domingo, 23 de noviembre de 2025

Como un toro (mecánico) sagrado.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Por la forma en que me miró la profesora Darishka supe que se avecinaba algo de lo que sólo podía salvarme Alec… y que también me alegría como nunca de que Alec no estuviera en casa para que no me viera fallar tan estrepitosamente.
               Ni siquiera estaba segura de que pudiera seguir queriéndome y besando el suelo que yo pisaba si hubiera visto lo que acababa de pasar, porque la verdad es que tampoco era propio de mí.
               Debo decir que tampoco me parecía injusto si me echaban hoy, porque la verdad es que la última había sido, con diferencia, la peor coreografía de todas las que había hecho. Quizá no objetivamente, ya que la del principio apestaba a principiante inepta, pero al menos en aquel momento había disfrutado de la canción. Puede que mi actitud e ingenuidad compensaran parte de mis errores, cosa que no podía decir de ahora. Sabía exactamente en qué me había equivocado, y lo peor de todo era que ni siquiera sabía por qué. Sólo sabía que estaba exhausta, al límite de mis fuerzas y de mi capacidad de autocrítica, y con unas ganas terroríficas de tirar la toalla.
               Creo que una parte de mí sentiría alivio si me echaran, por horrible que aquello sonara. Puede que estuviera tratando de abarcar demasiado; exigirme la perfección que las divas del pop habían ido cimentando a lo largo de sus carreras con sólo quince años debía de ser demasiado, ¿no? Tal vez estuviera siendo demasiado exigente conmigo misma.
               Tal vez esto fuera una señal. Quizá yo no debería estar sudando a mares con una coreografía que el resto de personas de la sala habrían perfeccionado en un par de clases, ni cometiendo tantos fallos en algo tan sencillo que ni siquiera las niñas de los cursos más bajos necesitaban repasar. Era como si hubiera ido dando saltos hacia atrás, en vez de tímidos pasitos hacia delante. Ni siquiera podía engañarme a mí misma y decir que iba como los cangrejos, de lado, porque lo que acababa de pasar había sido de una galaxia completamente distinta.
               Lo cierto es que llevaba tanto tiempo puliendo algo que creía totalmente dominado que ya no iba a poder a volver a hacerlo siquiera de la forma regular en que había empezado. Ya no tenía despreocupación, y eso iba en mi contra.
               Y lo peor de todo es que estaba dejando de disfrutar de la música de Beyoncé. Estábamos a finales de la semana siguiente al domingo en el que me había plantado en el estudio de danza como un clavo, desafiando a la profesora a que por fin me tomara en serio, y sólo ahora que me temblaban las rodillas y vi la expresión de Darishka me admití a mí misma que no era accidental que no me hubiera puesto ninguno de sus discos desde ese domingo en el que nadie me colgó la medallita que yo había ido a buscar por tan solo aparecer.
               Darishka puso los brazos en jarras, bajó un segundo la mirada mientras tragaba saliva en un claro gesto de decepción, y luego relamió la cabeza y se relamió los labios.
               Exactamente igual que hacía Alec cuando me la metía y me notaba apretada, disfrutando de la sensación y, a la vez, reuniendo dentro de él todo el coraje para preguntarme si me estaba haciendo daño y si quería que paráramos. Para él no era agradable, pero quizá Darishka lo disfrutara.
               Llevaba cuatro días sin escuchar ni una sola canción de Beyoncé, evitándola en el aleatorio cuando me salía en el reproductor como quien escucha las primeras palabras de una maldición muy conocida. Sólo escuchaba a mi artista preferida de todos los tiempos en aquella sala de baile que cada vez se me parecía más a una cámara de tortura, y quizá mi cuerpo hubiera empezado a relacionar su voz con el dolor en las articulaciones y la respiración acelerada de cuando sabes que te falta el aliento y aun así debes seguir subiendo, con uñas rotas y todo. Me ardía todo. Sólo quería abandonar. Ésta no era la actitud propia de alguien como yo, ni tampoco de alguien con la pareja como la mía… y me estaban cambiando los gustos musicales de una forma en que nunca lo habían hecho.
               ¿Me estaba perdiendo a mí misma por complacer a alguien a quien no le disgustaba joderme?
               Creía que el mayor cambio que habría en mi vida sería siempre enamorarme de Alec, pero puede que me equivocara. Quizá fuera a romperme el corazón alguien que no tenía nada que ver con él.
               Darishka sorbió por la nariz y clavó en mi unos ojos tan indiferentes que resultaban despiadados. Ni siquiera era algo personal para ella, y eso que tenía mi mundo en sus manos.
               -¿Sabes, Sabrae? Llevo varios días preguntándome cuándo vas a dejar de creerte más que mis alumnos, pero después de esto que acabas de hacer no estoy dispuesta a permitir que les hagas perder más el tiempo.
               No se me escapó que se refirió a “sus alumnos” y no a “mis compañeros”. Seguramente porque la distancia entre nosotros era tan estratosférica que no se nos podía considerar ni en la misma dimensión.
               -Yo no me creo más que nadie en esta habitación-repliqué con un hilo de voz que detesté. Jolín, ¿por qué suenas así, Sabrae? Ojalá Alec estuviera aquí. Yo no sonaba tan desvalida con él cerca.
               -Entonces, ¿por qué te empeñas en seguir ocupando mi tiempo cuando podría estar invirtiéndolo en gente que lo merece más?-preguntó, y se hizo con el control del silencio de forma tal que me vi obligada a contestar.
               -Dijiste que siguiera viniendo mientras pensara que lo merecía. Y de verdad que he pensado que me lo merecía hasta hoy-contesté, de nuevo el corderito desvalido en el que juré que jamás me convertiría.
                -Por eso te crees más que los demás: porque llevas sin merecerte estar aquí desde que acepté acogerte en mi clase-escupió sin más. Ni ceremonia, ni ira, ni nada: simplemente estaba describiendo los hechos tal y como eran-. Te he dado la oportunidad de retirarte con dignidad por tu nombre y por quién vienes recomendada-vi en el reflejo del espejo que Mimi cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro y me lanzaba una mirada suplicante-, pero no puedo seguir tolerando esto, Sabrae. Tengo mucho trabajo y mucha gente que se toma en serio el baile como para seguir perdiendo mi tiempo con alguien que se ha encaprichado de un arte que lleva siendo mi vida desde que aprendí a andar, y no permitiré que lo sigas mancillando ni poniendo en peligro las carreras de aspirantes muy prometedores. Madame Belovna fue más benevolente que yo; al menos ella no te dio la oportunidad de humillarte como lo has hecho hasta ahora.
               -Quizá subestimé la coreografía…-empecé, muerta de vergüenza. Odiaba cuando les daban un repaso a mis compañeros en el instituto, salvo a los más pasotas, pero los profesores nunca habían sido tan duros con ellos como Darishka lo estaba siendo conmigo. Y, aun así, no podía evitar darle la razón. Me sentía sola y desamparada, pero jamás le pediría a quien podía defenderme que lo hiciera. Trataría de soportar los golpes lo mejor posible.
               Mimi ya se había perdido un año de la Royal por el accidente de Alec; yo no sería la causa de que pospusiera su ingreso un segundo, más aún cuando la carrera de una bailarina de ballet era muchísimo más efímera que la de cualquier otro artista.
               -No es la coreografía-sentenció Darishka-. Asume tus errores y tus límites-aquello fue como un puñetazo en el vientre, porque mis padres se habían asegurado de que creciera sin ellos para poder convertirme en la mejor versión de mí misma. Quizá me habían querido demasiado, o habían sido demasiado buenos conmigo-. Cualquiera de los aquí presentes lo hizo mejor que tú a la segunda vez de ver el vídeo.
               Tomé aire y lo solté lentamente.
               -Ya, bueno, cualquiera de los aquí presentes lleva años preparándose para bailar, y yo acabo de empezar, ¿no?              
               Darishka alzó una ceja y tomó aire sonoramente, hinchando una caja torácica que le cabría en las manos a Alec o a Jordan. Odié darme cuenta de eso y las implicaciones que eso suponía, aunque no llegué a arrepentirme nunca por la sonrisa socarrona que dibujó Darishka.
               -Sí, esta habitación está llena de bailarines. Sólo hay una intrusa.
               Me reí entre dientes, negué con la cabeza, me ajusté la coleta y me giré sobre los talones. Con toda la dignidad que fui capaz de reunir atravesé la habitación en dirección a mi bolsa, de colores chillones que destacaban por encima de la sobriedad de las bolsas oficiales de la academia de baile. Otra prueba más de que yo no pintaba nada allí, pero yo había perseverado por esa cruzada secreta que me había jurado que llevaría a cabo.
               Los bailarines no me impidieron el paso, sino que me abrieron un pasillo como si fuera una apestada, o Moisés a orillas del Mar Rojo. Mimi me miró con tristeza en los ojos, que tenía un poco vidriosos, pero yo me aseguré de no mirarla para que ninguna de las dos nos derrumbáramos.
               Me puse la sudadera de boxeo de Alec, que me quedaba inmensa, y mientras me sacaba el pelo del cuello, Darishka asestó su golpe de gracia.
               -Hay gente que nace para estar en el escenario, y gente que nace para aplaudir y encumbrar a los bailarines. La clave es saber cuál es tu sitio, Sabrae.
               Me colgué la correa al hombro y me dirigí hacia la puerta, que descorrí en silencio.
               Iba a tener una salida digna, lo prometo. Todo lo que me había dicho era verdad. Darishka tenía más razón que un santo. Puede que mi entusiasmo no fuera bastante, que no tuviera el talento necesario para llegar a ser la centésima parte de extraordinaria que había sido, era y sería Beyoncé; puede que mis bailes se tuvieran que reservar al espejo y a las fiestas, y que nadie me aplaudiera por mis coreografías. Podía sobrevivir a todo eso. Mi camino sería mucho más duro sin esa habilidad, pero podía seguir subiendo. Si no era a zancadas, al menos sería a pasitos.
               Y entonces…
               -Más vale que vayas calentando las manos.
               Me detuve en seco con la mano aún en el agarre de la puerta corredera, y una llamarada que conocía muy bien y a la que siempre había temido prendió en mi interior y subió como la espuma por todo mi cuerpo, estallándome en la cabeza con la llama de un volcán.
               Porque puede que no fuera capaz de hacer el espagat. Puede que no fuera a caminar nunca sobre las puntas de mis pies. Puede que no fuera a volar por los aires en un salto de casi tres metros de longitud. Puede que nunca fuera ligera como una pluma, ni me doblara en ángulos imposibles para cualquier otro ser humano.
               Pero nadie me iba a decir que yo no iba a poder subirme a un escenario, porque, de hecho, yo ya lo había hecho. Beyoncé era la mejor artista de todos los tiempos, pero Adele también llenaba estadios. Y Adele no bailaba.
               Así que me volví y le dediqué una mirada asesina a Darishka, de ésas que hacían que Alec diera un paso atrás del puro pánico que le inspiraba. Debo decir que la respeté un poco porque, a pesar de que yo era capaz de hacer retroceder a un campeón del boxeo de casi dos metros de estatura (por favor, no le digas que he exagerado sus logros ni su altura, o su ego destruirá el planeta), Darishka simplemente alzó una ceja, expectante.
               -Es que yo no aspiro a llenar teatros, profesora Kadinya. Yo aspiro a llenar estadios.
               Dicho lo cual, cerré de un portazo tan sonoro que hizo que el resto de puertas de la academia se abrieran para dejar salir a la riada de estudiantes que querían ver el tamaño del meteorito que sin duda acababa de caer en la academia. Por el contrario, se encontraron conmigo: puede que una bailarina frustrada, un pato mareado con dos pies izquierdos, pero que seguía haciendo que el mundo le abriera paso.
