jueves, 23 de junio de 2022

Todo es mejor en Grecia.

¡Muchísimas gracias por tu paciencia, flor! Volvemos al calendario de siempre ᵔᵕᵔ 
 
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-Bueno-se burló Scott, arrastrando mucho la E mientras se giraba y le dedicaba a su hermana una sonrisita llena de suficiencia que no me habría importado borrarle de la cara de un tortazo-. ¿Qué se siente al tener que esperar, por fin, por Alec?
               -Ya creíamos que no venías-dijo Max, con el brazo alrededor de la cintura de Bella. Me alegraba que a alguien le fuera bien en su vida amorosa, aunque visto el tiempo que tenía él para disfrutar de su chica y el que yo tenía para disfrutar de la mía, por mucho que lo intentara no podía dejar de tener envidia.
               -¿Y perderme la ocasión de ver a Diana en bikini otra vez? Max, Max, Max. Tantos años de amistad, y todavía no te has dado cuenta de quién soy-ronroneé, rodeándole los hombros a Sabrae con el brazo y atrayéndola hacia mí para besarle la cabeza. Ella me devolvió el beso en el pecho; sus labios ni siquiera rozaron mi piel. Lo cual me dolió, no te voy a engañar.
               Aunque debo decir que no me sorprendía la distancia que nos separaba. Llevaba comportándose así desde el concierto, y una parte de mí, esa parte oscura de la que ella siempre había tratado de salvarme, estaba convencida de a qué se debía: podía perdonarme cuando la miraba a los ojos, ya que era su punto débil… pero no cuando mi carisma la embriagaba de tal forma que sus sentidos se embotaban y no escuchaba las señales de alarma.
               -Nuestro amor soporta cinco minutos de retraso-le respondió Sabrae a Scott, acariciándome el pecho de una forma superficial. Respuesta incorrecta, nena. La quería desesperada. La quería ansiosa. Quería que quisiera aprovechar cada puto segundo juntos, y que cada minuto que me retrasara le pareciera una ofensa cuyo perdón yo tendría que trabajarme a pico y pala.
               No quería que me perdonara. Quería que me obligara a ponerme de rodillas y me hiciera demostrarle lo mucho que me importaba.
               Porque sus torturas significarían que yo también le importaba a ella.
               -¿Seguro?-espetó Scott, a quien me apeteció meterle los dientes en la parte trasera del cráneo de una patada-. Porque, si no recuerdo mal, hace unos días te volvías completamente loca si mamá pillaba demasiados semáforos en rojo de la que volvíamos de comprar.
               -Lo he hecho por ti, S. Me encanta ponerte nervioso y que me reclames por hacerte esperar-repliqué. Puede que Saab y yo no estuviéramos en nuestro mejor momento, pero si había algo que los dos teníamos claro es que nos guardábamos las espaldas. Ver a Scott meterse con Sabrae había sido divertido durante esos años de absoluta estupidez por mi parte en la que había sido poco más que la hermana petarda de uno de mis mejores amigos, pero todo había cambiado cuando había probado sus labios por primera vez, y ahora… ahora todavía seguía probando sus labios. Poco, pero lo seguía haciendo.
               Lo nuestro se había enfriado muchísimo desde aquella estúpida petición que le hice durante el concierto. La fiesta había sido esa especie de extraña calma que precede a una movida de las gordas, como cuando el cielo se oscurece y se avecina una tormenta. Solo que la tormenta no había sido la que yo me esperaba. En lugar de explotar cuando me acerqué a ella, ya en la intimidad de su habitación, me había asolado una brisa. En vez de a mi chica volcán, capaz de crear y destruir continentes enteros, sólo me había encontrado con una cáscara vacía. Yo no había sabido cómo reaccionar. Creí que con mi cuerpo podría consolarla, pero cuando me había dicho que no le apetecía esa noche, una mezquina parte de mí se había alegrado. Y eso me había acojonado muchísimo.
               Sabrae era la última persona que yo creí que podría decepcionarme, y con aquel distanciamiento era exactamente lo que estaba consiguiendo.
               Imagínate cuando la escuché empezar a llorar en medio de la noche. Débil como era, no  había sabido hacer otra cosa que estrecharla contra mis brazos, darle un beso en el hombro y apretarla contra mí. Puede que no quisiera mis palabras, o que fuera mejor que me las guardara; bien sabía Dios que mi maldita lengua indómita era lo que nos había metido en este lío, pero…
               … ¿por qué había decidido dejar de llevarme la contraria justo entonces? ¿Era alivio lo que había en sus lágrimas porque no le había hecho pedirme que me fuera? Los dos sabíamos que aquello iba a ser bueno para mí, y Sabrae no querría interponerse jamás entre lo que consideraba bueno y que me haría crecer.
               Pero, ¿y si yo no quería crecer? ¿Y si me apetecía más quedarme en casa? ¿Y si me parecía suficiente con mi estatura? Ya era lo bastante alto para ella, y, para serte sincero, dudaba que ella fuera a crecer más (claro que, si le dices que lo he dicho, yo lo negaré hasta el día de mi muerte), así que, ¿qué me reportaba crecer si lo iba a hacer lejos de ella?
               Claro que me sentía una mierda también por estar de nuevo enclaustrándome en mi zona de confort, justo lo que ella y Claire me habían dicho que era uno de mis mayores defectos. Incluso cuando no me hacía nada bien, yo seguía aferrado a los viejos hábitos. Los viejos hábitos en cuestión: comerme la puta cabeza y hacerme unas pajas mentales que ya quisiera Scott en su último año de carrera.
               ¿Por qué sería malo crecer y tener un sitio más alto desde el que enseñarle el mundo a Sabrae? ¿Y por qué cojones no quería crecer si no era con ella? ¿Acaso no era eso egoísta? ¿No me convertía eso en un mal novio? Debería sacrificar cosas por nuestro bien estar. Debería querer ser mejor persona para ella. ¿Por qué no podía ver el voluntariado como la oportunidad que todo el mundo me decía que era, yo incluido cuando hablé con Tommy, desde el momento en que vi que sus ojos se apagaban cuando yo le dije que mi marcha era definitiva y ella no luchaba por mí?
               Fácil, escuché la voz de Claire en mi cabeza. Mi conciencia se manifestaba ahora tomando dos identidades distintas pero con una misma orientación, como si la verdad tuviera dos caras: la de mi novia, y la de mi psicóloga. Últimamente, era Claire la que más me hacía avanzar en este extraño mundo que era el crecimiento personal. Porque estás enamorado de ella, pero tu autoestima no lo está de ti.
               Así que allí estuve yo, abrazando a mi chica, mi novia, mi compañera, mi amor, mientras lloraba, incapaz de pronunciar siquiera dos palabras. Fallándole como tenía por costumbre.
               No habíamos hecho nada al día siguiente. Sabrae estaba ojerosa y visiblemente agotada, y una así sacó fuerzas de donde no las tenía para forzarse a sonreírme y darme un beso de buenos días. Se inclinó a mirar el videomensaje del amanecer de rigor y una chispa débil iluminó sus ojos. Fue lo que yo necesité para tratar de arrancarla de las garras de su tristeza, pero igual que mis demonios se habían incrustado muy profundo en mí, a ella la sujetaban con fuerza.
               A media tarde se me había hecho insoportable, porque esa desesperación se había convertido en un sentimiento oscuro que yo conocía muy bien: rencor. Y no podía tenerle eso a Sabrae.
               Así que me había plantado en la consulta de Claire y me había dedicado a desgranar en el diván todo lo que había pasado la noche anterior, desde el polvo que habíamos echado hasta la fatídica metedura de pata en Ready to run, pasando por el microsegundo de homenaje que me había dedicado delante de todo el mundo en el vídeo de Story of my life o cuando me había dedicado 18.
               -Estoy siendo un cabrón desconsiderado con ella, ¿verdad?-le había preguntado a Claire, y ella había continuado escribiendo en su libreta aparentando neutralidad.
               -Sería una psicóloga pésima si empezara a juzgarte ahora, Alec.
               Lo bueno del tiempo que llevaba desnudándome metafóricamente con Claire era que ya tenía la confianza suficiente con ella como para no andarme con rodeos.
               Lo malo del tiempo que llevaba desnudándome metafóricamente con Claire era que ella había empezado a desnudarse también conmigo, y ni siquiera era consciente. Había aprendido a interpretar gestos que a cualquier otra persona se le pasarían por alto, con excepción de Fiorella. Por ejemplo, cuando alguna gilipollez de las que yo decía le hacían gracia a Claire, ésta posaba el bolígrafo con el que estaba escribiendo de una forma muy concreta sobre su bloc de notas antes de regañarme por no tomarme las cosas en serio.
               Y cuando me comportaba como un puto gilipollas en las cosas que le contaba, en lugar de bufar un muy merecido “madre mía, cómo está el patio”, fruncía ligerísimamente los labios y abría un poco las aletas de la nariz.
               Adivina qué es lo que hizo.
               Pista: se aumentó un poquito la capacidad olfativa.
               -¿Puedo pedirte tu opinión profesional?-le había preguntado, y Claire levantó los ojos y me miró. Luego, bajó la vista a su bata de hospital, sus pantalones de pijama y sus zuecos de goma antideslizante. Entrecerró ligerísimamente el ojo derecho, lo cual quería decir “lo que tiene de guapo lo tiene de subnormal”.
               -¿Con respecto al funcionamiento de la psique humana o con respecto a las mujeres?-contestó en ese tono que yo sabía, aunque nadie me había dicho, que sólo usaba conmigo. Claire era a mi cabeza lo que Sergei a mi cuerpo: la piedra en la que yo la afilaba. Siempre me daban un toque cuando yo lo necesitaba, me obligaban a hundir la cabeza para empujar mis límites, y justo cuando parecía que iba a ahogarme, me la sacaban del agua.
               -Creo que el profesional acerca de las mujeres aquí soy yo, Claire. Y ya ha pasado el mes del orgullo, así que no pienso ceder más terreno contigo en eso, peeeeero… quiero que hablemos de la psique humana.
               -Menos mal. Me costó lo mío sacarme la carrera; cualquier ocasión que se me presente para aprovecharla es bienvenida. A ver-me invitó, cruzando las piernas y entrelazando las manos sobre la rodilla que tenía más alta. Arqueó las cejas en su gesto que quería decir “a ver por dónde me sale ahora el fuckboy original” (se lo había contado un día y aquella había sido la única vez que había conseguido que Claire se descojonara a mandíbula batiente).
               -¿El comportamiento de Sabrae es normal?
               -¿Ahora tu novia está loca?
