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Alec jadeó una dulce sonrisa, la más preciosa que le había visto esbozar jamás, cuando por fin pudo procesar lo que acababa de decirle. Era como si mis manos no estuvieran sosteniendo un sobre, como si la realidad de que yo hubiera podido dedicar algo de mi tiempo a escribirle fuera tan escasa que no se atreviera ni a pensar en ella. Noté un pinchazo en el corazón cuando descubrí por qué reaccionaba con esa sorpresa: porque le había hecho pensar que el que se había equivocado había sido él, que el único que había obrado mal había sido él. Y no era así. Yo tenía tanta culpa como él; más incluso.
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Alec jadeó una dulce sonrisa, la más preciosa que le había visto esbozar jamás, cuando por fin pudo procesar lo que acababa de decirle. Era como si mis manos no estuvieran sosteniendo un sobre, como si la realidad de que yo hubiera podido dedicar algo de mi tiempo a escribirle fuera tan escasa que no se atreviera ni a pensar en ella. Noté un pinchazo en el corazón cuando descubrí por qué reaccionaba con esa sorpresa: porque le había hecho pensar que el que se había equivocado había sido él, que el único que había obrado mal había sido él. Y no era así. Yo tenía tanta culpa como él; más incluso.
Por suerte, ya había salido de mi error, así que ahora
sólo nos quedaba terminar de sellar nuestra paz desvelando mis propias
condiciones. Froté su nariz con la mía, recordándole dónde estábamos y adónde
íbamos a ir, y le tendí el sobre.
Él lo cogió con manos temblorosas, temiendo que
cambiara de opinión en el último momento. No desaprovechó la ocasión de
acariciarme las manos cuando lo hizo, sus dedos deslizándose por los míos como
expertos esquiadores en su pista predilecta. Cuando por fin tuvo el sobre entre
ellos, lo giró a un lado y a otro, comprobando que fuera real.
La cara de niño bueno que se ilusiona cuando baja las
escaleras y ve el árbol de Navidad colmado de regalos que puso entonces mereció
todo el dolor por el que pasamos las últimas semanas. Ver cómo su sonrisa se
ampliaba, sus dientes acariciaban sus labios y sus ojos chispeaban con fuegos
artificiales de verano me hizo sentir ligera como una pluma, a pesar de que aún
tenía un nudo en el estómago contra el que no sabía muy bien cómo luchar.
Lo tenía todo prácticamente ganado, eso lo sabía, pero
siempre había margen de error. Siempre había una ligera posibilidad de que las
cosas salieran mal. Siempre había una ocasión de que la suerte se volviera en
mi contra, y él quisiera algo más de mí, algo que yo no había sabido darle
antes.
-¿Me lo estás diciendo en serio?-preguntó, emocionado,
y yo asentí con la cabeza. Su sonrisa era más contagiosa que una infección, y
su felicidad me hacía cosquillas en la parte baja del estómago de la misma
forma en que lo hacían sus besos.
-La he escrito a mano. Espero que entiendas mi
letra-musité, más y más tímida. Era increíble cómo él era la persona que más
fuerte podía hacerme, y a la vez podía derrumbarme como un castillo de naipes.
Amar a alguien realmente es darle la capacidad de que te destruya y confiar en
que no lo hará. Y yo quería tanto a Alec… lo había dejado muy claro en la
carta, ésa que iba a leer ahora.
Él dio un paso hacia mí y se abalanzó de nuevo hacia
mi boca, el manjar más apetitoso que hubiera probado nunca. Contuve un jadeo de
la sorpresa que me produjo aquel delicioso impulso, y sonreí contra sus labios,
jugando con su lengua, disfrutando de aquella extraña sensación de nerviosismo
crecer más y más en mi interior a cada segundo que pasaba. No quería que
abriera la carta, y a la vez no quería que la tuviera cerrada entre sus manos
ni un minuto más. Necesitaba que la leyera y necesitaba llevármela. Necesitaba
que leyera mi disculpa y que me dijera que estaba bien, y a la vez que me
permitiera llevármela y pulirla un poco más, perfeccionarla, hacerla estar a su
titánica altura…
Me acarició la
mejilla con el pulgar, notando mi cambio de humor y tratando de
contrarrestarlo. El sobre crujió ligeramente en mi cintura cuando nos separamos
de nuevo y nos miramos a los ojos tan intensamente que el tiempo se detuvo.
-No sé cómo he podido buscar en otras lo que siempre
he sabido que sólo puedes darme tú-me confió con intensidad, y yo sentí que se
me llenaban los ojos de lágrimas. De un brinco inesperado, me colgué de su
cuello y hundí la nariz en el principio de su cuero cabelludo. Inhalé aquel
aroma tan familiar, a lavanda, champú, gominolas y placer, y disfruté de la
sensación que era volver a tener sus manos en torno a mi cuerpo.
-Ni yo sé cómo he podido aguantar semanas lejos de ti.
Me posé en el suelo con la delicadeza de una mariposa
y me permitió sostener su hermoso rostro, hecho por los dioses, entre las
manos. Es la hora, me dije. Di un
paso atrás, y él comprendió.
Con la misma ilusión con la que me había mirado al
principio, cuando le entregué la carta, se afanó en abrir su sobre. Lo hizo con
cuidado y a la vez con muchas ganas, deleitándose en posponer el momento y a la
vez acelerarlo. Era una sensación rara, la que nos invadía. Estábamos ansiosos
por seguir escribiendo nuestra historia, y sin embargo no terminábamos de
remolonear en aquel punto de inflexión en ella.
Alec extrajo con cuidado los papeles que yo había
doblado con esmero, poniendo mimo en cada gesto, y los desdobló. Alzó las cejas
al comprobar que mi disculpa no era una, ni dos, ni tres, sino…
-¿Cuatro folios?-se maravilló, y yo noté que me
sonrojaba. Supongo que es un poco sorprendente que alguien escriba una carta a
mano hoy en día; más aún si es tan larga como la mía, pero… quería asegurarme
de que no me dejaba nada en el tintero.
Y, bueno, me había puesto un poco peliculera, las
cosas como son. Pero esperaba que le gustaba. Esperaba que me pidiera
quedársela, y que hiciera un puchero para hacerme cambiar de opinión cuando yo
le dijera que no, que eran mis palabras y me correspondía a mí guardarla. Que
me hiciera ver que no debía avergonzarme de mis sentimientos ni de cómo me
había desnudado para él en aquella carta.
-Tu padre es profesor de literatura de verdad-comentó
Alec, y de su boca salió el sonido más hermoso que yo jamás hubiera escuchado:
una risa. Me mordí el labio para contener una sonrisa, y agradecí que fue él y
no otro a quien mi corazón había decidido entregarse. Sólo él podía relajar la
tensión de mi cuerpo con una broma en aquel momento y conseguir que yo no me
ofendiera.
Necesitaba relajarme un poco. Estaba apretando tanto
los puños que notaba la tirantez de la piel de mis nudillos. Seguro que estaban
amarillos.
-Y cantante-le recordé con fingida severidad y cierta
altivez que me salió de forma natural-. Venga, lee.
Arqueó las cejas, dos arcos perfectos que no tenían
nada que envidiar a los de ninguna catedral.
-Oh, creía que me la leerías tú. Es lo justo, ¿no? Son
tus palabras-me tendió los folios-. También debería ser tu voz.
-Pero, ¡la carta es para ti! Tienes que leerla tú. No
surtiría el mismo efecto-negué con la cabeza, rehusando su oferta, y Alec puso
los ojos en blanco, pero asintió con la cabeza. Me cogió la mano y tiró
suavemente de mí para acercarme al banco, y torció ligeramente la mirada cuando
se sentó y yo no le imité. No quería estar a su lado: quería tenerlo frente a
frente, analizar cada uno de sus gestos, sus expresiones, para tratar de
adivinar si me estaba acercando a mi objetivo o no.
Carraspeó y levantó la mirada una última vez. Se me
aceleró el corazón.
-Última oportunidad, Sabrae-agitó la carta frente a
mí.
-No podía leértela ni aunque quisiera. Me da
vergüenza.
-¿Por qué?
-Porque me es más fácil decir frases coherentes cuando
no te tengo delante. Lee, por favor-me metí entre sus piernas y apoyé la
barbilla en su cabeza. Con los dedos entre su pelo, deposité un beso en ella, y
después volví a dar un paso atrás. Necesitaba la luz de la farola para poder
leer.
Él asintió, tomó aire, y volvió los ojos a la carta.
Cuando empezó a leer, lo hizo en un tono que yo no le
había escuchado jamás. Le cambió la voz, literal y metafóricamente. Leía en voz
alta con madurez, de forma pausada. Hablando, Alec era un chico vivaracho y un
pelín canalla, que se bebía la vida a tragos, no fuera a ser que no le diera
tiempo. Sin embargo, leyendo, disfrutando de algo por lo que no tenía que
pelear ni consumir rápido, se convertía en todo un hombre. Jamás le había
escuchado leer, y me gustó incluso más: su tono concentrado, pausado, con un
amago de sonrisa en sus labios, destilando con sutileza las emociones que le
despertaban mis palabras en el suave deje con el que terminaba las frases… lo
adoré.
No sabía que pudiera enamorarme un poco más de él, o
que estuviera en un proceso a punto de culminar, pero… escuchándolo leer mi
carta, descubrí que podía quererle más de lo que ya lo hacía. Y empecé a
hacerlo.
-“Querido Alec… Al-esbozó una sonrisa adorable al leer
su diminutivo-. No recuerdo qué fue exactamente lo que me hizo odiarte, ni
cuándo empecé a hacerlo”… Dios mío, Sabrae, creía que esto era una carta de
amor-se burló, y yo puse los ojos en blanco.
-Sigue leyendo.
-“No sé qué fue lo que hizo que mi opinión con
respecto a ti cambiara de un día para otro, igual que no sé qué fue lo que
cambió entre nosotros la noche en que cambió todo. Pero sí sé algo: que,
incluso cuando no podía verte, había momentos en los que tú eras con el que más
me apetecía estar.
»Supongo que nuestra historia se remonta casi al
principio de los tiempos, cuando yo apenas tenía unos días de vida y ya me
adorabas, y yo te adoraba a ti. Recuerdo que era recíproco, y sé que tú también
lo recuerdas. Para mí, era especial verte, y me hacía más ilusión ver a Scott
en el recreo estando en el cole porque sabía que vendríais sus amigos, incluido
tú, con él, que porque fuera mi hermano y le quería. Tú siempre te las apañabas
para robarle un poco el foco de atención a Scott, y siempre conseguías que
sonriera más rápido de lo que podía hacerlo nadie. Creo que siempre hemos
estado un poco destinados.
»Estoy segura de que no lo recuerdas, pero empecé a
sospecharlo una noche en que no pude sacarte de mi cabeza ni a tiros”.
