domingo, 12 de mayo de 2019

Miel y mostaza.


Antes de que empieces a leer, quería decirte que ¡voy a crear un grupo de Twitter de lectoras de Sabrae! Puedes pedirme que te meta cuando lo haga dándole fav a este tweet, o enviándome un mensaje directo. ¡No seas tímida! Cuantas más seamos, mejor.
Dicho esto, que disfrutes del capítulo


¡Toca para ir a la lista de caps!


Alec jadeó una dulce sonrisa, la más preciosa que le había visto esbozar jamás, cuando por fin pudo procesar lo que acababa de decirle. Era como si mis manos no estuvieran sosteniendo un sobre, como si la realidad de que yo hubiera podido dedicar algo de mi tiempo a escribirle fuera tan escasa que no se atreviera ni a pensar en ella. Noté un pinchazo en el corazón cuando descubrí por qué reaccionaba con esa sorpresa: porque le había hecho pensar que el que se había equivocado había sido él, que el único que había obrado mal había sido él. Y no era así. Yo tenía tanta culpa como él; más incluso.
               Por suerte, ya había salido de mi error, así que ahora sólo nos quedaba terminar de sellar nuestra paz desvelando mis propias condiciones. Froté su nariz con la mía, recordándole dónde estábamos y adónde íbamos a ir, y le tendí el sobre.
               Él lo cogió con manos temblorosas, temiendo que cambiara de opinión en el último momento. No desaprovechó la ocasión de acariciarme las manos cuando lo hizo, sus dedos deslizándose por los míos como expertos esquiadores en su pista predilecta. Cuando por fin tuvo el sobre entre ellos, lo giró a un lado y a otro, comprobando que fuera real.
               La cara de niño bueno que se ilusiona cuando baja las escaleras y ve el árbol de Navidad colmado de regalos que puso entonces mereció todo el dolor por el que pasamos las últimas semanas. Ver cómo su sonrisa se ampliaba, sus dientes acariciaban sus labios y sus ojos chispeaban con fuegos artificiales de verano me hizo sentir ligera como una pluma, a pesar de que aún tenía un nudo en el estómago contra el que no sabía muy bien cómo luchar.
               Lo tenía todo prácticamente ganado, eso lo sabía, pero siempre había margen de error. Siempre había una ligera posibilidad de que las cosas salieran mal. Siempre había una ocasión de que la suerte se volviera en mi contra, y él quisiera algo más de mí, algo que yo no había sabido darle antes.
               -¿Me lo estás diciendo en serio?-preguntó, emocionado, y yo asentí con la cabeza. Su sonrisa era más contagiosa que una infección, y su felicidad me hacía cosquillas en la parte baja del estómago de la misma forma en que lo hacían sus besos.
               -La he escrito a mano. Espero que entiendas mi letra-musité, más y más tímida. Era increíble cómo él era la persona que más fuerte podía hacerme, y a la vez podía derrumbarme como un castillo de naipes. Amar a alguien realmente es darle la capacidad de que te destruya y confiar en que no lo hará. Y yo quería tanto a Alec… lo había dejado muy claro en la carta, ésa que iba a leer ahora.

               Él dio un paso hacia mí y se abalanzó de nuevo hacia mi boca, el manjar más apetitoso que hubiera probado nunca. Contuve un jadeo de la sorpresa que me produjo aquel delicioso impulso, y sonreí contra sus labios, jugando con su lengua, disfrutando de aquella extraña sensación de nerviosismo crecer más y más en mi interior a cada segundo que pasaba. No quería que abriera la carta, y a la vez no quería que la tuviera cerrada entre sus manos ni un minuto más. Necesitaba que la leyera y necesitaba llevármela. Necesitaba que leyera mi disculpa y que me dijera que estaba bien, y a la vez que me permitiera llevármela y pulirla un poco más, perfeccionarla, hacerla estar a su titánica altura…
                Me acarició la mejilla con el pulgar, notando mi cambio de humor y tratando de contrarrestarlo. El sobre crujió ligeramente en mi cintura cuando nos separamos de nuevo y nos miramos a los ojos tan intensamente que el tiempo se detuvo.
               -No sé cómo he podido buscar en otras lo que siempre he sabido que sólo puedes darme tú-me confió con intensidad, y yo sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. De un brinco inesperado, me colgué de su cuello y hundí la nariz en el principio de su cuero cabelludo. Inhalé aquel aroma tan familiar, a lavanda, champú, gominolas y placer, y disfruté de la sensación que era volver a tener sus manos en torno a mi cuerpo.
               -Ni yo sé cómo he podido aguantar semanas lejos de ti.
               Me posé en el suelo con la delicadeza de una mariposa y me permitió sostener su hermoso rostro, hecho por los dioses, entre las manos. Es la hora, me dije. Di un paso atrás, y él comprendió.
               Con la misma ilusión con la que me había mirado al principio, cuando le entregué la carta, se afanó en abrir su sobre. Lo hizo con cuidado y a la vez con muchas ganas, deleitándose en posponer el momento y a la vez acelerarlo. Era una sensación rara, la que nos invadía. Estábamos ansiosos por seguir escribiendo nuestra historia, y sin embargo no terminábamos de remolonear en aquel punto de inflexión en ella.
               Alec extrajo con cuidado los papeles que yo había doblado con esmero, poniendo mimo en cada gesto, y los desdobló. Alzó las cejas al comprobar que mi disculpa no era una, ni dos, ni tres, sino…
               -¿Cuatro folios?-se maravilló, y yo noté que me sonrojaba. Supongo que es un poco sorprendente que alguien escriba una carta a mano hoy en día; más aún si es tan larga como la mía, pero… quería asegurarme de que no me dejaba nada en el tintero.
               Y, bueno, me había puesto un poco peliculera, las cosas como son. Pero esperaba que le gustaba. Esperaba que me pidiera quedársela, y que hiciera un puchero para hacerme cambiar de opinión cuando yo le dijera que no, que eran mis palabras y me correspondía a mí guardarla. Que me hiciera ver que no debía avergonzarme de mis sentimientos ni de cómo me había desnudado para él en aquella carta.
               -Tu padre es profesor de literatura de verdad-comentó Alec, y de su boca salió el sonido más hermoso que yo jamás hubiera escuchado: una risa. Me mordí el labio para contener una sonrisa, y agradecí que fue él y no otro a quien mi corazón había decidido entregarse. Sólo él podía relajar la tensión de mi cuerpo con una broma en aquel momento y conseguir que yo no me ofendiera.
               Necesitaba relajarme un poco. Estaba apretando tanto los puños que notaba la tirantez de la piel de mis nudillos. Seguro que estaban amarillos.
               -Y cantante-le recordé con fingida severidad y cierta altivez que me salió de forma natural-. Venga, lee.
               Arqueó las cejas, dos arcos perfectos que no tenían nada que envidiar a los de ninguna catedral.
               -Oh, creía que me la leerías tú. Es lo justo, ¿no? Son tus palabras-me tendió los folios-. También debería ser tu voz.
               -Pero, ¡la carta es para ti! Tienes que leerla tú. No surtiría el mismo efecto-negué con la cabeza, rehusando su oferta, y Alec puso los ojos en blanco, pero asintió con la cabeza. Me cogió la mano y tiró suavemente de mí para acercarme al banco, y torció ligeramente la mirada cuando se sentó y yo no le imité. No quería estar a su lado: quería tenerlo frente a frente, analizar cada uno de sus gestos, sus expresiones, para tratar de adivinar si me estaba acercando a mi objetivo o no.
               Carraspeó y levantó la mirada una última vez. Se me aceleró el  corazón.
               -Última oportunidad, Sabrae-agitó la carta frente a mí.
               -No podía leértela ni aunque quisiera. Me da vergüenza.
               -¿Por qué?
               -Porque me es más fácil decir frases coherentes cuando no te tengo delante. Lee, por favor-me metí entre sus piernas y apoyé la barbilla en su cabeza. Con los dedos entre su pelo, deposité un beso en ella, y después volví a dar un paso atrás. Necesitaba la luz de la farola para poder leer.
               Él asintió, tomó aire, y volvió los ojos a la carta.
               Cuando empezó a leer, lo hizo en un tono que yo no le había escuchado jamás. Le cambió la voz, literal y metafóricamente. Leía en voz alta con madurez, de forma pausada. Hablando, Alec era un chico vivaracho y un pelín canalla, que se bebía la vida a tragos, no fuera a ser que no le diera tiempo. Sin embargo, leyendo, disfrutando de algo por lo que no tenía que pelear ni consumir rápido, se convertía en todo un hombre. Jamás le había escuchado leer, y me gustó incluso más: su tono concentrado, pausado, con un amago de sonrisa en sus labios, destilando con sutileza las emociones que le despertaban mis palabras en el suave deje con el que terminaba las frases… lo adoré.
               No sabía que pudiera enamorarme un poco más de él, o que estuviera en un proceso a punto de culminar, pero… escuchándolo leer mi carta, descubrí que podía quererle más de lo que ya lo hacía. Y empecé a hacerlo.
               -“Querido Alec… Al-esbozó una sonrisa adorable al leer su diminutivo-. No recuerdo qué fue exactamente lo que me hizo odiarte, ni cuándo empecé a hacerlo”… Dios mío, Sabrae, creía que esto era una carta de amor-se burló, y yo puse los ojos en blanco.
               -Sigue leyendo.
               -“No sé qué fue lo que hizo que mi opinión con respecto a ti cambiara de un día para otro, igual que no sé qué fue lo que cambió entre nosotros la noche en que cambió todo. Pero sí sé algo: que, incluso cuando no podía verte, había momentos en los que tú eras con el que más me apetecía estar.
               »Supongo que nuestra historia se remonta casi al principio de los tiempos, cuando yo apenas tenía unos días de vida y ya me adorabas, y yo te adoraba a ti. Recuerdo que era recíproco, y sé que tú también lo recuerdas. Para mí, era especial verte, y me hacía más ilusión ver a Scott en el recreo estando en el cole porque sabía que vendríais sus amigos, incluido tú, con él, que porque fuera mi hermano y le quería. Tú siempre te las apañabas para robarle un poco el foco de atención a Scott, y siempre conseguías que sonriera más rápido de lo que podía hacerlo nadie. Creo que siempre hemos estado un poco destinados.
