domingo, 19 de mayo de 2019

Hufflepuff.


¡Toca para ir a la lista de caps!

En un mundo ideal, todo lo que sucediera a partir de mi perfecta reconciliación con Alec habría ido en armonía con el momento en que nos pedimos perdón y volvimos a encajar en el hueco que nos correspondía a cada uno. Mi vida empezaría a llenarse de amor de la misma forma que lo hace el escaparate de una pastelería a medida que van sacando las tartas y los bizcochos del horno: me despertaría dulcemente, puede que a la vez que Scott, y me lo comería a besos en cuanto recordara el momento que estaba viviendo y lo feliz que me hacía recibir un nuevo día cargado de sorpresas. Puede que Scott se echara a reír, feliz de verme feliz, o puede que  se apartara de mí, un poco fastidiado por el pequeño espectáculo que estaba montando, pero había algo que no variaría: empezaría el día exteriorizando el amor que sentía colmando mi alma.
               Claro que por mucho que yo tuviera a mi propio príncipe azul, que no llevaba armadura sino camisas, y que iba en moto en lugar de en un semental blanco que se me acercara relinchando para que le diera una zanahoria, no significaba que mi vida fuera un cuento de hadas.
               Mi vida era caótica, pero había aprendido a amar ese caos, especialmente por la fuente de su origen.
               Así que, cuando Shasha entró gritando en la habitación de Scott y se abalanzó sobre mí para luchar por compartir cama con nuestro hermano (la había traicionado como jamás debes traicionar a Shasha ni Duna: no avisándola de que dormiría con Scott), ni siquiera lamenté que mi suerte hubiera cambiado. No sentía que estuviera cambiando, sino que celebré el poder enzarzarme en una pelea a muerte por el inmenso honor que era acurrucarse al lado de Scott y disfrutar de su calor corporal. Nos insultamos, nos amenazamos, y finalmente nos enganchamos de los pelos y empezamos a darnos patadas, manotazos, puñetazos e incluso mordiscos, en un torneo contemporáneo por la mano de la princesa, que en este caso no era otra que la cama de Scott.
               Incluso le hicimos tomar parte de nuestra bronca, y sólo nos detuvimos cuando Duna apareció en la habitación, con ganas de participar también en el festival de golpes que seguro que terminaríamos riéndonos, y metió la mano en la maraña de cuerpos. Así fue como terminó nuestra guerra sin cuartel, con un alto el fuego permanente y sin condiciones, todo con tal de no hacerle ni un rasguño a la pequeñita de la casa.
               Me pasé la mañana por ahí con Scott: durante su horrible pelea con Tommy, que nada tenía que ver con la que habíamos tenido él, Shasha y yo, había perdido su piercing, y mi hermano sin su piercing en el labio no era Scott. Cuando entramos en la tienda en la que se lo había hecho, a la que había ido yo más tarde, un ligero nerviosismo se instaló en la parte baja de mi vientre: ¿y si Luke le revelaba que una de sus empleadas había perforado mi precioso cuerpo en un lugar nada inocente? No era lo mismo hacerse un pendiente secundario, como había hecho Eleanor como muestra de amor hacia mi hermano, que un agujerearse un pezón. Seguro que el concepto que Scott tenía de mí se veía alterado, y mucho, si descubría aquel secreto íntimo que sólo había compartido con mamá, mis amigas, y por supuesto, con Alec.
               No es que Scott pensara que yo era una niñita inocente, casta y pura como una virgen bíblica, pero una cosa era saber que yo tenía relaciones y que disfrutaba con el sexo, y otra muy diferente darse cuenta de que su hermanita pequeña, su ojito derecho, la niña de sus ojos, ya no era tan niña, ni mucho menos tan pequeña. Psicológicamente, quiero decir. No es que la relación con Alec me hubiera hecho pegar el estirón.
               Lo cual, por cierto, había descendido bastantes puestos en mi lista de deseos. Ahora ya no me importaba tanto ser una pequeña pulguita que no levantaba más de dos palmos del suelo. Tenía un chico más que dispuesto a suplir esa falta de estatura por mi parte, con el que la diferencia de altura llegaba a ser un aliciente en nuestra valoración de cuquicidad.
               Por suerte, Luke se tomaba muy en serio su trabajo, y no contestó a ninguna de las preguntas de Scott, que parecía decidido a saber la razón oculta que había detrás de mi repentino interés por un piercing con unas alas plateadas, exactamente igual al que llevaba puesto. Se me ocurrió que, quizá, si esa noche iba a desnudarme para Alec, debería llevármelo y cambiármelo para asegurarme de estar perfecta, a la altura de las circunstancias. Puede que no hubiera hecho muchas cosas con el piercing (y todas habían sido con él), pero mismamente por el uso ya se acusaba una ligera tara que no quería lucir en mi gran noche de debut.
