lunes, 1 de abril de 2024

Invicto.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Esperaba no acostumbrarme nunca a la sensación de tenerlo delante de nuevo y que se me acelerara el corazón como si hubiera estado aguantando la respiración mientras él no estaba, como si el aire que no estuviera impregnado del aroma que desprendía su cuerpo no fuera digno de entrar en mis pulmones.
               Esperaba no acostumbrarme y a la vez no quería dejar de sentirla nunca, jamás. No quería pensar en que se debía en gran medida al tiempo que pasábamos separados y que el aire era más fresco cuanto más tiempo aguantaba la respiración, porque siempre que nos habíamos separado antes me había embargado la misma sensación, pero… por Dios. Cuánto lo había echado de menos. Cuántas ganas había tenido de él, de poder tenerlo de nuevo delante y comparar lo guapísimo que era con la perfección mal acabada con la que lo recordaba. Siempre que pensaba en él creía que no me encontraría a un chico más guapo ni que me moviera tanto, y entonces volvía a tenerlo delante y me demostraba que me gustaba más cada día que pasaba, que el Alec del pasado no tenía competencia, pero el Alec del presente siempre permanecía invicto.
               -Sabrae-me llamó Scott, que no se había separado de mí mientras peinaba la terminal internacional del aeropuerto Charles De Gaulle en busca de mi novio, completamente ciega por las pésimas indicaciones que me estaba dando Shasha, que lo veía en todas partes y en ninguna a la vez. Cuando había empezado a ponerme nerviosa de verdad y a pensar en que puede que no lo encontráramos antes de que embarcara en el avión, me había arrastrado a una esquina y me había calmado diciéndome que teníamos tiempo de sobra, que Shasha tenía ojos en todas las puertas de embarque si lo necesitábamos, y que sabíamos de sobra a qué hora se iba a marchar Alec. Sólo teníamos que estar pendientes de las pantallas de los vuelos.
               Claro que él no lo entendía. Yo no lo había arriesgado todo, no había dado un paso más allá de la línea que pretendía mantener como frontera para la tierra de nadie en que debía encontrarme con papá y mamá, para que al final el tiempo que nos quedara juntos a Alec y a mí fuera exactamente el mismo que si le hubiera esperado en Inglaterra. Habíamos venido a Francia para rascar un poco más de ese tiempo.
               Para que yo me maravillara antes con él.
               Independientemente de la decisión que tomáramos y de si se quedaría o finalmente regresaría a Etiopía, cada segundo del tiempo del que disponía Alec era tan precioso que debía luchar por él con uñas y dientes, como si nuestras vidas dependieran de ello. Lo sentía así en tantos sentidos que no podía relajarme.
               Y ahora lo tenía delante y… todo lo que yo era se había desparramado por el suelo, a sus pies, mientras que él ni siquiera era consciente de que me tenía allí con él. Quería abalanzarme sobre él y comérmelo a besos, pero dentro de mí también había una parte aterrorizada ante la idea de que levantara la vista, me sonriera, y todo se desmoronara antes de que pudiéramos tocarnos. Me aterrorizaba la posibilidad, por remota que fuera, de que todo esto no fuera más que un sueño febril fruto del dolor que me produciría que mis padres fueran intransigentes conmigo y me dijeran que no me dejaban ir a París a encontrarme con Alec, que no valoraran mi tiempo ni mi espacio y que no estuvieran dispuestos a reconocer mi sacrificio con uno propio.
               -Saab-repitió Scott, notando que la gente se agolpaba a nuestro alrededor. Tenía que moverme, y deprisa. Había sido un milagro que nadie se diera cuenta de que Tommy y Diana no habrían venido solos a París, sino que faltaba, por lo menos, Scott. Todo el mundo sabía que Scott y Tommy no iban a ningún lado el uno sin el otro.
               Por eso nos habían acompañado, aunque la gente creería que la causa era el efecto; Scott era el que había venido por acompañarme a mí, y Tommy, que no podía concebir el que mi hermano se subiera a un avión él solo y se arriesgara así a que sus vidas se separaran para siempre si por un fallo improbable de la ingeniería Scott no se bajaba del avión, se había plantado en la puerta de nuestra casa cuando se enteró de lo que nos proponíamos. Diana había sido la última pieza del rompecabezas, ofreciéndonos los recursos que necesitábamos para llegar cuanto antes a París.
               Pero, claro, mi hermano no era capaz de mantener esa burbuja de anonimato que había descubierto que podía invocar a voluntad cuando tenía a demasiada gente a la que proteger. Así que después de bajarnos del avión y recorrer la pista de aterrizaje escoltados por personal del aeropuerto que hablaba un inglés perezoso y de un acento tan marcado que sólo podía ser exagerado,  nuestro pequeño grupito se había dividido para que Scott pudiera protegerme a mí. Después de todo, aunque el regreso de Alec hacía unas semanas había conseguido calmar un poco las aguas en el sentido de que ya no se especulaba sobre si mi silencio en redes se debía a que estaba pasando por una complicada y dolorosa ruptura, todavía había gente que no me perdonaba mi inadecuado comportamiento de niña rica y consentida a orillas del Támesis.
               Scott había mantenido el contacto con Tommy mientras yo trotaba por la terminal, luchando por afinar mi sentido de la orientación basándome en el lazo que me unía a Alec y rezado, sin éxito, para recibir algún tipo de señal de su cercanía. Sin embargo, había sido Tommy el que se lo había encontrado vagabundeando perezosamente por las tiendas del otro extremo de la terminal, y el que lo había seguido hasta que finalmente tomó asiento cerca de la puerta de embarque. No había querido alejarse demasiado de él para no perderlo de nuevo, ya que la terminal estaba abarrotada, y eso había sido su fin, porque habían terminado fijándose en él y en Diana.
               Y ahora estábamos tan cerca de nuestros amigos que no tardarían tampoco en fijarse en nosotros. El reencuentro por el que tanto me había esforzado no se produciría si yo no salía de mi trance y me acercaba por fin a mi novio.
               Está aquí. Es real, me dije a mí misma, pues no podía creerme que, después de lo duras que habían sido estas semanas, del dolor y el esfuerzo que me habían supuesto, el tiempo que se había ido arrastrando a mis pies con parsimonia y los días en el calendario que pasaban demasiado despacio… por fin lo tuviera de vuelta conmigo y estuviera a punto de descubrir, al fin, si nuestro periodo de prueba se había convertido en un largo paréntesis de ausencia en la vida del otro o si estábamos animados a seguir con el plan original.
               No me atrevía a admitir, siquiera ante mí misma, qué era lo que realmente quería, pues sabía que lo quería desde una perspectiva egoísta si todavía no tenía la información suficiente para tomar una decisión. Pero, ¿quién sería tan ruin como para culparme por desear que alguien como él se quedara conmigo por siempre? Y más aún después de todo lo que había tenido que pasar sin él. Si antes ya odiaba las ausencias de Alec, ahora tenía más motivos que nadie para temerlas y pelear porque no se repitieran.
               Se me aceleró el corazón a la vez que los murmullos aumentaron de volumen cuando la gente se dio cuenta de que, efectivamente, Tommy y Diana no estaban solos. Y precisamente fueron esos sonidos los que me pusieron finalmente en movimiento, porque Alec levantó la vista con gesto fastidiado al ver que interrumpían su lectura y me dejó ver un poco de sus ojos castaños, esos en los que yo me quedaría a vivir si me lo permitieran, los que me daban alas para volar y un ancla también a la tierra para que no me llevara la corriente tan lejos de casa que ya no pudiera regresar.
               Había recorrido cientos de kilómetros por reencontrarme con él, con esos ojos; por saborear de nuevo esa boca ahora fruncida en una fina línea y hundir los dedos en ese pelo que cada día tenía más claro, en contraste con una piel que poco a poco se iba oscureciendo más, hasta el punto de que pronto tendría el mismo tono tostado que la mía, con exactamente el mismo toque dorado en cada uno de sus poros. La manifestación de nuestro vínculo corriéndonos a ambos por la sangre, reclamándonos como propios, recordándonos que no podíamos pertenecerle a nadie más.
               Que siempre nos encontraríamos, daba igual el tiempo, la distancia o el esfuerzo que nos supusiera, y lo mucho que intentaran separarnos. Como dos imanes, eso sólo serviría para que nos atrajéramos aún más.
               Así que salvé la distancia que nos separaba de un par de pasos, el corazón brincándome en el pecho incluso cuando él bajó de nuevo la vista y volvió a concentrarse en su eBook. Sonreí  al recordar cómo lo había mirado con escepticismo cuando se lo regalé, y lo mucho que había terminado por apreciar ese regalo en particular, un símbolo de su crecimiento y de todo el potencial que había ido poco a poco recuperando de su interior.
               -Aquí estás-sonreí, plantándome frente a él-. Te he estado buscando.
               Noté cómo se ponía tenso en el momento en el que reconoció las palabras, reconoció mi voz. Me reí cuando levantó la vista y abrió los ojos como platos, la boca en un gesto de sorpresa como pocos me había regalado nunca. Ahora ya sabía cómo me había sentido yo cuando apareció en mi habitación en mi momento más bajo, cuando me demostró que no había nada que no estuviera dispuesto a hacer por conservarme a su lado y por hacerme feliz.
               Mi sonrisa se ensanchó todavía más ahora que, por fin, tenía su atención sobre mí. Igual que una flor con los primeros rayos del sol, sentía que tenía un propósito, y me dispuse a abrir mis pétalos. Igual que una bailarina en el día de su estreno, cuando por fin se atenúan las luces y sólo se enciende un foco que ilumina enteramente su silueta, me crecí ante mi público más querido y me dispuse a aprovechar cada segundo de su atención.
