Cada vez que me sonaba el móvil, mi corazón daba un
brinco, y todo mi cuerpo con él. Llevaba varios días hablando con Alec sin
parar por Instagram. Aunque al principio la conversación había sido un poco
incómoda por mi férrea intención de no permitirle tirarme la caña más de lo que
se consideraría moralmente adecuado, nuestra charla había ido evolucionando y
rápidamente nos habíamos encontrado metidos en reflexiones profundas sobre la
vida, la muerte, el sexo y las relaciones.
Llevaba varios días durmiendo poquísimo por
hablar con él de madrugada, y la verdad es que no me importaba. Incluso había
pedido una batería portátil en Amazon con la esperanza de que él viniera a
entregármela en persona.
Casi podía imaginármelo, llamando al timbre y
esperando a que yo le abriera.
-Empiezo a pensar que estás pidiendo cosas por
tener una excusa para verme, Saab-diría nada más abrirle la puerta, y yo me
echaría a reír, me apartaría las trenzas de la cara y respondería:
-Bueno, lo cierto es que me estoy aficionando
a esto de que me traigan las cosas a casa. Además, necesitaba urgentemente una
batería portátil para el móvil. Y en Amazon tienen mucho servicio que ofrecer.
-¿Una batería portátil?-él mordería el
anzuelo, justo como pretendía. No dejaría escapar la ocasión-. Vaya, bombón,
¿tanto uso le estás dando al móvil últimamente?
-Ya ves-contestaría yo, coqueta, sacándole la
lengua y echándole una firma en el panel de recibo del móvil. Quizá, sólo
quizá, daría mi brazo a torcer por fin y le daría mi teléfono.
Lo cierto es que no sabía por qué no se lo
había concedido ya.
Al igual que tampoco sabía por qué habíamos
evitado el tema de qué haríamos ese fin de semana. ¿Nos veríamos el viernes,
como estábamos empezando a tener por costumbre? ¿Coincidiríamos en la
discoteca? ¿Nos acercaríamos el uno al otro, o ahora que Scott no estaba para
pillarnos, nuestros encuentros secretos ya no tenían tanto morbo?
Me odiaba a mí misma por no haber sabido
preguntarle.
Y más le odiaba a él por no haberme sacado el
asunto.
Así
que allí estaba: comiéndome la cabeza a niveles vergonzosos, preguntándome en
voz alta si estaría haciendo una montaña de un grano de arena, o si tenía
motivos realmente para estar preocupada. Le había estado dando el coñazo toda
la semana a Amoke, a la que había confesado todo lo que había hablado con Alec
apenas habíamos pasado nuestra primera noche de debate. Incluso le había enseñado
la conversación con la esperanza de que ella me dijera que no estaba loca y que
de verdad estábamos tonteando y yo no estaba resultando patética.
Mi
amiga no me dejó en la estacada y se puso a chillar y a gemir y a abanicarse,
haciendo que pasara auténtica vergüenza ajena, mientras leía los mensajes que
nos habíamos intercambiado de camino a casa.
Después
de una angustiosa semana en la que los días no parecían avanzar, llegó el
viernes, y con él más histeria para mí. Las chicas decidieron que iríamos a
cenar esa noche en casa de Kendra, y que luego, quizás, saldríamos de fiesta, a
bailar un poco y a beber más.
Fui
derechita a casa de Amoke con la ropa con la que pretendía salir metida en una
bolsa, mi maquillaje guardado concienzudamente en un neceser al fondo de ésta.
Amoke me abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, seguramente pensando
en alguna broma que hacerme, pero su pulla se congeló en su garganta cuando vio
mi cara larga.
-¿Qué
pasa?
-Me
ha venido la regla-comenté, conteniendo un suspiro trágico, porque eso sería
demasiado melodramático incluso para mí en mis días. Amoke torció el gesto, me
tomó del hombro y me empujó dentro de su casa. Subimos las escaleras en
dirección a su habitación al trote y cerramos la puerta de su habitación.
-¿Has
tomado algo?-preguntó, sentándose en el borde de su cama.
-No
me duele-murmuré, dejándome caer a su lado. Me aparté las trenzas de los
hombros y las dejé caer en mi espalda.
-Entonces,
¿qué te pasa?
-Te
voy a parecer muy patética-me lamenté, al borde de las lágrimas. Pero es que
sentía que el destino estaba siendo muy injusto conmigo. Llevaba toda la semana muriéndome de ganas de
que llegara el viernes, y ahora se me adelantaba la regla un par de días, lo
suficiente como para chafarme el fin de semana por completo. Amoke alzó las
cejas y se inclinó hacia mí, me pasó un brazo por los hombros y me susurró en
tono consolador:
-¿Qué
dices? No. ¿Qué pasa?
-No
puedo hacerlo con Alec teniendo la regla-me quejé, y noté cómo empezaba a
llorar, muy a mi pesar. Dios, ¿qué me pasaba? Vale que me ponía muy sensible
cuando tenía la regla, pero aquello ya era pasarse. Sentía una vergüenza ajena
de mí misma increíble. Amoke tenía que estar flipándolo.
Pero,
si lo hacía, era buena disimulándolo. Me dio un beso en la mejilla y me
acarició el hombro.
-Quizá
a él no le importe-musitó.
-Es
asqueroso-contesté yo, estremeciéndome. Acababa de bajarme, sí, pero pronto
empezaría a sangrar como si me pagaran por ello. Estaba claro que él saldría
por patas si lo veía. No podía permitirlo.
Estaba
demasiado involucrada con él, y eso que sólo habíamos tenido sexo. Nada más. No
había ataduras de ningún tipo, y sin embargo yo necesitaba verlo esa noche, necesitaba
estar con él, inhalar su colonia y notar cómo cada célula de mi cuerpo
respondía a su presencia, a su aroma, su calidez y la protección que destilaba.
Quería que me cogiera entre sus brazos y me calentara hasta el alma. Quería que
me sentara encima de él y me besara y me dejara sentirlo muy, muy dentro de mí.
-Vamos,
Saab. Aunque no lo hagáis, podéis liaros de otra manera.
-Es
Alec-contesté-. No sabe liarse de otra manera. Ya lo sabes.
-Seguro
que él está dispuesto a hacer una excepción contigo-bromeó.
-¿Y
si no quiere?
-Pues
le mandas a la mierda-sentenció mi amiga-. De machitos, está el mundo lleno.
Anda que no habrá fuckboys en nuestro
curso. Tienes dónde escoger.
Solté
una risita.
-Los
machitos de nuestro curso son incapaces de mantener una conversación de más de
3 minutos, Momo.
Amoke
me inspeccionó de arriba abajo, como si fuera un animal prehistórico que
acababa de aparecer en Central Park.
-Sí,
claro. Ahora va a resultar que lo que más te interesa de Alec, es su
conversación.
Le di
un empujón.
-¡Hablamos
de cosas interesantes!
-¿De
sus camisetas de dinosaurios?-ironizó mi amiga.
-No
se me ocurría nada que comentar de su historia, y estaba claro que la había
subido por mí.
-Cómo
sois los hijos de los famosos, madre mía-suspiró-. Os pensáis que todo gira en
torno a vosotros.
Volví
a darle un empujón, un poco más calmada. Me encantaba estar con ella antes de
salir porque podíamos hablar de cosas sin que nadie nos molestara, sin sentir
la presión de guardarme algunas cosas que Kendra y Taïssa podrían utilizar en
mi contra.
Siempre
disfrutábamos de ese pequeño remanso de paz antes de salir de fiesta. Era
nuestra terapia particular.
-¿Crees
que le veremos?
-Por
dios, ¡eso espero! Llevo toda la semana subiéndome por las paredes. Como no
aparezca hoy, me lo cargo.
Amoke
alzó una ceja y se reclinó en su colchón, divertida.
-¿Qué
pasa?
-Madre
mía, estás coladísima por él.
-No
es verdad-contesté, cogiendo la almohada de su cama deshecha y golpeándola en
el pecho con ella-. Simplemente me lo paso genial estando juntos. Es que besa
que te mueres.
-Sí,
ya. Fijo que es eso.
