domingo, 17 de julio de 2022

Sol de limón.


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Sherezade podía sentirse muy afortunada por lo generosa que estaba siendo su hija, permitiendo que su reinado de la belleza se extendiera más allá de su pubertad. Sabrae estaba espectacular esa noche, su pelo ondeando suavemente al viento igual que las olas del mar al que homenajeaban esos zapatos que se ocultaban debajo de la mesa, pero que yo notaba acariciándome las piernas en promesa de lo que iba a pasar esa noche.
               Estábamos en la azotea del Savoy, en una de las terrazas más exclusivas de la ciudad. Cuando me había dicho que la cena corría de su cuenta al negarme yo en redondo a que pagara su parte de la habitación, ya me había dado cuenta de que me esperaba un banquete acorde con el estatus de mi chica, ése que yo había decidido ignorar y que me había dado una bofetada de realidad cuando la había visto subirse al escenario y ver a noventa mil personas coreando su nombre, uno de los pocos nombres grabados en la placa de un Grammy entre comillas y ocupando la parte central, en lugar del pie.
               Pero jamás me habría imaginado que Saab aprovecharía para llevarme literalmente al cielo antes incluso de quitarse la ropa. Todo lo que estaba viviendo me parecía surrealista, como si estuviera en un sueño del que no podía y no quería despertarme. Me había conducido directamente hacia el vestíbulo del hotel, luciendo su indumentaria en un metro en el que absolutamente todos los hombres (y alguna que otra mujer) me habían mirado con el odio con el que sólo los celos te hacen mirar a la persona que tú sabes que no se merece a quien tiene al lado, alguien a quien le ha tocado un premio más importante que mil loterías, alguien que tiene más suerte que el resto del mundo junto. Y, cuando habíamos salido de la boca de metro y había echado a andar agitando bien las caderas en promesa de lo que me haría hacerle esa noche, yo me había quedado plantado como un bobo delante de ella. Conocía la dirección; la había recorrido un millón de veces en mi cabeza, fantaseando con cómo nos enrollaríamos en el metro y a duras penas podríamos llegar a cruzar las puertas del ascensor con un mínimo decoro. Sobra decir que ni siquiera tenía pensado que ella llegara vestida a la habitación que había reservado. No era la suite nupcial de mi cumpleaños, pero tenía lo suficiente como para conseguir que me prometiera esperarme dentro de un año.
               No contaba con que ella tuviera otros planes para el mismo escenario, unos cuantos metros por encima de donde yo pensaba hacerla surfear las estrellas.
               -Creía que habías quedado en que la comida hoy corría de tu cuenta-le había dicho yo, arqueando una ceja al verla atravesar con decisión el vestíbulo del Savoy en dirección a la recepción. Sabrae me había sonreído por encima del hombro, apartándose el pelo a un lado de manera que cayera en una cascada de azabache sobre uno de sus hombros y me había guiñado el ojo.
               -Y eso pretendo hacer. Para una vez en que aceptas ser el mantenido de la relación…-y me sacó la lengua.
               La verdad es que a mí no me habría importado subir directamente a la habitación. Ya tendría tiempo de sobra de atiborrarme a comida cuando estuviera en el avión para tratar de llenar de alguna forma el vacío que ella iba a dejar en mí.
               La tarjeta de la habitación que nos habían asignado, en el tercer piso, descansaba sobre la mesa y reflejaba cada uno de los movimientos de Sabrae a la luz de las lámparas de un sutil LED que fácilmente se harían pasar por estrellas. Esas estrellas artificiales arrancaban destellos dorados de la piel de bronce de Sabrae, besada por el sol de una forma en que ni siquiera yo sería capaz de hacer que luciera la melanina que la hacía ser quien era. La brisa de la noche, una disculpa muy agradable para el calor que podía llegar a hacer en nuestra capital, agitaba suavemente la gasa de su blusa blanca igual que una bandera de esperanza después de una travesía interminable por un océano sin piedad, o como las olas en Mykonos.
               Sentado allí, delante de ella tan hermosa en aquella terraza, me sentía como si estuviéramos esperando a que nos abrieran las puertas del Olimpo: ella para conquistarlo, y yo para custodiarla y guardarle las espaldas.
               Sus ojos chispearon con inteligencia y felicidad mezclada con una pizquita de nostalgia cuando se dio cuenta de que llevaba tiempo sin probar mi comida porque me había quedado embobado mirándola. Era algo que a Sabrae siempre le llamaría la atención, no importa los aniversarios que celebráramos o los hijos e incluso nietos a los que diéramos la bienvenida: siempre nos miraríamos así, como si no pudiéramos creernos que el otro fuera de verdad. Yo no sabía por qué la sorprendía a ella, pero sí estaba seguro de qué tenía ella para sorprenderme a mí. Absolutamente todo.
               ¿Y decía que su fe en Dios se había reforzado por ? Yo ni siquiera me había planteado qué había más allá de la muerte hasta que probé sus labios y me convencí en un segundo de que había vida más allá. Era imposible que el paraíso no supiera así. O que no creyera en los dioses cuando me había enamorado de una, ni confiara en mi suerte si ella se había enamorado de mí.
               -¿Qué?-preguntó dulcemente, riéndose. Agitó suavemente la cabeza para apartarse un mechón de pelo de la boca en ese gesto que hacen todas las chicas de una forma idéntica, y que sin embargo solamente era glorioso en Sabrae.
               Negué con la mía.
               -Nada. Estaba pensando que…-me encogí de hombros y estiré la mano para alcanzar la suya al otro lado de la mesa redonda. Incluso a pesar de que su tamaño no parecía acorde con la condición de meca del lujo que era el Savoy, a mí me parecía inmejorable por lo cerca que me permitía estar de Sabrae. Estaba más pensada para tomar cócteles que para cenas de tres platos sin contar entrantes y postre, y cuando nos habíamos sentado en las sillas altas, después de que el maître nos condujera hasta la que Sabrae había pedido expresamente en ese afán perfeccionista que a mí me encantaba, ella me había sonreído y me había dicho que no quería irse a ningún sitio en el que no tuviéramos que apretujarnos para comer. Que ya habría bastante distancia  entre nosotros en unas horas como para acelerarla en la cena-, estás preciosa esta noche.
               Sus mejillas se hincharon cuando Sabrae sonrió, y se apartó un mechón de pelo rebelde de la cara.
               -La ocasión lo merece, ¿no? Y tú también estás precioso-añadió, jugueteando con mis dedos, los ojos fijos en el punto de contacto entre nuestras manos-. Pero necesito que comas, Al. No quiero que te desmayes en el control de accesos del aeropuerto y que te terminen llevando a la garita de seguridad. Ya sabes que soy muy posesiva cuando alguien toca mis cosas-coqueteó, inclinándose hacia atrás y metiéndose una patata seductoramente en la boca, sólo para chuparse la salsa en la que la había mojado (de miel y mostaza, por supuesto) a continuación. Aquel simple gesto mandó una corriente eléctrica desde mis ojos directa hasta mi polla, y juro que se me secó la boca.
               No había venido a jugar, estaba claro. Prefería no imaginarme su ropa interior, que seguro que prometía; no porque me diera miedo que no cumpliera con mis expectativas, sino porque quería tratar de concentrarme en los momentos previos a la noche que íbamos a pasar.
               Era como si lleváramos las semanas desde que habíamos vuelto de Mykonos en completa y absoluta abstinencia; así me hacía sentir su falda lápiz y su blusa. El hecho de que el colgante con mi inicial que nunca se quitaba, salvo para bañarse en el mar, hoy pareciera deslizarse un poco más abajo en dirección a sus pechos no ayudaba a mantener mi cordura en absoluto. Igual que los de un marinero hacia un faro en plena noche, mis ojos no paraban de deslizarse hasta ese rincón en particular de su anatomía.
               Iba a irme por todo lo alto. Joder, tenía pensado follármela de tal forma que me saciaría durante al año que estaríamos separados. Tenía tanto que hacerle y tan poco tiempo… y, sin embargo, estaba disfrutando de ese tiempo a solas con ella, de poder comportarnos como una pareja normal que ha salido a pasar una noche agradable en lugar de arrancar cada segundo del muro de soledad en que se estaban anclando.
