lunes, 15 de abril de 2024

Londres en su piel.

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
 Al menos con una de las dos lo estaba haciendo bien.
               Había sido un completo gilipollas con Sabrae por tratar de guardar las distancias con ella, pero al menos con Mimi lo estaba haciendo todo bien. Diría que me rompió un poco el corazón verla echarse a llorar de la ilusión que le hacía verme, porque aquello significaba tanto que no había contado con que yo llegaría a tiempo como que me había echado terriblemente de menos, pero no pude evitar sentir un inmenso alivio al saber que no continuaba con mi racha de cagadas apoteósicas.
                No me había sentido con fuerzas de insistirle en que no hacía falta que mantuviera las apariencias con mi hermana si eso iba a significar que nos separaríamos antes de tiempo y no podríamos aprovechar todo lo que pudiéramos de mi nueva visita porque no había podido dejar de notar tampoco su reticencia a quedarse a solas conmigo.
               Y, ¿cómo no iba a estar reticente? Si le había preguntado si íbamos a follar después de que ella me confesara que Zayn casi no la había dejado venir a por mí y que no se había visto con fuerzas de escaparse, joder. Nunca había sido tan cerdo con ella como entonces, así que el que guardara las distancias era algo normal. Doloroso, pero normal. No podía luchar contra ello ni tampoco tenía derecho a sentirme mal.
               Aunque también me preocupaba por ella, y me reventaba que sintiera que ya no podía contar conmigo y que yo no era un buen apoyo, sobre todo cuando precisamente me necesitaba porque me había elegido a mí y no a sus padres.
                Por suerte me había perdonado, o al menos lo había apartado en un rincón de su mente al que le costaría regresar, y con eso de momento tenía que bastarme. Teníamos mucho de lo que hablar, pero primero tendríamos que entrenar nuestra paciencia haciendo que Mimi tuviera uno de los mejores cumpleaños de su vida. Se lo debía después de todo lo que le había hecho pasar y, si Sabrae y yo decidíamos que las cosas estaban mejorando lo suficiente como para que yo siguiera en Etiopía, el sacrificio de mi hermana se extendería exponencialmente en el tiempo.
               Al menos contaba de nuevo con Saab, si la forma cariñosa en que sus ojos estaban puestos en mí era indicador de algo. Puede que tuviéramos aún demasiadas cosas en el tintero, pero, al menos, había recuperado su confianza y sus ganas de estar conmigo superaban a su instinto de supervivencia.
               Al final los gilipollas de sus padres iban a estar en lo cierto y yo no iba a ser tan bueno para ella. Joder.
               -No me puedo creer que estés aquí-gimió Mimi, encogiéndose dentro de mi cama y aferrándose a las sábanas igual que a un bote salvavidas. Algo me dijo que últimamente repetía mucho ese gesto en ese lugar en particular, lo cual no me tranquilizó en absoluto, aunque sí que me llenó de una extraña ola de ternura. Incluso cuando tu corazón se encoge por lo mucho que lo sometes a presión, una parte de él resplandece al sentir cuánto le quieren los demás corazones a tu alrededor.
               Le acaricié el pelo a mi hermana mientras Sabrae nos observaba atentamente, hundiendo los dedos en el pelaje suave de Trufas, que continuaba agitándose en su regazo. Mi chica no quería interponerse entre nosotros; sabía de sobra que el día se trataba de Mimi, que el viaje se trataba de Mimi, y aceptaba ese temporal segundo lugar al que no la tenía acostumbrada. Como si no tuviera suficientes motivos para adorarla.
               Procuré no pensar en que también le venía bien la distancia para perdonarme por todo lo que le estaba haciendo (y puede que siguiera haciéndole), porque el cariño que había en sus ojos mientras nos miraba a ambos no estaba ahí cuando me separé de ella para esperar en el cobertizo de Jordan al momento perfecto de entrar en casa.
               Jor había puesto los brazos en jarras y me había mirado con las cejas alzadas cuando me limité a quedarme allí plantado después de darle un buen abrazo en el que, creo, le transmití todas mis preocupaciones, incluso las que no me había dado cuenta hasta entonces de que tenía. Ni siquiera sabía por qué cojones le había preguntado a Sabrae por el sexo después de que ella me confesara todo lo que había pasado, y haber puesto por delante mis necesidades fisiológicas al bienestar de Saab era algo que no me habría esperado nunca. No era propio de mí, ni del chico que había sido cuando empecé con ella y ella me hizo infinitamente mejor; ¡joder, si incluso me había quedado con ella una vez que se puso enferma durante el fin de semana en lugar de salir de fiesta cuando todavía no éramos nada y no la había escuchado decirle que me quería!
               -Vale, podemos hacer dos cosas-me dijo Jor-: podemos sentarnos a jugar a la consola y esperar a que sea el momento de que te vayas a casa para darle la sorpresa a Mimi, y arriesgarnos así a que te comas tanto la cabeza que termines siendo un vegetal; o puedes decirme qué te pasa y dejar que intente ayudarte en la medida de lo posible.
               Debía de verme jodidísimo si le parecía que necesitaba una sesión de terapia urgente con alguien con quien no me había abierto mucho en el pasado. Mi relación con Jor no se basaba, precisamente, en que nos obligáramos el uno al otro a hablar cuando estábamos mal, sino en escucharnos cuando sentíamos que íbamos a reventar. Supongo que mi cara debía de ser un puto cuadro si había que cambiar la dinámica, pero… tampoco podía extrañarme de que las cosas no fueran como antes de que yo me marchara, porque ni yo mismo era como antes de irme a Etiopía.
               Puede que la influencia de Sabrae se estuviera notando también en él, o puede que él hubiera hecho más de psicólogo de lo que le habría gustado durante las últimas semanas y que hubiera descubierto en las palabras un poder nuevo con el que antes ninguno de los dos contaba, así que lo había mirado a los ojos, me había encogido de hombros y le había contado lo que había pasado en el aeropuerto. Jordan me había escuchado con atención, sus ojos fijos en los míos, y me embriagó una sensación de familiaridad que reconfortó un poco mi nerviosismo: puede que no todo fuera totalmente distinto a como lo había sido antes, porque, ¿cuántas veces yo me había puesto a despotricar delante de Jordan y él me había dado la razón en todo? ¿Cuántas veces lo había hecho él conmigo y yo había reaccionado exactamente igual?
