sábado, 24 de febrero de 2024

Capear temporales.


 
¡Hola, flor! Quería pasarme por aquí un momentito para darte las gracias por tu paciencia; sé que te he dejado un poco loca con el tema de la pista, pero ¡por suerte, pronto tendrás la solución!
¡Oh, y otra cosa! Permíteme que te recuerde que el día 5 de marzo celebramos un evento muy especial, así que… el domingo que viene (o sea, no pasado mañana, sino el siguiente) no habrá capítulo, sino que se traslada al martes por razones evidentes. ᵔᵕᵔ
Dicho queda todo, ¡disfruta de este cap que tanto se ha hecho de rogar!  
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Mi dulce Luna, mis preciosas estrellas, mi adorada Sabrae,
 
Te escribo estas líneas sobrevolando algún punto del continente que se está cobrando la deuda que contraje con él en el momento en que hizo posible que tú existieras, con las luces de las ciudades que mi mentalidad de europeo colonialista no es capaz de procesar que estén ahí, porque todo el mundo sabe que África es desierto, un rinconcito con pirámides, y nada más.
               A pesar de que creo que el vuelo es tranquilo porque, aparte del personal de vuelo, la única persona despierta en este aparato soy yo, creo que nunca había pasado por un periodo con tantas turbulencias. Quizá sea un error volver a pensar en lo que ha pasado cuando hemos ido a tu casa a anunciarles a tus padres que yo me iba en esta carta, porque cuando la recibas habrá pasado una semana y las aguas pueden haberse calmado, o quizá hayas sido capaz de dejarlo apartado en un rincón de tu memoria al que no te permites a ti misma acceder, pero me has enseñado a hablar las cosas aunque nos duelan y que es mejor quitarse la tirita del tirón a dejarla ahí y que la herida no respire. Así que allá va.
               No quiero que te sientas culpable por lo que pasó con tus padres antes de que yo me marchara o que me arrepiento de haber ido por tu casa, porque aunque sí que tengo que reconocer que fue un rato un poco desagradable, no ha empañado en absoluto lo que han sido estos días contigo. Quiero que sepas que ha sido una liberación para mí, tanto porque ya no me siento tan sucio por mentirte y permitir que sepas que no lo estoy pasando bien con el voluntariado, como porque sé que, ahora, tú volverás a serme sincera y encontrarás en mí el consuelo que nunca debí dejar de ser para ti, y cuya posición me arrepiento mucho de haber abandonado. Pero sé que todo eso es ya pasado y no merece la pena detenerme a pensar en ello como sí que lo merece dedicar unos momentos de mi viaje a pensar en la posición en la que nos va a dejar esto.
               Ya sabes que no me hace especial gracia separarme de ti estando la situación como está, pero a pesar de todo, cuanto más lo reflexiono (igual es porque la velocidad me está activando más el cerebro, o puede que sea la altura, que me lo está descomprimiendo un poco), más me parece que tenías razón con lo de darle a nuestra separación una segunda oportunidad. Sé que no va a ser fácil. Sé que nos arrepentiremos los dos. Sé que a ti te duele como a mí me duele, porque encima vas a cargar con el peso de compararte conmigo y creer que yo lo tengo peor porque tú, al menos, estás en casa, con todos los que te quieren rodeándote y guiándote, mientras yo estoy solo. Pero, oye, no te preocupes. Estoy seguro al cien por cien de que vamos a superarlo. Creo de verdad en nosotros. Creo que tú serás mi consuelo y mi razón para intentar ser optimista en este mes de prueba, y creo que vas a encontrar en mí un consuelo que creías que antes no tenías. Supongo que hay algo romántico en compartir las penas, ¿no? Y no me refiero a romántico rollo flores y corazones, sino romántico como me dices que lo son algunas novelas en las que aparecen monstruos. Bueno, pues Etiopía será nuestro monstruo, la tozudez de tus padres será nuestro monstruo, pero lo bueno de estas novelas y por lo que sé que te gustan tanto es porque al final todo acaba bien, tanto porque vencen al monstruo como porque acaba no siendo tan malo como dicen.
               Quiero que sepas que voy a estar siempre aquí, ¿vale? No hay tarea que pueda darme Nedjet que me tenga lo bastante ocupado para no salir corriendo en cuanto me digan que me llaman por teléfono. Si tengo que hacer dobles turnos, o trabajar por la noche, o morderme más la lengua y no ser tan respondón, lo haré. Igual que cargaré orgulloso con la etiqueta de Malo De La Película® con tal de seguir en tu película.
                Me dijiste que sería mejor que nos escribiéramos para darnos un tiempo para que las cosas se asienten de nuevo y no aferrarnos demasiado el uno al otro para así poder intentarlo de verdad, pero me preocupa que te encierres de nuevo en ti misma y te culpes por cosas de las que eres una mera víctima. Pero te prometí que te haría caso, así que… este soy yo cumpliendo ambas promesas.
               Dios, ojalá pudiera traerte conmigo y enseñarte las puestas de sol aunque sea sólo una vez. Ojalá pudiera arrancarte de esas garras que te tienen enganchada y pudiera curar el dolor de tu alma. Ojalá pudiera hacer que todo fuera diferente, Saab.
               Todavía puedo sentir el sabor de tu piel en mi lengua, del placer que me enorgullece como nada hacerte sentir, de tus risas mientras me besas y me pasas los dedos por el pelo. Toda tú vas a ser mi consuelo si estas tres semanas de prueba no salen bien, y también serás la razón por la que intentaré que todo sea un poco mejor.
               Te quiero, mi amor. Te quiero desde que puse los ojos sobre ti, pero supongo que no lo supe hasta demasiado tiempo después. Así que hemos perdido todos esos años en los que podríamos habernos querido sin odiarnos ni nos habríamos picado sin pretender molestarnos o enfadarnos de verdad, y ahora te echo tanto de menos que no puedo ni respirar, y eso que acabo de tenerte (o, bueno, espera… acaba de pasar una azafata corriendo y todos los demás pasajeros están despiertos y chillando, así que puede que se haya despresurizado la cabina y yo no encuentro mi mascarilla).
               Es broma. ¿Te imaginas que después de haberle dado unfollow a tu padre en Instagram –porque SÍ, Sabrae, le dejé de seguir cuando tú no mirabas, simplemente adoro el drama –resulta que la palmo en un accidente de avión porque se despresuriza la cabina? Dios, las loquitas que reconocen a tu padre incluso por la uña de su pulgar se volverían absolutamente insoportables hablando de cómo toda persona que se alce contra Zayn caerá. Ni de coña les voy a dar esa satisfacción.
               Vamos a ganar, mi amor. Lo sé. Estoy convencido de ello. Ya sé que tú misma has tenido que convencerme de que no va a pasarnos nada y de que no podrán convencerte ni en un millón de años de que yo soy malo para ti, pero quiero dejarlo por escrito para que puedas releerlo cuando sientas que no puedas más. Tómatelo con calma. Piensa que estas semanas son una prueba de lo que puedes conseguir si te lo propones, incluso cuando sientas que tienes al mundo en contra. Piensa que a nunca me vas a tener en contra.
               Bueno… creo que eso es todo. No tengo mucho que decir después de estos días increíbles, así que… voy a ver si duermo un poco. Estos últimos días han sido muy intensos hasta para mí, y eso que yo iba preparado para no dormir más de dos horas en Inglaterra (y no necesariamente seguidas). Creo que me voy a morir de una sobredosis de tu esencia, y odio sentir cómo, a cada segundo que pasa, las gotitas de tu éter se van desvaneciendo de mi organismo. Puede que me pase mejor el mono si duermo algo, porque seguro que, incluso estando a diez mil metros del suelo, voy a soñar contigo.
               Tuyo, siempre, hasta que los dos nos desvanezcamos, le pese a quien le pese y pase lo que pase,
               Al.
               PD: Aunque estoy en modo intenso porque me han dado una cena cojonuda (dale las gracias a Shasha de mi parte), quiero volver a las rimas en las próximas cartas, si es que las hay. ¿Vale?
               Me apeteces muchíííííííííííííííísimo.
               Tamborileé con el sobre en el que había metido la carta nada más bajarme del avión en la primera parada antes de llegar a mi destino final en Nechisar mientras oteaba entre las caras oscuras que iban de acá para allá, completamente ajenas a mi presencia. Encontrar un buzón era más complicado de lo que había pensado, supongo que por la importancia de lo que echar la carta al buzón suponía: que me había marchado de verdad. Si la enviaba, no podría subirme al primer avión que saliera de vuelta a Inglaterra y decirle a Saab que, por mucho que lo intentara, simplemente me superaba el pensar en dejarla sola con sus padres. Sabía de sobra que podía con ello y así se lo haría saber a ella, y aunque me doliera que creyera que no le era sincero con tal de no hacerle daño al decirle que confiaba en ella al cien por cien, me terminaría pasando factura el estar a miles de kilómetros de ella, completamente impotente ante lo que pudieran decirle o hacerle sus padres.
               Las tres semanas de prueba no habían empezado con nuestro beso de despedida en Heathrow. Empezarían con la carta separándose de mis manos y yendo en su dirección.
               Aterrizar en Addis Abeba ni siquiera había parecido del todo real, sino más bien un sueño. Había paseado igual que lo había hecho la otra vez, haciendo un poco de tiempo mientras esperaba a que anunciaran mi puerta de embarque para el segundo avión; me había pavoneado delante de las cámaras de seguridad con la esperanza de que Shasha y Sabrae estuvieran viéndome, y había terminado sonriendo para mis adentros cuando comprobé que, efectivamente, una de ellas me seguía con más determinación de lo que lo hacían las demás. Me había sentido un poco como el personaje protagonista, la verdad, y cuando había atravesado la pista en dirección al pequeño avión con el que completaría mi viaje, mi vida se me había parecido a las que se mostraban en las películas de soldados que aumentaban su tiempo de servicio en detrimento de estar con sus novias porque querían vengarse de algún atentado terrorista. Sí, lo sé, eso es propaganda imperialista de Estados Unidos, pero a mí me tocaba la fibra sensible y me aumentaba la testosterona, así que disfrutaba viendo esas pelis (y más todavía desde que había empezado a verlas con Saab y ella se acurrucaba a mi lado, apoyaba la cabeza en mi pecho y suspiraba pensando en lo que nos depararía África cuando todavía no teníamos ni idea de todo lo que podía depararnos África).
               El aeropuerto de Arba Minch, en cambio… eran los créditos finales. Se habían encendido las luces y se había acabado la ilusión. Yo ya no estaba con Sabrae. No podía cerrar los ojos y fingir que la tenía al alcance de la mano en la cama, o que la presión que sentía en el pecho era por su cabeza y no porque me doliera en el alma haberla dejado sola ante el peligro.
               Prométeme que lo intentarás, me había pedido, estando desnuda, vulnerable y preciosa en la bañera entre mis brazos. Ni siquiera había necesitado mirarme a los ojos para saber que su palabra era ley para mí.
               No le había prometido que dudaría. No le había prometido que daría la vuelta nada más llegar. No le había prometido que haría que mis promesas no valieran nada diciéndole que haría una cosa y luego haciendo la siguiente. ¿Confías en mí?, le había preguntado yo en multitud de ocasiones, cuando ella tenía dudas sobre algo nuevo que yo sabía que le gustaría: atarla a la cama, agarrarla del cuello y estrangularla un poco, seguir follándomela mientras tenía un orgasmo para lanzarla todavía más lejos de lo que era capaz de llegar; usar un juguete sexual con ella en público.
               Agarrarla de las caderas y sacar mi erección de su delicioso interior, uno como ningún otro que hubiera probado nunca, y arrodillarme frente a sus muslos para enseñarle que las mujeres pueden disfrutar con las lenguas de los hombres.
               Llevármela al cuarto morado con el sofá en el que había empezado todo. Habíamos atravesado esa puerta y no habíamos mirado atrás jamás.
               Confía en mí, me había pedido ella. Estaré bien.
               Levanté la vista y vi una cámara de seguridad enfocándome directamente. Una despedida, el último beso lanzado desde la distancia, incluso aunque ninguno de los dos pudiera verlo, pero sí sentirlo.
               Como si de una broma del destino se tratase, o quizá de una señal para que hiciera lo correcto y cumpliera esa promesa que me iba a costar horrores mantener, justo debajo de la cámara de seguridad había un buzón. No había reparado en él la primera vez que había atravesado el aeropuerto, y la segunda había estado tan nervioso por si las cosas salían mal que a duras penas había sido capaz de ver algo más allá de quienes me esperaban.
               Así que, bajo la atenta mirada de la cámara de seguridad, que siguió todos mis movimientos como si fuera una persona de una etnia distinta al país al que había viajado, recorrí el pasillo y metí la carta en la ranura del buzón. Se me aceleró el corazón como si estuviera bailando al borde de un precipicio. ¿No era eso estar enamorado?
               Puedes decirme qué es lo que más miedo te da de ti mismo, me había dicho ella una vez, cuando yo estaba en el hospital y todavía no me atrevía a mirar en lo más hondo de mi alma, ni siquiera poner por escrito lo que me aterraba de mi auténtico ser. Te prometo que no me asustará. Yo siempre voy a estar aquí, mi amor. A tu lado.
               -Nos vemos en tres semanas, mi amor-susurré, soltando la carta y viendo cómo desaparecía en el interior oscuro del buzón. Era oficial: no era un mentiroso que incumplía sus promesas a la menor oportunidad de cambio, sino que me quedaba en Etiopía.
               No dudé de que fuera por unas semanas en lugar de hasta el final de mis días hasta que no vi a quién habían mandado para recogerme: entre las cabezas de la gente que sostenía pancartas con el nombre de desconocidos o dándoles la bienvenida a familiares por igual, retirado hacia las ventanas de cristal que bañaban la zona de llegadas de una luz que dañaba la vista, apoyado contra una viga de acero y las manos metidas en los bolsillos, estaba Killian.
               Tenía la misma actitud impasible que cuando me había marchado hacía unos días, mirándome desde la distancia como si fuera un sobrino petulante del que se responsabilizaba en vacaciones sólo porque su hermana tenía demasiado trabajo y no podía quedarse vigilándolo. La única señal de reconocimiento que hizo cuando me acerqué a él fue bajar el pie de la viga en que lo tenía apoyado.
               -Hola-saludé sin muchas ganas, pues sabía de sobra que no me iba a devolver el saludo. No me equivocaba. Ni siquiera asintió con la cabeza como hacíamos los tíos en los ambientes más hostiles, sino que me observó como a un animal extraño y que no había atacado aún, pero del que no se fiaba un pelo a pesar de su aspecto inofensivo. ¿Cómo era el dicho? “De las aguas mansas líbreme Dios, que de las malas ya me libro yo”. Pues eso. Tampoco es que pudiera culparle por todo lo que le había hecho pasar, pero, no sé… un mínimo saludo, aunque fuera. Después de todo, le había pedido a Valeria que le dejara volver a la sabana varias veces, aunque hubiera sido en vano. Dudaba que ella le hubiera dicho nada, pero confiaba en que Luca o Perséfone sí que habrían intercedido por mí.
               Killian no dijo nada en un buen rato; se limitó a observar la mochila que llevaba ahora colgada del hombro. Cuando terminó de analizarla en un frío silencio, deslizó sus ojos oscuros al buzón al que había echado la carta y, para mi sorpresa, dijo, aún sin mirarme (lo cual no me sorprendía en absoluto):
               -Así que has vuelto.
               Me mordí los labios y asentí con la cabeza.
               -Sí, eh… sí.
               Puso los ojos de nuevo sobre mí, como si sospechara que había algo que yo no quería contarle. No tenía sentido explicarle que estaba en un periodo de prueba y que podía quedarse tranquilo porque igual no era para mucho tiempo, sobre todo porque creería que era mentira y que trataba de ganarme su confianza de nuevo. No debía darle esperanzas, por muy fundadas que fueran.
               Finalmente, asintió con la cabeza y, mirando en derredor, como si esperara que una milicia viniera y me secuestrara pero se estuviera retrasando con su ataque, se separó de la viga y dijo:
               -Vamos. Tengo el coche en el párking.
               Esas fueron las últimas palabras que Killian y yo cruzamos en todo el trayecto de mi regreso: no me dijo nada más ni mientras atravesábamos la jungla de acero y placas de metal que conformaban el párking, ni al meternos en el coche (tuve que meter la mochila entre las piernas porque me dio la sensación de que era capaz de dejarme allí si no cerraba la puerta antes de que él cerrara la suya), ni al salir del aeropuerto, incorporarnos a la carretera, bordear la ciudad y finalmente adentrarnos en territorio salvaje. Ni siquiera cuando cogimos la salida en dirección al campamento y el asfalto dio paso a la tierra compactada en la que se notaban las rodaduras de los coches que iban y venían de la civilización.
               Se me encogió el estómago cuando el sol se ocultó entre los árboles y su luz se descompuso en una miríada de focos como los de una catedral con una vidriera monocolor. Me sentía como si acabara de terminar mi fin de semana de permiso fuera de la cárcel y estuviera entrando a prisión de nuevo cuando, para colmo, yo no había cometido ningún crimen.
               Me dieron ganas de reírme al pensar en que Sabrae me había hecho prometerle que lo intentaría, como si fuera sólo cosa mía. Estaba claro que Etiopía no me lo iba a poner nada fácil; era como si supiera que me gustaban los retos, pero no se hubiera dado cuenta de que sólo iba tras lo difícil cuando sabía que el premio iba a ser dulce. Superar esto no me iba a proporcionar ninguna satisfacción.
