martes, 19 de marzo de 2024

Templo en construcción.

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-Bueno-dijo Fiorella, sentándose frente a nosotros y cruzando las piernas como la actriz que se prepara para la última ronda de entrevistas antes de la gala de los Oscar en la que le darán el premio a la interpretación de su vida-, ahora que ya estamos todos-hizo de mirar a Claire, a la que le habíamos pedido que asistiera también a la sesión, todo un espectáculo-, ¿qué tal si empezáis a contarnos las cosas para las que yo no era suficiente y que van a hacer que Sher me suba el porcentaje de participación en los beneficios del despacho?-inquirió, sacando la punta de escritura de su bolígrafo con un clic. Los ojos de Claire, lejos de esa cristalina luz que siempre los había llenado, estaban puestos en mí.
               En general, había ido sobrellevando bastante bien las sesiones de terapia tanto a solas como con mis padres, y sabía, aunque Fiorella jamás lo admitiría, que Claire preguntaba por mí por pura preocupación. La charla que habíamos tenido en su consulta en el hospital había sido ese empujón que yo llevaba necesitando para salir del cascarón durante años, y ahora que por fin estaba asomando la cabeza y dejando que el mundo saltara sobre mí y me empapara con todos sus matices, se sentía un poco responsable de mí. Esto no se trataba solamente de Alec ya, sino también de mí misma. El juramento hipocrático se mezclaba con ese cariño que decía que me tenía y que yo tenía como una verdad.
               Ese mismo cariño era lo que había hecho que aceptara ir a la consulta de Fiorella en el despacho de mamá con tan poca antelación. Seguramente le habíamos fastidiado una tarde poniéndose al día con las tareas domésticas o, quizá, comiendo fideos instantáneos frente a la televisión mientras veía telebasura y esperaba a que su mujer volviera a casa, se fueran a cenar por ahí y luego se acurrucaran en la cama, o se reservaran las fuerzas para gastarlas entre las sábanas. Desde luego, yo sabía lo que haría si estuviera en la situación de Claire.
               Pensar en el futuro que me esperaba con Alec y que estaba consiguiendo compatibilizar de nuevo en mis pensamientos con mi pasado, en el que mis padres eran omnipresentes, me enterneció por dentro. Sabía que la conversación que nos disponíamos a tener sería increíblemente dolorosa, así que necesitaba una buena motivación para seguir con ese sacrificio que me costaría sudor y lágrimas; puede que, incluso, también sangre.  Necesitaba algo a lo que aferrarme, algo por lo que luchar.
               Llevaba dos meses sintiendo que mis sacrificios eran en balde y que me estaban obligando a tomar una decisión que yo no quería y que me haría vivir para siempre en la desdicha, pero eso se acababa hoy. Se acababa ahora.
               Ésta no era una sesión normal: en las otras, mamá y papá siempre habían ido con su ropa de calle, ella con traje y tacones y él con chupas de cuero y jerséis. Yo había ido variando un poco en función de lo beligerante que me sintiera y de lo que quisiera expresar con mi indumentaria, pero en cierto sentido también había tomado el mismo rumbo que mis padres: había algo que separaba mi yo casero a mi yo en terapia, y ese algo era precisamente la ropa. Al margen de la manera en que había llegado al edificio en otras ocasiones (casi siempre en transporte público, y algunas, incluso, acompañada de Alec), sentía que lo que todos llevábamos puesto era una especie de indicador de cómo nos sentíamos por dentro, igual que tampoco se dejaba al azar el diseño de vestuario de los personajes de las películas más cuidadas.
               En cambio, hoy habíamos ido con lo puesto, literalmente. Papá y mamá ni siquiera habían tenido tiempo de cambiarse de ropa después de que yo les soltara aquella bomba que, la verdad, podría haber causado más estragos de los que causó en realidad.
               Se me habían quedado mirando absolutamente pasmados, luchando por procesar lo que acababa de decirles.
               -Pero…-había balbuceado mamá-, pero… cielo. Tú siempre has sido una Malik. ¿De qué estás hablando?
               La saliva que había tragado entonces mientras pensaba cómo decirles lo que necesitaba sin que pareciera que les disparaba para ahorrarles un sufrimiento que no podría evitarles nunca me había sabido a hierro, y me había parecido casi tan densa.
               -Quiero que hablemos de mi adopción.
               Se habían quedado totalmente quietos, rígidos como estatuas esculpidas por la mismísima Medusa de dos insensatos que no habían atendido las advertencias de quienes habían llegado antes que ellos. Lo único que se había movido eran sus ojos, y había sido para analizarme de arriba abajo, tratando de discernir si había dicho lo que acababa de decir o si, por el contrario, lo estaban alucinando.
               -¿Por qué?-preguntó papá, con la mirada triste de mamá puesta todavía en mí, sus ojos humedeciéndose un poco, a pesar de que por la forma en que estaba respirando supe que no quería hacerme daño expresando su dolor. Seguro que sabía que a mí me dolía sacar ahora ese tema.
               -Creo… creo que necesitamos hacerlo. Necesito hacerlo. Creo que lo llevamos evitando demasiado tiempo, y… llegará un punto de la terapia en el que nos atascaremos si no lo tratamos.
               -No hemos evitado nada-respondió papá con una cierta dureza en la mirada que me había amedrentado por un instante, porque puede que hubiera tocado justo el punto sensible que iban a defender a muerte, incluso si se trataba de mí-. Y, hasta ahora nunca había supuesto un problema. Hasta ahora no te habías planteado que hubiera nada de lo que hablar. Eres nuestra hija. Lo has sido siempre y siempre lo serás-sentenció-. Tú nunca has dejado de ser una Malik ni un segundo de tu vida. Ni un mísero segundo, Sabrae. ¿Quién te ha metido estas ideas en la cabeza?-inquirió, perspicaz, levantando una ceja del mismo modo en que lo hacía siempre que estaba riñendo a Scott y Scott trataba de salirse por la tangente, aludiendo a excusas que no eran verdad cuando nuestros padres lo pillaban en un renuncio. Siempre me había parecido que aunque papá le diera más cancha por los sentimientos que mi hermano tenía con él y por lo tensa que era a veces su relación, cuando mi hermano necesitaba un toque de atención verdadero no dudaban en dárselo.
               Clavó los ojos en el punto exacto en el que se encontraba la carta, como si supiera exactamente todo lo que habíamos hablado Alec y yo, como si en ella estuvieran las respuestas a todas las preguntas que llevábamos años haciéndonos, yo sin darme cuenta, ellos sin querer reconocerlo.
               -¿Ha sido él?
               Tomé aire y lo solté lentamente.
               -Me prometisteis que intentaríais entendernos-les recordé. Había sido una de las cosas que antes nos había dejado claras Fiorella en esta nueva tanda de sesiones: teníamos que poner por delante lo que sentíamos por los otros y nuestro deseo de poder querernos sin ningún tipo de conflicto interno por ello a nuestro propio orgullo. No se trataba de quién tenía razón y quién se equivocaba (aunque que me pidieran perdón no estaría mal), sino de cómo podíamos llegar a un punto de entendimiento común.
               Lo confieso: me dolía. Me dolía que no me dieran ni tan siquiera la oportunidad de explicarme antes de volver a cerrarse en banda y dejar a Alec, y por consiguiente a mí también, fuera. Esto no era lo que habíamos pactado, no era lo que habíamos decidido que era lo mejor para todos nosotros.
               Si yo había vuelto a casa con ganas de intentarlo, al menos ellos debían imitar mis mismas ganas.
               Por suerte para mí, quizá a papá se le había olvidado, pero a mamá no.
               -Zayn-dijo, cogiéndole la mano a papá-, nuestra pequeña tiene razón. Le prometimos que la escucharíamos-le acarició la cara interna del antebrazo cuando él la miró-. No podemos darle la espalda ahora.
               Me resultó cuanto menos irónico que no dijera nada de que me la llevaban dando unos meses, pero cuando le pidió que no me alejara más de ellos decidí no tenérselo demasiado en cuenta a mamá. Papá me había mirado, había asentido con la cabeza una sola vez, tragando saliva en el proceso de manera que la nuez de su garganta subió y bajó de forma rítmica, y se relamió los labios.
               Mamá había llamado a Fiorella entonces; tuvo que insistirle en varias ocasiones hasta que finalmente le cogió el teléfono, y tras unas palabras rápidas en las que le hizo saber lo mucho que la necesitábamos, lo urgente que era el tema y lo fructífera que le resultaría su generosidad con nosotros, nos habíamos montado en el coche y habíamos puesto rumbo al despacho de mamá.
               Era la primera vez que íbamos todos juntos en el coche con la intención de regresar también todos juntos; las otras veces que me habían llevado yo siempre les había dejado claro que luego me iría por mi cuenta, bien porque habría quedado con mis amigas o bien porque necesitaría un tiempo para aclarar mis ideas, para lo cual el metro de Londres era el mejor lugar del mundo.
               Fiorella había sido tan buena que no sólo había accedido a alargar su jornada esa tarde, sino también a avisar a Claire, que estaba en una de sus jornadas de descanso compensatorio por hacer horas de más en el hospital. Ojalá le tuvieran en cuenta también las horas extra que había hecho conmigo y se las compensaran con creces.
               Desde luego, si estuviera de mi mano, ya le habrían hecho un monumento en el centro de mi capital.
                Mamá, papá y yo nos miramos entre nosotros, tratando de averiguar quién sería el que rompería el silencio e iniciaría nuestra pequeña tertulia. No sería sencillo, todos lo sabíamos; pero de alguna forma dar el pistoletazo de salida parecía pretender caminar sobre el agua.
               En circunstancias normales no me amedrentaría ante los milagros. Si tuviera a Alec conmigo yo misma iniciaría la conversación, pues era en su mayor beneficio el que yo no me quedara callada, pero tenerlo tan lejos de mí y saber que estaba en mis manos defendernos a ambos, defenderlo a él era una tarea demasiado importante como para precipitarme con ella. Además, yo había tomado la decisión que nos había traído hasta aquí: lo justo era que mis padres siguieran con lo que yo había empezado, ¿no? No iba a hacerlo yo todo.
                Claire y Fiorella intercambiaron miradas con todos nosotros, analizándonos con ojos expertos, midiendo cuál sería el primero en romperse. Fiorella cerró su libreta y guardó la punta de su bolígrafo de tinta en el interior de éste, extendiendo las manos entrelazadas sobre sus rodillas.
               -Sabéis que, por muy buena que sea la psicóloga que tenéis delante y por muy dispuesta que esté a hacer sacrificios por vosotros, si no empezáis a hablar no podréis llegar a ninguna parte, ¿verdad?
               Me relamí los labios y evité su mirada, clavándola en unos tomos gordos que tenía colocados en la estantería, dominando completamente la balda en la que se encontraban. Eran libros de introducción a la Psicología y de avance a continuación en la disciplina, supongo que la Biblia de aquella ciencia en la que Fiorella se había especializado, ejemplares que tenía memorizados pero que le gustaba tener a la vista por si acaso necesitaba consultarlos, exactamente igual que lo hacía mamá con los recopilatorios de jurisprudencia. ¿Estaría en ellos la respuesta a todas mis preguntas? ¿Encontraría allí, escondidos entre las líneas de unas palabras demasiado pequeñas para pensar que las habían ideado con la intención de ser útiles y no una demostración de retórica, a mis miedos y mis traumas?
