios, yo me quedaría a vivir en los suyos. Me mordí el labio inferior y me lo relamí, y nada pudo complacerle más que ver cómo, poco a poco, iba perdiendo el control de mi cuerpo por la cercanía del suyo.
               -Menudas ganas tienes de besarme-sonrió, y yo levanté la vista. No iba a renunciar a mi posición de poder tan fácilmente. Lucharía.
               -No es verdad.
               -Entonces, ¿por qué no dejas de mirarme los labios como si me hubiera salido uno nuevo?-su media sonrisa estalló en su boca y algo en la parte baja de mi vientre estalló a modo de reacción.
               -Me preguntaba cómo alguien podía tener unos labios así, de merluza.
               -Ahora es cuando me confiesas que la merluza es tu pescado favorito, ¿no?
               -No hay quien te aguante-me eché a reír.
               -Venga, Saab, reconoce que te mueres porque nos enrollemos. No te lo voy a tener en cuenta.
               -Tú lo quieres más que yo.
               -No-discutió, y yo abrí la boca, arqueé las cejas, le agarré de la cintura y lo pegué contra mí. Me puse un poco de puntillas y me froté contra él, mirándole a los ojos, disfrutando de cómo la negrura de sus pupilas se adueñaba de todo. Su hambre de mí creció tanto en su mirada como su entrepierna.
               Me gustó la presión que noté en mi vientre. Me encantó. No hay nada que se compare a sentirte deseada como yo me lo sentía, por un chico al que deseas tanto como yo deseaba a Alec.
               -Vale-admitió él, su voz ronca, sedienta de beber de mí-, sí.
               Me pasé la lengua por los labios, y sus ojos siguieron la trayectoria de ésta mientras lo hice. Arqueé la espalda y él me pasó los brazos por detrás para que no me escapara. El poco espacio que había entre nosotros ya era lo bastante ofensivo como para que estuviéramos dispuestos a aumentarlo, siquiera en un milímetro.
               -He de confesar… que tenía muchas ganas de verte.
               Su mirada lo dijo todo. Le hacía gracia que fuera a convertir nuestra disputa de “a ver quién pasa más del otro” en una de “a ver quién le tiene más ganas al otro”.
               La competición estaría muy, muy reñida.
               -¿Por qué?
               -No sé-ronroneé, y Alec se puso serio.
               -No pongas esa voz.
               -¿Qué voz?-volví a ronronear, y sus ojos se oscurecieron un poco más.
               -Esa voz.
               -¿Por qué?
               -Porque me descontrola, Sabrae-confesó en tono de riña, como quien encuentra a un niño con la mano hasta el fondo en el bote de galletas.
               -A ti hay muchas cosas que te descontrolan.
               -Toda tú-contestó.
               Y no lo soportó más. Se acercó a mí y pegó su boca a la mía, su lengua exploró el interior como una aventurera. Le dejé hacer. No, no le dejé hacer: disfruté del proceso y me deshice entre sus labios.
               Me pegué más contra él, notando la respuesta de mi cuerpo contra el suyo. Hundí los dedos en su pelo y me pegué más a él, que me agarró de la cintura y tiró de mí hasta ponerme de puntillas, facilitando nuestro beso.
               Se endureció con mi lengua en su boca y yo me humedecí con sus labios sobre los míos. Jadeé su nombre y él me puso contra la pared. Me agarró de las caderas y me levantó, y yo respondí abriendo las piernas y pasándoselas por la cintura.
               -Alec-jadeé, notando cómo, si seguíamos así, lo haríamos allí mismo. Con todo el mundo mirando.
               No podría importarme menos.
               Y debería haberme asustado que no me importara menos.
               Pero con él, me sentía valiente, más segura que en el búnker más protegido de la Tierra. Conseguía sacar a la superficie mi más pura esencia. Mis miedos se evaporaban cuando estábamos juntos. No tenía inseguridades. Era perfecta. No había nada en mí que pudiera mejorarse.
               Y todo mi ser revivía con una energía renovada cuando su cuerpo me tocaba. Mi piel se erizaba con el tacto de sus manos, mis piernas vibraban con el calor de su cuerpo, mi cara ardía con la llama de su rostro y mi lengua aprendía a degustar sólo los sabores que había en su boca. No había salado, ni dulce, ni picante. Sólo sus besos, más dulces, más rabiosos, más apasionados, más tiernos o más atrevidos.
               -Te voy a hacer mía-me prometió-, como si ésta fuera la última noche de nuestras vidas.
               -Oh, sí, por favor-me escuché decir.
               Y, entonces, sucedió algo mágico.
               Escuché unos acordes que me sacaron de mi ensoñación. Me vi catapultada de vuelta al mundo real.
               Una voz que conocía de sobra, con la que había convivido y una de las primeras que había escuchado, atronó en la sala.
               Diciendo unas palabras que a Alec y a mí se nos grabarían para siempre.
               -Dulce niña, nuestro sexo significa algo.
               Alec también se separó de mí, probablemente viviendo la misma experiencia extrasensorial que estaba viviendo yo. Hasta ahora, había sido un ente sin cuerpo. Un espíritu intangible.
               Pero, cuando empezó a sonar Let me, los dos regresamos a nuestro plano físico.
               Y me encantó estar tan enredada en él que fuera imposible distinguir dónde empezaba Alec y terminaba yo.
               -Esta noche, te quedas hasta por la mañana.
               Le acaricié los brazos a Alec mientras papá cantaba, en una época en la que yo no existía. Me pareció mágico que esa canción hubiera sido escrita tanto tiempo atrás cuando la letra se nos aplicaba tan bien.
               -Me encanta esta canción-me confió. Y no me lo decía como me lo decía el resto del mundo: con esa intención de  que se lo dijera a mi padre. Sabrae, Sabrae, dile a tu padre, Zayn, que su música es la puta hostia.
               No. Alec me lo decía porque le gustaba de verdad. Porque quería que yo lo supiera.
               Me gusta esta canción y me gusta que suene cuando estemos juntos, y me gustan las posibilidades que hay de que piense en ti cada vez que la escuche, a partir de ahora.
               -A mí también.
               -¿Te apetece bailar?
               -Sí, por favor-gemí, porque si había algo mejor que estar enredada de esa forma casi obscena con él, era poder bailar aquella canción con él. Se separó de la pared, sujetándome por los muslos, y dejó que me deslizara hasta depositarme de nuevo en el suelo. Le miré a los ojos y me puse de puntillas para darle un rápido beso en los labios. Él sonrió, me cogió de la mano y me llevó hacia el centro de la pista.
               Cuando se giró hacia mí de nuevo y me tomó de la cintura, las pocas dudas que habían sobrevivido a la invasión de su boca se evaporaron. Alec apoyó su frente en la mía y cerró los ojos, escuchando la canción, y dejó que, juntos, nos fusionáramos con la música hasta convertirnos en un ser compuesto de tres entidades diferentes: él, yo, y la voz de mi padre acompañada de los instrumentos.
               -More than just one night together exclusively-Alec abrió los ojos y me miró. Intenté no derretirme, pero creo que no tuve mucho éxito. Me dedicó una tierna sonrisa mientras empezaba el estribillo de la canción, me acarició la cara y yo le pasé las manos por los hombros, deslizando mis dedos por su cuerpo y agitándome al ritmo de la música.
               Terminó el estribillo y me giré sobre mis talones, pegándome a él, que me rodeó con los brazos.
               -We’re drinking the finest label, dirty dancing on top of the table-me cogió una mano y jugueteó con nuestros dedos, enredándolos y desenredándolos, haciéndome cosquillas en la palma de la mano. Solté una risita y me volví para mirarlo-. Yeah, I promise darling that I’ll be faithful.
               Nuestros ojos se encontraron de nuevo y yo me estremecí, tanto por la intensidad de nuestra conexión como por lo que significaba aquella frase, no sólo en sí, sino lo que significaba en mi familia. Segura de mí misma a pesar de que no sabía qué haría a continuación, cuando  el estribillo lo inundó todo de nuevo le cogí la mano y tiré de él hasta llevarlo hacia un extremo de la sala, el suelo vibrando bajo nuestros pies, las luces arrancando sombras imposibles de nuestras caras.
               Mi espalda tocó de nuevo la pared y yo me mordí el labio cuando Alec pulverizó la distancia que nos separaba.
               -Give me your body and let me love you like I do.
               Me tomó de la mandíbula para obligarme a levantar la mirada, y yo me mordí el labio.
               -Come a little closer…
               Le acaricié de nuevo los brazos, deleitándome en la fuerza de sus músculos, cobijados por su camisa de tacto suave.
               -…and let me do those things to you. This feeling will last forever, baby that’s the truth…
               Entonces, decidió prestarle sus labios a la voz sin cuerpo.
               -Let me be your man-cantó Alec por lo bajo, de forma que yo no pude escuchar su voz, pero sí ver cómo su boca se movía-, so I can love you…
               Me lancé a sus brazos y le besé de nuevo mientras la canción continuaba, y seguí besándole y besándole y besándole hasta que creí que me ahogaría en su boca. Nos separamos para respirar cuando la canción moría, y a los dos se nos quedaron un par de sonrisas tontas en los labios que no sabríamos quitarnos en más de un milenio.