               Pero, claro, si compraba el piercing, Scott sabría inmediatamente dónde lo tenía, así que me limité a mostrar un ligero interés hipotético, que mi hermano no se tragó. Intentando atajar su ataque, cuando salimos de la tienda me colgué de su brazo, aunque también lo hice un poco porque me apetecía. Me alegraba mucho de estar fuera, con el sol brillando sobre mi cabeza, y mi hermano un poco más animado ahora que había consultado con la almohada (y, de paso, con mis rizos) si la pelea con Tommy se había convertido en un apocalipsis que no podrían superar, o simplemente era un bache. Fuera lo que fuera lo que le habían dicho mis rizos y su almohada, parecía haberlo relajado, por lo menos lo suficiente como para querer salir de casa y hacer recados, recados que eran para él. Aquello era un gran avance, sobre todo teniendo en cuenta que, desde que lo habían expulsado el martes pasado, no había salido de casa más que para acompañar a mamá al despacho y para ir a jugar con sus amigos aquel fatídico partido de baloncesto, y eso tras mucha insistencia por parte de estos. Y lo único que había hecho por iniciativa propia durante las mañanas de la semana había sido montarle un nuevo escritorio de pared a Shasha, que mi hermana le había agradecido dándole tantos mimos que supe que lo veía fatal: Shasha era, con diferencia, la más despegada de los cuatro, y verla colgarse del cuello de Scott y comérselo a besos me hizo saber que se tomaba muy en serio la misión de salvavidas emocional que ella, Duna y yo nos habíamos asignado mientras no estuviera Eleanor con él.
               Sin embargo, Scott no iba a dejarse manipular por mis atenciones y mimos de hermana pequeña, y atacó nada más entramos al centro comercial cercano a la cafetería de Pauline, al que habíamos decidido ir para pasar el rato, y de paso comprarle un disco de Kpop a Shasha.
               -¿Dónde te has hecho el piercing, Sabrae?-preguntó, alzando una ceja, y yo me lo quedé mirando.
               -No tengo ningún piercing-dije con la mayor neutralidad que pude, sintiendo la ligera presión del metal en mi pecho, que casualmente era el que más cerca estaba de Scott. Él siempre se quejaba cuando yo me colgaba de su brazo derecho, porque era diestro y le dificultaba la movilidad, pero esta vez no había dicho ni mu.
               -Mentirosa.
               -Bueno, ¿a ti qué?-me defendí, con el mejor ataque que pude reunir.

               -¿Dónde lo tienes?-pinchó, y una sonrisa bailó en su boca. Parecía entusiasmado con la idea de sacarme de quicio, ¡pues lo llevaba claro! No pensaba ceder ni un gramo de mi buen humor. Esa noche vería a Alec. Me acostaría con él. Le vería desnudo, y él a mí.
               Intenté no pensar en cómo sería ver su cuerpo por fin libre de cualquier prenda, poder fijarme bien en sus ángulos masculinos, en cómo se le marcaban los músculos y las ligeras sombras que hacían a una luz que todavía no sabía ni de qué color era ni de dónde provenía. Intenté no hacerlo, porque no quería que me diera fiebre, pero fracasé en el intento.
               -No te lo voy a decir-respondí, soltándome de su brazo y poniendo los ojos en blanco.
               -Sabrae-suplicó en tono infantil.
               -Métete en tus cosas, Scott.
               Una sonrisa oscura le atravesó la boca.
               -Si se lo pregunto a Alec, ¿él me lo dirá?
                Abrí tanto los ojos que se me salieron de las órbitas, y me recriminé ser tan transparente. No había pensado en que había dos cualidades en Alec que podían abocar al desastre a mi imagen de niña buena y obediente que no ha roto un plato en su vida: la primera, que era amigo de Scott, y como amigos que eran seguro que se lo contaban todo (o la gran parte de las cosas; la verdad es que a mí me resultaría un poco incómodo que Eleanor viniera un día y me contara con pelos y señales las cosas que ella y mi hermano hacían en la cama, claro que nosotras éramos chicas y teníamos un sentido de la intimidad, el decoro y la decencia que los hombres simplemente desconocían).
               Y la segunda, que Alec era un bocazas fanfarrón. Seguro que lo único que le había impedido publicar en todas sus redes sociales que yo me había hecho un piercing por él era que no tenía pruebas. Bueno, y que me habría enfadado con él, porque aquello no era asunto de nadie más que de nosotros dos.
               Pensándolo bien, sí: Alec no diría nada de mi piercing, porque sabía que eso me molestaría, y si algo me habían demostrado esas semanas era que yo le importaba y que no me haría daño a propósito.
               Así que sonreí.
