lunes, 4 de julio de 2022

Ahora o nunca.

¡Hola, flor! Sé que no paro de darte sustos con notitas como esta, pero quería avisarte de que el lunes que viene (no pasado, sino el 11) voy a ir a un concierto (¡de Imagine Dragons, nada menos!), así que es bastante probable que no haya capítulo el finde que viene, puesto que me voy el domingo por la mañana en un mini viajecito. Espero poder sorprenderte, pero tengo bastante lío con el trabajo y demás, así que prefiero que vayas sobre aviso y no generar expectativas que luego puedo superar, a no decir nada y luego tener que decepcionarte poniendo un tweet en el que parezca que no soy nada previsora. Además, cuando llegues al final de este cap, seguro que entiendes por qué quiero tomarme mi tiempo escribiendo el siguiente 😉. Espero estar a la altura. ᵔᵕᵔ
Gracias por tu comprensión ¡disfruta del cap!
 
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Siempre supe que iba a echar de menos el sentir su peso encima de mí después de hacerme suya, cuando se desplomaba agotado sobre mi cuerpo al haber gastado hasta el último ápice de su energía en adorarme.
               Lo que nunca me habría imaginado es que lo haría cuando él aún estaba allí. Desde el primer momento en que me había contado sus planes sobre África yo había sabido que lo pasaríamos mal por lo físico de nuestra relación, por la necesidad que teníamos de disfrutar el uno del otro, pero tenerlo aún conmigo y echarlo de menos había sido una sensación devastadora.
               Gracias a Dios, había vuelto a mí.
               Y yo a él.
               Le acaricié la nuca, deslizando los dedos por esos mechones ensortijados que tenía adheridos a la piel perlada de sudor. Después de abalanzarnos el uno sobre el otro en su garaje (porque yo había sido absolutamente incapaz de continuar resistiéndome a él, y menos cuando exudaba tanta testosterona que mi cuerpo se había convertido en un impulso primario y físico de hacerlo mío), habíamos tardado tan poco en subir a su habitación que apenas habíamos conseguido llegar a la cama, y yo creí que lo solucionaríamos en apenas media hora, incluso sabiendo que el apetito que tenía por él era insaciable.
               La noche nos había sorprendido debajo de las sábanas, nuestros gemidos y jadeos acallando el canto de las estrellas. Hacía horas que no sabía dónde estaba mi ropa, y hacía aún más tiempo aún que ni siquiera me importaba. Estaba físicamente agotada y psicológicamente plena como pocas veces lo había estado desde que Alec se despertó del coma; con todo, quería más. Quería que siguiera aplastándome con el peso de su cuerpo sobre el mío, que siguiera invadiendo mi sexo con el suyo, y que siguiera…
               ... que siguiera igual el mes que viene. El año que viene. La vida que viene. Que no tuviéramos que abandonar nunca su cama.
               Me parecía un milagro estar así después de todo lo que habíamos pasado. Un sueño, una mentira demasiado bonita como para ser real. Y, sin embargo…
               Alec se dio cuenta de que me costaba un poco respirar, y bueno como era (más de lo que yo me merecía), hizo amago de incorporarse para dejarme descansar. Suerte que le conocía y ya estaba preparada para cuando intentara hacer eso, y no le dejé: cerré las piernas bien en torno a él y hundí los dedos en la gloriosa piel que cubría los gloriosos músculos de su aún más gloriosa espalda. Todavía le tenía dentro de mí.
               -No te vayas todavía.
               Noté cómo sonreía por la forma en que sus dientes acariciaron el lóbulo de mi oreja.
               -Te estoy aplastando, bombón.
               Bombón. Había vuelto a decirlo en ese tono con el que lo hacía antes: chulo y juguetón, retador y, a la vez, cariñoso. No sonó como las otras veces en que había usado esa palabra para llamarme a lo largo de la última semana, en la que casi había querido más aplacar mi tristeza por nuestro distanciamiento que demostrarme que seguía ahí.
               -Me da igual. Pelearé por cada milímetro de contacto contigo hasta que te vayas. Incluso si el precio a pagar es en oxígeno.
               Se volvió a reír y eso tuvo un efecto curioso en nuestra unión. Noté que él también se daba cuenta; a pesar de todo, se deslizó por encima de mi cuerpo para apoyar la cabeza sobre su almohada, y se me quedó mirando. Me apartó el pelo de la cara y dejó reposando su mano sobre mi mejilla.
               -Eres preciosa.
               Aparté el pensamiento de “no lo suficiente como para conseguir que te quedes” de mi cabeza, porque sabía adónde nos llevaba esa mentalidad. Había sido una semana de mierda en la que yo sentía que me estaba ahogando, y lo más frustrante de todo era que Alec no parecía darse cuenta de lo muchísimo que me estaba costando sacar la cabeza del agua. O, algo mucho peor y que no me había permitido pensar durante demasiado tiempo seguido: sí se la daba, pero estaba tan cabreado conmigo que le daba lo mismo. Tenía sus propias batallas que luchar y no podía estar siempre ocupándose de mí; más ahora que tenía que disfrutar tanto de su entorno que no debería dejar que las nubes oscurecieran un cielo que se esforzaba por iluminar esos paisajes con los que había crecido y de los que pronto se despediría.
               E, incluso si había un tercer factor que yo no era capaz de descifrar, lo cierto es que había llegado a un punto que rayaba en la desesperación. Haberme alejado de él al principio me había hecho sentir una vergüenza que era incapaz de superar, y cuando mis ansias por él habían superado a la tristeza que me producía el que no quisiera quedarse, lo único que había sabido hacer había sido lanzarle señales, extender la mano con la esperanza de que él accediera a cogérmela. No me sentía con el derecho a pedirle que me abrazara por las noches, o que me follara tan fuerte que me hiciera olvidar todo por lo que estábamos pasando.
               Siempre había albergado pequeños retazos de esperanza. Me había aferrado a los videomensajes con el amanecer que nunca había dejado de enviarme, a esos besos que sabían a ceniza pero que eran mejores que nada, y, cuando su cuerpo respondía al mío, siquiera de forma involuntaria, yo me había regodeado en ello. Cuando dejan de mirarte de esa manera en la que Alec me había mirado a mí, sentirte deseada es lo único que te salva del suicidio de tu amor propio. Me gustaba saber que todavía pensaba en mí de esa manera, que podía ponerlo cachondo y protagonizar sus fantasías mientras se masturbaba.
               Pero, a veces, el abismo que había entre nosotros me abrumaba. Por eso le había dicho que no en la playa el día anterior: porque sabía que, si me abría de piernas para él en un sitio tan parecido a aquel en que habíamos hecho el amor por última vez en Mykonos, no podría evitar ponerme de rodillas y suplicarle que se quedara. En cuanto me había alejado de él, había tenido que luchar contra mis ganas de vomitar ante la vergüenza que me producía estar viviendo en mi piel, y luego… luego me había dado cuenta de que le había herido el orgullo cuando nos habíamos metido en la bañera.
               Yo no quería nada más que follármelo cuando llegamos a su casa. Necesitaba arrancarle una respuesta un poco más caldeada que la tibieza con la que me trataba. Me había muerto de miedo cuando le pedí lavarle el pelo, porque por un segundo creí que me diría que mejor otro día (un día que tardaría 365 en llegar), pero cuando me había dicho que sí, tonta de mí, me había permitido albergar un poco de esperanza. Había sentido un cierto alivio notando sus músculos contra mis senos, sus piernas entre las mías de nuevo.
               Luego vi cómo se tapaba su erección, como si le avergonzara o no quisiera que yo notara que todavía tenía ese efecto en él, y me desinflé.
               Y más aún cuando nos intercambiamos los papeles y la pude notar contra mi culo mientras me lavaba la cabeza. Apenas fue un respiro cuando me lavó las puntas y sus dedos rozaron mis tetas de una forma que me hizo creer más tarde que se le había escapado, ya que las costumbres son muy difíciles de corregir, y más aún las que tienes con tu pareja. Había querido que siguiera, que bajara como lo había hecho otras veces y hubiera apretado ese botón entre mis piernas que nos lanzaba a ambos hacia las estrellas, pero no había tenido valor suficiente para pedírselo. Mi orgullo femenino también estaba herido. Después de aquella pequeña corrección, era evidente que su cuerpo le había traicionado y se había puesto cachondo muy a su pesar, ya que, ¿qué otra razón podía haber a que no moviera ficha y empezara una relación sexual si estaba empalmado, aparte de porque no quería?
               Cada segundo en la bañera había sido un suplicio por eso precisamente: porque no me sentía correspondida, algo que nunca me había pasado desde que estaba con él. Yo me moría porque me tocara, y él, mientras tanto, ponía todo el cuidado del mundo en no alentar mis ilusiones no acercándose ni a mi sexo ni a mis pechos, como si no me hubiera quedado ya bastante claro que no quería nada cuando no había intentado avanzar justo en lo que yo deseaba. En lo que yo necesitaba.
               Por eso le había dicho lo del Savoy. No quería que corriera con los gastos él solo si no iba a pasar nada esa noche. Sabía el esfuerzo que le había supuesto reunir el dinero para poder hacer la reserva, y si íbamos a quedarnos toda la noche mirando el uno para el otro desde extremos contrarios de la habitación, lo mínimo que podía hacer yo era pagar mi parte.
               -Tú también eres precioso-contesté, sonriendo y acercándome hacia su boca para darle un beso con el que tatuarle mis palabras. Sabía lo mucho que se detestaba a veces, así que necesitaría llevarse mi amor por él también a Etiopía.
               Además, era verdad. Ningún otro hombre habría conseguido hacerme creer en Dios como lo había hecho Alec. E, incluso si no fuera el chico más guapo que había visto nunca (que lo era), todo el mundo que escondía en su interior era bastante para hacer que yo me derritiera en sus brazos.
               -Te he echado tantísimo de menos-suspiré, acariciándole los brazos, y él se rió.
               -Yo también te he echado muchísimo de menos. Somos un pelín gilipollas, ¿no te parece, Saab?
               -Un poco-asentí, sonriendo-. Pero nunca más, ¿vale?
               -No-concedió, cogiéndome una mano y besándome los nudillos sin romper el contacto visual-. Nunca más.