               Intuí cómo mis amigas se miraban entre ellas y asentían con la cabeza ante mi proeza de no sólo perdonar a Alec, sino conquistarlo como lo había hecho, en tan poco tiempo. Me mordí el labio, un poco cohibida por cómo acababa de soltarme el pelo, y solté una risita cuando él me besó la punta de la nariz.
               -For the rest of ours…-cantó mi padre en el altavoz, y Alec apoyó la mano al lado de mi cara, atrapando mi cuerpo de esa forma en que sólo un chico que te saca una cabeza, como mínimo, puede hacerlo.
               -Si ya me gustaba poco esta canción…-comentó, y yo dejé escapar una risa y me miré las manos. De repente era consciente de cada célula de mi cuerpo, y de lo cerca que él estaba de mí.
               -Es preciosa-asentí.
               -¿Tú crees?-alzó las cejas, divertido, y yo le di un suave empujón en broma. Por suerte, ni hice la suficiente fuerza como para separarlo de mí ni Alec consintió en distanciarse ni un milímetro.
               -Papá la escribió para mamá-expliqué mientras comenzaba la siguiente, y Alec parpadeó. Toda su atención estaba centrada en mí. No en mí como cuerpo, sino en mí como persona. Lo que yo tuviera que decir, para él era importante-. Es la primera que hizo cuando mi hermano nació.
               -¿Qué hay de Dusk till dawn?-quiso saber Alec, y por la forma en que lo preguntó yo supe que nunca habían discutido la discografía de mi padre con mi hermano. Sabía que Scott no soportaba escuchar la música de papá en solitario, pero de ahí a que sus amigos no se atrevieran a preguntarle directamente…
               No me malinterpretes: no es que mi hermano, o mis hermanas, o yo, debamos ser bibliotecas andantes sobre la vida de nuestro padre. No somos un oráculo de sus canciones ni tenemos por qué desgranar el significado de cada palabra. Pero que no tengamos esa obligación no significa que no nos guste; a mí, por lo menos. Me encantaba sentarme a mirar los premios de papá, me encantaba coger el Grammy que llevaba mi nombre y sostenerlo entre mis brazos, valorando el peso de la inspiración que papá había obtenido de mí.
               Scott sonaba como papá. Estaba segura de que no habría diferencia apreciable entre una versión que mi hermano hiciera de cualquier disco de papá, y el disco original cantado en directo por el creador. Y que mi hermano se negara en redondo a demostrar mi teoría me molestaba mucho, y nos dolía en casa como una herida recién abierta.
               Claro que tampoco podíamos culparle: no es fácil ser la copia idéntica de tu padre, que ha conseguido mucho más de lo que tú llegarás a alcanzar en la vida. Aquella pequeña muestra de rebeldía era un símbolo de la independencia de Scott, de que era Scott antes que Malik.
               Aun así… seguía siendo un Malik. Y podía enorgullecerse un poco más de lo que lo hacía. Especialmente con sus amigos.
               -Es diferente-contesté-. Ya estaba en proceso. Mi hermano tenía… ¿meses?-calculé, echando cuentas-, cuando la canción salió. Let me es la primera que papá compuso siendo…-me mordí el labio, pensativa.
               -Padre-puntualizó Alec-, y no Zayn-asentí con la cabeza-. Aun así… es raro, ¿no te parece? Quiero decir… parece escrita más para… una mujer.
               -Es que está escrita para una mujer-contesté, apartándome un rizo que se me había soltado de la trenza detrás de la oreja-. Mamá tuvo que convencer a mamá para que aceptara salir con él. Scott ya estaba ahí, así que podía esperar a que le escribieran una canción. A mamá, en cambio, había que camelársela-me eché a reír, recordando las veces que mamá y papá nos habían contado cómo se conocieron (en una fiesta, en un barco), el bloqueo creativo de papá, que no podía dejar de pensar en mamá, después de que ella desapareciera efímeramente de su vida, y cómo Dios se le apareció cuando ella se presentó en su puerta, anunciándole que estaba embarazada y que no sólo iba a tener ese bebé, sino que se aseguraría de que papá se encargase de él también. Se habían mudado juntos esa misma noche y pasaron todo el embarazo de mamá juntos, con el horizonte un poco difuso en lo que respectaba a qué sería de ellos más allá del nacimiento de Scott.
               Seguirían juntos un poquito más, hasta que Scott pudiera entender la situación de sus padres. Y luego, seguirían caminos separados. Esos eran, al menos, los planes de mamá.
               Sólo hubo un problema: papá había conseguido que se enamorase de ella.
               Y así empezó nuestra familia.
               Y, a los tres años, llegué yo.
               -¿Por eso lo de ser fiel, y todo ese rollo?-quiso saber Alec, y yo arqueé una ceja.
               -¡Muy bien! Veo que haces tus deberes.
               -Eh, ¿y ese tono sarcástico? ¡Me interesa la cultura pop, ¿vale?! Además, tu padre es como mi ídolo. Se pegó una vidorra digna de una película.
               -Ahora es feliz-respondí, encogiéndome de hombros.
               -Y no lo niego, pero también podía haberlo sido antes, ¿no te parece? Que yo sea feliz estando con mi familia no significa que no pueda serlo cuando estoy en la cama de una desconocida. La felicidad es como la desembocadura de un río: el agua que tiene no viene necesariamente de los mismos sitios.
               -Qué poético-sonreí, dándole un toquecito con la cadera en la suya-. Y dime, ¿ahora eres feliz?
               -Hombre-meditó, y para ello se separó de mí y se llevó una mano al mentón-. Me sobran un par de cosas, la verdad.
               Fruncí el ceño y espeté, un poco más a la defensiva de lo que me habría gustado:
               -¿Qué cosas?
               -Para empezar-se pasó una mano de nuevo por el pelo y yo me odié por la respuesta que tuvo mi cuerpo-, tu ropa-espetó, y yo abrí la boca, alucinada por lo fácil que lo tenía para jugar conmigo-. Y, después… esta gente-echó un vistazo por encima del hombro y luego esbozó una sonrisa satisfecha. Le di un empujón y él se echó a reír.
               -¿Y la música?
               -Nunca he follado con música tan alta-admitió, y yo exhalé una risa sarcástica.
               -Entonces, no vamos a arriesgarnos a que no te concentres-repliqué, pasando a su lado y apartándome una trenza del hombro de modo y manera que le golpeara en la cara. Me reí ante su protesta y continué caminando, consciente de que me seguía bien de cerca, por lo que agité las caderas de forma que mi culo bailara al son de la música.
               Cuando no soportó más mi sensual tortura, aproximadamente mientras atravesábamos el centro de la pista, Alec me agarró de la muñeca y me obligó a volverme para mirarle.
               -Aún no he terminado contigo-me recordó tras hacerme chocar contra su pecho.
               -Y yo tampoco-respondí, separándome de él y sonriendo mientras cantaba la letra de la canción que estaba sonando en ese momento. Alec puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza, satisfecho, cuando me acerqué a él y empecé a restregarme como lo había hecho la primera vez que estuvimos juntos, sin ningún tipo de vergüenza, como si el mundo entero nos perteneciera a nosotros dos. Como si nadie nos estuviera mirando.
               Y mira que notaba los ojos de mis amigas sobre nosotros, casi podía escuchar sus carcajadas mientras veían cómo perdonaba a Alec con cada latido de mi corazón.
               Pero es que todo lo que me rodeaba me incitaba a comportarme así con él. Como si fuera la loba alfa de la manada, reclamando al macho para mí y recordándoles a las demás cuál era su lugar. No sólo bailé, sino que me contoneé y tonteé con él de esa forma tan descarada que sólo el alcohol puede desencadenar.
               La música tampoco ayudaba. Todas las canciones eran las típicas en las que, en el vídeo musical, el protagonista salía bailando de manera muy sugerente, en ocasiones incluso demasiado explícita, con chicas de cuerpos increíbles. Y, cuando era una mujer la que cantaba, su vídeo lo protagonizaba ella con poca ropa y volviendo locos a los chicos que la rodeaban.
               Excepto una canción, la última que bailamos: Ready for it, de Taylor Swift. Cuando sonaron los primeros golpes de la música, haciendo que todo el mundo gritara y que mis entrañas vibraran al ritmo de los altavoces, sonreí para mis adentros, me giré y me volví hacia Alec para mirarlo a los ojos. Él alzó las cejas, expectante, y yo le imité, incliné ligeramente la cabeza hacia un lado mientras esbozaba una sonrisa de suficiencia y le di un empujón cuando Taylor empezó a cantar.
               -Knew he was a killer first time that I saw him…
               Alec se llevó una mano al pecho.
               -¿A mí?-preguntó, mientras yo jugaba con mis trenzas y sonreía, cerrando los ojos y disfrutando de los efectos de su cercanía conmigo. Incluso cuando no podía verle, era capaz de hechizarme.