               El tiempo que habíamos pasado en la cama la última semana se había evaporado. No existía. Sólo estábamos ella, yo, mis ansias de poseerla y sus ganas de provocarme. Y, Dios, cómo lo estaba disfrutando.
               Una y mil veces le había dicho que lo mejor de planear el sexo era precisamente la anticipación, notar la tensión entre nosotros crecer y crecer, y Sabrae se estaba aprovechando de eso y dando la vuelta alas tornas, siendo ella y no yo la que tenía al otro comiendo de la palma de su mano. Lo había hecho desde que la había visto vestida con esa ropa, pero desde que habíamos llegado al hotel la cosa se había ido caldeando hasta el punto de que apenas era capaz de responder por mí, y desde luego, me asombraba ser capaz de estar aún en público con ella. Casi podía escuchar sus jadeos, esos demenciales “oh, sí, Alec” con los que convertía mi nombre en la palabra más perversa jamás pronunciada; el sonido que haría su cuerpo al deslizarse sobre las sábanas mientras me acompañaba la lengua con las caderas, el tacto suave y aterciopelado de su sexo (completamente depilado, por supuesto, porque me la conozco) en mis dedos, en mi lengua, contra la base de mi polla (también completamente depilada, porque la ocasión lo merece), la forma en que me la chuparía, cómo bajaría por mi cuerpo para mojármela antes de sentarse sobre mí y dar un par de empellones, y a continuación devorarme, ya que adora el sabor de nuestros placeres mezclados.
               -Todavía queda mucha noche para saciar mi apetito, bombón-respondí, guiñándole el ojo y cogiendo la copa de vino blanco que tenía ante mí. Yo no iba a ser tan cabrón como ella y recurrir a todos mis encantos, a pesar de que sabía que mi mandíbula era su perdición… y no era, precisamente, porque no tuviera excusa para marcarla y hacer que saltara sobre mí.
               A ninguno de los dos se nos escapaba que estábamos a punto de cerrar un ciclo, por lo que el menú de la noche parecía casi escrito en piedra, igual que el resto de nuestra historia. Para nuestra última noche juntos habíamos venido al mismo hotel en el que habíamos pasado la primera fuera de casa; nuestra última cena juntos antes de que yo me fuera a África debía ser tan simétrica como la elección de nuestro lecho: un menú de comida basura pero modernizado y adaptado al chef bajo cuyo nombre se habían erigido las cocinas del hotel. Saab se había pedido una hamburguesa con queso de cabra, cebolla caramelizada y pan con semillas; yo había optado por una con salsa de queso cheddar con un toque de guindilla que hacía que la boca me ardiera, y de la que había podido quitarle una gota de la comisura de la boca cuando se la di a probar (porque habré ido a la evaluación extraordinaria, pero no soy gilipollas). Los acompañantes eran patatas rizadas y, cómo no, unas bolitas de queso con chile por dentro, más caras cada una de ellas que el conjunto de los dos menús en el restaurante de Jeff.
               Y vino blanco, claro. Pasábamos de las bebidas azucaradas. Bastante miel iba a beberme yo esa noche del manantial que Sabrae tenía entre las piernas como para estropearme el gusto con CocaCola.
               Así que… sí. Yo estaba siendo bueno, al contrario que ella.
               -¿Y el mío?-hizo un puchero-. Porque los dos sabemos que tú no eres el único importante hoy. Que yo también voy a acusar la distancia…-jugueteó con el borde de su copa y me miró por debajo de sus larguísimas pestañas.
               -A ti ya te he dado por perdida, nena. Si con una noche te va a bastar para todas las que vienen, es que no lo hago tan bien como me has hecho creer-me recliné en la silla y me pasé una mano por el pelo, porque puede que no sea tan malo como para apretar la mandíbula, pero tampoco soy un santo, precisamente.
               -¿Y a ti te va a bastar con menos de doce horas? Definitivamente, es que no me has enseñado todo lo que sabes para que te folle lo suficientemente bien-me guiñó un ojo y uno de sus pies me acarició la pierna. Volví a coger la copa.
               -Sabrae-dije, y la comisura izquierda de su boca se elevó al escuchar su nombre en ese tono en el que sólo lo decía yo. Ni sus padres regañándola eran capaces de imitar esa inflexión que hacía con las letras que componían la palabra más perfecta del mundo. Aquello era marca de la casa y se marcharía conmigo a África-. Ni follarte sin parar hasta el Día del Juicio Final sería suficiente para saciarme de ti.
               Se reclinó en el asiento, satisfecha, y se cruzó de brazos.
               -Haces muchas referencias bíblicas para ser ateo… Theodore-ronroneó, mordiéndose el labio al pronunciar la primera letra de mi segundo nombre.
               Qué. Hija. De. Puta.
               -Dejé de ser ateo en noviembre, Gugulethu-sus pupilas se dilataron un poco, y luchó por controlar una sonrisa que dominó en el ultimísimo segundo. Nadie la llamaba así, sólo yo cuando quería cabrearla… o hacer que inundara las bragas-. La primera noche que te escuché respirar con mi cabeza entre tus muslos y supe que así es exactamente como suenan las oraciones en el idioma de los dioses.
               Sonrió con satisfacción, y casi pude escuchar cómo pensaba “lo que tiene de guapo también lo tiene de sinvergüenza; normal que lo haga tan bien”.
               -Una pena que vaya a haber silencio durante tantos meses. Tus dioses se preguntarán qué ha pasado con la música. El silencio es tremendamente aburrido-comentó, cogiendo la copa y dando un sorbo. Se apartó el pelo del hombro con un movimiento de la mano y arqueó una ceja.
               -¿Quién dice que vaya a haber silencio? ¿Es que no vas a pensar en mí ni un poquito?
               -No gimo igual cuando estoy sola y no tengo a nadie a quién dirigir-se burló.
               -Tienes razón. Yo te masturbo mejor que tú-ella puso los ojos en blanco-. Suerte que te quiero muchísimo y no quiero que te pases este año completamente amargada.
               Sus ojos se abrieron y se irguió en el asiento.
               -¿Me vas a dejar el vibrador?-preguntó, y no se me escapó el tono de esperanza con el que lo hizo-. Creía que no querías que lo usara si no estabas presente para disfrutarlo tú también.
               -Y no lo quiero, pero no me queda otro remedio. Es eso o que no disfrutes de tu cuerpo.
               -Vaya, gracias por tu preocupación, machito. Pero, para tu información, me lo paso genial estando sola. No te necesito para nada.
               -¿No me dijiste que la primera vez que conseguiste llegar al orgasmo fue pensando en mí?
               -Porque no te conocía bien. No sabía lo insoportable que eres, sólo que estabas muy bueno, así que… ¿puedes culparme?-inclinó a un lado la cabeza y los dos nos echamos a reír. Luego, cogí una patata-. ¿Lo has traído? ¿O me quieres enterita para mí?
               -¿No se suponía que íbamos a innovar un poco?
               Sabrae se inclinó un poco hacia delante.
               -¿Eso quiere decir que vamos a probar el anal esta noche?
               Casi me atraganto con el bocado que acababa de pegarle a la hamburguesa. Me la quedé mirando un rato, y justo cuando iba a preguntarle si lo decía en serio, Sabrae se echó a reír.
               -Sabía que todavía era capaz de conseguir que pusieras esa cara. ¡Has picado!
               -¿Ibas de coña? Lástima-chasqueé la lengua-. Estaba pensando a qué farmacia podíamos ir para conseguir lubricante.
               -¿De verdad?-ahora parecía genuinamente ilusionada. Esta vez quien se rió fui yo.
               -Sí, pero si era coña... deberíamos dejarlo para cuando vuelva.
               -Dentro de dos millones de años-suspiró, hundiéndose en el asiento y cruzándose de brazos como la niña que aún era. En ciertos aspectos.
               En otros, era la mujer más fascinante que había conocido en mi vida… o que había pisado la faz de la Tierra.
