lunes, 8 de abril de 2024

Mis tormentas y mis días soleados.

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Estar atrapada en el límite entre dos campos gravitacionales distintos era muy, pero que muy raro. Había estado esperando este día durante semanas que se me habían hecho larguísimas; literalmente se había convertido en mi único faro de esperanza y la estrella que se mantenía en el cielo mientras el mar trataba de hundir el barquito en el que navegaba y las tormentas me impedían leer mi carta de navegación. Iba a ser el poco descanso que tendría tras lo que me parecería una extenuante guerra de mil frentes, la recompensa después de un hercúleo esfuerzo.
               Entonces, ¿por qué había sentido un cierto alivio cuando había recibido el mensaje de Mimi invitándome a que fuera a pasar la noche antes de su cumpleaños en su casa, con su familia, y brindándome así la excusa perfecta para alejarme de Alec?

Saab! He conseguido convencer a mamá para que prepare albóndigas para comer mañana, para que así Alec tenga algo que le encante, te vienes a echarnos una mano????? Porfis, porfis, porfis.

Y luego, si quieres, nos metemos en la cama de Alec y nos dedicamos a ver pelis románticas en bucle😈

Recuerda que no puedes decirme que no!!!!! En Australia ya soy una cumpleañera 😜🤗

               Alec había puesto los ojos en blanco cuando le enseñé los mensajes que acababa de recibir, pero se había reído por lo bajo y había negado con la cabeza al ver el último mensaje de Mimi. No en vano, él había sido víctima de aquellos chantajes tantas veces que había perdido ya la cuenta, así que no le extrañaban lo más mínimo.
               -¿Vas a ir?-me preguntó, rodeándome la cintura con los brazos y besándome el cuello, haciendo caso omiso de las muecas de Scott, que se había pasado el viaje entero fingiendo sonoramente un sinfín de arcadas cuando Tommy, Diana, Alec y yo le hicimos darse cuenta de que era el único que se había subido sin su pareja al avión.
               Sus labios eran todo en lo que yo quería perderme, la razón por la que había llegado viva hasta el 13 de noviembre y, a la vez, también podían ser el origen del mayor dolor de mi vida. Era como ver las puertas del infierno abiertas de par en par para mí, en cuyo vestíbulo me esperaba un sonriente Alec que, sin embargo, me conduciría hacia las llamas en las que ardería eternamente, con el sufrimiento añadido de saber que su sitio no estaba allí, pagando por sus pecados, sino en el cielo, al que pronto le pedirían que volviera.
               Sí, su boca era lo más apetitoso de Francia, y también de Inglaterra cuando estuviera en ella, pero yo no quería enfrentarme a lo que podía salir de ella. Debo confesar que me producía un cierto alivio saber que nuestra conversación más dura se había pospuesto para dentro de unos días, aunque eso supusiera que arrastraría mi incertidumbre durante más tiempo, y todo porque me aterraba zanjar ese tema y que el tiempo que faltara para que Alec se quedara definitivamente conmigo no se contara en pasado, sino hacia atrás.
               -No puedo negarme, ¿no?-respondí, encogiéndome de hombros y retirándome de sus brazos lo justo y necesario para poder mirarlo a los ojos. Lo hice por egoísmo puro, sí, porque incluso cuando sabía que no me lo merecía necesitaba disfrutarlo; pero también lo hice por castigarme, por ver en sus ojos el daño que yo le estaba haciendo.
               Quizá mis padres tuvieran razón, después de todo, pero por los motivos equivocados.
               Quizá Alec y yo no fuéramos buenos el uno para el otro, pero porque yo no me merecía su amor, y él, porque no se merecía haber encontrado en mí un infierno que disfrutar a ratos.
               Había parpadeado, sorprendido y también herido por ese cambio que jamás debería haberse producido en mis prioridades. Antes me habría quedado a su lado incluso si se hubiera ido a la primera línea del frente de batalla, ¿y ahora no era capaz ni de darle largas a su hermana?
               -Eh… sí-dijo en el mismo tono en el que le haces ver a alguien que te parece evidente que te está pidiendo una gilipollez-. También quise venir pronto, en parte, para poder aprovechar el tiempo contigo-me pasó una mano por la cintura y yo me estremecí de pies a cabeza, relamiéndome los labios y sintiendo cómo un volcán entraba en erupción allí donde sus dedos calentaban mi piel, a la temperatura del mismísimo sol. Las implicaciones de lo que él esperaba de mí, de todas las molestias que se había tomado para estar conmigo unas horas antes, me arrasaron igual que un tsunami.
               También me rompió el corazón que pensara en venir antes para “aprovechar el tiempo conmigo”; ese aprovechar sólo reforzaba mis mayores miedos, los que me inclinaban a aceptar la propuesta de Mimi.
               ¿Qué me estaba pasando? Yo antes no era tan cobarde, y mucho menos en presencia de la persona que me hacía más fuerte. Supongo que Alec era mi fuente de energía y, a la vez, mi kriptonita.
               -Sí, y lo entiendo-me escuché decir-, pero… si me niego, sabrá lo que pasa y le chafará la sorpresa, Al.
               Alec se me había quedado mirando como si me viera por primera vez, toda hecha de cicatrices y pedazos desechados de otras muñecas para crear un ser grotesco que no tenía ningún tipo de empatía, ni por los demás ni hacia sí mismo.
               -Todavía no es su cumpleaños. No tienes que hacer lo que ella te diga.
               -Sí… en Australia-intenté sonreír, y creo que me salió relativamente bien, porque se quedó callado, desarmado. Estaba entendiendo más de lo que yo estaba dispuesta a decirle-. No es como lo planeaste, Al-negué con la cabeza, pasándole las manos por el cuello y relamiéndome los labios. Sacudí la cabeza y mis rizos le acariciaron la piel de los hombros.
               Me había dado cuenta en ese mismo instante de que estaba usando mis encantos con él, con lo que empecé a sentirme todavía más ruin y mezquina, no sólo por no ser sincera, sino también por querer tomarme una distancia para pensar, cuando era evidente que ya habíamos tenido más que suficiente y todo apuntaba a que tendríamos más. ¿Estaba actuando por dolor, o por despecho? Porque sólo uno de esos sentimientos justificaría mis emociones.
                ¿Me daba miedo lo que hablaríamos o simplemente que no quería verme en la tesitura de tener que decirle que no me apetecía que nos acostáramos no porque no lo deseara ardientemente, sino porque me sentía sucia, indigna de él, y no podría disfrutarlo porque tenía la cabeza en otra parte? ¿Me había dado sin saberlo Mimi una salida de emergencia o era yo escurriéndome por el primer resquicio que encontraba como una culebra?
               Alec se había pasado la lengua por las muelas, distraído, y había asentido con la cabeza.
