domingo, 31 de julio de 2022

Banquete de cenizas.


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Hablando de escuchar…
               Parecía mentira que uno de los peores días de mi vida fuera a empezar tan bien, como morder una fruta podrida de la que el primer bocado es el más dulce que has probado nunca.
               No habíamos puesto despertador, supongo que confiando en que nuestros cuerpos decidirían cuándo era el momento de separarse, o en que el universo se las ingeniería para imponernos su plan. Como siempre, estábamos en lo cierto. Todavía faltaban unas horas para que el avión de Alec despegara.
               Mientras tanto, podía quedarme escuchando el sonido de su respiración acompasada. Como anticipando que la próxima noche ya no podríamos estrecharnos el uno al otro entre nuestros brazos, habíamos dormido  enredados en la parte de abajo, pero separados en la de arriba. Yo estaba de costado, mirando hacia él, cuando el sol se cansó de acariciarme los ojos y empezó a arañarme los párpados. Alec estaba boca abajo, respirando profunda y lentamente, su espalda subiendo y bajando al compás que marcaba su pecho.
               Estuve despierta un par de segundos más que él, un par de segundos preciosos que eran poca compensación por el tiempo que no iba a tenerle, pero que atesoré de todos modos como el regalo divino que eran. Prácticamente aguanté la respiración para oír la suya, regodeándome en ese dulce sonido al que nunca pensé que me acostumbraría.
               Estiré la mano para acariciarle el pelo como tantas veces había hecho mientras él dormía, incapaz de guardarme las manos… y, esta vez, Alec se despertó. Su respiración se volvió un poco más profunda justo antes de ascender igual que un delfín que se hace con las olas. Tomó aire profundamente y luego lo exhaló entrecortado, levantando la cabeza lo justo como para mirar a su alrededor con expresión de somnolencia. Sus manos buscaron por el colchón antes incuso de que él pudiera recordar su nombre, dónde estaba o con quién, y, sobre todo, qué día era. Respiró un par de veces más y yo escuché con toda la atención que pude, consciente de que nunca había escuchado algo tan hermoso a pesar de haber dormido con más personas. Scott había sido la primera respiración de ese tipo que había oído, y durante los primeros años de mi vida aquello había acompañado a mis despertares, pero la de Alec… la de Alec no podía compararse con nada.
               Y mañana habría silencio. Suerte que a Claire le quedaría libre el hueco que Alec iba a dejar, porque estaba convencida de que me volvería loca acusando la falta de estímulos.
               Los músculos de su espalda se contrajeron y relajaron en esa perfecta sincronía que sólo tenía su cuerpo mientras se incorporaba un poco más. Se giró para mirarme, y cuando por fin sus ojos se encontraron con los míos, ese pellizco de preocupada desorientación que siempre le asaltaba nada más despertarse se apagó. Ahora que sabía que estaba conmigo, no le importaba dónde habíamos dormido. Estaba en casa simplemente por la persona que compartía con él la cama.
               Y se pasaría un año entero sin poder pisar su casa.
               -Buenos días-dijo, la voz rasposa del hombre que acaba de despertase. Mi hombre, pensé, con un delicioso retortijón de posesividad en el estómago, mientras seguía revolviéndole el pelo distraída. No recordaba haber estado con ningún chico que tuviera el pelo tan suave como Alec.
               -Buenos días. ¿Has dormido bien?
               -He dormido demasiado-respondió, frotándose los ojos. Cuando sólo le habían indicado el día que salía su avión, Alec había decidido que no dormiríamos nada la noche anterior a que él se fuera. Todo el sueño que tuviéramos que recuperar, él lo recuperaría en el avión de camino a Etiopía y yo lo recuperaría por el día, como si pudiera descansar mientras se alejaba de mí a más de un kilómetro por minuto.
               Cuando le habían enviado la tarjeta de embarque y había visto que su vuelo sería nocturno, Alec había insistido en que no teníamos por qué dormir en nuestra última noche juntos… “salvo que yo quisiera descansar, claro”. Y yo no querría descansar, pero tampoco quería que se desplomara de agotamiento en su primer día en el voluntariado. Sospechaba que a duras penas habría aguantado el ritmo que pretendía llevar antes de tener el accidente, pero después de haberlo tenido, la verdad es que no quería arriesgarme.
               -Si no sabes qué hora es, Al-me reí, y él se acercó a mí. Me rodeó la cintura como sólo él sabía hacerlo y yo decidí en ese momento que me pasaría un año sin usar cinturones: nada debería tocarme en ese rincón de mi cuerpo, que estaba a la vista de todos pero que sólo respondía a Alec.
               -Me da igual. He dormido, y dormir siquiera treinta segundos es demasiado.
               -Eres bobo-me reí de nuevo, acariciándole la mejilla mientras se ponía encima de mí, colándose entre mis piernas. Noté que estaba duro. ¿Íbamos a tener sexo mañanero? La verdad, no estaba nada a disgusto con el último polvo que habíamos echado, y me parecía tan tierna la manera en que habíamos hecho el amor que no me importaría que aquella fuera nuestra última bien. La consideraba una buena despedida. Todo lo buena que podía serlo una despedida de mi novio, claro.
               Sin embargo, ahora que parecía abrirse un horizonte de posibilidades frente a mí, no estaba por hacerle ascos.
               -Si supieras lo que estoy pensando, nena, me llamarías cosas más feas que bobo.
               -Mm, no sé si mi mente inocente estaría capacitada para procesar todas las maldades que se le pasan por la cabeza a un sinvergüenza como tú. Aunque me gusta intentarlo.
               -Se te da de cine intentarlo.
               -Es que da mucha satisfacción.
               Dejó de darme besos y levantó un poco la cabeza para poder mirarme a los ojos.
               -¿Satisfacción?
               -Satisfacción-asentí, acariciándole los hombros, los brazos, los músculos de sus bíceps. Me apeteció darle un bocado a sus bíceps, y lo hice. Porque era mi novio y podía hacer con él lo que quisiera. Alec dejó escapar un suave y juguetón “auch”, tiró de las sábanas y nos escondió debajo de ellas. Me agarró de las manos para ponérmelas por encima de la cabeza, y cuando empecé a retorcerme por debajo de él, noté cómo sus dientes rozaban mi piel más que sus labios. Sonreía. Era feliz.
               Esperaba hacerlo lo suficientemente feliz durante esas horas que aún nos quedaban para que los ecos de lo bien que se lo había pasado resonaran en su alma dentro de 24 horas, cundo no tuviera a nadie que le conociera y estuviera locamente enamorada de él (y no hablaba sólo por mí esta vez) en el mismo continente en el que estaba. Sospechaba que lo iba a pasar mal las primeras semanas, detestándose por hacer amigos porque consideraría que debía guardarnos luto a todos los que había dejado en Inglaterra. Por eso quería que sus últimas horas fueran tan especiales: para que pudiera despedirse como consideraba que debía hacerlo.
               Su boca recorrió mis curvas, señalando puntos sueltos en mi anatomía que, en un patrón, me convertían en la constelación más hermosa del universo. Se rió conmigo cuando me hizo cosquillas, me miró a los ojos con ilusión cuando salimos de debajo de las sábanas, y me dijo que me quería a la vez que se lo decía yo. Dejé apoyada la cabeza en la almohada, disfrutando de la manera que tenía de mirarme, como si fuera yo la que alzara el sol todas las mañanas. Ni tan siquiera Scott había sido capaz de mirarme así de pequeña, ni yo a él.
               Supuse que me zambulliría en una noche eterna en cuanto él se subiera al avión. Mi sol personal, el único que importaba realmente, se iría a más de seis mil kilómetros de mí, y yo no tendría estrellas que contar para distraerme en esa penumbra de un año en la que iba a sumirme. Tenía que decirme a mí misma que no me importaba y que era lo correcto, pero era extremadamente difícil resistirse a la tentación de suplicarle que se quedara cuando tenía tanta de su piel en mi piel.
               -¿A qué hora tenemos que dejar la habitación?-pregunté con intención, enroscando una pierna en la suya y subiéndola y bajándola lentamente, acariciando mi sexo con la base del suyo. Me apetecía darles un motivo a mis padres para castigarme sin salir un mes.
               Su sonrisa blanquísima fue la respuesta que yo estaba esperando.
               -¿Qué pasa? ¿Tienes ganas de perderme de vista?
               -Sólo quiero saber a partir de cuándo voy a empezar a invitar yo. Eso de ser la que paga y la que manda tiene mucho morbo, ¿no crees?
               -Oh, ¿yo debería ser el que mandaba esta noche?-respondió, mordisqueándome por debajo de la mandíbula y descendiendo hasta mis senos-. Es bueno saberlo. Puede que todavía estemos a tiempo de aprovechar la ocasión.
               Por la forma en que empezamos a besarnos, creí que tocaría una sesión de sexo perezoso, mi preferido por las mañanas. Él parecía tener otros planes: después de pasear su lengua tranquilamente por el espacio entre mis muslos y hacerme retorcer los pies, se quedó de rodillas en la cama y me tendió la mano para ir a ducharnos.
               -¿Lo vamos a hacer en el baño?
               -¿Y no poder lamerte de entre las tetas el sudor que yo te pongo en el cuerpo? Una polla, Sabrae. Es que estoy molido, bombón-dijo, estirándose y apoyando una mano en los lumbares. Bostezó ampliamente y se quedó pillado un momento, con la vista perdida y los ojos vidriosos-. Y me apetece meterme en la ducha contigo. Y como no sé el tiempo que vamos a poder estar solos una vez que nos vayamos de aquí…-miró en derredor y luego se encogió de hombros-. ¿Te puedo lavar el pelo?
               -Me lo lavé ayer para venir aquí.
               -Y se supone que eso es una contestación porque…
               -No se me ensucia de un día para otro.
               -No has tenido una noche como la de anoche en tu vida, nena. Te he hecho sudar como si hubieras corrido un maratón.
               -¿Tan feo te parece que lo tengo?
               -Le vendría bien un lavado-sonrió, chulito, creyendo que se había salido con la suya. Cuando me vio echar mano de mi bolso, sacar dos gomas de pelo y empezar a hacerme trenzas, sin embargo, la sonrisa se le quedó congelada en la cara y un ceño adorable apareció entre sus cejas-. Zorra pretenciosa e insoportable-gruñó, levantándose y saliendo de la cama y dirigiéndose hacia el baño-. Y sí. Acabo de insultarte en orden alfabético invertido.
                 Dicho lo cual, cerró la puerta con unos aires de diva que le había visto a muy poca gente, y que incluso a mí me costaría igualar. Le escuché reírse al otro lado al ver que yo no hacía nada, y de nuevo abrió la puerta. Se quedó apoyado en ella, el brazo extendido, sus músculos bien marcados, y con una sonrisa torcida, me invitó a entrar con un gesto con la cabeza que dejaba poco margen a malinterpretarse.
               Una de las cosas que más me gustaba de poder ducharme con Alec era cuando nos quitábamos la ropa mutuamente, y tuve que renunciar a eso ese día, ya que ya estábamos desnudos. Me pareció fatal, y así se lo dije.
               -Que sepas que estoy súper enfadada-dije, aceptando la mano que me tendía para ayudarme a entrar en el plato de ducha. Se notaba que no todo en aquella habitación estaba diseñado para ser el escenario de una orgía, como sí sucedía con la suite nupcial, ya que, si bien cabíamos los dos cómodamente, lo cierto es que una bañera da más juego que un plato de ducha. Aun así, no iba a quejarme. Incluso un plato de ducha era mejor que nada, que era exactamente lo que tendríamos a partir de esa noche.
               -¿Y eso?
               -No he podido desvestirte para entrar al baño, así que no te puedes ir-refunfuñé, y él se echó a reír. Me deshizo las trenzas mientras yo abría el grifo de la ducha y me retiraba hacia atrás, pegándome tanto a él que fue un pelín difícil no ponerme de rodillas y meterme su polla en la boca ipso facto. Pero lo conseguí, de lo cual estoy tremendamente orgullosa.
               -Miraré en la página de la aerolínea si se puede cambiar la fecha.
               -Buen chico-asentí, complacida, poniendo las manos en cuenco y aceptando el agua que caía, cada vez más cálida. Alec se puso rígido detrás de mí.
               -¿Qué has dicho?-preguntó con una oscuridad en la voz que sólo encerraba promesas. Promesas que yo estaba más que dispuesta a aceptar.
               -He dicho-repetí con tranquilidad, haciendo una pausa dramática. Me llevé el agua a la cara y dejé que resbalara por mi piel, un poco más fría de lo que me esperaba, pero aun así muy agradable-, que buen chico.
               Alec no me dejó opción a otra cosa que no fuera dejar que me poseyera. Me empotró contra la pared, me levantó las piernas y empezó a besarme con esa urgencia de quien sabe que las oportunidades que le quedan para estar con la chica a la que quiere se cuentan con los dedos de una mano, y, siendo su actividad favorita en el mundo como lo era, no iba a desaprovecharlas.
               A duras penas conseguimos alcanzar los condones que había guardado en el neceser de aseo que había dejado convenientemente sobre el lavabo la noche anterior. No estuvimos mucho tiempo, ni tampoco lo hicimos con demasiada rabia: simplemente disfrutamos del otro y nos dejamos llevar, sin que nos influyeran esas ideas absurdas de que puede que aquella fuera la última vez que estuviéramos juntos y, por tanto, teníamos que hacer que durara todo lo posible.
               Cuando Alec salió de mí, se escabulló un momento fuera de la ducha para poder comprobar como hacía siempre que el condón no se hubiera roto. Y descubrí un coro en mi cabeza que rezaba por favor, que se haya roto; por favor, que se haya roto; por favor, que se haya roto. Estaba convencida de que no pasaría nada si lo hacíamos sin protección ese día, como si los dioses estuvieran vigilándonos y decididos a no fastidiar de ninguna manera lo que estábamos compartiendo, pero… necesitaba una excusa. Yo sabía que aquella no era nuestra última vez acostándonos, y quería que, en la última, no hubiera nada separándonos. Sabía qué opinaban mis padres (especialmente mamá) de aquellos sentimientos, pero también me habían enseñado que siempre debía poner mis sensaciones, intuiciones y deseos por delante de los de los demás. Me daba igual que mamá creyera que era una tontería y que no había razón por la que ponerme en peligro de quedarme embarazada de esa manera: yo notaba que había algo distinto cuando Alec y yo no usábamos condón. Era como si el hecho de que nuestras esencias se mezclaran fuera la guinda del pastel, lo que cerraba el nudo en torno a nuestras almas, formalizando así nuestra unión.
               Iba a estar un año sin él, y le iba a tener muy, muy lejos. Necesitaba todo lo que pudiera unirme a él como agua de mayo.
               Pero sabía que el mensaje de los demás había calado en él; no por lo que le hubieran dicho o dejado de decir a él, sino por lo que me habían dicho a mí. Alec no quería ponerme en la tesitura de que mis padres volvieran a reñirme o, peor aún, que mi intuición fallara y me dejara embarazada justo cuando él no iba a estar ahí para decidir entre los dos qué hacíamos y apoyarme hasta el final.
               Totalmente ajeno a mis cavilaciones, anudó el condón y lo tiró a la basura. No se había roto, y yo me desinflé un poco, lo admito. Claro que él fue un gran consuelo en el momento en que volvió conmigo. Charlamos tranquilamente mientras nos enjabonábamos mutuamente, primero el pelo y luego el cuerpo, y mientras nos aclarábamos con el cuidado del restaurador de arte que encuentra una pieza única en su especie, aprovechamos para jugar un poco más, todo besos y caricias inocentes que no llegaron más lejos.
               Alec me ayudó a enrollarme el pelo en una toalla y me dio un beso en el hombro desnudo al terminar. Apoyando las manos a ambos lados del lavabo, se quedó mirando su reflejo en el espejo, pensativo. Pude ver cómo sus ojos saltaban de cada rincón de su rostro al siguiente, como si quisiera memorizarse a sí mismo antes de hacerse un autorretrato a ciegas… o como si quisiera recordar siempre quién era cuando acababa de hacer el amor conmigo. La pinta que tenía.
               Compararse con lo que le harían las demás chicas si llegaba a acostarse con ellas.
               Me pregunté si habría alguna que consiguiera que él se viera más guapo en el espejo, que le hiciera algo que le gustara más de lo que le hacía yo.
               -No-dijo de la nada, y vi que sus ojos estaban fijos en mí. Fruncí el ceño.
               -No ¿qué?
               -Sé lo que estás pensando. Y no. No hay ninguna otra chica que me haga lo que eres capaz de hacerme tú.
               Me quedé callada un rato, digiriendo lo que acababa de pasar. Me había leído la mente como si hubiera hablado en voz alta, exactamente igual que hacían Tommy y Scott. Nunca antes Alec había sido capaz de hacer esto: las veces en que habíamos mantenido esas “conversaciones silenciosas”, como nosotros las llamábamos, había sido siempre cuando nos mirábamos a los ojos y algo lo había desencadenado. Un algo que siempre era externo.
               -Eso no lo sabes-respondí después de un rato en silencio, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Sí lo sé, Saab. Por eso precisamente sé que no voy a hacer nada estando en el voluntariado. Sería una gilipollez.
               -Yo no te lo reprocharía.
               -¡Joder!-protestó, girándose y acercándose a mí-. ¡Eres tan jodidamente terca!-protestó, poniéndome las manos en la cara y apretando la mandíbula, obligándome a mirarlo-. ¿Cuándo coño vas a entender que decidí serte fiel porque no merece la pena buscar en ninguna otra lo que sólo me puedes dar tú, bombón? Dios. Las demás saben a ceniza en mi boca cuando tú eres miel. Y no voy a darme un banquete de cenizas sabiendo que lo que necesito es tu dulzor.
               Sus ojos se hundieron en los míos, anclándose en lo más profundo de mi alma.
               -Sé que va a ser duro. Joder, va a ser putísimamente duro. No sé cómo voy a hacer para soportarlo, pero lo voy a conseguir. Lo vamos a conseguir, Sabrae-dijo, como si quisiera convencerme de algo que yo sabía a ciencia cierta que sería así. No importaba lo que pasara ese año, lo que él hiciera o lo que hiciera yo. Sabía que había algo entre nosotros que no había experimentado con nadie más-. ¿Y sabes por qué lo sé? Porque no voy a echar de menos el sexo a secas, sino el sexo contigo. No voy a echar de menos el dormir acompañado, sino que seas la que está a mi lado en la cama. No voy a echar de menos el ver las estrellas y reinventar las constelaciones con nadie más que contigo, porque sé que haré eso una y mil veces estando en África si quiero, pero sólo es cuando tú y yo estamos juntos cuando le encontramos un nuevo sentido al universo. Voy a volver a ti. Pase lo que pase, sé que voy a volver a ti. Así que son absurdas las paradas intermedias. No quiero que las demás me quiten unas ganas que sólo se sacian contigo. Llevo queriendo que seas la única mujer a la que toco desde que me desperté del coma, Sabrae. ¿Y sabes por qué? Porque lo vi. Estando dormido, lo vi. Hay algo entre nosotros. No podemos tocarlo, y no podemos verlo; lo único que podemos hacer es sentirlo. Y sé que los dos lo hacemos. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo. Es bueno y puro. Joder, es lo único bueno y puro que he tenido en toda mi vida. Hasta Mimi está contaminada por el poquísimo tiempo que convivió con mi padre antes incluso de nacer. No voy a puto intercambiar eso con nada de lo que las demás puedan ofrecerme, porque sé que me estarán estafando. Puede que las demás consigan calentarme, pero nadie en su sano juicio intercambiaría carbón por oro. Y tú eres lo único de lo que estoy completamente ido de la cabeza, así que no pienso perderte. Y menos por un alivio que va a ser temporal, si es que me alivia de alguna manera. Acostarme con otras sería como morirme de hambre y tomar un único bocado de un banquete. Tú eres el banquete. Y no voy a poder parar.
               Sentí que se me aflojaban las piernas y se me escapaba el aliento del pecho. Es dorado. Es líquido. Se mueve, y está vivo.
               Es dorado.
               Es dorado.
               Igual que él. Había algo de él en mí. Mi chico sol.
               Tragué saliva, los ojos llenándose de lágrimas. Había estado muerto durante unos angustiosos segundos en que el universo se había autodestruido, y si durante esos segundos había sido capaz de verlo… si cuando todavía estaba luchando por volver a mí había tenido ese faro de esperanza marcándole el camino…
               -¿Lo viste?-pregunté, y él no necesitó que le especificara a qué me refería. Asintió con la cabeza-. ¿Puedes verlo ahora?
               Quería que me lo describiera. Quería saber encontrarlo en los rincones oscuros de mi habitación, en mi cama cuando estuviera sola, en sus sitios favoritos de la ciudad cuando yo los visitara.
               A pesar de todo, Alec negó con la cabeza, tragando saliva.
               -No. Ya no puedo verlo. Pero sí sé dónde está.
               Se me aceleró el corazón mientras esperaba. Alec dio un paso hacia mí.
               -Está aquí-dijo, acariciándome los labios-. Y aquí-añadió, presionando suavemente las yemas de los dedos en mis mejillas. Me cogió la mano y la puso en su pecho, justo sobre su corazón, que martilleó contra mi palma con furia, molesto ante la idea de que yo pudiera pensar que podían sustituirme-. Y ahí-continuó.
               Con una pregunta en los ojos cuya respuesta era sinónimo de su nombre, me desanudó la toalla del pelo. Siguió la línea del mismo mientras se deslizaba por mis hombros y mi pecho.
               -Y aquí.
               La toalla que llevaba anudada a un costado comenzó a deslizarse por mi piel, así que yo misma deshice el nudo y dejé que cayera en torno a mí, como una aureola hecha para mi sombra.
               -Y aquí…-dijo, siguiendo la silueta de mis curvas con la mano. Tragó saliva cuando le puse una mano en la nuca, y un bulto empezó a crecer en la toalla que tenía anudada en la cintura.
               -¿Aquí también?-pregunté, jugueteando con su pelo, y él asintió. Recorrí su torso con una mano, imaginándome que mi piel estaba llena de pintura y dejaba un rastro de oro en su cuerpo. Alec se desanudó la toalla y la abrió para mí, dejándome vía libre para que lo acariciara si me apetecía-. ¿Es más intenso en algún sitio?
               Sonrió con su nariz contra la mía.
               -No llegué a comprobarlo, pero… estoy convencido de que se extiende por todo nuestro cuerpo cuando nos acostamos.
               Nos imaginé brillando como dos soles mientras estaba encima de él, y me gustó la imagen que se dibujó en mi cabeza.
               -¿Y dónde brilla con más fuerza?
               Me puso una mano en el pecho.
               -Una vez me tocaste el corazón. Y yo creí que iba a despertarme. Brillaba con tanta intensidad que apenas podía mirarnos. Y si supieras la cantidad de cosas que fui capaz de hacer durante ese tiempo…
               -Nunca me lo habías contado-comenté, escuchando la sonrisa en mi voz.
               -Pensé que lo había soñado. No le había dado más importancia hasta esta noche, hasta que… volví a verlo. Solo que ya no estaba en nuestro cuerpo, sino… se extendía por todo el mundo, conectándonos a los dos. Iba desde tu casa al campamento de la fundación, y… creo que va a ser así-frunció el ceño-. Que vamos a seguir conectados incluso cuando no compartamos continente. No tiene mucho sentido, ¿verdad?-preguntó, avergonzado, pero yo sonreí.
               -Para mí tiene todo el sentido del mundo. Yo no voy a dejar de quererte por muy lejos que estés. No va a serme tan fácil olvidarte, Alec Whitelaw.
               -Y yo no quiero que tengas que hacerlo, Sabrae Malik-contestó, juguetón. Me acarició la cintura y me levantó la mandíbula para darme un beso, y entonces me di cuenta de que quería que toda mi vida girara en torno a él. Toda. No sólo los retazos que habían sido pintados por él desde que nos conocimos, yo siendo tan pequeña que ni siquiera lo recordaba. Daría lo que fuera por saber qué sentí la primera vez que lo vi. Si sospeché, en mi inocencia y esa forma tan simple que tienen los bebés de ver el mundo, que Alec iba a ser el mío. Que Alec era el que ponía las estrellas en su sitio cada noche, soplaba para que las nubes se deslizaran por el cielo, y ahuyentaba a los monstruos que me aterrorizaban haciéndose alzar cada mañana.
               Igual que Ra con los egipcios, Alec llevaba meses anunciándome de la forma menos sutil posible la llegada del sol. Pero eso no quería decir que no se hubiera levantado por él antes.
               -Me gustaría que hubiera sido contigo-susurré entre beso y beso, sus manos y las mías recorriéndonos, volviendo loca a la manifestación de nuestro amor, que jamás había tenido tanto terreno por el que correr libre y expandirse.
               -¿El qué?
               -Mi primera vez-dije, y él se separó para mirarme-. Ojalá hubiera perdido la virginidad conmigo. No me imagino a nadie que se mereciera más que tú tener ese poder sobre mí. El de no poder olvidarte ni aunque quisiera…
               -Creo que tengo algo que no le vas a poder dar a otros en mucho, mucho tiempo.
               -¿Qué es?
               -Tu corazón, mi amor-respondió, besándome en los labios de una forma tan dulce que creí que me derretiría.
               -Sí. Es cierto. Pero incluso si las cosas salen mal… yo no podría negarte eso. Mi virginidad era un regalo demasiado valioso para…
               -Doña feminista, hablando de la virginidad como si viviéramos en la Edad Media-se burló, besándome de nuevo.
               -Lo digo en serio, Al. Sabes lo que opino de eso como concepto, pero debo admitir que tiene mucho poder. Tú siempre te vas a acordar de Perséfone. Y yo siempre me acordaré de Hugo, pase lo que pase. Lo que quiero decir es… preferiría recordarte a ti en vez de a él.
               -Yo lo que prefiero es que no tengas que recordarme.
               -Eso no tiene sen…-me quedé callada, digiriendo sus palabras. Noté cómo sonreía cuando entendí a qué se refería, sus dientes acariciándome los labios un segundo antes que su lengua-. Espera. ¿Me estás prometiendo un para siempre?
               -Te lo estoy pidiendo, Sabrae.
               No había orquestado ninguna escenita especial, no me había llevado a ningún paisaje precioso, no se había puesto de rodillas ni me había comprado un anillo, pero yo sabía de sobra lo que significaba aquella pregunta que ni siquiera había tenido que hacerme.
               Y él supo qué respuesta acababa de darle sin que yo tuviera que decir nada.
               Salimos del baño e hicimos el amor de la forma más bonita que había disfrutado en mi vida. No nos metimos en la cama; Alec me recostó sobre ella, las piernas abiertas y la cabeza entre mis muslos, para poder beber las mieles de mi cuerpo por última vez. Luego, cuando hizo que tatuara su nombre en todas y cada una de las estrellas que se ocultaban bajo el manto de luz del sol, se puso en pie, me agarró de los muslos, y, sosteniéndome solo con la fuerza de su voluntad, entró en mí. Puede que no fuera la forma más romántica de hacerlo (siempre me había parecido que el misionero era la postura por antonomasia cuando de romanticismo se trataba, sobre todo porque era la que elegían en las películas cuando querían que el espectador tuviera bien claro que aquello era hacer el amor y no simplemente sexo), pero a mí me pareció la manera más dulce en que Alec me había poseído nunca, y también la más dulce en que yo me había entregado a él. Entró más profundamente en mí que nunca, moviéndose despacio en mi interior mientras se abría paso hacia rincones ansiosos por conocerlo por fin. Con una fuerza que yo no sabía que había recuperado, me alzó hasta quedar con mis pechos a la altura de su boca, y mientras me los besaba con cariño, noté que la punta de su miembro besaba los pliegues de la entrada de mi sexo. Me hizo descender despacio para penetrarme de nuevo, y cuando dejé escapar un jadeo, Alec sonrió, se inclinó y continuó besándome. Terminamos sentados al borde de la cama, él sobre ella y yo sobre él, nuestros cuerpos rozándose tanto que, de tener la lente correcta, supe que no distinguiría nada de la habitación por la luz que manaba de nuestros seres.
               Llegamos al orgasmo a la vez, un orgasmo lento pero no por ello menos intenso, y cuando acabamos, nos quedamos abrazados, él dentro de mí y yo alrededor de él.
               Ese que era nuestro último polvo. Y yo no podría estar más feliz de cómo había sido: dulce, calmado como nuestro amor, pero tremendamente físico, como nuestra relación. Apoyé la cabeza en la de Alec y él se giró para darme un beso justo sobre la yugular, y yo deseé que pudiera atravesar mi piel, colarse en mi sangre y viajar por toda yo.
               -Te quiero.
               -Y yo a ti, Al. No te imaginas cuánto.
               -Sí que me lo imagino. Lo he visto, ¿recuerdas?
               Me reí, retrocedí un poco para poder mirarlo a los ojos, esos preciosos ojos castaños, y le acaricié la mandíbula.
               -Creo que va siendo hora de irnos.
               -Mm-mm.
               -¿Por qué siento que nos vamos a un sitio que no existe? Es como si lleváramos tres semanas en esta habitación.
               -Eso es porque no soy lo suficientemente fuerte como para conseguir que esta noche haya durado todo un año.
               Y, luego, una sonrisa oscura le atravesó la boca. Torcida. Una que yo conocía muy bien.
               -Supongo que hay algunas cosas para las que hasta mi polla no es lo suficientemente grande.
               Aullé una carcajada y le di un beso, incapaz de decirle lo mucho que apreciaba aquel gesto. De mi Alec iba a serme casi imposible despedirme.
               De Alec Whitelaw, si bien también muy difícil, creía que sería capaz.
               Así que sería Alec Whitelaw hasta subirse al avión.
                
