sábado, 23 de marzo de 2024

Un pedacito de noviembre.

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Mi adorado, resplandeciente y precioso Sol, mi amadísimo Alec,
 
Sólo alguien bueno y puro como lo eres tú podría preocuparse por mí cuando yo me he quedado en casa, rodeada de todo el mundo que me quiere con la excepción de quien con más intensidad lo hace, y lamentar mantener las promesas que se hizo a sí mismo cuando todavía no éramos nada. Sólo tú, también, puedes pensar que le debes algo a un continente en el que nunca he puesto los pies simplemente porque mis antepasados proceden de allí. No sientas que tienes ninguna deuda con África, con Europa, o con el mundo en general, simplemente porque haya sido el lugar donde yo nací, porque si le pertenezco a alguna nación, es a la que lleva tu nombre, y si tengo alguna tierra que puedo llamar propia, esa tierra son tus brazos.
               No creo que sea un error ni que tampoco tenga nada que perdonarte por querer que hablemos de lo que pasó con mis padres justo antes de que te marcharas; de hecho, que no lo mencionaras en la carta a pesar de lo reciente que estaba todo para ti cuando la escribiste me preocuparía. Me haría pensar que no querías detenerte demasiado a darle un poco más de importancia, a pesar de que para mí tiene mucha, porque te dolía demasiado como para hurgar en la herida. Sé que te duele, sé que te molesta, y sé por encima de todo que no te lo mereces.  Si hay alguien totalmente inocente en esto, ése eres tú, Al.
               Es más, con comentarme lo de mis padres me has dado el pie perfecto para que yo empiece a cumplir de nuevo el propósito que nunca debimos dejar de darles a las cartas, y es el de acompañarnos un poco en nuestro día a día y hacer que la distancia no sea tan grande. Agradezco mucho que me digas que te alivia saber que así eres, de nuevo, un refugio para mí, porque precisamente así es como yo también me siento contigo, ahora que lo hemos dejado todo claro. Detesto pensar lo mal que lo estuviste pasando en Etiopía y cómo todo se te hacía todavía más bola porque sentías que me estabas fallando al mentirme para protegerme cuando, si bien no quiero que las mentiras se conviertan en el pan nuestro de cada día (como desgraciadamente nos ha pasado los últimos dos meses), y aunque entiendo perfectamente los motivos tan nobles que te llevaron a no querer compartir conmigo cómo te encontrabas para protegerme, la verdad es que me tranquiliza saber que, incluso aunque nos duela, ahora nos seremos aún más sinceros. Es por eso por lo que te voy a contar a lo que te voy a contar, sobre todo para quitarte también el peso de encima que, aunque tú no quieras, te has cargado encima por la actuación de mis padres (ya te daré el tirón de orejas correspondiente más adelante para ver si así, por fin, te quito esta manía tuya de cargarte de responsabilidades que no te corresponden).
               A la semana de que te fueras, el mismo día que recibí tu carta, hablé con Mimi sobre la situación que tengo en casa. La verdad es que se complicó un poco más desde que te fuiste, porque el gesto que tuvieron mis padres contigo me pareció muy feo, y procuré mantenerme al margen de ellos para poder echarte de menos como deseo, llorar por tu ausencia y recrearme en los preciosos recuerdos que hemos formado juntos. Mi intención era dejarme unos días para adaptarme de nuevo a la situación, pero debo confesar que se me estaba yendo de las manos y mi familia, a través de Scott, intervino para que no me alejara todavía más de ellos (llegó un punto, incluso, en el que me planteé no pasar por casa hasta que tú no regresaras; y me avergüenza decir que incluso tenía la esperanza de que, cuando me escribieras, lo hicieras en un tono mucho más triste de lo que lo hacías. No me enorgullezco en absoluto de lo que sentía, pero te debo sinceridad, incluso cuando esa sinceridad demuestra todavía más lo indigna que soy de ti). Seguimos con la terapia, pero hasta que no recibí tu carta y me di cuenta de los deseos mezquinos que albergaba en mi corazón, tengo que reconocer que no iba del todo convencida de que aquello fuera lo correcto. Sólo cuando me escribiste me atreví de nuevo a ser valiente y honesta conmigo misma, y poner yo también un poco de mi parte y reconocer que, quizá, estuviera aferrándome demasiado a mi dolor y me diera demasiado miedo tratar de arreglar las cosas con mis padres por si eso… me distanciaba de ti.
               Puede que suene absurdo o puede que no suene absurdo en absoluto, pero la cuestión es que me dolía en el alma saber que por todo lo que podíamos estar pasando no fuera algo en lo que fuéramos totalmente las víctimas, pero Mimi me dio un poco de perspectiva externa y me hizo ver que necesitaba ayuda de alguien más. Verlo todo desde fuera y tomar distancia para analizar el problema. Así que se me ocurrió ir a hablar con Claire, y a raíz de eso, quedamos con mis padres y Fiorella para hacer una sesión en la que empezamos a profundizar en lo que nos ha pasado y cuál es el motivo real por el que todo esto está así.
               La verdad es que fue la sesión de terapia más dura y a la vez más útil que he hecho nunca, con excepción a la que hicimos tú y yo cuando estabas todavía ingresado en el hospital (pero por muy poca distancia). Escuché más de lo que hablé, pero creo que mis padres también me escucharon en los momentos cruciales, y creo que, al final, conseguimos llegar al núcleo de lo que me sucede con ellos y por qué reaccioné como reaccioné.
               La verdad es que una parte de mí odia haber sido tan sincera con ellos como lo soy contigo, y aunque la sesión es muy reciente (la hicimos ayer; te he escrito esta carta en cuanto he podido, ya que el día fue muy intenso), tengo que honrar la promesa que nos hicimos y, por encima, luchar también por mi felicidad. Tengo un debate interno bastante importante porque por un lado siento que hablándoles de cosas que sólo te he confiado a ti estoy traicionando un poco a nuestra relación, porque quizá ya no sea tan importante y especial si no eres un rincón sagrado en el que tratamos cosas que no hemos hablado con nadie, pero por otro lado… también pienso que son mis padres, que les afecta directamente, y que ellos fueron el primer espacio seguro que yo he tenido en toda mi vida, así que no debe de haber nada malo en tratar de recuperar aquello. El caso es que, después de mucho reflexionar y hacer mucha introspección, con Claire me di cuenta de lo que ayer finalmente les dije a mis padres: si no conté lo que me habías hecho supuestamente y preferí tomar esa decisión pésima fue porque pensé que me juzgarían si te perdonaba sin más, y creía que me juzgarían porque sentía que tengo que ser siempre perfecta con ellos. Y si tengo que ser siempre perfecta es porque… bueno, porque soy adoptada.
                No quería hablar de mi adopción con ellos porque sabía que les haría daño, como efectivamente pasó, pero también porque eso es lo único de lo que tú y yo hemos hablado sin compartirlo con nadie más. Así que una parte de mí se pregunta: si comparto estos secretos que sólo me atrevía a decir en voz alta contigo, ¿nuestra relación dejará de ser especial? ¿Dejarás de ser mi refugio? Quiero pensar que no. Necesito pensar que no. Aun así, si decides que eso es una traición y que no he sido justa contigo, lo entenderé perfectamente. Espero que no sea algo determinante de una decisión tajante (confío en que no será así), pero aceptaré lo que me digas.
               En cuanto a todo lo demás que me dices en la carta… quiero pensar que el hecho de que me haya llegado sana y salva (y que no hayas salido en las noticias) es una buena señal. Teniendo en cuenta que es posible que tu carta de respuesta me lleve con poca antelación con respecto a tu llegada, aún no sé si pedirte que me cuentes qué tal te está yendo en este periodo de prueba en Etiopía. Una parte de mí me dice que estás mejor, porque extrañamente me siento tranquila cuando pienso en ti, y no debería ser así si estuvieras mal, ya que quiero pensar que nuestra conexión influye hasta el punto de que yo pueda sentir si estás bien o no a miles de kilómetros de distancia. Lo cual es absurdo, porque… bueno, después de todo, los dos estábamos mal en nuestras respectivas ubicaciones y aun así seguíamos creyendo que el otro estaba bien. Por otro lado, también pienso que Valeria es tan orgullosa que no aceptaría darte una segunda oportunidad, a juzgar por los castigos que te ha impuesto sin que le tiemble el pulso durante el último mes y medio que has estado con ella, así que… no me atrevo a albergar esperanzas ni en un sentido ni en otro. La verdad es que las dos situaciones tendrían cosas buenas y malas: si estás mal en Etiopía, podrías volver a casa antes, lo cual es algo que yo siempre celebraré, pero detestaría pensar que has disfrutado muy poco del voluntariado. Por otro lado, si estás bien en Etiopía, estarás disfrutando de una experiencia inolvidable que te mereces más que nadie, pero también estaremos condenados a echarnos de menos todavía más de lo que ya lo hacemos. Sea como sea, intento mantener una actitud positiva y pensar que todo pasa por algo, y que Dios nos pone a prueba porque sabe que podemos superarlo. Aun así… bueno, de vez en cuando estaría bien que no nos trataran como a sus soldados preferidos y más fuertes y nos pusieran las cosas más fáciles por una vez, ¿no crees?
               Ojalá estuviera ahí contigo. Ojalá me enseñaras la sabana y me hicieras el amor bajo ese manto de millones de estrellas que seguro que es lo más precioso que veré en la vida, justo por detrás de tu sonrisa iluminando el cielo y tus ojos preciosos chisporroteando de felicidad cuando te digo que te quiero. Porque lo hago, mi amor. Mucho, muchísimo. Te quiero con todo mi ser, con toda mi aura, con todo lo que soy y también lo que no soy, con cada molécula de mi cuerpo y también de mi entorno, con cada grano de arena en las playas que bañan ese precioso mar que es el Mediterráneo y con cada hoja en los bosques de esa Rusia a la que siempre le agradeceré ser el primer idioma en el que me atreví a decirte lo que sentía por ti. Mi sangre, mi voz, mi voluntad son tuyas. Cada lágrima que derrame por ti, de felicidad porque te tengo o de tristeza porque no te tengo lo suficientemente cerca, son tesoros que protegeré con mi vida.