Interesante-murmuró, alzando una ceja en mi dirección, y yo puse los ojos en
blanco-. “Fue por una tontería, incluso yo lo supe en aquel momento, igual que
lo recuerdo aún hoy como si lo estuviera viviendo ahora. Fue la tarde de
Navidad en que nos encontramos en el centro comercial, cuando yo iba con Tommy,
Scott, Eleanor, Amoke y Mimi, y nos
topamos de casualidad contigo y con Jordan. Nos dejasteis solas en una tienda
de animales, y Mimi se enamoró tanto de un conejo que tuviste que prometerle
que volverías a por él para que accediera a soltarlo-una sonrisa le cruzó la
boca-. Fuimos a cenar, y yo pedí una salsa diferente a la que te daban por las
patatas, y tú me miraste y me sonreíste y dijiste “Ésa es mi chica”. Ésa es mi
chica. Ésa es mi chica. Jamás nada me había producido un orgullo tan oscuro
como escucharte decir “ésa es mi chica” refiriéndote a mí. Todo por una salsa.
Algo tan simple y cotidiano como una salsa.»
Alec levantó la cabeza y se me quedó mirando.
-¿Vas a preguntarme qué salsa era?
-No-respondió, negando con la cabeza, una sonrisa
tranquila en su boca-. Sé que era la salsa de miel y mostaza-reveló-. Me
acuerdo de ese día. Llevabas puesto un jersey de color azul a juego con una
diadema sonrosada. Estabas muy mona. Te habría mordido los mofletes de no haber
sabido que me arrancarías la cabeza si se me hubiera ocurrido intentarlo
siquiera.
Tomé aire, sorprendida, haciendo que una pequeña nube
de vaho flotara frente a mi boca.
-Yo… ni siquiera recuerdo qué llevaba puesto entonces.
No pensé que fueras a acordarte de lo de la salsa, ya no digamos… de mi jersey.
Su sonrisa cambió: ahora era pagada de sí misma,
pescándome con las manos en la masa.
-Siempre has tenido la costumbre de subestimarme, y de
pensar que te digo por decir que presto atención a todo lo que me dices.
Siempre lo he hecho-balanceó la carta de nuevo frente a él, estirándola, y
carraspeó-. «Ya entonces debería haber sospechado lo que se nos venía encima.
Habías despertado algo dentro de mí que sólo se despereza con el sonido de tu
voz, y que ahora está dormido.
»Estoy hibernando, y lo odio. Nací en primavera y no
quiero vivir en otra estación que no sea verano. Lo nuestro empezó en otoño, y
en invierno terminó de cuajar, pero yo no empecé el invierno el 21 de
diciembre, sino el día que dije que no quería volver a verte. Mis días son más
cortos y mis noches, más oscuras. Estoy acurrucada en una cabaña de montaña en
la que ya no hay leña, y el frío me está dejando los pies helados”-sonrió de
nuevo-. Se me ocurren un par de cosas que hacer para que entres en calor,
nena-me guiñó un ojo.
-O sigues leyendo, o te quito la carta.
-“Y no me queda más que esperar. Esperar y sentirme
sola. Sentirme sola y darme cuenta de que todo lo que quiero tiene que ver
contigo.
»Quiero ir contigo al cine y dejar que me invites a la
entrada y pagarte yo las palomitas, un cubo extra grande con un refresco de
casi un litro”-Alec levantó la mirada y alzó las cejas-. Cómo se nota, la joven
burguesa, que tiene dinero de sobra para poder matarme de un empacho-yo puse
los ojos en blanco-. “Quiero quedar bien pronto e ir a comer, y probar de tu
plato lo que sea que decidas tomar, y tú del mío, y pedir helado los dos
juntos, y sentarme a tu lado y comerlo de la misma cuchara, y de tu boca, y ser
domésticos, y ñoños, y pegajosos, y que absolutamente todo el mundo en el
restaurante nos mire con asco”-frunció el ceño y clavó sus ojos de nuevo en
mí-. Nadie nos miraría con asco, bombón. No estando tú. Yo daría
envidia-proclamó, hinchándose como un pavo-, y tú… bueno-sacudió la cabeza-.
Mejor será que siga leyendo-. “Quiero contar los días para que llegue el día
del mes en que empezó todo y hagamos algo especial, aunque sólo sea ir al
parque. Quiero que llegue San Valentín y hacerte una tarjeta llena de corazones
y de purpurina, y entregártela delante de tus amigos para hacerte pasar
vergüenza. Quiero que lleguen las vacaciones de Pascua y que nos pasemos el día
buscando huevos por ahí. Quiero que llegue el verano y podamos ir a la playa, y
yo te pida que me eches crema aunque no la necesite, y tú no digas nada porque te
encanta tener una excusa para manosearme la espalda. Pero, sobre todo, sobre
todo, quiero volver a tener lo que teníamos. Quiero recuperar lo que fuimos y
que tan estúpidamente dejé escapar. Quiero mis mensajes de buenos días, quiero
escuchar tu voz ronca mientras me enseñas el amanecer, quiero mis ojeras por
pasarme la noche entera hablando contigo y quiero anhelar el viernes como el
agricultor que anhela las lluvias. Porque necesito los viernes como el campo
necesita las lluvias, Alec. Te necesito a ti como una flor necesita al sol.
»Me haces sentir que todo lo que he aprendido hasta
ahora de la libertad y la autorrealización estaba muy bien, y tenía mucha
lógica, pero sólo en abstracto. Porque cuando te digo que no puedo ser de nadie
porque soy una persona, por un lado recuerdo una época en la que para mí tenía
toda la lógica y el sentido del mundo, y era imposible que aquello no fuera la
verdad absoluta, porque yo no me imaginaba cómo nadie podía sentirse de nadie
más que de sí mismo… hasta que te conocí-Alec sonrió, emocionado, y se llevó
una mano a la boca. Sus ojos se deslizaron por las líneas rápidamente, pero yo
le pedí que siguiera leyendo-. Tal y como eres. Y me di cuenta de que es
imposible que no seas de nadie nunca. Me has hecho darme cuenta de la poesía en
las relaciones. Y, de la misma forma que soy de mi madre, de mi padre, de mis
hermanas y de mi hermano, ahora también soy tuya-Alec levantó la cabeza y yo
sonreí con timidez-. Me he convertido en tuya, y el hecho de que tú ahora no me
tengas, y no estés conmigo, y no me estés poseyendo, me hace sentir vacía y sin
propósito, sin estar completa del todo.
»Te echo de menos-susurró con amor, prestándole su voz
a mis palabras-, y echo de menos lo que era contigo, y echo de menos lo que tú
eras conmigo, y todo lo que hacíamos juntos, y quiero que vuelvas, y quiero
tener el valor de ir a tu casa y llamar a la puerta y no necesitar darte un
papel, o dejártelo en el buzón, para decirte todo esto. Quiero tener el valor
de decírtelo en persona y quiero poder rectificar, poder volver a estar tan
juntos como estábamos antes, pero cuando te miro y veo lo que te estoy haciendo
y lo que te he hecho, me doy cuenta de que todo lo que has hecho por mí ha sido
con toda la buena intención del mundo. Y se me cae la cara de vergüenza, y
siento no que no puedo mirarte a la cara porque no te mereces que duden de ti,
y que no te digan que te mereces que te elijan, y que te mientan y te digan que
no te elegirían, porque sí, Alec, te mentí. La verdad es que yo te elegiría una
y mil veces, siempre te elegiría a ti. ¿Y sabes por qué es? Por lo mismo por lo
que tú aceptaste un no cuando lo único que querías era un sí. Porque me
querías. Porque te quiero.
»Porque estás enamorado de mí.
»Y yo estoy enamorada de ti.
»Por favor, perdóname. Perdona que haya tardado tanto
tiempo en ver que sólo estabas actuando como mi novio en funciones con mis
amigas. Y perdona que no te lo haya dicho en voz alta. Perdona que use mis
sentimientos como una baza a jugar, pero… no quiero perderte. No quiero
arriesgarme a que mañana se acabe el mundo, y no me lo hayas oído decir
siquiera una vez. Te quiero.
Alec se quedó mirando un instante la carta, aquellos
últimos párrafos mágicos en que por fin había puesto por palabras mis
sentimientos hacia él. Ya sabía lo que sentía por él; era tan obvio como que el sol se levantaba
cada mañana, y lo disfrutaba de la misma forma en que disfrutaba de los colores
del cielo cada vez que eso sucedía. Pero la diferencia entre saber algo y que
te lo confirmaran era tan grande como el tamaño de nuestra estrella.
Una cosa era saber que yo le quería, sentirlo en su
propia piel, y otra muy distinta era escuchármelo decir, que yo se lo
confesara, que lo escribiera en un papel y así tuviera una prueba eterna de
que, en un momento dado, yo me había confesado suya.
Sentí que el suelo debajo de mis pies cedía cuando él
no dijo nada, y por un terrible instante pensé que mis palabras habían llegado
tarde, como un diagnóstico de una enfermedad fácilmente tratable si la cogías a
tiempo. Quizá hubiera actuado por debilidad. Quizá no hubiera resistido la
tentación de besarme aunque fuera una última vez antes de…
No. Basta,
Sabrae. Te ha pedido perdón, te ha dicho que quiere que las cosas sean como
antes, antes de que se lo dijeras tú. Él quiere esto. Sólo lo está procesando.
Sólo…
-Di algo, por favor-jadeé, anhelante, como el buzo que
sale a la superficie pero que descubre que esa superficie no es más que una
burbuja en una cavidad donde ya no queda oxígeno.
Y entonces, Alec hizo algo que yo jamás pensé que
pudiera hacer. Algo que aportó un granito más a la montaña de mi amor por él. A
lo largo de nuestras vidas, Alec iría haciendo cosas que no harían más que
aumentar mi amor por él.
Y sorber por la nariz y pasarse el dorso de la mano
por los ojos para enjugarse las lágrimas fue una de aquellas cosas que me hizo
pensar que el infinito siempre podía ser un poquito más grande.
Carraspeó, tragó saliva, y por fin me miró con ojos
vidriosos, preñados de emociones. Jugueteé con su pelo, disfrutando de lo suave
de los rizos del color del chocolate, el mismo alimento que utilizabas cuando
querías superar un bache. Empecé a pensar que no era de extrañar que los ojos y
el pelo de Alec fueran del mismo color que algo que le gustaba a todo el mundo.
¿Cómo no iba a gustarme él?
-¿A qué guardería vamos a llevarlo?-preguntó, y yo me
detuve, fruncí el ceño y pregunté:
-¿A quién?
