¡Gracias! Nos vemos pronto ❤
¡Toca para ir a la lista de caps! |
Annie había respondido a la llamada de Alec a mitad del primer tono, como si hubiera pasado la noche con el móvil en la mano y pendiente de que su hijo diera señales de vida para asegurarle que no pasaba nada, que entendía perfectamente que quisiera estar con sus amigos y que estaba muy orgullosa de que fuera tan bueno con ellos.
-Quizá sea contraproducente por tu tendencia a sacrificarte por los demás, mi amor, pero me hace sentir muy orgullosa la delicadeza con la que nos estás tratando a todos. Es muy valiente por tu parte.
Alec había tragado saliva y se había mordido el labio, los ojos un poco húmedos, y yo le había dado un apretón en la cintura y un beso en el costado, demostrándole que seguía allí, con él. Que siempre lo iba a estar.
-Tampoco es para tanto, mamá. Simplemente estoy donde tengo que estar; ellos harían lo mismo por mí.
-Aun así… quiero que lo sepas.
-Siento no poder estar ahí.
-Lo sé. No te preocupes. Ve con tus amigos. Te quiero mucho, mi vida.
-Y yo a ti. Nos vemos pronto, mamá.
Había bajado la vista para mirarme cuando al fin colgó el teléfono, el alma un poco más resquebrajada después de esa llamada, porque él había sabido escuchar lo que Annie no le había dicho con palabras, pero sí con su tono de voz, su paciencia y su comprensión: que ella también tenía muy presente la otra vez en que habíamos esperado que alguien muy querido se despertara, que los fantasmas de bata blanca muy familiarizados con la muerte nos dieran noticias más halagüeñas que la precaución con la que nos informaban de todo lo que habían estado haciendo.
Annie también estaba velando a Alec a través de Diana, y creo que también se sentía culpable por no haber sabido ver que ella tenía un problema más grave del que quería hacernos creer. Incluso cuando Annie pocas veces había tratado con Didi, y jamás cuando la americana no estuviera completamente en sus cabales. Entendía a mi suegra porque vivía en su misma piel; ahora que sabíamos lo serio de la situación (como si lo de Nueva York no hubiera sido un toque de atención lo bastante importante), todos los que conocíamos y queríamos a Diana estábamos analizando minuciosamente cada interacción que habíamos tenido con ella. Cada palabra que hubiéramos intercambiado de repente adquiría un nuevo significado que no habíamos sido capaces de ver por una cuestión de pura torpeza, porque ahora era evidente. Cada sonrisa complaciente que ella nos dedicaba, cada guiño, cada coqueteo cariñoso y cada visita al baño después de asegurar que no necesitaba compañía… todo eran señales que indicaban un destino claro ahora que nos habíamos pasado la última salida y su silueta se recortaba contra el horizonte, a ratos prometedora, a ratos amenazante.
Habíamos regresado a la habitación sin pena ni gloria, en la que la comida y bebida que habían subido para Tommy seguía sin tocar. Nos sentamos en el sofá de estructura de madera y cojines de color azul turquesa en el que ya estaba Chad, que ni siquiera se apartó para hacernos sitio. Tenía la nariz pegada a su móvil, en el que cambiaba de aplicaciones y tecleaba a toda velocidad, la vibración del aparato con cada toque en el teclado como única indicación de que estaba afanándose en algo que ni me atreví a preguntar. Si Chad prefería estar pegado a su móvil en un momento así, era porque su tarea debía de ser muy importante.
Layla se levantaba de vez en cuando a comprobar los goteros que le pasaban medicación a Diana, a contarle el pulso con los dedos en el cuello, como si no se fiara de lo que indicaban las máquinas que reducían a nuestra amiga a un montón de estadísticas, y a ponerle una mano en la frente para asegurarse de que la fiebre no le aumentaba.
Scott se cambió de postura un par de veces; de una de las sillas como nuestro sofá pasó a levantarse y quedarse apoyado en la pared con la vista fija en Tommy; luego se giraba para observar las inmediaciones del hospital, frunciendo el ceño cada vez que una ambulancia interrumpía el silencio de la habitación, y negando con la cabeza cuando alguno de nuestros amigos se asomaba para comprobar si había novedades.
Y Tommy… Tommy se limitó a seguir mirando a Diana con determinación, con el mismo ceño fruncido en ese gesto concentrado tan típico de quien sabe, a ciencia cierta, que si se concentra lo suficiente en conseguir que vuelva su ser más querido, éste lo hará. Daban igual las migrañas, las noches sin dormir, la pesadez en los párpados o cómo el ambiente estéril del hospital acababa haciendo que te picaran los ojos; daba igual que te hormiguearan las piernas o que directamente se te durmieran. Tu única misión en la vida era no apartarle los ojos de encima a esa persona, sin importar tu sufrimiento y cómo fuera creciendo éste.