               Me callé que puede que mi vuelta fuera antes de lo que ella esperaba, ya que todavía tenía que atar unos cuantos cabos sueltos que, por desgracia, no alcanzaría hasta que no llegara al campamento del voluntariado. Valeria, la organizadora, había decidido castigarme por el tiempo que la había hecho esperar no respondiendo a mis mensajes preguntándole sobre posibles vacaciones y facilidades para hacer un viaje, y todo lo relacionado con el visado especial que había de obtener era más bien oscuro: se suponía que el visado de voluntarios estaba pensado para una única estancia larga, y no varias estancias más cortas, y yo no sabía cómo hacer casar eso con visitas a mi familia, mi novia y mis amigos. Así que prefería no decirles nada para no ilusionarlos y que luego terminaran esperándome durante, literalmente, un año.
               -Yo esperé por ti diecisiete años, y no me quejo tanto-sonreí, y ella me miró y sonrió también. Una sonrisa feliz, sin una pizca de arrogancia.
               Y, sin embargo, me tiró un dardo.
               -Eso es porque estuviste entretenido mientras yo decidía que eres más guapo que gilipollas.
               -Tu yo de hace un año debe de estar escandalizada viendo que crees que merece la pena soportarme con tal de verme.
               -Mi yo de hace un año habría llorado de felicidad si hubieras padecido una misteriosa enfermedad que te hubiera dejado mudo-canturreó.
               -¿Tu yo de hace un año, o tu yo de ahora?
               -Mi yo de ahora se ha hecho adicta a escuchar cómo me dices que me quieres.
               Sus ojos se hundieron en los míos, y juro que sentí su alma acariciando la mía, recorriendo esos lugares a los que sólo ella llegaba.
               -Supongo que eso es una especie de “Al, porfi, dime que me quieres”, ¿mm?-pregunté, y ella apoyó el codo en la mesa y asintió enérgicamente, sonriente. Suerte que ya me había ocupado de que cada día que estuviéramos separados pudiera escuchármelo decir-. ¿Y por qué debería hacerlo? Acabas de hacerme slut shaming.
               -Para empezar, los hombres no sufrís slut shaming. Literalmente cuantas más conquistas tengáis, más credibilidad y estatus tenéis entre vuestros amigotes unga-unga-levantó las manos y se apartó el pelo de la cara-. Y sabes que no tengo ningún problema con tu pasado; de hecho, me gusta. Si no hubieras estado con tantas mujeres, no sabrías qué es lo que nos gusta ni me harías disfrutar tanto a mí.
               -Así que… que tu novio sea un fuckboy te gusta, después de todo, ¿mm?
               -Me gusta que mi novio sea el fuckboy original, porque el fuckboy original sólo lo eres tú-dijo, poniéndome ojitos. Me reí.
               -Aun así, te costará más que un piropo y esta deliciosa hamburguesa conseguir que te diga que te quiero. Suerte que eres creativa; seguro que se te ocurre algo.
               Sabrae no se lo pensó dos veces: saltó de la silla, rodeó la pequeña mesa, me puso los codos en los hombros, entrelazó los brazos tras mi cabeza y me dio un pico. Se separó de mí y me sonrió.
               -Sabes a picante.
               -Porque lo soy, nena.
               -¿No tienes nada que decirme?
               Le acaricié la cintura.
               -¿Que te hace muy buen culo esa falda?
               Se echó a reír y me dio un pico. Y luego otro, y otro, y otro más, así hasta que perdí la cuenta. Por suerte, había vuelto a darme tantos besos que ya no tenía sentido contarlos. Me distraía de disfrutarlos. Terminó dándome un largo y profundo beso y soltó una risita cuando nos separamos para mirarnos a los ojos.
               -Te quiero-le dije.
               -Por fin-sonrió.
               -¡Oye!-le di una palmada en el culo-. Fuiste la que se hizo de rogar, ¿recuerdas?
               -Cierto. Debería compensártelo-se dio unos golpecitos con el índice en el mentón, pensativa-. Ya sé. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero-cada “te quiero” iba acompañado de un beso. El último fue más largo y profundo, y cuando acabó, se apartó de nuevo un rizo travieso que se había cruzado en nuestros labios y dijo-: me apeteces, sol.
               No sé qué me hizo más pupa, si ese sustitutivo que habíamos utilizado durante tanto tiempo para “te quiero”, o que me llamara “sol”. Iba a volverme absolutamente demente cuando estuviera en África y no la escuchara decirme ninguna de esas dos cosas.
               Decidí que tenía que conseguir ir a verla siquiera una vez al mes. Ni siquiera saldría de la terminal. Que me esperara en la puerta de embarque, me dijera “me apeteces, sol”, y yo aguantaría otro mes. No necesitaría nada más.
               -Me apeteces, bombón.
               Jugueteó con el pelo de mi nuca, sonriendo distraída, y se acercó para darme un beso. Su aliento me acarició los labios en ese preludio que a mí tanto me gustaba, y esa cintura de la que ella tanto se quejaba era perfecta rodeada con mis manos. Nuestras bocas estaban a punto de rozarse cuando a nuestra izquierda estalló un coro de gritos ahogados y jadeos contenidos. Sabrae se dio la vuelta para mirar un par de mesas más allá, donde un chico estaba de rodillas frente a la silla de su novia, que se tapaba la boca con una mano y se limpiaba las lágrimas con la otra. A pesar de que la terraza se había sumido en el silencio no podíamos oír al chico, pero era evidente lo que estaba pasando.
               Su novia asintió con la cabeza y todo el mundo estalló en aplausos. Sabrae sonrió, negó con la cabeza y se giró de nuevo para mirarme. Durante un instante, me pregunté si iba a sermonearme sobre las pedidas de mano en público.
               Sin embargo, dijo:
               -Parece que nosotros no somos los únicos que estamos de celebración, ¿eh, sol?
               -Ah, ¿estamos celebrando que me marcho? Creía que nos estábamos emborrachando para olvidarlo-bromeé, cogiendo su copa y tendiéndosela. Ella se echó a reír.
               -Estamos celebrando nuestro amor. ¿No te parece suficiente?-ella me tendió la mía y la entrechocó con la suya, guiñándome el ojo.
               -Siempre, nena. Me ha gustado ese volantazo-alabé-. Aunque yo habría dicho que parece que no somos los únicos que vamos a recordar esta noche. Y eso que está tardando un poco demasiado en empezar.
               Saab alzó las cejas.
               -¿Quieres bajar ya?
               Le acaricié el costado y asentí con la cabeza.
               -Me lo estoy pasando genial cenando, nena, pero… cuanto más tiempo pasemos en la azotea, menos tiempo voy a tener para admirarte desnuda debajo de mí. Y tengo mucho que memorizar para los meses que se vienen.
               Me había dado cuenta de que hablar de meses era más manejable que hablar de un año, porque los meses eran más vagos, más llevaderos. Todavía no llevábamos un año juntos, pero sí meses: así que, técnicamente, podía medir el tiempo que iba a separarnos con el tiempo que llevábamos juntos sin morir en el intento de tratar de surfear aquella ola. Pensarlo en un año hacía que todo adquiriera un nuevo tamaño.
               Sabrae asintió con la cabeza, me dio un beso en la mejilla y se sentó de nuevo en su silla. Continuamos con nuestras hamburguesas, picoteando aquí y allá, ella un poco más callada, concentrada en terminar de comer cuanto antes (a pesar de que yo le dije varias veces que no quería que engullera y que la noche era tan suya como mía para disfrutar), y cuando nos preguntaron si queríamos postre, yo me aguanté las ganas de decir que no, que estábamos servidos… porque vi la manera en que me miró Sabrae, como diciéndome “por favor, sólo un poco más”.
               No me extrañaba que quisiera aprovechar para ingerir cuantas más calorías mejor. En cuanto bajáramos a la habitación, la haría mía con tantas ganas que pronto se moriría de hambre. Y seguro que ella tenía otros planes para mí.
               -¿Nos podrías traer la carta de postres?-pregunté, y ella me sonrió con un alivio que ascendió hasta sus ojos y me hizo darme una palmadita mental en la espalda.
               -Lo siento, es que…-se limpió un poco de salsa que tenía en la comisura del labio con la servilleta y yo sacudí la cabeza.