                ¿Me darían lo mismo que me habían dado las noches hablando con Alec, desnuda en mi cama o en la suya, sin miedo a decir algo equivocado que le hiciera daño como sin duda se lo haría a mis padres? La reacción que había tenido papá sólo podía ser un aperitivo de lo que me esperaba, y yo… yo tenía la esperanza de que pudiera salir de allí con dos casas, no con una. Quería que la casa en la que había crecido, en la que había dado mis primeros pasos, leído mi primer libro y llorado por mi primer desamor siguiera siendo el lugar en el que pensaba cuando alguien mencionaba la palabra “hogar”. Había sido en mi habitación donde me había desnudado del todo para Alec por primera vez. Era un santuario sin consagrar, un templo en ruinas que una nueva religión quería reclamar para sí. En mi habitación había estatuas de dioses a los que les daría un nuevo nombre y un nuevo alfabeto en el que reescribir su mitología.
               Sólo tenía que aguantar un poco más. Caminar por entre las brumas, navegar en la oscuridad cerrada en un campo de icebergs y encomendarme a todos los que quisieran escucharme para que mi barco no impactara contra algo se hundiera. Pero sólo podía rezar: no podía hacer nada más. Si me desconcentraba, si dejaba aunque fuera un segundo de dedicar toda mi atención a esos dioses, correría el peligro de que me devoraran sus demonios.
               Claire tenía los ojos puestos en mí, toda comprensión y empatía. Me relamí los labios y me froté las palmas de las manos, avergonzada por haber perdido toda la determinación que me había invadido cuando salí de casa de los Whitelaw. Estar allí, sentada frente a ellas, con mis padres a mi costado y tratar de encontrar la valentía que me había embargado cuando salí de casa de Mimi me parecía tarea imposible. La influencia de Alec era demasiado grande en su casa, pero muy tenue aquí. Él  sólo había estado una vez en aquella consulta conmigo, y había sido en condiciones tan pésimas que no me apetecía volver a pensar en ellas. Había sido demasiado fugaz. Demasiado reciente. Demasiado…
               Fugaz. La palabra resonó en mí con el eco de una explosión nuclear. ¿Acaso no eran fugaces las estrellas también? Pero, cuando caían del cielo, creías que podías tenerlo todo. Les confesábamos nuestros sueños más sinceros y profundos, aquello que sólo nos atrevíamos a soñar en nuestras noches de más absoluta felicidad.
               Quería recuperar lo que tenía antes: con mis padres, con mis hermanos, con Alec. Estaba cansada de vivir en un estado constante de alerta porque sentía que siempre estaba a punto de dar un paso en falso, como si estuviera bailando ballet sobre un lago helado cuya capa de hielo comenzaba a acusar el cambio climático.
               A veces lo mejor que puedes hacer es soltar, Saab, me decía él cuando yo me ponía nerviosa porque algo de las miles de cosas que había planeado minuciosamente no salía como estaba previsto. Mykonos había sido el paraíso para mí porque le había cedido completamente el control: no me orientaba en el pueblo, no conocía las calles, no hablaba el idioma. Lejos de preocuparme por tomar referencias para llegar a mi destino, había hecho de mis pasos sin rumbo mi propio camino. Alec me había dado en Mykonos lo mejor que me podían dar nunca: una venda para taparme los ojos, levantar así la vista de mis planes y así poder ver. Me había roto el corazón y me lo había recompuesto con la misma técnica con la que yo había pintado sus cicatrices, haciendo de mi cuerpo una nueva obra de arte.
               Me había enamorado de él porque era la única persona con la que podía hablarle de cualquier cosa sin tapujos, sin tener cuidado con las palabras que escogía. Con él había descubierto un nuevo significado para la palabra “familia”.
               Pero mis padres también eran mi familia. Se suponía que en las familias se decían las verdades incómodas, incluso cuando sabían que dolerían, porque si no te lo dice tu familia, si tu familia no es sincera, ¿quién lo será contigo? El resto de vínculos son demasiado débiles, con la excepción, tal vez, de los de amistad; e incluso entonces también corrían en peligro de no soportar las opiniones divergentes. En cambio, Scott, Shasha y Duna siempre serían mis hermanos, sin importar si nos llevábamos bien o mal o cuánto hiciera que no hablábamos. Lo mismo debía suceder con mis padres.
               Lo mismo había sucedido con mis padres hasta que nos había pasado esto.
               Hasta que yo les había cogido miedo y había creído que me harían dejar a Alec si él cometía un error conmigo, porque no me permitirían estar con alguien que no fuera perfecto, al igual que se suponía que debía serlo yo. Y había sido injusta e irracional pensando aquello de mis padres; Scott tenía toda la razón del mundo.
               Pero lo había pensado, y no había vuelta atrás. No podía borrar lo que había pasado entre nosotros ni tampoco ignorar aquella verdad incómoda, igual que llevaba toda la vida sin poder ignorar que mi piel era de un marrón distinto a la de mis padres: mientras que ellos eran de distintos tonos de café, yo era del color del chocolate. Había un brillo dorado en mi piel que no tenía el resto de mi familia.
               Dorado. Al final, siempre se reducía a ese color.
               Y, al igual que el vínculo que me unía a Alec, aquello tampoco podía estar mal. Quizá no fuera líquido, quizá no se moviera, pero sí que estaba vivo. Estaba vivo y se ahogaba dentro de mí. Dejarlo salir a luz y regodearse en su belleza con Alec no había sido suficiente. Necesitaba más. Necesitábamos más.
               Sus manos habían sido toda la vida que ambos necesitábamos, y ahora que ya no estaban, necesitábamos otras que nos acariciaran.
               Por eso abrí la boca para responderle a Fiorella, pero mamá se me adelantó.
               -Creo que no lo estamos haciendo del todo bien-dijo, cogiéndole la mano a papá y mirándolo como si acabara de confesarle que uno de mis hermanos no fuera hijo suyo. Papá hundió los hombros y asintió con la cabeza, los ojos puestos en sus pies, pero le acarició el pulgar con el suyo a mamá.
               Fue entonces cuando me planteé por primera vez y en serio que ellos mostraran un frente unido sólo en apariencia, y que hubiera divergencia de opiniones en cómo tenían que tratarme. No me atreví a albergar esperanzas de que también estuvieran en desacuerdo con la opinión que tenían de Alec, pero algo era algo.
               Quizá me quisieran lo suficiente como para dejar de odiar a Alec como lo hacían.
               -¿A qué te refieres, Sherezade?-preguntó Claire ante el silencio de Fiorella, que era retador y alentador a partes iguales. Era como si ya hubieran hablado de esto en sus sesiones privadas y mamá siempre hubiera tenido miedo de reconocerlo con alguien más que ellas dos en la habitación. Supongo que no es fácil decir que no estás de acuerdo con cómo tú y tu marido estáis haciendo las cosas y que quieres cambiar de estrategia en medio del partido, porque no os está saliendo tan bien como creías que os saldría.
               A decir verdad, me daba lástima de mamá. Siempre la había visto tan unida a papá, tan en sintonía con él en las cosas más importantes, que… ver cómo miraba de reojo a papá, que no decía nada pero cuya aura de derrota hablaba por sí sola, me rompía el alma. No sólo por la comparativa de la complicidad que habían tenido siempre, sino porque yo odiaría encontrarme en esa situación con Alec. Lo odiaría. Lo que más me gustaba de nosotros dos era la confianza ciega que nos teníamos; éramos un equipo, el mejor de todos. La llamada de teléfono que lo había ocasionado todo había sido lo peor por lo que había pasado en mi vida porque había supuesto que yo me había equivocado con él, y creía que había perdido la felicidad que sólo podía experimentar en su compañía.
               Mamá resplandecía estando con papá antes de que pasara todo esto. Papá exudaba confianza y seguridad en sí mismo cuando estaba cerca de ella. Verlos así ahora…
               -Con Sabrae-dijo, señalándome con la cabeza y reclinándose en el asiento. Pegó la espalda al sillón, levantó la mirada y se mordisqueó la uña del pulgar: su alianza de casada y el anillo de compromiso lanzaron destellos que se reflejaron en la pared como cometas momentáneos-. Pero… también con Scott, Shasha y Duna-añadió, apartándose el pelo de la cara y mirándose las uñas que acababa de morderse.
               Se me formó un nudo en el estómago, y sabía que incluso si Alec estuviera a mi lado no habría sido capaz de hacerme conservar el calor corporal como siempre solía. A pesar de que creía que no tenía rival ni en la más cruda de las noches de invierno, supongo que su límite estaba en descubrir que mis padres no estaban tan seguros de lo que hacía como yo creía.
               Ojalá estuviera aquí, conmigo. Ojalá no le hubiera pedido que se fuera y pudiera cogerme la mano y decirme que no pasaba nada, que no había provocado la ruptura total de mi familia.
               Ojalá no tuviera que estar a seis mil putos kilómetros de distancia para que mis padres y yo pudiéramos tener esta conversación.
               -¿La relación con vuestros otros hijos también ha cambiado?-preguntó Claire, y juraría que Fiorella asintió imperceptiblemente. Papá tomó aire y lo soltó muy, muy despacio, reteniéndolo dentro de él como si así fuera a conseguir que se empapara mejor de su rabia y, así, pudiera enfrentarse mejor a esto.
               -Se esfuerzan por que no se les note, pero creo que la concepción que tienen de nosotros ya no es la misma que antes-dijo mamá, y papá murmuró por lo bajo:
               -Y la nuestra tampoco.
               Mamá le puso una mano en el hombro y le dio un suave apretón. Sus ojos eran el puro reflejo de la comprensión y el dolor. Siempre se habían enorgullecido mucho de la increíble relación que teníamos con ellos, de la confianza que habían logrado impregnar la casa. No había tabúes ni fronteras; se habían esforzado en que creciéramos libres, o eso pensaban ellos.
               Y luego, al más mínimo inconveniente, yo creía que me convertirían en una muñeca de exhibición, y mis hermanos no les decían la verdad aun a costa de mi propia seguridad.
               -Elaborad-pidió Fiorella, abriendo de nuevo la libreta y haciendo sonar el clic característico de su boli. Mamá y papá intercambiaron una nueva mirada y papá carraspeó.
               -Sentimos que les estamos fallando. Que lo hicimos hace mucho-añadió, posando la vista en mí, y yo me revolví, sintiendo que aquellos ojos podían ver a través de mí. Me sentía desnuda en el sentido más incómodo de la palabra, y no debería sentirme así bajo la mirada, precisamente, de mi padre. Debería sentirme a gusto y protegida, sobre todo cuando la conversación que íbamos a mantener era porque yo lo había querido así-, y ni siquiera sabemos cuándo ni por qué.
               Mamá le acarició la rodilla a papá, los ojos puestos en él. Papá se pasó una mano por el pelo y hundió de nuevo la cabeza, en un gesto que le había visto hacer un millón de veces a Scott.
               Todas cuando estaba en un mal momento, muchas veces a causa de Tommy y, más recientemente ahora, de Eleanor. Incluso también se lo había visto hacer cuando Diana había tenido aquella sobredosis en Nueva York y había decidido que era culpa suya, y de nadie más, que la americana no tuviera ningún tipo de freno ni sensación de las consecuencias que tendrían sus actos.
                Yo no sabía qué hacer. No sabía si querían distancia o si querían que les abrazara, y lo que supondría que les abrazara cuando había ido a casa porque teníamos que hablar de la culpa que cada uno tenía en los errores que yo había cometido, en parte por asumir qué opinión tendrían ellos de mi relación.
               De modo que me quedé callada y quieta como la estúpida concursante de un estúpido reality que fomentara el estúpido adulterio haciendo que un estúpido chico que no valía ni un dedo de las chicas que tenía delante eligiera entre ellas dos.
