Imagínate que has quedado con ese amigo o amiga al que
hace tiempo que no ves. El que ha seguido una ruta diferente a la tuya en la
vida, y tiene mucho que contarte. Imagínate que estáis sentados en la terraza
de un bar, a la sombra; sopla la brisa, pero no hace frío.
Imagínate
que, entre sorbo y sorbo de vuestras bebidas, os vais poniendo al día. O eso
piensas tú. O ésa era tu intención. Porque, a medida que te va contando las
cosas que ha hecho, los sitios que ha visitado, las personas a las que ha conocido,
y las emociones que ha sentido, tú te empequeñeces. Sólo escuchas, y callas. Vuestra
conversación no se convierte en una conversación, sino en un monólogo. La tarde
de cañas fresquitas se convierte en un día caluroso en el que no hay refrescos
cerca.
A medida
que sigue con su relato, notas que el entusiasmo baja. Donde antes entraba
mucho en detalles, ahora te pasa las cosas por encima. “Luego te lo cuento, si
quieres”. Y tú asientes, pero no dices nada. Y él lo malinterpreta, y tú te
malinterpretas también, porque parece que no te interesa lo que te está
contando. Puede que sea así.
O
puede que no.
El silencio
es el mayor asesino de una historia; no es la falta de trama, no es la
inconsistencia de los personajes, sino el silencio. Porque el silencio hace
sentir a quien la cuenta que realmente no merece la pena que lo haga, que está
malgastando su tiempo en un hobby que
a nadie le importa. No estás charlando, sino hablando para el aire, un aire que
no te escucha y al que no sólo le daría igual que te callaras, sino que incluso
lo desea.
¿Te
imaginas lo que es hablar con un amigo y que no reaccione de ninguna forma?
Ningún asentimiento. Ni una mueca cada vez que cuentas algo que te ha hecho
daño. Ni una sonrisa cuando hagas una broma. Nada de “sí”, “ya”, “claro”
edulcorando lo que le estás diciendo. Ni una sola muestra de que le está
importando aquello que le dices. ¿A que te suena raro? ¿A que tus amigos no son
así? ¿A que tú no reaccionarías así, pasivo, con ellos?
Lo mismo
necesitamos los escritores. Un escritor necesita a sus lectores tanto como sus
personajes necesitan a su escritor. Uno no puede vivir sin los otros, y los
otros no pueden vivir sin el uno. Los
lectores le dan las ganas de escribir al escritor, e incluso a veces, también
su inspiración. En cierta medida, los lectores y los escritores se hacen
amigos, como mínimo durante la lectura de los primeros de lo que han hecho los
últimos. Sus caminos se entrelazan y se alimentan los unos de los otros a lo
largo de las páginas de sus libros o los megas de las historias que cuelgan en
la red.
Así que
por favor, por favor, no seas tímido
cuando lees una historia. No temas a reaccionar, ni creas que siendo un
fantasma nos estás haciendo un favor. Créeme, no es así. La vergüenza no te va
a llevar a ninguna parte salvo a una: a ese silencio que es el asesino de la
historia. Tú también puedes tirar de la trama. Tú también puedes darle vida a
los personajes. No sólo prestándoles tu tiempo, sino regalándole un poco de
atención a su escritor.
Igual
que una sonrisa y un asentimiento cuando tu amigo se quede callado en esa tarde
de cañas. Con el mismo efecto que un: “¿y qué pasó luego?”. A veces, los
escritores dan el qué pasó luego.
Pero
otras, lo hacen los lectores.
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