martes, 5 de marzo de 2024

Bordes azules, blancos y rojos.

¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, y como ya viene siendo costumbre este año, quiero decirte un breve anuncio que en absoluto tiene que ver con la forma en que me estoy enamorando de mis findes de lectura (es algo que estoy intentando corregir, créeme). Verás, la semana que viene son los Oscar, y si normalmente me tomaba el finde libre para poder descansar y verlos cuando eran más de madrugada de lo que lo serán ahora, este año tengo que tomármelo con más calma con mayor razón, ya que los han adelantado dos horas. Así que, ¡de nuevo te tocará esperar un poquito para leer el próximo capítulo! Nos vemos, entonces, el domingo 17ᵔᵕᵔ.
¡Gracias por tu paciencia y que disfrutes del cap! Puede que sea más cortito que los demás, pero no por ello es menos especial. Escribo estas líneas a puntito de publicarlo, y me inunda una extraña sensación de diversión al pensar en que empecé a subir Sabrae en el cumpleaños de Scott, cuando hoy celebramos el cumple del personaje masculino que más me ha robado el corazón. ¡Sí! ¡Hoy Alec cumple siete añitos! ¡Feliz cumpleaños al mejor personaje masculino que se haya escrito nunca, y la razón por la que me moriré soltera! Y muchísimas gracias, Alec, por elegirme para contar tu historia. Espero ser digna de ella.
 

Mimi me cogió la mano y me dio un suave apretón mientras las dos observábamos el sobre con bordes azules y rojos que había recibido esa misma mañana. No sé por qué, pero no contaba con que fuera a llegarme tan pronto: apenas hacía una semana de que Alec se había ido, una semana en la que yo me había aferrado con desesperación a la posibilidad de que las cosas en África fueran demasiado duras para él, decidiera tirar la toalla y volver. Como si “rendirse” entrara dentro de su vocabulario, pensaba con sorna cada vez que me descubría a mí misma albergando esperanzas tan absurdas y me obligaba a tratar de mostrar una actitud más positiva, menos egoísta.
               No debería desear que a mi novio le fuera tan mal en Etiopía como para que renunciara a la promesa que me había hecho y decidiera volver; no sólo por lo mucho que tenía que sufrir para finalmente decidir que no lo soportaba más, sino porque sabía que él se terminaría machacando si lo daba todo por perdido. Bastante mal se sentía ya con cada fracaso que había tenido en su vida, por pequeño que fuera y por mucho que hubiera escapado a su control, como para encima incitar al universo a que le pusiera más piedras en un camino que tenía completamente saturado. Por descontado, sabía de sobra que gran parte de su decisión la fundamentaría la situación que tenía yo en Inglaterra, una situación que no parecía que fuera a mejorar lo suficiente como para que nuestra decisión de intentarlo se mantuviera más allá de noviembre.
               Aun así, aunque eso dijera más de él que de mí, aunque el que regresara sólo demostraría que se preocupaba por mí más de lo que le preocupaban sus planes de futuro… sabía que quería que volviera por los motivos equivocados, y que no me lo merecía conmigo de nuevo si estaba dispuesta a pagar precios tan altos como el que perdiera la ilusión por algo que le habría hecho cien veces mejor de lo que ya lo era.
               La carta representaba una estabilidad en su ausencia con la que yo no me sentía preparada para lidiar. Alec no había abandonado el país cuando su avión cruzó el mar, no; acababa de hacerlo ahora que tenía en mis manos la prueba de que no estaba al otro lado de la ciudad entregando un pedido de Amazon a pesar de que lo hubieran despedido, o entrenando en el gimnasio con Jordan para llevarlo al límite de sus fuerzas y asegurarse así de que entraba sin problema en la academia militar a pesar de que él jamás permitiría que yo estuviera en su casa sin que él me estuviera acompañando.
               Odiaba esos bordes azules, blancos y rojos porque me hacían imposible mantener mis esperanzas de que mi vida se volviera más fácil y llevadera con mi hombre regresando a mi lado.
               Y también odiaba esos bordes azules, blancos y rojos porque eran un espejo en el que veía amplificado mi egoísmo por atreverme siquiera a albergar la esperanza de que las cosas no le fueran bien a Alec. Por lo que me había contado de Valeria no tenía fe en ella o en que pudiera cambiar de opinión, y menos aún sabiendo la fiereza con la que defendía su autoridad en el campamento; pero que no tuviera fe en la gerente no quería decir que no pudiera creer en la fuerza que hay en las multitudes, y estaba segura de que Alec se había metido en el bolsillo a todos y cada uno de sus compañeros gracias a ese corazón que tenía y que no le cabía en el pecho. No era del todo descabellado pensar que todos odiaran cómo Valeria trataba a Alec, que no la justificaran como sí lo hacía él, y que no fueran a hacerlo imposible para que estuviera todo lo a gusto y feliz que pudieran mientras pasaban las semanas allí. Alec tenía a Luca, que estaba ansioso por convertirse en una persona esencial en su vida; tenía a Perséfone, que sabía mejor que nadie en aquel continente lo bien que le sienta a Alec ser feliz. Podía confiar en que ellos le hicieran todo mucho más ameno.
               Pero no quería hacerlo. Una parte de mí, una parte mezquina y rastrera, una parte que me asqueaba y por la que me sentía sucia por atreverme siquiera a ir a su casa, ponerme su ropa, dormir en su cama o gemir su nombre entre sueños no quería confiar en que todo le fuera mejor a Alec.
               Quería poder tener la esperanza de que en cualquier momento escucharía pasos en el piso de abajo y me lo encontraría subiendo las escaleras. Quería poder tener la esperanza de que me abrazaría y conseguiría que se acabara todo de un plumazo.
               Quería poder soñar con que él volvía y me protegía de todo mal, de todos mis errores y malas decisiones, aunque no le correspondiera a él hacerlo, pero lo hacía simplemente porque me quería y yo era lo único innegociable para su felicidad igual que él lo era para la mía.
               -¿Has cambiado de idea y quieres que te deje sola para que puedas leerla tranquila?-me preguntó Mimi al presenciar mi vacilación. Sorbí por la nariz y negué despacio con la cabeza. Giré la carta, rasgué con cuidado el sobre, como si estuviera sujetando una medusa, y extraje los papeles de su interior.
               Se me rompió el corazón al ver esa letra que tan familiar se había vuelto para mí por los últimos meses que habíamos pasado juntos, estudiando como locos para conseguir que aprobara el curso, con todo el viento a nuestro favor. Recordar cómo mis padres se habían volcado en ayudarnos, cómo habían despejado la mesa para que pudiéramos estudiar tranquilos en el comedor, cómo habían cuidado de no hacer mucho ruido y no nos habían presionado para que dedicáramos el tiempo de descanso, en el que normalmente acabábamos yéndonos a la cama, en estudiar más, y compararlo con cómo estaban ahora las cosas con Alec era como ver el armazón totalmente carbonizado de la Biblioteca de Alejandría cuando has aprendido a leer entre sus muros.