               Puede que estuviera siendo demasiado terco insistiendo en intentarlo. Después de todo, Etiopía y yo habíamos empezado con mal pie; ni siquiera había aguantado una semana entera si que el país no intentara joderme de una manera u otra. Puede que estuviera forzando demasiado algo que era evidente que no encajaba, como lo habían hecho tantas veces mis amigos con personas que no se los merecían. Cuando las cosas son para ti, no tienes que esforzarte lo más mínimo: el trabajar se vuelve un hobby y cada gesto es tan sencillo como respirar. Los sacrificios no son tales, sino muestras de todo lo que estás dispuesto a entregarle a otra persona.
               Con Saab todo había sido sencillo. Todo era sencillo. Si aquí no lo era…
               Bueno, al menos tenía el consuelo de que, si no lo disfrutaba, tendría más papeletas de quedarme en Inglaterra después del cumpleaños de mi hermana que de volver. Tal vez ni siquiera deshiciera la mochila. Puede que eso no contara como intentarlo en exceso, pero nadie me culparía por no ponerme cómodo en territorio enemigo, ¿verdad?
               Los soldados de la barrera se cuadraron con más ceremonia de la que habían exhibido las dos primeras veces la atravesé viniendo del campamento, y no se me escaparon las miradas que me lanzaron al verme en el asiento del copiloto, junto a Killian. Parecían… sorprendidos. Pero era una sorpresa extraña; no parecía la propia de quien no está seguro de si el invitado estrella acudirá o no a la fiesta, sino... de quien se atreve a ir más allá del sendero del bosque de su pueblo y descubre que, justo a la vuelta de la esquina, tiene la guarida un animal mitológico.
               Sentía sus ojos clavados en mí incluso mientras el coche avanzaba en dirección al centro del campamento, y cuando se detuvo justo en la boca de la plaza redonda que estructuraba toda la organización del campamento, sus miradas eran insoportables. A ellos se les habían sumado los demás que montaban guardia en puntos estratégicos del bosque, por si nos alcanzaba algún peligro.
               Y también mis compañeros. A pesar de que había regresado de viernes, cuando si bien los ánimos empezaban a efervescer por lo cercano del sábado y, por tanto, del descanso, seguía habiendo tareas pendientes que requerían de nuestra atención y que no permitían que todos vagabundeáramos por ahí como lo hacíamos los sábados y los domingos por la mañana.
               En cambio, esta vez el campamento pareció detener su actividad con la llegada del coche, como si el rugido del motor hubiera sido el pistoletazo de salida que muchos estaban esperando para dejar sus quehaceres a medias y salir de los edificios, comprobando así que el hijo pródigo había vuelto. De todos los rincones del campamento empezaron a surgir jóvenes; jóvenes con manos vacías u ocupadas, limpios y sucios, curiosos y con los ceños fruncidos. Me bajé del coche y me colgué de nuevo la mochila al hombro y me quedé allí plantado, con la puerta sin cerrar,  mientras veía que todos se me acercaban lentamente, como te acercarías a una criatura extraña que acaba de bajar de una nave espacial diciendo que te trae la paz y conocimiento infinito. Evidentemente no te fías de ella, pero la curiosidad te puede.
               A pesar de que todas las caras me eran conocidas, había dos en particular que yo quería ver más que a nadie. Tenía mucho que contarles a Luca y a Perséfone, sobre todo a Pers; demasiadas opiniones que recabar y cosas que desgranar frente a ellos para que me ayudaran a comprender a qué me enfrentaba y cómo podía vencer a este mal. Miré en derredor, extrañado de que Perséfone no estuviera en la primera fila del círculo que me rodeaba y se iba cerrando a mi alrededor.
               Los ojos sorprendidos se clavaban en mí, y luego se volvían hacia los más cercanos de cada lado, con un murmullo creciente mezclándose con el del viento. Me recorrió un escalofrío. ¿Había pasado algo mientras yo no estaba? ¿Se había muerto alguien? ¿Había dimitido Valeria? ¿Por qué todos reaccionaban así al verme? Vale que había posibilidades de que me quedara en Inglaterra cuando me había marchado hacía unos días, pero esta reacción me parecía exagerada. De todas las vueltas d vacaciones que habíamos vivido en el campamento, pues había habido cumpleaños, bodas y demás eventos que mis compañeros no habían querido perderse, la mía era con diferencia la que tenía las reacciones más raras.
                No pude evitar dar un brinco cuando Killian cerró la puerta del coche de un portazo. Abrió el maletero, sacó una escopeta de su interior, y se alejó caminando en dirección a la armería, todo ello sin mirar atrás. Y nadie lo miró tampoco a él.
               Todos estaban concentrados en mí.
               -¿Qué cojones…?-murmuré yo para mí mismo mientras los murmullos aumentaban en intensidad.
               Y, entonces, Luca se abrió hueco a codazo limpio entre los cuerpos de nuestros compañeros. Una intensa alegría y alivio me inundó al verlo, pues con él llegaban muchas respuestas.
               -¡Al! ¡Bienvenido! Te echábamos de menos-dijo, abrazándome con fuerza y dándome unas palmadas en la espalda que yo le devolví. Me di cuenta entonces de que no estaba sudado: tenía la camiseta y el pelo secos, como si estuviera recién levantado y todavía no se hubiera puesto con las tareas, a pesar de que se acercaba la hora de la comida. Se separó de mí y me agarró por los hombros, mirándome desde abajo-. Cazzo! Todo está patas arriba.
               -¿Qué les pasa a todos?-pregunté, nada familiarizado con la incomodidad que me producían los ojos de los demás puestos en mí. Luca se giró en redondo y empezó a gritarles, agitando la mano en el aire como si estuviera espantando a una bandada de cuervos sinvergüenzas.
               -Porca puttana! ¡Volved al trabajo! ¡Dejadlo respirar! Andiamo, andiamo!
               A regañadientes, y con murmullos en todos los idiomas que parecían estar echándole en cara a Luca que no les dejara observarme más, los chicos se fueron dispersando, o por lo menos abriendo el suficiente paso como para que Luca y yo pudiéramos ir a nuestra cabaña.
               -¿A qué coño ha venido esto?-pregunté mientras atravesábamos el sendero que conducía a nuestra cabaña. Sabía que debería ir a ver a Valeria primero para que supiera que estaba allí, pero no me apetecía verla; no después del bajón que me había supuesto el darme cuenta con Killian de que no iban a ponérmelo fácil durante estas tres semanas, y menos aún cuando mis compañeros habían tenido esa reacción tan chunga. Tenía docenas de ojos puestos en mi nuca, y me costaba no estremecerme ante tanta observación.
               -Han pasado muchas cosas desde que te fuiste-respondió Luca, y se plantó frente a mí-. Creo que es hora de que nos digas la verdad, Alec-instó, y como si estuviera ensayado, los demás se acercaron a nosotros y nos rodearon de nuevo. Me giré para mirar otra vez a mi alrededor, mi instinto de boxeador incitándome a buscar el punto más débil por el que poder escapar: las mejores eran las chicas, a las que me costaría menos vencer si nos peleábamos en el caso de que yo tuviera que salir corriendo por si me atacaban. Aunque debo reconocer que no tenía muchas posibilidades contra veinte personas, por lo menos no me rendiría sin luchar.
                -¿Qué verdad?-inquirí, nervioso. Joder, ¿lo sabían? ¿Sabían que puede que no volviera cuando me marchara de nuevo en noviembre? ¿Sabían que estaba aquí más bien en contra de mi voluntad? ¿Sabían que le había prometido a Sabrae que lo intentaría y que sólo lo haría por ella, y no porque me gustara la compañía de ellos? ¿Me guardaban rencor por echar de menos mi vida en casa?
               ¿Acaso podían culparme por querer recuperar todo lo que había tenido antes de venir aquí y conocerlos?
               Sabrae quería que lo arregláramos por separado. Yo dudaba que pudiera mejorar en el voluntariado o que llegara a pasarme relativamente rápido (todo lo rápido que podían pasarme diez meses lejos de ella), pero, ¿qué pasaba si ella milagrosamente conseguía arreglarlo con sus padres? No las tenía todas conmigo en que lo consiguiera, pero, ¿y si sí? ¿Y si ella recuperaba su vida y todo lo que nos habíamos dicho antes de que yo me marchara al voluntariado volvía a tener sentido? Sabrae necesitaba su espacio. Necesitaba encontrarse a sí misma para convertirse en la mujer que estaba destinada a ser; la mujer que, esperaba, construyera su vida conmigo y me convirtiera a mí en un hombre. ¿Qué coño iba a pasar conmigo si yo perdía ese sitio en el que se suponía que yo iba a convertirme en el hombre junto al que ella construiría su vida?
               ¿Qué sería de mí si yo perdía Etiopía y Sabrae recuperaba Inglaterra?
               Ni siquiera sabía por qué hostias estaba planteándome esto, cuando lo mejor que podía pasarme era que Sabrae se reconciliara con sus padres y estuviera bien de nuevo, pero… el caso es que, cuando te tienen acorralado entre veinte y tú acabas de bajarte de un vuelo internacional, lo último que te apetece es meterte en movidas. No quieres más que descansar. Tomas malas decisiones y te preocupas por lo que no debes, incluso por lo que hasta hacía diez minutos te daba igual.
               -La verdad, Al-insistió, y se me secó la boca-. ¿Qué hay al otro lado de los árboles?
               Me costó un poco entender su frase de tan rara como me resultaba, pero en cuanto conseguí procesarla, me apeteció darle un par de hostias. ¿En serio? ¿Volvía después de tres días en los que los había mantenido a todos visiblemente en vilo, me acorralaban de esa manera y me hacían cagarme por lo que podía pasarme en Etiopía… todo para preguntarme otra vez por el puñetero santuario que Valeria me había hecho jurar que mantendría en secreto?
               -Joder, Luca, ¿ya empezamos otra vez? ¿No me dejas ni llegar siquiera, y ya sigues con lo mismo?
                Luca parpadeó, pero no se movió de su sitio, así que yo suspiré.
               -Mira, he tenido unos días de mierda, ¿vale? Los padres de Sabrae me odian más que nunca, ella está al borde de un ataque de ansiedad constantemente; no sé cómo ha hecho para convencerme para que vuelva aquí cuando es evidente que me necesita más que nunca, y yo ya tengo bastante carga mental y de conciencia con todo lo que he dejado en casa como para tener que preocuparme de mantener el pico cerrado a pesar de tu insistencia, así que discúlpame si lo único que quiero es descansar-dije, poniéndole una mano en el hombro y apartándolo de mi camino-. Necesito dormir como…-tres semanas seguidas, pensé-, un año entero, o así. No estoy para chorradas. Si queréis que os cuente lo que ha pasado en el mundo desde que vino el último, tendréis que esperar a que recupere el sueño que tengo atrasado.
               Llegué a los escalones de nuestra cabaña y empecé a subirlos.
               -Pero lo que os adelanto es que no os voy a contar a qué me dedico todos los días. Hice una promesa, y…
               -Valeria nos ha dicho que nos lo diríais cuando tú volvieras-respondió Deborah, la compañera de Perséfone, dando un paso al frente. Me detuve con la mano en la manilla de la puerta y la miré. ¿Que Valeria...? Eso no tenía ningún sentido.
                -¿Eh? ¿Y eso por qué? ¿Qué tengo que ver yo con todo ese asunto?
               -Compruébalo por ti mismo-respondió Luca, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la cabaña. Fruncí el ceño, sin entenderle, y me giré para abrir la puerta de la cabaña. Se me pasó lo peor por la cabeza: que hubieran hurgado en mis cosas, que me hubieran quitado las fotos de la pared… incluso que hubiera habido un incendio y hubieran reconstruido la cabaña en tiempo récord, pero no hubieran podido salvar mis pertenencias.
               Lo que no me esperaba era encontrarme a Perséfone sentada en la cama de Luca, mirándome con ojos de corderito degollado. Fruncí todavía más el ceño. Esto no era propio de ella. Normalmente venía corriendo a verme, no me esperaba como…
               Como la concubina de un rey que aspira a ser la reina.
               -No te vuelvas loco-me dijo, incorporándose. Me lo dijo en griego, para así asegurarse de que me decía exactamente lo que le habían pedido que me dijera, y extendió las palmas de las manos hacia el suelo, como si efectivamente fuera una criatura peligrosísima y temperamental a la que no debían sobreestimular si no querían que se lanzara a una locura de destrucción.
               -Locos estáis…-empecé.
               Y, entonces, la vi. O más bien no la vi.
               Mi cama. Se había convertido en una especie de cornucopia de frutas de todas las variedades, tamaños, colores y formas; frutas que no había visto en mi vida y frutas que sólo había visto en películas, frutas cuyo sabor conocía por haberlas probado en casa y otras que me eran totalmente ajenas. Alguien las había ido colocando unas sobre otras como si quisiera hacer una pirámide que no había diseñado demasiado bien, o quisiera dejarle una ofrenda a un dios particularmente glotón.
               Una ofrenda.  Algo en mi cabeza hizo clic. ¿Qué hay al otro lado de los árboles? Valeria nos ha dicho que nos lo diríais cuando tú volvieras. No te vuelvas loco. Las frutas. Todo giraba en torno a…
               … al santuario.
               Miré de nuevo a Perséfone, alucinado, y ella se acercó a mí.
               -Han estado viniendo.
               -¿Quiénes?
               -Las mujeres.
               -Ya, pero, ¿cuáles?-pregunté. Eran tantas las frutas que habían dejado en mi cama que me sorprendía que ésta siguiera en pie. Seguro que hasta pesaban más que yo.
               -Todas, Al. Todas.
               Esto no tenía sentido, ninguno en absoluto. Los demás las habían visto cuando yo había salvado a aquel crío de ahogarse en el pozo, pero una cosa era que los demás invadieran su espacio por ayudarme, y otra que ellas abandonaran aquel lugar seguro sólo para… ¿qué?, ¿darme las gracias por algo que habría hecho cualquiera?
               Pers me cogió de la mano y me dio un suave apretón.
               -Valeria quiere verte-dijo en tono suave, como me hablaba cuando alguien se metía con ella en Mykonos y yo estaba dispuesto a romperle la cara a ese alguien pero ella me pedía que lo dejara estar.
               -No sé si tendré tiempo de ir a verla, tengo muchas frutas que comer.
               -Las frutas podrán esperar.
               -No es tu cama la que se va a llenar de moscas si no las quitamos de ahí-respondí, y ella me sonrió.
               -Es algo bueno.
               -Nunca es algo bueno cuando se trata de Valeria-contesté; lo había aprendido por las malas. Perséfone, no obstante, seguía siendo irremediablemente optimista.
               -Creo que ellas la han convencido para que te dé otra oportunidad. Para que te tome más en cuenta. Tenéis que decidir qué cambios hacer en el campamento.
               -¿Cómo que “tenéis”? Ella es la que manda y nosotros obedecemos.
               -Ya no manda ella sola-respondió, soltándome la mano y dando un paso atrás, sonriendo. Sus ojos chispearon cuando me dijo-: creo que, ahora, podrás pedirle lo que quieras. Ella no se negará a nada.
               Sabía que era mezquino, ruin y egoísta pensar lo que pensé. Que debería haber pensado en la paz en el mundo, el fin del hambre, o algo así. Pero lo único que pude pensar fue:
               Quiero poder dar marcha atrás en el tiempo y no haber venido nunca aquí.
               Así no le habría hecho nunca tanto daño a Sabrae como le había hecho, y no habría convertido mi vida sentimental en un puto campeonato que mataría por ganar. Incluso cuando mis oponentes fueran sus padres.
              
Las sillas de la sala de espera de la puerta del área de Salud Mental parecían otras completamente distintas a pesar de que nadie las había tocado, y yo sabía por qué era: las miraba con unos ojos completamente distintos a la última vez. No era ni remotamente parecido sentarme allí pacientemente a leer un libro o ponerme al día con los chats que tenía abarrotados de gente preguntándome por Alec, y simplemente esperar a que él saliera, a tener que esperar que dijeran mi nombre y me permitieran entrar.
               Un ayudante de enfermería con una tarjeta identificativa en colores chillones, mucho más visible que los del resto del hospital, atravesó las puertas y se plantó frente a mí. Cuando pronunció mi nombre como la tentativa de una invitación me puse en pie y la seguí al interior del pasillo de Salud Mental que había atravesado en otra ocasión, pero en circunstancias muy diferentes. Acercó su tarjeta a un lector junto a la puerta y tecleó un código en el lector del mismo antes de girar su manilla y sostenerla para mí: como me habían dado una etiqueta que rezaba VISITANTE en la recepción del hospital, tenía relativa libertad de movimientos por él.
               Era sábado por la mañana, así que el área de Salud Mental estaba tranquila. Salvo por los pacientes allí ingresados, que necesitaban tratamiento psicológico continuo, los pacientes del resto de zonas del hospital podían prescindir de los servicios de los psicólogos durante el fin de semana, lo que vaciaba aquella zona de profesionales y pacientes por igual. Era un lugar mucho más tranquilo, como esperaba que lo fuera también mi interior después de la sesión con Claire.
               Me había dicho que podía ir por la mañana, pero no muy temprano, para que pudiera descansar de la cita que iba a tener con su esposa aprovechando el viernes de noche, en el que Londres siempre se encontraba en ebullición; y, después de debatirnos entre quedar en un lugar neutral, como una cafetería, habíamos optado finalmente por un lugar en el que tendríamos garantizada la intimidad: su consulta.
               Me daba una cierta esperanza silenciosa el pensar que iba a atenderme en el mismo sitio en el que había tratado y ayudado a Alec a empezar a curarse, como si su consulta tuviera una aura mágica a la que yo no iba a ser capaz de contaminar. Caminé en silencio tras los pasos del ayudante de enfermería, y cuando me indicó la puerta, llamé con los nudillos y entré al escuchar la voz de Claire en su interior.