               Confío en que ganaremos, mi amor. Sé que lo haremos, si permanecemos juntos, y si me lo permites, no me separaré de ti. Incluso con dos continentes interponiéndose entre nosotros, te dejaré un rinconcito siempre en mi corazón.
               Cuento las horas para volver a ver tu preciosa carita, escuchar tu voz, reírme con tus bromas y acurrucarme entre tus brazos. Aunque sería una putada para Mimi que en su cumpleaños lloviera, me encantaría que hubiera una tormenta que nos diera la excusa perfecta para quedarnos encerrados en casa y poder esconderme entre tus brazos, refugiarme contra tu pecho y besarte mientras tu habitación la iluminan los rayos. Dios, es pensar en la calidez y la fuerza de tu cuerpo rodeándome y empezar a subirme la temperatura y que me sobre la ropa. Te necesito aquí, conmigo, Al. Necesito sentir tu fuerza, tu inmensidad, tu dureza. Necesito que me hagas gemir tu nombre y cartografiar tu espalda con mi uñas. La distancia que nos separa es nimia para alejarnos pero inmensa para saciar mi apetito de ti.
               Por cierto, mi sol, ¿cuándo vas a volver? Y no me digas que lo harás en el primer vuelo de Etiopía del día 14 por la mañana, porque te conozco lo suficiente como para saber que Mimi te tendrá acurrucado junto a su cama felicitándola a las doce de la noche. No te preocupes: guardaré tu secreto y no le chafaré la sorpresa; después de todo, soy la única que sospecha que vendrás un día antes para darle una sorpresa a Mím al igual que lo hiciste con Tommy: los demás están seguros de que querrás llegar tarde para hacerte notar, como Ke$ha cuando dice en Tik Tok “la fiesta no empieza hasta que yo no llego”, pero… simplemente quiero asegurarme. Así que dime a qué hora tengo que recogerte en el aeropuerto, y allí estaré.
               Cada minuto que paso sin ti me escuece en la piel, me hierve la sangre… y también empapa mis muslos, pensando en lo dulce que será el reencuentro cuando por fin te tenga de nuevo delante.
               Tuya, siempre, incluso después de desvanecerse, le pese a quien le pese.
               Tu esposita que te añora y espera tu respuesta, como Cassian la de Nesta.
               Saab
               PD: ¿Así o más picante la rima, mi amor? 😉
               PD2: le diré a Shash que le das las gracias, aunque no me esperaba menos de mi hermanita.
               PD3: Me apeteces MUCHÍSIMO. En serio, me muero de ganas de verte. ♡♡♡
               Normalmente no hacía esto con las cartas de Saab, pero esta carta no era una carta cualquiera. Era de las más largas que me había escrito, si no la que más; y también la más importante, porque por fin era sincera incluso cuando sabía que podía hacerme daño. Leerla la semana pasada, cuando había llegado Mbatha con el correo y por fin había pronunciado mi nombre en el silencio sepulcral del campamento en el que nos sumíamos cuando íbamos a descubrir si teníamos noticias de nuestras familias o no había sido como saltar de un puente sin comprobar primero que me hubieran atado correctamente la cuerda para no estrellarme contra el suelo.
               Al final la cuerda había estado atada, sí, pero por muy poco. La verdad es que no me sorprendía saber que Zayn y Sherezade seguían insistiendo en que los malos éramos nosotros hasta el punto de hacer que Scott intercediera por ellos, pero también tenía que admitir que el historial de Scott, más en favor nuestro que en contra, había conseguido que no me subiera a un avión nada más leerla para así poner a parir a mis queridos suegros.
               Me había dolido en el alma saber que Sabrae estaba mal, pero también sabía que si no me había pedido que fuera a verla o que la llamara, era porque quería lidiar con aquello sola. Después de todo, no me había pedido que me marchara para que luego yo me pasara encima de ella todo ese casi mes que nos habíamos dado de prueba, impidiendo que avanzara y que se abriera con sus padres.
               Lo cierto es que me moría de ganas de verla, e igual que ella, yo también contaba las horas para que volviéramos a reunirnos. Horas que ahora eran poquísimas, teniendo en cuenta que nuestra separación antes se había contado por semanas, y luego, más tarde, por días. Sabía que me necesitaba igual que yo la necesitaba a ella, y la carta tenía todos los detalles que teníamos que abordar sí o sí, sin importar que la supuesta protagonista de mi segunda visita a casa fuera Mimi. Estaba convencido de que mi hermana nos compartiría a ambos encantada si eso significaba que Saab estaría mejor, más tranquila, y más segura de que lo que estaba haciendo era lo correcto. No le guardaba rencor en absoluto por lo que había hablado con sus padres; si acaso, estaba enfadado con ellos por haberla forzado a hablar de ese tema cuando era evidente que ella no estaba preparada para eso.
               Pero ya me ocuparía de Zayn y Sherezade más adelante. De momento, mi prioridad era Sabrae. Sabrae, y cómo lo estaría pasando en casa. Sabrae, y las cosas de las que había hablado en terapia. Sabrae, y si en algún momento se había sentido incómoda o incluso con su intimidad violada en pos de mejorar la relación con sus padres. Entendía que ella hiciera lo imposible por arreglarlo con ellos, pero ellos deberían ser más honestos y saber cuándo parar. Tenían que hacer un poco de autocrítica, y estaba claro que yo era el único que podía señalarles exactamente dónde estaban metiendo la pata, dado que ellos se negaban en redondo a hacerlo y a Saab no le correspondía.
               Por eso precisamente es por lo que metí la carta en la mochila, presto a llevármela conmigo y seguir analizándola como lo había hecho desde que la recibí. En un rato saldría para el aeropuerto con Killian; dado que era de noche y mañana tenían tareas de las que ocuparse, Valeria no les había permitido ir con nosotros al aeropuerto. Puede que hubiera aflojado un poco la mano dura con la que dominaba el campamento, pero su prioridad seguía siendo la seguridad de mis compañeros… y no era lo mismo pulular de noche por el aeropuerto cuando conocías de sobra el país y hablabas el idioma a hacerlo siendo extranjero, como le pasaba a Luca, y además mujer, como era el caso de Perséfone. A pesar de que los dos habían insistido en ir conmigo para pasar el mayor tiempo posible juntos, yo no me había sumado a sus protestas cuando Valeria les dijo que sería mejor que nos despidiéramos en el campamento. Entendía su razonamiento e, incluso, lo compartía. Ya había puesto en peligro a Perséfone una vez; no iba a hacerlo dos veces, y tampoco probaría suerte con Luca.
               -Creo que vas excesivamente ligero-comentó el italiano cuando tiré del cordón de la mochila, su voz impregnada de un trono triste del que lamentaba ser responsable. Luca estaba seguro de que no iba a volver. Le había contado lo que ponía la carta, omitiendo los detalles más privados de la vida de Sabrae y los que eran confesiones que sabía que no le gustaría que supiera nadie, todo para que me diera su opinión sobre lo que debía responderle, tranquilizándola e insuflándole ánimos para que me esperara brevemente y luego se acostumbrara de nuevo a mi presencia, o clavándole un puñal y diciéndole que puede que su teoría de que nuestras emociones estaban tan relacionadas fuera errónea, porque… la verdad es que yo había disfrutado cada minuto del voluntariado.
               Cada.
               Puto.
               Minuto.
               No me la había sacado de la cabeza ni un solo instante, pero si bien es verdad que mientras que Valeria me había estado castigando mi novia había sido el motivo por el que yo había seguido levantándome por las mañanas y tachando días en el calendario hasta reunirnos de nuevo, ahora que el campamento funcionaba en armonía y yo había vuelto a la sabana… sentía que había encontrado mi sitio al fin. Que todo funcionaba como debía funcionar. Que los días, aunque un poco más cortos por el avance del año, resplandecían más, y las noches tenían a la vez más estrellas. El sonido de la selva se parecía más bien a música, y cada noche con mis compañeros, viendo películas o charlando hasta que Valeria nos regañaba con más cariño de lo que lo había hecho antes, y también mucha más delicadeza, para que nos fuéramos a dormir, era… feliz. Sorprendentemente feliz para lo lejos que estaba de casa, para lo lejos que tenía a Sabrae. Por descontado, preferiría mil veces estar en Inglaterra con ella, retozando en mi cama con ella entre mis brazos, escuchando el sonido de la lluvia en la claraboya mezclarse con el de su respiración profunda mientras dormía a mi lado.
               Pero… digamos que no tenía prisa por volver, al menos, no por mí mismo.
               La situación de Sabrae era lo que más estaba influyendo en las dudas que albergaba sobre si regresaría o no. Luca, por su parte, estaba convencido de que no lo haría, pero había dejado de luchar contra el destino y la marea: se había dado cuenta de que lo estaba intentando con todas mis ganas, pero yo, a diferencia de él, no me tenía a mí mismo exclusivamente en consideración cuando pensaba en mi futuro, sino que había otra persona influyendo en cada una de mis decisiones y junto a la cual pretendía caminar. Es por eso, porque veía el amor con el que hablaba de Sabrae, cómo me dormía mirando sus fotos pegadas junto a mi pared y cómo la sacaba en una conversación cada vez que podía, por lo que no me guardaba demasiado rencor por si le privaba de la experiencia de vivir conmigo y establecer un vínculo sólido como el del resto de compañeros de cabaña. Había adquirido una actitud estoica ante la vida que me recordaba un poco a mi pasotismo antes de que Sabrae entrara en mi vida, y aunque lamentaba un poco el cinismo y la tristeza con la que Luca trataba de minimizar sus sentimientos, sabía por  experiencia propia que de eso también se salía.
               -Y yo creo que tienes demasiadas ganas de que me largue a Inglaterra y no vuelva para así volver a usar la cabaña como tu picadero a plena disposición-me burlé, y Luca puso los ojos en blanco. Que yo hubiera hecho voto de castidad por mi chica no quería decir que le juzgara, ni mucho menos, por cómo disfrutaba de su sexualidad. Todo lo contrario: cada vez que venía con una de nuestras compañeras a la cabaña yo me largaba sin rechistar a pasear o a charlar con la compañera de la que hubiera acogido en su cama. Después de que Perséfone y yo nos pasáramos muchos días durmiendo el uno junto al otro en las tiendas de campaña de nuestras expediciones, Pers había dicho que se le hacía raro volver y acostarse luego con Luca junto a la cama en la que yo dormía pensando en otra, así que de momento habían puesto su exclusividad en pausa. A decir verdad, me daba la sensación de que Perséfone ya no hacía nada con nadie, pero no quería preguntarle porque sabía que no era de mi incumbencia… y que puede que le resultara un poco doloroso que el motivo de su bajo apetito sexual le preguntara por éste.