               -Wondered how many girls he had loved and left haunted…
               Alec se mordió el labio, quizás calculando a cuántas chicas había hecho lo que el chico de la canción: amarlas y luego dejarlas rotas, quizás por su ausencia. Una parte de mí supo que podría destruirme si se le apeteciera.
               Curiosamente, me gustó saberme vulnerable a su lado. Porque realmente no me lo sentía.
               -But if he’s a ghost, then I can be a phantom, holding him for ransom, some-me pegué a él y le acaricié el pecho, y él llevó sus manos a mis caderas y las acarició mientras me contoneaba.
               Taylor continuó cantando mientras yo me dedicaba a provocar a Alec: que si el resto de los chicos morían intentándolo mientras a él le salía solo, que si era más joven que mis exnovios (aunque eso no era exactamente cierto), que no había nada mejor a la vista y lo conservaría para siempre, como si de una venganza se tratara…
               -I, I, I see how this is gon go-cantamos Taylor y yo, y Alec me pegó contra él, pero yo le di un empujón para separarme y sonreí al ver su expresión contrariada, pero complacida de alguna forma. Me pasé las manos por el torso mientras él me miraba, los ojos cerrados-touch me and you’ll never be alone-abrí los ojos y mi sonrisa se ensanchó un poco cuando él siguió la dirección de mis dedos-, I-island breeze, and lights down low. No one has to know-me acerqué a él y me puse de puntillas, como si fuera a besarle. Conseguí confundirlo, y cuando se inclinó para que nuestros labios se encontraron, me separé de nuevo de él y empecé a cantar a pleno pulmón-. In the middle of the night, in my dreams, you shoud see the things we do, baby. In the middle of the night, in my dreams…
               Se me ocurrió algo y sonreí para mis adentros.
               -I know I’m gonna be with you, so I take my time. Are you ready for it?
               Con el primer golpe de la música, me di la vuelta.
               Con el segundo, me incliné un poco hacia delante.
               Y con el tercero, froté mi culo contra la entrepierna de Alec, arqueando la espalda y levantándome de nuevo.
               Y no lo pudo soportar.
               Me agarró de la cintura, me dio la vuelta y me llevó contra la pared. Me quedé de nuevo atrapada entre su cuerpo y el muro, la música atronando en mis oídos y sus ojos hambrientos, completamente famélicos, devorando cada milímetro de piel que mi ropa dejaba al descubierto.
               Su escrutinio, como si fuera un helado en un día particularmente caluroso de verano, me hizo sentir la criatura más sexy que hubiera caminado por la Tierra.
               Y eso me gustó. Me sentó increíblemente bien saber que, si bien Alec me descontrolaba y podía hacer conmigo lo que quisiera, yo no me quedaba atrás.
               Me contoneé de nuevo cuando Taylor comenzó a contar que no sólo ella había calado al chico, sino que él también la había calado a ella. Jugué con mi pelo recogido en las trenzas, me froté contra Alec, bailé sola y sonreí mientras notaba sus manos en mi cuerpo, tan rápidas y ansiosas que parecía un pulpo. Cerré los ojos, canté de nuevo el estribillo y me dediqué a hacer círculos con las caderas cuando llegó la parte en que Taylor invitaba al chico a dejarse llevar, “que empiece el juego”.
               Alec me agarró la cintura y se pegó tanto a mí que podía notar los latidos enloquecidos de su corazón sobre mi piel. Yo le estoy haciendo esto, pensé con orgullo. Hay pocas cosas de las que puedas enorgullecerte más que de volver loco al chico por el que tú pierdes la razón.
               No es que yo la pierda con Alec.
               No del todo, al menos.
               -Baby, let the games begin, let the games begin, let the games begin… are you ready for it?
               La canción se acabó, pero la electricidad que manaba entre nosotros no disminuyó un ápice. Alec se acercó a mis labios, jadeante.
               -No sabía que te gustara llevar la voz cantante, Sabrae-sonrió, y me mareó lo cerca que estaban sus labios de mi boca.
               -Me gusta dejarme llevar, pero también soy mandona-respondí, jugueteando con mi trenza. Sus ojos volaron a mis dedos, y yo aproveché para enseñarle por accidente un poco de la piel del hombro. Se relamió a modo de respuesta y yo sentí que un calambre me recorría la columna vertebral. Dios.
               -Qué casualidad-contestó-, a mí no me importa que me manden. Dime qué quieres que te haga-me instó, pegándose a mí, sus caderas reposando en las mías, su dureza contra mi vientre. Fue mi turno de relamerme, anticipando el placer que podía darme esa deliciosa erección-. Soy el genio de tu lámpara.
               -¿Tengo límite de deseos?-tonteé, pasándole los dedos por el pecho. Madre mía, menudos músculos. Mira que ya le había acariciado el torso cuando estábamos juntos, y me encantaba deleitarme en el recuerdo de la potencia de su pecho, pero una cosa era cómo recordaba yo a Alec y otra cómo era Alec realmente.
               -No-contestó-. Tú no te mereces que te pongan límite. Ni yo podría negarme a concederte algo.
               Estudié su mandíbula, la línea en que se fundía con el cuello. La suave sombra de su barba, que deseaba sentir con cada beso. Alec me sonrió y yo me quedé mirando sus dientes, blancos como la leche, y recordé lo que era sentirlos en el punto más sensible de mi cuerpo, haciéndome alcanzar un orgasmo increíble que ni siquiera pensé que fuera posible. Miré su lengua, que tantas maravillas era capaz de obrar.
               Deseé su boca sobre mi cara, en la mía, en mi piel, en mis pechos y entre mis piernas.
               Pero, de momento, como estábamos en público, tendría que conformarme con beber de sus besos hasta ahogarme en él.
               -Quiero que me comas la boca-respondí, y en cuanto dije esa frase y le vi sonreír, complacido porque era exactamente lo que esperaba que le dijera, lo supe. No era eso lo que quería.
               No. No quiero que me comas la boca, pensé. Quiero que me beses hasta que tu sabor no se vaya de mis labios. Quiero que me mires hasta hipnotizarme. Quiero que me respires hasta convertirme en tu nicotina. Háblame al oído tan bajito que tus palabras retumben atronadoras por todo mi cuerpo. Acaríciame hasta moldear mi figura con la erosión de tus dedos.
               Borra de un plumazo al resto de hombres del mundo. Conviérteme en mujer de un solo hombre. Hazme tuya. Haz que mi interior luche, porque yo no deseo sentir esto, pero tampoco deseo que pare.
               Alec se inclinó hacia delante y entreabrió los labios. Con la punta de su lengua, trazó la figura de los míos y yo me eché a temblar.
               Sé mi droga. Necesito tener resaca de ti cuando me despierte por la mañana.
               -Estás temblando, bombón-comentó, complacido, pegándose un poquito más a mí, como si yo tuviera frío o algo así.
               -Estoy temblando porque no me creo que tenga dos segundos de vida, los que lleva tu lengua en mis labios-respondí, pasándole las manos por la nuca y respirando su aliento.
               -Si eres tan joven-respondió-, entonces hay unas cuantas cosas que debería enseñarte.
               -¿Cómo cuáles?-quise saber, arqueando la espalda y frotándome contra él de un modo muy sugerente. Sonreí al ver el hambre de su mirada aumentar: me recordó al verano pasado, cuando mamá y papá tuvieron una bronca gorda, y él protestaba cuando mamá se acercaba él para hacerle entrar en razón; decía que no podía pensar con ella tan cerca. Estuvo dos días sin tocarla a pesar de los intentos de ella de normalizar su situación.
               Hasta que mamá se hartó y aprovechó las altas temperaturas para pasearse por casa en bikini. Las tornas cambiaron y era ella la que no le permitía a él tocarla.
               Papá terminó pidiéndole perdón y empotrándola.
               Más o menos como tenía pensado hacer Alec conmigo. Podía verlo en la oscuridad de sus ojos.
               -Mujer-jadeó, mirando nuestra unión, sin poder creerse que yo controlara la situación hasta el más mínimo detalle.
               -Hombre.
               -Voy a hacerte mía-prometió.
               -¿Sí? ¿Y si no te dejo?
               -Pero me vas a dejar-contestó, rodeándome la cintura y pegándome más a él-, porque te mueres por estar conmigo. Y por dejarte llevar.
               -¿En serio?
               -Ajá-me besó la mano, los dedos, la palma. Sentí un escalofrío cuando sentí sus dientes rascar mi piel-. Si supieras lo que estoy pensando ahora mismo…
               -Cuéntamelo-contesté en un murmullo íntimo, que a pesar del ruido de ambiente y la nueva canción que sonaba, Alec escuchó.
               -Te recubriría de sirope-soltó, y yo me estremecí, imaginándome la escena que Alec tenía perfectamente pintada en su cabeza-, sólo para tener una excusa para lamerte enterita. No puedes bailar una canción así y no pretender que yo mantenga la cordura, Sabrae.