               -Supongo que tienes razón-dijo, porque no me lo merecería ni viviendo mil vidas de mártir-. La gracia de que viniera antes era hacer su cumpleaños especial viéndola a las doce-meditó para sus adentros, y yo asentí con la cabeza.
               -Creo que no tendrá el mismo impacto si la ves ahora que si ves a las doce.
               -Mm-mmm-asintió, reclinándose en el asiento y entrecerrando los ojos, perdido en sus pensamientos. Le cogí la mano y  entrelacé mis dedos con los de él como quien enhebra los hilos deshilachados de un tapiz glorioso. Su mirada volvió a la mía y me dedicó una sonrisa contenida, tranquilizadora.
               No, definitivamente no me lo merecería ni viviendo mil vidas de mártir. No había dejado de pensar en eso ni cuando volví a buscar sus labios, o cuando nos tocó bajarnos del coche para ir hasta el cobertizo de Jordan, en el que esperaría hasta que yo lo avisara de que Mimi estaba lo bastante ocupada como para no enterarse de que había entrado en casa. Al menos tenía el pobre consuelo de que lo había dejado con Jordan y podrían ponerse al día de todo lo que había pasado en las últimas semanas mientras yo me escondía en su casa como un conejo asustado por los aullidos de los lobos a su alrededor.
               Mimi exhaló un jadeo cuando una burbuja de la salsa de las albóndigas más grande que las demás finalmente explotó, incapaz de soportar la tensión, y le salpicó la sudadera de baile que usaba para estar por casa y unos cuantos mechones de pelo. Dio un paso atrás, abriendo los brazos, y mirándose de arriba abajo para comprobar el desastre que había hecho. A pesar de todo, conseguí reírme; era increíble el poder curativo y de abstracción que Mimi tenía en mí. Quería pensar que, incluso si las cosas con Alec no estuvieran un poco tensas y yo no estuviera hecho un lío como me pasaba, habría venido a verla de todos modos, aunque sólo fuera para no chafarle la sorpresa que su hermano le tenía preparada. Después de todo, había sido un apoyo muy importante para mí a lo largo de los últimos meses, y me había permitido conocer una faceta de ella que disfrutaba enormemente. Cuando te dejaba entrar y pasabas el umbral de su timidez, descubrías a una chica espontánea y graciosa que hacía honor a su sangre.
               O puede que simplemente necesitara una distracción.
               Annie suspiró sonoramente y le dio un suave empujón a su hija para apartarla del radio de acción de las burbujas de la salsa picante. Yo me había cambiado de ropa nada más llegar a casa, en parte para no estropear el jersey con el que había ido a buscar a Alec, y en parte para tener un ratito para mí sola en su habitación. Desde el piso de arriba me había asomado a la ventana que daba a la calle, desde la que se veía la casa de Jordan y a la que tantas veces Alec se había asomado para saludar a su mejor amigo, y ver las luces de las ventanas del cobertizo había servido para recordarme por qué estaba allí y cuál era mi papel. Me había retenido en la casa y había contribuido a que luchara contra mis impulsos batientes de ir corriendo a verlo y pedirle que lo habláramos ya, porque incluso si nos llevaba un día entero aclarar en qué punto nos encontrábamos, al menos yo tendría la seguridad de saber a qué atenerme, para lo bueno y para lo malo.
                -Vete arriba a recogerte el pelo y luego ponte un delantal, venga-ordenó Annie, tomando la cuchara de madera de las manos de su hija y empujándola sutilmente en dirección a la puerta.
               Mimi bajó las manos y se quedó mirando la salsa con gesto nostálgico.
               -No la habré estropeado, ¿no?
               -No seas boba. Es normal que burbujee; a tu hermano le encantará igual. Venga, ve a cambiarte, o mañana tendrás que madrugar más para lavarte el pelo antes de ir a recogerlo al aeropuerto.
               A regañadientes, Mimi asintió con la cabeza y salió de la cocina: para ella era muy importante preparar la casa para cuando llegara su hermano, en una especie de ritual para demostrarle lo mucho que lo echaba de menos y cuánto apreciaba el sacrificio que iba a hacer él viniendo de nuevo a visitarnos para no faltar en su cumpleaños, renunciando así a otro descanso más adelante, en Nochevieja o San Valentín.
               Si la pobre supiera que él estaba ya aquí…
               -Vale-dijo Annie cuando por fin Mimi abandonó la cocina, y clavó sus ojos castaños en mí-, ¿dónde está?
               Incliné la cabeza a un lado, colocando otra bolita de carne sobre la bandeja de horno en la que íbamos a tostarlas antes de bañarlas en su salsa.
               -Dónde está, ¿quién?
               -Mi hijo-contestó, como si fuera evidente, y yo la miré con la boca abierta y los ojos como platos. ¿Qué? ¿Cómo podía saber…?
               Ay, Dios mío. ¿Qué pensaría de mí si estaba dispuesta a dejarlo solo cuando él estaba en Inglaterra por venir a cocinar con ellas? Seguro que la opinión que tenía de mí ya estaba cambiando por ser capaz de abandonarlo y estar allí, tan pichi, como si no pasara absolutamente nada y la persona más importante de nuestros dos mundos no estuviera a unos metros de distancia en lugar de a miles de kilómetros. Había hecho tanto por mí, ¿y yo no podía agradecérselo no separándome de Alec?
               Annie se echó a reír al ver mi expresión y negó con la cabeza. Hizo un gesto en dirección a la misma puerta por la que había salido Mimi.
               -No dejas de mirar por encima del hombro como si estuvieras esperando que en cualquier momento cruce esa puerta, y cuando has venido a casa, estabas impecable, como si te hubieras pasado la mañana entera preparándote para ir a verlo. Has ido a buscarlo al aeropuerto y por eso has tardado más en llegar, ¿verdad?-inquirió, alzando una ceja y sonriendo. Supongo que no podía evitar ser totalmente transparente para todos los Whitelaw, y no sólo para Alec. Claro que, ¿cómo impedir que mi cuerpo se volviera siempre en su busca, igual que los girasoles persiguen al sol cada día?
               Era cierto que me había demorado más de lo razonable en llegar a casa de los Whitelaw, todo porque había tenido mucho más trayecto que recorrer que si estuviera en mi casa, incluso estando ocupada. Cuando había llegado al fin y Mimi se había encargado de abrirme la puerta, me había dedicado una sonrisa nerviosa y me había pedido que la perdonara por haberse puesto ya con la comida de mañana, ya que no podía estarse quieta. Annie sólo me había saludado con calidez mientras pasaba la carne por la picadora para que así le quedara una masa todavía más manejable, sin molestarse siquiera en preguntarme cómo es que me había hecho tanto de rogar. Quizá ya me hubiera delatado con mi tardanza, pero, desde luego, no me sorprendía ser incapaz de disimular delante de mi suegra.