-Alec
no me gusta-aseguré, y Amoke contuvo una carcajada.
-Me has dicho hace
literalmente dos segundos que te mueres por verlo-me recordó.
-Pero,
¡es la verdad! Me gusta cómo me hace sentir, lo bien que me lo paso cuando
estoy con él. Alec en sí no me gusta. Es gilipollas, y me repugna lo varonil
que es-bufé, poniendo los ojos en blanco.
-Bueno,
yo iba a decir “machirulo”, pero supongo que “varonil” también nos sirve. De
todas formas-se sentó con las piernas cruzadas-, puedes cambiarlo. Yo ahí veo
potencial.
-Qué
voy a cambiarle-puse los ojos en blanco, abrazándome a la almohada.
-No
puedo creerme que estés intentando de verdad que te convenza para que te líes
con Alec después de toda la tabarra que me has dado esta semana.
-Me
afecta la falta de sueño.
-Pues
no hables con él de madrugada, ¡no te
digo!-Amoke chasqueó la lengua.
-¡Es
que no puedo evitarlo!
-Pues
entonces…-sonrió, me agarró de las muñecas y se tiró encima de mí-. Vas a
buscarlo hoy y le dices que a partir de ahora, habláis en una cama. En la suya.
Los dos juntitos. Sin ropa.
Le
saqué la lengua.
-Eres
de tonta…
-Estás
muy pillada, Sabrae. Ya que estás, por lo menos, podéis amoldaros el uno al
otro y pasároslo bien. No vas a ser la primera a la que se lleve a casa-me
aseguró-. Hasta tu hermano está compartiendo cama últimamente.
Decidí
ignorar la pullita que acaba de meterme con respecto a Scott. Tenía cosas más
importantes en las que pensar que en los líos amorosos de mi hermano (que, por
cierto, estaba metiendo la pata hasta el fondo no contándole a Tommy que se
acostaba con su hermana).
-Yo
no soy la calientacamas de nadie.
-No
te hagas la digna, que llevas semanas sin venir a casa con nosotras porque
estás demasiado ocupada cabalgando al machito de Alec, ése que tan poco te
gusta.
-Prioridades,
amiga mía-le guiñé un ojo y Amoke se echó a reír. Me quedé mirando la pared de
su habitación, cubierta de posters y de fotos nuestras haciendo el tonto, con
filtros que nos ponían orejas de perritos o nos agrandaban los ojos.
-¿No
crees que te fías poco de ti misma?
-¿Yo?-inquirí,
incrédula. Amoke alzó una mano.
-No
estoy diciendo que seas insegura. Simplemente digo… si te estás fijando en
Alec, por algo será, ¿no? Eres como una cazatalentos. Ves algo en él. ¿Por qué
no deberías pulirlo, como si fuera un diamante?
-Porque
esa idea de que las mujeres podemos cambiar a los hombres está arraigada en
nuestra sociedad patriarcal. Y si te la crees, puede llegar a matarte.
-Pues
haz que se deconstruya-reflexionó Momo, y yo la miré.
-No
está por la labor.
-¿Lo
has hablado con él?
-Yo
no tengo que hablarlo con él. No soy su madre.
-¿Y
si su madre no es feminista?
-Pero
lo es.
-Pero
no tiene las nociones que tienes tú, Saab. No todas somos hijas de Sherezade
Malik, ¿sabes? Algunas no nos planteamos algunas cosas, así que no podemos ir
predicando. Y si quieres convertir a un machirulo en una persona decente…
-Alec
es una persona decente-salté más rápido de lo que debería. No vi la trampa que
me tendía Amoke hasta que no estuve dentro de ella. Mi mejor amiga esbozó una
sonrisa.
-Mira
la gatita-murmuró-, cómo saca las garras para defender a su macho.
-Si
tuvieras un macho como el mío, lo harías tú también-la piqué, y ella se echó a
reír.
-Eres
muy incongruente, ¿estás contenta con tu macho, o no, Sabrae?
-A
veces-comenté-. De noche. Es cumplidor-concedí-. Pero hoy no va a
cumplir-añadí, en tono un poco triste.
-Menuda
película te estás montando, chica. Todavía no le hemos visto. Ni siquiera hemos
salido de casa, puede que cuando lleguemos, te encuentres peor y prefieras una
fiesta de pijamas en lugar de fiesta a secas.
La
miré de soslayo y apoyé la espalda en la pared.
-Madre
mía. Qué pilladísima estás.
-¿Es
raro si me conformo sólo con verle? En plan… de lejos. Y ya está. Así lo sabré.
-¿El
qué?
-Pues
que los mensajes también han significado algo para él.
-Si
no han significado nada, es que es imbécil. Y no es imbécil.
-¿Qué
te hace pensar eso?
-Pues…
que se ha fijado en ti, mi amor-me dio un pellizquito en la mandíbula y yo
sonreí. Mi sonrisa me granjeó un beso, y antes de que nos diéramos cuenta,
estábamos hechas un manojo de manos y pies enredados, mientras nos abrazábamos
y nos hacíamos cosquillas. Amoke preparó su bolsa de maquillaje y ropa y nos
dirigimos a casa de Kendra, que sería la anfitriona de la noche.
Me
pareció que Amoke se había quedado con ganas de decirme algo mientras hacía su
maleta nocturna, y me lo confirmó cuando salimos de su casa y, aprovechando
nuestra soledad, me preguntó:
-¿Y
por qué no quedas con él de tarde para tantear el terreno y conocerlo mejor?
Le di
una patadita a una piedra del suelo, notando un nudo en el estómago.
-Porque
yo de tarde ya lo conocía y le odiaba, Amoke-contesté-, y prefiero estar con él
de noche y ya está, y hacerme ilusiones, a conocerle de verdad y lamentar todo
lo que he hecho con él estas semanas.
-¿No
te has parado a pensar en que puede que te guste cómo es él de día, ahora que
lo ves con otros ojos?
-Son
dos personas totalmente distintas, el Alec de día y el de por la noche. Nunca
me prestó esas atenciones y a mí nunca me gustó tenerle cerca. No con el sol
alto, al menos.
-Sabes
que eso no es verdad-contestó mi amiga, inclinando ligeramente la cabeza. Noté
cómo me sonrojaba recordando exactamente a qué se refería.
Yo,
descubriendo mi cuerpo, el placer que albergaba en mi interior, guardado bajo
llave.
Alec,
siendo esa llave; su nombre, la palabra que se escapaba de entre mis labios
mientras iba subiendo a saltitos la escalera hacia el cielo de mi interior.
Fue
Taïssa la que nos abrió la puerta; Kendra estaba pidiendo la comida por
internet.
-Hoy
toca japonés-fue su saludo, y Amoke levantó los puños.
-¡Pide
extra de wasabi!
Taïssa
me dio un beso en la mejilla y echó el cerrojo de la puerta de casa de Kendra;
sus padres nos habían dejado la casa para nosotras solas, y teníamos pensado
desmadrarnos un poco. Kendra puso música y nos metimos en la cocina a preparar
unas patatas fritas mientras bailábamos y cantábamos a voz en grito,
entusiasmadas con la noche que se nos avecinaba.
Se me
olvidó un poco mi preocupación por si no encontrábamos a Alec, y también se me
olvidó mi ansiedad por si lo encontrábamos.
Llegó
el repartidor y casi nos abalanzamos sobre él; Kendra le tendió un billete de
veinte libras y nos pasamos la siguiente media hora echando cuentas de a cuánto
tocábamos cada una, mientras nos peleábamos por el sushi y mojábamos las
bolitas de arroz en las salsas picantes que nos habían traído. Me eché a reír
cuando a Taïssa se le cayó un nagiri (era
la tercera vez que se le caía algo) e hizo una mueca de disgusto muy graciosa.
Me tiró una patata frita y yo le lancé mi servilleta hecha una bola, y antes de
que nos diéramos cuenta, las cuatro estábamos enzarzadas en una encarnizada
guerra de servilletas y galletitas saladas.
Fue
Kendra, para sorpresa de todas, la que decidió que ya estaba bien de tan
ajustada lucha.
-¡Vale
ya! ¡Que luego me toca limpiarlo!