               -Cada vez que hacemos algo…-susurró papá, negando con la cabeza-, cada vez que decimos o hacemos algo para acercarnos a ti, es como si eligiéramos siempre la peor opción. Y, la verdad, ya no sabemos si es que estamos en una mala racha, o que te hemos decepcionado de una forma tan profunda que ni siquiera tenemos posibilidades de acertar contigo, Saab.
               Saab. Bueno, al menos había usado mi diminutivo, lo cual bien podría considerarse una ramita de olivo que extendían hacia mí. Era más de lo que me esperaba cuando papá se ofuscó con lo de mi adopción, así que decidí ser optimista.
               El nudo en mi estómago no estaba muy por la labor de ceder ante la sensación de optimismo, pero los sentimientos también pueden entrenarse. O si no, que nos lo digan a mí y a Alec, sobre todo después de que yo reaccionara de forma tan visceral a él en el pasado y ahora, bueno… estuviéramos así.
                -No nos gusta esto-dijo mamá, acariciándole la espalda a papá-. Y no sabemos qué tenemos que pedirte que nos digas para que seas sincera con nosotros y nos digas lo que necesitas de verdad. Lo que necesitáis tus hermanos y tú.
               Esto no se trataba de Scott, Shasha y Duna; se trataba de mí. Ellos no eran como yo, estaban más cómodos de lo que lo estaba yo. Sí, de acuerdo, puede que Shasha ahora fuera más cauta con mamá de lo que lo había sido en el pasado, pero había sido todo en parte por mi culpa. Si yo no la hubiera puesto en la tesitura de tener que mentir a nuestros padres cuando pasó todo lo que pasó con Alec, si no le hubiera pedido que no dijera nada aun cuando en condiciones normales habría ido corriendo a mamá… yo tenía parte de responsabilidad. No toda, pero al menos sí una parte.
                -Los demás están bien-respondí en el tono más calmado y apaciguador que pude-. Scott incluso ha intercedido por vosotros, ¿no os acordáis? No tenéis que preocuparos por el resto.
               -No estoy tan seguro de que eso sea así, Saab-respondió papá.
               -¿Y por qué no?-me aparté un mechón de pelo de la cara con nerviosismo-. Si las cosas no estuvieran bien con Scott y Shasha, ellos no intentarían que nos volviéramos a acercar.
               -Scott se responsabiliza mucho de la familia, ya lo sabes; y tu hermana se siente culpable por todo lo que ha pasado. Tanto por un lado, como por el otro.
               -Yo ya la he perdonado. Shash sabe que sé que lo hizo porque estaba preocupada por mí y porque era la única solución posible. Ser sincera con vosotros cuando yo no lo fui es algo que habla bien de ella, y no al revés-negué con la cabeza, cruzándome de brazos. Abrazándome a mí misma como desearía que lo estuviera haciendo Alec.
               Espero que estés bien, le susurré al viento, imaginándome flotando en el espacio y acariciando mi lado de nuestra conexión. Juro que sentí una caricia fantasma entre los dedos, y me imaginé al lazo dorado resplandeciendo a modo de respuesta.
                No puedo estar bien si no estoy contigo, me diría el muy bobo. Y, sorprendentemente, me resultó un poco reconfortante. Sé que no debería, pero me lo resultó.
               -No tenías nada que perdonarle-contestó mamá con suavidad-. Hizo lo que tenía que hacer.
               -Estamos de acuerdo-asentí, tratando de que mis movimientos transmitieran la mayor calma posible. Mamá me dedicó una sonrisa tímida, tentativa, que me obligué a devolverle. No hay nada que yo pueda hacer, me recordé, pensando en mis sentimientos respecto a mi origen, porque ya estaba queriendo responsabilizarme de nuevo de cómo les sentaría esta incomodísima conversación a mis padres.
               -Y Scott… tu hermano nos culpa de lo que te pasó-dijo papá, y yo lo miré. Sus ojos eran pura expectación, como si estuviera ansioso por escucharme decir que eran completamente inocentes para, así, poder por fin quitarse el peso de encima.
               Pero ese había sido mi estilo durante años y años. Sin saberlo, había guardado dentro de mí verdades dolorosas porque no quería hacerles daño. Y, por mucho que fueran mi familia y les quisiera, seguían siendo mis padres. No era yo la que tenía que cuidar de ellos, sino ellos de mí.
               Miré a Claire, que era la viva representación de la serenidad. Estaba calmada como sólo la gente que sabe por dónde van a ir los tiros puede estarlo. Era como si estuviéramos jugando a la ruleta rusa con una pistola que había cargado ella, y supiera que el próximo disparo sería el fatal.
               No había en sus ojos la fuerza que yo necesitaba para afrontar esta conversación, pero… yo tenía mi propio set de dopaje conmigo.
               Cuando dije que habíamos venido con lo puesto es que lo hicimos en el sentido literal. Todavía tenía la carta de Alec conmigo, guardada en el bolso para que no se estropeara más. No me había atrevido a dejarme en casa por si el coraje que me había insuflado me abandonaba, y ahora acababa de descubrir que había acertado con esa decisión. Metí los dedos en el bolso y toque los bordes suaves, ahora incoloros por estar en contacto con mi piel y no con mis ojos, y dejé que la energía que parecía manar de la carta irradiara mi interior.
               Todo lo que me había dicho desde que había empezado esta movida resonó en mi mente. Cada batalla que creía perdida y en la que él no había tirado la toalla, cada suspiro porque esto nunca parecía acabarse. Su gesto de resignación sin un ápice de arrepentimiento cuando volvió a casa a despedirse de mis padres y le habían recibido de esa manera tan fría.
               Se merecía tener una casa en cada barrio. Se merecía que todos los suegros lo anhelaran como yerno. Se merecía vivir en un palacio y que todo el mundo le besara los pies simplemente por despertarse cada mañana. Menos de eso sería castigar a Alec por cosas que no eran su culpa. Vale que no te doy ni de coña todos los lujos que te mereces, pero, joder, me mato intentándolo.
               Yo no necesitaba más. Una choza sería un castillo, un camino de penitencia sería una bendición, un paseo por el parque cogida de su mano sería una luna de miel perfecta. No iba a encontrarlo mejor que él, ni que se esforzara tanto por mí. Alec era el único chico del mundo capaz de darme tanto y de incluso quedarse a mi lado cuando mis padres le exigían más. El resto se habrían marchado hacía tiempo, pero Alec… había cogido un vuelo de nueve horas para ir a verme cuando se enteró de que yo me sentía mal y quería romper con él porque pensaba que no lo merecía.
               Nadie va a convencerme de que esto está mal, había jadeado contra mi boca mientras me movía sobre él, disfrutando de su cuerpo y de su alma a partes iguales como nunca sería capaz de disfrutar de otra cosa. Encajábamos demasiado bien, nos entendíamos demasiado bien, éramos demasiado compatibles para que esto no estuviera escrito. Decían que el amor significaba no pedir nunca perdón, pero que Alec estuviera dispuesto a disculparse por absolutamente todo (no importaba si eran sus salidas de tono perfectamente justificadas o su tamaño, un delicioso pelín grande en ocasiones para mí) para que yo estuviera feliz y supiera lo mucho que él me valoraba desbarataba completamente aquella frase.
               El amor no significa no pedir nunca perdón, no; significa no tener que hacerlo y, aun así, disculparte porque crees que es importante para la otra persona.
                Había estado dispuesto a enfrentarse a todo el Mediterráneo por defenderme a mí, a mi importancia en su vida y a nuestro amor. Ya era hora de pagarle con la misma moneda y demostrarle, incluso cuando no estaba para presenciarlo, cómo yo me enfrentaba a todo para defenderlo a él, a su importancia en mi vida y a nuestro amor. Sería la diosa que regiría los cielos a su lado; no Hera, no su Anfítrite, y desde luego, no su Perséfone. Alguien más a gusto y cuya historia era más pura que la de ellas, porque ni me había sido infiel en múltiples ocasiones, no me había forzado a quererlo y tampoco me había raptado para tenerme a su lado. Necesitábamos un nuevo panteón propio, uno en el que cupiéramos nosotros dos.
               Sería mi regalo para cuando volviera definitivamente, fuera dentro de tres semanas o de diez meses.
                Claro que para levantar nuestro templo primero necesitaba excavar para los cimientos.
               Y no podía excavar sin mancharme primero las manos.
               -Es que…-me relamí los labios, luchando por no quedarme con esa verdad pegajosa en la garganta-… es que puede que un poco de culpa sí que tengáis, papá.
               Noté que la temperatura de la estancia se desplomaba varios grados, aunque la sonrisa cálida y orgullosa que Claire me dedicó evitó que me congelara. Papá se puso rígido, y me preparé para el chaparrón, en parte agradeciendo y en parte lamentando no tener conmigo a mi boxeador que habla ruso para que me defendiera de todos los golpes que iban a lloverme.
               Me llamarían de todo. Dirían que cómo me atrevía,  con todo lo que ellos habían hecho por mí, con todo lo que me habían dado; cómo podía ser tan egoísta, como podía ser tan hipócrita, cómo podía ser tan estúpida y tener tantísimo morro; cómo no me daba vergüenza, cómo podía siquiera tener la audacia de sentarme frente a ellos y decirles aquellas barbaridades. Ellos, que no me habían encerrado en casa después de que me fuera de fiesta hasta las tantas un día entre semana. Ellos, que habían revuelto mar y tierra en mi busca. Ellos, que no me habían dicho que no a nada nunca. Ellos, que me habían dado una vida mejor de la que mucha gente podría siquiera soñar.
               Ellos, que me habían rescatado de un orfanato del que no tenía ningún recuerdo, y al que me permitían volver cada año para reconciliarme con mi pasado. Ellos, que me habían salvado de un destino incierto que tenía un 99,9% de posibilidades de ser peor de lo que tenía.
               Debería besar el suelo que ellos pisaban. Debería darles las gracias cada día y obedecerlos en todo. Debería ser más humilde y más consciente de la inmensa suerte que tenía de que fueran mis padres. Debería…
                -Y no ha pasado un día desde que sabemos lo que intentaste en el que tu madre y yo no nos hayamos torturado con esa certeza, Sabrae-respondió papá con la voz rota-. Ni tampoco ha pasado un día en el que no hayamos dado gracias cada mañana y cada noche porque Dios no quisiera arrebatarte de nuestro lado, cuando podría haberlo hecho de una forma tan sencilla…
               Negó con la cabeza, los ojos húmedos, y se inclinó hacia delante a coger un par de pañuelos, uno para él y otro para mamá. Se lo tendió a mamá, que lo aceptó con una sonrisa rota, y nos miró a ambas con un cariño que resultaba incluso doloroso. El amor también puede dolerte a veces, pensé al ponerme en la piel de mis padres e imaginarme todo su sufrimiento.
               A mí también se me llenaron los ojos de lágrimas, y en parte creo que se debían al alivio de encontrarnos por fin con la cima de la montaña a la vista, con un sendero escarpado pero no imposible de escalar guiándonos hacia ella. Siempre que habíamos hablado de lo que había pasado la noche en la que salí de fiesta y casi lo estropeo todo habían estado enfadadísimos conmigo, rabiosos incluso, porque había hecho algo completamente impropio de mí; había creído que no me lo perdonarían y que creían que era enteramente culpa mía y de Alec, y por eso no darían su brazo a torcer jamás, pues es lo que pasa cuando tratas con alguien que cree que no se ha equivocado en nada y tampoco se responsabiliza de lo que le ha sucedido.