               Deposité un bolsita de chilli cheese bites, que había parado a comprar de la que íbamos a la puerta de embarque en la que Tommy lo había encontrado, en su regazo y clavé los ojos en los suyos.
               -Que conste que no quiero que esto siente ningún precedente, y que lo hago por todas las horas que llevas de vuelo, así que te puedes comer el impar.
               No me decepcionó con su reacción, porque ni siquiera bajó la vista para comprobar que no me hubiera comido ni uno solo o que su olfato le hubiera traicionado. Ahora que me tenía delante,  absolutamente todo le daba igual.
               Ajeno a todo lo demás y sin importarle en absoluto nuestro entorno, Alec se puso en pie de un brinco, tirando al suelo tanto el libro como la bolsita que acababa de ponerle sobre las piernas, y se abalanzó sobre mí como la ocasión merecía. Como si llevara semanas sin verme. Como si se le hubieran hecho tan largas como a mí.
               -Sabrae-jadeó, estrechándome tan fuerte entre sus brazos que podría haberme sacado todos los huesos de su sitio, pero no me habría importado lo más mínimo. Mi nombre era una canción en su boca, una plegaria al único dios que realmente escuchaba-. Sabrae-repitió, y yo me acurruqué en su pecho, apoyando la mejilla en los músculos duros que protegían su valiosísimo corazón, y escuchando el único sonido que realmente conseguía tranquilizarme sin importar qué era lo que me había puesto nerviosa: los latidos de su corazón.
               Estaba en casa. Estaba en casa. Estaba en casa. Estaba en casa después de semanas vagabundeando por el mundo, refugiándome del frío, resguardándome de la lluvia. Por fin había llegado a un rincón en el que podía ser yo misma, y descalzarme y dejar que mis pies se relajaran después de una peregrinación larguísima en la que no había podido dar ni un solo paso con la firmeza que debería.
               La terapia con mis padres podía ir peor, lo admitía, y mi habitación estaba poco a poco volviendo a ser ese rincón en el que podía resguardarme a recuperar fuerzas cuando capeaba temporales, pero… no había nada que se comparara con el pecho de Alec. No había huracán lo bastante fuerte como para agitarme siquiera el pelo cuando yo estaba con él.
               Se me llenaron los ojos de las lágrimas del campeón olímpico que consigue el oro justo después de recuperarse de la lesión más jodida de su vida cuando noté mi aroma mezclándose con el de él, y entonces... me separó de la música más preciosa que había escuchado nunca, la que cantaba su corazón desbocado, para cogerme la cara entre las manos y poder mirarme a los ojos.
               Menos mal que me estaba sujetando, porque me habría derrumbado de no tener ningún apoyo ante la intensidad de su mirada. Tenía el corazón en la garganta, los pies bailando sobre una nube, y las rodillas me temblaban como si acabara de terminar un maratón para el que, definitivamente, no había entrenado lo suficiente.
                -Estás aquí-dijo al fin, con la voz rota por la emoción de una forma que yo adoré. Es increíble sentirse querida. Es genial estar enamorada, y más aún ser correspondida-. Has… has venido-jadeó sin poder creérselo.
               -Dijiste que ibas a estar aquí-respondí temblando de la emoción, relamiéndome los labios al ver la forma tan apetitosa en la que los suyos se curvaban.
               -Un momento, ¿ésa es Sabrae? ¡Dios! ¡Y está Alec también!-exhaló alguien a mi espalda, pero a los dos nos daba absolutamente igual lo que ocurría en el mundo. Por mí podía irse a la mierda. Si cayera un meteorito y nos exterminara a todos, yo ni pestañearía.
               -No podía permitir que mi hombre cruzara medio mundo mientras yo no movía un dedo por acercarme más a él.
               -Quién iba a decirte a ti hace un año que ibas a estar así por mí, ¿eh?-bromeó, acariciándome el labio inferior con el pulgar, y relamiéndose él también.
               -Hace un año ya estaba enamorándome de ti-contesté, mordiéndome el labio inferior, de forma que mis dientes acariciaron la yema de su pulgar y sus ojos llamearon. Se pasó la lengua por las muelas y negó con la cabeza.
               -Joder, soy de verdad el cabrón con más suerte del mundo, ¿eh?-dijo, y se lanzó hacia mi boca de una forma en que me hizo albergar esperanzas de una forma que me destrozaría por completo.
               Porque en ese beso saboreé lo que llevaba semanas esperando: sus ganas de quedarse, sus reticencias a volver a Etiopía. Y, por primera vez desde que recibí su carta, me atreví a soñar con que esto fuera lo que me esperara durante el resto de mis días. Nada de correr al buzón para ver si tenía noticias suyas, sino saborearlas de primera mano de sus labios mientras los recorría con la lengua y sus manos leían en braille en mi rostro.
               ¿Y si se queda?, me pregunté a mí misma, entregándome a ese beso como si no hubiera un mañana, como si todo lo que había estado esperando desde que nací fuera reencontrarme con él en París.
               Envalentonada ante el mundo de posibilidades que sentía abriéndose ante mí ahora que lo tenía delante y había descubierto todo lo que podíamos hacer juntos, lo fuertes que nos volvíamos cuando no dejábamos de ser un equipo, me entregué a ese beso con todo lo que tenía, suplicándole que se quedara conmigo, que no me dejara atrás, cuando se terminara el cumpleaños de Mimi y tuviera que regresar.
              
 
Joder. Joder, joder, joder, joder. Estaba preciosa, absolutamente preciosa. Lo poco que había podido procesar de ella por la sorpresa que me había supuesto que estuviera en París, que la hubieran dejado venir, me había dejado sin aliento. Ni siquiera me detuve a pensar lo que implicaba que se hubiera marchado, lo hubiera hecho con o sin el permiso de sus padres, sino que sólo me pude concentrar en disfrutarla: me emborraché del aroma a manzana de su melena y a maracuyá de su cuerpo, de sus rizos haciéndome cosquillas en los brazos, en las manos, en la cara cuando la besé; del sabor de sus labios y su sonrisa mientras la saboreaba como al plato más delicioso que me hubiera llevado nunca a la boca o el cuadro más bonito sobre el que hubiera posado nunca los ojos.
               Joder, me tenía comiendo de la palma de su mano. Haría absolutamente todo lo que ella me pidiera sin cuestionar por qué lo hacía o la moral sobre la que se asentaran sus decisiones.
               Hundí los dedos en su pelo, sujetándole la cabeza para girársela y permitirme llegar más adentro con mi lengua, y cuando sus dedos recorrieron mi pelo y cayeron hacia mis hombros, tocando los músculos que se iban acentuando poco a poco, aunque ahora a un ritmo más lento gracias a las excursiones a la sabana con las que mi cuerpo se permitía tomarse algunos descansos, un gruñido gutural y hambriento me nació en lo más profundo de la garganta.
               Menos mal que había venido antes. Menos mal que ella había conseguido cruzar Inglaterra y reunirnos en Francia, porque cada segundo que estuviéramos juntos, cada segundo que pudiera besarla bien merecía el dolor que había tenido que soportar cada vez que me daba cuenta del tiempo que llevaba sin pensarla. Recluirla a los momentos en que mi cerebro por fin se permitía descansar y fantasearla por las mañanas al despertarme, y por las noches al irme a dormir, no era justo ni para ella ni tampoco para mí.
               Era esto lo que yo tenía que estar haciendo hasta el día que me muriera: dejar que me tocara y tocarla, dejar que me besara y besarla. Saborear su lengua en su boca y estremecerme de placer cuando la suya recorriera la mía, capturar con mis dientes sus labios y beberme su respiración. Dios, nunca me había gustado tanto besar a una chica ni que ella me besara a mí. Nunca me había planteado que la distancia física que te separaba de otra persona podía ser algo tangible, que sintieras como un peso en tu corazón, hasta que no la tuve conmigo y me abrió la puerta a todo ese mundo en el que sólo podíamos entrar ambos cuando estábamos juntos.
               ¿En qué estaba pensando cuando no la llamé para decirle que nos veíamos en París? ¿De verdad había puesto en peligro todo lo que ahora estábamos compartiendo sólo por no tener el cargo de conciencia de hacerla elegir? Sabía que siempre me elegiría a mí. Sabía que le gustaba lo que estábamos haciendo igual que me gustaba a mí. Saab habría encontrado la manera de que nos reuniéramos incluso aunque tuviera que poner patas arriba nuestro país; sus padres no eran una amenaza para nosotros, no después de lo que había hecho por cuidarnos. Además, ni siquiera las tenía todas conmigo con que quisiera que se quedara con ellos, o que arreglaran las cosas del todo, si ellos no cedían en absoluto con ella. Saab se merecía ser joven, poder cometer errores, meter la pata hasta el fondo y no tener que ocultarlo para cumplir con un absurdo papel que ella o su familia le hubieran impuesto. Esto estaba bien.
               Era imposible que algo que sabía tan bien estuviera mal.
               Algo dentro de mí me dijo que, a pesar de todo, con lo mal que habían estado las cosas cuando yo me marché y lo mucho que ella había sufrido, si Saab se había atrevido a venir a buscarme a París, puede que todo poco a poco estuviera encauzándose de nuevo. No me malinterpretes: me la sudaba lo más grande que Zayn o Sherezade me perdonaran o decidieran que tenían que llevarse bien conmigo, pero si estaban haciendo progresos con su hija, yo lo celebraría. Lo primero y más fundamental, por su felicidad.
