martes, 5 de julio de 2022

Hola, mi nombre sigue siendo Eri. Y les sigo robando sueños a las Directioners.

 
Hoy hace exactamente diez años, me desperté con una sensación de urgencia por escribir el sueño que acababa de tener. Como todos los sueños, era inconexo y partía de la nada, pero aquel fue especial, como si lo que había imaginado supiera de su importancia intrínseca y quisiera sobrevivir al olvido al que condenamos a todos los sueños que no contamos a toda costa, urgiéndome a que lo continuara. Era curioso, porque, al contrario que mis anteriores sueños que habían desembocado en historias y que me habían marcado tanto como para recordarlos a día de hoy, aquel sueño estaba protagonizado por gente de cuya existencia estaba enterada, pero que no me gustaban (obsesionaban) como los que me empujaban a escribir historias sobre ellos que luego nunca terminaba.
               Esas personas eran Louis, Zayn, Niall, Liam y Harry, y el sueño fue el primer capítulo de la que es la primera historia que terminé, It’s 1D, bitches. Una novela que yo no sabía que iba a seguir siéndolo cuando hoy hace diez años les pedí permiso a mis amigas directioners, las principales culpables de que hubiera tenido ese sueño, les enviaba mensajes privados por Tuenti  pidiéndoles permiso para elaborar ese sueño en el blog que estaba estrenando por aquel entonces.
               Y, sin embargo, esos instantes de delirio inclinaron el timón de mi vida hacia un rumbo completamente nuevo. De lo que era un hobby que me apetecía desarrollar y tomarme un poco más en serio de lo que lo había hecho hasta entonces, hice una rutina y casi un trabajo no remunerado.
               Hay muchas cosas que a día de hoy sé que no están nada bien en It’s 1D bitches, y comportamientos que yo misma cambiaría respecto de ella. La primera, mi reticencia en 2012 y siguientes a decir que escribía una fanfic, porque, por aquel entonces, me creía que decir que mi novela era una fanfic era hacerla de menos, o catalogarla como algo de poca calidad pero que un público ansioso y sin ningún tipo de criterio se mete entre pecho y espalda porque forma parte de ser un fan. Pero, curiosamente, hay partes de la trama que sé que son tremendamente insensibles, problemáticas y apresuradas (precisamente de lo que yo quería distanciarme cuando decía que yo “no escribía una fanfic, sino una novela en la que aparecían famosos”), y que sin embargo mantendría a día de hoy. Me corregiría en ciertos aspectos de la novela, pero nunca en la forma en que la escribí. Porque, por mucho que ese sueño de hace diez años terminara haciéndome cambiar radicalmente el rumbo de mi vida, se nota en la estela que voy dejando de qué puerto zarpé: de escribir con el corazón, de dejarme llevar, sentarme frente a la pantalla del ordenador y empezar a teclear, y que sea lo que las musas quieran.
               A veces, cuando me da por releer ciertas partes, me muero de la vergüenza preguntándome en qué coño estaba pensando cuando decidí X cosa, pero creo que eso es bueno; significa que he mejorado y he ido atravesando el mar, cambiando poco a poco de huso horario y de paisajes que me acompañan al otro lado, en la orilla.
               No puedo dejar de pensar en lo increíble que es que las pequeñas decisiones, en las que menos piensas y a las que menos impacto les atribuyen terminan siendo las que definen el rumbo de tu vida. No me senté a pensar en lo que estaría haciendo dentro de diez años aquel día que decidí escribir ese título un poco tonto; simplemente, lo hice. Giré el timón diez grados, sin saber cuánto tiempo hincharía el viento mis velas.
               Pero diez grados en diez años suponen acabar en Japón en lugar de en Australia. Y ahí es donde siento que estoy ahora: lejos de aquel punto de partida, en el que tuve que pedirles a mis amigas que me contaran todo lo que supieran de la banda y que creían que yo necesitaba para seguir con la novela, y, sin embargo, escribiendo todavía en la misma libreta. Dándole a “publicar entrada” y corriendo a avisar con ilusión, esperando que alguien al otro lado de la pantalla tenga tantas ganas de leer mis historias como yo de contarlas.
               Casi nunca hablo de It’s 1D bitches porque, a pesar de que fue mi época de mayor éxito en el sentido de recibir visitas y atraer a gente, creo que, por fortuna, no es mi mejor historia. Aunque sí que reconozco que es el cascarón sobre el que aprendí a navegar, y sin el cual no habría encontrado una pasión de la que me habría encantado vivir, si las circunstancias fueran otras. Pero que no me dé de comer no quiere decir que la desprecie, sino todo lo contrario; me hace ver que lo hago porque lo disfruto, por el compromiso que tengo con ese río que bebe de la fuente que fue. Porque antes de Alec y Sabrae, antes de Scott y Eleanor, antes de Tommy y Diana, estuvieron Eri y Louis.
               Y puede que ya apenas aparezcan, pero, en el fondo… se sigue tratando de Eri y Louis.
               Igual que, en el fondo, sigo siendo la misma niña ilusionada que fui el 5 de julio de 2012, cuando abrí el blog y empecé a escribir. Igual que todavía tengo un poco de miedo de cuando parece que alguien puede enterarse de lo que hago, y no tomarme tan en serio, igual que yo no me tomaba en serio a las que abrieron la senda que yo todavía estoy siguiendo y se lanzaron a escribir las primeras sendas. Igual que, todavía, siento un poco de vergüenza en las escenas de sexo (aunque, por suerte, cada vez menos), y siguen resonando los ecos de mis compañeros de instituto riéndose ante algo que yo disfrutaba y que no hacía daño a nadie. Pero, si tuviera que señalar una sola cosa para sentirme orgullosa, es de seguir aún hoy aquí.
               Cuando empezaron a reírse de mí por lo que escribía hace diez años, tuve que hacer una elección: dejarlo y que ganaran ellos, aun sabiendo que seguirían burlándose; o seguir y que siguieran burlándose, pero terminar ganando yo.
               Y me alegro de haber apostado por mí. Qué paisajes me estoy encontrando, qué luz consigo encontrar dentro de mí.
               Todo porque, hoy hace diez años, decidí virar un poco el timón. Hoy no les voy a dar las gracias a Sabrae, a Alec, o a Scott. Se las doy a su padre, aunque ni siquiera lo es en la ficción, porque de él surgió todo.
               Gracias, Louis. Gracias por, hoy hace diez años, estar en aquel bar diseñado por Morfeo.
               No quiero saber la persona en la que me habría convertido de no ser así.

               Esta va por ti.



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