               -Arriésgate, pero… no creo-me permití una deliberada sonrisa de satisfacción mientras saltaba sobre uno de los escalones de las escaleras mecánicas y comenzaba a ascender al piso superior.
               -¿Por qué no?
               -Porque si te lo dice, no vuelvo a dirigirle la palabra-sentencié en tono solemne pero con tildes de sabelotodo. Parpadeé despacio y levanté la mandíbula: me sentía soberana del mundo, y Scott era uno de mis consejeros, sobre el que también se extendía mi poder.
               -Entonces, no le preguntaré-sentenció Scott, en un tono ligeramente sumiso que no se me escapó, aunque me sorprendía que mi hermano diera el brazo a torcer tan fácilmente. No entraba dentro de su naturaleza; es más, era completamente opuesto a lo que se esperaba de él, porque tenía dos alicientes: si descubría mi piercing, podría martirizarme a mí… y también tomarle el pelo a Alec. Claro que Alec no dejaría que le tomara mucho el pelo antes de recordarle lo que significaba que yo me hubiera hecho un piercing pensando en él, pero… siempre le quedaba aquel pequeño oasis de disfrute.
               -Bien-puntualicé, creyéndome vencedora.
               Por algo sospechaba: Scott, como yo creía, no iba a darse por vencido tan fácilmente.
               -El mundo no puede permitirse que te vuelvas a poner de morros por no hablar con tu chico.
               Dicho lo cual, me adelantó en las escaleras mecánicas y echó a andar en dirección a la inmensa tienda que ocupaba casi la totalidad del piso superior del centro comercial. No necesitaba verle la cara para saber que tenía en su boca la típica sonrisa de “he ganado y tú has perdido en un increíble giro de los acontecimientos que no sorprende a nadie”; no necesité verlo porque esa sonrisa se le notaba incluso en su forma de andar.
               -Gilipollas-escupí, y Scott se giró, me miró por encima del hombro, y aquella sonrisa que tenía en la boca se rizó un poco más.
               -¿Cuánto lleváis?
               -No estamos saliendo-suspiré de forma trágica, porque no quería discutir el estado de mi relación con Alec con mi hermano. Ni siquiera sabía si quería discutirla con él. Acabábamos de tener una bronca horrible, nos estábamos reencontrando, y estábamos disfrutando de ese nuevo descubrimiento. Las emociones que me embargaban ahora que tenía algo que esperar con ansia eran todas positivas, luminosas. No quería que ni una sola nube de duda o de preocupación por lo que iba a ser a partir de entonces, la etiqueta que usáramos para definirnos Alec y yo, oscureciera un precioso día de verano.
               -Vale, pues enrollados. ¿Cuánto lleváis?
               -Pregúntale-me escuché decir, y sonreí, coqueta-, a ver si lleva la cuenta.
               -¿Tú la llevas?
               -Scott-puse los ojos en blanco.
               -Sabrae-respondió, y yo alcé las cejas.
               -Vaya, pero, ¡si te sabes mi nombre!
               -Fui yo quien te lo puso-me recordó, y noté cómo se me hinchaban las mejillas al sonreír. Sí, me lo había puesto Scott en un momento de lucidez como no había tenido otros, y eso que mi hermano era tremendamente listo. Desde luego, la mejor palabra que había en nuestro idioma, y en todos los demás, era precisamente mi nombre, no sólo porque simbolizaba cómo yo había empezado a ser yo gracias a mi hermano, sino porque también representaba cómo llegaba a completarme cuando Alec lo pronunciaba. Nada sonaba mejor que mi nombre de su boca. Nada era más musical que la palabra que me definía escapándose de sus labios mientras nos besábamos, o mientras lo hacíamos, mirándonos a los ojos. Hacía que sonara de una forma prohibida, erótica, y a la vez preciosa y obligatoria, como si él fuera el único con derecho a llamarme.
               Qué bien había hecho Scott llamándome Sabrae.
               Y qué bien había hecho yo encontrando a Alec para que siguiera haciéndolo.
               Le di un empujón a Scott para dar por finalizado el momento, porque si me ponía  pensar en todo lo que había estado a punto de perder y había recuperado con un delicioso cambio de suerte, creo que me pondría a dar brincos, y no era decoroso de la hija de Zayn el ponerse a brincar como un conejito salvaje entusiasmado por la ciudad. Me dirigí a la sección de libros y acaricié los lomos como tenía pensado acariciar a Alec aquella noche. No me di tregua: me fui derecha a la sección de literatura romántica y de poesía y comencé a hojear pequeños libros con portadas hechas a acuarela y poemas minúsculos escritos en sus hojas de papel reciclado.