               -Ya sabes que preferiría que te quedaras y no tener que hacer l’amore con ninguna de las chicas de aquí, pero…
               -Luc, que soy yo-me reí, poniéndome una mano en el pecho-. Conmigo no tienes que hacerte el digno. Preferirías cortarte la polla a dejar de usarla.
               -Quizá nos dejan demasiado intactos mientras crecemos-soltó, mirándose la entrepierna, y luego mirándome a mí con intención-. Es evidente que son instrumentos peligrosos. Mira lo que te ha hecho a ti la tuya.
               -Esto no me lo ha hecho la mía, me lo ha hecho mi novia.
               -Ya, ¿y por qué se ha acercado a ti tu novia? Porque no fue por tu arrolladora personalidad, stronzo.
               Me eché a reír. Pasara lo que pasara en Inglaterra, sabía que echaría de menos a Luca, incluso aunque sólo me fuera durante unos días y no para siempre. Me acerqué a él y lo envolví en un profundo abrazo con el que traté de transmitirle el gran cariño que había empezado a sentir por él y lo mucho que me había ayudado a lo largo de los últimos meses. Aunque sabía que él lo sabía de sobra, nunca estaba de más que se lo recordara. A fin de cuentas, yo me sabía querido por Saab, pero me encantaba que ella me lo dijera; por eso las líneas de la carta en la que me confesaba de nuevo sus sentimientos estaban más difuminadas, porque me había dedicado a acariciarlas como un tonto enamorado.
               Intenté no fijarme demasiado en cómo se aferró a mí como si de verdad fuera a marcharme para que nunca jamás volviera a verme; en cómo sus dedos se hundieron en mi espalda igual que lo habían hecho los de mis amigos cuando nos despedimos en el aeropuerto la primera vez, en agosto, mientras creían que tardarían casi un año en verme. Intenté no fijarme demasiado en la fuerza con la que me sujetó contra él, una fuerza que echaba de menos bastante en Inglaterra, porque Jor, Max, Logan, Scott y Tommy tenían demasiado presente el accidente que había tenido y que casi había acabado con mi vida. Ellos me habían conocido sin mis cicatrices, así que todavía les dolían; en cambio, para Luca siempre había sido así. Luca sólo veía mi exterior: los músculos, la fuerza, la determinación de seguir adelante.
                No hice amago de separarme de él hasta que él no intentó separarse de mí, y cuando lo hicimos, le di una palmada en el hombro y le guiñé el ojo.
               -Todos tus antepasados se avergüenzan de lo mucho que has empezado a querer a un inglés.
               Luca bufó, conteniendo a duras penas las lágrimas. Me reí.
               -Lo harían si no estuvieran demasiado ocupados sintiendo lástima porque llaméis a esas cagadas de arte abstracto “gastronomía”-espetó. Desde que había vuelto a comer queso italiano no había quien lo aguantara, y se aseguraba de que todos supiéramos exactamente lo que pensaba de la comida de los países a los que pertenecíamos los demás (que era basura; a la única a la que respetaba era a Deborah por ser española, e incluso con ella tenía movidas bastante gordas cuando a uno de los dos se le ocurría decir que su comida era mejor que la del otro).
               Como si estuviera esperando fuera para ver que nos abrazábamos, Perséfone llamó a la puerta y la empujó hasta abrirla lo justo y necesario para colarse por dentro, como si mis ideas de regresar pudieran salir corriendo. Su coleta se balanceó en su nuca cuando estiró las manos frente a ella, enganchándose con el nudo de su pantalón de pijama. Era noche cerrada; me había despedido de los demás sin decirles que quizá regresaría sólo para recoger mis cosas, ya que aquello habría desembocado en un festival de lloros y reproches en los que nadie saldría bien parado. Me sorprendía lo bien que lo habíamos mantenido en secreto, ya que sólo lo sabían Luca, Perséfone, Sandra y Killian. Quizá Pers se lo hubiera contado a Deborah, pero no había trascendido más allá. Había decidido que era mejor así cuando recibí la carta de Sabrae y me di cuenta de que había posibilidades reales de que pusiera sus necesidades por delante de mis sentimientos y finalmente no completara el voluntariado, ya que las mujeres del santuario me habían tomado como un héroe y se habían dedicado a agasajarme cada vez que me veían. Apenas podía trabajar en el santuario con el resto de mis compañeros de lo insistentes que eran en traerme frutas o agua fresca para que me lavara o bebiera; desde luego, tenía la piel más resplandeciente que nunca de todo lo que me hidrataba para no hacerles el feo, porque había descubierto que era mejor seguirles el rollo que insistirles en que no se acercaran a nosotros para no ponerlas en peligro ni a ellas ni a sus hijos (especialmente porque no me entendían, y cuando Nedjet o alguno de los chicos traducía lo que yo les decía, a juzgar por sus miradas parecía que creían que les estaban diciendo cosas que no habían salido de mi boca).
               Me había guardado de contárselo a Valeria hasta última hora, pero ya había llegado el momento. Por eso mis amigos habían esperado tanto para las despedidas: porque sabían que no les saldría algo frío y sin trascendencia teniendo en cuenta lo importante de la situación.
               Perséfone dio un par de pasos hacia mí, retorciéndose las manos frente al vientre, y me miró con ojos de corderito degollado. Tenía la misma mirada que había tenido tantos veranos en Grecia, cuando le apetecía que nos quedáramos solos pero no quería que nuestro grupo de amigos se quejara de que me monopolizaba o ponerme la presión de decirle que no si me lo estaba pasando muy bien con ellos (como si fuera a renunciar a un polvo espectacular con ella por hacer el gilipollas con los imbéciles de mi edad de Mykonos).
                Abrí los brazos y Perséfone, con una sonrisa, se echó a ellos. Se colgó de mi cuello y exhaló una risita cuando yo la cogí de la cintura y la levanté en alto. Le di un beso en el cuello mientras la sostenía todavía en el aire.
               -Ya me parecía a mí que no ibas a ser capaz de resistirte a frotarme las tetas antes de que me fuera-me burlé, dejándola en el suelo-. ¿Qué vas a hacer todos estos días con el campamento para ti sola, sin nadie a quien empujar de la esterilla de dormir con el culo?
               Perséfone se puso a juguetear con mi pelo, recolocando mechones que nunca volverían a estar en su sitio. Después del corte que me había hecho, aunque no me arrepentía en absoluto y me parecía mucho más cómodo, nos habíamos encontrado con que me caían más mechones rizados sobre los ojos que nunca. Aunque no solían suponer un problema ni en la sabana ni en el campamento, cuando me duchaba y se me secaba el pelo terminaba pareciendo una oveja punky. Y a ella le hacía mucha gracia.
               Ponía la misma cara de concentración juguetona cuando me hacía eso que Sabrae. Supongo que era un gesto de amor del que las chicas no son conscientes, pero tanto Pers como Saab se ponían tan guapas cuando jugueteaban con mi pelo que no iba a decírselo por si acaso paraban. Alegraban demasiado la vista.
                -Voy a cuidar de esos animalitos a los que tan alegremente desatiendes… y hacer el doble de presión para que nos traigan bocaditos de queso feta envueltos en laurel ahora que no vas a estar para engañar a los demás diciendo que están asquerosos.
               -Es que están asquerosos, Perséfone.
               -A ti lo que te pasa es que tienes el gusto en el culo.
               -¿Sigues rabiosa porque ya no se me pone dura cuando me pones el culo en pompa en la tienda de campaña?-espeté, riéndome, y ella puso los ojos en blanco.
               -Me alegro mucho de que estés con Sabrae. Me ha quitado un peso de encima, y además… es evidente que es la única capaz de ponerte en tu sitio-me hizo un corte de manga y chistó cuando yo le agarré el dedo corazón y le bajé la mano, riéndome. Luca nos miraba como si fuéramos sus hijos predilectos, que toda la vida se habían llevado mal y que ahora se reconciliaban cuando uno de los dos se iba a la universidad; a juzgar porque yo había nacido antes que Perséfone, sólo me podía tocar a mí ser el universitario. Lo cual no deja de tener gracia, porque tenía varias cartas de las universidades a las que había echado la instancia esperándome en casa, seguramente todas informándome de que agradecían mi interés en su institución pero buscaban a alguien con otras… características.
               Un índice de coeficiente intelectual más alto, por ejemplo.
               -Voy a echarte mucho de menos-me confesó Pers, abrazándome de nuevo y devolviéndome el beso que yo le había dado en el cuello. Le di un apretón cariñoso en la cintura y apoyé mi mejilla contra su cabeza, inhalando su aroma. Fuera lo que fuera lo que pasara en Inglaterra en las próximas horas e independientemente del pasado más reciente que compartíamos, me alegraba de habérmela encontrado en Etiopía y de haber pasado tanto tiempo con ella. Nuestra relación había cambiado notablemente, pero me alegraba haber comprobado que ella era diferente del resto de mis “amigos” de Mykonos, y que no me daba la espalda aunque ya no diera lo que a ella más le interesaba obtener de mí.
               Abrí los ojos y miré a Luca. Lamentaría mucho quedarme en Inglaterra por ellos dos, pero tenía el consuelo de que siempre podría volver a verlos. Aunque el destino me hubiera regalado unos meses extra con Perséfone y me hubiera quitado, por el contrario, tiempo con Luca, sabía que habían dejado una huella en mí tan profunda que no podría escapar de ellos, ni ellos de mí. Quizá pudiéramos disfrutar más los unos de los otros en el futuro, pero de momento nuestro tiempo juntos era una incógnita cuya respuesta tenía en exclusiva una chica de ojos preciosos y sonrisa de alucine.
