sábado, 23 de julio de 2022

Limonada.


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De Alec se pueden decir muchas cosas, pero no que no cumple sus promesas.
               Y yo lo sabía. Todo mi cuerpo lo sabía. Era escuchar el sonido de su sonrisa lobuna tatuando sus labios y ya echarme a temblar, porque en el mundo había hombres y Hombres, y yo había encontrado al único que se había ganado el derecho a escribir su género con mayúscula.
               Me tiró sobre la cama como los emperadores hacían con las prostitutas con las que celebraban sus conquistas, y yo supe que, a partir de esa noche, Alec no iba a llamarse como Alejandro Magno.
               Alejandro Magno iba a llamarse como Alec.
               -Pero antes…-dijo, irguiéndose frente a mí como un joven y poderoso dios, el único capaz de escribir su propio destino y determinar sus profecías, el único que sería verdaderamente inmortal; el único que sería el único. Y, después de él, ya no habría nada más.
               Su cuerpo emergió sobre mis rodillas todavía flexionadas y el límite del colchón igual que una isla paradisiaca justo cuando te quedabas sin provisiones, y la sonrisa oscura que tenía en la boca hizo que entendiera por qué Alec se había acostado con menos chicas que mi hermano pero follaba más que él: porque las conquistas de Scott podían sobrevivirle, pero Alec tenía algo que ni siquiera él tenía. Scott no resplandecía como lo hacía Alec.
               Scott no era capaz de tenerte al límite de un orgasmo casi catastrófico con sólo mirarte. Alec sí. Alec lo estaba haciendo ahora.
               Idolatré (decir que miré su cuerpo sería quedarse muy corta tanto por lo que sentía en ese momento como por lo que los músculos de Alec se merecían) su cuerpo con los ojos, acariciando su piel con la mirada mientras bajaba lentamente, regodeándome y a la vez maravillándome en aquel hombre que tenía frente a mí, y cuyo placer, contra todo pronóstico, llevaba mi nombre y sólo mi nombre.
               -… vamos a desnudarte-terminó, agarrando la sábana arrugada que estaba a mis pies y arrojándola a un lado, de forma que no hubiera nada entre nosotros más allá del aire. Y habría un punto en que no habría absolutamente nada. Me quedé mirando su miembro, ya erecto y grueso, y sentí que un escalofrío me recorría desde la nuca hasta la entrepierna, revolucionando mi columna vertebral a medida que descendía-. Estás demasiado vestida…-me recorrió de arriba abajo, y con un paso se metió entre mis piernas-, para la forma en que quiero marcarte.
               Marcarme. Mi sexo protestó por lo vacía que estaba a modo de celebración. Pronto tendría la inmensidad de Alec llenándome, reclamándome, sobornándome para conseguir ese placer explosivo que llevaba su nombre.
               Los ojos de Alec se oscurecieron al escuchar mi jadeo desesperado, propio de una dama victoriana que se escandaliza por ver un tobillo masculino. Pude ver en sus ojos esa chulería propia de los hombres cuando pretenden sorprenderte, mientras piensan en todo lo que te pueden hacer y lo mucho que lo vas a disfrutar. Acostarme con Alec ya era garantía de éxito, pero verle sonreír de esa manera era algo completamente distinto: era saber que al día siguiente todavía me temblarían tanto las piernas que me costaría caminar.
               Lo cual sería genial, ya que así no podría acompañarlo al aeropuerto y él no podría marcharse.
               Me puso unas manos ardientes en las caderas, unas manos grandes y fuertes que mi cuerpo fantaseó con sentir por todo él, dejando en mi piel unas huellas imposibles de borrar y que todo el mundo pudiera ver. Si no iba a estar conmigo durante el siguiente año para hacerme disfrutar, más le valía dejar mi ansiosa piel lo suficientemente satisfecha como para que pudiera sobrevivir sin deshacerme.
               Con los ojos puestos en mí, empezó a tirar de mi falda, que ya tenía la cremallera trasera bajada, y me la fue bajando hasta que atravesó el monte de mis rodillas tan lentamente que supe que estaba pensando en deshojarme igual que a una margarita predecible. Luego, de un tirón rudo y sin contemplaciones me la sacó por los pies, liberando mis piernas y acariciándomelas por la parte exterior. Subió y subió y subió, sus ojos puestos en mí, hasta que…
               ... llegó a la tela del tanga y su sonrisa se acentuó un poco más. Y, por fin, bajó la vista. Una parte de mí, la parte que no estaba un poco sobrepasada por el poder sexual que desprendía, se regodeó en la manera en que se relamió los labios y tragó saliva casi sonoramente. Apretó la mandíbula y yo deseé sentir su lengua entre mis piernas, en ese rincón que estaba observando con contenido interés, esperando explotar como un volcán que acumula poco a poco lava en su base, en lugar de ir goteándola.
               Incluso durante el tiempo que habíamos estado peleados no había dejado de pensar en la ropa interior que me pondría la última noche que pasáramos juntos. No me importaba si era en el Savoy o en su habitación, en la mía o en un descampado; tampoco me había importado demasiado en cierto momento si me la ponía para premiarlo o castigarlo, o si me preocuparía que no hiciéramos nada esa última noche. Lo que sí sabía era que quería estar espectacular, tanto para él como para mí; estar y sentirme sexy, y, sobre todo, llevar algo que le sorprendiera. Algo que no hubiera llevado antes.
               Había dedicado los momentos en que Alec me había dejado sola a surfear por todas las páginas web que se me ocurrieron de lencería, metida exclusivamente en los apartados de ropa “más sensual” o con nombres similares, sin saber exactamente qué era lo que quería hasta que encontré este conjunto. Consistía en un tanga de hilo de encaje prácticamente transparente y un sujetador que ni siquiera estaba completo: un trío de hilos mantenían mis pechos en su sitio en la zona donde típicamente estaba la copa o el soporte, resguardando a duras penas mis pezones; los tirantes, que me había retirado por debajo para dejar los hombros al descubierto y no estropear el conjunto de la blusa y la falda, estaban hechos de la misma tela traslúcida del tanga.
               Todo en un precioso tono azul celeste que, como pude comprobar en la tienda a la que me escapé, me quedaba de cine, resaltando el bronceado de mi piel y ese dulce tono dorado con el que había vuelto de Mykonos, un dorado al que no quería renunciar.
                A la ropa interior estaba más que dispuesta a renunciar, por supuesto. Pero me gustaba saber que había aceptado de lleno. Siempre me había puesto conjuntos en ocasiones especiales para estar con Alec, pero nunca algo tan atrevido y que me cubriera tan poco.
               Alec sonrió, acercándose un poco más a mí. Metió un dedo por el hilo del tanga que iba por una de mis caderas y tiró suavemente de él. Me estremecí cuando la tensión hizo que la prenda presionara la entrada de mi sexo, y cuando Alec soltó el hilo y me flageló con él, directamente gemí. Me revolví debajo de él, impaciente y expectante.
               Su mano recorrió mi piel en paralelo al hilo del tanga, descendiendo hacia mis muslos, que se separaron para él. Dos de sus dedos se adentraron en el terreno de mi entrepierna y yo dejé escapar un suspiro de satisfacción mientras me masajeaba, lanzando auténticas tormentas eléctricas al galope por mi cuerpo.
               -Y tú que no querías follar, nena-se burló cuando mis caderas se soltaron de mis riendas y empezaron a seguir las instrucciones de los dedos de Alec. Necesitaba más contacto. Necesitaba más ficción. Necesitaba que me invadiera, que empezara a marcarme como me había prometido. Pero, también, necesitaba que siguiera exactamente como lo estaba haciendo. Me tenía desesperada, hecha un nudo de anticipación: todos mis poros estaban alerta, cada célula que me componía sintiendo al ciento diez porciento lo que me hacía. Me dolían los pechos en el sujetador, y el roce que notaba de la ropa y del propio sostén en los pezones era un pobre sustituto de lo que yo realmente quería: sus manos, sus labios, su lengua, sus dientes. Su polla. Quería que se follara cada rincón de mí-, cuando te pusiste este tanga deseando que te la destrozara. Dime, Sabrae-dijo, acariciándose la polla con la otra mano. Era la derecha. Tenía más ganas de darme placer a mí que de dárselo a él, más ganas de tocarme a mí que de tocarse él-.  Cuando pensaste en lo que iba a hacerte a esto-tiró de nuevo del tanga, solo que esta vez lo hizo del pequeño triángulo que tapaba la entrada de mi sexo. El aire frío lamió mis pliegues e hizo que se me retorcieran los dedos de los pies-, ¿preferías que lo hiciera con los dientes…?-empezó, y soltó el tanga, que rebotó contra mí y me arrancó una maldición.
               -Joder…
               Alec se llevó los dedos que había tenido cerca de mi sexo a la boca y se los lamió con los ojos fijos en mí.
               -¿… o que lo hiciera con la polla?
               Acercó la punta de su miembro a mi entrada, todavía con el tanga de por medio, y me acarició con la punta. Se paseó por entre mis pliegues, incrustando la tela en mi piel y subiendo hacia mi clítoris, que festejó su llegada lanzando una oleada de éter entre mis piernas. Alec gruñó, masajeándose el tronco de su miembro mientras utilizaba mi entrepierna para satisfacer su punta.
               -Estás tan jodidamente mojada, nena-alabó, y yo me deshice para él. Me parecía increíble que me tuviera ya tan cerca del orgasmo, cuando apenas me había dedicado un par de palabras guarras y un poco de magreo. Y, sin embargo, con él era totalmente posible-. Esto es lo que más voy a echar de menos de ti cuando esté en África. Lo húmeda que estás y lo dispuesta a que te haga gritar a la más mínima oportunidad.
