viernes, 23 de agosto de 2024

Un mar triste, sin sirenas.

¡Hola, flor! Quería darte las gracias otra vez por tu paciencia, y recordarte que, aunque el domingo que viene estaremos ya en septiembre, como la semana que viene todavía es íntegramente agosto en lo laboral, el domingo no habrá cap para que pueda terminar de corregir mis temas.
¡Gracias! Nos vemos pronto
 


¡Toca para ir a la lista de caps!

Diana todavía tardó un par de horas en despertarse; tiempo suficiente para que sus padres por fin llegaran del otro lado del océano y pudieran velarla junto a Tommy, Layla, Chad y Scott; pero suficiente también para que la tensión entre nosotros fuera creciendo y creciendo.
               Annie había respondido a la llamada de Alec a mitad del primer tono, como si hubiera pasado la noche con el móvil en la mano y pendiente de que su hijo diera señales de vida para asegurarle que no pasaba nada, que entendía perfectamente que quisiera estar con sus amigos y que estaba muy orgullosa de que fuera tan bueno con ellos.
               -Quizá sea contraproducente por tu tendencia a sacrificarte por los demás, mi amor, pero me hace sentir muy orgullosa la delicadeza con la que nos estás tratando a todos. Es muy valiente por tu parte.
               Alec había tragado saliva y se había mordido el labio, los ojos un poco húmedos, y yo le había dado un apretón en la cintura y un beso en el costado, demostrándole que seguía allí, con él. Que siempre lo iba a estar.
               -Tampoco es para tanto, mamá. Simplemente estoy donde tengo que estar; ellos harían lo mismo por mí.
               -Aun así… quiero que lo sepas.
               -Siento no poder estar ahí.
               -Lo sé. No te preocupes. Ve con tus amigos. Te quiero mucho, mi vida.
               -Y yo a ti. Nos vemos pronto, mamá.
               Había bajado la vista para mirarme cuando al fin colgó el teléfono, el alma un poco más resquebrajada después de esa llamada, porque él había sabido escuchar lo que Annie no le había dicho con palabras, pero sí con su tono de voz, su paciencia y su comprensión: que ella también tenía muy presente la otra vez en que habíamos esperado que alguien muy querido se despertara, que los fantasmas de bata blanca muy familiarizados con la muerte nos dieran noticias más halagüeñas que la precaución con la que nos informaban de todo lo que habían estado haciendo.
               Annie también estaba velando a Alec a través de Diana, y creo que también se sentía culpable por no haber sabido ver que ella tenía un problema más grave del que quería hacernos creer. Incluso cuando Annie pocas veces había tratado con Didi, y jamás cuando la americana no estuviera completamente en sus cabales. Entendía a mi suegra porque vivía en su misma piel; ahora que sabíamos lo serio de la situación (como si lo de Nueva York no hubiera sido un toque de atención lo bastante importante), todos los que conocíamos y queríamos a Diana estábamos analizando minuciosamente cada interacción que habíamos tenido con ella. Cada palabra que hubiéramos intercambiado de repente adquiría un nuevo significado que no habíamos sido capaces de ver por una cuestión de pura torpeza, porque ahora era evidente. Cada sonrisa complaciente que ella nos dedicaba, cada guiño, cada coqueteo cariñoso y cada visita al baño después de asegurar que no necesitaba compañía… todo eran señales que indicaban un destino claro ahora que nos habíamos pasado la última salida y su silueta se recortaba contra el horizonte, a ratos prometedora, a ratos amenazante.
               Habíamos regresado a la habitación sin pena ni gloria, en la que la comida y bebida que habían subido para Tommy seguía sin tocar. Nos sentamos en el sofá de estructura de madera y cojines de color azul turquesa en el que ya estaba Chad, que ni siquiera se apartó para hacernos sitio. Tenía la nariz pegada a su móvil, en el que cambiaba de aplicaciones y tecleaba a toda velocidad, la vibración del aparato con cada toque en el teclado como única indicación de que estaba afanándose en algo que ni me atreví a preguntar. Si Chad prefería estar pegado a su móvil en un momento así, era porque su tarea debía de ser muy importante.
               Layla se levantaba de vez en cuando a comprobar los goteros que le pasaban medicación a Diana, a contarle el pulso con los dedos en el cuello, como si no se fiara de lo que indicaban las máquinas que reducían a nuestra amiga a un montón de estadísticas, y a ponerle una mano en la frente para asegurarse de que la fiebre no le aumentaba.
               Scott se cambió de postura un par de veces; de una de las sillas como nuestro sofá pasó a levantarse y quedarse apoyado en la pared con la vista fija en Tommy; luego se giraba para observar las inmediaciones del hospital, frunciendo el ceño cada vez que una ambulancia interrumpía el silencio de la habitación, y negando con la cabeza cuando alguno de nuestros amigos se asomaba para comprobar si había novedades.
               Y Tommy… Tommy se limitó a seguir mirando a Diana con determinación, con el mismo ceño fruncido en ese gesto concentrado tan típico de quien sabe, a ciencia cierta, que si se concentra lo suficiente en conseguir que vuelva su ser más querido, éste lo hará. Daban igual las migrañas, las noches sin dormir, la pesadez en los párpados o cómo el ambiente estéril del hospital acababa haciendo que te picaran los ojos; daba igual que te hormiguearan las piernas o que directamente se te durmieran. Tu única misión en la vida era no apartarle los ojos de encima a esa persona, sin importar tu sufrimiento y cómo fuera creciendo éste.
               No envidiaba en absoluto a Tommy, a pesar de que fuera el único con un propósito… y precisamente porque sabía que ese propósito era terrible. Precisamente porque verlo a él ahora era verme a mí en abril, intentando desesperadamente que Alec abriera los ojos, sabiendo que cada día que pasara en coma sin que yo pudiera cumplir con mi deber las posibilidades de que se despertara con secuelas aumentaban exponencialmente. Ahora mismo la habitación de Diana era una macabra máquina del tiempo que no te permitía poner a prueba las teorías sobre la paradoja del abuelo, obligándote a ser espectador de todo aquello que tanto te gustaría cambiar.
               Ni siquiera se inmutó cuando llegaron los padres de Diana, que entraron en la habitación como un ciclón, rompiendo un hechizo en el que yo no había notado ni siquiera que caía. Harry se quedó parado a los pies de la cama de Diana mientras Noemí se dejaba caer sobre su hija, sollozando en español y acariciándole el mentón, la sien, los hombros. Scott no dijo nada; se limitó a mirarla como una gárgola mira a los pecadores que hacen penitencia cada Semana Santa en dirección a la catedral que custodian.
               Era tan distinta su actitud a cómo lo había sido conmigo cuando Alec había tenido su accidente que sólo hacía que sintiera más lástima por los Styles, porque la desesperación con la que Noemí le suplicaba a su hija que la perdonara, que volviera con ella, que luchara y se despertara era la misma con la que lo habíamos hecho Annie y yo. Todo esto era como lo que habíamos vivido Annie y yo, sólo que el cuadro era más horrible visto desde fuera, aunque las perspectivas de Diana fueran mucho más halagüeñas de lo que lo habían sido las de Alec en su día.
               -No me hagas esto, mi niña. No me hagas esto, mi amor, por favor-gemía Noemí, besando a su hija como si así fuera a despertarla antes. Scott la fulminaba con la mirada, Layla la miraba con lástima, Tommy apenas la miraba y Chad ni siquiera la tenía en consideración.
               Escuché un chasquido a mi lado y bajé la vista al lugar del que procedía, sólo para descubrir que acababa de hacerle crujir la mano a Alec de tan fuerte como me estaba aferrando a ella. Se me cayó el estómago a los pies y traté de soltársela para que la estirara si quería, pues tenía los nudillos blancos de aferrarme a él tan fuerte, pero él se negó en redondo, reteniéndome a su lado igual que lo había hecho yo.
               Ojalá no tuviéramos que estar aquí. Ojalá no estuviéramos viendo esto. Ojalá pudiéramos estar en la sala de espera, tratando de entretenernos con la incertidumbre. Ojalá Alec no fuera el mayor de su grupo de amigos y por tanto se sintiera responsable de amenizar cada desgracia que sucedía en él.
               -¿Os han dicho algo más los médicos?-le preguntó Harry a mi hermano, que se limitó a negar con la cabeza. Se irguió cuan alto era, pero sus hombros estaban hundidos, tanto por lo grave de la situación como por el alivio que sentía de que no hubiera peores noticias-. Joder, menos mal. Esto se tiene que acabar.