               Estaban tristes por si me perdían, pero sabía que se alegrarían por mí, incluso sabiendo que una parte de mí prefería quedarse, porque no estaría en ningún sitio mejor que al lado de Sabrae. Además, tampoco es que hubiera estado especialmente dicharachero desde que había recibido la carta de Saab en la que me había dicho cómo estaban las cosas en su casa.
               -No os creáis ninguno de los dos-dije, acariciándole la espalda a Perséfone mientras miraba a Luca-, ni por un segundo, que os vais a librar tan fácilmente de mí. Si tengo que estar con Sabrae, lo más probable es que me la termine trayendo a Nechisar, porque está claro que no se os puede dejar sin supervisión.
               Independientemente de si me quedaba o me marchaba al final, al menos todavía teníamos el último viaje que haría a Etiopía. Iba a aprovechar el billete de ida desde Londres a Adís Abeba sí o sí; otra cosa era lo que sucedería después, si el sello de mi pasaporte sería el único en meses, o si por el contrario en seguida tendría otro hermano. Ya tendríamos despedidas lacrimógenas cuando regresara, si es que procedían.
               Como le había dicho a Saab un millón de veces, cuando se preocupaba por los detalles más nimios de sus planes… cada cosa a su tiempo. Y la cosa que tenía ahora era visitar a Valeria.
               A pesar de que había caído la noche hacía horas y el campamento estaba en silencio, la luz de su oficina estaba encendida, por lo que me ahorré el bochorno que me supondría llamar a su puerta y que me abriera Nedjet medio en bolas. Atravesé el campamento con pasos firmes, subí los peldaños del edificio de su oficina y golpeé con los nudillos la puerta entreabierta.
               -Pasa.
               Cuando empujé la puerta me encontré a Valeria inclinada sobre su escritorio, ordenando unos folios de colores oscuros. Me indicó con un gesto de la mano que el sobre en el que guardaba mi billete, y que sólo nos daba cuando estábamos a punto de marcharnos, para que “no hubiera ningún disgusto”, según había dicho una vez cuando alguien se lo preguntó. Por qué se tomaba todas estas molestias por tratarnos como a críos era algo que se me escapaba completamente, pero yo no podía juzgar su comportamiento por exagerado que fuera, ya que sus razones siempre eran de peso. Visto en retrospectiva, tenía que reconocer que me había ganado a pulso mi castigo, aunque puede que fuera excesivo.
                -Espero que tengas un buen vuelo. No he podido subirte la categoría del asiento para que tengas más espacio para reclinar el respaldo, pero estoy intentando que la fundación te lo compense cuando regreses-explicó, mirándome brevemente antes de volver a sus papeles. Se inclinó a mirar la pantalla de su portátil, clicó con su ratón, y cuando ésta se apagó, bajó la tapa del mismo. Cuadró los papeles para que formaran una pila homogénea y los guardó en un cajón.
               -Respecto a eso…-dije, cogiendo el sobre y notando lo distinto que era del que llevaba en la mochila, con sobres blancos, azules y rojos. Éste era más impersonal, y también mucho más fino; mientras que Sabrae había volcado su corazón en un espacio en el que se notaba, Valeria había puesto mis esperanzas de unas buenas vacaciones lo más prensadas e impersonales posibles-. Tengo algo que decirte.
               Valeria levantó la cabeza como un suricato y clavó los ojos en mí a través de sus gafas de ojos de gato.
               -¿Qué?-inquirió con la voz gélida, como si supiera a ciencia cierta qué me iba a encontrar en Inglaterra y que no iba a regresar siquiera a por mis cosas. Carraspeé, miré el sobre con el billete, lo doblé y me lo metí en el bolsillo trasero de los vaqueros.
               Y luego le dije:
               -No sé si Perséfone o Luca te habrán dicho algo, porque están bastante preocupados, o Sandra o Killian, porque ellos también lo saben y, bueno, puede que debiera habértelo dicho antes para que estés sobre aviso y, si eso, reestructures las partidas que van a la sabana, pero… existe la posibilidad de que, cuando regrese dentro de unos días, lo haga de forma transitoria.
               Valeria se quedó inmóvil unos instantes.
               -¿Transitoria?-repitió.
               -Sí.
               -¿Por qué?
               -Bueno, he…-volví a carraspear y me sorprendí a mí mismo sacando la carta de Sabrae para enseñarle el sobre-. He recibido una carta de Sabrae. Bueno, la recibí la semana pasada, en realidad. Y, aunque debo decir que no me sorprende, me dice que las cosas no están tan bien como esperábamos, así que existe la posibilidad de que decidamos que lo mejor es que yo regrese a Inglaterra.
               Valeria me miraba como si me hubiera puesto a hablar en arameo.
               -Sé que no es justo para ti que te lo diga ahora que estoy a punto de marcharme porque tendrás mucho que organizar si me voy, y que soy una fuente de problemas y de preocupaciones constantes y que organizar el campamento con gente como yo es una auténtica pesadilla que seguramente te quite el sueño durante como mínimo media noche, pero… quiero que sepas que no es culpa tuya, Valeria-la miré a los ojos con semblante serio, asegurándome así de que comprendía a la perfección lo que yo le decía-. De hecho, si no cogí el primer avión que salía para Inglaterra en cuanto recibí la carta, en parte, ha sido gracias a ti. Has hecho mi estancia mucho más placentera y…-tragué saliva-, la verdad es que lamentaría tener que marcharme, porque estaba disfrutando muchísimo ahora que nos has dejado más libertad a todos, pero… simplemente quiero que lo sepas que los cambios que has hecho han sido muy buenos, que todos estamos muy a gusto y que así es más fácil que te obedezcamos e, incluso… te queramos. No quiero que nadie sufra aquí porque no te deje claro que esto no se trata de ti. Has hecho todo lo posible porque yo me quede, y te lo agradezco en el alma, al igual que te agradecemos todos la atención con la que atiendes nuestras peticiones y escuchas y aceptas nuestras sugerencias. Simplemente… quiero que, si cuando vuelva en unos días te digo que lo hago para recoger mis cosas, no te sorprendas. Quiero que estéis preparados por si no vuelvo.
               Valeria me observó durante un rato largo, una pantera decidiendo si se come o no a un conejo al que tiene paralizado por el terror frente a él.
               -¿Cuáles son las posibilidades?-preguntó.
               Altas, pensé. Las cosas tenían que estar muy mal si Sabrae me había dicho cómo iban, y que se estuviera culpando a sí misma por abrirse con sus padres para conseguir un poco de alivio sólo denotaba el trabajo que yo tendría pendiente en Inglaterra. Por descontado, no tenía la certeza de que lo que fuera encontrarme en casa sería tan grave como para necesitar mi presencia como sí le pasaba a Luca, pero… digamos que estaba en un punto más cercano a Perséfone, en el que prepararnos para una despedida definitiva nos parecía lo más prudente.
               Después de todo, “adiós” y yo teníamos la misma inicial.
               -Simplemente las hay-dije por fin-. Siento no poder ser más concreto, pero ponerme a especular sobre lo que me encontraré en casa cuando vuelva, no es… creo que no es justo para ti. Me pareció que debías saberlo para que no te pillara por sorpresa; este aviso es más por respeto y deferencia que un chantaje o algo así. Sólo soy yo devolviéndote el favor que me hiciste, bueno… perdonándome y decidiendo apostar de nuevo por mí y por mi generación después de que te diéramos motivos para no hacerlo.
               -¿Por eso me pediste que te cambie el vuelo para hacer escala en París?-preguntó-. ¿Porque sabías que quizá no volverías?
               -Lo del vuelo a París es porque la conexión me pilla mejor para llegar a Inglaterra antes. Pasado mañana… bueno, mañana-me corregí, mirando el reloj de pared que marcaba las 3 de la madrugada- es el cumpleaños de mi hermana. Habrás visto que el vuelo sale a primera hora. Haciendo escala en París tengo más margen para llegar a casa y...-ver antes a mi novia.
               -Ver antes a tu novia-adivinó, y yo asentí con la cabeza. No había pensado en que tendría problemas que solucionar con Sabrae cuando le pedí a Valeria reservar esos vuelos, pero después de la carta que había recibido, me alegraba que me hubiera coincidido tan bien por no querer arriesgarme con Mimi como sí lo había hecho con Tommy. A fin de cuentas, Tommy no me esperaba; podía arriesgarme a que el  avión se retrasara y no llegar antes de las 12 de la noche del día de su cumpleaños. Mimi, por el contrario, ya estaría sobre aviso. Se esperaría que desayunara en casa ya con ella por su decimosexto cumpleaños.
               Con lo que no contaba era con que la despertaría a las doce de la noche cantándole el cumpleaños feliz. Sería, como siempre, la primera persona en felicitarla. No había distancia física capaz de impedirme cumplir con esa tradición.
                Lo cual no quitaba de que no pudiera aprovechar las horas antes en casa para retozar con Sabrae. Sería de mi hermana a partir de la medianoche, pero todo el tiempo que estuviera antes, se lo robaríamos al voluntariado y lo disfrutaríamos Sabrae y yo.
               Valeria miró sus papeles y se puso a reordenarlos una vez más, distraída y perezosa.
               -Agradezco tu sinceridad-dijo por fin, y levantó la vista-, pero creo que por el bien del respeto que nos tenemos será mejor que no te diga lo que opino yo de esta situación.
               -Me imagino que opinas algo parecido a lo que opinaba Perséfone la primera vez que yo me marché.
               -Has venido a decirme que puede que no vuelvas por deferencia a mí, Alec; la mayor deferencia que puedo devolverte a ti es no responderte-dijo, y yo asentí con la cabeza. Por supuesto, me esperaba que no lo entendiera. Me esperaba que nos juzgara.
               Me decepcionaba que lo hiciera, lo admito, pero tampoco me sorprendía.
               -Gracias por avisarme-dijo, mirando de nuevo sus papeles, la tapa de su ordenador, y frunciendo ligeramente el ceño. Algo me decía que estaba decidiendo si se ponía de nuevo a trabajar o no-. Que tengas un buen viaje y que disfrutes de tu familia. Y ahora, vete, no vayas a perder la conexión.
               Me volví a guardar la carta en la mochila y asentí con la cabeza. Finalmente, Valeria decidió ponerse del lado de Luca y se sentó en su escritorio. Apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos cuidadosamente. Se quedó mirando un mapa que tenía colgado en la pared. Me di la vuelta y puse rumbo a la puerta.