               -Hey, bombón, que no pasa nada. Total, seguro que te termino dejando agotada antes de que se termine de ocultar la luna-hice un gesto con la cabeza en dirección al disco plateado que con tanta atención nos observaba, y Sabrae soltó una risita. Aceptó con un agradecimiento la carta que nos trajeron y analizó las opciones.
               -Si quieres podemos pedir para compartir...
               Exhalé un suspiro trágico que no sentía en absoluto y pregunté:
               -A ver, ¿qué es lo que quieres que pida para que tú te lo comas todo?
               Se rió de nuevo y sacudió la cabeza. Me dijo que, por primera vez, con un solo postre para los dos le bastaba, y que podía pedir libremente lo que me apeteciera sin temor a que ella asaltara mi plato. Era una novedad a la que no quería acostumbrarme: me encantaba sentir que podía hacer algo más por ella, que dependía de mí en algún aspecto, siquiera en algo tan simple como aquello.
               A pesar de que pasaría bien sin postre, pedí un trozo de tarta de limón y mascarpone; Sabrae se pidió un helado de frambuesa que le trajeron en una copa con forma de flor de hibisco abriéndose perezosamente, espolvoreado con unas virutas de chocolate blanco y con un poco de sirope de arándanos. Hundió la cucharilla en él y, antes de llevárselo a la boca, me lo acercó.
               -¿Tienes miedo de que estén intentando envenenarte?
               -Calla y prueba-ordenó. Evidentemente, mientras yo obedecía, me robó un poco de tarta. Un movimiento completamente inesperado y que para nada había anticipado yo apartando mi copa de vino.
               Nos vino bien el postre, tenía que reconocerlo. Era más agradable besarla si sabía a frambuesa y limón que a la hamburguesa de queso de cabra, y el corto trayecto en ascensor fue como descender al paraíso de un mundo al revés. Dejando atrás ya la terraza, Sabrae me acarició el pecho, hundiendo los dedos entre los huecos de los botones de mi camisa, y se abandonó a mis labios. Nos apartamos bruscamente cuando un carraspeo de dos ancianos nos indicó que quizá nos estábamos pasando un pelín.
               -Buenas noches-dijeron, recorriéndonos de arriba abajo con ojos prejuiciosos en los que era muy difícil imaginarse brillando el amor. Supe que Sabrae y yo no seríamos así de mayores; es más, seguro que los adolescentes se descojonarían viendo cómo nos enrollábamos con el mismo descaro con el que lo hacían ellos, pero con el pelo lleno de canas.
               -Hola-respondí, en tono divertido.
               -Buenas noches-susurró Sabrae, retirándose un poco hacia el fondo del ascensor para dejarles espacio para entrar. Intercambiamos una mirada y a ella se le escapó una risita que hizo que la anciana pusiera los ojos en blanco y frunciera unos labios que parecían hilos de bordar. Me costó imaginármela siendo una novia feliz en el día de su boda, igual que me costaba imaginarme a Sabrae de mayor de otra manera que no fuera como era ahora, adorable y sonriente y feliz y preciosísima.
               Nos abrimos hueco en dirección a la puerta cuando llegamos a nuestro piso y, con la mano de Sabrae entre mis dedos, atravesamos el pasillo en dirección a nuestra habitación: la 328.
               La misma habitación que yo había ocupado en el hospital, cuando había empezado todo. De nuevo, el destino parecía estar entretenido entretejiendo nuestras historias de forma que se unieran pasado y presente, haciendo una red tan fuerte que ya no me daba miedo pensar en el futuro. Si nuestras raíces eran tan firmes, el viento jamás podría arrancarnos de cuajo, por mucho que mil huracanes agitaran con violencia nuestras hojas.
               Estaba haciendo lo correcto, pensé mientras pasaba la tarjeta por el lector magnético y se encendía una lucecita verde indicando que ya podíamos entrar. El voluntariado sería beneficioso para mí, aprendería muchas más cosas de mí mismo y dejaría respirar a Sabrae. La había acaparado demasiado durante el principio de nuestra relación, así que un poco de distancia nos vendría bien. Seguiríamos estando igual cuando yo volviera.
               Porque posiblemente volviéramos a esa habitación.
               Sostuve la puerta abierta para que pasara (porque soy un caballero y, lo más importante, no desperdicio una oportunidad de mirarle el culo) y Sabrae atravesó el pequeño pasillo que conducía a la habitación, ignorando la puerta del baño. Se detuvo frente al panel de control del aire acondicionado y bajó la temperatura un par de grados tras chasquear la lengua, comprobando que en la habitación hacía un poco de calor. Luego, se fue derecha hacia las ventanas, que abrió de par en par, al igual que las cortinas, para que corriera un poco el aire.
               Me imaginé a todo el vecindario despertándose entre sudores al escuchar los gritos de placer de Sabrae mientras me hundía en ella.
               Y se me puso dura.
               -Joder-dijo ella, dejando caer su bolso en uno de los sillones que había en un rincón. Ni me había molestado en mirar la habitación y lo distinta que podía ser de la suite nupcial: sólo tenía ojos para ella. Para ella, y la ropa que pretendía arrancarle de cuajo-. Hace muchísimo calor aquí dentro, ¿no crees, Al?
               Se recogió el pelo con una mano y empezó a abanicarse mientras se quitaba los zapatos y estiraba los dedos, acomodándose de nuevo a la libertad. Me quedé mirando la forma en que los desperezaba, y no pude evitar acordarme de lo que había pasado en un edificio parecido, cuando ella había llevado el mismo calzado.
               Y se me puso aún más dura.
               Joder, había dicho ella. Y eso era exactamente lo que íbamos a hacer.
               -Y más que va a hacer, bombón.
               Salvé la distancia que nos separaba de tan solo un par de pasos, y eso que estábamos cada uno en un extremo de la habitación. No le di opción a apartarse ni a escabullirse de mí, porque sabía que Sabrae no quería eso. Mi cuerpo impactó contra el suyo con la violencia de un choque entre planetas; el último que había habido de ese calibre en el sistema solar había terminado creando la Luna. Sabrae jadeó por la sorpresa, pero abrió la boca y su lengua me recibió en el interior de esta como al agua tras una larguísima travesía por el desierto.
               Ya había empezado. No había marcha atrás. Nuestra luna de miel invertida, en la que nos haríamos todo lo que no podríamos hacernos durante un puto año, acababa de echar a correr con el pistoletazo de salida que era su jadeo sorprendido.
               Iba a hacer que no se le olvidara; que no se nos olvidara a ninguno de los dos. La agarré por las caderas y la subí al mueble en el que estaba la televisión, despreocupándome completamente de si se caía al suelo y se rompía o si conseguía resistir nuestra pasión. Yo no podía más. Llevaba toda la noche calentándome y ahora, por fin, había estallado como una bomba perfectamente sincronizada que había iniciado la guerra más violenta del mundo.
               No pretendía ser gentil cuando se la metiera. De hecho, dudaba que pudiera contenerme salvo que ella me lo pidiera. Y creo que no lo quería, a juzgar por la desesperación con que me hundió los dedos en el culo, pegándome más a ella, restregando mi erección contra el centro de su ser. Ya estaba preparada: podía sentirlo e incluso olerla en el ambiente, y me di cuenta de que los polvos que habíamos echado antes no habían sido más que ensayos de lo que estábamos a punto de hacer.
               Sabrae nunca se había pasado la noche follando, y una madrugada de finales de julio no parecía el momento más adecuado para poner a prueba sus límites, pero… era ahora o nunca. Yo sabía que podía aguantar: estaría muerto al día siguiente, eso por descontado, pero me vendría bien dormir en el avión todo lo que ella no iba a dejarme, sobre todo porque sabía que sentiría cada kilómetro que nos separaba como una losa en mi pecho, impidiéndome respirar. Necesitaba cansarme y la necesitaba a ella, así que, ¿qué mejor combinación que una sobredosis de Sabrae para poder sobrevivir al tiempo que pasaríamos separados, fueran dos meses o todo un año?
               Nuestras respiraciones aceleradas fueron la única banda sonora que acompañó al sonido de los botones de mi camisa abriéndose con el paso devastador e impasible de sus dedos y el sonido de su ropa deslizándose por su deliciosa piel como esperaba lo estuviera haciendo pronto mi lengua. Esa noche llegaríamos hasta el final en todos los aspectos. Tenía pensado besar, lamer, chupar y morder cada puto rincón de su cuerpo. No había ningún tabú; ya quedaban pocos entre nosotros, pero esa noche derribaríamos los últimos.