               -Ya tenía que haberse acabado hace meses-soltó mi hermano por fin, fulminando con la mirada a los dos recién llegados-, pero no. Me pregunto qué es lo que ha sido diferente esta vez. ¿Que ha pasado lejos de casa, tal vez?
               -Scott-le recriminó Layla.
               -Nos prometió que se esforzaría en mejorar-se defendió Harry-, y le dimos un voto de confianza. Se lo debíamos.
               -¿Después de mandarla al otro lado del mundo porque no podíais con ella? Sí, ya lo creo que se le debíais. Le debíais atarla en corto, no cargarla todavía con más proyectos que sabíais que no iba a poder afrontar.
               -¡Scott!-protestó Layla-. ¡Ya basta!
               -No te equivoques ni un pelo, chaval-replicó Harry, señalándolo con un dedo acusador-. A nosotros no nos hacía ninguna gracia que decidiera sacar cosas por sí sola porque sabíamos que podía pasar esto, pero…
               -¿Y entonces por qué no lo impedisteis?-lo cortó mi hermano-. Sois sus padres. Se supone que… ah, sí, se me olvidaba. Sólo ejercéis cuando gana programas, pero en cuanto las cosas se ponen chungas, la dejáis aquí tirada para que sean Louis y Eri los que se ocupan de…
               -Scott-ladró Eri desde la puerta-, no estás ayudando. Ahora no es momento de discutir-entró en la habitación, esquivó nuestras rodillas, rodeó a Harry y se plantó frente a mi hermano-. No vas a hacer esto aquí.
               -Si se muere será por culpa de…-empezó mi hermano, pero se quedó callado a regañadientes cuando Eri levantó la mandíbula y lo miró con una ceja alzada, desafiándolo con altanería a pesar de ser más bajo que ella. Harry dio un paso hacia ellos, como dispuesto a seguir discutiendo a pesar del capote que acababan de lanzarle, pero una mirada fulminante por encima del hombro de Eri bastó para que lo dejaran correr. Al menos, por esa vez.
               -Diana no se va a morir-sentenció Alec en medio del silencio de la habitación, y Scott rió entre dientes y le espetó:
               -¿Y tú eso cómo cojones lo sabes?
               Quise levantarme, preguntarle si no le daba vergüenza tratar así a Alec, que estaba renunciando a tantas cosas por estar allí con ellos. Quise abofetearle y decirle que no se le ocurriera volver a hablarle en ese tono a mi novio en su vida. Quise agarrarlo por los hombros y sacudirlo hasta que dejara de estar enfadado con todo el mundo y de revolverse contra todo lo que se le ponía por delante porque no podía con la culpabilidad que sentía.
               Sí, definitivamente el ambiente estaba cargadísimo de tensión.
               Y Alec era el único que estaba acostumbrado a vivir con esa tensión, el único que prosperaba en ella. Nos habíamos metido en un cuadrilátero sin saberlo, teníamos guantes invisibles y no había árbitro a la vista, así que todo valía.
               Él era el único veterano en el lugar, por eso pudo decir con toda la calma del mundo:
               -Porque yo estuve mucho peor que ella y todavía estoy aquí.
               Scott rió entre dientes, se mordisqueó el piercing, negó con la cabeza y se rió por lo bajo con una socarronería que detesté. Se pasó una mano por la mandíbula y abrió la boca para decir algo, pero otra mirada amenazante de Eri bastó para que se callara.
                Me pregunté dónde estarían mis padres, por qué no era mamá la que mantenía a Scott a raya en lugar de cederle el testigo a Eri, que lo hacía de lujo, por otro lado, pero nunca era del todo lo mismo.
               -Este no es el momento ni el lugar para hacer esto-dijo, casi sentando cátedra-. Somos una familia desde mucho antes de que tú nacieras, y la familia no se tira la mierda en momentos jodidos. Vamos a guardarnos el veneno para cuando no nos haga falta concentrarnos en tranquilizar a Diana cuando se despierte, porque te aseguro que no es nada agradable cuando pierdes el conocimiento-estaba tan cerca de Scott que estaban respirando el aire que salía de los pulmones de otro, e incluso así sentí que ella era mucho más grande que él en ese momento.
               Sólo aquella última frase fue capaz de hacer que Chad abandonara momentáneamente su misión y clavara la vista en Eri, en los brazos tapados ahora por el jersey de color crema que llevaba puesto y que en verano lucían las cicatrices que atestiguaban lo mal que lo había pasado de joven, cuando había empezado su relación con Louis. Si aquí había algún experto en técnicas de autodestrucción, ésa era ella; ni siquiera Alec había llegado a su nivel, y eso que ya es decir.
               -Ya eres mayorcito para saber cuándo es mejor mantener la boca cerrada. Tendrás ocasión de dar tu opinión, tranquilo; pero esa ocasión no es ahora.
               Mi hermano no se achantó, pero no siguió discutiendo, lo cual ya era todo un triunfo. Cuando estuvo segura de que había conseguido aplacarlo, Eri asintió con la cabeza y se separó de él. Le dio un apretón (inmerecido, si me preguntáis) en el brazo a Harry a modo de consuelo y se dirigió hacia la puerta.
               -Ah, y puede que, si escuchas, te des cuenta de que todos tenemos el mismo objetivo ahora, Scott. Sé que a veces a ti y a Tommy se os llenan los oídos de cera, pero también me consta que sabéis cómo vaciároslos. Después de todo, escuchasteis a todo Wembley corear vuestros nombres. Y entender a noventa y pico mil personas es bastante más difícil que a veinte, así que creo que serás capaz. Con resaca, y todo.
               Dicho lo cual, se marchó. Scott rió de nuevo con cinismo.
               -A veces puto odio a tu madre, T-le dijo a Tommy, cuya aportación a la pelea entre Scott y Harry se había limitado a fulminar a Harry con la mirada como si en cualquier momento fuera a saltarle encima cual tigre rabioso.
               -Ahora que Sher ha decidido portarse como una gilipollas los últimos meses, quizá sea hora de hacerle un cásting a Eri como mi MILF preferida-soltó Alec, y Harry se giró para mirarlo mientras Scott se descojonaba-. ¿Qué?-le preguntó a Harry, con esa falsa inocencia del boxeador que podría reventarte el cráneo sin despeinarse.
               Por esto nos hacía falta Alec. Sólo él podría hacer que mi hermano se riera después de casi llegar a las manos con Harry a la vez que incomodaba a alguien que definitivamente tenía bastante que ver en la situación actual de Diana.
               Después de lo que me pareció una eternidad, Chad finalmente se guardó el móvil en el bolsillo y se frotó las manos sobre los pantalones.
               -No podemos seguir así-dijo por fin, con la vista clavada en Diana, los ojos apagados más por la preocupación que por el tiempo por el que se había obligado a mantenerlos abiertos.
               -Chad-le recriminó Layla-. Ya has oído a Eri. No es momento de hacer esto.
               -No es momento de discutir-replicó con calma Chad, extendiendo los dedos sobre sus pantalones bajo la atenta mirada de Alec, que lo analizaba como el zoólogo que se encuentra ante una especie exótica y hermosa, pero cuyos colores vivos suelen predecir su peligro-, pero sí de hablar las cosas y asegurarnos de que estamos todos de acuerdo. De hecho, creo que sería lo mejor que lo aclaráramos cuanto antes para así saber qué decirle a Diana cuando se despierte.
               Vi cómo Scott se contenía físicamente para no puntualizar “si es que se despierta” simplemente por fastidiar a los Styles, y supe que, si no lo hacía, era por Tommy. Lo había pasado demasiado mal en Nueva York, y revivir todo aquello cuando estábamos en casa y ya no podíamos huir de las sombras de unos rascacielos que nos resultaban familiares era suficiente castigo como para ponerle un yugo más al cuello.
               -¿Habéis pensado en algo?-les preguntó con calma Chad a Harry y Noemí, que todavía seguía susurrándole cosas a su hija, pero ahora se había pasado al español. Su desesperación era tal que ni siquiera recordaba que, de todos los hijos de las amigas españolas que se habían casado con sus respectivos miembros preferidos de One Direction, Diana era la única que no hablaba español con fluidez.