               Soy la puta Sabrae Malik, joder. A mí nadie me va a tratar así, me dije a mí misma mientras bajaba las escaleras de la academia y me adentraba en la noche de principios de diciembre, todo ello con la cabeza bien alta y unas lágrimas de lava incendiándome las mejillas.
               No sabía adónde ir; no quería que en casa me vieran mal de nuevo e insistieran en que les contara a lo que se debía mi repentino interés en el baile, y si Annie me veía aparecer por su casa hecha un manojo de nervios ante las puertas que se me cerraban, era probable que se lo dijera a mamá y terminara consiguiendo lo que trataba de evitar yendo a casa de los Whitelaw.
               Sólo tenía dos opciones: mis amigas… o él. Y él estaba más cerca.
               Alexis, la recepcionista del gimnasio, me saludó con un asentimiento de cabeza cuando me vio cruzar las puertas exteriores y empezar a subir las escaleras hasta el piso en el que estaban las salas de boxeo. No le extrañó ni que estuviera fuera de mi horario habitual, ni que viniera sola, yo que siempre aparecía con Taïssa, Alec o Jordan de acompañante. Subí las escaleras prácticamente al trote, todo un milagro considerando mis rodillas temblorosas, y cuando lo vi golpeando el saco con la camiseta y los auriculares de Alec, no pude evitar contener un sollozo. Desoyendo las protestas de Sergei, me acerqué a él y le toqué en el hombro.
               No sé si fueron sus reflejos de pantera, que yo era más baja del oponente que se  esperaba, o que ponerme la mano encima suponía que Alec le partiría las dos piernas (aunque sería lo suficiente benevolente como para partirle una y luego la otra), pero el caso es que Jordan fue capaz de detener el derechazo que me lanzó justo a la cara a modo de mecanismo de defensa automático.
               -¡Joder, Sabrae! ¿¡No ves que estoy dándole al saco!? ¿Es que el subnormal de Alec no te ha enseñado que no se le va por la espalda a…?-se calló al verme y frunció el ceño de preocupación-. Oye, ¿qué te pasa?
               -Jor-gemí, lanzándome a sus brazos y confiando en que me cogería. Pues claro que lo hizo: era el mejor amigo de Alec. Se lo había prometido… y, además, me quería por lo mucho que Alec me quería a mí. Éramos la simbiosis perfecta.
                Me rodeó con los brazos, no con la firmeza con que lo hacía Scott o con la necesidad con que lo hacía Alec, sino con una delicadeza que sólo tenía él, y para mí eso fue suficiente. No sólo tenía que serlo porque Alec estaba en otro continente y Scott estaba en casa, sino porque lo era: en unos días que habían sido una absoluta locura para mí y mi fuerza de voluntad, Jordan siempre había tenido a mano ese empujón que me hacía falta para seguir cuando creía que ya no podía más.
               -¿Por qué lloras?-me preguntó al oído, y luego gritó-: ¡que te jodan, Sergei! Ya he terminado.
               -Me ha echado.
               -¿Quién?
               Ah, sí. A veces se me olvida que es igual de subnormal que Alec: por eso son amigos.
               -Darishka.
               Jordan frunció el ceño y me separó un poco de él.
               -¿Tan mala eres?
               Ah, sí. A veces se me olvida que es más subnormal que Alec: por eso no liga. Casi podía sentir a Alec descojonándose al otro lado de nuestro vínculo dorado con ese pensamiento mientras yo ponía los ojos en blanco.
               -No tiene gracia.
               -Un poco sí-respondió con una sonrisa tentativa, y cuando vio que yo intentaba sonreír y no podía, suspiró sonoramente y asintió con la cabeza-. Vale-se mordió el cierre de velcro de un guante de boxeo y luego del otro-. Voy a ducharme y te veo en diez minutos en la cafetería, ¿de acuerdo?
               -¿Adónde coño te crees que vas? Todavía te falta un cuarto de hora de saco-espetó Sergei.
               -Serg, no te voy a decir por dónde cojones me paso tus órdenes ahora mismo. Mañana lo recuperaré.
               -Mañana será el doble.
               -Mira qué bien: así amortizaré la suscripción a tu mierda de gimnasio.
               -¡TIRA!-bramó Sergei-, y tú-añadió, encañonándome con un índice acusador que no se habría atrevido a sacar si Alec estuviera en el país-, más vale que no te enrolles también con él. Ahora es el mejor boxeador que tengo.
               -¡Pero, ¿qué dices, calvo?! ¡Tengo novio!
               -¿Por qué coño le dices eso? ¿Quieres que Alec se entere y me parta las piernas? A ti te abriría la cabeza, así que úsala antes de que te la desconecte-ladró Jordan desde la puerta.
               Subí a la planta en la que se encontraba la cafetería y me dediqué a mirar por la ventana que daba a las piscinas interiores mientras esperaba a que Jordan viniera. Lo hizo con el pelo todavía húmedo y el gesto de preocupación acentuado. Suspiró sonoramente, como si no le encantara cuidar de mí, cuando le dije que no había pedido nada de beber en la barra y extendió la mano en mi dirección para que le diera un billete y le invitara.
               -Se supone que tienes que cuidarme, ¿vas a ser tan rata como para hacerme pagar cuando claramente estoy atravesando una crisis existencial?-protesté, y Jordan entrecerró los ojos.
               -Es tan raro ver a Alec con un metro menos de estatura y la piel mucho más morena y más tetas…
               -¡A mí Alec no me saca un metro de estatura!
               -He interrumpido mi entrenamiento por ti; lo justo sería que me dieras pasta para pagar lo que sea que vayamos a tomar.
               -¿Y por qué no pagas tú?
               -Porque mi familia no es millonaria.
               Lo fulminé con la mirada, me saqué la cartera y le tendí un billete de cien libras. Jordan se lo quedó mirando, se relamió los labios, inhaló y exhaló profundamente y luego lo dejó sobre la mesa de un golpe. Se marchó refunfuñando algo sobre mi audacia poniéndolo a prueba igual que hacía con Alec cuando él no tenía ni remotamente el mismo interés que mi novio en practicarme sexo oral.
               Trajo dos vasos en una mano y la cartera en la otra y se sentó en la silla frente a mí. Se quedó con un vaso con un batido de un naranja amarillento y me tendió uno con un líquido rojizo y tres piedras de hielo.
               -¿Qué has pedido?
               -Batido de fresa y plátano, y para ti un té rojo con hielo.
               -Hace como tres grados fuera.
               Jordan me miró y yo di un sorbo obedientemente de mi té, que no me entusiasmaba, pero dudaba que lo hiciera nada que pudieran ponerme delante. Jordan esperó a que diera otro sorbo, y cuando me vio un poco más calmada, me preguntó qué había pasado.
               Y yo empecé a hablar. Y hablé y hablé y hablé, despotriqué y lloré de rabia y de pena y de angustia mientras él me escuchaba atentamente, asintiendo con la cabeza cuando me lanzaba a una perorata sobre cosas que no le había contado y cortándome cuando empezaba con pensamientos negativos que, ahora mismo, no podía permitirme. Se rió entre dientes y negó con la cabeza cuando llegué al final de mi relato y repetí lo que me había dicho Darishka.
               -¿Esa señora sabe que has actuado en dos programas y en Wembley?
               -Técnicamente fue el mismo programa-dije mientras daba un sorbo del batido de fresa y plátano que le puse ojitos para conseguir-, aunque fueran dos galas distintas. Una vez haces uno, como si haces cincuenta-me encogí de hombros.
               -Bueno, lo que quiero decir es que si sabe…
               -No lo sé. No lo creo. No tengo ni idea-admití, y agaché la cabeza-, pero poco importa-murmuré encogiéndome de hombros.
               -No creo que debas tener en cuenta la opinión de una tía que no tiene ni idea de lo que has hecho hasta ahora, Saab.
               -No me preocupa su opinión. O no mucho, al menos-me encogí de hombros de nuevo y me limpié las lágrimas con el dorso de la mano-. Lo que me preocupa es darme cuenta de que no soy tan buena como creía, y que alguien que tiene algo de idea en lo que quiero mejorar dice que soy un caso perdido.
               -Tal vez necesitarías una segunda opinión.
               -Darishka era la segunda opinión. O la tercera, o la cuarta. Mimi me consiguió una audición en su academia y todas las profesoras me rechazaron; sólo ella me dio una oportunidad. Eso no queda muy bien en mi currículum.
               -¿Sabes que no se ponen las derrotas en el currículum?
               Me eché a reír con amargura.
               -Quizá tú o Alec os podáis permitir maquillar vuestro currículum, Jor, pero yo llevo teniéndolo desde que nací. Y me lo actualizan personas a las que ni siquiera conozco.
               -Y que tampoco te conocen a ti, así que podrían decir mentiras, igual que lo han hecho antes, ¿no?-preguntó, arrebatándome el batido y dando un sorbo él-. O como lo están haciendo ahora.
               -Yo no bailé en Wembley, así que la opinión de Darishka no…
               -No lo digo por Wembley-respondió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Bueno, sí que bailé un poco en la final de Eleanor, pero estaba con ella, y con Layla y con Diana, y no es lo mismo bailar cuatro que bailar sólo una…
               -Tampoco lo digo por eso, aunque tu repentina obsesión con el baile sea… peculiar-dijo, tirándome el guante, pero lo bueno que tenía que Jordan no fuera Alec era que Jordan lo dejaba estar cuando yo me cerraba en banda, cosa que no se podía decir de mi novio… y que, a pesar de que me fastidiara, sabía que debía agradecerle y que iba en mi beneficio.
               -¿A qué te refieres?
               Jordan hizo de dejar el batido a un lado, limpiar la mesa con una servilleta de papel y extender las manos sobre ella todo un ritual. Cuando le pareció que ya me había hecho esperar bastante, clavó los ojos en mí y me preguntó a bocajarro:
               -¿Mimi te ha dicho que Darishka se folló a Alec un par de veces?
               Intenté salirme por la tangente para que no notara que la noticia me caía como un jarro de agua fría. No es que me molestara el pasado de Alec porque gracias a ese pasado había aprendido a hacerme disfrutar como lo hacía (aunque cada día que pasaba se me hacía más difícil distanciarme de lo celosa que me ponía de las chicas que lo habían tenido antes que yo, porque eso significaba que había estado perdiendo el tiempo no fijándome en él y haciendo que se fijara en mí), pero era raro que Alec no me hubiera hablado de Darishka como sí lo había hecho de Chrissy o de Pauline. Quiero decir… sabía que había habido muchas. Que algunas habían significado más y otras menos. Pero una cosa es saber que hay “muchas” y otra tratar con una de esas muchas.
               -Creo que Mimi no ha dicho la palabra “follar” ni una sola vez en sus dieciséis años de existencia.
               -Qué engañada te tiene-se burló-, pero sabes que no me refiero a eso.
               -Y tú no “te follas” a Alec. Es Alec el que te folla a ti-añadí, porque era un matiz importante. No quería que le quitaran ni un ápice del mérito que se había ganado a pulso.
               -Sabías que se acostaron sí o no, Sabrae.
               -Sabes que no tiene por qué haber camas de por medio, ¿no, Jordan?
               -Le he visto follarse a tres tías distintas en la misma noche y en el mismo garito del centro, princesa: tú a mí no me vas a dar lecciones de los sitios más esperpénticos en los que se la ha sacado mi colega.