               »Estoy segura de que no lo recuerdas, pero empecé a sospecharlo una noche en que no pude sacarte de mi cabeza ni a tiros”. Interesante-murmuró, alzando una ceja en mi dirección, y yo puse los ojos en blanco-. “Fue por una tontería, incluso yo lo supe en aquel momento, igual que lo recuerdo aún hoy como si lo estuviera viviendo ahora. Fue la tarde de Navidad en que nos encontramos en el centro comercial, cuando yo iba con Tommy, Scott, Eleanor, Amoke y Mimi, y nos topamos de casualidad contigo y con Jordan. Nos dejasteis solas en una tienda de animales, y Mimi se enamoró tanto de un conejo que tuviste que prometerle que volverías a por él para que accediera a soltarlo-una sonrisa le cruzó la boca-. Fuimos a cenar, y yo pedí una salsa diferente a la que te daban por las patatas, y tú me miraste y me sonreíste y dijiste “Ésa es mi chica”. Ésa es mi chica. Ésa es mi chica. Jamás nada me había producido un orgullo tan oscuro como escucharte decir “ésa es mi chica” refiriéndote a mí. Todo por una salsa. Algo tan simple y cotidiano como una salsa.» 
               Alec levantó la cabeza y se me quedó mirando.
               -¿Vas a preguntarme qué salsa era?
               -No-respondió, negando con la cabeza, una sonrisa tranquila en su boca-. Sé que era la salsa de miel y mostaza-reveló-. Me acuerdo de ese día. Llevabas puesto un jersey de color azul a juego con una diadema sonrosada. Estabas muy mona. Te habría mordido los mofletes de no haber sabido que me arrancarías la cabeza si se me hubiera ocurrido intentarlo siquiera.
               Tomé aire, sorprendida, haciendo que una pequeña nube de vaho flotara frente a mi boca.
               -Yo… ni siquiera recuerdo qué llevaba puesto entonces. No pensé que fueras a acordarte de lo de la salsa, ya no digamos… de mi jersey.
               Su sonrisa cambió: ahora era pagada de sí misma, pescándome con las manos en la masa.
               -Siempre has tenido la costumbre de subestimarme, y de pensar que te digo por decir que presto atención a todo lo que me dices. Siempre lo he hecho-balanceó la carta de nuevo frente a él, estirándola, y carraspeó-. «Ya entonces debería haber sospechado lo que se nos venía encima. Habías despertado algo dentro de mí que sólo se despereza con el sonido de tu voz, y que ahora está dormido.
               »Estoy hibernando, y lo odio. Nací en primavera y no quiero vivir en otra estación que no sea verano. Lo nuestro empezó en otoño, y en invierno terminó de cuajar, pero yo no empecé el invierno el 21 de diciembre, sino el día que dije que no quería volver a verte. Mis días son más cortos y mis noches, más oscuras. Estoy acurrucada en una cabaña de montaña en la que ya no hay leña, y el frío me está dejando los pies helados”-sonrió de nuevo-. Se me ocurren un par de cosas que hacer para que entres en calor, nena-me guiñó un ojo.
               -O sigues leyendo, o te quito la carta.
               -“Y no me queda más que esperar. Esperar y sentirme sola. Sentirme sola y darme cuenta de que todo lo que quiero tiene que ver contigo.
               »Quiero ir contigo al cine y dejar que me invites a la entrada y pagarte yo las palomitas, un cubo extra grande con un refresco de casi un litro”-Alec levantó la mirada y alzó las cejas-. Cómo se nota, la joven burguesa, que tiene dinero de sobra para poder matarme de un empacho-yo puse los ojos en blanco-. “Quiero quedar bien pronto e ir a comer, y probar de tu plato lo que sea que decidas tomar, y tú del mío, y pedir helado los dos juntos, y sentarme a tu lado y comerlo de la misma cuchara, y de tu boca, y ser domésticos, y ñoños, y pegajosos, y que absolutamente todo el mundo en el restaurante nos mire con asco”-frunció el ceño y clavó sus ojos de nuevo en mí-. Nadie nos miraría con asco, bombón. No estando tú. Yo daría envidia-proclamó, hinchándose como un pavo-, y tú… bueno-sacudió la cabeza-. Mejor será que siga leyendo-. “Quiero contar los días para que llegue el día del mes en que empezó todo y hagamos algo especial, aunque sólo sea ir al parque. Quiero que llegue San Valentín y hacerte una tarjeta llena de corazones y de purpurina, y entregártela delante de tus amigos para hacerte pasar vergüenza. Quiero que lleguen las vacaciones de Pascua y que nos pasemos el día buscando huevos por ahí. Quiero que llegue el verano y podamos ir a la playa, y yo te pida que me eches crema aunque no la necesite, y tú no digas nada porque te encanta tener una excusa para manosearme la espalda. Pero, sobre todo, sobre todo, quiero volver a tener lo que teníamos. Quiero recuperar lo que fuimos y que tan estúpidamente dejé escapar. Quiero mis mensajes de buenos días, quiero escuchar tu voz ronca mientras me enseñas el amanecer, quiero mis ojeras por pasarme la noche entera hablando contigo y quiero anhelar el viernes como el agricultor que anhela las lluvias. Porque necesito los viernes como el campo necesita las lluvias, Alec. Te necesito a ti como una flor necesita al sol.
               »Me haces sentir que todo lo que he aprendido hasta ahora de la libertad y la autorrealización estaba muy bien, y tenía mucha lógica, pero sólo en abstracto. Porque cuando te digo que no puedo ser de nadie porque soy una persona, por un lado recuerdo una época en la que para mí tenía toda la lógica y el sentido del mundo, y era imposible que aquello no fuera la verdad absoluta, porque yo no me imaginaba cómo nadie podía sentirse de nadie más que de sí mismo… hasta que te conocí-Alec sonrió, emocionado, y se llevó una mano a la boca. Sus ojos se deslizaron por las líneas rápidamente, pero yo le pedí que siguiera leyendo-. Tal y como eres. Y me di cuenta de que es imposible que no seas de nadie nunca. Me has hecho darme cuenta de la poesía en las relaciones. Y, de la misma forma que soy de mi madre, de mi padre, de mis hermanas y de mi hermano, ahora también soy tuya-Alec levantó la cabeza y yo sonreí con timidez-. Me he convertido en tuya, y el hecho de que tú ahora no me tengas, y no estés conmigo, y no me estés poseyendo, me hace sentir vacía y sin propósito, sin estar completa del todo.
               »Te echo de menos-susurró con amor, prestándole su voz a mis palabras-, y echo de menos lo que era contigo, y echo de menos lo que tú eras conmigo, y todo lo que hacíamos juntos, y quiero que vuelvas, y quiero tener el valor de ir a tu casa y llamar a la puerta y no necesitar darte un papel, o dejártelo en el buzón, para decirte todo esto. Quiero tener el valor de decírtelo en persona y quiero poder rectificar, poder volver a estar tan juntos como estábamos antes, pero cuando te miro y veo lo que te estoy haciendo y lo que te he hecho, me doy cuenta de que todo lo que has hecho por mí ha sido con toda la buena intención del mundo. Y se me cae la cara de vergüenza, y siento no que no puedo mirarte a la cara porque no te mereces que duden de ti, y que no te digan que te mereces que te elijan, y que te mientan y te digan que no te elegirían, porque sí, Alec, te mentí. La verdad es que yo te elegiría una y mil veces, siempre te elegiría a ti. ¿Y sabes por qué es? Por lo mismo por lo que tú aceptaste un no cuando lo único que querías era un sí. Porque me querías. Porque te quiero.
               »Porque estás enamorado de mí.
               »Y yo estoy enamorada de ti.
               »Por favor, perdóname. Perdona que haya tardado tanto tiempo en ver que sólo estabas actuando como mi novio en funciones con mis amigas. Y perdona que no te lo haya dicho en voz alta. Perdona que use mis sentimientos como una baza a jugar, pero… no quiero perderte. No quiero arriesgarme a que mañana se acabe el mundo, y no me lo hayas oído decir siquiera una vez. Te quiero.
               Alec se quedó mirando un instante la carta, aquellos últimos párrafos mágicos en que por fin había puesto por palabras mis sentimientos hacia él. Ya sabía lo que sentía por él;  era tan obvio como que el sol se levantaba cada mañana, y lo disfrutaba de la misma forma en que disfrutaba de los colores del cielo cada vez que eso sucedía. Pero la diferencia entre saber algo y que te lo confirmaran era tan grande como el tamaño de nuestra estrella.
               Una cosa era saber que yo le quería, sentirlo en su propia piel, y otra muy distinta era escuchármelo decir, que yo se lo confesara, que lo escribiera en un papel y así tuviera una prueba eterna de que, en un momento dado, yo me había confesado suya.
               Sentí que el suelo debajo de mis pies cedía cuando él no dijo nada, y por un terrible instante pensé que mis palabras habían llegado tarde, como un diagnóstico de una enfermedad fácilmente tratable si la cogías a tiempo. Quizá hubiera actuado por debilidad. Quizá no hubiera resistido la tentación de besarme aunque fuera una última vez antes de…
               No. Basta, Sabrae. Te ha pedido perdón, te ha dicho que quiere que las cosas sean como antes, antes de que se lo dijeras tú. Él quiere esto. Sólo lo está procesando. Sólo…
               -Di algo, por favor-jadeé, anhelante, como el buzo que sale a la superficie pero que descubre que esa superficie no es más que una burbuja en una cavidad donde ya no queda oxígeno.
               Y entonces, Alec hizo algo que yo jamás pensé que pudiera hacer. Algo que aportó un granito más a la montaña de mi amor por él. A lo largo de nuestras vidas, Alec iría haciendo cosas que no harían más que aumentar mi amor por él.
               Y sorber por la nariz y pasarse el dorso de la mano por los ojos para enjugarse las lágrimas fue una de aquellas cosas que me hizo pensar que el infinito siempre podía ser un poquito más grande.
               Carraspeó, tragó saliva, y por fin me miró con ojos vidriosos, preñados de emociones. Jugueteé con su pelo, disfrutando de lo suave de los rizos del color del chocolate, el mismo alimento que utilizabas cuando querías superar un bache. Empecé a pensar que no era de extrañar que los ojos y el pelo de Alec fueran del mismo color que algo que le gustaba a todo el mundo. ¿Cómo no iba a gustarme él?
               -¿A qué guardería vamos a llevarlo?-preguntó, y yo me detuve, fruncí el ceño y pregunté:
               -¿A quién?
