jueves, 14 de junio de 2018

Gatita.


Cada vez que me sonaba el móvil, mi corazón daba un brinco, y todo mi cuerpo con él. Llevaba varios días hablando con Alec sin parar por Instagram. Aunque al principio la conversación había sido un poco incómoda por mi férrea intención de no permitirle tirarme la caña más de lo que se consideraría moralmente adecuado, nuestra charla había ido evolucionando y rápidamente nos habíamos encontrado metidos en reflexiones profundas sobre la vida, la muerte, el sexo y las relaciones.
                Llevaba varios días durmiendo poquísimo por hablar con él de madrugada, y la verdad es que no me importaba. Incluso había pedido una batería portátil en Amazon con la esperanza de que él viniera a entregármela en persona.
                Casi podía imaginármelo, llamando al timbre y esperando a que yo le abriera.
                -Empiezo a pensar que estás pidiendo cosas por tener una excusa para verme, Saab-diría nada más abrirle la puerta, y yo me echaría a reír, me apartaría las trenzas de la cara y respondería:
                -Bueno, lo cierto es que me estoy aficionando a esto de que me traigan las cosas a casa. Además, necesitaba urgentemente una batería portátil para el móvil. Y en Amazon tienen mucho servicio que ofrecer.
                -¿Una batería portátil?-él mordería el anzuelo, justo como pretendía. No dejaría escapar la ocasión-. Vaya, bombón, ¿tanto uso le estás dando al móvil últimamente?
                -Ya ves-contestaría yo, coqueta, sacándole la lengua y echándole una firma en el panel de recibo del móvil. Quizá, sólo quizá, daría mi brazo a torcer por fin y le daría mi teléfono.
                Lo cierto es que no sabía por qué no se lo había concedido ya.
                Al igual que tampoco sabía por qué habíamos evitado el tema de qué haríamos ese fin de semana. ¿Nos veríamos el viernes, como estábamos empezando a tener por costumbre? ¿Coincidiríamos en la discoteca? ¿Nos acercaríamos el uno al otro, o ahora que Scott no estaba para pillarnos, nuestros encuentros secretos ya no tenían tanto morbo?
                Me odiaba a mí misma por no haber sabido preguntarle.
                Y más le odiaba a él por no haberme sacado el asunto.
               Así que allí estaba: comiéndome la cabeza a niveles vergonzosos, preguntándome en voz alta si estaría haciendo una montaña de un grano de arena, o si tenía motivos realmente para estar preocupada. Le había estado dando el coñazo toda la semana a Amoke, a la que había confesado todo lo que había hablado con Alec apenas habíamos pasado nuestra primera noche de debate. Incluso le había enseñado la conversación con la esperanza de que ella me dijera que no estaba loca y que de verdad estábamos tonteando y yo no estaba resultando patética.
               Mi amiga no me dejó en la estacada y se puso a chillar y a gemir y a abanicarse, haciendo que pasara auténtica vergüenza ajena, mientras leía los mensajes que nos habíamos intercambiado de camino a casa.
               Después de una angustiosa semana en la que los días no parecían avanzar, llegó el viernes, y con él más histeria para mí. Las chicas decidieron que iríamos a cenar esa noche en casa de Kendra, y que luego, quizás, saldríamos de fiesta, a bailar un poco y a beber más.
               Fui derechita a casa de Amoke con la ropa con la que pretendía salir metida en una bolsa, mi maquillaje guardado concienzudamente en un neceser al fondo de ésta. Amoke me abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, seguramente pensando en alguna broma que hacerme, pero su pulla se congeló en su garganta cuando vio mi cara larga.
               -¿Qué pasa?

               -Me ha venido la regla-comenté, conteniendo un suspiro trágico, porque eso sería demasiado melodramático incluso para mí en mis días. Amoke torció el gesto, me tomó del hombro y me empujó dentro de su casa. Subimos las escaleras en dirección a su habitación al trote y cerramos la puerta de su habitación.
               -¿Has tomado algo?-preguntó, sentándose en el borde de su cama.
               -No me duele-murmuré, dejándome caer a su lado. Me aparté las trenzas de los hombros y las dejé caer en mi espalda.
               -Entonces, ¿qué te pasa?
               -Te voy a parecer muy patética-me lamenté, al borde de las lágrimas. Pero es que sentía que el destino estaba siendo muy injusto conmigo. Llevaba toda la semana muriéndome de ganas de que llegara el viernes, y ahora se me adelantaba la regla un par de días, lo suficiente como para chafarme el fin de semana por completo. Amoke alzó las cejas y se inclinó hacia mí, me pasó un brazo por los hombros y me susurró en tono consolador:
               -¿Qué dices? No. ¿Qué pasa?
               -No puedo hacerlo con Alec teniendo la regla-me quejé, y noté cómo empezaba a llorar, muy a mi pesar. Dios, ¿qué me pasaba? Vale que me ponía muy sensible cuando tenía la regla, pero aquello ya era pasarse. Sentía una vergüenza ajena de mí misma increíble. Amoke tenía que estar flipándolo.
               Pero, si lo hacía, era buena disimulándolo. Me dio un beso en la mejilla y me acarició el hombro.
               -Quizá a él no le importe-musitó.
               -Es asqueroso-contesté yo, estremeciéndome. Acababa de bajarme, sí, pero pronto empezaría a sangrar como si me pagaran por ello. Estaba claro que él saldría por patas si lo veía. No podía permitirlo.
               Estaba demasiado involucrada con él, y eso que sólo habíamos tenido sexo. Nada más. No había ataduras de ningún tipo, y sin embargo yo necesitaba verlo esa noche, necesitaba estar con él, inhalar su colonia y notar cómo cada célula de mi cuerpo respondía a su presencia, a su aroma, su calidez y la protección que destilaba. Quería que me cogiera entre sus brazos y me calentara hasta el alma. Quería que me sentara encima de él y me besara y me dejara sentirlo muy, muy dentro de mí.
               -Vamos, Saab. Aunque no lo hagáis, podéis liaros de otra manera.
               -Es Alec-contesté-. No sabe liarse de otra manera. Ya lo sabes.
               -Seguro que él está dispuesto a hacer una excepción contigo-bromeó.
               -¿Y si no quiere?
               -Pues le mandas a la mierda-sentenció mi amiga-. De machitos, está el mundo lleno. Anda que no habrá fuckboys en nuestro curso. Tienes dónde escoger.
               Solté una risita.
               -Los machitos de nuestro curso son incapaces de mantener una conversación de más de 3 minutos, Momo.
               Amoke me inspeccionó de arriba abajo, como si fuera un animal prehistórico que acababa de aparecer en Central Park.
               -Sí, claro. Ahora va a resultar que lo que más te interesa de Alec, es su conversación.
               Le di un empujón.
               -¡Hablamos de cosas interesantes!
               -¿De sus camisetas de dinosaurios?-ironizó mi amiga.
               -No se me ocurría nada que comentar de su historia, y estaba claro que la había subido por mí.
               -Cómo sois los hijos de los famosos, madre mía-suspiró-. Os pensáis que todo gira en torno a vosotros.
               Volví a darle un empujón, un poco más calmada. Me encantaba estar con ella antes de salir porque podíamos hablar de cosas sin que nadie nos molestara, sin sentir la presión de guardarme algunas cosas que Kendra y Taïssa podrían utilizar en mi contra.
               Siempre disfrutábamos de ese pequeño remanso de paz antes de salir de fiesta. Era nuestra terapia particular.
               -¿Crees que le veremos?
               -Por dios, ¡eso espero! Llevo toda la semana subiéndome por las paredes. Como no aparezca hoy, me lo cargo.
               Amoke alzó una ceja y se reclinó en su colchón, divertida.
               -¿Qué pasa?
               -Madre mía, estás coladísima por él.
               -No es verdad-contesté, cogiendo la almohada de su cama deshecha y golpeándola en el pecho con ella-. Simplemente me lo paso genial estando juntos. Es que besa que te mueres.
               -Sí, ya. Fijo que es eso.