               Si aquella rabia era una manifestación de lo que sentían por sí mismos… creo que podía entender un poco mejor su postura y las reacciones que habían tenido. Que sí, vale, habían sido bastante inadecuadas y no muy adultas, pero… se trataba de unos padres defendiendo a su hija. Supongo que no todo es racional cuando se trata de que una de tus pequeños se ponga en peligro a sí misma.
               -Cada vez que pensamos en lo que podría haberte pasado… y que decidiste hacerlo porque preferías ponerte en peligro de esa manera a que nosotros supiéramos lo que te había hecho Alec…
                Casi podía sentir a Alec sentado a mi lado conteniendo una risa sarcástica, estirando las piernas, revolviéndose en el asiento y rascándose la mandíbula y mordiéndose la lengua a duras penas para no soltar un comentario mordaz con el que ponerlos en su sitio. Recordé entonces por qué le había pedido que se fuera, y por qué él había accedido: los dos sabíamos que no sería fácil para mí arreglarlo con mis padres yo sola, pero si él estaba conmigo sería directamente imposible.
               -Alec no me hizo nada, papá-le recordé con calma y con un tacto que me sorprendió tener. Sus lágrimas estaban aplacándome; eso, y que no lo consideraba una amenaza para lo que tenía con Al. Sabía de sobra dónde descansaban mis lealtades, y tenía muy claras mis prioridades: estaba haciendo esto porque echaba de menos a mis padres, pero también porque Alec se merecía tranquilidad allá donde fuera. No era por ellos tanto como lo era por mí y por mi novio.
               Además, él era inocente. Total y absolutamente inocente. No me había hecho nada en realidad, sino que me había confesado un pecado que no había cometido, y yo había estado tan absorta en mi dolor y en lo mucho que lo echaba de menos como para darme cuenta de que era su ansiedad, y no él, quien estaba hablando.
               -Te dijo que te había sido infiel, hija-me recordó mamá, y yo asentí con la cabeza tragando saliva y obligándome a fingir tranquilidad. Puede que si la fingiera lo suficiente llegara un momento en que me la creería.
               -Me lo dijo, no me lo fue, mamá. La diferencia es fundamental.
               -La reacción que tuviste no fue diferente.
               -Porque yo no me di cuenta en su momento de que Alec nunca me haría algo así-respondí, encogiéndome de hombros-. Pero ahora lo sé. Y vosotros también. Tenéis que admitirlo-les pedí, inclinándome hacia ellos-. Sé que le culpáis de muchas cosas, y no vamos a entrar a discutirlo ahora, porque no es el momento, pero, mamá…-apelé a ella porque sabía que era la que más afín era a perdonarnos y pasar página, aunque me constaba que los dos me echaban terriblemente de menos-. Tú le has visto. Le has visto siempre, incluso cuando yo no quería verlo. Cómo me mira. No tiene ojos para nadie más que para mí. Él no me haría eso. Alec jamás me haría daño, no a propósito, al menos.
               -No cuenta tanto como crees si quiere hacerte daño o no, mi niña. La cuestión es si te lo hace-contestó mamá, aunque en su tono de voz había un puente ante el que yo me detuve. Podría cruzarlo hasta la mitad, pero no ir más allá. Ellos también tenían que poner de su parte.
               -Vosotros también me estáis haciendo daño-respondí, y me pareció sentir que los colgantes sobe mi pecho, el elefantito dorado y la A plateada se calentaban ante esa verdad. Mamá asintió con la cabeza, apretándose el pañuelo contra la nariz, y cerró los ojos, conteniendo un sollozo.
               -¿Quieres elaborar, Sabrae?-preguntó Fiorella, mirándome como quien mira un experimento científico bastante espectacular, pero tiene una reputación que mantener y consigue mantener la boca cerrada. Asentí con la cabeza y me limpié unas lágrimas con la yema de los dedos, dándome cuenta entonces de que yo también estaba llorando. Tomé aire y lo solté despacio, tratando de aclarar mis ideas.
               -Creo que entiendo por qué la tenéis tan tomada con Alec-dije después de una pausa en la que me dediqué a deshacer las capitas del pañuelo, sin levantar la vista para que respetaran mi turno de palabra-. Os habéis dado cuenta de que él tiene el poder para destruirme si quiere, y eso os aterra, porque es la primera vez en mi vida que me encuentro con alguien así. Y no os falta razón, y supongo que debería alegrarme que os preocupéis tanto, pero… tenéis que confiar en mí. Le he elegido porque sé que no me destrozará, a pesar de que le sería tan fácil como chasquear los dedos; sólo tendría que abandonarme. No sé cómo llamarlo; no sé si es simple preocupación o también son celos, pero… supongo que él representa todo lo que supone que yo crezca y me exponga por primera vez al mundo sin vuestra protección, pero no vais a poder mantenerme siempre en una jaula de cristal. Él es lo que yo quiero. Que me haga daño es lo que yo quiero. Me dolió muchísimo lo que me dijo, pero también ha hecho que se lo agradezca infinitamente, porque ahora más que nunca sé lo mucho que puedo confiar en él. Sé que me respeta más de lo que me desea, y me desea muchísimo, mamá. Muchísimo. Y yo a él, y…-tragué saliva y negué con la cabeza, acordándome de sus besos, de sus caricias, de su nariz en la mía o sus risas en mi cuello-, lo que ha hecho a lo largo de estos meses, la manera en que se ha plantado aquí-gesticulé en dirección a Londres, que continuaba con su vida como si yo no estuviera poniendo la mía en una encrucijada-, y no se ha dado por vencido cuando seguramente cualquier otro chico lo habría hecho… ha hecho que lo respete aún más si cabe después de lo de la llamada de teléfono. Nos ha demostrado a todos que tiene muchísimo más carácter de lo que ya sabíamos, y si a vosotros no os alegra que yo esté con alguien así, bueno… diría que lo lamento, pero la verdad es que no me importa, porque ya me alegro yo por todos.
               »Pero quiero que volvamos a lo de antes. Él me hace increíblemente feliz, y me hace más feliz todavía poder compartirlo con vosotros. Echo de menos poder hablaros de él y que a vosotros os alegre verme tan contenta, o poder traerlo a casa y saber que es bienvenido y que le haréis sin ningún problema un hueco en nuestra mesa y cuidaréis de que esté cómodo como Annie y Dylan cuidan de que yo lo esté cuando voy a su casa. Necesito que le perdonéis. Necesito que paséis página y que os olvidéis de cuánto daño puede hacerme y que os centréis en lo mucho que me quiere y lo poco que le interesa hacerme daño, no ya por todo lo que le supondría a él, no ya porque le dé miedo perderme, sino porque… porque él quiere que sea feliz igual que yo quiero que él lo sea. Con eso debería bastaros.
               »Porque si se trata de que él no es digno de mí porque me ha hecho daño, bueno… vosotros también me lo estáis haciendo. De hecho, desde que pasó lo que pasó y desde que me dijisteis lo que me dijisteis, mi principal fuente de problemas sois vosotros. Y sois mis padres. No deberíais ser mi fuente de problemas, sino un consuelo para mí. Tenéis que ser mi solución. No es justo ni para Alec ni para mí, y tampoco lo es para vosotros. Porque si no dejáis de ser mis problemas y pasáis a ser mi solución, creo que nunca podremos recuperar lo que teníamos, que es, creo, lo que vosotros más deseáis, ¿no es así?-pregunté, y papá asintió, mirándome como quien ve a un animal hermoso y exótico en mitad de la jungla, con un plumaje compuesto del arcoíris y una curiosa forma de caminar-. La relación ahora mismo no está equilibrada. Así no es como tienen que funcionar las cosas.
               -Estamos de acuerdo.
               -Me alegro-le sonreí a papá, que me devolvió una tímida sonrisa-. Pero creo que tenemos que hacer algo más que estar de acuerdo. Creo que tenemos que trabajar, ¿verdad?-pregunté, mirando a Fiorella y Claire, quien asintió con la cabeza-. Todos tenemos que esforzarnos. Y sé que a vosotros os voy a pedir más de lo que seguramente me pediréis a mí, pero… quiero que perdonéis a Alec. Vamos a obviar que yo creo que es el único inocente aquí-abrí la mano y la giré entre nosotros-; no discutiremos si le echáis la culpa de algo, siempre y cuando me prometáis que vais a perdonarlo.
               Papá abrió la boca para responder, pero mamá le puso una mano en el hombro.
               -Podemos considerarlo.
               -Necesito que lo hagáis, mamá.
               -Lo único que podemos prometerte ahora mismo es que lo consideraremos, hija. Es lo mejor que podemos ofrecerte-dijo, cruzándose de piernas y entrelazando las manos sobre sus rodillas unidas. Era un gesto que denotaba confianza y seguridad, según había podido aprender de lo que Claire le había enseñado a Alec, pero él también me había explicado que, a veces, cuando somos conscientes del significado de determinados gestos, nos forzamos a hacerlos para provocar su efecto.
               Era una oferta arriesgada, y yo tenía algo que ellos querían. Puede que fuera el momento de hacer la puja final.
               Dios, ojalá Alec estuviera aquí conmigo, aunque fuera sólo para hablarme a través de un pinganillo y así no cambiar con su presencia el ambiente de la habitación. Aunque se fiaba más de mi instinto para las apuestas y decía que le traía suerte, no me vendría mal que me diera su opinión sobre lo que debía hacer ahora o no.
               -¿Por qué sólo podéis prometerme que lo consideraréis?-pregunté con un hilo de voz, temiéndome la respuesta.
               -Porque no sabemos si podremos-contestó papá, y aunque no me sorprendió, escucharlo de su boca no dejó de caerme como un cubo de agua helada en la cabeza. Intenté no ponerme a tiritar, aunque juraría que me puse lívida, y sentí un desagradable tirón en el estómago.
               Miré a Claire, que intercambió una mirada conmigo y le dio un codazo mal disimulado a Fiorella, que estaba garabateando en su libreta (quería pensar que estaba tomando notas, aunque si estaba dibujando una mariposa para evadirse de la tensión del ambiente tampoco podría culparla). Fiorella dio un respingo y se revolvió para mirarla.
               -¡Au! ¿Qué…? Oh, ¿crees que es momento de…?
               Claire puso los ojos en blanco.
               -¿Y tú tienes una consulta privada con muebles caros?-preguntó, negando con la cabeza, y Fiorella la fulminó con la mirada.
               -En la Sanidad Pública siempre trabajan los mejores profesionales-contestó, y por la sonrisita de suficiencia que esbozó Claire cuando levantó la mandíbula, pavoneándose como un adolescente que es el primero de su grupo de amigos en sacarse el carnet de conducir, estaba segura de que esa noche las dos definitivamente iban a pasársela en casa-. Vale, a ver, estáis…-Fiorella carraspeó, se sonrojó un poco y tosió tapándose la boca, ocultando así la sonrisa traicionera que le provocaba el saber que, efectivamente, esa noche no iba a salir de casa-, estáis haciendo unos muy buenos progresos, y quiero que continuéis así. Quiero que os fijéis en los avances que habéis hecho al hablar de Alec, con independencia de que puede que no lleguéis a un punto común todavía.
               -Lo mío no es negociable-sentencié, firme, y Claire me miró.
               -Sabrae…
               -Sólo quiero que conste-me volví hacia mis padres-. Os recomiendo que os lo replanteéis-dije, cruzándome de brazos-, porque me voy a casar con él y voy a dar a luz a sus hijos. Y no os lo digo como colegiala enamorada, sino como joven mujer adulta que sabe muy bien lo que tiene y que tiene la vida ya planeada con el amor de su vida. Lo único que no he decidido es si me pondré su apellido o no, porque por un lado no me gusta nada participar de esa práctica patriarcal, pero por otro… debo reconocer que Sabrae Malik-Whitelaw suena muy bien-dije, cruzando las piernas y levantando la mandíbula-. Así que vosotros veréis.
               Francamente, me sorprende que Alec no me interrumpa en este punto para comentar que está desmayándose ante la posibilidad de que yo me ponga su apellido.
 
