¡Muchísimas gracias por tu paciencia, flor! Volvemos al calendario de siempre ᵔᵕᵔ ❤
-Bueno-se burló Scott, arrastrando mucho la E mientras se
giraba y le dedicaba a su hermana una sonrisita llena de suficiencia que no me
habría importado borrarle de la cara de un tortazo-. ¿Qué se siente al tener
que esperar, por fin, por Alec?
-Ya creíamos que no venías-dijo Max, con el brazo alrededor de la cintura de Bella. Me alegraba que a alguien le fuera bien en su vida amorosa, aunque visto el tiempo que tenía él para disfrutar de su chica y el que yo tenía para disfrutar de la mía, por mucho que lo intentara no podía dejar de tener envidia.
-¿Y perderme la ocasión de ver a Diana en bikini otra vez? Max, Max, Max. Tantos años de amistad, y todavía no te has dado cuenta de quién soy-ronroneé, rodeándole los hombros a Sabrae con el brazo y atrayéndola hacia mí para besarle la cabeza. Ella me devolvió el beso en el pecho; sus labios ni siquiera rozaron mi piel. Lo cual me dolió, no te voy a engañar.
Aunque debo decir que no me sorprendía la distancia que nos separaba. Llevaba comportándose así desde el concierto, y una parte de mí, esa parte oscura de la que ella siempre había tratado de salvarme, estaba convencida de a qué se debía: podía perdonarme cuando la miraba a los ojos, ya que era su punto débil… pero no cuando mi carisma la embriagaba de tal forma que sus sentidos se embotaban y no escuchaba las señales de alarma.
-Nuestro amor soporta cinco minutos de retraso-le respondió Sabrae a Scott, acariciándome el pecho de una forma superficial. Respuesta incorrecta, nena. La quería desesperada. La quería ansiosa. Quería que quisiera aprovechar cada puto segundo juntos, y que cada minuto que me retrasara le pareciera una ofensa cuyo perdón yo tendría que trabajarme a pico y pala.
No quería que me perdonara. Quería que me obligara a ponerme de rodillas y me hiciera demostrarle lo mucho que me importaba.
Porque sus torturas significarían que yo también le importaba a ella.
-¿Seguro?-espetó Scott, a quien me apeteció meterle los dientes en la parte trasera del cráneo de una patada-. Porque, si no recuerdo mal, hace unos días te volvías completamente loca si mamá pillaba demasiados semáforos en rojo de la que volvíamos de comprar.
-Lo he hecho por ti, S. Me encanta ponerte nervioso y que me reclames por hacerte esperar-repliqué. Puede que Saab y yo no estuviéramos en nuestro mejor momento, pero si había algo que los dos teníamos claro es que nos guardábamos las espaldas. Ver a Scott meterse con Sabrae había sido divertido durante esos años de absoluta estupidez por mi parte en la que había sido poco más que la hermana petarda de uno de mis mejores amigos, pero todo había cambiado cuando había probado sus labios por primera vez, y ahora… ahora todavía seguía probando sus labios. Poco, pero lo seguía haciendo.
Lo nuestro se había enfriado muchísimo desde aquella estúpida petición que le hice durante el concierto. La fiesta había sido esa especie de extraña calma que precede a una movida de las gordas, como cuando el cielo se oscurece y se avecina una tormenta. Solo que la tormenta no había sido la que yo me esperaba. En lugar de explotar cuando me acerqué a ella, ya en la intimidad de su habitación, me había asolado una brisa. En vez de a mi chica volcán, capaz de crear y destruir continentes enteros, sólo me había encontrado con una cáscara vacía. Yo no había sabido cómo reaccionar. Creí que con mi cuerpo podría consolarla, pero cuando me había dicho que no le apetecía esa noche, una mezquina parte de mí se había alegrado. Y eso me había acojonado muchísimo.
Sabrae era la última persona que yo creí que podría decepcionarme, y con aquel distanciamiento era exactamente lo que estaba consiguiendo.