               -Alec no me gusta-aseguré, y Amoke contuvo una carcajada.
-Me has dicho hace literalmente dos segundos que te mueres por verlo-me recordó.
               -Pero, ¡es la verdad! Me gusta cómo me hace sentir, lo bien que me lo paso cuando estoy con él. Alec en sí no me gusta. Es gilipollas, y me repugna lo varonil que es-bufé, poniendo los ojos en blanco.
               -Bueno, yo iba a decir “machirulo”, pero supongo que “varonil” también nos sirve. De todas formas-se sentó con las piernas cruzadas-, puedes cambiarlo. Yo ahí veo potencial.
               -Qué voy a cambiarle-puse los ojos en blanco, abrazándome a la almohada.
               -No puedo creerme que estés intentando de verdad que te convenza para que te líes con Alec después de toda la tabarra que me has dado esta semana.
               -Me afecta la falta de sueño.
               -Pues no hables  con él de madrugada, ¡no te digo!-Amoke chasqueó la lengua.
               -¡Es que no puedo evitarlo!
               -Pues entonces…-sonrió, me agarró de las muñecas y se tiró encima de mí-. Vas a buscarlo hoy y le dices que a partir de ahora, habláis en una cama. En la suya. Los dos juntitos. Sin ropa.
               Le saqué la lengua.
               -Eres de tonta…
               -Estás muy pillada, Sabrae. Ya que estás, por lo menos, podéis amoldaros el uno al otro y pasároslo bien. No vas a ser la primera a la que se lleve a casa-me aseguró-. Hasta tu hermano está compartiendo cama últimamente.
               Decidí ignorar la pullita que acaba de meterme con respecto a Scott. Tenía cosas más importantes en las que pensar que en los líos amorosos de mi hermano (que, por cierto, estaba metiendo la pata hasta el fondo no contándole a Tommy que se acostaba con su hermana).
               -Yo no soy la calientacamas de nadie.
               -No te hagas la digna, que llevas semanas sin venir a casa con nosotras porque estás demasiado ocupada cabalgando al machito de Alec, ése que tan poco te gusta.
               -Prioridades, amiga mía-le guiñé un ojo y Amoke se echó a reír. Me quedé mirando la pared de su habitación, cubierta de posters y de fotos nuestras haciendo el tonto, con filtros que nos ponían orejas de perritos o nos agrandaban los ojos.
               -¿No crees que te fías poco de ti misma?
               -¿Yo?-inquirí, incrédula. Amoke alzó una mano.
               -No estoy diciendo que seas insegura. Simplemente digo… si te estás fijando en Alec, por algo será, ¿no? Eres como una cazatalentos. Ves algo en él. ¿Por qué no deberías pulirlo, como si fuera un diamante?
               -Porque esa idea de que las mujeres podemos cambiar a los hombres está arraigada en nuestra sociedad patriarcal. Y si te la crees, puede llegar a matarte.
               -Pues haz que se deconstruya-reflexionó Momo, y yo la miré.
               -No está por la labor.
               -¿Lo has hablado con él?
               -Yo no tengo que hablarlo con él. No soy su madre.
               -¿Y si su madre no es feminista?
               -Pero lo es.
               -Pero no tiene las nociones que tienes tú, Saab. No todas somos hijas de Sherezade Malik, ¿sabes? Algunas no nos planteamos algunas cosas, así que no podemos ir predicando. Y si quieres convertir a un machirulo en una persona decente…
               -Alec es una persona decente-salté más rápido de lo que debería. No vi la trampa que me tendía Amoke hasta que no estuve dentro de ella. Mi mejor amiga esbozó una sonrisa.
               -Mira la gatita-murmuró-, cómo saca las garras para defender a su macho.
               -Si tuvieras un macho como el mío, lo harías tú también-la piqué, y ella se echó a reír.
               -Eres muy incongruente, ¿estás contenta con tu macho, o no, Sabrae?
               -A veces-comenté-. De noche. Es cumplidor-concedí-. Pero hoy no va a cumplir-añadí, en tono un poco triste.
               -Menuda película te estás montando, chica. Todavía no le hemos visto. Ni siquiera hemos salido de casa, puede que cuando lleguemos, te encuentres peor y prefieras una fiesta de pijamas en lugar de fiesta a secas.
               La miré de soslayo y apoyé la espalda en la pared.
               -Madre mía. Qué pilladísima estás.
               -¿Es raro si me conformo sólo con verle? En plan… de lejos. Y ya está. Así lo sabré.
               -¿El qué?
               -Pues que los mensajes también han significado algo para él.
               -Si no han significado nada, es que es imbécil. Y no es imbécil.
               -¿Qué te hace pensar eso?
               -Pues… que se ha fijado en ti, mi amor-me dio un pellizquito en la mandíbula y yo sonreí. Mi sonrisa me granjeó un beso, y antes de que nos diéramos cuenta, estábamos hechas un manojo de manos y pies enredados, mientras nos abrazábamos y nos hacíamos cosquillas. Amoke preparó su bolsa de maquillaje y ropa y nos dirigimos a casa de Kendra, que sería la anfitriona de la noche.
               Me pareció que Amoke se había quedado con ganas de decirme algo mientras hacía su maleta nocturna, y me lo confirmó cuando salimos de su casa y, aprovechando nuestra soledad, me preguntó:
               -¿Y por qué no quedas con él de tarde para tantear el terreno y conocerlo mejor?
               Le di una patadita a una piedra del suelo, notando un nudo en el estómago.
               -Porque yo de tarde ya lo conocía y le odiaba, Amoke-contesté-, y prefiero estar con él de noche y ya está, y hacerme ilusiones, a conocerle de verdad y lamentar todo lo que he hecho con él estas semanas.
               -¿No te has parado a pensar en que puede que te guste cómo es él de día, ahora que lo ves con otros ojos?
               -Son dos personas totalmente distintas, el Alec de día y el de por la noche. Nunca me prestó esas atenciones y a mí nunca me gustó tenerle cerca. No con el sol alto, al menos.
               -Sabes que eso no es verdad-contestó mi amiga, inclinando ligeramente la cabeza. Noté cómo me sonrojaba recordando exactamente a qué se refería.
               Yo, descubriendo mi cuerpo, el placer que albergaba en mi interior, guardado bajo llave.
               Alec, siendo esa llave; su nombre, la palabra que se escapaba de entre mis labios mientras iba subiendo a saltitos la escalera hacia el cielo de mi interior.
               Fue Taïssa la que nos abrió la puerta; Kendra estaba pidiendo la comida por internet.
               -Hoy toca japonés-fue su saludo, y Amoke levantó los puños.
               -¡Pide extra de wasabi!
               Taïssa me dio un beso en la mejilla y echó el cerrojo de la puerta de casa de Kendra; sus padres nos habían dejado la casa para nosotras solas, y teníamos pensado desmadrarnos un poco. Kendra puso música y nos metimos en la cocina a preparar unas patatas fritas mientras bailábamos y cantábamos a voz en grito, entusiasmadas con la noche que se nos avecinaba.
               Se me olvidó un poco mi preocupación por si no encontrábamos a Alec, y también se me olvidó mi ansiedad por si lo encontrábamos.
               Llegó el repartidor y casi nos abalanzamos sobre él; Kendra le tendió un billete de veinte libras y nos pasamos la siguiente media hora echando cuentas de a cuánto tocábamos cada una, mientras nos peleábamos por el sushi y mojábamos las bolitas de arroz en las salsas picantes que nos habían traído. Me eché a reír cuando a Taïssa se le cayó un nagiri (era la tercera vez que se le caía algo) e hizo una mueca de disgusto muy graciosa. Me tiró una patata frita y yo le lancé mi servilleta hecha una bola, y antes de que nos diéramos cuenta, las cuatro estábamos enzarzadas en una encarnizada guerra de servilletas y galletitas saladas.
               Fue Kendra, para sorpresa de todas, la que decidió que ya estaba bien de tan ajustada lucha.
               -¡Vale ya! ¡Que luego me toca limpiarlo!