               Loca. Esa palabra que tanto había escuchado en mi infancia, que Aaron había mamado hasta ser incapaz de no describir a mamá evitándola. Noté que la bilis me subía por la garganta. ¿Tan rápido me había dejado vencer por mis genes y había sucumbido a las tendencias de mi padre?
               -Yo no he dicho eso-me defendí, y lo hice con más efusividad de la que me merecía, porque también estaba defendiendo a Sabrae. Ni yo sostendría eso nunca ni ella se describiría no esa palabra-. Pero no… no entiendo por qué reacciona así. Podría aprovechar el tiempo que nos queda juntos, que es más bien poco-decir en voz alta por primera vez la noche pasada que nos quedaba una semana había sido muy parecido a poner los pies al borde de un precipicio, los pulgares acariciando el aire y la hierba que desafiaba la gravedad en su mismísimo filo-, y, en su lugar, no hace nada. Parece apagada, y eso me destroza y me cabrea a partes iguales, porque…-me quedé callado un momento, buscando las palabras. Para saber tantos idiomas, resultaba bastante decepcionante la forma en que me estaban abandonando-. Esto no es propio de ella. Es una luchadora. Siempre me ha hecho salir a flote. No espero que esté feliz y contenta durante todo este año, pero por lo menos, creí que sería más lista. Puede apagarse luego y centrarse ahora en mí. Aprovecharme. Yo… no me esperaba que reaccionara así ni que se pusiera esta coraza. Creí que ya lo habíamos superado, pero estamos exactamente donde empezamos. Cuando le pedí salir y me dijo que no, fue por lo mismo por lo que ahora se está distanciando de mí. Esto no es propio de ella.
               -Fíjate-disintió Claire, cruzando de nuevo las piernas y entrelazando las manos, frotándoselas ligeramente-, yo creo que está reaccionando exactamente como uno se esperaría de ella.
               Parpadeé, incrédulo. No sabía qué era lo que estaba encajando peor, si las palabras que había puesto en mi boca y que yo no había pronunciado en ningún momento o lo de ahora.
               -¿Insinúas que no conozco a mi novia?
               -Insinúo, o más bien afirmo, que no tienes conocimientos de psicología. Ella tiene una forma de pensar-razonó, juntando las manos frente a sí-, y tú tienes otra. No funcionáis igual, y lo sabes. De hecho, que seáis tan compatibles se explica porque en ciertos aspectos de vuestra vida sois totalmente opuestos, y éste es uno de ellos. Es totalmente lógico y normal que Sabrae actúe así. Ella no improvisa como tú. Adelanta sus planes y sus emociones como buena planificadora que es. Siente por adelantado para tratar de amortiguar el impacto que sus circunstancias tendrán sobre ella; de ahí su necesidad de controlarlo todo. Los improvisadores como tú, por el contrario, ignoráis las emociones hasta que os asaltan como tsunamis. Mientras que Sabrae aguanta la respiración en la orilla para tratar de entrenar sus pulmones, tú buceas para tratar de tocar el fondo sin tomar una bocanada de aire más profunda. Normalmente, las parejas como la vuestra funcionan bien porque Sabrae es la que te recordaría que necesitas ser prudente y prepararte para lo que no conoces, y tú, el que la empujaría a explorar un poco más allá y arriesgarse con lo que no puede controlar. Pero también os pueden pasar cosas como la que os están pasando ahora: que os obcequéis y no veáis que lo que el otro está haciendo, si bien es contrario a lo que haríais vosotros, tiene todo el sentido del mundo cuando te pones en sus zapatos.
               -Todo eso está muy bien, Claire, y siendo medio griego me encanta esa metáfora con las playas y toda la historia, pero tenemos un problema: yo estoy intentando coger bocanadas más profundas. Es Sabrae la que se ha metido debajo del agua sin aguantar la respiración. Así que tienes que decirme qué es lo que tengo que hacer para obligarla a salir a la superficie antes de…
               Me quedé callado. Incluso pensarlo me daba escalofríos. A mis dieciocho años de edad, todavía no estaba listo para contemplar la mortalidad de Sabrae.
               Para ser sincero, creo que ni en mi lecho de muerte, esperaba que dentro de muchos años, sería capaz de pronunciar una frase que tuviera algún mínimo de relación con su vitalidad.
               -No puedo hacer eso.
               -Claro que puedes. ¡Eres psicóloga!
               -No puedo enseñarte a obligar a tu novia a hacer algo que ella no quiere. No por sororidad, sino porque no vas a conseguirlo nunca.
               -Ella me salvó la vida, Claire-jadeé-. No puedes decirme en serio que yo no puedo devolverle el favor.
               -Ella no te salvó la vida, Alec. Te la salvaste tú. Fuiste tú el que luchaste por volver. Sabrae sólo pudo pelear por evitar que te alejaras. Ella sólo dejó la luz de las estrellas encendida, pero fuiste tú el que dio la vuelta y se dejó guiar por ella a la superficie.
               -Yo no habría vuelto de no ser por ella.
               Ahí estaba. Yo, siendo un cabrón, un mal hijo, un mal hermano, un mal amigo. Pero, en el fondo de mi corazón, lo sabía. De la misma manera que Sabrae había tenido mucho que ver en mi accidente, ya que si no quisiera consentirla no habría accedido a coger tantas horas extras, ella había sido la razón de que luchara como un puto animal por volver con ella. No podía dejarla viuda, y menos aún cuando ni siquiera nos habíamos casado.
               -Sé que es frustrante, pero lo único que puedes hacer es trabajar en tu luz… y mantenerte a la espera por si ella asoma la cabeza. Te necesitará entonces.
               Me había inclinado hacia delante. Esperar sentado no era lo que estaba acostumbrado a hacer. Sergei era muy claro en ese aspecto: el boxeador que se queda a esperar los golpes es el boxeador que acaba noqueado. Incluso si pierdes el combate, ser tú quien lanza el primer puñetazo te convierte en el ganador moral del partido. Así que necesitaría ayuda.
               -Dime qué es lo que tengo que hacer.
               Toda la atención que le había prestado a Claire a lo largo de nuestras sesiones había sido poca en comparación con la de entonces. Por primera vez, Claire había hablado más de lo que yo, y a mí me había tocado escucharla más que ella a mí. Los consejos que me dio, las instrucciones y los razonamientos, se reducían a una idea muy sencilla: debía ser paciente y darle tiempo.
                Y lo intentaba, de veras que sí. Pero había pasado de la esperanza a la decepción, de ahí a la resignación, y ahora, de nuevo, estaba aflorando la rabia. Habían pasado varios días desde aquella noche fatídica, y por mucho que Claire trabajara en pulir mis aristas, cada vez que me encontraba con Sabrae era como si todas mis células se volvieran de cristal.
               No había ayudado que los dos decidiéramos empezar a incluir de nuevo a nuestros amigos en los planes que hacíamos juntos. Eran mejores que los silencios pesados o las conversaciones vacías que manteníamos, como si no nos conociéramos. Había veces en que me preguntaba si acabaríamos rompiendo antes de que yo me fuera, pero luego veía la manera en que se acercaba a mí cuando se quedaba dormida, cómo se aferraba a mi cuerpo o cómo se sonreía cuando yo le apretaba suavemente el suyo, y me convencía de que aquello no iba a ser el final para nosotros. Puede que la tormenta perfecta, pero terminaríamos sacando la cabeza a la superficie.
               O al menos eso esperaba.
               La verdad es que mis colegas no ayudaban nada. Ninguno parecía darse cuenta de cómo estaban las cosas entre nosotros, sino que se comportaban como si todo estuviera bien y no hubiera ningún problema, como acababa de pasarnos ahora.
               Aquel sería mi último día en la playa con los Nueve de Siempre y, dado el tiempo que pasaría sin ver también a Josh, había hablado con mis amigos para pedirles permiso para invitarlo. Todos habían dicho que el tono de pregunta con el que lo planteaba ya era suficiente para ofenderlos, y que como se me ocurriera aparecer en los trenes sin Josh, me harían el vacío hasta que me marchara.
               Por eso llegaba tarde. No porque hubiera descubierto una cierta pereza ante la presencia de Sabrae. Había empezado a ponerme nervioso, como cuando estudias para un examen en el que te lo juegas todo y te ves con pocas expectativas de aprobar; no esos nervios agradables que siempre la precedían. Estaba comenzando a sentirme incómodo, pero más por mi rabia injustificable que por ella, así que una parte mezquina y sucia de mí había agradecido que a Josh le costara seguirme mi ritmo más lento, con lo que me había tenido que adaptar yo al suyo.
               -¿Qué pasa, Josh, fiera? Menos mal que Alec se ha dignado a traerte por fin. Shasha no paraba de preguntar por ti-se burló Jordan.
               -¡ESO NO ES VERDAD!-tronó Shasha, pegándole un empujón que lo hizo trastabillar un par de pasos. Sus carcajadas resonaron por la estación, y sentí que Sabrae se relajaba un poco entre mis brazos.
               A ella también le ponía nerviosa yo, pero al menos no se había atrevido a dar aún el paso de pedirme dormir separados. Seguíamos compartiendo cama, si bien no en el sentido religioso de la palabra.
               -No me habías dicho que venía ella-me echó en cara Josh, frunciendo los labios y señalándola con el dedo.
               -No quería que te pasaras media noche sin dormir pensando en qué bañador te pondrías para impresionarla. Necesitas descansar-le guiñé el ojo y él puso los ojos en blanco.
                -No podría impresionarme ni aunque tuviera a todo un equipo de estilistas a su disposición-contestó Shasha, apartándose el pelo negro del hombro con una altivez que me resultaba tremendamente familiar.
               -Tampoco me interesas lo suficiente como para tomarme tantas molestias por ti, tranquila-Josh le sacó la lengua y Shasha soltó una carcajada. Abrió la boca para contestarle, pero Bey, a la que habíamos empezado a referirnos como “la Solterona” y que nos detestaba por ello, se metió en medio de los dos.
               -Por mucho que me guste presenciar el inicio de un romance preadolescente, me gusta más tomar el sol en la playa. Así que si no queréis ir a bañaros, me lo decís, pero yo no me he pasado la mañana exfoliándome para quedarme colgada en la estación del tren.
               -¡Él/ella no me gusta!-protestaron Shasha y Josh a la vez mientras Bey repartía los billetes.
               -Qué tiernos, incluso hablan a la par-ronroneó Niki mientras Shasha lo fulminaba con la mirada. Dijo algo en urdu que me sonó de algo, pero que no podría traducir bien. E, incluso si Sabrae no me hubiera enseñado todos los insultos que conocía en el idioma de sus ancestros, por la sonrisa que se le escapó habría adivinado la naturaleza del balbuceo de Shasha.