               -¿Y por dónde me lamerías más?-quise saber, alzando una ceja en tono inquisitivo. Alec sonrió, me dedicó aquella sonrisa de chico bueno que no ha roto un plato en su vida que, combinada con su mirada y su reputación de rompecorazones, causaba estragos.
               -Tú sabes dónde-contestó, y yo tomé aire, incapaz de pensar con lo cerca que estaba su boca.
               -Pero quiero que me lo digas.
               Alec soltó una risa ahogada, asintió con la cabeza, se inclinó hacia mi oído y me susurró:
               -Donde debería estar ahora-murmuró, y su mano bajó hasta mi entrepierna e hizo una ligerísima presión que a mí me supo a gloria-. Entre tus muslos de oro. Y tus pechos de bronce-añadió, y su mano se alejó de mi sexo para subir hasta mi busto. Me apeteció echarme a llorar.
               -Alec…-gemí cuando me acarició, y su aliento quemó el lóbulo de mi oreja. Cerré los ojos, disfrutando de lo placentero del contacto y deseando su boca donde ahora estaban sus dedos.
               -No sabes lo que me gusta-me confesó, pegándose más a mí, como si quisiera demostrarme con su cuerpo que era sincero en lo que iba a decirme- cuando dices mi nombre así. Pareces dispuesta a suplicar.
               -¿Te gustaría escucharme?-pregunté, y noté su sonrisa en su voz.
               -Lo que me gustaría es hacer verdad la canción. Estoy listo para que te olvides de todos los chicos con los que has estado antes. Me encanta esa sensación de amnesia que sé que te provoco.
               Se separó un poco de mí y yo abrí los ojos, aturdida.
               -Pídemelo-exigió, y yo me mordí el labio-. Son dos palabras, Sabrae. Muy cortitas. Pídelo y te haré mía.
               -Yo no soy tuya-respondí, altanera.
               -Porque aún no me lo has pedido.
               Solté una risita y asentí con la cabeza. Alec me pasó de nuevo las manos por la cintura, se detuvo en mi vientre, indeciso, y al ver que yo me resistía a darle lo que quería, decidió empujarme por el precipicio. Iba a volar. Por iniciativa propia o porque él no me dejara más remedio.
               Pero volaría.
               Su mano bajó de nuevo a mi entrepierna y me la acarició despacio. Miré en todas direcciones, preocupada de que alguien nos viera, pero él era lo suficientemente diestro como para hacerlo de forma disimulada; lo bastante alto como para ocultarme de todos los demás. Estaba a su completa merced.
               -Olvídate de ellos-me instó, y yo le miré-, y piensa sólo en mí.
               Cerré los ojos y apoyé la cabeza en la pared. Estaba a gustísimo, se sentía tan bien…
               Él comenzó a besarme el cuello y sus dientes se pasearon por mi piel cuando sonrió al escuchar mis jadeos ahogados.
               -Alec…-gemí en tono suplicante, deseando que la presión aumentara. El cabrón me lo estaba haciendo despacio y superficial a propósito.
               -Está en tus manos-me recordó.
               Y yo no pude soportarlo más.
               No sólo quería sentirlo dentro de mí: por lo menos, quería sentir que me deseaba como yo a él. Quería que se zambullera en mí como yo estaba dispuesta a zambullirme en él.
               Así que lo dije.
               Las dos palabras mágicas que había aprendido de pequeña. Cuántas cosas había conseguido pronunciándolas, más que si fuera maga y conociera el encantamiento más útil de todos.
               Pero ninguna de aquella infinidad de cosas me gustó tanto como lo que vino a continuación.
               -Por favor-le concedí, y Alec sonrió en mi cuello.
               -Ésa es mi chica.
               Sonreí y me pilló desprevenida cuando su boca atrapó mi sonrisa. La presión entre mis muslos aumentó y yo me moví para hacer aún mayor la fricción. El deseo de Alec ardió en nuestras bocas y creció en sus pantalones.
               No pudo soportarlo más: él también tenía un límite. Se separó de mí y me miró a los ojos.
               -Vamos-fue lo único que dijo, pero para mí fue suficiente. Asentí con la cabeza y entrelacé mis dedos con los suyos cuando me tendió la mano.
               Me condujo entre la gente, sorteando con habilidad a cada persona que se cruzaba en nuestro camino. Después de un breve trayecto que a mí me pareció una verdadera travesía por el desierto, llegamos a la puerta de la pequeña sala donde le había entregado todo de mí y él me lo había dado todo.
               Noté la mirada de Jordan sobre nosotros cuando Alec giró el pomo y se volvió hacia la barra. Fue como si los dos amigos estuvieran conectados y se lanzaran breves mensajes telepáticos entre ellos.
               Jordan: A ver qué haces.
               Alec: Asegúrate de que no nos molestan.
               Jordan: Eso está hecho. Un breve asentimiento por su parte y Alec empujó la puerta, me agarró de la cintura y me metió en la habitación.
               Di un puntapié a la puerta y me giré para echar el pestillo. No quería que nadie nos molestara. Yo no sería tan indulgente como los chicos que habíamos echado el día que nos enrollamos por primera vez, cuando descubrí esa pequeña sala. Nuestra unión sería más sagrada para mí, y no toleraría herejías.
               Lo que no me esperaba era que el ritual comenzara en la misma puerta. Cuando me giré, Alec aprovechó para ponerse detrás de mí, besarme la nuca y pasarme las manos por los pechos y el vientre, bajando y bajando, hasta hacerme gemir de expectación.
               -Cuántas ganas me tienes-alabó al notar mi deseo en la palma de su mano, por encima de la tela de la camiseta y del sujetador.
               -Y tú a mí-contesté, pegando el culo de nuevo a su entrepierna y deleitándome en el tamaño considerable de su miembro. Me costaría adaptarme a él, sí, pero una vez que lo hiciera, la sensación sería increíble. Alec tenía dos dones: buenas herramientas y maña para usarlas.
               En un movimiento brusco que a él le volvió loco, me giré y dejé que me pusiera contra la pared. Sonrió, complacido, cuando abrí la boca y dejé que me metiera la lengua dentro. Sus manos volaban por mi cuerpo, se detenían en mis curvas como lo hacían las mías en los ángulos de sus músculos. Me empujó con la cadera hasta aprisionarme contra la madera de la puerta, y jadeé al notar la presión de su erección, increíblemente grande, sobre mi vientre. Respiré su aliento mientras él continuaba besándome. Me tenía bien sujeta por la cintura, y como sabía que yo sería incapaz de poner distancia entre nosotros, subió una de sus manos a mis pechos y comenzó a acariciármelos. Sopesó primero uno con su mano, luego el otro, todo esto por encima de la camiseta. Después de unos momentos de caricias nada tímidas, Alec decidió dar un paso más y juguetear con mi escote.
               Pero a ese juego podíamos jugar dos.
               Separé una de mis manos de su culo; le gustaba que se lo sobara y eso tenía efecto en la parte delantera de sus caderas. Sin embargo, más le gustó lo que hice a continuación: mientras continuaba acariciándolo y pegándolo a mí, me llevé una mano a los cordones que conformaban el escote de mi camiseta y comencé a desatármelo. Alec se separó de mí para mirar la curva de mis pechos cuando estos quedaron sueltos, todavía sin ser totalmente libres.
               Sus ojos eran tremendamente oscuros, producto de la excitación y de un hambre irracional con el que pronto me devoraría. Sonreí con suficiencia viendo la lujuria en su mirada y, orgullosa, arqueé la espalda de manera que le diera una vista incluso mejor de mis senos.
               No lo soportó. Me cogió de la cintura, me separó de la pared y empezó a llevarme hacia el sofá. Varias veces estuve a punto de caerme, por tropezar con los tacones, y todas él me sostuvo en el último momento, haciendo gala de esos reflejos que le habían salvado el principio de la noche. Empecé a pelearme con los botones de su camisa y, después de abrir tres, solté un gemido y comencé a besarle el pecho. Alec dejó escapar un gruñido y me empujó sobre el sofá. Me dejé caer en él y permanecí semi tumbada, relamiéndome y estudiando su cuerpo mientras él se peleaba con el cinturón y los botones de sus vaqueros.
               Cuando por fin dejó libre la tela de sus calzoncillos, yo me incorporé, le acaricié el paquete y tiré de él para que se colocara encima de mí. Sólo se había puesto encima de mí una vez, pero la sensación había sido increíble. Apenas nos habíamos tocado mientras él entraba y salía de mi interior, pero ahora me apetecía que nuestros cuerpos estuvieran tan en contacto como fuera posible.
               Alec se dejó hacer: se tumbó encima de mí y continuó besándome, me pasó las manos por detrás de la espalda y me desabrochó con habilidad el sostén. Entre los dos, conseguimos liberar mis pechos de su prisión, y ahora lo único que había entre su lengua y mi piel era esa fina capa de tela que Taïssa me había prestado.