               Lo que más me impactó fue encontrarme con que no se había puesto su bata de hospital, sino que iba vestida con ropa de calle: pantalones tobilleros negros y un jersey de cuello alto y mangas francesas de color rojo con rayas también negras. Se había recogido el pelo dorado en una coleta y llevaba pendientes de aros gruesos, algo que no solía utilizar en el trabajo. No pude evitar preguntarme si se debía a que me consideraba completamente inofensiva porque todavía no sabía qué demonios albergaba yo dentro, o si era un recordatorio velado para mí de que aquello que estábamos haciendo era más bien un favor personal que una sesión realmente profesional.
               Estaba sentada encima de la mesa sobre una de sus piernas dobladas, el pie de la otra balanceándose en el aire mientras esperaba a que yo entrara y cerraran la puerta tras de mí. Se relamió los labios mientras me miraba, esperando que yo iniciara la conversación, que le explicara por qué había acudido a ella con tanta urgencia. No habíamos hablado de su tarifa. Por descontado, le pagaría lo que me pidiera. Simplemente necesitaba alguien que me escuchara y que me diera respuestas a las preguntas que yo no paraba de formularme a mí misma.
                Después de llamarla y concretar los detalles de nuestra cita, me había encontrado con que todavía faltaban más de doce horas para verla, y yo sabía que no podía quedarme sola con mis pensamientos. En cuanto colgamos, le envié un mensaje a Jordan para decirle que Scott se había ido y que podía bajar si quería, para luego atreverme a ser sincera y decirle que le necesitaba. Jordan bajó a por mí, me montó en el coche, condujo hasta el centro comercial en el que había terminado de reconciliarme con Alec, el New Eden (que me resultó profético tanto por su nombre como por la importancia que tenía en mi historia con mi novio), y no me juzgó cuando cogí el vasito más grande de yogur helado para llenarlo hasta arriba de sirope de praliné. Se sentó a mi lado en el local Funny Danny y no pronunció palabra en tanto yo no lo hice, con los ojos fijos en la piscina de bolas en las que los niños chillaban y se reían, escapando de sus madres con una diversión que ojalá sintiera yo estando cerca de la mía.
               Jordan esperó, y esperó, y esperó, mucho después de que mis dedos se hubieran pringado de chocolate y yo no hubiera hecho amago de lamérmelos, hipnotizada por los niños y sumida en mis pensamientos. Cuando por fin le dije que quería irme, cogió un bote de servilletas, un vaso de batido en el que meter el yogur que se me derretía entre las manos, y ni siquiera me pidió que no ensuciara el coche con mis dedos pringosos. Me llevó directamente al cobertizo, me tapó con las mantas, rebuscó en los cajones hasta encontrar una sudadera de Alec que pudiera usar de pijama, y se dio la vuelta para darme un poco de privacidad mientras me cambiaba de ropa.
               -¿Quieres que avise a tus amigas de que estás aquí?-me preguntó, y yo le quise el doble de lo que ya lo hacía por eso: no sólo se le había ocurrido que puede que necesitara a las chicas conmigo, sino que me ofrecía la posibilidad de elegir si quería pasar mi duelo a solas con él o llenando el cobertizo de ruidos femeninos que me distrajeran de la que se me venía encima.
                Quince minutos después salíamos a por Taïssa, Momo y Kendra, a las que teníamos que ir a buscar porque se había hecho de noche y no era plan de que anduvieran por ahí ellas solas. Jordan podría haber ido solo, pero no quería dejarme atrás, así que los dos volvimos a montarnos en el coche y fuimos a buscar a mis amigas para celebrar una fiesta de pijamas improvisada en la que consiguieron distraerme de la que me esperaba. A pesar de que me sabía mal por él, porque Momo era muy pesada, la verdad es que me divirtió ver cómo se empeñaba en ligar con él a muerte, aprovechando cada ocasión que le presentaba para meterle fichas.
               Se me aflojó el nudo del estómago un poco al recordar cómo, cuando las chicas habían insistido en que Jor les explicara sus planes de futuro y por qué quería entrar en el ejército, exactamente, Momo había soltado:
               -¿Quieres ser piloto? Pues entonces yo seré azafata de vuelo.
               Alec se habría reído tanto esa noche…
               Le echaba mucho de menos.
               -Muchas gracias por recibirme-le dije a Claire, que asintió con la cabeza y se agarró la rodilla.
               -Antes de que empecemos, Sabrae… quiero decirte que he accedido a esto porque siento que tengo una responsabilidad con todas las personas. El juramento hipocrático no me permite conservar la tranquilidad si rechazo tratar a alguien que necesita de mi ayuda, pero… no quiero que esto se convierta en un hábito, ¿de acuerdo?-abrió las manos-. Fifi es una profesional como la copa de un pino, y totalmente imparcial en sus sesiones, eso tenlo por seguro. No debes dudar de que no tiene tus mejores intereses en mente.
               Asentí con la cabeza.
               -Lo entiendo, pero… entiéndeme tú a mí. Después de todo lo que ha pasado, necesito…-me mordí el labio y me encogí de hombros, sosteniendo mi chaqueta entre los brazos-. No sé. Perspectiva. Y creo que tú la tienes.
               -Una segunda opinión. Sí, te entiendo perfectamente. Si no lo hiciera, no habría accedido a tratarte. Y es perfectamente legítimo que no te sientas a gusto con tu psicóloga, pero si estás pensando en cambiar, puedo sugerirte a algunos de mis compañeros que harán un excelente trabajo ayudándote a procesar todo lo que te está pasando. Yo soy sólo una solución temporal. No puedes tomarme como la sustituta de Fiorella, porque no estoy dispuesta a intervenir en el trabajo de mi mujer.
               -Lo entiendo-asentí, y Claire asintió con la cabeza, se bajó de la mesa y me indicó que me sentara.
               -Por descontado, tampoco puedo hablarte de nada de lo que haya hablado con Alec.
               -Lo sé.
               -Para poder hacerlo, necesito su consentimiento por escrito. Y que esté presente para indicarme qué cosas puedo y qué cosas no puedo contar.
               Asentí de nuevo con la cabeza.
               -No he venido aquí para hablar sobre Alec-respondí, tomando asiento, y sólo cuando yo me hube sentado ella lo hizo también. Claire asintió con la cabeza y apoyó los codos en la mesa. Entrelazó las manos y apoyó la mandíbula sobre ellas, mirándome fijamente con sus ojos como dos zafiros profundos, y yo me pregunté si no iba a tomar notas de lo que yo le dijera. Vale que iba a ser una sesión única, o una de muy pocas, pero que fuéramos a trabajar con su memoria como única herramienta me hacía sentir extraña. Como si no fuera importante. De nuevo, otra demostración de que aquella sesión era más bien algo informal.
               O puede que yo fuera transparente y Claire ya supiera el resultado del partido antes siquiera de que el árbitro anunciara la alineación.
               -Entonces, cuéntame, Sabrae. ¿De qué quieres que hablemos?
               Tomé aire y lo solté despacio, tratando de acallar los latidos acelerados de mi corazón, que me avergonzaron de repente igual que el color tiñó mis mejillas. Me sentía como si estuviera en el centro del escenario de un concierto que se celebraba en un estadio lleno hasta los topes y no me hubieran dicho qué canciones se suponía que tenía que cantar; ni siquiera a qué banda era a la que se hacía homenaje. Estaba mal vestida y desaliñada para lo espectacular que debería lucir en un evento como ése, y pronto el público se daría cuenta de que no tenía ni la más remota idea de lo que hacía y comenzaría a abuchearme y lanzarme tomates podridos.
               Sentí un nudo en la garganta cuando pensé con tristeza que aquellos sonidos y ese comportamiento no me resultarían totalmente desconocidos, y se me humedecieron un poco los ojos cuando recordé quién me había hecho familiarizarme con esa ansiedad que tanto me había horrorizado que sintiera Alec. En él me había parecido completamente injustificada e injusta; en cambio, la mía, después de la conversación que había mantenido con Scott… una parte de mí estaba convencida de que se la merecía.
               Antes había tenido una cierta tranquilidad en mi cabeza, la fría determinación de quien cree que no se equivoca en absolutamente nada y que todo el mundo está en su contra de manera injusta. Por lo menos ése había sido mi consuelo mientras todo mi mundo se desmoronaba a mi alrededor: al menos podía proteger la parcela de mi interior y tratar de refugiarme en ella, por mucho que incluso allí hubiera voces que no eran amables conmigo, pero a las que podía tratar de hacer callar concentrándome en pensar en la forma en que podía resolver los problemas en que me había metido sin quererlo, y no que me estuviera buscando yo solita.
               En cambio, ahora… no estaba tranquila ni siquiera en mi propia mente. Sabía de sobra el único lugar que era mi último espacio seguro, el único al que podría acudir incluso aunque hubiera cometido atrocidades y se me diría que no eran culpa mía y que mis pecados no me definían, pero… estaba a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros. Yo lo había puesto a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros.
               Le había hecho prometerme que lo intentaría, incluso aunque fuera lo último que le apeteciera. En esa promesa también iba implícito que yo lo intentaría también: es por eso que me aparté un mechón de pelo de la cara, carraspeé y dije:
               -Em… esto es bastante… difícil-murmuré, notando que me temblaban las manos y escondiéndolas debajo de mi chaqueta. No se me escapó cómo los ojos de Claire siguieron ese movimiento y chispearon con inteligencia, leyendo en el libro abierto que yo ya era secretos del universo que yo ni siquiera sabía que tenía escritos en mis hojas. Sé lo que habría hecho Fiorella en su lugar: se habría reclinado en el asiento y me habría lanzado un pequeño anzuelo mordaz para llegar a un punto intermedio, como, por ejemplo, aludir a que Alec siempre decía que yo leía mucho y que era capaz de decir cosas preciosas con una elocuencia que no era propia de mi edad. Me gustaba que Fiorella me retara un poco, pero… no era eso lo que necesitaba ahora.
               Creo que eso me habría desestabilizado aún más. Por eso acudía a Claire. Necesitaba su paciencia, su calma. Lo mismo que había hecho despertar a Alec a mí me aletargaba, y viceversa: Alec jamás habría podido abrirse con Fiorella como lo había hecho porque Fiorella tenía una actitud más impaciente, más inquisitiva, y él la interpretaría como beligerante. Se cerraría en banda.
               En cambio, el silencio de Claire era relajado. Simplemente continuó mirándome, transmitiéndome una calma y una tranquilidad que yo no había experimentado en demasiados ojos últimamente, y en su paciencia encontré mi fortaleza para tratar de poner en orden mis ideas.
               A pesar de que los acontecimientos recientes me habían hecho adoptar una actitud más pesimista y también defensiva cuando estaba con una persona cuya opinión sobre mi relación no tuviera del todo clara (o la tuviera demasiado clara, supongo), me obligué a mí misma a mantenerme tranquila. Le agradecía de muy mala manera a Claire el esfuerzo que había hecho por estar allí, conmigo, trabándome como una niña perdida que se regodeaba en lo egoísta que había sido por hacer que renunciara a su sábado para tratarme por pura lástima mientras yo había procurado evitar a toda costa el pensar un poco en la situación que me había llevado a buscar su ayuda, incluso aunque con ello pudiera llegar a su consulta con un mínimo guión sobre el que hablar.
               Me obligué a mí misma a tomar aire y tratar de poner en orden mis ideas. El nudo que tenía en el estómago se me apretó un poco más, pero me imaginé que era porque ahí se conectaba mi vínculo con Alec, y éste estaba dando pequeños tironcitos del mismo para recordarme que estaba allí, con él.
               ¿Cómo estaría? ¿Se habría recompuesto del vuelo? ¿Le habrían permitido descansar antes de seguir poniéndole la miel en los labios y luego negándole un trozo del pastel que tanto se merecía?
               Prométeme que lo vas a intentar.
               La promesa era para los dos, no sólo para él. Se merecía una casa. Se merecía un hogar. Se merecía una familia y que las puertas se le abrieran sin dificultad. Se merecía poder merodear a oscuras sin miedo a tropezarse con fantasmas, y estaba en mis manos hacérselo posible.
                -Necesito una… opinión objetiva-dije, bajando la vista a mis manos, los anillos que guardaba en una cajita en la mesita de noche de Alec, gemela a la que había en la mía y que me había puesto por el puro deleite de tener otra cosa en la que pensar mientras decidía cuáles llevaba y en qué dedo me los ponía. Sabía que me había desmoronado de una forma demasiado repentina pensando en que Alec me dejara embarazada y, estando las cosas como estaban, mis padres no se alegraran de ello (porque la verdad es que no era para alegrarse en este momento de mi vida), pero no podía evitar pensar en todo lo que había detrás de esas esperanzas. Las joyas que adornarían mis manos antes de que él me hiciera ese regalo insuperable dentro de un tiempo.
               -¿Sobre qué?-inquirió Claire finalmente, porque sabía que su silencio y sus expresiones no surtían el mismo efecto si yo no tenía los ojos en ella. Me pregunté cuántas veces había visto a Alec exactamente igual que yo ahora, cuántas veces lo había sacado del pozo. Si lo habría sacado del pozo en el que lo había arrojado el saber que mis padres ya no lo querían a mi lado de haberse enterado en casa, y no a seis mil kilómetros de ella.
               Repasé lo que me había dicho Scott el día anterior, hurgando en una herida que no hacía más que supurar. Vista en retrospectiva, tenía que reconocer que la conversación había sido muy respetuosa por su parte, siempre tendiendo puentes incluso cuando yo me empeñaba en quemarlos, seguramente porque S sabía lo doloroso que me resultaba el fondo de lo que tenía que decirme.
               -Sobre mis padres-dije con un hilo de voz, y Claire se revolvió en la silla, impaciente. Sabía que había algo más. Tenía que haberlo; incluso si había decidido ir a verla por mis padres tenía que haber algo que hubiera cambiado. ¿A qué las prisas? Podría haber quedado con ella el lunes si lo que quería era criticarlos.
               Dicen que en la madurez reside el reconocer los propios errores y asumir parte de tu culpa incluso cuando siempre has estado convencido de que no la tienes, y…
               … con lo estrecha que había sido hasta entonces la relación con mis padres, sólo alguien con mucho poder podría deteriorarla hasta tal punto. Mamá, papá. Mamá y papá.
               Yo.
               Levanté la vista y miré a Claire.
               -Y sobre mí-puntualicé, levantando la vista y mordiéndome los labios. Una de las comisuras de la boca de Claire se alzó en un atisbo de sonrisa que pronto consiguió controlar, pero a mí no se me escapó aquel gesto. Podía parecer nimio, pero no lo era en absoluto; no para mí, al menos, y más aún después de aquellas larguísimas semanas en las que parecía estar haciéndolo todo mal.
               Aunque consiguió controlar sus labios, Claire no pudo controlar la chispa de orgullo que le encendió los ojos, volviéndolos de un azul zafiro como el de las aguas de Mykonos. Eso me envalentonó un poco: había sufrido mucho en Mykonos, sí; pero una vez había superado mis miedos y había aclarado todo con Alec, habíamos terminado más fuertes que nunca, y había sido increíblemente feliz en aquella isla en la que por primera vez había podido echar un vistazo a mi vida futura.
               Siempre nos quedará Mykonos, nos habíamos dicho justo después de volver de aquel maravilloso viaje, cuando habíamos ido en busca del otro y no nos habíamos cruzado de camino de pura casualidad. Nos habíamos prometido que siempre tendríamos la isla de aguas turquesas y arena sedosa para recuperar nuestro bienestar y encontrarnos incluso en la distancia.
               Mykonos iba a ser nuestro refugio y nuestro punto de encuentro. Era lógico que también fuera mi salvación.
               -¿De qué quieres hablar sobre ti?-preguntó con cautela y una dulce curiosidad que me resultó francamente alentadora. Sentía que estaba animándome no cerrándose en banda ni haciéndose la lista conmigo; me tomaba de la mano y me acompañaba por un camino que las dos sabíamos que tenía que abrir yo.
               -Yo… no sé. Creo que me ha tocado una época mala de mi vida y que no puedo juzgarme por estar haciendo las cosas que hago, pero… también me decepciona un poco no saber ver más allá. Recientemente me han hecho ver que…-me mordisqueé de nuevo los labios-, bueno, que puede que yo esté provocando en parte la situación por la que estoy pasando.
               No había sido capaz de acallar la voz de mi hermano preguntándome en bucle si papá y mamá me habían echado de casa o si me había ido yo. Había podido hacerle más o menos caso, había llenado mi vida con más o menos ruido, pero nunca había sido capaz de librarme del todo de la voz de mi conciencia reproduciendo esa frase en bucle.
               -Quizá sea bueno que concretemos un poco los términos para que yo pueda ayudarte mejor-dijo, inclinándose hacia delante y haciendo un gesto con la mano invitándome a continuar-. ¿A qué cosas malas te refieres y qué crees que has hecho para provocarlas?
               -¿Fiorella no te ha contado nada de todo el trabajo que mi familia y yo le estamos dando?
               -Sé que empezó a tratarte, por supuesto, y que habéis tenido un par de sesiones conjuntas con tu familia, pero más allá… no sé nada. Aunque estemos casadas, tus sesiones están bajo el secreto profesional. Igual que las de Alec conmigo.
               Asentí con la cabeza y torcí la boca. Puede que lo mejor fuera partir de cero, por supuesto, y que Claire no supiera nada decía mucho de su imparcialidad, desde luego, pero… eso no lo hacía tampoco menos doloroso.
               -¿Qué contexto necesitas?
               -¿Qué contexto quieres darme?
               -Sabes que Alec me llamó a principios de agosto para confesarme que se había besado con Perséfone y luego resultó ser mentira. Y que yo me volví chiflada y decidí acostarme con otro chico para no tener que defender mi decisión de perdonarlo. Tuve que tomar drogas para perder el control y poder hacerlo, ya que la idea de estar con otro chico me repugnaba, pero… sentía que era la única solución.