Es que lo VENÍAMOS SABIENDO, BOMBÓN.
 
Payaso.
               -No podemos prometerte que lo perdonaremos por esto precisamente-señaló mamá, haciendo un gesto hacia mí con la palma mirando al cielo-. Porque te cierras totalmente en banda cuando se trata de él y no escuchas lo que queramos decirte.
               -Papá también se cerraba en banda cuando se trataba de ti y la abuela Trisha y a ti eso te encantaba-le recordé.
 
Uf, mírala, defendiendo a su hombre. Alguien está ganándose una buena comida de coño cuando vuelva.
 
Como si tuviera que ganármelas. Te encanta hacérmelo más que a mí el que me lo hagas.
 
Joder, ¿cuándo te has vuelto así de chula?
 
¿Acaso he dicho alguna mentira?
 
No voy a decir que me avergüence lo mucho que disfruto haciendo gozar a mi wifey, la señora Sabrae Malik-Whitelaw.
 
Qué insoportable eres. Te adoro.
               -Tu madre estaba embarazada de tu hermano cuando la abuela Trisha la tenía tan cruzada.
               -Deberíais poneros en contacto con el Libro Guinness de los Récords, porque mamá lleva diecinueve años embarazada de Scott aun habiéndolo parido hace dieciocho-contesté, arqueando las cejas, y papá rió con un mohín.
               -¿Ves? Por este tipo de cosas es por lo que no podemos prometerte que perdonaremos a Alec. Mira cuánto te ha soltado la lengua.
 
Si le dices que también te he soltado las bragas, le suplico de rodillas a Tommy que haga un trío con nosotros.
 