               -Alec, que sepas que estoy súper enfadada contigo porque no has venido directamente a saludarme-se quejó Duna, poniéndose de morros a mis pies.
               -Es que estaba tan deslumbrado por tu belleza que me daba vergüenza acercarme. ¿Si te doy un beso me perdonas?
               -Puedo considerarlo-concedió, poniéndose de puntillas y ofreciéndome su mejilla.
               -¡Alec, mamá me ha dejado traer el flotador de flamenco que nos compramos el año pasado para jugar en la playa!-celebró Dan, agitando una caja que sostenía en la mano y que era más grande que su cabeza.
               -¡Qué guay!
               -¿Me ayudarás a hincharlo?
               Eso ya me lo conocía yo. Puede que no tuviera hermanos pequeños, pero sí tenía hermanas pequeñas. Así que sabía de sobra que “¿me ayudas?” significaba “¿me lo haces mientras yo ni siquiera me molesto en mirar?”.
               -Creía que te lo iba a hinchar yo-se quejó Tommy, y Scott le dio un codazo.
               -Déjale que te quite trabajo.
               -Tiene medio pulmón-protestó por lo bajo.
               -No tengo medio pulmón. Y ¿no serán celos lo que oigo en tu voz?
               -¡Cierra la boca!
               Los críos se pelearon por sentarse conmigo en el tren hasta el punto de que Eleanor tuvo que poner orden enganchándolos por las caderas y obligándolos a sentarse en los asientos frente a ella. Tras amenazarlos con mandarlos derechitos de vuelta a casa si no empezaban a comportarse, la única interacción que tuve con los cachorros Tomlinson y Duna fueron miradas cargadas de añoranza a lo largo de todo el trayecto.
               Lo cual ya era bastante más que lo que me regalaba Sabrae. Cuando me sentía valiente y le acariciaba el hombro con el pulgar, es cierto que ella no me castigaba por mi osadía, pero tampoco me recompensaba. Se revolvía en el asiento y suspiraba trágicamente, inhalando y exhalando por la nariz, y yo paraba, y ella también.
               Al menos me dejó echarle crema en la espalda. Qué menos, ya que parecía que todas las chicas me preferían a mí para que las protegiera de los rayos ultravioleta, incluso por encima de sus novios.
               -Déjale que te quite trabajo-se burló Tommy de Scott cuando se dedicó a fulminarme con la mirada mientras le echaba crema a Eleanor. Scott se lanzó contra él y empezaron a pelearse en la arena mientras Karlie, que ya me había robado la novela picantona cutre de 2 libras, los miraba por encima de sus gafas de sol rojas y ponía los ojos en blanco.
               -Hombres.
               -Uh, amén, hermana-dije, dándole una palmada en el culo a Eleanor.
               Dado que me bebía los fluidos vaginales de Sabrae, me pareció que sería divertido pegarle un mordisco en una nalga cuando le tocó el turno a ella. Dio un brinco, se echó a reír, y luego, en lugar de tenderme la mano para que fuéramos a bañarnos y reconciliarnos donde todo había empezado, se sentó bajo la sombrilla de Karlie a leer. Sólo conseguí que me acompañara cuando le dije que me iba al agua y si le apetecía bañarse.
               -Sí, me vendrá bien un chapuzón. La verdad es que hace bastante calor.
               ¿Bastante calor? Estábamos a poco más de veinte grados. No hacía calor. Pero, como eso significaba estar un poco con ella a solas, siquiera durante el trayecto hacia las olas, no dije absolutamente nada. Le tendí la mano para ayudarla a levantarse, y cuando me la soltó nada más hacerlo, se me partió el corazón.
               Luego resultó que sólo quería dejar las cosas en las toallas, bajo el custodio de una Karlie que parecía salida directamente de h2o, ya que no pretendía bañarse, o eso nos dijo, y caminó a mi lado, tan cerca que nuestros dedos se rozaban, pero ninguno de los dos dio el paso de entrelazarlos. Sabrae exhaló un jadeo cuando la primera ola, la más valiente de todas, nos alcanzó y nos lamió los pies.
               -¿Qué pasa?
               -¡Está congelada!
               -Serás quejica. Está como siempre-y, en una exhibición de temeridad, la levanté en volandas y me la pegué al pecho. Sabrae emitió un gritito de sorpresa y se aferró a mí como si su vida dependiera de ello; como lo habría hecho yo si las tornas estuvieran cambiadas.
               Estaba tan cerca… era tan guapa… y tan cálida… y tan suave… avancé rápidamente hacia el mar para que los demás no notaran que acababa de empalmarme sólo por coger a Sabrae en brazos.
                Si ella lo notó, no dijo nada. Y si lo notó y no dijo nada, era la primera vez que lo hacía. Rara era la ocasión en que yo me empalmaba estando con ella, ella se daba cuenta, y no acabábamos follando en el primer rincón apartado que nos encontrábamos.
               Me acerqué hasta el lugar donde las olas comenzaban a lamer a Sabrae, y dejé que ella se acostumbrara a la temperatura del agua. Sus ojos se encontraron con los míos y juraría que el mundo se volvió un poco más inestable, aunque no sabría decir si sería culpa del mar.
                -¿Ves cómo no se está tan mal?-pregunté, y se mordió ligeramente el labio. Joder. Se me puso más dura.
               -Ajá. Pero es que…-se revolvió un poco en mis brazos, pero no me soltó. Al contrario, más bien se afianzó en su abrazo. Sus dedos se hundieron en mi nuca y… adivina qué.
               Efectivamente.
               Se me puso todavía más dura.
               -…después de bañarme en Grecia…
               De mis labios escapó la típica carcajada que hacía que las chicas o se bajaran las bragas o me bajaran la bragueta a gran velocidad, y Sabrae se relamió.
               -Es verdad. Todo es mejor en Grecia.
               Todo lo que habíamos pasado en Grecia desfiló por mi mente como si lo viera en una película. Sabrae entrando en mi casa, paseando por las calles, asistiendo a la boda, bañándose en la playa, aferrándose a mí en la moto… conteniendo los gemidos en el restaurante.
               Jadeando cuando le apretaba el cuello mientras me la follaba.
               Gritando al correrse.
               Acariciándome la espalda mientras exploraba su interior en los muelles.
               Sí… todo era mejor en Grecia. En Grecia no nos comportábamos como desconocidos que intimaban, que era justamente nuestra relación ahora.
               Necesitaba volver a sentir lo que habíamos tenido entonces, que volviéramos a ser nosotros otra vez. No podía más. Necesitaba probarla como lo había hecho en el país que me había visto crecer, al que le había entregado mis veranos y en el que me había convertido en un hombre.
               -¿Me dejas besarte?
               -Eres mi novio-contestó, y confieso que sentí cierto alivio al escuchar aquellas palabras saliendo de su boca. No todo estaba perdido-. No tienes que pedirme permiso.
               Sonreí y me incliné hacia ella, y cuando nuestras bocas se encontraron, sentí un chispazo que hizo que me desintegrara. Y, con él, todo el autocontrol que me quedaba.
               Me entregué a ese beso como si me fuera la vida en ello, porque así lo sentía en lo más profundo de mi ser. Era un ahora o nunca, y parecía que Sabrae estaba por la labor de elegir el ahora en lugar del nunca. Jadeó en mi boca cuando notó que las olas la golpeaban; se le puso la carne de gallina, y los pezones se le erizaron, arañándome la piel a través de la tela del bikini que se había puesto, de esos que no tapan nada ni enseñan en absoluto.
               La tenía durísima. Y, como ella estaba prácticamente desnuda, yo no podía pensar con otra cosa que no fuera la polla.
               Así que me lancé a la piscina sin comprobar si había agua, como buen improvisador que era, según Claire.
                -Me pones burrísimo, bombón-gruñí, la voz rasposa y oscura; la voz que adoraba que le insultara mientras me la follaba como si no hubiera un mañana-. Podría follarte aquí mismo. Necesito follarte aquí mismo.
               Llevábamos demasiado tiempo sin conocernos en ese aspecto, y yo necesitaba una excusa para volver a memorizar sus curvas igual que lo hacen los ciegos. Quería leer el libro más largo del mundo en su piel, quería escuchar los ecos de los ángeles en su boca, surfear las estrellas en su entrepierna.
               Yo estaba en altamar.
               Sabrae, en la orilla.
               Se puso rígida, se separó de mí, se relamió los labios y dijo:
               -No tenemos condones.
               Y se dejó caer al agua.
               Lo único que pude pensar mientras miraba cómo chapoteaba, poniendo entre nosotros una distancia que no deberíamos necesitar, fue: seré puto gilipollas.
              
 
Para no tener que pedirle besos, ella estaba bastante rácana dándomelos. Estaba de un humor de perros cuando volvimos a casa, y si quedaba alguien por notarlo era porque no tenía ni una sola neurona. En serio. Con una neurona bastaba para darse cuenta de la mala leche que exudaba por los cuatro costados.
               Nos habíamos dado treinta y seis besos en la playa. Cinco de ellos, con lengua.
               Sí. Lo sé con exactitud porque los había contado.
               Mientras Scott y Tommy follaban en la playa por turnos, en las mismas rocas que yo había descubierto con Sabrae, yo me había quedado al lado de ella, mirándola en la distancia y tratando que se interesara un poco por mí. Apenas habíamos aguantado diez minutos en el agua antes de salir, y cuando lo habíamos hecho, cada uno había seguido su propio camino de una forma tan impropia de nosotros que todos se dieron cuenta de que pasaba algo. Los chicos organizaron rápidamente un partido de fútbol en el que, por lo menos, conseguí encontrar el consuelo que mi novia me negaba. Me centré bastante en el juego (todo lo que un chico al que acaban de rechazar puede centrarse para exhibir su orgullo herido), y al menos pude comprobar que, después de todo, a Sabrae sí que le importaba lo que me pasara: dado que Jordan, Max y yo íbamos perdiendo contra Tommy, Scott y Tam (Logan y Niki estaban por ahí haciendo CoSiTaS IMPURAS), decidí que tenía que recurrir a medidas desesperadas para que no me humillaran todavía más. Tommy tenía un estilo de juego demasiado agresivo en ocasiones, y eso me beneficiaba en mi plan: me tiré al suelo y emití un quejido de dolor, doblándome sobre mí mismo cuando me hizo una entrada, y todos me rodearon como si estuviéramos en un ritual satánico y yo fuera la aparición del mismísimo Lucifer justo en el centro del círculo de invocación. Tommy incluso estaba pálido.