               Alec tiró de mí hasta colocar mis rodillas a la altura de las suyas y dejó de masajearme. Me lo quedé mirando, impaciente, y, desesperada por no perder el terreno en el que él había ido avanzando, me llevé una mano a la entrepierna y empecé a darme placer a mí misma. No era el suficiente como para satisfacerme, pero sí lo bastante como para no echarme a llorar. Alec continuó masturbándose mirándome, nuestros cuerpos tan cerca que, de vez en cuando, la punta de su polla me tocaba los nudillos. Unas gotitas de líquido aparecieron en su punta y Alec exhaló un gruñido.
               -Basta ya. Esto es para ti-dijo, y yo estaba más que dispuesta a incorporarme y lamer esas puntas transparentes de su glande. Joder, estaba dispuesta incluso a separar las piernas y dejar que se corriera en mi interior. Quería pedirle que se corriera en mi interior. Me daban igual las consecuencias, el día del mes en el que estuviéramos y las posibilidades de que me dejara embarazada; que no debiera tomar la píldora o que mis padres me hubieran prohibido expresamente que dejara que Alec hiciera eso otra vez dentro de mí. Quería tenerlo dentro. Quería sentir cómo eyaculaba dentro de mí. Quería ver cómo su semen salía del interior de mi sexo, mezclado con mis fluidos de tal manera que era imposible distinguir dónde empezaba yo y dónde terminaba él-. Y esto-añadió, cogiéndome la mano por la muñeca y sacándomela del tanga-, es para mí-se inclinó para chupar mis fluidos de mis dedos, poniendo mucho cuidado en que sintiera la forma en que la punta de su lengua me recorría la piel (tal y como lo hacía cuando me practicaba sexo oral) y me terminó mordiendo las yemas de los dedos antes de sacárselos de la boca-, es para mí.
               Se inclinó para besarme de una forma posesiva y animal que simplemente adoré. Notar el sabor de mi placer en su lengua era algo a lo que nunca me acostumbraría, en el buen sentido de la expresión. Jamás me cansaría de saber que ese regusto que había en sus besos era culpa suya, de lo que le hacía a mi cuerpo y de la manera tan maravillosa en que reaccionaba éste a él.
               -Creo que voy a follarte con el tanga puesto, ¿te parece?
               -Me gustaría-asentí, incorporándome lo justo para volver a besarlo. Alec sonrió en mi boca y me mordió el labio.
               -Aun así, todavía estás demasiado vestida. Aunque eso tiene fácil solución, ¿mm, bombón? A ver… en una escala del uno al diez, ¿cuánto cariño le tienes a esta blusa?-preguntó, metiendo el dedo índice por debajo de la misma y arqueando las cejas, mirándome por debajo de éstas.
               ¿Me gustaba cuando me rompía la ropa y me follaba sin piedad? Sí. ¿Quería que lo hiciera con esta blusa? También.
               ¿Iba a dejarle?
               -Nueve-tonteé, moviendo las caderas debajo de él arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, dándonos fricción a ambos. Alec parpadeó.
               -Nueve-repitió, divertido e incrédulo.
               -Nueve-asentí.
               -¿Tanto?
               -Me la compraste tú. Me gustan los regalos que me haces. Y es un bonito recuerdo de Mykonos. De lo bien que lo pasamos…-le acaricié el pecho y fui bajando, y bajando, y bajando, toda la mano extendida en dirección a su polla-, lo mucho y lo genial que follamos… ¿no quieres recordarlo?
               Cerré los dedos en torno al tronco de su polla y Alec gruñó, pero sonrió.
               -Me preguntaba cuánto más ibas a tardar en tomar las riendas. O, al menos, intentarlo.
               Me reí.
               -Cielo-respondí, lamiendo la palabra en mi paladar-, cuando veas lo que me he puesto debajo de la blusa, sabrás que nunca he perdido las riendas.
               Alec se inclinó hacia mí para susurrarme al oído un seductor “ya lo veremos” al tiempo que comenzaba a levantarme la blusa.
               Y, cuando me la hubo sacado por la cabeza y vio mi sujetador, suspiró sonora y largamente.
               -Ya puedes ir buscando un trabajo, Sabrae. Esto va a haber que repetirlo dentro de un año.
               -¿Repetir el qué? ¿Este magreo que no lleva a ningún sitio?-lo provoqué, y Alec se pellizcó el puente de la nariz.
               -Te diré lo que haremos, nena. No te voy a quitar ni este tanga ni este hilo dental que tienes cubriéndote los pezones, porque soy un puto morboso y no sabes lo burro que me pone el pensar en follarte mientras todavía estás así.
               -¿No decías que estaba muy vestida?-lo provoqué, y él se rió con una risa masculina y sensual que lanzó señales de alerta hacia mi sexo.
               -Bombón, yo nunca he dicho que te fuera a echar sólo un polvo. No: lo que voy a hacer va a ser follarte con esta ropita que te has comprado pensando que sabes más que yo de esto y que lo tienes todo bajo control, y cuando no puedas más y literalmente me supliques que te deje de obligar a correrte por séptima, octava, o novena vez, te quitaré la poca ropa que llevas, te dejaré descansar diez minutos, y luego iremos a por otra ronda.
               -Siete orgasmos son muchos orgasmos-dije, aunque estaba eufórica y desesperada por sentirlo dentro. Alec me sonrió mientras se colocaba un condón.
               -Podrás con ello.
               Y, sin previo aviso, me agarró de nuevo de las caderas y me dio la vuelta. Me apartó el tanga a un lado, de forma que quedó anclada sobre una de mis nalgas, mi sexo al descubierto, y planeó sobre mí.
               -Yo me ocuparé de que puedas con ello-me prometió a centímetros de mi oído, y me besó el hombro.
               Entonces, me penetró. Y yo lancé un grito, un calambrazo partiéndome en dos y haciendo que viera las estrellas durante unos diez segundos en los que me quedé completamente quieta, digiriendo la envergadura y el grosor de Alec. Alec se regodeó en la sensación de mi coño exprimiendo su polla, aferrándose a él más de lo que yo misma podría hacerlo si quisiera. Eran esos momentos los que más echaríamos de menos y más nos tranquilizarían: no importaba que nos sumiéramos en el silencio durante un año (aunque esperaba que pudiera llamarme por teléfono de vez en cuando, pero tampoco me atrevía a pedírselo por si no podía hacerlo y sentía que me estaba fallando, ya que lo veía perfectamente capaz de recorrer cientos de kilómetros con tal de encontrar un sitio con cobertura desde el que poder llamarme siquiera quince minutos), pues estaríamos seguros de que nuestros sentimientos seguirían intactos, de que lo nuestro era real, de que nos estaríamos esperando. Puede que aparecieran otras personas que hicieran que dudáramos del sacrificio que estábamos haciendo, pero sabía una cosa: perdonaría a Alec si al final era incapaz de resistirse a la tentación. Era mayor que yo, sus hormonas estaban todavía más revolucionadas, y… un año sin hacerlo era muchísimo tiempo para una chica de quince años, así que no quería ni pensar en lo que sería para un chico de dieciocho acostumbrado a las atenciones. Así que le perdonaría los errores que cometiera en África, porque simplemente no podía renunciar a esa sensación. Mi cuerpo no podría envejecer sin él; si pasaba más de un año sin sentirlo, si volvía y no le dejaba tocarme más, me marchitaría como una rosa hecha de cenizas.
               Y, a la vez, una parte de mí nunca podría olvidar que había buscado en otras las sensaciones que sólo tenía conmigo, o que hubiera intentado llenar el vacío que mi cuerpo dejaba en el suyo. Yo le esperaría pacientemente porque le quería, y porque sabía que ningún otro chico podría hacerme lo que él me hacía. Casi toda mi vida sexual había girado en torno a él, así que no había espacio para otros en la ecuación. Eran ceros a la izquierda, decimales nulos después de la coma.
               Cuando terminé de correrme en ese estallido de placer de los que tanto nos gustaban a ambos, Alec me hundió los dedos en las caderas y se inclinó de nuevo hacia mí.
               -Va uno-anunció con una sonrisa oscura que me acarició el lóbulo de la oreja e hizo que me revolviera debajo de él. Mi sexo se había resentido un poco por lo rudo de su invasión, pero nada que no me gustara. Todo lo contrario. Me encantaba cuando me trataba con cariño y delicadeza, haciéndome el amor incluso cuando me follaba fuerte, pero cuando sacaba la bestia que llevaba dentro, el macho que nunca había dejado de ser y que yo tan estúpidamente había rechazado por creerlo un defecto y no una virtud… simplemente era superior-. Quedan ocho.
               Se me escapó una risa ahogada mientras arqueaba la espalda, poniendo el culo en pompa y dirigiéndolo dentro de mí. Estiré los brazos, y mis manos entrelazadas tocaron la almohada, tan mullida que no parecía pertenecer al mismo mundo que Alec y yo.
               -¿Tan seguro estás de que vas a hacer que me corra siete veces que me quieres regalar dos más?
               Sentí cómo se reía detrás de mí, y sus caderas empezaron a moverse en círculos. Su polla alcanzó nuevos rincones de mi interior, rincones que nunca habían sido explorados y que estaban deseosos de exhibir sus dotes como anfitriones. Era delicioso, simplemente delicioso. Me mordí el labio y hundí la cara en el colchón, prometiéndome disfrutar por todo lo que no iba a poder hacerlo a partir de mañana, y apartando de mi cabeza esas ideas tristes de lo sola que iba a sentirme cuando nos despidiéramos en el aeropuerto. Estaba segura de que Bella en Luna nueva parecería feliz de que Edward la abandonara comparada conmigo.
               Pero no era momento de pensar en eso. Mi hombre todavía estaba conmigo. Dentro de mí. Era hora de dejarse llevar.