               -Al bebé que estoy a punto de hacerte-respondió, y sin previo aviso, me tomó de las caderas, tiró de mí para meterse entre mis piernas, y me sujetó por los muslos para sentarme sobre sus pantorrillas. Dejé escapar una exclamación ahogada y me eché a reír cuando mi cuerpo aterrizó sobre el suyo. Sonrió contra mi rostro y se zambulló en mi boca en un salto de cabeza en el que no corrió ningún peligro: no podía salirle mal de ninguna de las maneras. Jadeante, le acaricié el cuello y descendí por sus hombros, colando los dedos por debajo de su abrigo y siguiendo las líneas de costura de la camisa que llevaba debajo. Él, a modo de respuesta, ascendió por mi anatomía hasta llegar a mi espalda, acariciándome por la columna vertebral y haciendo que mi sistema nervioso se volviera completamente loco. Sus manos descendieron de nuevo hacia mi culo y yo solté un gemido cuando me apretó contra él.
               Echaba de menos esto. Estar sentada sobre él, solos los dos, dejándonos llevar por lo que nos apetecíamos.
               Alec se separó de mí, y yo dejé los labios entreabiertos. Abrí los ojos despacio y me lo encontré mirándome como el estudiante de arte que por fin descubre el nombre del cuadro que le hizo matricularse en su carrera. Me apartó un rizo de la cara y lo colocó tras mi oreja.
               -Eres preciosa-susurró, y sentí una sonrisa florecer en mi boca.
               -Gracias-musité, cohibida.
               -Lo siento un montón-confesó. Asentí con la cabeza y jugueteé con el nacimiento del pelo en su nuca. Sí, era lo justo. Habíamos escrito nuestras disculpas, pero ambos nos merecíamos escuchar un perdón de nuestras respectivas voces.
               -Lo sé, Al. Y yo también lo siento muchísimo. De verdad.
               -Es que… joder, Sabrae-gruñó, negó con la cabeza, apartando un momento la vista, y luego volvió a centrarla en mí-. Soy gilipollas, Dios. Perdóname.
               -No tengo nada que perdonarte-repliqué, apoyando los codos en sus hombros y haciendo con mis brazos una especie de escafandra con la que pretendía protegerlo de todo mal-. La verdad es que me molestó que fueras contra mis amigas, pero visto en frío, mi reacción fue exagerada. Muy exagerada.
               -Un poco-sonrió, y yo puse los ojos en blanco-. Pero aun así… no está justificado lo que te hice. Lo siento.
               -Alec, no te preocupes. Está olvidado, de verdad.
               -No. No, necesito decírtelo. No quiero que lo olvides. Te debo una explicación, pero, si te soy sincero, no sé qué cojones me pasó. Es como si se me cruzaran los cables, ¿sabes? No era yo.
               -¿A qué te refieres?
               -Al beso-me miró con unos ojos oscurecidos por la culpa-. Tengo que pedirte perdón también por eso, pero quería hacerlo en persona. Incluso si no hubieras aceptado mis disculpas en el mensaje, habría ido a verte en el instituto y te habría pedido perdón entonces. Lo que hice estuvo muy mal, y no… con un mensaje no iba a solucionarlo.
               -No te mortifiques-me mordí el labio-. Los dos dijimos e hicimos cosas que no sentíamos cuando nos peleamos. Yo también tengo que disculparme por la bronca que te monté, y el tortazo que te di…
               -Pero, ¡es que no es nada comparado con lo mío, Saab!
               -¡Sí que lo es! ¡Te pegué, Alec, y jamás debería ponerte la mano encima!
               -¡Estabas enfadada! Yo, en cambio, no sé qué cojones quería. Sólo… me siento fatal. Y quería que lo supieras. No sólo por lo que te hice, sino porque no quiero que dejes de confiar en mí. Sabes que no te forzaría nunca-me taladró con la mirada-. No te tocaría jamás en contra de tu voluntad. Ni un pelo. No sé qué me pasó, pero lo siento en el alma, y quiero que sepas que nunca te haría nada que tú no quisieras.
               -Lo sé. Nunca he necesitado repetirte un “no” para que tú pararas-jugueteé con su pelo y sonreí, transmitiéndole toda la calma del mundo-. Eres el único chico con el que me ha pasado esto. Ni una sola vez he tenido que decirte no dos veces. Y lo valoro. Valoro mil veces más todos y cada uno de los momentos en que me pusiste por delante de lo que tú querías, al único en que actuaste por impulso, movido por tu rabia. Porque son muchas más veces las que yo he sido tu prioridad, Al. No sería justo que dudara de ti por un error.
               -No fue un error. Lo quería. No quería hacerte daño, pero digamos que tampoco me importaba en ese momento. Y si supieras… Dios mío. Las cosas horribles que pensé. Las cosas horribles que dije de ti.
               -Yo también dije cosas horribles de ti. Y no definen lo que siento por ti. Cinco minutos no definen una vida.
               Alec tragó saliva y mis ojos descendieron en picado hacia la nuez de su cuello. Sentí que una llama se encendía en mi interior.
               -Vale. Yo sólo… quería que lo supieras. No soy así. No era yo. Me daba miedo que lo nuestro cambiara después de… bueno. De eso. Incluso ha cambiado la percepción que tengo de mí mismo-murmuró, angustiado, y yo le agarré la cara y sacudí despacio la cabeza.
               -Pues no debería. Sigues siendo tú. Tus impulsos no te definen, Al. Tú mismo lo has dicho: jamás me harías nada que yo no quisiera, y jamás me tocarías sin mi consentimiento. La cosa es…-musité con un hilo de voz, y me llevé las manos a la cremallera del abrigo-, que ahora quiero que me hagas muchas cosas. Y que no dejes de tocarme.
               Sus ojos se oscurecieron cuando terminé de abrirme el abrigo y pudo echarle un vistazo mejor a mi atuendo. Descendió por mi cuello, se detuvo en mi escote, y luego bajó un poco más, hasta la cinturilla de la falda. Viendo la cremallera de mi falda, se mordió el labio, puede que recordando dónde estábamos, qué habíamos hecho allí, y cómo había sido posible aquello: desabotonándome una prenda muy similar.
               No necesité otro tipo de invitación. Desabotoné su abrigo y metí las manos en su interior. Me incliné hacia su boca, y él no se hizo de rogar. Entreabrió los labios y me dejó besarlo despacio, pero cuando mis dedos se afanaron en los botones de su camisa, Alec emitió un gemido y me cogió las manos por las muñecas. Nuestros ojos volvieron a encontrarse, y yo me estremecí.
               -Me apeteces-jadeé. Aquello fue, en cierto sentido, como una confesión de amor. No iba a decirle que le quería allí. No cometería el mismo error que había cometido él: no lo haría en una ocasión que no fuera especial, y ahora que nos habíamos reconciliado, tenía la certeza de que habría mil ocasiones mejores que aquella para decírselo por primera vez. Quería hacerlo en un momento en que no fuera de noche y pudiera verlo bien, en que no estuviéramos al aire libre y pudiera desnudarme para celebrarlo con él, quería hacer de mi declaración la guinda del pastel a una cita increíble.
               -¿Aquí?-quiso confirmar.
               -Aquí.
               -¿Ahora?
               -Ahora.
               -No he traído nada-susurró-. Yo… joder, creo que incluso me he dejado las llaves. Tendré que llamar a Mimi para que me abra la puerta.
               -Podemos dormir aquí-ronroneé, pegándome a él, colocando mis pechos sobre sus pectorales-. O no dormir en absoluto.
               Me pasó el pulgar por los labios y gruñó:
               -Quiero estar en tu interior, Sabrae. Pero no puede ser. No tenemos… no podré parar. No esta vez. Quiero correrme dentro de ti, y no tenemos con…
               -Sí tenemos, chico-sonreí, poniéndole el dedo índice sobre los labios-. Siglo XXI. Las chicas también llevamos condón-y le mostré el paquetito que llevaba en el bolsillo contrario al de la carta. Alec bufó, se frotó los ojos-. Quiero rodearte-él los abrió-. Quiero que me hagas gritar tanto que despierte a todo Londres. Quiero que me hagas mujer otra vez. Lo echo tanto de menos… necesito tenerte dentro, y sentirte, y mirarte a los ojos mientras me posees. Quiero que me folles como no has podido follarme estas semanas horribles, tan fuerte que me hagas olvidar el paso del tiempo. Me apeteces muchísimo, Alec.
               -Te deseo un montón, nena. Ya lo sabes. Creo que se nota-sonrió, y yo asentí con la cabeza, soltando una suave carcajada y balanceándome despacio sobre el bulto de los pantalones, ése que me hacía pensar “mi hombre” con deleite-. Pero espera. Esto no es sólo sexo para mí. Lo he echado de menos todo. Tu cuerpo y tu corazón. Tus gritos y tus susurros. Tu sexo, y tu boca, y tus miradas, y…
               -Puedes tenerlo todo ahora. Quiero dártelo. Déjame dártelo-me incliné hacia su oído y empecé a mordisquearle el lóbulo de la oreja-. Puedo susurrarte que sigas follándome como lo haces. Puedes tener mi sexo y besarme, y mirarme a los ojos mientras lo hacemos. Lo necesito todo de ti, Al. ¿Puedes dármelo?
               -Tú también me apeteces un montón, nena. Joder-gruñó, frotándose la cara de nuevo-. Demasiado, Sabrae. A la mierda-me puso una mano en los lumbares y tiró de mí-. Recuperemos el tiempo perdido. Te iba a decir que quería verte desnuda ahora, pero en lo único en que puedo pensar es en tu forma de gemir cuando estoy dentro de ti.
               -Traigo la garganta preparada-le dije en tono oscuro, y Alec sonrió.
               -Genial. Pero, por si acaso, hagamos unos ejercicios de calentamiento.
               Y, sin más dilación, subió la cremallera de mi falda para tener mejor acceso a mi entrepierna. Solté un suspiro y me estremecí cuando sus manos frías llegaron a mis bragas. Alec sonrió cuando mi suspiro se convirtió en un gemido a colarse sus dedos por dentro de mi ropa. Jugueteó con mi sexo, siguiendo los pliegues que lo componían, mientras yo terminaba de desabotonarle la camisa y empezaba a besarle la línea de los hombros.
               -Vas a hacer que me resfríe-se burló, y yo me eché a reír.
               -¿Con lo que voy a calentarte?-respondí, pegando mi cuerpo a sus manos. Estaba prácticamente sentada sobre la palma de su mano, y aproveché cada centímetro de ésta para darme placer a mí misma. Deslicé una mano hacia su entrepierna y acaricié el bulto de su erección por encima de los pantalones.
               Enseguida se cansó de jueguecitos. Se desabotonó los vaqueros, se bajó la bragueta y se sacó su miembro erecto y ansioso de mí. Me relamí de puro gusto al ver su tamaño, y Alec sonrió.
               -Seguro que esta polla sabe mejor que la del gilipollas de Peter, ¿eh?-atacó, y yo me encogí de hombros como a quien le dicen que mañana va a llover, y tenía pensado quedarse todo el día en casa.