               Me había pasado tanto tiempo en su casa que se me hacía tan difícil ocultarle algo como me pasaba con mi madre.
               -En realidad-respondí, mordiéndome la sonrisa que no me merecía esbozar, pero tampoco podía impedir que estuviera allí-, he ido a buscarlo a París.
               -¡A París!-repitió Annie, girándose hacia mí-. ¿Cómo que a París?
               -Decidió venir antes para asegurarse de que estaría aquí a las doce. Ya sabes... la otra vez le salió bien por los pelos. No quería arriesgarse a que Mimi lo esperara y desilusionarla. Esto es importante para él-murmuré por lo bajo, consciente de lo acertadas que eran mis palabras y lo poco que lo estaba siendo mi comportamiento.
               -No le esperábamos hasta mañana. ¿Cuándo te avisó de que vendría hoy?
               -En una carta que me llegó esta mañana-parecía que habían pasado dos semanas desde que Shasha me había anunciado que había llegado la carta-, por eso no os he dicho nada. No estaba intentando acapararlo, ni nada por el estilo-me apresuré a añadir al ver la mueca de extrañeza de Annie.
               -¿Te ha enviado un carta para decirte que llegaría antes y que fueras a buscarlo a otro país?
               -En realidad me envió la carta con la esperanza de que llegara antes y yo no me sintiera presionada para ir a por él por si… bueno… por si no me dejaban-mis continuas escapadas a casa de los Whitelaw, mi piso franco personal, me habían obligado a confesarle que las cosas con mis padres no estaban del todo bien, pero Annie me había permitido mantener la discreción y no me había insistido para saber cuál era el motivo de discordia. A pesar de todo lo que estaba pasando entre mis padres y yo y de lo injusto que me parecía su comportamiento hacia Alec, había decidido ser discreta con los Whitelaw porque no quería que todo esto supusiera una barrera entre mi madre y Annie. Quería demasiado a ambas como para arriesgarme a que perdieran a una buena amiga, por mucho que mamá no se mereciera la confianza y el amor que mi suegra había depositado en ella después de tantos años de apoyo y respeto mutuo; algo me decía que, por muchos favores que se hubieran hecho, la relación de nuestras madres no sobreviviría a discrepancias entre el carácter bueno o malo de la de Alec y mía-. Ya sabes cómo es-puntualicé.
               Annie puso los ojos en blanco.
               -Y supongo que en ningún momento se le pasó por la cabeza comentarle a su madre el pequeño detalle de que iba a llegar antes de tiempo-ironizó, porque le encantaba hacerse la dolida con cuestiones de su hijo.
               -Me imagino que no quería arriesgarse a que Mimi abriera la carta y la leyera antes que tú.
               -Mm, tiene sentido-asintió, limpiándose las manos en el delantal y mirando también en dirección a la puerta. Se dejó las manos un rato sobre los muslos y se mordió el labio, perdida en sus pensamientos. Finalmente, las ganas que tenía de verlo pudieron más que su determinación a que Mimi no notara nada, se subió las manos hasta posárselas en la cadera-. Quiero ir a verlo. ¿Está en el cobertizo, o en casa de Jordan?
               -¿Cómo sabes que está tan cerca?-pregunté, como si fuera una opción que Alec estuviera en mi casa. Annie arqueó la ceja, y por un instante me recordó tanto a su hijo que sentí que el suelo bajo mis pies cedía. Si estuviera frente a él, sabía que lo próximo que escucharía sería su divertido “Sabrae”, como siempre lo decía cuando estaba a punto de vacilarme o de recordarme lo obsesionado que estaba conmigo, como si pudiera olvidárseme.
               -Va a estar un año lejos de ti-me recordó Annie, lo cual fue como un mazazo para mí: se me olvidaba que no todo el mundo estaba al corriente de que el voluntariado estaba en el aire, y que me hablaran del tiempo que originalmente íbamos a estar separados después del pálpito que me había dado en el aeropuerto sólo conseguía ponerme peor-; estoy segura de que has tenido que convencerle para que no se quede en el garaje por si acaso a Mimi le da por ir a buscar algo en el coche. Cada metro cuenta cuando se trata de ti-comentó, deshaciéndose el nudo del delantal y alisándose la sudadera, que era de él, como no podía ser de otra manera. Por descontado, la había cogido del fondo del armario, obviando el calendario tan estricto que nos habíamos hecho Mimi y yo después de tan intensas negociaciones. Aparentemente a Annie no se le aplicaban los turnos que nosotras nos habíamos ocupado de perfilar con tanto esmero-. Vamos a verlo-ordenó, e incluso si no fuera lo que más me apetecía, su tono no admitía réplica alguna.
               Yo también me quité el delantal y me dispuse a salir con ella, cuidando de que Trufas no se escapara, cuando Mimi nos llamó desde la parte superior de las escaleras.
               -¿Adónde vais?-inquirió, trotando con gracilidad escaleras abajo, con su coleta inacabada botando con cada paso que daba. Me fijé en que tenía un mechón húmedo; seguramente se lo había limpiado en el baño antes de cambiarse.
               -Se nos ha acabado la pimienta negra-soltó Annie-. Voy a ver si la madre de Jordan tiene un poco que pueda prestarme.
               -Voy con vosotras.
               -¿Y quién cuidará de las albóndigas entonces?
               -Papá.
               Annie miró a Dylan, que estaba tumbado en el sofá, dormitando con las gafas colgándole de la nariz frente a un documental de megaconstrucciones de la historia antigua. Se había levantado a primera hora para ir a recoger un pedido que les habían hecho a unos grandes almacenes de un nuevo mecanismo para girar la barra que él y Alec habían instalado en el cuarto de baile de Mimi, y se había pasado media mañana peleándose con el circuito eléctrico de aquella sala para sincronizarlo con el equipo de música que utilizaba Mimi para bailar. Sabía que Dylan había echado mucho de menos a Alec en el proceso, tanto porque le habría hecho compañía como porque habría hecho que fueran el doble, o incluso el triple, de rápido.
               Mimi bufó y asintió con la cabeza.
               -Vale, pero no tardéis. No quiero quedarme sola y estropearlas.
               -Relájate. He dejado el fuego al mínimo para que no pierda calor. Sigue haciendo albóndigas, que ahora volvemos-Annie cerró la puerta tras de mí, manteniendo a Trufas a raya con los pies, y atravesó con paso apresurado el camino de grava en dirección a la calle, y luego el jardín de los Belfort en dirección al cobertizo.
               Me rompió el corazón la forma en que se le encendió la cara al escuchar la voz de su hijo al otro lado de la puerta. Sonreía como si todo su mundo estuviera a punto de florecer. No podía juzgarla, pues yo siempre me sentía así en presencia de Alec.