Por tentador que resultara la oferta, debo decir que me contuve a tiempo para no soltarle a mi padre que Alec no me soltaba únicamente la lengua, porque eso no llevaría a ningún sitio.
               -Antes ya la tenía así de suelta, papi, pero no me habíais dado motivos para usarla contra vosotros.
               -Tienes que reconocer que hay cosas que ahora haces que antes jamás habrías hecho, así que no es del todo descabellado que lo achaquemos a Alec-contestó papá, inclinándose ligeramente hacia mí.
               -¿Como por ejemplo…?-inquirí, mirándome las uñas con exagerado aburrimiento.
               -Como por ejemplo-me imitó papá con el mismo tono ñoño, y luego me fulminó con la mirada-, recordarle a tu madre lo del aborto.
               Me puse rígida y miré a mamá, que estaba fulminando a papá con la mirada.
               -Ya la he perdonado por eso-dijo mamá con un tono gélido que no había usado hasta ahora conmigo.
               -Ya, bueno, pero conviene que no se le olvide, ¿o no?-inquirió papá, volviéndose hacia ella para mirarla, y luego clavó unos ojos determinados en mí-. Entendemos lo que dices. Entendemos que te hemos puesto en una situación difícil y que gran parte es culpa nuestra, pero también te pedimos que empatices con nosotros. Nuestra hija mayor, la más responsable y la que menos quebraderos de cabeza nos ha dado en toda su vida, se fue de fiesta y de drogó en una muestra de irresponsabilidad propia de cuando yo tenía la edad de tu hermano, Sabrae, y sabes de sobra que estamos todos aquí más por suerte que por otra cosa. Y puedo vivir con que mi supervivencia sea una cuestión sujeta al azar, pero no con que lo sea la de mi hija. Puede que Alec no te pusiera una pistola en la cabeza ni te convenciera para que lo hicieras, pero la cuestión es que la llamada de teléfono fue la causa directa de que hicieras aquello que tanto nos aterra que se te haya ocurrido siquiera, así que sólo podemos prometerte que consideraremos perdonarlo. Y si supieras lo que implica para nosotros te darías con un canto en los dientes pensando en el sacrificio que vamos a hacer, pero hasta que no tengas tus propios hijos no vas a entender la magnitud de lo que nos estás pidiendo.
               Me mordí los labios, reflexionando. Es cierto que la llamada había sido lo que había desatado el caos, pero todo habría sido muy diferente si algo en mi relación con mis padres estuviera como siempre. ¿Por qué había sentido la necesidad de ocultar lo que había hecho Alec cuando en cualquier otra ocasión les había hablado sin tapujos de mis problemas de pareja a mis padres, a mi madre en particular?
               Era para eso para lo que estábamos aquí, no para discutir sobre la culpa que podía tener Alec en esto.
               -Creo que puedo aceptar que me prometáis considerar perdonar a Alec en lugar de perdonarlo, de momento-acepté-. Siempre y cuando me prometáis que lo consideraréis de verdad.
               -Pues claro que sí, Sabrae-dijo mamá.
               -Nos lo vas a meter en casa cuando vuelva-añadió papá con sorna-, más nos vale intentarlo.
               -Siempre puedo hacer la maleta e irme con los Whitelaw-espeté, arqueando las cejas e inclinando la cabeza a un lado. ¿Quería que echáramos un pulso? Muy bien. Puede que él fuera de Bradford y hubiera crecido en un barrio marginal de la ciudad, pero yo era una mujer bisexual negra y con un cuerpo no del todo normativo. Yo me merendaba a los machitos como él.
               Porque así, exactamente, era como se estaba comportando papá: como un machito que defendía a toda costa su control sobre las mujeres de su vida. Y a mí me habían criado para que fuera libre e independiente: era un poco tarde para ponerse posesivo conmigo.
               -Siempre podrás volver cuando quieras-replicó, apoyándose en el sofá y abriendo los brazos para posarlos sobre el respaldo-. La puerta de mi casa siempre estará abierta para ti, hija mía.
               -¿Y para tu yerno?-inquirí, inclinándome hacia él. Papá se encogió de hombros.
               -Mientras no te vea volver a llorar por su culpa, sí.
               -¿Y si lloro por lo resentidas que tengo las piernas después de que me haya follado pero bien la noche anterior?-lo pinché. Quería que explotara y perdiera la razón al perder las formas, lo admito.
               Claro que papá me conocía de sobra y no iba a caer en mi trampa.
                -No me esperaría menos de una hija mía-sentenció, reclinándose en el asiento y tapándose una sonrisa con dos dedos. Después de todo, había vivido todo tipo de situaciones límite y de manipulación a la edad de mi hermano, y si se había marchado de la banda había sido precisamente porque necesitaba un poco de paz para poder ser él mismo. Supongo que era natural en él proteger esa paz que tanto le había costado, por la que tanto había luchado y que muchos le habían recriminado tanto que buscara. Eché de menos a Alec de nuevo ya que, visto lo visto, estaba claro que él podría sacar a mi padre de sus casillas. Claro que si mi novio estuviera con nosotros, la conversación habría sido muy distinta; para empezar, porque yo no estaría tan dispuesta a que hablaran mal de él con él delante, por si acaso le afectaba.
               Era algo intrínseco en mí defender a mi chico, claro que la fiereza dependía, en gran medida, del daño que le pudiera hacer. Al menos estando en Etiopía estaría libre de las críticas de mis padres, y la conversación que habíamos tenido cuando decidimos que sería mejor que se diera una segunda oportunidad en el voluntariado había sido suficiente para que yo supiera que sus demonios estarían a raya.
               Lo único que le había preocupado era que mis padres pudieran convencerme de que no era bueno para mí; todo lo demás le daba absolutamente igual. Eso era un motivo más para saber que él era el indicado.
               -Cuando terminéis con ese absurdo concurso de quién la tiene más grande, si queréis-intervino mamá, fulminando a papá con la mirada, ya que entraba dentro de mi personalidad el querer pincharlo y ganar a toda costa con tal de que así la reputación de Alec estuviera a salvo-, podemos ir al meollo de la cuestión y el por qué sólo podemos prometerte que consideraremos perdonar a Alec-volvió la vista hacia mí y yo me relajé un poco en el asiento. No me arrepentía en absoluto de haberme puesto así con papá, ya que él era el adulto y el que debería mantener la cabeza fría incluso cuando se trataba de su hija, pero… debo reconocer que mamá tenía razón. No me habían educado para que ocasionara problemas, y ésa no era mi intención, ni mucho menos. No; me habían educado para que los solucionara, para que apoyara a todo el que me necesitara, para que brindara una mano amiga y no juzgara a quien me pidiera ayuda.
               Puede que mamá y papá no me lo hubieran dicho abiertamente, o no con las palabras que no darían lugar a equívocos, pero… que estuvieran aquí sentados ya era indicador de su buena voluntad. Les había dicho algo doloroso y habían accedido a venir sin dudarlo lo más mínimo, moviendo todos sus hilos para que aquello se solucionara cuanto antes.
               Intercambié una mirada con Claire, que asintió con la cabeza de forma segura y entrelazó las manos sobre el regazo. Fiorella tomaba notas aceleradamente, sus ojos verdosos saltando de mis padres a mí, como si estuviera haciendo una crónica de lo que sucedía en la habitación, o un boceto de un juicio mediático para el que habían declarado el secreto de sumario.
               -Que, además, también es la razón por la que estamos aquí ahora, y por lo que les hemos pedido a Claire y a Fifi que nos hicieran un hueco en sus apretadas agendas-hizo un gesto con la mano en dirección a las psicólogas, que asintieron con la cabeza al unísono, y yo las miré. Claire echó un vistazo por encima del hombro de Fiorella a su bloc de notas y apretó ligeramente los labios, pero algo me dijo que no me diría lo que había visto (ni lo que le había disgustado) por mucho que le insistiera. Puede que fuera mejor. El exceso de información también es peligroso. Podría malinterpretar cosas de lo que fuera que estuviera anotando Fiorella, y nuestra relación ya había sufrido demasiado por las encerronas que me había hecho, aunque yo las considerara justificadas vistas en retrospectiva.
               -Vale. Sí. Tenéis razón. Lo siento, papá-dije, aunque no lo sintiera realmente, pero me parecía que la situación se merecía una ramita de olivo, sobre todo porque ahora sí que se acercaba algo doloroso.
               -Yo también lo siento, peque. No debería entrarte al trapo como lo hago-respondió, pasándose una mano por la cabeza, y yo asentí con la cabeza. No iba a quitarle razón.
               -Es sólo que todo esto es muy importante para nosotros-explicó mamá, cogiéndole la mano a papá, como reteniéndolo con ella-. Y muy nuevo. No estamos acostumbrados a… estar en segundo lugar-murmuró.
               Si Alec hubiera estado allí se habría reído, sin duda. Después de todo, el segundo lugar era algo a lo que tarde o temprano los padres quedaban relegados, algo a lo que deberían acostumbrarse e incluso desear, porque significaría que sus hijos estaban felices en pareja. Y luego, pasaban a un tercer lugar, cuando estuvieran sus hijos con ellos. Pero entendía lo que querían decir: el tiempo había pasado tan rápido para ellos que casi no lo habían visto venir.
               Quizá sí que el odio que sentían por Alec no se debiera solamente a la culpa que le echaban por lo que me había pasado, sino también a… celos. Sentí un tirón en el estómago, como cuando te asomas a un acantilado y ves el mar rugiendo muchos metros por debajo de donde tú pensabas que estaría. La sensación de vértigo no te abandonaba con independencia del tiempo que invirtieras en tratar de acostumbrarte a las alturas.
               -Pero, mamá… el segundo lugar no es un mal lugar.
               Quería con locura a mis padres. De verdad que sí. Estaba dispuesta a morir por ellos si hacía falta, pero… no a matar a Alec. No. Al era lo único insacrificable en mi vida, sin contar a mis hermanos. Sabía a quién elegiría si me obligaban a hacerlo, por mucho que me doliera en el alma, y se lo había dejado claro a mis padres cuando parecían tentados a exigírmelo.
               -Lo sé, cielo, créeme que lo sé. Después de estar fuera, créeme que haré lo que sea con tal de volver a tener aunque sea un dedo dentro de nuevo, pero… papá y yo estamos preocupados por si nos has cambiado de lugar por los motivos equivocados. Por si esto no es lo que tú querías pero… te has terminado viendo con unas cartas que no te convencen del todo y estás jugando una partida desastrosa lo mejor que puedes.
               -¿Qué quieres decir?
               Papá y mamá intercambiaron una mirada, y mamá se mordisqueó los labios sin llegar a mostrar los dientes antes de responder:
               -Pues… tu padre y yo no estamos seguros de si los cambios que se han estado produciendo en ti y los que tú has hecho a tu alrededor son… realmente obra tuya, o… algo inintencionado.
               Tardé un poco en entender a qué se referí. ¿Obra mía? ¿De quién iban a ser, si no? Siempre había tomado mis propias decisiones. Siempre había elegido escuchando a mi corazón por encima de todo lo demás, salvo cuando mis amigas me habían hecho…
               Oh.
               Oh.
               Quizá no fuera tan independiente a sus ojos, después de todo. Se me cayó el alma a los pies al darme cuenta de que tenía antecedentes. Aun así, que pensaran lo que pensaban hacía que se me revolvieran las tripas de la repulsión.
               -¿Creéis que Alec me ha estado manipulando para ponerme en contra vuestra?
               Él jamás haría eso. Jamás. Valoraba la opinión que mis padres tenían de él y valoraba la relación que yo tenía con ellos, tan estrecha y sincera, precisamente porque eso nos permitiría detectar algo tóxico y poder cambiarlo antes de que fuera demasiado tarde. ¡Pero si había intentado que le dejara cuando me agarró del cuello mientras lo hacíamos, por el amor de Dios! ¿Cómo iba a intentar manipularme Alec para que yo me quedara con él? Mis padres se habían ganado a pulso la distancia que yo había puesto entre ellos a base de comportarse como si fuera una chiquilla estúpida que no era capaz de ver que estaba en una relación tóxica de narices; él no había tenido absolutamente nada que ver en todo eso.
               -No. No, no, no, no. No, cariño-mamá se apresuró a negar con la cabeza, agitando las manos frente a ella-. No creemos…-miró a papá y tragó saliva-. No creemos que te haya estado manipulando. No creemos que tenga ese punto retorcido que hace falta para manipular a alguien en contra de su familia…
               No estaba segura de si no lo creían de verdad o no querían decírmelo para que no me cerrara en banda, pero era tan horrible la otra opción que prefería quedarme con esto.
               -… pero en vista a ciertas… actitudes que hemos notado desde que él se fue… no podemos dejar de preguntarnos si no estaréis encerrándoos en vosotros mismos y dejándonos a los demás fuera sin quererlo.
               -¿A qué viene esto, mamá? Es increíble. ¿Estáis culpándome porque me sienta mal porque mi novio esté en otro continente haciendo un puto voluntariado ¡que le va a llevar UN AÑO!?-chillé, poniéndome en pie y temblando de la rabia. Esto no podía estar pasando. ¿De verdad me habían criado estas personas? ¿De verdad las había admirado tanto cuando era pequeña? ¿Cómo había podido vivir tan engañada? ¿Cómo podían tener el descaro de darme la espalda precisamente en el peor momento de mi vida y decirme que era culpa mía sentirme mal por sentirme sola?
               -Sabrae, recuerda que hay que mantener una actitud abierta para que la sesión funcione-intervino Fiorella con un tono paciente en la voz, como el de quien habla con un niño consentido al que debe meter en vereda, que me puso rabiosa.