               -No sabría decirte. No llegué a chupársela.
               Alec se detuvo, tanto en mi sexo como en el suyo.
               -Pero… te vi saliendo…
               -Era jabón. Peter es gay. Además, ¡venga, Al! ¿De verdad piensas que dejaría a nadie correrse en mi boca?
               -¿Ni siquiera  mí?
               -A nadie que no fueras tú.
               En su boca apareció una sonrisa oscura.
               -¿A mí me dejarías?
               -Depende del… oh-se me escapó al sobar de nuevo mi sexo. Su pulgar estaba jugando con mi clítoris mientras la palma de su mano continuaba masajeando mis labios mayores-. Momento. De cómo… te… portes-me eché a temblar, y Alec sonrió.
               -¿Me estoy portando bien ahora?
               -S-sí…
               -Bueno, entonces quizá sea momento de aprovechar-reflexionó, y sin dejar de atender el paraíso amurallado por mis muslos, cogió el paquetito plateado que tenía en mi mano libre, lo rasgó con los ojos fijos en los míos, que apenas podían verlo del gusto que me daba cómo me estaba masturbando, y se colocó el condón.
               Tiró de mis bragas para apartármelas y dejó escapar un gruñido de satisfacción cuando colocó la punta de su miembro en la entrada de mi vagina. Yo había protestado cuando me soltó, pero mi protesta se convirtió en sonrisa y en un jadeo cuando entró en mi interior.
               Me cogió la cara y me obligó a mirarlo.
               -¿Qué te tengo dicho que hagas cuando empiezo a follarte, Sabrae?-me riñó, autoritario, y me mordí el labio y empecé a moverme sobre él.
               Grité. Gemí. Le susurré que no parara, que qué bien follaba, que cuánto me gustaba, que ninguno me hacía disfrutar como él. Salté sobre su regazo y dejé que él se moviera dentro de mí, haciéndome llegar más lejos que ningún otro. Cuando estallé en un increíble orgasmo, me regodeé en sentir cómo él acababa a la vez que yo, con sus manos en mis pechos, su boca en la mía y su sexo bien hundido en mí.
               Había cerrado los ojos con la cabeza echada hacia atrás. Dejó caer las manos a ambos lados de mi cuerpo y yo, con ganas de guerra, tomé su rostro entre mis manos y le hice mirarme.
               -¿Qué te tengo dicho que hagas cuando te corres, Alec?
               Él se echó a reír.
               -Me he portado mal, ¿eh?
               -Te mereces un castigo.
               Y lo saqué de mi interior. Alec refunfuñó por lo bajo, y cuando me senté a su lado y rebusqué en los bolsillos de mi abrigo para ver si tenía algo con lo que limpiarme, se me quedó mirando con interés.
               -¿Tienes un pañuelo?
               -No, pero puedo limpiarte con la lengua, si quieres.
               Le di un empujón y me eché a reír. Luego, mimosa, me acurruqué contra él. Me hice un ovillo y me apoyé contra su cuerpo. Él tiró de su abrigo para taparme la espalda con él, y yo sonreí. Era tan bueno…
               -Prométeme que no vas a permitirme que te dé celos otra vez.
               -Ni hablar. ¿Perder la ocasión de que te vayas con otros para que luego me digas que no hay ninguno mejor que yo? ¿Por qué iba a hacer eso?-se echó a reír y yo me uní a él. Nos besamos otro poco más, y luego, cuando empecé a estremecerme, él anunció que iba siendo hora de volver a casa.
               -No quiero irme.
               -Ni yo enterrarte. Vas a ponerte enferma. Venga, ¡arriba!-me dio una palmada en el muslo y se levantó. Extendió la mano en mi dirección, pero yo me la quedé mirando.
               -¿Es que toda esta bronca no te ha servido de nada? ¡Deja de decidir por mí!-protesté, juguetona, dándole un manotazo para rechazar la mano que me tendía.
               -No quiero que dejes de llamarme “papi”. Me he acostumbrado.
               Puse los ojos en blanco, me levanté, me limpié las rodillas de la suciedad del banco y eché a andar, muy digna, hacia la salida del parque. Ni siquiera le di un beso de despedida, así que no era de extrañar que viniera detrás de mí. Sin embargo, cuando escuché sus pasos haciéndome de estela, me volví.
               -¿Qué haces?
               -Te acompaño a casa.
               -Alec, es tarde y hace frío. No deberías andar por ahí.
               -Te digo lo mismo.
               -Puedo ir sola perfectamente-espeté, pero quería que insistiera para venir conmigo-. No necesito que me acompañes.
               -Intenta impedírmelo.
               Puse los ojos en blanco, negué con la cabeza, y cuando me di la vuelta y supe qué él no podía verme, sonreí.
               -Sé que te estás riendo-anunció a mi espalda.
               -No es verdad-repliqué, sonriendo aún más. Alec se echó a reír, y a mí no se me ocurrió mejor capa de superheroína que aquella. Me detuve para permitirle alcanzarme y, cuando sus ojos chispearon con curiosidad al mirarme, me encogí de hombros-. No puedo dejar que vengas siguiéndome como si fueras un psicópata.
               -Yo estaba pensando más en el concepto de guardaespaldas, por eso de que nunca se separan de ti y en ocasiones te sacan de algún que otro apuro-me guiñó el ojo, me rodeó la cintura y me dio un beso en la frente. Sonrió cuando yo me reí, y así, con su mano en mi cintura y la mía tras su espalda, nos dirigimos a mi casa. Apenas hablamos durante el trayecto: teníamos tiempo de sobra para decirnos todo lo que se nos antojara. Ahora que el tiempo se inclinaba en una reverencia hacia nosotros, no sentíamos la necesidad de recuperar el tiempo perdido.
               O puede que un poco sí. Puede que, en el fondo, nuestro silencio tuviera la intención de hacernos aprovechar al máximo cada minuto que estábamos juntos. Si hubiéramos ido hablando, no podríamos habernos fijado en el suave balanceo en que nuestro caminar hacía que nuestros cuerpos se mecieran. No habríamos escuchado el sonido de nuestros pasos en el asfalto. No nos habríamos fijado en las nubecitas de vapor saliendo de la boca del otro. Nuestras manos apenas serían una extensión de nuestros cuerpos. No sentiríamos las ligerísimas caricias involuntarias que nuestros cuerpos se propinaban.
               Si hubiéramos hablado, lo habríamos hecho sobre tonterías, y no estábamos para malgastar los deliciosos momentos después de la reconciliación con gilipolleces. Así que permanecimos en silencio.
               No quería llegar a mi casa; quería seguir caminando horas y horas abrazada a Alec, hasta que me dolieran los pies, hasta que saliéramos de Londres. Quería recorrer el país con su mano en mi cintura y la mía en la suya, con su voz como única radio en la que amenizar el viaje, y el lento ritmo de sus pasos haciendo las veces de traqueteo. Pero llegamos. Por desgracia, el parque estaba cerca de mi casa, y también de la suya, así que el viaje no se prolongó durante toda la noche. Cuando doblamos la esquina de mi calle, sentí que una parte de mí se desinflaba, como cuando estás prolongando la fiesta y quieres irte a casa porque ya estás cansada, pero a la vez no terminas de querer subirte al primer autobús.
               -¿Hasta dónde me acompañas?-pregunté cuando llegamos a la esquina de mi verja, y Alec respondió con resolución:
               -Hasta la puerta.
               Siempre adoraría aquel don suyo para decir lo que yo más quería oír. Era una cualidad que no tenía mucha gente, y que desde luego no todos los bendecidos con ella dominaban, pero Alec no era de los que se amedrentaban. Las palabras surgían de él como si las dictara el mismo destino, como si los dioses le hubieran concedido el inmenso privilegio de poder leer lo que habían escrito en los libros en los que se resumían nuestras historias.
               Abrimos la verja, la cerramos, subimos las escaleras, nos adentramos en el porche, y yo me volví. Toqué el interruptor y la pequeña bombilla del techo se iluminó para que pudiera introducir la llave en la cerradura, pero no quería hacerlo. No quería irme aún. No quería que Alec se fuera. Quería mirarlo, bajo la luz amarilla de aquella bombilla encerrada en una lámpara que parecía la del farol que recibía a Lucy en Narnia, guiando mis pasos y haciendo las veces de faro de la esperanza cuando Scott llegaba de fiesta a altas horas de la madrugada. Quería ver las sombras que aquel farol vertería sobre el rostro de Alec, los pequeños fantasmas que bailarían en su expresión con cada movimiento que él hiciera, convirtiéndolo en el mejor coreógrafo del mundo.
               Le agarré las solapas del abrigo y tiré de él para acercarlo de nuevo a mi rostro. Comenzamos a besarnos lentamente, pero con una profundidad que me dolió. Nuestras lenguas parecían querer limpiar los posos de dolor que quedaban en nuestras almas, los horribles recuerdos de esas semanas separados. Su nariz, fría, se frotaba contra la mía cada vez que cambiábamos de posición, o que nos alejábamos un poco para poder respirar. Mi pelo, frío, se colaba de vez en cuando en nuestras bocas, haciendo que tanto Alec como yo lucháramos con él para apartarlo. Sus manos estaban en mi cintura, se colaban en los bolsillos de mi abrigo, y las mías hacían lo mismo, acariciando el borde de una carta que había hecho con todo mi amor, pero que ahora le pertenecía exclusivamente a él. Ni siquiera la artesanía más fina y personalizada cambiaba con tanta rapidez e integridad de dueño.
               -No quiero que te vayas-susurré, en el mismo tono suplicante con el que animas a una tímida llama en medio de una ventisca para que no se apague y no te deje en la estacada. Alec negó con la cabeza.
               -Y no me voy a ir. Incluso cuando no estemos juntos, seguiré estando aquí-me puso una mano en el pecho y yo gemí. Me gustaba aquel contacto. Me gustaba su seguridad. Me gustaba que fuera sentido incluso cuando nuestros cuerpos hablaban un idioma diferente a nuestras almas. Me gustaba que le diera profundidad a todo lo que estábamos haciendo.
               El frío calaba mis huesos, me hacía recordar en qué invierno más crudo había estado viviendo, lo inmensa que había sido mi cama y lo poco que habían hecho mis hermanos para conseguir calentarla. Y lo supe. En ese momento, lo supe. No podría dormir sola, no después de estar con él así. Le necesitaba. Necesitaba que él me tapara con las mantas, y que su cuerpo le diera calor al mío, y…
               … necesitaba desnudarme para él.
               Qué delicioso sería que él me calentara, pensé, tenerlo en mi cama y soñar con él porque me estoy emborrachando con su olor.