               -Alec-me llamó, y cuando me giré, seguía con los ojos fijos en el mapa-. Déjame que te pida una cosa.
               -Bueno-dije, porque no iba a darle un cheque en blanco y coartar así mi libertad con Sabrae.
               -No voy a pedirte que te quedes, porque sé que has hecho una promesa y pretendes cumplirla. Pero debes saber una cosa. Este país es un poco mejor desde que tú estás en él-dijo, mirándome al fin-. Necesitamos que este país sea un poco mejor. Así que, si existe una posibilidad, por remota que sea… vuelve.
               Se me hizo un nudo en la garganta, pero me obligué a responder.
               -Lo intentaré.
               Y me sorprendió decir tan en serio, quererlo tanto, algo relacionado con mantenerme lejos de Sabrae.
 
 
Había tirado la casa por la ventana pensando que, al menos, ahora sabía con antelación en qué momento llegaría Alec. Después de comprobar el buzón de forma ansiosa todos los días desde que había enviado mi carta, como si no conociera el margen de tiempo con el que el servicio de correos transmitía nuestras cartas, siempre sin éxito, había terminado por recurrir a mis amigas para conseguir dilucidar el misterio más importante del universo (cuándo llegaría mi novio) en base a decenas de búsquedas en las principales webs de reservas de vuelos, todo ello con cuatro móviles distintos, para conseguir los resultados más ajustados a la realidad. Al final, entre las cuatro habíamos deducido que el vuelo en el que Alec regresaría llegaría a las 21:37, hora local, a Heathrow. Teniendo en cuenta que Alec no traería equipaje facturado porque habíamos decidido que decidiríamos si se quedaba en casa o regresaba al voluntariado cuando nos viéramos de nuevo en persona, eso le dejaba un margen de unos quince minutos para llegar a la terminal desde que abrieran las puertas del avión. De ahí, tendría que pasar el control de aduanas y de fronteras, y por fin nos reuniríamos en la zona de tránsito libre del aeropuerto. Cogeríamos un taxi e iríamos directamente a su casa, con un margen de tiempo de una media hora antes de que dieran las doce de la noche y empezara oficialmente el cumpleaños de su hermana.
               Las nueve y media pasadas. Podía hacerlo. Tenía tiempo de sobra, de hecho. Había dedicado mis ratos libres en el recreo y entre clases a diseñar la rutina de auto cuidado para estar radiante, perfecta y fabulosa para cuando Alec regresara; no iba a pillarme sin depilar esta vez. Había comprado la gama completa de Ayurveda en Rituals, y estaba exfoliándome la piel en ese mismo momento mientras tarareaba por lo bajo, fantaseando con el momento en que nos reuniéramos de nuevo y yo volvería a estar en casa después de tres semanas en el exilio.
               No es que las cosas con papá y mamá fueran fatal, o al menos no como habían ido antes de que empezáramos con la terapia, pero… podría decirse que necesitaba un respiro. Nuestra relación iba dando pasitos tímidos y vacilantes, y lo que yo necesitaba en ese momento era poder ser libre y no medir mis palabras: exactamente lo que me daba Alec.
               Había tirado de mis ahorros para comprarme un conjunto lencero de un tanga y un sujetador a juego que sabía que le encantarían y que había dejado guardado en la cajita de regalo que había pedido que me pusieran en la tienda, después de irme de paseo con Mimi para escoger el vestido con el que celebraría en una fiesta por todo lo alto su decimosexto cumpleaños. Tenía el modelito con el que le robaría el aliento a Alec diseñado en mi cabeza: un jersey largo que hacía las veces de vestido de color negro, con el cuello vuelto y las tiras de los brazos conectadas al costado de forma que me quedaran los hombros al descubierto; botas de ante negro que me llegaban hasta la rodilla de tacones dorados, pendientes de aro recubiertos de brillantitos, las uñas del mismo tono negro que la ropa, y los rizos bien definidos gracias a un tratamiento que había probado Momo y que le había dejado la melena mejor de lo que se la había visto nunca. Me haría la raya del ojo con mi mejor eyeliner líquido y me pondría un gloss incoloro de los que hacía que Alec no pudiera dejar de mirarme los labios. Me besaría por todas partes, me diría que me había echado mucho de menos, que no podía vivir sin mí y que a la mierda Etiopía, y lo celebraríamos en la parte de atrás del taxi de un pobre taxista que tendría que subir la música a todo volumen para no escucharnos gemir. A duras penas conseguiríamos llegar a casa de Alec, pero el objetivo no era llegar hasta el final en su cama, sino saciar nuestra hambre.
               Y saciaría su hambre recorriendo cada milímetro de mi cuerpo con los dedos, venerando lo suave que me iba a quedar la piel. Casi podía sentir sus manos recorriendo todas mis curvas, memorizando mi figura, venerando cada uno de los poros de mi piel igual que yo veneraba los suyos.
               Iba a ser genial, y estaba preparándome a conciencia para una de las mejores noches de mi vida. Puede que fuera breve, pero desde luego, sería intensa. Después de ir de blanco en su graduación, lo justo es que me convirtiera en una diablesa que lo arrastraba hasta lo más profundo de nuestro deseo y se hacía con su alma allí. Le había dado mi versión más luminosa; ahora tendría la más oscura, la de la femme fatale en la que me convertía cada vez que posaba los ojos en mí y esbozaba su Sonrisa de Fuckboy®.
               Me encantaba el margen que tenía ahora por saber cuándo vendría, poder disfrutar de prepararme y fantasear con ser suya, y la verdad es que lo necesitaba. Después de tanto tiempo echándolo de menos y sintiendo que no podía ser del todo yo mientras no estuviera en casa, no podía creerme que faltasen horas para reunirme con él. Y lo mejor de todo era que mamá y papá sabían de mis planes, así que ni ellos se preocuparían por dónde estaba yo ni yo me preocuparía de mentirles.
               Iba todo como la seda, exactamente igual que tenía ahora la piel después de exfoliarme. Tras eliminar el exceso de piedrecitas de azúcar de mi piel con la ducha, y ya con la mascarilla hidratante en el pelo, estiré la mano para coger mi cuchilla de la pincita en la que la había dejado enganchada.
               Y entonces llamaron a la puerta.
               -Vete al otro baño, Scott-gruñí. Mi hermano estaba insoportable esos días, pululando por casa como un gato encerrado. Mamá estaba negociando algo de sus derechos de autor con la productora de Simon Asher, y mientras tanto tenían todos los proyectos parados. La única que tenía algo que hacer era Diana, y mantenerla ocupada hacía que los demás se pusieran nerviosos. Parecía como si mi hermano tuviera miedo de que Didi le quitara su carrera, como si no fuera el ojito derecho de literalmente todo el país; resultaba incluso cómico en circunstancias normales, pero no ahora que yo necesitaba el baño.
               -Soy yo-respondió Shasha al otro lado de la puerta, y la abrió sin esperar a que yo le dijera que podía pasar. Cosa que no iba a decirle. Estaba en mi momento zen; no podían estropeármelo por venir a lavarse los dientes-. Tía, ¿has encendido una puñetera vela?
               -¡Pírate del baño, tía! ¡Estoy preparándome para ver a Alec! ¡No me molestes!
               -No me metería en un sitio en el que corro el peligro de verte una de tus feas tetas ni muerta-respondió Shasha-, pero creo que querrías ver esto-dijo, abriendo las cortinas del baño y mostrándome un sobre de correo aéreo. Exhalé un jadeo y alargué la mano hacia él, pero Shasha lo apartó de mi alcance.
               -¡Oye! ¡Es mío!
               -¿Y crees que podrás leerlo sin secarte las manos siquiera?
               Ahí tenía razón. Pero si me detenía a leer la carta, se me endurecerían de nuevo los pelitos que me asomaban por las piernas, las ingles y las axilas. Quizá lo mejor fuera ser paciente. Además, ni que Alec fuera a decirme algo que yo no supiera en la carta: Momo, Ken, Taïs y yo habíamos hecho hasta un documento de Excel con todos los horarios de vuelos que habíamos encontrado entre Etiopía e Inglaterra, así que lo teníamos todo cubierto. Estaba muy segura de a qué hora llegaría Alec; podía esperar unos minutos.
               Creo.
               Shasha se me quedó mirando con escepticismo mientras por mi cara atravesaban todas mis ideas como si las estuviera proyectando en una pantalla de cine.
               -¿Me la lees?-dije por fin. Estar cerca de algo nuevo que tuviera que ver con Alec y posponerlo me parecía un sacrilegio; es posible que me pusiera tan nerviosa que incluso empezara a hacerme cortes. Y eso:
               No. Podía. Ser.
               Debía estar perfecta, tanto por él como por mí. Ambos nos lo merecíamos… y yo no tenía ninguna excusa tras la que esconderme.
               Shasha, no obstante, parecía tener otra opinión.
               -¿Qué? ¡No! ¿¡Cómo te voy a leer la carta que te ha escrito tu novio?! ¿Y si tiene un millón de guarradas que me traumatizan más de lo que ya lo estoy por culpa de lo guarra que eres cuando estás con él?
               -Para empezar, caraculo, que intentes hacerme slut shaming es rastrero incluso para ti. No hay nada de malo en lo que hago con Alec porque los dos somos personas adultas…
               -Tienes quince años.
               -… que comprenden perfectamente lo que hacen y que son libres de consentir en mantener relaciones sexuales de alucine. Y para seguir… eres una imbécil. Algún día querrás que te enseñe a chupar una polla y a mí no me va a dar la gana, sólo por este  comentario de mierda. Lee la puta carta o te ahorco con la alcachofa de la ducha.
               Shasha me fulminó con la mirada y rasgó la solapa del sobre.
               -¡Despacio, animal! ¡Es algo delicado! Es una pieza de coleccionista, como tus libros de los japoneses.
               -Son coreanos.
               -Lo que sea-puse los ojos en blanco y le saqué la lengua sólo por hacerla de rabiar, como si no me supiera los nombres de todos ellos aunque sólo fuera por las veces en que los veía en sus series.