               Annie golpeó la puerta un par de veces y puso los brazos en jarras.
               -Vaya rápido que han llegado-comentó Alec, su voz acercándose a la puerta-, cómo se nota que no debéis de hacerles ni puto…-su sonrisa se congeló un segundo al ver a su madre en la puerta, producto de la memoria muscular basada en tantas veces en que le había hecho una encerrona y encontrarse a su madre de repente no había sido una sorpresa agradable.
               Y luego se ensanchó como si Annie fuera todo lo que él necesitara para estar bien, como si todos sus miedos recularan cuando estaba en presencia de su madre. Su rostro se iluminó con ilusión, y antes de que pudiera siquiera abrir los brazos para invitar a su madrea refugiarse en ellos, Annie ya se abalanzaba hacia él.
               Alec exhaló una risa en un jadeo y estrechó a su madre con fuerza, negándose a dejarla marchar, hundiendo la nariz en su cuello e inspirando sonoramente. Cerró los ojos para poder concentrarse mejor en el aroma de su madre, tan relacionado con el hogar que jamás dejaría de relacionarlo con su casa, tan relacionado con la salvación que siempre pensaría en ella cuando escuchara la palabra “valentía”. Alec le recorrió la espalda con los brazos y suspiró profundamente, sonriendo contra su cuello.
               Entonces, abrió los ojos y se fijó en mí, y juro que todos mis pedacitos descompuestos regresaron a su sitio una vez más.
               Finalmente, cuando Annie consideró que ya llevaba demasiado tiempo acaparándolo, se retiró y lo tomó de los hombros. Creí que le diría que lo había echado mucho de menos, que no se podía creer que estuviera de nuevo en casa, que no quería que se marchara otra vez (lo cual solucionaría muchos de mis problemas, la verdad).
               En su lugar, acusó:
               -Eres un sinvergüenza.
               Alec se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Ni pasándome tres semanas fuera de casa eres capaz de resistirte a reñirme, ¿eh, mamá?-se burló, y Annie le dio una palmada en el hombro.
               -Pues sí. ¿Cómo se te ocurre venir antes y no avisarnos? Y, por favor, no me digas nada de que quieres sorprender a tu hermana-Annie puso los ojos en blanco-, que me sé muy bien la cantinela; ya me la ha contado Sabrae. Tenías un montón de opciones para avisarnos, ¿y eliges la única que te permite meterte aquí a viciarte a videojuegos con Jordan antes que visitar a tu madre? Yo no te he criado para que seas tan egoísta.
               -¡Encima que he venido ante para aprovechar y estar con todos vosotros!-protestó Alec, mirándola. Le agradecí infinitamente que no hubiera dicho que había venido antes para poder estar conmigo, tanto para quitarme a mí el peso de la culpabilidad que me suponía no estar aprovechándolo como para que su madre no me recriminara nunca que la hubiera desplazado en su lista de prioridades.
               Cosa que Annie jamás haría, pero… aun así, no estaba de más darle las menos excusas posibles al resto del mundo para que se volviera contra mí. Bastante difíciles tenía las cosas ya.
                -Tienes más cara que espalda-le acusó Annie, dándole un manotazo otra vez, pero ahora en el pecho. Sin embargo, le dio un beso a su hijo, riéndose, y le acarició el pelo con la yema de los dedos-. Pero qué guapo estás. ¿Estás más alto?
               -Buf, Annie, la metedura de pata que acabas de tener-protestó Jordan, negando con la cabeza y pasándose una mano por la cara, ocultando así una risa. Alec se volvió para fulminarlo con la mirada.
               -A ti lo que te jode es que yo esté poniéndome más mazado que tú con actividades al aire libre y sin aprovecharme de que mi mejor amigo no está para hacerme sombra.
               -Gracias por lo de hacerte sombra-Jordan levantó el pulgar en dirección a Alec y éste puso los ojos en blanco.
               -Te veo guapísimo, hijo. Me alegro un montón.
               -Gracias, mamá-Alec le puso las manos en la cintura y yo sentí cierta envidia de cómo se estaba portando con Annie, la libertad con que la tocaba y la naturalidad con que ella aceptaba sus caricias. Ojalá yo pudiera disfrutarlas igual sin preocuparme de si me las merecía o no-. ¿Cómo está Mimi?
               -Bien. Aprovechándose de que mañana tenemos que decirle que sí a todo lo que nos diga. Está en plan dictadora.
               -Lleva en plan dictadora desde que nació-se burló Alec-, y me pregunto quién tiene la culpa de eso.
               -Tú en parte, ¿o tengo que recordarte que haces lo imposible por consentirla?
               -Me gusta consentir a mis chicas-ronroneó, y sus ojos se posaron de nuevo en mí. Me recorrió un escalofrío, leyendo perfectamente en su mirada lo que aquella sonrisa fantasma significaba en sus labios.
               Me había mirado infinidad de veces así, y todas ellas había precedido al que me terminara quitando la ropa y me hiciera descubrir un placer en mi cuerpo que no creí posible disfrutar con nadie.
                -¿En eso de “consentir” incluyes lo de no decirle a tu madre que vas a venir antes?
               -¿Cómo querías que te lo dijera, mamá? Seguro que Mary Elizabeth duerme sentada al lado del teléfono por si acaso me da por llamar.
               -Pues no, porque tanto tu hermana como yo tenemos asumido que no somos lo bastante importantes como para que te molestes en llamarnos.
               -¿Tienes celos de Sabrae?-inquirió, burlón, y yo tuve que abstenerme de decirle que no tenía motivo alguno, especialmente viendo cómo estaban las cosas en mi casa.
                Eso sólo haría que Annie tuviera muchas dudas y más preguntas aún.
               -Por supuesto que no. Sólo a ella se le ocurriría juntarse con un cafre como tú, que no entiende lo mucho que lo echan de menos en su casa y que decide venir a hurtadillas como si fuera un criminal.
               -Tienes que dejar de ver las reposiciones de Downton Abbey, mamá. No te sienta bien tanto drama.
               Annie levantó la cabeza, altiva, en un gesto que le había hecho un millón de veces a Mimi cuando Alec la ofendía.
               -Te estamos haciendo albóndigas para comer. Que sepas que ha sido idea de tu hermana, y que no voy a decirle que no te mereces en absoluto todas las molestias que se está tomando por ti.
               -He venido desde el culo del mundo, he hecho escala en la maldita Francia y me he escondido en el zulo de Jordan en lugar de irme derechito a mi habitación a darle un buen meneo a mi novia simplemente para darle una sorpresa a la repipi de mi hermana, mamá. Creo que, si alguien se está tomando molestias aquí, soy yo.
               Annie continuó fulminándolo con la mirada un rato más.
               -Espero que mañana seas puntual.