               Cerré los ojos, pasé los brazos por su cuello y tiré de él hacia mí.
               -Entra, por favor-le pedí en su boca, acelerando mis besos, profundizándolos más de lo que creí posible-. Entra. Quiero hacerlo contigo. Quiero hacerlo en mi cama. Lo de ahora no me ha bastado. Te echo de menos, a todo tú. Entra-supliqué, enredando mis dedos en su pelo, aferrándome a la vida que sólo él podía darme. Sus dedos se hundieron en mi cintura, sus besos se hicieron más profundos, más insistentes. Parecían pedirme que abriera la puerta y pasara a la acción, abandonando las palabras, pero…
               Se separó de mí. Apoyó la frente sobre la mía y respiró profundamente. Le estaba costando horrores mantener distancia entre nosotros.
               -No puedo-dijo por fin, y yo me sentí decepcionada y a la vez aliviada de que alguien conservara la cordura. No debíamos precipitarnos. Aquello no estaba bien. Debíamos tomarnos nuestro tiempo, elegir mejor el día, poder estar juntos cuando no tuviéramos que taparnos las bocas para no despertar a mis padres ni a mis hermanos…
               Que le den. Quiero que me tape la boca. Quiero todo con él, incluso cuando sea a medias.
               -¿Por qué? Sí puedes-insistí-. Nadie sabe que te has ido de casa. No tienes toque de queda. Puedes ir donde quieras. Quiere venir a mi cama.
               -Por supuesto que quiero ir a tu cama, bombón. Que pienses que no lo hago incluso me molesta. Pero…-me acarició la cabeza, peinándome los rizos-. No puedo hacerle eso a tu hermano-parpadeé. Scott. Claro. Ni me acordaba de él. Pero Alec, sí. Le tenía más presente de lo que estaba dispuesto a admitir. Era un buen amigo, el mejor de todos-. Se acaba de pelear con Tommy y me necesita. No puedo ir a su casa para follarme a su hermana-en sus ojos pude ver cómo desentrañaba un rompecabezas. Nos habíamos reconciliado en el último momento, pero a la vez, era el peor posible. Ahora que Scott y Tommy se habían enfadado y separado, Alec tendría que dividir su tiempo entre sus amigos, haciendo malabares para también prestarme atención a mí.
               Además, Scott estaba más tocado que Tommy. Le habían expulsado del instituto, mientras que Tommy seguía con su rutina intacta. Por lo menos, Eleanor había vuelto con él, pero todo lo demás era terreno desconocido para mi hermano. Nos necesitaba allí para él.
               Asentí con la cabeza.
               -Entonces, ¿no vas a venir hasta que Scott y Tommy lo arreglen?
                Alec frunció el ceño.
               -¿Qué? No, por supuesto que no. Yo tengo tanto derecho a vivir mi vida como ellos lo han hecho cuando tú y yo estábamos mal. Es sólo que hoy no me parece apropiado, ¿comprendes? Todo es demasiado reciente. Quiero que las cosas reposen un poco. Pero mañana, por ejemplo…
               ¿Mañana?
               ¡Mañana es perfecto!
               -¡Mañana, sí, por favor!-pedí, entusiasmada, casi dando saltitos frente a él, y Alec se echó a reír.
               -De acuerdo, pues mañana entonces quedamos, y vemos lo que hacemos, ¿te parece?
               Asentí con la cabeza a tanta velocidad que bien podría haberme causado una lesión cerebral. Después de tanto tiempo viendo pasar los días, era genial tener algo que anticipar de nuevo. Me dolían las mejillas de tanto sonreír. No me podía creer que mi suerte hubiera cambiado tanto en tan poco tiempo.
               Enternecido, Alec se inclinó hacia mí y me dio un suave beso en los labios, como hacía siempre que se hacía repentinamente consciente de lo pequeña que era en comparación con él. Todo el mundo que nos viera diría que hacíamos una pareja curiosa: a pesar de las diferencias entre nosotros, parecíamos hechos para estar juntos. Nos compenetrábamos de una forma en no lo había hecho jamás con nadie: donde yo era baja, Alec era alto; donde yo era seria, Alec era respondón; donde yo me enfadaba rápido, Alec era tranquilo. Y eso nos gustaba. Nos gustaba mucho.
               -Entonces, ¿nos vemos mañana?-pregunté, queriendo confirmar mi suerte, y Alec asintió con la cabeza.
               -Nos vemos mañana. De tarde te envío un mensaje y concretamos.
               -Me parece bien. Dios, ¡tengo muchas ganas!-estallé, emocionada, brincando de nuevo, y Alec buscó mi boca y frotó su nariz con la mía.
               -Y yo, Saab. Me apeteces. Muchísimo.
               -Me apeteces-respondí, dándole un último piquito de despedida, colgándome de sus hombros, estrechándolo entre mis brazos y dejando que él me estrechara a mí. Las piezas que me componían y que se habían roto cuando nos peleamos crujieron de nuevo, ya ajustadas en sus respectivos lugares. Nos dimos un último beso en los labios y él esperó a que yo me girara y abriera la puerta. Ya con ella abierta, la empujé suavemente, y lancé una exclamación de sorpresa cuando me cogió de la mano, me dio un último beso (un buen morreo de despedida, marca de la casa) y me acarició la mejilla con cariño.
               -Definitivamente los viernes son nuestro día, ¿eh, nena?
               -Técnicamente-respondí, mirando el reloj del vestíbulo-, ya es sábado.
               Alec se echó a reír.
               -Cómo he echado de menos esa boquita sabelotodo. Bueno, pues hasta mañana. Mañana entendido como sábado, quiero decir, porque yo sigo viviendo en viernes-me guiñó un ojo-. Vivo anclado en el pasado.
               -Yo también. Sobre todo, porque no puedo dejar de pensar en lo que acabamos de hacer. Aún te siento dentro de mí.
               Le dediqué mi mejor sonrisa de niña buena y le cerré la puerta en las narices, porque me encantaba tener razón. Apoyé la espalda en la puerta y dejé escapar un suspiro, sonriente. Me puse de puntillas para echar un vistazo por la mirilla y me encontré con el ojo de Alec clavado en ella. Al ver que la luz que manaba del interior de la casa se apagaba, Alec agitó la mano frente a la puerta y empezó a tirarme besos. Me reí.
               -Márchate ya-le insté-, o no aceptaré un no por respuesta cuando vuelva a invitarte a mi cama. Y lo digo en serio.
               Alec rió al otro lado de la puerta, asintió con la cabeza, levantó el pulgar y me tiró más besos. Agitó la mano y después de marchó. Me quedé mirando cómo se deslizaba como un fantasma guapísimo por el camino de entrada, y cuando su silueta dejó de recortarse contra la calle, apagué la luz del porche.
               Mi teléfono vibró mientras echaba los cerrojos y me descalzaba. Pensando que era Scott preguntándome si era yo la que hacía ruidos en casa, esperé hasta quitarme el abrigo y dejarlo colgado en el perchero para mirar la pantalla. Sonreí al ver el mensaje. ¿Cómo iba a ser Scott? Seguro que mi hermano estaba roncando en su habitación.
Ni siquiera has echado el pestillo, y ya te echo de menos.
               Sonreí, toqué la pantalla y empecé a teclear.
Pues lo haces porque quieres. En mi cama había sitio para los dos. Y ahora, si me disculpas, tengo sueño atrasado. Me voy a dormir.
               Bloqueé el teléfono y empecé a subir las escaleras. Justo estaba delante de la puerta de Scott cuando recibí mi respuesta.
Eres cruel, mujer. ¿Me merezco yo este trato?
¿Me merezco yo dormir sola?
No seas rencorosa. Tienes toda la vida para dormir conmigo. Aprovecha tu cama mientras puedas, que una vez  me metas en ella, no podrás sacarme.
               Sonreí.
Ésa es la idea.
               Y, con la idea de la noche que íbamos a pasar al día siguiente, con la esperanza de que nos fuéramos con más ganas a la cama si yo no dormía en ella aquella noche (y, ¿por qué no?, también con ganas de rabiar un poco a Scott, que bien lo necesitaba), entré en la habitación de mi hermano.


Efectivamente, había salido de casa sin llaves, tal y como le había dicho a Sabrae. Aunque, sinceramente, viendo cómo había ido la noche, lo cierto es que me daba un poco igual. Después de reconciliarme con ella y prácticamente haberle prometido que pasaría la noche siguiente en su cama (aunque puede que lo dijera por la mezcla de excitación y cansancio), dormir en la calle a unos pocos grados sobre cero tampoco me parecía tan mal. Estaba pletórico. Casi andaba dando brincos por lo bien que había empezado el día.
               ¡Si habíamos echado un polvo, y todo! ¿Cuántos tíos podían decir eso? A ver, no es que yo me considerara el inventor de los polvos de reconciliación, ni mucho menos, aunque sí que había descubierto lo increíblemente infravalorados que estaban. Incluso estaba trazando planes para volver a pelearme con Sabrae, aunque sólo durante unas pocas horas, y poder volver a tener una reconciliación como la que acabábamos de tener en el parque. La forma en que me había dejado meterle mano, cómo se había frotado contra mí, cómo había gemido cuando le manoseé las tetas y su forma de correrse a la vez que yo… jo-der, hermano. Se me estaba poniendo dura sólo de pensarlo.
               Estar con ella merecía la pena de mil discusiones, aunque no creía que hubiéramos salido ganando. Lo habíamos pasado muy mal, nos habíamos hecho mucho daño, pero al final, todo había quedado en nada, o quedaría muy pronto. Y ahora, ¡teníamos planes para la noche siguiente! ¡La vería desnuda! Estaba pletórico. Podría haber entrado a mi habitación dando un brinco de tan feliz que estaba, pero mi vida no era una serie de dibujos animados, y yo no había desarrollado superpoderes milagrosos.
               Cuando llegué a mi casa, le envié un mensaje a Sabrae para tranquilizarla, por si acaso se había quedado despierta hasta que supiera que había llegado bien. Siempre lo hacía cuando la acompañaba, y ahora que las cosas estaban bien de nuevo entre nosotros, no podía esperar a que todo volviera a ser como antes.
               Me detuve sobre el felpudo, lo pisoteé despacio varias veces, y solté una maldición por lo bajo. Mamá siempre protestaba cuando dejaba una llave de repuesto debajo de la alfombrilla de bienvenida, y la quitaba cada vez que se le presentaba la ocasión. Muchas veces había tenido que recurrir a la llave de repuesto que tenía Jordan en su habitación, siempre volviendo de fiesta, siempre estando tan borracho que deberían aplaudir que fuera tan precavido de no llevar las llaves encima, por si acaso las perdía. Pero nada. Mi madre no veía más allá de su paranoia y se negaba en redondo a dejarme una oportunidad de entrar en casa con un mínimo de dignidad e independencia.