               Todos y cada uno estaban hechos para mí, pero un pequeño libro cuadrado, con peces en tonos pastel azules y verdes nadando alrededor del título del libro como si lo idolatraran, consiguió robarme el corazón. Pasé las páginas más detenidamente, leyendo los títulos de los poemas y deteniéndome en los que más me llamaban la atención, hasta que uno me robó el aliento.
               Podemos elegir con quién dormimos, pero no con quién soñamos.
               Había tanta verdad en aquella frase que fue como si el cielo se abriera ante mí y por fin pudiera contemplar las estrellas. Podías intentar forzar a tu mente a pensar en una persona en concreto o a no pensar en ella en absoluto, pero el corazón hablaba un idioma que tú entendías, pero no sabías hablar. Era el corazón el que dictaba el camino que tu espíritu seguía, y no había mundo más espiritual que el de los sueños.
               -Mira esto, Scott-lo llamé, y él caminó obedientemente hacia mí, dejando un libro sobre astronomía (qué raro) junto a sus hermanos. Echó un vistazo al pequeño poema culminado con aquella frase por encima de mi hombro-. Me lo voy a llevar.
               Escuché cómo sonreía, pero tuvo la delicadeza de no decir nada. Supongo que hay momentos en que tus hermanos son las personas que menos quieres que se enteren de algo, y otros en los que son tus únicos confidentes, y Scott interpretó, en ese momento, el segundo papel.
               Me dio un besito en la frente, asintiendo con la cabeza, y yo me pegué el libro al pecho mientras caminaba por las estanterías, observando el curioso mosaico que los lomos de distintos colores formaban en las paredes. Como guiada por el destino, llegué a la sección de viajes, y me detuve a examinar un libro de fotografías de Japón. Me mordí el labio mientras pasaba las páginas a todo color, soñando como siempre hacía que un libro así caía en mis manos con conocer aquel mundo que me había visto nacer, pero esta vez de una forma ligeramente distinta: en aquel sueño, no iba con mis amigas o con mi familia, sino con un único compañero que deseaba estuviera a mi lado a cada paso que diera.
               Alec.
               Pasé el dedo índice suavemente por el contorno del monte Fuji mientras mi mente flotaba muy lejos de allí, dibujando nuestras siluetas minúsculas recortadas contra el cielo sonrosado del atardecer. Lo mejor de hacerse ilusiones con alguien es lo ligera que te hace sentir saber que pueden volverse realidad.
               A Alec también le gustaba mucho viajar. Era una de las cosas que más le gustaban del mundo, por delante de jugar a videojuegos y por detrás de tener sexo. Me lo había confesado en una de nuestras muchas noches en vela, susurrando en el silencio de nuestras respectivas habitaciones mientras nuestros corazones hablaban a gritos. La conversación había surgido a raíz de un examen que tenía y que no había preparado como debería (es decir, no había preparado en absoluto), y, como siempre, yo había hecho un poco de madre, diciéndole que aquel curso en el que estaba era importante y que debía estudiar más.
               -Es que hay muchas más cosas que me apetece hacer antes que estudiar.
               -¡No te jode! Y a mí también, Al, pero es lo que tengo que hacer. Tienes que pensar en tu futuro a largo plazo.
               -Es que no puedo pensar en mi futuro a largo plazo. Y, sinceramente, no sé de qué me serviría. Es decir, los dos sabemos mis capacidades. Todo el mundo las conoce, nadie apuesta porque yo me gradúe este año, yo el primero. Tengo que ser sincero conmigo mismo, Sabrae: probablemente no saque este curso, así que rayarme por lo que va a ser de mí cuando todos los demás se gradúen sólo va a hacer que me deprima. Y tú no quieres que me deprima, ¿verdad?
               -Claro que no, pero tampoco puedes pasar de todo.
               -No paso de todo. Simplemente pospongo mi sufrimiento. Y el de los demás. A ver, si me deslomo y luego termino suspendiendo y repitiendo, en realidad será peor. Le habré hecho ilusiones a todo el mundo para nada, y no soporto decepcionar a la gente. Así, por lo menos, ya voy preparando el terreno. Es lo mejor. Ni por todos los cebos del mundo que me pueda poner mi madre me permitiría romperle el corazón.
               -Se lo rompes más dándote por vencido.
               -No me doy por vencido.
               -Vamos, Al. Sabes que tu madre confía en ti al cien por cien. Y que lo tienes dentro, sólo tienes que sacarlo.
               -No sé. A ver, una parte de mí lo piensa, porque, ¡claro! Es mi madre. Pero otra… no sé.  ¿Sabes que me dijo que me regalaría un viaje a Italia con Mimi si conseguía graduarme? ¡Un viaje a Italia, con Mimi, una semana, ella y yo solos!-se había echado a reír al otro lado de la línea con amargura, y a mí se me había revuelto el estómago al escuchar su cinismo-. No me ofrecería algo así si no supiera que no iba a conseguirlo.