               Le habían ayudado con tan buena disposición… y ahora no dudarían en ponerle palos en la rueda para impedir que siguiera subiendo. Por descontado, yo sabía que lo habría conseguido con o sin su ayuda, pero… que la gente que más te quiere no dudaría en poner su orgullo por delante de tu amor hacia la persona a la que tú más quieres es algo que jamás te dejará de escocer. Ojalá no tuviera que acostumbrarme a esta sensación.
               Pero, por desgracia, estaba dejando de confiar en que tarde o temprano las cosas se arreglarían. Había empezado las sesiones con Fiorella y mis padres tal y como ella y Claire habían diseñado, y si bien al principio me había mostrado más optimista que escéptica, las torna estaban cambiando y no podía dejar de notar cómo el comportamiento de mis padres variaba en función del tema de que estuviéramos hablando.
               No podía dejar de ver cómo se estremecían y se ponían a la defensiva (a su pesar o no, la verdad es que no lo sabía) cuando salía el nombre de Alec. Siempre parecían abiertos al diálogo y a acercar posturas salvo cuando Fiorella, Claire o yo pronunciábamos su nombre; y cuando lo hacían ellos era con un cierto deje de rabia en sus voces que no me gustaba nada.
               Estaba tratando de mantener una actitud abierta y positiva. Estaba tratando de buscar a la chica que había sido antes de dejar de confiar en ellos. Pero cada vez tenía menos ganas de encontrarla, porque no veía que ellos estuvieran haciendo el mismo esfuerzo que yo.
               -No-contesté, observando los trazos de Alec sin leer todavía las letras que componían-. Quédate, Mím. Me vendrás bien.
               Mimi se acercó un poco más a mí, la representación física de lo que habíamos hecho a lo largo de estos casi tres meses, y se inclinó ligeramente hacia delante para echar un vistazo por encima de mi hombro y poder leer así la carta. Normalmente me dejaba mucho más espacio para la intimidad, ya que ella tenía su propia correspondencia con su hermano, pero dadas las circunstancias y lo mucho que lo echábamos de menos ambas (éramos como dos alcohólicas que habían estado años sin dar un solo trago y que, después de emborracharse por accidente en una boda, habían redescubierto el sabor del alcohol), que ella leyera la carta a la vez que yo me resultaba tan natural como el haber acudido a ella en cuanto la recibí.
               Mamá me la había tendido cuando volví del instituto: acababan de traerla esa misma mañana y ella había sido la encargada de vaciar el buzón. Supongo que para ella era todo un gesto de tregua el no habérmela tirado, pero a mí no me bastaba con ese gesto de simple humanidad. Estábamos tratando de avanzar para recuperar nuestra relación, sí, pero Alec también debía formar parte de nuestra relación y, de momento, todavía le costaba no reaccionar de mala manera al nombre de mi novio. Así que a mí me costaba no sorprenderme cuando no llevaba su desprecio un paso más allá.
               Su mera existencia ya había bastado para que se abriera un agujero en mi estómago que ardía con la furia de mil volcanes en erupción, y sospechaba que lo que contendría sólo me pondría peor, así que había acudido al único lugar que consideraba totalmente seguro en Inglaterra: la habitación de Alec. Por mucho que estuviera haciendo ciertos progresos con mi familia y reconciliándome con mi casa, había situaciones en las que no quería poner a prueba aquellos avances.
               Así que allí estábamos. Huyendo como el primer día, pronunciando el nombre de Alec a escondidas, igual que lo había hecho la primera vez que llegué al orgasmo pensando en él. Sólo que esta vez me sentía mil veces más sucia, porque la situación era mil veces más complicada.
               Tomé aire y lo solté lentamente. Y, resignada a que mi mundo terminara de hacerse añicos, empecé a leer.
                Mi dulce Luna, mis preciosas estrellas, mi adorada Sabrae,
               Mimi exhaló un suspiro anhelante a mi lado y apoyó la cabeza sobre mi hombro, anhelante. Sentir la calidez de su respiración deslizándose por mi clavícula y la calidez de su propio cuerpo, como tantas veces había sentido el de su hermano en esa misma posición, no ayudó a que yo consiguiera encontrar en mi interior la fuerza suficiente para no leer aquella carta con cierta desesperación. Ese algo egoísta que habitaba dentro de mí no paraba de decirme que no iba a gustarme lo que leyera en aquellas líneas, independientemente de lo que Alec me contara, y no podía dejar de darle la razón: si Alec me decía que nada había cambiado durante su ausencia y que Valeria seguía en sus trece, con el consiguiente sufrimiento que aquello supondría para él, a mí me dolería en el alma saber que el mundo no le trataba con la bondad que se merecía. Y si, por el contrario, me decía que todo había cambiado y era feliz en el voluntariado, aquella parte mezquina se encargaría de regodearse en el dolor que me supondría saber que no le tendría de vuelta conmigo pronto.
               Sí, le había prometido intentarlo, y cuando había ido a ver a Claire a su consulta había pensado que quizá tuviera una posibilidad con mis padres, pero… creo que siempre había contado con que tendría a Alec acompañándome en las sesiones de terapia más pronto que tarde, así que perder aquella baza que tanto influía en mi estabilidad emocional era algo con lo que yo no contaba. Una nueva prueba que superar. Una pared todavía más escarpada para llegar a la cima de la montaña precisamente después de escalar la más alta y dura a la que creía que me enfrentaría.
               -Ojalá hubiera alguien que me escribiera como mi hermano te escribe a ti, Saab-murmuró Mimi, y a mí se me hundió el estómago al escuchar su tono soñador. Era increíblemente afortunada por haber sido la elegida por alguien tan excepcional como Alec para que me amara, y yo… yo me comportaba como si lo que pudiera hacer él pudiera calificarse como “bueno” o “malo”, y no como “genial” sin discusión.