-Al bebé que estoy a punto de hacerte-respondió, y sin
previo aviso, me tomó de las caderas, tiró de mí para meterse entre mis
piernas, y me sujetó por los muslos para sentarme sobre sus pantorrillas. Dejé
escapar una exclamación ahogada y me eché a reír cuando mi cuerpo aterrizó
sobre el suyo. Sonrió contra mi rostro y se zambulló en mi boca en un salto de
cabeza en el que no corrió ningún peligro: no podía salirle mal de ninguna de
las maneras. Jadeante, le acaricié el cuello y descendí por sus hombros,
colando los dedos por debajo de su abrigo y siguiendo las líneas de costura de
la camisa que llevaba debajo. Él, a modo de respuesta, ascendió por mi anatomía
hasta llegar a mi espalda, acariciándome por la columna vertebral y haciendo
que mi sistema nervioso se volviera completamente loco. Sus manos descendieron
de nuevo hacia mi culo y yo solté un gemido cuando me apretó contra él.
Echaba de menos esto. Estar sentada sobre él, solos
los dos, dejándonos llevar por lo que nos apetecíamos.
Alec se separó de mí, y yo dejé los labios
entreabiertos. Abrí los ojos despacio y me lo encontré mirándome como el
estudiante de arte que por fin descubre el nombre del cuadro que le hizo
matricularse en su carrera. Me apartó un rizo de la cara y lo colocó tras mi
oreja.
-Eres preciosa-susurró, y sentí una sonrisa florecer
en mi boca.
-Gracias-musité, cohibida.
-Lo siento un montón-confesó. Asentí con la cabeza y
jugueteé con el nacimiento del pelo en su nuca. Sí, era lo justo. Habíamos
escrito nuestras disculpas, pero ambos nos merecíamos escuchar un perdón de
nuestras respectivas voces.
-Lo sé, Al. Y yo también lo siento muchísimo. De
verdad.
-Es que… joder, Sabrae-gruñó, negó con la cabeza,
apartando un momento la vista, y luego volvió a centrarla en mí-. Soy
gilipollas, Dios. Perdóname.
-No tengo nada que perdonarte-repliqué, apoyando los
codos en sus hombros y haciendo con mis brazos una especie de escafandra con la
que pretendía protegerlo de todo mal-. La verdad es que me molestó que fueras
contra mis amigas, pero visto en frío, mi reacción fue exagerada. Muy
exagerada.
-Un poco-sonrió, y yo puse los ojos en blanco-. Pero aun
así… no está justificado lo que te hice. Lo siento.
-Alec, no te preocupes. Está olvidado, de verdad.
-No. No, necesito decírtelo. No quiero que lo olvides.
Te debo una explicación, pero, si te soy sincero, no sé qué cojones me pasó. Es
como si se me cruzaran los cables, ¿sabes? No era yo.
-¿A qué te refieres?
-Al beso-me miró con unos ojos oscurecidos por la
culpa-. Tengo que pedirte perdón también por eso, pero quería hacerlo en
persona. Incluso si no hubieras aceptado mis disculpas en el mensaje, habría
ido a verte en el instituto y te habría pedido perdón entonces. Lo que hice
estuvo muy mal, y no… con un mensaje no iba a solucionarlo.
-No te mortifiques-me mordí el labio-. Los dos dijimos
e hicimos cosas que no sentíamos cuando nos peleamos. Yo también tengo que
disculparme por la bronca que te monté, y el tortazo que te di…
-Pero, ¡es que no es nada comparado con lo mío, Saab!
-¡Sí que lo es! ¡Te pegué, Alec, y jamás debería
ponerte la mano encima!
-¡Estabas enfadada! Yo, en cambio, no sé qué cojones
quería. Sólo… me siento fatal. Y quería que lo supieras. No sólo por lo que te
hice, sino porque no quiero que dejes de confiar en mí. Sabes que no te
forzaría nunca-me taladró con la mirada-. No te tocaría jamás en contra de tu voluntad. Ni un pelo. No sé qué me pasó,
pero lo siento en el alma, y quiero que sepas que nunca te haría nada que tú no
quisieras.
-Lo sé. Nunca he necesitado repetirte un “no” para que
tú pararas-jugueteé con su pelo y sonreí, transmitiéndole toda la calma del
mundo-. Eres el único chico con el que me ha pasado esto. Ni una sola vez he
tenido que decirte no dos veces. Y lo valoro. Valoro mil veces más todos y cada
uno de los momentos en que me pusiste por delante de lo que tú querías, al
único en que actuaste por impulso, movido por tu rabia. Porque son muchas más
veces las que yo he sido tu prioridad, Al. No sería justo que dudara de ti por
un error.
-No fue un error. Lo quería. No quería hacerte daño,
pero digamos que tampoco me importaba en ese momento. Y si supieras… Dios mío.
Las cosas horribles que pensé. Las cosas horribles que dije de ti.
-Yo también dije cosas horribles de ti. Y no definen
lo que siento por ti. Cinco minutos no definen una vida.
Alec tragó saliva y mis ojos descendieron en picado
hacia la nuez de su cuello. Sentí que una llama se encendía en mi interior.
-Vale. Yo sólo… quería que lo supieras. No soy así. No
era yo. Me daba miedo que lo nuestro cambiara después de… bueno. De eso.
Incluso ha cambiado la percepción que tengo de mí mismo-murmuró, angustiado, y
yo le agarré la cara y sacudí despacio la cabeza.
-Pues no debería. Sigues siendo tú. Tus impulsos no te
definen, Al. Tú mismo lo has dicho: jamás me harías nada que yo no quisiera, y
jamás me tocarías sin mi consentimiento. La cosa es…-musité con un hilo de voz,
y me llevé las manos a la cremallera del abrigo-, que ahora quiero que me hagas
muchas cosas. Y que no dejes de tocarme.
Sus ojos se oscurecieron cuando terminé de abrirme el
abrigo y pudo echarle un vistazo mejor a mi atuendo. Descendió por mi cuello,
se detuvo en mi escote, y luego bajó un poco más, hasta la cinturilla de la
falda. Viendo la cremallera de mi falda, se mordió el labio, puede que
recordando dónde estábamos, qué habíamos hecho allí, y cómo había sido posible
aquello: desabotonándome una prenda muy similar.
No necesité otro tipo de invitación. Desabotoné su
abrigo y metí las manos en su interior. Me incliné hacia su boca, y él no se
hizo de rogar. Entreabrió los labios y me dejó besarlo despacio, pero cuando
mis dedos se afanaron en los botones de su camisa, Alec emitió un gemido y me
cogió las manos por las muñecas. Nuestros ojos volvieron a encontrarse, y yo me
estremecí.
-Me apeteces-jadeé. Aquello fue, en cierto sentido,
como una confesión de amor. No iba a decirle que le quería allí. No cometería
el mismo error que había cometido él: no lo haría en una ocasión que no fuera
especial, y ahora que nos habíamos reconciliado, tenía la certeza de que habría
mil ocasiones mejores que aquella para decírselo por primera vez. Quería
hacerlo en un momento en que no fuera de noche y pudiera verlo bien, en que no
estuviéramos al aire libre y pudiera desnudarme para celebrarlo con él, quería
hacer de mi declaración la guinda del pastel a una cita increíble.
-¿Aquí?-quiso confirmar.
-Aquí.
-¿Ahora?
-Ahora.
-No he traído nada-susurró-. Yo… joder, creo que
incluso me he dejado las llaves. Tendré que llamar a Mimi para que me abra la
puerta.
-Podemos dormir aquí-ronroneé, pegándome a él,
colocando mis pechos sobre sus pectorales-. O no dormir en absoluto.
Me pasó el pulgar por los labios y gruñó:
-Quiero estar en tu interior, Sabrae. Pero no puede
ser. No tenemos… no podré parar. No esta vez. Quiero correrme dentro de ti, y
no tenemos con…
-Sí tenemos, chico-sonreí, poniéndole el dedo índice
sobre los labios-. Siglo XXI. Las chicas también llevamos condón-y le mostré el
paquetito que llevaba en el bolsillo contrario al de la carta. Alec bufó, se
frotó los ojos-. Quiero rodearte-él los abrió-. Quiero que me hagas gritar
tanto que despierte a todo Londres. Quiero que me hagas mujer otra vez. Lo echo
tanto de menos… necesito tenerte dentro, y sentirte, y mirarte a los ojos
mientras me posees. Quiero que me folles como no has podido follarme estas
semanas horribles, tan fuerte que me hagas olvidar el paso del tiempo. Me
apeteces muchísimo, Alec.
-Te deseo un montón, nena. Ya lo sabes. Creo que se
nota-sonrió, y yo asentí con la cabeza, soltando una suave carcajada y
balanceándome despacio sobre el bulto de los pantalones, ése que me hacía
pensar “mi hombre” con deleite-. Pero espera. Esto no es sólo sexo para mí. Lo
he echado de menos todo. Tu cuerpo y tu corazón. Tus gritos y tus susurros. Tu
sexo, y tu boca, y tus miradas, y…
-Puedes tenerlo todo ahora. Quiero dártelo. Déjame
dártelo-me incliné hacia su oído y empecé a mordisquearle el lóbulo de la
oreja-. Puedo susurrarte que sigas follándome como lo haces. Puedes tener mi
sexo y besarme, y mirarme a los ojos mientras lo hacemos. Lo necesito todo de
ti, Al. ¿Puedes dármelo?
-Tú también me apeteces un montón, nena. Joder-gruñó,
frotándose la cara de nuevo-. Demasiado, Sabrae. A la mierda-me puso una mano
en los lumbares y tiró de mí-. Recuperemos el tiempo perdido. Te iba a decir
que quería verte desnuda ahora, pero en lo único en que puedo pensar es en tu
forma de gemir cuando estoy dentro de ti.
-Traigo la garganta preparada-le dije en tono oscuro,
y Alec sonrió.
-Genial. Pero, por si acaso, hagamos unos ejercicios
de calentamiento.
Y, sin más dilación, subió la cremallera de mi falda
para tener mejor acceso a mi entrepierna. Solté un suspiro y me estremecí
cuando sus manos frías llegaron a mis bragas. Alec sonrió cuando mi suspiro se
convirtió en un gemido a colarse sus dedos por dentro de mi ropa. Jugueteó con
mi sexo, siguiendo los pliegues que lo componían, mientras yo terminaba de
desabotonarle la camisa y empezaba a besarle la línea de los hombros.
-Vas a hacer que me resfríe-se burló, y yo me eché a
reír.
-¿Con lo que voy a calentarte?-respondí, pegando mi
cuerpo a sus manos. Estaba prácticamente sentada sobre la palma de su mano, y
aproveché cada centímetro de ésta para darme placer a mí misma. Deslicé una
mano hacia su entrepierna y acaricié el bulto de su erección por encima de los
pantalones.
Enseguida se cansó de jueguecitos. Se desabotonó los
vaqueros, se bajó la bragueta y se sacó su miembro erecto y ansioso de mí. Me
relamí de puro gusto al ver su tamaño, y Alec sonrió.