               Y lo segundo, por una razón un poco más ruina de lo que me gustaría admitir: porque significaría que podía quedarme en Etiopía, seguir así con mis planes… y demostrarnos a todos, a mí el primero, que era capaz de llevar las cosas hasta el final. Que no me amedrentaba ante las adversidades y que los retos de verdad me estimulaban, en lugar de tentarme para tirar la toalla.
               Que si había terminado subcampeón no había sido porque no lo hubiera luchado con uñas y dientes y no hubiera dado todo de mí, sino que me lo habían quitado. Y no iban a quitarme esto. No, no iban a quitarme el que me mereciera a Sabrae.
               Jamás me quitarían la oportunidad de demostrar que me merecía a Sabrae.
               Por primera vez desde que tomé el primer avión de vuelta a Etiopía después de presentarme en su casa por sorpresa, estaba seguro de una cosa: íbamos a superarlo, no importaba el esfuerzo que nos supusiera.
                Lo superaríamos. No lo dejaríamos a medias.
               Joder, qué bien sentaba tener asegurado el oro.
 
Tenía sus dedos en mi piel, las palmas de sus manos sosteniéndome para que no me cayera, y sus labios insuflándome el aliento de la vida con el que los dioses habían puesto a andar el mundo. Sinceramente, no necesitaba nada más.
               Era aquí donde quería quedarme para siempre, en la seguridad de que, a partir de ahora, todo iba a mejorar.
               Un carraspeo a mi espalda me sacó de ese trance en el que lo único que existía era Alec, y nada más. Alec se rió contra mi boca cuando yo sólo abrí los ojos, negándome, eso sí, a alejarme de él o a detener nuestro beso, pero fue él quien se separó. Después de todo, era el que más autocontrol tenía de los dos. Sabía de sobra las posibilidades que teníamos ambos y cómo alcanzar nuestro máximo potencial, y aun así, cada vez que teníamos que regresar a la realidad, era él quien me cogía de la mano y me guiaba de vuelta a ese mundo en el que no éramos los únicos seres vivos, pero sí los más importantes.
                Alec me miró a los ojos cuando pusimos (puso) la suficiente distancia entre nosotros y, de nuevo, su mirada cayó en picado hacia mi boca, haciendo un clavado que me empujó de nuevo al campo gravitatorio de la suya. Se rió otra vez, acariciándome el cuello y entregándose al beso con entusiasmo, ignorando el carraspeo más fuerte de mi hermano.
               -Tenía entendido que habías hecho escala en Francia para poder pasar más tiempo en casa, pero…-Scott chaqueó la lengua y negó con la cabeza. Eso sí, cambió el gesto y asintió cuando Alec se separó de mí y me cogió de la mano para que yo no acusara tanto su ausencia.
               -Mis disculpas-respondió mi chico, rodeándome la cintura con la mano y besándome la cabeza. Sólo posó los ojos un segundo en Scott antes de volverlos de nuevo hacia mí, y yo no pude evitar soltar una risita de colegiala, de ésas que enternecen hasta al más duro de los críticos cuando aparecen en una película. Estaba tan guapo… juraría que incluso había crecido más desde la última vez que lo vi; al paso al que iba, terminaría pasando de los dos metros y dándome la excusa perfecta para renovar mi armario con tacones de vértigo, de esos que más me encantaban porque estilizaban más la figura y denotaban destreza cuando los utilizabas.
               Además, ahora que podía comparar su piel mejor con la mía gracias al brazo que me había pasado por el cuerpo, pude comprobar que, efectivamente, también estaba más moreno. Los músculos que se le habían cincelado todavía más desde la última vez que lo vi resplandecían con un brillo dorado que le daba a su piel un toque tofe delicioso que me invitaba a pasarle la lengua por todos aquellos rincones hechos de chocolate con leche, en el que la mezcla de leche poco a poco iba desapareciendo y quedaba sólo el cacao. Dios, qué guapo estaba. Cómo me gustaba que se estuviera acercando poco a poco a mi color; llegaría un punto en que estaría como yo, y así nadie podría discutirnos que nos merecíamos el uno al otro o que estábamos hechos para estar juntos.
               Imaginármelo en las obras en que trabajaba, cubierto de sudor, limpiándoselo de la frente, quitándose la camiseta para no tener tanto calor y dándole más espacio al sol para que hiciera de sus poros una nueva obra de arte, capaz de competir con la mismísima Mona Lisa… digamos que no le sentó muy bien a mi estabilidad emocional, si es que acaso podía conservar alguna.
               -Bueeeeeno, ¿qué tal el viaje?-preguntó Scott, empujándonos hacia una sala cuadrada de cristales translúcidos custodiada por una azafata que nos dejó la puerta abierta para que pasáramos y, así, tener un poco más de intimidad. Alec no me quitó las manos de encima en todo el trayecto; ni siquiera cuando nos acercamos a uno de los rincones de la sala, alejados de los hombres y mujeres de negocios que tecleaban en sus portátiles, leían en sus tabletas o hablaban en voz baja y rápida por teléfono en diversos idiomas.
               Tampoco cuando Scott y Tommy lo abrazaron por turnos; lo más cerca que estuvo de hacerlo fue cuando lo hizo Diana, e incluso entonces se limitó a tirar un poco de mí para acercarme a la americana y, así, poder rodearla con el brazo y clavarle a Tommy una mirada desafiante y divertida que no consiguió el efecto deseado: el que se picaba con mi novio no era Tommy, sino mi hermano. T simplemente sonrió y agitó la cabeza.
               -Aparentemente no tan bueno como el vuestro, ¿eh?-dijo, señalando con la cabeza en dirección a la puerta de la sala VIP, donde se escuchaba a la gente que se había ido agolpando contra los cristales, cuyas manos eran lo único que se distinguía de una forma más o menos nítida sobre el difuminado de los cristales-. ¿Qué pasa, chicos? ¿Os han cancelado en casa y ahora tenéis que haceros con los mercados internacionales?
               -Hemos venido a por ti, subnormal-se cachondeó Tommy, que, la verdad, disfrutaba con las muchedumbres casi tanto como Alec había disfrutado de ir de flor en flor antes de conocerme. Él se agobiaba menos que Scott, precisamente porque a mi hermano le daban aún menos margen para descansar. Era lo malo de ser el preferido de todo el mundo allá donde fueran, con permiso, por supuesto, de Diana, que siempre levantaba las mismas pasiones que Scott en los eventos a los que asistían y se movía en aquellas situaciones como en su salsa.
               Alec arqueó las cejas con dramatismo y se volvió para mirarme.
               -Oye, sabías que si no te pedí que vinieras a recogerme era porque no quería que se lo dijeras a tu hermano y tuviéramos que aguantarlo, ¿verdad?-me dijo, y yo me reí y negué con la cabeza.
               -Me temo que tener que aguantar a Scott era una de las condiciones para que yo pudiera venir a por ti.
               Frunció el ceño de una forma adorable. Incluso cuando no entendía algo, o cuando se enfadaba, se las apañaba para ser el chico más guapo que había visto en toda mi vida. Era alucinante.
               -Explícame eso-dijo en tono imperioso, pero de pregunta a la vez, como si supiera las cosas que había tenido que hacer por él, las duras negociaciones en que me había visto envuelta, y quisiera hacerme ver que lo apreciaba como nadie. Puede que en su cabeza hubiera ya engranajes andando, acusando en parte la presencia de Scott y los demás, pero una cosa era sospecharlo y otra muy diferente era que yo le diera motivos para pensar que esas sospechas eran fundadas.
               Así que suspiré y empecé a contárselo: no tuve problema con ponerlo en contexto con lo que pensaba hacer para prepararme para su llegada, ya que siempre había sospechado que vendría antes del día 14 para poder celebrar la medianoche del cumpleaños de su hermana ya con su familia; incluso se sonrió y soltó varias bromas sobre que, ahora que sabía que dejaba que nuestras cartas tuvieran público y que no era yo la única que las leía, las haría más “para todo los públicos”…
               -Ni se te ocurra-zanjé, y él se rió.
               … pero cuando llegué a la parte en la que Shasha me dijo que tenía que pedirles permiso a papá y mamá, Alec se puso tenso y dejó de bromear. No era para menos: la situación no había tenido nada de divertida para mí.
               Volví a sentir las mismas náuseas que hacía unas horas cuando me detuve a contárselo con el detenimiento que merecía; después de todo a él también le afectaban mis decisiones. De hecho, si no me había escapado y había suplicado hasta la saciedad para que me dejaran estar allí había sido por lo mucho que le afectaban; a mí me importaban más bien poco las consecuencias de mis actos y cómo podían influir en mi vida, pero cuando Alec entraba en la ecuación yo me volvía mucho más cautelosa.
               Era curioso cómo siempre había sido cauta hasta que me había enamorado de él, y ahora estaba dispuesta a mandarlo todo a la mierda sin contemplaciones, salvo cuando… bueno, cuando podía afectarle negativamente. Entonces me convertía otra vez en la Sabrae de antes, y ésa había sido delante de mi padre.
                -Por favor, papá. Por favor.
               Aquella súplica me dolió en lo más profundo de mi ser, porque suponía reconocer que se había acabado una era: antes de Alec, todo lo que yo hiciera estaba bien para papá, y no había nada que pudiera pedirle que no estuviera dispuesto a darle, por descabellado que fuera. Me habría bajado la Luna del cielo si se la hubiera pedido sin preocuparse por lo que aquello les haría a las mareas o a los poetas del mundo.