               -¿Por qué?
               -Pues… porque no se me puede dejar solo. O antes, al menos, no se me podía dejar solo. Y Mimi… no podría cuidar de ella bien.
               -Mimi es mayor. Es mayor que yo. ¿Crees que necesito que me cuides?
               Eso, por supuesto, había sido antes de Nochevieja.
               -Mimi es diferente. Tú eres extrovertida, ella no ha salido aún del cascarón, y… bueno, que no-bufó-. Que mamá no me tendería una trampa con tan buena pinta si no supiera que no iba a tener que utilizarla.
               -Sí, las italianas son de las más guapas de Europa-murmuré.
               -¿Qué? El aliciente del viaje no son las italianas.
               -Un poco sí.
               -Bueno, venga, un poco sí. Pero… para mí, el aliciente de Italia es Italia. Lo más bonito de Italia no son las chicas que viven allí, sino todo lo que hay.
               -La verdad es que es preciosa.
               -¿Has estado?
               -De pequeña fui un par de veces. De hecho, papá y mamá se casaron allí la primera vez. Tuvieron una ceremonia preciosa, solos ellos dos, con Scott y conmigo de testigos (aunque, claro, yo no sabía lo que estaba pasando), y un sacerdote, en la cima de una isla preciosa.
               -Todas las islas del Mediterráneo son preciosas.
               -Qué sorpresa que un medio griego diga eso-sonreí, y le escuché reírse.
               -¿Y has ido más veces?
               -De vacaciones. Conozco las ciudades más importantes.
               -Podrías hacerme un tour, enseñarme Italia como yo te enseñaré a ti Grecia.
               -Hecho.
               -Y así tengo una excusa para suspender.
               -¡Al!
               -Es verdad-se rió-. Está en mi forma de ser. Soy un Hufflepuff de los pies a la cabeza, porque… ya sabes… somos tontos.
               -Los Hufflepuffs no sois tontos.
               -Vale, no está bien generalizar. Pero este Hufflepuff sí-no necesitaba estar con él para saber que se había apuntado la cabeza con el dedo índice como si fuera un cartel de los de la autopista. Y eso me hizo sonreír, así que no quise seguir discutiendo más con él.
               Estaba de acuerdo en que era un Hufflepuff de los pies a la cabeza, pero no por los motivos que decía, y me moría de ganas de pasarme el resto de mi vida demostrándole la verdadera razón de que la casa del tejón fuera la suya. Y lo haría alrededor del mundo, haciendo florecer su ilusión.
               Mi mente galopó por todos los rincones mágicos del planeta llevándonos a Alec y a mí sobre su lomo, preparando planes a cada cual mejor que el anterior: bucear en el Caribe, surfear en Australia, ver las auroras boreales en Islandia, recorrer la Gran Muralla en China, visitar las pirámides en Egipto, posar de forma que pareciera que estabas sosteniendo la torre inclinada de Pisa o que te pinchabas con el dedo en la torre Eiffel, comiendo un donut en algún banco de Central Park o bañándonos en sus playas de Mykonos, haciendo el amor de noche con las ventanas abiertas y las cortinas acariciando nuestros cuerpos desnudos.
               Sentí que se me encendían las mejillas de nuevo. No podía dejar de pensarnos así. Haciendo el amor en el Caribe, en Australia, en Islandia, en alguna sauna; en algún pequeño hostal cercano a la Gran Muralla, asándonos de calor debajo de las mosquiteras de las orillas del Nilo, en algún hotel pequeño de París o de Roma. Solos él y yo, sin nada de ropa, con mis piernas alrededor de su cintura, su sexo hundido en el mío, sus ojos buceando en los míos, y con la piel del otro y nuestro propio sudor como únicas prendas.
               -Todavía te dura-comentó Scott, sacándome de mis ensoñaciones, y me lo quedé mirando.
               -¿El qué?-pregunté con inocencia, porque no tenía ni idea de a qué se refería Scott. ¿Cómo podía durarme algo que, de momento, sólo existía en mi cabeza?
               Mi hermano, sin embargo, mucho más sabio y experto que yo, podía ver el futuro que se abría ante mí en un abanico cargado de posibilidades con eje en mi pasado más reciente. Me tocó la barbilla y parpadeó.
               -El brillo en la piel y los ojos que te ha puesto Alec.
               Noté que me sonrojaba un poco más, y agaché la mirada. Si Scott supiera…
               Si supiera todas las cosas malas que podía hacerme Alec, y también las buenas… cómo había mejorado mi vida en el transcurso de un noche, me había convencido para hacer locuras sin tan siquiera pretenderlo, sólo con mirarme a los ojos, y a la vez me había dado una razón para ser prudente.