-Seguro que esta polla sabe mejor que la del
gilipollas de Peter, ¿eh?-atacó, y yo me encogí de hombros como a quien le
dicen que mañana va a llover, y tenía pensado quedarse todo el día en casa.
-No sabría decirte. No llegué a chupársela.
Alec se detuvo, tanto en mi sexo como en el suyo.
-Pero… te vi saliendo…
-Era jabón. Peter es gay. Además, ¡venga, Al! ¿De
verdad piensas que dejaría a nadie correrse en mi boca?
-¿Ni siquiera
mí?
-A nadie que no fueras tú.
En su boca apareció una sonrisa oscura.
-¿A mí me dejarías?
-Depende del… oh-se me escapó al sobar de nuevo mi
sexo. Su pulgar estaba jugando con mi clítoris mientras la palma de su mano
continuaba masajeando mis labios mayores-. Momento. De cómo… te… portes-me eché
a temblar, y Alec sonrió.
-¿Me estoy portando bien ahora?
-S-sí…
-Bueno, entonces quizá sea momento de aprovechar-reflexionó,
y sin dejar de atender el paraíso amurallado por mis muslos, cogió el paquetito
plateado que tenía en mi mano libre, lo rasgó con los ojos fijos en los míos,
que apenas podían verlo del gusto que me daba cómo me estaba masturbando, y se
colocó el condón.
Tiró de mis bragas para apartármelas y dejó escapar un
gruñido de satisfacción cuando colocó la punta de su miembro en la entrada de
mi vagina. Yo había protestado cuando me soltó, pero mi protesta se convirtió
en sonrisa y en un jadeo cuando entró en mi interior.
Me cogió la cara y me obligó a mirarlo.
-¿Qué te tengo dicho que hagas cuando empiezo a
follarte, Sabrae?-me riñó, autoritario, y me mordí el labio y empecé a moverme
sobre él.
Grité. Gemí. Le susurré que no parara, que qué bien
follaba, que cuánto me gustaba, que ninguno me hacía disfrutar como él. Salté
sobre su regazo y dejé que él se moviera dentro de mí, haciéndome llegar más
lejos que ningún otro. Cuando estallé en un increíble orgasmo, me regodeé en
sentir cómo él acababa a la vez que yo, con sus manos en mis pechos, su boca en
la mía y su sexo bien hundido en mí.
Había cerrado los ojos con la cabeza echada hacia
atrás. Dejó caer las manos a ambos lados de mi cuerpo y yo, con ganas de
guerra, tomé su rostro entre mis manos y le hice mirarme.
-¿Qué te tengo dicho que hagas cuando te corres, Alec?
Él se echó a reír.
-Me he portado mal, ¿eh?
-Te mereces un castigo.
Y lo saqué de mi interior. Alec refunfuñó por lo bajo,
y cuando me senté a su lado y rebusqué en los bolsillos de mi abrigo para ver
si tenía algo con lo que limpiarme, se me quedó mirando con interés.
-¿Tienes un pañuelo?
-No, pero puedo limpiarte con la lengua, si quieres.
Le di un empujón y me eché a reír. Luego, mimosa, me
acurruqué contra él. Me hice un ovillo y me apoyé contra su cuerpo. Él tiró de
su abrigo para taparme la espalda con él, y yo sonreí. Era tan bueno…
-Prométeme que no vas a permitirme que te dé celos
otra vez.
-Ni hablar. ¿Perder la ocasión de que te vayas con
otros para que luego me digas que no hay ninguno mejor que yo? ¿Por qué iba a
hacer eso?-se echó a reír y yo me uní a él. Nos besamos otro poco más, y luego,
cuando empecé a estremecerme, él anunció que iba siendo hora de volver a casa.
-No quiero irme.
-Ni yo enterrarte. Vas a ponerte enferma. Venga,
¡arriba!-me dio una palmada en el muslo y se levantó. Extendió la mano en mi
dirección, pero yo me la quedé mirando.
-¿Es que toda esta bronca no te ha servido de nada?
¡Deja de decidir por mí!-protesté, juguetona, dándole un manotazo para rechazar
la mano que me tendía.
-No quiero que dejes de llamarme “papi”. Me he
acostumbrado.
Puse los ojos en blanco, me levanté, me limpié las
rodillas de la suciedad del banco y eché a andar, muy digna, hacia la salida
del parque. Ni siquiera le di un beso de despedida, así que no era de extrañar
que viniera detrás de mí. Sin embargo, cuando escuché sus pasos haciéndome de
estela, me volví.
-¿Qué haces?
-Te acompaño a casa.
-Alec, es tarde y hace frío. No deberías andar por
ahí.
-Te digo lo mismo.
-Puedo ir sola perfectamente-espeté, pero quería que
insistiera para venir conmigo-. No necesito que me acompañes.
-Intenta impedírmelo.
Puse los ojos en blanco, negué con la cabeza, y cuando
me di la vuelta y supe qué él no podía verme, sonreí.
-Sé que te estás riendo-anunció a mi espalda.
-No es verdad-repliqué, sonriendo aún más. Alec se
echó a reír, y a mí no se me ocurrió mejor capa de superheroína que aquella. Me
detuve para permitirle alcanzarme y, cuando sus ojos chispearon con curiosidad
al mirarme, me encogí de hombros-. No puedo dejar que vengas siguiéndome como
si fueras un psicópata.
-Yo estaba pensando más en el concepto de
guardaespaldas, por eso de que nunca se separan de ti y en ocasiones te sacan
de algún que otro apuro-me guiñó el ojo, me rodeó la cintura y me dio un beso
en la frente. Sonrió cuando yo me reí, y así, con su mano en mi cintura y la
mía tras su espalda, nos dirigimos a mi casa. Apenas hablamos durante el
trayecto: teníamos tiempo de sobra para decirnos todo lo que se nos antojara.
Ahora que el tiempo se inclinaba en una reverencia hacia nosotros, no sentíamos
la necesidad de recuperar el tiempo perdido.
O puede que un poco sí. Puede que, en el fondo,
nuestro silencio tuviera la intención de hacernos aprovechar al máximo cada
minuto que estábamos juntos. Si hubiéramos ido hablando, no podríamos habernos
fijado en el suave balanceo en que nuestro caminar hacía que nuestros cuerpos
se mecieran. No habríamos escuchado el sonido de nuestros pasos en el asfalto.
No nos habríamos fijado en las nubecitas de vapor saliendo de la boca del otro.
Nuestras manos apenas serían una extensión de nuestros cuerpos. No sentiríamos
las ligerísimas caricias involuntarias que nuestros cuerpos se propinaban.
Si hubiéramos hablado, lo habríamos hecho sobre
tonterías, y no estábamos para malgastar los deliciosos momentos después de la
reconciliación con gilipolleces. Así que permanecimos en silencio.
No quería llegar a mi casa; quería seguir caminando
horas y horas abrazada a Alec, hasta que me dolieran los pies, hasta que
saliéramos de Londres. Quería recorrer el país con su mano en mi cintura y la
mía en la suya, con su voz como única radio en la que amenizar el viaje, y el
lento ritmo de sus pasos haciendo las veces de traqueteo. Pero llegamos. Por
desgracia, el parque estaba cerca de mi casa, y también de la suya, así que el
viaje no se prolongó durante toda la noche. Cuando doblamos la esquina de mi
calle, sentí que una parte de mí se desinflaba, como cuando estás prolongando
la fiesta y quieres irte a casa porque ya estás cansada, pero a la vez no terminas
de querer subirte al primer autobús.
-¿Hasta dónde me acompañas?-pregunté cuando llegamos a
la esquina de mi verja, y Alec respondió con resolución:
-Hasta la puerta.
Siempre adoraría aquel don suyo para decir lo que yo
más quería oír. Era una cualidad que no tenía mucha gente, y que desde luego no
todos los bendecidos con ella dominaban, pero Alec no era de los que se
amedrentaban. Las palabras surgían de él como si las dictara el mismo destino,
como si los dioses le hubieran concedido el inmenso privilegio de poder leer lo
que habían escrito en los libros en los que se resumían nuestras historias.
Abrimos la verja, la cerramos, subimos las escaleras,
nos adentramos en el porche, y yo me volví. Toqué el interruptor y la pequeña
bombilla del techo se iluminó para que pudiera introducir la llave en la
cerradura, pero no quería hacerlo. No quería irme aún. No quería que Alec se
fuera. Quería mirarlo, bajo la luz amarilla de aquella bombilla encerrada en
una lámpara que parecía la del farol que recibía a Lucy en Narnia, guiando mis
pasos y haciendo las veces de faro de la esperanza cuando Scott llegaba de
fiesta a altas horas de la madrugada. Quería ver las sombras que aquel farol
vertería sobre el rostro de Alec, los pequeños fantasmas que bailarían en su
expresión con cada movimiento que él hiciera, convirtiéndolo en el mejor
coreógrafo del mundo.
Le agarré las solapas del abrigo y tiré de él para
acercarlo de nuevo a mi rostro. Comenzamos a besarnos lentamente, pero con una
profundidad que me dolió. Nuestras lenguas parecían querer limpiar los posos de
dolor que quedaban en nuestras almas, los horribles recuerdos de esas semanas
separados. Su nariz, fría, se frotaba contra la mía cada vez que cambiábamos de
posición, o que nos alejábamos un poco para poder respirar. Mi pelo, frío, se
colaba de vez en cuando en nuestras bocas, haciendo que tanto Alec como yo
lucháramos con él para apartarlo. Sus manos estaban en mi cintura, se colaban
en los bolsillos de mi abrigo, y las mías hacían lo mismo, acariciando el borde
de una carta que había hecho con todo mi amor, pero que ahora le pertenecía
exclusivamente a él. Ni siquiera la artesanía más fina y personalizada cambiaba
con tanta rapidez e integridad de dueño.
-No quiero que te vayas-susurré, en el mismo tono
suplicante con el que animas a una tímida llama en medio de una ventisca para
que no se apague y no te deje en la estacada. Alec negó con la cabeza.
-Y no me voy a ir. Incluso cuando no estemos juntos,
seguiré estando aquí-me puso una mano en el pecho y yo gemí. Me gustaba aquel
contacto. Me gustaba su seguridad. Me gustaba que fuera sentido incluso cuando
nuestros cuerpos hablaban un idioma diferente a nuestras almas. Me gustaba que
le diera profundidad a todo lo que estábamos haciendo.
El frío calaba mis huesos, me hacía recordar en qué
invierno más crudo había estado viviendo, lo inmensa que había sido mi cama y
lo poco que habían hecho mis hermanos para conseguir calentarla. Y lo supe. En
ese momento, lo supe. No podría dormir sola, no después de estar con él así. Le
necesitaba. Necesitaba que él me tapara con las mantas, y que su cuerpo le
diera calor al mío, y…
… necesitaba desnudarme para él.