                -¿Qué opinas?-le pregunté cuando hube terminado, y Jordan se revolvió en el asiento, poniendo en orden sus pensamientos. Se relamió los labios y juntó las manos por las yemas de los dedos, formando una especie de gema en el espacio negativo entre las palmas de sus manos.
               -Bueno… pues que no has estado muy acertado con ella, la verdad. Pero eso ya lo sabes.
               -¿Acertado? Jordan, me comporté como un puto cerdo con ella. Le he dicho de follar después de que me dijera lo de Zayn. ¿Tú cómo te pondrías si el novio de tu hermana reaccionara así?
               -Es que llevas mucho tiempo sin follar. Es normal-se encogió de hombros y yo supe que, definitivamente, Sabrae no había hecho con él las maravillas que había hecho conmigo. Puede que le hubiera hecho madurar y que lo hubiera cambiado mientras la acompañaba, tal y como yo le había pedido que hiciera, pero no lo había cambiado lo suficiente como para que dejara de defenderme a capa y espada. Me consolaba tener conmigo a mi mejor amigo, incluso aunque la estuviera cagando tanto que a mi novia no le apeteciera estar cerca de mí.
               -Es mi novia, Jordan. No soy un puto animal.
               -Vale, la has cagado; y vale, entiendo que ella quiera tomar distancia, sobre todo porque ha pasado por cosas muy jodidas mientras tú no estabas, pero eso no quiere decir que os afecte tanto como para que te comas la cabeza como sé que empezarás a comértela dentro de…-fingió mirarse el reloj en la muñeca, que tenía desnuda-, aproximadamente dos nanosegundos.
               -Como para no comerse la cabeza-Jordan puso los ojos en blanco-. ¡En serio, tío! ¿No crees que, si fuera verdaderamente una chorrada, Sabrae no lo habría descartado igual que hace con las demás? Le he dicho muchas gilipolleces a lo largo de nuestras vidas, y nunca ha…
               -Sólo digo que no tienes que juzgar tu comportamiento solamente con la reacción que ha tenido ella-respondió Jordan, mirándome fijamente a los ojos para asegurarse de que tenía toda mi atención-. Y menos aún cuando tú mismo te has dado cuenta de que lo has hecho mal.
               -No quiero alejarla de mí-contesté, hundiéndome un poco en el asiento y mirando la mesa donde poníamos las cervezas. Necesitaba desesperadamente un trago, o una calada a un cigarro, pero había conseguido quitarme el vicio en Etiopía y no me parecía muy sabio volver a fumar después de tantas semanas sometido a estrés sin recurrir al tabaco.
               Además, a Saab no le gustaban mis besos cuando sabían a humo.
               -Puede que no seas el que la está alejando-respondió él, encogiéndose de hombros y apoyando ambos codos en el respaldo del sofá mientras cruzaba una pierna sobre la otra. Era como si tuviera todos los secretos del universo guardados en su disco duro y supiera que nadie los custodiaría mejor que él.
               Me lo quedé mirando, debatiéndome entre la posibilidad de preguntarle si eso significaba que lo de Zayn era algo aislado y la relación con sus padres no estaba mejorando como nos esperábamos, o dejar que fuera ella la que me lo dijera. Necesitaba saberlo para poder tratarla como ella necesitaba y se merecía, pero, a la vez, tampoco me parecía justo que Jordan contara la historia de Sabrae. Habíamos decidido que seríamos sinceros el uno con el otro ella y yo, y había algo terapéutico en verbalizar tus miedos para que tu pareja los comprendiera y te ayudara a superarlos.
                Elegí ser mejor en ese mismo momento. Darle el espacio que necesitara, aunque eso me rompiera en mil pedazos porque mi hogar estaba en su piel, mi aire estaba en su boca, mi agua en su lengua.
               -Tú sólo dime que has estado ahí para ella cuando me ha necesitado-le pedí, y Jordan se relamió los labios.
               -Todos lo hemos hecho. Y todos lo hemos hecho lo mejor que hemos podido.
               Sorprendentemente sus palabras me resultaron tranquilizadoras, a pesar de todo. Y, aunque la había visto guardando todavía las distancias y usando conmigo una prudencia que me era completamente ajena, a la que ni siquiera había recurrido cuando no me soportaba, me había tranquilizado también cuando me prometió que intentaría no cerrarse en banda. Me destrozaba pensar que su memoria muscular la hacía ahora recular en vez de lanzarse al ataque, pero, con un poco de suerte, podríamos conseguir que recuperara la valentía y la fiereza que siempre la había caracterizado y que la había convertido en quien era.
               No terminaba de gustarme esa Sabrae en la que la estaban convirtiendo sus padres, pero estaba convencido de que podríamos recuperar a aquella chica espectacular, valiente y decidida que había sido antes, la que había conseguido que valorara mi intimidad y mi vida por lo que se merecían y no por la validación que el sexo pudiera darme. La que me convenció de que me merecía amor con independencia de mis errores, y me enseñó que mi sangre no era mi legado, ni tampoco el destino escrito en piedra y que estaba condenado a cumplir que había creído siempre y que tanto me había aterrorizado antes.
               Ella me había amado hasta curarme. Yo podía amarla hasta recuperarla.
               El proceso no iba a ser difícil para mí, porque quererla me era tan fácil como respirar, pero... eso no significaba que no tuviera miedo de meter la pata o que no me frustrara con las cosas que tenía que hacer.
               Así que era un aliciente ver que al menos había alguien lo suficientemente bien como para permitirme cometer errores, porque eso me hacía relajarme lo bastante como para dejar de cagarla.
               -¿Detecto molestias en tu voz, Mary Elizabeth?-pregunté, acariciándole la mejilla con la yema de los dedos y apartándole un mechón de pelo para colocárselo tras la oreja. Mimi parpadeó despacio, sonriendo lentamente-. ¿Tanto te fastidia que yo sea la vara con la que vas a medir a todas tus parejas y que hará que, irremediablemente, te conviertas en la loca de los gatos y te mueras virgen?