               -No estoy segura de si pretendes que lo critiquemos, o algo, pero te recuerdo que no estamos a diciembre del año pasado y que yo me considero su mujer… aunque técnicamente ni estemos casados ni yo sea una mujer aún, pero…
               -¿De verdad crees que yo criticaría a mi hermano, y encima con la que todos en nuestro grupo de amigos consideramos su mujer?-me preguntó, atravesándome con sus ojos oscuros, y yo me derretí por dentro al escuchar que había más gente que me consideraba la mujer de Alec.
               -Entonces, ¿por qué me sacas eso ahora?
               Jordan se pasó la lengua por los dientes, se reclinó en el asiento y tamborileó con los dedos en la pata de la mesa.
               -Cuando Alec y yo empezamos a competir, Sergei se dio cuenta enseguida de que Alec era mejor que yo. Más rápido, más fuerte, y también más cabrón-sonrió, negó con la cabeza y levantó la vista al cielo-. Por eso casi nunca nos ponía a pelear el uno contra el otro. Tenía fácil justificación para las competiciones: si tienes dos boxeadores en tu gimnasio, los pones en extremos opuestos de la tabla-apoyó las manos por el dorso en la mesa, haciendo una especie de pasillo con ellas, los ojos siempre en mí para asegurarse de que tenía toda mi atención- para maximizar tus posibilidades de tener premios. Todo el mundo quiere tener al campeón y al subcampeón, pero eso es muy complicado porque cada gimnasio tiene su estrella, y Alec era la nuestra. A mí me parecía bien-se encogió de hombros y se metió las manos dentro de los bolsillos de la sudadera-; yo boxeaba más por estar con Alec que porque quisiera dedicarme a ello. Llevo queriendo volar desde que era un crío, pero lo de él era diferente.
               »El caso es que hubo una competición en la que nos cruzamos antes de lo que a todos nos gustaría. Eran unos regionales… creo que los de Brixton. No estoy seguro ahora mismo-sonrió-, lo cual es irónico porque es la única medalla de oro que tengo.
               -¿Ganaste a Alec?-pregunté, y Jordan torció la boca, entrecerró un ojo y alzó la ceja contraria en un gesto de fastidio.
               -Ese tono de sorpresa es muy ofensivo. Yo tengo días buenos, Alec tiene días malos, y Sergei no dijo que fuera muchísimo mejor que yo. Y aunque Alec dice que fue un cúmulo de circunstancias, y que yo hice trampas y todas esas mierdas que suelta cuando pierde porque es un perdedor de mierda, en realidad todo es mucho más sencillo: Alec perdió porque era mejor que yo. Sabía que podía hacerme más daño que yo a él, y eso le frenaba. Yo podía descargarme con él porque sabía que no alcanzaría sus límites, pero él se preocupaba de traspasar los míos y hacerme daño de verdad. Así que no daba su cien por cien. Dio su noventa, aunque él dice que más bien fue el treinta… y perdió.
               »A partir de entonces, Sergei empezó a juntarnos más en las peleas. Alec decía que era para que yo aprendiera, y yo le decía que era para que aprendiera a ganarme, y aunque yo no puedo ni soñar con llegar a ser la mitad de bueno que sería él si hubiera seguido entrenando y fuera profesional… en realidad los dos sabemos que yo tenía razón. Sergei nos juntó para quitarle a Alec el miedo a hacerme daño. Un miedo muy racional, si tienes en cuenta que podríamos habernos matado el uno al otro. Un golpe mal dado y… se acabó.
               Estaba fascinada. Alec hablaba a menudo del boxeo, de lo que lo echaba de menos, de esa gloria y esa fama que creía que habría llegado a alcanzar, de lo orgullosa que habría intentado hacerme sentir, aunque no lamentara ni por un segundo haberme evitado el sufrimiento de verlo jugarse la vida en el cuadrilátero. No hablaba de sus derrotas por puro orgullo, aunque yo no se lo reprochaba: cuando dejas algo que amas al poco de empezar, a pesar de que tu camino es brillante, romantizarlo es tu única manera de sobrevivir a su pérdida.
                -¿Cuántas veces?
               -¿Mm?
               -¿Cuántas veces te ganó Alec?
               -¿En el gimnasio o en competiciones?
               -En competiciones.
               -No coincidimos mucho.
               -Jor.
               -No llevo la cuenta.
               -Jor. Salgo con un boxeador. Sé que todos los boxeadores lleváis la cuenta.
               Jordan se rió por lo bajo.
               -Dos yo. Una él.
               -¿Dos a uno?-exclamé, sorprendida. Esto no me lo habían contado.
               -Bueno, no en competiciones oficiales, pero sí fuera del gimnasio, así que… sí. Dos. La suya fue en una competición oficial, no obstante. En el último campeonato en el que participamos los dos. Fue cuando empezó a pensar en retirarse. Sabía que su madre y su hermana lo pasaban mal, y si encima él no lo disfrutaba cuando se enfrentaba a mí a pesar de que nos lo pasábamos bien entrenando juntos…-se rascó la mandíbula y se encogió de hombros, fingiendo que no le había dado mil vueltas a lo mismo.
               -¿En el último en el que participasteis?
               -No lo disfrutaba. Le seguía dando miedo hacerme daño. Y retenerte es muy difícil en un deporte en el que te juegas la vida; claro que Alec no se la jugaba conmigo. Los dos sabíamos qué golpes eran más peligrosos que otros y nunca nos los dábamos. Sergei no puede decir lo mismo de cuando se metió contigo delante de él-sonrió, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta-. A él, Alec sí que no lo mató de puto milagro.
               Me quedé callada, rumiando lo que acababa de decirme. Alec decía que le habían ganado muy pocas veces, así que yo había considerado una proeza que alguien fuera capaz de interponerse entre él y los premios que deseaba. Que no me hubieran contado que una de esas personas era precisamente Jordan me hacía pensar que a Jor no le gustaba presumir… y que Alec estaba tan orgulloso de su mejor amigo que no pensaba realmente que fuera el mejor de los dos. Puede que Sergei se hubiera equivocado. A los hechos nos remitíamos.
               -Lo que te quiero decir con esto es que… nosotros mismos nos limitamos en función de lo que los demás esperan de nosotros. Que Alec supiera que era mejor que yo le hacía más difícil ganarme porque me quiere más de lo que quiere ganar, y que yo supiera que era peor me hacía derrotarle porque sabía que no podía perderlo. Y eso se nos aplica a todos. Incluida a ti.
               Jordan cerró los dedos en torno al vaso del batido, prácticamente terminado, y me taladró con la mirada de una forma que me intimidó, pues por un segundo me miró igual que lo había hecho Alec cada vez que yo me callaba lo que quería decirle de verdad, por miedo a que verbalizar lo que antes me había guardado para no hacerle daño a mi familia me fuera a morder.
               ¿Confías en mí?, me decía siempre, no tanto porque le preocupara que no lo hiciera sino porque no quería que yo me olvidara. Estaba a salvo con él.
               Si me había puesto en manos de Jordan mientras no estaba, era porque también estaba a salvo con Jor. Por fin lo entendía: no era tanto porque supiera que Jordan no se aprovecharía de mi debilidad o que jamás desarrollaría sentimientos por mí, todo lo contrario; era porque Jordan había aprendido a quererme de una forma en que ninguno de los amigos de Alec lo hacía por la sencilla razón de que Alec jamás se había mostrado tan sincero y vulnerable con sus sentimientos hacia mí como lo había hecho con él.
               No es que para Jordan estuviera prohibida; es que era sagrada. El único sentimiento aceptable que alguien podía tener hacia mí para que Alec le considerara apto para cuidarme.
               -Llevas toda tu vida siendo perfecta. La mejor en todo lo que haces. Alec jamás lo mencionó, pero yo sé que hay algo más detrás de eso. Y el que te hundan las expectativas que todo el mundo ha puesto en ti es incluso peor que el que nadie apueste ni un penique por que algún día lograrás algo. Ha debido de ser tan jodido para ti que te rechazaran sin ni siquiera decirte qué era lo que podías mejorar que, simplemente, decidiste que no serías capaz de merecerte nunca tu sitio en la academia de baile. Y lo peor de todo es que ni siquiera te das cuenta-sacudió la cabeza y se reclinó en el asiento, su mirada de repente ensombrecida-, igual que Alec no se daba cuenta de que tenía el autoestima por los suelos hasta que tú no se lo hiciste ver y empezasteis a trabajar en ello.
               Dios. Dios. Tenía razón. Había estado tan ocupada escuchando las críticas nimias de Darishka que no me había fijado en las cosas que había hecho bien. Ya no terminaba sin aliento, casi al borde del desmayo, después de cada coreografía. Los errores más graves del principio habían dejado de mencionarse hacía bastantes clases. Sí, puede que no fuera perfecta, pero creo que Jordan tenía razón: había mejorado. Puede que no mucho, y que estuviera más bien lejos de quedar primera en un concurso de baile, pero es que ese no era mi objetivo. Yo no quería ser una bailarina de la altura de Mimi, porque Mimi llevaba toda la vida preparándose para eso y su vida era la danza.
               La mía… la mía era la música, en general. Me gustaba más cantar que bailar con mis amigas, y en las fiestas venía con la garganta más dolorida que los pies. Además, el programa que pretendía conquistar para ofrecérselo en bandeja de plata a Diana era de cantantes, no de bailarines. Me había obsesionado tanto con perfeccionar lo que peor se me daba que me había olvidado el poder de mi voz.
               Aun así… quería lograr lo mismo que Eleanor, pero sabía que partía con desventaja con mi amiga. Eleanor era brillante, y creía de corazón que era una de las mejores voces de nuestra generación y que su victoria no podría ser más merecida, especialmente teniendo en cuenta que había conseguido imponerse a Scott, que lo tenía todo a favor. Yo, en cambio, tenía una baza que el mundo consideraba mala: mi color de piel. Si a eso le sumábamos mi sexualidad, o que mi religión no era la mayoritaria, o que mi cultura se consideraba más extranjera aún que la de mi amiga, que también tenía sangre exótica, aunque no tanto… tenía en las manos un cóctel explosivo tan inestable que la mecha era prácticamente inexistente.
               No podía permitirme otra cosa que no fuera la perfección, y yo lo sabía.
               -Darishka fue la única que me dio una oportunidad.
               -Ya, y por lo que me dices, se ha dedicado a machacarte desde entonces. ¿No has pensado que puede que aprovechara tus ganas de mejorar para tratar de hundirte más?-cuando abrí la boca para protestar, se apresuró a añadir-. Y antes de que me digas que los tíos no somos el centro del mundo de las tías, permite que te recuerde que yo sí salí de fiesta con Alec en su época más salvaje. Yo veía cómo se ponían las tías cuando lo veían aparecer. Has estado tan ocupada enamorándote de él primero, y echándolo de menos después, que ni te has dado cuenta de que al salir con el rey de la noche, te has convertido en la reina. Y hay muchas a las que les encantaría tener lo que tú tienes, Saab.
               -Alec no es ningún trofeo para mí. Me da igual el estatus que estar con él me produzca; podríamos vivir debajo de un puente por lo que a mí respecta, y seguiría siendo igual de feliz que si todo el mundo me mira con envidia cada vez que entro a un local de la mano de él.
               Sonrió, revolviéndose en el asiento.
               -Por eso creo que te lo mereces y me jodió tanto que lo rechazaras: porque creo que eres de las pocas chicas en Londres que no lo persiguió como a un premio, sino por quién es. Ellas no lo saben-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta-, pero tú sí.