               Tiró un poco más de mí, lo justo y necesario para recuperar el poquísimo espacio que él mismo había puesto entre nosotros. Me gustó esa corrección, cómo se ajustaba de nuevo a la necesidad que teníamos ambos de estar pegados. Hundió los dedos en mi pelo, enredándolos en mis rizos, y empezó a besarme despacio, besitos superficiales con los que apenas nos calentábamos, pero con los que me demostraba lo equivocada que había estado estos días. Lo equivocados que habíamos estado ambos.
               Me sentía como si acabáramos de correr una maratón por el desierto, seguros ambos de que ninguno de los dos sobreviviría y, sin embargo, justo cuando nos habíamos prometido a nosotros mismos tirar la toalla tras la siguiente duna, por fin el oasis de la compañía del otro se había animado a aparecer frente a nosotros. La energía que fluía entre nuestros cuerpos me parecía más fuerte que nunca, más nítida y poderosa, y lo único que importaba era el ahora. No existía el pasado, ni tampoco el futuro. No había años en los que le había detestado y me habría reído de quien osara decirme que, un día, me encontraría tan a gusto en la cama de Alec como no lo había hecho en ningún sitio. No había meses larguísimos extendiéndose ante mí como un valle de la muerte al que probablemente no sobreviviría. No existía Etiopía, ni Inglaterra. No había futuro, ni pasado, sólo presente. Sólo Grecia, el único lugar del mundo en el que yo le había pertenecido por completo a Alec, y él se había entregado por completo a mí. Me sorprendía no escuchar desde la cama la melodía del mar y las gaviotas; no iba a quejarme de que en el ambiente no flotara la esencia a sal y limón que había empapado las sábanas de la casita de Mykonos, ya que lo único que ocupaba mi olfato era el aroma del cuerpo de Alec después del sexo: una mezcla perfecta del suavizante de lavanda de sus sábanas, el sudor de su cuerpo y ese toque que yo nunca conseguiría situar lejos de él. Por suerte para mí, toda su ropa olía a él, así que podría engañar a mis sentidos encerrándome en su armario y fingiendo que estábamos juntos en mis noches más solitarias.
               Pero ahora no pensaba en eso. Sólo pensaba en lo a gusto que estaba en sus brazos, en la manera en que el destino había ido tejiendo sus hilos y dibujando mi ruta hasta dejarme justo allí, donde debía estar: en su cama, enamorada de él.
               Mi cuerpo era demasiado pequeño para la intensidad de mis sentimientos, así que me estiré. Por eso, y porque tenía los músculos agarrotados de tanto ejercicio. Después de una semana en la que lo más excitante que habíamos hecho había sido la cucharita había perdido un poco de fondo, así que esa sesión de sexo había sido terrorífica para mí… en todos los sentidos buenos de la palabra.
               -¿Siempre has follado así de bien?-le pregunté. Aun si no le hubiera tenido dentro todavía, estaba segura de que la sensación de su polla abriéndose camino en mi interior y recordándome a quién le pertenecían todas y cada una de mis fantasías seguiría conmigo igual que la lluvia que te ha calado hasta los huesos te deja huella incluso cuando ya se ha evaporado. Le acaricié la pierna con el pie y noté que se encendía un poco más. La presión en mi sexo aumentó, y moví instintivamente las caderas para abrirle hueco entre mis muslos. Mi rey, mi sol, mi hombre, mi Alec.
               -Te tenía más ganas que de costumbre. Y trataba de impresionarte. ¿Lo he conseguido?-preguntó, y sus caderas respondieron al movimiento de las mías. Se empujó un poco más dentro de mí, y yo arqueé la espalda, presionando mis pechos contra el suyo.
               -Mm-mmm-asentí. Separé un poco más las piernas para dejarle más sitio y él volvió a ponerse encima de mí. Otra vez su peso reteniéndome contra el colchón.
               Si nos lo montábamos bien, nuestro orgasmo mutuo despegaría a la vez que el avión al que se suponía que subirse. Podríamos evadir nuestras responsabilidades para siempre, cobijados en esa cama. Ahora mismo, lo único que me apetecía era seguir haciéndolo con él hasta mi último aliento.
               Alec bombeó en mi interior, abriéndose paso como un explorador en selva virgen que, sin embargo, conoce el camino desde que nació. Sus manos recorrieron mi cuerpo mientras nuestras entrepiernas se conectaban, y nos dimos besos lentos y húmedos que eran la viva imagen de cómo lo estábamos haciendo. Y, sin embargo, los dos sabíamos que esta vez no buscábamos un orgasmo. Sólo queríamos disfrutar del cuerpo del otro, sentir el placer de la fricción por el placer de la fricción.
               Estábamos lo bastante saciados como para disfrutar más del proceso que del viaje, aunque nunca estaríamos lo suficiente como para que dejara de apetecernos.
               Y hablando de apetecer… puede que mi corazón se diera por satisfecho con las atenciones de Alec, pero incluso mi cuerpo, que le había echado de menos tanto o más que mi alma, necesitaba de otras cosas para sobrevivir. No estaba dispuesto a dejar que nuestro perdón me arrebatara todas las energías que me quedaban.
               Alec estaba besándome una de las clavículas cuando de mi tripa surgió un suave rugido de advertencia que hizo que se detuviera en seco, levantara la vista y se me quedara mirando. Los dos nos echamos a reír, su pelo acariciándome aún el pecho durante nuestra carcajada, y entonces me mordisqueó la tripa.
               -Creo que no estoy comportándome como el novio atento y modélico que jamás les reconocerás a tus amigas que soy, ¿eh, nena?
               -Tienes tus momentos-admití, encogiéndome de hombros y jugueteando con los dedos la piel entre sus omóplatos. Sonrió.
               -Apuesto a que sí-se incorporó un poco y me dio un piquito-, aunque siempre hay margen de mejora, ¿no?
               -Supongo que sí… aunque algunos tienen más que otros-me mordí el labio mientras pensaba en que lo único que cambiaría de Alec serían sus planes a corto plazo. El resto lo mantendría exactamente igual, incluso con todos sus defectos, por muy dolorosos que me resultaran porque le atacaban directamente a él.
               Lo único mejor que el que no los tuviera sería verlo superarlos, que empezara a quererse con la valentía de los ganadores, exactamente lo que él era.
               -Cuidado, preciosa. No querrás que mi ego de fuckboy  llegue a la estratosfera-ronroneó, tumbándose de nuevo sobre mí, el cuello entre mis pechos. Me dio un beso en el esternón y yo me estremecí de nuevo de pies a cabeza, los dedos de los pies curvándose como si quisieran aferrarse a él, un deseo que compartían con mi entrepierna, a la que sentía muy vacía ahora que él no estaba allí.
               Al deseo oscuro y primigenio de que me hiciera enterarme de lo que valía un peine se enfrentó el hambre que yo no había sentido hasta hacía nada. Y estaba claro quién quería ganar. Me volvieron a rugir las tripas y Alec sonrió, incorporándose.
               -Vale, vale, ya lo pillo-le dijo a mi estómago-, lleva demasiado tiempo pensando en mí y te estás poniendo celoso. Lástima que no seamos de una tribu caníbal-dijo, levantando la cabeza y poniendo los ojos en blanco-. Se me ocurren un par de partes de mi cuerpo que te dejaría comerme para que dejaras de gruñirme como una loba.
               -Como si fuera impedimento que no seamos de una tribu caníbal para que te las coma-repliqué yo, guiñándole el ojo y haciendo amago de levantarme, pero Alec tenía otros planes. Me empujó sobre la cama y empezó a darme besitos por todo el cuerpo, algo contra lo que mi estómago vacío no podía ni soñar con competir. Me retorcí debajo de sus labios y su boca, muerta de cosquillas y también de amor.
               -Vuelvo enseguida-me dijo, y yo abrí la boca y los ojos de repente, sintiendo que el hechizo se desvanecía.
               -¿Qué? ¡No!
               -No seas melodramática, Sabrae. Sabes que no tengo ni puñetera idea de cocinar; lo más que puedo hacerte es un sándwich, pero me apetece mimarte. Para compensar-ronroneó, dándome un beso en el cuello.
               -Al, tú no tienes que compensarme nada. Los dos la hemos cagado pero bien esta semana, así que…
               -¿No quieres verme en plan maridito sexy cocinando para mi chica?-tonteó, agitando el pecho de forma que sus músculos relucieran a la luz de las guirnaldas de luces que había colocado hacía tanto tiempo alrededor de su cama, cuando le habían dado el alta, y que le daban un brillo celestial.
               -Ya te veo en plan maridito sexy haciendo cosas más interesantes-respondí a sus coqueteos con más coqueteos, tirando de él y volviendo a besarlo. Lo metí entre mis piernas, en parte porque tenía ganas de tenerlo dentro de nuevo, incluso si no fuéramos a hacer nada más que acurrucarnos, y en parte porque, de un modo irracional que sabía que era absurdo, no quería que se alejara de mí. Alec lejos de mí se volvía incorpóreo, fruto de una vista y un oído que podían engañarme. En cambio, cuando me tocaba o yo le tocaba a él… era muy difícil que me engañaran con eso.
               No quería que se fuera porque sería como jugar a la ruleta rusa con su presencia, acercarse peligrosamente al límite entre el sueño y la vigilia y arriesgarme a despertarme sobresaltada en mi cama, sola y con las sábanas a mi lado frías, porque él estaría demasiado lejos para poder calentármelas.
               No estaba lista para que se fuera de la habitación porque sería permitirle adquirir esa costumbre. Dejarlo salir de la habitación sería como dejarlo subirse al avión, y todavía no estaba segura de si sería capaz de hacerlo.
               -Estoy bien, en serio. Vuelve a la cama. Me toca ponerme encima-dije en tono suave, incitador, contra el que a él le costaba mucho luchar. Su lengua se acomodó a la mía, sus dientes rozaron mis labios, pero… no iba a ceder tan fácilmente. Estaba en su naturaleza cuidar de quienes le importaban, y yo era quien más le importaba en el mundo.
               Podía entenderlo mejor de lo que me gustaría, porque yo haría exactamente lo mismo que él si las tornas estuvieran cambiadas.