               -Te ayudamos-le prometí yo, y Kendra alzó las cejas, sorprendida, e hizo ademán de tirarme salsa de soja por encima. Di un grito y me aparté de ella todo lo rápido que pude, y me convertí en el hazmerreír del grupo cuando Kendra les enseñó el botecito vacío a Taïssa y Amoke, que estallaron en carcajadas. Me las quedé mirando con gesto fastidiado-. Eres gilipollas, Ken.
               -Pero, ¡cómo me quieres, ¿eh?!-se burló mi amiga, colgándose de mi cuello. Se rieron aún más cuando yo me aparté de ella y me limpié el hombro, como si su mero contacto fuera a ensuciar mi atuendo, que tampoco estaba para echar cohetes.
               -Déjame en paz.
               -¡Vaya! ¡Fijaos lo que se pica!-rió Taïssa, mordisqueando un trocito de apio. Amoke alzó una ceja y me miró con intención; me temí lo peor. Creí que les contaría el motivo de mi agobio anterior y que les explicaría por qué yo quería estar impecable esa noche.
               Claro que desconfié en vano: Amoke no era de fiar cuando se trataba de pullas, pero era buenísima guardando secretos. No les diría nada a las demás. No si yo no sacaba el tema, claro.
               -Es que es coqueta-murmuró, guiñándome un ojo con discreción-. Ya veréis el tiempo que nos tiene esperando a terminar de maquillarse.
               -Todo para, ¿qué? ¿Para dejarle el pintalabios en la cara a Alec?-acusó Kendra, recogiendo un plato y colocándolo en el fregadero. Me puse roja como un tomate y me escondí detrás de un paquete de buñuelos vacío. Fingí que rebuscaba en las migas mientras Taïssa se echaba a reír y Kendra colocaba un plato en el centro de la mesa para que tirásemos los huesos de las alitas de pollo en salsa agridulce.
               -Hablando de pintalabios-terció mi mejor amiga-, hoy traje el que os comenté que había encontrado de rebajas. Lo probé ayer por la noche a la hora de la cena y, la verdad, va súper bien. No deja nada de marca-Amoke asintió con la cabeza, satisfecha.
               -Ya era hora-bufó Taïssa-. Estoy harta de dejarle la cara hecha un cuadro a Leroy. Y más él-añadió, haciendo una mueca. Kendra puso los ojos en blanco; ninguna terminábamos de tragar al novio de Taïssa, pero Kendra directamente no podía ni verlo.
               -Si le molesta que le beses, ¿por qué sigues con él?-ataqué.
               -Porque las pollas son adictivas-espetó Kendra, y Taïssa le lanzó un trozo de sushi a la cara mientras Amoke y yo nos reíamos.
               -¿Hablas por experiencia propia?-la pinchó Amoke, y Kendra agitó la mano.
               -A vosotras lo que os pasa es que le tenéis tirria porque no le gusta salir con nosotras-lo excusó Taïssa.
               -Es que no me parece ni medio normal, sinceramente. Tuviste que celebrar dos veces tu cumpleaños-le recordé.
               -Hombre, porque lo que queríamos hacer nosotros dos no tenía sentido que lo hiciéramos con vosotras-Taïssa guiñó un ojo en actitud desafiante, pero yo no entré al trapo.
               -Hugo y Nathan venían a nuestros cumpleaños y se llevaban bien con el grupo-razonó Amoke, abriendo la mano y volviendo la palma hacia arriba. La señalé con los palillos y asentí.
               -¡Porque eran del instituto!-discutió Taïssa-. Además, ¿qué más os da? Si no lo tragáis, ¡mejor para vosotras si yo no lo traigo cuando salimos!
               -Es que no queremos que salgas con él-espetó Kendra-. Es un puto gilipollas.
               -Kendra-suspiré.
               -¿Ahora os tengo que pedir permiso para tener novio, o qué pasa?
               -Basta, chicas. Ya vale. No estoy para estas historias, ¿sabéis? Estoy a una centésima de segundo de ponerme a llorar del disgusto-chasqueé la lengua y Kendra y Taïssa me miraron-. Tengo la regla-expliqué, y las dos hicieron una mueca de disgusto y asintieron con la cabeza. Taïssa miró el calendario.
               -¿Se te ha adelantado? A mí me viene un par de días después que a ti, y no me toca hasta dentro de una semana.
               -Eso parece-gimoteé de forma dramática, y Amoke sonrió y me miró con intención por encima del borde de sus palillos.
               -Menos mal que soy previsora y tengo un cubo de helado de chocolate a estrenar, ¿eh?-Kendra se llevó una mano al pecho y se apartó polvo de los hombros, haciendo que las demás nos riéramos. Dejamos de hablar del lerdo de Leroy (Kendra, Amoke y yo lo llamábamos Lerdoy cuando Taïssa no estaba presente) y pasamos del tema chicos durante buena parte de la cena, lo cual les agradecí. Sospechaba que el dolor de tripa no tenía tanto que ver con que mi útero estuviera en pleno proceso de autodestrucción, sino más bien con cierto muchacho de ojos marrones y sonrisa que te quitaba el pudor con sólo verla.
               Pero el hecho de no tocar el tema de los chicos dejó de gustarme cuando Taïssa sugirió quedarnos un rato en el sofá, viendo la tele y comiendo helado directamente desde el tarro de cartón, y Amoke me miró y sonrió con picardía.
               Era una perra. Haría lo que fuera por hacerme de rabiar.
               Así que allí estábamos, tiradas en el sofá, viendo una reposición de una película romántica de ésas que tanto me gustaba ver cuando estaba yo sola, pero que odiaba cuando estaba en compañía (porque solían entrarme ganas de llorar), y yo vigilando que las agujas del reloj continuaran avanzando. Lo hacían, pero, por desgracia, se deleitaban en la lentitud. Estaba que no podía con mi vida. Necesitaba salir de la casa ya.
               -Chicas-ronroneé cuando no pude soportarlo más. Tres pares de ojos se volvieron hacia mí-. Deberíamos ir pensando en prepararnos para irnos. Si no, se nos va a echar la noche encima y ya va a estar todo el mundo borracho cuando lleguemos.
               -Espera un poco, que están a punto de casarse-señaló a la protagonista rubia de piernas larguísimas y tetas colocadas justo debajo de su cuello y al chico de pelo trigueño y ojos verdes. Me revolví en mi asiento y asentí con la cabeza. A los diez minutos, después de un giro inesperado del guión en el que los protagonistas terminaban discutiendo por una nimiedad, pensada sólo para alargar la película un poco más, me incorporé y anuncié que iba a ir maquillándome para no tardar tanto.
               Las tres bufaron un asentimiento aburrido y siguieron con la vista fija en la pantalla. Recogí mi mochila y subí las escaleras en dirección al baño, me acerqué al espejo y jugueteé con mis trenzas.
               Tengo el pelo hecho un asco, pensé con angustia, conteniendo el nudo de mi garganta. Tenía que ir a que me lo cortaran urgentemente, así que nada de llevarlo suelto por hoy. Menuda mierda. Había pensado en dejar que mis rizos camparan a sus anchas a modo de compensación por no poder tener sexo; a Alec le encantaba jugar con mi pelo mientras lo hacíamos: me lo soltaba en cuanto pedía. Quería hacerle esa concesión, pero sólo si estaba presentable.
               Y mi melena no colaboraba, así que, con una mueca de disgusto, me la aparté a la espalda y abrí saqué el bote con la base de maquillaje. Me acerqué un poco más al espejo y estudié los granos en los que tendría que afanarme para ocultarlos. Con un suspiro me eché un chorrito de producto en el dedo y empecé a extenderlo.
               Estaba terminando de hacerme la raya del ojo y me disponía a echarme un poquito de rímel cuando llamaron a la puerta y yo me giré. Amoke apareció por ella con cara de cachorrito abandonado, los hombros hundidos en gesto de sumisión.
               -Acaban de anunciar que van a echar El viaje más largo.