               Dado que me había largado sin llaves, tampoco tenía la cartera ni tarjetas para intentar abrir la puerta. Tenía que recurrir a mi imaginación. Rodeé la casa, y me encontré con que todas las ventanas del garaje, incluso la que nadie sabía que yo dejaba abierta a propósito, estaban cerradas. Emití un gruñido de pura frustración y volví de nuevo a la puerta principal. Pegué la cara a los cristales translúcidos, rezando porque mi suerte con Sabrae se contagiara a mi casa, y por un milagro mi hermana hubiera bajado a por un vaso de agua en el momento en que yo llegué.
                Di varios toquecitos en la puerta. Trufas, con sus orejas del tamaño de Siberia, era como un perro guardián. Si escuchaba un ruido dentro de casa, bajaba corriendo a investigar, como si fuera una bestia de 600 kilos en lugar de 6. Pero el conejo con complejo de mastodonte no estaba por la labor de echarme un cable, así que…
               Me dirigí al invernadero, con los dedos cruzados, y me encontré con la puerta abierta. Atravesé las plantas de mi madre en la oscuridad y me fui derecho al cajón de los utensilios de jardinería, rezando en todos los idiomas que se me ocurrieron para que mamá no hubiera usado la copia de las llaves que siempre guardaba en el invernadero de cristal por si se cerraba alguna puerta. ¡Ajá! Allí estaban. Parece que no dormiría a la intemperie, después de todo.
               Atravesé el jardín de vuelta a la casa, e introduje la llave en la cerradura de la puerta corredera del comedor. La abrí tan despacio como pude, y le siseé para que no hiciera más ruido del necesario cuando empezó a arrastrarse, acusando el tiempo que hacía de la última vez que le habíamos echado aceite. Anoté mentalmente hacerlo a la mañana siguiente, nada más levantarme.
               Cuando ya había una rendija por la que creí que podía colarme, me metí dentro de la casa y cerré tan despacio como antes, cerrando los ojos y haciendo una mueca acusando el ruido. Bufé cuando escuché el golpecito que indicaba que la puerta había llegado a su tope, recorrí la casa a oscuras: salí del comedor para entrar en la cocina, atravesé la cocina, fui a dar a la estancia de las escaleras, y entré en el vestíbulo para dejar los zapatos. No podía permitirme hacer ruido con ellos; ya pensaría una excusa mañana por la mañana, cuando mamá me preguntara cómo es que habían criado patas y se habían movido de mi habitación por sí solos.
               Justo cuando pensé que me había librado de ser descubierto y que tenía futuro como espía, me dirigí a las escaleras.
               Y entonces, la luz del salón se encendió y la inconfundible silueta de mi madre envuelta en un batín con Trufas acurrucado en su regazo se materializó ante mí.
               Si hubiera tenido un par de años más, no fuera deportista, o sufriera de alguna cardiopatía, me habría quedado en el sitio. Joder, ¡casi me cago encima!
               -¡Hostia!-bramé, dando un brinco y sintiendo cómo mi corazón se ponía a latir enloquecido. Mamá parpadeó despacio, examinándome de arriba abajo. Frunció el ceño.
               -¿De dónde vienes?-preguntó con voz gélida, y un escalofrío me bajó por la espalda. Algo me dijo que llevaba esperando a que volviera desde que había salido de casa.
               -De… eh… por ahí.
               -De por ahí-repitió mamá, nada convencida con mi aborto de coartada.
               -Sí, yo, eh… pues… tenía que despejar. Ya sabes, tengo muchas en la cabeza, mami, y…
               -Ni mami ni hostias-gruñó, levantándose, y Trufas abrió tanto los ojos que me recordó a uno de esos peces a los que podían salírseles de las órbitas si les dabas un susto lo bastante gordo-. O me dices inmediatamente de dónde vienes, con coordenadas y todo, o te juro por mi madre que no vuelves a ver la luz del sol, Alec Theodore Whitelaw-instó, y yo me estremecí, me pasé una mano por el pelo y abrí la boca para responderle, pero ella no me dejó-. ¡Eso! ¡Miéntele a tu madre, venga!-casi aulló, y Trufas, con muy buen criterio por su parte, decidió lanzarse en caída libre de su regazo. El conejo salió huyendo de allí, despertando mi envidia-. ¿A ti te parece que este tren de vida que llevas es sostenible, Alec?-ladró, acercándose a mí a tanta velocidad que me recordó a un tren. Me encañonó con un dedo acusador que me dio más miedo que el cañón de un Kalashnikov-. ¡Mira a qué horas te vas de casa! ¡Y sin avisar! ¡Se tiene que acabar esto! ¡Y se va a acabar ya! ¡Llevas viviendo como un sultán toda tu vida, pero se te ha acabado el chollo, amigo! ¡No haces más que darme disgustos! ¡Casi me da un infarto cuando te escuché irte, ¡creí que habían entrado a robar!
               -No quería despertarte.
               -No querías despertarme, ¡y una mierda!-ladró, y yo di un paso atrás instintivamente-. ¡Lo que no querías era que te cazara escapándote de casa de madrugada para irte de folleteo con una de tus golfas! ¡¿A ti te parece que los problemas se solucionan echando polvos, Alec?! ¿Tan mal te he criado? ¿Es por eso por lo que tienes la inteligencia emocional de un protozoo? ¿Por eso sólo piensas en estar dale que te pego todo el día, eh? ¿Qué sacas con tanto folleteo, a ver? Pareces adicto al sexo. Me estás preocupando, Alec. ¿A ti te parece que éste es un plan de vida decente? ¿Con cuántas chicas has estado hoy, eh? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco?
               -Mamá, por favor, no me insultes. Yo a las mujeres, las atiendo bien-solté antes de poder reprimirme-. Habría tenido que dejar a medias a todas las chicas si me hubiera liado con cinco en el tiempo que he pasado fuera de casa.
               Me soltó un tortazo.
               Si tengo que ser sincero, me lo acababa de buscar, aunque me parecía una respuesta un pelín exagerada. A fin de cuentas, no había hecho nada de lo que ella me acusaba. Joder, si me había ido para hacer las paces con Sabrae, no para intentar coger un herpes. Me merecía un aplauso, pero un aplauso con dos manos, no un aplauso en mi cara. Sólo tenía derecho a gritarme, y puede que a insultarme un poquito, porque estaba sólo se había enfadado con razón por haberme escapado y haberla dejado preocupada.
               -¡Encima te burlas de mí! ¡Es que esto es indignante! ¡Me tienes harta, Alec, harta! Con lo preocupada que estaba por ti, pensando adónde habrías ido, y ahora vuelves a casa con la cara llena de pintalabios y todavía te me pones chulo. Esto no puede seguir así, Alec. Nunca pensé que fuera a tener que meterme en tu vida sexual, pero es que no me dejas otro remedio. Te prohíbo que te acuestes con ninguna chica-ordenó, y a mí me entraron ganas de descojonarme, pero eso habría hecho que mamá me calzara otra hostia-. Dado que no puedes parar por ti solo, te pararé yo. No puedes seguir así. Entiendo que estés dolido por lo que te ha pasado con Sabrae, pero tirarte a todo lo que se mueve no es la solución.
               -No es lo que piensas, mamá.
               -¿Disculpa? Encima no intentes tratarme de tonta, Alec. Sé lo que está pasando aquí. Lo sé de sobra. Si lo llevas pintarrajeado por la cara. ¡Por dios, incluso si no te hubieras acostado con una chica que no gana para un pintalabios decente…!
               -La chica es millonaria-solté, pero ella no me hizo casa.
               -¡… es que todo tu cuerpo te delata! ¡Tu sonrisa chula, el pelo revuelto, los ojos brillantes!
               -Y el pintalabios es de su madre-añadí.
               -¡Pues peor me lo pones! ¿Es que ni siquiera tiene sus propios cosméticos para ir a liarse con un chico? Por Dios bendito, ¿qué os pasa a los jóvenes de hoy en día? No tenéis respeto por nada, sólo pensáis en folleteo, folleteo y más folleteo, y… ¡y todavía dices que no es lo que parece, como si yo fuera estúpida, como si no te viera la cara llena de pintalabios, como si…!
               -El pintalabios es de Sabrae-solté a bocajarro, y mamá se detuvo a media perorata. Alcé las cejas. Ella abrió los ojos y la boca. Trufas se asomó a las escaleras, y yo asentí con la cabeza.
               -¿Có… cómo dices…?
               -Pues eso. Que el pintalabios es de Sabrae. He estado con Sabrae. Mi golfa de la noche ha sido Sabrae. Bueno, mi golfa de la noche y la de todas las noches que estén por venir, espero. Nos hemos reconciliado-expliqué, orgulloso, hinchándome como un pavo-. Volvemos a estar bien. Claro que quizá yo siga necesitando ayuda profesional después de todo, porque después echamos un polvo bestial en el parque, y por eso tengo toda la cara de un pintalabios malísimo que, por cierto, es de Sherezade. Tu amiga Sherezade-la pinché, porque era mi momento y no iba a desperdiciarlo-. La que te llevó gratis el divorcio con mi padre y aceleró los trámites para que yo pasara de ser un Cooper a un Whitelaw. Con la que te tomas el té y marujeas sobre mi vida sentimental. Quizá debas considerar decirle que cambie de marca de pintalabios en una de vuestras sesiones de marujeo-me encogí de hombros-. Al fin y al cabo, tu enfado no está del todo injustificado. Una abogada de su caché no debería ir por el mundo con un pintalabios que no esté a prueba de morreos. Imagínate que Zayn va a verla y se enrollan en su despacho y luego sale con todo el maquillaje corrido. Qué escándalo.
               Me llevé una mano a la cara teatralmente y parpadeé todo lo rápido que pude.
               Mamá agitó la cabeza como lo hacen los pavos y se irguió todo lo que pudo, aunque ni por esas consiguió que sus ojos estuvieran a la altura de los míos.
               -A mí no me hables así, Alec, que soy tu madre. Ten más respeto.
               -¿Respeto? ¡Díselo a la hostia que me acabas de calzar completamente de gratis, mamá!
               -¡Es que estaba muy preocupada por ti! ¡Quería que espabilaras! Lo siento mucho, hijo. Ven que te dé un beso.
               -No, no quiero besos. Déjate de historias, mamá-bufé, apartándome de ella y escabulléndome lo más rápido que pude. Mamá dejó caer los puños a ambos costados.