-Te
ayudamos-le prometí yo, y Kendra alzó las cejas, sorprendida, e hizo ademán de
tirarme salsa de soja por encima. Di un grito y me aparté de ella todo lo
rápido que pude, y me convertí en el hazmerreír del grupo cuando Kendra les
enseñó el botecito vacío a Taïssa y Amoke, que estallaron en carcajadas. Me las
quedé mirando con gesto fastidiado-. Eres gilipollas, Ken.
-Pero,
¡cómo me quieres, ¿eh?!-se burló mi amiga, colgándose de mi cuello. Se rieron
aún más cuando yo me aparté de ella y me limpié el hombro, como si su mero
contacto fuera a ensuciar mi atuendo, que tampoco estaba para echar cohetes.
-Déjame
en paz.
-¡Vaya!
¡Fijaos lo que se pica!-rió Taïssa, mordisqueando un trocito de apio. Amoke
alzó una ceja y me miró con intención; me temí lo peor. Creí que les contaría
el motivo de mi agobio anterior y que les explicaría por qué yo quería estar
impecable esa noche.
Claro
que desconfié en vano: Amoke no era de fiar cuando se trataba de pullas, pero
era buenísima guardando secretos. No les diría nada a las demás. No si yo no
sacaba el tema, claro.
-Es
que es coqueta-murmuró, guiñándome un ojo con discreción-. Ya veréis el tiempo
que nos tiene esperando a terminar de maquillarse.
-Todo
para, ¿qué? ¿Para dejarle el pintalabios en la cara a Alec?-acusó Kendra,
recogiendo un plato y colocándolo en el fregadero. Me puse roja como un tomate
y me escondí detrás de un paquete de buñuelos vacío. Fingí que rebuscaba en las
migas mientras Taïssa se echaba a reír y Kendra colocaba un plato en el centro
de la mesa para que tirásemos los huesos de las alitas de pollo en salsa
agridulce.
-Hablando
de pintalabios-terció mi mejor amiga-, hoy traje el que os comenté que había
encontrado de rebajas. Lo probé ayer por la noche a la hora de la cena y, la
verdad, va súper bien. No deja nada de marca-Amoke asintió con la cabeza,
satisfecha.
-Ya
era hora-bufó Taïssa-. Estoy harta de dejarle la cara hecha un cuadro a Leroy.
Y más él-añadió, haciendo una mueca. Kendra puso los ojos en blanco; ninguna
terminábamos de tragar al novio de Taïssa, pero Kendra directamente no podía ni
verlo.
-Si
le molesta que le beses, ¿por qué sigues con él?-ataqué.
-Porque
las pollas son adictivas-espetó Kendra, y Taïssa le lanzó un trozo de sushi a
la cara mientras Amoke y yo nos reíamos.
-¿Hablas
por experiencia propia?-la pinchó Amoke, y Kendra agitó la mano.
-A
vosotras lo que os pasa es que le tenéis tirria porque no le gusta salir con
nosotras-lo excusó Taïssa.
-Es
que no me parece ni medio normal, sinceramente. Tuviste que celebrar dos veces
tu cumpleaños-le recordé.
-Hombre,
porque lo que queríamos hacer nosotros dos no tenía sentido que lo hiciéramos
con vosotras-Taïssa guiñó un ojo en actitud desafiante, pero yo no entré al
trapo.
-Hugo
y Nathan venían a nuestros cumpleaños y se llevaban bien con el grupo-razonó
Amoke, abriendo la mano y volviendo la palma hacia arriba. La señalé con los
palillos y asentí.
-¡Porque
eran del instituto!-discutió Taïssa-. Además, ¿qué más os da? Si no lo tragáis,
¡mejor para vosotras si yo no lo traigo cuando salimos!
-Es
que no queremos que salgas con él-espetó Kendra-. Es un puto gilipollas.
-Kendra-suspiré.
-¿Ahora
os tengo que pedir permiso para tener novio, o qué pasa?
-Basta,
chicas. Ya vale. No estoy para estas historias, ¿sabéis? Estoy a una centésima
de segundo de ponerme a llorar del disgusto-chasqueé la lengua y Kendra y Taïssa
me miraron-. Tengo la regla-expliqué, y las dos hicieron una mueca de disgusto
y asintieron con la cabeza. Taïssa miró el calendario.
-¿Se
te ha adelantado? A mí me viene un par de días después que a ti, y no me toca
hasta dentro de una semana.
-Eso parece-gimoteé
de forma dramática, y Amoke sonrió y me miró con intención por encima del borde
de sus palillos.
-Menos
mal que soy previsora y tengo un cubo de helado de chocolate a estrenar,
¿eh?-Kendra se llevó una mano al pecho y se apartó polvo de los hombros,
haciendo que las demás nos riéramos. Dejamos de hablar del lerdo de Leroy
(Kendra, Amoke y yo lo llamábamos Lerdoy cuando
Taïssa no estaba presente) y pasamos del tema chicos durante buena parte de la
cena, lo cual les agradecí. Sospechaba que el dolor de tripa no tenía tanto que
ver con que mi útero estuviera en pleno proceso de autodestrucción, sino más
bien con cierto muchacho de ojos marrones y sonrisa que te quitaba el pudor con
sólo verla.
Pero
el hecho de no tocar el tema de los chicos dejó de gustarme cuando Taïssa
sugirió quedarnos un rato en el sofá, viendo la tele y comiendo helado
directamente desde el tarro de cartón, y Amoke me miró y sonrió con picardía.
Era
una perra. Haría lo que fuera por hacerme de rabiar.
Así
que allí estábamos, tiradas en el sofá, viendo una reposición de una película
romántica de ésas que tanto me gustaba ver cuando estaba yo sola, pero que
odiaba cuando estaba en compañía (porque solían entrarme ganas de llorar), y yo
vigilando que las agujas del reloj continuaran avanzando. Lo hacían, pero, por
desgracia, se deleitaban en la lentitud. Estaba que no podía con mi vida.
Necesitaba salir de la casa ya.
-Chicas-ronroneé
cuando no pude soportarlo más. Tres pares de ojos se volvieron hacia mí-.
Deberíamos ir pensando en prepararnos para irnos. Si no, se nos va a echar la
noche encima y ya va a estar todo el mundo borracho cuando lleguemos.
-Espera
un poco, que están a punto de casarse-señaló a la protagonista rubia de piernas
larguísimas y tetas colocadas justo debajo de su cuello y al chico de pelo
trigueño y ojos verdes. Me revolví en mi asiento y asentí con la cabeza. A los
diez minutos, después de un giro inesperado del guión en el que los
protagonistas terminaban discutiendo por una nimiedad, pensada sólo para
alargar la película un poco más, me incorporé y anuncié que iba a ir
maquillándome para no tardar tanto.
Las
tres bufaron un asentimiento aburrido y siguieron con la vista fija en la
pantalla. Recogí mi mochila y subí las escaleras en dirección al baño, me
acerqué al espejo y jugueteé con mis trenzas.
Tengo el pelo hecho un asco, pensé
con angustia, conteniendo el nudo de mi garganta. Tenía que ir a que me lo
cortaran urgentemente, así que nada de llevarlo suelto por hoy. Menuda mierda.
Había pensado en dejar que mis rizos camparan a sus anchas a modo de
compensación por no poder tener sexo; a Alec le encantaba jugar con mi pelo
mientras lo hacíamos: me lo soltaba en cuanto pedía. Quería hacerle esa
concesión, pero sólo si estaba presentable.
Y mi
melena no colaboraba, así que, con una mueca de disgusto, me la aparté a la
espalda y abrí saqué el bote con la base de maquillaje. Me acerqué un poco más
al espejo y estudié los granos en los que tendría que afanarme para ocultarlos.
Con un suspiro me eché un chorrito de producto en el dedo y empecé a
extenderlo.
Estaba
terminando de hacerme la raya del ojo y me disponía a echarme un poquito de
rímel cuando llamaron a la puerta y yo me giré. Amoke apareció por ella con
cara de cachorrito abandonado, los hombros hundidos en gesto de sumisión.
-Acaban
de anunciar que van a echar El viaje más
largo.