               Me quedé helada en el sitio. Amoke miró mi ojo maquillado; el que se reflejaba en el espejo todavía tenía su tamaño, forma y color naturales.
               -¿Y?-inquirí, beligerante. Sabía por dónde me iba a salir.
               Ya estaba preparada para arrancarle la cabeza.
               -Y que… nos apetece verla. Así que… creo que nos vamos a quedar.
               Solté un sonorísimo bufido, enrosqué el pincel del rímel en el tubo y traté de armarme de paciencia.
               -¿Me estás vacilando, Amoke?
               -A ver, es que tú tienes la regla, y eras la que quería salir, así que…
               -¡Salí con la regla un montón de veces, ¿qué me estás contando?!
               -¡Hace un frío que pela y a mí no me apetece ir por ahí a aguantar que me soben 30 babosos, ¿sabes, tía?!
               -¡Que te den! ¡Si te encanta frotarte contra más tíos mejor, de qué vas! ¡No me puedo creer…! ¡Si tenemos el puñetero DVD, podemos ver la maldita película cuando queramos! ¡Hace un par de semanas os dije de verla y me dijisteis que no, que qué coñazo, que era muy larga! ¡Y hoy, precisamente que quiero ir de fiesta, resulta que os empeñáis en que hay que verla en la tele, que encima te ponen anuncios y estamos hasta las 5 de la mañana para ver cómo termina! ¡No me podéis caer peor, te lo juro!
               -Pero, ¡verla en la tele hace ilusión!-intercedió Kendra por Amoke, empujando la puerta de la habitación.
               -¡Pues la grabamos y la vemos otro día! ¡Joder! ¡Para una cosa que quiero hacer, y decidís que hay que quedarse en casa! ¡Llevo toda la semana muriéndome de ganas de ir a la discoteca, y ahora…!
               -¡Podemos ir mañana, tía, relájate un poco, ¿quieres?! ¡Jesús, no me extraña que la peña diga que nos volvemos locas cuando tenemos la regla!
               -¡Es que no me puedo creer que seáis tan cabronas de decirme esto justo cuando yo estoy terminando de prepararme! ¡Coño! ¡Si no queríais salir, haberlo dicho claramente y yo no me habría hecho ilusiones con ver a Alec hoy! ¡Y no me habría molestado en maquillarme, pero joder, encima es que me tomáis por tonta, os debéis de pensar que yo nací ayer, ¿creéis que no me doy cuenta de por qué no movíais el culo del… DE QUÉ COJONES OS REÍS?!-bramé, por encima de las posibilidades de mi voz. Me asusté de mi propio grito y de la rabia que había en él, pero las chicas ni se inmutaron. Se estaban meando de la risa, menuda panda de hijas de puta.
               -Sabía que tú no querías ir a bailar hoy-acusó Kendra, y yo entrecerré los ojos.
               -¿Qué coño dices? Claro que quiero ir a bailar.
               -Venga, Saab, ¿seguro que quieres bailar?
               -No tengo ni idea de qué estás hablando-bufé, digna, volviéndome hacia el espejo y aplicándome el rímel. Kendra se apoyó en la puerta.
               -Si quieres bailar, podemos poner los altavoces y encender las linternas de los móviles.
               -Eres gilipollas, tía.
               -Parece que no le convence el plan, Ken-rió Taïssa, dándole un toquecito en el hombro.
               -Por supuesto que no le convence. Todavía no le hemos dicho que podemos invitar a Alec.
               Me volví, y debajo de mi maquillaje, me había puesto pálida.
               -¿Qué?
               -Aunque no creo que quiera venir…-Kendra se miró las uñas y sonrió-. Es decir, ¿qué chico vendría a una fiesta privada en la que sólo estaría él con cuatro chicas?-su sonrisa se erizó un poco más.
               -Seguro que le convences si le invitas a que se quede a dormir-sonrió Taïssa.
               -O le ofreces tu cama, y que él le dé el uso que crea conveniente-Amoke le pellizcó la cara interna del brazo y se volvió hacia mí-, con quien él crea conveniente.
               -Yo… yo… él… yo no…-empecé a tartamudear, y me puse aún más nerviosa cuando mis amigas esbozaron sendas sonrisas lobunas-. No quiero ir por…
               -Has dicho su nombre-canturrearon a la vez, y mi sonrojo pudo con la base de mi maquillaje. Me eché a temblar y me agarré al lavamanos mientras las chicas se reían y se abalanzaban sobre mí. Mierda, Sabrae, mierda. Eres tonta, tía, eres tonta.
               -¡Vaya calladito te lo tenías, ¿eh, Saab?! Cómo disimulas cuando quieres.
               -Ni una palabra-urgí, levantando el dedo índice para que no dijeran nada más. Se echaron a reír, sin embargo.
               -¿No pensabas decírnoslo? Tú y Alec, guau, quién lo iba a decir.
               -No hay ningún “Alec y yo”-ladré, más tajante de lo que debería, y Kendra se volvió hacia Amoke.
               -No es ésa la información que nos han transmitido, ¿eh, Momo?
               -¡Amoke!-protesté, volviéndome hacia ella-. ¿Cómo has podido, tía? ¡Te dije que…!
               -¡Lo siento! Tenía que convencerlas de que no te había pasado nada raro. Reconoce que te has portado un poco mal esta noche, eso de largarte así del sofá, de ni siquiera mirar la tele… Creían que te habías vuelto una agente secreta o algo así y llegabas tarde a una misión confidencial, pero simplemente estás pillada.
               -No estoy pillada-bufé.
               -¿Que no qué? Cariño, todo el mundo está pillado de Alec Whitelaw. ¿Has visto qué cara tiene?-Taïssa me arrebató el rímel del neceser y se inclinó hacia delante para alargarse las pestañas.
               -¿En algún momento vamos a comentar sus manos?-quiso saber Amoke-. Porque no me importaría que me diera unos azotes.
               -Si os dijera lo que me interesa a mí de Alec, probablemente fuera a la cárcel-rió Kendra, y Taïssa y Amoke llenaron el baño con sus carcajadas, pero a mí no me hizo ni puñetera gracia el dichoso comentario. La fulminé con la mirada y le di un empujón con la cadera con el pretexto de apartarla para terminar de hacerme la raya. Perfecta, me dije, sonriendo con orgullo al ver que me la había hecho igual que en el otro ojo (la suerte se ponía de mi lado por fin) y que Kendra se llevaba una mano a la cintura, acusando mi golpe.
               -Vaya, vaya, ¡parece que alguien no quiere que hablemos de los atributos de su chico! Cuenta, Saab, ¿dónde habéis quedado?
               -En ningún sitio, qué pesadas. Simplemente me dijo que estaría por ahí, y yo, pues… le dije que yo también estaría por ahí.
               -¿Dónde es por ahí?-atacó Taïssa-. ¿Es un mensaje en clave?
               -No es un…
               -¡Por supuesto que sí, Taïs! Significa: estate al loro, nena, que te empotro en cuanto pueda-intervino Kendra.
               -Ya quisiera Alec empotrarme-protesté, sacando el pintalabios líquido y pasándome el aplicador por la boca-. Ya le gustaría.
               -¿Y a ti no?-Amoke alzó una ceja y yo la fulminé con la mirada.
               -Tú cállate, que me tienes contenta hoy.
               -Chica, tranquila. Encima que por fin te emparejas de nuevo, y encima con Alec, ¡habrá que compartir la noticia, ¿no?!
               -No estamos emparejados.
               -Bueno, emparejados, liados, ¿qué más da?
               -Tampoco estamos liados. Es sólo sexo-dije, dándome unos toquecitos en el labio con la punta del dedo para eliminar el exceso de maquillaje. Lista.
               -Pero si esta semana has dormido, ¿qué? ¿Dos horas? ¿Dos y media? Y sólo por mandarte mensajes con él.
               -Me hace gracia-me apoyé en el lavamanos y me enfrenté a sus miradas-, eso es todo. No significa que nos vayamos a casar, ni nada. No me gusta en ese sentido.