                
Se me encogió un poco el estómago al escuchar las llaves en la puerta, pero no por la razón por la que se le había encogido a mamá durante tantos años, antes de por fin digerir que ese sonido no era el anticipo del peligro. No. Se me encogió justo por lo contrario: porque entraba en casa… por última vez en mucho, mucho tiempo.
               Había decidido que no iba a ser un año. No me importaba lo que tuviera que hacer o el dinero que me costara: sabía que iba a volver con Sabrae antes de julio de 2036. Necesitaba volver  a verla, y más todavía después de lo que había pasado en el hotel. Una parte de mí se alegraba de que el Savoy hubiera sido el escenario de esas confesiones y la manera en la que nos habíamos sincerado, ya que las promesas que nos habíamos hecho en aquella habitación quedarían selladas para siempre, sin que ninguno de los dos pudiera alterarlas o torturarse revisitándolas. Nuestras habitaciones habían sido el escenario de demasiados milagros e invocaciones a Dios como para que lo que nos habíamos dicho fuera importante, pero en el Savoy… todo era distinto, escondido a plena vista y sellado donde nadie podría alcanzarlo.
               Sus besos habían sabido mejor que nunca en lo agridulces que habían sido, porque cuanto mejor sabían, más los iba a echar de menos.
               Lo que no me esperaba era la conciencia de ir a echar de menos el sonido de las llaves de mi casa cuando las metía en la cerradura… y, sin embargo, aquí estábamos.
               Con la mano de Sabrae en la otra, empujé con una mano la puerta con el cuidado de siempre para que Trufas no se escapara. Como si supiera lo importante que era ese día, en lugar de hacerme perder el valiosísimo y poquísimo tiempo que me quedaba, Trufas se quedó plantado en el vestíbulo, las orejas gachas, la nariz orientada hacia nosotros, registrando nuestro aroma en lo más profundo de su mente para no olvidarlo. Para que luego digan que los animales son seres irracionales.
                Me detuve un instante a absorber todos los estímulos de mi casa, consciente de que echaría de menos tantos detalles que me resultaría inverosímil revivirlos cuando estuviera de vuelta, fuera dentro de un par de semanas o de un par de meses. No sabía si volvería a dormir en mi cama antes de agosto del año siguiente (lo dudaba bastante, la verdad), pero a lo que sí que estaba decidido era a regresar cuanto antes y empaparme de todo lo que me había hecho quien era: el sonido de la televisión en el salón, el aroma delicioso de lo que estuviera cocinando mamá esa vez, los pequeños terremotos de las pisadas de quien estuviera en el piso de arriba. La presencia de mamá, Mimi y Dylan, a la que ahora había que añadir también a Mamushka.
               Las embestidas a modo de saludo de Trufas, que no iba a quedarse plantado todo el día, esperando a que pasáramos dentro. El conejo se puso en pie sobre sus dos patas traseras, las orejas levantadas, y echó a correr a toda velocidad directamente hacia mis piernas, ignorando a Sabrae al principio. Cuando rebotó por el impacto, se incorporó a toda velocidad y volvió a la carga, cosa que interpreté como la señal para cerrar la puerta, pues el animal se había vuelto loco.
               Era como si lo supiera y estuviera protestando porque él tampoco quería que me fuera.
               -Vale, bicho-dije, agachándome para recogerlo. Trufas se revolvió entre mis manos, pero lejos de tratar escapar, parecía ansioso por acurrucarse contra mí. En lugar de tratar de que no lo asfixiara, quería que lo hiciera. Lo achuché contra mi pecho, hundiendo las manos en su pelaje suave y sedoso, y el conejo cerró los ojos, dándose la vuelta y estirando una pata en señal de gusto. Sabrae se echó a reír y le hizo cosquillas en la barriga.
               -Creo que alguien ha empezado a echarte de menos antes de tiempo-bromeó, dándole un toquecito en su naricita.
               -Yo también voy a echar de menos a esta bola de pelo poseída por el demonio.
               Sabrae alzó las cejas, impresionada.
               -Si se lo dices a mi hermana, lo negaré-añadí, sacándole la lengua. Le di un beso a Trufas en el cogote mientras Sabrae se echaba a reír y me incliné para dejarlo de nuevo en el suelo. Tras enroscarse entre los pies de Sabrae, echó a correr en dirección a la cocina, donde el sonido de las sartenes friendo huevos y beicon era la antesala del aroma a desayuno delicioso en preparación que yo había estado ignorando hasta entonces. Escuché la voz de mamá susurrándole algo a Trufas en reproche por su entusiasmo; seguramente el conejo la había embestido a modo de advertencia de que ya habíamos llegado y eso la había sobresaltado.
               Nos acercamos a la puerta, y mamá levantó la cabeza y me dedicó la sonrisa más radiante que le había visto nunca. No me merecía a esa mujer, sobre todo por lo mucho que la iba a hacer sufrir los próximos meses.
               -¡Ya habéis vuelto! El desayuno está casi listo-canturreó mamá, volviendo a los huevos revueltos que estaba preparando-. ¿Qué tal lo habéis pasado?
               Sabrae y yo nos miramos, y yo me apoyé en el vano de la puerta.
               -¿Quieres la respuesta corta o la larga?
               Mamá puso los ojos en blanco, pero sonrió.
               -Quiero la respuesta que no tenga tantos detalles que me dé la sensación de haberme acostado con mi hijo-contestó.
               -La de menores de edad, entonces-sonreí, avanzando hacia ella y dándole un beso en la sien. Mamá me dio un rápido abrazo en la cintura, incapaz de contenerse ante la posibilidad de un poco de contacto conmigo.
               -Soy tu madre, Alec. ¿Crees que te hice dibujándote?
               -Si no lo he entendido mal de mis clases de biología (y no debe ser así, ya que las aprobé), sí que hay una especie de bolígrafo de tinta blanca involucrado-me cachondeé, echándome a reír. Mamá miró a Sabrae.
               -Te he dejado unas zapatillas en el hueco debajo de la escalera derecha, cielo.
               -Gracias, Annie.
                -Espero que te hayas comportado como es debido esta noche-me regañó mamá, arqueando una ceja. Le acaricié el pelo cobrizo, de los colores de un otoño que no íbamos a ver juntos, y me eché a reír.
               -Digamos que he cumplido. Es lo único que puedo decir sin escandalizarte.
               -Espero que hayas hecho más que cumplir, Al. Lo va a pasar muy mal-señaló el hueco por el que se había ido Sabrae.
               -Lo sé. Pero no finjas que tú tampoco.
               -Ya sabes que sí, pero a ti eso te da igual-suspiró con dramatismo y yo no pude evitar sonreír. Le había hecho la vida imposible a mamá a lo largo de toda mi existencia, dándole tantos disgustos que era un milagro que tuviera pelo todavía, ya no digamos sin apenas canas. Y, a pesar de todo, mamá era incapaz de dejar de quererme y adorarme tal y como era, perdonándomelo absolutamente todo salvo que fuera a alejarme de ella-. Vamos a invitar a Sabrae a que se venga con nosotros a Mykonos la semana que viene-anunció, y reí por lo bajo.
               -Suerte con eso. No va a querer.
               -Entonces le diré que venga a cuidarme las plantas. Quiero que siga viniendo por casa.
               -Es adorable, ¿verdad?
               -Sí. Siempre ha sido muy buena niña-dijo-. Y será una manera de tener un poco más de ti en casa. No va a conseguir sustituirte, pero mejor que nada…-mamá me acarició el mentón y me dio un beso en la mejilla justo cuando Sabrae entraba en la cocina, ya recuperada su estatura normal. Me pregunté si estaría cómoda con la ropa que llevaba puesta, sobre todo después de haber manoseado tanto su tanga que muchos de los hilos que componían el encaje se habían soltado, y estaba a punto de decirle que subiera al piso de arriba a cambiarse si le apetecía cuando Dylan atravesó la puerta de la calle con una caja de pastas de la confitería de Pauline colgándole de los dedos. Sonrió al vernos, una sonrisa genuina que se instaló en sus ojos cálidos y rezumantes de bondad. Verlo me tranquilizó al momento, ya que me di cuenta de que dejaba a mamá en buenas manos. Siempre había estado en ellas, pero nunca estaba de más comprobar la manera en que mi padrastro miraba a mi madre.
               -¿Ya habéis llegado?
               -¿Te parece pronto?-pregunté, yendo a abrazarle y dándole unas palmadas en la espalda mientras lo estrechaba entre mis brazos-. La noche pasada cansé demasiado a Sabrae, así que quería venir a reponer fuerzas.
               -Dicen que el servicio de habitaciones del Savoy es incomparable.
               -Lo probaremos a la siguiente vez que vayamos-sonrió Sabrae, guiñándome el ojo. Atraída por las voces, Mimi hizo acto de presencia en la parte alta de las escaleras. Todavía llevaba la trenza de dormir, que se apartó del hombro cuando se empujó las gafas por el puente de la nariz.
               -Creía que no vendríais hasta la hora de cenar-se burló, esbozando una sonrisa malévola que, por Dios, también iba a echar de menos. Definitivamente, ser el hermano mayor es una puta mierda. Te hace querer todo de los pequeños, incluso cuando son la reencarnación del mismísimo demonio.
               -Me halaga que tengas esas expectativas conmigo, Mím, pero también me preocupa al darme cuenta de que por eso vas a ser una amargada.
               Mimi apretó los labios, frunció el ceño y me hizo un profundo corte de manga. Cogí aire sonoramente y me giré hacia mamá.
               -¡Mamá! ¡¿Has visto lo que me ha hecho tu hija el último día que paso en casa?!
               -Poco menos de lo que te mereces-dijo ella por lo bajo.
               -¡MAMÁ!-protesté, y Mimi se echó a reír en la parte alta de las escaleras, más parecida a una villana de Disney que a una aprendiz de bailarina que el año que viene entraría, sí o sí, en la Royal School of Music y empezaría a andar esa senda para la que había nacido. Ahora que no me tendría como distracción para la audición, sabía que lo bordaría.
               Aunque puede que consiguiera darle una sorpresa antes de que se subiera al escenario si pillaba buenos vuelos y ahorraba lo suficiente estando en el voluntariado. Según tenía entendido, me darían una pequeña asignación semanal para mis gastos personales (no sabía qué gastos podía tener en medio de la selva, pero no iba a renunciar ni a un penique), así que si me los administraba inteligentemente, puede que…
               Algo salió disparado hacia mí desde el borde de mi campo de visión, y conseguí esquiarlo por los pelos. Me hice a un lado en el último segundo, en una de esas exhibiciones de reflejos felinos que tantos combates me habían hecho ganar, y pude comprobar que el proyectil en cuestión era una zapatilla cuya parte trasera se había usado tanto como tacón improvisado que ya estaba desgastada.
               -¿No vas a decirle nada a tu abuela, maleducado?-protestó Mamushka, y yo me eché a reír y troté hacia ella, que estaba tumbada en el sofá, tejiendo con la televisión encendida y sin prestarle atención realmente.
               -No pensé que te hubieras despertado ya, Mamushka-ronroneé.
               -Cualquier excusa es buena para pasar de tu abuela. Pero no te preocupes, que te la guardaré. Tengo muy buena memoria a pesar de mi edad-aseguró, encañonándome con un dedo que habría resultado amenazador. Casi podía imaginarme a embajadores, príncipes y campesinos temblando por igual ante ese dedo afilado como una daga.
               Era bueno que Mamushka se quedara en casa con nosotros a partir de entonces. Acostumbrada como estaba a echarnos a todos de menos, seguro que podía hacer mucho por mi familia, enseñándoles a querer mi ausencia igual que me querían cuando estaba en casa. Además, si ocupaba mi lugar en la mesa, mamá, Mimi y Dylan no acusarían tanto el cambio como si mi sitio y mi plato estuvieran vacíos.
               La cuestión era, ¿dónde se sentaría Sabrae cuando yo me marchara?
               -¿Te ayudamos a poner la mesa, Annie?-preguntó Saab, y mamá negó con la cabeza.
               -Que me ayude él, que es su casa. Tú sigues siendo una invitada en ese sentido.
               -Estoy ocupado dándole besos a Mamushka, mamá-canturreé, empezando a darle besos a ochocientos decibelios a mi abuela.
               -Tienes un morro…
               -Tenemos muchos besos que darnos como compensación a los que no nos podremos dar en Navidad, ¿verdad, Mamushka?
               -Deja de atosigarme o te clavo una aguja en el ojo-ladró en inglés, como si quisiera que Sabrae la entendiera. Efectivamente, mi chica se echó a reír sonoramente, y yo me giré y me la quedé mirando como un bobo. Mamushka me dio un manotazo en el culo-. Espabila y vete a ayudar a tu madre, venga.
               -¡Pero bueno! ¡Me voy esta noche! ¿Es que nadie ha pensado en que necesito descansar?
               -¡Haber pensado en tu descanso antes de irte a follar como un conejo durante toda la noche con tu novia!-protestó en ruso, esta vez para que Sabrae no se sintiera incómoda. A pesar de que las dos se llevaban bien, la relación de mi chica con mi abuela no se parecía en nada a la que mantenía con mi madre. Con mamá tenía mucha más confianza y no se cohibía tanto como con mi abuela, con la que mantenía la distancia en ciertos aspectos de nuestra relación, aquel incluido. Sospechaba que les había pasado algo durante mi estancia en el hospital, algo que estaba relacionado con el voluntariado, pero Sabrae nunca me había comentado nada por iniciativa propia y, la verdad, yo no quería preguntárselo para que no se sintiera obligada a contármelo.
               -¡Tengo que mantener la llama para que siga la relación, Mamushka! No querrás que nuestra familia termine en mí.
               -Con lo sinvergüenza que eres, lo que me extraña es que tú seas la última generación de esta familia-ladró, agitando las agujas en el aire y sentándose en el sofá-. Es imposible que no hayas dejado preñada a ninguna buscona decidida a que no salgas de su vida.
               Puse los ojos en blanco y Sabrae sonrió.
               -¿Qué ha dicho?
               -Me ha llamado puta, básicamente.
               -Bueno, razón no le falta.
               -¿PERDÓN?
               Sabrae volvió a reírse y se giró para ir a echarle una mano a mi madre. A pesar de lo exótica que era, me gustó la combinación de su falda y su blusa de Mykonos con las zapatillas de andar por casa. Era como si hubiéramos vivido ya el voluntariado, nos hubiéramos mudado a vivir juntos, y estuviera viéndola ir a por algo para picar antes de acostarse después de una larguísima noche de juerga en la que también habíamos practicado sexo como animales en cualquier rincón apartado.
               Vaya… al final sí que iba a ser una puta, después de todo.
               -Deja, ya me ocupo yo-dije cuando la seguí a la cocina y le quité los platos de la mano. Se frotó las manos contra los muslos, pensativa, mirando alrededor.
               -Creo que voy a subir a cambiarme. No quiero ensuciarme la ropa durante el desayuno.
               -¿Puedo ir a mirar?-le puse ojitos, pero Sabrae, a pesar de que se rió a carcajadas, no cedió. Mierda. Estaba perdiendo facultades con ella. Miré cómo desaparecía por las escaleras con el corazón en un puño, y cuando por fin reuní el valor para girarme y volver a mis tareas, descubrí que mamá no me había quitado el ojo encima durante mi numerito de cachorrito abandonado.
               -Algo me dice que alguien va a perder el avión a posta…-bromeó.
               -No me tientes, mamá.
               -¿Tan bien ha ido la noche?
               Sonreí.
               -¿A ti qué te parece?
               Mamá me devolvió la sonrisa mientras pasaba los huevos revueltos y el beicon a una bandeja de cerámica. Pude comprobar que se había lucido con el desayuno; ya que era la comida que más disfrutábamos compartiendo los domingos, la había tratado como un banquete real. Iba a comer y cenar con mi familia, pero mamá valoraba por encima de todo el desayuno, el primer momento en que estábamos todos juntos, y la única buena forma de empezar bien el día. Había preparado huevos revueltos y beicon, sí, pero no sólo eso: había cuencos con cuajada casera y mermeladas de todos los sabores repartidas por la mesa, boles de cereales, zumos recién exprimidos, café, tostadas… mamá no tenía nada que envidiarle al menú del Savoy. Yo sabía que lo iba a disfrutar más.
               Nos sentamos a la mesa, Sabrae a mi lado como siempre, y mi hermana al otro. Las dos se habían puesto ropa que o bien me habían robado a mí, o bien habían cogido prestada en ese momento, y supe que, a pesar de que iban a volverse mucho más cercanas de lo que ya lo eran, Mimi y Sabrae no dudarían en llegar a las manos con tal de conseguir hasta la última prenda que yo dejara atrás. Las pobres tenían mucho por lo que pelearse, teniendo en cuenta lo limitado del equipaje que podía llevar.
               Al menos Sabrae sabía que tenía el monopolio de mis calzoncillos, entre los que no veía a Mimi metiendo la mano, la verdad.
               Eché mano de absolutamente toda la comida, picoteando de aquí y allá y regodeándome en la explosión de sabores en mi paladar que mamá se había esforzado por conseguir crear. También iba a echar mucho de menos su manera de cocinar, aunque debo decir que me picaba bastante la curiosidad por cómo serían las comidas durante el voluntariado. Claro que yo sabía que no tenían nada que hacer contra los huevos revueltos de mi madre.
               Discutimos de los planes de futuro mientras desayunábamos, con mis padres pidiéndome instrucciones sobre lo que quería que hicieran con todos los asuntos que iba a dejar en pausa. Cada vez que decía que hicieran lo que creyeran conveniente, intercambiaban una mirada y se giraban para preguntarle a Sabrae.
               -… porque es evidente que tienen mejor criterio que él.
               Sabrae, a pesar de lo reacia que era a dejarme marchar, tenía las ideas muy claras respecto a las cosas que yo dejaba atrás.