Qué delicioso
sería que él me calentara, pensé, tenerlo
en mi cama y soñar con él porque me estoy emborrachando con su olor.
Cerré los ojos, pasé los brazos por su cuello y tiré
de él hacia mí.
-Entra, por favor-le pedí en su boca, acelerando mis
besos, profundizándolos más de lo que creí posible-. Entra. Quiero hacerlo
contigo. Quiero hacerlo en mi cama. Lo de ahora no me ha bastado. Te echo de
menos, a todo tú. Entra-supliqué, enredando mis dedos en su pelo, aferrándome a
la vida que sólo él podía darme. Sus dedos se hundieron en mi cintura, sus
besos se hicieron más profundos, más insistentes. Parecían pedirme que abriera
la puerta y pasara a la acción, abandonando las palabras, pero…
Se separó de mí. Apoyó la frente sobre la mía y
respiró profundamente. Le estaba costando horrores mantener distancia entre
nosotros.
-No puedo-dijo por fin, y yo me sentí decepcionada y a
la vez aliviada de que alguien conservara la cordura. No debíamos
precipitarnos. Aquello no estaba bien. Debíamos tomarnos nuestro tiempo, elegir
mejor el día, poder estar juntos cuando no tuviéramos que taparnos las bocas
para no despertar a mis padres ni a mis hermanos…
Que le den.
Quiero que me tape la boca. Quiero todo con él, incluso cuando sea a medias.
-¿Por qué? Sí puedes-insistí-. Nadie
sabe que te has ido de casa. No tienes toque de queda. Puedes ir donde quieras.
Quiere venir a mi cama.
-Por supuesto que quiero ir a tu cama, bombón. Que
pienses que no lo hago incluso me molesta. Pero…-me acarició la cabeza,
peinándome los rizos-. No puedo hacerle eso a tu hermano-parpadeé. Scott.
Claro. Ni me acordaba de él. Pero Alec, sí. Le tenía más presente de lo que
estaba dispuesto a admitir. Era un buen amigo, el mejor de todos-. Se acaba de
pelear con Tommy y me necesita. No puedo ir a su casa para follarme a su
hermana-en sus ojos pude ver cómo desentrañaba un rompecabezas. Nos habíamos
reconciliado en el último momento, pero a la vez, era el peor posible. Ahora
que Scott y Tommy se habían enfadado y separado, Alec tendría que dividir su
tiempo entre sus amigos, haciendo malabares para también prestarme atención a
mí.
Además, Scott estaba más tocado que Tommy. Le habían
expulsado del instituto, mientras que Tommy seguía con su rutina intacta. Por
lo menos, Eleanor había vuelto con él, pero todo lo demás era terreno desconocido
para mi hermano. Nos necesitaba allí para él.
Asentí con la cabeza.
-Entonces, ¿no vas a venir hasta que Scott y Tommy lo
arreglen?
Alec frunció el
ceño.
-¿Qué? No, por supuesto que no. Yo tengo tanto derecho
a vivir mi vida como ellos lo han hecho cuando tú y yo estábamos mal. Es sólo
que hoy no me parece apropiado, ¿comprendes? Todo es demasiado reciente. Quiero
que las cosas reposen un poco. Pero mañana, por ejemplo…
¿Mañana?
¡Mañana
es perfecto!
-¡Mañana, sí, por favor!-pedí,
entusiasmada, casi dando saltitos frente a él, y Alec se echó a reír.
-De acuerdo, pues mañana entonces quedamos, y vemos lo
que hacemos, ¿te parece?
Asentí con la cabeza a tanta velocidad que bien podría
haberme causado una lesión cerebral. Después de tanto tiempo viendo pasar los
días, era genial tener algo que anticipar de nuevo. Me dolían las mejillas de
tanto sonreír. No me podía creer que mi suerte hubiera cambiado tanto en tan
poco tiempo.
Enternecido, Alec se inclinó hacia mí y me dio un
suave beso en los labios, como hacía siempre que se hacía repentinamente
consciente de lo pequeña que era en comparación con él. Todo el mundo que nos
viera diría que hacíamos una pareja curiosa: a pesar de las diferencias entre
nosotros, parecíamos hechos para estar juntos. Nos compenetrábamos de una forma
en no lo había hecho jamás con nadie: donde yo era baja, Alec era alto; donde
yo era seria, Alec era respondón; donde yo me enfadaba rápido, Alec era
tranquilo. Y eso nos gustaba. Nos gustaba mucho.
-Entonces, ¿nos vemos mañana?-pregunté, queriendo
confirmar mi suerte, y Alec asintió con la cabeza.
-Nos vemos mañana. De tarde te envío un mensaje y
concretamos.
-Me parece bien. Dios, ¡tengo muchas ganas!-estallé,
emocionada, brincando de nuevo, y Alec buscó mi boca y frotó su nariz con la
mía.
-Y yo, Saab. Me apeteces. Muchísimo.
-Me apeteces-respondí, dándole un último piquito de
despedida, colgándome de sus hombros, estrechándolo entre mis brazos y dejando
que él me estrechara a mí. Las piezas que me componían y que se habían roto
cuando nos peleamos crujieron de nuevo, ya ajustadas en sus respectivos
lugares. Nos dimos un último beso en los labios y él esperó a que yo me girara
y abriera la puerta. Ya con ella abierta, la empujé suavemente, y lancé una
exclamación de sorpresa cuando me cogió de la mano, me dio un último beso (un
buen morreo de despedida, marca de la casa) y me acarició la mejilla con
cariño.
-Definitivamente los viernes son nuestro día, ¿eh,
nena?
-Técnicamente-respondí, mirando el reloj del
vestíbulo-, ya es sábado.
Alec se echó a reír.
-Cómo he echado de menos esa boquita sabelotodo.
Bueno, pues hasta mañana. Mañana entendido como sábado, quiero decir, porque yo
sigo viviendo en viernes-me guiñó un ojo-. Vivo anclado en el pasado.
-Yo también. Sobre todo, porque no puedo dejar de
pensar en lo que acabamos de hacer. Aún te siento dentro de mí.
Le dediqué mi mejor sonrisa de niña buena y le cerré
la puerta en las narices, porque me encantaba tener razón. Apoyé la espalda en
la puerta y dejé escapar un suspiro, sonriente. Me puse de puntillas para echar
un vistazo por la mirilla y me encontré con el ojo de Alec clavado en ella. Al
ver que la luz que manaba del interior de la casa se apagaba, Alec agitó la
mano frente a la puerta y empezó a tirarme besos. Me reí.
-Márchate ya-le insté-, o no aceptaré un no por
respuesta cuando vuelva a invitarte a mi cama. Y lo digo en serio.
Alec rió al otro lado de la puerta, asintió con la
cabeza, levantó el pulgar y me tiró más besos. Agitó la mano y después de
marchó. Me quedé mirando cómo se deslizaba como un fantasma guapísimo por el
camino de entrada, y cuando su silueta dejó de recortarse contra la calle,
apagué la luz del porche.
Mi teléfono vibró mientras echaba los cerrojos y me
descalzaba. Pensando que era Scott preguntándome si era yo la que hacía ruidos
en casa, esperé hasta quitarme el abrigo y dejarlo colgado en el perchero para
mirar la pantalla. Sonreí al ver el mensaje. ¿Cómo iba a ser Scott? Seguro que
mi hermano estaba roncando en su habitación.
Ni
siquiera has echado el pestillo, y ya te echo de menos.♥
Sonreí, toqué la pantalla y
empecé a teclear.
Pues lo haces porque quieres. En mi cama había sitio
para los dos. Y ahora, si me disculpas, tengo sueño atrasado. Me voy a dormir.
Bloqueé el teléfono y empecé a
subir las escaleras. Justo estaba delante de la puerta de Scott cuando recibí
mi respuesta.
Eres cruel, mujer. ¿Me merezco yo este trato?
¿Me merezco yo dormir sola?
No seas rencorosa. Tienes toda la vida para dormir
conmigo. Aprovecha tu cama mientras puedas, que una vez me metas en ella, no podrás sacarme.
Sonreí.
Ésa es la idea.
Y, con la idea de la noche que
íbamos a pasar al día siguiente, con la esperanza de que nos fuéramos con más
ganas a la cama si yo no dormía en ella aquella noche (y, ¿por qué no?, también
con ganas de rabiar un poco a Scott, que bien lo necesitaba), entré en la
habitación de mi hermano.
Efectivamente,
había salido de casa sin llaves, tal y como le había dicho a Sabrae. Aunque,
sinceramente, viendo cómo había ido la noche, lo cierto es que me daba un poco
igual. Después de reconciliarme con ella y prácticamente haberle prometido que
pasaría la noche siguiente en su cama (aunque puede que lo dijera por la mezcla
de excitación y cansancio), dormir en la calle a unos pocos grados sobre cero
tampoco me parecía tan mal. Estaba pletórico. Casi andaba dando brincos por lo
bien que había empezado el día.
¡Si habíamos echado un polvo, y
todo! ¿Cuántos tíos podían decir eso? A ver, no es que yo me considerara el
inventor de los polvos de reconciliación, ni mucho menos, aunque sí que había
descubierto lo increíblemente infravalorados que estaban. Incluso estaba
trazando planes para volver a pelearme con Sabrae, aunque sólo durante unas
pocas horas, y poder volver a tener una reconciliación como la que acabábamos
de tener en el parque. La forma en que me había dejado meterle mano, cómo se
había frotado contra mí, cómo había gemido cuando le manoseé las tetas y su
forma de correrse a la vez que yo… jo-der, hermano. Se me estaba poniendo dura
sólo de pensarlo.
Estar con ella merecía la pena de
mil discusiones, aunque no creía que hubiéramos salido ganando. Lo habíamos
pasado muy mal, nos habíamos hecho mucho daño, pero al final, todo había
quedado en nada, o quedaría muy pronto. Y ahora, ¡teníamos planes para la noche
siguiente! ¡La vería desnuda! Estaba pletórico. Podría haber entrado a mi
habitación dando un brinco de tan feliz que estaba, pero mi vida no era una
serie de dibujos animados, y yo no había desarrollado superpoderes milagrosos.
Cuando llegué a mi casa, le envié
un mensaje a Sabrae para tranquilizarla, por si acaso se había quedado
despierta hasta que supiera que había llegado bien. Siempre lo hacía cuando la
acompañaba, y ahora que las cosas estaban bien de nuevo entre nosotros, no
podía esperar a que todo volviera a ser como antes.