Imagínate cuando la escuché empezar a llorar en medio de la noche. Débil como era, no había sabido hacer otra cosa que estrecharla contra mis brazos, darle un beso en el hombro y apretarla contra mí. Puede que no quisiera mis palabras, o que fuera mejor que me las guardara; bien sabía Dios que mi maldita lengua indómita era lo que nos había metido en este lío, pero…
… ¿por qué había decidido dejar de llevarme la contraria justo entonces? ¿Era alivio lo que había en sus lágrimas porque no le había hecho pedirme que me fuera? Los dos sabíamos que aquello iba a ser bueno para mí, y Sabrae no querría interponerse jamás entre lo que consideraba bueno y que me haría crecer.
Pero, ¿y si yo no quería crecer? ¿Y si me apetecía más quedarme en casa? ¿Y si me parecía suficiente con mi estatura? Ya era lo bastante alto para ella, y, para serte sincero, dudaba que ella fuera a crecer más (claro que, si le dices que lo he dicho, yo lo negaré hasta el día de mi muerte), así que, ¿qué me reportaba crecer si lo iba a hacer lejos de ella?
Claro que me sentía una mierda también por estar de nuevo enclaustrándome en mi zona de confort, justo lo que ella y Claire me habían dicho que era uno de mis mayores defectos. Incluso cuando no me hacía nada bien, yo seguía aferrado a los viejos hábitos. Los viejos hábitos en cuestión: comerme la puta cabeza y hacerme unas pajas mentales que ya quisiera Scott en su último año de carrera.
¿Por qué sería malo crecer y tener un sitio más alto desde el que enseñarle el mundo a Sabrae? ¿Y por qué cojones no quería crecer si no era con ella? ¿Acaso no era eso egoísta? ¿No me convertía eso en un mal novio? Debería sacrificar cosas por nuestro bien estar. Debería querer ser mejor persona para ella. ¿Por qué no podía ver el voluntariado como la oportunidad que todo el mundo me decía que era, yo incluido cuando hablé con Tommy, desde el momento en que vi que sus ojos se apagaban cuando yo le dije que mi marcha era definitiva y ella no luchaba por mí?
Fácil, escuché la voz de Claire en mi cabeza. Mi conciencia se manifestaba ahora tomando dos identidades distintas pero con una misma orientación, como si la verdad tuviera dos caras: la de mi novia, y la de mi psicóloga. Últimamente, era Claire la que más me hacía avanzar en este extraño mundo que era el crecimiento personal. Porque estás enamorado de ella, pero tu autoestima no lo está de ti.
Así que allí estuve yo, abrazando a mi chica, mi novia, mi compañera, mi amor, mientras lloraba, incapaz de pronunciar siquiera dos palabras. Fallándole como tenía por costumbre.
No habíamos hecho nada al día siguiente. Sabrae estaba ojerosa y visiblemente agotada, y una así sacó fuerzas de donde no las tenía para forzarse a sonreírme y darme un beso de buenos días. Se inclinó a mirar el videomensaje del amanecer de rigor y una chispa débil iluminó sus ojos. Fue lo que yo necesité para tratar de arrancarla de las garras de su tristeza, pero igual que mis demonios se habían incrustado muy profundo en mí, a ella la sujetaban con fuerza.
A media tarde se me había hecho insoportable, porque esa desesperación se había convertido en un sentimiento oscuro que yo conocía muy bien: rencor. Y no podía tenerle eso a Sabrae.
Así que me había plantado en la consulta de Claire y me había dedicado a desgranar en el diván todo lo que había pasado la noche anterior, desde el polvo que habíamos echado hasta la fatídica metedura de pata en Ready to run, pasando por el microsegundo de homenaje que me había dedicado delante de todo el mundo en el vídeo de Story of my life o cuando me había dedicado 18.