               -Voy a felicitarle el cumpleaños a mi hermana a las doce de la noche-respondió, hinchándose como un pavo ante tamaña ofensa.
               -Más te vale. O tiraré las albóndigas a la basura y nos iremos a comer por ahí-amenazó mi suegra, y mi novio tomó aire sonoramente.
               -¡No serías capaz!
               -Ponme a prueba.
               -Una gran canción de The Weeknd.
               Annie suspiró, mirándolo de arriba abajo.
               -Cuando tu hermana me pregunte qué tarta preparamos, ¿cuál quieres que le diga?
               Alec me miró un segundo, y puso los brazos en jarras.
               -Sabrae, ¿se lo dices tú o se lo digo yo?
               -La de queso-respondí, y él tomó aire sonoramente de nuevo, sus ojos saltando de su madre a mí, de nuevo a su madre, y luego de nuevo a mí.
               -No me puedo creer que os hayáis aliado contra mí. Las dos sabéis de sobra cuál es mi tarta favorita.
               Pues claro que lo sabíamos: la de chocolate. No había parado de repetírmelo cuando empezamos a salir, ni perdía la ocasión tampoco de admirar el color de mi piel cada vez que se le presentaba la ocasión. Le gustaba demasiado el chocolate para renunciar a él, decía, incluso cuando el chocolate se resistía a entregarse a él.
               Annie rió entre dientes, se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, y le dijo lo mucho que su hermana se iba a alegrar de verlo a medianoche.
               -Aunque odio saber que tengo que estar en casa tan tranquila mientras tú estás aquí después de todo lo que te estamos echando de menos… entiendo que hagas las cosas así-le susurró, acariciándole la mejilla. Alec inclinó la cabeza instintivamente hacia el contacto con su madre y sonrió, asintiendo despacio con la cabeza.
               -Os lo voy a compensar, palabra.
               -Ya lo haces, mi vida-ronroneó Annie, poniéndose de puntillas para darle un beso en la frente-. Nos tenemos que ir-añadió para nadie en particular, como si yo no recordara a cada segundo que pasaba que el tiempo que teníamos con él se lo estábamos robando a Mimi.
               Alec inspiró, como armándose de valor, y asintió con la cabeza. No dio un paso atrás, sino que se quedó donde estaba, permitiendo a Annie que pusiera distancia entre ellos cuando pudiera.
               Nuestros ojos se conectaron cuando Annie se alejó de él, y yo sentí de nuevo ese fuerte tirón gravitacional que me empujaba hacia sus brazos. Contra toda razón, sabiendo que a más cerca estuviera de él, más me costaría alejarme, di un par de pasos hasta subirme a la tarima, que notaba caliente incluso a través de las suelas de las botas que me había puesto para atravesar la calle. No me extrañó que Jordan y Alec estuvieran descalzos, ni tampoco que ya le hubiera sobrado la camiseta cuando yo llevaba dos capas; tres, si contábamos con la protección del sujetador, que siempre me sobraba en verano.
               Alec me tomó de la mandíbula y me acarició suavemente la barbilla con el pulgar, hundiéndose en mis ojos y explorando los miedos que yo no era capaz de ocultarle. No así, al menos. Podía hacer malabares con las palabras para tratar de protegerlo de mí misma, pero jamás sería capaz de opacar mi alma para que él no viera a través de ella.
                -Te prometo que te compensaré todo lo que te estoy haciendo esperarme.
               Si había alguien que tenía que reparar todo lo que estaba haciendo, ésa era yo. Si Alec  se había levantado de madrugada para coger un avión, había sido por mí, y yo se lo había pagado marchándome con su hermana al mínimo inconveniente.
               -La espera sólo hace más dulce la recompensa-respondió, inclinándose hacia mis labios y rozándolos apenas, en un beso fantasma que tenía una ternura infinita, como si temiera que me rompiera si se dejaba llevar por sus ganas y reclamaba de mí lo que él quería reclamar. Me estremecí de pies a cabeza y entrelacé los dedos en su pelo, abriendo la boca y buscando sus labios en un intento de aclarar mis ideas, como si él no fuera mis tormentas y mis días soleados, mis desiertos y mis selvas tropicales, mis océanos y mis cielos, mis noches cuajadas de estrellas y mis atardeceres tiznados con nubes. Era capaz de acelerarme el corazón y detenérmelo por completo, de hacer que me pusiera nerviosa y calmarme a la vez, de hacer que me muriera de miedo y convertirme también en la chica más valiente que el mundo hubiera conocido nunca.
               Dios, no había nada que pudiera decir para quedar mal. No sabía meter la pata; siempre sabía qué decir, qué hacer, cómo leer entre líneas y darnos a todos lo que necesitábamos. Dármelo a mí.
               -Aun así haré lo posible porque no te empalagues demasiado-susurré, poniéndome de puntillas y dándole un piquito de despedida, porque tenía que irme de allí ya, o me pondría a llorar de la pena que me daba el que él estuviera pasando por algo así. No se merecía cruzar medio mundo y esperar a que le llegara su turno en un cobertizo, o encontrarse con una novia hecha un completo lío que no sabía si alegarse de que pareciera contento en Etiopía después de dos meses sufriendo por un castigo injusto que le habían impuesto, o ser sincera y admitir que lamentaba que él fuera feliz, porque supondría que se pasaría más tiempo sin él. Al menos debía ser honesta conmigo misma y admitir que era una egoísta.
               Me separé de él y me dirigí hacia la puerta, en pos de Annie, que ya cruzaba el jardín rumbo a su casa, pero Alec me detuvo.
               -Oye, Saab, espera.
               Me paré justo en el marco de la puerta y me giré para mirarlo con el corazón en un puño, martilleándome en los oídos con el sonido de una marcha fúnebre acelerada. Iba a gritarme por todo lo que yo había hecho mal y lo peor es que me lo merecía, así que no me defendería.
               -Esto… creo que te debo una disculpa-dijo, bajando el escalón de la tarima y posando los pies sobre la losa en la que normalmente dejábamos los zapatos. Debía de estar helada.
               -¿A mí?-pregunté, y él asintió con la cabeza. Se metió las manos en los bolsillos y miró a un punto por encima de mí antes de girarse y mirar hacia la esquina del sofá en forma de U en el que normalmente se ponía Jordan, que ahora estaba vacía. Escuché el clic de la puerta del baño en el momento en que Jordan echó sonoramente el pestillo para dejarnos más intimidad.