               En cambio, ahora me había convertido en la hija que peor le había salido, la que más motivos le había dado para preocuparse y, ¿por qué no?, también avergonzarse. Yo era ese quebradero de cabeza constante que antes no tenía, la cautela que ahora tenía que tomarse al entrar en sus redes sociales para hacer una promoción que nos hacía falta, por si acaso se topaba con comentarios sobre mi aspecto o mi comportamiento que le enfurecerían todavía más de lo que ya lo estaba por la situación en que nos encontrábamos. Ahora yo era la mayor fuente de problemas de casa.
               Y me atrevía a pedirle que me hiciera uno de los mayores favores de mi vida, y aun encima se lo pedía cuando mamá no estaba con él para consultarle su opinión. Yo era hija de ambos, pero también su problema.
               No era justo para él que le pusiera contra la espada y la pared, y nuestra relación estaba demasiado tirante y afectada como para que no nos influyera que me dijera que no a algo a lo que tenía que decirme que no. O al menos así lo sentía.
               Cuando papá se rió por lo bajo murieron todas mis esperanzas, y busqué instintivamente la mano de Shasha para no pasar por esto yo sola. Shash me la tendió sin dudar: por mucho que odiara haber asistido a mi caída en desgracia en primera fila, se había mantenido estoica y no había apartado la vista de mí ni un segundo. Mi hermana era leal, mucho más de lo que podía serlo ninguna persona.
               Aparentemente, mucho más leal de lo que podía serlo yo a esta familia.
               Yo no podía dejarlo estar. No podía. Puede que nos hiciera muchísimo daño; Dios, nos haría tanto que no nos recuperaríamos de ésta, pero yo no podía quedarme con las dudas y dejar mi corazón a salvo a costa de no escucharle a papá decirme que no. Incluso cuando sabía que aquello terminaría con nosotros, no podía dejarme ni una sola flecha en el carcaj. Necesitaba fallarlas todas, que ya no me quedara ni una sola oportunidad.
                -Sé que crees que no me lo merezco-le dije con un hilo de voz entrecortada y que ya ni siquiera sonaba como la mía, y papá levantó la vista y la clavó en mí-. Sé que os he hecho mucho daño a mamá y a ti, y sé que piensas que no estoy haciendo lo suficiente por enmendar mis errores, pero… papá, lo estoy intentando. Estoy haciendo todo lo que está en mi mano, pero… es demasiado difícil, y… entendería que no me dejaras-le confesé, porque así era-. De verdad. Sé que todavía no has perdonado a Alec y que le culpas de todo lo que nos ha pasado, incluso cuando yo he hecho todo lo posible por haceros ver que no es así y que él no debe pagar por mis pecados, pero… entiendo que jamás voy a ponerme en tus zapatos hasta que no tenga mis propios hijos, así que no tengo ninguna autoridad moral para criticar tus decisiones, o… los motivos que te lleven a decirme que no. Pero yo sólo… por favor, papá. Yo le quiero. Estoy enamorada de él, y… él ahora mismo está en París. Ha venido para visitar a Mimi en su cumpleaños, y se ha quedado allí porque haciendo escala en París se asegura llegar cuando tiene que llegar. Y yo no puedo estar aquí en casa, tan tranquila, sabiendo que él está a quinientos kilómetros cuando normalmente está a seis mil. Así que si alguna vez me has querido…
               -No he dejado de quererte ni un puto segundo desde que te sostuve en brazos por primera vez, Sabrae-sentenció papá con determinación, y yo me di cuenta en ese momento de que la había cagado e iba a decirme que no. Tragué saliva y sorbí por la nariz, temiendo que, si respiraba demasiado fuerte, se me escapara un sollozo. Sabía que, si me echaba a llorar ahora, sólo le daría más motivos a papá para decirme que no. Le diría a Fiorella en nuestra siguiente sesión que, desde que Alec se había marchado, yo no hacía más que llorar. Había llorado más en estos últimos meses de lo que lo había hecho en toda mi vida, eso tenía que admitirlo, pero le echarían la culpa a mi novio por las razones equivocadas. Echarlo de menos no era vivir una relación tóxica, y querer que estuviera conmigo no ser víctima de codependencia.
               Pero no podía convencerlo de eso estando las cosas como estaban.
               -Por favor. Si no lo haces por quién soy ahora, hazlo por quien he sido durante los últimos quince años.
               Puede que la Sabrae que les ocultaba cosas y no paraba de darles disgustos no se mereciera su empatía, pero la Sabrae paciente, responsable, y calmada que había sido hasta entonces sí. Si no le daba pena ahora, por lo menos que creyera que quien había sido antes se merecía este último regalo.
               No le dije que no le pediría nada nunca más, porque si la relación seguía como hasta ahora y la terapia se terminaba estancando como llevaba unos días sospechando que haría, cuando llegáramos a algo íntimo que yo sólo querría compartir con Alec, me vería obligada a pedirles de nuevo favores para que simplemente me dejaran querer con libertad.
               Lo cual era triste, si te parabas a pensarlo, teniendo en cuenta que papá y mamá habían luchado por su relación contra viento y marea. Habían superado tantas cosas que sólo podía sorprenderme de que no se vieran reflejados en Alec y en mí por todas las cosas que teníamos que superar.
               Papá se reclinó en la silla y empezó a juguetear con su bolígrafo. Era uno de los típicos gestos que mis compañeros de instituto identificaban como una mala señal: significaba que estaba perdiendo la paciencia y que su temperamento estaba bulléndole por debajo de la piel, y mareando al bolígrafo estaba tratando de controlarlo.
               -Desde luego, sabéis cómo elegir el momento más adecuado-murmuró-. ¿No puedes esperar a que venga tu madre?
               Fue Shasha la que intercedió por mí.
               -Acaba de llegar la carta, y Alec aterrizará en París en cualquier momento. Si espera a que mamá vuelva… ya de poco servirá-Shasha abrió los brazos y se encogió de hombros, y papá clavó los ojos en ella, estudiándola como a un complicado texto medieval al que tuviera que hacerle un comentario para su tesis doctoral.
               En defensa de mi hermana diré que le aguantó la mirada sin amedrentarse lo más mínimo, pero se mostró dócil e inofensiva, algo que yo no habría podido emular. Y Alec aún menos.
               Papá se pasó la mano por la mandíbula y se la pellizcó, reflexivo.
               -Quiero estar con él-le dije-. Si vamos a terapia es porque quiero estar con él. Quiero que se arreglen las cosas entre notros, pero no me pidas que renuncie a él-supliqué, notando que se me llenaban los ojos de lágrimas. Los ojos de papá centellearon, esos ojos en que mamá había encontrado su refugio, los que la habían empujado a investigar todos los Zayn Malik que podían vivir en Londres y buscarlos puerta por puerta hasta dar con el que la había dejado embarazada.
               No dudaba en que Alec haría lo mismo por mí si se llegara a dar el caso. Tenía que apreciar ese esfuerzo, las similitudes que había entre nosotros; pero no podía decírselo de aquella forma, porque papá todavía le guardaba mucho rencor y no se lo tomaría bien si los comparaba.
               Dios, ojalá hubiera sido mamá la que estuviera en casa.
               -Vamos a terapia porque todos tenemos claro que no vas a renunciar a él. Y nadie te lo está pidiendo-contestó, tamborileando con el bolígrafo sobre la mesa.
               -No, y lo sé muy bien. Pero si no me dejas ir, sería como si me hicieras renunciar a una parte de él. Sólo lo voy a ver estos pocos días antes de que vuelva-si es que vuelve, pensé en aquel momento, pero no me atrevía a albergar todavía esas esperanzas por muy claro que tuviera yo qué le pediría si llegaba el momento y él me preguntaba qué quería que hiciéramos-, así que cada minuto cuenta, papá. Si no es por recuperar lo que teníamos, por lo menos hazlo por compasión. Sabes lo muchísimo que lo quiero, cuánto significa para mí. Mantenerme lejos de él sería una crueldad. Piensa en el daño que te haría si tú estuvieras tan poco tiempo con mamá como yo voy a estar con Alec y te lo recortaran aún más.
               Papá torció la boca y miró el móvil. Estuve tentada de invitarlo a que lo consultara con mamá, pero si llegábamos a ese punto sería porque estaba buscando razones para decirme que no.
               Al final, la última palabra la tendría él. Era una regla no escrita en casa: cuando uno de los dos no estaba y nosotros pedíamos algo peculiar y urgente, se llamaban para intercambiar opiniones, y si estaban en desacuerdo, decidía el que estaba con nosotros, ya que sería el que tendría que aguantar el chaparrón, para bien o para mal.
                -¡Scott!-llamó papá, convirtiendo el nombre de mi hermano en una canción a la que le hizo varias florituras. Tomé aire y lo solté despacio, intentando mantener a raya los latidos desbocados de mi corazón.
               Si le pedía opinión a mi hermano…
               No. En cuanto vi a aparecer a Scott, con el semblante serio y algo preocupado, me di cuenta de que no intercedería por mí. Tampoco es que pudiera reprochárselo, de todos modos: ya se había puesto demasiado de nuestro lado, ya había apostado demasiadas veces por Alec y por mí. Si lo hacía una vez más, visto lo visto, papá y mamá perfectamente podían volverse contra él también, y Scott no podía permitírselo.