               Shasha extrajo con exagerado cuidado la carta del sobre, lo desdobló, fingió ponerse unas gafas, estiró la carta lo más lejos posible de ella:
               -Estimada Sabrae-empezó tras carraspear-, quisiera informarte de que has sido seleccionada para participar en el reality “Mi novio se marcha a África y luego rompe conmigo por meterse a cura”, del que soy productor ejecutivo desde… ahora.
               -Lee lo que pone la puta carta, Shasha.
               -Estoy leyendo lo que pone la puta carta, Sabrae.
               -Alec no me llamaría “estimada Sabrae” en su vida-dije, y Shasha me miró con ojos como platos.
               -Acabo de leerte que quiere romper contigo, ¿y tú te quedas con el “estimada Sabrae”?
                -Es que no te ha quedado en absoluto convincente. Para ser una persona que se pasa la vida conectada a Internet y tiene múltiples cuentas en redes sociales, se te dan de pena los bulos.
               -Mm-dijo Shasha, ojeando la carta.
               -¡No leas mi correspondencia, so cotilla!
               -¿En qué quedamos, Sabrae?-protestó, volviéndose hacia mí-. ¿Te leo la puñetera carta o no?
               -¿Sabes qué? Déjalo. Ponla ahí y la leeré mientras me absorbe la crema hidratante.
               -A tus…-empezó, doblando la carta y metiéndola en el sobre, sólo que lo hizo al revés, por lo que pudo ver el final. No pudo resistirse entonces a sacarla de nuevo, estirarla y devorarla como si no hubiera un mañana.
               -Shasha-protesté.
               -Ay, madre. Ay, madre. Ay, madre. Oh, Dios.
               -¿Qué pasa?-pregunté, poniendo los ojos en blanco. Fijo que Alec había hecho una referencia a ella en el posdata y estaba flipando porque alguien fuera de nuestra familia se acordase de ella, la pobre infeliz.
                -Está en París.
               -¿El qué está en París?
               -El qué no, quién. Alec. Alec está en París.
               Levanté la vista de mi rodilla y la miré.
               -¿Qué?
               -¡Alec ha cogido un avión a París!
               -¿¡Qué!?
               -¡¡Va a aterrizar en poco más de dos horas!!
               -¡¡¿QUÉ?!!
               ÉSTE ES TONTO. ¿QUÉ COÑO SE LE HA PERDIDO EN PARÍS?
               -¡Dame la carta!-exigí, extendiendo la mano; me importaba una mierda que se mojara: si era verdad, tenía que ponerme en marcha ya mismo. Si era mentira, mataría a Shasha por tomarme el pelo con algo semejante, y me tomaría mi tiempo para asegurarme que me las pagara.
               Debía de tener un aspecto terrorífico, porque Shasha no rechistó esta vez. Me tendió la carta como si quemara, y yo la desdoblé y empecé a leer, poniendo cuidado, eso sí, de no tocar las zonas en las que él había escrito para que no se corriera la tinta del bolígrafo.
Mi preciosa Luna, mis brillantes estrellas, mi amada Sabrae,
No quiero que te preocupes por lo que tengas que hacer para sobrevivir y recuperar lo que tenías con tus padres; yo soy el primero que sabe lo importante que es tener un buen ambiente en casa y lo mal que se pasa cuando no es así. Así que no te responsabilices de todo lo que nos ha pasado, que desde luego no es poco, porque si hay alguien que es totalmente inocente, ésa eres tú. No puedes culparte de los errores que has cometido por miedo a que otras personas te juzgaran, y si tus padres te hacen creer que es así, bueno, quizá sí que necesites mi mediación con ellos aunque sólo sea para arrancarles la puta cabeza por meterte esas ideas de mierda en la tuya.
               Yo estoy bien, sí, y no, de momento, como ya has podido deducir de los telediarios, no eres viuda. Podría haberte hablado del vuelo en la anterior carta, pero estaba demasiado centrado en hablar sobre lo que habíamos pasado y se me terminó yendo la olla, así que allá va un poco de contexto de lo que han sido estas últimas semanas para mí: te he echado de menos mañana, tarde y noche. Me he despertado pensando en ti y me he ido a la cama con la esperanza de soñar contigo. He contado las horas igual que lo haces tú, así que nuestra conexión, al menos en ese extremo, sigue intacta. Por lo demás, bueno… seguramente llegue yo antes que esta carta, y, la verdad, prefiero contarte las cosas en persona (no ha pasado nada malo, tranquila), y no quiero extenderme demasiado para que esto no tarde mucho en llegarte, porque odiaría que, por retrasar el envío, terminara perdiéndome lo que es vertu cara iluminada cuando lees por primera vez algo de lo que yo te mando. Así que ya nos pondremos al día de nuevo cuando llegue.
               Lo que sí quiero que te quede bien claro es algo relacionado con lo nuestro: Saab, nuestra relación no se basa en secretos. Yo no me enamoré de ti y de tu preciosa alma porque me estuvieras enseñando algo que nunca antes le habías enseñado a nadie (aunque me siento muy honrado y no sabes lo que me enorgullece que me consideraras digno de ese honor), sino porque toda tú eres preciosa y digna de admiración. Todo en lo que estás relacionada es especial en el mundo, único e irrepetible, y merece ser celebrado. Estoy convencido de que lo nuestro no cambiaría lo más mínimo si lo viviéramos de forma más privada, tú sin presumirme en redes sociales como lo haces y yo sin presentarte como “mi chica” con mi mano en tu cintura con cada persona con la que nos encontramos. Podríamos ser más públicos o más privados, pero siempre seríamos nosotros, y eso es lo único que yo necesito saber para que todo lo que tenemos me parezca tan especial y quiera luchar por ello con uñas y dientes, sin importarme nada más.
               Creo que confundes el que un sitio sea desconocido con que tenga posibilidades de ser un santuario; por suerte, yo he aprendido recientemente que el hecho de que nadie sepa llegar a un lugar no lo hace más sagrado que uno que recibe más ayuda. Sí, eres mi rincón preferido en el mundo y el sitio en el que más cómodo me siento, pero, desde luego, eso no es así porque no tenga que compartirte con nadie, sino porque puedo ser yo mismo sin preocuparme de que mis miedos te asusten. Tú siempre serás mi rincón sagrado en el mundo y yo siempre hablaré contigo de cosas con las que nunca he hablado de nadie porque siento que tú y yo no tenemos límites, no hay tabúes, ni jamás podrá haber nada que nos separe; pero eso no quiere decir que, de vez en cuando, no tengamos que hacer partícipes de nuestros secretos a los demás. Así que no te preocupes, mi amor. No sólo no me importa que les hables de tu adopción a tus padres, sino que incluso me alegra, porque está claro que era una espinita que tenías clavada en el corazón y que necesitabas quitarte. Entiendo también que te preocupe que les hagas daño con esas conversaciones, pero debes recordar que ellos son adultos y tú eres su hija, así que son ellos quienes deben protegerte a ti y no al revés.
                No digas ni en broma que hablar de tu vida con otras personas es una traición, Saab. Yo no soy tu dueño. Tú no me perteneces, no en el sentido en el que tus secretos sean algo de lo que yo pueda disponer libremente. No tengo nada que entender ni creo que hayas sido injusta conmigo. Eres mi novia, el amor de mi vida, mi futura esposa y la madre de mis hijos, pero no eres de mi propiedad. ¿Sabes? Igual deberías releerte nuestras conversaciones por Telegram al principio, cuando me negabas el inmenso placer que supone escucharte decir que eres mía, pero es la verdad. Lo eres, pero también no. Tu cuerpo y tu corazón me pertenecen, pero no tu vida. Igual que los míos. Ni mis miedos son tuyos ni tampoco mis preocupaciones, aunque déjame decirte también que te los entregaría gustoso si me los pidieras para que hicieras con ellos lo que te apeteciera.
               Quédate tranquila, bombón. En serio. Nada me alegra más que saber que estás dando los pasos para arreglarlo con tus padres, aunque sea frustrante porque son cortos.
                Respecto a lo de volver de Etiopía… bueno, como Mimi ya cuenta conmigo, creo que entenderás que sienta aún más presión en el tema de llegar a la hora (sí, has adivinado bien; quiero estar allí para las doce), así que creo que los horarios de los vuelos directos desde Etiopía están un poco justos. En cambio, hay un vuelo que sale bastante antes desde Adís Abeba a París, así que creo que voy a hacer escala allí y luego coger un enlace hasta Londres. Se supone que llego sobre las cuatro y media, pero vete tú a saber cómo se la montan los gabachos con el espacio aéreo. Aun así, me sale más rentable. Son sólo unas horas de escala en París antes de llegar a casa, y el madrugón va a ser importante, pero creo que merecerá la pena. Tranqui; si recibes la carta conmigo delante, será momento de que me mires, me pegues un puñetazo por no haberte avisado por teléfono, y yo pueda reírme y decirte que me encanta darte sorpresas. Pones una cara tan graciosa cuando te pillo desprevenida…
               Me despido ya, bombón. A mi yo del futuro no va a hacerle ninguna gracia que te pases una hora leyendo esta carta mientras pasas olímpicamente de él, así que… disfrútame, que tengo muchas ganas de que lo hagas 😉
               Tu esposito que te adora, como un excursionista a su cantimplora,
               Al
               PD: ¿ACABAS DE HACERME SPOILER DE ACOTAR? TE VOY A MATAR. ¿SE TE HA OLVIDADO QUE HABÍAMOS QUEDADO EN QUE NO AVANZARÍAMOS EN LA TRAMA HASTA QUE NO CONSENSUÁRAMOS CAPÍTULOS QUE COMENTAR? ERES UNA HIJA DE PUTA.
                PD2: Shasha es una absoluta REINA, después de lo del spoiler estoy más convencido que nunca de que me confundí de hermana.
               PD3: Tú sí que me apeteces, preciosa dios, qué ganas tengo de verte, es que te voy a COMER. PREPÁRATE.
               Miré a mi hermana sin procesar bien lo que acababa de leer. París. Alec estaba en París. O iba a estarlo, al menos. La ciudad de la luz; no dejaba de resultar irónico que mi sol fuera a hacer escala precisamente en la ciudad que le robaba el nombre a Roma cuando su apodo reconocido tenía más relación con sus noches que con sus días. Supongo que la noche estaba hecha para los enamorados.
