miércoles, 29 de mayo de 2019

¿Qué pasa luego?


Imagínate que has quedado con ese amigo o amiga al que hace tiempo que no ves. El que ha seguido una ruta diferente a la tuya en la vida, y tiene mucho que contarte. Imagínate que estáis sentados en la terraza de un bar, a la sombra; sopla la brisa, pero no hace frío.
               Imagínate que, entre sorbo y sorbo de vuestras bebidas, os vais poniendo al día. O eso piensas tú. O ésa era tu intención. Porque, a medida que te va contando las cosas que ha hecho, los sitios que ha visitado, las personas a las que ha conocido, y las emociones que ha sentido, tú te empequeñeces. Sólo escuchas, y callas. Vuestra conversación no se convierte en una conversación, sino en un monólogo. La tarde de cañas fresquitas se convierte en un día caluroso en el que no hay refrescos cerca.
               A medida que sigue con su relato, notas que el entusiasmo baja. Donde antes entraba mucho en detalles, ahora te pasa las cosas por encima. “Luego te lo cuento, si quieres”. Y tú asientes, pero no dices nada. Y él lo malinterpreta, y tú te malinterpretas también, porque parece que no te interesa lo que te está contando. Puede que sea así.
               O puede que no.
               El silencio es el mayor asesino de una historia; no es la falta de trama, no es la inconsistencia de los personajes, sino el silencio. Porque el silencio hace sentir a quien la cuenta que realmente no merece la pena que lo haga, que está malgastando su tiempo en un hobby que a nadie le importa. No estás charlando, sino hablando para el aire, un aire que no te escucha y al que no sólo le daría igual que te callaras, sino que incluso lo desea.
               ¿Te imaginas lo que es hablar con un amigo y que no reaccione de ninguna forma? Ningún asentimiento. Ni una mueca cada vez que cuentas algo que te ha hecho daño. Ni una sonrisa cuando hagas una broma. Nada de “sí”, “ya”, “claro” edulcorando lo que le estás diciendo. Ni una sola muestra de que le está importando aquello que le dices. ¿A que te suena raro? ¿A que tus amigos no son así? ¿A que tú no reaccionarías así, pasivo, con ellos?
               Lo mismo necesitamos los escritores. Un escritor necesita a sus lectores tanto como sus personajes necesitan a su escritor. Uno no puede vivir sin los otros, y los otros no pueden vivir sin el  uno. Los lectores le dan las ganas de escribir al escritor, e incluso a veces, también su inspiración. En cierta medida, los lectores y los escritores se hacen amigos, como mínimo durante la lectura de los primeros de lo que han hecho los últimos. Sus caminos se entrelazan y se alimentan los unos de los otros a lo largo de las páginas de sus libros o los megas de las historias que cuelgan en la red.
               Así que por favor, por favor, no seas tímido cuando lees una historia. No temas a reaccionar, ni creas que siendo un fantasma nos estás haciendo un favor. Créeme, no es así. La vergüenza no te va a llevar a ninguna parte salvo a una: a ese silencio que es el asesino de la historia. Tú también puedes tirar de la trama. Tú también puedes darle vida a los personajes. No sólo prestándoles tu tiempo, sino regalándole un poco de atención a su escritor.
               Igual que una sonrisa y un asentimiento cuando tu amigo se quede callado en esa tarde de cañas. Con el mismo efecto que un: “¿y qué pasó luego?”. A veces, los escritores dan el qué pasó luego.
               Pero otras, lo hacen los lectores.

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