               -Te he dicho que vengas para que te dé un beso. Déjame disculparme. No te lo pienso repetir.
               -No te has disculpado. Estoy muy dolido, mamá, física y emocionalmente. Jamás habría pensado que me creerías capaz de todas esas cosas horribles de las que me acusas. ¿Qué es eso de que no hago más que follar cuando tengo un problema?
               -¿Cuándo te has enfrentado a tus problemas de forma adulta y madura?
               -¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? ¿Llamo a Sherezade para que me asista, o qué? ¿Todo lo que diga será usado en juicio en mi contra?
               -No vas a conseguir distraerme, Alec. Ven, dame un beso y hagamos las paces.
               Bufé, fingiendo reticencia, pero la verdad es que estaba cariñoso. Envolví a mamá con los brazos y dejé que ella me cubriera a  besos.
               -Estaba muy preocupada por ti, cariño. Y también estaba enfadada. Lo siento. ¿Te he hecho daño?
               -Sí-lloriqueé, y mamá se echó a reír, me dio un beso en la mejilla y me acarició despacio la piel.
               -Ale, ale. Ya está, mi niño precioso. Con un beso, se te curará antes.
               -Bien-sentencié, haciendo un puchero, y mamá se echó a reír y me sonrió.
               -Así que… ¿tú y Sabrae estáis juntos de nuevo? Eso es genial. ¿Cuándo vas a traértela a comer a casa?
               Me separé de ella.
               -Buenas noches, mamá.
               -¿Mañana está libre?
               -He dicho buenas noches, mamá-repetí, subiendo las escaleras.
               -Cuando vayas a traerla, pregúntale qué quiere y avísame con tiempo, para poder practicar y que me salga perfecto.
               Me volví para mirarla en la parte superior de las escaleras y agité la mano como si perteneciera a la familia real.
               La tarde siguiente me tocaba curro, pero conseguí cambiar el turno para no ir tan pillado de tiempo y de paso estar con Chrissy y contarle las novedades. Cuando le conté la reacción de mi madre, se rió tan fuerte que echó por la nariz el refresco que había estado bebiendo.
               Estábamos ella, Barbara, otra de las encargadas de la furgoneta y que siempre tenía el mismo turno que Chrissy, y yo, sentados en el suelo del almacén, algo muy poco recomendable, esperando a que terminara nuestro turno o que entrara algún reparto en menos de dos horas. Dado que yo me había pasado la semana haciendo de ángel de la guarda de todos aquellos que habían hecho pedidos sin pagar por el envío rápido, nos habíamos encontrado con que no teníamos ningún reparto pendiente que hacer en fin de semana, así que estábamos tirados sin hacer nada.
               O sin trabajar, más bien, porque yo estaba atacado. Me había despertado esa mañana con más ganas incluso de verla, y con más ansias de estar con ella y con la determinación de estar en su casa, todo para que, encima, me enviara un mensaje diciendo que no hiciera la cama esa tarde, que no iba a dormir en casa.
               Lo había recibido en pleno reparto con Chrissy, y cuando le enseñé el mensaje, ella cerró el pestillo de la puerta para que no me tirara en marcha y fuera corriendo a la primera estación de metro que encontrara para ir ya a follar con Sabrae.
               Visto en retrospectiva, me daba vergüenza cómo me había comportado como un orangután falto de sexo y lo poco que había tenido en consideración los sentimientos de Scott. Sabrae se había pasado la mañana de paseo con su hermano, yendo de compras y entreteniéndolo para que no pensara en lo que había pasado con Tommy, y yo, bueno… entre sobar y cascármela había hecho tiempo hasta la hora en que ella me envió el primer mensaje preguntando qué haríamos de noche. Le apetecía salir de fiesta. A mí me daba igual. Yo lo que quería era estar con ella. Sinceramente, si me ofrecía ir al parque a recoger hojas para su trabajo de ciencias, me parecería bien.
               Siempre y cuando, claro, en el parque hubiera algún rinconcito íntimo donde pudiéramos… ya sabes… como decía mi madre, “folletear”.
               -¿Debería decirle que cancelemos lo de la fiesta y que me voy a su casa a las nueve?-le pregunté a Chrissy en la furgoneta, en un semáforo, y Chrissy me miró.
               -¿Es que no te apetece bailar con ella?
               -A ver, Chrissy, me apetece más follármela tanto que se me termine cayendo la polla a cachos, pero bueno, si ella quiere bailar, tampoco es que me vaya a quedar enfurruñado en un rincón, ¿sabes?
               Chrissy parpadeó.
               -A mí nunca me has dicho que querías follarme tanto que se te terminara cayendo la polla a cachos-hizo un puchero. Le puse la mano en la rodilla.
               -¿Quieres que te lo diga ahora? ¿Por los viejos tiempos?
               -¡Alec! ¡Ya hemos echado el polvo de despedida!
               -¡Por Dios, Chrissy! ¡Ya lo sé! ¡Ni que ese coño tuyo me hubiera dado pocos problemas con Sabrae como para encima buscarme más! Te lo diría de forma hipotética. O hablando del pasado.
               -No renuncies a salir de fiesta con ella. Lo echarás de menos algún día-me había aconsejado en la furgoneta, y yo había decidido seguir su consejo… por el momento. Me hizo tener la mente fría, y poder pensar en Scott.
               Llevaba con él rondándome la cabeza desde que nos sentamos a comer los aperitivos de la máquina expendedora de los de administración. Chrissy estaba dándole mordisquitos a un sándwich de cangrejo; yo me había hecho con una bolsa de patatas fritas, y Barbara era la de la caña de chocolate.
               -Duda-anuncié, y las dos me miraron-. ¿Cómo hacéis vosotras para animaros cuando estáis tristes?
               -Me atiborro a pasteles-dijo Barbara con aburrimiento.
               -Te llamo para follar-Chrissy se encogió de hombros, y Barbara puso los ojos en blanco.
               -Las hay con suerte.
               -¡Tía!
               Solté una carcajada que hizo que varios de los repartidores me fulminaran con la mirada. Ahora que Chrissy y yo ya no nos acostábamos, se suponía que debía dejarla libre para que le tiraran la caña, pero éramos demasiado amigos como para que yo me preocupara por la vida sexual de los zopencos que tenía por compañeros.
               -Veréis, es que acabo de amigarme otra vez con Sabrae-comenté, más para Barbara que para Chrissy, que ya estaba al tanto de todo, pero ya que quería doble consejo, lo justo era que las dos tuvieran la misma perspectiva-, y las cosas van a ir muy bien entre nosotros ahora, y después de todo lo que hemos pasado pues yo… digamos que quiero aprovechar al máximo el tiempo, ¿comprendéis? Llevo bastante sin estar con ella a solas al margen de la noche pasada, en la que nos reconciliamos y básicamente follamos en un banco… no me mires así, Chrissy.
               -No me habías dicho que habíais follado en un banco-soltó, incrédula.
               -¿Y dónde coño querías que folláramos en un puto parque, Christine?
               -Ni lo pensé, la verdad. Me entró por un oído y me salió por el otro. Es que no pensé que fueras de los que follan en sitios públicos.
               -Ya sabes que yo follo donde sea si se presenta la ocasión-le di un toquecito en la rodilla y Barbara miró mi mano.
               -Qué cantidad de oportunidades he perdido contigo…-suspiró Chrissy.
               -El caso-miré a Barbara, que asintió-. He quedado con ella para esta noche, y vamos a ir de fiesta, a bailar y tal, o eso me supongo; la verdad es que no hemos hablado de dónde habíamos quedado, sólo de la hora, y lo que pasa es que a mí no me apetece irme de fiesta. O sea, quiero fiesta, pero la quiero con ella, ¿sabéis?-las miré a ambas-. Pero tampoco quiero dejar a Scott solo. La cuestión es… ¿os parecería rastrero si yo fuera a casa de Scott, y de paso que lo veo, echo un polvo con Sabrae? Sed sinceras.
               Sí, la idea se me había ocurrido a mí solito. Sí, era un puto genio del efecto dominó, lo sabía. Si iba a casa de Scott, me aseguraba de estar con él y hacerle un poco más amena la noche de sábado, que pasaría en casa en compañía de sus padres o, con suerte, de su novia, pero muy aburrido y muy solo, y, de paso, vería a mi chica en su territorio. En un territorio repleto de camas. Un territorio al que ya me habían invitado.
               -A ver, no vas a dejar de vivir tu vida porque un amigo tuyo esté mal, no sé-reflexionó Barbara, y Chrissy asintió-. Cuando mis amigas están mal yo estoy un poco machacada también, pero por ellas. Me preocupo, pero no dejo de levantarme a ir a clase.
               -Para el provecho que les sacas a las clases…
               -Chrissy eres un puto grano en el culo así de claro te lo digo.
                -¿Entonces creéis que estaría bien?
               -A ver, no vayas a ver a Scott sólo por ver a Sabrae-aconsejó Chrissy-, porque si él está mal entonces se sentirá peor incluso. Como que no le importas, ¿me sigues, Al? Pero una cosa no quita la otra. Yo creo que deberías ir a ver a Scott sobre todo. Y si Sabrae no está, pues… no vayas a buscarla.
               -Ya. Vale. Pero, ¿por qué no debería ir a buscarla?
               -Porque eso es ser mal amigo.  Bros before hoes, ¿recuerdas? Si le dices que vas a verlo y te largas en cuanto te dice que su hermana no está, sabrá que en realidad no vas a verlo a él, sino que es tu excusa. Y no creo que le apetezca mucho ser la excusa de nadie-ahora fue ella la que me dio unas palmaditas en la rodilla a mí-. ¿Por qué se han peleado?
               -Tommy se ha enterado de que Scott está con Eleanor.
               -¿Quién es Eleanor?
               -La hermana de Tommy, Chrissy. Joder, son famosos. Te hice un croquis de las dos familias, ¿recuerdas?
               -Es que se reproducen como conejos, Louis y Zayn tienen como 80 hijos cada uno, aproximadamente-se quejó.
               -Como para no tenerlos. Si yo estuviera casada con uno de ellos dos, me pasaría la vida pariendo. Tendría que vivir 300 años para poder llegar a la menopausia-rió Barbara-. Pero están cogidos los dos-chasqueó la lengua-. Lástima. Al menos me quedan los hijos.
               -Tienen novia los dos-le recordé-. Tommy está con Diana Styles, la hija de Harry. Los llamamos Tiana, como la de Tiana y el sapo.
               -Mi gozo en un pozo.
               -Barbara si ni  siquiera le conoces, tenías cero posibilidades con él.
               -Pero aun así, podía montarme películas con él o con Scott. Me siento mejor que cuando me las monto con su padre.