Me
quedé helada en el sitio. Amoke miró mi ojo maquillado; el que se reflejaba en
el espejo todavía tenía su tamaño, forma y color naturales.
-¿Y?-inquirí,
beligerante. Sabía por dónde me iba a salir.
Ya
estaba preparada para arrancarle la cabeza.
-Y
que… nos apetece verla. Así que… creo que nos vamos a quedar.
Solté
un sonorísimo bufido, enrosqué el pincel del rímel en el tubo y traté de
armarme de paciencia.
-¿Me
estás vacilando, Amoke?
-A
ver, es que tú tienes la regla, y eras la que quería salir, así que…
-¡Salí
con la regla un montón de veces, ¿qué me estás contando?!
-¡Hace
un frío que pela y a mí no me apetece ir por ahí a aguantar que me soben 30
babosos, ¿sabes, tía?!
-¡Que
te den! ¡Si te encanta frotarte contra más tíos mejor, de qué vas! ¡No me puedo
creer…! ¡Si tenemos el puñetero DVD, podemos ver la maldita película cuando
queramos! ¡Hace un par de semanas os dije de verla y me dijisteis que no, que
qué coñazo, que era muy larga! ¡Y hoy, precisamente que quiero ir de fiesta,
resulta que os empeñáis en que hay que verla en la tele, que encima te ponen
anuncios y estamos hasta las 5 de la mañana para ver cómo termina! ¡No me
podéis caer peor, te lo juro!
-Pero,
¡verla en la tele hace ilusión!-intercedió Kendra por Amoke, empujando la
puerta de la habitación.
-¡Pues
la grabamos y la vemos otro día! ¡Joder! ¡Para una cosa que quiero hacer, y
decidís que hay que quedarse en casa! ¡Llevo toda la semana muriéndome de ganas
de ir a la discoteca, y ahora…!
-¡Podemos
ir mañana, tía, relájate un poco, ¿quieres?! ¡Jesús, no me extraña que la peña
diga que nos volvemos locas cuando tenemos la regla!
-¡Es
que no me puedo creer que seáis tan cabronas de decirme esto justo cuando yo
estoy terminando de prepararme! ¡Coño! ¡Si no queríais salir, haberlo dicho
claramente y yo no me habría hecho ilusiones con ver a Alec hoy! ¡Y no me
habría molestado en maquillarme, pero joder, encima es que me tomáis por tonta,
os debéis de pensar que yo nací ayer, ¿creéis que no me doy cuenta de por qué
no movíais el culo del… DE QUÉ COJONES OS REÍS?!-bramé, por encima de las
posibilidades de mi voz. Me asusté de mi propio grito y de la rabia que había
en él, pero las chicas ni se inmutaron. Se estaban meando de la risa, menuda
panda de hijas de puta.
-Sabía que tú no querías ir a bailar
hoy-acusó Kendra, y yo entrecerré los ojos.
-¿Qué
coño dices? Claro que quiero ir a bailar.
-Venga,
Saab, ¿seguro que quieres bailar?
-No
tengo ni idea de qué estás hablando-bufé, digna, volviéndome hacia el espejo y
aplicándome el rímel. Kendra se apoyó en la puerta.
-Si
quieres bailar, podemos poner los altavoces y encender las linternas de los
móviles.
-Eres
gilipollas, tía.
-Parece
que no le convence el plan, Ken-rió Taïssa, dándole un toquecito en el hombro.
-Por
supuesto que no le convence. Todavía no le hemos dicho que podemos invitar a
Alec.
Me
volví, y debajo de mi maquillaje, me había puesto pálida.
-¿Qué?
-Aunque
no creo que quiera venir…-Kendra se miró las uñas y sonrió-. Es decir, ¿qué
chico vendría a una fiesta privada en la que sólo estaría él con cuatro
chicas?-su sonrisa se erizó un poco más.
-Seguro
que le convences si le invitas a que se quede a dormir-sonrió Taïssa.
-O le
ofreces tu cama, y que él le dé el uso que crea conveniente-Amoke le pellizcó
la cara interna del brazo y se volvió hacia mí-, con quien él crea conveniente.
-Yo…
yo… él… yo no…-empecé a tartamudear, y me puse aún más nerviosa cuando mis
amigas esbozaron sendas sonrisas lobunas-. No quiero ir por…
-Has
dicho su nombre-canturrearon a la vez, y mi sonrojo pudo con la base de mi
maquillaje. Me eché a temblar y me agarré al lavamanos mientras las chicas se
reían y se abalanzaban sobre mí. Mierda,
Sabrae, mierda. Eres tonta, tía, eres tonta.
-¡Vaya calladito te lo
tenías, ¿eh, Saab?! Cómo disimulas cuando quieres.
-Ni
una palabra-urgí, levantando el dedo índice para que no dijeran nada más. Se
echaron a reír, sin embargo.
-¿No
pensabas decírnoslo? Tú y Alec, guau, quién lo iba a decir.
-No
hay ningún “Alec y yo”-ladré, más tajante de lo que debería, y Kendra se volvió
hacia Amoke.
-No
es ésa la información que nos han transmitido, ¿eh, Momo?
-¡Amoke!-protesté,
volviéndome hacia ella-. ¿Cómo has podido, tía? ¡Te dije que…!
-¡Lo
siento! Tenía que convencerlas de que no te había pasado nada raro. Reconoce
que te has portado un poco mal esta noche, eso de largarte así del sofá, de ni
siquiera mirar la tele… Creían que te habías vuelto una agente secreta o algo
así y llegabas tarde a una misión confidencial, pero simplemente estás pillada.
-No
estoy pillada-bufé.
-¿Que
no qué? Cariño, todo el mundo está pillado de Alec Whitelaw. ¿Has visto qué
cara tiene?-Taïssa me arrebató el rímel del neceser y se inclinó hacia delante
para alargarse las pestañas.
-¿En
algún momento vamos a comentar sus manos?-quiso saber Amoke-. Porque no me
importaría que me diera unos azotes.
-Si
os dijera lo que me interesa a mí de Alec, probablemente fuera a la cárcel-rió
Kendra, y Taïssa y Amoke llenaron el baño con sus carcajadas, pero a mí no me
hizo ni puñetera gracia el dichoso comentario. La fulminé con la mirada y le di
un empujón con la cadera con el pretexto de apartarla para terminar de hacerme
la raya. Perfecta, me dije, sonriendo
con orgullo al ver que me la había hecho igual que en el otro ojo (la suerte se
ponía de mi lado por fin) y que Kendra se llevaba una mano a la cintura,
acusando mi golpe.
-Vaya,
vaya, ¡parece que alguien no quiere que hablemos de los atributos de su chico!
Cuenta, Saab, ¿dónde habéis quedado?
-En
ningún sitio, qué pesadas. Simplemente me dijo que estaría por ahí, y yo, pues…
le dije que yo también estaría por ahí.
-¿Dónde
es por ahí?-atacó Taïssa-. ¿Es un mensaje en clave?
-No
es un…
-¡Por
supuesto que sí, Taïs! Significa: estate al loro, nena, que te empotro en
cuanto pueda-intervino Kendra.
-Ya
quisiera Alec empotrarme-protesté, sacando el pintalabios líquido y pasándome
el aplicador por la boca-. Ya le gustaría.
-¿Y a
ti no?-Amoke alzó una ceja y yo la fulminé con la mirada.
-Tú
cállate, que me tienes contenta hoy.
-Chica,
tranquila. Encima que por fin te emparejas de nuevo, y encima con Alec, ¡habrá
que compartir la noticia, ¿no?!
-No
estamos emparejados.
-Bueno,
emparejados, liados, ¿qué más da?
-Tampoco
estamos liados. Es sólo sexo-dije, dándome unos toquecitos en el labio con la
punta del dedo para eliminar el exceso de maquillaje. Lista.
-Pero
si esta semana has dormido, ¿qué? ¿Dos horas? ¿Dos y media? Y sólo por mandarte
mensajes con él.
-Me
hace gracia-me apoyé en el lavamanos y me enfrenté a sus miradas-, eso es todo.
No significa que nos vayamos a casar, ni nada. No me gusta en ese sentido.