               Pude ver que Sabrae se levantaba y se acercaba al trote hacia nosotros para comprobar qué había pasado, y me sentí un poco mal al ver que la estaba preocupando cuando me incorporé igual que un gato, le quité la pelota y salí corriendo hacia los dos palitos que Scott tenía que guardar costara lo que costara.
               -¡HIJO DE PUTA!-bramó Tommy-. ¡TRAMPOSO DE MIERDA! ¡NOS HABÍAS ASUSTADO, IMBÉCIL!
               -¡NO HAY DOS SIN TRES!-le solté en español, poniéndome a bailar con Jordan para celebrar que había conseguido el empate. Tam me tiró el balón a la cabeza de una patada y me hizo un corte de manga, prometiéndome una revancha que no tardó en cumplir.
               Vi de reojo que Sabrae se me quedaba mirando un rato, comprobando que todo estuviera en orden… y luego volvió a sentarse a la toalla.
               Y hasta ahí su interés por mí. Lo cual era bastante ofensivo, la verdad. Procuré no pensar en que no había corrido como había hecho en Grecia pero, de nuevo, todo era mejor en Grecia. Incluidas sus atenciones.
               Me habría preocupado por ella y por su distanciamiento si no conociera exactamente esa sensación de estar tratando de alcanzarla y que ella se retrotrajera en sí misma. Y, sinceramente, me estaba cansando. Quería pasar mis últimos días en casa con mi novia, no con la Sabrae de diciembre que tenía demasiado miedo de quererme como para admitir que ya lo hacía.
               Dejamos a Josh con sus padres en la estación, y por lo menos tuve el consuelo de saber que él se lo había pasado de cine. Había sido nuestro árbitro y había dejado que los críos lo enterraran bajo la arena; siempre, eso sí, con el ojo atento de un Whitelaw puesto en él por si necesitaba algo; normalmente, el mío, pero Mimi se ofreció a relevarme cuando yo necesitaba mis momentos de desconexión.
               -¿Mañana a la misma hora?-bromeó, y yo me revolví el poco pelo que le quedaba. Iban a volver a ponerle quimio, ya que su pulmón estaba tardando más de lo esperado, y el cáncer no le daba tregua. Me pondría nervioso pensar que pudiera morir mientras yo estaba en África si no estuviera convencido de que el crío se curaría. Necesitaba creerlo para poder marcharme.
               -Más te vale contarles a los médicos que te has pasado la tarde como una estrella de mar para que aprovechen a quitarte a arena de los pulmones cuando te abran en canal.
               -Pienso pedirles que me la metan en un bote y hacer con ella una playa artificial en el jardín de los peques.
               -Mola-sonreí, estrechándolo con fuerza y dándole un beso en el cuello. Al menos alguien se lo había pasado mejor de lo que se esperaba y había tenido un buen día. Haber animado a Josh en uno de los pocos días en que podía haberse comportado con toda la normalidad con que puede comportarse un niño con cáncer ya hacía que ese día mereciera la pena, por muchas dificultades que hubiera traído-. Te veo mañana, ¿vale, chaval? Procura tenerme preparado algo especial para que no me dé la bajona, anda-le guiñé el ojo y le devolví el corte de manga que me dedicó cuando se fue con sus padres, que me miraron como si yo pusiera las estrellas en el cielo y me ocupara de desperezar al sol cada mañana para que no se olvidara de amanecer.
               No fue tan fácil despedirme de Duna, Dan y Astrid. La pequeña Malik se iba a quedar a dormir en casa de los Tomlinson, y se lo había pasado tan bien que sólo pensaba en repetir al día siguiente, pero yo tenía muchas cosas que hacer, mucho que preparar… y ella tenía mucho verano aún por delante. Podría pasárselo bien sin mí.
               Me obligó a abrazarla para que me perdonara cuando le dije que no podríamos ir a la playa mañana, y cuando me preguntó si pasado podríamos, tuve que decirle la verdad.
               -Creo que no podremos en un tiempo, Dundun.
               -¿Por qué?
               -Es que me voy a marchar en breves.
               Salvo que tu hermana decida que, finalmente, prefiere “joderme la vida” y que me quede, claro. Yo no me quejaré.
               -¿Adónde vas?
               No sabía cómo explicarle que, hacía un año, había sido un gilipollas y había reservado un voluntariado porque necesitaba sentirme bien conmigo mismo y creía que aquella sería la única manera de conseguirlo. ¿Cómo le explicas a un niño que te odias tanto que crees que sólo vales algo cuando te sacrificas por los demás sin poner en peligro su autoestima y hacer que esas mismas ideas germinen en él? Yo te diré cómo: no lo haces. Le mientes.
               -Me voy a la guerra-respondí. Noté que Sabrae arqueaba las cejas a mi espalda, pero no dijo nada. Duna, por el contrario, tenía muchas cosas que decir.
               -Puto cerdo imperialista-escupió, empujándome para separarme de ella-. Ya no te quiero.
               -¡Duna!-la riñó Eri, pero no pudo evitar echarse a reír.
               -¡Que es broma, mi princesita!-ronroneé. Puede que Duna pudiera manejar la verdad. Ella no era una cría de 8 años cualquiera-. Me voy de voluntariado a África.
               Duna parpadeó, sus ojos negros clavados en mí.
               -¿A qué parte de África? ¿Al norte? ¿O al sur?
               -Eh… al este. Me voy a Etiopía.
               Duna parpadeó de nuevo. Miró a Eri, su segunda madre, que la arropaba por las noches, le daba un besito en la sien y se aseguraba de que su peluche preferido estuviera bien cerca, por si tenía alguna pesadilla. Y luego, miró a Sabrae, que la abrazaba más fuerte que nadie y le hacía las mejores trenzas del mundo, sin tirarle demasiado del pelo ni dejándoselas flojas, como hacía Shasha.
               Y luego, me miró a mí. Lo más parecido al amor romántico que había conocido en su vida. Todo porque yo era demasiado alto y eclipsaba por completo a Dan…
               … aún.
               Y se echó a llorar. Porque un niño puede entender que te odies, y que quieras buscar amor en tu interior entregándoselo a otros antes que a ti… pero Duna no entendía que yo fuera capaz de abandonarla.
               -No puedes irte, ¡te voy a echar tanto de menos! No voy a sobrevivir a no verte, Alec. ¿Cuánto piensas irte? ¿Un mes? ¿Dos?
               Se me hizo un nudo en el estómago y noté que Sabrae cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro. Tragó saliva sonoramente.
               -Un poquito más.
               -¡Ay, no! ¿Cuánto más?-gimoteó, lastimera. Astrid y Dan se acercaron, curiosos. Duna siempre era muy melodramática despidiéndose de mí, pero esto ya era pasarse.
               -Un poquitito más, nada más.
               -¿Cuánto más?-repitió, poniéndose colorada, las lágrimas desbordándola. No podía mentirle. A Duna no. A Duna, nunca.
               -Me voy un año.
               -¿UN AÑO?-bramó, y se lanzó a mis brazos de nuevo. Louis salió de la cocina y se acercó a nosotros, curioso.
               -¿Qué ocurre?
               -Duna no sabía que Alec se marcha-explicó Eri.
               -¡Tienes que impedírselo, Louis!-sollozó Duna, gritando en mi oído. No se atrevía ni a girarse por si hacía menos fuerza de la que necesitaba para retenerme y yo me escapaba.
               -Todavía no me voy mañana. Nos quedan un par de días para pasárnoslo bien juntos.
               -¡Yo no quiero que te vayas! ¡Un año es mucho tiempo! ¡Por favor, no lo hagas! ¡No lo hagas, Alec, por favor! ¡NO!-suplicó cuando le puse las manos en la cintura: sabía lo que venía a continuación-. ¡No, no, no, por favor, Alec, por favor!-chilló-. ¡Sabrae, por favor, dile algo! ¡Convéncelo para que se quede! ¡Por favor!
               Sabrae estaba rígida en el sitio, pero Duna había recurrido a ella como quien recurre a un dios que nunca escucha.
               -No vas ni a darte cuenta de que no estoy, ya lo verás.
               -¡Claro que me la daré! ¡Por favor, Alec…!
               -Es tarde, corazón-dijo Eri, poniéndole una mano en el hombro-. Ven. Nos tomaremos un batido de chocolate y veremos Lilo&Stitch. ¿Qué te parece?
               -¡No quiero! ¡Quiero quedarme con Alec!
               -Alec se tiene que ir, cielo. Pero todavía no se va. ¿Verdad que no?
               -Claro que no. Y podremos pasar un montón de tiempo juntos para compensar lo que estaremos separados. ¿Te parece bien?
               -¡No!
               -Oh, entonces, ¿no quieres que venga a despedirme cuando me vaya?
               -¡No! ¡No quiero que te despidas porque no quiero que te vayas!-jadeó, y yo le cogí las manos y se las bajé para que me mirara.
               -Dundun. Mírame. Eh. Vamos, Dundun, mírame-a regañadientes, levantó la cabeza y me miró-. Se te va a pasar súper rápido, ya lo verás. Y yo voy a estar bien. Te voy a echar mucho de menos, pero tendré el consuelo de que estaré con un montón de animalitos que te encantaría conocer. Podrías venir a visitarme, y todo. Me las apañaré para secuestrar una jirafa bebé y traértela, ¿qué te parece? ¿Crees que es buena idea? Las jirafas son súper graciosas.
               Duna parpadeó, sorbiendo por la nariz. Dan y Astrid me miraban con ojos como platos, y me di cuenta de que ellos también estaban llorando.
                -Lo son-cedió.
               -Genial. Entonces, ¿tenemos trato?
               -No.
               -¿Por? Necesitará mucho espacio, y sólo tú podrás preparar tu jardín para que se quede a vivir allí. Comen mucho, así que tendrás que plantar todos los árboles posibles.
               -Yo no tendría que hacer nada si tú no te marcharas.
               -Por desgracia, Dundun, tengo que irme. Ya he apadrinado al bebé jirafa, y no le darán de comer a partir del mes que viene. Tengo que ir para cuidarlo.
               Duna se llevó las manos a la boca.
               -¡Qué gente más horrible! ¿Y por qué te vas con gente tan horrible, Alec? ¿Y si te tratan mal?
               -No son horribles, sólo tienen mucho trabajo. Entonces, ¿qué me dices, Dun? ¿Si te traigo un bebé jirafa, me dejarás irme?