               … quizá sea un error volver a pensar en lo que ha pasado cuando hemos ido a tu casa a anunciarles a tus padres que yo me iba en esta carta, porque cuando la recibas habrá pasado una semana y las aguas pueden haberse calmado…
               Sí, y no. Sí que es verdad que, por lo menos, ahora podía estar en casa con relativa tranquilidad, pero eso no suponía ni de lejos que pudiera considerar a mi hogar como uno sin ningún tipo de pega. Hacía cosas con mis padres, de acuerdo, pero más porque sabía que tenía que poner de mi parte para demostrar que yo no me había cerrado en banda con ellos, lo cual tampoco quitaba que no tuviera cierta tensión. Al tabú que sólo me había atrevido a comentar con Fiorella en nuestras sesiones en privado (esto es, mi adopción), había que sumarle ahora el nombre que tenía grabado a fuego en mi corazón. Y, acostumbrada como estaba a hablar de todo lo que me pasaba con mis padres, el no poder decirles lo mucho que echaba de menos a Alec o comentar con ellos los recuerdos maravillosos que había hecho con él simplemente porque con hablar de ellos bastaba para revivirlos…
               Me sentía como si estuviera presa. Como si me hubieran puesto una correa cuyos límites desconocía, pero que no dejaba de recordarme constantemente que estaba ahí a base de escocerme en el cuello. Cada vez que Fifi decía su nombre en las sesiones de terapia, mis padres se ponían rígidos. No quería que el nombre de Alec se escapara de entre mis labios en un entorno que no estuviera controlado y supervisado por un profesional. Por eso me mantenía más callada de lo normal; no porque no quisiera que las cosas no volvieran a la normalidad, sino porque me parecía que mi concepto de normalidad no casaba exactamente con el de mis padres.
               Y mi concepto de normalidad era innegociable.
               Quiero que sepas que ha sido una liberación para mí, continuaba Alec en su carta, hablando de cuando habíamos ido a casa de mis padres y yo había dado el ultimátum definitivo; el único que había parecido funcionar, tanto porque ya no me siento sucio por mentirte y permitir que sepas que no lo estoy pasando bien con el voluntariado, como porque sé que, ahora, tú volverás a serme sincera y encontrarás en mí el consuelo que nunca debí dejar de ser para ti.
               ¿Cómo no iba a ser yo el animal más rastrero de la historia si él se culpaba incluso de que yo hubiera decidido no decirle que había tratado de protegerle arrojándome al vacío en vez de encumbrándolo? Quizá debería centrar mis esfuerzos con Fiorella en reunir el valor suficiente para darle alas, porque estaba claro que no me merecía.
               No se trata de lo que tú creas que te mereces cómo te trate yo, sino de si yo creo que te mereces cómo te trato, le escuché decir en mi cabeza. Ya habíamos hablado de eso un montón de veces desde que había pasado lo de su llamada de teléfono infernal. Habíamos llegado demasiado lejos, nos había costado demasiado esfuerzo como para que yo ahora lo tirara todo por la borda y me fuera derecha a la casilla de salida nada más se daba él la vuelta.
               Ya sabes que no me hace especial gracia separarme de ti estando la situación como está, pero a pesar de todo, cuanto más lo reflexiono  […] más me parece que tenías razón con lo de darle a nuestra separación una segunda oportunidad. Me decía que no iba a ser fácil, que nos arrepentiríamos los dos. Y yo, sucia y egoísta como soy, me sentí un poco mejor sabiendo que no iba a estar completamente sola en este camino. Él estaba seguro de que lo superaríamos, y yo confiaba en que así sería, pero me destrozaba pensar que, donde antes lo había tenido todo, ahora, por un estúpido error mío, un error que no habría cometido en una situación normal… no tendría que tratar de encontrar el equilibrio entre mi vida en familia y mi vida en pareja. Lo había tenido todo antes, todo. Y no había sabido protegerlo porque no quería tener que proteger a mi novio de mis padres como al final había terminado provocando.
               Igual que cargaré orgulloso con la etiqueta de Malo De La Película® con tal de seguir en tu película. Eso era absolutamente indiscutible. No había sido ningún farol lo que les había dicho a mis padres en relación con Alec, ni que prefería dejar de ser suya a dejar de ser de él, o a que me iría a Etiopía con él si no se dignaban a decirle adiós.
               Me preocupa que te encierres de nuevo en ti misma y te culpes por cosas de las que eres una mera víctima. Si él supiera… ni siquiera podía decir que estuviera siendo demasiado dura conmigo misma, porque todo lo que el mundo me echara encima me lo habría ganado a pulso. Él había cargado con el peso de todo el mundo a sus espaldas mientras crecía, y se las había apañado para convertirse en un hombre generoso, bueno y más guapo por dentro de lo que ya lo era por fuera que se merecía el respeto y la admiración de todos los que le conocíamos. Y yo… bueno, allí estaba. Decidiendo tomar drogas porque quería follarme a otro tío y así no tener que explicarles a mis padres que quería perdonar a mi novio por ponerme los cuernos.
               -Umm… creo que serán mejor que me digas qué partes no son demasiado íntimas para que yo las pueda leer también-comentó Mimi cuando llegó a un párrafo en el que Alec hablaba del placer que me daba y lo mucho que se enorgullecía de ello, como si no fuera algo completamente natural en él. A pesar del revoltijo de emociones que tenía dentro de mí, no pude evitar soltar una risita.
               -No te preocupes, Mím.
               La verdad es que después de todo lo que había hecho con Mimi y las cosas con las que me había sincerado exclusivamente con ella, no sentía que hubiera nada de mi relación que pudiera o debiera ocultarle. Me había animado a que fuera sincera con Alec y que confiara en que sabría sobrellevar cómo estaba la situación con mis padres, y había salido bien. Lo justo era que le dejara echar un vistazo en ese rinconcito privado que nos pertenecía sólo a ambos.
               Mimi se me quedó mirando y se relamió los labios.
               -Esto… no lo hago por vosotros, solamente. No me apetece leer las cosas cochinas que mi hermano te quiera decir.
               Giré la cabeza como un resorte de vuelta hacia la carta, preguntándome si en el avión le habría dado tiempo a ponerse cachondo pensando en mí o si, por el contrario, había terminado de escribir la carta ya en el voluntariado. Leí a toda velocidad lo que quedaba, conmoviéndome más de lo que me merecía y tanto como le correspondía al hecho de que me dijera que estaba convencido de que íbamos a ganar en esta horrible situación, pero cuando la terminé no pude evitar sentir un extraño y duro vacío en mi interior.
               Dejé la carta a un lado y me quedé mirando el suelo cubierto por la alfombra de pelo sobre la que tantas veces había sudado, echando de menos su presencia invasiva sobre mí, alrededor de mí, dentro de mí. Puede que hubiera sido demasiado dura con él cuando le reñía por usar el sexo como una forma de controlar sus emociones, sobre todo porque ahora que el sexo no era una manera de despejar la mente y conseguir un poco de descanso, sentía que cada minuto que pasaba pesaba sobre mi mente como una losa de una tonelada. Supongo que era lógico perder claridad mental cuando llevabas mucho tiempo sin hacerlo; a veces lo mejor era dejar que el cuerpo tomara las riendas y no hacerle caso a tu cabeza.
               -No hay nada en la carta que no puedas leer, Mimi-contesté, detestando el deje de tristeza que me tiñó la voz pero sin poder hacer nada para remediarlo. Mimi cogió la carta con suspicacia, tratando de descifrar mi reacción, y terminó de leerla.