               -Sí. Eh…-se sacó las manos de los bolsillos, se rascó la nuca y se encogió de hombros-. He sido un gilipollas contigo, no sé en qué estaba pensando, y la verdad es que no tiene excusa. No debería haberte preguntado si querías que folláramos después de que tú me contaras la movida que has tenido con Zayn para que te dejara venir-explicó, abriendo las manos y mostrándome las palmas-. No sé qué cojones se me pasó por la cabeza, porque ha hecho que parezca que… quiero que sepas que no he venido antes para eso, ¿vale?-dijo, cogiéndome una mano y acariciándome los nudillos con el pulgar-. Yo sólo quiero estar contigo, y me da igual lo que hagamos. Quiero decir, el sexo contigo me flipa, y si por mí fuera lo estaríamos haciendo todo el rato, pero no te quiero sólo para eso. Me encanta cuando estamos juntos, incluso si estamos sentados sin hacer nada.
               -Ya lo sé, Al.
               -Vale, es sólo que… no sé. No quiero cagarla contigo.
               -No la has cagado-repliqué, acercándome a él-, ¿por qué dices eso?
               Él se relamió los labios y apartó la mirada, poniendo en orden sus pensamientos y regalándome, de paso, una genial vista de su perfil. Dios, ahora entendía por qué Annie decía que él era el único sueño que había en los años de pesadilla que había compartido con su padre; era como si Alec concentrara todo el oro del mundo en su corazón y no tuviera miedo de que alguien acudiera a robárselo.
               -Yo sólo quiero que no pienses que he venido a Inglaterra con una única cosa en mente, porque para mí no ha supuesto ninguna especie de perfecta casualidad que se te haya quitado la regla hace unos días para volver.
               -Ya sé que te interesan más cosas de mí que el sexo, Al, no tienes que preocuparte por eso, de verdad-dije, cogiéndole la cara entre las manos y temiéndome de dónde venían estas preocupaciones. ¿Le habían dicho algo en Etiopía que le hiciera pensar que a mí me preocupaba el rumbo que había tomado nuestra relación? Ambos éramos muy físicos y nos encantaba disfrutar del cuerpo del otro, pero eso no tenía absolutamente nada de malo. Los dos sabíamos perfectamente lo que hacíamos y disfrutábamos de un sexo consentido genial, en el que los dos disfrutábamos muchísimo y los dos nos preocupábamos por nuestra pareja. Que pudiera pensar siquiera que yo me sentía cosificada por él me ponía enferma-. ¿A qué viene esto?
               -A nada en particular. Es simplemente que me he dado cuenta de que he sido un gilipollas, y… no debería obligarte a alejarte así de mí.
               -¿Alejarme?
               Ay, Dios. La culpa era mía. Mía. Creía que lo de salir corriendo a ir con Mimi era porque no me había sentado del todo bien que nos fuéramos a casa y lo hiciéramos antes de poder hablar de lo que había pasado con mis padres y de cómo nos dejaba eso a ambos. Y aunque debía admitir que no me apetecía especialmente hacer nada con el cacao que tenía en la cabeza, que él pensara que era culpa suya era algo que yo no podía consentir.
               -Sí. He herido tus sentimientos, y no tengo derecho a sentir lástima de mí mismo por ello, pero supongo que no puedo evitar lamentar que no hayas querido decírmelo para… no sé-se encogió de hombros de nuevo-. Antes me decías lo que estaba mal.
               Me acerqué a él y le tomé el rostro entre las manos, peleándome contra las lágrimas que me ascendían por la garganta y amenazaban con descolgarse de mis ojos.
               -Mi sol, tú no has hecho nada malo. De verdad. No te preocupes. No me ha parecido mal ni nada lo que me has preguntado antes.
               -Pues debería. He sido un imbécil y me he parecido tanto al gilipollas que pensabas que era hace un año que deberías pegarme una hostia y castigarme sin besos durante, al menos… no sé. Un día, por ejemplo. Pero no te alejes, por favor. Eso es demasiado para mí.
               -Todo está bien, mi amor. Es sólo que estoy hecha un lío, eso es todo. Han pasado muchas cosas desde que te fuiste y… admito que no contaba con algunas otras-confesé, encogiéndome de hombros y dejando que me llevara hasta el sofá. Él se sentó, pero yo no le imité, y tampoco insistió en que lo hiciera. Sólo entonces me di cuenta de que tanto lo de bajar el escalón como el sentarse no eran gestos premeditados, pero que sí querían representar la dinámica del poder que teníamos ahora mismo, quién mandaba y quién se sometía. Y la que mandaba era, injustamente, yo.
               Me aparté el pelo de la cara, colocándome detrás de la oreja los rizos que se me habían salido de las trenzas que me había hecho para cocinar.
               -¿Qué otras?
               -No sé si me apetece hablar de eso ahora, Al-contesté, sentándome en el sofá a su lado y poniéndole una mano en la pierna. Ahora estábamos frente a frente; éramos iguales-. Decidimos que lo hablaríamos con calma después del cumpleaños de Mimi.
               -Eso fue antes de que pasara esto.
               -¿De que pasara el qué, mi amor?
               -De que se interpusiera entre nosotros.
               -No se ha interpuesto nada, de verdad. No tienes que preocuparte. Que haya ido con Mimi no tiene nada que ver con lo que me has preguntado respecto a acostarnos-no estaba muy segura de si aquello que estaba haciendo podía calificarse como “ser sincera”, pero tampoco le estaba mintiendo a base de decirle verdades selectivas que no le harían tanto daño como la verdad. No podía decirle que no estaba centrada para hacer nada y que había visto en la salida que me había brindado Mimi una escapada que me había producido un profundo alivio por las cosas que él me había dicho y lo que yo había leído entre líneas sobre que no iba a quedarse, porque eso sería echarle la culpa de algo por lo que nadie debería hacerle responder-. No me ha parecido mal en absoluto. Es más… si no tuviera tantas cosas en la cabeza, diría que incluso me habría gustado que te portes un poco como un cafre que sólo piensa en llevarme a la cama. Sobre todo después de… ya sabes. El peso que he cogido y demás.
               Alec me atravesó con la mirada.
               -Vamos a ver, Sabrae: creía que ya te había dejado claro hace unas semanas que me parece que estás buenísima y que, si fuera por mí, estaría follándote un año entero. Pero no es de eso de lo que se trata-negó con la cabeza-. Se trata de que he sido un insensible contigo, así que te pido perdón.
               -No tienes por qué disculparte, Alec. No soy de cristal-le recordé con delicadeza-. Se supone que, de todas las personas del mundo, es a mí a quien puedes tratar con mayor libertad porque no voy a pensar mal de ti.
               -Pero quiero disculparme-respondió, tozudo, mirándome con determinación-, porque que tenga esa libertad no significa que tenga que utilizarla. Y, la verdad, no quiero tratarte nunca mal y que me lo perdones porque “sabes que no lo hago para ofenderte”.