               -De todos modos… Alec tiene buenas chicas alrededor. Bey, Chr…
               -Bey no sólo está pillada por él; además es su mejor amiga. Pues claro que no va a cosificarlo como lo hacen los demás.
               -Chrissy, Pauline. Perséfone-reconocí, y a mi pesar fue a regañadientes. Me había demostrado que le tenía en muy alta estima y que le importaba más de lo que yo creía por lo volátil de su relación, pero me alegraba mucho de que Alec tuviera a su lado en el voluntariado que le quisiera tan bien que estuviera dispuesta a llamarme para convencerme de que no había hecho nada malo y obligarme a perdonarlo.
               -Todas amigas suyas. No te ofendas, Saab, pero… con todas las chicas que ha habido en la vida de Al, es imposible que no haya alguna que te tenga tirria por haberle quitado la posibilidad de echar un buen polvo más o menos a menudo. Que te hayas encontrado con una era pura estadística, pero que no te hayas ni planteado que no sería objetiva contigo…-se metió las manos en la sudadera y se encogió de hombros, haciendo una mueca.
               Negué con la cabeza. Puede que fuera estrechez de miras, pero como yo no me imaginaba tratando mal a una chica porque un chico la hubiera elegido a ella y no a mí, no podía pensar que…
               Me quedé helada de que, en realidad, sí me había pasado. Jordan asintió con la cabeza al ver mi cambio de expresión y dio un sorbo con el que se acabó el batido mientras su nombre mitológico resonaba en mi mente.
               Perséfone.
               Perséfone había estado con Alec antes que yo, y le había descubierto de una forma que me era desconocida (más vulnerable, más inseguro, quizá, en algo que yo le  había conocido ya con plena confianza), y los acontecimientos de Mykonos habían precipitado lo inevitable: que a mí se me viniera el mundo encima si él hacía algo con Perséfone, por el terror que me producía perderlo porque finalmente la prefiriera a ella.
               Todo lo que había pasado a lo largo de los últimos meses (el deterioro de mi relación con mi familia, el distanciamiento con mis amigas para proteger su secreto, esa tristeza que me acompañó como una nube excesivamente insistente) tenía un origen común del que nacía todo, como las ramas de un árbol siempre regresan a su tronco… y ese tronco era que Alec me había dicho que había besado a Perséfone.
               Le había dado permiso para estar con mil chicas si quería, porque no quería que sufriera en el voluntariado ni se sacrificara por mí más de la cuenta… para mil, pero no para mil y una. Esa una era la clave de todo.
               Jordan asintió con la cabeza cuando yo por fin lo miré.
               -Todas tenéis a una a la que odiáis por un tío. Todas. Tú también, Saab. Somos animales-dijo, levantándose-. Por muy feminista que seas, es imposible escapar de los celos.
               -Pero puedo hacer algo para luchar contra ellos-respondí, estirando las piernas bajo la mesa y lanzándole una mirada de advertencia que claramente le decía que por eso no pensaba pasar. Jordan se estiró cuan largo era y bostezó.
               -Si tienes motivos para ello-admitió-. La cuestión es… ¿tú los tienes?
               -¿Tú qué crees?
               -Vale. ¿Los tiene Darishka?
               Me mordí el labio y Jordan se rió. Puse los ojos en blanco y se rió más fuerte, estiró el brazo y me dejó meterme debajo de él para conducirme fuera de la cafetería y hasta casa de Alec. Aunque me apetecía acurrucarme junto a mis hermanas y mi hermano, ver una peli y retozar un poco en mi culpabilidad, y además tampoco tenía la mochila del instituto para mañana, no me quejé. Sabía que tenía que hacer algo antes de dar el día por terminado, y era pedirle perdón a alguien por no haber estado a la altura de los acontecimientos.
               Me encontré a ese alguien sentada a lo indio sobre la cama de su hermano, empujándose las rodillas para hundirlas sobre la colcha. Levantó la cabeza y se empujó las gafas redondas por el puente de la nariz cuando me escuchó entrar, y tras bloquear el móvil, lo dejó con la pantalla hacia abajo sobre el colchón.
               -¿Cómo estás?-preguntó mientras se apartaba a un lado para hacerme sitio.
               -Mejor. Más tranquila. ¿Y tú?
               -Estaba algo preocupada. Al volver y ver que no estabas, supuse que te habías ido a casa, pero Eleanor decía que no habías ido por ahí, así que… bueno, no estaba del todo segura de adónde habías ido.
               -Estuve en el gimnasio con Jordan. No me apetecía tener que dar explicaciones en casa de por qué volvía tan temprano-respondí con un suspiro y me dejé caer sobre el colchón a su lado.
               -Ya, respecto a eso…
               -Antes de que digas nada, Mím… te debo una disculpa. Siento mucho haberme ido como lo hice. A veces puedo ser un poco diva-bromeé, y Mimi se rió y sacudió la cabeza.
               -No te preocupes. Lo entiendo perfectamente. La profesora Kadinya fue un poco cruel contigo, aunque nosotros ya estamos acostumbrados a eso. A veces tienen un mal día y lo pagan con nosotros, pero… el mundo del ballet es duro-se encogió de hombros-. Si una profesora gritándome fuera lo peor que podía pasarme, la vida sería de color de rosa, ¿no?
               -Aun así pediste que me dieran un voto de confianza, y yo no he sabido agradecértelo como es debido. Debería haber aguantado, y odiaría que lo que he hecho hoy tuviera repercusiones negativas…-Mimi agitó la mano en el aire para acallarme.
               -Oye, no pasa nada, en serio. Todos intentamos colar a alguien de vez en cuando, y a veces sale bien, pero la mayoría de las veces… yo sólo espero que te haya servido para algo. Y que ese algo no sea pensar que eres como un pato mareado o que no tienes coordinación. Lo has hecho muy bien.
               -Lo dices porque me acuesto con tu hermano-sonreí, y ella hizo una mueca.
               -¡Ew!, no. En realidad lo digo porque eres mi amiga, aunque… sí, lo de hoy ha sido un poco desastroso-se rió y yo le di un empujón, a lo que se rió más-. Pero no te desanimes. Todos tenemos un mal día. Yo a veces me confundo de pie con el que aterrizar tras un salto.
               Solté una risita y negué con la cabeza.
               -¿Crees que tengo salvación, Mím?-agradecí que se lo pensara un momento antes de responderme:
               -Te he visto de fiesta y no me parece que bailaras mal. Quizá necesitas otro tipo de motivación; por ejemplo, que te esté mirando mi hermano-bromeó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Tu hermano no me estará viendo cuando haga para lo que me estoy preparando, créeme. Y necesito hacerlo lo mejor posible. Mucha gente depende de mí-todas las aspirantes de cantantes a Inglaterra, en realidad, pensé. Ya me responsabilizaría de las escocesas, galesas e irlandesas (del norte y a secas) cuando llegara el momento. De momento, con el peso de una sola nación tenía bastante.
               Mimi se apoyó en una mano mientras se inclinaba a un lado y me miró con una ceja alzada.
               -Si Alec no va a verte, ¿no puedes esperar a que...?-al ver cómo la miraba, levantó las manos y negó con la cabeza-. Tienes razón. No todo gira en torno a mi hermano. Yo sólo quiero que estés segura de que el sacrificio que estás haciendo merezca la pena. Sea lo que sea lo que tengas en mente, a él le encantaría verlo, pero…
               No me presionó para que le dijera lo que tenía pensado, lo cual la honraba. Era una de las cosas que más me gustaba de Mimi: te dejaba espacio para decidir qué querías contarle y qué no, y no te juzgaba cuando te guardabas cosas para ti. Supongo que la timidez consiste en guardarte pedacitos de ti que te da miedo que la gente juzgue, por lo que me entendía a la perfección.
               Y, aunque tenía razón y detestaba pensar en que Alec se perdería todo el trabajo que haría para llegar a la cima y lo mucho que me esforzaría por dar un buen espectáculo, al menos tenía el consuelo de que todo estaría grabado. Aunque fuera con retraso, podría verlo.
               Lo bueno de que no estuviera en casa era que no me distraería de todo lo que tenía que hacer. Sobre todo ahora que no sabía por dónde seguir.
               Mi ego herido le hizo preguntarle a Mimi su opinión respecto a mis dotes de baile, pues no dejaba de darle vueltas a lo que me había dicho Jordan respecto a la objetividad de Darishka. Aunque me daba miedo que Mimi compartiera la opinión de su profesora, necesitaba saber si yo era un caso perdido o no.
                -¿Crees que habrá algún sitio en el que me puedan dar otra oportunidad, Mím?-pregunté con un hilo de voz, temiéndome que su repuesta fuera un no suave pero demasiado rotundo como para que yo sobreviviera. Incluso a Scott le habían exigido coreografías, y eso que era… bueno, Scott.
               Y aun así no había sido suficiente para que ganara. Claro que Eleanor era muy superior a él en todos los sentidos, así que… no pude evitar sonreír al pensar en lo rabioso que se pondría mi hermano si me escuchara. Después me pregunté si debería pedirle su opinión, pero rápidamente lo rechacé: bastante tenían nuestros padres con intentar liberarlo de las condiciones pésimas de sus contratos como para que yo ahora anunciara que tenía intención de seguir sus pasos. Mamá no se recuperaría de semejante disgusto, y yo no podía permitirme que me impidieran seguir bailando para perfeccionar mis dotes. Lo de cantar era distinto, porque llevaba haciéndolo toda la vida y no levantaba la más mínima sospecha mi repentino interés por ir con papá cada vez que podía acompañarlo al estudio, pero… la academia de baile había sido algo diferente. Creo que no me habían preguntado por qué quería bailar por lo aliviados que se sentían de que no hubiera desarrollado un trastorno alimenticio, pero en cuanto tuvieran la ocasión, puede que me sacaran el tema, así que yo no pretendía brindársela.
               Mimi se lo pensó un momento, con el ceño fruncido y la boca torcida mientras se concentraba en repasar los centros de baile que conociera. Llevaba yendo al mismo toda la vida, así que suponía que el suyo sería el mejor, pero no por eso tenía que desconocer las opiniones de compañeras que se habían cruzado en su camino y habían cambiado de academia. La misma Eleanor había ido con ella a baile, lo cual ya era un indicativo de que, aunque no la hubieran hecho bailar mucho porque su fuerte era su voz, eso no significaba que careciera de la misma base de la que lo hacía yo. Había un montón de trabajo detrás de cámaras que también se tenía en cuenta en el programa, así que nada me garantizaba que, si se daban cuenta de mi debilidad, no la explotaran por subir audiencia… o para echarme.
               Al fin y al cabo, yo tenía una personalidad más complicada que la de Eleanor. Todo el mundo se había enamorado de su dulzura y humildad nada más entró en el programa, y mis opiniones firmes me granjearían muchos enemigos ansiosos por destruirme. Necesitaba toda la ayuda que pudieran darme, y Mimi tenía la llave.
               Finalmente, Mimi esbozó una sonrisa y sus ojos se iluminaron.
               -Se me ocurre alguien que puede darte una respuesta-respondió, mirándome con intención-, pero tenemos que prepararnos para su opinión. Tiene un ojo mucho más crítico que el mío, y más tacto que la profesora Kadinya. Si nos esforzamos lo suficiente, tal vez podríamos impresionarla…
               Intenté que no se me hinchara demasiado el corazón con la esperanza, porque lo tenía tan dolorido que quizá no sobreviviera si volvían a rompérmelo. 
               -Haré lo que me pidas.