-A
ver, a mí tampoco me gustaría casarme con él, principalmente porque fijo que te
pone unos cuernos en la luna de miel… pero lo cortés no quita lo valiente.
-Pero,
¿qué dices, Kendra? Tú eres tonta, niña. Si ni siquiera le conoces, ¿qué sabes
tú de lo que va haciendo por ahí? Para tu información, es muy fiel.
Kendra
torció la boca en una sonrisa.
-Jamás
habría creído que viviría lo suficiente para verte defender a Alec.
-No
le estoy defendiendo, pero es que, si dices cosas que no son verdad…
-Venga,
nena, admite que te mueres por él y ya está-Taïssa me guiñó un ojo en el
espejo-. Que no pasa nada, que lo haría cualquiera, con lo guapo que es…
-No.
-No,
¿qué?-Amoke se cruzó de brazos.
-No
me muero por él.
-¿Discúlpame?
Si casi me arrancas los ojos cuando te dije que no nos apetecía…
-Me
gusta estar con él, y enrollarme con él, pero no me muero por él. Es muy…
muy…-me solté del lavamanos y apreté los puños. Le tenía delante, le tenía
frente a mí, podía oler su colonia y respirar su aliento.
Tenía
que tener algo malo.
-Muy,
¿qué?
-Pues…
Lo
que fuera. Sabrae, le odiaste toda tu vida,
¿qué tenía de malo?
-Estamos
esperando-canturreó Taïssa.
Sólo
podía pensar en lo bien que besaba. En lo bien que abrazaba, lo bien que
follaba, lo suaves que tenía las manos y lo segura que me sentía cuando le
tenía cerca. En cómo todo mi cuerpo reaccionaba a su presencia.
-Es
muy…
Cómo
me había saboreado. Cómo me había besado. Cómo había tenido la mente fría, a
pesar de la situación tan caliente, de poner mi placer por delante del suyo
para así desbloquear el placer compartido de los dos.
-Tic, tac, tic, tac-pinchó Kendra.
Di algo, Sabrae, di algo. Lo
que sea. Cualquier cosa. Piensa en algo suyo y hazlo malo.
Su
sonrisa. Sus ojos. Su pelo. Su boca. Su mandíbula. Su mirada. Su cuello. Sus
hombros. Sus manos. Su pecho. Sus abdominales. Sus caderas. Sus piernas. Su
sexo. Su carácter. Su chulería. Su carisma. Su incapacidad de permanecer
callado. Su actitud de perdonavidas. Su tozudez. Su habilidad para siempre
tener una contestación ingeniosa que darme.
Su
lengua. En la tuya. En tu cuello. En tus pechos. Entre tus muslos.
Sus
ojos. En los tuyos. En tu desnudez. Entre tus piernas. En la pista de baile,
brillando como los de un lobo que se acerca a su presa en la noche.
Sus
manos. En tu mentón. En tu busto. En tu vientre. En el punto donde más lo
necesitas.
Su
sexo. Atrapado en sus pantalones y rozándote el vientre mientras os besáis al
bailar. La promesa de lo que está por venir, el anticipo de esos gritos que vas
a convertir en su nombre. Liberado, como el billete de ida y vuelta las veces
que tú quieras a las estrellas, como si fuera un pase VIP en el parque de
atracciones. Dentro de ti, demasiado grande, y a la vez deliciosamente hecho a
tu medida, poderoso y tierno, duro y sensual, consagrando vuestra unión, la
muestra de que él está ahí y tú estáis ahí y los dos estáis ahí y estáis a la
misma altura, vuestros ojos se conectan, vuestras bocas saben al otro, ya no
hay esos centímetros que os separan, y todo lo que había de diferencia entre
vosotros ahora lo hay de equidad…
-Alto-solté,
y las tres se quedaron calladas, mirándome.
-Que
es tan, ¿qué?
-Alto-dije
con boca pequeña, dándome cuenta de que era sospechoso que hubiera tardado
tanto en encontrarle un defecto a Alec…
¡Al
puñetero Alec Whitelaw! ¡Yo! ¡Sabrae Malik, incapaz de soltar a bocajarro y de
carrerilla la larguísima lista de defectos de Alec Whitelaw!
¿Qué me está pasando?
-¿Y
guapo como el demonio?-quiso saber Amoke, y yo me la quedé mirando,
estupefacta. Me sonrojé un poco más. Iba a explotar, si seguía en este plan.
Kendra y Taïssa se miraron, y luego, se acercaron a mí.
-Es
tan malo…-tonteó Taïssa, y Kendra me puso contra la pared y pegó la cara a la
mía.
-Y lo
hace tan bien…-gimió cerca de mi boca.
-Puedo
ver el final-Amoke apartó a Kendra de en medio y me acarició el hombro y el
mentón, se paseó por mi mandíbula hasta llegar a mi boca-, mientras empieza…-me
pasó el pulgar por los labios, y yo pensé que me besaría… ya lo había hecho más
veces, precisamente después de tocarme así…- mi última condición es…-Amoke se
inclinó hacia mí, y luego, las tres empezaron a chillar a la vez:
-¡Dime
que me recordarás, de pie con un buen vestido, mirando el crepúsculo, cariño!
¡Labios rojos y mejillas sonrosadas, dime que me verás de nuevo, aunque sea en
tus SUEÑOS MÁS SALVAJES, AH-AH-AH!-bramaron,
se llevaron una mano al pecho y se rieron cuando yo empecé a empujarlas,
aturullada por la canción y por lo bien que casaba la letra de Taylor Swift con
mi situación. Mezclaron aquellos extraños sonidos, mezcla entre gemido y
estornudo, con sus risas, y yo las detesté.
-Es
la última noche que salgo con vosotras-les prometí, y ellas se llevaron una
mano al pecho, fingiéndose ofendidas.
-Con
lo mucho que te queremos, que vamos a salir contigo para que no vayas sola a
pesar de este día horrible…
-¡Si
os encanta ir de fiesta!-protesté.
-Eso
también-asintió Taïssa, y Amoke y Kendra rieron a coro conmigo.
Nos
metimos en la habitación de Kendra para cambiarnos de ropa, y tuve que soportar
sus bromitas con respecto a lo que tenía pensado hacer con Alec estando en mi
situación.
-¿Acaso
no puedo tener amigos?-inquirí, abriendo los brazos, y ellas se echaron a reír
y negaron con la cabeza.
-No
creo que lo que te interese de Alec sea su amistad-se burló Amoke, y yo negué
con la cabeza y fingí que no había oído lo que acababa de decirme.
Especialmente, por lo que le había contado a ella que no les había contado a
las demás. Amoke conocía mis dudas y mi preocupación, las ganas que le tenía al
Alec nocturno y el miedo que me inspiraba el diurno. Me fascinaba y repudiaba a
partes iguales; uno, porque lo estaba descubriendo; el otro, porque lo conocía
como la palma de mi mano.
-Amoke,
chica, ¿no sabes que los follamigos son los nuevos novios?-soltó Taïssa, y
Kendra se limpió una lágrima imaginaria de la comisura de los ojos de puro
orgullo que le producía aquella intervención. Saqué mis botas de tacón ancho
del fondo de mi mochila y estiré la ropa que tenía pensado llevar de fiesta
sobre la cama.
Taïssa
lanzó un alarido.
-¿Dónde
te piensas que vas así?-preguntó, señalando con un dedo acusador la camiseta de
tirantes negros y la camisa de cuadros escoceses verdes y amarillos que había
elegido esa tarde, acompañada de unos vaqueros negros rotos. Me la quedé
mirando.
-Pues,
no sé, ¿de fiesta?
-Esa
ropa es horrible-arguyó-. Te prohíbo que salgas de casa de Kendra un sábado
vestida de esta manera. A no ser que sea después de una fiesta de pijamas.
-¿Fijo
que quieres enrollarte con Alec esta noche?-urgió Kendra-. Mira que te tiene
que querer mucho para acercarse a ti con esas pintas…
-¡Me
apetece mucho salir a bailar, pero estoy hinchada como un puñetero pichón
navideño, ¿vale?! Es lo único que me queda medianamente bien.
-Eso
te pasa por comprar ropa tan ceñida.
-Le
gusta provocar.