               -Deja de ser tan terca, nena. Podemos seguir luego. No tenemos ninguna prisa. Seguramente Jordan ya se haya cagado en la puerta de la habitación porque le he dejado plantado para comer, así que…-sonrió, levantando la vista y mirando las estrellas. Si no fueran tan escasas y, por tanto, más bonitas, me aterrarían: su aparición sólo auguraba la cercanía de la marcha de Alec.
               Pero estaba borracha de él y no podía pensar en el frío que me inundaría cuando se marchara, sino en la calidez de su cuerpo.
               -Es que yo no… no quiero que te vayas-le dije, y se me quedó mirando. Su mirada chisporroteó, y los dos nos dimos cuenta de que yo no tenía ni idea de si me refería a ahora mismo o dentro de un par de días, cuando nuestras vidas cambiarían para siempre, y todavía no sabíamos si para bien o para mal-. Lo hemos pasado tan mal esta última semana y lo hemos resuelto tan rápido que… me siento como si estuviera en un sueño. Y me da miedo despertarme si dejo que te alejes demasiado de mí.
               Alec me tomó el rostro entre las manos y me acarició la barbilla con los pulgares. Sus ojos bucearon en los míos, nuestras almas entrelazándose.
               -Estamos bien, bombón. No lo estás soñando; todo esto es real. Yo soy real. Y no voy a desaparecer por la puerta. Volví de entre los muertos para poder estar contigo, ¿crees que la puerta de mi habitación me supone algún obstáculo?-sonrió, y yo me noté sonreír también, un poco más animada y más tranquila. Tenía razón. Y aun así…-. Pero, si te quedas más tranquila, puedes venir conmigo. Después de todo, tengo toda la vida para consentirte si tú me dejas. ¿Me dejas?
               Asentí con la cabeza, conteniendo las ganas de dar un gritito. La casa estaba en silencio y sabía que los padres de Alec eran comprensivos con nuestros ruidos de amantes, pero una cosa era escucharnos gemir o jadear por lo bajo y otra que me comportara como una fan obsesa de su hijo (cosa que era, por cierto) y los despertara a todos.
               Alec se incorporó, glorioso en su desnudez, y me tendió la mano, que acepté sin dudar ni tampoco romper el contacto visual. Cogidos de la mano como hasta hacía unas horas ambos dudábamos que fuéramos a cogernos tan rápido, nos dirigimos a su armario.
               -Con una condición-dijo él, y yo lo miré e incliné la cabeza a un lado-. Que no te vistas.
               -Alec, ¡no voy a bajar desnuda a la cocina!
               -¿Por qué no?
               -¡Pues porque no! ¿Y si baja tu abuela? Me moriría de vergüenza si me viera paseándome desnuda por su casa.
               -¿Y eso por qué? Mamushka ya sabe que follamos. ¿O crees que es tan tonta como para pensar que no paras de gemir cuando estamos en mi habitación porque echamos partidas apasionantes de ajedrez?
               Lo fulminé con la mirada.
               -A veces me da la sensación de que la única vez que estuve lúcida con respecto a ti fue cuando pensaba que eras un gilipollas.
               -Es que yo no he dicho en ningún momento que no sea un gilipollas; sólo te digo que te compensa follarte a este gilipollas más que detestarlo.
               -¿Y quién dice que no pueda detestarte mientras te follo?
               Me dedicó su oscura y prometedora sonrisa de Fuckboy®.
               -Me preguntaba cuándo empezarías a darme caña otra vez, bombón. Ésa es mi chica.
               Y, por la forma en que me miró, supe que estaba esperando exactamente la reacción que tuve: me estremecí de nuevo, abrí un poco más los ojos y se me escapó un suave jadeo, recordando la primera vez que me lo había dicho y cómo todo lo que yo creía saber sobre él se había tambaleado desde los cimientos.
               -Cabrón.
               Se echó a reír por lo bajo, un sonido tan sensual que me costó no lanzarme sobre él y arrastrarlo de vuelta a la cama. Puede que sus prioridades cambiaran cuando le acariciara la punta de la polla con las amígdalas.
               No se rió tanto cuando me abrí paso por entre su cuerpo y el armario y saqué una de sus camisetas de boxeo. Puede que a él le apeteciera pasárselo bien a mi costa, pero yo no iba a amedrentarme. Ahora que me había dado motivos para picarlo quería hacerlo todavía más que nunca. Por eso me estiré para coger la bolsita de ropa de emergencia que siempre guardaba en su armario, en la que tenía una muda de ropa interior siempre dispuesta. A pesar de que ponerme sus calzoncillos me apetecía más que ponerme unas bragas, sabía que el que yo usara de nuevo su ropa interior sería un triunfo que estaba deseando anotarse. Pues no me daba la gana.
               Me cogió la muñeca y me hizo mirarle.
               -¿Qué haces?
               -Darte caña otra vez… Whitelaw-le susurré al oído, rozándole la oreja con los labios cuando me puse de puntillas para alcanzarlo ahora que se había inclinado un poco y se me había puesto a tiro. Intentó empotrarme, pero yo me escurrí por entre sus piernas y, sentada en el suelo mientras él se daba la vuelta, me recogí todo el pelo en una coleta apresurada que anudé con dos mechones sueltos en una técnica a prueba de emergencias que Kendra me había enseñado después de volver de vacaciones-. Vamos, nene. ¿No te has enterado de que me muero de hambre? Y soy tu invitada; por tanto, tu responsabilidad.
               -Vuelve a llamarme “Whitelaw” y te prometo que te empacharás de polla.
               -Ya te gustaría que yo me empachara-le guiñé el ojo y me levanté de un brinco, preocupándome de que mis pechos rebotaran de esa forma tan prometedora que a él le gustaba.
               Tragó saliva, pero consiguió comportarse, punto para él. Se puso apresuradamente unos pantalones (sin calzoncillos, pude comprobar) y salió detrás de mí. Me dio una palmada en el culo y sonrió, burlón, cuando se me escapó un grito ahogado y traté de devolvérselas. Bajamos las escaleras al trote, y justo cuando encendimos la luz de la cocina, una sombra difuminada y veloz se enredó entre nuestros pies. Trufas embistió a Alec con toda la potencia de sus patitas y rebotó con el culo en el suelo, sólo para repetir la operación conmigo.
               -Vuelve a la cama, bicho-instó, enganchándolo por la barriga y levantándolo en volandas. Le dio un beso entre los ojos y Trufas, que había estado agitando las patitas en el aire, se relajó. Agachó las orejas y parpadeó lentamente, rindiéndose a sus encantos igual que lo había hecho yo.
               Me acerqué a ellos dos y yo también deposité un beso en la frente de Trufas, que orientó hacia mí su naricita y empezó a olisquearme con interés. Era como si pudiera oler mi felicidad y quisiera emborracharse de ella igual que lo había hecho yo. Lo recogí de los brazos de Alec y lo sostuve contra mi pecho, acariciándole por entre las orejas mientras miraba a Alec manejarse por la cocina.
               Me enorgulleció comprobar que se le veía más suelto que las primeras veces en que me había metido a cocinar con él para enseñarle lo más básico. Era un pinche excelente, atento y de reacciones rápidas, pero lo de acercarte los utensilios de cocina según se los pedías no era su fuerte. Le había regañado varias veces cuando le había pedido una olla determinada, una espátula especial que le había visto a Annie o, simplemente, una fuente para el horno. Alec sólo sabía dónde estaban las piezas tradicionales de vajilla y los cubiertos principales; no tenía ni idea del resto; y que necesitara mis indicaciones en mi casa era perfectamente normal, pero que no supiera dónde se guardaban los coladores en la suya… tenía mucha tela.
               Claro que habíamos empezado prácticamente de cero con él. Sonreí al recordar un día en el que traté de enseñarle a hacer un bizcocho de chocolate para su familia, y cuando estábamos prácticamente terminando, ya vertiendo la masa en el molde, le dije a Alec que le pasara la lengua al bol para aprovechar al máximo la mezcla.
               Y él había metido la cabeza dentro del bol y se había puesto a lamerlo.
               -¿QUÉ HACES, ANIMAL? ¡LA DE LA COCINA!-chillé, muerta de la risa. Se había llenado la cara de chocolate y yo me lo había pasado bomba quitándosela con el mismo método con el que se había ensuciado.
               -¿Necesitas ayuda?
               Se giró y me miró, los brazos en jarras y una ceja alzada.
               -¿Crees que un sándwich escapa a mis competencias?
               -¿Sabes acaso encender la cocina tú solo?-le pregunté, y él me fulminó con la mirada. Sin girarse siquiera, colocó el dedo sobre los botones táctiles y sonrió ligeramente, pero con muchísima chulería, cuando la cocina pitó en respuesta, indicando que se había encendido-. Impresionante. Has debido de tener una buena profesora.
               -Ya sabía encender la cocina antes de que tú me enseñaras a hacer cosas, Sabrae. No soy subnormal. Ya he recalentado ollas con albóndigas de mi madre cuando me quedaba yo solo en casa.
               -Todo un icono de la lucha contra los roles de género, estás hecho-sonreí, dándole a Trufas una uva del frutero de la mesa de la cocina.
               -Tampoco estaba tan mal.
               ¿Que tampoco estaba tan mal? El pobre se había puesto nerviosísimo un día que me empeñé en enseñarle a hacer pescado y, cuando estábamos fregando, le pasé las tijeras de cortarlo desarmadas. Creyó que lo había hecho él y se puso pálido.
               -¿Se lo vas a decir a Sherezade?-me preguntó mientras me descojonaba.
               -¿Um?-susurré cuando le oí decir algo, pero estaba distraída y no le había escuchado. Colocó una sartén sobre el fuego y le echó un poco de mantequilla.
               -Que si mañana tienes pensado recuperar el tiempo con las chicas.
               -Oh. La verdad es que no había pensado en ello, pero… creo que me perdonarán si las dejo un poco en espera. ¿O prefieres que me vaya con ellas para estar un poco a tu bola?
               -¿Estar a mi bola? Te llevaría al voluntariado conmigo si pudiera.