               -Jordan tiene que tener acceso libre a las consolas de la habitación de Alec, pero no podemos dejar que se las lleve o no las devolverá. Renovaré en diciembre el pase de gimnasio de Alec; aunque no vaya a usarlo durante más de medio año, es bueno que siga teniendo la antigüedad. Sé que es importante para él. Encargaré las pastitas de navidad en la confitería de Pauline y me aseguraré de solicitar que todo lo que venga de Amazon, lo entregue Chrissy para que le paguen en extra de desplazamiento. Mamá seguirá trabajando en la demanda por despido improcedente. Le recordaré que mande un burofax en noviembre, otro en marzo y otro en junio, justo antes de que él venga. La donación para la perrera municipal ya está lista. Dejaré tu ordenador reproduciendo en bucle la música de The Weeknd-me dijo, mirándome y dándome unos golpecitos en la mano-, porque sé lo importante que es para ti la insignia de auténtico fan de Spotify.
               -Hay como tres personas en el mundo que están entre el 0,01% de gente que más lo escucha, Sabrae. No puedo dejar que los leones de la sabana me arrebaten ese honor.
               -Estadísticamente es mentira que hay tres personas en el mundo entre el 0,01% de oyentes más frecuentes de The Weeknd, pero vale.
               -Te diría que me comas los cojones, pero tampoco es que necesites invitación-me burlé, dando un buen sorbo de mi zumo de naranja y pera.
               -Le mandaré un detallito a Claire por Navidad, otro por su cumpleaños y otro por el aniversario con Fiorella… que, por cierto, tengo que apuntarme en mi agenda. Me aseguraré de que Jordan acompaña a Mimi durante los meses de invierno, cuando sale de baile de noche…
               -Eso no va a ser necesario-gorgoteó Mimi, hundiéndose en el asiento y ocultándose tras una cucharada de cereales con yogur, plátano y miel.
               -Ya lo he hablado con Jordan y acepta que seas su responsabilidad mientras él está aquí.
               -No lo digo por Jordan. Además, se supone que va a ir a la universidad. Puede que no se quede en Londres.
               Se me revolvió el estómago al pensar en que Jordan pudiera mudarse de su casa y yo no estuviera allí para abrazarme a su pierna y suplicarle que no lo hiciera. ¿Cómo iba a considerar hogar a mi hogar si Jordan no estaba a literalmente veinte metros, literalmente al otro lado de la calle? Era mi mejor amigo. Tenía que estar cerca de mí.
               -Toma nota, Sabrae: encadena a Jordan a su casa e impide que salga de ella durante el próximo año. Y no me mires así. Soy blanco y ruso. Llevo el esclavismo en los genes. Ah, bueno, y excepción a la regla: tiene que acompañar a Mimi a ballet.
               -Ya tengo quién me acompañe.
               Me quedé en silencio, mirándola. Arqueé las cejas. Mimi me mantuvo la mirada con desafío, y yo sonreí. Dejé el vaso encima de la mesa y me acodé en ella.
               -Y dime, Mary Elizabeth, ¿ese hipotético acompañante está ahora en la habitación con nosotros?
               -Me va a llevar y traer Trey.
               Sonreí. Mimi entrecerró los ojos. Y luego, se puso colorada al darse cuenta de lo que acababa de hacer. Y yo sonreí más.
               -Las mujeres sois tan predecibles-dije por lo bajo mientras pinchaba un trozo de beicon y me lo metía en la boca.
               -¿Quién es Trey?-preguntó Mamushka. Mimi farfulló algo por lo bajo y se metió una cucharada de cereales en la boca tan, pero tan grande, que apenas pudo masticarla.
               -Anota, Sabrae: tienes que asegurarte de que mamá y Dylan le dan a Mimi la charla sobre sexo seguro. Y consíguele condones. Explícale que los de sabores de Durex son un timo y se rompen con solo mirarlos. Sobre todo los de plátano. Que no se ponga condones de plátano.
               -¡SÓLO SOMOS AMIGOS!-chilló Mimi, más roja que su pelo, lo cual era decir.
               -Si me dieran un pavo por la cantidad de veces que le he degustado las gónadas a amigas mías, tendría… cinco pavos-dije, mirando a Sabrae.
               -Tú y yo no éramos amigos cuando me “degustaste las gónadas”.
               -Cómo se nota que no tienes el graduado escolar todavía y yo sí, Sabrae. No puedes escribir “follamigo premium” sin incluir la palabra “amigo”.
               -A veces siento que Etiopía no es lo bastante lejos. Tal vez la Antártida.
               -Igual puedo hacer intercambio con alguien que esté trabajando con pingüinos. Puede que incluso conozca a Taylor Swift. He oído que le gustan.
               -Ya conoces a Taylor Swift.
               -¿Quién es Trey?-insistió Mamushka.
               -El padre de tus futuros bisnietos, Mamushka-dije yo-. Y además es negro. Así que la culpa es tuya-sonreí.
               -¡Trey y yo somos amigos! Y no es negro. Es de Cuba.
               -Joder, ¿un latino? Peor me lo pones. Anota, Sabrae: acompañar a Mimi a su aborto en febrero.
               -¿PERO CÓMO PUEDES SER TAN BESTIA?
               -En Cuba también hay negros-dijo Sabrae-. Los hay hasta en Inglaterra…
               -Y menudos negros hay en Inglaterra-ronroneé, dándole un empujoncito juguetón. Sabrae sonrió.
               -Deja de tontear conmigo y cómete los huevos.
               -Eso es algo que debería decir yo, pero vale.
               -¿Qué hacemos con las cartas que te lleguen de la universidad?
               Me quedé parado, masticando. Joder. La universidad. Se me había olvidado.
               -Hay algunas en las que has solicitado plaza que requieren contestación en menos de un mes.
               -Sólo Oxford y Cambridge, mamá. El resto te reservan la plaza si les dices que estás de voluntariado con alguna fundación internacional.
               -¿Y qué hacemos si contestan de Oxford o Cambridge?
               -No me van a coger.
               -¿Y si te cogen?
               Tragué la comida y jugueteé con el beicon.
               -Si es Oxford, dile que me han cogido en Cambridge también y que me lo estoy pensando. Intenta negociar un descuento en sus libretas-le dije a Sabrae-. Me conformo con un 15%, pero ellos no necesitan saberlo.
               -¿Y si te cogen de Cambridge?
               -Lo rechazáis.
               -Pero…
               -Sherezade no quiere que vaya a Cambridge.
               -¿Y si Sherezade te dice que te tires por un puente, tú te tiras?-soltó mamá, enfadada.
               Pinché un trozo de beicon y solté:
               -Depende del escote que lleve puesto cuando me lo pida.
               Dylan se rió por lo bajo, pero se calló cuando mamá lo fulminó con la mirada.
               -Alec, esto es serio. Es de tu futuro de lo que estamos hablando.
               -¿Qué importa si me cogen o no, mamá? Son estrictos con el periodo de ingreso, y yo no voy a estar para ocupar la plaza que van a ofrecerme, así que da igual si rechazáis o aceptáis en mi nombre. Así que haced lo que os de la gana, pero no voy a poder ir a Cambridge, ni a Oxford. Si al menos le mandan un código de descuento a Sabrae para que se compre la agenda del año que viene… pues bienvenido sea.
               -Bey va a ir a Oxford. ¿No quieres ir con ella?
               -Annie-la llamó Dylan-. Déjalo ya. Está decidido.
               Tomó aire y lo soltó sonoramente, pero asintió con la cabeza. No quería arruinar una de nuestras últimas comidas discutiendo. Mejor, porque yo tampoco.
               Cuando me puse a lavar los platos, vino a darme un beso y a pedirme disculpas.
               -Vete a estar un poco con tu hermana. Te va a echar mucho de menos.
               -Ya van dos veces que me dices que alguien que no eres tú me va a echar mucho de menos, mamá. Así que que sepas que te oigo. Y yo también te voy a echar mucho de menos-dije, estrechándola entre mis brazos y dándole un beso en la frente. Mamá suspiró, acariciándome la espalda.
               -Tenía muchas esperanzas puestas en que Sabrae conseguiría que te quedaras.
               -Lo hemos hablado, y nos hemos dado cuenta de que es lo mejor para mí. Tengo que enfrentarme a esto, mamá. No sabremos hasta qué punto tengo mi ansiedad bajo control hasta que no veamos cómo funciono lejos de todos.
               -Me da igual no saber nunca cómo de curado estás. No quiero que mi hijo sufra a cinco mil kilómetros de mí.
               Seis mil kilómetros, en realidad. Pero no se lo dije, claro está.
               -Estaré bien. Me las apaño. Siempre lo hago-le cogí la cara entre las manos y la hice mirarme directamente a los ojos, con esos ojos castaños que había heredado de ella. Por suerte, el espejo del alma lo había cogido de quien sí la tenía, en lugar del que la tenía tan destruida y emponzoñada que no podía llamarse a sí misma alma-. Es normal que estés preocupada, porque me has visto un montón de veces caerme, pero me has visto todavía más levantarme. Va a hacer falta algo más que un par de palmeras para hundirme. Ni siquiera bestias pardas que me duplicaban el plazo pudieron conmigo en el ring, así que no me va a pasar nada ahora.
               -Esto no es boxeo, Alec. Es la vida real.
               -La vida real y el boxeo son lo mismo, mamá. Y a mí se me daba muy bien el boxeo. Tengo que hacer esto. Nos lo debo a todos. Pero, sobre todo, me lo debo a mí. Llevaba planeándolo tanto tiempo que se ha convertido en parte de mí. Si no lo hago, dejaré de ser yo. Y, cuando lo haga, seguiré siendo tu hijo. No voy a cambiar tanto como para que no me reconozcas, mamá.
               Me miró a los ojos con expresión llorosa, pero había orgullo en su mirada.
               -No debería sorprenderme tu hambre de mundo. Lleva en nuestra familia generaciones.
               Sonreí.
               -Sí, bueno… yo voy a volver de Etiopía. No tengo ninguna razón para instalarme allí, y todas las del mundo para volver-dije, distraído, dejando que mi mirada se fuera al comedor, donde Sabrae y Mimi estaban charlando y enseñándose unas pulseras. Yo no iba a ser como mi tía, o como mis primos, o como mi abuela. Yo iba a volver a casa y me quedaría en el mismo sitio en que había nacido. Había tenido la inmensa suerte de encontrar mi hogar en las mismas calles que me habían visto dar mis primeros pasos.
               -No lo digo por tu futuro, sino por nuestro pasado.
               Cuando me giré y la miré con una pregunta en la mirada, sacudió la cabeza.
               -Ve con las chicas. Tienen más ganas de estar contigo de las que dicen. Sobre todo tu hermana.
               Así que eso hice. Tampoco es que me supusiera ningún esfuerzo ni faltara en mis planes. Me acerqué a Mimi y le di un mordisco en el cuello, y cuando le pregunté qué era lo que quería que hiciéramos, lo hice más por educación que por curiosidad. Sabía de sobra que quería acurrucarse en mi cama a ver una peli ñoña, y acurrucarse en mi cama y ver una peli ñoña hicimos, ella a mi costado y Sabrae al otro.
               Como no podía ser de otra manera, Mimi se metió en HBO y eligió ver la primera película de Sexo en Nueva York. Sabrae se quedó durante todo el visionado, pero cuando Mimi sugirió ver la segunda, se quedó hasta la mitad. Blandiendo una pobre excusa sobre que iba a ayudar a nuestra madre con la comida, nos dejó solos a Mimi y a mí. La verdad es que la peli no estaba mal para pasar el rato, pero como experiencia unificante, sobre todo antes de casi un año de separación… digamos que había cosas mejorables.
               Mimi empezó a juguetear con el bajo de la camiseta que se había puesto, directamente robada de mi armario. Tras un rato de silencio en el que no miró en ningún momento para la pantalla, dijo, como quien no quiere la cosa:
               -¿Sabes si permiten visitas durante el voluntariado?
               Lo había mirado y sí, permitían visitas. Pero no le había dicho nada a nadie para que no se sintieran obligados a ir a verme. Además, si uno de mis amigos decidía visitarme, estaba seguro de que se me plantarían los nueve en el campamento, y sería un milagro que no me echaran de él.
               Pero que Mimi pensara en ir a visitarme…
               -Creo que sí, sí. ¿Por? ¿Quieres ir a verme, Mím?
               Mimi tragó saliva, inspiró hondo por la nariz, volvió a tragar saliva, y sus labios empezaron a bailar en esa danza tan característica de cuando quieres echarte a llorar pero estás tratando de controlarte. Por fin, levantó los ojos, y la tristeza que había en ellos me destrozó por completo.
               -¿Te podría ir a ver por mi cumpleaños? Nunca he pasado ningún cumple sin verte, y no quiero empezar ahora.
               Se me hizo un nudo en la garganta y noté cómo se me anegaban los ojos de lágrimas. Me incliné hacia ella, ignorando completamente el ordenador, que cayó sobre el colchón y siguió reproduciendo una película que a ninguno de los dos nos interesaba, y que sólo era una excusa para quedarnos solos, y la estreché entre mis brazos.
               -Mi niña, pues claro que nos vamos a ver por tu cumple. Te lo prometo. Y puedes venir a verme las veces que quieras.
               -Guay-gimoteó en mi espalda, abrazándome por debajo de los brazos, clavándome las uñas con una desesperación que me hizo añicos el corazón. Mi hermanita pequeña, la luz de mis días, lo único que había conseguido que mi madre se salvara y me salvara a mí también. Debería ser ella la que llevara el nombre de Hope-. Guay-repitió entre sollozos e hipidos-. Porque te voy a echar mucho de menos, Al. Ya he estado mirando vuelos, y tengo un poco ahorrado… creo que voy a ponerme a trabajar como guía turística particular en Mykonos este verano. Los vuelos son bastante caros, pero creo que merecerá la pen…
               -No trabajes en Mykonos, Mím. Disfruta de tu verano.
               -Pero me sabe mal pedirles a mamá y papá… sobre todo porque mamá también se morirá de ganas por ir a verte, pero sabe que a ti te dará vergüenza…
               -A mí jamás me daría vergüenza que mis padres vinieran a verme. Pero no quiero que cojas los vuelos por tu cumpleaños.
               -¿Por qué? ¿Es mala época? Porque me da igual si hay turbulencias. Me tomaré una pastilla para ir tranquila si es época de tormentas. No quiero…
               Suspiré y fruncí el ceño.
               -Ay, Mary Elizabeth, no se te puede dar una puta sorpresa, ¿eh? No quiero que cojas ningún vuelo porque soy yo el que va a venir para tu cumpleaños.
               Me sudaba la polla que no me dejaran marcharme, así de claro te lo digo. No pensaba perderme el cumpleaños de mi hermana. Por ahí sí que no iba a pasar. Por mí, como si me echaban del voluntariado. No iba a dejar que Mimi soplara las velas aguantándose las lágrimas porque no estaba allí con ella.
               -Pero… tú… el voluntariado… es un año… es un año. Siempre has dicho que era un año.
               -Y es un año. Pero si piensas que voy a estar un año sin ver tu carita fea es que estás mal de la puta cabeza-le dije, cogiéndole la cara y dándole un beso en la punta de la nariz-. ¿Por qué nos comportamos todos como si fuera a ir preso? No me voy a la cárcel, sólo a un campamento en el que no voy a tener internet… ni cobertura… ni posiblemente electricidad… ay, joder. Me voy al siglo quince, no a una cárcel-la miré con angustia exagerada y Mimi se echó a reír-. Pero en serio, Mary Elizabeth. Es bastante insultante los estándares de mierda a los que me sometes como hermano. ¿No soy acaso el mejor hermano que has tenido en tu vida?-me chuleé, y ella se rió de nuevo, triste-. Claro que lo soy. Soy el mejor hermano del mundo. ¿Cómo no voy a venir a verte cuando cumplas los dieciséis?
               Se rió y se abrazó a mí, llorando ahora de felicidad. Creo. Sí, parecía de felicidad.
               -Tienes que prometerme que guardarás el secreto, ¿vale?-le dije, y ella asintió, decidida-. No lo sabe nadie. Ni siquiera Sabrae. No sé cuántas veces voy a poder volver ni si me dará el dinero para todas las que quiero, pero la tuya la tengo asegurada. No quiero que nadie se haga expectativas que luego no voy a poder cumplir. ¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo, Al. Te guardaré el secreto.
               -Genial, porque también necesito que me guardes otra cosa-dije. Me levanté de la cama, me arrodillé frente a ella y tiré del cajón debajo del colchón. Mimi esperó, toda curiosidad, los ojos abiertos como platos. Trufas, que había estado retozando en su camita en el rincón, se subió de un brinco al colchón y se asomó por debajo de los brazos de mi hermana, olisqueando con curiosidad.
               Saqué la caja con los recuerdos de boxeo y la abrí con cuidado. Mimi los estudió sin entender.
               -Quiero que, de vez en cuando, te asegures de que mis medallas no han echado patas, ¿vale, Mary Elizabeth? Cuida de todo esto-asintió, emocionada-. Y de esto-añadí, abriendo el papel de seda y enseñándole mi chaqueta de boxeo blanca y azul. ¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               -Genial. También quiero que me cuides de otra cosa-dije, levantándome y yendo hacia mi armario. Mimi se quedó sobre la cama, expectante, esperando.
               Contuvo el aliento cuando vio lo que tenía en las manos. Un bulto negro inconfundible.
               Me miró con indecisión, tratando de leer en mi rostro si estaba seguro de lo que hacía, cuando le tendí mi sudadera de boxeo, la negra con el guante bordado en el corazón y el WHITELAW 05 en blanco en la espalda.
               -Para que me la cuides. Necesita un poco de calor humano. Sabrae tiene su copia, pero esta es la original. Así que no dejes que te la quite, ¿vale? Entre mis dos chicas favoritas en el mundo sólo hay una Whitelaw. Y debe ser la Whitelaw la que cuide de esta sudadera.
               Mimi se echó a llorar de nuevo. A llorar muy, muy heavy. Me habría preocupado por ella de no saber que convivir con un Piscis termina destrozándote los medidores de dramatismo. Me estrechó con fuerza entre sus brazos y lloró y lloró y lloró todo lo que le dio la gana. Trufas parecía preocupado por el ataque que le había dado, pero el pobre conejo no solía comprender nada de lo que pasaba, así que iba a dejar que siguiera viviendo en la ignorancia un tiempo más.
               -¿Sabes?-le dije-. Tenía pensado llevarte a los iglús con las pantallas el parque y ponerte un PowerPoint lleno de transiciones cutres con fotos de nosotros dos de pequeños, pero como sabía que esta chorrada te iba a hacer más ilusión, decidí ahorrarme las treinta libras. Soy listo, ¿eh?
               Mimi se limpió las lágrimas con la manga y asintió con la cabeza.
               -Eh… procura no hacer eso cuando lleves mi sudadera, ¿vale, Mary Elizabeth?
               -Vale-baló, y se rió, y yo con ella, y cuando Sabrae volvió para decirnos que la comida estaba lista, nos encontró así: hechos un puto desastre, descojonándonos y abrazándonos como si nos fuera la vida en ello.
               Porque en cierto sentido así era.
              