               -Voy a preguntarle si tiene un hueco libre; ya sabes que está bastante liada con tantos ensayos y entrenamientos, pero creo que lo mejor sería que viniera a casa. La sala de baile que me hicieron papá y Alec es perfecta para practicar, y también hace mucho que no me ve bailar a mí…
               Mimi cogió su móvil, lo desbloqueó y empezó a teclear en él bajo mi mirada cargada de intriga.
               -Puede que les pidamos a las tres que vengan para que todas nos den su opinión…-murmuró, dándose golpecitos en la barbilla con la parte superior de su teléfono.
               -Ems… Mimi… no tengo ni idea de quién hablas.
               Y Mimi me miró con una sonrisa radiante.
               -De Karlie, Bey y Tam, por supuesto.
 
 
Todavía no había dicho en casa que me habían echado de la academia de baile, aunque llevaba haciendo malabares para que no notaran que mis horarios se habían expandido desde tanto tiempo que me estaba quedando sin excusas. Era domingo; el único día en que Karlie, Tamika y Bey coincidían en un hueco para venir a visitarnos y darnos su opinión. Yo estaba que me subía por las paredes, ya que no me había dado cuenta de cuánto me importaba que todo lo del baile saliera bien y que me consideraran digna de enseñarme hasta que Tam aceptó ir a verme y evaluarme. Al principio yo no quería decirle a qué se debía la urgencia por vernos, pero Mimi insistió en que sería mejor que le diéramos opción a negarse por si acaso le resultaba muy violento. Por suerte, la mayor de las gemelas era lo bastante directa como para no pensarse dos veces eso de juzgar a una intrusa en el arte con que ella pretendía ganarse la vida. Karlie y Bey fueron dos amores que no pusieron ninguna pega a quedar para examinarme, aunque las dos dijeron que el criterio de Tam sería mucho mejor que el suyo, pero estaban encantadas de ayudarme en todo lo posible. Después de verme tocar fondo, se alegraban mucho de que estuviera encontrando la manera de encauzar mi vida.
               Las pobres no tenían ni idea de que había hecho de esos días una auténtica pesadilla para todos los que me rodeaban. Me había removido inquieta en el estudio mientras acompañaba a Eleanor eligiendo las canciones para su nuevo disco, había bajado mi rendimiento en los grupos de trabajo con mis amigas hasta el punto de que Taïssa había tenido que dejarme sus deberes, y para colmo llevaba una semana entera sin ir a ver a Josh. Por suerte, Shasha me tenía cubierta en ese aspecto.
               Y, aunque la sala de baile de Mimi era impresionante y se agradecía no tener a decenas de ojos críticos lanzándome dardos mientras hacía lo que podía con la coreografía, la falta de figuras detrás de mí me había puesto tan nerviosa que me había convencido a mí misma de que fracasaría si no hacía que mis amigas me ayudaran. Por supuesto, tanto Momo como Taïs y Ken aceptaron sin dudar ponerse detrás de mí y repetir una y otra y otra vez la coreografía.
               No se habían apuntado para mis correcciones histéricas y puntillosas, lo cual me llevó a varias peleas con Kendra y Amoke en las que Taïssa a veces tuvo que intervenir para que la sangre no llegara al río. Mimi observaba desde una esquina la mayor parte del tiempo mientras nosotras discutíamos, negándose en redondo a hacer ninguna aportación hasta que Tamika no nos diera su opinión experta y señalara mis nuevos errores.
               Supongo que por eso estaba histérica: porque no sabía a qué atenerme cuando Tam me viera bailar. Ella era buenísima, la mejor que conocía, y su plaza en la Royal lo acreditaba. La confianza que teníamos podía hacer que también se le olvidara el tacto, y no quería que me indicara errores que había adquirido con la práctica con Darishka.
               Estaba más arisca que de costumbre, y eso era decir bastante. Las chicas no se lo merecían, pero, aun así, lo pagué con ellas. Y lo peor de todo era que sólo Amoke sabía lo que pretendía, pues sólo me había atrevido a abrirme con ella sobre mis verdaderas intenciones. No sólo sabía que Momo no me juzgaría sino que, a diferencia de Taïs y Ken, sabía de sobra que cuando se me metía algo en la cabeza no había forma de quitármelo, así que más valía ayudarme o, de lo contrario, lo haría a escondidas y sola, y, por consiguiente, peor.
               Aun así, se lo puse muy difícil el defenderme cuando alguna de ellas se equivocaba.
               Estaba tirándome los trastos a la cabeza con Kendra, casi al punto de llegar a las manos, cuando llamaron al timbre de casa de Mimi. Trufas saltó de su regazo y corrió hacia la puerta antes incluso de que ella pudiera terminar de levantarse para ir a abrir, y yo a duras penas logré soltarme el pelo y domar mis rizos para que tuvieran un aspecto mínimamente decente antes de que aparecieran Karlie, con unas medias negras y un vestido negro por la rodilla; Bey, con un traje con americana gris perla; y Tam, con las trenzas unidas en una coleta en su nuca, vaqueros de cintura baja y una camiseta de tirantes por debajo de su jersey de colores chillones. Mientras Karlie y Bey se acercaban a saludarnos, Tam recorrió la habitación con la mirada, girándose sobre sí misma mientras analizaba el techo, los espejos sin borde, el parqué perfectamente pulido y el enganche muy bien disimulado de la barra de pole dancing que Mimi le había pedido a Alec que le instalara antes de irse.
               Sentí un tirón en el estómago al darme cuenta de que Tam venía en modo instructora, y no amiga, y que me costaría impresionarla. Fue en ese momento cuando me di cuenta de cuánto me importaba su aprobación.
               -Qué guapa estás-sonrió Bey, acariciándome los rizos bien definidos que, milagrosamente, habían resistido a mis colas de caballo bien apretadas. Sonreí con timidez, un poco cohibida por la diferencia que había entre su aspecto impoluto y el mío sudoroso de tanto calentar, y acepté de buen grado el abrazo que me dio. Karlie me dio un beso en la mejilla.
               -Me encanta la camiseta-dijo, señalando el jersey rojo de la edición rodeo del tour de Cowboy Carter de Beyoncé, en la que una figura blanca de Beyoncé a caballo sobre dos patas destacaba sobre el fondo rojo, que había comprado en eBay por un ojo de la cara y que me había puesto para que me diera suerte.
               -Gracias. Es vintage.
               Me quedaba un poco grande, pero ése era precisamente el quid de la cuestión en lo que respectaba a ropa de baile. Completaban mi atuendo unos pantalones cortos con medias negras y unas Converse rojas y blancas que estaban algo duras, pero que no serían mi problema principal. Mimi me había dicho que me pusiera ropa ajustada pero cómoda con la que Tam pudiera ver mejor mis movimientos.
               Tam se soltó las trenzas de la coleta en la que las tenía unidas y se las pasó por los hombros, masajeándose el cuero cabelludo mientras nos examinaba a mis amigas y a mí.
               -Gracias por venir, Tam.
               -No hay de qué, nenita. Es un gustazo venir a casa de Alec cuando sabes que no está para molestar-me guiñó el ojo mientras me apartaba el pelo de los hombros, y me dio un apretón cariñoso-. Pareces nerviosa.
               -Es que lo estoy.
               -Pues tranquilízate. Lo vas a hacer muy bien.
               Mimi cogió un taburete que habíamos traído de la cocina y lo colocó junto al espejo; yo arrastré uno de los pufs de su habitación y lo coloqué a su lado, y Momo hizo lo mismo. Tras disculparnos por no tener otro asiento mejor para ellas, me eché el pelo por la espalda, puse los brazos en jarras y exhalé profundamente.
               -Vale. Gracias a las tres por venir. No sé si estáis muy enteradas de a qué me dedico últimamente, pero el caso es que había empezado a ir a la academia de Mimi y… bueno, terminaron echándome tras pasarme dos semanas puliendo la coreografía que ahora vamos a hacer. Las chicas-señalé a Momo, Kendra y Taïssa-se han ofrecido a hacernos de bailarinas de fondo para que no quede todo tan raro, pero en la que más os tenéis que fijar es en mí, ¿vale?
               -Vale-asintió Karlie mientras Bey se sacaba un paquete de chicles del bolso y se lo ofrecía a su hermana, que seguía de pie y se había cruzado de brazos. Tomé aire y lo solté de nuevo.
               -La coreografía se basa en la de SWEET HONEY BUCKIINde la gira de Cowboy Carter de 2025 de Beyoncé-Bey se removió en el asiento y alzó las cejas. Tam inclinó la cabeza a un lado-, me imagino que…
               -La conocemos-dijo Tam, asintiendo.
               -Hay partes que hemos tenido que crear porque…
               -La mezclaba con otra canción-volvió a asentir Tam.
               -Sí. Bueno, eh…
               -¿Seguro que quieres hacer esto, Saab?-preguntó Tam con los ojos ligeramente entrecerrados, y a mí se me cayó el alma a los pies.
               -Sí. O sea, sé que la coreografía no es nada del otro…
               -Es bastante jodida, en realidad-respondió Tam-. La sincronía con Blue, que me imagino que será Mimi-aventuró, y cuando Mimi asintió, ella también lo hizo-, la canción es larga… no te da mucho tiempo para respirar. Y tiene un coro en el que necesitas a más gente que nosotras.
               -Sí. Ya. Lo sé. Bueno, me lo imagino. Pero es la que hemos estado ensayando, y… bueno, es con la que me siento más cómoda. Sólo serán cinco minutos. Si os aburro, u os parezco muy mala, podéis… no sé, poneros con el móvil o algo. Os prometo que no me enfadaré.
               -¿Cómo vamos a ponernos con el móvil mientras bailas para nosotras, Saab?-preguntó Karlie, escandalizada.
               -No lo harás tan mal como para que queramos dejar de mirarte-dijo Bey.
               -Y son cinco minutos-añadió Tam-. No te haces una idea de cuánto tiempo he perdido yo a lo largo de mi vida, sin ir más lejos en esta casa. No será para tanto. Lo que no sé… ¿dónde tienes los altavoces?
               -Están integrados en las esquinas-explicó Mimi-. Tienen sonido espacial que se puede controlar con cualquier móvil, conectándolo por Bluetooth.
               -Ajá. ¿Y el micro?
               -¿Qué micro?-pregunté.
               -¿No vas a cantar?
               -Eh… no. Sólo bailar.
               -¿Por?
               Tam parpadeó y apoyó un pie en el espejo. Y luego, al darse cuenta de que estaba con los playeros de ir por la calle, lo bajó al suelo y lo limpió con la mano, dedicándole un gesto de disculpa a Mimi, que agitó la mano en el aire quitándole importancia al asunto.
               -Pues… he ido a clases de baile, así que sólo he preparado la coreografía.
               -Vale, a ver-Tam echó la cabeza hacia atrás y se pasó los dedos por el nacimiento de las trenzas-. Vas a interpretar una canción que la cantante que la interpretó originalmente hacía en directo, cantando y bailando, pero tú sólo vas a bailar. Te urge que te digamos si mereces la pena como bailarina porque de repente te urge tomar clases de baile con el curso empezado, pero no has pensado en usar la voz como un elemento más del espectáculo que sea que estás preparando… y, seamos sinceras, Saab: nadie se prepara tanto la función de Navidad del insti.
               Tenía los ojos de Karlie, Bey, Mimi y Tam fijos en mí; Momo, Ken y Taïs miraban fijamente a Tam, a la espera de averiguar adónde quería ir a parar con todo esto. Las amigas de Alec, mis amigas mayores me estudiaban con tal determinación que parecían ansiosas por deshacerme como un terrón de azúcar en el agua; me sentí pequeña y vulnerable, como si pudieran hacer conmigo lo que quisieran. En cierto modo, así era.