               No podían quemarlo como habían quemado a papá. Ahora que sabían hasta qué punto podía hacerles daño la fama, Chasing the Stars tenían que ser todavía más precavidos con ella. Eso que decían de que el dolor esperado es menos doloroso es mentira: lo único que les haría el seguir atados a la productora filial de la que había destrozado a One Direction sería impedirles disfrutar de ese camino que ya habían recorrido nuestros padres antes.
               Aun así, resultaba muy doloroso pensar que mi padre confiara en el juicio de mi hermano y no en el mío, sobre todo por lo que habíamos pasado para progresar hasta el punto de que yo me plantara de nuevo frente a él.
               Scott nos miró a todos alternativamente, deteniéndose especialmente en mí antes de volver la vista a papá. Sus ojos asustados, exactamente iguales que los de mamá, bien podrían haber sido una cadena en la puerta de casa que simbolizara que estaba encerrada.
               -¿Tienes algo de trabajo que hacer esta tarde?-preguntó papá, y mi hermano negó con la cabeza.
               -Ya hemos terminado todo lo que teníamos pendiente para estos días-explicó, mirándome de reojo-, y nos hemos dejado varios días libres porque… mañana es el cumpleaños de Mimi, y Alec va a volver. Tommy y yo queríamos tener tiempo para reunirnos todos y poder aprovechar lo que Alec se quede.
               Se metió las manos en los bolsillos y se mordisqueó ese piercing que media Inglaterra se moría por sentir sobre sus labios; la otra media lo anhelaba entre sus piernas. Mi hermano no había estado tan sexualizado en toda su vida; otro de los motivos por los que tenían que sacarlo en cuanto pudieran de aquella maquinaria cruel que lo había devorado entero.
                -Mm. De eso quería hablarte, precisamente-dijo papá, y Scott enarcó una ceja-. Tu hermana me ha dicho que Alec está volando a París.
               Scott giró la cabeza hacia mí como quien restalla un látigo para tratar de mantener a raya a una fiera desquiciada.
               -¿Ah… sí?-Shasha asintió a mi lado-. Y eso… ems… ¿eso por qué?-preguntó a nadie en particular, mirándonos a todos de hito en hito. Se pellizcó la nariz e hizo un gesto agitando la mano en el aire-. Es decir… hay vuelos directos desde Etiopía. Las otras veces vino directo, ¿no?
               -Para llegar antes-explicó Shasha.
               -Para estar sí o sí a las doce en casa y poder celebrar el cumpleaños de Mimi.
               -La otra vez que vino lo hizo con margen de sobra para el cumpleaños de Tommy.
               -No quería jugársela.
               Alaba lo noble de su sacrificio, que ni siquiera me ha pedido que lo acompañe en esta escala de varias horas.
               -Tu hermana me ha pedido que la deje ir a verlo-reveló papá, examinando con atención la cara de Scott. Todo dependía de su reacción.
               Que fue lo más decepcionante del mundo.
               -¿A París?-repitió como un subnormal, y papá alzó las cejas y asintió con la cabeza, mirándome con una expresión que denotaba que creía que estaba chalada siquiera por pedirlo.
               Puede que estuviera chalada, desde luego, pero también estaba enamorada. ¿No era eso un poco lo mismo?
               -Dile que me deje ir-le supliqué, ya olvidada toda gratitud que pudiera guardarle por cómo había intercedido por nosotros. La había cagado pero bien reaccionando así: en el caso de que a papá le quedara alguna duda de lo que era más correcto hacer, desde luego, acababa de disipársela.
               Scott se mordió de nuevo el piercing y miró a papá sin saber qué hacer. Se había metido demasiado entre nosotros, había tomado partido demasiadas veces; no quería interceder por Alec una vez más, pero, ¿acaso importaba? Era ahora cuando contaba. Ahora, no cuando no les había dicho a papá y mamá lo que yo había hecho de noche, o cuando me había guardado el secreto de mis  cuernos estando en Nueva York. Antes siempre me había protegido a mí, y Alec también era su amigo: si quería parar en algún momento, que lo hiciera después de este favor.
               -Por favor, díselo. A ti te hace más caso que a mí. Alec estará solo en Francia; no conoce a nadie, y… no quiero que le castiguemos por este gesto que a los demás le aplaudiríamos. Tú harías lo mismo por mí-le dije-, ¿no querrías que Eleanor fuera a buscarte y te hiciera compañía si estuvieras en la misma situación que él? No sería molestia para nadie más; cogería un avión yo sola, ni siquiera tenéis que acompañarme…
               Y entonces, la bomba.
               -No, Sabrae-sentenció papá. Le había bastado con la mirada de Scott para saber que él tenía razón y yo me equivocaba, que yo era una hija caprichosa a la que había que meter en vereda a la de ya.
               El mundo se me echó encima, un mundo inmenso y cruel porque no tenía a Alec conmigo. Porque Alec estaría solo durante horas y yo no podría hacer nada por reunirme con él.
               Con el pulso acelerado y los ojos ardiéndome, me eché a llorar. Scott chasqueó la lengua y me rodeó los hombros con los brazos, atrayéndome hacia él en un abrazo de consuelo que a mí no me interesaba lo más mínimo: no quería que me consolaran, quería que me concedieran este puto favor. Había pedido dos a lo largo de mi vida, a lo largo de mi relación con Alec, y los dos me los habían negado.
               ¿Merecía realmente la pena pertenecer a esta familia? ¿Deseaba de verdad ser una Malik si yo siempre estaba ahí para mis padres, si ellos no estaban ahí para mí?
               No obstante, estaba tan soberanamente agotada de todo que ni hice ademán de separarme de Scott. Me retenía demasiado fuerte, o puede que a mí se me hubieran acabado las fuerzas totalmente. Me eché a llorar, y Shasha gimoteó por lo bajo y empezó a acariciarme la cabeza mientras Scott me sostenía contra él.
               -¿Vas a escaparte?-preguntó papá, como si quisiera asegurarse de que yo no iba a hacer ninguna estupidez y no hiciera falta encerrarme. Y no, lo cierto es que no iba a escaparme a ningún lugar. No sabía dónde me dejaría todo esto, ni qué sería de mí hasta que Alec llegara, pero me habían dado la clave para suplicarle que se quedara. Estaba sola. Era huérfana de nuevo. Tenía hermanos, pero no padres.
               Necesitaba a alguien que se ocupara de mí, y ese alguien ahora sólo era Alec.
                Negué con la cabeza. No sería por falta de ganas, sino más bien de energía, pero parece ser que lo único que contaba en esta maldita casa era el fin, y no los medios. Los medios daban absolutamente igual.
               Lo que no podía asegurar era que esto no lo cambiara todo, el que no me dejaran marchar. Ya me veía viviendo en casa de los Whitelaw, mudándome a la habitación de Alec, metiendo todas mis cosas en su armario y haciendo hueco entre sus camisas. Al menos llevaría su aroma por bandera allá donde fuera. Annie se enteraría finalmente de lo que sus consuegros pensaban de su hijo, y mamá perdería a una amiga, y yo perdería un apellido, pero ganaría tranquilidad. Ganaría felicidad; no absoluta, como la que había tenido hasta entonces, porque siempre tendría una espinita clavada en el corazón, ese corazón de “Sabrae A Secas” al que tendría que acostumbrarme.
               Después de todo, no había nacido siendo Sabrae Malik. Sabrae Malik no era eterna; ahora resultaba que tampoco era eviterna.
               Aunque debía reconocer que sonaba genial. Lo echaría muchísimo de menos.
               Y entonces:
               -No vas a ir sola-dijo papá, y yo lo miré sin entender. Sin embargo, ya no me prestaba atención. Estaba inclinado hacia delante en la silla, mirando a mi hermano-. ¿Eres capaz de apagarte con alguien más, o tengo que ir yo con ella?
 
 
Guau. O, más bien, directamente, joder. La cosas todavía estaban muy chungas entre Sabrae y sus padres, y si me pillaba por sorpresa que la última interacción que habían tenido Zayn y ella era así tenía que ser, en parte, por lo que me había dicho en su última carta.
               Odiaba pensar que no me había sido sincera a propósito, pero saber que todavía estaban en esos términos después de todo lo que habían pasado y del esfuerzo que estaba seguro de que estaba poniendo Sabrae en ello… puede que hubiera subestimado lo mal que estaban o la poca determinación que tenían Sherezade y Zayn de cara a poner a su hija de su parte. Por descontado, yo confiaba en que Saab siempre me elegiría a mí, pero que no le estuvieran poniendo las cosas fáciles me cabreaba y mucho.
               Además, ¿dónde dejaba esto la conversación que teníamos que mantener sobre lo que haríamos pasado el cumpleaños de Mimi? ¿Quería que me quedara, o quería que lo siguiera intentando en Etiopía, aun a pesar de lo mal que se lo estaban haciendo pasar a ella? Todo era jodidamente complicado, y estaba empezando a hartarme de que Saab tuviera que hacer malabares entre su familia y yo para poder conservar aquello entre lo que nadie, nunca, debería haber intentado que eligiera.