               Sabrae separó las piernas, abriéndome paso a ese paraíso que tenía en su sexo para que yo pudiera jugar todo lo que me apeteciera. Normalmente se trataba de ella: de ella y su placer, de ella y su comodidad, de ella y lo que le apeteciera…
               … pero esa noche iba sobre mí. Yo era el que se iba, el que no tendría intimidad, el que estaría demasiado cansado después de una dura jornada de trabajo para tocarme pensando en ella. Sabrae así lo creía, y estaba dándome el mejor regalo que podía ofrecerme antes de que me fuera: vía libre con ella. Entregarme su cuerpo en bandeja de plata. Darme absolutamente todo lo que se me antojara, sin ni siquiera tener que pedírselo.
               Joke’s on her, though. El mayor regalo que Sabrae podía hacerme, lo que a mí más me interesaba de ella, era su placer. Sus orgasmos. La forma en que conseguía hacer que se corriera, esa forma en que ningún otro había conseguido que se corriera. Cuando estaba desnuda debajo, encima, a un lado o delante de mí, era cuando más mía y menos de lo demás era. Y era eso, exactamente, lo que yo quería. Porque no había hecho más que darle vueltas a las conversaciones que había tenido con Claire acerca de mis reticencias hacia el voluntariado por lo que supondría para Sabrae, y sabía lo que iba a decirle antes de subirme al avión: que tenía mi permiso para hacer lo que le diera la gana. No quería que me guardara rencor por hacerla esperarme. Podía disfrutar de su cuerpo con quien le apeteciera siempre y cuando yo no estuviera en Inglaterra, y una vez que volviera, le demostraría que había hecho bien esperándome a base de follármela como nadie podía follársela. No importaba cuánto buscara. No importaba si no paraba de hacerlo. Nadie se la follaría como lo haría yo porque nadie sería capaz de quererla como lo hacía yo.
               Subí por sus muslos con unos dedos famélicos de ella y llegué hasta el elástico de sus bragas. Comprobé que eran de encaje, y tras tirar suavemente, me di cuenta de que no eran unas bragas, sino un tanga. Había venido preparada.
               Me la follaría vestida antes de desnudarla, entonces. Siempre me había puesto muchísimo tirarme a tías que no habían terminado de desnudarse: me hacía sentir poderoso, como que las ansias que tenían de probarme eran incluso superiores a su afán de desnudarse y regodearse en cómo las admiraría.
               Claro que tampoco le hago ascos a una tía en bolas, y menos si esa tía es Sabrae, pero… había noche de sobra para seguir con mis fantasías.
               Me coloqué entre sus piernas abiertas, mi mano izquierda, la dominante, entrando cada vez más y más entre sus muslos. Le aparté con la derecha el tanga de hilo, que estaba empapado. Noté una fina película de lubricación cubriendo su entrepierna, y me pregunté cómo sabría. Cuánto iba a echarla de menos. Si sería capaz de recordar su tacto de tal forma que mi imaginación pudiera engañarme en días especiales, y fingir que ella estaba allí, conmigo, mientras yo me hacía una paja escuchando mi nombre en su voz.
               Le subí un poco más la falda, de tal forma que la tela de su ropa interior quedó al descubierto. Efectivamente, llevaba un tanga de encaje del mismo tono de azul que usaban en Mr. Wonderful, y no me pareció más adecuado para la ocasión. Le arrancaría la ropa y me deleitaría observándola casi desnuda con el conjunto de lencería a juego que yo ya sabía que traía puesto; la conocía mejor que a mí mismo.
               Le pellizqué suavemente el clítoris entre el dedo corazón y el índice, y Sabrae arqueó la espalda, cerró los ojos y dejó escapar un suave “ah”. Todo su cuerpo se tensó durante un instante, y el solo hecho de imaginarme su coño haciendo eso alrededor de mi polla hizo que me temblara en los pantalones.
               Jugué con su clítoris, masajeándolo de un lado a otro despacio y en círculos mientras Sabrae me acompañaba con las caderas. Le puse una mano en el mentón y le recorrí los labios con el pulgar mientras ella jadeaba, su lengua asomándose entre sus labios, una promesa que yo estaba más que dispuesto a aceptar.
               -Abre los ojos, Sabrae.
               Ella me obedeció. Porque iba de independiente y de que no rendía cuentas ante nadie, y menos ante mí, pero sabía que en el sexo debía dejarme llevar la voz cantante. O por lo menos que pareciera que la llevaba. Sus ojos de chocolate se encontraron con los míos, sus iris oscuros por el placer.
               Saqué los dedos de su entrepierna y los llevé a su boca. Ella abrió los labios y no rompió el contacto visual mientras dejaba que los metiera dentro y los volvía a cerrar. Pasó la punta de la lengua por las yemas de mis dedos con delicadeza primero, y luego, los separó con la fuerza que tenía en ella. Tragó saliva y siguió succionando, dueña ahora de la situación.
               -Mm, nena, no hay que ser tan ansiosa-ronroneé, negando con la cabeza cuando los saqué de su boca-. Tienes hermanos; deberías estar acostumbrada a compartir.
               -No a ti-contestó con los ojos fijos en mí. Sonreí.
               -Separa las piernas.
               Me obedeció.
               -Buena chica. Creía que ibas a oponer más resistencia.
               Sacudió despacio la cabeza y gimió suavemente cuando volví a pellizcarle el clítoris. Se estremeció de nuevo y mi polla y yo nos regodeamos en la sensación.
               -No te reprimas, nena. Voy a echarte mucho de menos. Deja al menos que te escuche mientras todavía siento tus piernas a mi alrededor.
               Sabrae clavó la nuca en la pared, miró hacia el techo y empezó a jadear como no la había escuchado jadear nunca. Estaba absolutamente desesperada. Tenía una mano puesta en mi brazo, la otra en el borde de la mesa de la televisión, y los nudillos de las dos destacaban como montañas afiladas sobre el horizonte de una llanura por la fuerza que estaba haciendo por agarrarse. Hundí un dedo en su interior y un escalofrío recorrió su espalda. Cerró un poco las piernas y, a modo de respuesta, aplasté la palma de mi mano contra su clítoris.
               -¿Te gusta así?-pregunté, y Sabrae asintió. Vamos, nena, no me niegues escuchar tu voz cachonda-. No te oigo, nena. ¿Te gusta?
               -Sí. Sí, me gusta.
               -¿De verdad? Porque juraría que hace algo más que gustarte-sonreí, introduciendo dos dedos en su interior. Estaba abierta y palpitante, ansiosa de mí. Todavía no sé cómo hice para no correrme en los pantalones.
               -Me… me encanta.
               -Ya me parecía. Eso es lo que me gusta, nena: que seas sincera. Empezaba a pensar que querías que parara…
               -No… no pares, por favor.
               -¿Te gusta así?-pregunté, sacando un dedo de su interior, dejando el corazón y masajeándole todo el sexo mientras seguía estimulándola también por dentro. Sabrae gimió.
               -Sí.
               -¿Y así?-pregunté, acelerando y notando cómo se empapaba entre mis dedos. Sabrae empezó a respirar con dificultad, y yo también empecé a jadear. Si hacía que se corriera sin haberle quitado siquiera una capa de ropa me anotaría un tanto del que tenía pensado presumir hasta el final de mis días.
               -Sí. Oh, por Dios, sí… ah-jadeó, lanzando su mano hasta mi hombro y clavándome las uñas. Me moría de ganas de llevármela a la cama, castigar su coño con mi polla y que ella me dejara toda la puta espalda marcada, más incluso que un león.
               -¿Quieres que te haga que te corras con mis dedos?
               -A… ah… ajá…
               Me detuve en seco y me pegué a ella. Le aparté los rizos del oído.
               -Respuesta incorrecta, nena. Ya tendrás tiempo de hacerte dedos cuando estés sola. No hemos venido hoy aquí para que te alivie con mis manos. Hemos venido para que te corras en mi lengua y mi polla. Así que dime, Sabrae… ¿dónde quieres correrte primero?