               Giró las páginas que la componían para asegurarse de que no se había dejado nada por leer y, cuando por fin comprobó que aquello era todo lo que teníamos de su hermano, de momento, la dobló y la dejó a su lado en la cama. Yo seguía con la vista fija en el suelo, recordando la infinidad de veces en que había hundido los pie en la alfombra, extendiendo los dedos para que su suavidad me hiciera cosquillas entre ellos y bajo la planta del pie.
               Alec me había acariciado la espalda tantas veces, tumbado en la cama mientras yo remoloneaba en el borde, ambos sudorosos después de hacer el amor… se había reíto ante mis reticencias de dejarlo solo, pero lejos de sucumbir a sus deseos de pedirme que volviera a meterme entre las sábanas y me acostara con él otra vez, siempre había velado por mí y me había empujado a ir al baño para que no corriera peligro de coger una infección de orina.
               Aquella alfombra me había visto ser tan feliz… incluso me había disfrutado encima mientras él me poseía, rabioso y desesperado, o gozaba de mi cuerpo como sólo puede hacerlo el mejor de los amantes.
               Su habitación estaba vacía como un desierto, gélida como una tundra ahora que no estaba él. Y lo que había en mi pecho era…
               … era…
               Creo que era decepción.
               -¿Estás bien, Saab?-preguntó Mimi, sus ojos puestos en los míos en el reflejo del espejo frente al que también había disfrutado de lo mismo. Me obligué a asentir con la cabeza, mordisqueándome el labio como si pudiera recuperar así los besos que Alec me había dado y que tanto necesitaba. Lo que no conseguí fue levantar la mirada y encontrarme con sus ojos, tan distintos de los de él, mucho más tímidos donde los de él estaban llenos de valor. Mimi era más como yo cuando se trataba de enfrentarse a las cosas; no era cobarde, exactamente, pero sí más… cauta. Alec era mucho más echado para delante, y rara vez pensaba en las consecuencias antes de actuar. Lo que no conseguía anticipando sus movimientos, lo suplía con una determinación férrea y un valor como el de nadie que hubiera visto antes.
               Sé de sobra lo que habría hecho Mimi si estuviera en el lugar de su hermano antes de marcharse, porque era exactamente lo que habría hecho yo: no ir a casa de mis padres. Marcharme sin despedirme. Prefería mil veces dejar las puertas entreabiertas con tal de no despertar a la bestia que se escondía detrás por si acaso hacían un clic, a cerrarlas de un portazo y asegurarme de que así jamás saldrían.
               Que era exactamente lo que hacía Alec.
               -Sí, es que…
               Negué con la cabeza, hundiendo los dedos en la cama que, milagrosamente, todavía olía a él. Sabía que Mimi y yo habíamos sabido mantener el aroma de su hermano en la habitación por pura determinación, pero si no hubiera vuelto hacía una semana para darme los mejores días de toda mi vida y hacerme descansar de aquel infierno que estaba viviendo, su olor ya sería tan tenue que apenas podríamos percibirlo.
               Me había acostumbrado de nuevo a él. Desengancharme de Alec estaba siendo un proceso lento y doloroso, y todo lo que él me pudiera dar, por pequeño que fuera, no haría sino reforzar lo adicta que era a él. Daba igual que fueran sus palabras en una carta, sus labios en los míos, sus manos en mis senos, su hombría en mi sexo o su esencia en mi boca. Todo cumplía un mismo objetivo.
               Con la diferencia, claro está, de que no todos los refuerzos tenían los mismos efectos secundarios en mí. Mientras que sus cartas me calentaban el corazón, no había nada que se comparara con tener su cuerpo sobre el mío, sus rodillas separándome las mías, sus caderas acoplándose al movimiento de las mías, sus manos en mi cintura y sus gruñidos sobre mi piel.
               Sentía que podía hacerlo todo cuando él estaba conmigo; estaba segura de que las cosas habrían sido muy diferentes si no hubiéramos estado separados cuando todo aquello pasó. Habría sido valiente. Me habría enfrentado a mis padres sin miedo. Le habría defendido por encima de todo.
               Creo que me había hecho a la idea de que estábamos más conectados de lo que creía, sobre todo porque los dos habíamos tenido un cambio a peor en nuestra suerte a la vez. Y creo que había empezado a albergar la esperanza de que él regresara porque el viento que yo tenía de cara tampoco soplaría en su favor.
               Pero si no soplara en su favor ya habría sabido algo de él, ¿no? Ya me habría llamado para tratar de negociar conmigo el acortar nuestro experimento de tres semanas. Con suerte, incluso, ya estaría aquí.
               Y, sin embargo, la carta había llegado sola.
               Por primera vez en mi vida, tenía que conformarme con algo que se trataba de Alec.
               -Creo que me esperaba otra cosa-confesé con un hilo de voz, atreviéndome por fin a levantar la vista y mirar a Mimi. Me consoló un poco ver la comprensión que había en sus ojos, como si ella hubiera tenido el mismo diálogo interno consigo misma y hubiera llegado a la misma conclusión que yo.
               Alec era genial. Todo en él lo era.
               Conformarse con algo que tenía que ver era antinatural… y una mierda.
               -La carta lo hace real-murmuró Mimi en voz tan baja que me sorprendió escucharla, incluso aunque estuviera a mi lado. Era la típica cosa que no te reconocías ni a ti misma, y que no deberías decir en voz más alta que la de un susurro para que nadie te escuchara, pues cuanto más público tuvieras, mayor blasfemia supondrían tus ideas.
               Y a pesar de todo allí estábamos ambas, con las almas hechas jirones y las manos ensangrentadas de tanto recoger nuestros pedacitos del suelo para tratar de volver a unirnos, echando de menos a un chico al que le había matado dejarnos atrás. Un chico que, con todo, estaba seguro de que lo que habíamos decidido era lo mejor, que la decisión que habíamos tomado era la correcta.
               -Es estúpido, ¿no te parece?-pregunté, notando que se me agolpaban las lágrimas en los ojos. Últimamente estaba llorando mucho, pero me había prometido a mí misma que no me juzgaría por dar rienda suelta a mis emociones; llevaba demasiado tiempo reteniendo cosas en mi interior que ni siquiera había reconocido como para tratar de reprimirlas ahora que estaban saliendo a la luz y me estaban dejando identificar los huecos vacíos que tenía en el alma.
               Era una putada que precisamente esos huecos se abrieran cuando Alec no estaba conmigo para ayudarme a cerrarlos, pero tenía que aguantarme. Él había tenido bastante con su propia senda de curación; lo justo era que yo me ocupara de la mía solita.