               Se me retorció el estómago. Esa palabra debería ser tabú, por lo menos esa noche. Pero no podíamos ignorarlo. Estaba demasiado cerca. Era como un cuerpo celeste mucho más pequeño que el sol, pero que conseguía eclipsarlo mientras se acercaba peligrosamente a la tierra.
               -Seguro que sí. Sobre todo porque probablemente pienses que nos pasaríamos los días trabajando y las noches follando, ¿verdad?
               -No subestimes mi talento para sacar energía de donde no la tengo para follarte, nena.
               -¿Día tras día?
               -Ponme a prueba-dijo, colocando dos rebanadas sobre la sartén y mirándome en el reflejo de los cristales de las alacenas.
               Trufas se revolvió en mi regazo. A él tampoco parecía gustarle nuestro tema de conversación, así que me incliné para dejar que se fuera si le apetecía. Salió corriendo como alma que lleva el diablo en cuanto pudo.
               -De todos modos-continuó-, me serviría que simplemente durmiéramos juntos. Sin sexo de por medio. Sólo estar en la misma cama sería suficiente para mí.
               -¿Crees que lo conseguiremos?
               Esta vez sí que se giró y me miró.
               -¿Tú no?
               Tardé un poco en decidir cómo expresar la respuesta, que en mi cabeza estaba más que clara. Finalmente, asentí, y él también. Y con eso dimos el tema por zanjado. Con eso nos bastaba. Saber que el otro creía como nosotros era suficiente para aferrarnos a la esperanza tímida que albergábamos sin atrevernos a dejarla echar a volar; quizá, si dejábamos que creciera, terminaría por explotarnos en la cara igual que un globo al que hinchas demasiado.
 
                Alec se acercó a la nevera y se quedó parado frente a ella. Recogió un papelito que había en la puerta, sonrió al leerlo y me lo tendió.
               Hola, cielo J  me alegro mucho de comprobar que tú y Saab ya no estáis peleados. Parecíais estar muy a gusto y no quería molestaros, así que os he dejado un poco de sobras de la comida y de la cena en el segundo estante, por si os entra el hambre. Disfrutad. mamá.
               -¿Estábamos peleados?-preguntó.
               -Yo no diría que estábamos precisamente en nuestro mejor momento.
               -Pero no nos peleamos.
               Torcí la boca.
               -No exactamente… pero tampoco estábamos como estamos ahora.
               -¿Y cómo estamos ahora?-bromeó, sacando un paquete de queso cheddar y otro de jamón cocido.
               -Bien. En palabras de Annie, “muy a gusto”.
               -Bueno, yo estaba más a gusto hace diez minutos…-dijo, frotándose contra mi brazo de la que pasaba. Me eché a reír.
               -Mira que eres bobo, Al.
               Le saqué la lengua, cosa que él se tomó como una invitación para venir a reclamar mi boca, pero el beso duró menos de lo que a mí me habría gustado, en sintonía con nuestra cercanía y lo que pronto nos pasaría a ambos. Le apetecía mimarme, por supuesto, pero en su vocabulario de amor también contaba el prepararme un poco de comida como mimos, y no sólo el pasarnos la noche dándonos besos… algo de lo que, por cierto, yo no me quejaría. Por mucho que mi estómago tuviera muchas cosas que decir, yo no pensaba renunciar a una tarde dándome besos con Alec sólo porque a mi cuerpo le apeteciera ponerse protestón.
               Claro que él tenía bien claras sus prioridades respecto a mi salud. Cuando Alec entraba en la ecuación, yo dejaba de estar tan segura de cuáles eran mis deberes y compromisos conmigo misma, y qué deseos me pertenecían como persona y cuáles como mujer.
               Durante unos minutos, lo único que nos acompañó fue el chisporroteo del sándwich dorándose en la sartén. Alec colocó un par de rebanadas de queso sobre los dos panes, y cuando estuvieron prácticamente derretidas, los sacó de la sartén y echó dos lonchas de jamón. Dejó que se tostaran durante un minuto antes de colocarlas sobre el pan que, de nuevo, metió en la sartén para darle un puntito crujiente. Shasha había sido la que le había enseñado a hacerlo así, ya que a mi hermana le encantaba la sensación del queso mezclándose con el pan y apareciendo en cada mordisco; yo prefería que estuvieran más separados y el pan más crujiente, pero no iba a decir nada. Que se adaptara a lo que creía que eran los gustos de mi familia me parecía lo bastante tierno como para pasar por encima un detallito de nada como ese. Prefería mil veces que hiciera los sándwiches como a Shasha le gustaban a que los hiciera como a mí, ya que eso significaría que Shash no tenía la confianza suficiente con él como para hacerle ese tipo de peticiones.
                Más adelante, cuando pensara en esa noche, me daría cuenta de lo poco que había pensado en cómo le sentaría la ausencia de Alec a Shasha. Y sería mucho antes de lo que pensaba, cuando las lágrimas que yo no sería capaz de derramar por la tristeza que me suponía nuestra separación empaparan los ojos de mi hermanita, la que siempre se distanciaba de todo el mundo, a la que tan poco le gustaban los abrazos y que, sin embargo, le había abierto las puertas de su corazón a mi novio y le había pedido que lo estrechara muy, muy fuerte contra sí y que nunca la soltara.
               Con un asentimiento de satisfacción, Alec apagó los fogones y sacó el sándwich de la sartén. Observé cómo lo colocaba delante de mí y se sentaba a mi lado.
               -¿Crees que a Annie le parecerá mal que no toquemos la comida?
               -Seguro que sabe que no hay que comer mucho para un segundo asalto sexual-sonrió, echando mano de las uvas del frutero y lanzándosela a la boca.
               -¿Quién dice que vaya a haber un segundo asalto?-inquirí, dando un mordisco del sándwich. El queso se deshizo en mi boca y me empapó las papilas gustativas, lo que me hizo contener un suspiro de satisfacción. Alec parpadeó.
               -Sabrae. Jordan estará cabreadísimo conmigo por haberle dejado colgado. Iba a pegarle la paliza del siglo a la consola para compensar que no voy a estar aquí para darle una lección durante mucho, mucho tiempo, así que…-me arrebató el sándwich y le dio un buen bocado, pero yo no me quejé: verlo masticar era un espectáculo en sí mismo por la forma en que se le movía la mandíbula-, lo menos que puedes hacer es impedirme dormir durante toda la noche, y no sólo la siesta.
               -¿Jordan no te perdonará?-pregunté, aleteando con las pestañas. No es que la idea de pasarme la noche ganándome de nuevo el perdón de Alec no me sedujera, ni mucho menos, pero me apetecía jugar.
               -Nop. Es rencoroso como él solo-me tendió el sándwich-. Y tú no podrías convencerlo de que has hecho las cosas pensando en mí-. Dudo que ver tu carita y la luz que tienen tus ojos otra vez lo aplaque. Tú sólo tienes efectos en mí.
               Apoyó el codo en la mesa y se me quedó mirando con expresión soñadora, y yo di otro bocado para disimular la sonrisa malévola que me atravesó la boca.
               -Y en Scott.
               Frunció el ceño, incorporándose.
               -Sí, bueno, tampoco es que tu hermano esté programado genéticamente para darte todos los caprichitos que se te antojen, y tal-ironizó.
               -¿Crees que estamos en una segunda luna de miel?-pregunté-. Porque no me sentía así contigo desde… bueno, desde Grecia. Creo que no hemos estado tan necesitados el uno del otro nunca, al menos no en Inglaterra-le pasé el sándwich, que sostuvo entre sus dedos un momento.
               -Las endorfinas del sexo. Te he pegado un buen meneo-explicó, dando un mordisco.
               -Alec-parpadeé, y él suspiró. Se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros.
               -Creo que, por mucho que no seamos conscientes de lo poco que nos queda juntos, algo dentro de nosotros nos está empujando a aprovechar todo el tiempo que nos queda al máximo. Ya hemos hecho el gilipollas durante demasiado tiempo. Es hora de equilibrar las cosas.
               -Ni siquiera entiendo qué nos ha pasado. ¿Qué nos ha pasado? Un momento estábamos bien, y al siguiente…
               Al siguiente yo le había cantado Ready to run, y todo se había ido a la mierda. Me había dejado llevar demasiado por mis impulsos, y habíamos terminado pagándolo con creces. Si yo no le hubiera cantado una canción con tanto significado, justo la que más se acomodaba a nosotros en la situación en la que nos encontrábamos, nos habríamos pasado los últimos días haciendo el amor, aprovechando cada segundo, en lugar de comportándonos como dos príncipes destinados a contraer un matrimonio político en el que estaban decididos a ser infelices.
               -Esto es lo que pasa cuando no hablamos las cosas, Saab. Creía que estabas enfadada conmigo.
               -¿Yo? Creía que estabas enfadado conmigo. Apenas me mirabas.
               -¡Y tú dabas un respingo cada vez que te tocaba!
               -¡Porque no me lo esperaba! Yo sólo… sólo quería que me dijeras que lo que pasó durante el concierto fue un error, y que sería mejor que no habláramos de ello.
               -¿Qué fue un error, Saab?-preguntó con paciencia, inclinándose hacia mí. Tamborileé con los dedos sobre el sándwich.
               -Cantarte Ready to run.
               Parpadeó despacio.
               -Que me cantaras Ready to run ha sido lo segundo mejor que me ha pasado en la vida.
               -¿Y qué es lo primero?
               -Que te enamoraras de mí.
               Me sentí florecer, la primavera arrasando en mi interior.
               -Lo dices como si hubiera tenido algo que ver en ello. Si te vieras como te vemos los demás, sabrías que es imposible no hacerlo.
               Alec sonrió y deslizó una mano por mi pierna desnuda, deteniéndose en la rodilla. Fue increíble cómo un gesto tan tierno e inocente podía ser a la vez tan íntimo y especial. Era como si nunca antes me hubiera tocado, y, a la vez como nunca había dejado de hacerlo.
               -Hay alguien que sí que cometió un error esa noche, y fue yo. No debería haberte pedido que me pidieras que me quedara. Fue egoísta por mi parte ponerte en ese aprieto, y…
               -No lo fue. Creo que sabías que necesitaba un empujón para decírtelo. Y si necesitas oírmelo decir, yo te lo diré. Aun si eso me convierte en una zorra, yo… te lo diré si quieres, porque creo que te mereces escuchármelo antes de irte.