               -¿Y tú estás tan segura de que sólo van a ser dos?-respondió. Separó las piernas un poco más, abriéndome más las mías, y metió las rodillas por debajo de mis muslos, levantándome en el aire. Una de sus manos subió por mi espalda, haciendo que me estremeciera, me rodeó el cuello y me alcanzó la mandíbula. Me llevó los dedos hasta los labios, y como yo sabía lo que venía, abrí la boca y empecé a chuparlos. Los rodeé con la lengua y succioné mientras Alec empezaba a cabalgarme, sabedora de que estaba recordando la sensación de mi boca en su polla cuando decidía comérsela. No estaba segura de si aguantaría tantos asaltos como él pretendía que jugáramos pero, joder, estaba más que dispuesta a averiguarlo.
               Mis caderas se adaptaron al ritmo de las de Alec, que entraba y salía de mí, embistiéndome sin piedad y admirando la manera en que yo era capaz de seguirle el ritmo. Apenas podía respirar, pero me gustaba escuchar mi jadeos ahogados mientras el sonido de nuestros cuerpos impactando llenaba la habitación. Cerré los dientes en torno a sus dedos cuando sentí que el esfuerzo me superaba exactamente igual que hacía cuando él estaba a punto de correrse en mi boca y quería que lo hiciera de un manera bestial, y cuando Alec sacó los dedos de mi boca, entendiendo perfectamente lo que necesitaba, una pequeña explosión se originó en mi bajo vientre, con su onda expansiva creciendo y descendiendo hacia mi sexo.
               Me puse tensa y Alec me metió la mano que había tenido cerca de mi boca por debajo de mi vientre, que estaba en el aire. Noté el pequeño rastro que mi saliva me dejaba en la piel mientras él me acariciaba… y empecé a correrme. Mis piernas volvieron a temblar como lo habían hecho tantas veces, todas con él, pero esta vez fue distinta.
               Esta vez a Alec no le bastaba con un orgasmo. Quería más. Así que, mientras yo estallaba en el primero de los orgasmos, Alec metió los dedos por debajo de mi tanga y empezó a masturbarme con rapidez, casi con violencia. Sus dedos eran relámpagos azotando el mástil de un barco que se zarandeaba en la tempestad, un barco que había nacido para eso pero que no creía que pudiera resistir la marejada.
               -¿Te gusta así, zorra?-me ladró, y un orgasmo todavía más devastador que el anterior lo sobrepasó, catapultándome hacia las estrellas mientras Alec seguía bombeando en mi interior sin parar. Era un tsunami que pasaba por encima de la ola más alta, la séptima del ciclo. Arqueé la espalda, incapaz de resistirme más a él y a la vez de darme por satisfecha, y Alec sonrió detrás de mí.
               -He dicho que si te gusta, Sabrae-rugió. Intenté levantarme como pude: era muy complicado con todo el cuerpo temblándome como lo hacía, pero conseguí anclar las rodillas en el colchón y, a continuación, los codos. Alec me sujetó todavía más fuerte, y cuando me puso una mano en los hombros, para controlar todo mi cuerpo y no sólo mi cintura, supe que no tenía salvación.
               -S… sí… ah. Ah. AH. Sí-gemí cuando me pellizcó el clítoris, y lo escuché gruñir.
               -Joder. En esta postura estás todavía más apretada. ¿Quieres que te folle como a la perra que eres?
               Me estremecí de pies a cabeza y asentí. Lo había hecho muy pocas veces, y todas después de habérselo pedido yo, pero ambos sabíamos que no me importaría acostumbrarme a que me insultara mientras follábamos. Mamá se echaría las manos a la cabeza si se enteraba, pero no tenía por qué contárselo todo, ¿no? Sabía que no era muy acorde con mis principios, pero… en la cama era amante de Alec primero, y feminista después.
               -Sí. Sí, joder, sigue así, Alec…
               -No te oigo-urgió.
               -¡Sí! ¡Fóllame así, Alec!
               -Qué modales, Sabrae. ¿Qué se dice?
               -Uf-me mordí el labio y me impulsé hacia atrás, adorando la manera en que se abría paso en mi interior. Cerré los ojos y dejé escapar un grito cuando Alec me dio un azote sin contemplaciones.
               -¿¡Qué se dice!?
               Gracias a Dios que habíamos superado aquella época en la que no quería hacer otra cosa más que comportarse como un caballero porque no quería parecerse a su padre. Después de probar sus polvos rabiosos, dudaba ser capaz de conformarme con su sexo cariñoso.
               -¡Por favor!
               Alec se detuvo en seco y me acarició los muslos. De mi boca se escapó un gruñido de frustración y me giré para mirarlo.
               Tenía la mirada de un héroe de guerra la noche en que había decidido el futuro de su nación. Y yo era su premio.
               -Buena chica-alabó. Luego me agarró del pelo y empezó a dirigirme como a una yegua testadura a la que hay que meter en vereda.
               Joder, fue absolutamente bestial. Siguió calentándome con la boca, envalentonándome a base de decirme guarradas (“ya verás cuando te corras por décima vez, nena; estoy deseando sentir cómo me empapas”, “joder, no puedo esperar a beber todo ese placer cuando te coma el coño”, “estás tan guapa a cuatro patas; creo que debería ponerte así más a menudo”, “mierda, Sabrae, estás tan apretada que no sé cómo voy a hacer para salir de ti… si es que en algún momento llego a quererlo”), de darme azotes en el culo cuando yo me mordía el labio de forma involuntaria, conteniendo jadeos y gemidos de placer…
               -Tu voz es mía, Sabrae, y nadie me quita lo que es mío-me llegó a decir, y estallé en un nuevo orgasmo que hizo que se sonriera.
               … manoseándome como si estuviera buscando oro oculto en mi piel.
               Y siendo un mandón. Un delicioso e insoportable mandón.
               -Córrete para mí.
               -Vamos, nena, córrete para mí.
               -¿Estás a puntito, eh, bombón?
               -¡Sí, nena, córrete así, joder, qué gusto!
               Pero él no se corría. No se corría, no se corría, no se corría. Tenía un aguante imposible, irresistible.
               -¿Cuándo… vas… a… correrte… tú?-pregunté entre temblores, dejándome caer de nuevo sobre el colchón. Estaba agotada, pero satisfecha y feliz. Y, aunque me habría venido bien un descanso… no quería parar.
               -¿Qué pasa, nena?-rió-. ¿Te está cundiendo?
               -Con… téstame.
               Salió de mi interior y empezó a masajear mi sexo dolorido con toda su mano, recogiendo mis fluidos y deleitándose en cómo me iba abriendo para él.
               -Cuando no sea capaz de retenerme más.
               -¿Y cuánto queda para eso?
               -Ay, nena… ¿tenemos prisa?
               Me tumbé de costado para poder mirarlo mejor sin que tuviera que dejar de masturbarme. Alec bajó la vista a mi sexo y se llevó la mano a la boca para lamer todo mi placer.
               -Joder, estoy enamorado de tu puto sabor.
               -Quiero que disfrutes como estoy disfrutando yo.
               Rió entre dientes y se agarró la polla con una mano. La paseó por mis pliegues, surcando esos valles que se abrían y se cerraban para él igual que la cueva de las maravillas. Igual que yo me había abierto y cerrado para él hacía meses. Y qué bien lo había hecho.
               -Bombón, disfruto más follándote y sintiendo cómo te corres a mi alrededor que corriéndome yo.
               Sonreí, y él alzó una ceja.
               -¿Qué pasa? ¿No me crees?-se introdujo de nuevo en mi interior e hizo una mueca de gusto. Craso error, porque así supe que estaba muy, muy cerca. Que llevaba bastante tiempo conteniéndose y que, si no fuera por él y por su estúpido ego masculino, que le decía que tenía que convertir el sexo en un maratón cuando perfectamente servía con un sprint, ya habríamos acabado hacía tiempo.
               Claro que no podía decir que le culpara, ni mucho menos. Prefería mil veces estar como estábamos a acurrucarnos en la cama a charlar. No es que acurrucarme y charlar con él estuviera nada mal, pero… ya habíamos hablado suficiente durante esos días en que habíamos estado con nuestros amigos. Quería hacer cosas que sólo pudiéramos hacer en la intimidad.
               -Claro que te creo, porque a mí me pasa lo mismo.
               -¿Ah, sí?-sonrió, acariciándome la pierna. Subí el pie hasta apoyar el talón en su hombro y disfruté de sus perezosas pero decididas embestidas mientras me dibujaba patrones sin sentido alrededor del tobillo. Me dio un beso en la cara interna de éste y yo me estremecí-. Entonces me imagino que entenderás por qué quiero hacer que te corras tanto.
               -Hoy es tu noche-le concedí, acariciándole el pecho. En sus ojos oscuros por la lujuria surgió una chispa de amor.
               -Saab, todas las noches son mías si las paso contigo.
               -Hoy más que nunca. Ésta más que las demás-me incorporé todo lo que pude dada la postura-. Pero como eres bueno, amable y generoso…
               -Mm, sí, nena, sigue así-cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, entrando más adentro de mí, apoyándose apenas en la pierna mía que descansaba aún sobre el colchón. Me reí, y eso produjo un efecto curioso en nuestra unión.
               -Seguro que estás dispuesto a cederme un orgasmo, ¿mm? Sólo uno.
               -Espera. Creía que ibas a seguir echándome flores. ¿No vas a decir nada de lo guapo que soy y lo grande que la tengo?
               -Si eso va a hacer que te corras dentro de mí…-ronroneé, agitando las caderas-. Eres guapísimo y la tienes enorme.
               -Está mal que yo lo diga, pero tienes toda la razón.