               -No-sentenció, tozuda, algo que también me resultaba familiar. Me reí, le di un beso en la mejilla y la empujé suavemente hacia Eri, que la recogió en brazos y la levantó del suelo. Se la acomodó contra el pecho con un jadeo de “uf, cuánto pesas ya, pequeña”, y Duna me miró como si fuera un corderito directo hacia el matadero.
               Por fin, me atreví a mirar a Sabrae, que me devolvió una mirada cargada de significado. Los dos sabíamos que era la Malik equivocada la que me estaba pidiendo que no me subiera a ese avión. Y que, si fuera otra, habría tirado a la basura miles de libras, pero ganado algo un millón de veces más precioso. Tiempo en casa.
               Tiempo con Sabrae.
               Caminamos uno al lado del otro, su mano en la mía, pero no podría decir que entrelazadas; era más por inercia que por otra cosa. No la sentía al otro lado como una extensión de mí mismo, sino que era una mano fantasma a mi lado.
               Habíamos andado medio camino hacia mi casa en silencio cuando Sabrae por fin se decidió a hablar.
               -Siento lo de Duna.
               -No es culpa tuya.
               Dos calles más en silencio.
               -Creía que se lo habíamos dicho.
               -Estábamos esperando.
               -¿A qué?-preguntó ella. La miré. A que alguno de los dos tuviera cojones a decidir que yo no puedo marcharme.
                No contesté.
               Y si mis amigos se habían dado cuenta de que algo pasaba, en mi familia estaban seguros. Todos escuchaban los silencios estruendosos que provenían de mi habitación que hacían imposible distinguir cuándo estaba solo o cuándo en compañía. Era como si hubiéramos pasado de novios a una pareja de cuarentones casados y hartos el uno del otro una vez que cruzábamos las puertas de mi casa.
               Mimi estaba sentada en el sofá, y nos miró con expresión de corderito degollado cuando dijo:
               -Os he dejado toallas en cerca de la bañera. Por si os apetece daros un chapuzón rápido mientras mamá prepara la cena.
               Joder. La cosa debía de estar fatal si hasta Mimi creía que follábamos poco.
               Abrí la boca para decirle que no se preocupara, que las cogeríamos y las subiríamos al baño de arriba, pero Sabrae me sorprendió dándole las gracias a mi hermana y tirando suavemente de mí en dirección al baño. Nos quitamos la ropa sin pena ni gloria, casi sin mirarnos (o, más bien, sin mirarme ella a mí), pero nos metimos juntos en la bañera. Cada uno se colocó en un extremo, y aunque nuestros cuerpos estaban pegados debido al tamaño de la bañera y al de nuestros cuerpos, era evidente que no iba a pasar nada entre nosotros. Así que cogí el champú.
               -¿Quieres que te lave yo el pelo?-se ofreció, y yo la miré.
               -¿Segura?-asintió-. ¿No estás cansada?-negó con la cabeza-. Vale. Guay.
               Me di la vuelta, me hundí ligeramente en el agua y esperé mientras Sabrae se echaba un chorrito de champú en la mano y empezaba a masajearme el cuero cabelludo.
               Jo.
               Puto.
               Der.
               Todo mi cuerpo se puso en tensión. Estaba bastante seguro de que iba a conseguir que me corriera.
               Sabrae se revolvió detrás de mí. Sus pechos me acariciaron los hombros mientras me revolvía el pelo. Notando que volvía a empalmarme, me llevé la mano a la entrepierna para tratar de disimular mi erección. Ella carraspeó, y juraría que noté que se le aceleraba un poco la respiración… si no fuera porque era imposible que a Sabrae le apeteciera en esas circunstancias.
               Sí. Definitivamente no quería hacer nada, ya que, cuando terminó de masajearme la cabeza, en lugar de descender por mi cuerpo como había hecho otras veces, se inclinó a por el teléfono de la ducha y abrió el grifo de nuevo.
               -¿Qué tal de temperatura?
               -Así está bien.
               -¿Un pelín más caliente, quizá?
               Se me escapó mi sonrisa de Fuckboy®.
               -Estaría bien que estuviera algo más caliente, sí.
               Por ejemplo, podrías meterte mi cabeza entre tus tetas y montarme como si fuera un semental vago que no quiere cabalgar.
                Me aclaró el pelo y luego dejó que yo le devolviera el favor. Dado que por fuerza tuvo que notar mi erección contra su culo, yo me envalentoné, y cuando me tocó echarle el acondicionador en las puntas del pelo, hice que saliera un poco más del agua y deslicé las manos por entre sus pechos. Sabrae cerró los ojos y se echó ligeramente hacia atrás. Me dejó hacer, pero sus caderas, a diferencia del resto de ocasiones, permanecieron quietas, por lo que yo interpreté que con ese contacto le bastaba. Y, dado que cuando paré de manosearle los pechos ella no se quejó, me pregunté si le había gustado realmente o sólo me había dejado hacerlo porque estaba cachondo y ella se sentía mal conmigo. Como si me debiera algo.
               A ver, me estaba comportando como un puto gilipollas internamente, las cosas como son. Sabía que Sabrae no me debía ni una mísera paja, pero yo no podía evitar querer algo más, y desde luego, estaba bastante necesitado. Seguramente ella lo supiera y por eso me había dejado llegar hasta tan lejos, sin pedirme que no avanzara hasta el final. Pero sabía de sobra que mi inquina era mi orgullo de macho, algo de lo que sólo yo era responsable y no ella. Si a Sabrae no le apetecía abrirse de piernas nunca más para mí, sería su decisión, y yo debería respetarla.
               Pero su rechazo todavía era demasiado reciente para ambos; para mí, por mi orgullo, y para ella, por su falta de ganas. Y que no me pidiera que siguiera ni protestara cuando paré era una prueba de que no le apetecía aquello. Así que le aclaré de nuevo el pelo y luego le tendí la esponja para que decidiera si quería enjabonarse ella o que lo hiciera yo. Decidió que yo estaba capacitado para hacerlo, y le demostré que podía mejorar cuando le enjaboné todo el cuerpo, siendo tremendamente respetuoso con su sexo. Parecía más un masajista que un novio.
               Nos quedamos quietos un segundo en el agua, ella apoyada contra mi pecho, jugueteando con las puntas de su pelo.
               -Quiero que hablemos de algo. Y que mantengas una actitud abierta.
               Hostia puta. Aquí viene.
               -Vale.
               -¿Me prometes que no te enfadarás?
               -Tengo toda la sangre acumulada en el rabo, Sabrae. No tengo energías para enfadarme-suspiré, masajeándome el puente de la nariz-. ¿Qué pasa?
               Como me digas que estás pensando que lo mejor será romper para no sufrir, prepárate, porque el pollo que te voy a montar no va a ser pequeño.
               -La reserva del Savoy-dijo, e hizo una pausa en la que a mí se me aceleró el corazón-. ¿Ya la has pagado?
               -Eh… sí. ¿Por? ¿Ya no quieres ir?
               Porque no pienso cancelarla. Si no quieres ir, voy y me tiro por la ventana.
               -Sí. Claro. ¿Tú no?
               -Yo no soy el que ha sacado el tema de la reserva, Sabrae-me reí, y ella frunció el ceño.
               -No te pongas a la defensiva.
                -Sabrae, soy un boxeador con novia. Siempre estoy a la defensiva.
               -Pero no tienes que estarlo conmigo.
               -Vale-cedí-. ¿Qué le pasa a la reserva del Savoy?
               -Todavía no me has contestado.
               -Joder, la madre que me parió-me eché a reír de nuevo, y ella puso los ojos en blanco-. ¿Y ahora quién está a la defensiva?
               -¿Quieres ir?
               -Sí. ¿Por qué no iba a querer ir?
               -Porque te ha faltado tiempo para preguntarme si no quiero ir.
               -Porque me extraña que me saques ahora el tema, ya está.
               -Te lo saco cuando puedo.
               -Dios mío de mi vida…-bufé, pasándome una mano por la cara y suspirando sonoramente.
               -¿Vas a dejar esa actitud de mierda un segundo y me vas a escuchar o…?-agitó la cabeza, arqueando las cejas, y yo puse los ojos en blanco.
               -Mira, nena… en serio, no me apetece discutir. En serio. Para los pocos días que me quedan en casa, quiero estar tranquilo y no tener movidas, ¿vale?
               -Yo tampoco quiero tener movidas.
               -¿Y por qué lo parece?
               Sabrae se relamió los labios y tomó aire sonoramente.
               -Creo que no es justo que tengas que pagarla tú entera.
               Ya estamos con la pasta.
               -¿Por? Tú la pagaste al completo la otra vez.
               -La pagó Diana, y era tu cumpleaños. Mira, Al, te voy a ser sincera: no sé si me siento del todo cómoda dejando que la pagues tú al completo si la vamos a disfrutar los dos.
               -Yo podría decirte lo mismo de la entrada VIP del festival de Barcelona, pero tú no me dejaste pagarla.
               -Era un regalo, Al-suspiró.
               -Bueno, pues considera que esto es un regalo de mí para ti. Por el aniversario en el que no voy a estar-dije con inquina, apartándole el pelo del hombro-. Creo que es lo justo. Ya que soy yo el que decidió irse…
               -Quiero pagar mi parte, Alec-sentenció, y clavó los ojos en mí. Una férrea determinación ardía en ellos como fuego hecho de hielo.
               -¿Por qué, Sabrae? ¿Porque crees que voy a aprovecharme de la situación porque tú me deberías algo? Porque sabes que no soy así. Nunca lo fui. Fui un cabrón hace años, pero nunca llegué hasta ese punto.
               Me había comportado como un gilipollas y un mujeriego, eso era algo que no tenía problema en asumir. Pero incluso entonces nunca había tratado las copas o los taxis que les pagaba a las chicas como tarjetitas de puntos para un polvo.
               -No lo hago para sentir más libertad. Lo hago porque quiero que tengas más dinero-jugueteó con su pelo, rehuyendo mi mirada.
               -¿Para qué?
               -Para volver si quieres-levantó la vista y volvió a clavar los ojos en mí, y yo me estremecí. Me relamí los labios. Podía… podía ceder en esto. Creo.
               La cuestión es que no me daba la gana. Era responsable de todo lo que nos estaba pasando, así que era yo el que debería asumir las consecuencias. Sabrae no había pedido nada de eso, así que me parecía injusto que tuviera que compartir mi carga. Yo nos había metido en ese lío y yo debía ser quien asumiera todo lo que viniera directamente de él.
               -Ni dos reservas del Savoy serían ahorro suficiente para lo que me costará volver, Saab. Así que no te rayes. Concédeme el capricho, ¿vale?