               Y, con todo, había una parte de mí ansiosa por que Tam siguiera hablando. Alec y ella chocaban mucho porque eran iguales: se decían las cosas a la cara con sinceridad descarnada, porque sabían el potencial del otro y detestaban que lo escondiera bajo un falso sudapollismo.
               -Me has pedido mi opinión sobre tus dotes de baile, y te la daré encantada. Pero primero quiero que me digas una cosa, Sabrae: ¿qué te traes entre manos?
               Ahí estaba. La pregunta que Mimi llevaba semanas haciéndose y no se atrevía a formular. La pregunta que me reconcomía escuchar en casa. La pregunta que llevaba muriéndome porque me hicieran desde que tomé aquella decisión que me cambió la vida, porque ese secreto me estaba comiendo por dentro y no me daba margen de libertad.
               Tomé aire y lo solté lentamente.
               -Quiero perfeccionar mis dotes como cantante porque voy a presentarme a la siguiente edición de The Talented Generation.
               Un silencio pesado cayó sobre la sala de baile de Mimi después de que la bomba estallara, exactamente igual que si hubiera caído una bomba atómica y nos hubiera dejado a todas sordas.
               -Saab-dijo Kendra, pero Bey la cortó.
               -¿Lo saben tus padres?
               -En casa sólo lo sabe Shasha.
               -¿Ni siquiera tu hermano?
               -Scott no me dejaría presentarme.
               -Por algo sería-aludió.
               -¿Por qué?-preguntó Karlie, y yo sacudí la cabeza.
               -Tengo mis motivos, pero prefiero guardármelos para mí-atajé, y Tam alzó las manos. A Bey, sin embargo, no le gustó mi respuesta.
               -Si no lo saben en tu casa y a nosotras no quieres decírnoslos, quizás no sean los motivos correctos, Saab.
               -No quiero poneros en un compromiso, chicas, por eso cuanto menos sepáis, mejor. Sé de sobra lo que me dirían en mi casa, pero es algo que tengo que hacer. Mis motivos son de peso, y quiero estar tan preparada que, cuando finalmente lo cuente, mis padres y mi hermano no puedan rechazar mi plan. Sólo lo sabe mi hermana.
               -¿Y Alec qué dice?-preguntó Karlie, y yo torcí el gesto.
               -Alec tampoco lo sabe.
               Tam silbó y se apoyó en el espejo.
               -Toma plot twist. Eso sí que no me lo esperaba.
               -Sé cómo reaccionará y quiero decírselo cuando hable con él directamente. No sé cómo puede sentarle si se lo digo por carta; es capaz de chiflar y coger un avión para venir a convencerme de que no lo haga.
               -O sea, que vas a esperar a que venga en tu cumpleaños, cuando ya lleves varios programas dentro, para soltarle la bomba-dijo Bey, y se cruzó de piernas y de brazos.
               -En realidad se lo diré la próxima vez que nos llamemos por teléfono. Supongo que lo haremos en Nochevieja-mi carta de respuesta todavía estaba camino de él, o puede que ya hubiera llegado y ya estuviera viniendo mi respuesta, pero el caso es que todavía no sabía muy bien qué íbamos a hacer en Nochevieja. Sí que sería algo especial, pero no qué.
               -¿Te lo has pensado bien?-preguntó Bey, y Karlie le puso una mano en la rodilla.
               -Chicas, creo que no nos corresponde a nosotras juzgarla. Sea cual sea la razón por la que quiere hacerlo, es lo suficientemente madura para tomar esa decisión. Seguramente sea de las personas que más sepa dónde se está metiendo de toda Inglaterra, considerando que su hermano está totalmente dentro del mundillo.
               Bey parecía dispuesta a rebatírselo, pero una mirada de Tam bastó para que lo dejara estar. Suspiró y me dijo que empezara cuando quisiera, y yo miré a Tam.
               -Estoy bien aquí-dijo. Yo asentí con la cabeza, fui a por mi móvil, se lo entregué para que iniciara la música cuando quisiera, y me coloqué en posición.
               Creo que no habría podido haberlo hecho mejor ni aunque quisiera. Se alinearon los astros; fue como si la energía de la casa de Alec hubiera descendido directamente desde su habitación hasta la sala de baile. Como si las amigas que compartíamos canalizaran esa energía directamente hacia mí. Bey y Karlie aplaudieron cuando acabamos, y Tam las miró. Se separó de la pared y me tendió el móvil.
               -Vale-asintió, y yo sonreí.
               Qué poco me duró.
               -Y ahora hazlo como si quisieras convencerme de que bailas bien y te mereces que yo pague por mirarte.
               Se me cayó de nuevo el alma a los pies. No creía que Tam pudiera ser así de cruel; era peor de lo que me había dicho Darishka. Con razón ella y Alec se llevaban tan mal; no podían ser más opuestos. Si él te hacía daño era porque era un bocazas, pero lo de ella…
               Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero me obligué a tragármelas y volví a colocarme en posición. Cuando activé la música, Tam negó con la cabeza y me cogió de nuevo el móvil para detenerla.
               -No vamos a hacer de ti una bailarina de la noche a la mañana, Saab, y no parece que tengas tiempo suficiente para avanzar todo lo que necesitas. Así que, repito: hazlo como si quisieras convencerme de que bailas bien y que te mereces que yo pague por mirarte.
                Me devolvió el móvil y yo me la quedé mirando sin entenderla. Tam se apoyó de nuevo en la pared, cruzó los brazos y me hizo un gesto con la cabeza para que volviera a empezar. Miré a Mimi, que asintió, y luego a mis amigas, que estaban en sus posiciones también.
               Activé de nuevo la música y empecé a moverme al ritmo al que lo había hecho siempre.
               Y Tam volvió a pararme. Suspiró sonoramente, se separó del espejo empujándose con la espalda y se acercó de nuevo a mí.
               -Hija, eres tan corta como tu novio. Dios os cría y vosotros os juntáis.
               -Pero me has dicho que…
               Tam me enfocó la cara con el móvil para desbloqueármelo, paró la música y tecleó algo. Vi que había entrado en Twitter, y no le costó encontrar el vídeo que quería. Me mostró uno de los vídeos que más vistos tenía yo, en el que Beyoncé se sacudía al final del escenario y de la misma canción mientras un grupo de bailarines bailaban en formación tras ella, descamisados,  girando sobre el suelo, tumbándose sobre él y luego golpeándolo con los puños cerrados.
               -Pero nosotros no hemos ensayado eso, Tam…
               -No quiero que hagas lo que hacen los bailarines. Tú no eres bailarina. De eso nos ocupamos Mimi y yo. ¿Qué hace Beyoncé aquí?
               Beyoncé los dirigía con las manos y las caderas, de vez en cuando se acercaba el micro a la boca y cantaba parte de la letra, o animaba al público. Eso le dije.
               -Exacto. Beyoncé no es bailarina, Beyoncé es Beyoncé. Es como Lady Gaga, como Taylor Swift o como cualquier otra cantante con bailarines de fondo. Puede bailar con ellos, pero su misión es cantar. Si vas a un programa de canto, de poco te sirve tener la coreografía más jodida si no puedes cantar. Y ya lo hiciste en Wembley. Así que canta, Sabrae.
               Me tendió de nuevo  mi móvil, y sólo entonces vi que no sólo me lo había devuelto, sino que había abierto la aplicación de las notas de voz. La miré.
               -Pero sonaré fatal.
               -Así es como se mejora-sentenció-. Mimi, pon tú la música. Empezad cuando queráis.
               Eso hicimos, y fue un desastre. Yo me ahogaba tratando de cantar y seguir la coreografía a la vez, y por la forma en que Bey y Karlie nos miraban, como si quisieran meterse debajo del puf y desaparecer de ese espectáculo dantesco, supe que estábamos montando un circo. Tam, sin embargo, esperó pacientemente a que empezáramos la canción.
               -Espero de corazón que indemnices a todo aquel que vaya a verte si es que pretendes en serio hacerlo así en el programa. ¿O es que quieres que te echen la primera?
               -¡Claro que no!
               -Puede que no necesites bailar. Tienes una voz muy bonita, y cantas genial. No hay necesidad de que…-empezó Karlie, pero Tam negó con la cabeza.
               -Sí que la hay. Scott quedó segundo, así que sólo tiene la opción de quedar primera, ¿no es así, Saab?-preguntó, y yo suspiré y asentí. Si una estúpida rivalidad fraternal era lo que necesitaba para que dieran el tema por finiquitado, sería la hermana pequeña celosa del éxito y la atención que recibía su hermano mayor-. Todo lo demás… sería igual que perder. O…-sonrió, como si supiera algo que yo no- como si la descalificaran en su último combate. ¿Quieres eso, Sabrae? Me parecía-dijo cuando yo negué con la cabeza-. Entonces esfuérzate y hazlo mejor. Sé lista. Sé la estrella, no la bailarina.
                Tardé un momento en entender a qué se refería, pero cuando lo hice, sonreí. La estrella hacía que todo girara en torno a ella; el espectáculo se adaptaba a ella y no al revés.
               Después de todo, el sol era el centro de nuestro sistema solar, y todo giraba en torno a él. Era hora de reclamar mi posición.
               Me giré hacia el espejo y miré a Tam a los ojos. Cuando empezó la canción, me llevé el móvil a modo de micro a la boca, y empecé a cantar. En la parte en que Beyoncé bailaba, yo también lo hice; y cuando ella cantaba, yo me quedé parada en el sitio, siguiendo la música con el cuerpo pero sin exigirme tanto como lo había hecho hasta entonces. Y fue mejor, ¡mucho mejor! Mimi supo desenvolverse sin mi acompañamiento, y mis amigas, aunque descoordinadas y algo torpes todavía por la falta de ensayo, lo hicieron bastante mejor que antes.
               Tam nos observó a todas con ojo crítico, y cuando llegó la parte en la que la canción se centraba más en el baile, ya hacia el final, asintió con la cabeza y se separó del cristal. Se puso detrás de mí y me miró en el reflejo en el espejo mientras yo me movía: el puño arriba, el brazo en un ángulo de cuarenta grados, lanza el lazo, recoge la cuerda, da puñetazos. Botando, botando, botando, como en un toro mecánico. Look at that horse, look at that horse, look at that horse.
               Tam levantó la mandíbula y me ordenó que lo repitiera todo, desde el principio, mientras me observaba desde atrás, apartándose lo justo y necesario para que yo no la golpeara sin querer mientras bailaba.
               -Suéltalo, Sabrae. Más alto. Más rápido. Más fuerte.
               BUCKIN’. BUCKIN’. BUCKIN’. WOW.  BUCKIN’. BUCKIN’. BUCKIN’. LIKE A MECHANICAL BULL! BUCKIN’. BUCKIN’. BUCKIN’. WOW. A GOOD NIGHT FLOW, MONEY IS FULL. LOOK AT THAT HORSE. LOOK AT THAT HORSE.
               -LOOK AT THAT HORSE!-Tam me cogió de la mandíbula y me hizo mirarme en el espejo, mirarme de verdad. La rabia en mis ojos, la fuerza con la que cantaba y bailaba. No estaba haciéndolo perfecto, pero nunca había sido tan real.
               Me puse de lado con respecto al espejo.
               -Your patience is thin.
               -Ni que lo digas-sonrió Tam, rodeándome.
               -Your hormones is right at the rim-Tam miró a Karlie al escucharme y sonrió-. You was just goin’ in.
               -Díselo a tu novio.
               -Fuck it, do it…
               -¡Díselo a tu novio!
               -AGAIN!