               Me aparté un mechón de pelo de la cara y le dije a mi hermano que nos fuéramos a por el disco que nos había encargado Shasha. Él me siguió con el libro que había cogido de Japón debajo del brazo y, después de que yo colocara todos los discos disponibles de papá en la parte delantera de cada expositor para así hacerle una mejor publicidad, pagamos nuestra compra y nos fuimos a comer unas alitas de pollo y unas patatas a un restaurante nuevo que habían abierto. Scott trató de indagar un poco más en lo que nos había pasado a Alec y a mí, en la naturaleza de nuestra relación, pero yo me cerré en banda, decidida como estaba a mantener nuestras cosas entre nosotros dos, sólo y exclusivamente, y a centrarme en el futuro, porque cuanto más pensaba en nuestra pelea, menos culpa veía que tenía él y más veía que iba teniendo yo.
               Pero eso era el pasado. No quería anclarme en él.
               Metí la pata tremendamente con él cuando se puso pesado, intentando averiguar qué había pasado (Scott puede llegar a ser muy cotilla), y le solté que Alec y él eran amigos, y que se suponía que se contaban las cosas. Me odié a mí misma nada más decir aquello, porque la expresión de mi hermano cambió radicalmente cuando dije la última frase. “Se supone que os contáis las cosas.”
               La razón de que hubiéramos salido por la mañana a dar una vuelta era que Scott no había sincero con  Tommy desde el principio con respecto a su relación con Eleanor. La misma razón era la causa también de que se hubieran peleado, se hubieran dejado de hablar y ahora mi hermano se viera solo, a pesar de que el resto de sus amigos se habían dejado caer por casa a lo largo de toda la semana para amenizarle un poco las tardes, y Eleanor se estuviera esforzando por distraerlo. Yo le entendía. Le entendía mejor de lo que nadie podía hacerlo, salvo, quizá, Tommy: cuando estás enfadado con alguien y a la vez le echas de menos, tu corazón está dividido entre esa rabia y la añoranza, tan lleno de esos dos sentimientos que se ve obligado a mezclarlos para conseguir hacerles un poco de espacio, encajando sus aristas a la fuerza.
               Y lo que surgía de unir rabia y añoranza era soledad.
               Scott se sentía solo en el mundo a pesar de que estaba rodeado de gente, igual que me lo había sentido yo incluso cuando me reconcilié con mis amigas, todo porque la única persona que queríamos que estuviera a nuestro lado era la única, también, que nos había dado la espalda.
               Puede que en el cielo haya millones de estrellas, pero la única que es esencial para que la Tierra sobreviva es el sol.
               Le ofrecí las últimas piezas de todo, me acerqué a él y le di todos los mimos que me dejó, incluso pospuse una conversación con Alec en el metro de camino a casa, y más tarde en el bus, todo con tal de arrancar a mi hermano de los demonios que había en su cabeza. Esas voces horribles que te dicen que no eres lo bastante bueno como para merecerte que nadie esté contigo son lo peor a lo que puedes escuchar, y lo único que oyes cuando estás en tu momento más bajo.
               Por suerte, no tuve que esforzarme hasta el límite de mis fuerzas mucho más tiempo, porque enseguida apareció otra estrella en el cielo de mi hermano, tan grande, luminosa y cálida que bien podía ocupar el puesto del sol. Al menos, hasta que éste decidiera volver.
               Eleanor había venido a visitarlo mientras nosotros estábamos fuera, y cuando llegamos a casa, nos la encontramos jugando en el salón, sentada en el suelo con Duna en su regazo. Su pelo del color del chocolate caía en cascada sobre el rostro de nuestra hermanita, que se reía y se retorcía entre sus manos mientras Eleanor le hacía cosquillas. Cuando la vio, Scott se quedó plantado en el sitio, sin aliento, y mientras su boca se olvidaba de cómo moverse, sus ojos empezaron a sonreír. En su mirada chispeó una lluvia de estrellas que nada tenía que envidiarles a las perseidas, y poco a poco, la vitalidad regresó a su cuerpo. Como sintiendo la mirada de él sobre ella, Eleanor levantó la vista y nos dedicó a ambos (más a mi hermano que a mí, pero a ambos, al fin y al cabo), una amplia sonrisa.