 
-Sois una panda de hijos de puta-dije, arrancándoles diez… no, once; risas mientras pasaba las páginas del regalo que me habían hecho.
               Había pasado la última tarde con mis amigos ayer, pero eso no significaba que nos hubiéramos despedido como todos nos merecíamos. Aquel era el último día en sabía Dios cuánto tiempo que íbamos a estar todos juntos, y yo tenía gran parte de culpa de eso. Aun así, ellos no sólo habían decidido perdonarme, sino que me habían regalado un álbum de fotos lleno a rebosar con los recuerdos que habíamos ido formando a lo largo de todas nuestras vidas. Y no sólo había fotos con mis amigos de Inglaterra, sino que Niki había aportado su granito de arena y también había sumado a la ecuación recuerdos que había hecho en Mykonos con Perséfone y con él. Había tenido la delicadeza, eso sí, de elegir las fotos en las que sólo estábamos nosotros tres en primer plano, sin ninguno de los payasos a los que yo había llamado amigos molestando y emponzoñando las imágenes.
               Mis amigos habían acudido prestos a mi llamada, como si se esperaran que les convocara a todos antes de marcharme (¿realmente tenía otra opción?) para poder decirnos adiós como merecíamos. Era por eso, a pesar del día radiante que hacía, que no habían hecho planes para ir a la playa. Por lo mismo Tommy, Scott y Diana habían resuelto a toda velocidad los compromisos profesionales que tenían pendientes para ese día y se habían plantado los primeros en la puerta de mi casa.
               Y ahora estaban todos allí. Tommy, Scott, Diana, Max, Logan, Jordan, Tamika, Bey, Karlie, Sabrae y Niki. Las once personas más importantes de mi vida repartidas por mi salón, apiñadas en el sofá o sentadas en el suelo. No disponíamos de apenas tiempo para despedirnos, y sin embargo habían acudido a una llamada que puede que no durara ni diez minutos.
               Las gemelas fueron las últimas en llegar, y me habían entregado el regalo que yo había destrozado delante de todos mis amigos con el ansia de un perro rabioso. Todos se rieron, y cuando vi lo que era, se rieron más fuerte al ver mi expresión.
               En mi defensa diré que, como buen Machote™ que soy, no me eché a llorar al abrir el álbum y ver la primera foto, que resultaba ser también la primera foto que teníamos de todos juntos, de una excursión al Museo de Historia Natural que habíamos hecho con el cole. No lloré ahí no por falta de ganas, sino porque aguanté como un campeón no una, ni dos, sino hasta ¡tres páginas!
               ¡Tres páginas, querido público!
               Gracias, gracias. Podéis sentaros. No hace falta que me aplaudáis de pie.
              