               Sus ojos estaban fijos en los míos, analizando con cuidado mi expresión. Tomé aire y lo solté lentamente, plenamente consciente de su cuerpo frente al mío, como si sus células estuvieran cantándome en un tono que estaba diseñado exclusivamente para mis oídos y que tenía línea directa con mi corazón.
               -Preferiría mil veces que no tuvieras estos planes. Que no tuviéramos que estar aprovechando cada minuto de nuestro primer verano juntos porque sabemos que tenemos la mitad nada más, y que no tuviéramos una fecha fija para saber cuándo se acabaría. Que pudiéramos ir a festivales, pasarnos la vida en la playa, o incluso haber programado un viaje de bajo coste para conocer un poco más de Europa. Dicen que París es preciosa, y me gustaría poder comprobar por mí misma cómo todo el mundo se equivoca porque París no es tu casa; Londres y Mykonos, sí. Me gustaría que hubiéramos tenido un mes para que me enseñaras toda Grecia, para nadar en el Mediterráneo, hacer el amor en la playa y pasear por la noche con la brisa del mar revolviéndome el pelo. Y me gustaría que este año empezaras la universidad, para poder presumir de que tengo un novio universitario que tiene que quitarse a todo el campus de encima porque me quiere tanto que le da igual que el resto de chicas sean mucho más guapas e interesantes que yo-bromeé, y él sonrió, aunque parecía un poco triste-. Pero sé que tenemos toda la vida para eso. Tenemos un montón de veranos por delante. Y, siendo lógica, sé que no tendrás otra oportunidad para irte de voluntariado como ésta. Siendo lógica, sé que hiciste muy bien planeándolo todo como lo planeaste. Me fío de tu criterio de hace un año, cuando no tenías nadie más en quien pensar que en ti, y sé que no sería justo que te pidiera que cambiaras todos tus planes porque, simplemente, mi cama se me viene grande ahora que he aprendido a acurrucarme a tu lado cuando tú estás en ella.
               Me acarició la rodilla, sus dedos bailando sobre mi piel.  
               -¿Y sin ser lógica?-me retó, arqueando una ceja, y yo me aparté el pelo de la cara.
               -Quiero que te quedes-reconocí, y sus ojos empezaron a brillar-. Claro que quiero que te quedes. Siempre voy a querer que te quedes. Lo quise desde el primer momento en que te vi, Alec. Incluso aunque no me acuerde de ese momento. Y créeme, no hay nada que lamente más que no saber cómo era mi vida antes de conocerte, porque sé que entonces jamás podría sentirme triste, sabiendo cómo era todo antes de tenerte. Pero necesito pensar que vas a estar bien, y que yo voy a estar bien, y que… que no te vas a la guerra, ni al fin del mundo. Que vas a volver, y…
               No me di cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas hasta que Alec se incorporó hacia mí, las manos en mis rodillas, y me acarició la nariz con la suya, arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo.
               -Yo también quiero quedarme. Llevo haciéndolo desde que te besé la primera vez. Sé que no fue el primer beso que nos merecíamos, viendo cómo ha terminado desarrollándose todo, pero… si tengo un consuelo para marcharme es que sé que me estarás esperando cuando vuela. Sólo que una parte de mí, y me aterra pensar en lo grande que puede ser esa parte si me atrevo a compararla con la otra, cree que es de ser un subnormal el pensar en que me estarás esperando cuando no tengo por qué hacernos pasar por eso a ninguno de los dos con, simplemente, no subirme al avión.
               -Va a ser bueno para ti. Te hará crecer como persona.
               -Sabrae, ¿todavía no lo entiendes? Una parte de mí no está interesada en crecer como persona, porque todo yo sabe que jamás estaré a tu altura. Así que me apetece ser egoísta y… tener todo lo que has dicho ahora. Pero no quiero esperar. Sabes que odio esperar. En lo único en que consigo reunir un poco de paciencia es con el sexo, porque sé que es mucho mejor cuanto más consigo posponerlo, pero…
               -Entonces puedes consolarte pensando en el polvazo que vamos a echar dentro de un año y unos días-bromeé, y Alec se me quedó mirando, pasmado, y luego se echó a reír y negó con la cabeza. Se apartó el pelo de la cara en ese gesto tan suyo y yo pensé en lo raro que sería pedirle que lo hiciera para poder grabarlo. No iba a sobrevivir a estar un año sin verlo hacer eso. Dudaba que consiguiera sobrevivir a una semana.
               -El caso es que… todo esto es una puta mierda. Porque me quiero quedar, pero…-me cogió la mano y empezó a seguir las líneas de mi palma, jugueteando con ellas-. También me quiero ir. Por todo lo que tú has dicho. Puede ser una gran oportunidad, creo que me hará bien, y… seamos francos, nunca se me ocurriría organizar algo así mientras tú y yo estemos juntos.
               -Siempre podemos romper cuando termines la carrera para que te vayas por ahí de cachondeo en la sabana-bromeé, y él me fulminó con la mirada.
               -Eso no lo digas ni en broma, Sabrae. No tiene ni puta gracia.
               -Vaya, Don Comedia, ¿ahora hay líneas rojas que tú no quieres cruzar?
               -Todo lo que tiene que ver con separarme de ti es una línea roja para mí.
               -Es bueno saberlo-respondí, bajándome del taburete y acariciándole los brazos. Me metí entre sus piernas y subí las manos por sus antebrazos, deslizándolas por los hombros, deteniéndome en su nuca-. Porque, después de lo de esta semana, me he dado cuenta de una cosa.
               Me aparté el pelo del hombro con un movimiento de la cabeza en el que, casualmente, también se me deslizó uno de los tirantes de su camiseta por el brazo. Alec miró ese pedacito de piel al descubierto como si fuera lo más erótico que hubiera visto en su vida. Era increíble cómo alguien que me había visto completamente desnuda podía seguir excitándose con algo tan simple como un hombro al descubierto.
               Por eso sabía que era el indicado. Porque yo me sentía exactamente igual con él.
               -¿Ah, sí? ¿De qué?
               -De que...-empecé, bajando las manos por su pecho-, el sexo de reconciliación-me detuve en el nudo de su pantalón de chándal- está muy bien. Pero-le desanudé el nudo- saber que puedo hacer esto-metí la mano por dentro de sus pantalones y le acaricié la polla, que ya se le había puesto dura. El viejo truco de juguetear con el pelo de su nuca nunca fallaba- cuando me apetezca…
               Le bajé un poco los pantalones, sacando su deliciosa erección de ellos. Lo miré a los ojos. Alec tenía los suyos clavados en mi cara.
               -… está mucho mejor.
               Me puse de rodillas frente a él, y me aparté el pelo de los hombros mientras, con una mano, sostenía el tronco de su miembro. Bajé la otra hasta la base de su polla, y seguí con los dedos la silueta de sus testículos. Alec gruñó, un sonido primitivo y salvaje, cuando se los acaricié suavemente mientras le besaba la punta de la polla. Le di un par de besitos antes de metérmela en la boca y rodearla con la lengua, y Alec emitió un nuevo gruñido. Me colocó instintivamente la mano en la cabeza, conduciéndome, mientras con una mano acariciaba toda su extensión y, con la otra, le masajeaba los huevos.
               ­-Joder, nena…
               Sólo esperaba que Annie me perdonara por estar profanando su cocina, y que Alec fuera lo bastante discreto como para no ponerse a gritar de placer. La verdad es que pensaba esmerarme con él. Me había comido el coño varias veces a lo largo del día, casi todas entre polvo y polvo, casi castigándome a base de negarme un descanso de esa oleada de placer. Y yo no le había devuelto el favor ni una sola vez.
               Y eso que me encantaba. Me sentía poderosa arrodillada frente a él, dándole placer con la boca, notando cómo su cuerpo se abandonaba a las embestidas de mi lengua y cómo sus manos se enredaban en mi pelo para tratar de dirigirme. Me había enseñado demasiado bien, y ahora yo estaba más que lista para demostrarle que había sido una alumna ejemplar, tomando buena nota de todo lo que quería hacer con él.
                Pero no era solo por mí. Sabía que él se lo merecía más que nadie. Siempre se preocupaba de que yo disfrutara en la cama, incluso a costa de lo que a él le apetecía; por eso a mí me gustaba tanto metérmela en la boca, porque entonces, era Alec quien mandaba.
               Alec me recogió el pelo que me caía sobre la espalda y empezó a embestirme involuntariamente. Cerró los ojos e hizo una mueca de puro placer, contrayendo los labios y arrugando la nariz. Jadeó.
               -Vas a echar de menos esto, ¿a que sí?-sonreí, sacándomela de la boca y meneándosela. Alec gruñó y asintió con la cabeza.
               -Hay que ser cabrona…
               Me detuve en seco, y él abrió los ojos y bajó la vista. Cuando me aseguré de tener toda su atención, saqué la lengua y le lamí la parte baja desde la punta hasta la base. Después, me la metí en la boca, sintiéndola un poco más grande que las anteriores veces.
               Y, luego, me deslicé de nuevo en dirección a sus huevos. Los lamí con atención, y cuando me los metí en la boca, Alec enloqueció. Siseé para que se callara.
               -No quiero que tu madre nos eche de casa.
               -Como si te supusiera algún problema chupármela en la calle-susurró. Clavó los dedos en el mármol de la mesa, el sándwich ya olvidado, y abrió mucho los ojos para poder ver cómo me afanaba en darle placer con la lengua, con los labios, incluso con los dientes.
               Las embestidas de sus caderas se volvieron rítmicas, y yo me regodeé en saber lo que aquello significaba.
               -Sa…bra… e…
               Me la saqué de la boca y le di besitos por la punta mientras con las dos manos masajeaba toda su extensión.
               -Córrete en mi boca, papi-ronroneé. Y eso hizo. Normalmente dejaba que se corriera dentro de mí, pero esta vez abrí la boca y saqué la lengua, dejando que las gotas de semen se precipitaran tanto en ésta como en mi garganta. Alec cerró los ojos, respirando a toda velocidad y trabajosamente, y yo esperé a que los abriera de nuevo para tragar. Me coloqué el pelo sobre los hombros y volví a sacar la lengua, que ya estaba limpia.