               -A ver, a mí tampoco me gustaría casarme con él, principalmente porque fijo que te pone unos cuernos en la luna de miel… pero lo cortés no quita lo valiente.
               -Pero, ¿qué dices, Kendra? Tú eres tonta, niña. Si ni siquiera le conoces, ¿qué sabes tú de lo que va haciendo por ahí? Para tu información, es muy fiel.
               Kendra torció la boca en una sonrisa.
               -Jamás habría creído que viviría lo suficiente para verte defender a Alec.
               -No le estoy defendiendo, pero es que, si dices cosas que no son verdad…
               -Venga, nena, admite que te mueres por él y ya está-Taïssa me guiñó un ojo en el espejo-. Que no pasa nada, que lo haría cualquiera, con lo guapo que es…
               -No.
               -No, ¿qué?-Amoke se cruzó de brazos.
               -No me muero por él.
               -¿Discúlpame? Si casi me arrancas los ojos cuando te dije que no nos apetecía…
               -Me gusta estar con él, y enrollarme con él, pero no me muero por él. Es muy… muy…-me solté del lavamanos y apreté los puños. Le tenía delante, le tenía frente a mí, podía oler su colonia y respirar su aliento.
               Tenía que tener algo malo.
               -Muy, ¿qué?
               -Pues…
               Lo que fuera. Sabrae, le odiaste toda tu vida, ¿qué tenía de malo?
               -Estamos esperando-canturreó Taïssa.
               Sólo podía pensar en lo bien que besaba. En lo bien que abrazaba, lo bien que follaba, lo suaves que tenía las manos y lo segura que me sentía cuando le tenía cerca. En cómo todo mi cuerpo reaccionaba a su presencia.
               -Es muy…
               Cómo me había saboreado. Cómo me había besado. Cómo había tenido la mente fría, a pesar de la situación tan caliente, de poner mi placer por delante del suyo para así desbloquear el placer compartido de los dos.
               -Tic, tac, tic, tac-pinchó Kendra.
               Di algo, Sabrae, di algo. Lo que sea. Cualquier cosa. Piensa en algo suyo y hazlo malo.
               Su sonrisa. Sus ojos. Su pelo. Su boca. Su mandíbula. Su mirada. Su cuello. Sus hombros. Sus manos. Su pecho. Sus abdominales. Sus caderas. Sus piernas. Su sexo. Su carácter. Su chulería. Su carisma. Su incapacidad de permanecer callado. Su actitud de perdonavidas. Su tozudez. Su habilidad para siempre tener una contestación ingeniosa que darme.
               Su lengua. En la tuya. En tu cuello. En tus pechos. Entre tus muslos.
               Sus ojos. En los tuyos. En tu desnudez. Entre tus piernas. En la pista de baile, brillando como los de un lobo que se acerca a su presa en la noche.
               Sus manos. En tu mentón. En tu busto. En tu vientre. En el punto donde más lo necesitas.
               Su sexo. Atrapado en sus pantalones y rozándote el vientre mientras os besáis al bailar. La promesa de lo que está por venir, el anticipo de esos gritos que vas a convertir en su nombre. Liberado, como el billete de ida y vuelta las veces que tú quieras a las estrellas, como si fuera un pase VIP en el parque de atracciones. Dentro de ti, demasiado grande, y a la vez deliciosamente hecho a tu medida, poderoso y tierno, duro y sensual, consagrando vuestra unión, la muestra de que él está ahí y tú estáis ahí y los dos estáis ahí y estáis a la misma altura, vuestros ojos se conectan, vuestras bocas saben al otro, ya no hay esos centímetros que os separan, y todo lo que había de diferencia entre vosotros ahora lo hay de equidad…
               -Alto-solté, y las tres se quedaron calladas, mirándome.
               -Que es tan, ¿qué?
               -Alto-dije con boca pequeña, dándome cuenta de que era sospechoso que hubiera tardado tanto en encontrarle un defecto a Alec…
               ¡Al puñetero Alec Whitelaw! ¡Yo! ¡Sabrae Malik, incapaz de soltar a bocajarro y de carrerilla la larguísima lista de defectos de Alec Whitelaw!
               ¿Qué me está pasando?
               -¿Y guapo como el demonio?-quiso saber Amoke, y yo me la quedé mirando, estupefacta. Me sonrojé un poco más. Iba a explotar, si seguía en este plan. Kendra y Taïssa se miraron, y luego, se acercaron a mí.
               -Es tan malo…-tonteó Taïssa, y Kendra me puso contra la pared y pegó la cara a la mía.
               -Y lo hace tan bien…-gimió cerca de mi boca.
               -Puedo ver el final-Amoke apartó a Kendra de en medio y me acarició el hombro y el mentón, se paseó por mi mandíbula hasta llegar a mi boca-, mientras empieza…-me pasó el pulgar por los labios, y yo pensé que me besaría… ya lo había hecho más veces, precisamente después de tocarme así…- mi última condición es…-Amoke se inclinó hacia mí, y luego, las tres empezaron a chillar a la vez:
               -¡Dime que me recordarás, de pie con un buen vestido, mirando el crepúsculo, cariño! ¡Labios rojos y mejillas sonrosadas, dime que me verás de nuevo, aunque sea en tus SUEÑOS MÁS SALVAJES, AH-AH-AH!-bramaron, se llevaron una mano al pecho y se rieron cuando yo empecé a empujarlas, aturullada por la canción y por lo bien que casaba la letra de Taylor Swift con mi situación. Mezclaron aquellos extraños sonidos, mezcla entre gemido y estornudo, con sus risas, y yo las detesté.
               -Es la última noche que salgo con vosotras-les prometí, y ellas se llevaron una mano al pecho, fingiéndose ofendidas.
               -Con lo mucho que te queremos, que vamos a salir contigo para que no vayas sola a pesar de este día horrible…
               -¡Si os encanta ir de fiesta!-protesté.
               -Eso también-asintió Taïssa, y Amoke y Kendra rieron a coro conmigo.
               Nos metimos en la habitación de Kendra para cambiarnos de ropa, y tuve que soportar sus bromitas con respecto a lo que tenía pensado hacer con Alec estando en mi situación.
               -¿Acaso no puedo tener amigos?-inquirí, abriendo los brazos, y ellas se echaron a reír y negaron con la cabeza.
               -No creo que lo que te interese de Alec sea su amistad-se burló Amoke, y yo negué con la cabeza y fingí que no había oído lo que acababa de decirme. Especialmente, por lo que le había contado a ella que no les había contado a las demás. Amoke conocía mis dudas y mi preocupación, las ganas que le tenía al Alec nocturno y el miedo que me inspiraba el diurno. Me fascinaba y repudiaba a partes iguales; uno, porque lo estaba descubriendo; el otro, porque lo conocía como la palma de mi mano.
               -Amoke, chica, ¿no sabes que los follamigos son los nuevos novios?-soltó Taïssa, y Kendra se limpió una lágrima imaginaria de la comisura de los ojos de puro orgullo que le producía aquella intervención. Saqué mis botas de tacón ancho del fondo de mi mochila y estiré la ropa que tenía pensado llevar de fiesta sobre la cama.
               Taïssa lanzó un alarido.
               -¿Dónde te piensas que vas así?-preguntó, señalando con un dedo acusador la camiseta de tirantes negros y la camisa de cuadros escoceses verdes y amarillos que había elegido esa tarde, acompañada de unos vaqueros negros rotos. Me la quedé mirando.
               -Pues, no sé, ¿de fiesta?
               -Esa ropa es horrible-arguyó-. Te prohíbo que salgas de casa de Kendra un sábado vestida de esta manera. A no ser que sea después de una fiesta de pijamas.
               -¿Fijo que quieres enrollarte con Alec esta noche?-urgió Kendra-. Mira que te tiene que querer mucho para acercarse a ti con esas pintas…
               -¡Me apetece mucho salir a bailar, pero estoy hinchada como un puñetero pichón navideño, ¿vale?! Es lo único que me queda medianamente bien.
               -Eso te pasa por comprar ropa tan ceñida.