               -Yo le dije que sería mejor que se fuera. Le dije que no se merecía estar aquí, con la tensión que hay con mis padres, teniendo que aguantar sus faltas de respeto y la hostilidad que mana de ellos como el calor de una llama, pero… no sé-me encogí de hombros, pasándome el dorso de la mano por las mejillas-. No me había dado cuenta de que tenía esperanzas de que volviera antes de tiempo hasta que no he recibido su carta.
               Lo cierto es que había vivido en una cuenta atrás desde que se había marchado, sí, pero había ido bajando los días con cada hora que pasaba sin siquiera pretenderlo.
               -No me parece estúpido echar de menos a tu novio, Saab-dijo Mimi, pasándome un brazo por detrás de los hombros y apoyando mi cabeza contra su pecho. Su pelo sedoso se enredó con el mío, dos cascadas de formas y colores distintos formando una curiosa e improbable combinación. Representaban bastante bien mi vida.
                -Sí que lo es si has hecho que las cosas empeoren para ambos siendo una cobarde.
               -Estás intentando arreglarlo, y creo que es en eso en lo que deberías centrarte-contestó, dándome un beso en la cabeza y acariciándome el hombro con el pulgar en un gesto que… Dios mío. Le había copiado a Alec-. Lo que estás haciendo es muy duro, y yo… creo que no habría sido tan valiente como lo has sido tú, pidiéndole al chico del que estás enamorada que se vaya para que pueda estar más tranquilo.
               -¿Le pido que se vaya y luego tengo la esperanza de que regrese antes de tiempo? Eso no es justo. No lo es en absoluto. Con todo lo que Alec ha hecho por mí… no debería desear que le vaya mal para que vuelva antes conmigo. Es cruel. Es mezquino. Es la típica cosa que encendería todas mis alarmas si les pasara a los novios de mis amigas. Y, sin embargo, aquí me tienes. Hecha una mierda y decepcionada porque mi novio está cumpliendo las promesas que me hizo. Seguramente soy la única chica en el mundo lo suficientemente estúpida como para molestarse porque su novio sea de fiar-dije, retirándome un poco para limpiarme las lágrimas de nuevo. Acepté el pañuelo que Mimi me tendió arrugado en una pelotita. Era como si se lo hubiera estado guardando para este momento, como si supiera que en cualquier momento iba a terminar explotando.
               Por lo menos no estaba montando un numerito público; sólo podían verme ella y Trufas, que mordisqueaba con determinación los viejos guantes de boxeo de Alec, aunque juraría que podía ver una cierta añoranza en su mirada oscura.
               -Estás sometida a muchísima presión. No creo que sea nada deplorable tener la ilusión de que la persona que más te importa venga a apoyarte-me apartó un mechón de pelo de la cara de un modo que le había visto hacer un millón de veces con Eleanor, y sus ojos castaños relampaguearon con comprensión. No me merecía su empatía, no después de haberle liado a su hermano la que le había liado y haberle pedido que se marchara-. Además, piénsalo. Has pasado unos días geniales con Alec, y te has enterado de que estabais los dos bastante mal. Creías que habíais sufrido más de la cuenta por el otro, y de todos modos la carta tampoco te confirma que él lo esté pasando genial, así que…-se encogió de hombros-. Yo no perdería la esperanza de que viniera antes de mi cumpleaños.
               -No se trata de eso.
               -¿De qué se trata, entonces?
               -Quiero que Alec lo pase bien. De verdad. De corazón. No quiero que le pase nada malo, sino que disfrute cada segundo esté donde esté. Es sólo que…
               -Preferirías que disfrutara a tu lado.
               -Eso es secundario.
               -A mí me parece que no.
               -Sí. Lo es-sentencié-. Yo no tengo derecho a ponerme exquisita aquí. Si ha tenido que escribirme una carta diciendo que no se arrepiente de todo lo que tiene que luchar por mí es totalmente por mi culpa-la mirada de Mimi brilló cuando inclinó la cabeza ligeramente a un lado, pero supo que tenía todavía más cosas que decir, así que no dijo nada-. Yo he provocado esta pelea con mis padres, Mím. Él llegó aquí y se la encontró sin comerlo ni beberlo. Podríamos haber aprovechado mucho más sus días en casa de lo que lo hicimos, primero porque tenía que contarle qué era lo que había estado pasando, y luego porque tuvimos que ir a terapia con mis padres por mi culpa. Y aun así tengo el morro de coger, leer la carta, y sentirme decepcionada porque no va a venir antes de tu cumpleaños. ¿Entiendes lo jodido que es eso?
               Mimi sacudió despacio la cabeza.
               -No eres objetiva conmigo porque me conoces desde que nací-dije-, pero tienes que admitir que, si fuera con cualquier otra chica, te escamaría todo lo que está pasando conmigo y con tu hermano. No querrías que estuviera con él.
               -No. La verdad es que no soy objetiva contigo-contestó Mimi en tono apaciguador-, pero no por los motivos que crees. Me da igual desde cuánto hace que te conozco, Saab: hay personas a las que conozco desde el jardín de infancia y que no querría ni muerta cerca de mi hermano porque sé que no se lo merecen, pero tú no eres una de ellas. Si no soy objetiva contigo no es por los años que hace que nos conocemos o porque ahora seamos amigas; no soy objetiva contigo, y también soy tu amiga, porque sé lo buena que eres para mi hermano. Sé que esto es sólo un bache. Sí, vale, es uno bastante gordo, pero yo estoy convencida, igual que él, de que lo vais a superar. Y, Saab… tus momentos de debilidad no te definen.
               Escucharla decir aquello fue como recibir una bofetada. Tus momentos de debilidad no te definen. Acababa de salir de un trance extrañísimo en el que no recordaba haberme sumido siquiera.
               Mimi se apartó el pelo y se lo colocó detrás de la oreja, cayéndole en cascada como a una estrella de cine en la noche del estreno de la película que la encumbrará y le hará ganar todos los premios.
               Tus momentos de debilidad no te definen. ¿Cuántas veces le había dicho a Alec creyéndolo a pies juntillas? ¿Cuántas veces lo había tenido en mi regazo, acorralado por sus demonios, temblando de miedo porque creía que no podía con ellos?
               Llevaba los colgantes que me había regalado colgados del cuello, su inicial de platino y el elefantito dorado como dos faros que me indicaban el camino, las agujas medidoras de la longitud y latitud a la que tenía que desplazarme, las horas y los minutos de la cita más importante de mi vida. Voy a volver a ti. Su promesa había sido aquello, sí, pero también toda una declaración de intenciones. Se había pasado tanto tiempo planeando cómo la reforzaría que casi parecía que hubiera previsto que necesitaría recurrir a él en la distancia. Era como si tuviera el control del vínculo que nos unía, como si pudiera modelar nuestra conexión a voluntad y darme suaves tirones de ella cuando presintiera que yo me sentía sola y perdida, como diciendo “estoy aquí, sigue el sonido de mi voz”.