Me detuve sobre el felpudo, lo
pisoteé despacio varias veces, y solté una maldición por lo bajo. Mamá siempre
protestaba cuando dejaba una llave de repuesto debajo de la alfombrilla de bienvenida,
y la quitaba cada vez que se le presentaba la ocasión. Muchas veces había
tenido que recurrir a la llave de repuesto que tenía Jordan en su habitación,
siempre volviendo de fiesta, siempre estando tan borracho que deberían aplaudir
que fuera tan precavido de no llevar las llaves encima, por si acaso las
perdía. Pero nada. Mi madre no veía más allá de su paranoia y se negaba en
redondo a dejarme una oportunidad de entrar en casa con un mínimo de dignidad e
independencia.
Dado que me había largado sin
llaves, tampoco tenía la cartera ni tarjetas para intentar abrir la puerta.
Tenía que recurrir a mi imaginación. Rodeé la casa, y me encontré con que todas
las ventanas del garaje, incluso la que nadie sabía que yo dejaba abierta a
propósito, estaban cerradas. Emití un gruñido de pura frustración y volví de
nuevo a la puerta principal. Pegué la cara a los cristales translúcidos,
rezando porque mi suerte con Sabrae se contagiara a mi casa, y por un milagro
mi hermana hubiera bajado a por un vaso de agua en el momento en que yo llegué.
Di varios toquecitos en la puerta. Trufas, con sus orejas del tamaño de
Siberia, era como un perro guardián. Si escuchaba un ruido dentro de casa,
bajaba corriendo a investigar, como si fuera una bestia de 600 kilos en lugar
de 6. Pero el conejo con complejo de mastodonte no estaba por la labor de
echarme un cable, así que…
Me dirigí al invernadero, con los
dedos cruzados, y me encontré con la puerta abierta. Atravesé las plantas de mi
madre en la oscuridad y me fui derecho al cajón de los utensilios de
jardinería, rezando en todos los idiomas que se me ocurrieron para que mamá no
hubiera usado la copia de las llaves que siempre guardaba en el invernadero de
cristal por si se cerraba alguna puerta. ¡Ajá! Allí estaban. Parece que no
dormiría a la intemperie, después de todo.
Atravesé el jardín de vuelta a la
casa, e introduje la llave en la cerradura de la puerta corredera del comedor. La
abrí tan despacio como pude, y le siseé para que no hiciera más ruido del
necesario cuando empezó a arrastrarse, acusando el tiempo que hacía de la
última vez que le habíamos echado aceite. Anoté mentalmente hacerlo a la mañana
siguiente, nada más levantarme.
Cuando ya había una rendija por
la que creí que podía colarme, me metí dentro de la casa y cerré tan despacio
como antes, cerrando los ojos y haciendo una mueca acusando el ruido. Bufé
cuando escuché el golpecito que indicaba que la puerta había llegado a su tope,
recorrí la casa a oscuras: salí del comedor para entrar en la cocina, atravesé
la cocina, fui a dar a la estancia de las escaleras, y entré en el vestíbulo
para dejar los zapatos. No podía permitirme hacer ruido con ellos; ya pensaría
una excusa mañana por la mañana, cuando mamá me preguntara cómo es que habían
criado patas y se habían movido de mi habitación por sí solos.
Justo cuando pensé que me había
librado de ser descubierto y que tenía futuro como espía, me dirigí a las
escaleras.
Y entonces, la luz del salón se
encendió y la inconfundible silueta de mi madre envuelta en un batín con Trufas acurrucado en su regazo se
materializó ante mí.
Si hubiera tenido un par de años
más, no fuera deportista, o sufriera de alguna cardiopatía, me habría quedado
en el sitio. Joder, ¡casi me cago encima!
-¡Hostia!-bramé, dando un brinco y
sintiendo cómo mi corazón se ponía a latir enloquecido. Mamá parpadeó despacio,
examinándome de arriba abajo. Frunció el ceño.
-¿De dónde vienes?-preguntó con
voz gélida, y un escalofrío me bajó por la espalda. Algo me dijo que llevaba
esperando a que volviera desde que había salido de casa.
-De… eh… por ahí.
-De por ahí-repitió mamá, nada
convencida con mi aborto de coartada.
-Sí, yo, eh… pues… tenía que
despejar. Ya sabes, tengo muchas en la cabeza, mami, y…
-Ni mami ni hostias-gruñó,
levantándose, y Trufas abrió tanto
los ojos que me recordó a uno de esos peces a los que podían salírseles de las
órbitas si les dabas un susto lo bastante gordo-. O me dices inmediatamente de
dónde vienes, con coordenadas y todo, o te juro por mi madre que no vuelves a
ver la luz del sol, Alec Theodore Whitelaw-instó, y yo me estremecí, me pasé
una mano por el pelo y abrí la boca para responderle, pero ella no me dejó-.
¡Eso! ¡Miéntele a tu madre, venga!-casi aulló, y Trufas, con muy buen criterio por su parte, decidió lanzarse en
caída libre de su regazo. El conejo salió huyendo de allí, despertando mi
envidia-. ¿A ti te parece que este tren de vida que llevas es sostenible,
Alec?-ladró, acercándose a mí a tanta velocidad que me recordó a un tren. Me
encañonó con un dedo acusador que me dio más miedo que el cañón de un
Kalashnikov-. ¡Mira a qué horas te vas de casa! ¡Y sin avisar! ¡Se tiene que
acabar esto! ¡Y se va a acabar ya!
¡Llevas viviendo como un sultán toda tu vida, pero se te ha acabado el chollo,
amigo! ¡No haces más que darme disgustos! ¡Casi me da un infarto cuando te
escuché irte, ¡creí que habían entrado a robar!
-No quería despertarte.
-No querías despertarme, ¡y una
mierda!-ladró, y yo di un paso atrás instintivamente-. ¡Lo que no querías era
que te cazara escapándote de casa de madrugada para irte de folleteo con una de
tus golfas! ¡¿A ti te parece que los problemas se solucionan echando polvos,
Alec?! ¿Tan mal te he criado? ¿Es por eso por lo que tienes la inteligencia
emocional de un protozoo? ¿Por eso sólo piensas en estar dale que te pego todo
el día, eh? ¿Qué sacas con tanto folleteo, a ver? Pareces adicto al sexo. Me
estás preocupando, Alec. ¿A ti te parece que éste es un plan de vida decente?
¿Con cuántas chicas has estado hoy, eh? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco?
-Mamá, por favor, no me insultes.
Yo a las mujeres, las atiendo bien-solté antes de poder reprimirme-. Habría
tenido que dejar a medias a todas las chicas si me hubiera liado con cinco en
el tiempo que he pasado fuera de casa.
Me soltó un tortazo.
Si tengo que ser sincero, me lo
acababa de buscar, aunque me parecía una respuesta un pelín exagerada. A fin de
cuentas, no había hecho nada de lo que ella me acusaba. Joder, si me había ido
para hacer las paces con Sabrae, no para intentar coger un herpes. Me merecía
un aplauso, pero un aplauso con dos manos, no un aplauso en mi cara. Sólo tenía
derecho a gritarme, y puede que a insultarme un poquito, porque estaba sólo se
había enfadado con razón por haberme escapado y haberla dejado preocupada.
-¡Encima te burlas de mí! ¡Es que
esto es indignante! ¡Me tienes harta, Alec, harta! Con lo preocupada que estaba
por ti, pensando adónde habrías ido, y ahora vuelves a casa con la cara llena
de pintalabios y todavía te me pones chulo. Esto no puede seguir así, Alec.
Nunca pensé que fuera a tener que meterme en tu vida sexual, pero es que no me
dejas otro remedio. Te prohíbo que te acuestes con ninguna chica-ordenó, y a mí
me entraron ganas de descojonarme, pero eso habría hecho que mamá me calzara
otra hostia-. Dado que no puedes parar por ti solo, te pararé yo. No puedes
seguir así. Entiendo que estés dolido por lo que te ha pasado con Sabrae, pero
tirarte a todo lo que se mueve no es la solución.
-No es lo que piensas, mamá.
-¿Disculpa? Encima no intentes
tratarme de tonta, Alec. Sé lo que está pasando aquí. Lo sé de sobra. Si lo
llevas pintarrajeado por la cara. ¡Por dios, incluso si no te hubieras acostado
con una chica que no gana para un pintalabios decente…!
-La chica es millonaria-solté,
pero ella no me hizo casa.
-¡… es que todo tu cuerpo te
delata! ¡Tu sonrisa chula, el pelo revuelto, los ojos brillantes!
-Y el pintalabios es de su
madre-añadí.
-¡Pues peor me lo pones! ¿Es que
ni siquiera tiene sus propios cosméticos para ir a liarse con un chico? Por
Dios bendito, ¿qué os pasa a los jóvenes de hoy en día? No tenéis respeto por
nada, sólo pensáis en folleteo, folleteo y más folleteo, y… ¡y todavía dices
que no es lo que parece, como si yo fuera estúpida, como si no te viera la cara
llena de pintalabios, como si…!
-El pintalabios es de
Sabrae-solté a bocajarro, y mamá se detuvo a media perorata. Alcé las cejas.
Ella abrió los ojos y la boca. Trufas
se asomó a las escaleras, y yo asentí con la cabeza.
-¿Có… cómo dices…?
-Pues eso. Que el pintalabios es
de Sabrae. He estado con Sabrae. Mi golfa de la noche ha sido Sabrae. Bueno, mi
golfa de la noche y la de todas las noches que estén por venir, espero. Nos
hemos reconciliado-expliqué, orgulloso, hinchándome como un pavo-. Volvemos a
estar bien. Claro que quizá yo siga necesitando ayuda profesional después de
todo, porque después echamos un polvo bestial en el parque, y por eso tengo
toda la cara de un pintalabios malísimo que, por cierto, es de Sherezade. Tu
amiga Sherezade-la pinché, porque era mi
momento y no iba a desperdiciarlo-. La que te llevó gratis el divorcio con
mi padre y aceleró los trámites para que yo pasara de ser un Cooper a un
Whitelaw. Con la que te tomas el té y marujeas sobre mi vida sentimental. Quizá
debas considerar decirle que cambie de marca de pintalabios en una de vuestras
sesiones de marujeo-me encogí de hombros-. Al fin y al cabo, tu enfado no está
del todo injustificado. Una abogada de su caché no debería ir por el mundo con
un pintalabios que no esté a prueba de morreos. Imagínate que Zayn va a verla y
se enrollan en su despacho y luego sale con todo el maquillaje corrido. Qué
escándalo.
Me llevé una mano a la cara
teatralmente y parpadeé todo lo rápido que pude.
Mamá agitó la cabeza como lo
hacen los pavos y se irguió todo lo que pudo, aunque ni por esas consiguió que
sus ojos estuvieran a la altura de los míos.
-A mí no me hables así, Alec, que
soy tu madre. Ten más respeto.
-¿Respeto? ¡Díselo a la hostia
que me acabas de calzar completamente de gratis, mamá!
-¡Es que estaba muy preocupada
por ti! ¡Quería que espabilaras! Lo siento mucho, hijo. Ven que te dé un beso.