               -Por eso sé que entenderás que esté ansiosa porque mi guapísimo novio se corra mientras me folla con su enorme polla. Es una cuestión de orgullo femenino. Empiezo a pensar que…-me llevé el dedo índice a la boca y me mordí la uña, aleteando con las pestañas-, hay algún problema conmigo.
               Alec se quedó quieto, mirándome entre cabreado y estupefacto.
               -¿Es que no te gusta cómo tengo el pelo hoy?-pregunté, jugueteando con mis rizos y dejándolos caer sobre mi pecho antes de despejarlo de nuevo con un movimiento de la cabeza-. Me lo he traído suelto para que pudieras agarrarlo cuando me follaras como una perrita, pero…
               -Tu pelo está genial.
               -¿Mi maquillaje, entonces?-aleteé con las pestañas-. Me pareció que preferirías algo sutil cuando te pidiera que te corrieras en mi cara.
               -Eh…
               -O quizá sea la ropa. La verdad, no pensé que el tanga fuera a aguantar tanto. ¿Es que no te gusta?
               -Sabrae…
               -No, el tanga te gusta, me lo has dicho. Quizá lo sea el sujetador-comenté, jugueteando con uno de los tirantes-. Aunque llamar “sujetador” a este hilo dental es ser un poco demasiado generosa.
               -Me encanta la ropa que llevas ahora, bombón-protestó, y yo alcé una ceja.
               -¿De verdad? Entonces debo de ser yo. Si el envoltorio no es el problema, entonces, lo es el regalo.
               -¿Estás de coña? Estás genial esta noche. Nunca había tenido tantas ganas de follarte como las tengo ahora.
               Bajé la pierna de su hombro y me incorporé.
               -Entonces, hazlo, Alec. Yo vuelvo a ser el regalo esta noche. O no, mejor que el regalo… soy el premio-decidí, bajándome los tirantes del sujetador y liberando (si podemos llamar así a descubrir mis pezones) mis pechos-. Así que ven a reclamar tu premio de una puta vez…
               Sus ojos descendieron a mi boca cuando dije aquella palabra, “puta”. Pero yo sabía lo que haría cuando dijera la que era la auténtica última de la frase: volver hacia mis ojos, calibrarme un segundo… y luego tirarme sobre la cama y montarme como no lo había hecho hasta ahora: pensando primero en él y luego en mí.
               -… Whitelaw.
               Tal y como sospechaba, sus ojos subieron de nuevo a los míos. En ellos había una pregunta inocente y desesperada. ¿Era real el desafío, o sólo un juego?
               Le sostuve la mirada. Era real.
               Y giré ligeramente las caderas en torno a su rabo. También era un juego.
               Lo poco de mi Alec que quedaba en él se esfumó.
               Y tomó las riendas Alec Whitelaw.
               Me agarró de la cintura, justo por debajo de los pechos, y me empujó hacia el colchón. Todavía con su rodilla entre mis piernas, cayó sobre mí como un ángel vengador con un único objetivo: mis tetas. Le encantaban ellas y le encantaba adorarlas, ya fuera con la boca o con las manos, por lo que sabía que se había estado conteniendo y que había sido capaz de ir retrasando su orgasmo porque no las tenía a mano. No podía resistirse a ellas como sí se resistía al resto de mí: eran su punto débil, y yo lo sabía. Y estaba más que dispuesta a explotarlo.
               Arqueé la espalda y dejé escapar un gemido de aprobación cuando Alec hundió la cara en ellas, tirando del sujetador para liberarlas todavía más. Éste se convirtió en poco más que una cinta cerúlea en mi cintura mientras Alec se ocupaba de besar, chupar, lamer y morder mis pezones. Cada movimiento de su lengua se convertía en una deliciosa tempestad que se desataba con furia en mi entrepierna, en la que el mismísimo Poseidón estaba exhibiendo toda su fuerza masculina. Todo mi cuerpo era un amasijo de nervios alterados por el placer que Alec me estaba haciendo sentir, y lo único mejor de ser yo era sentirlo siendo él. Estaba desatado, dejando que su esencia más pura saliera a la superficie sin tapujos ni tabúes. Ascendió de nuevo hasta quedar erguido frente a mí, sus caderas en diagonal con respecto a las mías, y con los ojos fijos en mí, saltando de mis pechos que se agitaban como olas al ritmo de la marea que eran sus embestidas, y mis ojos, Alec se dejó llevar. Me mordió la cara interna de la pierna, subiendo en dirección a mi pie, que volvía a estar en su hombro, y cuando yo me estremecí y dejé escapar un gemido más agudo que los demás, Alec me puso ambas manos en las tetas.
               Se me arquearon los pies cuando empecé a correrme, pero cuando Alec se desplomó sobre mí, embistiéndome y entrando tan dentro que creí y deseé que jamás pudieran separarnos, mi orgasmo pasó al siguiente nivel. Y todo por el hecho de que él se estaba corriendo conmigo.
               Grité su nombre, le arañé la espalda y jadeé con toda la fuerza de mis pulmones mientras mi sexo se aferraba a él y el suyo se afanaba en darme lo que yo quería, sus dientes en mi cuello y la pierna que antes había tenido alzada ahora rodeándole la cintura, anclándolo en mi interior, espoleándolo con el talón anclado en una de sus gloriosas nalgas.
               -¡Joder, Sabrae! ¡Sí! ¡SÍ!
               Se rompió dentro de mí, su placer y el mío confundiéndose y fusionándose allí donde más nos necesitábamos, convirtiéndonos en algo más que la suma de dos seres sintientes que se habían coordinado en el espacio y el tiempo, dos seres que habían nacido para vivir aquel momento. Me embistió una, dos, tres, cuatro veces antes de detenerse completamente, jadeante y sudoroso y absolutamente perfecto, y se incorporó para mirarme a los ojos. Yo no estaba técnicamente desnuda, pero lo estaba lo suficiente como para que el momento siguiera siendo de los más íntimos que pueden compartir dos personas. Me puso una mano en el cuello y  me acarició los labios con el pulgar sin romper el contacto visual que manteníamos, en el que nos estábamos diciendo muchas más cosas de las que podían encerrar las palabras.
               Nos quedamos así un ratito, nuestros alientos entremezclándose, la conexión que teníamos fortaleciéndose a cada segundo que pasaba. Creo que habíamos sabido desde un principio que acabaríamos así, incluso cuando sólo habíamos compartido un beso. Tocábamos exactamente la tecla que el otro necesitaba que tocáramos, cantábamos la armonía que el otro necesitaba escuchar, sabíamos justo como el otro necesitaba que supiéramos.
               -Me apeteces. Y te quiero-dije, y él sonrió. Me acarició de nuevo los labios, como recogiendo aquellas palabras. Se relamió los labios y me respondió:
               -Yo también te quiero, bombón.
               -¿Y no te apetezco?-bromeé, haciendo un mohín. Alec se echó a reír, salió de mi interior quizá un pelín demasiado pronto de lo que mi cordura podría soportar, y se dejó caer a mi lado sobre la cama. Se llevó un brazo a los ojos y sacudió la cabeza.
               -Joder, Saab. Siempre me vas a apetecer-se puso la mano detrás de la cabeza y me rodeó la cintura cuando yo rodé para colocarme a su lado.
               -Ha estado bien, ¿verdad?-susurré, jugueteando con el vello que tenía en el pecho. Me permití preguntarme si volvería con más de su voluntariado, y si me gustaría, y me di cuenta de que sí. Todo lo que fuera un poco más de él, aunque fueran apenas un puñado de átomos, me gustaría más porque implicaría que habría un poco más de Alec en el universo.
               -Mejor que bien. Ha estado de cine. Has estado increíble, bombón-alabó, dándome un beso en la frente, y yo sonreí.
               -He tenido un buen maestro.
               Arrugó la nariz, sonriente.
               -Hay cosas que no te las he enseñado yo.
               -Oh, disculpa. ¿Creías que el maestro eras tú? Todo lo que sé lo he aprendido de los libros. Te sorprendería saber lo mucho que puedes aprender sobre mamadas a base de leer novelas guarras.
               Lanzó al aire una risa divertida y seductora, y yo me acurruqué a su lado, disfrutando de su calor y, ¿por qué no?, también de la sensación de su piel sudorosa contra la mía. Me gustaba sentir que lo que yo le hacía dejaba huella en él, aunque fueran huellas efímeras que se iban con una ducha.
               -De eso nada, señorita-dijo, empujándome suavemente hacia el borde de la cama-. Al baño, vamos. No pienso dejar que descanses diez minutos si te sigues frotando contra mí así, y hay que cuidar la salud.
               Puse los ojos en blanco.
               -Eres insoportable.
               -¿A que jode?-preguntó, arqueando una ceja e inclinando la cabeza a un lado. Normalmente era yo la que le daba el coñazo con que teníamos que hacer pis después del sexo para evitar pillar nada, y él, que siempre lo hacía, disfrutaba comportándose como si aquello le supusiera un inconveniente terrible. Claro que, dada la excelente salud de Alec, estaba convencida de que aquella costumbre ya la traía de antes.
               Me salí de la cama y me estiré a propósito para torturarle con la vista de mi culo; con lo que no contaba era con que se incorporaría a la velocidad del rayo para darme un bocado en él. Riéndome, me escapé hacia el baño y me quedé mirando a la chica que había en el espejo, de piel brillante por el sudor y la serotonina, pelo enredado pero refulgente, y unos ojos felices que bien podrían competir con el sol. La adoraba. Adoraba lo feliz que parecía y lo satisfecha y lo bien que casaba con el entorno, lo cómoda que estaba en su piel, lo guapa que estaba en aquel atuendo.