               Pronto desapareció. La boca de Alec bajó de mis labios a mis pechos y su lengua comenzó a recorrer en círculos uno de mis pezones. Sintiendo calambrazos recorrerme todo el cuerpo, me pegué contra él, arqueé la espalda y me froté involuntariamente contra su paquete, ahora mucho más cercano al centro de mi ser.
               -Eres deliciosa-gimió mientras me devoraba-. No sabes lo fuerte que te lo voy a hacer. No voy a poder controlarme-me aseguró, y yo me estremecí, sintiendo ya sus rudas embestidas en la parte más sensible de mi cuerpo. Le pasé las manos por la espalda: una se quedó en sus hombros, la otra escaló hacia su cuello, arañó su nuca y se enredó en su pelo cuando Alec, presa de un deseo irracional y ardiendo en un fuego que había avivado con mi arañazo, empezó a morderme.
               Me estaba haciendo daño.
               Pero a la vez, me gustaba mucho.
               Pero me estaba haciendo mucho daño.
               -Alec-gemí a modo de advertencia, y él contestó con un gruñido, como diciendo no me molestes, me estoy dando un festín.
               Sus dientes ardían en mi piel y la aprisionaban de una forma que no me gustaba y me volvía loca a partes iguales.
               Recordé las conversaciones con mi madre cuando me inicié en el sexo. No debería molestarme, o si lo hacía, debería compensarme con el placer. Jamás debía haber equilibrio entre dolor y placer: el segundo siempre, siempre, debía superar al primero.
               Y el primero estaba creciendo a marchas forzadas, envalentonado por la audacia de la boca de Alec.
               No quería que se lo tomara a mal, y tampoco quería que parara. Simplemente quería que disminuyera un poco la velocidad. Iremos a tu ritmo, me había prometido la primera vez que estuvimos juntos.
               Pero aquella vez no estaba tan excitado como lo estaba ahora. Jamás le había notado tan duro y tan… enorme. No estaba segura de que pudiera parar. Sabía (o intuía, al menos) que tenía buenas intenciones y que no me obligaría a hacer nada que yo no quisiera… y, sin embargo, no las tenía todas conmigo. Sabía cómo eran los chicos. Podían llegar a ser verdaderos gilipollas si les parabas los pies. Se lo tomaban todo muy a pecho, como si el hecho de que tú tuvieras otro ritmo fuera una afrenta a su masculinidad y sus dotes como amantes. Si no te corrías en cuanto te la metían, les parecía fatal.
               Pero Alec no es así, me dije.
               Que tú sepas, me contestó algo en mi interior, y empecé a sentir que la angustia dentro de mí crecía y crecía. No íbamos a parar, porque yo no quería y porque él no iba a poder.
               Yo no quería por dos motivos: el primero, un tanto egoísta; estaba cachonda perdida y necesitaba tenerlo dentro de mí.
               Y el segundo, más egoísta aún: entre Alec y yo había una relación todavía muy débil. Un hilo muy tenue nos unía. No podía ponerlo en peligro, no podía dejar que él decidiera si le merecía la pena estar conmigo o no. Tenía que esperar a que nuestra conexión se hiciera más fuerte para empezar a exigir cosas. No podía pedirle ningún sacrificio si yo no estaba dispuesta a hacer ninguno.
               Y estaba dispuesta a renunciar a cosas… solo que no me parecía que mi comodidad estuviera en el mercado.
               -Alec-pedí de nuevo, pero él continuó besándome, haciendo caso omiso de mi tono. Se me formó un nudo en el estómago al pensar en lo que podría desembocar aquello.
               No estoy diciéndole que no, me dije a mí misma para intentar tranquilizarme. No estaba preparada para pasar por ese trauma que miles y miles de chicas pasaban a diario. Yo quería hacerlo. Sólo que más despacio. No iba a forzarme. No había retirado mi consentimiento. Sólo… sólo… por favor, que lo hiciera más despacio.
               Y que me escuchara si yo me armaba de valor para pedírselo.
               Pero no podía. Estaba luchando contra él y contra mí misma también. Mi cuerpo me traicionaba y pedía más a pesar de que yo estaba rozando mis límites.
               ¿Y si nos cambiamos los roles? Pensé de repente. ¡Eso es! Quizás si yo tomo la iniciativa...
               Así que, antes de que mi valentía recién adquirida se me escurriera entre los dedos, lo agarré del pelo y lo separé de mi piel.
               Alec se me quedó mirando, desafiante. Era como si me odiara en ese momento. Descubrí que yo también le odiaba un poco, y me encantaría sentir su furia entrando y saliendo de mí. Bailábamos sobre una cuerda floja, cada uno luchando por lanzar al otro al vacío, pero sin arriesgarse lo suficiente como para precipitarse.
               Justo cuando iba a decirle que siguiera, con la misma profundidad, pero no con tanta fuerza, Alec sonrió. Fue una sonrisa cínica, cruel, dura.
               La misma sonrisa de siempre, pero que por fin yo veía con un millón de aristas.
               La sonrisa que nos dedicaba a todas las chicas, idéntica… y jamás igual.
               La sonrisa de Seductor™ de mi hermano.
               Que, en Alec, tenía que ser su sonrisa de Fuckboy®.
               -Sabrae-contestó, a la espera. Se sabía con el absoluto control de la situación. De su cuerpo, de mí. La experiencia que me sacaba le hacía ser mucho más sabio y saber qué botón tocar para hacer que yo me traicionara a mí misma.
               Decir mi nombre así. Sonreírme así. Despertar a la bestia que dormía en mí.
               Así que tiré de él para colocar su boca cerca de la mía y comencé a besarle con rabia. Él sonrió en mis labios mientras yo le mordía, le lamía, chupaba y besaba como si ésta fuera nuestra última noche juntos. Menos mal que había echado el pestillo en la puerta. Si alguien nos interrumpiera en ese momento, le habría arrancado la cabeza.
               Su lengua jugó con la mía, de una forma tan obscena que recordar esos besos después me daría vergüenza y me encendería de una forma explosiva. Inconscientemente, junté mis muslos, aquella dulce señal que Alec siempre esperaba en mí.
               Metió una mano por entre mis piernas para separármelas y se pasó mi pierna por encima de sus caderas. Gemí cuando me dio una suave embestida, la ropa todavía entre nosotros. Arqueé la espalda y cerré los ojos, disfrutando de aquella sucia presión en mi sexo. Alec comenzó a besarme el cuello y fue bajando hasta mis pechos.
               No podía permitirle que llegara de nuevo a ellos.
               Así que me incorporé, y nuestro juego se puso en pausa. Me miré un segundo en el reflejo de sus ojos, y creo que él hizo lo mismo. Me gustó lo que veía. La tormenta que se desataba en mi interior no conseguía aflorar en la superficie. Alec no tenía ni idea de mis sentimientos encontrados. En su mirada, parecía segura de mí misma, como si supiera exactamente lo que iba a hacer a continuación.
               Decidí inclinar la balanza a mi favor. Hice presión en su hombro hasta que él comprendió lo que quería, y cuando se incorporó para dejarme espacio, le pasé la mano por la mandíbula, el cuello y el hombro, mientras me ponía de pie y me sentaba a horcajadas encima de él. Rematadamente despacio.
               Alec jadeó mientras me estudiaba. Me apoyé en sus hombros y él bajó sus manos hasta mis caderas. Subió por mi espalda y dibujó figuras geométricas en el lugar donde la piel estaba resentida por la presión fantasma del sostén. Volvimos a besarnos, yo moviendo las caderas encima de su paquete, disfrutando de  cómo eso le hacía perder la razón.
               Me encantaba saber que podía desquiciarlo, que perdería el control si yo era inteligente y sabía aprovechar la influencia de mi cuerpo sobre el suyo.
               Lo que ya no me gustó tanto es cómo rápidamente la tensión sexual escaló entre nosotros y Alec se abandonó a ella, ajeno a las mareas que me arrastraban el ánimo dentro de mí.
               Descubrí demasiado tarde que fue un error ponerme encima, porque eso significaba que yo estaba al mando y que él podía abandonarse a sus deseos. Yo era la encargada de marcar el ritmo, de domar al potro salvaje que era él.
               Sus manos bajaron de nuevo a mis senos y me los estrujaron, y yo dejé escapar un gemido que a él le encendió más todavía. Ya no me gustaba. Me dolía. Pero me gustaba sentir sus labios en los míos, su sonrisa en mi lengua mientras me magreaba. Quería que no parara y a la vez que se abstuviera de continuar.
               -Al…-gemí, y eso terminó de enloquecerle. Si conseguiría decirle algo, jamás lo sabré, porque su boca invadió la mía y sus manos me reclamaron como sólo lo puede hacer un hombre que te desea como Alec me deseaba a mí.
               Me daba vueltas la cabeza, estaba frustrada porque no entendía por qué me dolía de esa forma y por qué no quería que siguiera cuando en cualquier otro momento me habría encantado que me sobara así. De una forma soez, sucia. Me encantaba que me tocaran. Y me encantaba que fuera Alec quien lo hiciera. ¿Qué no funcionaba?