               Me encogí de hombros como si aquello no fuera una conclusión horrible que alcanzar, y Claire alzó las cejas.
               -¿Por qué creíste que era la única solución?
               Tomé aire y lo solté despacio, sintiendo que unos globos se me instalaban en los pulmones y me dejaban sin aire. Mi verdad era un corsé demasiado apretado que amenazaba con ahogarme.
               Has puesto palabras en boca de papá y mamá que puede que ellos mismos jamás hubieran pronunciado, Sabrae, me había dicho Scott. Mordiéndome el labio, desvié la mirada a uno de los dibujos que Claire tenía en la pared, consistente en dos monigotes dibujados con colores chillones y de fronteras no muy bien definidas. Me pregunté a cuántos niños habría tratado y si yo contaba dentro de franja infantil, y también cuántos pacientes de esa misma franja le habían contado que habían consumido drogas para poder mantener relaciones sexuales.
               Sacudí la cabeza.
               -No lo sé. Fiorella tiene la teoría de que no rijo bien porque…
               -Dudo que Fiorella te haya dicho que “no riges bien”, Sabrae-contestó en tono ligeramente jocoso, supongo que para relajar un poco el ambiente. Debo confesar que funcionó conmigo.
               -Bueno, es lo bastante educada y profesional como para no decírmelo, pero… en síntesis es eso. Después de toda la movida y de que yo no supiera qué hacer con Alec, me dijo que era normal que me sintiera huérfana porque se ha ido una parte muy importante de mi vida y todos esperan que yo me comporte como si no pasara nada. Es difícil adaptarse a que la persona que más te importa ya no esté. Es…
               Me dolía el corazón tanto que pensaba que se me partiría en pedazos si me paraba a pensar en lo distinta que había pasado a ser mi vida entre julio y agosto. Había pasado de tener a Alec siempre conmigo, a saber que tenía a alguien cien por cien guardándome las espaldas, a que ese alguien fuera ahora el que más daño me hacía, incluso cuando no lo pretendía. Y yo tenía que seguir poniendo una buena cara y pensar a largo plazo, decirle que el voluntariado nos vendría bien a ambos y confiar en el proceso, cuando lo único que me apetecía era echarme a llorar y pedirle de rodillas que se quedara en casa conmigo.
               -… desestabilizador-dije finalmente, saliendo de mi ensoñación y volviendo a mirar a Claire, que asintió con la cabeza-. Yo me… me avergüenzo bastante de lo que hice-confesé, cruzando y descruzando las piernas y escondiendo las manos entre ellas. Claire parpadeó despacio, expectante-. Sé que no estuvo bien. Y sé que fui muy egoísta no pensando en las consecuencias de lo que iba a hacer. En cómo iba a hacerles daño a mis padres.
               -Podría haber salido muy mal-comentó Claire, y yo asentí con la cabeza, los ojos un poco húmedos. Sorbí por la nariz y jadeé cuando Claire abrió un cajón y me colocó una caja de pañuelos desechables frente a mí.
               -Lo sé. Sé que mis padres han sufrido mucho…-murmuré, cogiendo un pañuelo y llevándomelo a los ojos-… sé que no se lo he puesto fácil…
               -Sabrae-dijo Claire con calma-, aunque te honra que pienses en ellos principalmente, la víctima en esto que me estás contando no son ellos, sino tú. Tú eres la que peor parada habría podido salir.
               -Lo sé. Pero odio pensar que… les he hecho sufrir de algún modo. Y a la vez me siento una traidora hacia Alec porque ellos le echan la culpa de todo esto y yo, aun así, siento lástima por ellos.
               -Creo que primero tienes que gestionar lo que sientes hacia ti misma antes de plantearte lo que sientes hacia los demás.
               Me reí con amargura.
               -¿Tienes algún plan para mañana por la tarde? Porque creo que nos va a llevar mínimo dos días el resolver esto.
               Por toda respuesta, Claire se levantó, se acercó a la puerta, colocó en su parte exterior un cartel que indicaba que la consulta estaba ocupada y que no debía interrumpirse la sesión de su interior, y se descalzó las botas y se soltó el pelo. Se sacó un termo del bolso, que guardaba en un cajón, y del mismo cajón sacó un par de vasos de plástico.
               -Estaremos aquí el tiempo que necesites-dijo, desenroscando el termo y vertiendo agua en los vasos. Se me formó un nudo en la garganta a través del que sólo pude hacer pasar un tímido sorbito de agua, ya que me parecía de mala educación no agradecerle el gesto de alguna forma a pesar de que tenía el estómago completamente cerrado.
               -Debes de odiarme-no pude evitar comentar, dejando el vaso sobre su mesa y encogiéndome en mi silla-: te he hecho venir aquí un sábado por la mañana para molestarte cuando mi psicóloga habitual es Fiorella.
               -Fifi sabía que esto podía pasar, y se lo advirtió a Sherezade cuando le pidió organizar la sesión sorpresa. Fue lo único que consultó conmigo para conocer mi opinión, y las dos estuvimos de acuerdo en que, aunque el riesgo de que perdieras la confianza en ella era considerable, merecía la pena probar a activar tu interruptor de lucha-o-huida y sacarte así del estancamiento en el que te encontrabas.
               -¿Interruptor de lucha-o-huida?-quise saber, y Claire asintió.
               -Sí. Hay veces en que los pacientes de Salud Mental se encierran en sí mismos y comienzan a dar vueltas y más vueltas sobre algo; se obsesionan tanto que no pueden avanzar. Normalmente los psicólogos estamos para ayudaros a curaros vosotros solos, pero de vez en cuando necesitáis una intervención externa para sacaros del bucle. Algo así como un toque de atención para que perdáis la concentración en lo que os obsesiona el tiempo suficiente para que vuestra perspectiva cambie y continuar avanzando. Es algo bastante arriesgado, no obstante, porque casi siempre los pacientes lo perciben como algo agresivo que mina la confianza con el psicólogo. Soléis sentiros traicionados y pensar que el psicólogo os está juzgando o no está de vuestra parte, y eso es letal para la terapia, que se basa en la…
               -… confianza-dije yo a la vez que ella. Recordé todas las veces en que Alec me había dicho lo importante que era la confianza para él, hasta el punto de que, a veces, le parecía preferible al amor. Porque el amor se da incluso a quien no lo merece, pero la confianza… la confianza es un castillo de naipes que ante la más mínima intrusión ya se desmorona.
               Claire asintió con la cabeza un par de veces.
               -Es lo que hiciste con Alec-adiviné, echando la vista atrás a todas las conversaciones que había tenido con él cuando me decía que se cerraba en banda cuando Claire venía porque ella no hacía lo que él quería, porque no se tomaba la terapia como una guía rápida de pocos pasos para controlar su ansiedad, sino que la concebía como lo que debía ser: un tratamiento lento y cuidadoso para curársela.
               -Con él fue más sencillo para mí que para Fiorella contigo porque él tenía más psicólogos aquí. De hecho, es bastante común que cuando no le dan la oportunidad a un psicólogo para que les trate, se la den a un colega por puro despecho. Al final, redunda en beneficio del paciente, así que no nos lo tomamos a pecho. Contigo la situación era más delicada. Fifi se arriesgaba a que dejaras de ir a sesiones con ella y no fueras a ningún otro psicólogo, porque no conozcas a ninguno o porque tu opinión de la profesión se perjudicara tanto que perdieras la fe en nosotros, pero… Fifi decidió seguir adelante, al final, porque de poco servían sus sesiones si no las complementabas con las de tu familia.
               »Pero basta de hablar de mi mujer-dijo, irguiéndose y estirando las manos sobre su escritorio, paseando los ojos por él como controlando que todo estuviera en su sitio-. Tenías algo de lo que querías que habláramos, algo más urgente e importante.
               -¿Está enfadada conmigo?-pregunté. Puede que el estilo de Claire me estuviera gustando más que el de Fifi, pero debía reconocer que Fiorella me iba mejor que ella. Claire tenía una paciencia que a mí no me vendría del todo bien, y estaba el hecho de que ella trabajara en un hospital y Fiorella tuviera consulta privada, con la libertad que eso conllevaba. Claire me miró.
               -Por supuesto que no. No debes preocuparte por eso.
               -Menos mal. Lo último que necesito es añadir a mi psicóloga también a la lista de gente a la que he decepcionado-suspiré, y Claire entrecerró ligeramente los ojos con algo en la mirada que me costó un poco identificar, pero cuando lo hice, me resultó muy revelador:
               Reconocimiento.
               Estaba recordando todas las veces en que Alec había usado su sarcasmo para tratar de escapar de algo que le incomodaba y sobre lo que no quería hablar.
               -¿Por qué…?-empezó, pero yo sacudí la cabeza.
               -Perdona. Perdona. Yo… me estoy comportando como una cría-sacudí la cabeza y me llevé las manos a las mejillas-. Yo… no sé qué me pasa. No debería haber dicho…
               -No tienes que disculparte, Sabrae.
               -Ha sido algo tan… tan rastrero.
               -No, yo creo que no. No pasa nada. Es un comentario sin más tratando de reírte de tu situación. No es nada del otro mundo, de verdad. No debes preocuparte.
               -No sé por qué he dicho eso. Es una niñatada.
               -Pues porque tienes quince años, Sabrae-contestó Claire, y no se contuvo un suspiro muy propio de una hermana mayor que ve a la pequeña metiendo la pata un millón de veces a pesar de que siempre le ha aconsejado cómo no hacerlo, pero que sabe que lo volverá a hacer… y está segura de que no interferirá en el amor que siente hacia ella. Apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó las manos frente a ella, como si rezara; quizá estaba pidiendo un poco de ayuda divina para armarse de paciencia y poder enfrentarse a esta conversación. Seguro que echaba de menos a Alec. Él no hacía tan difícil todo esto.-. Es normal que sientas cosas que piensas que te sobrepasan y que tomes decisiones estúpidas desde la perspectiva de un adulto, pero porque no eres adulta, así que no debes juzgarte con esos ojos.
               Me la quedé mirando, pasmada. Claire era ahora el retrato de la sabiduría más calmada y estoica. Abrió las manos y me mostró las palmas, alzando los hombros en el proceso. Era la primera persona que me decía que lo que yo había hecho no era tan imperdonable como me habían hecho creer desde que había cometido aquel error.
               Sin contar a Alec, claro. Pero, ¿contaba él realmente? Después de todo, él me defendería incluso cuando yo hubiera confesado el peor de los crímenes. No había nada que él no estuviera dispuesto a pasarme por alto; ni la peor de las traiciones.
               Sabía que lo había hecho mal. Sabía que había puesto en peligro mi vida por ser una cobarde y que nunca, jamás, debía ocurrírseme volver a hacer algo así. Sabía que las consecuencias de lo que había hecho podían ser catastróficas y eternas.
               Pero no había pasado nada. ¿Por qué, entonces, me castigaba todo el mundo, yo la primera, durante tanto tiempo por algo que sabía que había estado fatal, pero que había salido bien?
                -Escucha-Claire se inclinó hacia delante, entrelazando de nuevo las manos y apoyando el mentón sobre sus dedos entretejidos-, seguramente no debería decirte esto como psicóloga, pero Alec hablaba tanto y tan bien de ti, has sido tan positiva en su vida, que… sinceramente, no creo que sea del todo objetiva contigo. Puede que no debiera estar diciéndote esto, pero creo que te lo debo, dado que vas a sincerarte conmigo en una sesión más bien informal. Te voy a decir algo que, si cuentas fuera de estas cuatro paredes-las señaló con el dedo-, la negaré, pero me parece esencial que la sepas para comprender mejor la importancia de lo que voy a decirte después: te he cogido cariño, Sabrae.
               Algo dentro de mí se removió, como un animal mitológico precioso que se desperezaba después de un largo letargo inducido por el mal estado del bosque en el que vivía. Dolido por la decadencia de su mundo, se había echado a dormir con la esperanza de despertar en uno mejor, y parece que lo había logrado.
               Pues claro que Claire me tenía cariño. Me había experimentado en mi mejor versión, siempre con Alec, o desde su punto de vista. A todas luces, yo debía de ser perfecta, el mejor ser humano que había pisado jamás este planeta, pues estaba convencida de que Alec no escatimaba en detalles hablando de mí.
               -Gra…-empecé a agradecerle, pero ella levantó un dedo.
               -Sin embargo-levantó el dedo índice y yo me callé-, puede que mi falta de objetividad sea un problema. Desde luego, una psicóloga que no es objetiva no hará un trabajo tan bueno como otra que sí lo es. Por eso quería que lo supieras. Porque hay algo que quiero decirte, y que puede que Fifi quiera decirte también, pero ella no puede y yo sí: te estás castigando demasiado por algo que no ha tenido más recorrido. Deja que me explique-se pasó una mano por el pelo dorado, reclinándose en la silla y girándola a un lado y a otro-. Tu novio te dice que te ha sido infiel con otra chica al poco de irse de voluntariado.
               -No con “otra chica”. Con Perséfone. Ésa era la clave para mí. Yo… a ver, creo que me habría dolido, pero le había dado permiso y quería que disfrutara al máximo del voluntariado. Sin ataduras.
               -Eso me parece una chorrada y que los dos os estáis engañando a vosotros mismos, pero allá vosotros-sentenció, haciendo un gesto con la mano como si espantara a un bicho molesto, y yo abrí la boca, pasmada. No obstante, Claire no me dejó detenerme en aquello, sino que continuó, pues tenía cosas más importantes de las que ocuparse-. De acuerdo. Alec te llama y te dice que es infiel con Perséfone. A ti te duele muchísimo, pero decides perdonarle. Y la única manera que se te ocurre de no dar explicaciones es acostándote con el primero que pase. Hasta ahí, todo relativamente bien. Es decir, obviando la problemática que hay en que busques validación mediante el sexo, pero… en fin-sacudió las manos, como previendo que yo iba a protestar también-. Ésa es otra historia. El caso es que decides acostarte con otro chico, pero como no puedes hacerlo por ti misma, porque sabes que es una mala idea, decides tomar una idea aún peor y consumir drogas para hacerlo. Podrían haberte pasado un montón de cosas horribles. Un montón-sentenció, cortando el aire con su mano plana-. Podrían haberte violado, secuestrado, incluso asesinado. Y tus padres tienen todo el derecho del mundo a enfadarse contigo y sentirse decepcionados contigo. Hiciste una cosa gravísima que, por alguna especie de milagro, no salió mal.
               »Tomaste una decisión de mierda, creo que estamos todos de acuerdo en ello. Pero todo quedó en un susto. Y tus padres y tú os centráis en lo que pasó y en cómo ha minado vuestra confianza, cuando a mí, sinceramente, me parece que en lo que tenéis que centraros es en por qué. No cómo pudo ocurrírsete eso, sino por qué. Por qué, Sabrae-se inclinó hacia mí-. Hasta donde yo sé, tienes una red a tu alrededor muy sólida. Hasta poco antes de que Alec se marchara, la relación con tus padres era muy buena, y de la noche a la mañana, todo eso se acaba. Alec te dice que te ha hecho daño, y tú, en vez de buscar consuelo en tu familia, tratas de ocultarlo. Ése es el problema que tenéis en casa realmente. Que hay algún momento en el que tú, o tus padres, te exigís a ti misma que te comportes como una adulta racional cuando eres en realidad una adolescente que está pasando por un momento muy complicado de su vida.
               »Para mí, ése el problema en el que os tenéis que enfocar. La posición que han adoptado tus padres puede parecerte más o menos desacertada, y yo me reservo mi opinión profesional a ese respecto-dijo, llevándose una mano hecha una pinza al corazón-, pero…
                -No lo hagas-le pedí. Ya me daba igual todo. Me había dicho lo mismo que me había dicho Scott sin tan siquiera saber que mi hermano me había dicho aquello, y que sus palabras me habían hecho buscar terapia. Eso tenía que significar algo. Si había dos personas que lo veían sin tener ningún tipo de contacto…
               Porque puede que fuera muy ingenua por mi parte, pero me creía de verdad que Scott y Claire no habían hablado lo más mínimo sobre lo que se suponía que tenía que decirme.
               -¿Que no haga el qué?-preguntó.
               -Reservarte tu opinión profesional. He venido aquí para que seas sincera conmigo.
               -Será mejor que no la diga, Sabrae-sentenció, pero yo insistí.
               -Sí. Por favor. De verdad, si tú la compartes, por absurda que me parezca… puede que me dé la perspectiva que yo estoy buscando. Tú eres la más objetiva en todo esto, así que…
               -Sabrae, si te digo lo que realmente pienso de todo lo de que Alec es malo para ti, voy presa-sentenció, mirándome con una gélida determinación que me dejó clavada en el sitio. Sus peleas con Fiorella debían de ser épicas, entonces, si era capaz de enfadarse así. Debió de darse cuenta de la bestia que despertaba dentro de ella, porque tomó aire y lo soltó sonoramente, en un suspiro que sonó más bien como el rugido de un dragón escondido en el cuerpo de una humana-. No has venido aquí para eso.
               -Hombre, pero reconóceme que, si me firmas un papelito diciendo que, como psicóloga titulada que eres, te parece una jodida locura decir que Alec es malo para mí, yo tendría muchas más papeletas para ganar esta pelea.
               Solté una risita con la esperanza de que me siguiera, pero Claire no lo hizo. En su lugar, se recostó en su silla, se masajeó el puente de la nariz mientras cerraba los ojos con fuerza y negó con la cabeza.
               -No has venido para ganar ninguna pelea. En las familias no se ganan peleas. Nunca. Son las peleas, más bien, las que ganan a las familias.