               Claro que había que hacer unos pequeños cambios. Después de hacer pis (para lo cual tuve que cerrar la puerta y escuchar los gruñidos de protesta de Alec), me paseé por la habitación ignorándolo deliberadamente mientras se me comía con la mirada, yendo derechita hacia mi bolso. Había metido como había podido en él un pequeño neceser con mis indispensables de cuidado personal, entre los que estaba, por supuesto, el desmaquillante. Volví a cruzar la habitación como si estuviera en una pasarela y contuve una sonrisa cuando Alec me silbó.
               -No hagas eso. ¿Tengo pinta de ser una perra?
               -Sería una explicación plausible a por qué se me mueve tanto la cola-tonteó, poniéndome ojitos. Me reí, pero le cerré la puerta en las narices y tuve que morderme el labio para no reír más cuando protestó al otro lado con un lastimero “¡jooo!”. Tocó la puerta con los nudillos igual que un perrito, pero yo le ignoré.
               -Vuelve a la cama, Alec.
               -Estoy muy solo-lloriqueó. Me reí más, dejando que poco a poco el maquillaje que me había aplicado, sutil pero efectivo, se esfumara a manos del desmaquillante. A pesar de que la chica que me miró desde el espejo era un poco menos guapa la seguí adorando igual, porque esa chica era yo cuando todavía estaba con Alec, y eso era algo digno de celebrar.
               Me veía estupenda en mi conjunto lencero, y como sabía que tardaría mucho en volver a verme desde esa perspectiva deliciosa desde la que lo hacía cuando acababa de acostarme con Alec y su adoración seguía reverberando en mí, eché mano del móvil y decidí hacerme unas fotos que puede que le regalara a mi novio antes de que se fuera para que no me echara tanto de menos.
               Observé a la chica del espejo, y vi en sus ojos cómo una chispa traviesa le aportaba una nueva luz. Me desabroché entonces el enganche del sujetador y lo recogí antes de que cayera. Salí también del tanga y, ya completamente desnuda, abrí la puerta del baño. Vi en un espejo que había colocado justo frente a la misma, ya en el pasillo de la habitación, que Alec estaba distraído mirando su teléfono. Le vi sonreír cuando le envié las fotos que acababa de hacerme, y, tras relamerse, por fin, levantó la vista.
               Levanté en alto mi ropa interior y la dejé caer al suelo con una sonrisa oscura. Cerré la puerta de nuevo para terminar de acicalarme, y cuando la abrí, comprobé que ni el sujetador ni el tanga estaban donde los había dejado. Alec se hacía el inocente mirando su teléfono móvil, que curiosamente estaba al revés. No obstante, cuando pasé frente a él en dirección a la cama, levantó la vista y se mordió de nuevo el labio. Pude comprobar que estaba duro de nuevo, y me regodeé en saber que estaba listo para un segundo asalto. Me tumbé a su lado en la cama con un suspiro lastimero, y entonces él se tumbó sobre su costado para acercarse a mí.
               -Holi-ronroneó, besándome el hombro. Levanté un dedo y lo agité en el aire.
               -Ah, ah, ah. No han pasado mis diez minutos de descanso.
               Se relamió los labios e, incapaz de contenerse, me puso una mano entre las rodillas y comenzó a subir.
               -Pero queda muy poco. Con lo organizada que tú eres, ¿no quieres ir cogiendo ventaja?
               Reí por lo bajo.
               -Dijiste que me quitarías la ropa y me dejarías descansar diez minutos. Acabo de quitármela, así que según mis cálculos, me quedan… ocho minutos y medio de relax.
               -También te dije que quería quitarte yo la ropa.
               -Pero no has entrado conmigo al baño, así que supuse que ya no te apetecía. Así que he decidido hacerlo yo. Hace mucho calor en esta habitación-me aparté el pelo del hombro, descubriendo mis pechos, y me abaniqué el cuello-. Y, como tú bien has dicho, estaba demasiado vestida para la ocasión.
               Alec inhaló sonoramente, recorriéndome entera. Quería tomarme de nuevo pero jamás haría nada sin mi consentimiento, incluso si sabía que lo tenía en el fondo pero no en la forma. Así que esperó.
               Y se desesperó. Porque yo me encargué de hacer que me pagara todas juntas todo lo que me había hecho durante el otro polvo, acariciándome distraídamente mientras lo miraba a los ojos, abriendo y cerrando las piernas para enseñarle mi sexo… lo pasó mal. Lo pasó muy, muy mal.
               Y yo supe que me iba a encantar lo que estaba a punto de hacerme en el momento en que  se acabó el tiempo. Había puesto una cuenta atrás con el tiempo que yo le había dicho, y en cuanto sonó la alarma de su móvil, ni siquiera se molestó en apagarla: se abalanzó sobre mí con un rugido y yo me eché a reír.
               Creo que nunca, jamás, había sido tan feliz.
 
 
La diosa a la que yo tenía el placer de servir estaba que se salía esa noche. Igual que yo, estaba poniendo de su parte todo lo que tenía y más a modo de compensación por lo mucho que nos echaríamos de menos a partir de esa noche.
               Sabrae estaba encima de mí, cabalgándome como a un mustang salvaje, moviéndose sobre mí con una sensualidad que no tenía ninguna otra mujer, sin importar la experiencia que tuviera. Su pelo negro noche caía en cascada sobre sus pechos, y se lo apartaba continuamente porque sabía lo muchísimo que me gustaba verlos. Disfrutaba como nada ver cómo se movían, poder tocarlos, acariciarlos, besarlos y morderlos y escuchar el efecto que mis manos, mis labios o mis dientes tenían en Sabrae: no sólo se le endurecían los pezones, sino que provocaban gemidos de pura satisfacción desde lo más profundo de su ser.
               -Voy a correrme-anunció, temblando de pies a cabeza. Levanté las caderas para llegar al fondo de su delicioso interior y la animé azotándola en el culo con ambas manos.
               -Sí, nena. Dámelo todo.
               Estaba jodidamente espectacular esa noche. Participativa, vocal, mojada y apretada. Lo tenía todo: todo lo que me gustaba de ella se había puesto de acuerdo para venir a despedirme por todo lo alto. Y yo estaba esforzándome por merecerme ese entusiasmo.
                Tras explotar y aferrarse a mí con desesperación, se dejó caer a mi lado y exhaló un suspiro. Decidí dejar que recobrara el aliento; sin embargo, queríamos seguir. Así que me incorporé y, todavía bombeando en su interior mientras sacaba fuerzas de donde no las tenía, le dije:           
               -Bombón…
               -Mm.
               -Estoy pensando que hoy tenemos mucho que hacer.
               -Mm-mm-asintió.
               -Nos estamos dando un homenaje, ¿verdad?-pregunté-. Por todo lo que hemos hecho.
               -Oh, sí-asintió, mordiéndose el labio y arqueando la espalda. Se agarró a las sábanas con tanta fuerza que sus nudillos se clarearon un poco.
               -Creo que nos estamos centrando demasiado en la cama, ¿no crees?-pregunté, y ella abrió los ojos y me miró-. Después de todo, a lo largo de estos meses lo hemos hecho en muchos sitios. Y empezamos en un sofá-señalé el que estaba en un rincón-. Lo justo es que hagamos un poco de tour por la habitación. Me encanta hacerlo en una cama, pero tengo otras cosas pensadas para ti que no son del todo compatibles con un colchón.
               Sabrae abrió muchísimo los ojos.
               -¿En qué estás pensando?
               Me incliné sobre ella y apoyé una mano al lado de su cabeza.
               -En que quiero follarte de pie. En que quiero hacerlo en el sofá. En que quiero follarte en cada puto rincón de esta habitación por todos los días que no voy a poder.
               Sabrae se estremeció, y una sonrisa lasciva le cruzó la boca. Asintió con la cabeza y se incorporó.
               -¿Dónde quieres primero?
               Me quedé mirando la pared y ella se echó a reír. Trató de sacarme de su interior, pero eso era algo a lo que yo no estaba dispuesto aún. Ya saldría de ella cuando estuviéramos satisfechos y agotados, no entre medias. Bastante iba a hacer separándome de ella cuando nuestra relación iba genial; no teníamos que hacerlo también durante el sexo.
               Lanzó un gritito de sorpresa cuando la levanté en volandas y, aún dentro de ella, la llevé hasta la pared. Jadeó cuando sintió el peso de mi cuerpo invadiéndola, su propio peso empujándola más contra mí, y siguió mordiéndome los labios, arañándome la espalda, espoleándome con los talones en el culo hasta que empezó a correrse de nuevo. La pobre se dormiría nada más tocar el colchón, así que más me valía aprovechar mientras pudiera.
               -Sí, sí, sí. Fóllame, fóllame, fóllame-me suplicaba, y yo lo hacía, vaya que si lo hacía. Salí de su interior lo justo y necesario para darle la vuelta y ponerla contra la pared, penetrándola desde atrás en un ángulo que nos encantaba a ambos porque dejaba tan poco espacio para que terminara de llenarla que nos volvía absolutamente locos. Me volví tan desquiciado que tuve que quitarle el piercing para no hacerle daño, y ella se rió cuando lo dejé a nuestro lado, junto a los mandos de la televisión en la pequeña mesa de la misma.
               -Recuérdame que vengamos una vez al mes a este sitio cuando tú vuelvas. Creo que no voy a poder sobrevivir a no cruzar sus puertas después de esto.
               -Si no destrozamos la habitación antes, claro-me reí.
               -Seguro que no les importa que les rompamos un par de muebles.
               -¿Es eso un reto?-pregunté, y esta vez la que se rió fue ella.
               Claro que no se rió tanto cuando la alcé por las caderas, sosteniéndola en el aire y empalándola como no lo había hecho hasta entonces. Gritó, arañó la pared, me suplicó que siguiera… y, cuando terminamos y la dejé en el sofá, tenía la mirada perdida y una sonrisa tonta en la boca.