               Abrió los ojos y se me quedó mirando. No le di ni un segundo para reaccionar: avancé hacia ella y la presioné contra la pared. Sentía la turgencia de sus pechos en mis pectorales, su piercing hundiéndose en mi carne. ¿De verdad vas a renunciar a esto, Alec?, dijo una voz en mi cabeza. Valiente gilipollas estás tú hecho.
               Debo decir que no podía quitarle razón.
               -Date prisa, nena, o terminaré siendo yo el que elija por ti.
               Sabrae se relamió los labios, sus piernas cerrándose en torno a mí.
               -Vas a ser tú el que se corra primero-dijo-. Y lo harás en mi cara.
               Vale. Joke’s on me. Porque resulta que lo único que le gusta a Sabrae más que disfrutar conmigo en la cama es hacerme disfrutar a mí. Y, dado que ella también creía que aquella era mi noche, la mejor manera de hacerme disfrutar era centrando el foco en mí, y no en ella.
               Las tornas se cambiaron tan rápido que cualquiera que no estuviera prestando atención creería que nos odiábamos a rabiar, en vez de querernos a rabiar. Sabrae me puso las manos en los hombros y me pegó un empujón para separarme de ella, de forma que trastabillé y tropecé con la cama. Con la agilidad de una gata, se bajó de la mesa y aterrizó sobre sus pies, avanzando hacia mí sin poder contener las ganas que tenía de chupármela.
               Universo, si estás ahí, escuchando, me gustaría darte las gracias por haberme dado una novia  a la que le encanta hacer mamadas. No soy digno, pero acepto este regalo de todos modos; no quisiera ofenderte.
               Sabrae me empujó de nuevo, haciendo que cayera en la cama. Se sentó a horcajadas encima de mí, saboreando mis labios, abriéndome la camisa allí donde todavía no lo había hecho. Liberó músculos y cicatrices por igual, y cuando levanté la cabeza para mirarla, empezó a besarme las cicatrices. Se puso de pie de nuevo y continuó con su circuito de besos hasta que llegó al límite de mis pantalones, y entonces se detuvo. Mirándome desde los pies de la cama con una sonrisa oscura, hincó una rodilla en el suelo.
               Y luego, la otra.
               Me separó las piernas. Me desató el cinturón. Me bajó la bragueta. Tiró suavemente de mis pantalones hasta dejar al descubierto mis calzoncillos. Entonces, tiró también de  ellos, doblándolos por la parte superior.
               -Mm, a ver qué tenemos aquí…-ronroneó, metiendo la mano por el interior de los calzoncillos, rodeando mi polla desde la base hasta la punta. Tiró suavemente de ella, cuidadosa y ansiosa a partes iguales de hacerme rugir de placer, y sonrió cuando la liberó-. Vaya, vaya. Parece que no soy la única que está cachonda, después de todo-me guiñó el ojo y aleteó con las pestañas, planeando sobre mi polla como un buitre sobre una presa muerta que su depredador ha abandonado a la carrera. Se acercó y me dio un beso en la punta, como tenía por costumbre. Luego, otro, y otro más, mientras yo me retorcía por debajo de su cuerpo. Sabrae me sujetó para que no me moviera, pero cuando empezó a tirar de mis pantalones, la ayudé levantando las caderas, movimiento que aprovechó para hundírsela en lo más profundo de su garganta.
               No te equivoques. Que una chica se ponga de rodillas delante de ti no significa ni de coña que  tú tengas el control. Sabrae lo había cedido muy pocas veces cuando se metía mi polla en la boca, y todas ellas había sido porque acabábamos disfrutando más.
               Me terminó de quitar la ropa con una mano mientras con la otra continuaba estimulándome el tronco, siguiendo los giros que hacía con la lengua en la punta en todo el cuerpo de mi polla. Se la metió hasta el fondo y succionó con ese método infalible de siempre, y cuando mis caderas se abandonaron a ella y traté de cogerla del pelo para ganar un poco de control, Sabrae solamente se separó de mí, sonrió con maldad, se relamió los labios… y bajó hasta mis huevos.
               Decir que se afanó con ellos sería quedarse muy, muy corto. Chupó, besó, lamió e incluso mordisqueó con un cuidado exquisito para hacerme ver las estrellas. Cuando notó que estaba a punto de terminar, tiró de mí para levantarme, y siguió masturbándome mientras me lamía los huevos con unos ojos inocentes fijos en mí, empujándome más y más hasta el cielo, hasta la estratosfera, hasta las estrellas, hasta que…
               -Sabrae…-la avisé. Me soltó para que fuera yo el que marcara el ritmo en mi polla, yo el que la sostuviera, yo el que se hiciera con el control. Todo yo, yo, yo, yo.
               Se quedó arrodillada a la japonesa, los pies cruzados bajo su culo, sus ojos atentos sobre mí. Se relamió los labios, tragando el líquido que había ido manando de mi polla mientras ella me arrancaba de los brazos de la tierra para conducirme hacia el cielo. Noté que el orgasmo crecía en mi interior y descendía como una catarata recién nacida que todavía no se ha hecho su curso. Gruñí de nuevo, dejándome llevar mientras ella apoyaba las manos sobre sus glúteos,  abría la boca y cerraba los ojos. Dejé descansar la punta de mi polla un segundo sobre la lengua que sacó, y cuando le dio un besito, yo me corrí.
               Y no sólo en su boca. Eh, no me mires así, ¿vale? ¡Me había dado permiso! Y me daba muchísimo morbo ver su cara salpicada con mi semen. Sabrae aguantó pacientemente, una sonrisa lasciva atravesándole la boca mientras notaba las gotas de ese líquido blanquecino, la prueba irrefutable de que me lo estaba pasando de cine, salpicándole los labios, la lengua, la nariz, las mejillas e incluso los ojos. Se quedó muy quieta mientras me aliviaba en su cara, y cuando mi respiración se normalizó y dejé de gruñir como un puto cavernícola, se atrevió a abrir un ojo.
               -¿Qué tal lo he hecho?
               Me la quedé mirando. Estaba completamente vestida, se las había apañado para desnudarme y hacer que me corriera, y ni una sola de las gotitas de mi semen le había salpicado la ropa. ¿Y todavía quería saber cómo lo había hecho?
               No pude evitar echarme a reír.
               -La madre que me parió…-respondí, divertido, inclinándome y dándole un beso en la frente. Y luego otro en los labios, en el que noté el regusto de mi semen chispeando todavía en su lengua.
               Sabrae también soltó una risita, y baló un obediente “vale” cuando le dije que esperara mientras buscaba algo con lo que limpiarla.
               -¿No vas a admirar esta vista un poco más?-preguntó.
               -Sí, claro. Como si ya me fuera a resultar fácil marcharme.
               Hizo un mohín, pero no dijo nada. Eché a andar en dirección al baño, cogí un poco de papel higiénico y regresé con ella, que había bajado imprudentemente la cabeza para poder mirarme.
               -¿Qué?-pregunté al notar cómo sonreía. Volvió a levantar la cabeza y capturé por los pelos una gotita de semen que estaba a punto de caérsele por la mandíbula. Sabía que no le haría gracia que se manchara su blusa, aunque también es verdad que había puesto muy poco cuidado en protegerla.
               -Nada. Estaba pensando…-sonrió un poco más-. Hugo tiene mucha suerte de que tuvieras el bañador puesto aquel día en la playa. Si te hubiera visto desnudo, otro gallo cantaría.
               Me reí con ella mientras la limpiaba con el cariño de siempre y un amor que jamás les había expresado a las chicas que me habían dejado hacer algo como lo que Sabrae acababa de dejarme hacer.
                -Está bien saber que no me la habrías cortado si te la enseñara. Lo habría hecho para fastidiarte si no estuviera seguro de que podía despedirme de ella.
               -Oh, y fuiste muy inteligente. Te la habría cortado. Otra cosa es lo que habría hecho con ella-me sacó la lengua y se echó a reír-. Es coña. No me va la necrofilia. Aún-añadió, abriendo un ojo para comprobar mi expresión. Volvió a reírse cuando vio que sacudía la cabeza.