              
               Oh, gracias, de verdad, me estoy emocionando. Sentaos, en serio.
               Pero una vez que empecé, ya no pude parar. Sí, querido público, no os riais: fue como si se abrieran las compuertas del mayor embalse del Amazonas, y ya no había manera de cerrarlas. No podía parar. Cada foto que veía de cada momento de mi vida me hacía darme cuenta de lo increíblemente afortunado que era, de lo guay que era mi grupo de amigos y de las ganas que tenía de volver a todo eso, y eso que aún no me había marchado, técnicamente. Cada foto era mejor que la anterior, intercambiando fotos chorra con otras mucho más sentidas, como una que me había hecho con Perséfone en el festival de verano celebrando las Perseidas justo al lado de otra borracho perdido con Niki, o una muy concentrado recogiendo a la pequeña Astrid en brazos seguida de otra haciendo el pino con Jordan.
               Imagínate noventa páginas así. Una montaña rusa emocional importante.
               -No podíamos dejar que te fueras sin darte recuerdos de nuestras caras. Como te vas al culo del mundo, seguro que no tienes Internet y no podrás ver Instagram.
               -Será tristísimo que no veas cómo agotamos las entradas en el Madison Square Garden dentro de unas semanas-se cachondeó Diana.
               -Hacéis bien, porque he decidido que creo que voy a dejar el móvil aquí. Después de todo, no me va a servir para nada, así que…-me encogí de hombros, sorbiendo por la nariz y pasando otra página. Una foto de los nueve de siempre en el aeropuerto antes de ir a Chipre estaba justo encima de otra jugando a la ruleta concentradísimo con Max.
               -¿Y quién quieres que te lo custodie?-preguntó Jordan, confiando en que sería él. Me lo saqué del bolsillo, caminé hacia él, y en el último momento, se lo tendí a Scott. Todos estallaron en carcajadas-. ¡Oh, tío, me estás matando!
               -Me quiere más a mí-se burló.
               -Eres la única persona a la que no le interesa ver las nudes de la chavala que tengo guardadas en la galería-expliqué. Sabrae inclinó la cabeza hacia un lado, haciendo sobresalir su labio inferior, como diciendo “bien pensado”. Scott hizo una mueca, dejó el móvil encima de la mesa, y luego se limpió la mano en los pantalones de Tommy, que lo miró con el ceño fruncido.
               -Pero entonces, si dejas el móvil aquí, ¿cómo nos vas a llamar?
               -Es que no sé si voy a poder llamaros, Kar. Ni siquiera sé si tendrán teléfono.
               -Tío-protestó Logan, que todavía no le había metido la lengua en el esófago a Niki-. Vas a subirte a un avión, no a una máquina del tiempo. Tendrás que buscarte una excusa para hacer borrón y cuenta nueva. Que te secuestró una milicia, por ejemplo.
               -No colaría-respondió Max-. Lo devolverían a los diez minutos. Con recompensa incluida.
               -Eres muy gracioso, ¿eh, Maximiliam? Veremos si te ríes igual cuando Bella te deje dentro de dos semanas porque no tengas a nadie con quien comentar los polvos y de quien sacar ideas para mejorarlos.
               -Puede comentarlos conmigo-dijo Scott.
               -Quiero mejorarlos, S-soltó Max, y yo me reí.
               -Te va a organizar la despedida de soltero tu puta madre.
               -¿Querías que te la organizara este putísimo payaso? Voy a tacharte los ojos con un punzón nada más aterrice-le prometí.
               -Ni que fuera tan difícil buscar locales de strip tease-se quejó Jordan, frunciendo el ceño, y juro por Dios que se encogió cuando Sabrae se giró y lo fulminó con la mirada.
               -Sabía que ibas a ser peligroso cuando te pusieran unas tetas en la cara, Jor… se les coge el vicio, ¿eh?
               -¿Ni siquiera una carta?-insistió Karlie-. ¡Seguro que podrás al menos mandarnos una carta de vez en cuando!
               Se me paró el corazón, y procuré que no se me notara. Puta lesbiana de mierda, ¿te quieres callar? ¡Me vas a joder la sorpresa!
               -Eh… supongo. Bueno, no sé. No lo había pensado. Pero no creo que pueda. Los fondos están muy achuchados y dudo que nos dejen coger para correspondencia. Aunque supongo que habrá ordenadores-se me ocurrió-. Podría mandaros un email de vez en cuando.
               -¿Un email?-repitió Tam-. ¿Pero eso todavía se usa?
               -Sí, para mandar virus a los ordenadores, fundamentalmente. Así que cuando tu portátil estalle espero que no me eches la culpa-me rasqué la garganta y todos se rieron de nuevo. Joder, echaría muchísimo de menos ser Don Comedia. Seguro que los del voluntariado no me encontraban tan gracioso como mis amigos.
                -¿Sabes?-me dijo-. A pesar de lo insoportable que eres, te voy a echar mucho de menos, Alec.
               Y, bueno, ahí fue cuando empezó el festival de despedidas y añoranzas que no pienso reproducir porque uno tiene su corazoncito y no quiero ponerme a lloriquear como un cachorrito. Pero el caso es que me conmovió. Me conmovió todas y cada una de las cosas que me dijeron, porque eran la verdad, una verdad tan incontestable que los demonios de mi cabeza no tuvieron más remedio que retroceder y encogerse hasta prácticamente desaparecer. Me despedí de Tam, me despedí de Karlie; les pedí que no protagonizaran ningún escándalo sexual mientras estaba fuera y me prometieron que lo intentarían; me despedí de Niki diciéndole que podía quedarse mi habitación si quería, siempre y cuando dejara que Sabrae la ocupara cuanto quisiera, a lo que me respondió que no sabía cuándo volvería a Grecia, pero que volvería más pronto a Inglaterra y ocuparía una cama que no era la mía; me despedí de Logan, pidiéndole que no dejara que Niki le rompiera el corazón, ni tampoco se casaran en una loca boda gay en la que yo no pudiera ser el padrino, a lo que me respondió “pues claro que no, Al”. Me despedí de Max diciéndole que esperaba verlo dirigiendo un imperio de chiringuitos de playa y surf cuando volviera, y él me respondió que podía darlo por hecho, y contar con que siempre estaría invitado allí. Me despedí de Diana pidiéndole que no hiciera ninguna campaña de desnudo integral mientras yo estaba en África y no podía verla, y ella se rió, negó con la cabeza, se inclinó para susurrarme al oído que le habría gustado que no me fuera hasta después de su cumpleaños, y que puede que me mandaran a buscar para cumplir una fantasía suya. Me dejó salivando, obviamente, porque por mucho que esté felizmente emparejado NO SOY DE PIEDRA, QUERIDO LECTOR.
               Me quedaban Tommy, Bey, Scott y Jordan. Los cuatro fantásticos.
               -Atención-dijo Scott-. Va a decidir a quién quiere menos.
               -Pues por esa sobrada no te digo nada, gilipollas.
               -Eso quiere decir que soy al que más quieres. Como si me pillara por sorpresa-se hinchó como un pavo, poniéndose de puntillas.
               Me volví hacia Tommy.
               -Cuando vuelva de África, quiero que haya un montón de noticias hablando sobre cómo has puesto en su sitio a este payaso.
               -Ya lo estoy haciendo, pero la prensa no se da por aludida-rió, acercándose a mí y dándome un abrazo que me curó un poco el corazón roto-. Te echaré de menos, Al.
               -Y yo a ti, T. Procura escuchar un poco más a las fans y un poco menos a las voces críticas que tienes dentro. Te mereces esa banda más que nadie.
               -Te digo lo mismo. Empieza a mirarte como lo hacemos nosotros.
               Le di una palmadita en el brazo y, luego, le di un beso en la mejilla.
               -Cuidado, que mi hermano se cela-soltó Sabrae.
               -No ha sido un morreo-replicó Scott-. Todo bajo control.
               Sabrae se echó a reír y yo miré a Scott.
               -Voy a ir a tu casa-le dije, y él alzó una ceja.
               -¿Es una amenaza?
               -No. Quiero decir que me voy a despedir allí de ti. Si es que lo hago.
               Scott se echó a reír.
               -Tú mismo.
               -¿Qué tienes que decirle que no podamos oír los demás?-preguntó Max.
               -Que es el objeto de mis más oscuros deseos y que me he liado con su hermana para poder acercarme a él porque sueño con su polla todas las noches.
               -Vamos, lo que me diría media Inglaterra si pudiera.
               La siguiente era Bey. Nos miramos un momento, y luego los dos sacudimos la cabeza.
               -Paso.
               -Me parece bien-respondió ella, y nos reímos. Y nos pusimos rojos, y a mí me temblaron un poco las rodillas y… joder. Era más difícil de lo que yo pensaba. Si con ella era así, ¿cómo iba a ser con Sabrae?
               Nos miramos con timidez, como si nos viéramos por primera vez no sólo como personas, sino como representantes de nuestro respectivo sexo. Era guapísima, yo era guapísimo, y en otra vida, si las cosas no hubieran salido como habían salido, sería Bey la que habría pasado la noche conmigo y la que estaría a punto de recibir un regalo cargado de significado de mi parte. Pero sólo se había quedado como mi mejor amiga.
               Como si eso no fuera algo más importante que el título de Miss Universo.
               -Reina B…-empecé, cogiéndole la mano. Bey se echó a llorar. Karlie se giró hacia Tamika.
               -Suelta la pasta, guapita de cara.
               -Creía que tenía más aguante-protestó Tam, revolviendo en los bolsillos de sus pantalones. Como buena lesbiana que era, ya no usaba bolsos. Karlie era lo bastante lesbiana y femenina como para no haberlos soltado en toda su vida.
               -Gracias por tu paciencia todos estos años y… por las gilipolleces que me has aguantado, y…
               -No me des las gracias por eso. Suena como que se va a acabar.
               -Oh, no caerá esa breva, créeme-sonreí, y ella sonrió-. ¿Nos vemos en julio?
               Me guiñó el ojo y me dio un toquecito con la cadera en la mía.
               -Intenta impedírmelo.
               La estreché entre mis brazos y la levanté en el aire. Se rió por lo bajo.
               -Te quiero mucho.
               -Yo también, B. Patea muchos culos legalmente hablando.
               -De tu parte-sonrió, dándome un beso en la mejilla. Me acarició la cara, los ojos brillando con ilusión, y luego miró a Sabrae, que sonrió y se tapó los ojos con dramatismo.
               Entonces, Bey se inclinó y me dio un beso en los labios. Se rió al ver que yo me quedaba quieto, tan sorprendido que no reaccionaba, y justo cuando iba a devolvérselo se separó de mí.
               -¿No podías haber hecho eso hace veinticuatro horas, Beyoncé?
               -Entonces fijo que no te pirabas.
               -¡Pues por eso!
               Se echaron a reír, Jordan y yo nos miramos, le di una palmada en el hombro y recogí el álbum de fotos. Subí a mi habitación y lo metí en la bolsa de viaje, saboreando cada paso, cada escalón, cada movimiento. Me quedé quieto en el centro de la habitación, ya con mi mochila y mi maleta a hombros, y me giré sobre mis pies, absorbiéndolo todo. Los rincones en los que había crecido, la cama en la que tantas veces me había acostado con Sabrae, la mesilla de noche, las medallas, los regalos de mis amigos. Era una sensación extrañísima, porque no me había marchado y, sin embargo, yo ya sabía que aquella ya no era mi habitación, no era el sitio en el que vivía. Durante casi doce horas, desconocería mi casa.
                Y, a pesar de todo, resultaba tan familiar…
               -Adiós-le dije a las paredes, a los muebles, a la ropa, a los recuerdos. A todo lo que yo era y lo que había sido en aquel lugar, el único santuario en el que me había atrevido a ser yo mismo incluso cuando me asustaba lo que había en mi interior. Había sido tan feliz en aquel sitio… y sabía que lo dejaba en buenas manos.
               Di una nueva ronda de abrazos a mis amigos, demasiado cortos para lo que me gustaría y más largos de lo que nos permitía el tiempo que teníamos antes de embarcar, y me monté en el coche con el corazón en el puño, la mano de Sabrae entre una de las mías. Miré las farolas que comenzaban a encenderse, anticipando la noche que me cambiaría la vida.
               Nos detuvimos en casa de los Malik porque todavía una cosa pendiente: despedirme de las hermanas de Sabrae. Para sorpresa mía, la primera en la lista era Shasha, a pesar de que le dije adiós a Duna antes que a ella.
               Duna volvió a echarse a llorar, pero no con la desesperación con la que lo había hecho la última vez. Ahora que me veía con las maletas, se dio cuenta de que todo iba en serio y que ya no había marcha atrás.
               -Perdóname por lo que voy a hacerte, mi niña-le dije mientras la achuchaba entre los brazos. Duna gimoteó un poco entre mis brazos, y cuando la dejé en el suelo, asintió y se refugió en los de su padre, que también estaba allí, al igual que su madre, ambos tristes ante mi despedida. Shasha se acercó a mí y me entregó una pequeña caja metálica.
               -Mi iPod-explicó-. Le he metido la música que te gusta. Te he hackeado Spotify para saberla-añadió, avergonzada-, espero que no te importe.
               -Es un detallazo, Shash. Gracias.
               A Shasha se le humedecieron los ojos.
               -Ojalá hubieras podido quedarte para mi cumple-dijo, retorciéndose las manos. Sorbió un poco por la nariz, y yo me obligué a sonreír, luchando contra el nudo que tenía en la garganta y que me impedía respirar.
               -Para la próxima estaré, y te haré un regalazo que lo vas a flipar.
               -Que estés ya será un regalo para mí, Al-dijo, y luego dio un paso hacia mí y me rodeó con sus brazos. Hundió la cara en mi pecho y dijo algo que yo nunca le había escuchado decir a nadie-. Te quiero mucho, Al.
               Todos se quedaron pasmados. De toda a familia, Shasha era con diferencia, con mucha diferencia, la más fría y la que más marcaba las distancias. Que yo hubiera conseguido romper su coraza y colarme dentro de su caparazón decía mucho más de lo que había conseguido incluso con Sabrae.
               La expresión de sorpresa de Sherezade, sin embargo, fue hasta divertida. Casi podía escuchar sus pensamientos, que nunca diría en voz alta para no herir a su niña, pero que serían algo así como “tardó ocho años en decírmelo, y eso que yo la parí”.
               -Yo también te quiero mucho, Shash.
               Le di un beso en la cabeza y me incliné hacia ella.
               -Tú siempre serás la Malik más guay. Por mucho que eso le rabie a tu hermana.
               Sonrió, me dio un beso en la mejilla y un último achuchón con el que me dio las gracias por todo lo que yo ni siquiera sabía que había hecho por ella, y luego, se separó de mí. Se refugió en su madre, que le dio un beso en la cabeza y la consoló diciéndole que se le pasaría muy rápido el año y que pronto yo volvería. Miré a mis suegros alternativamente.
               -Yo… quería daros las gracias por todo lo que habéis hecho por mí. Por cómo me habéis acogido con los brazos abiertos en vuestra familia y la confianza que habéis depositado en mí dejándome tanta libertad con Sabrae. Espero habérmela merecido y seguir mereciéndomela cuando vuelva. Y Zayn…-él entrecerró los ojos, conteniendo una sonrisa, recordando una vez que le había prometido que no le rompería el corazón a su hija y apreciando que yo también lo hiciera-. Una vez te prometí que no le rompería el corazón a Sabrae. Déjame que lo haga sólo una vez. Te prometo que a mí me destrozará más hacerlo que a ella tener que sobrevivir a mi ausencia. Y luego, no lo repetiré. No me separaré de ella mientras viva-le aseguré, mirándola. Sabrae sonrió con timidez-. Te lo prometo. ¿Me perdonas?
               -No tengo nada que perdonarte, hijo. Que tengas buen viaje y vuelvas en cuanto puedas.
               -Gracias-contesté. Di un paso hacia él y lo abracé. Y luego, a Sher, que me sonrió con tristeza y me acarició la cara.
               -Gracias por hacer a mi niña tan feliz como lo haces.
               -Para mí es un honor.
               -Te esperaremos con impaciencia, Al-Sher también me dio un beso y sonrió, mirando por encima de mi hombro. Scott acababa de llegar en ese momento, y a juzgar por cómo jadeaba, había venido corriendo. Alcé las cejas.
               -Creí que ibas a hacerte un poco más de rogar.
               -Y yo que tienes el suficiente afán de protagonismo como para pirarte sin decirme adiós-respondió, burlón. Dio un paso hacia mí y me dio un profundo abrazo con el que sentí que me curaba un poco más, igual que había hecho con Tommy.
               Supongo que eso es lo que te pasa cuando una parte de ti que no sabes que se ha separado de tu cuerpo vuelve para reconciliarse contigo. Porque eso es lo que éramos Scott y yo del otro: una parte tan esencial como el corazón, los pulmones o la cabeza. Nadie me había esculpido más de lo que lo había hecho Scott, y nadie había esculpido a Scott más que yo.
               -Te voy a echar muchísimo de menos, Al.
               -Y yo, S. Procura cuidar de Tommy. Va a pasarlo mal estando lejos de casa.
               -Lo haré. Y de Saab. No te preocupes. Yo la tengo-me prometió, susurrándome al oído y apretándome un poco más. Me dieron ganas de llorar por la forma en que lo sabía: no podía pedírselo, o sería como empezar a despedirme de ella. Hundí la cabeza en su cuello y respiré hondo, reuniendo unas fuerzas que no sabía que tenía, y que me parecía que, en parte, eran prestadas de las de Scott.
               Cuando por fin nos separamos, nos miramos a los ojos, chocolate contra troncos de árbol con esmeraldas y dorados, y me apretó los brazos.
               -Estamos orgullosísimos de ti, tío. Todos nosotros. Y contamos los días para que vuelvas.
               Sentí que se me anegaban los ojos de lágrimas, pero me obligué a no llorar, o no sería capaz de marcharme de una casa que siempre había sido un refugio para mí, incluso desde mi más tierna infancia, cuando mi madre me había llevado para que jugara con Scott mientras hablaba de cosas importantísimas con la madre de Scott.
               Y ahora dejaba en ella una habitación que era mi segundo hogar, y mi sitio preferido en el mundo por la dueña de ese pequeño rincón del universo, el más especial de todos.
               -Te quiero un montón, tío.
               -Y yo más. Puto cabrón-se quejó, sacudiendo la cabeza-. Qué suerte tengo de que no sepas cantar. Me habrías hundido con sólo proponértelo.
               -Todavía estoy a tiempo-bromeé, dándole un último abrazo y, por fin, saliendo de su casa. Me quedé mirando el porche, donde tantas cosas habían empezado hacía apenas nueve meses. Los plazos tenían sentidos. Un nuevo yo había nacido aquella noche en que le había pedido a Sabrae un continuará.
               -No me esperaba lo de Shasha-dije, ya en el coche. Jordan tenía los ojos puestos en mí; ocupaba el asiento de mi abuela, que se excusó en que llegarían demasiado tarde para ella si me iba a despedir al aeropuerto, y aguantándose las lágrimas con el estoicismo ruso que definitivamente yo no había heredado, me había dicho que estaba tremendamente orgullosa de mí, que me quería con locura y que me añoraría cada minuto de su existencia.
               -Yo sí-replicó Sabrae, acariciándome los nudillos con el pulgar. La miré, y ella levantó la vista-. Creo que confía en ti más que en mí.
               -¿Y eso te duele?
               -Sí. Porque tú te vas, y yo me quedo. Para ella va a ser más duro de lo que nadie se espera.
               Tomé aire y lo solté lentamente, los ojos fijos en la ventanilla.
               -¿Por qué no pensaste en quedarte cuando te lo suplicó Duna?-preguntó, y todo el coche se quedó en silencio, expectante. Me volví de nuevo para mirarla.
               -Quizá me lo pidió la Malik equivocada.
               Tenía muy claro lo que habría pasado si hubiera sido la voz de Sabrae y no la de Duna la que me hubiera suplicado con la desesperación de hacía unos días que no hiciera lo que estaba haciendo ahora.
               -Si te lo hubiera pedido Shasha, ¿te quedarías?
               Me lo pensé un momento. Me detuve a pensar en Shasha como no lo había hecho nunca: analizándola por sí misma y no por lo que era para Sabrae. Y me di cuenta de una cosa viendo lo que era: la niña que siempre me había ayudado a sacar de quicio a su hermana, me quisiera ésta o no; la niña que había sido amable conmigo disfrazándolo de frialdad, la niña que había compartido sus gustos conmigo como si fuera un honor, porque lo era, pero no para ella, sino para mí. Era una cría extraordinaria, y, a la vez, era horrible ser ella.
               Porque era la yo de aquella casa. Era la que creía que no la querían. La que pensaba que decepcionaba solamente con respirar.
               No podía dejarla sola. A ella tampoco.
               -Sí-contesté-. Probablemente. Creo que sí.
               Todo porque decir rotundamente que sí sería peligrosísimo, tanto para ella como para Sabrae. Sabrae no la dejaría sola, intentaría quitarle esas ideas de la mente como lo había hecho conmigo, pero no tenía en su hermana la influencia que tenía en mí. Shasha no podía darse cuenta de que la querían si la obligaban a abrir los ojos. Tenían que convencerla. Y me daba la sensación de que eso me correspondía a mí.
 