-Deja
que se ponga lo que quiera, Kendra.
-Vale,
Momo, pero yo sólo lo digo. Que si se compra ropa ceñida, no es precisamente
porque la encuentre cómoda.
-No
me veía bien con lo que me probé, y ya está-traté de zanjar la conversación
estirando los pantalones y empezando a desabrocharme los que llevaba puestos,
pero Amoke me paró los pies.
-Pues,
chica, yo te veo guapísima. Es más, creo que cuando tenemos la regla estamos
incluso más guapas. Salvo por los granos, pero a ti no te salen. Serás perra.
En fin-sacudió la cabeza y se inclinó hacia el armario de Kendra, empezó a
pasar jerseys y chasqueó la lengua, insatisfecha-. Nada, que parece que lo
tengo que hacer todo yo-suspiró, trágicamente-. ¿Taïs? ¿Puedes echarnos un
cable?
Taïssa
asintió con la cabeza, abrió su mochila y extendió sobre la cama un jersey fino
de un escandaloso tono granate y escote generoso, adornado con unos cordones
hechos para que no se te salieran las tetas. Extendió ante sí unos leggings de
cuero y se lo mostró a Amoke y Kendra, que asintieron con aprobación.
-No
me caben-dije.
-Son
elásticos-respondió Taïssa.
-Y
muy cómodos-añadió Amoke, pasando una mano en una caricia lasciva por encima de
la prenda-. Ya sabes que Taïs los saca del armario cuando tiene pensado bailar
toda la noche.
Los
cogí a regañadientes, pero miré con desconfianza el jersey. Lo señalé.
-No
puedo ponerme eso.
-¿Por
qué no?
-Pues
porque se me va a ver todo.
-¿Y?
Aprovecha que tienes las tetas más grandes, hija. Esa delantera hay que
lucirla.
-Sois
increíbles-me eché a reír y acepté la prenda.
-Los
hombres son animales muy visuales, nena-Kendra me masajeó los hombros cuando me
acerqué al espejo para hacerme una idea de cómo me quedaría la prenda. La
visualicé sobre mí, y procuré apartar de mi cabeza la imagen de Alec
deshaciéndome los nudos del escote, colocado detrás de mí, y mirándome a los
ojos mientras acariciaba mi piel por debajo de la ropa.
Me
mordí el labio inconscientemente, sintiendo un calor por mi interior que nada
tenía que ver con las salsas picantes de la cena.
-Hay
que dejarles ver el género antes de que se lo lleven.
-Alec
ya conoce el género-respondí, pícara, girándome sobre mis talones, plantándole
un beso en la mejilla y guiñándole un ojo.
-Cómo
te gusta hacerte de rogar, ¿eh?
-Me
gusta más que os muráis de envidia, la verdad-les saqué la lengua y me peleé
con los leggings de Taïssa mientras ellas se vestían; Kendra le prestó ropa a
Taïssa y se hizo un top anudando una camisa en su cuello. Me miré en el espejo
y me pasé una mano por los muslos-. No sé si…
Amoke
me puso un dedo en los labios.
-Como
digas algo diferente a “parezco una reina o una diosa con estos leggings
puestos”, te prometo que te mato.
-¿Estás
cómoda?-preguntó Taïssa.
-Sí,
pero no me gusta las piernas que me hacen-solté un suspiro-. Las tengo
gordísimas.
-Así
Alec tiene más dónde agarrarse.
-¡AMOKE!-grité,
y todas se echaron a reír.
Me
calcé los botines de plataforma y me atusé el pelo una última vez. Mis amigas,
divertidas, observaron cómo terminaba de adecentarme y me volvía hacia ellas.
-Vamos
a por tu hombre-me dijeron.
-Alec
no es mi hombre-repliqué, fingiéndome molesta, y puse los ojos en blanco para
dejarles bien clarito quién mandaba. No iban a ser ellas, desde luego. Sólo yo
podía decidir qué etiqueta le ponía a Alec.
Aunque
confieso que no me molestaba del todo pensar en él como “mi hombre”.
Todo
a pesar de que no fuera mío, ni una pizquita nada más. Pero no podría
importarme menos.
¿Segura? Se regodeó mi conciencia,
asegurándose de mostrarme una selección de las mejores imágenes de Alec cuando
estaba conmigo, o cuando estaba solo, nada consciente de su cuerpo o
perfectamente consciente de él. Le habían hecho para que no pudieras dejar de
admirarlo, era la tentación hecha persona.
Me
había pasado la semana entera pensando en él, en lo que haríamos. Y, aunque no
pudiéramos llegar hasta el final como me hubiera gustado, sabía que me
conformaría con oler su colonia y escuchar su voz, notar su mirada lasciva
recorriéndome de arriba abajo, convirtiéndome en la persona más deseable del
mundo.
Me
convertía justo en todo lo contrario que yo era, me hacía sentir bien, incluso
cuando no estábamos juntos y sólo tenía de él un par de palabras que aparecían
en la pantalla de mi teléfono como las setas de otoño. Así que no era ninguna
sorpresa que me pusiera nerviosa yendo en dirección a la discoteca.
Las
chicas tuvieron la delicadeza de saltarse nuestra ruta semanal y de llevarme
directamente hacia el sitio donde se suponía que iba a encontrarme “de
casualidad” con Alec. Pasamos por delante de las puertas de los locales en los
que solíamos entrar, con bebida más barata y música un poco peor, para
emborracharnos lo suficiente como para que ya no nos importara mezclarnos con
los de último curso. Me gustaba la discoteca de la familia de Jordan, y a la
vez no me apetecía nada entrar allí. Me sentía muy niña cada vez que
atravesábamos la puerta y todas las chicas rozando la mayoría de edad nos
examinaban como si fuéramos las preguntas de Selectividad, escaneando cada
milímetro de nuestros cuerpos más jóvenes e inexpertos y sacando defectos que
sólo se corregían con la edad.
Todas
esas inseguridades se contrarrestaban, claro, cuando mi hermano estaba allí. La
mera presencia de Scott me hacía sentir segura, me hacía creer que nadie se
metería conmigo, aunque sólo fuera por deferencia a nuestro Señor y Salvador,
Scott Malik.
Y, si
Scott podía hacer que me sintiera a gusto en aquel lugar, Alec conseguía que me
encantara estar entre aquellas paredes, en las entrañas de la calle por donde
se salía, varios metros bajo tierra, en aquella especie de circo romano lleno
de luces de colores y música atronadora, de la que más me gustaba a mí bailar.
La barra era un espectáculo de baile protagonizado por vasos de chupito y
botellas con líquidos de colores, un incansable teatro improvisado.
La
puerta a un lado, escondida entre altavoces, donde nos mezclábamos…
Procuré
no pensar en ello, aunque me traicioné a mí misma mirándola de reojo. Por
suerte, ninguna de las chicas vio cómo me sonrojé, demasiado ocupadas como
estaban en sortear a la gente y hacerse con un hueco. No encontramos ningún
sofá vacío, y comprobé con el corazón en un puño que el sofá que siempre
ocupaban Scott, Tommy y compañía, con Alec siempre despatarrado sobre él si no
estaba bailando, estaba ocupado por gente a la que yo no conocía.
Me
mordí el labio y me giré en todas direcciones, diciendo que era perfectamente
normal que el sofá no estuviera tomado por sus dueños legítimos. Estarían
bailando; a fin de cuentas, eran menos. Scott seguía castigado y Tommy no iba a
salir sin él. Así que Diana también se quedaría en casa.
Max,
uno del grupo, siempre estaba con su novia y rara vez se sentaba con los demás.
Supongo que Logan estaría por ahí, hablando con alguien. No se iba a quedar
solo sentado mientras Alec y las gemelas bailaban, ¿no?
Miré
en dirección a la barra. Jordan estaba tras ella, asintiendo con la cabeza a
los pedidos de la gente que se le acercaba, sirviendo rápido bebidas y cobrando
más rápido aún. Recogía billetes de libra y soltaba el cambio en peniques a una
velocidad de vértigo.
Si
Jordan estaba allí, Alec también tendría que estar.