                -Imagínate mi alivio cuando papá le dijo eso a Scott-continuó Sabrae, encogiéndose de hombros y dedicándome una sonrisa triste que no le subió en absoluto a los ojos, claro que yo tampoco lo esperaba. Scott no me había quitado el ojo de encima mientras su hermana me contaba todo lo que habían pasado para llegar hasta allá, leyendo mis reacciones en busca, siquiera, de un ápice de ira que tuviera que aplacar. Sabía que estaba con nosotros en esto, o por lo menos lo intuía por todo lo que había hecho por nosotros antes, pero no me extrañaría tampoco que defendiera la absurda postura que habían adoptado sus padres. Ni siquiera me constaba que supiera de qué hablaban su hermana y sus padres en terapia, y saber que Saab ahora se encontraba con estos percales cuando necesitaba confiar en ellos más que nunca para poder ser vulnerable…
               Bueno, digamos que me hacía replantearme si no había hecho una mochila demasiado pequeña para tener que dar dos viajes y permitir que mi novia cambiara de opinión si  me pedía quedarme.
               Porque ¿quería que cambiara de opinión si me decía que prefería que me quedara con ella? Admitirlo era tan peligroso como necesario, y después de todos los sacrificios que Saab estaba haciendo por mí, lo justo era hacerlo: sí, quería que se replanteara pedirme que me quedara, porque la verdad es que había estado a gusto en Etiopía. O al menos lo había estado hasta entonces; ahora estaba hecho un puto lío, y no tenía ni idea de si podría disfrutar de nuevo de la sabana, o salir siquiera de patrulla, sabiendo que Sabrae estaba pasándolo mal en casa y que la dejaba tirada cuando me alejaba del campamento. Ya había puesto demasiada distancia entre nosotros; no me correspondía a mí el decidir cuándo me contactaba y cuándo no cortando la comunicación durante tanto tiempo que me volvería inalcanzable, y las cartas no eran una opción. Necesitaba escuchar su voz, oírla respirar, evaluar sus silencios y contar mis latidos del corazón mientras ella se pensaba una respuesta que darme. Las cartas estaban bien porque eran una prueba física de nuestros avances y nuestros retrocesos, pero yo no necesitaba tener algo que mirar para saber si estaba bien o no. Sabrae no era una puta estadística, joder: era la persona más importante de mi vida, y sentía que tenía que pedir favores en su propia casa.
               Mierda, mierda, mierda. Esto no era lo que yo me esperaba encontrarme cuando regresara a Inglaterra, y desde luego, tampoco me esperaba tener que mantener la conversación más complicada que íbamos mantener en los próximos meses con tres personas de público directo y con derecho a intervención, más el resto de pasajeros que seguro que entendían mi idioma y que no dudarían en poner la oreja en cuanto se dieran cuenta de lo trascendental de lo que hablábamos Sabrae y yo.
                -Así que, nada-continuó Sabrae, encogiéndose de hombros y dedicándome una nueva sonrisa, esta vez más sincera que las demás, simplemente porque podía detenerse a mirarme al fin-. Cuando le dijo eso a Scott, yo terminé de ducharme y me preparé para venir a verte, pero habíamos perdido unos minutos preciosos que no pude recuperar, y Shasha no consiguió encontrar billetes para todos nosotros cuando buscó en la página web de la aerolínea porque ya había un overbooking tremendo, así que… por un momento pensé que haberlo pasado tan mal  no iba a tener su recompensa, pero entonces esta señorita-señaló a Diana con el dedo índice, el pulgar extendido también, y la mano en un gesto delicado que bien podía haber salido de un cuadro- entró en acción y nos recordó que hay más opciones aparte de las webs de reservas de aviación para plantarse en Francia en tiempo récord.
               Me volví hacia ella con una ceja alzada, y Diana hizo una reverencia.
               -Siempre al servicio de la mejor pareja de ingleses que me he echado a la cara.
               -¿Los prefieres a ellos a nosotros?-se picó Tommy, y Diana se giró y lo miró con la cabeza ligeramente inclinada.
               -¿Acaso yo soy inglesa?
               -Por parte de padre, sí.
               -Que me parta un rayo si pertenezco a este imperio colonialista-contestó Diana, y Scott se rió por lo bajo tapándose la boca.
               -Menos mal que has dicho “este”. De lo contrario, me habría preocupado por si te habían quitado el pasaporte estadounidense.
               Diana le hizo un corte de manga frunciendo el ceño, y Scott se lo devolvió. Estaban dispuestos a enzarzarse en una encarnizada lucha de cortes de manga, lo tenía clarísimo, así que sólo se me ocurrió meterme en medio antes de que me dejaran en ascuas y no me permitieran disimular un rato para, así, poder procesar lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo que estaba a punto de pasar.
               Me habían pillado desprevenido una vez hacía tres semanas, y Saab lo había pagado carísimo. Esta vez no permitiría que nos echaran la culpa de sus propias cagadas, ni tampoco que Sabrae tomara malas decisiones por su culpa por las que luego pretenderían hacernos pagar.
               Así que sólo tenía una opción: fingir que no había pasado nada, que no me daba cuenta de la trascendencia de la oferta que Saab le había hecho a Zayn, y volver a ser ese Alec despreocupado del que ella se había enamorado hasta las trancas. Quizá, con suerte, podría ganar el suficiente tiempo como para pensar en nuestro siguiente movimiento, y también decidir cómo me sentía respecto a la situación en la que nos encontrábamos.
               Sabrae ya tenía demasiadas cosas por las que preocuparse. Que yo me pusiera melancólico porque igual no volvía a corretear entre gacelas no debería ser una de ellas. En principio parecía una tarea sencilla, así que, ¿por qué me escocía por dentro fingir que iba todo bien?
 
 
Me había destrozado por dentro ver la manera en que Alec trataba de mantenerse entero mientras le contaba cómo había llorado y suplicado por nosotros frente a mi padre, detestando todo lo que había hecho por nosotros a la par que le que me hubiera visto obligada a llegar a ese extremo.
               Y más me dolió ver que se había dado cuenta de que yo me había dado cuenta y tratar de disimular que todo iba bien, cuando para nada era así. Es decir… sí, todo iba bien entre nosotros; estábamos juntos y eso era lo que importaba, pero, ¿lo demás? Todo había sido un completo y absoluto desastre, y nosotros vivíamos alrededor de ese desastre. Entendería que necesitara tomarse unas distancias para reflexionar y decidir cómo quería afrontar esto antes de hablarlo conmigo, especialmente por la situación en que nos encontrábamos: a pesar de que los aeropuertos veían abrazos más sinceros y despedidas más sentidas que ningún otro lugar en el mundo, no es que fueran precisamente el lugar idóneo para hablar del futuro al más corto plazo. Se suponía que todo tenía que estar planeado cuando cruzaras las puertas de la terminal, y que allí empezaban tus vacaciones, no tu mayor fuente de trabajo y estrés.
               -Detesto interrumpir tal despliegue de tensión sexual no resuelta-intervino, metiéndose entre mi hermano y Diana-, especialmente porque ya sabes que me encanta verte fregar el suelo con este mamarracho, Lady Di, pero, ¿alguien podría decirme qué intervención estelar has tenido para que mi señora aquí presente-hizo un gesto con la cabeza en mi dirección, rodeándome de nuevo la cintura con los brazos (porque puede que quisiera mentirme para que estuviera tranquila, pero eso no implicaba que fuera a mantenerme lejos de su alcance durante mucho tiempo)- diga que has salvado el día?
               -Tensión sexual no resuelta mis cojones. No la tocaría ni con un palo-escupió Scott, fulminando a Diana con la mirada, y Tommy suspiró y lo atravesó con la mirada. Con eso, Scott cerró el pico, lo cual era una hazaña nada desdeñable.
               -Oh, fácil-Diana ronroneó como una gatita, lo que hizo que Tommy se pusiera automáticamente a salivar. Se agitó el pelo dorado con una mano, echándoselo detrás del hombro y asegurándose de darle a Scott en todo el morro en el proceso, por lo cual siempre iba a tener mi admiración. Le dedicó a Alec una sonrisa resplandeciente que él no pudo evitar devolverle, y debo confesar que envidié un poco la facilidad con la que Didi podía deslumbrar a cualquier chico, incluso sin intentarlo-. Puede que los Malik tengan problemas de dinero, pero eso es algo por lo que los Styles no tenemos que preocuparnos-se chuleó, estirando el brazo frente a ella y comprobándose las uñas.
               Scott bufó sonoramente y pronunció el nombre de Tommy, que siseó en su dirección.
               -Quiero decir… no le falta razón-la defendió T, y Scott puso los ojos en blanco de nuevo. Alec inclinó la cabeza, pensativo.
               -¿Me iluminas? Aparte de con esos ojazos, quiero decir-la piropeó, y me habría puesto celosa si no hubiera sentido cómo sus dedos se cerraban un poco más en torno a mí, como asegurándose de que no me marchaba a ningún lado. No quería que me alejara de él.
               Parecía haberse olvidado de que había caído en sus redes totalmente y no tenía ninguna intención de salir de allí.
               -Ah, nada, una tonteriíta. He llegado a un acuerdo con Universal y me van asacar As it was de single-explicó, poniendo los brazos en jarras y guiñándole un ojo-. Parece que voy a ser la primera en sacar música y disponer de un buen pellizco con el que consentir a mis amigas.
               -¡Joooooooder, Lady Di!-la alegría de Alec era genuina, de eso estaba segura-. ¡Bien por ti! Estoy orgulloso, chica-dijo, dándole un golpecito con la cadera, y Diana se echó a reír.
               -¡Gracias!-Diana prácticamente brillaba con luz propia cada vez que compartía la noticia, y yo me alegraba mucho por ella. Y también me alegraba de que eso le supusiera un pequeño alivio a Alec, que necesitaba desesperadamente dejar de preocuparse por todo-. La verdad es que el acuerdo es bastante goloso, debo admitirlo, porque he sabido jugar muy bien mis cartas. He aprendido bastante de lo de las técnicas de negociación de Sherezade y, la verdad, no me ha ido mal. He conseguido que me den un avión para las promociones, porque no puedo depender de los horarios de las aerolíneas comerciales para compatibilizar la banda, el single, y los compromisos que todavía tengo con el mundo de la moda.