               -Tú te has tomado algo. Es imposible que estés aguantando tanto sin más.
               A mí también me sorprendía lo mucho que estaba durando, pero en lugar de preguntarme a qué se debía, había decidido disfrutarlo.
               -Supongo que me pasaré el próximo año cansado-comenté, sentándola en el sofá. La miré a los ojos-. Y sediento-le puse las manos en las rodillas y le separé las piernas-. Muy sediento. Así que, si me disculpas, bombón…
               Sabrae echó la cabeza hacia atrás, de sus labios se escapó un dulce “por Dios”, pero edulcorado con la sonrisa de su boca fue suficiente para que yo me diera un festín con ella. Esta vez fui bueno, y, tras ir muy, muy despacio para que ella pudiera disfrutar y descansar a la vez, sólo hice que se corriera una vez. Entonces, se tumbó en el sofá, las piernas abiertas, y me invitó a entrar en su interior.
               Frente al sofá, las cortinas de las ventanas abiertas bailaban frente a un espejo de pie en el que yo no había reparado hasta entonces. Pensándolo en frío, había bastantes espejos en la habitación de los que todavía no nos habíamos aprovechado, pero todavía quedaba mucha noche por delante y algún partido seríamos capaces de sacarles.
               Algo dentro de mí cambió. Ya no me la tiraba con tanta rabia como lo había hecho antes. Ni tan ansioso. Me permití tomarme mi tiempo, la mente perdida en el chico del espejo. Era poco menos que un dios: de músculos bien definidos, torso poderoso, cicatrices que bien podían ser el testigo de una lucha que había vencido tiempo atrás, en la que había conseguido una gloria que ya nadie podría quitarle. A pesar del esfuerzo, del sudor de su piel y el cansancio que poco a poco se instalaba en sus huesos, ese chico era guapo. Ese chico se quería.
               Ese chico había llegado a ser quien era gracias a la chica a la que estaba haciendo disfrutar. Si no fuera por Sabrae, yo no sería nada. Sólo Sabrae había conseguido sacarme de mi cascarón y arrancarme de las garras de mis demonios para que yo pudiera florecer como estaba destinado a hacerlo.
               Me veía guapo, sí, pero sobre todo me veía digno como no me lo había visto en mi vida. Y todo porque había sido capaz de aceptarme y quererme tal y como era, creerme que era digno del amor que todo el mundo me profesaba. Todo gracias a la insistencia y la paciencia de Sabrae, la que más había apostado por mí, jugando a un todo o nada en el que no sentía que hubiera perdido a pesar de que fuera a marcharme.
               Aquel era el único momento en que yo llegaba a merecérmela: cuando estaba dentro de ella y sólo le proporcionaba placer en lugar de disgustos. No debería tener el inmenso privilegio que era estar entre sus piernas, y sin embargo ella me lo concedía una, y otra, y otra vez, como una diosa generosa a la que no le importa que las ofrendas de sus fieles sean humildes, y que con su sola adoración ya les basta. Porque realmente era así: con que yo la quisiera, para Sabrae era más que suficiente.
               ¿Qué iba a ser de ella cuando yo me fuera y Scott también lo hiciera? Yo siempre había sido el apoyo que había tenido cuando Scott se había marchado de casa por el concurso y ella lo había pasado tan mal, y si ya lo había pasado así de mal cuando Scott estaba en la misma ciudad, ¿cómo sería cuando Scott se fuera del país? ¿Cómo iba a hacer Sabrae para sobrevivir?
               ¿Cómo iba a hacerlo yo? Mi ansiedad estaba desbocada. Mi hermano sabía que yo iba a marcharme, y que tenía vía libre para hacer lo que quisiera. Sí, de acuerdo, tarde o temprano yo me cobraría mi venganza, pero de poco me serviría que Aaron se desintegrara si le había siquiera puesto la mano encima a Sabrae. Todo eso me comería vivo durante el voluntariado. Dejaría de ser ese chico del espejo y me convertiría de nuevo en el gilipollas chulo que se odiaba en el fondo de su corazón en cuanto pusiera un pie en ese avión. Todo el trabajo que Sabrae había hecho en mí, tirado a la basura.
               Volvería a recaer. Lo sabía. Y si Sabrae no estaba allí para ayudarme, si no podía contactar con Claire, quién sabe si volvería.
               Como si sintiera que mirarme en el espejo era venenoso para mí, Sabrae se incorporó y me empujó suavemente para sentarme sobre el sofá. Se sentó entonces encima de mí, besándome y hundiéndome despacio en ella, como si su instinto le dijera que necesitaba que me diera su cuerpo para tranquilizarme.
               Pero yo ya estaba en esa espiral. Por mucho que se esforzara en sacarme de ella, sabía qué era exactamente lo que venía a continuación.
               Si con tan solo un par de días sin tocarla ya había sido capaz de creer que no quería que me quedara, ¿qué no me harían unas semanas? ¿Meses? ¿El año entero? No podía escaparme de sus manos así. Se había esforzado demasiado por conseguir ponerme donde estaba, convertirme en quien era, como para que todo su esfuerzo se fuera por el retrete.
               Sabrae me acarició la cara, sus manos recorriéndome las mejillas, el mentón, el cuello. Entrelazó los dedos en mi nuca y se inclinó para besarme, sonriente y feliz. Ya no lo estábamos haciendo con la desesperación de antes, sino que disfrutábamos de nuestros cuerpos, del momento, del ahora, y no de la angustia que nos producía el futuro.
               Estaba tan feliz… y yo iba a joderlo todo. Joder. Joder. Joder.
               -No sabes lo muchísimo que me alegro de que estés bien, Al.
                Tenía que quedarme. Tenía que hacerlo por mí, e indirectamente también por ella. Tenía que quedarme, pero, ¿cómo iba a hacerlo, si todo el mundo se estaba despidiendo de mí, como si supieran que yo tenía dudas y estuvieran tratando de convencerme de que me tenía que ir? ¿Era porque creían que Sabrae iba a estar mejor sin mí?
               -Te quiero muchísimo. Y te voy a echar muchísimo de menos. No sólo por todo esto que estamos haciendo ahora, sino por todo lo que llevamos haciendo meses.
               -No te despidas de mí. Por favor, no te despidas tú también de mí.
               -No me despido, amor-respondió, besándome la palma de la mano y pegándosela a la cara-. Sólo quiero que lo sepas.
               No podía más. No podía más. Iba a joderlo todo. Yo… yo…
               Me eché a llorar. Por suerte, si algo tenía lo bastante interiorizado como para que no se me olvidara era que no debía seguir comiéndome mis emociones si no quería que ellas me comieran vivas. Y, francamente, no veía otra salida.
               -Aw-ronroneó Sabrae, completamente ajena a lo que me estaba pasando. La pobre creía que simplemente me había emocionado y punto, pero no. Me había dado cuenta de que estaba metiendo la pata cuando ya era prácticamente imposible sacarla. Había una ínfima posibilidad, pero sabía lo que me llevaría.
               Y, que Dios me perdone, porque yo no lo iba a hacer… pensaba aferrarme a ella como a un clavo ardiendo.
               Cuando Sabrae se inclinó para darme un beso y abrazarme, yo escondí la cara en su cuello y me abracé a ella con ansias. Ella era mi salvavidas en tantos aspectos que parecía imposible que lo fuera sólo una persona. Puede que por eso estuviera tan empeñado en compararla con una diosa: porque Sabrae hacía tantas cosas sobrehumanas que llegaba un punto que no podía ser casualidad.
               -Te quiero. Te quiero-sollocé-. No dejes que me vaya. Por favor, Sabrae, oblígame a quedarme contigo. No dejes que me marche a Etiopía. No quiero dejarte aquí. No quiero separarme de ti. No quiero joderlo todo-jadeé, empapándole el hombro. Sabrae me acarició el cuello con paciencia, ya detenidas sus caderas. Me dio un beso en la cabeza y descendió con su mano por mi espalda.
               -No vas a joder nada, Al.
               -Sí. Sí que lo voy a hacer. Lo voy a joder todo. Por eso necesito que me digas que me tengo que quedar. Soy un egoísta y un cobarde, pero necesito que me lo digas.
               -No voy a hacerlo, mi amor-dijo con paciencia, besándome de nuevo la cabeza-. Aunque no me falten ganas, y lo sabes… sabes que no puedo hacerlo. ¿En qué me convertiría si no te dejara ser libre?
               Me puso las manos en los hombros y me separó de mí para mirarme.
               -Alec, lo vamos a superar, te lo prometo.
               Me la quedé mirando, maravillado y a la vez asustado por lo profundo de lo que compartíamos. Era igual de inmenso que un océano, eso lo tenía claro desde el principio, pero lo que no me esperaba era que contara también con esa profundidad y con sus matices. En nuestro amor había capas y capas, tonos de azul turquesa y del negro más oscuro; playas paradisíacas, arrecifes de coral y fosas abisales. Ya no era algo físico. Era mucho más que espiritual. La unión que teníamos trascendía todo tipo de planos. Era un nuevo elemento en la tabla periódica, un universo en que ninguna de las leyes de la física que conocíamos se podía aplicar.
               No había nada que pudiera hacerle, ningún gesto de cariño que pudiera regalarle en el que pudiera transmitir todo el mor que sentía por ella. Suerte que ella lo sentía también.
               -Pero tú…
               -Yo estaré bien-me prometió-. Todo lo bien que puedo estar sin mi hombre a mi lado, claro-sonrió, calmada.
               -Pero Scott…
               -Echaré de menos a mi hermano, por supuesto, y él me hará un poco más llevadero todo mientras tú no estés, pero, Al… es ley de vida. Tarde o temprano Scott y yo íbamos a dejar de compartir casa. Y ya no es lo mismo que cuando él se marchó para hacer el programa. Tú estuviste ahí para mí… y lo voy a dejar mejor.