              
Hicimos el trayecto hacia el aeropuerto en silencio, como presos en cola para el corredor de la muerte. Creo que nos daba miedo que alguien rompiera el silencio con un sollozo contagioso y luego ninguno pudiera parar.
               El suelo temblaba con cada aterrizaje y cada despegue, así que podía achacar mi inestabilidad a eso y no a lo inminente de mi marcha. Tenía el estómago cerrado cuando atravesamos las puertas, y cuando dejé la maleta en el mostrador de facturación, me temblaban las manos.
               Dos horas. Sólo dos horas antes de que mi vida cambiara para siempre. Y ya no había vuelta atrás. En mi maleta había cosas demasiado valiosas como para no perseguirla a través de medio mundo.
               -¿Dónde queréis cenar?-preguntó Dylan, frotándose las manos y mirando en todas direcciones, buscando la respuesta a una pregunta que no sabíamos que hubieran hecho. Mimi negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. Jordan torció la boca. Sabrae se arrimó un poco más a mí; no me había soltado la mano desde que nos bajamos del coche, ni tan siquiera cuando fuimos a facturación.
               -La verdad es que no tengo mucha hambre-dije, y mamá parpadeó, sorprendida.
               -Pero tienes que comer algo, mi vida. No puedes estar siete horas metido en un avión sin comer.
               -Siempre puedo pedirme algo en el avión, mamá-respondí, aunque dudaba que fuera capaz de meterme algo entre pecho y espalda antes de veinticuatro horas.
               Además, había hecho albóndigas para comer, y yo me había vuelto chiflado zampando. Claro que de poco me servirían dentro de nada. Así que, como vi la expresión preocupada de su mirada, sugerí ir a picar algo en el primer sitio que nos encontráramos.
               Resultó ser un Burger King, y Sabrae y yo intercambiamos una mirada.
               -Se cierra el círculo-comenté, y ella sonrió. Mamá frunció el ceño, totalmente perdida.
               -La primera vez que comieron juntos y a solas fue en un Burger King-explicó Jordan, y yo lo miré boquiabierto.
               -No puedo creer que te acuerdes.
               -Con la turra que me has dado con esta chavala, lo que me sorprende es no saberme de memoria sus medidas.
               -Puedo recordártelas, si quieres.
               -No hace falta.
               Comimos las hamburguesas condenadamente despacio, y sin que sirva de precedente, Sabrae me cedió el último chilli cheese bite.
               -Tú vas a necesitarlo más que yo.
               Mi vuelo fue ascendiendo por los paneles de información, con la hora de apertura de las puertas cada vez más cerca. Decidí que no entraría en la terminal hasta que no pudiera ir derecho a la puerta; cada segundo con mi familia, Sabrae y Jordan contaba. Y ellos lo sabían.
               Como si supieran de mis reticencias y mis ganas de pelear por cada segundo con ellos, y sobre todo con cierta ella, fueron repartiéndose para marcharse y dejarnos a solas. Mamá y Mimi se escabulleron un momento con la excusa de mirar unos bolsos en las tiendas de diseño; Jordan y Dylan, de mirar unas gafas de realidad virtual y un simulador de Audi con los nuevos modelos de coche que estaban diseñando a escala real, respectivamente.
               Sabrae se sentó encima de mí y se abrazó a mi cuello. Inhaló el aroma de mi piel y suspiró, aferrándose a mi camisa.
               -Parece mentira que hace menos de doce horas estuviéramos desnudos y haciendo el amor, ¿verdad?
               -Ahora entiendo por qué esa obsesión con la nostalgia-bromeé. Estaba muy nervioso, me sudaban las palmas de las manos, y no sabía cómo empezar con todo lo que quería decirle. Y eso que lo llevaba ensayado.
               -Tienes las manos heladas, Al. ¿Estás bien?
               -Tengo que decirte una cosa.
               Parpadeó, los ojos abiertos como platos, sorprendida. Un batallón de emociones desfiló a marchas forzadas por sus ojos mientras se preguntaba qué era lo que quería decirle. Tomé aire y lo solté lentamente, tratando de calmarme.
               -Ponte de pie.
               -Alec-dijo, nerviosa-. Como me vayas a pedir matrimonio en medio del aeropuerto, te doy tal tortazo que te ahorras el avión a Etiopía.
               -Gracias por esa confianza y tal, prometida mía-espeté, fulminándola con la mirada-. Es justo lo que necesito ahora: que me pongas más nervioso de lo que ya estoy. Ponte de pie.
               Reticente, Sabrae me obedeció. Anota este día en tu calendario.
               Se apartó el pelo tras las orejas y se llevó una mano a la boca, pensativa, mientras yo revolvía en mi mochila en busca de la pequeña cajita que había colado dentro sin que ella se diera cuenta. Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y miró en derredor, segura de que iba a montar la escenita de hincar la rodilla, sacarle un anillo y pedirle que se casara conmigo antes de pirarme. Como si no me conociera y supiera que tengo planes de celebrarlo como un poseso cuando lo haga.
               Además… tremendo pedrolo tendría que haberle comprado para necesitar un estuche como aquel.
               -Te he… comprado una cosa-expliqué, tendiéndole el estuche blanco y cuadrado, de cinco centímetros de alto y ancho. Sabrae lo miró, me miró, lo cogió y lo abrió.
               Se quedó callada, analizando su contenido: un colgante dorado con un elefante en el centro.
               -¿Y esto? ¿Por qué un elefante?
               Lo sé, lo sé. Los novios normales regalan colgantes con iniciales (suyas o de la chica, dependiendo de lo subnormales que sean), con corazones o símbolos que sean especiales para la pareja.
               Pero tiene una explicación, lo prometo.
               Tomé aire y empecé a hablar.
               -Es mi promesa de que no me voy a olvidar de ti por muy lejos que esté. Los elefantes tienen buena memoria, ya lo sabes, y eso les permite volver a cualquier lugar que hayan visitado a lo largo de su vida. Sé que no he sido el mejor novio del mundo…
               -Alec-protestó.
               -¡No me interrumpas, Sabrae!-ladré-. ¡Coño! ¡Que tengo el discursito de mierda memorizado y si pierdo el hilo vamos bien! Dios-me pasé una mano por el pelo y negué con la cabeza-. ¿Por dónde iba?
               -Estabas siendo un mentiroso-contestó ella.
               -Ya…-puse los ojos en blanco-. Vale, bueno, que sé que no he sido el mejor novio del mundo, y que muchas veces te dan ganas demandarme a la mierda porque aunque seamos compatibles en la cama, puedo llegar a ser muy gilipollas, y mis dotes de amante pueden no compensar eso, pero… quiero que estés segura de que te quiero con locura, y me duele en el alma separarnos un año, aunque por otro lado tengo ganas de saber cómo es echarte de menos de verdad, y  contar los días para abrazarte muy, muy fuerte, estrecharte entre mis brazos y no dejarte marchar. Te quiero con todo mi corazón. Eres la primera chica a la que le digo esto, y créeme que tengo toda la intención de que seas la última, y no voy a olvidarlo por muy lejos que estemos el uno del otro. Ni tampoco voy a olvidar cómo te empeñaste en que me graduaría a la vez que los demás, y me animaste, y creíste en mí cuando literalmente nadie más lo hacía, ni siquiera yo. Eres mi oasis, Saab. Eres mi oasis en medio de la sabana y necesito que tengas presente siempre que por muy lejos que esté, o por mucho tiempo que pasemos separados, yo siempre encontraré la manera de volver a ti como un elegante regresa a su oasis favorito por muchos años que pasen. Quiero volver a tu amor. Voy a volver a tu amor. Da igual si hay otras (cosa que dudo bastante), da igual si hay otros. Siempre tendrás la esperanza de que un día yo volveré a llamar a tu puerta. No me voy a marchar. No mientras me lleves al cuello.
              