               Estaba mucho más cerca de lo que yo pensaba, y en unas horas lo estaría aún más. Mi tiempo con él podía empezar mucho antes si me espabilaba.
               -Tengo que ir a París-dije, y Shasha parpadeó.
               -¿Así, sin más?
               -Shasha, Alec va a estar en París. Tengo que ir a París. No puedo quedarme aquí en casa de brazos cruzados mientras él está a menos de mil kilómetros de aquí.
               No sabía a cuánta distancia estaba París, pero estaba segura de que no llegaba al millar. Después de tanto tiempo separados, con tantos miles de kilómetros entre nosotros, quedarme en casa sin más mientras la cifra había disminuido tan notablemente… no era una opción para mí.
               Me di la vuelta y abrí el grifo de la ducha, pasando olímpicamente de mi plan de preparación. ¡A la mierda! No me había dicho nada, así que me había cogido un poco desprevenida, pero por lo menos había estado preparándome los días anteriores y ahora me tocaba un pequeño repaso en la depilación; lo demás eran detallitos a los que podría renunciar.
               Podía no estar perfecta, pero no podía no estar con Alec. Tenía bien claras mis prioridades. Puede que me esperara una eternidad con él, o puede que sólo fuera a tenerlo un pedacito de noviembre, pero fuera para siempre o fuera en un paréntesis, no renunciaría ni a un segundo en su presencia, me daba igual cuánto representara de nuestro tiempo juntos.
               Me giré y abrí el grifo para empezar a aclararme el pelo, pero Shasha interrumpió el plan que estaba maquinando en mi cabeza sobre saltarme la sesión de secador e ir directamente al aeropuerto de Londres, mucho más cercano, con una pregunta que yo no me habría atrevido a hacerme:
               -¿Qué vas a hacer con papá y mamá?
               Me quedé quieta, abrí los ojos y me volví.
               -Pues…
               La verdad es que ésa era la pregunta del millón. La relación iba sanando despacio, y no estaba segura de que sobreviviera a que yo les pusiera en la tesitura de que me dejaran salir corriendo a ver a mi novio a literalmente otro país. Era demasiado precipitado, muy impropio de quien era yo antes, pero… es que ya no era la hija serena y concienzuda que habían conocido. Estaba enamorada, estaba lejos de mi novio, y haría lo que fuera por verlo.
               Incluso, si acaso, escaparme de casa si no me dejaban ir a por él. No me supondría ningún obstáculo más allá de mi corazón roto, e incluso con éste podría sobrevivir si me quedaba con Alec bien cerquita.
               Como si me estuviera leyendo el pensamiento, Shasha abrió la cortina y metió la cabeza dentro.
               -No puedes simplemente largarte, Shasha. Papá y mamá no te lo perdonarían, y así también les estarías dando la razón sobre que Alec no es una buena influencia para ti.
               -Ni que fuera a alistarme al IRA-respondí, pasándome la mano por el pelo para eliminar la mascarilla mientras pensaba, y pensaba, y pensaba. Podía decirles que me iba a casa de Momo mientras me llevaba el pasaporte en el bolso… volvería antes de que se enteraran… siempre y cuando no les diera por pedirle a Shasha que me rastreara…
               -¿Se te ha olvidado que eres menor de edad y necesitas que te acompañe un adulto para salir del país?-preguntó Shasha, cruzándose de brazos. Y la verdad es que, mierda, sí, se me había olvidado. La última vez que había salido del país sin mis padres había sido precisamente con el chico al que iba a buscar, y lo había hecho con una autorización firmada por ambos, una autorización que ya estaba caducada y de todos modos tampoco iba a servirme porque no estaba a nombre de nadie que pudiera acompañarme y guardarme el secreto. Además, conseguir una llevaba unas pocas horas, horas que yo no tenía.
               Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda. Entendía perfectamente que Alec no me hubiera dicho que iba a hacer escala en París por algún otro medio, como llamándome por teléfono en cuanto supiera fijo sus planes, por si acaso yo preguntaba y mis padres no me dejaban ir a encontrarme con él y así no chafarme nuestro reencuentro, pero… era tan injusto. Tan, tan injusto. Yo lo había hecho todo bien; había hecho lo que se esperaba de mí sin ponerme chula en ningún momento. Había escuchado y tratado de comprender a mis padres, había acudido religiosamente a las sesiones de terapia, me había abierto en canal para ellos…
               … y no iba a ser suficiente. Lo sabía. Lo sabía. Todavía no habíamos avanzado lo suficiente para que yo confiara en llevar a Alec a casa con tranquilidad, ya no digamos coger un avión a las bravas para ir a verlo.
               -Tienes que pedírselo-me dijo mi hermana en tono lastimero.
               -Me van a decir que no-respondí en el mismo tono, y no pude evitar echarme a llorar. Dios. ¿Por qué tenía que ser todo siempre tan complicado? ¿Por qué no le había dicho que se quedara cuando tuve ocasión? ¿Por qué siempre me empeñaba en ponerme las cosas más difíciles, a mí y a quienes estaban a mi alrededor?
               -Pero se lo tienes que pedir igualmente. Saab, si no se lo pides, aunque sepas que no te van a dejar, les estarás dando la razón. No puedes escaparte de casa y abandonar el país sin que papá y mamá lo sepan. Eso no te lo van a perdonar en la vida. Y creo que harían bien no haciéndolo-añadió, mirándome con cierta aprensión, como si le doliera siquiera el hecho de que yo me lo estuviera planteando. Shash sabía mejor que nadie quién era yo, lo mucho que había sufrido por la distancia que me separaba de Alec.
               Que me mirara así me daba a entender que creía que no había hecho las cosas bien. Que marcharme, efectivamente, les daría la razón. Que no podía poner en peligro a toda nuestra familia y su estabilidad por estar unas pocas horas más con mi novio, pero es que ella no entendía lo que implicaban para mí aquellas pocas horas. Eran horas de paz en una tempestad. Eran horas de calidez en una ventisca. Eran una botella de agua en medio de una travesía por el desierto, justo cuando estaba a punto de desfallecer.
               -Si no es por tu paz, por lo menos, que lo sea por la mía-me pidió mi hermana, y yo la miré. En sus ojos había una súplica que jamás podría verbalizar, ni aunque quisiera, de tanto como la desolaba pedirme esto-. Me gusta mi familia. Es lo único que tengo que no va a cambiar jamás.
               Tragué saliva y contuve un sollozo a duras penas, porque me había dado en la zona sensible. Me aclaré el pelo con Shasha todavía en el baño, me envolví en un albornoz, me envolví el pelo en una toalla y me puse mis zapatillas. Intenté decirme a mí misma que no pasaba nada cuando me dijeran que no podía irme a París, que de todos modos no había contado con esas horas y que, al menos, ahora ya sabía a qué hora llegaría Alec de verdad, y podía prepararme en consecuencia. Me quedaban muchas cosas por hacer aún; entre una cosa y otra, me entretendría lo suficiente mientras me preparaba como para no pensar en lo que me esperaba a unas centenas de kilómetros de casa.
               Debería ser un consuelo para mí que Alec estuviera más cerca que nunca, como si nuestra conexión se alimentara de nuestra cercanía y cuanto mayor fuera ésta, más fuerte sería. Pero lo cierto es que no me servía. Necesitaba tenerlo delante para sentirme bien. Saber que estaba al otro lado del mar, y no del mundo, sólo me haría daño.
               Pero sí, Shash tenía razón. La familia no sobreviviría a que yo me escapara de casa, y Alec también era parte de la familia, incluso aunque a mis padres no les hiciera gracia. No debían pagar justos por pecadores, y tanto Alec, como Scott, Shasha y Duna pagarían el pato si yo hacía algo de lo que no me arrepentiría jamás, salvo por las consecuencias que tendría para gente inocente.
                Con ellos en mente conseguí reunir las fuerzas para bajar las escaleras, goteando con mis pasos en un rastro que bien podrían ser la exteriorización de esas lágrimas que aún no salían. Me giré para mirar hacia el salón, pero no había nadie allí, ni tampoco en la cocina. Me encontré a papá en el comedor, mirando unos folios y tecleando en su ordenador, al que estaba conectado con unos auriculares. Estaba componiendo.
               Ni siquiera me permití albergar la esperanza de que me dijera que sí porque era más complaciente cuando componía; sabía que iba a pedirle algo que estaba fuera de lo que estaba dispuesto a darme.
               -Papá-lo llamé, y él levantó la vista para mirarme. Frunció el ceño al ver mis pintas, y sus ojos saltaron hacia Shasha, buscando en ella unas respuestas que sabía que no le daría. Me fiaba de ella hasta ese punto; puede que a veces me sacara de quicio, pero siempre me guardaba las espaldas cuando se trataba de cosas importantes-. ¿Está mamá por aquí?
               -Se ha ido al despacho, ¿por? ¿Qué os pasa?-frunció el ceño, quitándose lo auriculares y mirándonos como si fuéramos dos extrañas que se habían colado en su casa. Tragué saliva y reprimí de nuevo mis ganas de llorar. Mamá era la más comprensiva de los dos, la que más me echaba de menos y la que más había mediado entre nosotros. A papá le estaba costando perdonarme el disgusto que les había dado y la forma tan ruin en que me había revuelto contra mamá, haciendo referencia al aborto que había tenido antes de adoptarme a mí.
               Con ella tenía una ínfima posibilidad. Con papá no tenía ninguna. Pero tenía que preguntar de todos modos, hundirme la espada en el pecho, porque, si no, jamás me lo perdonaría.
               -Tengo que pedirte algo.
               -Lo que quieras, chiquitina-dijo, y yo negué con la cabeza. No, lo que quiera no. Ya no es lo que quiera.
               -¿Puedo ir a París?
               Papá parpadeó y miró a Shasha.
               -Eh… sí… eh… supongo. ¿Cuándo? ¿Para la semana de la moda? ¿En vacaciones de Navidad? ¿Estás planeando algo con tus amigas?
               -Esta tarde.
               Tosió.
               -¿Esta tarde? ¿Cómo… cómo que esta tarde?
               -Ahora, en realidad.
               Parpadeó y me miró de arriba abajo.
               -Sabrae, estás en bata.