               Ya que no puedes pedirme que me quede, por lo menos deja que me vaya con un poco de dignidad.
               Sabrae tomó aire de nuevo, pareció pensárselo un momento, y luego terminó asintiendo con la cabeza.
               -Está bien. Pero la cena de antes corre de mi cuenta-dijo, recostándose de nuevo contra mí. Me regodeé en la sensación de sus curvas ajustándose a mi cuerpo de esa forma tan familiar, como había hecho tantísimas veces antes.
               -De acuerdo-susurré, fingiendo que no habría preferido mil veces que me propusiera irnos de todos modos al Savoy aunque al día siguiente fuera a quedarme en casa.
               Creí que lo estábamos encauzando, de verdad que sí. Puede que nos estuviéramos acercando después de todo, igual que lo habían hecho nuestras discusiones anteriores. Incluso las que habíamos tenido antes de que Sabrae soportara estar en la misma habitación conmigo nos habían terminado llevando hasta ese momento: ella desnuda en la bañera de mi madre, con mis brazos a su alrededor. Su rodilla se asomó por encima de la superficie del agua como un bonito cocodrilo cuando dobló la pierna, pensativa.
               -¿Mañana vas a ir a boxear?
               Todas mis alarmas se activaron, y asentí con la cabeza.
               -Ajá. ¿Por?
               No se me escapó que el sujeto de la oración era “tú” y no “nosotros”, como solía serlo. Habíamos pasado un par de veces por el gimnasio desde el concierto, y Sabrae siempre parecía terminar la sesión luchando contra el impulso de hacerme el salto del tigre. Pero viendo el tono de reconciliación que había entre nosotros, puede que me pidiera acompañarme… y lo que surgiera. Por favor, necesitaba que surgiera algo.
               ¿Se iba a acabar por fin la sequía de sexo? ¿Íbamos a follar en los vestuarios? Si la chavala necesitaba oler mi sudor y verme con los guantes puestos para decidir que no podía aguantarse más las ganas de mí, iríamos ahora mismo. Para algo me había dado Sergei las llaves.
               -Vale, es que mis amigas quieren ir a no sé qué feria en Camden que está hasta mañana, y… debería darme tiempo antes de vernos si tú vas al gimnasio-levantó la vista-. ¿Te parece bien?
               ¿Que si me parece bien que lleves una puta semana sin tocarme y ahora te vayas de comedia con tus amigas por ahí en lugar de aprovechar para echarme todos los polvos que NO VAS A PODER ECHARME EN UN PUTO AÑO, NIÑA? NO.
               -Claro. Sin problema-le di un beso en el hombro-. Ve y diviértete con las chicas.
               Sabrae me miró durante un rato largo, como si estuviera escuchando mis pensamientos y calibrando mis mentiras. Sin decir nada, terminó por recostarse una última vez contra mi cuerpo, y yo tuve la horrible sensación de que lo hacía porque yo era menos incómodo que la bañera, y no porque realmente le apeteciera estar cerca de mí.
               Nos quedamos en la bañera hasta que se enfrió el agua, e incluso entonces a ninguno de los dos nos apeteció movernos. Sólo cuando mi madre anunció en voz alta, como si no fuera para nosotros directamente, que acababa de terminar la cena, nos levantamos. E incluso entonces, seguimos tan distantes como hasta antes del baño. Nos sentamos juntos y participamos de la conversación todo lo que nuestro estado de ánimo nos permitía, y yo no dejaba de preguntarme en cada silencio que seguía a las miradas que Sabrae y yo cruzábamos, por accidente o por instinto, si no sería nuestra actitud lo que terminaría separándonos en lugar de la distancia. Puede que medio mundo no fuera nada, pero una barrera comunicativa…
               Dios, la echaba muchísimo de menos. Ya no era sólo por lo físico, sino también por lo emocional: aunque la tuviera a mi lado, era como si Sabrae no estuviera allí. Era un gólem de lo que había sido antes, un muñeca que a duras penas se parecía a la persona en la que se inspiraba, la pobre imitación de un aprendiz de escultor de la estatua de una diosa que ya de por sí estaba demasiado limitada en cuanto a los medios.
               Lo peor de todo era la lucha interna que mantenía conmigo mismo. No parecía cabreada conmigo, no parecía sentir nada, de hecho; estaba levantando esa coraza que tenía en diciembre cuando me dijo que no y se estaba preparando para cuando me fuera, pero yo quería ir al Savoy a aprovechar cada puto segundo juntos.
               Por eso había dejado de considerar el quedarme. Porque si ella no me había pedido que me quedara, ni me había corregido cuando yo le dije que creía que quería que me fuera, era porque quería que me fuera. Y si nos estábamos distanciando era porque así debía ser. Sabrae estaba amortiguando el impacto cubriéndose de almohadas, mientras yo veía venir el tsunami y sólo abría los brazos.
              
 
Subí las escaleras del restaurante al trote, sabiendo que tenía cuatro pares de ojos cubiertos de maquillaje clavados en mí a través del cristal de la cafetería. Y sabía que sus dueñas intercambiarían miradas cargadas de intención y cómplices cuando me quitara las gafas de sol.
               Lo sabía porque lo había vivido todos los veranos a mi vuelta de Londres: lo único más peligroso que un Fuckboy® londinense es un Fuckboy® londinense que veranea en Grecia. Si a las tías de mi ciudad ya les perdían los músculos, cuando estos estaban  besados por el sol eran, simplemente, irresistibles.
               Molaba sentirse así, la verdad. Puede que me arrepintiera más tarde, pero necesitaba que me levantaran un poco el ánimo prestándome aquellas atenciones por las que yo me había desvivido sin saberlo durante años. Tal vez a mi novia no le pusiera, pero todavía era capaz de protagonizar las fantasías eróticas de las chavalas que se me ponían por delante, y eso era algo que yo no pensaba dar por sentado, y mucho menos ahora.
               A estas alturas de la película necesitaba emociones, cualesquiera que fueran. El respeto y amor que le tenía a Sabrae impedían que se me pasara siquiera por la cabeza hacer algo que mandara a la mierda nuestra ya de por sí resentida relación, pero el beso que me había dado esa mañana antes de marcharse con sus amigas me había herido en lo más profundo de mi ser… porque había sido de lo más casto; en la mejilla, ni siquiera en los labios. Me habría gustado gritarle. Sabía que no me debía sexo y que no podía echarle nada en cara, pero me apetecía pelearme con ella. Cualquier cosa mejor que este distanciamiento absurdo, y marcharme con mal sabor de boca.
               Estaba tan desanimado que ni siquiera me había apetecido cascármela (y, créeme, y no puedo hacer hincapié suficiente en esto: estaba salido, necesitaba desesperadamente echar un puto polvo), y cuando había empezado a preparar la bolsa del gimnasio, me había dado cuenta de que ni siquiera el saco podría curarme esta vez.
               Era inevitable. Me piraba. Era oficial. Si Sabrae no me quería tocar por eso era porque no había vuelta atrás, ¿verdad? Así que no tenía motivos para seguir posponiéndolo. Lo que sí podía hacer era dejarlo todo bien atado y asegurarme de que me darían los menos ataques de ansiedad posibles estando en África.
               Como buen príncipe Romanov que soy (¡coñaaaa! ¿Te imaginas?), había decidido coger el toro por los cuernos y ocuparme primero del asunto más peliagudo que tenía entre manos. Estaba demasiado cabreado con el mundo como para no aprovecharme de esa situación, así que había hecho algo que hasta hacía un par de días me parecía imposible: había llamado a mi hermano.
               Sí. Has leído bien. A Aaron Cooper, ese desgraciado con el que comparto ADN. Lo sé, lo sé. Yo también estoy flipando.
               O bueno, más bien no. Estaba rabioso, y Aaron era la única persona con la que podría desquitarme a gusto sin arrepentirme más adelante. Además, prefería que se enterara por mí a que lo hiciera por ahí y se fuera haciendo el gallito diciendo que su hermano pequeño se había marchado del país sin decirle nada porque le tenía miedo. Por favor, ¿miedo yo a ese puto payaso? Podría aplastarle el cráneo de un mordisco.
               De hecho, si entraba con tanta chulería en el bar en el que habíamos quedado era, precisamente, porque deseaba que Aaron me diera una excusa para aplastarle el cráneo de un mordisco. No sería la primera vez que le pegaba una paliza a un gilipollas en un bar, pero sí la primera en que yo mismo llamaría a la pasma para que quedara constancia en documentos oficiales de que yo soy, a pesar de mi género, That Bitch.
               Por supuesto, no esperaba que Aaron estuviera ya esperando por mí en el bar. Le molaba sentir que tenía el control y le ponía cachondo creer que humillaba a los demás, así que había asumido que llegaría tarde. Seguramente el muy gilipollas estaría esperando en alguna esquina con visibilidad a la puerta del bar para ver cuándo llegaba y tenerme esperando media horita, creyendo que me estaba desesperando por que llegara cuando, en realidad, me lo estaría pasando en grande leyendo novelas cochinas por Internet. Shasha me había metido al mundo de AO3 la tarde anterior y yo estaba metido hasta el culo en él.
               -Hola, guapo-ronroneó la camarera, una belleza de pelo negro y medidas de las de revista que se había desabrochado un botón de la blusa de trabajo para venir a atenderme-. ¿Esperas a alguien o te sirvo ya?
               Traducción: ¿tienes novia y estás dispuesto a fingir que no es así mientras te la chupo en el baño o estás soltero y puedo dejar que me la metas sin condón?
               -Espero a alguien, pero si me vas poniendo una cañita con limón…
               -Claro. ¿Algo para picar?
               -Estoy servido, gracias-sonreí, y las chavalas de la mesa que me habían vigilado mientras entraba juntaron las cabezas para empezar a cuchichear entre sí.
               Y sí, estaba servido en los dos sentidos. Bueno, más o menos.
               La camarera me trajo la caña y unas aceitunas en salmuera en un platito al más puro estilo griego, y yo le sonreí a modo de agradecimiento. Remoloneó frente a mi mesa hasta que su jefe le llamó la atención, cosa que les encantó a las vigilantes de la puerta, que ya habían elegido a su enviada especial para sonsacarme mis gustos en la cama y mis medidas de condón.
               Por suerte para ella, mi hermano le ahorró unas humillantes pero corteses calabazas (estaré necesitado, pero soy un caballero enamorado que, además, aprecia sus partes nobles) haciendo su entrada estelar la friolera de ¡siete minutos tarde!
               -Vaya, hermanito-sonrió-, veo que no pierdes el tiempo. ¿Interrumpo?