               Que ni siquiera tuvieran su idioma materno para unirlas era algo demoledor, sobre todo porque no tenían ese puente de complicidad que compartíamos los demás. No hablar exclusivamente el idioma del país en el que residías, sino también el de tus antepasados, formaba un vínculo ancestral todavía más profundo con tus padres; a pesar de que apenas usábamos el urdu en casa, de vez en cuando me gustaba que mamá o papá me dijeran algo bonito en el idioma de sus abuelos, o decírselo yo a ellos, haciendo mía una cultura de la que había bebido toda mi educación y que había contribuido a convertirme en la persona que era hoy. Diana no tenía eso; no sólo se había criado lejos del resto de los hijos de la banda, sino que su acento era extraño, y su forma de pensar y ver la vida, ligeramente diferente a la nuestra.
               Todo para ella era una competición en cierto sentido, producto de haber nacido en una de las ciudades más competitivas, despiadadas y salvajes del mundo. Cada jirón de cielo que se escapaba entre los rascacielos tenía miles de uñas afiladas tratando de atraparlo, y el humo de sus coches ocultaba la mayoría de estrellas fugaces, de modo que en la ciudad que nunca duerme los sueños cumplidos eran increíblemente escasos.
               Era normal que hubiera acabado así; los seres humanos no estábamos hechos para escondernos de las estrellas. Tarde o temprano nos terminábamos marchitando como las flores, y cuanto más hermosos fuéramos, menos tardábamos.
               -La meteremos en una clínica de desintoxicación-respondió Harry, y Alec se revolvió a mi lado.
               -¿Dónde?-quiso saber Scott. Harry lo miró de reojo.
               -Todavía no lo hemos decidido. Hemos estado barajando un par de opciones de camino, pero entenderéis que no es una solución…
               -No. Me refiero a si vais a meterla en una clínica aquí o en Estados Unidos.
               Se hizo el silencio en la habitación, sólo interrumpido por los pitidos de las constantes vitales de Diana. Finalmente, Harry tragó saliva.
               -Sólo las hemos mirado en Estados Unidos.
               Tommy se aferró con más fuerza a Diana de una forma inconsciente pero nada sutil. Iban a separarlos. Se me cayó el alma a los pies. Aquello era lo peor que sus padres podían hacer con ella; puede que hubiera tenido una recaída porque había asumido demasiadas responsabilidades, pero a Diana no le hacía bien separarse de Tommy. Él había hecho que se sintiera querida y aceptada tal y como era por primera vez en su vida, y si de repente estaba lejos… su salud mental había empeorado considerablemente cuando se había marchado a pasar las Navidades pasadas a Nueva York y Tommy se había quedado en casa, así que no quería ni pensar en lo que le haría pasar por el durísimo proceso de desintoxicarse lejos de la persona a la que más quería y en quien más confiaba.
               Alec me dio un suave apretón en la mano, consciente de que estaba poniéndome tensa y desanimándome a marchas forzadas con cada minuto que pasaba. Giré la cara para mirarlo, con la esperanza de que así encontrara un consuelo que necesitaba desesperadamente.
               Lo que me encontré fue un dolor que reflejaba el mío, porque él era muy consciente de lo importante que puede ser la persona de la que estás enamorada en tu proceso de sanación. Si no fuera por mí y por mi insistencia rayana en el acoso, Alec no habría accedido a ver a Claire y su salud mental no habría mejorado como lo había hecho, así que entendía mejor que nadie lo importante que era Tommy para la recuperación de Diana.
               -¿Inglaterra ni siquiera ha sido una opción?-inquirió Scott, lacerante. Me volví hacia mí hermano, pero rodeé la mano que Alec había entrelazado con la mía con la otra. No iba a dejarlo marchar, ni tampoco a rendirme sin presentar batalla a sus preocupaciones.
               -Nosotros vivimos en Estados Unidos-respondió Harry en tono digno.
               -Que le jodan a eso. La mataréis si os la lleváis-sentenció mi hermano-. No podéis alejarla de Tommy; él es el único que ha conseguido hacerla mejorar desde que llegó el año pasado.
               -Puede-intercedió Chad-, pero no ha sido lo bastante rápido.
               -No es culpa suya-lo defendió Layla, girándose hacia nosotros. Chad levantó las manos.
               -No es culpa de nadie, y no vamos a discutir ahora. Ya habéis oído a Eri.
               -Creía que querías que todo quedara claro antes de que Diana se despertara-respondió Scott, y Chad lo miró con inocencia.
               -Sólo quería asegurarme de que todos estábamos de acuerdo en qué es lo que vamos a hacer a continuación.
               Hubo murmullos de asentimiento que me hicieron sentir un poco fuera de onda. Fuera lo que fuera lo que hubieran acordado en silencio y en lo que todos coincidieran, a mí se me escapaba. Puede que hubieran hablado más sobre la sobredosis que Diana había tenido en Nueva York después de que nosotros regresáramos a Inglaterra, pero no encajaba que tuvieran previsto un Plan B con la confianza con que le habían dado manga ancha para que hiciera lo que se le antojara.
               -Perdón, pero… ¿qué se supone que es lo que vais a hacer a continuación?-pregunté, incapaz de contenerme.
               Layla se giró y me miró con pena, como si hubieran decidido que no lo dirían en voz alta para que no fuera tan trágico y yo estuviera a punto de fastidiar su plan infalible, pero no pudiera mantenerme con la intriga.
               -Cancelar los conciertos que quedan.
               Fue como si alguien hubiera retirado el asiento sobre el que estaba, el suelo del hospital y las capas y capas de lava y magma que me separaban del núcleo de la Tierra. Y fue como si una madre aterrorizada ante el perro negro y enorme que corría hacia su hijo lo apartara de su camino en el último momento.
               Sabía que era lo lógico, que los compromisos que había adquirido Diana habían hecho que ella perdiera el control y que lo mejor que podían hacer por ella era obligarla a parar. Sabía que no era viable que mantuvieran este ritmo de actividades, de promoción y de creación a la vez y esperar que ella mejorara.
               Pero también sabía lo que desencadenaría. No había nacido todavía cuando papá había tenido que cancelar conciertos debido a su ansiedad, pero conocía la historia lo suficiente como para poder predecir con exactitud lo que sucedería a continuación si ellos seguían los pasos de papá: aunque habría gente comprensiva que le desearía lo mejor y le prometería paciencia, la gran mayoría del público se lanzaría sobre Diana. Dirían que no había tenido que esforzarse por nada en su vida, que, como hija que era de una de las figuras de la música más importantes de las últimas décadas, todo lo que tenía le había sido entregado en bandeja de plata. Dirían que su vida era perfecta y que no tenía derecho a quejarse de sus horarios o de la presión a la que estaba sometida, porque cantar cuatro versos, hacer un par de poses y que te ingresen millones no es un sacrificio cuando lo comparas con compatibilizar tres trabajos mal pagados, estudios que te permitan renunciar a dos de esos trabajos, y tratar de mantener a flote tu vida. Dirían que ella no valoraba ni el tiempo ni el esfuerzo que el mundo había volcado en ella y que no era una apuesta segura cuando volviera en el futuro, así que lo mejor sería olvidarla ya.
               Dirían miles de injusticias, pero nunca la verdad: que, en cuanto te vuelves famoso, dejas de ser una persona y pasas a ser un concepto, una idea, una figura que poner sobre un pedestal que siempre mantiene los brazos en alto, sin importar el frío o el calor, la noche o el día, el verano o el invierno, el sol o la lluvia. Las inclemencias del tiempo pasan a ser ese escenario sobre el que tienes que bailar hasta que la última persona se vaya a su casa, cierren las puertas del museo y te suman en la oscuridad. A veces, tu único descanso llegará cuando estés a dos metros bajo tierra. E incluso entonces tendrás un legado que mantener, en pequeños fragmentos que te han ido arrancando cuando creían que nadie miraba.
               La inmortalidad tiene un coste, y es el de tu propia humanidad. Ningún ser humano trasciende a la habitación en la que se encuentra; lo único que lo hace son los productos en los que se convierten, lo que venden, lo que se exhibe, lo que se rebaja y, finalmente, se descataloga.
               Diana iba a convertirse en una muñeca que no quería cumplir con su deber: ponerse ropa bonita y estar guapa, sonreír a cámara, saludar y posar para la foto, y perder su voz por regalársela a un público todavía más despiadado que la mismísima Úrsula. ¿Te hemos dado piernas y dices que necesitas sentarte? No te hemos dado piernas para que disfrutes del derecho a cansarte. Devuélvenoslas. Y, como castigo, jamás recuperarás tu voz.