               -Eres un imbécil-respondió Mimi, y Sabrae sonrió. Seguramente ya había notado el patrón de insultos de mi hermana: sólo se los dedicaba a quienes quería de verdad. Sólo con quienes se sentía lo bastante cómoda era capaz de abandonar esa timidez y mojigatería que la caracterizaba.
               O puede que supiera algo que yo todavía no sabía, y que descubriría esa misma tarde, cuando mi hermana decidiera que su mejor regalo de cumpleaños era estar con la gente a la que más quería sin tener que hacer malabares en su agenda.
               -Una pena que estés obsesionada conmigo hasta el punto de que no quieras que nadie te felicite antes que yo-le dediqué mi sonrisa más amplia, que podría competir con la del mismísimo gato de Cheshire. Me había enternecido especialmente escuchar a Mimi decirle a Saab que no quería que la felicitara sólo para permitirme mantener la tradición de que yo fuera la primera persona en desearle un feliz cumpleaños, y había visto recompensados con creces todos los sacrificios que había hecho (e iba a hacer) para poder estar allí para el cumpleaños de mi hermana. Puede que me pasara mucho tiempo sin ver a mi familia, a mis amigos, a mi novia, hasta que no regresara por el cumpleaños de Sabrae (si, al final, seguíamos con el plan del voluntariado tal y como yo lo había diseñado en mi cabeza); pero, viendo las ganas que tenía Mimi de verme y lo mucho que estaba dispuesta a luchar porque yo pudiera mantener mis privilegios, sentía que estaba haciendo lo correcto. Me agarraría a aquello cuando las cosas fueran mal, cuando echara demasiado de menos a mis amigos, a mi chica, y las noches en Etiopía se me hicieran tan largas como meses enteros sin verlos a ninguno de ellos. Y lo peor de todo es que los meses se irían encadenando unos tras otros hasta formar décadas de soledad rodeado de gente, pero…
               … por la manera en que había sonreído Mimi cuando me vio, merecería la pena. Todo ello merecería la pena.
               Mimi hundió la cara un poco más en la almohada y exhaló un bufido.
               -Pensaba que no ibas a llegar para las doce-se encogió de hombros, de manera que su melena caoba se deslizó por su piel y un par de mechones se pegaron a sus labios. Se los aparté con cuidado y Mimi parpadeó despacio-. Además… no quería tener que correr con los gastos de tus sesiones de urgencia de psicólogo si te enterabas de que no eres el ombligo del mundo-me pinchó, y yo me erguí cuan largo era mientras Sabrae se partía de risa a su lado.
               -Eres una jodida caprichosa desagradecida, Mary Elizabeth. ¡Me he hecho nueve horas de avión, me he quedado varado en la puñetera Francia, que es básicamente como si hubiera cruzado el gélido glaciar y el ardiente desierto, escalado hasta lo más alto de la más alta torre, ¿¡y así es como me lo pagas!?! ¡¿Tratando de negarme la importancia determinante que tengo en tu vida?! ¿¡Haciéndote la chula y decidiendo entrar en la edad del pavo precisamente cuando cruzo medio mundo para que no te sientas sola y abandonada!?
               Mimi se levantó sobre sus codos, sonrió con maldad y aleteó con las pestañas, asintiendo con la cabeza.
               -Pues sí-respondió, y yo entrecerré los ojos.
               -¿A que le digo a Sabrae que puede disponer de todo mi armario sin preocuparse por lo que tú quieras ponerte o no?
               -Díselo-ronroneó Sabrae, pero Mimi se incorporó de un brinco para quedar arrodillada con las rodillas sobre la almohada.
               -¡No harías eso en mi cumpleaños!
               -¡Teniendo en cuenta que te la bufa lo más grande tu cumpleaños, no veo por qué tengo que preocuparme yo!
               -Yo no he dicho que me la bufe mi cumpleaños-contestó, metiéndose de nuevo en la cama con la dignidad de una princesa consentida que siempre se sale con la suya-. Eres tú, que eres un gorila sordo y dramático-tras lo cual, a Su Graciosa Majestad le pareció conveniente sacarme la lengua. Exhalé una risa por la nariz y negué con la cabeza.
               -Me imagino que eso significa que te da lo mismo que deje que Sabrae coja lo que le dé la gana del armario.
               -Como hagas eso, lo quemaré-sentenció Mimi, agarrándome del pantalón, y Sabrae cogió aire sonoramente.
               -¡No serías capaz!
               A lo que Mimi se giró y la fulminó con la mirada.
               -Ponme a prueba, perra.
               Chasqueé la lengua y negué con la cabeza.
               -Por mucho que me entusiasme la idea de que Sabrae se pelee por mí con otra tía, la verdad es que no me apetece mucho tener que explicarle a mamá por qué mi novia te ha reconfigurado la cara para tu cumpleaños, así que de momento lo dejaremos estar, ¿de acuerdo, Mary?
               -Me parece bien-sentenció Mimi-, no quiero lastimarme las manos arañándole la cara a Sabrae.
               -¿Disculpa? ¿Que crees que vas a hacer qué?-preguntó Sabrae, cruzándose de brazos, pero Mimi sonrió mientras la ignoraba. Definitivamente eran tal para cual; si no fuera porque a Mimi le gustaban los chicos, diría que incluso harían buena pareja. No tan buena como ella y yo, quiero decir, pero… bastante buena, de todos modos.
               Claro que Mimi no pondría a Sabrae en los apuros en que la había puesto yo, pero ésa era otra historia.
               -¿Sabéis qué? Paso de vosotras. Hacedme un hueco, anda, que ha sido un día muy largo y me merezco dormir. No puedo cargar siempre con el peso de ser el tío más perfecto que ha pisado este planeta si no me dejáis algún momentito para recargar las pilas-dije, quitándome la camiseta y empezando a desabrocharme los vaqueros.
               No se me escapó la manera hambrienta en la que Sabrae clavó sus ojos sobre mis abdominales, y a pesar de lo mal que me había sentido por cómo la había cosificado en el aeropuerto, cuando le pregunté si haríamos algo o no, mentiría si dijera que ver cómo se le oscurecía la mirada y se le ponía una mueca soñadora en la boca no me puso el ego por las nubes. Ya había visto cómo se había relamido los labios cuando hablamos de que, en realidad, nos apetecía hacerlo, aunque creyéramos que era mejor esperar, pero una cosa era que a Sabrae se le fuera la cabeza un momento en el que estábamos solos y en un entorno en el que nos habíamos descubierto por primera vez, y otra era que volviera a perderse en sus ensoñaciones con mi cuerpo al ver un poco más de piel.