               Tragué saliva y asentí con la cabeza. Esperé a que Claire se tranquilizara un poco y, cuando por fin vi que estaba más relajada, me atreví a decir:
               -Ayer mi hermano vino a verme-Claire abrió los ojos y se me quedó mirando, expectante-. Y me dijo una cosa que… bueno, que ha hecho que me dé cuenta de que necesito un nuevo prisma desde el que mirarlo todo, por así decirlo-Claire parpadeó y yo empecé a retorcerme las manos con nerviosismo-. En casa creen que no quiero arreglarlo. ¿Tú crees que parece que no quiero arreglarlo?
               Claire parpadeó y entrelazó las manos en el regazo, mucho más serena por fin.
               -¿Es importante lo que parece, o es importante lo que es?-preguntó, y, por si acaso me quedaba alguna duda de que ésa no era una sesión de terapia al uso, ahí tenía mi confirmación. Se trataba más bien de una conversación con una amiga en la que yo me desahogaba de todo lo que me iba mal y ella me daba un par de toques de atención en aquellas cosas de las que tenía que responsabilizarme.
               -Creo que lo que es puede verse influido por lo que parece-admití, abriendo entonces la puerta a la posibilidad de que, igual que si mis padres se habían equivocado con lo que yo quería, yo también podía haberme equivocado con lo que ellos querían. No con lo de que querían separarme de Alec, por supuesto; eso había quedado más que claro, pero… hasta ese momento, parecía que lo único que les importaba era tener la razón por encima de todo. Demostrarme que yo me equivocaba.
               Y, sin embargo, puede que hubieran mandado a Scott a buscarme para que volviera a casa. Puede que estuvieran dispuestos a ceder si yo también lo hacía un poco. Yo no podía ser la primera que cediera, pero… estaba dispuesta a escucharlos si ellos me escuchaban a mí primero, y si consensuábamos unos temas sobre los que tuviéramos asumido que no había debate posible. Yo sólo tenía una línea roja: medía metro ochenta y siete, tenía el pelo castaño, una sonrisa preciosa, y el griego, inglés y ruso como lenguas maternas.
               Fuera de eso… estaría dispuesta a que me echaran las broncas que les apeteciera.
               -¿Qué crees que parece?
               Claire apoyó la cabeza sobre el puño cerrado y la inclinó ligeramente hacia un lado, como diciéndome “no tengo ninguna prisa por escucharte, así que tómate el tiempo que necesites para aclarar tus ideas”.
               Parecía que nos habíamos dejado llevar por la rabia que nos daba no entendernos y que nos habíamos regodeado en mantener posturas separadas a base de separarlas todavía más. Parecía que estábamos en una competición. Parecía que mis padres querían llevar la razón por encima de todo, demostrarme que Alec me hacía mal incluso cuando él era el único en la habitación que les paraba los pies cuando lo necesitaban y me protegía de todo mal.
               Pero creo que… también parecía que a mí no me dolía estar así. Parecía que yo no les echaba de menos, que no me arrepentía de nada de lo que había pasado, y que lo volvería a hacer, cuando para nada era así. Puede que no fuera por los motivos indicados, puede que me basara más bien en el daño que me podía haber hecho, o haberle hecho a Alec, y no en el que les había hecho a mis padres, pero… la cuestión era que yo había atravesado una puerta en agosto que ahora había tapiado para siempre.
               -Que estamos en guerra-dije con un hilo de voz, la vista perdida en un punto de la mesa de Claire, como si en ella se hubiera congregado la única respuesta válida para todas las preguntas que se había hecho la humanidad a lo largo de su historia-. Y… que puede que yo esté dispuesta a llegar más lejos de lo que lo están ellos.
               Levanté la vista y la miré por fin. Claire me estaba mirando fijamente, como evaluándome, pero era tan buena en su trabajo que, si lo estaba haciendo, lo disimulaba a la perfección.
               Quizá estaba realmente más dispuesta a llegar más lejos de lo que lo estaban mis padres. Ese prefiero dejar de ser tu hija a dejar de ser de Alec siempre iba a perseguirme, tanto por lo tajante que había sonado como por lo auténtico. Yo ya no era por encima de todo la hija de mis padres, sino que Alec había cambiado completamente el orden de mis prioridades vitales y se había colocado en primer lugar.
               Pero es que… ser de Alec era liberador.
               No tenía las expectativas que sí tenía con mis padres.
                -¿Y lo estáis?-preguntó Claire. No pude evitar recordar la nota que me había dejado mamá encima de la mesa de la cocina a la mañana siguiente de que se descubriera todo el pastel. Cómo me había declarado la guerra y cómo se la había devuelto yo.
               Asentí con la cabeza, sin atreverme a decirlo en voz alta, porque entonces sería real. Una cosa era comentarlo con mi novio, enfrentarme a mis padres, pelearme con ellos frente a dos psicólogas, pero… decirlo en voz alta volvería esta separación real. Y yo no quería perder a mi familia sabiendo que había contribuido a alejarme de ellos.
               Normalmente me habría resbalado lo que Scott me dijera de cómo me estaba comportando, porque aunque sí sabía que él se ponía de parte mía y de Alec en el noventa y nueve por cien de las veces, había más cosas que entraban en juego y por las que podría tratar de mediar entre papá, mamá y yo: no sólo había puesto una carga terrible sobre los hombros de nuestros padres haciendo que buscaran la manera de sacarlo del contrato con la agencia de The Talented Generation, sino que también había visto en primera persona cómo toda la situación conmigo y con Alec estaba desgastándonos a todos. Él era el pilar que sustentaba a la familia y se responsabilizaba cuando la familia no iba bien, independientemente de si era su culpa o no.
               Sí, normalmente me habría detenido mucho menos a pensar en las palabras de Scott. Pero me había tocado una tecla a la que yo no podía dejar de escuchar: Shasha.
               Si Shasha creía que me estaba pasando era porque indudablemente tenía que estarme pasando. Sabía de sobra por lo que había pasado antes de que todo esto estallara: había estado ahí para mí, abrazándome y tratando de calmarme mientras yo lloraba cuando Alec me dijo que me había puesto los cuernos con Perséfone; me había visto salir de casa vestida para matar la noche en que todo se fue a la mierda, y se había dado cuenta de que planeaba romper con Alec y había tomado cartas en el asunto. Tenía toda la información de lo que había pasado; ella, más que nadie, sabía cómo estaban las cosas y tenía la opinión más completa.
               Si Shash pensaba que yo lo estaba empeorando sin motivo…
               Ayer viniste buscando camorra, me había acusado Scott. Y yo me había revuelto como una gata acorralada, cuando, pensándolo en frío, no podía dejar de darle la razón. Siempre que había pensado en ir a mi casa, lo había hecho con un lenguaje beligerante que no me había ayudado a mantener la actitud más neutral posible. Había llevado la sudadera de Alec como una declaración de intenciones de que no iban a separar a este equipo perfecto que formábamos nosotros dos, pero también sabía, y me había regodeado, en que desde fuera aquello parecía más bien una provocación, y no tanto un gesto de apoyo y de confianza a mi novio.
               Había entrado en casa con la cabeza bien alta. Les había dicho a mis padres que se despidieran de él o, si no, no volvería a casa. Estaba envalentonada. No llevaba puesta una sudadera: llevaba puesta una armadura.
               No me arrepentía lo más mínimo de lo que había hecho; no, si con eso había conseguido que Alec se marchara seguro de que lo nuestro no corría peligro. Pondría en riesgo a mi familia una y mil veces por él, pero sólo cuando fuera necesario. Sólo hasta los extremos necesarios. Nada más.
               Y puede que… puede que sí. Puede que yo también tuviera algo de culpa. Puede que estuviera antagonizando excesivamente a papá y mamá. Puede que la rabia que sentía por lo injustos que estaban siendo con Alec me impidiera ver todo lo demás.
               -¿Sientes que eres responsable de la situación?-preguntó Claire con un cierto deje de cariño en la voz, como quien se inclina hacia un niño que llora desesperado con la rodilla raspada y le pregunta si quiere un poco de agua oxigenada.
               -Creo que… creo que sí. Un poco, sí.
               Shasha me había visto llorar. Había escuchado a papá y mamá gritarnos a Alec y a mí. Se había puesto de nuestro lado. Nos había defendido siempre, incluso cuando ni siquiera Scott estaba de acuerdo con que siguiera con él. Incluso cuando Scott estaba cabreadísimo conmigo por lo que había supuesto para mi integridad física la solución que había encontrado a mis problemas. Shash siempre se había puesto de mi lado. Si ahora no lo estaba, no era justo para ella pensar que era que papá y mamá le habían lavado el cerebro. Lo justo era que yo me planteara mi posición; no dónde me quedaba con Alec, sino lo flexible que me mostraba. Adónde me orientaba.
               Por Dios, si hasta el mismo Alec me había preguntado si no me arrepentiría más delante de lo que estaba haciendo. ¿Veía todo el mundo que me estaba equivocando excepto yo misma?
                -¿Por qué?-preguntó Claire, sabiendo perfectamente lo que hacía, y yo también.  Estaba tirando del hilo, dejando que el tapiz se deshiciera él solito para desvelar el manchurrón en la pared.
               -Ayer fui a casa y estaba a la defensiva-confesé.
               -¿Por qué?
               -No quería que hicieran que Alec se sintiera mal o dudara de que yo no lo pudiera sobrellevar sin él. Ellos no se portaron bien con él. Y quería que le pidieran perdón. Quería que supieran que… que me iría con él si hacía falta, pero que no iba a ceder en esto. En esto, no. Ya he cedido en muchas más cosas. En muchísimas.
               Había conectado tanto con Alec porque era un chico increíble, una persona extraordinaria, muchísimo más guapo por dentro que por fuera, y eso que por dentro era guapo hasta decir basta, pero si lo mío con él era único e irrepetible, algo como nada que hubiera tenido hasta entonces era porque…
               … porque…
               … porque él me entendía. Me entendía incluso cuando yo no había sabido que era una incomprendida. Me entendía porque él también tenía un padre que no era el hombre que le había engendrado.
               Sí. Era mi novio y estaba enamorada de él porque era mi mejor amigo, y era mi mejor amigo porque no había nada de lo que no pudiéramos hablar. Incluso de esos días de mi vida que no estaban inmortalizados en ningún álbum familiar, incluso de ese nombre del que yo ya no respondía.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas.
               Se había hecho una montaña de un grano de arena de una manera terrible, y mis padres no habían sabido estar a la altura de los acontecimientos, pero… si la bola de nieve se había hecho tan grande no era sólo porque ellos no la habían detenido a tiempo, sino porque yo también la había echado a rodar en primer lugar.
               Noté que Claire se daba cuenta de que había descubierto por fin el quid de la cuestión; uno que debía de ser muy evidente, si con quince minutos conmigo le había bastado para saber qué me pasaba y adónde necesitaba llegar.
               Mamá y papá la habían cagado pero bien. Me habían demostrado que no sabían manejar mis caídas en desgracia, y teníamos que trabajar mucho en eso. Pero si yo hubiera dicho la verdad, si hubiera confiado en que no juzgarían a Alec o que, incluso si lo hacían, no tratarían de que él y yo rompiéramos… puede que jamás lo hubieran intentado.
               Te educaron para que fueras independiente y tomaras tus propias decisiones. ¿Cómo casa eso con que fueran a obligarte a romper con Alec?
               Claire recogió un pañuelo y se inclinó a entregármelo. Cuando lo cogí y me hube limpiado los ojos y la nariz, ella me preguntó:
               -¿Por qué no les dijiste a tus padres la verdad?
               Todo mi cuerpo se revolvió contra la idea que me cruzó la mente. La sola idea de decirlo en voz alta… era una tragedia. Era un desprecio a todo lo que habían hecho por mí. Me habían dado la mejor vida con la que una chica podía soñar. Me habían concedido todos mis deseos. Me habían salvado. Podría estar… sufriendo. Pasando penurias. Ahorrando cada penique o dejando que otros me robaran mi cuerpo. No tenía derecho a pensar eso siquiera. Ser una Malik era un privilegio que yo no debía cuestionar. No podía.
               -No lo sé-mentí, sonándome la nariz y mirando cómo el pañuelo se desintegraba por la acción de mis lágrimas. Mentira, mentira, mentira.
               -¿Se te ocurre algo?-volvió a probar Claire, y yo miré y miré el pañuelo. Era blanco como las sábanas de la cama en la que Alec y yo habíamos hablado tantas veces de nuestros miedos, sus cicatrices físicas ya en la piel, las de las almas de ambos por fin sanándose a base de que el otro nos las viera…
               -El hombre por el que viniste al mundo no te define, Al-le había dicho yo una vez.
               -Ni a ti tampoco, Saab-me había respondido, mirándome a los ojos y viéndome como nunca antes me habían visto.
               Dilo. Dilo. Sácatelo del pecho. Sácatelo del pecho.
               Claire era buena, eso debía reconocérselo. Muy, muy buena. Mejor que Fiorella, me atrevería a decir. Ahí me tenía, llorando y planteándome si tenía el valor suficiente para decir aquella cosa horrible en voz alta. Claro que, teniéndola delante, supongo que sólo era cuestión de tiempo; después de todo, había conseguido que Alec se enfrentara a algo que ni siquiera se había atrevido a nombrar durante dieciocho largos años: “soy el producto de una violación”.
               Yo llevaba tres de retraso.
               Levanté la vista y la miré.
               Soy la adoptada. No puedo tener un novio que me pone los cuernos y perdonárselo. Tengo que merecerme ser parte de esta familia.
               Claire esperó y esperó y esperó. Sabía lo importante que era que llegaras a una conclusión, pero también lo fundamental de cómo lo verbalizabas.
               -Yo siempre tengo que… ser perfecta-expliqué, y automáticamente me sentí mezquina por lo que eso implicaba: que papá y mamá me lo exigían. A raíz de acontecimientos recientes una no podría decir que no era así, pero hasta entonces, jamás habían utilizado un doble rasero conmigo y con mis hermanos. Pero yo sí.
               Oh, por Dios, yo sí.
               -Siento que tengo que serlo. Tengo que merecerme su amor-y ahí tenía las pruebas de que tenía que hacerlo siempre bien, pues de lo contrario, la casa se derrumbaba-. Ya ves que cuando me equivoco lo… pagan conmigo-sorbí por la nariz, cogí otro pañuelo, me lo apreté contra ella y negué con la cabeza-. Sé que están sometidos a mucha presión, pero Alec mismo lo dice. Ellos son los adultos, no yo-arrugué el pañuelo entre mis dedos y me encogí de hombros, dejando las manos en el regazo-. Y me siento una mierda por pensar así de ellos, porque sé que ellos me quieren, y yo les quiero a ellos, y sé que les he hecho sufrir mucho y una buena hija no debería hacer eso, pero… se han pasado tres pueblos conmigo. Tres pueblos, Claire. No me siento bienvenida en mi casa. Cada vez que cruzo la puerta, lo único que siento es angustia pensando en si van a recordarme lo que hice o en si van a reñirme por algo nuevo que yo les haya ocultado y que ya no recuerde o si van a seguir insistiendo en que deje a mi novio, y… me estoy volviendo loca. Pero no sé si es cosa mía o es cosa suya.
               -¿Crees que sólo lo has hecho por ti?
               -Creo que también lo hice por Alec. Para que no pasara vergüenza en mi casa, porque es evidente que mis padres ya no lo verían igual. Pero creo que sabía… o al menos pensé que ellos no respetarían mi decisión si yo le perdonaba. Así que creo que pensé que lo mejor… lo mejor era esto-abrí las manos-. Fingir que no había tomado ninguna decisión. Volverme una niñata malcriada y caprichosa y que se olvidaran de él, pero yo… creo que calculé mal. Y ahora me siento una subnormal profunda porque ellos jamás me dieron indicios para que yo pensara así.  Aunque supongo que no iba tan desencaminada pensando lo peor de ellos, si al final han reaccionado así. Se han distanciado mucho de mí. Y hay veces en las que parece que… así es como debía ser, ¿sabes? Como si yo fuera una carga.
               Contuve un sollozo y negué con la cabeza. Claire no dijo nada, y su silencio resultó atronador. No quería hacerme daño, pero yo sabía lo que diría Fiorella.
               -Aunque supongo que también me alejé yo.
               -¿Por qué piensas eso?
               -Creo que toda mi familia lo piensa. Incluso Shasha. Y si Shasha lo piensa…-sacudí la cabeza y me encogí de hombros-. Ella es neutral. O está de mi lado, como mínimo. Así que… me fío de su opinión.
               -¿Más que de la de tus padres?
               -Shasha no me juzga.
               -¿Y crees que ellos sí?
               Cuando ella llegó a la familia yo ya estaba aquí, pensé, y la temperatura de la habitación se desplomó varios grados. Me noté palidecer. Era la primera vez en toda mi vida que pensaba que mi relación con Shasha era distinta a con los demás, porque Shasha siempre me había tenido de hermana; en cambio, Scott, papá y mamá habían tenido una vida antes de mí, e incluso durante mi nacimiento. No habían estado desde el minuto uno.
               Shasha sí. Y todo porque… no había diferencia entre Scott y yo con ella. Yo no era su hermana adoptiva. Ni siquiera era su sustituta, a pesar de que me habían adoptado porque ella se había hecho de rogar.
               Simplemente era su hermana mayor, que curiosamente era más baja. Y ella era mi hermanita, y siempre lo sería, incluso aunque ya fuera más alta.
               -Creo que tengo que ser perfecta-dije por fin, porque no era justo ni para papá, ni para mamá, ni para Scott, ni para Shasha y Duna que yo me lo guardara más tiempo dentro y dejara que nos separara todavía más. Puede que ellos tuvieran mucho que trabajar y mucho por lo que disculparse, pero yo debía responsabilizarme de esto-, porque soy la adoptada.