               -¿Tu vida? Oh, por favor, no te cortes-ironicé, y Aaron se rió y empezó a sentarse.
               -Disculpa que te haya hecho esperar. Estaba follando, y Yara, ya sabes… se pone muy pegajosa cuando acabamos. Seguro que a ti también te pasará, ¿no?
               -Ah, ¿que Yara se despega de ti después de follar? Eso es que no se lo haces bien, Ar-sonreí-. Cuando le doy uno de mis buenos meneos, Sabrae no me deja ni salir de ella durante, como mínimo, una hora. Es una sensación bastante agradable, he de decir. Se te pone dura enseguida otra vez. Quizá deberías sugerírselo a Yara.
               -¿En serio quieres que me crea que tu novia es una lapa?-se burló Aaron, y yo sonreí, dando un sorbo de mi caña.
               -¿Me recuerdas su nombre?-pregunté, y se quedó callado. Vamos, puto psicópata. Dame una jodida excusa. Necesito desquitarme, y un saco no basta.
               -No hemos venido aquí a hablar de nuestras pibas.
               -No sabes a qué hemos venido. Yo no te he dicho de qué quiero hablar. Bien podría ser de las tetas de Sabrae, sobre las que podría escribir una tesis doctoral, por cierto.
               Aaron puso los ojos en blanco, pero era lo bastante inteligente como para no decir nada. Me lo notaba. Sabía que me pasaba algo y que estaba en el límite, y que había acudido a él porque quería traspasarlo y que nadie me culpara cuando me volviera absolutamente majareta. La camarera volvió, prácticamente con las tetas al aire. Si Aaron tenía algo bueno era que se parecía a mí, así que también era guapo.
               Y hasta ahí nuestros parecidos, ya que, aunque yo podría decirte su talla de sujetador (un talento innato que me había hecho ganar apuestas a lo largo y ancho del continente), Aaron se quedó mirando sus tetas como un baboso mientras ella tomaba nota deliberadamente despacio. Como si fuera difícil acordarse de que quería un Vodka con soda y hielo.
               Esperamos a que la chica le trajera su bebida y otro platito con sardinas en conserva sobre panecillos tostados, y yo me imaginé a Aaron atragantándose con una espina. Sonreí.
               -¿Cómo está mamá?
               Y, entonces, sonreí más.
               -No tienes derecho a preguntarme por mamá.
               -Sí que lo tengo. Es mi madre.
               -Eh… no, Aaron. Ya no. Creo que te lo dejó muy claro en el hospital, pero, claro, tengo tres idiomas maternos, igual que ella. Puede que usara uno de los que no tenemos en común contigo. Mamá no te quiere ver.
               -Mira, niñato, sé que tú y yo no nos caemos bien…
               -¿A quién llamas niñato? ¿Al pavo que estando convaleciente te empotró contra la pared y no te reventó la tráquea porque le pararon los pies a tiempo?
               -No he venido a discutir.
               -Qué pena, yo sí. Pero te daré un poco de ventaja. ¿Por dónde ibas? Oh, Alec, tú que tienes vergüenza donde yo sólo tengo podredumbre a la hora de tratar a nuestra madre… continúa.
               -Yo no quería decir las cosas que dije en el hospital. Estaba… a papá le alteró mucho lo que le dijisteis, y estaba cabreado. Mamá puede ser muy testaruda cuando se lo propone.
               -Creo que la sentencia por la que condenaron a papá a doce años de prisión calificó a mamá como “una víctima de testimonios contundentes y a todas luces veraces cuya valentía por iniciar este proceso es de admirar”, pero entiendo que a tu cerebro de mosquito le cueste procesar tantas palabras, así que te dejo que lo resumas así.
               -Pero no dije en serio lo de que sea una exagerada. Sabes que no.
               -Mira, Aaron, no he venido aquí ni a que me mientas, ni a que me lloriquees, ni a dejarte que intentes conseguir que deje que te acerques a mamá. Mamá no quiere hablar contigo ni verte, ni nada, así que creo que va siendo hora de que dejes de intentar llamarla y asumas que ya no juegas a dos bandos. No has querido elegir bando y lo ha hecho ella por ti.
               -La echo de menos-me dijo, clavando en mí sus ojos de víbora. Incliné la cabeza a un lado.
               -Aaron, por favor. No me toques los cojones. La veías una vez al año.
               -Bueno, pero sabía que podía contar con ella para lo que necesitara. Sabía que la tenía ahí para mí.
               -Ay, joder-me eché a reír-. ¿No te habré llamado cuando estás a punto de pedir una hipoteca y necesitas que mamá te avale porque tu puto padre no tiene un duro porque ha estado los últimos quince putos años con metido en la trena o con antecedentes penales?
               Aaron parpadeó, abrió la boca y no dijo nada. Dios, no me lo puedo creer.
               -Y pensabais que yo era el gilipollas-me burlé, negando con la cabeza y dando un sorbo de la caña. Me relamí los labios-. Genial. Adoro mi sentido de la oportunidad. Me lo hace todo más fácil. Vale, payaso, escúchame con atención: hablo en nombre de toda la familia Whitelaw, de la cual soy el segundo miembro más orgulloso de lucir ese apellido, justo por detrás de Anastasia “Annie” Whitelaw si te digo que nos importa tres putos cojones lo que os pase a ti y a la chusma a la que tú llamas familia. Así que deja a mamá tranquila.
               -¿O qué?-inquirió, desafiante, y yo miré el cristal y le di un toquecito con los nudillos.
               -No parece tan estable como la pared de una habitación de hotel, pero quizá eso vaya en tu beneficio. Dicen que morir asfixiado es horrible, pero que te cercenen la yugular…
               Aaron se echó a reír con cinismo, aunque yo me había subido a un ring demasiadas veces como para no reconocer ese olor: pánico.
               -No has venido hasta aquí para amenazarme. Sabes que no te tengo miedo-se burló. Debía admitirlo: el cabrón tenía agallas.
               El problema es que yo tenía muchas más.
               -No, la verdad es que amenazarte sólo es una de las ventajas que le veo a lo que tengo que decirte-asentí, y dejé la copa en su posavasos.
               -¿Qué pasa, hermanito? ¿Quieres recuperar el tiempo perdido? ¿O es que tu novia te ha pedido probar a que se la follen dos hermanos y sólo entro yo en la ecuación?
               Sonreí.
               -Para no tenerme miedo, bien que te cuidas de decir el nombre de Sabrae. Siempre he sabido que tenías buena memoria, Ar, y mira, lo reconozco: eres más espabilado de lo que creía.
               Aaron se quedó callado, se relamió los labios y no dijo nada.  Me conocía lo suficiente como para saber que como se le ocurriera decir la palabra que empezaba por S y acababa por E lo destruiría.
               Porque puede que no estuviera bien con ella. Puede que llevara echándole capotes toda la semana y ella no los recogiera porque yo soy un cobarde que no se atreve a preguntarle de frente si sus suposiciones son ciertas y lo que me había dicho de que siempre sería su sol era una despedida. Puede que fuera un cabrón que la escuchaba llorar por las noches y se quedaba congelado sin poder consolarla, porque qué coño podía decirle si ella no quería que me quedara a pesar de que yo quería quedarme más que irme.
               Pero yo nunca, jamás volvería a dejar que Aaron pronunciara su nombre y saliera impune.
               -Muy bien. Al grano. Los dos tenemos polvos que echar y tenemos las mismas ganas de vernos que un pintor a una falsificación.
               -¿Sabes que los originales son siempre anteriores a las copias, verdad?
               -¿Y tú que se hacen borradores antes de las obras maestras?
               Aaron sonrió, dando un sorbo de su vodka.
               -Me voy a ir-anuncié, y sus ojos chispearon con interés. No lo sabía. Interesante-. Un año. De voluntariado. Voy a estar en África, y tardaré en enterarme de todo lo que hagas, pero me terminaré enterando. Incluso si pudieras llegar a creer que tienes el consuelo de que voy a tardar en castigarte por todo lo que hagas, no te molestes. Dejo gente de sobra en Inglaterra, en Londres y en el barrio para que pensar siquiera en molestar a mamá, tocar a Mimi o acercarte siquiera a Sabrae vaya a ser el mayor error que cometas en toda tu puta vida. Tengo gente preparada para abrirte la puta cabeza, abrirte en canal y dejar que se te desparramen las entrañas por el asfalto de esta ciudad exactamente como se me deberían haber desparramado a mí si hubiera tenido un pelín menos de suerte cuando tuve el accidente. E incluso entonces me enteraré de lo que pasa. Y voy a volver, Ar. Y, joder, cómo vas a suplicar que te hubieran concedido el increíble indulto que sería matarte antes de que yo te coja, Aaron. ¿Me he expresado con claridad?
               Aaron jugueteó con su vaso, fingiéndose distraído. Si necesitaba pasta, bien podía jugar al póker. Se le daría de miedo y se forraría en nada.
               -Todo eso está muy bien, pero lo de “el que ríe el último, ríe mejor” no se aplica a la gente a la que queremos, ¿no te parece? Por mucho que tú pudieras matarme, yo ya le habría hecho daño a tu novia. Y tú tendrías que vivir toda tu vida sabiendo que la dejaste desprotegida cuando yo andaba por ahí.
               Sonreí.
               -Di su puto nombre, hijo de puta. Dilo. Di “Sabrae”. Dame la excusa que los dos sabemos que llevo esperando toda mi vida.
               -Ah, todo este rollito es agotador. Me da igual cómo se llame la puta con la que te acuestas, Alec, de verdad. Y me divierte que pienses que me vas a asustar viniendo en plan El padrino a hablar conmigo. Si de verdad crees que me estás asustando y que vas a impedir que le haga lo que yo quiera, es que estás muy equivocado. Porque vale, sí, te repito que podrás amenazarme con matarme, e incluso cumplirlo, pero…
               Me eché a reír.
               -No, no, no. No me estás entendiendo bien, hermano. Es que no voy a matarte, Aaron. No voy a acabar contigo. Tanto si te quedan tres meses de vida, como treinta años, yo voy a estar ahí asegurándome de que cada puto segundo de tu existencia de mierda sea una puta tortura. Entonces tú decides. No por deferencia hacia Sabrae, hacia mamá o hacia Mimi, a las que no me mentas pero que también entran aquí, o por cuidar de nadie más que a mí me importe, sino que lo vas a hacer por ti-le di una palmada en el hombro y le sonreí-. No le vas a poner la puta mano encima porque en ese momento se acabará tu vida, pero no te habrás muerto-le guiñé un ojo y me repantingué en la silla, sonriente. Aaron me estudió durante largo rato.