               El mundo entero iba a abalanzarse sobre ella, y lo peor de todo era que sería mil veces más despiadado con ella porque había tenido la insolencia de nacer mujer. Ellos todavía tenían una posibilidad de que el público les perdonara y el sol volviera a brillar sobre sus cabezas, pero, ¿nosotras?
               Nosotras no podemos ser menos que extraordinarias para que se nos reconozca el derecho a existir; imagínate cuánto tenemos que sacrificar para que se nos permita brillar.
               -Tal vez sería buena idea que lo comentarais con ella cuando se encuentre un poco mejor-dijo Alec en tono calmado-. Sé por experiencia que cuando pierdes la ilusión, es muchísimo más difícil sanar.
               Chad se pasó la mano por el pelo y se frotó la cara.
               -Es lo correcto-dijo, pero por el tono en el que lo dijo supe que desearía poder decir otra cosa.
               -Está decidido-respondió Layla, acariciando la cama a su lado.
               -Pero primero la ingresaremos-dijo Noemí, sorbiendo por la nariz y acariciándole el pelo a su hija.
               -¿Por qué?-preguntó Alec, cuya inocencia merecía más protección que nadie. Pero tenía que saberlo. Aunque era consciente de que analizaban todos nuestros pasos, no tenía ni idea de hasta qué extremos llegaban. Por suerte había estado en Etiopía cuando yo había descubierto el límite por las malas: no existía.
               -Van a destrozarla. La prensa, los fans… todos. No van a perdonárselo. Y si algo la hacía sentirse bien, era saber que hacía feliz a mucha gente y que le cubrían las espaldas. Si ahora se vuelven contra ella…
               -Pero no les pertenece-respondió Alec, triste, y yo me encogí de hombros y le acaricié los dedos.
               -Creo que ni nosotros mismos sabemos si eso es del todo verdad-contesté, porque era cierto. La constelación de casualidades que se había ido tejiendo a lo largo de los años para que yo estuviera allí sentada era tan intrincada que me parecía hasta imposible que no tuviera que agradecerle al mundo entero el haberme convertido en Sabrae Malik. Puede que fuera Sabrae porque era de mis padres, pero si no fuera por aquella fiesta en aquel barco en el que mis padres se habían conocido, ni Scott, ni Shasha, ni Duna ni yo estaríamos hoy allí. Y la fiesta en el barco había pasado porque mi padre había lanzado un nuevo disco. Y mi padre había podido lanzar un nuevo disco porque los que había sacado con One Direction habían funcionado. Y los de One Direction habían funcionado… porque miles y miles de fans habían decidido comprarlos.
               Así que, bueno… en cada estantería en la que había descansado un ejemplar de Up all night, Take me home, Midnight memories y FOUR había brillado una tenue luz bajo la que se había escrito mi historia. Así que, no, puede que no les perteneciéramos estrictamente hablando.
               Pero si estábamos allí era gracias a ellas.
               Y ahora Diana iba a convertirse en la creación que se revuelve contra su amo, y le demuestra que ha estado entrenando por su cuenta la única palabra que no se nos permitía decir: “no”.
               -No va a pasarle eso-respondió Scott, y yo lo miré, con un mal presentimiento apretándome la boca del estómago. Ante mi ceño fruncido y la idéntica expresión confusa de Alec, explicó-: no lo permitiré. Me echaréis la culpa a mí-dijo, y por primera vez, todos lo miraron, incluso Tommy.
               -Scott-protestó.
               -No tiene por qué ser así-trató de razonar Chad-. Podemos hacer un comunicado vago…
               -No vamos a echarte a los perros-sentenció Layla.
               -Necesitan a alguien a quien culpar-respondió mi hermano, cruzándose de brazos y encogiéndose de hombros-. Que me culpen a mí. Es lo más lógico. Diremos que tengo ansiedad y que no puedo afrontar los siguientes conciertos, y que voy a trabajar para mejorar y poder volver más fuerte que nunca, los cinco juntos.
               -Van a destrozarte-le dijo Tommy-, no pienso permi…
               -A mí van a perdonarme-replicó Scott-. A Diana, no. Es mujer. Y yo soy… bueno, yo. Tiene que tener sus ventajas, de vez en cuando-respondió, esbozando una sonrisa chula que no le subió a los ojos.
               A mí se me humedecieron los míos ante la perspectiva de ver a mi hermano sometido a toda esa presión. Si había alguien que no se lo merecía, era él. Había luchado como nadie por todo lo que tenía, nos quería con locura a todos y siempre se había interpuesto entre el peligro y nosotros. No era justo que siguiera siendo así, sobre todo ahora que había hecho lo imposible por evitar aquella situación.
               Aunque tenía razón. En el fondo, lo peor de todo era que tenía razón. A él le permitirían volver. A Diana, no. Era la única oportunidad que Diana tenía para curarse y seguir persiguiendo sus sueños, pues también era la única que vivía enteramente del entretenimiento; Layla había empezado Medicina, Scott y Tommy habían hecho las pruebas de acceso a la universidad y las habían superado con bastante buena nota; y Chad siempre había sabido que quería seguir los pasos de Niall y ser músico, pero tenía pensado pasar por la universidad antes. En cambio, Didi ya tenía una carrera cuando llegó a Inglaterra, y su plan siempre había sido mantenerla. Salir del ojo público no estaba en sus planes, y ni siquiera su adicción había sido un elemento a tener en cuenta para reconsiderar sus objetivos.
                Una extraña sensación de orgullo visceral me embargó por completo al comprender las dimensiones del sacrificio que estaba dispuesto a hacer Scott por Diana: ahora que había probado los escenarios, sabía que las estrellas ya no estarían lo suficientemente altas para él. Y, aun así, podía poner aquello en pausa y arriesgarlo con tal de que Didi estuviera bien.
               Se pintaría gustoso una diana en el pecho para salvar a quienes quería, de eso siempre había estado segura; pero una cosa era saberlo y otra era verlo. Y pensar lo enfadadísima que había estado con él en agosto, cuando le había dicho que Alec me había sido infiel y él se había cabreado con uno de sus mejores amigos por mí…
               Por eso había querido que se quedara. No por él. No; Scott había querido que Alec se quedara por mí, porque sabía que el que se marchara me terminaría destrozando a mí. Así que la rabia de agosto no había sido sólo con Alec, sino también consigo mismo, por no haber podido protegerme de tanto dolor.
               Yo no me merecía a Scott, y el mundo entero tampoco lo hacía. Que fuera a ofrecerse así sólo me hizo quererlo un poco más de lo que ya lo hacía, y enorgullecerme infinitamente de que volviera a ser (o quizá nunca hubiera dejado de serlo) el héroe que había sido durante mi infancia, el que había mantenido las luces encendidas y los monstruos de debajo de mi cama a raya, el que me había dado calor en las noches de invierno y me había destapado para que no me asara bajo las sábanas durante el verano. Puede que millones de personas me hubieran convertido en Sabrae, pero si era como era, era, en gran medida, gracias a Scott.
               Sorbí por la nariz y apoyé la cabeza en el hombro de Alec, todo el cansancio y las emociones acumuladas a lo largo de las últimas horas, representando las de los últimos meses, cayendo sobre mí como losas que hacían mis horas de soledad más largas y aisladas. Alec giró la cabeza y me besó el pelo, sus pulgares rodeando el dorso de mi mano y haciéndome sentir segura incluso cuando nada en mi vida lo era.
               A pesar de las circunstancias, me sentí increíblemente afortunada. Tenía conmigo a las dos personas que más me importaban, y después de todo el tiempo que había pasado sin una de ellas, sabía apreciar cada minuto que compartiéramos, incluso si no era haciendo lo que más nos gustaba. No estaba tan preocupada con Diana porque Alec estaba conmigo, y con Al a mi lado no podía pasar nada malo.
               -¿Quieres irte a casa?-preguntó, y yo negué con la cabeza. Sabía que él no abandonaría a Tommy cuando más le necesitaba, y yo no le abandonaría a él.
               Cada segundo juntos contaba. No importaba si Valeria le decía que tenía que coger el avión para el que tenía billetes o le permitiera quedarse un par de días más; fueran menos de 24 horas o 48 las que nos quedaban juntos, pretendía pelear por cada segundo. Pelearía contra mi sueño, contra mis miedos, contra mis ganas de pedir que todo fuera un poco más fácil.
               En su cama todo era infinitamente más fácil.
               -Podéis iros los dos, si queréis-dijo Tommy-. Hay demasiada gente en esta habitación.
               -No voy a dejarte solo-contestó Alec, decidido.
               -No estoy solo.