               ¿Por qué quería follármelo, y a la vez acurrucarme a su lado?
               Fue él quien dio la respuesta a todas las preguntas que me rondaban la cabeza.
               Cuando no soportó más nuestros preliminares y se preparó para entrar en mí.
               Mientras una de sus manos siguió en mis tetas, pellizcándome los pezones y arrancándome gemidos de placer y dolor al mismo tiempo, la otra bajó por mi espalda, salió de debajo de la camiseta y empezó a colarse por la goma de los leggings.
               Ese contacto me hizo ser consciente de la parte inferior de mi cuerpo entendida como un todo, y no como ese rincón aislado en el que sentía sus ganas de mí llamar a las puertas de mi paraíso personal.
               Sus caricias en mi torso habían hecho que me olvidara de mis piernas.
               Y de lo que había entre ellas.
               La excitación y la humedad.
               Y lo recordé de repente cuando lo entendí. No estaba húmeda, estaba pegajosa.
               Se me ha adelantado la regla.
               Me recorrió un escalofrío al notar la mano de Alec colarse también por el elástico de mis bragas.
               No quería que me tocara. Le daría asco. Joder, incluso a me daba asco a veces.
               Ya podía ver su expresión de repugnancia, escuchar sus gritos diciéndome que era una guarra y una calientapollas y que no quería saber nada más de mí, que pasara de su cara y no le molestara más. El portazo que daría al dejarme sola en la habitación, el ruido sordo de sus pasos retumbando en el suelo mientras elegía a una chica a la que tirarse para que se le pasara el calentón que yo le había dado. El roce de sus dedos en los bordes de la falda de una chica mayor y más bonita que yo y sus gemidos mientras la penetraba, o la agarraba del pelo y le sujetaba la cabeza mientras ella se la chupaba.
               Soy un puto desastre.
               Me eché a llorar ante las imágenes que se reproducían en mi cabeza.
               -Para-supliqué, y la mano de Alec se detuvo-. Para, para, por favor, para-gemí, tapándome la cara con las manos para que no pensara que estaba montando un espectáculo sólo por darle pena. No quería darle pena. No quería que se fuera.
               -Sabrae, ¿qué pasa?-preguntó mientras yo me bajaba de él y ponía distancia entre nosotros. Me aovillé en el otro extremo del sofá y me abracé las piernas cuando él se acercó a mí, y di un respingo cuando me puso una mano en la rodilla. Alec la retiró como si quemara-. ¿He hecho algo mal?
               Seguí llorando a modo de respuesta.
               -Sabrae-me suplicó, y en su tono había una angustia que me enterneció.
               -Perdona-hipé-. Perdona, de verdad, lo siento muchísimo, yo no quería… no puedo…
               -Podemos ir más despacio si quieres-me prometió, y de nuevo me tocó la rodilla. Esta vez yo no di ningún brinco y él no se apartó-. Vamos a tu ritmo. ¿Iba demasiado rápido?
               -Ibas muy bien-contesté. De normal, me habría encantado que me sobaras así-. No eres tú. No te preocupes.
               -Háblame, bombón-me pidió, y ahora todo su cuerpo estaba contra el mío-. ¿Qué es lo que pasa? No llores, por favor-me cogió las manos y me acarició los nudillos. Parecía realmente abatido.
               Es increíble que te hayas pasado tu vida odiándolo. Mira cómo es capaz de mirar. Alguien que puede mirar a otra persona así no se merece que le detesten como tú le detestabas, me recriminé a mí misma, y se me formó un nudo en la garganta.
               -Si estaba yendo demasiado deprisa, perdona. No era mi intención presionarte, de verdad-continuó al ver que yo no decía nada-. Si tienes miedo de que te haga daño, podemos hacer lo que otras veces. Puedo ponerme de rodillas y…
               -No-contesté, controlando las arcadas al pensar en Alec… haciéndome eso… estando yo así.
               -Nena, sabes que me encanta bajar cuando estoy contigo. Me gustas muchísimo. Y me gusta cómo sabes. Eres increíble, de verdad-me cogió de la mano y me sonrió con timidez. Su pulgar se paseó por mis nudillos y la fuerza de ese nudo disminuyó-. Podemos hacerlo ahora, si te parece. Para que te relajes un poco. Sólo tengo que quitarte estos leggings tan bonitos…
               -No-repetí, y Alec alzó las cejas.
               -Vale, si quieres, seguimos enrollándonos hasta que te encuentres mejor y luego volvemos a intentarlo, ¿te parece?
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y sorbí por la nariz.
               -No vamos a hacerlo-contesté, y él tragó saliva. No se me escapó la expresión de decepción que le cruzó el rostro. Asintió con la cabeza y se dio una palmada en las piernas.
               -Vale-cedió, pensativo.
               -No es por ti-me apresuré a decirle, porque conocía esa expresión. Nunca la había visto en Alec (de hecho, hasta hacía muy poco dudaba que Alec pudiera juntar suficientes neuronas para hacerlo), pero había visto a suficientes personas comerse la cabeza y culparse por cosas de las que no tenían ninguna culpa como para saber que era exactamente lo que estaba haciendo él.
               -Ya, bueno, algo habré hecho mal, si hasta hace dos segundos estabas volviéndote loca y frotándote contra mí como si quisieras rallarme la polla, y ahora…
               -No es por ti, de verdad-insistí, y él se mordió el labio y se me quedó mirando.
               -Ajá, así que, ¿es por ti?
               -Sí-respondí, abrazándome de nuevo las piernas.
               -Bueno, permite que lo dude, porque hasta hace nada parecías… en fin, Sabrae, que tampoco tengo el ego tan frágil como para que no me digas que es lo que he hecho mal, ¿sabes? Tengo 17 añitos, ya no soy ningún bebé, puedo soportar las críticas, bien sabe Dios que tú me digas ahora que te he metido mano demasiado rápido o lo que sea no es lo peor que me habrán dicho en la vida; o que me pares los pies, lo peor que me han hecho, y…
               -Tengo la regla-espeté con voz neutra, porque no quería bajo ningún concepto que él se echara la culpa de que me estuviera comiendo la cabeza.
               Y entonces sucedió lo que yo me temía. Alec abrió la boca, se me quedó mirando y, (no, por favor…) se separó de mí.
               -¿Que tienes qué?
               -Se suponía que me venía el lunes. No llevo toda la semana calentándote para que ahora…
               -Qué más dará lo que llevemos haciendo toda la semana, Sabrae-discutió, y yo me quedé callada-. Joder, es acojonante. Estás con el periodo y… Dios-se frotó la cara y se puso en pie, dio un par de pasos alrededor del sofá y se giró para espetar-. ¿Por qué no me lo has dicho?
               -¡Porque no quería que te enfadaras!-contesté, colocándome de rodillas sobre el sofá y apoyando el culo en los pies-. Y, si te soy sincera, se me pasó que la tenía en cuanto te vi-añadí, bajando la cabeza hacia las uñas.
               -¡Me cago en Dios, Sabrae! ¡Estas cosas me las tienes que decir!
               -Entendería que ahora te quisieras ir, pero por favor…-empecé, pero él habló por encima de mí.
               -¡Que te mordí las tetas, por amor de dios! ¡Te las estaba amasando como si fuera un panadero!-espetó, y yo me lo quedé mirando-. ¿Te he hecho daño?
               -¿Qué?
               -Te he hecho daño, ¿a que sí? Joder, Sabrae. Estas cosas, me las tienes que decir, hostia. Que llevo cachondo como un mono toda la noche y te he sobado como si fueras, no sé… como si estuvieras hecha de chicle. Tía. Joder. ¿Qué hostias te pasa?
               -Espera, ¿no estás enfadado?
               Frunció el ceño.
               -Pero, ¿qué puta clase de gilipollas olímpico te piensas que soy yo? Ni que lo hubieras hecho a posta, tía-espetó, y yo me lo quedé mirando, estupefacta-. Además-continuó, en un tono un poco más suave-, tampoco pasaría nada si fuera a propósito de verdad-se encogió de hombros-. Me la casco, y ya está.
               Parpadeé un segundo, asimilando sus palabras.
               Y luego, me eché a reír.
               No podía creerme que acabara de decir aquello sin darle la más mínima importancia. Sabrae, nena, ¡no te preocupes por dejarme con el calentón! ¡Si Dios me ha dado manos, es porque quería que las usara!
               Negué con la cabeza, limpiándome las lágrimas, y me lo quedé mirando. Alec sonreía, complacido con su poder para hacerme reír. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y, cuando descubrió que al hacer eso se los bajaba, tiró de ellos y se subió la bragueta.
               Adiós a la parte de su cuerpo que más me gustaba y más respeto me inspiraba. Se pasó una mano por el pelo y se mordió el labio, asintiendo con la cabeza. Me miró un momento, sopesando las posibilidades de algo que yo no sabía lo que era. A continuación, miró el sofá, y yo me encogí un poco más y me quedé mirando el sitio a mi lado, para que tomara asiento. Lo hizo y eso me tranquilizó. Su presencia ya no era sólo ardiente, sino también cálida: Alec era como una hoguera, que puede quemarte si caminas hacia ella y decides entrar en las brasas, o puede cocinar tu comida y mantenerte calentito durante la noche.