               -Le gusta provocar.
               -Deja que se ponga lo que quiera, Kendra.
               -Vale, Momo, pero yo sólo lo digo. Que si se compra ropa ceñida, no es precisamente porque la encuentre cómoda.
               -No me veía bien con lo que me probé, y ya está-traté de zanjar la conversación estirando los pantalones y empezando a desabrocharme los que llevaba puestos, pero Amoke me paró los pies.
               -Pues, chica, yo te veo guapísima. Es más, creo que cuando tenemos la regla estamos incluso más guapas. Salvo por los granos, pero a ti no te salen. Serás perra. En fin-sacudió la cabeza y se inclinó hacia el armario de Kendra, empezó a pasar jerseys y chasqueó la lengua, insatisfecha-. Nada, que parece que lo tengo que hacer todo yo-suspiró, trágicamente-. ¿Taïs? ¿Puedes echarnos un cable?
               Taïssa asintió con la cabeza, abrió su mochila y extendió sobre la cama un jersey fino de un escandaloso tono granate y escote generoso, adornado con unos cordones hechos para que no se te salieran las tetas. Extendió ante sí unos leggings de cuero y se lo mostró a Amoke y Kendra, que asintieron con aprobación.
               -No me caben-dije.
               -Son elásticos-respondió Taïssa.
               -Y muy cómodos-añadió Amoke, pasando una mano en una caricia lasciva por encima de la prenda-. Ya sabes que Taïs los saca del armario cuando tiene pensado bailar toda la noche.
               Los cogí a regañadientes, pero miré con desconfianza el jersey. Lo señalé.
               -No puedo ponerme eso.
               -¿Por qué no?
               -Pues porque se me va a ver todo.
               -¿Y? Aprovecha que tienes las tetas más grandes, hija. Esa delantera hay que lucirla.
               -Sois increíbles-me eché a reír y acepté la prenda.
               -Los hombres son animales muy visuales, nena-Kendra me masajeó los hombros cuando me acerqué al espejo para hacerme una idea de cómo me quedaría la prenda. La visualicé sobre mí, y procuré apartar de mi cabeza la imagen de Alec deshaciéndome los nudos del escote, colocado detrás de mí, y mirándome a los ojos mientras acariciaba mi piel por debajo de la ropa.
               Me mordí el labio inconscientemente, sintiendo un calor por mi interior que nada tenía que ver con las salsas picantes de la cena.
               -Hay que dejarles ver el género antes de que se lo lleven.
               -Alec ya conoce el género-respondí, pícara, girándome sobre mis talones, plantándole un beso en la mejilla y guiñándole un ojo.
               -Cómo te gusta hacerte de rogar, ¿eh?
               -Me gusta más que os muráis de envidia, la verdad-les saqué la lengua y me peleé con los leggings de Taïssa mientras ellas se vestían; Kendra le prestó ropa a Taïssa y se hizo un top anudando una camisa en su cuello. Me miré en el espejo y me pasé una mano por los muslos-. No sé si…
               Amoke me puso un dedo en los labios.
               -Como digas algo diferente a “parezco una reina o una diosa con estos leggings puestos”, te prometo que te mato.
               -¿Estás cómoda?-preguntó Taïssa.
               -Sí, pero no me gusta las piernas que me hacen-solté un suspiro-. Las tengo gordísimas.
               -Así Alec tiene más dónde agarrarse.
               -¡AMOKE!-grité, y todas se echaron a reír.
               Me calcé los botines de plataforma y me atusé el pelo una última vez. Mis amigas, divertidas, observaron cómo terminaba de adecentarme y me volvía hacia ellas.
               -Vamos a por tu hombre-me dijeron.
               -Alec no es mi hombre-repliqué, fingiéndome molesta, y puse los ojos en blanco para dejarles bien clarito quién mandaba. No iban a ser ellas, desde luego. Sólo yo podía decidir qué etiqueta le ponía a Alec.
               Aunque confieso que no me molestaba del todo pensar en él como “mi hombre”.
               Todo a pesar de que no fuera mío, ni una pizquita nada más. Pero no podría importarme menos.
               ¿Segura? Se regodeó mi conciencia, asegurándose de mostrarme una selección de las mejores imágenes de Alec cuando estaba conmigo, o cuando estaba solo, nada consciente de su cuerpo o perfectamente consciente de él. Le habían hecho para que no pudieras dejar de admirarlo, era la tentación hecha persona.
               Me había pasado la semana entera pensando en él, en lo que haríamos. Y, aunque no pudiéramos llegar hasta el final como me hubiera gustado, sabía que me conformaría con oler su colonia y escuchar su voz, notar su mirada lasciva recorriéndome de arriba abajo, convirtiéndome en la persona más deseable del mundo.
               Me convertía justo en todo lo contrario que yo era, me hacía sentir bien, incluso cuando no estábamos juntos y sólo tenía de él un par de palabras que aparecían en la pantalla de mi teléfono como las setas de otoño. Así que no era ninguna sorpresa que me pusiera nerviosa yendo en dirección a la discoteca.
               Las chicas tuvieron la delicadeza de saltarse nuestra ruta semanal y de llevarme directamente hacia el sitio donde se suponía que iba a encontrarme “de casualidad” con Alec. Pasamos por delante de las puertas de los locales en los que solíamos entrar, con bebida más barata y música un poco peor, para emborracharnos lo suficiente como para que ya no nos importara mezclarnos con los de último curso. Me gustaba la discoteca de la familia de Jordan, y a la vez no me apetecía nada entrar allí. Me sentía muy niña cada vez que atravesábamos la puerta y todas las chicas rozando la mayoría de edad nos examinaban como si fuéramos las preguntas de Selectividad, escaneando cada milímetro de nuestros cuerpos más jóvenes e inexpertos y sacando defectos que sólo se corregían con la edad.
               Todas esas inseguridades se contrarrestaban, claro, cuando mi hermano estaba allí. La mera presencia de Scott me hacía sentir segura, me hacía creer que nadie se metería conmigo, aunque sólo fuera por deferencia a nuestro Señor y Salvador, Scott Malik.
               Y, si Scott podía hacer que me sintiera a gusto en aquel lugar, Alec conseguía que me encantara estar entre aquellas paredes, en las entrañas de la calle por donde se salía, varios metros bajo tierra, en aquella especie de circo romano lleno de luces de colores y música atronadora, de la que más me gustaba a mí bailar. La barra era un espectáculo de baile protagonizado por vasos de chupito y botellas con líquidos de colores, un incansable teatro improvisado.
               La puerta a un lado, escondida entre altavoces, donde nos mezclábamos…
               Procuré no pensar en ello, aunque me traicioné a mí misma mirándola de reojo. Por suerte, ninguna de las chicas vio cómo me sonrojé, demasiado ocupadas como estaban en sortear a la gente y hacerse con un hueco. No encontramos ningún sofá vacío, y comprobé con el corazón en un puño que el sofá que siempre ocupaban Scott, Tommy y compañía, con Alec siempre despatarrado sobre él si no estaba bailando, estaba ocupado por gente a la que yo no conocía.
               Me mordí el labio y me giré en todas direcciones, diciendo que era perfectamente normal que el sofá no estuviera tomado por sus dueños legítimos. Estarían bailando; a fin de cuentas, eran menos. Scott seguía castigado y Tommy no iba a salir sin él. Así que Diana también se quedaría en casa.
               Max, uno del grupo, siempre estaba con su novia y rara vez se sentaba con los demás. Supongo que Logan estaría por ahí, hablando con alguien. No se iba a quedar solo sentado mientras Alec y las gemelas bailaban, ¿no?
               Miré en dirección a la barra. Jordan estaba tras ella, asintiendo con la cabeza a los pedidos de la gente que se le acercaba, sirviendo rápido bebidas y cobrando más rápido aún. Recogía billetes de libra y soltaba el cambio en peniques a una velocidad de vértigo.
               Si Jordan estaba allí, Alec también tendría que estar.