               Seguí bailando y cantando, llegando al límite, rozándolo y, en ocasiones, traspasándolo. Cuando la canción se detuvo, clavé los talones en el suelo y levanté la cabeza en busca de aire, pero con una sonrisa maquiavélica en los labios.
               Me perdí la mirada que intercambiaron Bey, Tam y Karlie. Cuando bajé de nuevo la mirada, Tam tenía los ojos puestos en mí, una mirada calculadora. Era la primera vez que me miraba así, evaluándome, midiéndome, sopesando. Sin embargo, no era la primera vez que la veía mirar a alguien así.
               La había visto mirar a Alec de esa forma tantas veces que casi adiviné lo que me diría a continuación.
               -No tengo mucho tiempo y no puedo prometerte ningún resultado, pero te ayudaré en lo que pueda. Si Mimi está dispuesta…-miró a Mimi, que asintió con la cabeza y exhaló un “claro” que hizo que Tam volviera asentir-. Vas a estar mucho sola.
               -No pasa nada.
               -Será muy frustrante.
               -Estoy acostumbrada-repliqué, y Tam se rió entre dientes.
               -No, yo creo que no, pero ya veremos lo que aguantas. Echarás de menos a Darishka; yo soy diez veces más cabrona que ella. Después de todo, aprendí con la profesora Belovna. Pide que te cambien-le dijo a Mimi, que se mordió el labio y asintió con la cabeza. Tam volvió a mirarme-. Preparad un calendario de Google o algo así. Vamos cruzando horarios y practicando cuando podamos. Y no dejes de entrenar.
               -Vale. ¿Qué más?
               Tam recogió su bolso del suelo y se lo colgó sobre un hombro.
               -Te vendría bien hacer natación. Amplía la capacidad pulmonar.
               -¡Bien!-celebró Kendra, que llevaba insistiendo en que fuéramos a la piscina años.
               Tam me puso una mano en el hombro y yo me giré hacia ella.
               -Y debes decidir, Saab. Buenas notas, o esto. No puedes tener las dos cosas.
               Noté que la sangre huía de mi rostro. Una cosa era aguantar una rutina demencial en la que casi no tenía tiempo para mí misma, y otra muy distinta era tener que renunciar a mis estudios. Eso sí que mis padres no me lo permitirían ni de coña.
               Me relamí los labios y di un paso atrás, zafándome del abrazo de Tam. Bey se levantó.
               -O puede que sí-dijo para tranquilizarme, pero todas en la habitación sabíamos que era mentira-. Será muy, muy difícil, pero eres muy inteligente, y…
               -Somos dos y cada una eligió su camino, Bey-le dijo Tam-. No puede pretender ser las dos a la vez.
               -O sí. Las dos hemos visto esto otra vez-respondió su gemela, críptica.
               -No tienes nada garantizado con esto-Momo se acercó a mí y me cogió la mano-. En cambio, estudiando tienes muchas más papeletas…
               -Pero es Sabrae Malik-dijo Taïssa, y las miré a ambas, cada una defendiendo las dos partes de mi personalidad: nunca antes me habían hecho elegir entre ser hija de mamá, y por lo tanto la primera de la clase y brillante en el campo de estudios que eligiera, y que ni siquiera tenía claro; o hija de papá, y ser una estrella que viviera de su voz y de hacer magia con sus sentimientos.
               Kendra no dijo nada. Se limitó a morderse los labios y mirarnos a Momo, Taïssa y a mí alternativamente. Karlie se puso en pie y, como buena reina de la diplomacia que era, me quitó el peso de encima de decidirlo aquí, y ahora, delante de ellas.
               Me esperaba una larga noche de insomnio, y mañana tenía un examen para el que, por cierto, apenas había estudiado. Genial. Igual la decisión se tomaba sola.
               Mi desánimo y yo nos despedimos de las chicas con el corazón en un puño y la vista en una encrucijada a la que nunca pensé que tendría que enfrentarme. Me sentía paralizada y llena de miedos, con una ansiedad nueva que nunca antes había experimentado. Me fui a la habitación de Alec y me acurruqué bajo las sábanas, tratando de poner en orden mis pensamientos mientras hundía la nariz en el perfume a lavanda de sus sábanas. Llamaron a la puerta, pero no contesté, y quien fuera se marchó por donde había venido.
               Me ardían los ojos y sentía unas náuseas que me doblarían en dos si no estuviera petrificada. Odiaba toda esta situación: odiaba no poder consultarlo con Alec, odiaba no tenerlo ahí para que me ayudara, y odiaba saber que yo era la única que podía ayudar a Diana a vengarse. Odiaba ser tan joven y tan inexperta, no haber sabido mucho antes que puede que tomara este sendero y haberme preparado como lo hizo Eleanor, ya desde pequeñita, ya con determinación.
               Odiaba el miedo que me daba perder lo poco que había sido capaz de conservar a lo largo de estos meses, mi expediente académico, como si mis notas me definieran o como si no tuviera derecho a fracasar, como mis padres me habían dicho. Odiaba poner a prueba tan pronto nuestros avances en terapia y que me permitieran dejar de rendir tan bien… y odiaba cómo odiaba renunciar a ese tipo de validación.
               Me reafirmaba con los estudios. Eran la mejor oportunidad para prosperar. Nunca había considerado la posibilidad de no ir a la universidad; eso siempre había estado sobre la mesa como una ley ineludible, igual que la de la gravedad. Le había insistido a Alec para que estudiara y se labrara un buen futuro porque eso era lo que mis padres me habían inculcado, y porque sabía que él había tirado la toalla porque pensaba que jamás conseguiría algo lo bastante bueno como para que fuera verdad.  
                Alec…
               Me levanté como un resorte, destapándome de repente y haciendo de las mantas una ola sobre mis piernas. Miré las cartas de las universidades que le habían llegado, todas sin abrir a pesar de que me había dado permiso para que las leyera y le dijera lo que ponían, si me parecía relevante. Cogí la primera de ellas, con el nombre de Alec y el escudo de Oxford en el anverso, y la sopesé en mis manos.
               Las palabras dubitativas de Bey resonaban en mi cabeza. Quizá yo pudiera. Quizá no tuviera que elegir. Sería muy difícil, me volvería loca, pero… Alec había conseguido recuperar su curso en menos de dos meses. Puede que entre mis manos hubiera una carta de aceptación que leíamos demasiado tarde.
               Le di la vuelta al sobre y acaricié su solapa, pero no me atreví a abrirlo por temor a lo que pudiera haber dentro. Una negativa le dolería a Alec, pero a mí me rompería el corazón por todo lo que se había esforzado y todo lo que había sacrificado.
               Y, sin embargo, él no estaba aquí. Y mi hermano no había ido aún a la universidad. Pero iría. Nadie lo dudaba. No sé por qué, pero incluso con una carrera ya iniciada y muy prometedora, a pesar de los baches que estaba atravesando, todos en casa dábamos por sentado que Scott tendría su título universitario más pronto que tarde.
               Dejé la carta cuidadosamente sobre las demás, me levanté de la cama y tiré de las mantas para volver a taparme. Y, entonces, me fijé en la estantería que Alec tenía sobre el cabecero de la cama, a la que yo casi nunca le hacía caso, y en la que reposaban sus trofeos de boxeo.
               Apoyé las manos en el colchón y me arrodillé sobre él, los ojos fijos en las medallas y la mente galopando por la conversación que había tenido con Jordan hacía unos días. Recordé las tardes de estudio, las mañanas madrugando, las noches en vela mientras repasaba con él. Alec  lo había conseguido conmigo, y yo volvería a tenerle a mi lado cuando el programa se acabara. Vale, el problema era ahora que él no estaba y que mis padres se opondrían a que yo empezara, pero determinación tenía de sobra.
               Las voces de Jordan y Bey resonaron en mi cabeza. Alec era mejor que yo, y por eso yo le gané. Las dos hemos visto esto otra vez.
               ¿Estaba abarcando demasiado? ¿Estaba dejando que demasiadas personas me enseñaran y estaba admitiendo demasiadas influencias? Cogí la medalla que Alec tenía en la repisa y acaricié su nombre con los dedos. Sergei le había dicho que era mejor que Jordan y por eso él no se había permitido soltarse con él. ¿Tamika me había dicho que tenía que elegir porque era la única manera de empujarme a no hacerlo? Entonces, ¿por qué Bey le había dicho aquello? ¿Se refería a que podía ser como Jordan y vencer a lo invencible, o ser como Alec y permitir que mis miedos me dominaran?
               Llamé a la puerta de Mimi todavía con la medalla en la mano, y la abrí para encontrármela con Trufas en el regazo mientras miraba algo en su ordenador. Levantó la vista y se me quedó mirando, expectante.
               -Jordan me dijo el otro día que ganó un par de veces a Alec a pesar de que Sergei dijo que el mejor de los dos era tu hermano. ¿Es verdad?-cuando asintió, yo le pregunté-. ¿Crees que yo podría hacerlo también?
               -¿Ganar a Jordan? Pf, no sé. Se sabe el truco de que le des una patada en los cataplines.
               -No, Mary Elizabeth-suspiré-. Me refiero a hacer lo que me dicen que no puedo hacer.
                Mimi bajó la mano y sólo entonces me fijé en que estaba rumiando un regaliz rojo, de los que le gustaban a su hermano. Dios, la presencia de Alec estaba por toda la causa, y su ausencia marcaba las cuatro vidas que la compartían. Cinco, si me contábamos a mí.
                -Creo que Tam te ha dicho que tienes que elegir porque quiere que la priorices. Tendrá poco tiempo libre y no querrá reservártelo para que luego tú canceles porque tienes que estudiar para un examen.
               -¿Pero crees que podría prepararme y mantener mi expediente académico como hasta ahora? Si empiezo a suspender es probable que mis padres no me dejen ir al programa, o que se huelan lo que pretendo mucho antes y consigan impedírmelo.
               -Depende de ti permitirles que te lo impidan, Saab-Mimi se encogió de hombros-. Yo no puedo tomar esa decisión por ti. Y odio que tengas que cargar con ese peso tú sola, pero es que… así es.
               -¿Tú qué harías en mi lugar?
               -Esperaría. Me prepararía bien-respondió a bocajarro, sincera, lo cual le agradecí a pesar de que me hiciera más difícil creer que podía con todo-. Me prepararía con tiempo.
               -¿Y si no tuviera tiempo?-inquirí, y Mimi se mordió los labios.
               -No voy a decirte que rechaces a Tam después de que haya venido a verte. Claro que, si no te gustan sus condiciones, estarías en tu derecho de decirle que es demasiado.
               Golpeé el metal con las uñas y tomé aire despacio.
               -¿Crees que es imprescindible que Tam me ayude?
               Mimi bajó un poco la tapa de su ordenador y Trufas abrió un ojo, acusando la falta de claridad. Saltó de su regazo al verme y trotó a saludarme frotándose contra mis piernas.
               -Creo que Tam es muy, muy buena en lo que hace y que su ayuda te vendría genial, pero también es verdad que ella es bailarina y tú no quieres serlo. Así que no sé qué decirte, Saab. Yo, en tu lugar, quizá no me arriesgaría. Pero es que yo nunca estaría en tu lugar, porque bailar y estudiar para mí son lo mismo-recogió a Trufas del suelo y le acarició el lomo y las orejas. Me apoyé en el marco de la puerta y me mordí el labio-. ¿En qué piensas?
               -En que tu hermano no podría haber elegido un momento peor para marcharse.
               -Siempre puedes tomarte un año sabático como ha hecho él.
               -Tengo que hacerlo ahora.