                Le había preguntado eso a mamá cuando no quisieron darme el avión. Y ella se había vuelto loca porque había insinuado que a Scott, Shasha o Duna se lo darían, pero a mí no. Quizá para ellos no significara nada, pero para mí… desde la primera vez que lo hablé con Alec… me había dado cuenta de que necesitaba hablarlo con mis padres. No buscaría a mis padres biológicos, no iría en pos de unas respuestas que no me interesaban, pero… no quería que mi origen fuera un tabú. Quería que pudiera salir en una conversación y no lo escondiéramos bajo la alfombra como una pelusa, igual que no escondíamos el parto tan largo que tuvo mamá con Scott, lo difícil que le resultó darle el pecho a Shasha por lo obsesionados que estábamos mi hermano y yo con ella, o el embarazo tan complicado que tuvo con Duna.
               Quería dejar de sentir que tenía que merecerme ser parte de la familia, no porque ellos me lo impusieran, sino porque era parte de mí, igual que su sangre y su origen y su renegación era parte de Alec.
               No escuché a Claire levantarse de su silla y acercarse a mí por la forma en que me desmoroné, pero aunque sabía que no hacía esto con ningún otro paciente, no me sorprendió que me abrazara y me acunara contra ella mientras yo lloraba y lloraba y lloraba. Algo dentro de mí me dijo que no lo hacía sólo por el cariño que me tenía ni tampoco por el juramento hipocrático que había hecho, sino porque también quería a Alec y sabía lo mucho que le dolería a él verme así.
               Me acarició la cabeza con cuidado, y cuando por fin me relajé lo suficiente para poder escucharla, me dijo:
               -Te diré lo que vamos a hacer: voy a contarle a Fifi todo lo que me has dicho hoy para que, si no quieres, no tengas que repetirlo. Fifi diseñará las siguientes sesiones de terapia en torno a esto, tanto conjuntas como individuales.
               -Vale.
               -En algún punto se lo plantearás a tus padres. Si quieres, yo puedo volver para ayudar a Fifi a explicarles todo lo que te pasa. Se preocupan por ti y quieren lo mejor para ti, pero si hay cosas en las que crees que se equivocan, tienes derecho a decírselas, al igual que ellos a ti.
               -Vale.
               -Mientras Fifi y yo diseñamos el plan de terapia, trata de hacer vida normal. No huyas de casa. Eso les volverá más receptivos. ¿Crees que podrás?
               -Si ellos no me dicen nada de Alec…
               -No lo harán. Fifi se ha encargado de ello. Ayer tuvo sesión con ellos-me reveló-, con Zayn y Sherezade, quiero decir. Creo que fue antes de que Scott fuera a buscarte. Poco a poco, creo podréis sanar la relación, Sabrae, pero os costará mucho trabajo y no será fácil. ¿Estás dispuesta a hacer el esfuerzo?
               Asentí.
               -Será doloroso.
               -No me importa. No dolerá más que esto.
               -Quizás sí-respondió, y yo sacudí la cabeza.
               -Mientras Alec esté bien…
               -Tú también te mereces una casa, Sabrae. No sólo él-respondió Claire con cierta severidad, y yo me dediqué a rumiar eso mientras me daba las instrucciones de lo que tenía que hacer a continuación.
               -Fifi los ha avisado de que ibas a estar conmigo y les ha dicho que estaríamos todo el día si hacía falta, así que tienes hasta por la noche para decidir qué hacer. Puedes quedarte a descansar en casa de los Whitelaw o puedes ponerte a trabajar ya. Como tú prefieras. Y ahora… vete a casa, Sabrae. Date otra oportunidad.
               Vete a casa. Vete a casa. Vete a casa. Fue mi nuevo mantra mientras iba en el metro, y mientras atravesaba las calles en dirección a mi casa. Vete a casa.
               Abrí con cuidado para que Trufas no se escapara y me acerqué al comedor, en el que los Whitelaw estaban empezando el segundo plato. Annie se levantó con un resorte.
               -¡Sabrae, cielo! Perdona que no te hayamos esperado. Creíamos que ibas a comer en casa de tus padres-Annie era tan buena que ya no hacía distinción entre “mi casa” y “la casa de Alec”, sino entre “la casa de los Whitelaw” y “la casa de los Malik”, sin que hiciera falta que yo contaba tanto como una Whitelaw como como una Malik para ella.
               -No, no os preocupéis. He venido a por mi eBook. Voy a leer en el jardín-expliqué, y subí las escaleras con paso vacilante, consolándome en que, al menos, mañana iba a venir a desayunar. Si las cosas iban mal esta tarde, siempre podría venir a dormir a la habitación de Alec.
               Tuve que luchar con todas mis fuerzas contra mis miedos para no dar la vuelta y salir corriendo. Tuve que respirar de forma consciente durante un minuto entero para no vomitar en los arbustos. Y tuve que coger las llaves con las dos manos para meterlas en la cerradura y poder entrar a mi casa.
               En cuanto abrí la puerta y atravesé el vano para entrar al vestíbulo me invadió el aroma del pollo especiado, especialidad de papá. Olía a frío, pero también a abundancia.
               A la primera que vi fue a mamá, que estaba apoyada en la puerta del comedor que daba al jardín, mirando hacia el vestíbulo como una estatua. A su espalda estaba la mesa redonda. Conté seis platos dorados, mis preferidos, colocados sobre el mantel lavanda, también mi preferido. Y puede que pienses que soy una estúpida, una hipócrita y una falsa, pero… me alegré. Contra todo pronóstico, me alegré.
               Mamá me sonrió con timidez, tentando a su suerte. ¿Me quedaría a comer?
               -Me han dicho que ayer hiciste tarta de limón.
               Papá abrió la puerta de la cocina en ese momento y me miró también, medio alucinado, medio maravillado. Un unicornio acababa de cruzar la puerta, parecía ser.
               -¿Todavía queda algo?
               Mamá ahogó un sollozo sonriente que se parecía más a una carcajada, y asintió con la cabeza. Resultó que sí que quedaba algo; es más, ayer ni siquiera la habían tocado.
               Y estaba muy rica.
                
 
Por si acaso el hecho de que todos mis compañeros me miraran ahora como si fuera un dios caminando entre mortales cuando fui a ver a Valeria no me había dado una pista de lo mucho que habían cambiado las cosas en el campamento en esos escasos días en que yo había estado fuera, la propia Valeria me lo hizo evidente dejando la puerta de la cabaña en la que estaba su oficina, y la de su propia oficina, abiertas. Como si no quisiera que me encontrara con ningún obstáculo. Como si de mí manara tanta energía que no pudieran evitar dejar canales para absorberla ellos mismos, apreciándola y aprovechándola a partes iguales.
               Lo que me habían dicho Luca y Perséfone de las visitas que había ido teniendo, las ofrendas en mi cama, todo era tan raro y tan de serie mala en la que los guionistas no saben qué hacer para conservar a la poca audiencia que los seguía que, sinceramente, no sabía qué esperar de lo que quería decirme Valeria. Ni siquiera me atreví a albergar la esperanza de que quisiera gritarme por haber desvelado el gran secreto que guardábamos en el campamento y que me había hecho jurar que protegería con mi vida; eso sería facilitarme mucho la vida de una forma en que el destino ya me había demostrado que no estaba dispuesto a hacerme disfrutar.
               Me planté frente a la puerta abierta de Valeria conteniendo a duras penas mi ansiedad. A pesar de que estaba hecho un manojo de nervios, no obstante, pude recordar que a ella no le hacía especial gracia que me comportara como el principal gallito del corral. Estaba claro que, allí, sólo había una mamá pata.
               Me la encontré mirando por la ventana con gesto distraído, las rodillas ligeramente levantadas y los pies apoyados en las patas de la silla de ruedas. Estaba completamente vuelta hacia la luz que se colaba a través de los estores, que había dejado entrecerrados para que sus rendijas modularan la claridad de la estancia.
               Para estar esperándome, estaba más bien poco pendiente de la puerta. Di unos golpecitos con el nudillo en el marco y Valeria se volvió como un resorte.
               -Me han dicho que querías verme-dije, cuadrándome con las manos por detrás de la espalda y las piernas separadas en la típica pose del soldado dispuesto a obedecer. Le había prometido a Sabrae que lo intentaría; provocar una bronca con Valeria en la primera hora de mi vuelta no contaba exactamente como “intentarlo”. Además, estaba claro que ella necesitaba espacio para solucionar lo de sus padres a solas. Yo sólo iba a empeorarlo si regresaba, y todo porque sería incapaz de quedarme de brazos cruzados mientras ellos la trataban como al enemigo público número uno.
                -Alec. No creí que fueras a volver tan rápido-dijo, organizando los papeles de encima de su mesa. Fruncí el ceño.
               -La fundación me ha conseguido los billetes. Creía que tú te encargabas de ellos.
               -Lo hace Mbatha-respondió, distraída, girando de nuevo la cabeza hacia la ventana… justo en el momento en el que una mujer de ropas coloridas y un barreño en la cabeza aparecía por el camino que llevaba al santuario y se dirigía hacia el campamento. El alboroto que se escuchaba de fondo, propio del barullo de decenas de adolescentes y veinteañeros especulando sobre cuándo empezarían los gritos de la tirana del campamento al alma más libre de éste, cesó de repente. Valeria se quedó callada también, observando a la mujer mientras recorría el camino del santuario, su piel de ébano reluciendo al sol.
               Un minuto después, la mujer atravesaba el camino en dirección contraria con el barreño vuelto hacia su cuerpo, apoyado en su cintura. Vacío.
                Valeria se volvió y me miró con la mandíbula desencajada que le echaba veinte años encima. Suspiró sonoramente.
               -Llevan así desde la mañana en que te fuiste.
               No dije nada. Me limité a quedarme allí, de pie, esperando que me dijera que no me molestara en deshacer las maletas y que fuera pedirles perdón a las mujeres por ausentarme tan rápidamente, y de forma tan definitiva.
               -Pasa-dijo, haciendo un gesto con la mano para que me acercara a ella-. Y siéntate.
               Hice lo que me pidió y aguanté su mirada sin moverme, un cachorrito que respeta la autoridad del alfa que tiene sus dientes a milímetros de su garganta. Valeria suspiró de nuevo, miró una última vez en dirección a la ventana, y finalmente volvió la vista a mí.
               -¿Qué tal todo por casa?-preguntó, y a mí me costó procesar que Valeria me estaba preguntando en serio por si me lo había pasado bien en Inglaterra. O sea, me parecía de coña. ¿Qué quería decirme que tan complicado le resultaba si tenía que dar vueltas alrededor del tema como una hiena que no se atreve a darle un bocado a un cadáver demasiado caliente como para ser realmente un cadáver?
               -Eh… bien.
               -¿Cómo está Sabrae?-continuó, y a mí se me pusieron los pelos de punta. Jo-der. Como intentara usarla contra mí de alguna manera… no respondía de mis actos. No había dormido lo suficiente en el avión, estaba cansado y mi mal humor tomaría el control pronto si seguíamos por ahí.
               -Bien también-contesté con cautela, y Valeria asintió con la cabeza y juntó las palmas de las manos, distraída. Miró por encima del hombro de nuevo hacia la ventana y se mordió el labio. Asintió con la cabeza y se giró otra vez. Y yo no pude más-. ¿Pasa algo?-le pregunté, y se me quedó mirando como si me hubiera puesto a hablar en su idioma materno, pero su idioma materno fuera uno que sólo utilizaban diez personas en todo el mundo.
               -¿A qué te refieres?
               -Me han dicho que querías verme en cuanto llegara, y está todo abierto para que yo entrara directamente, pero es como si no quisieras que… estuviera aquí-tanteé, hundiéndome un poco en la silla. No me apetecía una mierda darle la satisfacción de pedirle que me dejara quedarme un par de semanas más si con eso iba a conseguirle a Saab el tiempo que ella necesitaba, pero lo haría por mi chica. Por mi chica, siempre. No había sacrificio que no estuviera dispuesto a hacer, ni lucha con la que me acobardara.
               Por mucho que me jodiera darle el gusto a esta psicópata…
               -Estos días he estado pensando mucho en lo que ha pasado, Alec, y creo que te debo una disculpa-contestó. ¿Ein?
               ¿Qué? ¿Se le había escapado una cebra a Perséfone y le había dado una coz? ¿Una disculpa? ¿Valeria? ¿A mí? No sabía qué era más surrealista de todo.
               -¿Perdón?-dije, y Valeria se reclinó en el sillón y suspiró sonoramente, pasándose la mano por la cara y negando con la cabeza. Volvió a mirar hacia la ventana, en la que otra mujer, esta vez con un niño de la mano, recorría despacio el camino que conectaba el santuario con nuestras cabañas. Negó con la cabeza y apartó la vista, obviando que el niño llevaba una fruta amarilla, similar al plátano, en las manos.
               -Tu comportamiento en este campamento ha sido ejemplar desde que llegaste, al menos con tus compañeros. No he tenido a nadie tan dispuesto como tú a hacer las cosas sin rechistar en mucho, mucho tiempo, y que hayas accedido a los trabajos más sucios sin quejarte ni una sola vez o decirme que querías volver a casa cuando te lo estabas planteando para ver si yo claudicaba… denota carácter. Mucho carácter. Y eso es algo que nos hace falta aquí.
               Alcé las cejas. Vaaaaaaaaaaaaleeeee… ¿adónde quería llegar con esto? No pretendería hacerme gerente de este poblado, ¿verdad?
               -Lo que hiciste hace unos días con el pozo ha sido toda una cura de humildad para mí. Para mí y para mi forma de llevar el campamento. El agradecimiento que te tienen las mujeres (totalmente merecido, por cierto), habla mucho de lo equivocada que estaba yo juzgándote como lo hacía e imponiéndote esos castigos ejemplares para que a tus compañeros no se les ocurriera imitarte. Y, por eso, creo que debo pedirte perdón.
               Bueno, pues al final resultaba que no iba a estar sólo tres semanas sin ver a Sabrae. Al parecer el avión se había caído y yo estaba en el limbo, alucinando antes de que me dejaran entrar al cielo o me mandaran al infierno por mis múltiples pecados, de entre los cuales, me enorgullecía decir que destacaba el fornicio. Al menos me lo había pasado bien y había hecho que la eternidad ardiendo a fuego lento en la barbacoa eterna de Lucifer mereciera la pena.
               Me pellizqué el dorso de la mano derecha con la izquierda, y me sorprendió lo real que parecía esta alucinación. Pobre Sabrae, viuda con 15 años. Y ni siquiera ha tenido la noche de bodas en la que se folla a su marido obsesionado con ella en todas las posturas que se le ocurren.
               Le había prometido que tendríamos sexo anal cuando volviera para el cumple de Mimi y al final iba a darle por culo de una forma bastante diferente.
               -No he sido justa contigo. He dejado que mi ego me cegaran y me volvieran cruel contigo. Quiero pensar que he basado tu castigo de no ir a la sabana en las razones correctas, porque hasta que no te has ido no me he dado cuenta de que sí te merecías mi confianza, y necesito a gente en la que pueda confiar ciegamente en la sabana-señaló la puerta abierta con un dedo índice que no resultaba acusador en absoluto, a pesar de que sí lo había sido antes-. Pero todo lo demás que te hice… obligarte a descargar a los animales, mandar a Perséfone a la sabana otra vez aun sabiendo que ella también me había desobedecido, y todo porque sabía que así también estaba castigándote…-sacudió la cabeza-. Eso sí que no ha estado bien.
               Iba a tratar de defender a Pers, decirle a Valeria que lo que yo había hecho no se comparaba con la lealtad que había demostrado Perséfone, que sólo me había esperado en el aeropuerto mientras que yo me había ido al extranjero, pero… francamente, no me veía capaz de interrumpir este monólogo demencial. Me daba miedo que si la interrumpía no fuera capaz de retomar el hilo de sus pensamientos, llegara la final de su soliloquio y me dijera que recogiera mis cosas y me largara de vuelta a Inglaterra, donde no debía regresar hasta dentro de tres semanas.
               -Que me dijeras que te estabas pensando si quedarte o no realmente me ha abierto los ojos, especialmente después de decirte que me arrepentía de haberte dejado sin ir a la sabana y que podías regresar si querías. Me pareció perfectamente comprensible que quisieras volver a casa y estar con tus seres queridos, sobre todo después de todo lo que te ha pasado, lo que te he estado haciendo, pero... una parte de mí no ha sido capaz de dejar de recriminarme que pudiéramos perder a alguien tan válido como tú, alguien a quien mi marido aprecia tanto, por mi egoísmo y mi estrechez de miras.
               »También me he dado cuenta de que cómo te estaba tratando afectaba a la opinión que tus compañeros tenían de mí…
               No jodas, Sherlock.
               -… lo cual es perfectamente comprensible. Entiendo vuestro punto de vista ahora mejor que nunca, y creo que con mi comportamiento he hecho que el mío sea muchísimo más difícil para empatizar con él. Todos vosotros me preocupáis-dijo, llevándose una mano al pecho-, muchísimo. Por circunstancias de la vida no he tenido hijos, pero para mí, es como si vosotros lo fuerais. Además, también sois mi responsabilidad. Por mucho que seáis adultos, estáis en un territorio que no conocéis, que a veces puede ser muy hostil, llevando a cabo trabajos muy complicados que os ponen en más peligro del que pensáis. Ya había notado que tus compañeros cambiaban un poco su actitud, pero desde que te fuiste y Perséfone y Luca contaron que existía la posibilidad de que no volvieras…-sacudió la cabeza-. Noto los ánimos mucho más bajos. Y es normal que estén así. No he sido justa contigo, y no debería haber dejado que mis propias emociones intervinieran en mi toma de decisiones.