               Me puse inútilmente de puntillas, como si eso fuera a aumentar mi estatura subida a unos tacones, y traté de escudriñar las caras por encima de los hombros de la gente. No conseguía ver más allá de la barrera de personas que tenía delante, era como si estuviera en un laberinto que me llegaba justo a la altura de la cabeza. No era capaz de distinguir más allá. Y el hecho de que la gente a mi alrededor no parara de moverse tampoco es que ayudara en exceso.
               Yo lo sabía. En el fondo, lo sabía. Él no estaba allí. No notaba ese chisporroteo que había ido sintiendo en mi interior cuando él se me acercaba o estábamos en la misma habitación. No había las mariposas en mi estómago, golpeando violentamente sus paredes, cuando él y yo coincidíamos en el patio o en los pasillos del instituto.
               Tragué saliva, conteniendo las ganas de llorar.
               Habíamos tardado demasiado. Era demasiado tarde. Se habría cansado de esperarme y se habría ido. Mi brújula no me engañaba nunca; él no estaba allí.
               Probablemente ni siquiera estuviera en esa calle. Puede que se hubiera ido al centro, donde las fiestas eran más salvajes, y las faldas de las chicas, más cortas; justo como a él le gustaban.
               Parpadeé deprisa, como si con el viento de mis pestañas fuera a hacer volar la imagen que mi cabeza ya se había formado de él, sosteniendo a alguna chica delgada y alta y mejor maquillada que no por los muslos, besándola hasta hacerle perder la razón, gimiendo su nombre mientras entraba y salía de su interior y ella le arañaba la espalda. Sin acordarse de mí.
               Sin siquiera echarme de menos.
               Sin pensar en la semana que habíamos pasado hablando, en la que yo apenas había dormido, sólo por poder mandarle un mensaje más, sólo uno más, antes de que él se durmiera o no supiera cómo continuar la conversación.
               Amoke, que había estado observando mi expresión durante mi búsqueda, me cogió de la mano y me hizo mirarla. El contacto me reconfortó un poco. No todo lo que me habría gustado, pero sí lo suficiente como para aflojar un poco el nudo de mi garganta y permitirme hablar.
               -Demos una vuelta-dijo, y Kendra y Taïssa la miraron-. Aquí no se oye bien-fue la excusa que eligió, y las chicas no dijeron nada. Asintieron con la cabeza y se escurrieron por entre los cuerpos, empujando y sosteniendo y deteniéndose y embistiendo cuando era necesario, abriéndonos paso a mí y a Amoke como un bulldozer en la jungla. Amoke no me soltó la mano en ningún momento, y no se quejó ni una sola vez de las que la pisé por ir mirando por encima de las cabezas, en busca de alguien que yo sabía que no estaba allí. Así es la desesperación. Necesitas aferrarte a algo a toda costa. No importa que estés a un kilómetro de la superficie del mar: arañarás el agua a tu alrededor con la esperanza de encontrar una madera que te ayude a salir a fuerte y poder respirar.
               Dimos dos vueltas. Y ni rastro de él. Estaba destrozada por dentro, en una espiral de sensaciones que amenazaba con tragarme entera. Me sentía molesta por haber tardado en venir, triste porque él no me hubiera esperado, estúpida por creer que lo haría, y mareada por la música y mi propio desastre emocional.
               ¿Por qué fui tan tozuda y no acepté quedarme en casa? Aun en el caso de que estuviera allí, fijo que Alec se largaría pitando en cuanto descubriera que a mi útero le había parecido que ésta era una buena noche para comenzar su proceso de autodestrucción mensual.
               -No está aquí-gruñí, molesta, zafándome de la mano de Amoke y haciendo que el tren casero que habíamos hecho se detuviera y se girara hacia mí. Amoke se volvió hacia la barra; allí, ajeno a todo, Jordan continuaba atendiendo a su cada vez más numerosa clientela. Que no parase de entrar gente me molestó.
               Cuando en un lugar falta la persona a la que tú has ido a ver, la multitud que no te interesa llega a resultar incluso ofensiva.
               -Es tarde-expliqué a modo de disculpa, y me enfadé conmigo misma por dos cosas:
               La primera, por excusar a un capullo de manual como Alec.
               Y la segunda, por pillarme por un capullo de manual como Alec, dejar que me influyera tanto lo que hacía o dejara de hacer.
               Lo único que te gusta de él es su polla y lo bien que sabe usarla.
               Tomé aire y lo solté, furiosa, mis hombros temblando de ira.
               Bueno, y su lengua.
               Y sus manos.
               Y su boca.
               Y, joder, esos brazos…
               No estás ayudando, me recriminé a mí misma, frunciendo el ceño.
               -Pues si no ha querido esperarte, es que es un gilipollas que no te merece, Saab-me confió Taïssa, y yo asentí con la cabeza. Kendra me tocó el hombro.
               -¿Y si le preguntamos a Jordan? Quizá esté en… no sé. El baño, o algo así.
               -¿Haciendo qué?-casi ladré. Lo único que me faltaba era que mi intuición me fallara y Alec estuviera aquí, follándose a otra a metros de mí.
               -Por preguntar-me calmó Amoke, o al menos, lo intentó-, no perdemos nada.
               -Paso-chasqueé la lengua y me toqueteé las trenzas, cada vez más y más molesta. Si lo tuviera delante, le pegaría una bofetada.
               -¿Por qué? Venga, Saab, que igual…
               -Va a pensar que soy una patética.
               -Tía-protestó Amoke, harta de mi berrinche-, te has pasado literalmente toda la semana hablando con su mejor amigo. Déjalo estar. Vamos, y le preguntamos, y listo. Creerá que lo hacemos por educación.
               -Quien va a pensarlo es Alec, no Jordan. Es un puto egocéntrico de mierda-espeté, cruzándome de brazos. Las chicas alzaron las cejas a la vez. Casi podía leer sus pensamientos, rebotando en cabezas diferentes.
               Para ser un puto egocéntrico de mierda, bien que tenemos que ir cuidado de no resbalarnos con tus babas por él.
               -Qué orgullosa eres, joder-estalló Amoke, agarrándome de la muñeca de muy malos modos y tirando de mí en dirección a la barra-. Y luego te quejas de que tu hermano sea un chulo.
               -Es que Scott es un chulo de mil pares de cojones.
               -Puede permitírselo; es idéntico a Zayn-razonó Taïssa.
               -Yo me lo tiraba-espetó Kendra.
               -¿A que te parto la cara?-ladré, y Kendra se echó a reír-. ¡Soltadme! ¡Dejadme en paz! ¡Como le digáis algo a Jordan, os mato!
               -¿Te quieres callar, so loca? Vamos a por algo de beber-prácticamente me rugió Amoke, y me podría haber dado una bofetada. Me la merecía, la verdad. Una cosa era que me enfadara con Alec, por ser él un gilipollas y yo una ingenua, y otra que la pagara con mis amigas. A regañadientes, dejé de forcejear y acepté que me arrastraran hasta la barra.
               Nos tocó esperar un ratito antes de que Jordan por fin se dignara atendernos. Genial, primero uno, y ahora el otro, pensé, apoyando el codo en la barra y lamentándolo al segundo: estaba pegajosa.
               -Chicas-saludó Jordan, asintió con la cabeza en nuestra dirección y sus ojos saltaron por nuestros rostros. Se detuvo en el mío, el primero y último que visitó. Fingí no conocerle, o que no me había visto entrar en la pequeña sala donde follé varias veces con su mejor amigo-. ¿Qué os pongo?
               -Chupitos-pidió Kendra, como siempre más lanzada que las demás.
               -¿Para todas?-quiso saber Jordan, colocando cuatro vasos sobre la barra en perfecta alineación. Asentimos-. ¿Sabor?
               -Cereza-dijo Taïssa, y Amoke asintió.
               -Yo manzana-murmuré.
               -Yo lima-puntualizó Kendra, y Jordan asintió. Nos llenó los vasos y esperó con impaciencia a que los termináramos:
               -Son seis libras con…
               -Paga Alec-sentencié, agarrando a Taïssa del hombro y dándole la vuelta para que se alejara de la barra. Kendra y Amoke rieron por lo bajo.