                -Bueno, pues si tan importante es para ti, entonces te perdono-contesté, inclinándome hacia él y dándole un beso en el hombro. Inhalé profundamente el aroma que desprendía su piel, y fui consciente entonces de que aquella era la primera vez que estábamos completamente solos. Puede que Jordan estuviera en el baño del cobertizo, pero estaba segura de que si escuchaba algún sonido sospechoso, no tardaría en salir para darnos aún más intimidad.
               Aquella certeza me produjo un leve cosquilleo en la parte baja del vientre.
               -Todo está bien contigo-le dije, porque no sentía que fuera mentira-, de verdad. No has hecho nada que me haya parecido mal. Y si sientes que me he alejado de ti, entonces soy yo la que te debe una disculpa.
               -No hay por qué. Yo sólo quería que supieras que esta noche no tiene que pasar nada si tú no quieres-añadió, mirándome a los ojos con cara de cachorrito-. No he venido con ninguna expectativa de ningún tipo en ese sentido.
               -Has venido desde Etiopía y hace mucho que no nos vemos-le recordé, porque, ¿hola? ¿Alec no pensando en las posibilidades que había de que nos acostáramos al subirse al avión? Por favor. Una cosa era que quisiera ser delicado conmigo, y otra que quisiera tomarme por boba. Por supuesto que había pensado en el sexo al venir, pero eso no tenía nada de malo. De hecho, me preocuparía si no fuera así.
               -Saab, tú no me debes sexo, y lo sabes-contestó, arqueando las cejas, y juro que no me había parecido tan atractivo como entonces, reconociendo mi propia libertad y demostrándome que me había escuchado todas y cada una de las veces en que le había hablado sobre feminismo y empoderamiento femenino. Definitivamente no había nada más sexy que un chico consciente de tus opresiones como mujer y dispuesto a combatirlas contigo.
               -Lo sé-asentí, relamiéndome los labios y mordiéndome el inferior al mirarle la boca. Él también se la relamió, con los ojos puestos en la mía-. Pero eso no quiere decir que no me… apetezca.
               El ambiente entre nosotros se cargó, como si fuéramos dos pilas cuyas polaridades eran opuestas y estuvieran saltando chispas entre nosotros. Alec respiró por la boca, como si así pudiera saborear mi perfume, y se relamió los labios.
               Una dulce presión palpitante y en absoluto incómoda se posó entre mis muslos, que noté más sensibles, al igual que mis pechos, cuyos pezones parecían atrapados en el roce del sujetador al compás de mi respiración. Tenía la carne de gallina y ansiosa porque Alec la acariciara, y supe que Alec estaba ansioso porque yo hiciera lo mismo por lo sensible que tenía la piel de la mano que se colocó inconscientemente en la entrepierna, que empezó a crecer bajo la tela de sus vaqueros.
               -¿Te apetece?-preguntó con la voz oscura y ronca que se le ponía cuando…
               Me recorrió un escalofrío y de repente fui muy consciente de la tela de mis bragas pegándose a la piel entre mis muslos cuando empecé a mojarme.
               Alec se estaba poniendo cachondo. Y yo también me estaba poniendo cachonda.
               No era así como esperaba que terminara la tarde, pero de repente me apetecía quitarme los leggings, bajarme las bragas, subirme la sudadera y sentarme sobre su erección, dejar que su tamaño y su dureza se abrieran camino a través de mí. Escuchar su respiración acelerada contra mi boca, sentir sus dientes rozándome los pezones, su lengua recorriendo mis pechos, su pulgar presionándome el clítoris y haciéndome ver las estrellas mientras su polla exploraba mi coño y me frotaba en ese punto oculto que tan sensible era y al que sólo él podía acceder.
               Sería tan fácil como decirle:
               -Pues claro que me apetece.
               Y abrir las piernas y dejar que su mano subiera por entre mis muslos hasta encontrarse con ese rincón mojado, ansioso de él. Luego yo no podría hacer nada más, ni él tampoco, porque nuestros cuerpos tomarían el control.
               Aunque, ¿durante cuánto tiempo lo harían? ¿Cuánto tardaría yo en recordar las implicaciones de todo lo que me había dicho, las cosas que teníamos que hablar? Y, cuando lo hiciera, ¿me atrevería a pedirle que parara? ¿Sería tan desconsiderada con él y con su placer? ¿O me limitaría a fingir que estaba disfrutándolo, lo cual era incluso peor?
               -Claro que me apetece-respondí, poniéndole una mano sobre la que él tenía sobre su erección-, pero creo que nos merecemos algo mejor que un polvo en el que yo tarde o temprano empezaré a comerme la cabeza. Quiero saber a qué atenerme. Quiero que todo esté claro cuando nos acostemos, o por lo menos lo suficiente como para que deje de disfrutarlo a la mitad.
               Alec asintió con la cabeza y se relamió los labios. Me cogió de la mano, alejándose de su erección, y volvió a asentir.
               -Lo comprendo.
               -Lo siento.
               -No tienes por qué pedirme perdón, Saab.
               -Aun así, quiero hacerlo. Sé que te habría gustado que aprovecháramos la tarde…
               -Y a ti también-sentenció-, así que los dos estamos en el mismo lugar. Puedo esperarte, en serio-dijo, tomándome de la mandíbula-; no me importa darte el tiempo y el espacio que necesites. Lo que sí que no quiero es que esto se interponga entre nosotros.
               -Vale. Intentaré que no lo haga y… no cerrarme en banda-suspiré, y él asintió con la cabeza. Tenía en sus ojos una mirada cargada de intención y de emociones. Me puse en pie-. Creo que es hora de que me vaya, o Mimi empezará a extrañarse y todo se irá a la mierda.
               -Vete tranquila. Estaré pendiente del móvil de Jordan para cuando pueda ir a casa-asentí con la cabeza, cerrando los ojos, y no pude evitar sonreír cuando él aprovechó para darme un beso por sorpresa. Me acompañó hasta la puerta e incluso se bajó de nuevo de la tarima para poder sostenerla abierta para mí-. Ah, y, ¿Saab?-me llamó, y yo me volví otra vez. Dio un paso hacia mí, de manera que su cuerpo fue lo que me calentó en aquella fría noche de noviembre, en lugar de mi abrigo o mis botas. Estaba descalzo justo al lado del césped, y sin embargo había en sus ojos tal determinación que supe que ni se había inmutado del cambio de temperatura-. Estoy aquí, ¿vale? Si necesitas algo, estoy justo aquí-dijo, poniéndome una mano cálida, grande y fuerte justo sobre el corazón. Asentí con la cabeza, derritiéndome bajo la intensidad de su mirada, y lo observé mientras se mordía el labio y se pasaba una mano por el pelo-. ¡Joder! No debería haberte obligado a que te acostumbraras a no contar conmigo. Esto es una mala idea-murmuró más para sí que para mí, mirando por encima de su hombro en dirección a su mochila.