               -Hola-sonrió ella, y me enfadé con Tommy en el acto. Hasta entonces, había comprendido hasta cierto punto la posición de Tommy en la pelea. Y puede que incluso la hubiera compartido un poco: Scott no había hecho bien ocultándole su relación con Eleanor, y había metido la pata hasta el fondo cuando Tommy le preguntó con quién estaba y él decidió mentirle, o no decirle la verdad del todo. Entendí que Tommy se sintiera dolido, que creyera que mi hermano se había reído de él, y que le molestara que lo único que le había pedido a Scott resultase justo aquello en lo que mi hermano no había querido ceder: Eleanor llevaba toda la vida locamente enamorada de Scott, hasta el punto que él no podría quererla como ella lo hacía. Le llevaba años de ventaja, y que él le hiciera caso a aquellas alturas sólo serviría para que ella se hiciera ilusiones y el corazón roto escociera más en su pecho una vez que las cosas se acababan… porque las cosas se acabarían tarde o temprano. No puedes estar toda la vida con alguien que te lleva años de ventaja en temas de amor. Jamás te pondrías al día.
               Eso pensaba Tommy. Y yo había visto cierta lógica en aquella postura hasta que vi a mi hermano parado como un bobo en el vestíbulo de nuestra casa, mirando a su novia sentada en el suelo, jugando con nuestra hermana. No había visto a nadie mirar así a otra persona, con una excepción: papá.
               Éramos Malik. Éramos la excepción a la regla. Por supuesto que podíamos tener relaciones eternas con gente que llevaba años queriéndonos. Nosotros queríamos con más intensidad y no sólo conseguíamos ponernos al día, sino también adelantarlos.
               -Hola-replicó mi hermano en un jadeo, y me vi en por el rabillo del ojo intentando contener una sonrisa en el espejo. Me mordí el labio y exhalé despacio por la nariz, porque aquel tono de adoración no lo escuchabas todos los días, ya no digamos en un chico como Scott, a quien todo el mundo conocía y cuya fama de seductor había traspasado fronteras.
               Vaya, vaya, Scott. Quién te ha visto y quién te ve.
               -Abajo, pequeña-instó Eleanor a Duna, que se bajó de sus piernas obedientemente y trotó hacia mí. Me puso ojitos para que le dejara echar un vistazo a la bolsa que le había llevado, haciendo caso omiso de Scott, quien no recibía más que a Eleanor. Le di un beso en la cabeza y le entregué un pequeño peluche que habíamos cogido en la cola para pagar: Shasha y yo nos habíamos hecho con unos caprichos, y no queríamos que Duna se pusiera celosa, así que un pequeño castor la distraería.
               Me senté en el sofá y extraje con cuidado los libros que había cogido, tanto el de la prosa poética como el de las fotos de Japón. Duna se sentó en mi regazo y observó con detenimiento las fotos de unos jardines de estanques repletos de carpas koi y sauces llorones que acariciaban la superficie del agua, mientras Eleanor le reprochaba en broma a Scott que le hubiera dicho que se pasaría el día en casa cuando no iba a ser así.
               Eleanor se colgó de su cuello, le dio un beso lento en los labios y susurró algo que sólo Scott pudo escuchar. Scott respondió en el mismo tono zalamero, una sonrisa aleteándole en la boca, y yo elevé una plegaria silenciosa a Alá agradeciéndole que hubiera puesto a aquella chica en la vida de mi hermano justo cuando él más la necesitaba. En ningún momento pensé que ella fuera una fuente de problemas, sino de soluciones. Alguien que podía conseguir que la miraran como Scott la estaba mirando no podía ser mala, por muchas tensiones que generara a su alrededor.
               Se fueron escaleras arriba sin hacernos caso a los demás. Se cruzaron con papá en las escaleras, pero estaban tan ocupados dirigiéndose a su habitación que ni se percataron de su presencia. Papá se sentó en el sofá frente a nosotras, y se dedicó a mirarnos mientras estudiábamos el libro de Japón. Le echó una ojeada a lo que habíamos cogido y llamó a Shasha para que viniera a estrenar su nuevo disco, y mi hermana pegó un grito tan agudo cuando lo vio que me sorprendió que no rompiera ningún vaso en la cocina. Puso la música en el reproductor de la televisión y se dedicó a dar brincos y a bailar de la mano de Duna, mientras yo las miraba acurrucada en el sofá, sonriente, feliz de que las cosas nos fueran bien a todos, al menos, mientras Eleanor estaba en casa.
               Si se dio cuenta de mi cambio de humor, papá no dijo absolutamente nada, sino que se limitó a mirarme en la distancia y guiñarme un ojo cuando yo lo miré a él. Me deslicé por el sofá hasta apoyarme en el reposabrazos más cercano a él, extendí la mano para entrelazar mis dedos con los suyos, y mirando a mis hermanas pasárselo bien, me hice un ovillo y cerré los ojos. Me quedé dormida enseguida, con la rapidez que sólo puede darte el saber que las cosas te van a ir bien a partir de entonces. Acusaba la falta de sueño de las horas que había estado fuera de casa con Alec, y necesitaría descansar para las que pasaría con él por la noche.