               -Ya sabes a lo que me refiero.
               -Pues sería una novedad-murmuró por lo bajo, y Scott cambió el peso del cuerpo de un pie a otro. Alec frunció el ceño.
               -¿Qué quieres decir?
               -¿Qué diferencia hay entre Sabrae y yo?-se volvió y lo fulminó con la mirada, y Alec exhaló una risa silenciosa y cínica, sacudió la cabeza y apartó la mirada.
               -Esto no puede ir en serio…
               Con la mano que le puse en el pecho para tratar de tranquilizarlo, porque sabía que le habían dado en un punto sensible mencionándome, pude notar que a Alec se le aceleraba el pulso mientras intentaba controlarse.
               -Alec-susurré. Sólo esperaba que, el daño que estuviera a punto de hacer, no fuera irreparable. Él no medía la fuerza de sus golpes cuando se trataba de defenderme, y casi nunca podía parar solo. Tommy no era él mismo y no debía pagar por las cosas que hacía o decía cuando su dolor tomaba las riendas. Por mucho que a mi chico le fastidiara, a veces tenía que sacrificarme, y ésa era una de esas veces.
               -Para empezar-dijo, lacerante, clavando unos ojos llenos de determinación en Tommy-, Sabrae no está esperando a que su novia se despierte después de una sobredosis. También me he pasado las últimas horas con ella, y, por si no era evidente, me la follo. Así que yo diría que hay muchas diferencias entre tú y ella, Thomas.
               -Quizá demasiadas, si estás dispuesto a pirarte a Etiopía…
               -Tommy-protestó Scott al fin.
               -… y dejarla aquí viendo lo jodidas que se van a poner las cosas-continuó él sin hacer caso de mi hermano.
               -Y me pregunto de quién cojones es la culpa-soltó Alec.
               -Shh-siseé mientras Tommy se volvía hacia él.
               -¿Estás insinuando que…?
               Abrí la boca para intentar detenerlos, decirles que no era culpa de nadie y que era una estupidez que se pelearan ahora por algo que ninguno de los dos iba a cambiar, pero no hizo falta.
               Porque, mientras Tommy hablaba, Diana movió la mano y la sacó de entre las de Tommy, que se giró hacia ella a la velocidad del rayo.
               -Mmm-gimió la americana, y Chad, Alec, Layla y yo nos pusimos en pie de un brinco. Tommy y Noemí se inclinaron hacia ella mientras Scott y Harry daban un paso hasta situarse a ambos lados de la cama, mirándola por encima de las cabezas de su madre y su novio, sumándose a la inspección de que todo estuviera en orden-. Ay. Au. Oh, Dios, mi cabeza…
               Diana gimió y se llevó una mano a la sien para comprobar qué era lo que le hacía tanto daño, pero se detuvo a medio camino y miró la venda que le rodeaba toda la muñeca. Giró la mano y abrió muchísimo los ojos, asustada, y su respiración se volvió superficial, jadeante y acelerada. Se le dispararon las pulsaciones, y Alec se puso tenso de inmediato, recordando muy bien lo que había acompañado a ese sonido la última vez que lo había escuchado: la visita de su padre biológico mientras estaba en el hospital.
               Se desató el caos en la habitación mientras Diana gemía y jadeaba, intentando levantarse y gruñendo cuando comprobó que no podía. Se llevó las manos a las vías que tenía en las manos para tratar de arrancárselas, pero se encontró con otro ejército de manos dispuesto a inmovilizarla para que no se hiciera daño. Diana empezó a chillar, y el caos se acentuó: a las súplicas de Tommy de que se estuviera tranquila y los sollozos de Noemí porque se había despertado, se sumaron los ruidos de las sábanas mientras Diana se retorcía en la cama y Scott y Harry trataban de sujetarla para que no se hiciera daño.
               -Diana. ¡Diana! Tranquila-la llamó Layla, anclando las rodillas a ambos lados de su cuerpo y tratando de hacer que la mirara-. Diana, tranquila. Respira, ¡respira! No te asustes. Dejadle espacio, ¡dejadle espacio!-ordenó, apartando a todos con los manos-. Está desorientada por la medicación que le han administrado. Diana, soy Layla-Diana clavó los ojos en Layla y una chispa de reconocimiento brotó en aquellas junglas verdosas ahora inyectadas en sangre-. Soy Lay. Estás bien. No te preocupes. Todo va a salir bien.
               -¿Dón… dónde estoy?-inquirió ella. En ese momento, los amigos de mi chico se asomaron a la puerta, pero Alec les hizo un gesto para que volvieran a la sala de espera; ahora no era el momento de llenar la habitación con más gente y que Diana se asustara todavía más.
               -Estás en el hospital.
               -¿En el hospital?-inquirió, una octava por encima de su tono de voz normal.
               -Sí. Has tenido una sobredosis. Pero no te preocupes, te…
               -¿Una sob… redosis? Oh, no. Dios. No. Tommy se va a disgustar muchí…-gimió, sacudiendo la cabeza. Vio a mi hermano y abrió muchísimo los ojos, y luego, como si supiera que donde estuviera Scott, estaría Tommy, se giró al lado donde estaba su novio y jadeó-. ¡Tommy!
               -Estoy cabreadísimo contigo-le dijo, besándole la frente. Diana se echó a llorar, y a mí se me oprimió la garganta viéndola, tan pequeña, tan frágil y tan asustada.
               -Lo siento mucho-gimió-. Lo siento mucho. Mamá…-jadeó al ver a su madre, y sentí que estaba presenciando un momento íntimo en el que no tenía ningún derecho a estar, pero Alec había prometido que estaría con Tommy hasta que Diana se despertara, lo cual, sospechaba, incluía que también volviera en sí, le explicaran lo que había pasado y le hicieran prometer que buscaría ayuda.
               Resultó que me equivocaba, al menos en lo que Alec estaba esperando. Porque, sí, en cuanto Diana se tranquilizó un poco, lloró y confesó lo avergonzada y arrepentía que se sentía, se acercó a ella con la sonrisa de un gato que sabe que ha cazado al ratón más delicioso de la madriguera, y al que no va a dejar escapar después de todo el esfuerzo que le ha supuesto la cacería.
               Y lo peor de todo era que esa sonrisa también era dulce. También era una sonrisa de “bienvenida”, de “me alegro de que estés bien”, de “menudo susto nos has dado; por favor, no lo vuelvas a hacer”. Era la sonrisa que les dedicaría a nuestros hijos cuando hicieran alguna travesura que les pusiera en peligro, la que les pondría cuando llegaran de fiesta a altas horas de la madrugada después de asegurarnos que volverían para cenar. Era la misma sonrisa que me habría puesto a mí si fuera mi padre y no mi novio la noche del cumpleaños de Tommy, cuando había hecho que mis padres se volvieran literalmente locos.
               Era una sonrisa complicada, que nada tenía que ver con su Sonrisa de Fuckboy®. Era la sonrisa de Prepárate Para El Rapapolvo.
               Las lágrimas de Diana resplandecían en su piel como los diamantes que adornaban los rostros de las vírgenes en las catedrales más visitadas del mundo cuando, aliviados ya los más cercanos a Diana, nos tocó el turno a nosotros de reunirnos con ella. Yo le había dado un beso en la mejilla, le había dicho que nos había dado un susto de muerte y que tenía que replantearse muchas cosas de su vida, a lo que Didi había asentido con la cabeza con gesto inocente y culpable.
               Se relamió los labios y clavó la mirada inyectada en sangre en Alec, que le apartó un mechón de pelo del hombro en un gesto cariñoso y de ligero coqueteo. Cuando lo hacía conmigo, solía preceder a una caricia en el cuello o, si tenía suerte, un beso largo y profundo. Por descontado, eso era algo que sólo me correspondía disfrutar a mí.
               -La noche nos confunde, ¿eh, Lady Di?-la pinchó, y Diana sonrió con timidez. Asintió con la cabeza, relamiéndose los labios, que tenía resecos a pesar de que había vaciado una botella de medio litro desde que se había despertado, e iba camino de vaciar pronto la segunda. Tardaría todavía en probar la comida, no obstante, pero por algo se empezaba. Alec carraspeó, apoyó las manos sobre la barrera de la cama y se inclinó un poco más hacia ella-.Vale, escucha. No te voy a dar el sermón sobre las malas decisiones que hayas tomado en tu vida, porque bien sabe Dios que yo no estoy para tirar cohetes gracias a mi currículum de cagadas.