Me
puse inútilmente de puntillas, como si eso fuera a aumentar mi estatura subida
a unos tacones, y traté de escudriñar las caras por encima de los hombros de la
gente. No conseguía ver más allá de la barrera de personas que tenía delante,
era como si estuviera en un laberinto que me llegaba justo a la altura de la
cabeza. No era capaz de distinguir más allá. Y el hecho de que la gente a mi alrededor
no parara de moverse tampoco es que ayudara en exceso.
Yo lo
sabía. En el fondo, lo sabía. Él no estaba allí. No notaba ese chisporroteo que
había ido sintiendo en mi interior cuando él se me acercaba o estábamos en la
misma habitación. No había las mariposas en mi estómago, golpeando
violentamente sus paredes, cuando él y yo coincidíamos en el patio o en los
pasillos del instituto.
Tragué
saliva, conteniendo las ganas de llorar.
Habíamos
tardado demasiado. Era demasiado tarde. Se habría cansado de esperarme y se
habría ido. Mi brújula no me engañaba nunca; él no estaba allí.
Probablemente
ni siquiera estuviera en esa calle. Puede que se hubiera ido al centro, donde
las fiestas eran más salvajes, y las faldas de las chicas, más cortas; justo
como a él le gustaban.
Parpadeé
deprisa, como si con el viento de mis pestañas fuera a hacer volar la imagen
que mi cabeza ya se había formado de él, sosteniendo a alguna chica delgada y
alta y mejor maquillada que no por los muslos, besándola hasta hacerle perder
la razón, gimiendo su nombre mientras entraba y salía de su interior y ella le
arañaba la espalda. Sin acordarse de mí.
Sin
siquiera echarme de menos.
Sin
pensar en la semana que habíamos pasado hablando, en la que yo apenas había
dormido, sólo por poder mandarle un mensaje más, sólo uno más, antes de que él
se durmiera o no supiera cómo continuar la conversación.
Amoke,
que había estado observando mi expresión durante mi búsqueda, me cogió de la
mano y me hizo mirarla. El contacto me reconfortó un poco. No todo lo que me
habría gustado, pero sí lo suficiente como para aflojar un poco el nudo de mi
garganta y permitirme hablar.
-Demos
una vuelta-dijo, y Kendra y Taïssa la miraron-. Aquí no se oye bien-fue la
excusa que eligió, y las chicas no dijeron nada. Asintieron con la cabeza y se
escurrieron por entre los cuerpos, empujando y sosteniendo y deteniéndose y
embistiendo cuando era necesario, abriéndonos paso a mí y a Amoke como un bulldozer en la jungla. Amoke no me
soltó la mano en ningún momento, y no se quejó ni una sola vez de las que la
pisé por ir mirando por encima de las cabezas, en busca de alguien que yo sabía
que no estaba allí. Así es la desesperación. Necesitas aferrarte a algo a toda
costa. No importa que estés a un kilómetro de la superficie del mar: arañarás
el agua a tu alrededor con la esperanza de encontrar una madera que te ayude a
salir a fuerte y poder respirar.
Dimos
dos vueltas. Y ni rastro de él. Estaba destrozada por dentro, en una espiral de
sensaciones que amenazaba con tragarme entera. Me sentía molesta por haber
tardado en venir, triste porque él no me hubiera esperado, estúpida por creer
que lo haría, y mareada por la música y mi propio desastre emocional.
¿Por
qué fui tan tozuda y no acepté quedarme en casa? Aun en el caso de que
estuviera allí, fijo que Alec se largaría pitando en cuanto descubriera que a
mi útero le había parecido que ésta era una buena noche para comenzar su
proceso de autodestrucción mensual.
-No
está aquí-gruñí, molesta, zafándome de la mano de Amoke y haciendo que el tren
casero que habíamos hecho se detuviera y se girara hacia mí. Amoke se volvió
hacia la barra; allí, ajeno a todo, Jordan continuaba atendiendo a su cada vez
más numerosa clientela. Que no parase de entrar gente me molestó.
Cuando
en un lugar falta la persona a la que tú has ido a ver, la multitud que no te
interesa llega a resultar incluso ofensiva.
-Es
tarde-expliqué a modo de disculpa, y me enfadé conmigo misma por dos cosas:
La
primera, por excusar a un capullo de manual como Alec.
Y la
segunda, por pillarme por un capullo de manual como Alec, dejar que me
influyera tanto lo que hacía o dejara de hacer.
Lo único que te gusta de él es su polla y lo
bien que sabe usarla.
Tomé aire y lo solté,
furiosa, mis hombros temblando de ira.
Bueno, y su lengua.
Y sus manos.
Y su boca.
Y, joder, esos brazos…
No estás ayudando, me
recriminé a mí misma, frunciendo el ceño.
-Pues
si no ha querido esperarte, es que es un gilipollas que no te merece, Saab-me
confió Taïssa, y yo asentí con la cabeza. Kendra me tocó el hombro.
-¿Y
si le preguntamos a Jordan? Quizá esté en… no sé. El baño, o algo así.
-¿Haciendo
qué?-casi ladré. Lo único que me faltaba era que mi intuición me fallara y Alec
estuviera aquí, follándose a otra a metros
de mí.
-Por
preguntar-me calmó Amoke, o al menos, lo intentó-, no perdemos nada.
-Paso-chasqueé
la lengua y me toqueteé las trenzas, cada vez más y más molesta. Si lo tuviera
delante, le pegaría una bofetada.
-¿Por
qué? Venga, Saab, que igual…
-Va a
pensar que soy una patética.
-Tía-protestó
Amoke, harta de mi berrinche-, te has pasado literalmente toda la semana hablando con su mejor amigo. Déjalo estar. Vamos, y
le preguntamos, y listo. Creerá que lo hacemos por educación.
-Quien
va a pensarlo es Alec, no Jordan. Es
un puto egocéntrico de mierda-espeté, cruzándome de brazos. Las chicas alzaron
las cejas a la vez. Casi podía leer sus pensamientos, rebotando en cabezas
diferentes.
Para ser un puto egocéntrico de mierda, bien
que tenemos que ir cuidado de no resbalarnos con tus babas por él.
-Qué
orgullosa eres, joder-estalló Amoke, agarrándome de la muñeca de muy malos
modos y tirando de mí en dirección a la barra-. Y luego te quejas de que tu
hermano sea un chulo.
-Es
que Scott es un chulo de mil pares de cojones.
-Puede
permitírselo; es idéntico a Zayn-razonó Taïssa.
-Yo
me lo tiraba-espetó Kendra.
-¿A
que te parto la cara?-ladré, y Kendra se echó a reír-. ¡Soltadme! ¡Dejadme en
paz! ¡Como le digáis algo a Jordan, os mato!
-¿Te
quieres callar, so loca? Vamos a por algo de beber-prácticamente me rugió
Amoke, y me podría haber dado una bofetada. Me la merecía, la verdad. Una cosa
era que me enfadara con Alec, por ser él un gilipollas y yo una ingenua, y otra
que la pagara con mis amigas. A regañadientes, dejé de forcejear y acepté que
me arrastraran hasta la barra.
Nos
tocó esperar un ratito antes de que Jordan por fin se dignara atendernos. Genial, primero uno, y ahora el otro, pensé,
apoyando el codo en la barra y lamentándolo al segundo: estaba pegajosa.
-Chicas-saludó
Jordan, asintió con la cabeza en nuestra dirección y sus ojos saltaron por
nuestros rostros. Se detuvo en el mío, el primero y último que visitó. Fingí no
conocerle, o que no me había visto entrar en la pequeña sala donde follé varias
veces con su mejor amigo-. ¿Qué os pongo?
-Chupitos-pidió
Kendra, como siempre más lanzada que las demás.
-¿Para
todas?-quiso saber Jordan, colocando cuatro vasos sobre la barra en perfecta
alineación. Asentimos-. ¿Sabor?
-Cereza-dijo
Taïssa, y Amoke asintió.
-Yo
manzana-murmuré.
-Yo
lima-puntualizó Kendra, y Jordan asintió. Nos llenó los vasos y esperó con
impaciencia a que los termináramos:
-Son
seis libras con…
-Paga
Alec-sentencié, agarrando a Taïssa del hombro y dándole la vuelta para que se
alejara de la barra. Kendra y Amoke rieron por lo bajo.