-No, no quiero besos. Déjate de
historias, mamá-bufé, apartándome de ella y escabulléndome lo más rápido que
pude. Mamá dejó caer los puños a ambos costados.
-Te he dicho que vengas para que
te dé un beso. Déjame disculparme. No te lo pienso repetir.
-No te has disculpado. Estoy muy
dolido, mamá, física y emocionalmente. Jamás habría pensado que me creerías
capaz de todas esas cosas horribles de las que me acusas. ¿Qué es eso de que no
hago más que follar cuando tengo un problema?
-¿Cuándo te has enfrentado a tus
problemas de forma adulta y madura?
-¿Qué es esto? ¿Un
interrogatorio? ¿Llamo a Sherezade para que me asista, o qué? ¿Todo lo que diga
será usado en juicio en mi contra?
-No vas a conseguir distraerme,
Alec. Ven, dame un beso y hagamos las paces.
Bufé, fingiendo reticencia, pero
la verdad es que estaba cariñoso. Envolví a mamá con los brazos y dejé que ella
me cubriera a besos.
-Estaba muy preocupada por ti,
cariño. Y también estaba enfadada. Lo siento. ¿Te he hecho daño?
-Sí-lloriqueé, y mamá se echó a
reír, me dio un beso en la mejilla y me acarició despacio la piel.
-Ale, ale. Ya está, mi niño
precioso. Con un beso, se te curará antes.
-Bien-sentencié, haciendo un
puchero, y mamá se echó a reír y me sonrió.
-Así que… ¿tú y Sabrae estáis
juntos de nuevo? Eso es genial. ¿Cuándo vas a traértela a comer a casa?
Me separé de ella.
-Buenas noches, mamá.
-¿Mañana está libre?
-He dicho buenas noches, mamá-repetí, subiendo las escaleras.
-Cuando vayas a traerla,
pregúntale qué quiere y avísame con tiempo, para poder practicar y que me salga
perfecto.
Me volví para mirarla en la parte
superior de las escaleras y agité la mano como si perteneciera a la familia
real.
La tarde siguiente me tocaba
curro, pero conseguí cambiar el turno para no ir tan pillado de tiempo y de
paso estar con Chrissy y contarle las novedades. Cuando le conté la reacción de
mi madre, se rió tan fuerte que echó por la nariz el refresco que había estado
bebiendo.
Estábamos ella, Barbara, otra de
las encargadas de la furgoneta y que siempre tenía el mismo turno que Chrissy,
y yo, sentados en el suelo del almacén, algo muy poco recomendable, esperando a
que terminara nuestro turno o que entrara algún reparto en menos de dos horas.
Dado que yo me había pasado la semana haciendo de ángel de la guarda de todos
aquellos que habían hecho pedidos sin pagar por el envío rápido, nos habíamos
encontrado con que no teníamos ningún reparto pendiente que hacer en fin de
semana, así que estábamos tirados sin hacer nada.
O sin trabajar, más bien, porque
yo estaba atacado. Me había despertado esa mañana con más ganas incluso de
verla, y con más ansias de estar con ella y con la determinación de estar en su
casa, todo para que, encima, me enviara un mensaje diciendo que no hiciera la
cama esa tarde, que no iba a dormir en casa.
Lo había recibido en pleno
reparto con Chrissy, y cuando le enseñé el mensaje, ella cerró el pestillo de
la puerta para que no me tirara en marcha y fuera corriendo a la primera
estación de metro que encontrara para ir ya
a follar con Sabrae.
Visto en retrospectiva, me daba
vergüenza cómo me había comportado como un orangután falto de sexo y lo poco
que había tenido en consideración los sentimientos de Scott. Sabrae se había
pasado la mañana de paseo con su hermano, yendo de compras y entreteniéndolo
para que no pensara en lo que había pasado con Tommy, y yo, bueno… entre sobar
y cascármela había hecho tiempo hasta la hora en que ella me envió el primer
mensaje preguntando qué haríamos de noche. Le apetecía salir de fiesta. A mí me
daba igual. Yo lo que quería era estar con ella. Sinceramente, si me ofrecía ir
al parque a recoger hojas para su trabajo de ciencias, me parecería bien.
Siempre y cuando, claro, en el
parque hubiera algún rinconcito íntimo donde pudiéramos… ya sabes… como decía
mi madre, “folletear”.
-¿Debería decirle que cancelemos
lo de la fiesta y que me voy a su casa a las nueve?-le pregunté a Chrissy en la
furgoneta, en un semáforo, y Chrissy me miró.
-¿Es que no te apetece bailar con
ella?
-A ver, Chrissy, me apetece más
follármela tanto que se me termine cayendo la polla a cachos, pero bueno, si
ella quiere bailar, tampoco es que me vaya a quedar enfurruñado en un rincón,
¿sabes?
Chrissy parpadeó.
-A mí nunca me has dicho que
querías follarme tanto que se te terminara cayendo la polla a cachos-hizo un
puchero. Le puse la mano en la rodilla.
-¿Quieres que te lo diga ahora?
¿Por los viejos tiempos?
-¡Alec! ¡Ya hemos echado el polvo
de despedida!
-¡Por Dios, Chrissy! ¡Ya lo sé!
¡Ni que ese coño tuyo me hubiera dado pocos problemas con Sabrae como para
encima buscarme más! Te lo diría de forma hipotética. O hablando del pasado.
-No renuncies a salir de fiesta
con ella. Lo echarás de menos algún día-me había aconsejado en la furgoneta, y
yo había decidido seguir su consejo… por el momento. Me hizo tener la mente
fría, y poder pensar en Scott.
Llevaba con él rondándome la
cabeza desde que nos sentamos a comer los aperitivos de la máquina expendedora
de los de administración. Chrissy estaba dándole mordisquitos a un sándwich de
cangrejo; yo me había hecho con una bolsa de patatas fritas, y Barbara era la
de la caña de chocolate.
-Duda-anuncié, y las dos me
miraron-. ¿Cómo hacéis vosotras para animaros cuando estáis tristes?
-Me atiborro a pasteles-dijo Barbara con aburrimiento.
-Te llamo para follar-Chrissy se encogió de hombros, y
Barbara puso los ojos en blanco.
-Las hay con suerte.
-¡Tía!
Solté una carcajada que hizo que varios de los
repartidores me fulminaran con la mirada. Ahora que Chrissy y yo ya no nos
acostábamos, se suponía que debía dejarla libre para que le tiraran la caña,
pero éramos demasiado amigos como para que yo me preocupara por la vida sexual
de los zopencos que tenía por compañeros.
-Veréis, es que acabo de amigarme otra vez con
Sabrae-comenté, más para Barbara que para Chrissy, que ya estaba al tanto de
todo, pero ya que quería doble consejo, lo justo era que las dos tuvieran la
misma perspectiva-, y las cosas van a ir muy bien entre nosotros ahora, y
después de todo lo que hemos pasado pues yo… digamos que quiero aprovechar al
máximo el tiempo, ¿comprendéis? Llevo bastante sin estar con ella a solas al
margen de la noche pasada, en la que nos reconciliamos y básicamente follamos
en un banco… no me mires así, Chrissy.
-No me habías dicho que habíais follado
en un banco-soltó, incrédula.
-¿Y dónde coño querías que folláramos en un puto
parque, Christine?
-Ni lo pensé, la verdad. Me entró por un oído y me
salió por el otro. Es que no pensé que fueras de los que follan en sitios
públicos.
-Ya sabes que yo follo donde sea si se presenta la
ocasión-le di un toquecito en la rodilla y Barbara miró mi mano.
-Qué cantidad de oportunidades he perdido contigo…-suspiró
Chrissy.
-El caso-miré a Barbara, que asintió-. He quedado con
ella para esta noche, y vamos a ir de fiesta, a bailar y tal, o eso me supongo;
la verdad es que no hemos hablado de dónde habíamos quedado, sólo de la hora, y
lo que pasa es que a mí no me apetece irme de fiesta. O sea, quiero fiesta, pero
la quiero con ella, ¿sabéis?-las miré a ambas-. Pero tampoco quiero dejar a
Scott solo. La cuestión es… ¿os parecería rastrero si yo fuera a casa de Scott,
y de paso que lo veo, echo un polvo con Sabrae? Sed sinceras.
Sí, la idea se me había ocurrido a mí solito. Sí, era
un puto genio del efecto dominó, lo sabía. Si iba a casa de Scott, me aseguraba
de estar con él y hacerle un poco más amena la noche de sábado, que pasaría en
casa en compañía de sus padres o, con suerte, de su novia, pero muy aburrido y
muy solo, y, de paso, vería a mi chica en su territorio. En un territorio
repleto de camas. Un territorio al que ya me habían invitado.
-A ver, no vas a dejar de vivir tu vida porque un
amigo tuyo esté mal, no sé-reflexionó Barbara, y Chrissy asintió-. Cuando mis
amigas están mal yo estoy un poco machacada también, pero por ellas. Me
preocupo, pero no dejo de levantarme a ir a clase.
-Para el provecho que les sacas a las clases…
-Chrissy eres un puto grano en el culo así de claro te
lo digo.
-¿Entonces
creéis que estaría bien?
-A ver, no vayas a ver a Scott sólo por ver a
Sabrae-aconsejó Chrissy-, porque si él está mal entonces se sentirá peor
incluso. Como que no le importas, ¿me sigues, Al? Pero una cosa no quita la
otra. Yo creo que deberías ir a ver a Scott sobre todo. Y si Sabrae no está,
pues… no vayas a buscarla.
-Ya. Vale. Pero, ¿por qué no debería ir a buscarla?
-Porque eso es ser mal amigo. Bros
before hoes, ¿recuerdas? Si le dices que vas a verlo y te largas en cuanto
te dice que su hermana no está, sabrá que en realidad no vas a verlo a él, sino
que es tu excusa. Y no creo que le apetezca mucho ser la excusa de nadie-ahora
fue ella la que me dio unas palmaditas en la rodilla a mí-. ¿Por qué se han
peleado?
-Tommy se ha enterado de que Scott está con Eleanor.
-¿Quién es Eleanor?
-La hermana de Tommy, Chrissy. Joder, son famosos. Te
hice un croquis de las dos familias, ¿recuerdas?
-Es que se reproducen como conejos, Louis y Zayn
tienen como 80 hijos cada uno, aproximadamente-se quejó.
-Como para no tenerlos. Si yo estuviera casada con uno
de ellos dos, me pasaría la vida pariendo. Tendría que vivir 300 años para
poder llegar a la menopausia-rió Barbara-. Pero están cogidos los dos-chasqueó
la lengua-. Lástima. Al menos me quedan los hijos.
-Tienen novia los dos-le recordé-. Tommy está con
Diana Styles, la hija de Harry. Los llamamos Tiana, como la de Tiana y el sapo.