               -Lo que estás pensando ahora mismo, de que desearías que Alec no estuviera lo bastante cómodo en el voluntariado como para plantearse volver, sería una cosa muy jodida de normal-no sé qué me sorprendió más, si cómo había dado en el clavo antes, o que dijera una palabrota. Así de involucrada con nosotros estaba Mary Elizabeth, hasta el punto de querer dejarme bien claro lo que pensaba de la situación, aun a costa de no “hablar como una señorita”, como siempre le decía Alec en tono burlón-. Pero tú no estás en una situación normal, Saab. Y creo que eres la única que te juzga por ese rasero, cuando todos los demás lo hacemos por otro. Las cosas con tus padres están muy tirantes, y los echas mucho de menos porque antes os llevabais muy bien. Es normal que busques la mayor estabilidad posible, aun a costa del bienestar del resto de personas en tu vida.
               Mimi cogió la carta y la metió cuidadosamente en el sobre.
               -A mí no me escandaliza lo más mínimo que me digas que te decepciona que Alec no haya vuelto ya, porque las dos sabemos muy bien que, si por él fuera, se habría subido al avión, habría hecho todo el viaje hasta Nechisar, le habría hecho una peineta a Valeria, habría recogido sus cosas y habría vuelto. Quizá incluso hubiera dejado todo su equipaje allí si te pusiera por delante de él, así que…-frunció el ceño-. Sí, supongo que lo más probable es que diera la vuelta en el mismo aeropuerto de Adís Abeba. Pero le hiciste prometer que lo intentaría. Y pasaría un infierno con tal de no romper una de tus promesas. Además… me has dicho que lo hablasteis antes de que él se fuera. Os pusisteis de acuerdo en que sería lo mejor para los dos que lo volvierais a intentar, y creo que él sabe, en el fondo, que si estuviera en casa a ti te sería mucho más difícil resolver la situación. Primero, porque tú querrías pasar mucho más tiempo con él, y eso reduciría el tiempo que tendrías disponible para estar con tus padres… y segundo, porque tú te pondrías más a la defensiva incluso. Dices que en casa estáis relativamente tranquilos si no habláis de Alec-comentó, y yo asentí-. Bueno, pues si ya te resulta difícil no hablar de él, porque es tu novio y le quieres con toda tu alma… imagínate lo que sería no poder decir su nombre cuando acabas de venir de tener una cita con él.
               Se encogió de hombros.
               -A Alec le gustaba muchísimo ir de cita contigo. Si supieras las bobadas que hizo el día que ibas a venir a casa por primera vez…-sonrió, nostálgica, con la mirada perdida en Trufas, que soltó un suspiro de pura satisfacción al soltar el guante de boxeo de Alec-. Y creo que él sabe lo mucho que valoras el poder comentar lo que hacéis cuando regresas a casa. Quiere que lo arregles con tus padres-sentenció-. Seguramente los odie y es muy probable que le vaya a costar muchísimo perdonarlos, pero sabe cuánto los quieres y quiere que lo arregles. Y no es compatible que lo arregles con que él esté aquí.
                Mimi se levantó y fue a por Trufas, que se dejó coger en brazos con paciencia. Cargó al conejo contra su pecho, le dio un beso en la cabeza y luego lo depositó sobre mi regazo, confiando en que su pelaje mullido y suave y su calor hicieran el efecto de tu abrigo preferido en pleno invierno, cuando un viento helado que te congelaría por dentro de no ser por él.
               Trufas estiró el hocico en dirección a la carta, y si no le pegó una dentellada fue porque Mimi estuvo rápida de reflejos. Se sentó de nuevo en el borde de la cama y le dio unos golpecitos contra la punta de los dedos.
               -Él nunca te habría prometido que intentaría que lo de Etiopía funcione de nuevo si no creyera que era necesario para que tú volvieras a estar bien, Saab.
               -Pero yo no quiero estar bien. Yo quiero estar con él-ya me daba igual todo. Todo. Sólo quería que esto parase.
               Aunque… Mimi tenía razón. No podía vivir estas tres semanas odiándome a mí misma por las esperanzas oscuras y egoístas que estaba albergando, retrotrayéndome en mí misma cuando las conversaciones con mis padres se volvían incómodas. Sí, estaba intentando mantenerme tranquila cuando las sesiones de terapia no iban como yo esperaba, y sí, mantenía la compostura cuando mis padres se ponían rígidos al mencionar el nombre de Alec, pero… no le había pedido que se marchara para esto. No había necesitado que se marchara para esto.
               Tenemos que ser nuestras propias personas, le había dicho cuando había venido a verme la primera vez, cuando él me puso encima de la mesa por primera vez el quedarse. Intenté que no se me encogiera el corazón al recordar lo felices que habían estado mis padres porque él viniera a casa por aquel entonces, lo digno que les había parecido, lo orgullosos que estaban de los sacrificios que estaba dispuesto a hacer por mí.
               -¿Entiendes lo jodido que es, Mimi? Una parte de mí quiere que le siga yendo mal en el voluntariado para que vuelva a mi lado. Incluso sabiendo lo mal que lo ha pasado por culpa de Valeria.
               -A mi hermano lo está fastidiando una señora a la que dejará de ver, como mucho, dentro de un año.
               -Puede, pero estará un año él solo, a miles de kilómetros de casa, Mary Elizabeth.
               Mimi levantó la mandíbula.
               -Tal vez, pero lo de él es temporal. Largo, pero temporal. En cambio, lo tuyo podría ser permanente. Y a ti te están jodiendo tus padres, Sabrae Gugulethu-sentenció, taladrándome con la mirada como una emperatriz. Nunca como hasta ese momento había sentido que la sangre de la casa real de Rusia podría correr por sus venas tal y como afirmaba Mamushka con tanta intensidad.
               No necesitó sonreírme como lo hizo para demostrarme que había ganado, ni desnudar mi alma con la mirada de una forma en que, hasta entonces, creía que sólo podía hacer su hermano. Supongo que era cosa del apellido; que, al final, siempre habría un Whitelaw viendo  través de mí.
               Quizá fuera por eso por lo que Alec todavía no había vuelto, al margen de las promesas que me había hecho y de lo bien que le vendría estar tiempo en Etiopía, probando de nuevo ese camino que había elegido para sí mismo hacía algo más de un año, en el que podría ser quien fuera, hacer lo que quisiera. Quizá siempre había sabido aquello que yo acababa de descubrir: que ese destino que yo había defendido a capa y espada hacía apenas una semana, cuando decidimos que lo volveríamos a intentar, siempre había tenido preparado un plan B, un plan C y un plan D, así hasta la L, para poder escribir su nombre si hacía falta, con tal de no dejar nada al azar y que siempre estuviéramos bien, porque estar bien significaba estar juntos. Yo cuidaría de Mimi, y Mimi cuidaría de mí. Ella me sacaría de mis dudas y yo le quitaría sus miedos.