               -Claro que no, pobrecita-Alec puso los ojos en blanco-. Dios nos libre de que tengas que ir en business.
               Le di un codazo, sonriente, y él me miró, más sonriente aún.
               -Ríete, pero os he salvado el culo con esto. Si no fuera por mi nuevo juguetito, no habríamos llegado a tiempo de coger el avión a París y estarías aquí solo, muerto del asco y sin tu chica. Así que, ¡de nada!
               -Ah, sí, gracias-ronroneó, mirándome desde arriba, y yo me derretí un poco, lo admito. Aunque había algo en su mirada que no me terminaba de encajar, porque no solía estar allí.
               -Estoy intentando negociar con ellos para que me den el avión en el que ando; la verdad es que le he cogido mucho cariño-continuó, y Alec asintió con la cabeza e hizo una mueca, impresionado, pero Scott no podía seguir mordiéndose la lengua.
               -¿Para qué quieres tú un avión, Diana? Sabes que lo terminarás pagando mucho más caro de lo que realmente vale simplemente como castigo por cuando intentemos irnos.
               -Cómo se nota que su novia vive en el mismo vecindario que él, ¿eh, Al?-se burló Diana, y Alec asintió.
               -Yo te secundo, Didi. Una mujer de mundo como tú necesita un avión.
               -¿A que sí? Ya lo estoy dejando un poco a mi medida; le he cambiado las plantas y la tapicería de las butacas, pero estoy esperando a que se concrete un poco más lo del traspaso para lanzarme a personalizarlo un poco más. Cuando me digan que me lo dan, he decidido que lo voy a pintar de un color pastel, pero no me decido por cuál.
               -¿Por qué pastel?
               -Scott dice que no se va a subir en un avión rosa fucsia.
               -Eres un misógino-acusó Alec, y Scott levantó las manos.
               -¿Nunca te has preguntado por qué todos los aviones son blancos?
               -¿Porque las aerolíneas son compañías muy aburridas?
               -Sirve para repeler mejor la radiación solar. Un color chillón, como el rosa, sería como un imán de radiación. Pasarse una hora metidos en un avión así sería como merendar en la plaza mayor de Chernobyl.
               -¿No te parece tierno que Diana haya descartado el rosa fucsia porque Scott dice que no se va a montar en un avión así?-preguntó Tommy, y Alec asintió con la cabeza.
               -Se quieren-sentenció.
               -No nos queremos-dijeron los dos a la vez.
               -Míralos, bombón; igualitos que nosotros hace un año y pico-ronroneó Alec, abrazándome por los hombros, y yo me reí.
               -Tengo novia, Alec.
               -Pobre Eleanor, ¿todavía no se ha cansado de ti?
               -Vete a la mierda.
               -¿Qué dices, Al? ¿De qué color lo pintarías tú?
               -Lavanda-sonrió, mirándome, y yo me eché a reír y negué con la cabeza. Tommy sonrió al vernos, Scott puso los ojos en blanco.
               -Serás pelota…
               -¿No preferirías un rosa pastel?
               -Uf, ¿y que parezca que vas volando en una polla? Es lo único que necesitan las Karens del mundo que le tienen miedo a volar, Didi: encontrarse un rabo gigantesco flotando en medio del Océano Pacífico. Harás que demanden a tantas aerolíneas…
               -Tanto que estamos hablando de aviones, ¿no os da curiosidad por ver en el que nos ha traído Diana?-preguntó Tommy, haciendo un gesto con la mano en dirección a la puerta, contra la que la gente no había renunciado a agolparse. Alec suspiró sonoramente.
               -Vosotros estáis acostumbrados a esto y tal, pero me parece una mierda eso de no poder ir donde queramos porque no paran de perseguirnos.
               -El avión todavía no está listo para despegar de vuelta a casa-contestó Diana-. Si os parece, podemos dividirnos; yo distraeré a la gente y vosotros os vais a dar una vuelta a pasar el rato y… poneros al día-sonrió, mirándonos con intención. Estaba claro que no íbamos a hacer nada por el poco tiempo del que disponíamos, y desde luego, el reencuentro sexual glorioso que esperaba tener con Alec no se merecía suceder precisamente  en los baños de una terminal internacional de un país que ni siquiera era el nuestro, pero… nos vendría bien un ratito a solas.
               Todo lo a solas que podíamos estar en un edificio abarrotado en el que no paraba de entrar y salir gente, claro.
               Sin embargo, Alec tenía otros planes. Torció el gesto, mirando por la ventana transparente en dirección a la pista de aterrizaje, y apretó los labios.
               -Creo que prefiero esperar aquí. No por nada, sino… bueno, me he hartado de deambular sin rumbo. ¿Os parece bien?-preguntó, bajando la vista hacia mí, y yo asentí con la cabeza. Claro que me parecía bien. Es decir, preferiría tener un poco de intimidad con él para poder hablar aunque fuera un poco de lo que había pasado y poder preguntarle si el cambio que había notado en él estaba en mi cabeza o había sucedido de verdad, pero…
               Tenía que entenderlo y ponerme en su piel. Se había pasado horas volando en un espacio más bien estrecho, estaba cansado y seguramente también hambriento, y afuera nos esperaba un mundo hostil y maleducado al que le dábamos lo mismo. A eso había que sumarle, por descontado, lo cansado que ya debía de estar por el madrugón que se había pegado y todo lo que debía de haber estado trabajando en Etiopía para compensar el tiempo que no estaría. Dudaba que Valeria tuviera un obrero más trabajador y capaz que él, así que lamentaría horrores perderlo.
               Y seguro que le había dicho que puede que no regresara, honesto como era, así que no habría querido arriesgarse a desaprovecharlo. Puede que lo hubiera tenido trabajando hasta el final, y que hubiera podido dormir a pierna suelta por fin de camino a casa. Si había tenido un buen vuelo, cosa que no sabía, habría disfrutado de un descanso moderado. En cambio, si había tenido un viaje movidito, le estaría pasando factura y necesitaría descansar.
               -Claro, sol. No te preocupes.
               -Podemos ir a por algo de comer si tenéis hambre-se ofreció Scott, señalando con el pulgar por encima del hombro la puerta que daba a la terminal. Dudaba que pudiera salir por ella sin que se abalanzaran sobre él, pero no iba a poner en duda las dotes de mi hermano.
               -Pues mira, si pagas tú, la verdad es que no le haría ascos a una bolsita de regalices-contestó Al, sentándose conmigo en unos de los sillones pegados al cristal transparente.
               -Tengo regalices en el avión-respondió Diana, y Alec le cogió las manos.
               -¿Te casas conmigo?
               -Tengo novio.
               -No soy celoso.
               -¡Sí que lo eres!-protesté, riéndome, y Alec siseó.
               -Shh. Estoy tratando de conseguirnos un avión para venir a visitarte.
               Intenté que no se me cayera el alma a los pies, pero la cabrona era escurridiza. ¿Cómo que “venir a visitarme”? “Venir a visitarme” era un término que no me gustaba nada porque no suponía ningún cambio en lo que teníamos planeado, y sentía que debían cambiar demasiadas cosas; yo no iba a aguantar así mucho tiempo.
               -Una lástima, porque a Diana que le gustan celosos-se burló Scott.
               -A mí no me gustan celosos, ¿qué dices?
               -¿Te acuerdas del día que tuvimos que salir pitando del bus porque necesitabas follarte a Tommy después de que lo pusieras celoso con no sé qué actorucho en Los Ángeles?
               -Me gusta Tommy cuando se pone celoso porque está buenísimo y folla con más rabia.
               -Para que luego digáis que queréis que os traten bien-me pinchó Alec, y yo le di un manotazo.
               -¿Tienes queja de cuando te pido que no tengas cuidado conmigo?
               -Nop. Ojalá lo hicieras más a menudo. Igual debería empezar a ponerte celosa-me dedicó su mejor sonrisa torcida, la Sonrisa de Fuckboy®, que me desarmó un momento. Y luego comprendí a qué se debía y lo que pretendía con ella.
               No quería tontear, o no sólo, al menos. Quería ganar tiempo para evitar la conversación que sin duda teníamos que tener, porque no estábamos en la misma página. Claro que… hacerlo con Tommy, Scott y Diana delante no era una opción viable.
               -A mí sí me apetece comer algo. ¿Me traéis unos de esos Toblerones gigantes del Duty Free, porfa? Y, Didi, ¿te importaría mirar las ofertas que hay de maquillaje?
               -Marchando-asintió Tommy, llevándose dos dedos a la frente.
               -Yo me quedo-dijo Scott.
               -No, tú te vienes-replicó Tommy, y Scott chasqueó la lengua y empezó a gimotear-. A ver, subnormal, que pareces nuevo. ¿No ves que quieren quedarse solos?
               Alec rió entre dientes y se frotó las manos mientras yo le dedicaba una sonrisa indulgente a Scott, que nos miró con la boca abierta.
               -Tengo que asegurarme de que no se montan el uno encima del otro en este sitio y terminan colgados en todas las páginas porno de Internet.
               -Cada vez que abres la boca me alegro enormemente de ser hija única-espetó Diana.