               Y me puse en pie. Tenía los pezones duros y la entrepierna empapada. Sólo esperaba que él lo notara y decidiera que, después de todo, necesitaba follarme más de lo que necesitaba cuidarme. Me incliné para darle un beso en la mandíbula.
               -Antes de que te vayas-ronroneé-, voy a dejar que te corras en mi cara. Y, si te portas lo bastante bien, te dejaré hacerme una foto para que lo recuerdes mientras estás en África.
               -Gracias por la oferta, nena-me dijo mientras me giraba para sentarme de nuevo en el taburete, pero él fue más rápido que yo: me agarró de las caderas-, pero… no se me va a olvidar tan fácilmente. Igual que tampoco se me va a olvidar esto.
               Me subió una pierna al taburete y se pegó a mí. Me puso la mano en el vientre y descendió hasta colarse por el elástico de mis bragas. Su dedo corazón se ancló en mi clítoris, mientras el índice y anular descendían por mis labios, manoseando mi abertura y la humedad de su costa.
               -Vaya, vaya. Alguien está ansiosa por follar-ronroneó en mi oído, y yo jadeé; introdujo un dedo en mi interior y empezó a masajearme por dentro, disfrutando de mi desesperación-. Pídemelo, Sabrae-ordenó.
               Dios, sí. Cuando se ponía en plan mandón me volvía loca.
               -¿El qué?
               ¿Que te quedes o que me folles?
               -Lo que te dé la puta gana. Pero no pienso hacerte nada hasta que no me lo pidas.
               Escuché cómo se acariciaba, preparándose para la acción de nuevo. Era increíble la rapidez con la que se recuperaba después de correrse.
               -Alec…
               -¿Sí?
               -Por favor.
               -¿Por favor qué, Sabrae?
               -Por favor, fóllame.
               -Buena chica. Creía que me ibas a dar más guerra.
               -Dime que tienes un condón-prácticamente sollocé. No es que no estuviera más que dispuesta a dejar que me lo hiciera a pelo. A estas alturas de la película…
               Me pasó un dedo por la espalda, bajándome la camiseta mientras me recorría la columna vertebral.
               -Bombón, bombón, bombón. ¿Por qué crees que me he puesto pantalones?
               Me tendió el paquetito del preservativo para que yo lo rompiera mientras seguía masajeándome, y, por fin, lo tenía fuera. Se lo pasé y escuché cómo se lo colocaba, gruñendo ante el placer de la presión en su polla, de nuevo erecta.
               Colocó la punta a la entrada de mi sexo, y viendo el ángulo yo sabía que iba a sentir hasta el último centímetro. Me estremecí de pies a cabeza.
               -Abre los ojos, Sabrae-me ordenó, y cuando lo hice, me di cuenta de que me estaba mirando en el reflejo de los cristales de la alacena. Joder. Parecía un dios griego allí colocado, una mano en mi cadera, una de mis piernas subida sobre el taburete; en su boca había una sonrisa oscura-. Y no los cierres. Quiero que te acuerdes de cada segundo de lo que estoy a punto de hacerte.
               Me rompió las bragas sin contemplaciones para tener mejor acceso a mí y, de la misma forma, sin ningún tipo de compasión, me penetró. Y yo grité.
               Después de todo, era su casa y su madre. A Alec le daba absolutamente igual que nos escucharan follando en cada rincón. Y a mí, a partir de entonces, también.
 
 
-También quiero que le dejes esto…-expliqué, sacado del cajón del escritorio la carta que le había ido escribiendo a Sabrae en los pocos (y, aun así, demasiados en mi opinión) ratos que habíamos  pasado separados antes de que la tensión acumulada por mi voluntariado nos explotara en la cara.
               Jordan me puso las manos en los hombros para obligarme a volverme.
               -Tío. Me has dejado un audio de doce minutos y cuarenta y siete segundos explicándome todo lo que tengo que hacer para cuando te vayas. Lo pillo, ¿vale? No eres más que otro blanquito de mierda que se piensa que los negros seguimos siendo sus esclavos.
               Puse los ojos en blanco y le di un empujón a Jordan.
               -Sólo quiero hacerle mi ausencia lo más amena posible a mi novia, ¿vale, tío? No espero que lo entiendas, ni mucho menos. Tú todavía estás en la etapa de fuckboy al que le aterra el compromiso, así que…-sonreí con maldad, dándole un codazo entre las costillas que me habría mandado derechito al hospital. Puede que tuviera que dejarme de gilipolleces y me diera ese toquecito a mí.
               Jordan tenía pensado pirarse una semana a Nueva York a hincharse a follar con Zoe, con la que “no tenía nada, lo juraba por Dios” (en parte por mi prohibición a que se implicara emocionalmente con una tía a la que le daba igual tirarse a dos chicos con tres novias), a mediados de mes. Una parte de mí estaba preocupado por él, ya que sabía de sobra cómo se llama ese sentimiento que te hace coger vuelos de horas y horas con tal de pasar quince minutos con una chica; otra parte estaba jodidamente orgullosa porque Jordan, mi Jordan, estaba mojando el churro. Era el mayor desarrollo de personaje que había visto en mi vida, y eso que tenía espejos en casa.
               -Tío. Le vas a regalar un puto consolador. Le has comprado paquetes de golosinas para las doce reglas que se va a pasar sin ti y que has calculado como ni Scott va a hacer sus exámenes de la carrera de ingeniería, y le has hecho elegir el sitio que más le gusta en tu habitación para ponerle un puto columpio y que se venga aquí las veces que le dé la gana-señaló el lugar que le había pedido a Saab que me indicara, cuyo propósito no le había desvelado, y en el que ya descansaba la caja del columpio que habíamos ido a comprar a toda hostia a Ikea, aprovechando los pases de empleado que no habíamos devuelto para burlar las restricciones de horario-. Francamente, me sorprendería que Sabrae se alegrara de que volvieras.
               -No digas eso. ¿Crees que me estoy pasando?
               Jordan parpadeó despacio. Se cruzó de brazos. Miró el columpio. La caja de golosinas. La carta en mis manos, tan larga que ocupaba varios folios. Parpadeó aún más despacio, y, no sé por qué, me recordó a Bey cuando le decía que había estado enfermo el fin de semana y por eso necesitaba que me dejara copiar sus deberes.
               Luego, sus ojos se posaron en el escritorio de esquina que había colocado al lado del mío. En un arrebato de felicidad después de reconciliarnos, había repetido la operación y le había dicho a Sabrae que eligiera el lugar que más le gustara de la habitación, el más iluminado y el que considerara más cómodo (“aparte de la cama, bombón, por supuesto”) para, después, ir con ella a Ikea y cogerle un escritorio para que pudiera estudiar durante mi voluntariado. Se había acostumbrado demasiado a estudiar en mi compañía y no quería que sus notas, que tan importantes eran para ella, se resintieran.
               El columpio había sido un extra que se me había ocurrido sobre la marcha, mientras atravesábamos la zona de exposición en busca de un reposapiés. Ella no contaba con él; sí con el escritorio. Por eso quería que lo estrenara sentándose en la silla de cuero blanco que había elegido y que me había costado Dios y ayuda montar a solas, leyendo mi carta y comiéndose unos regalices que le iba a dejar justo debajo.
                A la lista interminable de cosas que lamentaría por culpa del voluntariado iba a añadir la de no verle la cara cuando descubriera todo lo que había dejado para ella, y eso me destrozaba el corazón. Suerte que habíamos celebrado a lo grande mi idea con el escritorio, con ella achuchándome tan fuerte que me habían crujido las costillas… pero yo no había protestado.
               -Y ahora que mi segundo rincón favorito de la habitación está ocupado… ¿podemos ir a mi rincón favorito de tu habitación?-me había preguntado ella, y a mí me había faltado tiempo para estrecharla entre mis brazos.
               -No me mires así, Jordan. Soy Piscis, joder. Estoy controlándome para no alquilar una góndola y pedirte que te subas a darle un paseo por el Támesis en nuestro aniversario.
               -Preferiría tirarme de cabeza desde una de las torres del puente.
               -Eso es porque no estás enamorado-protesté.
               -No, eso es porque no me rige Saturno.
               -A mí no me rige Saturno, payaso. Me rige Júpiter, el planeta más grande-me hinché como un pavo-. Por eso tengo el pollón que tengo.
               -Vale-suspiró Jordan, extendiendo la mano para que le entregara la carta. La dejó cuidadosamente en la cama, al lado de la maleta que ya tenía terminada. Era increíble que todo un año de mi vida, mis esperanzas, expectativas y miedos, cupieran en una de mis bolsas de deporte. Las instrucciones de la fundación eran claras: cuanto menos equipaje lleváramos, menos cansados llegaríamos y más podríamos aprovechar el tiempo allí. Con tres pantalones y una camiseta por día nos apañaríamos, supuestamente; nos darían lo que necesitáramos y tendríamos tiempo de sobra de hacer la colada y demás quehaceres.
               Aun así, Sabrae se las había apañado para meter toda la ropa de deporte de mi armario en una bolsa en la que a duras penas cabría ella. Me había puesto a hacerla con ella, ya que apenas nos habíamos separado durante esos últimos días desde la reconciliación, y cuando se había levantado  y se había acercado a mí, pensé que entraríamos en ese bucle tan típico de novios adolescentes que no quieren separarse y ella me vaciaría la maleta mientras yo intentaba llenarla.
               Cuál había sido mi sorpresa cuando lo que había hecho había sido justo lo contrario: había doblado con cuidado la ropa y buscado huevos libres con tanta eficiencia que, bueno, parecía que tenía ganas de que me pirara.
               -Joder, bombón, relájate un poco. Yo que me estaba haciendo ilusiones pensando que ibas a intentar deshacérmela…
               Ella se había reído de una forma deliciosa que había hecho que no pudiera resistirme al impulso de abrazarle la cintura y besarle la mejilla. Qué bonita era. La más bonita del mundo.
               Y yo la iba a dejar atrás.
               -No, sol. Así no pierdes tanto tiempo haciéndola y podemos disfrutar más.