 
Se me aceleró el corazón. No creí que tuviera preparada una sorpresa de última hora, pero, pensándolo en frío y conociéndolo, tenía todo el sentido del mundo.
               Igual que tenía todo el sentido del mundo que me hubiera enamorado tan locamente de él.
               Alec estaba esperando mi respuesta, como si no la tuviera que saber prácticamente desde que nació. Sin pensármelo dos veces, di un brinco y estrellé mis labios contra los suyos, y él jadeó, sorprendido, antes de entregarse al beso con la misma pasión con la que lo hacía yo.
               -Te llevaré siempre conmigo, Al. Te lo prometo.
               Sonrió, aliviado.
               -No sabía si te gustaría…
               -No lo entendía, pero ahora sí. Tiene todo el sentido del mundo. Tenemos historia de sobra para llenar la memoria de un elefante, y lo nuestro es dorado, así que… ¡un elefante dorado! Es precioso. ¿Me lo pones?
               Podía ponérmelo yo sola, pero no me daba la gana. Quería que me tocara. No me bastaría con un año tocándome, imagínate lo que me haría un año de su ausencia. Me retiré el pelo del cuello para que pudiera colocármelo, y cuando escuché el clic del broche, fue como si todas las piezas que me componían se encajaran en su lugar. Me giré y lo miré, sonriendo, deleitándome en la frialdad de mi nuevo colgante y deseando haberle hecho un regalo que pudiera llevar consigo siempre, además de las fotos que había ido colando en su ropa cuando él no miraba.
               -Te amo-le dije, inclinándome y besándolo de nuevo. El tiempo echó a correr durante ese beso, porque cuando nos quisimos dar cuenta, los padres de Alec, Mimi y Jordan estaban de nuevo con nosotros.
               -Cariño…-Annie señaló la pantalla, y Alec se giró para mirarla. Eché un rápido vistazo para comprobar lo que mi corazón ya temía: habían indicado la puerta y estaba comenzando el embarque. Alec tomó aire, con los ojos aún en la pantalla, como decidiendo si se iba o se quedaba, y aproveché para darle un beso en el mentón.
               Me retiré para que pudiera despedirse, sabiendo que sería la última, por ser también la más difícil. Toqueteándome el pequeño elefantito, con el que sabía que conviviría las veinticuatro horas del día junto a mi A plateada, di un paso atrás y me puse al lado de Jordan, que me rodeó los hombros y me dio un suave apretón. A partir de ahora, era su responsabilidad.
               -Suerte, hijo-le dijo Dylan, abrazándolo con fuerza. No se me escapó la forma en que se estremeció cuando Alec lo llamó “papá”.
               -Gracias, papá. Te echaré mucho de menos.
               -Y yo a ti, mi vida.
               Se dieron un beso y se estrecharon de nuevo entre sus brazos. Luego, le tocó el turno a Annie, que ya lloraba a moco tendido.
               -Haz lo imposible por contactarnos todos los días-le ordenó, y Alec se echó a reír y asintió con la cabeza-. Y que sepas que no te voy a perdonar esto que estás a punto de hacerme-añadió, amenazante, mientras lo cubría a besos-. Mi niño, mi bebé. No puedo creerme que ya seas todo un hombre.
               Y qué hombre, pensé para mis adentros. Alec le dijo que la quería y luego se volvió hacia Mimi, que saltó para abrazarlo y cerró los ojos, emborrachándose de su aroma, uno que las dos lucharíamos por preservar.
               -A pasarlo bien, Mím. Te quiero un montón.
               -Y yo, Al. Ha sido el mayor honor de mi vida convivir contigo estos últimos dieciséis años.
               Alec se quedó parado, mirándola. Sorbió por la nariz, y ya no se aguantó más las lágrimas. La estrechó con fuerza entre sus brazos, levantándola en el aire, y le dio tantos besos que todos perdimos la cuenta.
               -Mi niñita… cómo te voy a extrañar.
               Mimi se limpió las lágrimas con un pañuelo que le tendió su padre y se quedó al lado de sus padres mientras Alec venía a ver a Jordan. Se lanzaron hacia los brazos del otro como toros hacia un capote.
               -No tienes ni idea de lo mucho que te quiero, tío. Nos vemos dentro de un año, cuando seas un piloto de la hostia.
               Jordan sonrió.
               -Procura no echarme demasiado de menos, ¿quieres? Ya lo haré yo por los dos, puto feo. Ahora en serio. Ha sido un verdadero honor crecer a tu lado, y no sabes las ganas que tengo de ver el hombre tan genial en el que vuelves convertido.
               Alec le sonrió, le dio un sonoro beso y le acarició la cabeza.
               -Qué suerte he tenido de que no te quitaras las rastas antes, cabrón, o tú y yo nos querríamos mucho más o no nos querríamos tanto.
               Jordan se echó a reír sonoramente, negando con la cabeza. Le dio una palmada a Alec en el hombro y, entonces, mi novio se giró hacia mí.
               Sus ojos se enlazaron con los míos y juro que empecé a flotar en el espacio. Se detuvo delante de mí, indeciso. Me acarició el colgante en el cuello y yo sonreí con tristeza.
               -¿Algún regalo de última hora?
               -Me temo que ése era el último as que me guardaba en la manga.
               -Suficiente para ganar la partida.
               Le cogí la mano y se la acaricié entre las mías. Alec subió la que tenía libre y me acarició la mejilla, sus ojos puestos en mi cara.
               -No sabes lo que odio dejarte. Dejaros a todos.
               -Me quedo en buenas manos. Y ellos también-los señalé con la mirada-. Yo me ocuparé de proteger a Annie de tu hermano.
               Sonrió, triste.
               ­-Pobre malnacido. La que le espera.
               Se inclinó y empezó a besarme, y sus besos sabían a miel, a promesas, a un futuro que yo no podía esperar para vivir.
               -Vete a ver a Josh-me dijo, y yo asentí. Estaba en mis planes. Habíamos ido en una parada exprés antes de llegar al aeropuerto, y el niño había aguantado con entereza mientras Alec se despedía. Le había aliviado saber que yo seguiría yendo en representación de mi novio, aunque todos sabíamos que Josh le prefería a él-. Y altérnate con Shasha de vez en cuando-añadió, y yo me reí.
               -Eres perverso.
               -Vete dejando de ir gradualmente y que vaya yendo cada vez más Shasha.
               -Shasha lo odia.
               -A estos los termino casando-respondió, tozudo-. Ya lo verás.
               -Mm, no lo tengo tan claro.
               -Bombón, yo siempre consigo lo que quiero. Quise conseguir a la mejor chica del mundo, y te conseguí a ti.
               Sonreí, recordando cómo había conseguido que Shasha se pusiera roja cuando ella, en un arranque de critiqueo malsano, había protestado viendo un episodio de RuPauls Drag Race llamando con desprecio “maricones” a los participantes.
               -Uuuuh, eso no se dice.
               -¿Cómo? Soy una joven musulmana asexual. Puedo decir lo que quiera.
               -¿Seguro que eres asexual? Al fin y al cabo, te gusta Josh.
               -A MÍ NO ME GUSTA JOSH.
               -¡UUUUUH, TE HAS PUESTO ROJA!
               Normal que Shasha fuera a echarlo tanto de menos.
               -Pues esta chica te esperará impaciente cada segundo que pases lejos de ella, así que no te molestes en prorrogar tu voluntariado.
               Alec se echó a reír, una risa despreocupada, sensual y masculina. Las únicas que sólo podía hacer él.
               -Lo tendré en cuenta.
               Jugueteó un poco más con mi nuevo colgante, un buen compañero para su inicial. Levantó la vista y, por fin, me miró.
               -Sabes que te quiero como a nada en mi vida, ¿verdad?
               Asentí.
               -¿Y que dedicaré cada segundo de este año en pensar en ti?
               Asentí.
               -Entonces creo que ya me puedo ir.
               -Aún no-repliqué, cogiéndole la mano y tirando suavemente de él-. Yo todavía no me he despedido. Podría pasarme la noche entera diciéndote lo muchísimo que te quiero, lo importante que eres para mí, lo especial que te has vuelto o todo lo que me has enseñado, pero no serviría para nada porque me quedaría corta y, a la vez, sería redundante, ya que tú ya lo sabes. Así que sólo quiero que me escuches: quiero que seas feliz. Quiero que disfrutes como un niño y que aprendas muchísimo y te dejes llevar y que pase lo que tenga que pasar. Me quedo tu corazón conmigo; bien puedo compartir tu cuerpo con todo el mundo si hace falta. He adorado cada segundo que hemos estado juntos estos últimos meses y también adoraré cada segundo que pasemos separados, sólo porque me dejarán ver hasta qué punto eres influyente en mi felicidad. Me has hecho feliz, Al. Feliz como en las pelis y los libros y… ahora sé lo que es el amor de verdad. Por eso es por lo que puedo decirte adiós y estoy dispuesta a dejarte marchar. Porque sé que algo dorado y vivo soporta la distancia. Y tú y yo lo vamos a conseguir. Te quiero. Te quiero 364 veces. Y me apeteces. Me apeteces 364 veces.
               -Te quiero, bombón. Muchísimo. Me apeteces-respondió, agarrándome de la cintura y pegándome a él.
               -Medio mundo no es nada-le recordé.
               -Medio mundo no es nada-repitió… nuestro mantra. Un te quiero que sólo entendíamos nosotros.
               -Hasta dentro de 364 días.
               -365-me corrigió, besándome la frente-. El año que viene es bisiesto.
               -Mira, así tienes que volver un día antes a lo que tenías planeado-bromeé, y él se rió también.
               -No lo descartes.
               Me tomó de la mandíbula y me hizo mirarlo.
               -Nos vemos, wifey.
               Me guiñó el ojo y empezó a separarse de mí.
               -Chao, chao, hubby-coqueteé yo. Alec se detuvo en seco, chasqueó la lengua, sacudió la cabeza y se giró apresuradamente para volver a besarme. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve veces.
               -Joder. Sí. Definitivamente voy a echar mucho de menos esto.
               -Ya sabes dónde estoy. Esperándote.
               Me besó una última vez, lento, largo y profundo, su lengua invadiendo mi boca a modo de despedida, como la marea entrando en una cueva marina que tardará en volver a besar. Me dio un último apretón, me dijo que me quería, y se marchó. Yo le seguí hasta la barrera y me detuve justo en ella, donde ya no podía seguirle, donde ya necesitaba un billete para poder ir tras él. Observé cómo  dejaba sus cosas en una bandeja y me pareció aberrante que una persona extraordinaria pudiera exponer todo lo que necesitaría en un año en tan solo una bandeja de plástico sucia, sobre todo cuando debería llevar una comitiva real a sus espaldas. Alec atravesó los detectores de metales, recogió sus cosas, se apartó el pelo de la cara una última vez, y nos miró. Agitó la mano en el aire a modo de despedida, y se afianzó la mochila, intentando no llorar, cuando nosotros hicimos lo mismo a modo de despedida.
               -¡Alec!-grité sobre el barullo del aeropuerto. Y, a pesar de todo, él me escuchó. Se quedó parado, más pequeño de lo que me gustaría verlo. Pero, aun así, le vi sonreír cuando le dije algo que sabría que le encantaría.
               -¡CONTINUARÁ!
 