               -Pero tú y él…
               -Al, no quiero ser borde ni nada, pero no me apetece mucho hablar de mi hermano cuando te tengo dentro de mí. Sólo quiero que dejes de llorar y que estés tranquilo. No vas a joder nada. E, incluso si cometieras algún error, yo te perdonaría, ¿sabes? Porque eres humano, y va a ser mucho tiempo… entiendo que tienes necesidades y que será muy difícil resistirse, así que, si lo que te preocupa es lo que puedas hacer en Etiopía y lo que nos puede afectar a nosotros… no te preocupes.
               -¿Qué?
               -Escucha-dijo, acomodándose a mi alrededor. Todavía estaba dentro de ella, pero ya apenas sentía la presión de su cuerpo en torno al mío-. Quiero que esto funcione. Quiero que la relación aguante. No puedo pedirte que te quedes porque lo haría por motivos egoístas, no porque sea lo mejor para ti. Creo que te vendrá bien irte, pero sabes que no quiero que te vayas. Y no me sentiría bien conmigo misma cediendo al miedo que tengo de imaginarte con otras y pidiéndote que no hicieras nada, así que…
               -¿Qué?-repetí, y ella me miró con severidad, como diciendo “déjame hablar”.
               -Me resulta muy difícil decirte esto, Al, porque sé que es fácil que lo entiendas como que no confío en que eres capaz de serme fiel, cuando todo lo contrario-se apartó un mechón de pelo de la cara-. Yo sólo quiero… yo sólo quiero que este año se te pase lo más rápido posible, y que no desarrolles sentimientos negativos hacia mí porque sientas que te estoy quitando parte de la experiencia, así que… quiero que sepas que si te apetece acostarte con otras chicas durante el voluntariado, a mí no me va a importar. No es que yo vaya a acostarme con otros-añadió al ver mi cara, malinterpretando mi expresión-. Claro que no. Ni lo haré ni me apetecerá, porque sé que con ninguno voy a disfrutar tanto como contigo. Lo que sí que te pediré es… por favor-dijo, mordiéndose el labio, los ojos un pelín brillantes-, por favor, no te enamores de otra en África. Sé lo que te gusta mi tono de piel. Sé lo que te gustan mis rizos. No sabes el miedo que me da saber que vas a un sitio en el que son la regla y no la excepción. Acuéstate con todas las que quieras, pero no te enamores en África, por favor.
               Me la quedé mirando en silencio, bebiendo de su preocupación, de la vergüenza que le producía pedirme algo que era básico. Me cabreé conmigo mismo por haber dejado que creyera que existía siquiera esa posibilidad.
               -No voy a hacerlo.
               -Intenta no hacerlo-dijo.
               -No voy a hacerlo, Sabrae-respondí, tozudo-. ¿Y sabes por qué? Porque tú eres la excepción. La auténtica excepción. Yo no me he enamorado de nadie más que de ti. Y me gusta que seas la excepción, Sabrae. Por Dios, bombón, si estoy loco por ti, ¿cómo va a gustarme ninguna otra?
               -Yo sólo quiero que sepas que tienes mi permiso para hacer lo que te apetezca, excepto eso. Y que sepas que no será joder nada. Es normal. Somos humanos, Al.
               -No. Es que que no me va a apetecer, Sabrae. ¿Por qué voy a cambiar una promesa que te hice sin que tú me lo pidieras cuando empezamos a liarnos, antes incluso de ir más en serio, simplemente porque las chicas supuestamente van a ser más como tú? Yo no me enamoré de ti porque seas negra. Me enamoré de ti porque eres tú. Y me da igual que creas que eres de Etiopía, de Turkmenistán o del puto Júpiter, Sabrae. Sé que eres única en el mundo y que no hay ninguna que se compare contigo. Así que no voy a encontrar otra como tú allá donde voy. Por eso me va a ser fácil esperar en ese sentido.
               -Eso no lo sabes, Al.
               -No, sí que lo sé. Claro que lo sé. Sé lo que siento cuando estamos juntos-aseguré, cogiéndole la cara-. Sé lo que es esto. Y sé que no lo voy a encontrar en ningún otro sitio. Así que ¿por qué molestarme en buscarlo? No quiero quedarme para evitar la tentación, Saab. Quiero quedarme para no tener que separarme de ti.
               Le limpié las lágrimas que le corrían por las mejillas y ella sorbió por la nariz.
               -Entonces, ¿qué crees que vas a hacer que lo va a joder todo?
               -Vas a necesitarme, y yo no voy a estar ahí.
               -Alec, yo siempre te voy a necesitar. Eso no me da derecho a encerrarte en una urna de cristal y llevarte conmigo a todos lados.
               -Yo no me quejaría.
               -Alec, eres tu propia persona-me recordó, suspirando.
               -Pues entonces, es por mí. Porque no sé lo que me va a hacer estar lejos de ti. O mejor dicho sí lo sé, pero me da miedo arriesgarme a que suceda. No quiero recaer. No quiero desandar todo el camino que he hecho. No quiero que todo lo que nos hemos esforzado por conseguir que controle a los demonios de mi cabeza sea en vano.
               -Por eso, exactamente, tienes que marcharte-dijo ella, cogiéndome la cara y acercándose mucho a mí-. Porque ésta es la prueba definitiva. Sólo estando solo y viendo que estarás bien serás capaz de darte cuenta de todo lo que has conseguido. No importa quién te haya ayudado: el mérito de todo lo que has trabajado es tuyo, Al. Y sólo te permitirás reconocértelo a ti mismo cuando veas que lo tienes todo bajo control sin escudarte en que yo te estoy echando una mano. Porque la verdad es que lo que he hecho todo este tiempo es echarte una mano, Al. Jamás has dado ningún paso con mis pies; siempre han sido los tuyos.
               Me eché a llorar. A llorar muy fuerte, porque tenía razón, como siempre. Yo era un cobarde y no quería enfrentarme al voluntariado porque era la prueba definitiva, la final que yo ya no me atrevía a jugar por si la perdía.
               Como había perdido la última.
               Sabrae se acercó a mí, me abrazó con fuerza y me susurró palabras tranquilizadoras al oído. Que era fuerte, que podía con esto, que todo el amor que recibía, tan abundante como intenso, era merecido, y que no defraudaría a nadie porque lo llevaba en la sangre. Era un campeón. Lo conseguiría.
               Me la llevé de vuelta a la cama y le hice el amor despacio, confiando en que así sería capaz de entender hasta qué punto la quería. Ni juntando todas las frases cursis de las novelas de amor que le encantaban…
 
 
… ejem.
 
 
… bueno, vale, que nos encantaban podría expresar lo que ella me hacía sentir. Pero sí con mi cuerpo. Y lo intenté, de veras que lo intenté.
               Y creo que hice un buen trabajo, porque cuando me separé de ella, Sabrae sonreía, satisfecha y absolutamente feliz. Me cogió la mano por debajo de la sábana y se dedicó a darme besitos por la cara interna del brazo, exactamente igual que lo había hecho yo cuando nos reconciliamos después de aquellos días de distanciamiento terribles.
               Empecé a contarlos no sé muy bien por qué, y cuando pasamos de los 365 y Sabrae siguió dándome besos, respiré tranquilo y dejé ir mi mente. Sabía que pronto renunciaría a esa manía de contar todo lo que ella me daba y que había creado aquel maldito día en la playa.
               Sabrae se acurrucó contra mi cuerpo e inhaló profundamente, disfrutando de mi olor.
               -¿Qué has hecho con tu sudadera de boxear?-preguntó, y yo me di cuenta entonces de que iba a dejar de olerla. No sólo de oírla, de probarla, de tocarla, de escucharla, sino también de olerla.
               Claro que ella ya estaba pensando en ello.
               -Se queda.
               -Se muda-decidió, y yo me reí.
               -¿Qué vas a hacer cuando toda mi ropa esté sucia?
               -No lavarla.
               -Qué cerda. Seguro que puedo olerte desde Etiopía.
               -Probablemente-sonrió, desperezándose y acurrucándose todavía más. Me dio un beso en el costado y sus dedos juguetearon con una de mis cicatrices con la relajación de la que sabe que ya no me hace daño señalando mis defectos. Aquellos eran rincones que Sabrae adoraba, las pruebas vivientes de que había luchado por volver con ella, de que quería volver con ella.
               -¿Me darás alguna prenda para que me la pueda llevar al voluntariado?
               -Claro. Siempre y cuando me dejes que sea yo la que las elija. Y nada de bragas-añadió, abriendo un ojo y mirándome de reojo.
               -¿Ni una?
               -Nop.
               -¿Tanga?
               -Tampoco.
               -¿Bikini?
               -Alec.
               -¿Calzoncillos míos que misteriosamente aparecen en tu cajón de las bragas y que hace como dos meses que no me pongo?
               -Mm, esos vale. Pero los lavaré primero.
               -No te molestes-repuse, sonriente, y ella se rió otra vez. Me acarició el torso y soltó un sonoro bostezo, y yo me estiré a por el móvil para ver qué hora era.
               La madrugada había hecho acto de presencia en la habitación. Las estrellas ahogadas y silenciosas no retumbaban contra las paredes como lo hacía la fecha que había debajo del reloj.
               -Ya es 31-anuncié, y Sabrae se encogió instintivamente, aferrándome con más fuerza. No dejándome marchar incluso cuando no se atrevía a suplicarme que me quedara. Puede que su conciencia no le perdonara si lo hacía, pero su subconsciente estaba más que por la labor de ceder-. ¿Qué quieres hacer?
               -Quedarme aquí hasta que llegue agosto.