               Diana tragó saliva y lo miró con gesto agradecido, como si lo que le hiciera más falta ahora fuera, precisamente, un amigo que le perdonaría todo. Incluso que se autodestruyera.
               Puede que Alec fuera indulgente con lo mucho que se castigaba a sí mismo, pero si había algo que le caracterizaba y que todos los que le conocíamos sabíamos era, precisamente, que nunca iba a permitir que uno de sus amigos lo pasara mal. Haría lo imposible por evitarle daños, y si tenía que interponerse entre sus amigos y sus propias conciencias, lo haría, si es que eran sus cabezas las que les jugaban malas pasadas.
               No había ido a ninguno de sus combates ni me había atrevido a ver ninguna de las grabaciones que todavía tenían por casa, pero sabía que había sido el mejor durante mucho tiempo no sólo por ser el más fuerte y el más ágil, sino también por ser el más inteligente. Alec sabía averiguar muy bien cuáles eran los puntos débiles de los demás y aprovecharse de ellos. Era como si tuviera un sexto sentido.
               Y ese sexto sentido le había dicho que tenía que conseguir que Diana se relajara. Ahora que ya lo estaba, empezaba el combate de verdad. Uno en el que él no se iba a conformar con otra cosa que no fuera un K.O.
               Así que se relamió los labios, esbozó esa sonrisa que prometía muchas cosas, y casi todas malas, y clavó en Diana los ojos fieros de un campeón al que le han arrebatado el título injustamente.
               -Me han dicho que esto ya te ha pasado otra vez, así que esta es la segunda-comenzó, y Diana asintió con la cabeza. Alec dio rienda suelta a su sonrisa y le acarició el pelo. En la habitación había un silencio sepulcral; ni siquiera Tommy se atrevió a meterse para defender a Diana, porque sabía que se lo merecía. Fuera lo que fuera a decirle Alec, Diana se lo merecía-. Créeme, no va a haber una tercera.
               Diana parpadeó, pero el resto nos quedamos congelados en el sitio ante la determinación de lo que acababa de decir Alec. Más que una petición, era una promesa. Una orden, incluso.
               -Si hay una tercera es probable que te mueras-continuó como quien habla de una operación matemática que ha comprobado infinidad de veces-. Y si tú te mueres, se morirá Tommy.
               Diana miró a Tommy, cuyos ojos azules eran los de un mar triste, sin sirenas.
               -Y si se muere Tommy, me suicidaré para ir a atormentarte al Más Allá. Y si yo me suicido, Sabrae se suicidará también para ir a atormentarme a por dejarla sola-la sonrisa de Alec titiló como la llama de una vela al pasar por delante de ella un fantasma-. Así que tendrás la ira de las dos personas más desquiciadas de Inglaterra cayendo sobre ti todos los días durante  el resto de la eternidad. Yo de ti lo compararía con el mono-continuó en tono casual, irguiéndose- y lo que va a suponer. ¿Va a ser jodido? Sí-asintió y se encogió de hombros-. Pero no te va a joder la vida.
               »En cambio, yo te puedo joder esta y la otra. Así que es cuestión de que seas lista y elijas lo que más te conviene. ¿Ha quedado claro, americana?
                Diana asintió con la cabeza, sus ojos abiertos como los de un búho.
               -Guay-respondió Alec, dándole una palmadita en la pierna-. Pues todo aclarado. Que tengas una buena convalecencia, muñeca-le guiñó el ojo-. Si te recomiendan ver a un loquero, pregunta por Claire y di que vas de mi parte. Es la mejor. Además, es lesbiana. Seguro que tú tendrás bastante más éxito con ella de lo que lo tuve yo.
               Diana se revolvió debajo de las sábanas y se mordió los labios.
               -Seguro que… fue muy decepcionante… para ti…  no tener la ocasión de cambiarla de acera-sonrió con cansancio, y Alec le devolvió una sonrisa genuina esta vez.
               -Mi acera está llena-respondió, mirándome y consiguiendo que el tono de su sonrisa cambiara a uno de calidez absoluta que me calentó el alma por dentro e hizo que me sintiera segura, a salvo, tranquila y feliz incluso en una habitación de hospital. Lo peor había pasado ya; Diana estaba despierta y entre todos conseguiríamos que se pusiera mejor, que buscara ayuda y la aceptara exactamente igual que lo había hecho Alec.
               -Avisad cuando lleguéis-dijo Tommy, claramente ondeando una bandera blanca sobre su cabeza. Alec asintió con la cabeza, me rodeó los hombros con un brazo y me condujo suavemente hacia la salida mientras Scott, Chad, Layla, Harry, Noemí y Tommy se inclinaban de nuevo hacia Diana y a colmarla de mil atenciones.
               -Oh, y otra cosa, Lady Di-dijo mi chico, volviéndose hacia ella. Los cuerpos se abrieron como las aguas del Mar Rojo para que Diana pudiera vernos-: no tienes que montar todo este espectáculo para que te haga caso. Ya sabía yo que te molaba, nena, pero no hasta el punto de que hicieras que te ingresaran con la esperanza de que yo te midiera la fiebre con el termómetro que llevo incorporado.
               Harry y Noemí fruncieron el ceño, Tommy puso los ojos en blanco ante la insolencia de Alec, y Scott se rió. Chad y Layla intercambiaron una mirada y contuvieron bastante mal una sonrisa que se extendió con libertad por la boca de Diana.
               -Pero… ¿a que así has… venido más rápido?
               Esta vez fui yo la que no pudo contener una risa; si Didi podía hacer bromas y chistes con doble sentido era que no había nada de lo que preocuparse.
                Alec también se rió.      
               -La próxima vez duraré más, te lo prometo.
               Salimos de la habitación y nos dirigimos a la sala de espera, en la que se escuchaba un murmullo algo más alto que el de la última vez.
               -Ya es la segunda vez que amenazas a alguien en lo que llevas en casa desde que volviste de Etiopía-comenté, mordiéndole la palma de la mano.
               -Sí, ¿eh?-comentó en tono juguetón, como si estuviéramos de paseo por una sala de juegos o de camino a una discoteca en lugar de prestos a ir a casa para aprovechar las escasísimas horas que le quedaban en Inglaterra con su madre y el resto de su familia-. Al final va a ser bueno que me marche para no acabar con antecedentes. Tu madre se lo pasaría de putísima madre metiéndome en chirona hasta que nos jubilemos. Es su plan para que mi sangre de fuckboy no contamine vuestra perfecta rama familiar.
               -Te olvidas de los vis a vis-respondí, apartándome el pelo del hombro con chulería, y Alec se detuvo en seco y se me quedó mirando.
               -Siempre he sabido que eras una fetichista, bombón.
               Una dulce risa que no pensé que pudiera escuchar tan rápido salió de lo más profundo de mi interior. Quizá no fuera ni el momento ni el lugar porque todavía quedaban cosas muy complicadas por delante, tiempos difíciles que harían que sus horas duraran años en mis calendarios, pero de momento lo único que quería era disfrutar de Alec. Eso era exactamente lo que estábamos haciendo: disfrutar del otro, vivir nuestra felicidad, aprovecharnos de que cada momento juntos era único e irrepetible.
               Y más ahora que iba a marcharse. No quería pensar en lo incierto de las horas que todavía tenía por delante, sino arañar cada segundo juntos.
               Los chicos ya estaban en pie cuando llegamos a la sala de espera, seguramente atraídos por mi risa y las buenas noticias que sin duda traía. Si volvíamos, y si además yo me reía, significaba que las cosas habían mejorado un poco.
                -¿Cómo se encuentra?-preguntó Karlie, que sorteó los cuerpos de Max y Logan como sortearía pronto crisis diplomáticas, una vez terminara su carrera y siguiera los pasos de sus madres.
               -Está bien. Cansada, pero bien. Al principio se desorientó un poco porque no sabía dónde estaba; por eso estaba así cuando intentasteis ir a verla. Pero ya está más tranquila-contesté, encogiéndome de hombros.
               -¿Podemos pasar a verla?-quiso saber Max.
               -No la agobiéis-respondió mi chico-. Si queréis verla, id de dos en dos, como mucho. Y no le echéis la bronca. Ya lo han hecho bastante sus padres y los demás por vosotros, así que no hay nada que podáis decirle que no le hayan dicho, y que sigáis hurgando en la herida creo que sólo conseguirá ponerla a la defensiva.
               -Yo no pensaba decirle nada-replicó Bey-. Ya se fustigará ella sola por todos nosotros.