               -Nota mental: no volver a correrme en tu cara. Te trastorna demasiado.
               -Una lástima. Creo que podría acostumbrarme a verte la cara mientras me miras. ¿Me has hecho una foto?
               -¿Una foto? ¿Estaba en el menú?
               -Obvio, Alec. ¿Por qué crees que lo he hecho?
               -Eh… ¿porque eres un poco golfa, tal vez?
               -¡A mí no me insultes, Alec!-protestó, dándome un manotazo en el culo-. Soy muy golfa cuando me lo propongo. Dios mío-se dejó caer a un lado, sentándose sobre su culo, las rodillas dobladas-. No me puedo creer que esté saliendo con el único tío de todo Londres que no lloriquea para que le dejes hacerte una foto cuando dejas que se corra en tu cara.
               -¡Eso se dice antes, Sabrae! Has querido que nos hagamos fotos picantes juntos muy pocas veces, ¿por qué coño iba a pensar yo que justo hoy tienes el guapo subido?
               -Yo tengo el guapo subido siempre-se chuleó, agitando el pelo. Cuando vio mi expresión de corderito degollado se echó a reír de nuevo. Le tendí la mano y la ayudé a incorporarse para sentarse en la cama, y empezó a reírse otra vez cuando yo empecé a besarla. Todavía tenía el regusto de lo que acabábamos de hacer en su piel, incluso aunque ya la hubiera limpiado.
               Y todavía seguía vestida. Joder, estaba guapísima, pero… era hora de desnudarla. Todavía quedaba mucha noche por delante, pero la ropa ya sobraba.
               Así le puse una mano en la cintura, tiré suavemente de ella, y mientras nos besábamos, le bajé la cremallera de la falda. Empecé a empujarla por su piel, decidido a ver primero sus piernas y luego sus muslos, y estaba a punto de descubrir su ropa interior cuando su mano me detuvo.
               -Alec…
               -Mm-dije, besándole el cuello. Volví a tirar de su falda y vi los dibujos de encaje azul asomar por el río de bronce que apareció en ese rincón.
               -Podemos tomarnos un descanso si tú quieres.
               Descendí con la nariz por su cuello, rozando su clavícula.
               -¿Y si no quiero?
               Como estaba demasiado ocupado besándola, no vi cómo se mordía el labio y le cambiaba la cara. Aunque sí lo noté en su cuerpo, y con eso fue suficiente. Me detuve en seco y me separé para mirarla.
               -¿Qué pasa?
               -¿Qué tienes pensado hacer? Tienes que recuperarte-dijo, señalando mi entrepierna. Mi polla estaba satisfecha por el momento, vale, pero si se animaban los ánimos enseguida espabilaría.
               -Pues… tenía pensado bajar por aquí…-dije, siguiendo la línea entre sus pechos, en dirección a su ombligo y, luego hacia su sexo-. Palpar un poco en busca del tesoro, y luego probarlo con los labios. ¿O no te apetece?
               -No hace falta que lo hagas si no quieres. No tienes que devolverme ningún favor. A mí… a mí me gusta chupártela, ya lo sabes.
               -¿A qué viene esto, Saab? No es devolver ningún favor.
               -Yo tengo muchos orgasmos de ventaja sobre ti, así que no me parece justo que…
               -Eh, eh, eh-dije, cogiéndole el rostro entre las manos. No me gustó lo que vi en sus ojos: angustia y desesperación. Se me encogió el corazón mirándola-. Esto no es una competición. Somos los dos juntos, ¿vale? Somos un equipo, nena. Te hago todo lo que te hago porque sé que te gusta, vale, pero a mí también me gusta. Te como el coño porque me gusta, no porque quiera devolverte nada. ¿O es que a ti no te gusta?
               -¡Claro que me gusta!
               -No te gusta-la corregí, dándole un beso en la nariz-. Te encanta.
               -¡A ti también te encanta!-dijo, enfadada, y yo me reí.
               -Por supuesto que me encanta. Lo adoro. Es lo segundo mejor de acostarme contigo.
               -¿Y lo primero?-preguntó con inocencia, y yo me estremecí.
               -Lo primero es sentirte debajo de mí, acompañándome con las caderas mientras me hundo dentro de ti, hasta el fondo. Lo bien que encajamos. Es imposible que no estemos diseñados para estar juntos si encajamos así de bien, Saab-dije, repartiendo besos por sus labios, su cara, su cuello, su mandíbula.
               Sabrae tragó saliva, sus ojos cayendo en picado como un avión derribado en dirección a su falda. Algo dentro de mí se estremeció, un miedo irracional que nunca había tenido con ella. No te alejes de mí.
               -Saab… ¿qué pasa?
               -Vas a odiarme por lo que voy a decirte.
               De mis labios se escapó una risa de incredulidad.
               -No sé qué podrías decir para que yo te odiara, así que creo que voy a dejar que me sorprendas.
               Tomó aire y lo dejó escapar una vez, sus hombros alzándose y hundiéndose como un barco en un vendaval.
               -Me sabe fatal preguntarte esto, y creo que sé la respuesta, pero… ¿tenemos que hacerlo?
               De repente, volvíamos a estar en la bañera cuando todavía estábamos peleados sin habernos gritado, y ella me miraba y me preguntaba si había pagado ya lo del Savoy, diciéndome que claro que quería ir, pero insistiendo en que quería pagar su mitad. ¿Era por esto? ¿Para no sentirse obligada a hacer lo que yo quisiera simplemente porque yo pagaba? Me había hablado mucho de la independencia de la mujer en base a su poder económico, pero nunca creí que Sabrae pensara que yo ejercía algún tipo de poder sobre ella simplemente porque me gustaba invitarla. La relación estaba equilibrada, los dos elegíamos qué hacer, y nadie tenía nada que reprocharle al otro simplemente por haber abierto la cartera esa vez.
               No pude evitar sentir rabia, pero lejos de martirizarme por ello, me permití experimentarla y arrojarla a un lado en mi cabeza. Era normal que me molestara pensar que  ya habíamos hecho el amor por última vez antes de que yo me fuera, pero tenía que tener muy, muy clara una cosa: Sabrae no me pertenecía. Su cuerpo era suyo y de nadie más. Que yo tuviera el inmenso privilegio de ser la única persona con la que lo compartía en ciertos aspectos no implicaba que automáticamente yo pudiera decidir cuándo, cómo y dónde se acostaba conmigo.
               ¿Me dolía que no quisiera? Pues claro. ¿A quién no le dolería? Pero nunca, jamás, le pediría a Sabrae que hiciera algo que no quería. Y mucho menos cuando aquello sería lo único que recordaría de mí durante meses.
               -No tenemos…-dije, despacio, alcanzando la sábana que había doblada a los pies de la cama, aún sin deshacer, y tapándome la cintura con ella. Supuse que sería menos violento si no tenía que verme desnudo-, si tú no quieres.
               -Es que yo...-suspiró, dejando caer las manos en el regazo. Levantó los ojos y me di cuenta de que estaba luchando por no llorar-, la habitación…
               -Olvídate de la puta habitación, Sabrae. La hemos pillado para estar juntos. No tenemos por qué hacer nada si no te apetece. Tú no eres ninguna puta, ¿vale? Así que no pienses que tienes que venderte por una reserva para una noche entre cuatro paredes pijas. Vales más que todos los hoteles de lujo del país juntos-me miró-. No hay joyas en el mundo suficientes para comprarle a nadie el derecho a hacer que te abras de piernas.
               -No era mi intención enfadarte.
               -¿Comportándote como si valieras solamente mil doscientas libras?-ladré, levantándome y olvidándome de mi desnudez. Joder, necesitaba moverme. Me había puesto de tan mala hostia que ella sintiera que me debía algo que… necesitaba un saco. Necesitaba machacarlo. Veía rojo sólo de escuchar las voces en mi cabeza regocijándose ante lo barata que estaba dispuesta a venderse Sabrae. No había diamantes suficientes en todo el universo para igualar su valor, ¿y ella ya se sentía obligada solamente por una puta habitación? Si ni siquiera era una suite, joder. No me llegaba el presupuesto para darle lo que se merecía.
               Sabrae parpadeó.