               Ya sabía que podía poner cachonda a mi novia, pero una cosa era saberlo y otra cosa era verlo. Después de todo, una imagen vale más que mil palabras, ¿no?
               No obstante, por desgracia, en mi cama no había solamente una chica. Sí, lo sé, normalmente que no hubiera solamente una chica no iría precedido de un “por desgracia”, pero cuando esa chica era mi hermana, las cosas dejaban de guiarse por las mismas directrices.
               -Ah, no-protestó Mimi, incorporándose. Si ya de por sí era una mandona, imagínate en su cumpleaños, en la que todos nos sentíamos sin autoridad para decirle que no-. De eso, nada. No vas a meterte en la cama en calzoncillos. Ponte algo de ropa, cochino.
               -¿Perdón? Mary Elizabeth, ¿tengo que recordarte que estás en mi puta cama?
               -Puede, pero no estás solo-me recordó, frunciendo el ceño. Sabrae la miró con confusión, perdida en la neblina de sus pensamientos; una neblina en la que la única silueta que se distinguía era la mía-. No quiero que te me pegues con la espalda toda sudorosa.
               -Por Dios-puse los ojos en blanco-, ¿dejarás en algún momento de tener el himen de acero inoxidable?
               -¿¡Qué tiene que ver mi virginidad con que no quiera que mi hermano se meta desnudo a dormir conmigo, pedazo de degenerado!?
               -¡No es que sea tu hermano, es el comentario que acabas de hacer! Sabes que los hombres no mordemos, ¿verdad? No te vas a morir por tocar un poco de piel masculina de vez en cuando.
               -Pero si ya la toca-se burló Sabrae con maldad, y Mimi se volvió hacia ella igual que un cocodrilo.
               -¡PERO CÁLLATE, TÍA!
               ¿Ein?
               -¿Qué me he perdido?
               -No te haces idea-rió Sabrae, y Mimi le dio un manotazo en la cintura y siseó como la víbora que en realidad era.
               -Cierra la boca, o tú y yo tendremos más que palabras. Va en serio-le advirtió, señalándola con un dedo índice acusador-, no estoy jugando, Sabrae.
               -¿A alguna le importaría explicarme…?
               -No-sentenció Mimi-. Y no te vas a meter en la cama en calzoncillos; no es negociable, Alec.
               -Estoy cansadísimo, me he recorrido más de seis mil kilómetros, y no estoy para que me toques los huevos, Mary Elizabeth-bufé-. Bastantes gestos desinteresados he tenido ya contigo como para que encima pretendas que me ase en la cama por llevar pantalón.
               -No vas a llevar pantalón; te vas a poner también una camiseta de pijama.
               Parpadeé, observándola y viéndola por primera vez. Tenía las cejas arqueadas y una expresión de listilla que le había visto un montón de veces, pero que nunca me había molestado tanto, porque nunca se había mostrado tan inflexible.
               -¿Tantas ganas tienes de convertirte en hija única?-pregunté, y Mimi se apartó el pelo del hombro.
               -Como he dicho, no quiero que te me acerques con la espalda sudorosa y me ensucies el pelo.
               -Sois como dos estufas, Mimi; sé seria. No voy a poder dormir: me voy a asar.
               -También necesitamos que dejes tu olor en más ropa-añadió, señalando el armario y dándose la vuelta en la cama para dejarme bien claro que se había acabado la conversación. Me quedé a cuadros.
               Esta cría era una puñetera fascista.
               -Échame una mano con esta nazi, bombón-le pedí a Saab, que se mordió el labio y miró a Mimi.
               -Puedo ponerme yo entre vosotros, si quieres-dijo, y me hizo gracia que aquí nadie estuviera discutiendo que Mimi bien podía irse a su habitación a dormir si tanto le molestaba que yo durmiera en mi puñetera cama como me salía de los puñeteros huevos. Mimi sabía perfectamente lo que había: en verano dormía en calzoncillos (o sin ellos, directamente); en lo más duro del invierno me ponía pantalones de pijama, sí, pero nunca una camiseta. Una camiseta jamás. Ya había dormido conmigo en más ocasiones, y nunca le había supuesto un problema aquello, por mucho que se hiciera la mojigata y dijera algunas veces que le daba apuro, pero nunca había ido más allá.
                ¿Por qué me tocaba los huevos precisamente ahora?
               -No-sentenció Mimi, tan tajante que me quedó claro que no había opción a discusión alguna-. Ni de broma. Yo también quiero dormir con mi hermano. Se pondrá un pijama.
               -¿O qué?-pregunté yo, y Mimi se giró para mirarme por encima del hombro.
               -O duermes en el suelo.
               Me reí de nuevo, le dediqué mi mejor Sonrisa de Fuckboy® (que, por supuesto, no le hizo absolutamente nada), y arranqué la manta de entre sus garras.
               -Muy bien-contesté, sentándome sobre la alfombra del suelo y robándole la almohada de debajo de la cabeza a Mimi-, espero que disfrutéis del colchón. Cuando acabéis de lloriquear sobre lo mierdas que es el ser las hijas menores desde vuestra cuna de oro, apagad la luz, que algunos necesitamos dormir.
               -Dejaos de gilipolleces-ordenó Sabrae al ver que Mimi estaba muy dispuesta a dejarme dormir sobre la alfombra-. Alec, no vas a dormir en el suelo. Mimi, tu hermano no se va a poner camiseta de pijama, y punto. Me da igual que sea tu cumpleaños-señaló  a mi hermana-, y me da igual que prefieras morir a dar tu brazo a torcer-puntualizó, señalándome con el mismo dedo acusador-; te has pasado demasiado tiempo lejos de casa y no voy a dormir otra noche yo sola simplemente porque los dos sois demasiado orgullosos para reconocer que iríais al infierno descalzos y volveríais por el otro. Venga-instó, abriendo las mantas y echándose a un lado para dejarme hueco entre ella y Mimi. A continuación dio una palmada-. Mañana nos espera un día largo y quiero estar descansada para poder disfrutarlo.