-Mi gozo en un pozo.
-Barbara si ni
siquiera le conoces, tenías cero posibilidades con él.
-Pero aun así, podía montarme películas con él o con
Scott. Me siento mejor que cuando me las monto con su padre.
-Zayn tiene 40 años-espeté.
-Tú te has tirado a una señora de 37, no es que estés
para hablar-me riñó Chrissy, y yo puse los ojos en blanco.
-Sabía que no te tenía que haber contado lo de la tía
del balneario en Grecia, es que lo sabía.
-El amor no tiene edad-replicó Barbara-, no deberías
avergonzarte.
-Y no me avergüenzo. El problema es que me pasé dos
días metido en casa por si su marido me encontraba. Jamás me había sentido tan
aliviado como cuando vi su crucero marcharse de Mykonos.
-Vale-bufó Chrissy, poniendo los ojos en blanco-, pero
tú no destruiste ninguna familia. Creo. ¿No?
-Ella era millonaria, estaba aburrida, su marido era
un impotente, y yo… pues bueno. Yo era un amable muchacho dispuesto a enseñarle
las maravillas de Grecia. Materiales e inmateriales-le guiñé un ojo a Chrissy y
ella puso los ojos en blanco.
-Los tíos follaríais con una señora de 80 años sólo
por presumir de que lo habéis hecho, es increíble.
-Yo sigo diciendo que el amor no tiene edad, y menos
cuando se trata de Zayn, que tiene un viaje de aquí a la India y volver.
-Es de Pakistán-puntualicé.
-Y tiene cuatro hijos,
Barbara.
-Eso es lo que me hacía sentir mal. Mira, tío-se
incorporó para mirarme-, yo de ti haría lo siguiente: me inventaba un pretexto
para ir a casa de Scott, le distraía, y si tu novia anda por ahí despendolada,
le mandas un mensaje diciéndole dónde estás y que vaya a toda leche a su casa.
-Sabrae no es de las que viene corriendo cuando sabe
dónde estoy.
-Pues debe de ser que folláis en la postura del
perrito, porque con lo bueno que estás debería perder el culo-Chrissy soltó una
sonora carcajada-. Y si se hace la dura, le mandas foto de la tableta o algo
así. O de la polla. Lo que más rabia te dé.
-Seguro que a Sabrae le apetece mucho ir a verlo si le
manda una foto de la polla-asintió Chrissy, mirándose las uñas-. Eres más simple,
tía…
-Decías que la tiene grande, ¿no?
-¿HABLAS DE MI POLLA CON LAS COMPAÑERAS DE
CURRO?-bramé, taladrando a Chrissy con ojos como platos.
-Barbara es especial. Y hay muchos semáforos en rojo
en Londres-me pellizcó el costado y yo bufé.
-Pues si la tienes lo bastante grande, irá-razonó
Barbara.
-Es lo bastante grande-repliqué, chulito, porque uno
no deja de ser nunca un sobrado, o al menos no del todo-. Incluso le hice daño
la primera vez. Que no es algo de lo que presumir, pero… es un dato a tener en
cuenta-le dediqué una sonrisa llena de dientes, y Barbara miró a Chrissy.
-Ahora entiendo por qué no dejaste de tomar la píldora
cuando lo dejaste con el gilipollas de tu ex.
-Siempre he tenido cierta filia con que se me corran
dentro. Cada cual es raro a su manera-replicó mi amiga, limpiándose pelusilla
del uniforme y levantándose a cumplir un pedido.
Barbara no tardó en irse y dejarme sentado en el
suelo, a solas con mis pensamientos, urdiendo un plan. En cuanto llegó la hora
de fichar, me levanté como un resorte y salí disparado con mi moto, con todo
cuadrado en mi mente. Pasé por casa, me cambié de ropa, fui hasta el
restaurante de Jeff y me aseguré de pedir todo lo que me permitiera mi salario
de la semana. Para cuando terminó de preparármelo todo, yo ya había enviado
mensajes a mis amigos diciéndoles que no me esperaran para salir, que había
cambiado de planes, y que se lo pasaran bien. Cogí las bolsas que Jeff me
tendió, con nuggets de pollo, patatas, hamburguesas y refrescos para alimentar
a un regimiento, y troté en dirección a casa de Sabrae, con una retahíla
desesperada alentando mi caminar.
Joder, espero
que esté en casa.
Ojalá no
se haya ido ya.
Madre
mía, es que como se haya marchado ya, a ver lo que tarda en ver mi mensaje.
Se acabó,
si se ha ido, iré a por ella. A ver qué excusa me invento para largarme de casa
de Scott.
Mimi me
ha dicho que Eleanor iba a ir a ver a Scott a su casa esa noche, seguro que
hasta prefiere que me largue.
Ojalá no
se haya marchado ya.
¿A qué
hora habrá quedado con sus amigas?
Hecho un verdadero manojo de nervios, subí de dos
zancadas los peldaños del porche de la casa de los Malik y llamé al timbre.
Tomé aire y lo solté despacio, intentando tranquilizarme, deseando que fuera
Saab quien me abriera la puerta, pero…
No hubo suerte. Y la decepción en la cara de Scott fue
palpable; por lo menos yo conseguí disimularla, aunque también quería ver a mi
chica, no al lerdo de uno de mis amigos. Me molestó un poco que se desinflara
al verme, ¡estaba renunciando a una fiesta por él! ¡Un poco de gratitud! Puse
los ojos en blanco.
-Estamos a mediados de mes; se me ha acabado el dinero
para las putas, perdón por ser de clase obrera-sonreí con satisfacción-. Pero
en mi defensa diré que me lo he gastado en ti, tesorito. Porque me gusta
tenerte contento-le pellizqué la mejilla y Scott se apartó para poder
fulminarme con la mirada.
-¿Qué haces aquí, Al?
Levanté el cubo de palomitas que le había pedido a
Jeff y alcé las cejas.
-Noche de pelis-informé, y él bufó.
-Va a venir Eleanor.
Intenté no sonreír, pero no lo conseguí. Además, tenía
que ser el Alec que siempre era con mis amigos. Scott no podía permitirse que
le defraudara ahora, o que le recordara lo mal que estaba. Se había duchado
para la ocasión, y parecía acicalado de forma casual, con el estilismo
estudiadamente indiferente que luces cuando una chica va a venir a verte a tu
casa y tú no puedes abrirle la puerta en traje, pero tampoco lo vas a hacer en
chándal. Pero, debajo de todos aquellos cuidados, yo veía al verdadero Scott.
El que no había dormido. El que se había peleado con su mejor amigo y no podía
vivir del todo. El que lo hacía todo a medias, y respiraba con un dolor
constante en los pulmones y un fuego sordo en el corazón, porque todo le
recordaba a Tommy, con quien había compartido literalmente toda la vida.
Yo necesitaba a Sabrae, Sabrae me necesitaba a mí…
pero Scott también me necesitaba, y no iba a dejarlo en la estacada.
-Ya, bueno… a mí nunca me ha importado un trío con
otro tío, siempre y cuando la chica lo mereciera. Y, sinceramente, Eleanor lo
merece-le guiñé un ojo y Scott puso los ojos en blanco, seguramente con ganas
de pegarme pero, ¡oye! Mientras quisiera pegarme, no querría morirse.
Sonrió.
-Y luego dices que no eres bisexual.
-¡SOY HETEROCURIOSO!-bramé,
y Scott ocultó su sonrisa tras la boca. En realidad no lo era, pero me hacía
mucha gracia el término, y cuando Karlie nos había leído una entrada en Tumblr
hablando sobre todas las sexualidades que había, y Max había preguntado qué era
eso, yo le había soltado muy seguro de mí mismo que los heterocuriosos eran
heterosexuales muy cotillas-. ¡JODER! ¡QUE NO ME MOLAN LAS POLLAS, VALE, TÍO!
¡PERO NO ME IMPORTARÍA TOLERAR LA PRESENCIA DE OTRO PAVO EN LA CAMA SIEMPRE Y
CUANDO PUEDA MOJAR EL CHURRO! Por cierto-añadí, sonriente-, pregunta súper
aleatoria: ¿está tu hermana en casa?-me incliné hacia delante, echando un
vistazo al interior de la vivienda.
-¿Vienes a follar con mi hermana?-preguntó, un poco
herido, y yo me apresuré a responder:
-¡No!
-Alec-Scott puso los ojos en blanco y yo me pasé una
mano por el pelo, sin poder evitar esbozar una sonrisa.
-Bueno, si a ella le apetece pues… sí. Pero tampoco es
mi objetivo principal, ¿entiendes? Aun así… si se da la ocasión...-le di un
codazo-, pues eso que me llevo.
-Echas de menos verla desnuda, ¿eh, Al?-se rió Scott,
y yo me felicité por arrancarle una carcajada. Le di una palmadita en la
mejilla.
-Ay, ladrón. Si la hubiera visto desnuda, dudo que
pudieras sacarla de mi cama, o a mí de la suya. Pero, bueno, no vamos a hablar
del impresionante cuerpo de tu hermana en la calle, ¿eh? ¿Me dejas entrar, o
nos montamos cena romántica en el porche?
Scott inspeccionó
mis bolsas, y luego, a mí. Por un momento pensé que no me dejaría entrar, o que
me cogería las bolsas, me diría que Sabrae no estaba en casa, y se marcharía al
interior mientras me dejaba allí plantado, decidiendo qué hacer…
Pero entonces, Scott se hizo a un lado y me indicó con
un gesto que entrara.
-Ven a ver a tu Julieta, Romeo.
No necesité que me lo dijera dos veces.
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HE LLORADO CON LA CARTA DE SABRAE JODIDAMENTE MUCHO TIA Y MÁS AUN IMAGINANDOME A ALEC LLORANDO MIENTRAS LA LEE UFFF. El capítulo ha sido cortito pero ay que me ha curado el corazón de mil formas distintas, me parecen tan jodidamente monos y cuquisimos y domésticos y todo que ay. Me muero por leer el siguiente capítulo y ver por fin la primera vez que duermen juntos.
ResponderEliminarvale te perdono porque esa carta uf llorando, e imaginarme a alec llorando uf llorando x2 super cuqui esa parte, estoy waiting a sabralec domesticos desde que lo dijiste en tw asi que mas te vale cumplir y que cuquis la primera vez que duerme juntos ays mis bebes
ResponderEliminarLA CARTA POR FAVOR ES PRECIOSISIMA CONFIRMAMOS QUE HE LLORADO LEYENDOLA? CONFIRMAMOS Y ENCIMA ALEC UFFFF TENGO EL UWUMETRO AL MAXIMO NO PUEDO MAS �������������� No se como te las apañas para alegrarme tanto con los caps pero te amo mucho ���� estoy ANSIOSA por verlos juntis en el proximo capitulo AAAAAAAAAAAH ‼️‼️‼️
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