               Alec le sostuvo la mirada a su mejor amiga, una conversación silenciosa manteniéndose entre ambos. Por descontado, todo lo que le habíamos dicho a Diana era cierto; no podía seguir así, se estaba poniendo en peligro, y estaba subestimando el poder que las drogas tenían sobre ella.
               Aun así, también en nuestras palabras había parte de la preocupación que nos había producido la situación de Alec, que nos había costado mucho más identificar de lo que nos había pasado con Didi. Y ahora sus amigos estaban allí, en el hospital, esperando para saber cómo le había ido y rezando para que se despertara con ánimo de cambiar un poco las cosas.
               Las palabras que habíamos intercambiado hacía poco con Bey todavía pesaban entre ellos dos, como tirando de su relación, una nube de reproches que cada uno se hacía con respecto a lo ciego que había estado con respecto al otro: Bey debería haber insistido más en que Alec buscara ayuda y no se pusiera tan terco con que no la necesitara cuando lo sugerían; y Alec no debería haberse puesto tan terco ni haberse ofendido como lo había hecho cuando Bey trataba de hacer que se abriera.
               Todo por lo que estaba pasando Diana era una prueba que ellos habían superado de pura casualidad, y esa casualidad les resultaba demoledora. Como todo lo que escapa a tu control, cuando no puedes hacer nada por la persona que más te importa, cada pequeño inconveniente es una montaña que crees que no podrá escalar, y cada rasguño que se hace es como un tajo que le hará perder un brazo o una pierna, o, peor aún, la vida.
                Ellos dos también necesitaban hablar, estaba claro, pero todos tenían los nervios a flor de piel y en esas circunstancias no podía salir nada malo. De modo que le di un apretón en la mano a Alec mientras exageraba un bostezo por el que luego me disculpé.
               -Oh, perdonad. Ha sido un día muy largo. Creo que va siendo hora de irnos a casa-comenté, mirando a mi chico, dándole la oportunidad perfecta para que dijera que sí y nos reuniéramos con Annie. Estando en su casa todo encajaría, finalmente, y las cosas que habíamos hecho durante las últimas horas, antes de que mamá nos diera esa noticia terrible, dejarían de ser acciones egoístas de dos niños enamorados para pasar a ser el principio de una de las despedidas más complicadas del amor de nuestras vidas.
                Alec asintió con la cabeza y escaneó la habitación.
               -¿Os importa si…?
               -Annie está desesperada por verte-respondió Bey con una sonrisa dulce, agradeciendo el cambio de tono de conversación y que la sangre no llegara al río-. Y estaréis cansadísimos. Tenéis que aprovechar cada segundo juntos. A no ser…-tanteó, mirándonos a ambos alternativamente. Me relamí los labios y negué con la cabeza.
               Intenté que no se me rompiera el corazón cuando a Bey se le hundieron los hombros. Estaba claro que se moría porque Alec se quedara; sólo esperaba que no me culpara demasiado cuando se enterara de que no sólo no le había convencido para que se quedara con nosotros, sino que había insistido en que tenía que irse a Etiopía. Al menos jugaba con la ventaja de que Bey le quería con locura y velaría por sus intereses.
               Max, Logan, Tam y Karlie intercambiaron varias miradas mientras Eri y Louis hablaban en voz baja en la esquina de la sala. Eran los únicos de los adultos que todavía permanecían en el hospital, lo cual me supuso una punzada de culpable alivio, ya que así no tendría que decirles a mis padres que prefería ir sola con Alec a su casa. Sabía que era absurdo porque marcharnos con ellos sería mucho más rápido, pero no quería que las últimas horas de Alec estuvieran cargadas de esa energía extraña y vibrante que había llenado el coche cuando nos trajeron aquí.
               No quería descubrir cuánto de mi nerviosismo de antes se había debido a la situación de Diana y cuánto a que sentarme con mis padres y Alec en el coche era como bailar El lago de los cisnes sobre un campo de minas.
               Como si se hubiera percatado de que me había dado cuenta de que había unas ausencias notables en la habitación, Eri eligió ese momento para dejar de hablar en susurros con Louis y acercarse nosotros. Su marido la siguió de cerca, y mientras Eri nos proponía acercarnos a casa de Alec si queríamos, mantuvo una mano en su cintura, recordándole que él también estaba ahí para ella igual que Alec lo estaba para mí o yo para Alec.
               -Tus padres se han ido a recoger a tus hermanas y a nuestros peques-explicó Eri, con los ojos de color chocolate cargados de comprensión y una dulzura maternal que, la verdad, añoraba ver en los de mi madre.
               Ojalá pudiera encontrar la manera de recuperar aquella dulzura, y también mi capacidad de verla en su mirada, si es que la había perdido.
               -Nos ha pedido que os acerquemos a casa, si queréis. Es muy tarde.
               No necesité mirar a Alec para saber cuál era la contestación que él esperaba que les diera a los Tomlinson. Había mil opciones en una ciudad como Londres: desde los típicos taxis hasta los Uber, e incluso combinaciones disparatadas de transporte público si todo lo demás fallaba.
               -Tranquilos, nos apañaremos bien.
               -No nos cuesta nada-dijo Louis-, y puede que sea complicado conseguir un taxi que os lleve rápido.
               -Vuestro sitio está con vuestros hijos-le di un apretón en la mano que tenía sobre la cintura de Eri y le dediqué una sonrisa cansada-. Os necesitan más que nunca.
               Alec le dio una palmada en el hombro con la misma sonrisa cansada que tenía yo en los labios; la noche nos estaba pasando factura, y la euforia de todo lo que habíamos hecho desde que nos habíamos bajado del avión que habíamos compartido desde París quedaba ya muy atrás.
               -Pero gracias por la oferta. Es un detalle-no se me escapó que fue lo bastante prudente y bueno como para no terminarla frase, aunque ese “uno que mis suegros hace mucho que no tienen conmigo” que flotó en el ambiente durante el cambio de sonrisas corteses y sinceras-. Saab, ¿estás lista?-me miró y yo asentí con la cabeza, arrebujándome en el calor de la sudadera-. Vale, pues nos vamos. A ver si de camino pillamos a Jordan y Eleanor para despedirnos…
               -Están en la cafetería-explicó Bey-, con Zoe.
               Alec arqueó las cejas y parpadeó un par de veces, sorprendido. Debo decir que yo me sumé a su reacción. ¿Zoe estaba aquí, en Inglaterra? ¿Y cómo era que no había ido a ver a Diana nada más llegar, igual que lo habían hecho sus padres?
               Nuestra confusión era tan evidente que Bey tuvo que darnos más detalles.
               -Estaba muy nerviosa cuando llegó con los padres de Diana, así que Jordan la pilló por banda y decidió llevársela a la cafetería para que se tomara una tila y se tranquilizara un poco. Creíamos que le iba a dar algo-confesó con vergüenza-, y no se nos ocurrió nada mejor que tratar de apartarla de Diana. Sobre todo porque, si tenía un mal despertar, creímos que sería peor.
               Alec asintió con la cabeza, examinando a sus amigos como si fuera el juez de un concurso de talentos que tenía que decidir cuál de todos los tenores que se habían presentado a las pruebas debían pasar a la final.
               No me apetecía ver a Zoe ahora mismo. Estaba llegando a mi límite de socialización, y una persona más con la que compartir a Alec era un precio que estaba empezando a ser demasiado caro. Hacía mucho que no la veíamos, y aunque lo que habían hecho ella y él cuando se habían conocido quedaba ya muy atrás, lo último que quería era tener que ponerme al día con una chica que me había visto en mi peor momento la última vez que habíamos estado juntas. Y que, dicho sea de paso, tampoco había contribuido demasiado en que Diana se limpiara, pues lo primero que había hecho nada más reunirse con ella en Nueva York había sido sacarla de fiesta.
               Creo que una parte de mí culpaba a Zoe por la situación de Diana; ambas neoyorquinas banalizaban su relación con las drogas, las veían como un elemento más de sus fiestas como podían serlo la música y el maquillaje, y estaba segura de que racionalizaban sus efectos secundarios como una racionaliza el de otras cosas que se  lo han hecho pasar muy bien cuando cae el sol: la música alta que te da dolor de cabeza también es la que te desinhibe, el maquillaje que te deja los ojos resecos también te ha hecho tener una mirada de gata; los tacones que te han levantado ampollas y han hecho que los pies te ardan te hicieron tener un culo de infarto.
               La cocaína que casi te mata también te hizo disfrutar de lo lindo mientras dos tíos te comían las tetas a la vez.