               -Te estás preocupando por ti las razones equivocadas-dijo, cogiendo a Trufas de mi regazo y llevándoselo al rostro para darle un beso en la cabeza. El conejo parpadeó, mirándome-. Yo no me preocuparía por ti porque quieres que tu novio vuelva, cueste lo que cueste y le pese a quien le pese. Me preocuparía por ti porque piensas que puedes aguantar así hasta que Alec regrese, cuando… Saab, no sé si serías capaz de llegar a la semana que viene a base de pura determinación. Sé que tienes de sobra, pero dudo que sea suficiente-se encogió de hombros y dejó a Trufas en el suelo. Entonces, se reclinó en la cama, apoyando las manos en el colchón para poder mirarme con una chulería que la hizo idéntica a su hermano, incluso cuando eran como la noche y el día, tanto física como psicológicamente. Por eso precisamente Alec había sido capaz de dejarme estando las cosas como estaban; no porque supiera que necesitaba poner distancia entre mis padres y él para que todo empezara a encauzarse, no porque supiera que no podría separarse de mí si no se marchaba: porque me había dejado con una versión en bruto de sí mismo que cumpliría con su cometido hasta que él regresara.
               Si había algo que valorara por encima de todas las cosas de mi relación con Alec era, precisamente, la confianza que teníamos. Entre nosotros ya no había secretos (los pocos que habíamos tenido habían sido para protegernos, lo cual sólo había servido para hacernos más daño y descubrir que éramos tontos por no confiar en la fuerza del otro), y no había líneas rojas que no pudiéramos atravesar en nuestras conversaciones. Era eso, precisamente, lo que más echaba de menos de él incluso estando con mi familia: poder hablar de cualquier cosa con la certeza de que no había territorio pantanoso en el que tuviera que andar con cuidado, y que el único filtro que hubiera en mi boca fueran las limitaciones de mi idioma y los puntos calientes en mi corazón. Estar con Alec, hablar con Alec, sincerarme con Alec, era como jugar a una ruleta rusa cuya pistola no estaba cargada. No había adrenalina ninguna porque tampoco había peligro, y a veces, cuando todo a tu alrededor gira a toda velocidad, cuando el mundo entero te observa y analiza cada uno de tus movimientos, cuando no puedes ir a ningún sitio en el que no haya al menos una persona que sea capaz de llamarte por tu nombre, lo más valioso de todo es encontrar a alguien con el que puedes soltar las riendas y dejarte llevar. Necesitas una relación que sea el equivalente a taparte hasta las cejas con la sábana y dejar que suene el despertador. Una relación que se sienta como pasarte la tarde entera en la bañera sin preocuparte de las cosas que tienes que hacer. Una relación que sea como ir a terapia con un psicólogo que no sólo no te mirará desde la distancia cuando te eches a llorar, ofreciéndote un pañuelo de la manera más aséptica posible, sino que se acercará a ti, te abrazará, te limpiará las lágrimas con sus propias manos y te besará la cabeza y te dirá que le rompe el corazón verte llorar; no porque no quiera que te desahogues con él, sino porque odia verte sufrir.
               Igual que había algo de Shasha en Duna, algo de mí en Shasha y algo de Scott en mí, también había algo de Alec en Mimi. Con ese algo de Alec en Mimi bastaba para darme el empujón que me hacía falta cuando el acantilado me hacía dudar.
               -No siempre se trata de ti. A veces se trata también de los demás-dijo Mimi, cruzando las piernas y arqueando las cejas como si ya fuera la prima ballerina que todos sabíamos que estaba destinada a ser.
               Me conocía mejor de lo que yo pensaba. A fin de cuentas, era hermana de quien era. Sabía que quería tenerlo todo bajo control, que a veces me responsabilizaba en exceso, y que sólo cuando tenía algo tan repasado que lo podría hacer incluso dormida me permitía entonces relajarme. Por eso casaba tan bien con Alec; porque él era todo lo contrario, un río fluyendo hacia el mar. Sólo me relajaba estando con él, y él sólo planificaba estando conmigo. Nos compenetrábamos bien, y Mimi lo sabía. A través de aquellas paredes puede que, incluso, me hubiera escuchado pulir mis bordes para encajar mejor con los huecos que tenía Alec, y al revés. Sabía que necesitaba esto, y por eso me lo estaba dando.
               Alec no me había dejado sola. De hecho, me había dejado con la única persona que sabía que podía darme un toque de atención y hacer que yo la escuchara, y estaba claro que Mimi sabía qué decirme para que yo la escuchara.
               No hay nada que yo pueda hacer había sido para mí una frase que representaba una pesadilla, pero desde que Alec entró en mi vida, se había convertido en una liberación.
               No, yo no podía hacer nada si mis padres se ponían a la defensiva con sólo escuchar el nombre de Alec. No, yo no podía hacer nada si necesitaba hablar de él con ellos.
               No, yo no podía hacer nada si necesitaba hablar de mis orígenes. Por mucho que me doliera que a ellos les doliera, no podíamos seguir así. No podía seguir tratando a mi casa como una prisión en vez de como el hogar que había sido hasta entonces, el hogar de mi infancia, mi primer espacio seguro antes de que yo descubriera lo que eran los espacios seguros y por qué eran necesarios.
               Me levanté de la cama.
               -Voy a ir a ver a mis padres. Espero que Fiorella tenga un hueco para vernos-dije, y Mimi asintió con la cabeza, satisfecha, de una forma seca en la que también asentía Alec, con la misma sonrisa a medias que también esbozaba Alec cuando estaba orgulloso de algo o de alguien. Estaba tan decidida a aprovechar mi determinación que ni siquiera me paré a preguntarme cuántas más cosas haría igual que su hermano sin que yo me hubiera dado siquiera cuenta.
               No, yo no podía hacer nada si mis padres no querían seguirme por el camino que yo quisiera recorrer, incluso si el miedo les paralizaba. Yo no podía hacer nada más que caminar.
               Estaba dispuesta a asumir mi parte de culpa, pero Claire me había hecho entender que no era todo culpa mía. Me había señalado el camino y, junto con Fiorella, estábamos trabajando en desgranar por qué había cometido el error que había demostrado ser fatal.
               Recorrí el trayecto de la casa de Alec a la mía con el bolso colgado de un hombro y la carta en la mano contraria, el sobre ardiéndome con determinación en los dedos, como si estuviera insuflándome fuerzas. Mientras atravesaba el vecindario, rememoré las sesiones que había tenido con mis padres, los acercamientos previos de posturas, las cosas que ellos no decían pero en las que sus cuerpos los delataban.