               -Me refiero a los estudios. Paras ahora, te dedicas al programa, lo ganas, y vuelves-me reí y negué con la cabeza, apoyándome las manos en las sienes.
               -Eso no es una opción en mi casa.
               -Entonces creo que tus padres han tomado la decisión por ti sin tan siquiera saberlo.
               Apoyé la espalda en el marco de la puerta y entrelacé las manos por detrás. Lo que daría porque en ese momento la puerta de la calle se abriera y escuchara unos pasos que reconocería en cualquier parte cruzando el vestíbulo y subiendo las escaleras…
                -Tu hermano me diría que les dieran a mis padres y que yo puedo con todo-murmuré, negando con la cabeza.
               -Ya, Saab… pero es que Alec está enamorado de ti y yo no-susurró en tono elocuente, y yo negué con la cabeza.
               -No. No es que quiera que me engañes. Es sólo que… a veces sólo necesitas eso, ¿sabes? Alguien que crea en ti más de lo que tú lo haces. Sé que no le haría ninguna gracia que me metiera en lo que quiero meterme, más aún sabiendo lo que le están haciendo a CTS, pero… a veces apoyas ciegamente a alguien incluso sin comulgar lo más mínimo con sus decisiones. Todo porque estás ansioso por equivocarte y que triunfe, o porque le quieres tanto que jamás le dirías que ya se lo advertiste si fracasa. Supongo que por eso ibais a ver a Alec pelear; para aseguraros de que había alguien cuidándolo si le hacían daño.
               -Te equivocas-dijo, y yo la miré. Mimi estaba muy, pero que muy seria-. Yo no iba a cuidar a mi hermano, y cualquiera que le viera boxear lo sabría.
               -Entonces, ¿por qué ibas? Porque yo no lo soportaría. No podría ver cómo le dan una tunda y no poder hacer nada por impedirlo, y me mataría saber que le gusta meterse en…
               -A Alec le rompieron costillas delante de mí y yo no lo supe hasta que no fuimos al hospital. Ganó combates con huesos rotos y a contrincantes que le sacaban una cabeza-al ver mi expresión alucinada, Mimi abrió los ojos como platos-. ¡Por Dios, Sabrae! ¿Es que nunca te ha enseñado ninguno de sus vídeos?
               Al ver mi expresión, Mimi no pudo evitar soltar una carcajada.
               -Dios mío, ¡no me lo puedo creer! De verdad no tienes… no sabes lo que ha pasado esta tarde, ¿verdad? No sabes por qué Tam te ha ofrecido ayudarte, a pesar del poco tiempo que tiene y lo mucho que le hace falta descansar.
               -Pues… ¿porque soy la novia de uno de sus amigos más cercanos?
               Mimi volvió a reírse, se levantó de la cama y me cogió la mano para conducirme hasta el salón. Annie estaba leyendo un libro en el regazo de Dylan, que resolvía crucigramas en el periódico mientras la abuela de sus hijos cacharreaba en la cocina. Nos dedicaron una sonrisa radiante a modo de saludo, que se convirtió en una mirada de confusión cuando Mimi cogió un tubo con discos rotulados a mano. Abrió la tapa, sacó unos cuantos, leyó sus títulos y, finalmente, colocó uno en la bandeja del reproductor de DVD.
               Tras la pantalla de carga del reproductor apareció un menú con varios nombres de ciudades y fechas. Mimi seleccionó el tercero, grabado en Manchester hacía dos años.
               -Mary Elizabeth-protestó Annie, pero Mimi siseó.
               -Sabrae nunca ha visto boxear a Alec en competiciones.
               -¿Y tienes que ponerle justo este vídeo?-ladró Annie en un tono enfadado como yo jamás le había escuchado. Me fijé en que Dylan apretaba el periódico con tanta fuerza que tenía los nudillos pálidos.
               En la televisión apareció la imagen caótica de un estadio lleno a reventar en el que habían colocado filas y filas de sillas plegables; la cámara estaba en la segunda, o la tercera, reservada a las celebridades o a los familiares de los púgiles. Se giró rápidamente para mostrar el paseo de uno de los boxeadores, y a mí se me encogió el estómago al reconocerlo.
               Reconocería esa forma de andar en cualquier parte. Esa chaqueta, como la que me había regalado antes de irse. WHITELAW 05, en azul sobre blanco. Alec avanzaba con la cabeza bien alta, y se coló entre las cuerdas con una agilidad impropia de alguien de su tamaño y complexión. Sergei lo siguió hasta la esquina en la que se encontraba la cámara, y Alec sonrió al reconocer a quien grababa. Por los gritos que oí, deduje que era uno de sus amigos; un giro rápido para ver a quién le tiraba besos Alec me indicó que Annie y Dylan y una mucho más joven Mimi estaban más a la izquierda, en el centro de las filas.
               Alec rodó el cuello para soltárselo, dio unos saltitos, se quitó la chaqueta y sonrió al mirar de nuevo hacia la cámara, seguramente a alguna chica, posiblemente a Bey. Se colocó un protector en los dientes, asintió a lo que le decía el árbitro, algo ininteligible sobre los gritos del público, chocó los guantes con su contrincante, un toro de su misma estatura, y se preparó para que sonara el ring.
               Cuando finalmente lo hizo, los dos se enzarzaron en un combate en el que me dolió cada golpe que le daban a Alec y me regodeé con cada uno que daba él. Los minutos se convirtieron en segundos mientras Alec peleaba con determinación por lo que le pertenecía por derecho en un combate tan igualado que pude ver perfectamente la belleza que Alec, Jordan y Sergei apreciaban en el boxeo. Estaban los dos chicos solos, enfrentados en una burbuja en medio de la muchedumbre, arañando la gloria y alejando al otro a puñetazos para que no se la arrebatara.
               Alec y su oponente empezaron a sangrar. Las rondas se sucedían, y Sergei le gritaba cosas que nadie más que Alec entendía. Se levantaba y peleaba, obedecía al árbitro, apretaba a su rival, no cedía terreno, y supuse que ganaría por puntos ya que el otro no parecía dispuesto a permitirle que lo noqueara.
               Dylan se levantó del sofá y se fue a la cocina. Mimi se abrazó al cojín. Annie soltó un sollozo y se tapó la cara, pero yo estaba al borde del asiento, entregadísima al combate en el que Alec tenía contra las piernas a ese pobre chico, así que no llegué a sospechar nada de lo que se avecinaba hasta que, de repente, cuando Alec se retiraba para dar un golpe más potente, su oponente se aprovechó de un hueco improvisado y descargó un potentísimo gancho de izquierda.
               En las costillas.
               La cámara tembló cuando quien grababa se puso en pie de un brinco.
               -¡ESO ES FALTA! ¡ÁRBITRO, ES FALTA!-bramó la voz de Jordan.
               -¡HIJO DE PUTA!-aulló Scott.
               -¡MÁTALO, ALEC!-tronó Tam.
               Ninguno lo bastante fuerte como para que yo no escuchara el alarido de dolor de Alec.
               Y, sin embargo, a pesar de que yo supe exactamente qué tenía incluso sin haber estado ahí ni haber visto su radiografía, no pude evitar estremecerme del placer más primitivo cuando Alec se limitó a girarse después de que el árbitro los separara, y le escupió, con una sonrisa chula de las que a mí también me desarmaban:
               -¡¿Esas tenemos?! ¡Reza lo que sepas, hijo de puta!
               Se dejó caer en el taburete que Sergei puso para él y exhaló un gemido. La cámara se acercó a él.
               -¡Quítale eso de encima!-bramó Jordan.
               -¿Estás bien, campeón?-preguntó Sergei fuera de cámara, que ahora mostraba simplemente la lona.
               -Creo que me ha roto una costilla. Quizá dos. No lo sé-jadeó Alec, y Annie jadeó también. Yo me estremecí.
               -¿Quieres parar?
               -Ni de puta coña. Lo voy a matar.
               Ni de puta coña. Lo voy a matar. Ni de puta coña. Lo voy a matar. Ni de puta coña. Lo voy a matar. Un fuego vergonzoso y llameante se encendió entre mis piernas, y comprendí en ese momento por qué había que follarse a los boxeadores justo después de un combate: no es tanto por su adrenalina, sino por la tuya.
               Alec escupió en un caldero y Sergei gruñó.
               -Alec…
               -No me va a volver a tocar-aseguró sin respiración-. Max, quédate aquí. Ahora acabamos.
               Alec se levantó a un segundo de que sonara el ring que iniciaba otro asalto, y con una sonrisa de oreja a oreja, totalmente demencial, más propia de un dios de la guerra que de un chaval de 16 años, se lanzó a por su contrincante como si su vida dependiera de ello. Cada golpe que el otro le daba era recibido con tres más intensos, y la sonrisa aún más ancha.
               Le llevó todavía dos asaltos más, pero por fin pudo noquear a ese cabrón. Cuando el árbitro lo declaró vencedor, levantó los puños en el aire y rugió de una forma que yo le había escuchado mil veces en la cama. Un dios hecho de carne, sangre y huesos rotos, totalmente molido pero rendido al placer.
               Y sus ojos…
               BUCKIN’. BUCKIN’. BUCKIN’. WOW.  BUCKIN’. BUCKIN’. BUCKIN’. LIKE A MECHANICAL BULL!
               Sus ojos eran los míos frente a Darishka en mi mejor actuación, los míos frente a Tam mientras cantaba y bailaba.
               -Menos mal que tu hijo no está en casa, Annie-dije-, porque no sé si sobreviviría a lo que le haría yo ahora mismo.
               Annie se rió, y Mimi siguió abrazada al cojín mientras yo me inclinaba todavía más a ver a Alec celebrar algo que yo eché de menos incluso sin haberlo vivido nunca.
               LOOK AT THAT HORSE, LOOK AT THAT HORSE , LOOK AT THAT HORSE.
               Fuck it, DO IT AGAIN!
               Lo entendí entonces. No había hecho nada esa tarde que las gemelas hubieran hecho hacer a Jordan, sino a Alec. Teníamos la misma mirada porque éramos la misma persona, porque siempre seríamos el espejo del otro.
               Claro que podría. Por supuesto que podría. Me ayudara Tam o lo hiciera sola, entrenara más en baile o me centrara más en mi voz… conseguiría alzarme victoriosa igual que Alec había ganado un combate con una costilla rota, tal vez dos. Teníamos la misma mirada, éramos la misma persona, y él siempre respetaría mi felicidad y mis metas. Él no me pararía. Me jalearía desde abajo, igual que habría hecho yo con él… porque eso era lo que nos hacía feliz. La rabia era parte de mí, necesaria para rugir y elevar mi voz a las estrellas.
               Y ahora tenía mucha, porque le habían arrebatado la victoria a mi hombre injustamente. Le habrían descalificado por hacer trampas, pero a mí no podían echarme. Sólo me beneficiaría que lo hicieran.
               Supe en ese momento que ganaría el programa. No es que no tuviera otra opción: es que era indiscutible. Tenía a Alec a mi lado incluso aunque él no supiera qué me proponía, igual que yo le habría apoyado desde abajo por mucho que me horrorizara ver cómo le pegaban. Vengar a Diana era un buen objetivo, pero vengar a Alec era la razón por la que viviría a partir de entonces.
               Debía estar en el Olimpo, y en el Olimpo le pondría.

             
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1 comentario:

  1. Por dios me ha encantado el capítulo. Tenía muchísimas ganas de leer y me ha encantado volver a sumergirme en la historia después de tanto tiempo. Adoro el momento de todas las chicas ayudando a Sabrae y ella contándoles su secreto, pero la guinda del pastel se la lleva el final. Qué maravilla.

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