               Tenía que reconocer que sabía de sobra cómo tratar con los dos; puede que fuera el tiempo que había pasado a solas con Mimi o que mi hermana se parecía más a mí de lo que ni ella ni yo nos atreveríamos a reconocer, pero el caso es que aquel arrebato funcionó con ambos. Mimi se puso de morros, pero se hundió en la cama con la docilidad de una gata persa mimosa; y yo di un paso hacia la cama, dispuesto a cumplir la orden de Sabrae.
               Sin embargo, también tenía que tener en cuenta que hoy no era un día normal. Independientemente de lo que pasara y lo que habláramos Saab y yo una vez se terminara su momento, éste era el día de Mimi, y había cumplido con todos y cada uno de sus caprichos a lo largo de los años. Si había un momento de meterla en vereda, desde luego, no era éste, precisamente después de todo lo que había pasado por mí, de haber renunciado a disfrutar de mí durante mi última visita, y de todo lo que había hecho por conseguir que a Sabrae le resultara un poco más amena mi ausencia. Echándome de menos al lado de mi novia, mi hermana no sólo había curado su propio dolor, sino que había hecho que mi chica encontrara en mi casa y en mi habitación un refugio que necesitaba más que nunca. Puede que siguiera necesitándolo después de que pasaran estos días, o puede que no, en función de lo que decidiéramos hacer en base a cómo lo estábamos afrontando todo, pero, por si acaso, mejor sería que le reconociera a Mimi el esfuerzo que estaba haciendo por mantener mi mundo unido.
               Así que me fui hacia el armario, abrí uno de los cajones de su parte inferior, y saqué uno de los pijamas que habían comprado durante mi ausencia, con vistas, previsiblemente, a que me lo pusiera y les dejara una nueva reliquia a la que aferrarse cuando me marchara.
               Que la prenda estuviera allí me dio esperanzas, pues significaba que no todo estaba perdido y que Sabrae no se había aferrado a mi vuelta con uñas y dientes, sino que se había permitido explorar las demás alternativas. Puede que no le resultaran igual de atractivas que tenerme con ella, pero que se hubiera molestado siquiera en considerar una posibilidad de que yo no me quedara me hizo tener esperanzas de que mi vuelta fuera posible. Quizá las cosas con Zayn habían estado más tensas en ese momento porque era la primera vez que tenía que ceder con ella. Quizá mi chica había notado mejoría en su relación con sus padres, aunque hubiera dado unos pasos hacia atrás.
               Si no fuera así, aquel pijama no estaría allí.
               Sabrae se me quedó mirando, al contrario que Mimi, que apartó la vista, mientras me terminaba de bajar la cremallera de los vaqueros y salí de ellos. Juraría que incluso estaba contenido el aliento cuando la miré de reojo, en el límite de mi visión periférica, al inclinarme para meter las piernas por dentro de unos pantalones que…
               -¿Soy sufiKente?-leí, levantando la vista y clavando los ojos en ellas. Mimi abrió las manos levemente, mirándome entre sus dedos, y exhaló un suspiro al ver que todavía tenía el paquete tapado sólo por la tela del pantalón. Esta vez la que se hinchó como un pavo fue Sabrae.
               -Mimi y yo hemos hecho una apuesta. Tu hermana dijo que no te ibas a dignar a dormir con esos pantalones-contestó, señalando con un dedo el estampado de letras blancas con la tipografía de sobre fondo negro- porque odias todo lo que a ella le gusta.
               -Eso no es verdad. Trufas me cae bien-dije, y Mimi chasqueó los dedos para atraer la atención del conejo, que todavía orbitaba a gran velocidad a mi alrededor como un planeta desquiciado en torno a una estrella particularmente pasota.
               -Y yo le dije que tienes un increíble sentido del humor que no te impediría usar algo que sabes que nos gusta a ambas simplemente por tu estúpido ego masculino.
               -Te olvidas de que estoy muy cómodo con mi lado femenino-contesté, mirando los pantalones-, aunque no sé si me convence del todo esto.
               -¿Me vas a hacer perder diez libras?
               -Dios me libre. Con eso se pueden comprar bastantes condones-contesté, subiéndome el pantalón y tirando de la goma hasta que se me escapó de los dedos y me dio un golpecito en los abdominales. Mimi se asomó por fin de debajo de las sábanas y me miró con las cejas alzadas, ocultas tras su flequillo.
               Me mordí la cara interna de la mejilla ante la nueva mención al sexo, pero la expresión de Sabrae no cambió, así que me prometí a mí mismo que no me flagelaría en exceso. Simplemente intentaría ser mejor la próxima vez.
               -Pero… para que os conste a las dos: soy más que sufikente. Soy kenpresionante. ¿Vale?-dije, embutiéndome en una camiseta que habían comprado una talla demasiado pequeña. ¿Se suponía que cuanto más pegada estuviera, más la impregnaría con mi olor?
               Sabrae y Mimi intercambiaron una mirada, y mi chica esbozó una sonrisa.
               -Te dije que no podía resistirse a hacer un jueguecito de palabras cutre.
               -Os odio a los dos a veces-suspiró Mimi, escondiéndose de nuevo bajo las mantas. Exhaló un gritito de sorpresa cuando pasé por encima de ella y, con cuidado de no golpear con la cabeza el techo o los bordes de la claraboya, me situé entre las dos y me hundí en la cama.
               -Espero que lo tengáis en cuenta para la próxima.
               -¿Nos vas a dejar que te compremos pijamas?-exhaló Mimi, poniéndose en pie de un brinco, y yo la miré con el ceño fruncido.
               -Eh… mejor vamos poco a poco.
                Sabrae había vuelto a ponerse tensa a mi lado, así que no me permití albergar demasiadas esperanzas sobre que la conversación que teníamos que mantener terminara siendo fácil. Me tocaría tener una actitud abierta, dejar que hablara ella primero, insistir en que fuera ella quien expusiera primero sus argumentos, y no sacar ninguna conclusión precipitada antes de que yo le dijera la verdad. Sí, lo mejor sería que esperara a que ella se sincerara del todo conmigo, porque por mucho que ya me hubiera puesto en situación con lo de sus padres, estaba claro que todavía teníamos cosas que tratar.