               Me sé de un par que pueden aplicarse el cuento, pensé, pero no dije nada. Procuré mantener la cara lo más neutral posible.
               -También está Nedjet. Lamentaría mucho perderte, y le preocupó saber que existía la posibilidad de que te fueras cuando se lo comenté en…-se quedó callada, reteniéndose de repente, y se mordió los labios y agitó la mano en el aire-. Bueno, no importa dónde.
               -¿En el lecho conyugal?-inquirí con un deje ligeramente burlón, porque a) poco estamos hablando de que Valeria y Nedjet estén casados y b) me parecía de coña lo que Valeria me estaba diciendo. ¿La habían abducido los aliens mientras yo no estaba?
               Da igual. El caso es que no sólo me apetecía vacilarla, sino que además tampoco era capaz de contener mi lengua tanto. Tres de tres sería un milagro; me la había mordido tanto que me preocupaba no poder volver a usarla para satisfacer a Sabrae si seguía así.
               Valeria se me quedó mirando con la mirada desenfocada.
               -No, Alec. Hablo con mi marido en más sitios que en nuestra cama.
               -Menos mal. Me preocuparía que no fuera así-contesté, cruzándome de brazos y despatarrándome en la silla. Lo estaba disfrutando, la verdad. Lo cual, si soy sincero, era algo que no me esperaba, y muy agradable teniendo en cuenta estos días de mierda que había pasado con otra gente que me había hecho más afrentas. Estaba guay esto de tener a alguien enfrente al que puedes tomar el pelo sin preocuparte por las consecuencias porque sabes que no las va a haber. Era una novedad interesante después de lo de Zayn y Sherezade-. Las camas están para otras cosas.
               -El caso-continuó Valeria, tomando aire profundamente y reteniéndolo un poco antes de soltarlo con un suspiro-, es que todos en este campamento lamentamos habernos enterado de que no estabas disfrutando de tu estancia con nosotros y estabas planteándote irte. Y, después de muchas reflexiones, me he dado cuenta de que me he dejado llevar demasiado por mi preocupación por manteneros vigilados y controlados. No puedo controlar todos los riesgos a los que os exponéis, pero sí el tratar de hacer que confiéis en mí para plantearme vuestros problemas y que encontremos juntos la mejor manera de solucionarlos. Además, sois adultos. Os estaba infantilizando en exceso, y creo que no ha sido la decisión más inteligente.
               Valeria abrió las manos y se encogió de hombros.
               -También he… estado pensando en lo del santuario-continuó cuando vio que yo no decía nada. Me rasqué el mentón y me revolví en la silla. Creía que sabía por dónde iba a tirar la conversación, pero no me atrevía a albergar demasiadas esperanzas con que me levantara definitivamente el castigo, aunque todo apunta a que iba a hacerlo. Si no, ¿a qué venía esta charla?-. Es evidente que no podemos mantenerlo en secreto con tus compañeros, y les debo una explicación. Les he convocado a todos en el comedor para explicarles lo que hay detrás de los árboles y, tras comentarlo con las mujeres, ofrecer a quienes quieran que les echen una mano. Será complicado compatibilizar todas las tareas que hay pendientes en el campamento con las del santuario, pero creo que con un poco de buena voluntad se consiguen grandes cosas.
               Asentí con la cabeza, cauto. La mujer del niño atravesó de nuevo la ventana, de vuelta con sus compañeras, seguida por cinco de mis compañeros (dos chicas y tres chicos) que lanzaban miradas nerviosas hacia la ventana de Valeria, preparados para salir corriendo ante el menor gesto de Valeria de que les había visto y se la iban a cargar.
               -¿Qué opinas?-preguntó Valeria, y mis ojos volvieron a ella.
               -¿Me lo estás preguntando de verdad?
               Asintió con la cabeza.
               -Tu opinión es muy importante por aquí, y me gustaría conocerla.
               Abrí la boca para responderle que puede que fuera tarde para arreglar lo que ya se había roto, y que a mí me costaría olvidar lo que me había hecho, no sólo por lo que me había hecho a mí, sino por lo que me había hecho hacerle a Sabrae; pero justo en ese momento, el niño tropezó y se le cayó un muñeco que llevaba en la mano.
               Entonces, todos mis compañeros dejaron de prestarle atención a la ventana de Valeria y se apresuraron a acercarse al pequeño y su madre para entregarle le peluche sin que tuviera que soltarle la mano a ella, que iba cargada hasta los topes.
               Madre e hijo les sonrieron a todos por igual: a hombres, y a mujeres. Y mis compañeros les devolvieron la sonrisa.
               Había cosas imperdonables… y corazones lo bastante grandes como para perdonarlas después de todo.
               -No puedes mantener a nadie encerrado en una urna de cristal para que no le hagan daño-dije con la vista perdida, viendo arrodillada en la tierra a una chica que yo conocía muy bien; mejor, incluso, que a mí mismo: de cabello oscuro como la noche, piel apetitosa como el chocolate, y una sonrisa de las que eran capaces de traerte de entre los muertos. Estaba arrodillada en la tierra como lo estaría en el suelo de mi habitación, pasando los dedos por mis cosas, que también eran suyas, encontrando en ellas el consuelo que su familia le negaba-, o empezarán a hacerse daño tratando de romperla para poder salir.
               Saab se había ido de fiesta, se había hecho daño, había enfermado, todo porque no tenía en casa el refugio que debería tener. El que ahora era yo.
               Yo sabía mejor que nadie qué era lo que te mataba y qué te hacía más fuerte: la gente te hacía más fuerte. Estar solo te mataba.
               -Creo que los demás se merecen saber qué hay ahí fuera-respondí al fin, mirando a Valeria de nuevo-, y creo que las mujeres se merecen tener la oportunidad de sanar en paz entre nosotros si así lo desean. He estado ahí arriba, y hacen falta tantas manos como podamos conseguir. Si alguien quiere ayudar y si ellas lo reciben, creo que será bienvenido-Valeria asintió con la cabeza, jugueteando con un boli-. Pero, Valeria, creo que no sólo vas a arreglar todo lo que tienes aquí montado dejándonos ir a jugar con los hijos de mujeres que han sido víctimas de violencia sexual. Creo que vas a tener que darnos algo más.
               -Lo sé-contestó, dando una palmada sobre la mesa y poniéndose en pie-. Lo sé, y por eso les he dicho a tus compañeros que quería hablar con ellos cuando terminara de hablar contigo. Ven-dijo, extendiendo la mano en dirección a la puerta-. Tenemos mucho de qué hablar.
               Resultó que así era. Todos los voluntarios estaban en el campamento; incluso los de las expediciones de las sabanas habían visto sus incursiones interrumpidas para poder estar presentes y congregarse en el comedor, en el que incluso los que preparaban la comida para todos nosotros se habían tomado el día libre. Cuando un beligerante Fjord le preguntó a Valeria qué iban a comer si no les daban tiempo para prepararlo, Valeria respondió que ya había encargado pizzas para que las trajeran a la hora de comer.
               -¿Hay pizzas a domicilio también en Etiopía?-preguntó un alemán que se pensaba que sólo había alumbrado público en Berlín. Perséfone lo fulminó con la mirada y puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos y negando con la cabeza.
               -¿Y yo qué voy a comer?-inquirió Luca, levantando la mano como si estuviéramos en el cole.
               -¿No te gustan las pizzas?-preguntó Mbatha.
               -¿Son las italianas las ragazzi más bellas del mundo? Pues claro que sí-se contestó a sí mismo-, pero no voy a comerme la aberración que nos traigan y arriesgarme a que me quiten la nacionalidad.
               -Vamos, Luc, seguro que no son tan malas-dije yo, y Luca me fulminó con la mirada.
               -Que un inglés se ponga a hablar de comida me parece una osadía.
               -Espera a que se ponga a explicarnos nuestras culturas-contestó una chica de Macedonia, y todos se echaron a reír. Valeria dio una palmada para acallarnos y se subió a una de las mesas. Hizo un gesto en mi dirección para que me acercara, pero yo negué con la cabeza. Prefería quedarme con los demás.
               Ella abrió las manos y luego las juntó.
               -De acuerdo. Como todos sabréis ya, estábamos esperando la llegada de Alec para saber a qué atenernos. Ahora que ya ha vuelto y por fin estamos todos, creo que es el momento de que os dé explicaciones. Todos habéis visto el desfile de mujeres etíopes que hemos tenido estos días en dirección a casa de Alec a raíz del incidente del otro día con el pozo en el que Alec salvó a un niño de ahogarse. A pesar de que habéis insistido mucho…-se calló cuando Nedjet entró en la sala y el ambiente se cargó de una inexplicable tensión-, he decidido esperar a que estemos todos para poder responder mejor a vuestras preguntas.
               Nedjet se abrió paso entre voluntarios y soldados por igual, y se puso al lado de Valeria. A pesar de que ella estaba subida a una mesa, era tan alto como ella; imagínate de qué bicho estamos hablando.
               -Al otro lado de los árboles hay un poblado habitado exclusivamente por mujeres-anunció Valeria-, y la razón por la que no os dejamos ir allí es porque son mujeres víctimas de violencia sexual. El campamento de Nechisar se ha levantado junto a un santuario para mujeres-levantó un poco más la voz para sobreponerse a los murmullos de mis compañeros-, para ayudar a estas mujeres y cubrir también el impacto ecológico que tienen con una fundación para la preservación de la vida natural, de manera que quien quiera hacerles daño confunda vuestras señales de vida con las suyas. Si no se os ha concedido acceso a ellas antes era para su propia protección, para no alterar su proceso de sanación. Desgraciadamente, cada vez son más, y necesitan más manos amigas que las ayuden a volver poco a poco a la normalidad. Éste es Nedjet-extendió la mano hacia él-, el jefe del personal de obras que se ocupa de mantener el santuario en perfectas condiciones para que ellas puedan continuar su sendero… y mi marido.
               -Manda huevos-bufé yo por lo bajo, y Perséfone y Luca me miraron sonriendo-, yo me deslomo durante semanas antes de enterarme de que están casados, y a los demás se lo dice de gratis.
               -Nedjet necesita manos capaces y espaldas dispuestas para ayudarlo en la tarea. Es lo que Alec ha estado haciendo con él desde que se unió a nosotros, pero él no es suficiente. Toda ayuda es bienvenida. Nedjet y yo estaremos encantados de responder a todas vuestras preguntas y resolver vuestras dudas. Por supuesto, ayudarlo es algo totalmente voluntario que compatibilizaremos con vuestras tareas con la WWF en la medida de lo posible. Todo aquel que quiera colaborar será bien recibido, y el que prefiera seguir como hasta ahora no sufrirá ningún tipo de represalia ni recriminación, así que sois libres para tomar vuestra decisión. No es necesario que nos la comuniquéis ahora.
               Nedjet asintió con la cabeza, mirándonos. Me dedicó una sonrisa sincera, incluso ilusionada, a la que no me tenía nada acostumbrado. Supongo que sí que me valoraba, después de todo. Asentí en su dirección y volví la vista hacia Valeria.
               -Asimismo, se me ha hecho saber…-empezó, y Perséfone rió por lo bajo.
               -¿Ese “se” está aquí, con nosotros?-preguntó, mirándome con intención, y yo me hice el loco.
               -Que para haceros la estancia más amena y que estéis más a gusto, lo mejor y más fácil es preguntaros directamente si tenéis alguna petición.
               Un silencio sepulcral llenó la sala mientras los voluntarios nos mirábamos unos a otros.
               -¿De qué tipo?-preguntó alguien.
               -De la que queráis-contestó Valeria, haciendo un gesto hacia Mbatha, que tenía la libreta y el bolígrafo preparado-. Lo que sea.
               -¿Podemos pedir queso parmesano de verdad para echarle a los espaguetis?-preguntó Luca, y todos se rieron-. ¿Qué? Es una petición lícita, ¿no?
               -¿El queso parmesano que tenemos no es de tu gusto, Luca?-preguntó Valeria.
               -Sería de mi gusto si fuera parmesano-sentenció Luca, y Perséfone le dio un codazo-. ¡Au! ¿Qué?
               -No pidas chorradas, Luca-le recriminó, pero Valeria agitó las manos.
               -No, no. Cualquier petición es válida. Mbatha, anótalo para ver qué podemos hacer.
               -Si Luca va a pedir queso parmesano, yo quiero bombones de Mozart-dijo una austríaca, y yo sonreí.
               -Esos le encantan a mi novia. Se los compro siempre que tiene la regla porque le da muchísimo antojo-expliqué, y las chicas de la habitación suspiraron mientras los chicos ponían los ojos en blanco.
               -Llevaba diez minutos sin hablar de Sabrae. Eso es todo un récord-comentó un chaval latino cuyo nombre no recordaba, lo cual decía bastante de lo obsesionado que estoy con mi chica. ¡Como para no!
               -¡Yo quiero dulces de Kinder!
               -¡Yo, tampones sin aplicador! Son mucho más cómodos.
               -¿Podríamos poner ventiladores en las cabañas?
               -¿Qué posibilidades hay de que veamos una peli a la semana?-preguntó alguien, y Perséfone chilló:
               -¡TENEMOS QUE VER MAMMA MIA!
               -¡NOCHE TEMÁTICA UNA VEZ A LA SEMANA!
               -No nos excedamos-dijo Valeria.
               -¡Entonces al mes!
               Mbatha estaba tomando notas como loca, fueran peticiones del calibre “quiero ver esta película” o “quiero una almohada viscoelástica”. Yo pedí más preservativos y todos se pusieron a aplaudir por mi gesto altruista. Valeria nos concedió que se haría con una televisión para ponerla en el comedor y que nos dejaría ver la tele por las noches, pero a programas previamente consensuados con ella.
               -¿Podemos llamar de vez en cuando a casa?-preguntó Deborah, y todos asentimos. Valeria asintió también con la cabeza-. ¿Y conexión a Internet unos minutos al día?-hubo un murmullo de asentimiento, y Valeria suspiró.
               -Como alguien descargue sin querer un virus o lo pillemos metiéndose en páginas en las que no debe…
               -¿Te refieres a páginas del gobierno de Estados Unidos?-preguntó un chico de Rusia.
               -¡Tú eres imbécil!-contestó una chica de Louisiana.
               Y así seguimos hasta que llegaron las pizzas, que devoramos como chacales hambrientos. Valeria se llevó las notas de Mbatha para pasarlas a limpio y ver qué podían hacer.
               Lo había hecho bien. Muy, pero que muy bien. Salí a decírselo con un rollo de pizza de pepperoni en una mano, porque soy de los que creen firmemente que el refuerzo positivo es la mejor manera de cambiar el comportamiento de alguien, y Valeria me dedicó una sonrisa cálida que me hizo comprender por qué la habían elegido a ella para llevar un campamento lleno de críos año tras año tras año. Pude ver en ella el deje maternal que el tiempo y la preocupación debían de haber ido quitándole, pero cuyo regreso celebraba ahora por todo lo alto.
                -Gracias, Alec. Significa mucho para mí. Oye, estaba esperando que me pidieras algo, pero no lo has hecho. ¿No crees te has olvidado de algo?
               -¿De qué?
               ¿Pedirte que me dejes volver a casa? ¿Pedirte que acojas a Sabrae? ¿Pedirte que me hagas un manual de instrucciones para conseguir que Zayn y Sherezade cambien de opinión como lo has hecho tú? Dime. Dime cómo puedes hacer que mi vida sea un poco mejor. Cómo puedo hacer que este pozo en el que estoy metido sea un poco menos profundo.
               -No me has pedido volver a la sabana.
 
 
No me acordaba de todo lo que era estar a la intemperie, con el cielo despejado como único techo y la hierba como únicos cimientos, ni lo curativo que resultaba, hasta que no volví a experimentarlo. Recordaba la sabana infinita, llena de posibilidades, omnipotente y terapéutica, y cada día la había echado de menos, sobre todo sabiendo que la tenía a unos minutos de distancia y que no me dejaban llegar a ella.
               Pero era mucho más infinita, mucho más llena de posibilidades, mucho más omnipresente y mil veces más terapéutica de lo que la recordaba. Supongo que mi cabeza la había hecho mucho menos perfecta de lo que ya era para poder sobrevivir a su ausencia; me negaba en redondo a compararla con Sabrae y la forma en que siempre que la veía me parecía incluso más guapa de lo que la recordaba.
               Ésta era la tercera noche que pasaba en Etiopía después de haber regresado y poner en marcha la cuenta atrás, y la primera en que me despertaba en medio de la noche pegajosa sin un italiano roncando a mi lado, sino una griega acurrucada junto a mí, absorbiendo mi calor corporal como si afuera no estuviéramos en una sauna. Y que me parta un rayo si cada segundo del día que había precedido a esta noche no había sido genial, como una bofetada decidida cada hora que estaba fuera por haber tenido reservas sobre si debía o no aceptar la tarea de nuevo.
               Me había quedado a cuadros cuando Valeria había puesto sobre la mesa el que yo volviera a la sabana, como si eso no fuera exactamente lo que había desencadenado mi descenso a la locura y mis ganas de volver a casa. Me había pasado tanto tiempo convenciéndome de que no había nada que yo pudiera hacer para que ella me levantara el castigo, sin importar cuánto me esforzara, que al final había terminado interiorizándolo hasta el punto de que pensaba que me estaba tomando el pelo.