               -¿Por qué debería preocuparme siquiera por lo que mi puto hermano pequeño diga que puede hacerme?
               Sonreí, y Aaron se estremeció. Eso es. Yo también lo llevo dentro. También soy hijo suyo.
               -Porque soy un campeón del boxeo. Porque quiero con locura. Y porque mi padre era un maltratador que casi mata a mi madre delante de mí. Lo que papá le hacía a mamá era amor comparado con lo que yo te haré a ti como te atrevas siquiera a acercarte a Sabrae. ¿Sabes por qué, Aaron? Porque tengo pesadillas con las cosas que papá le hacía a mamá. ¿Sabes lo que eso significa? Que las recuerdo-Aaron se puso pálido. Él también las recordaba, aunque tratara de olvidarlas y excusarlas. Él las había vivido más tiempo que yo. Había visto a nuestro padre pegarle palizas a mamá incluso estando embarazada de mí. Quizá hasta los hubiera oído la noche que me concibieron-. Y estoy más que dispuesto a usarlas para proteger lo que me importa. Tú y el hijo de la grandísima puta de nuestro padre me habréis jodido la psiquis, sí, pero me la habéis jodido también para vosotros. Así que yo me lo pensaría dos veces antes de tocarle los cojones a un tío que, incluso con medio cuerpo escayolado, habría podido mataros si quisiera. Porque no sé si te has dado cuenta, Ar-sonreí, levantándome y abriendo los brazos-, pero ya no llevo escayolas.
               Aaron se me quedó mirando, tragó saliva y asintió despacio con la cabeza.
               -Guay. Me alegro de haber tenido esta charla contigo, hermano. Da recuerdos por casa-le di una palmadita en el hombro-. Ah, y… pagas tú. Yo estoy al paro. Gracias por la cañita-le guiñé el ojo, abriendo la puerta del bar-. Ya repetiremos cuando vuelva.
               Y salí del bar sintiéndome un puto dios. En serio. Creo que nunca me había sentido así de eufórico, porque sabía que me había quitado un peso de encima del que no tendría que volver a preocuparme. Aaron y Brandon eran unos cabrones, sí, pero sobre todo eran unos cobardes que se preocupaban de sí mismos más que de nadie.
               Así que no se acercarían ni a Mimi, ni a mamá, ni por supuesto, a Sabrae, la que más me preocupaba de las tres por ser la que más socializaba y mi punto más débil. Por primera vez desde hacía casi una semana, estaba tranquilo. De buen humor, incluso.
               Llegué a casa flotando en una nube, pensando incluso en hacerme una buena paja con la que bajarme esos humos y la tensión sexual que tenía con Sabrae antes de volver a verla. Sería mejor novio con ella. Sería más paciente y estaría menos a la defensiva. Se acabó el escucharla decir que era mi novia y pensar con rabia “¿lo eres?, porque no quieres que me quede y ya apenas me dejas tocarte”. Ya no tenía que avergonzarme de pensar así, como un cabrón, como… como el fuckboy que las amigas de Sabrae decían que era y de la que habían tratado de alejarla por todos los medios.
               Ya no…
               -¿Sabrae?-dije, extrañado, cuando la vi aparecer por la puerta del garaje. Llevaba puesto un peto vaquero y una camiseta rosa pálido que le resaltaba la piel, y el pelo suelto. Creía que estaba con sus amigas y que no iba a volver hasta, por lo menos, después de comer-. ¿Qué haces ahí? ¿No estabas con las chicas?
               -Te echaba de menos. Tenemos que hablar. Fui a buscarte al gimnasio, pero Sergei me ha dicho que no habías pasado por allí. ¿De dónde vienes?-preguntó, mirándome con perspicacia. Sé que no sospechaba de mí; lo veía en sus ojos. Le extrañaba mi buen humor teniendo en cuenta mis antecedentes, pero nada más. Sabía que, por muy mal que estuviéramos, yo no le haría daño jamás.
               -De amenazar a mi hermano.
               Sabrae parpadeó, impresionada. Me miró de arriba abajo: alpargatas de las de Grecia, pantalones de lino hasta la rodilla y una camisa azul. Sus ojos se encontraron con los míos, buscando la verdad.
               Y, cuando Sabrae vio que la verdad era la que acababa de decirle…
               … sacó la cabeza del agua.
               Se abalanzó hacia mí como un tigre hambriento sobre su presa, y yo no supe que llevaba esperando eso justamente durante una semana hasta que mis manos no la recibieron contra mí. Todos los besos que no me había dado a lo largo de la semana anterior me los dio entonces: su lengua invadió mi boca y emitió un jadeo cuando la apreté contra mí. Agarrándola del culo, la conduje hasta el interior del garaje. Nuestras bocas luchaban más que se besaban, nuestras lenguas enredándose más que acariciándose.
               La acorralé contra mi moto.
               Sabrae empezó a desabrocharme los botones de la camisa. Yo le desabroché los tirantes del peto y se los bajé de los hombros. Ella me desabrochó el cinturón y me abrió la bragueta.
               La senté sobre la moto y empecé a pelearme con su camiseta. Como era incapaz de quitársela porque se había enredado con el peto, se la rompí. Creí que me reñiría, pero, en lugar de mi nombre con su típica reprimenda cantarina de “¡Alec!”, la palabra que se escapó de sus labios fue otra muy distinta, a la que yo respondía incluso mejor.
               -Fóllame-jadeó. Y eso hice. No sé cómo, me las apañé para bajarle el peto mientras ella me arrancaba la camisa y me bajaba los pantalones, liberando mi erección, poniéndome un condón a la velocidad del rayo (venía con una idea, la amiga) y clavándome de un empujón en su interior.
               Joder. Joder. Joder. JODER. No voy a volver a hacerme una paja EN LA VIDA. Esa sensación de abrirme paso en el coño de Sabrae no se compara con nada.
               Empecé a moverme en un absoluto descontrol. No era ni hombre, ni Alec, ni nada más que un instinto primario de poseerla como lo estaba haciendo. Sabrae me acompañó con las caderas, sus jadeos arañando mi boca, nuestras frentes unías mientras yo entraba en su delicioso interior, su apretado interior, su deliciosamente estrecho interior…
               Abrí los ojos y ella también los abrió.
               -Te estoy haciendo daño, ¿a que sí?
               -Eres tan grande.
               La madre que la parió. Iba a hacer que me corriera. Eso era un golpe bajo.
               -Sabrae-ordené, agarrándola del cuello, y su mirada se oscureció. Había creado un monstruo, y lo peor de todo es que estaba ansioso por dejar que me devorara-. ¿Te estoy haciendo daño sí o no?
               -Sí-admitió, jadeante-, pero no pares. Lo necesito. Prefiero mil veces tu puta rabia y esa indiferencia que llevas mostrándome no sé cuánto.
                -¿Indiferencia, Sabrae? ¡¿Indiferencia en serio?! ¡Si eres tú la que lleva una semana brincando cada vez que me acerco!
               -Ya discutiremos luego-jadeó-. Ahora quiero que me castigues por todo lo que yo también he hecho mal con la polla.
               ¿Castigarla con la polla? ¡Eso lo podía hacer!
               Dejé que la rabia que había ido acumulando como un puto perro se apoderara de mí. Y vaya si me la follé. Me la follé tan fuerte que casi tiramos la moto. Nos corrimos a la vez, explotando en un orgasmo intenso como pocos habíamos tenido en nuestras vidas. Y luego, todavía conectados en nuestros sexos, nos miramos a los ojos y nos besamos lentamente.
               -Ha sido horrible-susurró, y yo sonreí contra sus labios.
               -¿Tanto he empeorado desde la última vez?
               -No. Lo de antes. Es como si llevara un mes sin saber dónde estabas. Te echo mucho de menos, mi amor.
               -No volvamos a hacernos esto nunca más, mi amor-respondí yo, besándole castamente los labios y frotando mi nariz con la suya. Sabrae asintió, inhalando profundamente-. Lo siento mucho, yo…
               Me puso un dedo en los labios y me acarició la nuca.
               -Luego. Más tarde. De noche. Mañana. Tenemos mucho tiempo que recuperar. Vamos a tu habitación.
               Después de todo, puede que no necesitáramos ir al Savoy. Con mi garaje parecía ser más que suficiente.



 
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2 comentarios:

  1. ALELUYA. Tenía unas ganas de leer y que continuarás eecribiendo para ver como le das el cierre a este capítulo de sabralec antes de que se vaya a africa. Lo he pasado fatal Durante este capítulo tía. Me ha partido el corazón para empezar la manera de actuar de ambos el uno con el otro y sobre tdoo el hecho de que no sean capaces de hablarlo. Me ha encantado el momento de Duna rogándole que no se vaya, Duna era literalmente yo y me ha hecho daño cuando tanto ella como los demás niños se han puesto a llorar pf. Se me han escapado unas lagrimitas no quiero pensar el dia de la despedida real jesucristo.
    Ahora bien, he chillado con el momento garaje y que hayan follado encima de la moto porque viendo como transcurria el capítulo no me lo esperaba una mierda y me ha encantado. A pesar de ello tengo miedo por la conversación que se viene porque presiento q voy a llorar mil mares jsjdjdhsjsjsjs

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  2. BUENO BUENO LO CONTENTISIMA QUE ESTOY POR ESTAR COMENTANDO OTRA VEZ!!! me ha encantado el capítulo, aunque me hayas tenido sufriendo hasta el final.
    Coooomento cositass:
    - Realmente lo he pasado fatal viendo a Alec rayadisimo y a Sabrae así de distante me ha MATADO.
    - He adorado la frase “Respuesta incorrecta nena. La quería desesperada. La quería ansiosa. Quería que quisiera aprovechar cada puto segundo juntos, y que cada minuto que me retrasara le pareciera una ofensa cuyo perdón yo tendría que trabajarme a pico y pala.”
    - La sesión con Claire me ha encantado.
    - Shasha y Josh - josh y shasha cositasss.
    -Duna llorando y diciéndole a Alec que no la abandone me ha dejado regu.
    - El final evidentemente me ha ENCANTADO (no me esperaba menos de ellos para terminar esa rayada), menos mal que no has seguido con estos dos así porque verles distantes el uno con el otro creo que ha sido de las cosas que más me molesta te lo juro.
    - Y bueno me ha encantado cuando Sabrae le ha dicho que prefería su rabia a que estuviera así de distante porque se ha visto que ella ha estado igual que él (aunque él haya estado pensando todo el capítulo que no) y joo.
    Deseando leer el siguiente y encantadísima de que no sea dentro de mucho jejejjeje <3

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