               Me prometí a mí mismo que haría que ese día también fuera uno especial para ella, y no sólo para Mimi; que conseguiría que se olvidara de sus preocupaciones y simplemente disfrutara del día, de mi presencia… sin importar si era ya en el inicio de nuestra vida en común D.d.V. (Después del Voluntariado) o si esto sólo era un mero paréntesis de convivencia antes de volver otra vez a relacionarnos a través de pedacitos de papel en los que no cabía todo nuestro amor, pero en los que intentaríamos meterlo de todos modos.
               Me esforzaría en ser el mejor novio posible, en conseguir que se olvidara de todo lo que había pasado durante, al menos, veinticuatro horas, y sólo tuviera que centrarse en disfrutar de mí y de lo bien que podía llegar a hacerla sentir, tuviéramos sexo o no. En lo que a mí respectaba, incluso sería capaz de volver a Etiopía (y matarme allí a pajas, porque tampoco soy tan de piedra) sin satisfacer mis ansias de Sabrae si ella decidía que no podía entregarse a mí de esa manera y me pedía que no hiciéramos nada.
                Mimi apoyó la cabeza en la almohada y se me quedó mirando, pensativa. Se relamió los labios y frunció ligeramente el ceño mientras Sabrae se colocaba sobre su costado y me pasaba una de sus piernas por entre las mías. Intenté que eso no me afectara demasiado recordándome a mí mismo que en esa misma cama estaba mi hermana.
               Claro que ella tampoco iba a colaborar mucho cuando, de repente, exhaló un jadeo y se incorporó de nuevo, haciendo que Trufas soltara un bufido indignado al perder el apoyo que tenía para su espalda en los pies de su dueña.
               -Oh, Dios mío. ¿Os estoy cortando el rollo?
               Se tapó la boca con las puntas de los dedos y sus ojos saltaron de los míos a los de Sabrae en varias ocasiones, igual que un sapo que no se decide sobre en qué nenúfar va a plantar su casa.
               -¿Qué?-preguntó Saab-. ¿Te piensas que no puedo dormir con mi novio sin que pase nada?
               -O mejor aún, ¿te piensas que a mí me molestaría lo más mínimo que tú estuvieras en la misma cama que yo si quisiera follarme a Sabrae?-pregunté-. No te preocupes, chiquilla, que ya conseguiría que te terminaras marchando.
               -No seas mamarracho. ¿Queréis que me vaya?-ofreció, sacando ya un pie de entre las mantas y mirando a Sabrae con gesto preocupado e inocente-. Sólo tenéis que pedirlo. Ya sé que suelo dormir con Al en mi cumpleaños, pero no me importa hacer una excepción por…-empezó.
               Sabrae cerró el puño sobre mi vientre, aferrándose a mi camiseta como si su vida dependiera de ello, y a mí se me encogió el estómago. Esto no tendría que ser así. No debería ponerse nerviosa en mi presencia, ni creer que me debía algo, o que tenía que tener más tacto conmigo del que tenía con los demás.
               Joder, ¿era esto lo que le habían enseñado ahora Zayn y Sherezade? ¿A tener miedo de verbalizar sus deseos y sentir angustia cuando quería decir que no?
               -Estamos bien-respondí, y Mimi por fin despegó los ojos de Sabrae para posarlos sobre mí. Me miró unos instantes, pero luego regresó su atención a Saab.
               -¿Seguro?
               -Que sí, pesada. No te vas a librar de mí tan fácilmente. No va a pasar nada, ¿a que no, Saab?
               -No-contestó ella, disimulando a duras penas su alivio, algo que me destrozó.
               No me debía sexo. No me debía nada. Y tampoco tenía que preocuparse por que yo lo deseara, porque aquello era algo que teníamos que desear los dos, algo que nos apeteciera a ambos. En cuanto uno de los dos no estaba al cien por cien, quedaba totalmente descartado.
               De repente se me encendió una luz roja: ¿y si sus padres le habían comido la cabeza con que yo sólo la quería para eso, y sentía que si no me lo daba, terminaría arriesgándose a que yo la rechazara como ellos sin duda deseaban?
               Les di las buenas noches a ambas, le di un beso en la frente a Mimi, y me di la vuelta para rodear la cintura de Sabrae con el brazo, antes de acurrucarme junto a ella, encajando mi cuerpo con el suyo. Por suerte, mi cama era lo suficientemente grande como para que cupiéramos todos cómodamente, e incluso tuviéramos espacio para movernos con cierta libertad.
               Al final, terminé usando esa libertad en mitad de la noche, cuando, harto de acariciarle el pelo a una Sabrae que se había dormido en tiempo récord y con una sonrisa relajada en la boca, decidí ir a por un vaso de agua, estirar las piernas y aclarar mis ideas. Hacía tiempo que las nubes habían engullido la luna y el silencio reinaba indiscutible en la casa, pero yo tenía un barullo en la cabeza con el que dudaba que pudiera conciliar el sueño, así que mejor me levantaba y dejaba que las chicas se movieran con libertad en la cama.
               Me escapé de entre sus brazos, salí del hueco entre las sábanas, y recogí una sudadera de la silla del escritorio cuyo orden era una señal inequívoca de que ahora lo utilizaba Sabrae. Trufas levantó la cabeza, observándome en la penumbra mientras atravesaba la habitación en silencio y desaparecía por el pasillo.
               Con el tic-tac del reloj del piso de abajo como único acompañante, bajé las escaleras, atravesé el vestíbulo y entré en la cocina. Tras encender la luz, cogí un vaso de la alacena, lo llené de agua de la nevera y me dirigí a la parte trasera de la casa. Me quedé mirando el jardín, bañado en la oscuridad de la madrugada y recortándose contra las luces de las farolas. Por encima de las plantas, entre las copas de los árboles y las casas de los vecinos, se distinguía el skyline de Londres. A pesar de que no había pasado el suficiente tiempo como para que yo notara un cambio significativo en el mismo (nadie sería capaz de hacer una obra lo bastante grande en tan poco tiempo como para modificar su silueta), había algo en ella que no terminaba de encajar.