               -¿Te ha dicho eso él?-ladró Jordan por encima de mi hombro, y no le hice caso. ¿Qué más daba lo que me hubiera dicho? Que fuera a pedirle la pasta a él, y listo. Bastante había hecho como para encima no intentar compensármelo.
               -Eres rencorosa, ¿eh?-rió Kendra, y yo me encogí de hombros.
               -Hay que arriesgar un poco en la vida-contesté, guiñándole un ojo. Balanceé la cabeza de un lado a otro al ritmo de la música y levanté los brazos, dejándome llevar. Me perdí en los acordes mientras las chicas me miraban, divertidas por mi actitud. Al poco rato, cuando cambió la canción, se unieron a mí y se pusieron a saltar y dar brincos.
               -Le voy a bloquear-anuncié, sacando el móvil de mi bolso, dispuesta a dejarle a Alec bien clarito quién mandaba de los dos. Alerta de spoiler: no era él.
               Amoke, sin embargo, me cogió el teléfono.
               -Quieta, chica, que el que no lo soportes no significa que no os podáis enrollar.
               -De ése no quiero ni agua-bufé, negando con la cabeza y saltando y gritando la letra de la canción. Kendra bailaba muy pegada a un chico que se había acercado a nosotras y al que había correspondido con un intenso baile de caderas, y ahora estaba un poco más alejada de nosotras. Me eché a reír viendo cómo el chico le metía mano y ella se dejaba, y me uní al coro de gritos de Amoke y Taïssa ante los movimientos sensuales de ella.
               -Hoy la que triunfa es ella.
               -A ver si es que Alec le espantaba los pretendientes…
               -Ni nombrarlo-alcé las manos y me aparté las trenzas de los hombros-, que me lo quiero pasar bien.
               -¿Y no te lo pasarías mejor con él?
               -Puede ser, pero, ¿de qué sirve planteárselo? No está aquí-contesté, saltando sobre mí misma y riéndome a carcajadas al pensar en lo divertido que sería que él me viera bailando con un chico. Fijo que se ponía muy celoso y que, a partir de entonces, se pensaría mucho lo de irse sin esperarme.
               -¿Estás segura?-me pinchó Amoke, y yo detuve mi baile frenético y me la quedé mirando. Fruncí el ceño, sin comprender. ¿A qué se debía su sonrisita de suficiencia? Parecía que estuviera punto de demostrar una tesis científica que le había llevado años desarrollar.
               Sus ojos se levantaron un poco de mi cara, como si otra cosa más interesante hubiera captado su atención.
               Se me cayó el alma a los pies. Puede que mi intuición me fallara, puede que, después de todo, él hubiera venido y estuviera detrás de mí…
               Sentí un toquecito en el hombro y me volví rápidamente, a una velocidad pasmosa. Demasiado deprisa para conservar mi amor propio.
               No olía a él, no se sentía como él, pero yo estaba tan desesperada por su atención que me daba igual que mis sentidos estuvieran nublados. Ya lidiaría con ellos más tarde: de momento, lo único que quería era ver sus ojos y disfrutar con las líneas de su boca, fantasear de nuevo con el sabor de sus labios un segundo antes de probarlo de verdad.
               Pero, cuando me giré, no me encontré con Alec, su cabello ensortijado de un tono chocolate con tintes de frambuesa, arándanos o plátano (dependiendo del foco) ni las líneas de su cara que me invitaban a pasar un dedo por ella.
               Sino con las trenzas de Taïssa.
               -¡Qué cara me ha puesto!-chilló una carcajada y yo deseé darle un bofetón. La empujé mientras ella y Amoke se reían, dobladas sobre el vientre y negando con la cabeza.
               -¡¿Sois gilipollas?! ¡Ni puta gracia tiene!
               Pero sí que la tenía, para ellas. La suficiente, al menos, como para aburrirme la noche a base de darme toquecitos en el hombro y reírse de mí cuando me volvía dispuesta a matarlas, porque sabía que eran ellas.
               -La próxima vez, os suelto una hostia-les prometí, muy seria, y ellas siguieron partiéndose de risa. Me giré y les di la espalda y seguí agitando las caderas, intentando concentrarme en la música y en la endorfina que se suponía que debía generar el baile.
               Mi amenaza surtió efecto, porque pasaron varias canciones sin que ellas me molestaran. Sólo estábamos la voz del cantante, el sonido rasgado de los instrumentos, las luces, y la vibración de los altavoces reverberando en mi caja torácica. Cerré los ojos y me dejé llevar, disfrutando por fin, abrazándome al alcohol que me corría en sangre y a la euforia de la música, olvidándome de todo: de Alec, de lo mucho que me dolía la tripa, de lo incómoda que era mi ropa ahora que estaba un poco más hinchada de tanto bailar, de lo que me dolían los pies y de lo cansada que estaba por la falta de sueño. Sólo quería divertirme, seguir así de tranquila, a gusto con la vida y en paz dentro de mi cuerpo. Me sentía en casa estando fuera, una dulce sensación de plenitud…
               … hasta que la hija de puta de Amoke volvió a sacarme de mi burbuja dándome dos toques en el hombro.
               Ni siquiera lo pensé: me giré a la velocidad del rayo y estiré la mano para darle un guantazo en plena cara. Todo mi cuerpo respondió con la eficiencia del atleta, los músculos tenían conciencia propia y sabían qué hacer.
               Mi golpe fue certero, el mejor que habría dado en mi vida, presa tanto de la rabia por haber perdido de nuevo mi oasis personal como de la furia que me producía que mis amigas se lo pasaran bien a mi cosa.
               O lo habría sido, si la persona a la que pretendía golpear fuera Amoke.
               No era Amoke.
               Era alguien más alto. Con unos reflejos mejores incluso que los míos (lo cual ya es decir).
               Así que mi tortazo magistral se quedó solo en aborto de arañazo, porque aproximadamente donde Amoke tenía la cara, Alec tenía el pecho.
               Y, cuando Amoke habría tardado un segundo en reaccionar, Alec sólo necesitó una décima.
               Me agarró con eficiencia de la muñeca y detuvo mi mano antes de que mis dedos llegaran a su esternón, y mientras tanto se inclinó hacia atrás con una agilidad que me dejó pasmada.
               -Guau-comentó, y me enfadé muchísimo con él porque aquella puñetera palabra hizo que se me pasara todo el rencor que le había ido cogiendo a lo largo de la noche-. La gatita tiene garras.







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5 comentarios:

  1. BUENO Y LO DEJAS ASÍ, PARA MATARTE TÍA.
    Sabrae pillada y celosa me da la vida, eso sí, las amigas más hojas de puta y no nacen. Yo ya les habria dado la hostia Hulio.
    Estoy deseando el siguiente capituca socorro.

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    Respuestas
    1. HAY QUE MANTENER LA TENSIÓN CHICA SI NO NO VOLVÉIS Y NO ME PUEDO PERMITIR PERDER LECTORAS
      Dios Sabrae y las amigas van a ser el descubrimiento de esta novela ya veréis, especialmente Momo

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  2. Ahora mismo te estoy enviando una denuncia por haber acabao asi el capitulo.

    -Patri

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  3. "Porque esa idea de que las mujeres podemos cambiar a los hombres está arraigada en nuestra sociedad patriarcal. Y si te la crees, puede llegar a matarte." TE QUIERO SAAB
    No me esperaba a las amigas de Sabrae tan cabronas estaba entre descojonandome y deseando que Sabrae les diera la hostia


    "Su lengua. En la tuya. En tu cuello. En tus pechos. Entre tus muslos
    Sus ojos. En los tuyos. En tu desnudez. Entre tus piernas. En la pista de baile, brillando como los de un lobo que se acerca a su presa en la noche.
    Sus manos. En tu mentón. En tu busto. En tu vientre. En el punto donde más lo necesitas." ❤

    - Ana

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