-Estoy siendo un cabrón desconsiderado con ella, ¿verdad?-le había preguntado a Claire, y ella había continuado escribiendo en su libreta aparentando neutralidad.
-Sería una psicóloga pésima si empezara a juzgarte ahora, Alec.
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-Ya creíamos que no venías-dijo Max, con el brazo alrededor de la cintura de Bella. Me alegraba que a alguien le fuera bien en su vida amorosa, aunque visto el tiempo que tenía él para disfrutar de su chica y el que yo tenía para disfrutar de la mía, por mucho que lo intentara no podía dejar de tener envidia.
-¿Y perderme la ocasión de ver a Diana en bikini otra vez? Max, Max, Max. Tantos años de amistad, y todavía no te has dado cuenta de quién soy-ronroneé, rodeándole los hombros a Sabrae con el brazo y atrayéndola hacia mí para besarle la cabeza. Ella me devolvió el beso en el pecho; sus labios ni siquiera rozaron mi piel. Lo cual me dolió, no te voy a engañar.
Aunque debo decir que no me sorprendía la distancia que nos separaba. Llevaba comportándose así desde el concierto, y una parte de mí, esa parte oscura de la que ella siempre había tratado de salvarme, estaba convencida de a qué se debía: podía perdonarme cuando la miraba a los ojos, ya que era su punto débil… pero no cuando mi carisma la embriagaba de tal forma que sus sentidos se embotaban y no escuchaba las señales de alarma.
-Nuestro amor soporta cinco minutos de retraso-le respondió Sabrae a Scott, acariciándome el pecho de una forma superficial. Respuesta incorrecta, nena. La quería desesperada. La quería ansiosa. Quería que quisiera aprovechar cada puto segundo juntos, y que cada minuto que me retrasara le pareciera una ofensa cuyo perdón yo tendría que trabajarme a pico y pala.
No quería que me perdonara. Quería que me obligara a ponerme de rodillas y me hiciera demostrarle lo mucho que me importaba.
Porque sus torturas significarían que yo también le importaba a ella.
-¿Seguro?-espetó Scott, a quien me apeteció meterle los dientes en la parte trasera del cráneo de una patada-. Porque, si no recuerdo mal, hace unos días te volvías completamente loca si mamá pillaba demasiados semáforos en rojo de la que volvíamos de comprar.
-Lo he hecho por ti, S. Me encanta ponerte nervioso y que me reclames por hacerte esperar-repliqué. Puede que Saab y yo no estuviéramos en nuestro mejor momento, pero si había algo que los dos teníamos claro es que nos guardábamos las espaldas. Ver a Scott meterse con Sabrae había sido divertido durante esos años de absoluta estupidez por mi parte en la que había sido poco más que la hermana petarda de uno de mis mejores amigos, pero todo había cambiado cuando había probado sus labios por primera vez, y ahora… ahora todavía seguía probando sus labios. Poco, pero lo seguía haciendo.
Lo nuestro se había enfriado muchísimo desde aquella estúpida petición que le hice durante el concierto. La fiesta había sido esa especie de extraña calma que precede a una movida de las gordas, como cuando el cielo se oscurece y se avecina una tormenta. Solo que la tormenta no había sido la que yo me esperaba. En lugar de explotar cuando me acerqué a ella, ya en la intimidad de su habitación, me había asolado una brisa. En vez de a mi chica volcán, capaz de crear y destruir continentes enteros, sólo me había encontrado con una cáscara vacía. Yo no había sabido cómo reaccionar. Creí que con mi cuerpo podría consolarla, pero cuando me había dicho que no le apetecía esa noche, una mezquina parte de mí se había alegrado. Y eso me había acojonado muchísimo.
Sabrae era la última persona que yo creí que podría decepcionarme, y con aquel distanciamiento era exactamente lo que estaba consiguiendo.