               O puede que fuera yo. Puede que sí que hubiera cambiado tanto en el tiempo que llevaba lejos de ella que Sabrae sintiera que había algo entre nosotros que ya no encajaba como antes, y por lo que estaba tan nerviosa. Puede que hubiera una explicación más sencilla que la falta de tacto para la chorrada que le había preguntado después de reunirnos en París, y era que yo no había vuelto igual que me había marchado. Después de todo, siempre que había ido a Etiopía lo había hecho con unas dudas tremendas sobre si lo que estaba haciendo era lo correcto, sobre si no sería mejor volver. Por primera vez desde que había probado los labios de Sabrae, la balanza estaba inclinada en favor de separarnos en lugar de permanecer juntos costara lo que costase.
               Odiaba ser feliz lejos de ella. Odiaba disfrutar del voluntariado cuando a ella no le iba nada bien estando sin mí. Odiaba haber descubierto que yo podía seguir andando mientras ella se quedaba atascada en el mismo lugar.
               Odiaba que tuviéramos siquiera que mantener esa maldita conversación, y lo que podía salir de ella. Si no hubiera presentado la solicitud nuestras vidas serían muy, pero que muy diferentes. Sí, vale, en el fondo creía que lo de que sus padres hubieran mostrado sus cartas ahora tenía su parte buena, y era que ya sabíamos a qué atenernos en el futuro, pero… cuanto más lo pensaba, más me convencía de que no había forma de que eligieran un momento peor que éste: incluso si pasaban los años y nos encontrábamos con algo con lo que de verdad no estuvieran de acuerdo (como que, por ejemplo, yo dejara embarazada a Sabrae por accidente y decidiéramos no tenerlo en ese momento), siempre habría una constante que, sin embargo, ahora era una variable.
               Yo. Yo estaría allí para ella. Yo la acompañaría en cada paso que diera, le apartaría cada piedra del camino.
               La diferencia era que ahora yo no estaba. Y lo más jodido de todo era que una parte de mí no quería estar, sino que prefería quedarse al margen, convertirme en la persona que estaba destinado a ser en el voluntariado y volver con todo lo bueno que aprendería de él para aplicarlo en mi casa, en mi vida, en mi mujer.
               Londres me había visto ser un crío. Me había visto follarme a desconocidas sin ningún tipo de remordimiento, entregando mi cuerpo como si mi corazón no fuera lo más importante de mí; me había visto valorar las noches por encima de los días, ver más belleza en lo que se intuía que en lo que podías observar.
               Nechisar… Nechisar me estaba convirtiendo en un hombre. Me había visto enfrentarme a mis errores y a mis cagadas y lidiar con las consecuencias, poner a los demás por delante de mí, esperar pacientemente a lo mejor que podía pasarme, que era volver con Sabrae. Creía de corazón que, si me marchaba de Nechisar antes de tiempo, sería como una oruga a la que le crecen unas pequeñas alas, que sabe que podría haberse convertido en mariposa… pero que había abandonado demasiado pronto la crisálida y jamás podría volar.
               Y yo quería enseñarle todo el cielo a Sabrae. Quería surcarlo con ella, colgarme de cada estrella, hacerle el amor en el lado oscuro de la Luna. Quería tenerlo todo con ella, pero… me gustaba el trabajo que podía hacer con la destreza de mis manos, el sudor de mi frente y la fuerza de mi espalda. Me gustaba sentirme útil, y libre, y…
               … y esto estaba matando a Sabrae. Mi ausencia la envenenaba lentamente por culpa de la ponzoña que le estarían dando Zayn y Sherezade, y yo era tan egoísta que no podía hacer otra cosa más que pensar en…
               -Alec-me llamó su voz a mi espalda, y yo me giré.
               Y me quedé sin aliento.
               Tenía el pelo un poco alborotado por la acción de la cama, aunque no hubiera habido acción en ella; sus ojos brillaban reflejando la Luna, y en su piel brillaba un tono amatista que explicaba perfectamente por qué el morado era su color preferido. Era la viva imagen de la belleza y la perfección femenina, y estaba preocupada.
               No era para menos: yo quería abandonarla otra vez.
               Se acercó a mí con pasos silenciosos, abrazándose a sí misma, y se detuvo a un par de pasos, como invitándome a que yo salvara la distancia que nos separaba.
               No lo hice.
               -Me ha parecido que tardabas.
               -¿Te he despertado?
               -He notado que no podías dormir mucho. ¿Estás bien?
               Miré de nuevo la ciudad, que parecía parpadear en espera de mi respuesta. Podía decirle que no y arriesgarme a que tuviéramos la conversación aquí, ahora, cuando ninguno de los dos estaba preparado para ello… o podía decirle que sí y romper así todas las promesas que nos habíamos hecho a lo largo del tiempo. Sea como fuere, perderíamos irremediablemente.
               Me sentía como si todo el mundo estuviera aguantando el aliento, presto a dejar de girar de repente si yo daba un paso en falso; y, a la vez, sentía que estaba a punto de cagarla irremediablemente.
               Odiaba sentirme así. Antes, con Saab, siempre había sentido muchísima seguridad, porque me guiaba por la brújula de su más absoluta felicidad. En cambio, ahora estaban entrando más factores en la ecuación, y yo no tenía ni idea de qué hacer con tantas incógnitas. Me sentía como un animalito sobreestimulado incapaz de lidiar con que la casa estuviera ahora llena de gente.
               -No puedo dejar de darle vueltas a si esto ha sido una buena idea-susurré, todavía sin mirarla. Sabrae dio un par de pasos y se colocó a mi lado, con los ojos clavados también en Londres. La ciudad también era diferente para ella: había crecido considerándola su hogar, un refugio en el que todos la adoraban, con rinconcitos particulares en los que podía ser ella sin temor a equivocarse, y ahora…
               -¿Te pone nerviosa estar conmigo?-le pregunté, despegando por fin los ojos de Londres y clavándolos en ella, que me devolvió la mirada.
               -¿A qué te refieres?
               -Antes, cuando hemos… cuando yo me metí en la cama y Mimi sugirió que podía irse para darnos intimidad, noté que te… ponías tensa.
               Sabrae apartó la vista y las luces parpadeantes de la ciudad volvieron a salpicar su precioso rostro. Parecía la carátula de un disco que recibiría un diez en las revistas especializadas, o la de una película que arrasaría en todas las entregas de premios, tanto festivales independientes como los mismos Oscar.