               -¿Puedo ir? ¿Por favor? Es importante.
               -¿A qué la prisa?
               Tomé aire y lo solté despacio. Bueno, allá van mis esperanzas y mis sueños. Fue un placer conoceros.
               -Alec está en París.
               A papá le cambió la cara radicalmente; era la misma expresión que ponía cuando en las entrevistas le preguntaban por su vida privada o por alguna pelea que tuviera, supuestamente, con algún famoso, a pesar de que él hubiera pedido específicamente que no le hicieran ese tipo de preguntas. Conocía de sobra esa expresión: había lidiado con la prensa entrometida durante toda su vida y jamás había cedido un centímetro. Su hija de quince años no era competencia en comparación.
               Pero tenía que arrancarle una respuesta, la que fuera. “Sin comentarios”. “No voy a hablar de eso”. “No”. Algo. O me moriría por la incertidumbre de qué habría pasado si yo no me hubiera conformado con el silencio.
               -Por favor, papá. Por favor.
               Papá dejó caer su bolígrafo, negó con la cabeza, se pellizcó el puente de la nariz y se frotó los ojos. Se rió por lo bajo, y ahí murieron todas mis esperanzas.
 
 
 Me di cuenta de que tal vez no había sido tan buena idea hacer escala en París porque eso suponía estar horas esperando para volver a verla cuando quedaba tan poca distancia entre nosotros que dolía que siguiera ahí. Después de seis mil kilómetros separándonos, quinientos eran una tomadura de pelo.
               Era rarísimo estar allí, tan cerca de ella, compartiendo fronteras y aguas, reducir la cifra de kilómetros que nos separaban en línea recta tanto que sentía que podía caminarlos. De hecho, me estaba costando no recorrerlos corriendo, aunque sabía de sobra que, si lo hiciera, perdería todo el tiempo que había recuperado con la maldita escala.
               Había dormido en el vuelo lo que no estaba escrito; apenas recordaba siquiera despegar. Desde luego, quedarme frito en los asientos de la terminal internacional del aeropuerto Charles De Gaulle no sería una buena idea, pero si servía para pasar el tiempo… bienvenido fuera.
               Bajarme del avión había sido toda una Odisea por lo mucho que me costó no plantarme en el momento en la puerta de embarque por la que saldrían los viajeros de Stansted, el aeropuerto al que llegaría a Inglaterra, porque en cuanto me sentara allí, el tiempo se ralentizaría, estaba seguro. Me había pasado por las tiendas del principio de la terminal, tanto el Duty Free como las de marcas caras, y había hecho todo el tiempo posible mirando algo que cogerle a Mimi de entre la millonada de regalos que orbitaban en torno a la Torre Eiffel y la catedral de Notre Dame. Luego me había ido a comer un menú de ahorro del McDonald’s (no me daba con lo que me había traído para coger nada decente en el Burger King), y me había dedicado a dar vueltas como un puto subnormal por los puestos de regalos hasta el punto de que había hecho que varios agentes de seguridad me siguieran de forma no muy disimulada para asegurarse de que no robaba nada.
               Se me estaba haciendo eterna esta mierda. Me picaba todo el cuerpo por la necesidad de ver a Sabrae, comprobar si estaba bien, besarla y abrazarla. Y podría haberlo hecho mucho antes si sus padres no fueran tan imbéciles como para dejarme claro por su comportamiento con ella que no iban a darle permiso para ir a verme, así que yo ni me había molestado en llamarla para avisarla de que estaría en casa mucho antes. Joder, si puede que incluso nos hicieran perder el tiempo que iba a ganar con esta escala infernal.
               Ni tan siquiera tenía el consuelo de poder jugar con las cámaras de seguridad, porque estaba claro que Shasha estaría vigilando las de los aeropuertos ingleses, no franceses. Menuda mierda.
               Me metí en Victoria’s Secret, consideré qué podía comprarle con las dos libras setenta y seis peniques que me sobraban (nada), y, con un suspiro, me acerqué a la pantalla con las salidas. Acababan de anunciar la puerta por la que embarcaríamos en el vuelo a Londres, todavía dentro de unas horas, pero como yo no tenía otra cosa mejor que hacer, decidí ir hasta allá.
               Por lo menos tenía el eBook, aunque sabía que no me concentraría lo suficiente para poder leer. Casi podía sentirla, como si su presencia impregnara no sólo su mi cama, mi habitación o mi casa, sino directamente todo el maldito continente. Cada vez que veía a una chica de pelo moreno y rizado, me giraba con la absurda esperanza de que fuera ella. Cada vez que oía una risa particularmente bonita, me daba un vuelco el corazón al compararla con la de ella.
               Pero nunca era ella. Nunca, nunca, nunca. Las parejitas felices me repugnaban, los ancianos empujando maletas juntos me cabreaban, e incluso el sol que se colaba entre las rendijas del cielo encapotado de París me ofendía porque nadie debería ser feliz, nadie debería estar iluminado, porque yo no estaba con Sabrae. Todo por culpa de sus puñeteros padres.
               Dejé caer la mochila sobre uno de los asientos libres y tomé asiento justo al lado, revolviendo para sacar el iPod que me había prestado Shasha y ver si me relajaba un poco escuchando a The Weeknd… o, directamente, audios de Sabrae que mi cuñada preferida en todo el mundo me había metido en el aparatito.
               Su voz era una tortura y un alivio a partes iguales, y mientras la escuchaba cantando versiones de mis canciones favoritas de The Weeknd, me dediqué a observar al personal del aeropuerto. Vi cómo maltrataban maletas tanto al sacarlas como al meterlas en los aviones; vi a azafatas desfilando por la terminal en dirección a sus puertas de embarque, a pilotos pavoneándose frente a ellas, todos emperifollados con sus uniformes. Asistentes del aeropuerto empujando sillas de ruedas, empleados de restaurantes de comida rápida vaciando bolsas de basura a menos velocidad de las que los pasajeros las llenaban.
               A lo lejos se distinguía la silueta de París, a la que yo estaba odiando ya sin tan siquiera haberla pisado nunca. Había planeado llevar a Saab de sorpresa por su cumpleaños, pero todo se había jodido por culpa del puto accidente, y ahora aquella ciudad, un destino en sí mismo y uno que encantaba a todas las chicas, era mi principal obstáculo para ver antes a la única que me importaba de verdad.
               No importa por lo que estemos pasando y que te haga sentir sola, que sepas que moriría por ti, chica, cantó The Weeknd en mis auriculares, y yo me estremecí de pies a cabeza, recordando la experiencia en el aeropuerto de Barcelona, con Saab riéndose mientras la empujaba sobre la maleta. Dios, qué felices habíamos sido entonces, qué perfecto había sido todo.
               Y ahora estábamos separados por la mitad de la puñetera Francia y por sus malditos padres, que no iban a dejar que disfrutáramos del tiempo juntos.
               Sí, definitivamente estaba poniéndome de mala hostia esperando. Ahora recordaba por qué siempre llegaba tarde a todos los sitios. Apagué la música, que siempre me recordaría a ella, enrollé los auriculares en el iPod, lo guardé en lo más profundo de mi mochila y, después de palpar en el interior para asegurarme de que la carta seguía allí, conmigo, dándome fuerzas y esperanzas, saqué el eBook. Puede que no fuera a disfrutar de la lectura, pero si me entretenía lo más mínimo, podía darme con un canto en los dientes.
               Me había descargado un libro de mecánica antes de irme a Etiopía, lo cual bastaría para matar el tiempo mientras esperaba a que se me pasara el cabreo. Apoyé el codo en la mochila, la cabeza en la mano, y seleccioné un capítulo al azar, que hablaba de los carburadores y la mejor manera de hacer que fueran lo más eficientes posible.
               No es que fuera a coger la moto en un futuro cercano, independientemente de si me quedaba en Etiopía o no; si volvía a casa, Sabrae se encargaría personalmente de destrozar la moto con una llave inglesa para asegurase de que no me volvía a montar sobre ella en una temporadita.  No obstante, nunca estaba de más informarse sobre las novedades en el mundo del motor.
               Había pasado tres o cuatro páginas y estaba considerando la posibilidad de ir a una de las tiendas de chuches del aeropuerto a que me sacaran un riñón por dos regalices de tanto que me estaba sonando la tripa cuando un grupo de chicas de unos cuantos años demás se pararon a revolotear delante de mí, hablando muy rápido en un francés entusiasmado. Levanté la vista, picado por la curiosidad, pero sus jadeos ininteligibles me hacían imposible saber a qué venía todo el alboroto, así que volví a mi libro y a mis disquisiciones.
               Y entonces, una voz familiar.
               -Aquí estás. Te he estado buscando-ronroneó… No, no “una” voz familiar. La voz familiar.
               Levanté la vista y te juro que se me paró el puto corazón. Suerte que ella ya me lo había puesto a andar más veces; lo de que usaran un desfibrilador conmigo había sido totalmente innecesario.
               -Que conste que no quiero que esto siente ningún precedente, y que lo hago por todas las horas que llevas de vuelo-dijo Sabrae, sonriéndome mientras depositaba una bolsita de chilli cheese bites del Burger King en mi regazo-, así que te puedes comer el impar.


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1 comentario:

  1. LOL, no me esperaba este capítulo siendo ya la vuelta de Alec. Estoy super contenta. Empiezo destacando lo bonita que me ha parecido la carta y lo mucho que he celebrado que Sabrae haya sido super sincera jo. El camino ha sido arduo pero aquí estamos.
    Por otro lado la parte de Alec auto reconociéndose que no quiere irse del voluntariado porque por fin esta a gusto y disfrutando me ha resultado muy enternecedora y tengo ganas de ver como lo habla con Saab.
    Lo de Saab teniendo que pedirle a Zayn lo de ir a Paris (habiendo cambiado las tornas en cuanto a quien era el villano entre los padres) ha sido cuanto menos muy inteligente para posteriores momentos, sobre todo teniendo en cuenta que aunque no desarrollas la conver se entiende que si que le da permiso.
    Acabo diciendo que he chillado con el momento final de los chilli cheese bites y la manera en la que HAN QUEDADO EN PUTO PARIS para reencontrarse lol. De verdad la pareja de heterosexuales mas lesbiana que me he echado a la cara.

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