               Ahora, estaba eligiendo ser el fuego de un hogar, y yo se lo agradecí. Necesitaba que fuera paciente conmigo y me permitiera tranquilizarme, aclarar mis ideas y decidir que él no me haría daño. Asimilar, en cierta medida, que todas las dudas que había tenido con respecto a él eran infundadas. Que no era la luz de una lámpara antipolillas, sino el sol colándose a través de una vidriera.
                Se había sentado mirando hacia mí, con las piernas apuntando en mi dirección. Allí donde sus rodillas se apoyaban en el sofá, reposaban también mis pies. Se inclinó hacia adelante y me recogió una lágrima que todavía me resbalaba por la mejilla (fruto de tristeza o de risa, no lo sabíamos) con el pulgar. Pero allí no terminó su caricia. Con el mismo dedo, después de quitar ese rastro de mi inestabilidad emocional, se paseó por mi mejilla y acunó mi rostro cuando yo me apoyé en su mano, buscando su calor.
               -¿Por qué me tienes tanto miedo?-preguntó, y yo separé la cara de su mano y le observé. Me mordí el labio y tragué saliva, y pude ver cómo en sus ojos se arremolinaba una emoción: miedo. Estaba asustado de mi respuesta. De que yo le dijera que no me fiaba de él, que incluso me imponía lo suficiente como para… dejarle que me hiciera lo que él quisiera.
               Se arrepintió de pronunciar aquella pregunta en cuanto la formuló, pero, a la vez, necesitaba saber su respuesta. Quería la verdad, y, aunque temía que doliera, necesitaba saberla.
               Le aterrorizaba la idea de que yo le confirmara que le temía, pero había una ranura de esperanza a la que quiso aferrarse con uñas y dientes. Sus ojos tendrían temor, sí, pero su aura derrochaba valentía. Parecía dispuesto a enfrentarse a todo lo que le asustaba por mí.
               -No te voy a hacer nada-me prometió, y yo asentí con la cabeza y volví a apoyarme en su mano. Le besé la palma y eso pareció relajarle un poco. Un antílope nunca besa al león que lo va a devorar.
               Le necesitaba relajado. Necesitaba que fuera el de siempre, el que yo me había pasado la vida detestando y que ahora tantísimo me gustaba. Necesitaba que fuera Al. Alec. Alec Whitelaw. Necesitaba a ese chico, y sólo había una manera de traerlo de vuelta.
               -Es que eres muy alto-susurré, y él parpadeó, confuso, y cuando me vio sonreír, comprendió que estaba de guasa, así que se echó a reír, mucho más relajado. Apoyó la espalda en el sofá y abrió los brazos. Uno de ellos reposó sobre el sofá mientras el otro caía en su costado antes de que lo levantara y se tocara la nariz con él, en ese típico gesto que hacen los chicos cuando están a punto de decir una tontería y no saben si hará gracia u ofenderá.
               -Ya, bueno-se le escapó una nueva risa y negó con la cabeza. Tenía una sonrisa preciosa: blanca, perfecta, inocente y a la vez un poco canalla-. Los altos somos buena gente-contestó-. La mayoría, al menos-añadió, y creo que sus ojos se oscurecieron un poco, aunque bien podría habérmelo imaginado. No sabría decir, porque tan pronto como su expresión cambió, volvió a hacerlo y se convirtió en la de siempre-. Pero yo no te voy a hacer daño, Sabrae-me prometió, dándome un pellizquito en la mejilla, y yo asentí con la cabeza y apoyé la otra en mis rodillas.
               Esperó a que hablara con paciencia: la pelota estaba ahora en mi tejado y de poco servía meterme presión. Debía entender primero lo que yo quería decirle antes de poder ponerlo con palabras.
               Debía asumir que Alec se merecía la verdad, por mucho que eso me dejara en una posición vulnerable.
               Así que lo dije, y me quité un enorme peso de encima cuando las palabras salieron de mi boca.
               -Es que me agobia mucho pensar que puedes pasar de mí-expliqué con un hilo de voz, y Alec parpadeó, asimilando lo que le acababa de decir. Era como si… como si le hubiera confesado que me gustaba. Como si hubiera reconocido que lo que teníamos era más que sexo. Aquella revelación cuando no estábamos haciendo nada, cuando no había excitación a la que echarle la culpa, fue más potente que mil declaraciones de amor que pudiéramos hacernos mientras nuestros cuerpos estaban unidos. Yo no estaba borracha de él. Lo que estaba diciendo tenía pleno sentido para mí.
               Tragó saliva y me aseguró en tono contenido, como si tratara de refrenar la marea:
               -No voy a pasar de ti.
               Ni siquiera tuve que contener una sonrisa, porque estaba todavía demasiado machacada de los pensamientos que me inundaban la mente, así que no quise darle crédito.
               Podría decirle mil veces que confiaba en él, pero la realidad es que el fantasma de quien yo creía que había sido durante toda su vida todavía proyectaba una sombra alargada y oscura sobre nosotros. Durante demasiado tiempo pensaría que él me decía lo que yo quería oír, que su principal cualidad era saber cómo venderse a la gente, y no lo fiel que podía llegar a ser y la profundidad con que podía amar.
               A esas alturas, estaba convencida de que Alec no era tan malo como yo había pensado durante toda mi vida, pero tampoco podía ser tan bueno como ahora lo estaba pintando.
               Estaba idealizándolo, decidiría por las noches, cuando pensara en él y me asaltaran las dudas. Estaba viendo oro puro donde sólo había pirita de hierro. Bonita, sí, pero no tan valiosa.
               -Eso no lo sabes-contesté-. Tienes un montón de chicas dispuestas a estar aquí contigo y no quiero que te canses de que yo te diga que no, y te vayas con ellas.
               -No me voy a cansar de ti-me prometió, inclinándose hacia adelante y acariciándome la mejilla con el pulgar-. No me voy a cansar de que me digas que no, porque si me dices que no, es porque estás conmigo, y a mí me gusta estar juntos-contestó, y yo tragué saliva.
               -No tienes que dorarme la píldora.
               -No te estoy dorando la píldora-me aparté de su caricia y él frunció ligeramente el ceño-. Saab, ¿qué pasa? No puedo arreglar lo que sea que vaya mal si tú no me dices qué es. Háblame, bombón. La comunicación es fundamental.
               Me mordí el labio y negué con la cabeza.
               -Estoy cambiando por ti-murmuré, y me miré la palma de las manos.
               -¿A qué te refieres?
               -Pues… a que si estuviera con otro chico en la misma posición que estoy ahora contigo, me habría dado igual que a él le pareciera una calientapollas, incluso que me lo llamara, pero… contigo… es diferente.
               -No he llamado calientapollas a ninguna tía en mi vida-me aseguró, y yo incliné la cabeza y arqueé una ceja-. Bueno, vale, quizás alguna vez. Pero, oye, si algún tío te disgusta, tú me lo dices, con toda la confianza, ¿vale? Y yo voy y me lo cargo.
               -Me la suda lo que un machito gilipollas pueda decir de mí-me encogí de hombros, y esta vez, quien alzó una ceja e inclinó la cabeza hacia un lado fue él.
               -Vaya, ¿he dejado de ser un gilipollas? Qué novedad.
               -No, pero lo que no está muy claro es que seas un machito-contesté, sacándole la lengua, y él hizo un mohín.
               -No me da la impresión de que tengas muchas dudas mientras gritas mi nombre cuando te follo, Sabrae. Pero no te vayas por la tangente-añadió en tono conciliador-. ¿A qué viene lo de los demás tíos?
               -La cuestión es que me da igual decepcionarlos-respondí-, pero a ti… no. No quiero decepcionarte-apoyé la barbilla en las rodillas y rehuí su mirada.
               -No vas a decepcionarme.
               -Lo estoy haciendo ahora.
               -¿Cómo es eso?
               -No estamos follando.
               -¿Y?
               -Ugh-gemí, poniendo los ojos en blanco y clavando los ojos en él-. Eres insoportable. Eres Alec Whitelaw-le recordé, y él alzó las cejas y se pasó las manos por la camisa, los pantalones, como si buscara algo…-. ¿Qué haces?
               -Mirar si tengo la cartera. ¿Me la has robado y has mirado mi carnet? ¿Cómo sabes que soy Alec Whitelaw?
               No pude evitar reírme.
               -Eres gilipollas.
               -Igual la única gilipollas que hay aquí eres tú, si piensas que lo único que me interesa de ti es tu coño-espetó en tono duro, y yo lo estudié.
               -Son ese tipo de comentarios los que hacen que te quiera pegar un tortazo y darme dos a mí misma por haber consentido que te acercaras a mí.
               Se frotó la cara.
               -Perdona, bombón; tienes razón: también tienes un par de tetas alucinantes.
               -Por Dios-bufé, pero intenté no sonreír.