               -Ya hablaremos de eso, ¿vale? No quiero que te preocupes. Siento dejarte aquí encerrado para que te comas la cabeza, pero intenta no pensar demasiado en ello. Hay cosas a las que tengo que enfrentarme yo sola, y por mucho que quieras acompañarme, no puedes hacerlo. Así que tú… relájate y disfruta de… bueno, de momento, del cobertizo de Jordan-dije, mirando en derredor, apreciando las cosas con las que dos chavales de 18 años podían entretenerse. Tenían alcohol, conexión a internet, una televisión bien grande y varias consolas. Era el sueño de cualquier tío sexualmente satisfecho.
               -No puedo disfrutar si estamos separados-contestó, y yo lo volví a mirar.
               -Pronto nos reuniremos, te lo prometo. Sólo mientras esté Mimi. Luego… todo volverá a ser como antes.
               O todo lo “como antes” que puede ser, claro.
               Alec se me quedó mirando, concentrado en mi rostro y en mis movimientos, en busca de algún síntoma de dolor que no iba a consentir que saliera a la superficie. Después de unos segundos de escrutinio en el que pareció valorarme como nunca antes lo había hecho, finalmente asintió con la cabeza, me tomó de la mandíbula y me besó en los labios.
               -Intenta que mi hermana deje que nos reunamos pronto-me pidió-. No soporto estar en el mismo continente que tú y volver a perderte de vista.
               -Haré todo lo que esté en mi mano-le aseguré, devolviéndole el beso, en el que traté de transmitirle todo aquello para lo que mis palabras no bastaban.
               Sin embargo, a pesar de que me fui a casa de los Whitelaw con la determinación de que Alec pudiera regresar pronto, Mimi tenía otros planes: después de terminar con las albóndigas y preparar también una tarta de chocolate a la que mañana por la mañana le daría personalmente los toques finales, se empecinó en irse a la habitación de Alec y retozar en la cama a ver vídeos: primero, de entrevistas y promociones que tenía atrasadas de Eleanor; luego, de cachorritos adorables; y finalmente terminamos metidas en su carpeta de imágenes personales en la que no paró de analizar las fotos que tenía de sus anteriores cumpleaños con su hermano. Las horas fueron pasando, la luna avanzaba por el cielo, y yo no tenía manera de conseguir que Mimi se fuera a dormir de una dichosa vez. Por descontado, renuncié a que durmiera en su cama y no en la de Alec, pero después de la revelación de que no haríamos nada esta noche porque mi cabeza no me permitiría disfrutar de acostarnos al cien por cien, lo cierto es que me daba igual.
               -¿Crees que ya estará preparándose para venir?-preguntó Mimi, apoyando la cabeza en el cojín con forma de corazón que se había traído de su habitación y lanzando un suspiro tremendista.
               -Seguro que sí.
               -¿Estará cansado?
               -Tampoco es que vayamos a ir al parque de atracciones o algo así, ¿no, Mím? Simplemente daremos una vuelta, así que tu hermano lo soportará.
               -Lo echo de menos-suspiró-. ¿Le vas a pedir que se quede?
               Aquella pregunta me dejó completamente desarmada, ya que era la primera vez que Mimi me la hacía. No así Shasha o incluso Duna, pero de mis hermanas me lo esperaba. Que Mimi moviera ficha para que Alec se quedara sabiendo lo importante que era el voluntariado para él y habiendo visto cómo lo planificaba no dejaba de ser significativo.
               -Todavía tengo que saber qué tal lo está llevando él, aunque no sería por falta de ganas-murmuré, y en ese momento, en algún lugar del piso inferior, un reloj dio la medianoche. Me giré y la miré.
               Y Mary Elizabeth Whitelaw, futura prima ballerina del ballet nacional de Inglaterra y también, ¿por qué no?, del ruso, me fulminó con la mirada de la misma forma imponente que su hermano, subcampeón nacional de boxeo.
               -Te he dicho-me recordó en tono cortante-, que no quiero que me felicites. No quiero que nadie me felicite antes de que lo haga mi hermano. Como todos los años-puntualizó, apagando su móvil y dejándolo encima de la mesita de noche en la que tantas veces lo había hecho yo al lado del de Alec. Levanté las manos y me hundí en la cama, exhalando un suspiro cansado y bostezando sonoramente.
               -¿No crees que eso será un poco difícil, teniendo en cuenta que Alec llegará en un avión a mediodía aproximadamente?
               -Sólo tengo que dormir, no mirar el móvil y negarme a coger el teléfono hasta entonces. Parece fácil-replicó, encogiéndose de hombros y acariciando a Trufas. Abrió las mantas, dejó a Trufas en el suelo, se calzó las zapatillas y fue hacia la puerta, presta a ir al baño.
               Y cuando la abrió, se encontró a Alec apoyado en la pared frente a la puerta, los brazos cruzados y su sonrisa torcida en la boca. Mimi se quedó completamente congelada, rígida igual que una estatua.
               -¿Sabías qué día es hoy?-le preguntó él a ella, que se echó a sus brazos y empezó a llorar.
               -¡Creía que no vendrías hasta mañana!
               -¿Bromeas? ¿Y perderme medio Día Internacional de la Diabetes?
               -¿Perdón?-pregunté, capturando a Trufas de la que se lanzaba hacia mí en su carrera desquiciada por festejar que Alec había vuelto a casa.
               -Búscalo, bombón.
               -Todos los años igual-gimoteó Mimi en brazos de su hermano, que le dio un beso en la mejilla y una palmada en la cintura.
               -Venga, métete en la cama, que no me he venido desde Etiopía para que me destroces el tímpano.
               Nunca pensé que Mimi fuera a obedecer a Alec sin rechistar, pero hizo lo que su hermano le decía sin oponer la más mínima resistencia. Se metió en la cama, se tapó hasta la nariz, y cerró los ojos, aunque juraría que lo miró acercarse a través de sus pestañas.
               Alec atravesó su habitación como un dios justiciero, se arrodilló junto a la cama, destapó un poco a Mimi, y le susurró al oído:
               -Feliz cumpleaños, Mím.
               Y Mimi empezó a llorar con tanta desesperación que comprendí de sobra por qué había sido incapaz de resistirse a preguntarme si le iba a pedir que se quedara. De hecho, lo que me sorprendió fue que hubiera tardado tanto.
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1 comentario:

  1. Bueno, tengo que decir que me sigue dando un poco de congoja el manejo de la situación por parte de ambos y me ha roto el corazon cuando Alec le ha dicho a Saab que antes ella le decia cuando hacia las cosas mal. Siento que la manera en la que gestionen esto va a ser muy especial y que Mimi jugara un papel importante como se sobreentiende en el final. Al final sobreentendemos que solo Alec puede quedarse si Saab se lo pide, pero que pasaria si la que se lo pidiese no fuese ella?

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