Imagínate cuando la escuché empezar a llorar en medio de la noche. Débil como era, no había sabido hacer otra cosa que estrecharla contra mis brazos, darle un beso en el hombro y apretarla contra mí. Puede que no quisiera mis palabras, o que fuera mejor que me las guardara; bien sabía Dios que mi maldita lengua indómita era lo que nos había metido en este lío, pero…
… ¿por qué había decidido dejar de llevarme la contraria justo entonces? ¿Era alivio lo que había en sus lágrimas porque no le había hecho pedirme que me fuera? Los dos sabíamos que aquello iba a ser bueno para mí, y Sabrae no querría interponerse jamás entre lo que consideraba bueno y que me haría crecer.
Pero, ¿y si yo no quería crecer? ¿Y si me apetecía más quedarme en casa? ¿Y si me parecía suficiente con mi estatura? Ya era lo bastante alto para ella, y, para serte sincero, dudaba que ella fuera a crecer más (claro que, si le dices que lo he dicho, yo lo negaré hasta el día de mi muerte), así que, ¿qué me reportaba crecer si lo iba a hacer lejos de ella?
Claro que me sentía una mierda también por estar de nuevo enclaustrándome en mi zona de confort, justo lo que ella y Claire me habían dicho que era uno de mis mayores defectos. Incluso cuando no me hacía nada bien, yo seguía aferrado a los viejos hábitos. Los viejos hábitos en cuestión: comerme la puta cabeza y hacerme unas pajas mentales que ya quisiera Scott en su último año de carrera.
¿Por qué sería malo crecer y tener un sitio más alto desde el que enseñarle el mundo a Sabrae? ¿Y por qué cojones no quería crecer si no era con ella? ¿Acaso no era eso egoísta? ¿No me convertía eso en un mal novio? Debería sacrificar cosas por nuestro bien estar. Debería querer ser mejor persona para ella. ¿Por qué no podía ver el voluntariado como la oportunidad que todo el mundo me decía que era, yo incluido cuando hablé con Tommy, desde el momento en que vi que sus ojos se apagaban cuando yo le dije que mi marcha era definitiva y ella no luchaba por mí?
Fácil, escuché la voz de Claire en mi cabeza. Mi conciencia se manifestaba ahora tomando dos identidades distintas pero con una misma orientación, como si la verdad tuviera dos caras: la de mi novia, y la de mi psicóloga. Últimamente, era Claire la que más me hacía avanzar en este extraño mundo que era el crecimiento personal. Porque estás enamorado de ella, pero tu autoestima no lo está de ti.
Así que allí estuve yo, abrazando a mi chica, mi novia, mi compañera, mi amor, mientras lloraba, incapaz de pronunciar siquiera dos palabras. Fallándole como tenía por costumbre.
No habíamos hecho nada al día siguiente. Sabrae estaba ojerosa y visiblemente agotada, y una así sacó fuerzas de donde no las tenía para forzarse a sonreírme y darme un beso de buenos días. Se inclinó a mirar el videomensaje del amanecer de rigor y una chispa débil iluminó sus ojos. Fue lo que yo necesité para tratar de arrancarla de las garras de su tristeza, pero igual que mis demonios se habían incrustado muy profundo en mí, a ella la sujetaban con fuerza.
A media tarde se me había hecho insoportable, porque esa desesperación se había convertido en un sentimiento oscuro que yo conocía muy bien: rencor. Y no podía tenerle eso a Sabrae.
Así que me había plantado en la consulta de Claire y me había dedicado a desgranar en el diván todo lo que había pasado la noche anterior, desde el polvo que habíamos echado hasta la fatídica metedura de pata en Ready to run, pasando por el microsegundo de homenaje que me había dedicado delante de todo el mundo en el vídeo de Story of my life o cuando me había dedicado 18.
-Estoy siendo un cabrón desconsiderado con ella, ¿verdad?-le había preguntado a Claire, y ella había continuado escribiendo en su libreta aparentando neutralidad.
-Sería una psicóloga pésima si empezara a juzgarte ahora, Alec.