               -¿Cuándo hiciste la reserva? Porque miré la semana pasada y no bajaban de las mil setecientas.
               -Tenía cupones de Booking. ¡Pero no me cambies de tema! ¿Cómo coño quieres que no me cabree si crees que te sientes en la obligación de hacer nada conmigo? Escúchame bien-dije, poniéndome de rodillas frente a ella-. Una chica fuerte, lista y guapísima me dije una vez que no importa lo que me esfuerce por conseguir la atención de una mujer: ellas son su propia persona y no me deben nada que no quieran darme, ¿vale? Esa chica increíble, de la que he aprendido tantísimo, me lo dijo hace tiempo, de acuerdo, pero no se me ha olvidado. Lo he tenido muy presente a lo largo de mi vida, pero sobre todo desde que ella empezó a compartir su vida y su cuerpo conmigo. ¿Por qué te es tan fácil defender a las demás y te achantas defendiéndote a ti, Saab?
               -Porque no quiero tener que defenderme de ti.
               -Es que no tienes que defenderte de mí, mi amor. Estamos juntos en esto. Me apeteces muchísimo, pero no lo suficiente como para hacerte hacer algo que tú no quieres.
               -¡Es que el problema es que sí quiero!-protestó-. Claro que quiero. Siempre quiero cuando se trata de ti-jadeó, negando con la cabeza. Sus ojos se anegaron en lágrimas-. Pero… joder. Es que… no quiero que pienses que se trata de ti, porque no es así…
               -Sabrae. Estamos hablando de follar. Por supuesto que se trata de mí.
               -No. No se trata de ti. Ni siquiera se trata de mí. Yo… es una mierda, ¿sabes? Porque te deseo. Te deseo muchísimo, y me apeteces. Me apeteces tantísimo que me duele, y más cuando pienso en todo el tiempo que vas a estar lejos de mí, pero… pero no puedo dejar de pensar en qué va a pasar si no lo disfruto. Si me meto en la cama contigo-la señaló con la cabeza, y yo me quedé mirando una almohada en la que había fantaseado con ver a Sabrae retorciéndose de placer, gimiendo mi nombre, gritándolo a los cuatro vientos-, y no soy capaz de deshacerme de esos pensamientos de que esta es la última vez que vamos a estar juntos en tanto tiempo… ¿Qué pasa si no consigo desinhibirme contigo del todo, Al? ¿Y si no dejo de pensar en que te vas a ir mientras lo hacemos? No quiero que la última vez que lo hagamos antes de que tú te vayas sea un recuerdo melancólico que yo invoque por las noches mientras me toco pensando en ti. Prefiero ir sobre seguro-susurró, mirándose las manos-. Prefiero saber que la última vez que me tocaste lo disfruté de verdad porque aún no era consciente de que esa era la última y yo sólo estaba preocupada de disfrutar.
               Sonreí y le besé los nudillos.
               -Lo vas a disfrutar.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Lo sé porque sé qué nombre gimes cada vez que estás sola. Lo sé porque sé qué nombre gritas cuando estás acompañada. Lo sé porque sé qué nombre se te viene a la mente cuando alguien habla de buen sexo. Es el mío. No el de ningún cantante, no el de ningún actor, y desde luego, no el de Hugo. El mío, Sabrae.  Alec soy yo. Joder, soy el puto Alec Whitelaw, y si te piensas que el puto Alec Whitelaw sería capaz de follarse a su chica y permitir que ella no lo disfrutara, es que no tienes ni puta idea de quién soy yo ni de quién es él.
               Me puse en pie y la miré desde arriba. Ella me sostuvo la mirada como una sacerdotisa a la que se le aparece su dios, un dios rencoroso y vengativo.
               -Si no te apetece que hagamos nada, te juro por mi vida que no te tocaré de esa manera. Pero si lo que te da miedo es que no te dejes llevar, te prometo que en cinco minutos ya se te habrá olvidado todo.
               -Llevo dándole vueltas mucho tiempo. Creo que no va a ser tan sencillo.
               -¿Por eso me preguntaste si ya había pagado la reserva? ¿Porque no querías venir?
               Sabrae tragó saliva, rehuyendo mi mirada.
               -No quería tener que decirte que no quería venir si seguíamos como estábamos. Sobre todo porque estaba segura de que tú estabas cabreadísimo conmigo por lo que te hice y no querías tocarme.
               -Pues, niña, a ver si te pones gafas, porque mientras me veas manos y polla, deberías tener claro que voy a seguir queriendo tocarte.
               Sabrae rió entre dientes, negando con la cabeza, y de nuevo levantó la vista para mirarme.
               -Bueno, ¿qué va a ser?-pregunté, tendiéndole la mano-. ¿Me visto, o te desnudo?
               -Es complicado.
               -¿Me visto, o te desnudo, Sabrae?
               -¿De verdad crees que lo conseguirás?
               -No sé, ¿el agua moja?
               Sabrae frunció el ceño con una sonrisa, y negó con la cabeza.
               -No sé si a Scott le hará gracia que vayas por ahí robándole su frase.
               -No quería desubicarte; está claro que estás convencida de que soy tu hermano, o de lo contrario no insistirías tanto en dudar de que mi fama de amante sea inmerecida.
               Ella se rió con dulzura y me acarició la pierna. Por desgracia, no era la de en medio.
               -Nunca he creído que tu fama como amante fue inmerecida, Al. De hecho, después de hacerlo contigo la primera vez, me convencí de que estabas bastante infravalorado para todo lo que eres capaz de conseguir.
               -Entonces déjame hacer de esta noche la mejor de tu vida, Saab. En el fondo sabes que no te defraudaré.
               Sólo se quedó callada, mirándome. Parpadeó despacio, sopesando las opciones que tenía… ya que creía tener alguna. Yo estaba convencido de que sólo había un camino que pudiéramos seguir, y en ese camino, la ropa sobraba.
               -Si cuando apenas te conocía ya conseguí hacer que disfrutaras, ¿qué te hace pensar que ahora me va a resultar más difícil si te conozco mejor que a mí mismo?
               Se relamió los labios. Me recorrió con la mirada. Enterito. Se detuvo en mi miembro, que empezó a espabilar ante sus ojos, y finalmente asintió con la cabeza.
               La tomé de la mandíbula y la hice mirarme.
               -¿Confías en mí?
               Asintió sin dudarlo, sin tener que pensárselo un segundo.
               -Necesito oírtelo decir para obrar mi magia, bombón. ¿Confías en mí?
               -Sí, Al. Confío en ti.
               -Guay-sonreí, y empecé a inclinarme hacia ella, que contuvo el aliento-. Porque te va a gustar tanto cómo voy a follarte que tus gritos de placer me seguirán resonando en los oídos hasta que coja el avión de vuelta.
               Y, esta vez, fui yo el que la empujó sobre la cama.

 
 
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1 comentario:

  1. HE CHILLADO COMO UNA DESQUICIADA SEÑORA PORQUE PARA EMPEZAR COMO TE ATREVES A ESCRIBIR SEMEJANTE FRASE COMO LA SIGUIENTE: “Dejé de ser ateo en noviembre, Gugulethu. La primera noche que te escuché respirar con mi cabeza entre tus muslos y supe que así es exactamente como suenan las oraciones en el idioma de los dioses.” O sea es que me cago en la puta, tú no te alimentas de comida lo haces de SABIDURÍA.
    Me he puesto blandita leyendo como Alec tiene planeado hacer determinadas escapadas durante el año de voluntariado para volver porque he recordado cuando vuelve por el cumple de Tommy y él y Sab se ven en la estación y me ha dado mucha nostalgia. Todo lo que sean pedacitos de paralels con CTS me ponen mal joder.
    Con respecto a la rayada de Saab ya sabía yo que la última noche a pesar de todo no iba a ser coser y cantar y en cierto modo lo entiendo porque es lógico que la chiquilla piense asi ains. No puedo pensar en como le va a dejar ese proximo cap porque aunque se viene una ronda de sexo salvaje del bueno auguro momento soft después de follar y si no estoy lista para eso imaginate para luego el siguiente capítulo a ese cuando se despidan. Es que vamos, me quiero matar. Voy comprando la bombona de oxígeno.

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