               -Y, bueno, tu culo tampoco está nada mal, ¿sabes?
               Cuando se me escapó la sonrisa, él esbozó otra cargada de suficiencia y se cruzó de brazos.
               -No vas a decepcionarme-me prometió después de un momento de contemplación en el que el silencio que creció entre nosotros no se hizo nada pesado. Era como cuando terminas de hacerlo con alguien y te quedas un momento tumbado a su lado, recobrando el aliento. Ese tipo de intimidad que tanto añoraba de estar con Hugo comenzaba a crecer entre nosotros dos-. No podrías ni aunque quisieras-negó con la cabeza.
               -Lo dices porque me notas sensible.
               -Lo digo porque es la verdad.
               Me lo quedé mirando, estudiando lo cristalino de su mirada. Parecía sincero. No sonaba a mentira. Recordé todas las cosas buenas que me había dicho desde que nos descubrimos mutuamente en la pelea, incluso las cosas que me decía cuando yo era pequeña, o cuando le odiaba, a las que no podía dejar de dar vueltas en mi cabeza. Que era guapa. Que era valiente. Que no se metieran conmigo, que era su chica y me iba a defender. Que sabía pelearme. Que le gustaba.
               Que me deseaba.
               Eres mi chica.
               Las lágrimas volvieron a mis ojos, mi corazón hundido en un mar turbulento de emociones. Alec chasqueó la lengua, y me pareció que sonaba un poco conmovido.
               -Saab, niña, no llores. Venga, no me llores-susurró, cogiéndome de la cintura y sentándome sobre su regazo, hecha un ovillo. Me besó la cabeza y, cuando vio que eso hacía que llorara todavía más fuerte, me dio un lametón en la sien para que me echara a reír y me revolviera, estupefacta. Se rió al ver mi cara de incredulidad y me sacó la lengua, y yo se la saqué también, y cerré los ojos y me apoyé en su hombro-. ¿Estás disgustada?
               -Sí-mentí-, ¿te has lavado los dientes?
               -¿Este año? Creo que sí. En febrero, si no me falla la memoria-respondió, y yo sorbí por la nariz y me limpié las lágrimas con el dorso de la mano-. Sabrae, va en serio, deja de llorar.
               -No puedo.
               -¿Alguna vez has visto a un elefante esconderse tras una cereza?
               -¿Qué?-separé la cabeza de su hombro y me lo quedé mirando.
               -Contesta, ¿lo has visto o no?
               -No.
               -Eso es porque se esconden bien.
               Parpadeé y Alec fingió el sonido de después de un chiste.
               -¡Es el chiste más malo que he oído en mi vida!-me burlé, divertida, y él se encogió de hombros.
               -Puede, pero has dejado de llorar-constató, y yo puse los ojos en blanco-. De verdad, Sabrae, con lo bien que te sienta ser feliz, no sé por qué te empeñas en estar tanto tiempo triste cuando estamos juntos. ¿Qué pasa? ¿Tanto te duele lo guapo que soy?
               -Va a ser eso, sí-asentí con la cabeza, agarrándolo de la mandíbula y espachurrándole los mofletes, y él me sacó la lengua.
               Me acurruqué contra su pecho y apoyé la cabeza en su hombro un momento. Él me besó la frente y me apartó mechones de pelo sueltos de la cara con mimo. Nunca pensé que Alec pudiera tocar así a nadie que no fuera de su familia.
               Sabía que era cariñoso y protector con Mimi, pero no que tuviera tanta delicadeza con el resto de chicas.
               Procuré no creer que, quizás, yo era especial. No me convenía ponerme a pensar en eso ahora.
                -¿Estás incómoda?-preguntó después de unos minutos en que él se dedicó a recorrer mis trenzas con la yema de los dedos y yo a seguir el contorno de su mandíbula arriba y abajo. Negué con la cabeza.
               -No, ¿por qué?
               -No haces más que revolverte.
               -Me aprietan un poco los leggings, eso es todo-respondí.
               -Pues quítatelos.
               Puse los ojos en blanco.
               -No vas a darte por vencido tan fácilmente, ¿verdad?
               -Lo digo por ti, nena. Ya ves tú. Te tengo sentada encima. Poco me va a importar si tienes más o menos ropa puesta; me gusta igual.
               -No quiero mancharte.
               -Sólo es sangre. Y coágulos. Y un poco de endometrio. Y me parece que…
               -Alec, estoy familiarizada con la composición de la regla, créeme. No necesito que me expliques lo que es.
               Él alzó las manos a modo de respuesta y, cuando apoyé la cabeza en su hombro, pasó uno de sus brazos por encima de mis piernas y comenzó a acariciarme los muslos. Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro.
               -¿Quieres que pare?-preguntó, malinterpretando mi reacción. Negué con la cabeza y tragué saliva.
               -No.
               -¿Mejor?
               -Sí.
               -¿Hago más o menos presión?
               -Así está bien-musité.
               Así está muy bien, pensé.
               -¿Tienes frío?
               -Estoy bien.
               -¿Y cómoda?-insistió-. ¿Busco un cojín?
               -Alec…
               -¿Voy a por una aspirina?
               -No hace fal…
               -Si necesitas ir a cambiarte me lo dices. Te puedo conseguir una compresa. O un tampón.
               -Estoy…
               -¿Usas tampones o compresas?
               -¡Alec!-protesté-. Que sólo tengo la regla, no me estoy muriendo ni nada parecido.
               Deja de ser así de adorable, le dije con mi voz interior, que te pongas así de nervioso no ayuda a mis intentos de poner espacio entre nosotros.
               Aunque, claro, tampoco ayuda mucho que esté en tu regazo, pero ésa es otra historia.
               -Lo siento, es que a mi hermana hay veces que le da muy fuerte, y no se puede levantar de la cama ni nada, y… bueno, no sé cómo te da a ti.
               -Yo lo llevo mejor.
               -Sabía que Mimi no era más que una perra exagerada-gruñó para sí mismo, con la satisfacción de quien confirma una teoría. Me eché a reír.
               -Eres duro con ella-murmuré, reposando la cabeza de nuevo sobre su hombro y pasándole los dedos por el cuello, apenas rozando el colgante sin el que nunca le había visto. Alec se estremeció: le estaba haciendo cosquillas.
               -Puedo permitírmelo. Es más, de hecho, diría que es incluso mi deber-sentenció, y yo solté una risita, hundí la nariz en su cuello y cerré los ojos.
               Me sentía tan a gusto, cobijada por su cuerpo, calentita con el calor que manaba de él, con su respiración acunándome y sus manos acariciándome las piernas, librándome de esa presión tan incómoda que sentía en la parte inferior de mi cuerpo debido a lo ceñido de la ropa… no había espacio para enfadarme con mis amigas por haberme convencido para que me pusiera esos leggings tan incómodos; en lo único en que podía pensar era en lo bien que las manos de Alec se sentían sobre mi piel. Era como si fueran capaces de hacer arreciar una tormenta. Su contacto cálido curiosamente enfriaba el calor que sentía desde las rodillas a los muslos, y la sensación de su respiración rozándome la mejilla mientras disfrutaba de mi compañía me parecía la caricia más íntima que me habían hecho nunca.
               No sé cuánto tiempo estuve acurrucada contra él, nuestros pulsos sincronizados, el dulce martilleo de su corazón en mi costado marcando el ritmo de mis pensamientos, que poco a poco se hacían más lentos. Demasiadas emociones y sensaciones de las que disfrutar como para ponerme a pensar en mis miedos, acurrucada en su pecho, donde nada podía hacerme daño.
               Sólo sé que Alec me hizo sentir más cómoda de lo que nunca había estado con nadie. Quizás sólo cuando era un bebé, o pequeña, y papá me cogía en brazos y se tumbaba en la cama conmigo me había sentido así de protegida, cómoda y calentita. Ni Scott era capaz de alcanzar ese nivel de plena comodidad conmigo.









Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

3 comentarios:

  1. Bueno, sobra decir que me estoy muriendo y estoy shippeando a partes iguales como una autentica perra.
    Alec es más bonito y no nace tío, y Sabrae es una bebita adorable. Quiero envolverla en una manta y mecerla entre mis brazos toda la vida.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Para nada estoy escribiendo para que sufráis, son imaginaciones vuestras ;)
      Alec por favor se merece todo lo bueno del mundo aunque el chaval puede ser muy gilipollas las cosas como son, menos mal que está ahí Sabrae para hacer que espabile ay, mis hijos preciosos

      Eliminar
  2. Qué bonitos y qué blanditos son de verdad la última parte del capítulo me ha puesto muy soft (en serio, ahora mismo necesito muchos mimos y es culpa tuya Eri)

    "Si se pudiera vivir en unos labios, yo me quedaría a vivir en los suyos." ❤

    "Sé mi droga. Necesito tener resaca de ti cuando me despierte por la mañana." ❤

    pd: pongo estas dos porque no podía elegir y así compenso aquella vez que no puse ninguna cita en comentarios

    - Ana

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