               Puede que no estuviera siendo justa con ella, puede que Zoe también estuviera enganchada… pero no me apetecía racionalizar nada. Las últimas horas habían sido una montaña rusa de emociones tremenda, y no me sentía con fuerzas de navegar aguas bravas con la cabeza tan embotada.
               Y mi increíble novio, que no me merecería ni viviendo mil vidas, se dio cuenta de la situación. Y me hizo merecérmelo todavía menos cuando respondió:
               -Ah, vale. Bueno, ¿nos despedís de ellos, por favor? Estamos bastante cansados y va siendo hora de que nos vayamos a casa.
               Acababa de renunciar a ver a su mejor amigo por mí. Realmente no podía quererle más.
               -Mantenednos informados con lo que sea-se despidió, repartiendo besos entre sus amigas y abrazos entre sus amigos. Yo repartí besos y abrazos por igual, y cuando acabamos, nos cogimos de la mano y salimos de la sala de espera.
               No fue hasta que no salimos del ascensor, ya en el piso inferior, y sorteamos un encuentro con Eleanor, Jordan y Zoe que no me animé a darle un mínimo de lo que se merecía.
               -Gracias por lo de antes-dije, y Alec me miró con el ceño ligeramente fruncido.
               -¿Por?
               -Por lo de evitar encontrarnos con Zoe. Sé que sonará estúpido, pero…-me saqué el móvil del bolsillo y entré en Uber. Había uno razonablemente cerca, pero alguien me lo robó antes de que pudiera seleccionarlo-, creo que tiene un poco de culpa en el estilo de vida que ha estado llevando Diana, y no me apetecía ponerle buena cara. Quizá ni siquiera esté siendo justa, porque no conozco su historia, ni…-cerré la app y probé con Cabify.
               -La última vez que follé puesto de coca fue con ella-soltó, y mi estómago bajó en picado a mis pies. Lo miré, pero tenía la cara vuelta hacia el hospital-. Para ella la cocaína es exactamente lo mismo que es para Diana; una diversión, nada más. Así que no, Saab-volvió la cara hacia mí-: no creo que estés siendo injusta con ella. De hecho, creo que estás siendo bastante inteligente manteniendo las distancias hasta que no decidas qué es lo que quieres pensar. Sobre ella. Sobre todo.
               Hundió los hombros, perdido en sus pensamientos, seguramente en los recuerdos de aquella noche en que los dos habíamos puesto en peligro nuestra relación por ser unos orgullosos de mierda que no querían admitir lo que sentían el uno por el otro.
               Sus ojos regresaron al hospital y se quedó allí un segundo parado. Yo me detuve a su lado, y le cogí la mano entre las mías. Él me miró.
               -Quiero que recuerdes que no te culpo porque te acostaras con ella. No tenía nada que reprocharte en aquel momento y tampoco voy a hacerlo ahora que sé que no significó absolutamente nada para ti.
               Tomó aire y suspiró antes de besarme. Luego nos acercamos a la acera a esperar a que el perezoso taxi de mi pantalla se detuviera en todos los puñeteros semáforos de la ciudad para mantenernos más tiempo alejados de la casa de Alec.
               No se me escapó lo trascendental de este pequeño viaje. Pasara lo que pasara mañana por la mañana, ya no tendríamos la incertidumbre de durante cuánto tiempo nos disfrutaríamos. Para bien o para mal, un contador se pondría en marcha y no se detendría hasta que yo estuviera dolorosamente sola. Podríamos haber intentado fingir que esto no era importante, buscar o cotidiano y hacer como que no pasaba nada, pero aunque el taxi hiciera demasiado evidente que Alec iba a marcharse, más nos valía mentalizarnos.
               Le acaricié la mano con la yema de los dedos y me abracé a su brazo. Odiaba el rumbo que estaban tomando mis pensamientos, y tenía la mejor medicina contra ellos a mi lado. En cambio, él parecía sumido en una marejada de ideas de la que le costaba salir.
               -¿Qué te pasa, sol?-inquirí, mimosa, dándole un beso en el costado y frotando la cara contra la cara interna de su brazo.
               -Creo que no voy a ser la mejor compañía esta noche-murmuró, y su rostro se iluminó cuando la luz de nuestro coche apareció por la esquina del hospital.
               -No digas bobadas. ¿En qué piensas?
               Alec tragó saliva, los ojos fijos en las luces del taxi.
               -En que es muy egoísta lo que voy a decir-arqueé una ceja, expectante-, pero espero morirme yo después que tú.
               Se me paró el corazón, y no me di cuenta de que no estaba conteniendo el aliento hasta que el coche no se detuvo frente a nosotros y el conductor dijo mi nombre. Convertí todo el aire que estaba conteniendo en un “sí” jadeante.
               -No quiero hacerte pasar por lo que Diana está haciendo pasar a Tommy-susurró, y yo negué con la cabeza.
               -Tú nunca me harías eso, mi amor.
               Me puse de puntillas para darle un beso en los labios, pero el conductor nos ladró:
               -¿Vais a subir o no?
               Puse los ojos en blanco y me reí cuando Alec exhaló una arcada, exagerando su molestia. Me abrió la puerta y me metí dentro del coche. Nos pasamos el trayecto en silencio, cogidos de las manos mientras mirábamos por la ventana las luces de la ciudad pasar. Sólo cuando estuvimos frente al camino de grava de casa de Alec retomamos la conversación.
               -Para que conste: quizá suene egoísta si lo dices tú, pero yo estaría encantada de no ser nunca tu viuda.
               Alec se rió por lo bajo y me hizo dar una vuelta sobre mí misma.
               -¿No estabas gritando “ante la duda, tú la viuda” hace como seis meses?
               -Ocho. Y sabes que ese cántico no se refiere a ti. Nunca podría referirse a ti.
               A través de la ventana del salón de casa de Alec se colaba la luz que Annie mantenía encendida, esperando por la llegada de su hijo.
               -Vaya coladita estás, ¿eh, bombón? Te está empezando a costar disimular que no te caigo mal.
               -Es que estás dejando de caerme mal-bromeé, y me quedé callada cuando Alec abrió la puerta y entramos en su casa. Trufas no salió a recibirnos como tenía por costumbre debido a la hora que era. Yo estaba ya mentalizada de que tendríamos que ser sigilosos para no despertar a Dylan, Mimi o Ekaterina, así que el que el pequeño torbellino que los Whitelaw tenían en casa o viniera a visitarnos me allanó mucho el camino.
               Con lo que no contaba era con que, cuando cruzamos el recibidor y nos plantamos en el vestíbulo de la casa, Alec girara la cabeza hacia el salón y se riera.
               -Joder. Valeria va a matarme.
               -¿Por?-pregunté, sin saludar todavía a Annie. ¿Qué tenía que ver Valeria ahora?
               -Voy a necesitar una puñetera semana-respondió, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al salón, en el que Trufas nos observaba como sólo una mascota digna puede hacerlo: juzgándote. Juzgándote hasta la saciedad.
               Juzgándote mientras unos dedos le daban los mimos que se merecía, dignos de un rey entre reyes.
               Unos dedos que se habían cerrado en torno a los míos nada más nacer.
               -¿Me podéis explicar-preguntó Shasha, con el reality sin sonido vertiendo luces de colores sobre sus facciones sonrientes- qué horas son éstas de llegar?


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1 comentario:

  1. Empezar diciendo que tenia muchas ganas de capitulo nuevo. Yo si que empezaba a tener mono (badum tss) (chiste malísimo)
    En fin, me he muerto de pena con el principio del capítulo y he revivido un poco el hate que les tenia a Harry y Noemi de cts en su dia. Los flashbacks de Vietnam que me han venido con lo de la clínica de desintoxicación me han dejado plof. Por otro lado chillo con la energia de main characters de Alec y Scott en este capítulo. Yo lo siento porque soy cero fuerte en este sentido pero aunque la situación era super dura yo estaba babeando (que me detenga la policía de la moral supongo)
    Decir que no he entendido muy bien la reacción de Tommy (?) supongo que necesitaba desahogarse con alguien pero no se, aun asi me ha parecido sin sentido.
    Finalmente acabar destacando que me muero de pena con la charla del final porque si algo no sabemos de la historia de Saab y Alec es precisamente como “acaban” y me he puesto tristísima.
    Es verdad, Sasha es icónica y que Alec justo se “replantee” la duración de la estancia solo con verla me ha parecido tiernísimo.

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