               Le acaricié la cabeza, los hombros, la espalda. Jugué con su pelo y Sabrae se dejó hacer.
               -¿Estás cansado?
               -Depende. ¿Para ir a una olimpiada matemática? Para eso nací cansado. ¿Para volver a acostarme contigo? Nop.
               -Cinco minutitos de descanso y luego volvemos a ello, ¿vale?
               -No tienes que hacerlo si no te apetece.
               -Alec, en unas horas te marchas un año a otro continente-respondió-. Si te piensas que me voy a pasar este tiempo durmiendo es que por fin se están manifestando las secuelas psíquicas del accidente.
               -¿Acabas de hacer una rima?
               -Soy muy lista-se chuleó-. ¿Se te ha olvidado que te puedo insultar en orden alfabético?
               Sonreí y me incorporé hasta quedar casi sentado. Necesitaba decirle algo antes de que se me fuera la cabeza pensando en lo desnuda que estaba. Llevaba dándole vueltas a lo que me había dicho sobre que yo necesitaría acostarme con otras personas y ella no desde que habíamos acabado, y me había dado cuenta de que, a pesar de que me hervía la sangre imaginándomela con otros y lo único que me apetecía era arrancarles la cabeza a esos tíos imaginarios que ni siquiera tenían rostro, no quería que Sabrae tuviera que pasar por un año de abstinencia impuesta. Igual que ella me había intentado dar la libertad para que hiciera lo que se me antojara, una libertad que yo no utilizaría, lo justo era que yo hiciera lo mismo con ella. Incluso cuando sabía que a ella ni siquiera se le había pasado por la cabeza que otros pudieran entrar en la ecuación.
               -Quiero que hablemos de una cosa antes de volver al lío.
               Sabrae se quedó tumbada a mi lado, mirándome con curiosidad. Asintió despacio con la cabeza.
               -De acuerdo…
               Al ver mi expresión decidida y seria se incorporó por fin. Se capturó un mechón de pelo tras la oreja y se envolvió con la sábana. Lo justo era que no hubiera distracciones para que pudiéramos hablar tranquilamente, y lo cierto es que yo se lo agradecía.
               -No creo que lo hayas hecho porque ya tengas a alguien en mente, pero lo cierto es que que me hayas dado libertad para acostarme con otras mujeres durante el voluntariado, incluso aunque yo no tenga pensado hacer uso de esa libertad, me hace pensar que, para que la relación esté equilibrada, lo justo sería que yo también te la diera.
               -No la quiero-dijo.
               -Bueno, pues te la doy igual.
               -Pero no la quiero-insistió-. Alec, sólo estás tú.
               -Ya lo sé. Pero tienes tan poca experiencia que…
               -¿Poca experiencia? Alec, no me jodas. Soy capaz de hacer que te corras en menos de un minuto. No tengo poca experiencia.
               -Que seas buenísima follando no quiere decir que seas la que más sabe-repliqué-. Y no estoy criticando eso, ¿vale? Sólo digo que… es muy sano probar. Yo sé todo lo que sé y lo hago tan bien como lo hago porque he probado muchísimo. Y, dado que tú no elegiste que yo me marchara un año, creo que lo más justo es que tú también puedas disfrutar de tu sexualidad como lo he hecho yo: con total libertad y sin dar explicaciones a nadie.
               -Ya, bueno, pero nosotros somos distintos. Yo estoy enamorada de ti. Gran parte de por lo que me gusta el sexo es porque lo tengo contigo. Para mí significa mucho más que un par de polvos, ¿sabes?
               -Por eso precisamente es por lo que te vendría bien probar otras cosas. El sexo sin ataduras puede estar muy guay.
               -¿Más que morrearme con mi novio después de que él me coma el coño y no se aparte cuando me corro porque le encanta mi sabor?-me preguntó. Desencajé la mandíbula.
               -Jamás pensé que te diría esto, Sabrae, pero abre un poco más la mente y cierra un pelín las piernas.
               Me dio un puñetazo en el hombro y yo me reí.
               -No tiene gracia. No tiene ninguna gracia.
               -Y, entonces, ¿por qué te ríes?
               -Porque eres imbécil-replicó, sonriendo. Me rasqué la zona donde me había golpeado y continué.
               -Lo digo en serio, Saab. Si a lo largo de este año se te cruza otro chico…
               -No se me va a cruzar.
               -¡Respeta a tus mayores, niña! Si se te cruza otro chico-la miré con una advertencia en los ojos cuando abrió la boca, y levantó las manos, dejándome estar, pero puso los ojos en blanco de una forma que me dio ganas de borrarle esa expresión de sabelotodo a polvazo limpio-, quiero que sepas que tienes mi bendición. Líate con él. Fóllatelo, si quieres. Joder, Sabrae, fóllatelos a todos los que tengas a mano si quieres. Acuéstate con ellos y, si quieres, fóllatelos poniéndoles mi cara. De hecho, por favor, tírate a todo lo que se mueva y llámalo Alec-sonreí ante la idea, que ya no me parecía tan desagradable. Sería legendario. Mi mito no haría más que aumentar. Y todo contado de sus labios-. Pásatelo bien, emborráchate, ten resaca y mándame un mensaje aunque te ardan los ojos y no sepas cuándo lo voy a poder ver. Mastúrbate pensando en mí. Mastúrbate pensando en otros. Sé libre, Saab. Sé joven. Sé cómo era yo, como todavía lo soy, pero contigo. Duérmete pensando en mí y duérmete olvidándome, despiértate deseando que esté a tu lado y a la vez adorando que estemos lejos, porque la culpa de la distancia sólo será mía y ya nos echaré yo de menos por los dos. Es que… ¡joder!-dije, cogiéndole la cara-. Eres tan pequeña, que no sé cómo es posible que pueda quererte tanto. No sé cómo puedes ser lo único que haga que no me quiera subir a ese avión-negué con la cabeza y ella sonrió, emocionada-. Si te saco dos cabezas, prácticamente te puedo meter en el bolsillo del pantalón, pero… eres lo mejor que tengo, lo más fuerte, lo más potente. Así que no dejes de ser tú porque yo me vaya. Haz lo posible por conservar a la chica que eres ahora y no dejes que mi ausencia te amargue. Sé feliz, bombón.
               Me incliné hacia ella y busqué su boca, que me recibió con cariño. Sus dedos se enredaron en mi pelo y perfectamente podría haberme derretido.
               -Alec.
               -Mm.
               -Yo no puedo ser feliz sin ti.
               Abrí los ojos y la miré. Le acaricié la nariz con la mía.
               -¿Quieres que me quede?
               -Sí.
               -¿De veras?
               -Sí, pero también quiero que te cures. Y sé que este viaje será terapéutico para ti, así que estaré más que encantada esperándote.
               -En serio, Saab. No me parecerá mal que hagas nada con otros. Acuéstate con ellos. Creo que no hay nada que me gustaría más que imaginarte pensándome mientras otro está dentro de ti.
               -Mira, Al…-se apartó de nuevo el pelo de la cara-. Entiendo por qué dices esto, y te honra muchísimo que pienses así, pero… cada uno tiene su propio camino en la vida, y lo que te ha llevado a ser feliz a ti no tiene por qué hacérmelo a mí. Tú eras libre con mi edad porque no querías a nadie. Yo ya te he encontrado y quiero estar contigo, y sólo contigo. Mi libertad va a ser pensarte a todas horas, masturbarme todo lo que pueda-sonrió, sonrojándose un poco- y echarte de menos tanto que me duela. Y eso me hará feliz incluso cuando esté triste porque no estás, porque será la prueba de que no me imaginé lo que teníamos. Tus cicatrices son la prueba de que sobreviviste, y que te duelan es una prueba de que estás vivo. Bien, pues tú eres mi cicatriz. Así que quiero que me duelas, que me supures y que no me dejes dormir. Así la cura será más dulce cuando tú vuelvas.
               Le besé la yema de los dedos.
               -Creo sinceramente que eres el amor de mi vida-le dije-, y que si hago algo alguna vez que pueda alejarte de mí, seré un puto gilipollas. Así que no dejes nunca que te aleje de mí, mi amor.
               -Yo estoy convencida de que eres el amor de la mía. Y que no prefiero la comida rápida cuando tengo un banquete esperándome en casa. Seré paciente. Y disfrutaré de cada minuto que tenga que estar esperándote, amor.
               La tomé de la cintura y la tumbé debajo de mí.
               -Todavía no sé muy bien qué he hecho para merecerte.
               -Nacer-respondió, como siempre. Dejó que la besara y tiró de la sábana para cubrirnos a ambos. Me la quedé mirando bajo aquella cúpula de nieve, y me di cuenta de lo genial que le iba el blanco.
               Ni de coña iba a dejar que otro cabrón la viera vestida entera de ese color.
               -Ya no estoy cansada-anunció, como si la manera en que se había abierto de piernas fuera demasiado sutil para que su novio, casi repetidor, la pillara-. ¿Ponemos a The Weeknd?
               Y, sin que sirva de precedente, respondí que no.
               -Esta noche sólo te quiero escuchar a ti.
 
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1 comentario:

  1. Pero bueno señora tremenda maratón de sexo te has marcado, estoy obnubilada. Me ha encantado ver a Alec desinhibirse y he decir que el momento en el que se ha puesto a llorar me ha partido en dos.
    Me ha encantado la charla que han tenido sobre follar con otros y me ha dado una pena tremenda a su vez verlos hablar de ello. Me muero de pena pensando en lo que van a sufrir. Pero me encanta como han sacado lq conversacion adelante y como se han sincerado.
    Ahora si que si ya esta a la vuelta de la esquina la despedida. LLEVO AÑOS ESPERANDO ESTO ERKINA. NO ME ENCUENTRO BIEN.

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