-¿Te
ha dicho eso él?-ladró Jordan por encima de mi hombro, y no le hice caso. ¿Qué
más daba lo que me hubiera dicho? Que fuera a pedirle la pasta a él, y listo.
Bastante había hecho como para encima no intentar compensármelo.
-Eres
rencorosa, ¿eh?-rió Kendra, y yo me encogí de hombros.
-Hay
que arriesgar un poco en la vida-contesté, guiñándole un ojo. Balanceé la
cabeza de un lado a otro al ritmo de la música y levanté los brazos, dejándome llevar.
Me perdí en los acordes mientras las chicas me miraban, divertidas por mi
actitud. Al poco rato, cuando cambió la canción, se unieron a mí y se pusieron
a saltar y dar brincos.
-Le
voy a bloquear-anuncié, sacando el móvil de mi bolso, dispuesta a dejarle a
Alec bien clarito quién mandaba de los dos. Alerta de spoiler: no era él.
Amoke,
sin embargo, me cogió el teléfono.
-Quieta,
chica, que el que no lo soportes no significa que no os podáis enrollar.
-De
ése no quiero ni agua-bufé, negando con la cabeza y saltando y gritando la
letra de la canción. Kendra bailaba muy pegada a un chico que se había acercado
a nosotras y al que había correspondido con un intenso baile de caderas, y
ahora estaba un poco más alejada de nosotras. Me eché a reír viendo cómo el
chico le metía mano y ella se dejaba, y me uní al coro de gritos de Amoke y
Taïssa ante los movimientos sensuales de ella.
-Hoy
la que triunfa es ella.
-A
ver si es que Alec le espantaba los pretendientes…
-Ni
nombrarlo-alcé las manos y me aparté las trenzas de los hombros-, que me lo
quiero pasar bien.
-¿Y
no te lo pasarías mejor con él?
-Puede
ser, pero, ¿de qué sirve planteárselo? No está aquí-contesté, saltando sobre mí
misma y riéndome a carcajadas al pensar en lo divertido que sería que él me
viera bailando con un chico. Fijo que se ponía muy celoso y que, a partir de
entonces, se pensaría mucho lo de irse sin esperarme.
-¿Estás
segura?-me pinchó Amoke, y yo detuve mi baile frenético y me la quedé mirando.
Fruncí el ceño, sin comprender. ¿A qué se debía su sonrisita de suficiencia?
Parecía que estuviera punto de demostrar una tesis científica que le había
llevado años desarrollar.
Sus
ojos se levantaron un poco de mi cara, como si otra cosa más interesante
hubiera captado su atención.
Se me
cayó el alma a los pies. Puede que mi intuición me fallara, puede que, después
de todo, él hubiera venido y estuviera detrás de mí…
Sentí
un toquecito en el hombro y me volví rápidamente, a una velocidad pasmosa.
Demasiado deprisa para conservar mi amor propio.
No
olía a él, no se sentía como él, pero yo estaba tan desesperada por su atención
que me daba igual que mis sentidos estuvieran nublados. Ya lidiaría con ellos
más tarde: de momento, lo único que quería era ver sus ojos y disfrutar con las
líneas de su boca, fantasear de nuevo con el sabor de sus labios un segundo
antes de probarlo de verdad.
Pero,
cuando me giré, no me encontré con Alec, su cabello ensortijado de un tono
chocolate con tintes de frambuesa, arándanos o plátano (dependiendo del foco)
ni las líneas de su cara que me invitaban a pasar un dedo por ella.
Sino
con las trenzas de Taïssa.
-¡Qué
cara me ha puesto!-chilló una carcajada y yo deseé darle un bofetón. La empujé
mientras ella y Amoke se reían, dobladas sobre el vientre y negando con la
cabeza.
-¡¿Sois
gilipollas?! ¡Ni puta gracia tiene!
Pero
sí que la tenía, para ellas. La suficiente, al menos, como para aburrirme la
noche a base de darme toquecitos en el hombro y reírse de mí cuando me volvía
dispuesta a matarlas, porque sabía que eran ellas.
-La
próxima vez, os suelto una hostia-les prometí, muy seria, y ellas siguieron
partiéndose de risa. Me giré y les di la espalda y seguí agitando las caderas,
intentando concentrarme en la música y en la endorfina que se suponía que debía
generar el baile.
Mi
amenaza surtió efecto, porque pasaron varias canciones sin que ellas me
molestaran. Sólo estábamos la voz del cantante, el sonido rasgado de los
instrumentos, las luces, y la vibración de los altavoces reverberando en mi
caja torácica. Cerré los ojos y me dejé llevar, disfrutando por fin,
abrazándome al alcohol que me corría en sangre y a la euforia de la música,
olvidándome de todo: de Alec, de lo mucho que me dolía la tripa, de lo incómoda
que era mi ropa ahora que estaba un poco más hinchada de tanto bailar, de lo
que me dolían los pies y de lo cansada que estaba por la falta de sueño. Sólo
quería divertirme, seguir así de tranquila, a gusto con la vida y en paz dentro
de mi cuerpo. Me sentía en casa estando fuera, una dulce sensación de plenitud…
…
hasta que la hija de puta de Amoke volvió a sacarme de mi burbuja dándome dos
toques en el hombro.
Ni
siquiera lo pensé: me giré a la velocidad del rayo y estiré la mano para darle
un guantazo en plena cara. Todo mi cuerpo respondió con la eficiencia del
atleta, los músculos tenían conciencia propia y sabían qué hacer.
Mi
golpe fue certero, el mejor que habría dado en mi vida, presa tanto de la rabia
por haber perdido de nuevo mi oasis personal como de la furia que me producía
que mis amigas se lo pasaran bien a mi cosa.
O lo
habría sido, si la persona a la que pretendía golpear fuera Amoke.
No
era Amoke.
Era
alguien más alto. Con unos reflejos mejores incluso que los míos (lo cual ya es
decir).
Así
que mi tortazo magistral se quedó solo en aborto de arañazo, porque
aproximadamente donde Amoke tenía la cara, Alec tenía el pecho.
Y,
cuando Amoke habría tardado un segundo en reaccionar, Alec sólo necesitó una
décima.
Me
agarró con eficiencia de la muñeca y detuvo mi mano antes de que mis dedos
llegaran a su esternón, y mientras tanto se inclinó hacia atrás con una
agilidad que me dejó pasmada.
-Guau-comentó,
y me enfadé muchísimo con él porque aquella puñetera palabra hizo que se me
pasara todo el rencor que le había ido cogiendo a lo largo de la noche-. La
gatita tiene garras.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
BUENO Y LO DEJAS ASÍ, PARA MATARTE TÍA.
ResponderEliminarSabrae pillada y celosa me da la vida, eso sí, las amigas más hojas de puta y no nacen. Yo ya les habria dado la hostia Hulio.
Estoy deseando el siguiente capituca socorro.
HAY QUE MANTENER LA TENSIÓN CHICA SI NO NO VOLVÉIS Y NO ME PUEDO PERMITIR PERDER LECTORAS
EliminarDios Sabrae y las amigas van a ser el descubrimiento de esta novela ya veréis, especialmente Momo
Ahora mismo te estoy enviando una denuncia por haber acabao asi el capitulo.
ResponderEliminar-Patri
Aquí me tienes fight me
Eliminar(ง'̀-‘́)ง
"Porque esa idea de que las mujeres podemos cambiar a los hombres está arraigada en nuestra sociedad patriarcal. Y si te la crees, puede llegar a matarte." TE QUIERO SAAB
ResponderEliminarNo me esperaba a las amigas de Sabrae tan cabronas estaba entre descojonandome y deseando que Sabrae les diera la hostia
"Su lengua. En la tuya. En tu cuello. En tus pechos. Entre tus muslos
Sus ojos. En los tuyos. En tu desnudez. Entre tus piernas. En la pista de baile, brillando como los de un lobo que se acerca a su presa en la noche.
Sus manos. En tu mentón. En tu busto. En tu vientre. En el punto donde más lo necesitas." ❤
- Ana