               -¿¡ESTÁS PIDIÉNDOME EN SERIO QUE ME QUEDE TAN PICHI CUANDO ME DICEN QUE NO ES NORMAL QUE ME SIENTA MAL PORQUE MI NOVIO SE HA IDO DEL JODIDO PAÍS!?-bramé con tanta fuerza que podría hacer temer por su puesto a la mismísima Beyoncé.
               -Estoy pidiéndote que intentes mantener la compostura y no gritar, porque mientras grites, no escucharás.
               Miré a mis padres, a mi madre. La mujer que me había sostenido contra su pecho, que había enfermado por poder darme de mamar, porque no quería que su vínculo conmigo fuera distinto al de mis hermanos en todo lo que ella pudiera conseguir, la que me había sostenido en brazos mientras defendía su tesis doctoral y me había criado enseñándome a amar mi cuerpo, las imperfecciones que la sociedad me recriminaba que tuviera y que ella decía que eran la marca de que era una obra maestra artesanal.
                La miré y no vi nada de eso en ella ahora mismo, excepto sus hombros hundidos por todo lo que estaba en juego, lo que podía perder. Eran los mismos hombros hundidos de la madre que se había quedado junto a mi cama todas las veces que había enfermado, la que me había consolado cuando me rompieron el corazón por primera vez, la que me había acunado contra su pecho las veces que había vuelto a casa llorando después de discutir con Alec.
               Me senté por ella. Por ella y por lo que habíamos tenido antes, por muy lejano e inalcanzable que me pareciera. Porque no sólo se lo debía a ella; también se lo debía a la niña que una vez fui.
               -No pretendía sonar como si nos pareciera mal que estuvieras triste cuando Alec se marchó, y te pido perdón si ha sonado así-dijo mamá, y yo asentí con la cabeza. Entrelacé las manos y las dejé sobre mis rodillas-. Pero…
               -Antes de que tu madre siga-dijo papá-, quiero que te fijes en el detalle de que ahora tenemos que hablar contigo con un cuidado que parece que vamos pisando huevos. Y antes no era así.
               Lo miré y no dije nada durante un largo rato.
               -Antes no me habíais demostrado que erais capaces de darme la espalda.
               -Nosotros jamás te hemos dado la espalda, Sabrae.
               -Puede que no a mí sola, pero sí cuando venía a casa con Alec después de la primera visita que nos hizo. ¿Os acordáis de cómo estabais entonces? Os moríais de ganas porque subiera a mi habitación y lo viera allí, esperándome. Todo se fue al traste después de la discusión que tuvimos por el avión, porque yo quise pediros una cosa y vosotros no me la concedisteis. Una única cosa, y no quisisteis dármela. Que, vale, no vamos a entrar en eso de nuevo porque es un asunto zanjado, pero… todo cambió tan de repente que parece hasta mentira, si no fuera porque, bueno… es mucha verdad-los fulminé con la mirada a ambos-. ¿Y ahora pretendéis decirme que lo lleváis notando tiempo?
               -No. Lo notamos después de esa pelea-dijo mamá-, lo cual no quiere decir que no creamos que no viene de antes.
               -¿Y por qué iba a venir de antes si lo notasteis en septiembre?
               -Por lo que nos dijiste cuando te dijimos que no podías coger el avión-dijo papá, y yo lo miré.
               -Supongo que no te importará refrescarme la memoria-espeté, mordaz, y papá se mordió la cara interna de la mejilla en el mismo gesto que hacía Scott cuando lo cabreábamos más de lo que correspondía.
               -Por supuesto que no, dado que llevo soñando con el puto momento en el que nos dijiste a tu madre y a mí que si no te dábamos el avión porque eras la adoptada-pronunció las palabras con tanto asco que por un momento sentí vergüenza de mi propia condición- todas las noches desde que Alec se marchó la segunda vez-soltó, y, de nuevo, la temperatura de la habitación descendió en picado.
               Como si de una película se tratara me vi de nuevo frente a ellos, gritándoles desquiciada mientras Alec trataba de retenerme a su lado para que la sangre no llegara al río. Era como si lo supiera. Era como si lo supiera, joder, y yo no me había dado cuenta de lo que podían implicar mis palabras hasta que no había sido demasiado tarde. Lo había arriesgado todo, todo, y lo había perdido, pero lo peor era que no había perdido lo que yo tenía, sino lo que tenía Alec.
               -Yo… yo…
               -Ya hemos hablado de lo injusta que fuiste con tu madre diciéndole todo lo que le dijiste, pero eso fue la guinda del pastel. Y nos ha dado muchísimo que pensar a ambos, Sabrae. Por eso nos hemos dado cuenta de cuánto has cambiado. Tú jamás habías hablado de ti misma así. Lo cual sólo puede significar que si has empezado a pensar en ti misma así es porque Alec ha hecho que pienses así. Es lo único que ha cambiado en todo este tiempo.
               Levanté la vista y me quedé mirando la lámpara del techo, compuesta de varios bulbos de flores conectados entre sí por dos tubos serpenteantes y perpendiculares a la vez, como las aspas de un molino vistas en la superficie de un río. Empezaron a escocerme los ojos, y sólo pude cerrarlos para no derrumbarme.
               No tenía que pedir perdón por ser como era. No tenía que pedirles que me perdonaran por no haber nacido de ellos. No era culpa mía, y yo lo habría preferido mil veces. Mil veces. Adoraba mi piel, mi cuerpo, mis facciones, pero creo que me habrían gustado mucho más si me pareciera a mis padres o a mis hermanos. Recuerdo la locura que me embargó cuando comprendí que Shasha no se parecería a mí, que alguien podía quitármela y que no volviera a encontrarla jamás, porque mi sangre no era un camino que confluyera hacia la suya. Sólo estábamos unidas por la memoria y el amor, igual que mis padres, Scott o Duna y yo.
               -Pero es lo que soy-jadeé, y recordé las veces en que había llorado en brazos de Alec, sintiéndome una mierda por sentirme así, por plantearme las cosas que me planteaba, por tener miedo de mi propio pasado y también de mi futuro, por dudar de mis padres cuando jamás me habían dado motivos para hacerlo, pero… pero… mis peores pesadillas consistían en que la puerta del orfanato nunca se abría y ellos nunca llegaban a conocerme. Ellos nunca llegaban, o lo hacían tarde, cuando yo estaba con otra familia y ya no les pertenecía.
               Y ahora aquí estaban. Llegando tarde. Dejando que me escapara entre sus dedos como un puñado de arena porque no podían entenderme.
               -No, Sabrae-dijo mamá, inclinándose hacia mí y poniéndose de rodillas frente a mí. Me cogió las manos y buscó mi mirada con unos ojos dolorosamente parecidos a los de Scott, haciéndome cosquillas con una melena dolorosamente parecida a la de Shasha, con una mueca de dolor desfigurándole su preciosa cara dolorosamente parecida a la de Duna. Y yo, ¿de quién tengo los ojos? ¿Yo de quién tengo el pelo? ¿Yo de quién tengo la cara?
               No tengo los ojos de nadie. No tengo el pelo de nadie. No tengo la cara de nadie.
               -Yo no quería que pasara esto-sollocé, y mamá me limpió las lágrimas con una gentileza que me habría gustado creer que había heredado de ella. Papá se arrodilló también frente a mí, y pude notar por el rabillo del ojo que Fiorella y Claire se retiraban de la habitación. Fuera lo que fuera lo que nos fuéramos a decir, nos pertenecía solamente a mamá, a papá y a mí-. Yo no quería que pasara esto-repetí, y mamá se inclinó a darme un beso en la sien mientras me acunaba la cabeza contra su pecho.
               -Ya está. Ya está, mi niña-susurró mientras papá me acariciaba las piernas y me rodeaba la cintura con los brazos. Era como si supiera que tenía una herida abierta en el pecho y estuviera decidido a hacérmela cicatrizar a base de quererme.
               -Todas mis pesadillas van sobre que os pierdo. Sobre que nunca llegáis a ser mis padres-gemí, mirándolos, y papá se puso tenso.
               -Eso nunca pasará, mi niña. Nunca, nunca, jamás. Siempre serás nuestra. Siempre.
               -Voy a matarlo. ¿Te ha metido él estas cosas en la cabeza?
               -Me enamoré de él porque era el único con el que podía hablar sobre mi adopción-respondí entre hipidos y sollozos-. Él me entiende, papá.
               Mejor de lo que ellos lo harían nunca, mejor de lo que lo harían Scott, Shasha o Duna. Para mi familia era una traición que pensara en ese breve pasado en el que no había tenido ni mi apellido ni mi precioso nombre. Para Alec era algo natural.
               Yo también fui otra cosa antes de ser yo, me había dicho una vez, y yo lo había entendido entonces. Por qué me daba miedo, por qué no podía mirarlo a la cara, por qué mi espejo siempre estaba borroso. Scott jamás dejaría de ser Scott porque había nacido así; yo podía dejar de ser yo porque había sido otra cosa antes de ser yo.
               Me habían acogido en la familia con los brazos abiertos y las ganas de llenar un vacío que te hacía saltar las lágrimas cada vez que lo mirabas; mamá no podía ver películas en las que las mujeres perdían los niños que esperaban sin acordarse de aquel hermano mío que nunca nació. Y yo no podía dejar de soñar con el maldito capazo, la maldita puerta, mi maldito apellido, las ramificaciones de mi destino.
               -Lo siento. Lo siento mucho-gemí-. Sois unos padres increíbles, y yo… no tengo ningún derecho a… pero es que no puedo…
               -Mi amor, tranquila. No pasa nada. Mírame, Sabrae-mamá me tomó el rostro entre las manos y me hizo mirarla-. Mírame. No tienes por qué disculparte por tus sentimientos.
               -Perdiste un hijo y yo estoy aquí llorando porque sueño…
               -El bebé que perdimos tu padre y yo será una cicatriz que llevaremos por siempre en el alma, pero no se compara con el dolor que siento viendo que te pones así al pensar en que deseas hablar con nosotros y sientes que no puedes. Podemos hablar de todo lo que tú quieras, mi niña. Vamos al orfanato una vez al año porque para nosotros es un sitio importante, pero tu origen no es nada relevante para nosotros. Te quiero como si te hubiera llevado en mi vientre y te hubiera dado a luz, exactamente igual que a tus hermanos, porque eres mi niñita igual que lo son ellos. No eres mi hija adoptada. Eres mi segunda hija. Mi primera niña, mi hija mayor-me apartó el pelo de la cabeza y me besó la frente.
               -Esto es lo que no nos gusta de la situación, de lo que viene todo esto: de que pienses que hay cosas que no puedes hablar con nosotros, o que creas que la adopción es tan relevante.
               Creerás que soy boba por pensar tanto en eso cuando tengo unos padres tan geniales, le había dicho una vez a Alec, enredada entre sus brazos, la mejilla apoyada sobre su pecho mojado por mis lágrimas. No tenía cicatrices visibles por aquel entonces; las señales de lo que nos había hecho daño a ambos estaban ocultas para todo el mundo salvo para nosotros.
               Él había negado con la cabeza y me había besado la mía.
               Yo también me acuerdo de mi creador más a menudo de lo que me gustaría.
               Qué melodramático te ha salido lo de “mi creador”. No te tenía por un romántico.
               Es que mi padre es Dylan.
                Puede que no pensara en él como “padre” tan a menudo como “padrastro” o que no lo presentara como tal, pero sí, el padre de Alec era Dylan, igual que el mío era Zayn, y mi madre, Sherezade.
               Y tenía que reclamarlos. Cada día, cada hora, cada instante. Eran míos y yo era suya, y empujando el pasado dentro del armario terminaría haciéndolo reventar.
               -Es que para mí sí lo es, papá. Me define en cierto modo-respondí-. No del todo, pero… está ahí-susurré, limpiándome las lágrimas con el dorso de las manos-. Y nunca hablamos de ello. No en profundidad.
               Papá y mamá intercambiaron una mirada.
               -No lo hacíamos porque creíamos que así te protegíamos, mi amor, pero si es lo que quieres…
               -Es que tampoco quiero, porque sé que os hace daño. Pero a mí me hace daño que lo ignoréis. Es parte de mi identidad. Soy Sabrae Malik, pero… también soy algo más.
               -Eres nuestra hija-dijo papá, arrodillado frente a mí como quien le suplica a un dios que deje de hacerle sufrir.
               -No es excluyente.
               Mamá y papá intercambiaron una nueva mirada, me acariciaron la cabeza y me dieron sendos besos en la frente. Me limpiaron las lágrimas, me recogieron el pelo con una goma y se fundieron en un profundo abrazo en el que el corazón era yo.
               -Siento haceros pasar por esto-murmuré con un hilo de voz.
               -Yo siento no haber sido yo la que te dio a luz-dijo mamá, y sé que lo decía de corazón.
               -Yo no-respondió papá, apretándonos a ambas un poco más contra él, como si de nuestra cercanía dependiera su supervivencia-, porque si no hubiera sido así, no serías tú de verdad. Y eres demasiado perfecta para no haberte tenido tal y como eres, mi amor.
               Volví a deshacerme entre lágrimas, pero a pesar de que les empapé a ropa, ni papá ni mamá hicieron amago de soltarme. Permanecimos así, abrazados, hasta bien entrada la noche, hasta que empezaron a hormiguearme las piernas y dejé de sentir los pies. No se separaron de mí ni un segundo.
               Para cuando volvimos a casa, Duna y Shasha ya estaban acostadas, pero Scott nos esperaba aún levantado, a pesar de que mañana tenía que madrugar para una actuación que tenía con el resto de la banda. No dijo nada cuando nos vio entrar por la puerta hechos un desastre, ni tampoco cuando subimos al baño y se quedó conmigo mientras me lavaba los dientes. Me condujo a su habitación y me arropó bajo las mantas, acercándose a mí de manera que su cuerpo calentara hasta el último rincón de mi alma. Me dio un beso en la cabeza y me acarició la sien con el pulgar.
               No le importó que empapara su almohada con mis lágrimas, o que tardara tanto en dormirme que casi no le dejé pegar ojo antes de tener que irse a trabajar. Se quedó allí, tumbado a mi lado, acariciándome y mimándome y fascinado conmigo exactamente igual que el primer día.
               La única diferencia era que ahora sabíamos por qué un pedacito de nosotros nos dolía.