                Giré las llaves en la puerta de mi casa y entré con la decisión del caballero que se presenta en un torneo con un escudo; el mío era de bordes azules, blancos y rojos.
               Mi dulce Luna, mis preciosas estrellas. Llevaba viviendo de noche dos meses, casi tres, y había desarrollado una extraña y peligrosa fobia a la oscuridad que me había hecho tener miedo de ser quien era. Me habían hecho temer a monstruos bajo mi cama y a bestias acechándome tras las ventanas. Todo porque Alec no estaba.
               Tuyo, siempre, hasta que los dos nos desvanezcamos, le pese a quien le pese y pase lo que pase.
               Atravesé el vestíbulo y me dirigí hacia el comedor, en el que papá y mamá estaban juntos, él escribiendo en unos papeles arrugados y manoseados, y mamá tomaba notas en su iPad.
               Prométeme que nada ni nadie se interpondrá entre nosotros. Ni siquiera tú, y ni siquiera yo, nos escuché decirnos a ambos, hacía tantos meses que parecía que hiciera siete años de aquello. Alec y yo nos habíamos prometido ser inseparables, habíamos hecho hincapié específicamente en uno y otro.
               En ningún momento habíamos pensado en que tendríamos que hacerlo explícito también de mis padres. Así que, dispuesta a domar a estos dos dragones, los más fieros que hubiera conocido nunca, montarme sobre sus lomos y poder recorrer de nuevo el cielo, me planté delante de mis padres con las piernas separadas, la carta en la mano, y la férrea determinación de salir de este bucle en el corazón. Hoy podía ser el final del principio, o también el principio del fin.
               No había nada que yo pudiera hacer. Estaba totalmente fuera de mi control.
               -Saab-dijo papá, el primero de los dos en salir de su trance y darse cuenta de que estaba allí. Había vuelto en tiempo récord; se habían acostumbrado a que, cuando me iba a casa de los Whitelaw (a casa de Alec, volvería a decir a partir de ahora), no volviera hasta la hora de cenar, si es que no me quedaba a dormir allí-. Has vuelto pronto.
               -Sí-mamá levantó la cabeza, como notando algo en mi voz, y me miró con curiosidad. Y creo que miedo, también. Era algo que no solía haber en los ojos de mi madre, pero últimamente era cada vez más y más común. Me obligué a mí misma a tragarme el nudo en la garganta y, alzando la barbilla, levanté mi espada y me preparé para cargar. Empezaba mi batalla-. Ya he terminado de leer la carta de Alec.
               Los dos parpadearon, una tormenta helada impactando contra los cuellos ardientes de aquellos dos dragones. Esperando para medir sus fuerzas. Analizándome. Midiéndome.
               -Y me he dado cuenta de una cosa. Así que, si os parece bien, vamos a ir a pedirle a Fiorella que nos haga un hueco, porque quiero hablar con ella cuanto antes.
               Papá miró a mamá. Había sido mamá la que había cedido antes con Alec y conmigo; aunque mientras crecía habían hecho de poli bueno y poli malo con roles invertidos, ahora el que hacía de malo era papá. Era el que más tenso se ponía de los dos, el más tajante en sus críticas, el que había mirado con más odio a mi novio en la sesión de terapia.
               -¿A qué tanta prisa?-preguntó mamá, y casi podía escuchar el batir de unas alas en la oscuridad-. ¿Ha… ha pasado algo?-preguntó, deslizando los ojos hacia el sobre, y yo lo oculté tras mi espalda, cruzando las manos tras él. Puede que yo también hubiera adoptado unos cuantos gestos de Alec; le había visto hacerlo un millón de veces, cuando se metían conmigo y él les daba la oportunidad de rectificar antes de destrozarlos. Rara vez lo hacían.
               Y si él no los mataba era porque yo le pedía que parara.
               -Alec y yo estamos bien-dije. Tuyo, siempre, hasta que los dos nos desvanezcamos, recordé. Mi dulce Luna, mis preciosas estrellas, mi adorada Sabrae.
               No había estrellas ni Luna sin Sol. Ni tampoco Sol sin Luna ni estrellas. Era una verdad como el baile de cada una de ellas en el firmamento.
                -Pero vosotros y yo no. Y quiero arreglarlo. Os echo de menos-confesé, porque era la verdad. No había nada que amansara a una fiera como las lágrimas de una doncella, ni espada más afilada que la verdad. Recordé vagamente los consejos de Fiorella en nuestras sesiones conjuntas, cómo me había dicho que tenía que dejar de pensar en la situación como una guerra en lugar de un rompecabezas, que sí tenía una solución pacífica, pero ahora me dolían tanto las costuras de mi alma que no podía cambiar mi forma de pensar. Ya reescribiríamos la historia cuando fuera eso, historia. Mientras tanto, cualquier cosa serviría si me hacía salir de este túnel-. Creo que ya es hora de que empecemos a colaborar, y hacernos daño si hace falta con tal de sanar.
               Mis padres intercambiaron una mirada rápida, y luego asintieron. Mamá alargó la mano para coger el móvil y llamar a Fiorella; confié en ese momento en que para esta noche tendríamos una solución, y yo tendría una cama propia en la que dormir. Si era en mi habitación o en la de Alec, dependía de ellos. No hay nada que yo pueda hacer.
               No, no había nada que yo no pudiera hacer contra la gravedad. La bomba llevaba cayendo dos meses; si me apuras, en realidad, era más bien cerca de quince años. En algún momento tenía que explotar.
               -Quiero volver a ser una Malik-les dije, la mejor ramita de olivo que les podía tender, algo que todos necesitaríamos cuando yo terminara de hablar-. Y para eso tenemos que hablar de cuando yo aún no lo era.

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1 comentario:

  1. Bueno empezar diciendo que me alegro que por fin vaya a poner solución a esta situación de una vez. Espero enormemente que tanto Sher como Zayn no lo tomen a mal enormemente dadas las circunstancias y aunque seguramente sea un golpe duro de encajar confío en que no invaliden los sentimientos de Saab y espero también encarecidamente que comiencen un proceso de reflexion con Alec también. Creo que ya te lo dije tmb en el último capítulo pero me ha gustado mucho la manera en la que has optado por solucionar este conflicto en concreto y sacar a relucir los problemas que se han visto a lo largo de la novela con respecto a la adopción. Para mi es cerrar un circulo de manera magistral trayendo a relucir justo ahora el tema.
    Por otro lado decir también que ole por las hermanas pequeñas. Mimi y Sasha están demostrando ser las mejores del mundo en esta parte de Sabrae, no solo por su propio desarrollo de personaje sino por lo mucho que están ayudando a Sab y Alec. Las amo.
    Deseando leer esa sesión.

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