               Y me había dado miedo aceptar, la verdad. Me daba miedo no estar ahí, cerca de un teléfono, disponible para si Sabrae me necesitaba ser capaz de consolarla. Sabía que cada segundo que esperara por mí en medio de una llamada era un apretón al gatillo en la ruleta rusa, pero tenía que confiar en nuestra experiencia capeando temporales para ser capaz de darme un respiro. Le había prometido a Saab que lo intentaría, e intentarlo no era estar encerrado en la cabaña esperando a que surgiera alguna chapuza en un radio de cien metros que pudiera solventar en menos de media hora. Intentarlo era aceptar lo que me propusieran, fuera bueno o fuera malo; absorber todas las experiencias y recuperar la confianza en ese proceso que había ido a diseñar en Etiopía.
               Intentarlo era decirle que sí a Valeria aunque eso supiera separarme todavía más de Sabrae. Bueno, vale, técnicamente no estaba separándome de Sabrae porque habíamos ido hacia el norte, pero a cada kilómetro que pondría entre el campamento y yo, más lejos me sentiría de ella y más preocupado estaría por lo que podrían estar haciéndole en casa. Lo que podría estar pasando.
               Creía que me comería la ansiedad. Creía que no serviría de nada en la sabana, que sólo sería un lastre que haría el trabajo de los demás más difícil porque tendrían que preocuparse, además de los animales y de los furtivos, también de mí. Creía que la expedición sería la más corta de la historia porque les haría volver en menos de media hora.
               Y entonces había visto la sabana otra vez y todo se me había olvidado: mis miedos, mis preocupaciones, la situación que tenía en casa, las mentiras que Sherezade y Zayn decían sobre mí y que yo tenía que esforzarme en no tratar de racionalizar. Sólo estábamos Killian, Sandra, Perséfone, la inmensidad de la sabana y de la explosión de vida que había en ella, y yo. Nada más importaba.
               Me había asomado por entre los asientos de Sandra y Killian y había clavado la vista en el horizonte. Acostumbrado como estaba a Londres o a Mykonos, las pocas veces en que éste era recto era por culpa de un mar: o el del Norte, o el Mediterráneo. En cambio, aquí el mar estaba hecho de hierba, manchas negras que se confundían en la distancia, y oro. Oro, y oro, y oro, y oro.
               Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo. Creo que conectaba tanto con la sabana porque era la representación ideal de lo que yo tenía con Sabrae, y lo único que se le comparaba en inmensidad.
               -¿Estás bien, Alec?-preguntó Sandra al notar mi cabeza junto a su hombro. Perséfone no había dicho nada para dejarme disfrutar del momento.
               -Sí. Es que… creía que no iba a volver a verla nunca-confesé con un hilo de voz, entendiendo a qué se debían mis miedos. Si me la daban y luego volvían a quitármela, no sobreviviría. Y sabía que no era lo mismo verla desde el cielo a hacerlo en el suelo, donde tú eras el insignificante y no al revés.
               -Yo tampoco-respondió Killian, y se giró y nos miró-. ¿Queréis que hagamos algo guay hoy?-preguntó, y Sandra bajó un poco el mapa que había abierto y lo miró con una ceja alzada.
               -¿Más guay que esto?-pregunté yo, embobado. A lo lejos había una manada de cebras que iban levantando la cabeza en sincronía al escuchar el rugido del motor de nuestro todoterreno acercándose. Killian sonrió, giró el volante, y puso rumbo al este.
               Condujo durante una hora sorteando colinas y árboles por igual, esquivando manadas de antílopes y escapando por los pelos de leonas furiosas por haberles estropeado su caza, hasta llegar a un lago junto al que detuvo el coche. Varios herbívoros nos miraron con desconfianza, pero en cuanto vieron que éramos inofensivos continuaron con sus actividades, bebiendo o descansando en aquel abrevadero.
               Se les acabó la fiesta cuando los cuatro nos zambullimos en el agua y nos pusimos a jugar. Sólo entonces, entre risas y gritos y las miradas estupefactas de las criaturas de veinte especies diferentes me permití relajarme y disfrutar del momento. Estar presente. Ser libre y feliz y bañarme en aquella luz que se filtraba a través de un agua que no debería estar tan limpia en medio de la sabana; era como un oasis puesto ahí para que yo no cesara en mi empeño por tratar de ser feliz.
               No sé en qué momento sucedió, pero el caso es que dejé de preocuparme por Sabrae entre un chapoteo y otro. Volví a pensar en ella cuando nos metimos en el coche y pusimos rumbo a uno de los puntos sin tratar por ninguna otra expedición, que siempre coordinábamos para no peinar el mismo área dos veces. Perséfone me había apoyado la cabeza en el hombro y yo le había rodeado la cintura con el brazo, y así, sin más, nos habíamos perdonado el uno al otro por cosas por las que ni siquiera recordábamos que estábamos enfadados: yo a ella, por dudar de si merecía la pena que yo pasara un auténtico infierno por Sabrae; y ella a mí, por haberla puesto en el apuro de tener que mentirle a Valeria para tratar de conservarme como su amigo. Cuando había empezado a caer la noche y el sol había convertido el cielo en un sabroso pomelo, de esos que te salvan en un ardiente día de verano, poner dos tiendas en vez de tres nos había salido tan natural como respirar. Perséfone se había hecho una coleta floja y había entrado la primera en nuestra tienda, quitándose los pantalones en el ínterin y cambiándose de camiseta de tirantes para no revolcarnos entre la suciedad del día.
               Yo no había sido capaz de entrar en la tienda hasta que no se hubo puesto el sol y se había desvanecido el último de sus rayos, e incluso entonces… a pesar de que la respiración de una chica junto a mí siempre me funcionaba como una nana, a pesar de que estaba molido y sabía que al día siguiente tendría un día igual de intenso y la sabana no se iría a ningún sitio… me había despertado un millón de veces, había levantado la cabeza y había mirado afuera, donde la oscuridad de la noche y los ruidos de un entorno vivo pero durmiente me confirmaban que aquello era real.
               No podía seguir allí encerrado. Me había pasado demasiado tiempo lejos de aquello, en cielos casi opacos, entre sombras negras en vez de azul marino. Perséfone estaba dormida a mi lado, tumbada boca arriba y con el pecho subiéndole y bajándole de una forma tan delicada y tan parecida a la de Sabrae que incluso me dolía mirarla. Es increíble cómo todo el mundo hace lo mismo para poder sobrevivir (comer, dormir, respirar) y todo pasa desapercibido, pero entonces encuentras a la persona indicada y te das cuenta de que no hay una única forma de comer, sino cuatro: la de ella, la tuya con ella, la tuya sin ella, y la de los demás; que no hay una única forma de dormir, sino tres: la de ella, la tuya sin ella, y la de los demás;  que no hay una única forma de respirar, sino dos: la de ella, y la de los demás.
               Porque cuando estás sin ella tú ya no respiras.
               Apenas había pensado en Sabrae en todo el día, y me sentía ruin por lo poco que la había tenido en mente desde que nos habíamos dado el chapuzón, sobre todo porque sabía que ella no podía sacarme de su cabeza. Me pregunté dónde me dejaba eso, qué decía de mí. Sobre todo porque una parte de mí se alegraba de tener descanso en la sabana, de que Zayn y Sherezade no pudieran alcanzarme allí.
               Salí a la intemperie, con la camiseta empapada de sudor completamente pegada al cuerpo (no quería dejar de dormir con Pers, pero tampoco quería dormir con ella como lo hacía con Saab), y me quedé completamente callado, empapándome del momento.
               Había tantas estrellas. Era como si me hubieran estado esperando. No había un centímetro de cielo en el que no hubiera un punto de luz refulgiendo, latiendo al mismo ritmo que mi corazón. ¿Cuántas de ellas eran lo bastante fuertes como para sobreponerse a la contaminación lumínica de Londres y transmitirle a Saab el mensaje de que estaba allí, con ella, incluso aunque tuviera la cabeza en otra parte? ¿Cuántas me delatarían y le dirían que, aunque jamás me la sacaba de la cabeza, había pasado un día en el que no había estado en el nivel más superficial?
               Al menos la noche no resultaba tan bochornosa a la intemperie; puede que me viniera bien estirar un poco las piernas y que me diera el aire. Cogí la linterna de junto a los pies de Perséfone y caminé junto a las tiendas de campaña.
               Tuve el cañón del arma de Killian apuntándome directamente al pecho en menos de un segundo, su adiestramiento mucho más afinado ahora que le habían dado una segunda oportunidad. Cuando había salido de la cabaña de Valeria después de llamar a casa para asegurarme de que todos estaban bien y de que Sabrae no se había encerrado en mi habitación otra vez (me lo cogió mamá y sí, me dijo que todos estaban bien; y no, Sabrae no se había encerrado en mi habitación otra vez, sino que había dormido en casa de los Malik), Killian se había acercado a mí y me había dado las gracias por haberle dicho a Valeria que, si volvía a la sabana, sólo lo haría con él. Dudaba que hubiera cambiado de opinión tan rápido, sobre todo porque me había esmerado en montar rápido las tiendas de campaña con las chicas para que él no tuviera que echarnos una mano y, así, tuviera un momentito para descansar.
               -Joder, Alec. Deberías hacer un poco más de ruido-gruñó, bajando la ametralladora-. Casi te frío.
               -Eso les solucionaría la vida a unos cuantos-bromeé, dándole unos golpecitos a la linterna para tratar de estabilizarle las pilas. Me daba la sensación de que su luz era más bien tenue, pero para lo que yo la quería, que era alejarme un poco de las tiendas para acercarme a un montículo que encajaba perfectamente con la línea de la Vía Láctea (era como si la Tierra se hubiera quedado embarazada de ella), sería suficiente.
               -¿Vas al baño?
               -¿En la República Democrática del Congo? Eso me queda un poco lejos. No; creo que voy a quedarme un poco por fuera.
               -No te vayas lejos-dijo, mirando hacia el cielo con la determinación del soldado que era. Supongo que llega un momento en que te enseñan tantas maneras de defender a los tuyos que todo se vuelven amenazas.
               -Tómate un descanso. Yo vigilo-dije, cogiéndole la pistola del cinturón. Killian no protestó; el día había sido muy intenso para él: desde hacernos de chófer hasta comprobar los alrededores cuando nos estábamos bañando, a sujetar un jabato conmigo, pasando por tener sexo con Sandra cuando las tiendas estuvieron montadas (de lo que Perséfone y yo fingimos no darnos cuenta después de irnos a dar un paseo mientras “calentaban la cena”, que nos comimos fría). Desde luego, si alguien necesitaba y se merecía descansar, era él.
               -Despiértame en un par de horas.
               -Vale-dije, sin la más mínima intención de hacerlo. Primero, por él; y segundo, por mí. Dos horas no me parecían suficientes para todo lo que quería empaparme de la sabana.
                Esperé a que Killian se metiera en la tienda de campaña para atravesar el prado con calma, con el sonido de la hierba crujiendo bajo mis pies como único acompañante, y subí el montículo. Me senté en su cima, primero mirando en dirección a la inmensidad de la sabana, distinguiendo a duras penas unas grandes sombras que se movían con lentitud pero decisión: jirafas. Decidiendo que eran totalmente inofensivas, me giré para orientarme hacia las tiendas de campaña, apoyé los codos en las rodillas y levanté la vista. Sí, había tantas estrellas. Este sitio le encantaría a Scott. A todos mis amigos, en realidad. Seguro que entendían por qué había sido capaz de volver incluso estando Saab como estaba; puede que incluso me perdonaran por mi osadía.
               Me pregunté cómo sería tenerla a ella allí, conmigo; sentir que me cogía la mano mientras redescubríamos las constelaciones del cielo, que no eran exactamente iguales que las que teníamos en casa. Cómo sería besarla, enredar mis dedos en su pelo, sentir su lengua húmeda y juguetona contra la mía, sus curvas inexplicablemente encajando en mis ángulos, sus senos acariciándome el pecho, su entrada recibiendo mi visita, su humedad mezclándose con la mía, sus jadeos enredándose en el viento a nuestro alrededor. Cómo sería escucharla decir mi nombre, y que me quería, bajo ese manto de estrellas. Pedirle que se casara conmigo y que me dijera que sí y que así, sin más, estuviera hecho. Alejarla de todo lo que le hacía mal y darle todo lo que nos haría bien. Entregarle esa infinitud y la felicidad que venía con ella.
               Puede que lo hubiéramos planteado mal. Puede que el quid de la cuestión no fuera si yo tenía que volver, sino si ella debía quedarse.
               Una idea empezó a formarse en mi mente, y entonces…
               … escuché unos crujidos a mi espalda y me giré como un resorte. Estar tan lejos de las tiendas era una imprudencia, lo sabía, y podría venir cualquier bicho a tomarme como su cena tardía. Sin embargo, en aquel momento la suerte me sonreía, pues se trataba de una cría de jirafa que venía a visitarme, muerta de curiosidad ante la figura que se recortaba contra el cielo.
               El animal se acercó a mí con la despreocupación de quien jamás ha pensado nada malo de nadie; y entonces, cuando me miró a los ojos, supe de quién se trataba.
               Caramelito!
               Caramelito agachó la cabeza para mirarme con curiosidad; juraría que estaba más alta. Me olfateó el pecho, las manos, los brazos, el pelo, y se me quedó mirando a los ojos. Hincó las rodillas de las patas delanteras en el suelo y, a continuación, hizo lo mismo con las patas traseras. Con un par de movimientos torpes, acomodó su cuerpo junto al mío, me rodeó la cintura con el cuello y posó la cabeza en mi rodilla. Suspiró sonoramente y levantó la vista para mirarme con sus ojazos, que reflejaban las estrellas como espejos de obsidiana.
               Nunca, en toda mi vida, me había sentido tan en paz y conectado con el mundo como cuando Caramelito se acurrucó junto a mí y me permitió acariciarle la cabeza, pasando los dedos por entre sus ojos, acariciándole sus graciosos cuernecitos y masajeándole el cuello. Parpadeó despacio, disfrutando de la sensación (puede que las jirafas sean los animales que más necesitan a un fisio) y, cuando abrió los ojos de nuevo y me dedicó una mirada penetrante y brillante, yo me estremecí de pies a cabeza. Todo dentro de mí se revolvió, como si fuera un puzzle cuyas piezas alguien hubiera encajado a la fuerza y mal, pero hubiera llegado otra persona y las hubiera colocado como debieron ir siempre.
               Caramelito era suave como el futuro que yo podía tener, si así lo deseaba. Sus ojos estaban llenos de luz, como lo que África y Etiopía podían ofrecerme; como lo que ya me habían ofrecido hacía más de quince años. No podía ser coincidencia que, un año antes de que Sabrae y yo nos enamoráramos, yo hubiera decidido ir de voluntariado al país del que creíamos que procedía. No podía ser coincidencia que me hubiera animado a tratar mi ansiedad para que pudiera gestionarla estando lejos de ella, y ayudarla cuando ella empezara a padecerla.
               No podía ser coincidencia que me hubiera animado a volver a Etiopía para darnos otra oportunidad y Caramelito me hubiera encontrado a solas en medio de la sabana precisamente cuando pensaba en ella.
               ¿Era un egoísta por haber sido feliz y haber dejado de preocuparme en Etiopía? ¿Era un mal novio por hacer lo que ella me pedía y descubrir que, en realidad, no me suponía un esfuerzo?
               Detuve mis caricias y Caramelito abrió los ojos y me miró de nuevo, preguntándose qué había pasado, porqué había parado. Fácil, querida amiga: estaba acojonado.
               Por primera vez desde que había ido a casa de Sabrae, dependía enteramente de ella que yo agotara el tiempo en el voluntariado o no.
               Un chisporrotazo se reflejó en los ojos de Caramelito, y yo levanté la vista justo a tiempo para ver cómo una estrella fugaz se desvanecía en el cielo. Incluso en lo trascendental y vertiginoso de mis emociones fui capaz de disfrutar del momento.
               Creo que era esto precisamente lo que más me había dado miedo de aceptar la propuesta de Valeria. La pregunta que estaba empezando a hacerme, las posibilidades que encerraba. Puede que quisiera que durara, puede que lo de Mimi fuera un paréntesis en lugar de un punto y final.
               Me pregunté cómo estaría Saab. Ojalá tuviera la forma de poder verla, saber si las cosas iban mejorando. Sabía que apenas le había dado tiempo y que todo estaba muy mal, pero necesitaba al menos comprobar que todo estaba más o menos bien, que se iba encauzando. Que pudiéramos hacer planes y demostrarnos que estábamos ahí el uno para el otro, incluso con la pregunta terrorífica que ahora me rondaba la cabeza, y que se reflejaba en los ojos de Caramelito igual que lo hacían Casiopea o el Cinturón de Orión.
               ¿Y si al final esto no son sólo tres semanas?

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1 comentario:

  1. Bueno me muero de pena. Es posiblemente uno de los capítulos mas crudos que recuerdo en Sabrae y eso que no tiene ningún enfrentamiento directo entre protagonistas.
    Me ha puesto super blandita la carta del principio y se me han puesto los pelos como escarpias con la sesión con Claire. Que hayas remontado todo al por qué Sabrae no quiso contarles nada a Sher y Zayn me parece muy inteligente (bueno ya te he dicho varias veces que para mi era el verdadero quid de la cuestión) pero además me parece también brillante que hayas decidido darle esa respuesta porque me parece super redondo teniendo en cuenta que es un tema que se menciona varias veces a lo largo de la novela desde el principio y que nunca termina de abordarse. Me parece de verdad jodidamente buenisimo como has redondeado toda esta trama para volver a una problemática planteada desde el inicio de la novela.

    Por otro lado decir que casi lloro con lo de las mujeres en el santuario y con Alec una vez mas describiendo la sabana. Me ha encantado la conversación de todos con Valeria y ya en el momento en el que han empezado “a pedir cosas” intuía como acabaría el capítulo y he chillado porque seguramente aunque mas tarde que pronto, Sabrae pise Etiopia. No sabes como me encanta cuando empezamos a llegar a momentos “canon” de cts.

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