               -Parece mentira que te vayas mañana-comentó Jordan, sentándose en la cama y alisando despacio las sábanas a su lado. Asentí con la cabeza. Tanto tiempo hablando de mañana como un día teórico había terminado por quitarle toda su esencia, y yo… no sabía cómo me sentía. Estaba extrañamente tranquilo, cuando siempre había creído que estaría de los nervios.
               -Sí, tío.
               -¿Cómo te sientes?
               -Bien. Normal. No sé. Creo que no lo he asimilado. Estoy como siempre-me encogí de hombros-. Supongo que es todo por la incertidumbre de estas últimas semanas; el no saber si me iba o me quedaba…
               -Ya… ¿puedo ser sincero?
               -Joder, ¿ahora? ¿Después de 15 años de amistad basados en mentiras piadosas? No, no puedes-me eché a reír y Jordan también. Me dio una palmada en el hombro y me miró a los ojos.
               -Sé que te va a hacer muchísimo daño, pero no me quedaría a gusto si te fueras sin yo decírtelo, así que ahí va: tenía la esperanza de que Sabrae te pidiera que te quedaras. De hecho, creía que Sabrae te iba a pedir que te quedaras.
               Se me hizo un nudo en la garganta contra el que me fue prácticamente imposible luchar.
               -¿Por qué?
               -¿No es evidente, puto Piscis ciego? Está loca por ti. No sabe vivir sin ti. Y tú no sabes vivir sin ella. Puedes estar sin todos nosotros-sacudió la cabeza, y se echó la mano a la nuca, buscando unas rastas que ya no estaban ahí-, pero no puedes vivir sin ella. Y yo estoy preocupado.
               -Jor, voy a estar bien. O sea, todo lo que cabe teniendo en cuenta que voy a estar a seis mil putos kilómetros de casa. Y os voy a echar mucho de menos.
               -Ya…-suspiró, recostándose hacia atrás y mirando el techo-. No podías haber cogido algún voluntariado en Irlanda, joder. Tenías que irte a puto Etiopía. También hay niños irlandeses muriéndose de hambre, ¿a ellos no les quieres ayudar, jodido inglés imperialista?
               -Quiero domar leones y volver con un ejército que ni Alejandro Magno. Mi abuela habrá perdido su trono en Rusia, pero yo le conseguiré el inglés. Soy la esperanza de mi familia. Recuperaré una corona, la que sea. Y la nuestra es más cercana-sonreí, encogiéndome de hombros, y empecé a tirar de los hilos de las sábanas.
               -Al, estoy preocupado.
               -¿Por? No me va a pasar nada. No corro más que un león, pero sí más que la mayoría de gente. Con ser más rápido que mis compañeros es suficiente para que no me coman.
               -No, Al. Porque has pensado tanto en lo mucho que vas a echar de menos a Saab que no te has dado cuenta de que a nosotros también nos vas a echar muchísimo de menos. Y deberías haber peleado por conseguir que los demás se despidieran de ti como tú te mereces.
               Me estremecí. Iba a pasar el último día a solas con Jordan, ya que todos mis amigos tenían cosas pendientes e inaplazables: Karlie tenía el cumpleaños de su abuela centenaria, Scott y Tommy tenían que ensayar para su tour, Max ya se había marchado de vacaciones a la costa, Bey acompañaría a Sher a un juicio importantísimo para ir practicando para la universidad, y Logan… bueno, Logan estaba con Niki. Y yo no podía decir que le culpara por querer aprovechar su primer verano enamorado y correspondido. Que yo fuera un imbécil que no sabía hacerlo no quería decir que los demás tuvieran que seguir mis pasos.
               La única que estaba libre era Tam, y cuando todos habían ido poniendo excusas, me la había quedado mirando, esperando cualquier pollada sobre la Royal School of Music y unas audiciones inventadas para no quedarse con nosotros.
               Cuál había sido mi sorpresa cuando me había mirado a los ojos y me había dicho que ella sí estaría. “En representación de las chicas”, me dijo. Yo le pregunté que si de las heterosexuales o de las lesbianas. Ella se había quitado un zapato y me lo había tirado a la cabeza. Supongo que era su manera de decirme que me iba a echar de menos, igual que yo acababa de decírselo a ella.
               Pero me había mandado un mensaje esta mañana pidiendo disculpas, diciendo que había pillado algo por la noche y que se había levantado fatal, y excusándose en que sería mejor que no nos viéramos para no pegármelo y que yo me pasara todo el vuelo solo hecho mierda. Iba a pedirle a mamá que le preparara un caldo de pollo y pasarme a verla a última hora de la tarde, antes de irme con Sabrae.
               Aunque una parte de mí se alegró, en el fondo, de que Tam no viniera. No porque fuera Tam, sino porque… Jordan era Jordan. Y yo había pasado de él como de la mierda. Me había centrado tanto en Sabrae y mi hermana que me había olvidado por completo de él, dándole migajas de atención cuando se merecía barras de pan completas.
               -No importa, Jor. Todos tenemos cosas que hacer. No puedo pretender que el mundo se pare por mí. No es que haya dejado que ocupen sus agendas porque no sepa cómo atraer su atención. Puedo tirarme debajo de un coche otra vez si me apetece que me hagan casito.
               Jordan rió por la nariz, y yo le di un toquecito en el hombro.
               -Además… ¿no te alegras de tenerme para ti solo? Te he preparado una chuleta de truquitos sexuales que creo que te serán de utilidad-dije, echando mano de una libreta vieja y ajada. Jordan se echó a reír, pero cuando se calló y sus ojos se posaron en los míos, vi que los tenía húmedos.
               -Hermano…
               -Ya lo sé-ahora fui yo quien le puso una mano en el hombro-. Ya lo sé. Yo también.
               -Vale.
               Jordan tragó saliva. Se había prometido a sí mismo que no iba a llorar delante de mí, porque sabía que yo lo pasaba mal cuando la gente a la que quería lloraba delante de mí, y ya lo iba a hacer mi familia bastante. Por eso no le había dejado decirme todo lo que quería, o sentía que necesitaba decirme.
               Porque yo ya le había dicho todo eso en una carta que estaba guardada a buen recaudo en la habitación de Mimi, esperando a que me fuera y cayera la noche para que mi hermana fuera a llevársela a mi mejor amigo… el hermano que nunca tuve, la roca que yo no sabía que necesitaba, la primera mano tendida para ayudarme a salir del agua.
               Jordan se equivocaba en una cosa: yo sabía de sobra lo mucho que iba a echar a mis amigos. Lo que pasa es que me habían prometido en mi cumpleaños que estarían allí para mí, que me esperarían y todo sería igual; todo lo igual que puede ser la vida del grupo de amigos de la infancia cuando cada uno va a una universidad… o un país.
               Y yo les creía. Sabía que lo decían de verdad. Y sabía que lo cumplirían. Por eso, a pesar de mi decepción, no había protestado cuando dijeron que no podrían estar allí en mi último día.
               Porque sabía que los chicos, los ocho, estarían allí cuando llegara mi auténtico último día. Y eso era lo que contaba.
               -Vamos, venga-le insté, levantándome y tendiéndole la mano a Jordan-. Tengo una paliza que pegarte al GTA.
               -¿Pero no íbamos a jugar al Animal Crossing?
               -Hombre, pues claro. Pero en algún momento terminaremos de terraformar y luego nos tocará entretenernos con algo. Ven, tengo las birras en la nevera.
               La sonrisa que esbocé cuando llegamos a la cocina y la mesa en la que me había follado, y luego le había comido el coño, a Sabrae debió ser épica, porque Jordan se me quedó mirando con el ceño fruncido y, tras seguir la dirección de mi mirada, hizo una mueca.
               -¿Por qué me da la sensación de que no quiero saber lo que has hecho aquí, puto vicioso?
               -Porque todavía no te interesa aprender a follar en condiciones, virgen de mierda.
               Jordan sacudió la cabeza, saliendo por la puerta.
               -Por cierto, que sepas que el montaje del columpio de tu novia no va incluido en estas birras.
               -¿¡Me lo vas a cobrar!?
               -Mi tiempo vale dinero, Alec-contestó, mirándome por encima del hombro y abriendo la puerta del cobertizo igual que un mayordomo.
               Tam, que estaba tirada sobre el sofá, con el mando de la consola en la mano y una manta extendida sobre sus piernas, nos sonrió con pereza. Se sonó la nariz a modo de saludo.
               -¿¡Tam!? ¿Qué haces aquí?-pregunté, y me giré hacia Jordan-. ¿Tú sabías que venía?
               -Me sentía mal por dejar que te piraras sin más, así que he decidido venir a patearte ese culo de machito que tienes en la consola. Para que te vayas a África sabiendo cuál es tu sitio.
               -¿Seguro que estás bien? Tienes bastante mala cara.
               Tam dejó de sonarse la nariz y me fulminó con la mirada.
               -¿Por qué te emperras siempre en ser tan insoportable? Paso de tu puta cara-sentenció, levantándose del sofá, dirigiéndose hacia la puerta y…
               … dejándose las piernas bajo la manta.
               -Tamika-sisearon sus piernas con la voz de su hermana-. Vuelve aquí ahora mismo.
               -¿Es que no piensa dejar de ser un gilipollas ni a un día de pirarse? ¡Haces que me sienta imbécil por estar triste porque te vas!-me golpeó el pecho con los puños mientras Bey se asomaba por debajo de la manta.
               -¡¿Beyoncé?!-bramé, como la tía del meme. Se suponía que Sher la había acogido bajo su ala y le estaba dando caña en el despacho para prepararla para la universidad, que fuera la mejor de su clase y poder cogerla para las prácticas. Bey se echó a reír.
               -Holiiiiiiii-canturreó Max, incorporándose desde la esquina a la que yo le daba la espalda, oculto tras los percheros.
               -¡SORPRESA!-chillaron Logan y Karlie, levantándose desde detrás del sofá de un brinco.
               -¿No ibais a contar hasta tres?-se quejó Scott, abriendo la puerta del armario de los juegos viejos, en el que se había metido con Tommy-. ¡Dijisteis que ibais a contar hasta tres para salir sincronizados!
               -¿Qué coño hacéis aquí?-dije.
               -¿Y por qué estáis en el armario?-preguntó Jordan-. Teníais sitio de sobra en el baño.