               Entonces, ¿por qué yo no quería quedarme más que nada en el mundo? ¿Por qué no me suponía un oscuro alivio que ella no lo estuviera pasando bien con sus padres y, así, me brindara la oportunidad perfecta para volver a casa y no mirar atrás?
               ¿Por qué, de repente, esto no era suficiente?
               ¿Por qué, de repente, “Sabrae” y “suficiente” podían entrar en la misma frase expresando dudas? Ella siempre había sido mi constante, lo único de lo que había estado seguro. Que ahora pudiera dudar, siquiera, de todo lo que ella significaba para mí era un claro indicio de que algo no iba bien.
               ¿Y si me había equivocado marchándome a Etiopía?
               -Me preocupaba que hubieras podido cambiar de opinión mientras yo estaba…-bajó la mirada a sus pies descalzos, se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y tomó aire. Se encogió de hombros.
               -¿Crees que sería capaz de obligarte a hacer algo que tú no quisieras simplemente porque yo te tengo muchísimas ganas?-pregunté, y no era un acusación, sino una pregunta genuina. Todo dependía de si me decía sí o no.
               Me descubrí conteniendo el aliento igual que lo había hecho el resto del mundo, preguntándome si tenía que mantener las distancias con mi novia para que ella recordara quién era yo, quién era ella, y quiénes éramos los dos juntos. ¿A tanto habían llegado Zayn y Sherezade?
               -No, pero…
               Se quedó callada, y juraría que incluso sentí que su corazón se ralentizaba, como si estuviera perdiendo la conciencia de sí misma, así que el mío se aceleró para compensar. No. No podíamos pasar por esto; ni ahora, ni nunca. Nos prometimos que Zayn y Sherezade no se meterían entre nosotros; me prometió que su concepción de mí no cambiaría por mucho que sus padres le insistieran en que yo no era bueno para ella. Puede que tuvieran razón en que yo no me la merecía, pero, joder, estaba matándome por mejorar. Eso tenía que significar algo.
               Di un paso hacia ella, de modo que mi pecho quedó a milímetros de su hombro.
               -¿Pero?-la animé, y ella levantó la cabeza y me miró.
               -Pero no quiero que nos alejemos el uno del otro, Al.
               -Estoy aquí-dije, cogiéndole la mano y entrelazando mis dedos con los suyos-. Siempre voy a estar aquí, Saab.
               Sabrae se quedó mirando nuestras manos unidas como si fueran un animal extraño, como si le resultara doloroso el contacto, y por primera vez en toda mi vida me planteé seriamente la posibilidad de que no fuéramos a lograrlo. No ya porque ella no fuera a luchar hasta el final, sino porque yo no iba a soportar que se destrozara tratando de salvarme.
               Y entonces, como si hubiera estado escuchando unas voces malignas en su cabeza y éstas se hubieran callado de repente, su expresión se suavizó y dejó de mirar nuestras manos unidas por el rabillo del ojo como si las temiera. Cerró entonces los dedos a mi alrededor y tragó saliva despacio.
               -Dime qué es lo que tengo que hacer para que estés bien-susurré contra el frío de la casa, mi aliento acariciándole el rostro y dándole el calor que, esperaba, mi alma pudiera insuflarle a la suya. Llevaba demasiado tiempo congelada, demasiado tiempo a la sombra, demasiado tiempo sin sol. Demasiado tiempo sin dorado, sin luces nocturnas, sin fuegos artificiales que anunciaran una fiesta…
               … o el final de un concierto.
               No sabría decir qué fue: si el cansancio, la madrugada, las promesas que me hizo de que me sería sincera, o que ella también había dedicado sus noches en vela a pensar en lo distintas (y, tal vez, también mejores) que serían nuestras vidas si no hubiéramos tenido tanto miedo: si yo no hubiera sido tan cobarde, y si ella no me hubiera puesto por delante de sí.
               Puede que llevara esa canción en la sangre incluso cuando no la compartía con quien había prestado su voz para que la escucharan. O puede que, simplemente, la música, en su lenguaje universal, hubiera resonado con ella de la misma manera en que lo haría incluso si no la atara nada a sus padres.
               Pero el caso es que Sabrae, en ese momento, se permitió dejar de luchar. Cuando empezamos a hablar, le había gustado que conmigo todo fuera fácil como respirar: no había lugar a malentendidos y los dos sabíamos exactamente lo que quería decir el otro incluso con las más parcas de las palabras. Su voz era una canción cuya letra sólo conocía yo, y su respiración era la melodía que sólo yo podía tararear.
               Porque quiero ser libre, y quiero ser tuya. No me quiero perder en la oscuridad de la noche.
               Saab colocó su mano libre en mi pecho, justo encima de mi corazón. Presionó levemente las yemas de los dedos contra la tela de mi sudadera, frunció ligerísimamente el ceño, y a mí me enseñó que no había nada que nadie pudiera hacer para meterse entre nosotros, porque incluso cuando se rendía me seguía pareciendo increíblemente hermosa.
               Y así, con mi corazón en la palma de su mano, Londres en su piel, las estrellas supervivientes a la contaminación lumínica en sus ojos y nuestro vínculo dorado en la voz, Sabrae pronunció una palabra. Una única palabra que fue un dardo, un disparo y una daga; un cañonazo, una bomba, y una pluma; el chapoteo de un ancla cayendo al mar, el chasquido de unas cadenas al romperse… y el batir de unas alas.
               -Quédate.


             ¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!

Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

1 comentario:

  1. Bueno empiezo diciendo que sigo con la misma angustia del ultimo capítulo porque me da mucha pena toda la situación en si aunque me alegra que sabrae haya decidido serle sincera a pesar de todo y no alargarlo mas. Tengo que decir que introducir el aspecto de Alec sintiendose dudoso de no sentir que dejar el voluntariado es lo correcto me parece super acertado para la trama y a pesar de lo que significa le da mucha mas profundidad a un personaje que desde el principio se supo que seria mas complejo que ningun otro. Por otro lado no puedo evitar, como shipper de manual, sentir que aunque me de congoja que vayan a pasar por esto tambien me guste muchísimo esa fase de angst en la relacion porque siempre termina solucionadose con un momentazo. El cual estaremos esperando.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