               -Zayn tiene 40 años-espeté.
               -Tú te has tirado a una señora de 37, no es que estés para hablar-me riñó Chrissy, y yo puse los ojos en blanco.
               -Sabía que no te tenía que haber contado lo de la tía del balneario en Grecia, es que lo sabía.
               -El amor no tiene edad-replicó Barbara-, no deberías avergonzarte.
               -Y no me avergüenzo. El problema es que me pasé dos días metido en casa por si su marido me encontraba. Jamás me había sentido tan aliviado como cuando vi su crucero marcharse de Mykonos.
               -Vale-bufó Chrissy, poniendo los ojos en blanco-, pero tú no destruiste ninguna familia. Creo. ¿No?
               -Ella era millonaria, estaba aburrida, su marido era un impotente, y yo… pues bueno. Yo era un amable muchacho dispuesto a enseñarle las maravillas de Grecia. Materiales e inmateriales-le guiñé un ojo a Chrissy y ella puso los ojos en blanco.
               -Los tíos follaríais con una señora de 80 años sólo por presumir de que lo habéis hecho, es increíble.
               -Yo sigo diciendo que el amor no tiene edad, y menos cuando se trata de Zayn, que tiene un viaje de aquí a la India y volver.
               -Es de Pakistán-puntualicé.
               -Y tiene cuatro hijos, Barbara.
               -Eso es lo que me hacía sentir mal. Mira, tío-se incorporó para mirarme-, yo de ti haría lo siguiente: me inventaba un pretexto para ir a casa de Scott, le distraía, y si tu novia anda por ahí despendolada, le mandas un mensaje diciéndole dónde estás y que vaya a toda leche a su casa.
               -Sabrae no es de las que viene corriendo cuando sabe dónde estoy.
               -Pues debe de ser que folláis en la postura del perrito, porque con lo bueno que estás debería perder el culo-Chrissy soltó una sonora carcajada-. Y si se hace la dura, le mandas foto de la tableta o algo así. O de la polla. Lo que más rabia te dé.
               -Seguro que a Sabrae le apetece mucho ir a verlo si le manda una foto de la polla-asintió Chrissy, mirándose las uñas-. Eres más simple, tía…
               -Decías que la tiene grande, ¿no?
               -¿HABLAS DE MI POLLA CON LAS COMPAÑERAS DE CURRO?-bramé, taladrando a Chrissy con ojos como platos.
               -Barbara es especial. Y hay muchos semáforos en rojo en Londres-me pellizcó el costado y yo bufé.
               -Pues si la tienes lo bastante grande, irá-razonó Barbara.
               -Es lo bastante grande-repliqué, chulito, porque uno no deja de ser nunca un sobrado, o al menos no del todo-. Incluso le hice daño la primera vez. Que no es algo de lo que presumir, pero… es un dato a tener en cuenta-le dediqué una sonrisa llena de dientes, y Barbara miró a Chrissy.
               -Ahora entiendo por qué no dejaste de tomar la píldora cuando lo dejaste con el gilipollas de tu ex.
               -Siempre he tenido cierta filia con que se me corran dentro. Cada cual es raro a su manera-replicó mi amiga, limpiándose pelusilla del uniforme y levantándose a cumplir un pedido. 
               Barbara no tardó en irse y dejarme sentado en el suelo, a solas con mis pensamientos, urdiendo un plan. En cuanto llegó la hora de fichar, me levanté como un resorte y salí disparado con mi moto, con todo cuadrado en mi mente. Pasé por casa, me cambié de ropa, fui hasta el restaurante de Jeff y me aseguré de pedir todo lo que me permitiera mi salario de la semana. Para cuando terminó de preparármelo todo, yo ya había enviado mensajes a mis amigos diciéndoles que no me esperaran para salir, que había cambiado de planes, y que se lo pasaran bien. Cogí las bolsas que Jeff me tendió, con nuggets de pollo, patatas, hamburguesas y refrescos para alimentar a un regimiento, y troté en dirección a casa de Sabrae, con una retahíla desesperada alentando mi caminar.
               Joder, espero que esté en casa.
               Ojalá no se haya ido ya.
               Madre mía, es que como se haya marchado ya, a ver lo que tarda en ver mi mensaje.
               Se acabó, si se ha ido, iré a por ella. A ver qué excusa me invento para largarme de casa de Scott.
               Mimi me ha dicho que Eleanor iba a ir a ver a Scott a su casa esa noche, seguro que hasta prefiere que me largue.
               Ojalá no se haya marchado ya.
               ¿A qué hora habrá quedado con sus amigas?
               Hecho un verdadero manojo de nervios, subí de dos zancadas los peldaños del porche de la casa de los Malik y llamé al timbre. Tomé aire y lo solté despacio, intentando tranquilizarme, deseando que fuera Saab quien me abriera la puerta, pero…
               No hubo suerte. Y la decepción en la cara de Scott fue palpable; por lo menos yo conseguí disimularla, aunque también quería ver a mi chica, no al lerdo de uno de mis amigos. Me molestó un poco que se desinflara al verme, ¡estaba renunciando a una fiesta por él! ¡Un poco de gratitud! Puse los ojos en blanco.
               -Estamos a mediados de mes; se me ha acabado el dinero para las putas, perdón por ser de clase obrera-sonreí con satisfacción-. Pero en mi defensa diré que me lo he gastado en ti, tesorito. Porque me gusta tenerte contento-le pellizqué la mejilla y Scott se apartó para poder fulminarme con la mirada.
               -¿Qué haces aquí, Al?
               Levanté el cubo de palomitas que le había pedido a Jeff y alcé las cejas.
               -Noche de pelis-informé, y él bufó.
               -Va a venir Eleanor.
               Intenté no sonreír, pero no lo conseguí. Además, tenía que ser el Alec que siempre era con mis amigos. Scott no podía permitirse que le defraudara ahora, o que le recordara lo mal que estaba. Se había duchado para la ocasión, y parecía acicalado de forma casual, con el estilismo estudiadamente indiferente que luces cuando una chica va a venir a verte a tu casa y tú no puedes abrirle la puerta en traje, pero tampoco lo vas a hacer en chándal. Pero, debajo de todos aquellos cuidados, yo veía al verdadero Scott. El que no había dormido. El que se había peleado con su mejor amigo y no podía vivir del todo. El que lo hacía todo a medias, y respiraba con un dolor constante en los pulmones y un fuego sordo en el corazón, porque todo le recordaba a Tommy, con quien había compartido literalmente toda la vida.
               Yo necesitaba a Sabrae, Sabrae me necesitaba a mí… pero Scott también me necesitaba, y no iba a dejarlo en la estacada.
               -Ya, bueno… a mí nunca me ha importado un trío con otro tío, siempre y cuando la chica lo mereciera. Y, sinceramente, Eleanor lo merece-le guiñé un ojo y Scott puso los ojos en blanco, seguramente con ganas de pegarme pero, ¡oye! Mientras quisiera pegarme, no querría morirse.
               Sonrió.
               -Y luego dices que no eres bisexual.
               -¡SOY HETEROCURIOSO!-bramé, y Scott ocultó su sonrisa tras la boca. En realidad no lo era, pero me hacía mucha gracia el término, y cuando Karlie nos había leído una entrada en Tumblr hablando sobre todas las sexualidades que había, y Max había preguntado qué era eso, yo le había soltado muy seguro de mí mismo que los heterocuriosos eran heterosexuales muy cotillas-. ¡JODER! ¡QUE NO ME MOLAN LAS POLLAS, VALE, TÍO! ¡PERO NO ME IMPORTARÍA TOLERAR LA PRESENCIA DE OTRO PAVO EN LA CAMA SIEMPRE Y CUANDO PUEDA MOJAR EL CHURRO! Por cierto-añadí, sonriente-, pregunta súper aleatoria: ¿está tu hermana en casa?-me incliné hacia delante, echando un vistazo al interior de la vivienda.
               -¿Vienes a follar con mi hermana?-preguntó, un poco herido, y yo me apresuré a responder:
               -¡No!
               -Alec-Scott puso los ojos en blanco y yo me pasé una mano por el pelo, sin poder evitar esbozar una sonrisa.
               -Bueno, si a ella le apetece pues… sí. Pero tampoco es mi objetivo principal, ¿entiendes? Aun así… si se da la ocasión...-le di un codazo-, pues eso que me llevo.
               -Echas de menos verla desnuda, ¿eh, Al?-se rió Scott, y yo me felicité por arrancarle una carcajada. Le di una palmadita en la mejilla.
               -Ay, ladrón. Si la hubiera visto desnuda, dudo que pudieras sacarla de mi cama, o a mí de la suya. Pero, bueno, no vamos a hablar del impresionante cuerpo de tu hermana en la calle, ¿eh? ¿Me dejas entrar, o nos montamos cena romántica en el porche?
                Scott inspeccionó mis bolsas, y luego, a mí. Por un momento pensé que no me dejaría entrar, o que me cogería las bolsas, me diría que Sabrae no estaba en casa, y se marcharía al interior mientras me dejaba allí plantado, decidiendo qué hacer…
               Pero entonces, Scott se hizo a un lado y me indicó con un gesto que entrara.
               -Ven a ver a tu Julieta, Romeo.
               No necesité que me lo dijera dos veces.

¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

3 comentarios:

  1. HE LLORADO CON LA CARTA DE SABRAE JODIDAMENTE MUCHO TIA Y MÁS AUN IMAGINANDOME A ALEC LLORANDO MIENTRAS LA LEE UFFF. El capítulo ha sido cortito pero ay que me ha curado el corazón de mil formas distintas, me parecen tan jodidamente monos y cuquisimos y domésticos y todo que ay. Me muero por leer el siguiente capítulo y ver por fin la primera vez que duermen juntos.

    ResponderEliminar
  2. vale te perdono porque esa carta uf llorando, e imaginarme a alec llorando uf llorando x2 super cuqui esa parte, estoy waiting a sabralec domesticos desde que lo dijiste en tw asi que mas te vale cumplir y que cuquis la primera vez que duerme juntos ays mis bebes

    ResponderEliminar
  3. LA CARTA POR FAVOR ES PRECIOSISIMA CONFIRMAMOS QUE HE LLORADO LEYENDOLA? CONFIRMAMOS Y ENCIMA ALEC UFFFF TENGO EL UWUMETRO AL MAXIMO NO PUEDO MAS �������������� No se como te las apañas para alegrarme tanto con los caps pero te amo mucho ���� estoy ANSIOSA por verlos juntis en el proximo capitulo AAAAAAAAAAAH ‼️‼️‼️

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