 
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3 comentarios:


  1. BUENO PARA EMPEZAR ESTE COMENTARIO DECIR QUE COMO FIEL SEGUIDORA Y JABATA DE ESTA NOVELA NO PUEDO CREER QUE POR FIN DESPUES DE ESPERAR UN LUSTRO POR FIN HAYA LLEGADO A MIS RETINAS ESTO.

    Para empezar voy a destacar esta parte porque me ha hecho no solo daño psicológico , si no también fisico; “No voy a echar de menos el ver las estrellas y reinventar las constelaciones con nadie más que contigo, porque sé que haré eso una y mil veces estando en África si quiero, pero sólo es cuando tú y yo estamos juntos cuando le encontramos un nuevo sentido al universo. Voy a volver a ti. Pase lo que pase, sé que voy a volver a ti. Así que son absurdas las paradas intermedias. No quiero que las demás me quiten unas ganas que sólo se sacian contigo. Llevo queriendo que seas la única mujer a la que toco desde que me desperté del coma, Sabrae. ¿Y sabes por qué? Porque lo vi. Estando dormido, lo vi. Hay algo entre nosotros. No podemos tocarlo, y no podemos verlo; lo único que podemos hacer es sentirlo. Y sé que los dos lo hacemos. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo. Es bueno y puro. Joder, es lo único bueno y puro que he tenido en toda mi vida.”

    O sea es que hay que estar puto DEMENTE para escribir esto tía. Y sobre todo aun más para tener los huevos de ser capaz de que dos personajes literarios consigan que algo como es el amor se materialice como un objeto que se puede ver y sentir. O sea me parece de denunciar y cárcel. De ser despiadada.

    Decir que la despedida con todos los chicos me ha dolido y que cuando ha dejado a Scott para el final y el ha llegado corriendo me ha roto en dos. Todo el momento despedida con los Malik me ha parecido tochisimo y me encanta como no pierdes oportunidad para recalcar como se complementan Scott y Alec porque traspasa a ellos como personas de un universo alternativo a ellos como personajes literarios y es que no puedo con eso.

    Destacar que casi me parto por la mitad con Sasha despidiendose, diciéndole te quiero y con Alec reconociendo que si ella se lo hubiese pedido tal ve se hubiese quedado. Es que de verdad, me parece sumamente precioso y solo necesito que cuando la novela continue y se hagan todo mayores la relación se haga más fuerte y siga teniendo relevancia. (Yo tmb shippo a sasha y josh sos)

    Lo del final con el colgante no me lo esperaba y aunque me esperaba llorar mucho más la frase de “Quiero volver a tu amor. Voy a volver a tu amor. Da igual si hay otras (cosa que dudo bastante), da igual si hay otros. Siempre tendrás la esperanza de que un día yo volveré a llamar a tu puerta. No me voy a marchar. No mientras me lleves al cuello” tiene un foreshadowing de la hostia hija de puta porque solo he podido pensar en lo que pasara de aqui a unos 10 años en la novela y posterior a esos y he chillado como un gorrino.

    Nah, te felicito Erikina eres una bestia literaria no me cansaré nunca de decírtelo. Tu mente pertenece a un museo.

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  2. Bueno bueno, vuelvo a comentar para un capítulo épico. Si te digo la verdad no sé ni como empezar más que diciendo que este capítulo ha sido terrorismo emocional y que empecé a llorar en el tercer párrafo y ya no paré.

    Todo el principio en el Savoy me ha parecido precioso, ha sido perfecto para sus últimas horas a solas.
    “Voy a volver a ti. Pase lo que pase, sé que voy a volver a ti.”
    “Hay algo entre nosotros. No podemos tocarlo, y no podemos verlo; lo único que podemos hacer es sentirlo. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo. Es bueno y puro.”
    “- Espera. ¿Me estás prometiendo un para siempre?
    -Te lo estoy pidiendo Sabrae”
    “De mi Alec iba a serme casi imposible despedirme. De Alec Whitelaw, si bien también muy difícil, creía que sería capaz. Así que sería Alec Whitelaw hasta subirse al avión.”

    He adorado toda la parte del desayuno: Alec siendo Alec, Sabrae recitando todo lo que iba a hacer mientras Alec estaba fuera, Mimi hablando de que Trey le va a acompañar a baile, todos picando a Alec…

    Luego toda la conversación con Mimi ha sido maravillosa, ella diciendo que no quiere pasar su cumple sin él, Alec diciéndole que va a volver, todo lo de la sudadera…
    “Entre mis dos chicas favoritas en el mundo solo hay una Whitelaw. Y debe ser la Whitelaw la que cuide de esta sudadera”

    Toda la despedida con sus amigos ha sido perfecta: Que estuvieran todos, el álbum, cuándo has roto la cuarta pared, que le haya dado el móvil a Scott, todas las despedidas (mención especial a la de Tommy) …

    La despedida con los Malik me ha encantado, han sido todas preciosísimas, pero tengo que destacar la de Shasha porque me ha matado. Ya sabes que adoro la relación de Alec y Shasha, creo que es súper especial y me encanta que hayan tenido una despedida que lo demuestre. Además, todo lo de Alec pensando en Shasha después me ha dejado sin palabras.
    “Que estés ya será un regalo para mí, Al-dijo, y luego dio un paso hacia mí y me rodeó con sus brazos. Hundió la cara en mi pecho y dijo algo que yo nunca le había escuchado decir a nadie-. Te quiero mucho, Al.”
    “Una vez te prometí que no le rompería el corazón a Sabrae. Déjame que lo haga sólo una vez. Te prometo que a mí me destrozará más hacerlo que a ella tener que sobrevivir a mi ausencia. Y luego, no lo repetiré. No me separaré de ella mientras viva. Te lo prometo. ¿Me perdonas?”
    “Porque eso era lo que éramos Scott y yo del otro: una parte esencial como el corazón, los pulmones o la cabeza. Nadie me había esculpido más de lo que lo había hecho Scott, y nadie había esculpido a Scott más que yo.”
    “Un nuevo yo había nacido aquella noche en que le había pedido a Sabrae un continuará.”
    “Me lo pensé un momento. Me detuve a pensar en Shasha como no lo había hecho nunca: analizándola por sí mismo y no por lo que era para Sabrae. Y me di cuenta de una cosa viendo lo que era: la niña que siempre me había ayudado a sacar de quicio a su hermana, me quisiera ésta o no; la niña que había sido amable conmigo como si fuera un honor, porque lo era, pero no para ella, sino para mí. Era una cría extraordinaria y a la vez, era horrible ser ella.
    Porque era la yo de aquella casa. Era la que creía que no la querían. La que pensaba que decepcionaba solamente con respirar.
    No podía dejara sola. A ella tampoco.”
    “Shasha no podía darse cuenta de que la querían si la obligaban a abrir los ojos. Tenían que convencerla. Y me daba la sensación de eso me correspondía a mí.”

    La parte del aeropuerto por supuesto me ha encantado también: cenando en un Burger King, Jordan acordándose de que Alec y Sabrae comieron juntos y a solas allí por primera vez, el discurso de Alec (que me ha hecho pensar no solo en el voluntariado sino en lo que sabemos que va a pasar después), el elefante, Alec llamando a Dylan papá, el discurso de Sabrae…
    “Eres mi oasis, Saab. Eres mi oasis en medio de la sabana y necesito que tengas presente siempre que por muy lejos que esté, o por mucho tiempo que pasemos separados, yo siempre encontraré la manera de volver a ti como un elefante regresa a su oasis favorito por muchos años que pasen.

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    1. Quiero volver a tu amor. Voy a volver a tu amor. Da igual si hay otras (soca que dudo bastante), da igual si hay otros. Siempre tendrás la esperanza de un día yo volveré a llamar a tu puerta. No me voy a marchar. No mientras me lleves al cuello.”
      “Ha sido un honor crecer a tu lado, y no sabes las ganas que tengo de ver el hombre tan genial en el que vuelves convertido.”
      “Sé que algo dorado y vivo soporta la distancia. Y tú y yo lo vamos a conseguir. Te quiero. Te quiero 364 veces. Y me apeteces. Me apeteces 364 veces.”

      Y bueno, el “¡CONTINUARÁ!” final ha sido simplemente perfecto.

      Creo que te has superado, este capítulo ha sido de las cosas más bonitas que he leído en mi vida <3

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