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1 comentario:

  1. Bueno empiezo diciendo que el puño que he querido meterle a Zayn con el “ha sido él?” no lo puedo ni explicar con palabras.
    Me hace gracia como toda esta trama ha dado la vuelta en cuanto a que me empezó siendo mas insoportable Sher y ahora es Zayn shdjdjsjjss.

    Decir por otro lado que me sigue llamando la atención como sigue obzecados con Alec y como asumen de Sabrae unas cosas que luego parece que jolin no concuerdan con lo que dicen. Sinceramente entendía hasta este punto todo el tema de dudar sobre el poder que ostenta Alec sobre Sabrae porque esta claro que a las pruebas se remiten pero ahora sinceramente poner en duda su nivel de manipulación para hacerle pensar a Sabrae cosas sobre su adopción, no se, de verdad que me ha dado una rabia tremenda.
    Siento que por fin han avanzado en el verdadero problema de la confianza, aunque les queda mucho por hablar en cuanto al tema de la adopción y porque Sabrae lo liga a necesitar ser perfecta, pero aun asi siento que el tema de Alec es ya de tener la cabeza metida en el culo, sobre todo Zayn.
    Puedo entender que le hayas cogido rabia ya de por si, pero es que poner en duda que un chaval como Alec tenga la maldad para manipular a Sabrae con su adopción me parece de coña eh. Estoy un poco enfadada con esto.

    De todas formas tengo que decir que el momento de ellos tres en el sofa me ha hecho moquear y como eres mas zorra que una mierda y me has metido a Scott como la guinda del pastel y encima con ambos durmiendo acurrucaditos como en los primeros caps, he acabado sollozando.

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