               -Jordan, parece mentira para ti. Scott y Tommy no aceptan que están enamorados el uno del otro, pero sus subconscientes les traicionan.
               -Sí que lo aceptamos-protestó Tommy-. Nos dimos un pico en prime time, ¿recuerdas?
               -Como para no. ¿Te recuerdo que lo tengo de fondo de pantalla? Y no fue un pico. Fue un morreo como Dios manda.
               -¿Cuándo nos vas a quitar de fondo de pantalla, puto friki? Eso es raro de cojones-se quejó Scott.
               -Cuando se filtre vuestro sex tape.
               -No hemos hecho ningún sex tape.
               -¿Y a qué coño esperáis?
               -¡Eh! Tiempo muerto. Alec, creo que no estás procesando una cosita…-dijo Bey, abriendo los brazos y agitando las manos en el aire. Me los quedé mirando. A todos. Uno a uno. Tam, Max, Bey, Karlie, Logan, Scott, Tommy, Jordan.
               Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho.
               Ocho.
               ¡Ocho!
               OCHO.
               -Estáis todos-dije, asombrado. Tam se rió.
               -Cómo se nota que se sacó el título en la última convocatoria.
               -Estáis… todos-repetí, y Karlie y Max se miraron.
               -Al, ¿estás bien?-preguntó Logan.
               -Es que… estáis todos.
               -Claro que estamos todos, so burro. ¿De verdad te creías que íbamos a desperdiciar tu último día en casa estando lejos de ti?-dijo Scott.
               Me lo quedé mirando. El puto Scott Malik. Con su millón de compromisos sociales, su quintillón de seguidores, el puto mundo a sus pies…
               … viniendo a despedirse de mí.
               Igual que el resto de mis amigos.
               No lo pude soportar más: me eché a llorar como un niño pequeño al que le explican quién es Papá Noel, cuyas ilusiones se destruyen, pero las mías no habían hecho más que crecer. Ya sabía que los chicos me querían, pero esto… esto no me lo esperaba para nada.
               Al final sí que voy a ser gilipollas.
               Llevaba quince años teniendo a los mejores amigos del mundo, ¿y me daba cuenta ahora?
 
 
 -Vamos, chaval. Demuéstrale quién manda-se rió Max, empujándome fuera del cobertizo.
               -A por ella, tigre-ronroneó Karlie en un tono que hizo que entendiera cómo había conseguido cambiar de acera a Tamika.
               -Pásalo bien-rió Scott.
               -Aprovecha, chico, que la sequía que se viene va a ser grande-me instó Tommy, dándome otro empujoncito más. Las gemelas me desearon suerte; Logan simplemente me revolvió el pelo, que ya tenía bastante revuelto de por sí por la tarde jugando con mis amigos igual que críos pequeños, y Jordan… Jordan sólo me guiñó el ojo y se despidió con un:
               -Nos vemos mañana en el aeropuerto… si es que llegas de una pieza.
               Les había pedido a los chicos que no fueran al aeropuerto a despedirme, porque si no sí que no sería capaz de subirme al avión. Pero a Jordan… a Jordan no podía renunciar. A Jordan, no. Por mucho que apreciara el esfuerzo que habían hecho todos, por mucho que media Inglaterra me odiara por hacer que Scott y Tommy no estuvieran en un concierto, Jordan siempre, siempre, siempre iba a ocupar un puesto especial en mi corazón.
               Había sido una de las mejores tardes de mi vida: comiendo comida basura, jugando a videojuegos, haciendo el tonto con mis amigos, descojonándonos y llorando a moco tendido porque nos poníamos sentimentales a la mínima de cambio.
               Y ahora me dirigía hacia la que debía ser la noche del año. Los chicos me habían entretenido tanto que no había mirado el móvil ni una sola vez en toda la tarde, y entonces, cuando el sol empezaba a acariciar los tejados de las casas y a teñir el cielo de rosa, el mensaje que no sabía que estaba esperando resonó en mi móvil. El tono indicaba que sólo podía ser de una persona. La única capaz de sacarme del pozo más profundo y hacer que me replanteara toda mi vida a escasas horas de darle un giro radical.

¿Me harás esperar mucho más en tu casa? 😉 tic, tac, tic, tac, tic, tac.

               Se me secó la boca, me quedé sin aliento y se me aceleró el corazón. Mi reacción fue tan evidente que mis amigos se descojonaron.
               -Si se pone así por una noche de sexo, ¿cómo va a ser cuando lo casemos?-preguntó Karlie, burlona. Scott se echó a reír, dándome una palmada en el hombro.
               -Jodidamente divertido. Venga, no hagas esperar a mi hermana. Tira-me había ordenado. Y yo había sido obediente, creo.
               Hasta que me vi en la calle. Me giré para mirarlos, sus cabezas apelotonadas en la puerta, observándome, ocho sonrisas flotando en el ambiente.
               -¿Qué tal estoy?
               -Muy guapo-dijo Bey.
               -Vale, gracias, reina B. Y ahora, ¿alguien que no esté enamorado de mí, por favor?
               -¡Que estás muy guapo, hombre!-aseguró Logan.
               -He dicho alguien que no esté enamorado de mí.
               -¡Vete a la mierda! No me gustas de ese modo, Al-se rió.
               -Aquí la única que no me echaría un polvo sería Tam, así que sólo me fío de su opinión.
               -Yo tampoco te echaría un polvo-dijo Scott.
               -Tú me das igual, S. Ya hay alguien representando a tu casa en mi vida sexual.
               -¿Quién dice que yo no te echaría un polvo? Que me parezcas insoportable no quiere decir que no me parezcas guapo-Tam se encogió de hombros, y todos la miraron alucinados.
               -¿¡DISCULPA!?-bramó Karlie.
               -Es coña. Quería ver si te ponía celosa.
               -No es coña. Sí que quiere. Igual, al final, termino no marchándome. Se me presenta cada oportunidad…
               -No te tocaría ni con un palo, Alec-constató… no; más bien mintió Tamika.
               -No me extraña-solté-. Me tienes un miedo tremendo. Y con razón. Mi polla es como la lámpara de Aladdín, Tam. Te la encuentras, la frotas, te concede tres deseos y ya te cambia la vida y no puedes desprenderte de ella por muy honrada que te creyeras que eras.-le saqué la lengua y ella puso los ojos en blanco.
               -Rezaré cada día para que te atropelle un ñu.
               -No sería la primera vez que sobrevivo a un atropello.
               -¿Y a 365?
               -Eres una hija de puta-dije, riéndome, y me giré hacia mi casa. El suelo cedió bajo mis pies.
               -¿Creéis que necesita que lo llevemos?-preguntó Jordan.
               -Es Alec. Lo tiene todo controlado-respondió Scott-. Puede con esto.
               Sabía que lo decía desde la confianza, la amistad y el cariño que nos profesábamos. Pero, cuando atravesé la calle, abrí la puerta me acerqué a las escaleras y la vi, me di cuenta de una cosa.
               Tal vez hubiera podido con todo antes, pero no estaba tan claro que fuera a poder con Sabrae esa noche.
               -Ya creía que no venías-dijo mi… mira, llamarla “novia” a estas alturas de la película es quedarse muy, muy corto. No era mi novia nada más; era, más bien, mi dueña. Mi reina. Mi diosa.
                -Casi me había hecho ilusiones con salir a lucir este outfit-ronroneó, acercándose a mí y dándome un beso en la mandíbula.
               -¿Qué llevas puesto, Sabrae?-le pregunté, como si no me hubiera comido con la mirada cara milímetro de su cuerpo. La muy cabrona se había puesto la blusa de mangas de gasa blanca y la falda lápiz de fono azul y dibujos de golondrinas blancas que había llevado en Mykonos, y los zapatos blancos con dibujos de olas griegas en azul de la graduación.
               -Unos trapitos a los que los dos les tenemos mucho cariño-ronroneó, y luego, se acercó aún más a mí-. Dijiste que querías quitármelo, pero nunca tuviste la oportunidad. Y se me ha ocurrido que… ahora o nunca. ¿Verdad, sol?
               Me la quedé mirando un rato, midiéndola con la mirada. Calculando si sobreviviría a la noche que Sabrae me tenía preparada.
               Al final, resultó que me había rayado con el puto voluntariado para nada. Era evidente que esa zorra me iba a matar.
               Y yo corrí hacia mi destrucción con la felicidad del planeta que se lanza contra su sol. Antes explotar que el vacío que sería estar sin ella. Antes morir que no marcharme y no poder disfrutar de su despedida.
 
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2 comentarios:

  1. Oficialmente llorando porqué llevo literalmente AÑOS esperando este capítulo que supondría el principio del fin y estoy tristisima. Me he puesto fatal con el discurso de Sabrae y se me ha partido el corazón heavy con Alec y el grupo. Se que el capítulo que se viene me va a partir en dos porque aunque espero una sesion de sexo de la hostia se va a venir nuevo momento de dolor y no estoy preparada. A pesar de ello, tengo claro que para lo que no estoy preparada bajo ningun concepto es para la despedida en el aeropuerto. Más me vale coger tres bombonas de oxígeno porque la ultima llorera que me pegue leyendo se va a quedar en nada.

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  2. Pues ya llega el principio del fin y se viene llorera en muchos capítulos seguidos (empezando por este por supuesto)
    - He estado tristísima todo el capítulo, porque, aunque me encanta verlos tonteando enamoradísimos no he parado de pensar en el poco tiempo que les queda hasta que Alec se vaya y que angustia estoy de pasando de verdad.
    - El discurso de Sabrae me ha matado, creí que nunca llegaría a decirselo y jo :’(
    - El columpio, el escritorio, la carta, las golosinas… de verdad que yo no puedo más Eri.
    - Que llorera la conversación con Jordan y luego cuando han aparecido todos, fatal me ha dejado todo.
    - “Y yo corrí hacia mi destrucción con la felicidad del planeta que se lanza contra su sol. Antes explotar que el vacío que sería estar sin ella. Antes morir que no marcharme y no poder disfrutar de su despedida.” QUE FORMA DE TERMINAR UN CAPÍTULO ES ESTA????
    Estoy deseando seguir leyendo, aunque estoy segura de que no estoy preparada para todo lo que se viene <3

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