               -Ya quisieran estos frikis escuchar los ruiditos que hace Sabrae mientras me la follo-dijo Alec, de repente muy serio-. Tranqui, S; no pretendo compartir nada de lo que hago con tu hermana con nadie a quien no invitemos a nuestra cama-la mirada cargada de intención que le dedicó a Diana bien podría haber cargado las baterías de toda la flota de coches híbridos de Londres. Luego, sin embargo, se relajó-. Ya que os vais, ¿me traéis tronquitos rellenos?
               -¿Con pica-pica?-preguntó Tommy.
               -¿Pagas tú?
               -Paga Scott.
               -Entonces, los que sean más caros-sonrió mi novio, y se rió ante las protestas de mi hermano. Los dos los observamos mientras salían por la puerta, abriéndose paso a duras penas entre la marabunta de gente que esperaba precisamente para volver a verlos.
               Cuando finalmente nos quedamos solos agachó la cabeza y me miró de reojo.
               -Vale, ¿qué me ha delatado?-preguntó, juntando de nuevo las manos.
               -Estabas intentando demasiado fuerte deslumbrarme.
               -¿Y no lo he conseguido?-tonteó, y yo suspiré y crucé las piernas.
               -A ratos-admití-, pero no se me va a olvidar fácilmente las caras que has puesto mientras te contaba lo que ha pasado antes con mi padre.
               -¿Tan malas eran?
               -Eran acordes con la situación, supongo-respondí, cruzándome de nuevo de piernas y apoyando los codos en el regazo. Me aparté el pelo del hombro y entrelacé las manos-. ¿Estás bien?
               -¿Tenemos que hacer esto aquí?-preguntó, suspirando, incorporándose y mirando en dirección a los empresarios. Era una conversación necesaria, sí, pero también difícil e íntima; necesitaríamos un lugar con más privacidad para profundizar en nuestros sentimientos y ponernos más al día y decidir sobre nuestro futuro, pero yo necesitaba unas pequeñas pinceladas para que no me comiera viva la ansiedad. No necesitaba conocer todas sus líneas, sino al menos saber en qué página estaba cada uno, si estábamos lejos o cerca.
               Claro que también entendía que a él no le gustara que comentáramos eso en un sitio tan abierto. Después de todo, me había costado mucho hacerle entender que no debía tener miedo de abrirse ni mostrar sus sentimientos. Pedirle que lo hiciera ahora, en un sitio extraño, de tránsito, no era del todo justo.
               -No tenemos que hacerlo aquí si no quieres…-empecé, y él suspiró y exhaló un agradecido “vale” con los hombros caídos de la relajación que le produjo el saber que no iba a ponerlo contra la espada y la pared-, pero quiero que sepas que preferiría que lo hablásemos lo antes posible.
               -Vale-asintió, mirando en derredor un momento. Entrecerró los ojos, pensativo, y luego se giró para mirarme-. Oye, ¿te va a apetecer que follemos cuando lleguemos a casa?
               Puse los ojos en blanco.
               -Importancia a lo importante, ¿eh?
               -¿Sí o no?
               -Qué romántico, Al-sacudí la cabeza-. Eh… sí, creo que sí. O puede que antes.
               Levantó la espalda y pegó un silbido.
               -Guo, guo, guo. Espera, ¿cómo que “puede que antes”?
               -Si Diana ha conseguido un avión con cama… me he puesto un tanga-expliqué al ver la cara que ponía, hambrienta y alucinada a partes iguales.
               -Ya lo sé.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Pues porque lo sé, Sabrae-respondió, dedicándome esa sonrisa de “yo sé estas cosas” que tan sin aliento solía dejarme. Entonces, carraspeó-. Vale, pues… eh… cuando lleguemos a casa, si eso, lo hablamos. O si nos apetece más, follamos. Lo que tú prefieras.
               -¿Y tú no vas a decir nada? ¿Qué te apetece más?
               -¿Tienes que preguntarlo?-replicó, su Sonrisa de Fuckboy® asomando por la comisura de sus labios. Ese intento de normalidad era muy de agradecer, sobre todo teniendo en cuenta la locura en que se había convertido mi vida. Se pasó una mano por el pelo y suspiró-. Todavía sigo sin poder creerme que, después de todo, hayas podido venir a buscarme.
               -Tú has venido un montón de veces a buscarme. Era lo menos que podía hacer.
               -Sí, pero al instituto o al gimnasio, no a otro país. No es lo mismo.
               -También llevábamos menos tiempo sin vernos que entonces. Me dijiste que ibas a estar aquí, y yo no podía permitir que mi hombre cruzara casi medio mundo sin yo recorrer ese “casi” y reunirme con él antes de tiempo. No podía dejar que me esperaras solito  en la Ciudad del Amor-ronroneé, inclinándome hacia él, suplicando a los cielos porque le apeteciera buscarme y me besara.
               -¿La Ciudad del Amor no es Roma?-tonteó, acercándose también a mi boca, y yo me reí contra sus labios.
               -De amor sabes mucho tú, ¿verdad?
               -Me daría para escribir un libro-sonrió, tirando de mí y sentándome sobre su regazo. Intenté no gemir al notar cómo se endurecía debajo de mí, y fracasé estrepitosamente; suerte que me tenía tan cerca que pudo devorar los sonidos de placer antes incluso de que salieran de mi boca. Y por un momento brevísimo nos pude ver llegando a casa, quitándonos la ropa en mi habitación y recuperando el tiempo perdido con nuestros cuerpos alejados.
               Por un momento pude disfrutar de él encima de mí sin ninguna preocupación más que conseguir que aquello durara hasta el infinito. No tenía cama. No tenía habitación, ni padres.
               Por un momento.
               Porque luego me invadió de nuevo la realidad y la tensión que había pasado a lo largo del día cayó sobre mí como un rayo devastador. Incluso llegué a preguntarme si Alec estaba disfrutando de esto o si estaba usando su cuerpo para distraerme y hacer que no pensara en lo que tenía delante, en la conversación jodidísima que íbamos a tener que mantener.
               -Al-susurré contra su boca, pero él siguió besándome. Repetí su nombre tres veces; no fue hasta la cuarta cuando por fin me escuchó-. Al, Al, Al. Al-le cogí la cara entre las manos y lo hice mirarme-. ¿Quieres esto?
               -¿Crees que no?-respondió, y yo me relamí los labios.
               -Ya no sé si… si estamos haciendo esto porque nos apetece o porque no quieres que te pregunte qué opinas de lo que ha pasado con mi padre.
               Suspiró, tomó aire y lo soltó despacio.
               -¿Es que es incompatible? No me apetece hablar de ello pero sí me apetece estar aquí, contigo.
               -Vale-asentí, sentándome sobre sus rodillas y relamiéndome los labios, como si pudiera recuperar de ellos el sabor de sus besos. Por lo menos estaba siendo sincero.
               Dolorosamente sincero, sí, pero sincero. No le apetecía hablar de ello, y lo entendía: había tenido un día muy largo y todavía no había acabado. Todavía tenía que volver a casa y hacer su aparición estelar a las doce de la noche para darle a Mimi el mejor cumpleaños de su vida. Era normal que no quisiera preocuparse más de lo que ya lo estaba.
               Aun así… no quería que fuera algo que nos guardáramos para siempre. Necesitaba que me confirmara que no ocurriría lo que más miedo me daba: que lo guardaríamos en el fondo del armario y no volveríamos a mirarlo nunca más, como una prenda que pedías de rebajas por internet y que no podías devolver.
                -Aun así… ¿podrías prometerme, por favor, que hablaremos de ello?
               Alec se movió debajo de mí en busca de un poco más de espacio para poder mirarme.
               -Pues claro que sí, bombón. Vamos a hablar de eso, claro. Es sólo que… no sé, creo que tengo los nervios a flor de piel, y necesito reposar un poco todo lo que ha pasado. Además, este no es el lugar. Y dentro de un rato tampoco va a ser el momento. Así que... ¿te parece si lo posponemos hasta que se acabe el cumpleaños de Mimi?-me pidió, y yo intenté mantener estable mi pulso-. Quiero asegurarme de centrar toda mi atención en ella porque apenas le hice caso la última vez, y es su gran día, así que… creo que se lo debo. Y así luego tendremos todo el tiempo del mundo para hablar tranquilamente de dónde nos deja esto.
               Intenté no desmoronarme delante de él, y creo que más o menos lo conseguí, ya que no derramé ninguna lágrima. No obstante, no soportaba seguir mirándolo y pensar en las implicaciones de lo que suponía que necesitara tiempo para hablar, de modo que me incliné y lo rodeé con los brazos, aferrándome a él y a su cuerpo como si ya me hubiera dicho que pretendía marcharse de nuevo.
               No sé qué me dolía más: si haberme hecho ilusiones en base a que él sufriera y quisiera parar, o lo destrozada que me sentí cuando por primera vez me hice una pregunta que detestaba, pero que sentía ahora más real que nunca:
               ¿Y si él no se quiere quedar?

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1 comentario:

  1. Bueno me muero de pena. He empezado el capítulo super felicísima de la vida por el reencuentro y encantada con los momentos Scommy con Alec que siempre me dan la vida y he acabado con el corazón en un puño. Me siento super mal por haberlo pensado pero esa narración final de Sabrae me ha dado muchísima angustia. Se de sobra que Alec vuelve y si lo hace es porque llegan a un punto en comun pero no he podido evitar sentir algo de desasosiego al ver que por primera vez quieren cosas distintas en algo tan trascendental y que parece que Sabrae se lo va a tomar mas bien que mal gestionar eso.
    Que tristeza todo por dios.

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