               Cuando me desperté, descubrí que me habían tapado con una suave manta de pelo blanco sintético, y que habían hecho la comida sin mí. Me desperecé, y fue al estirarme cuando descubrí que seguía con la mano de papá en la mía.
               -¿Te has quedado ahí todo el rato?-pregunté, y papá, que tenía el codo hundido en el reposabrazos del sofá y la cabeza apoyada en su mano, asintió-. ¿No se suponía que hoy nos tocaba hacer la comida a nosotros? Mamá tiene que descansar.
               -Fue ella la que me lo sugirió. Sabe que no me resisto a mirarte dormir.
               Sonreí y me dejé caer sobre él para abrazarlo. Sus brazos me cubrieron en uno de esos deliciosos abrazos de oso que sólo un padre puede darte, y me besó en el cuello mientras yo disfrutaba del aroma a hogar y tranquilidad que transmitía cada poro de papá. Me hacía sentir segura, incluso ahora que ya no lo necesitaba, y por un lado lamenté que Scott no tuviera con papá la misma relación que tenía yo. Aunque había mejorado bastante desde que empezó con Eleanor, había una parte de él que seguía siendo un poco reticente a aquellas muestras de afecto que sí le dedicaba a mamá, lo cual le dolía a papá, pero tampoco se quejaba. Tenía una hija mimosa que podía suplantar por un tiempo las atenciones de su hijo mayor.
               Fui yo la encargada de poner la mesa, danzando de acá para allá mientras recogía los platos y los cubiertos, con ganas de celebrar que unas horas hubieran pasado como un suspiro para mí por mi siesta improvisada. Cada vez faltaba menos para que llegara la noche y pudiera ver a Alec, y a medida que iba pasando el tiempo, más ganas tenía y más nerviosa me iba poniendo.
               Quería que fuera ya la hora de empezar a prepararme, poder elegir con cuidado la ropa que me pondría y más aún la ropa interior, el último envoltorio del bombón en que tenía pensado convertirme. Quería que llegara ya la hora de meterme en la ducha, echarme un millón de productos en el pelo y en el cuerpo que me dejaran perfecta, y salir y secármelo envuelto en una toalla. Quería que llegara ya la hora de empezar a maquillarme, aplicarme un lápiz de labios de esos que aguantan 24 horas, a prueba de bebidas y también de besos.
               Pero, sobre todo, sobre todo, quería que fuera de noche ya para poder encontrarme con Alec en la discoteca, bailar bien pegada a él, pedir canciones que significaran algo para nosotros y besarnos mientras sonaban las lentas que iban pidiendo las demás. Quería estar con él. Me moría de ganas de verlo, y eso que apenas hacía doce horas de nuestro último encuentro.
               Estaba tan ansiosa y tan feliz que era evidente que me pasaba algo, y seguro que todos en casa lo sospechaban, pero querían asegurarse. Y compartir es vivir. Las buenas noticias están para contarlas.
               -¿Qué te pasa, Sabrae?-quiso saber mamá, sirviéndose un poco más de verdura. Me revolví en el asiento y Scott y yo nos miramos.
               -Nada. Que estoy contenta.
               -¿Ah, sí? ¿Por qué?
               -Pues porque he hecho las paces con Alec-anuncié, y Duna ahogó una exclamación y comenzó a aplaudir. Papá y mamá intercambiaron una mirada que lo significaba todo en su lengua, y los dos contuvieron una sonrisa. Shasha, por su parte, se volvió y alzó las cejas.
               -Así que, ¿cancelamos mi misión de hacker?-preguntó, alzando las cejas, y Scott cogió el vaso de agua y empezó a beber de forma apurada, sabiendo que en breves empezaría una guerra. Fulminé a Shasha con la mirada.
               -¿He dicho yo algo semejante?
               -No, pero dado que ahora vuelves a tener posibilidades de haceros fotitos… no sé, igual no quieres recuperar tus fotos.
               -¡Claro que quiero, so boba!
               -Vale, vale. Así que, ¿sigo fingiendo que estoy haciendo un montón de cosas con el ordenador mientras tecleo rápidamente, o las quieres ya?
               -¿Ya las tienes?-abrí la boca tan ampliamente que casi se me cae la baba, y Shasha ancló los codos en la mesa y parpadeó en mi dirección.
               -Querida… me ofendes-se llevó una mano al pecho-. Ya las había recuperado a la hora y media de que me las pidieras-sonrió-. Lo que pasa es que me estaba haciendo la interesante. No quería que dejaras de pensar que soy superdotada.
               -Yo no pienso que seas superdotada-puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza. Shasha me fulminó con la mirada y Scott volvió a beber.
               -Me alegro mucho de que por fin lo hayáis arreglado Alec y tú, cariño-ronroneó mamá, evitando así que la sangre llegara al río, y yo sonreí y asentí con la cabeza.
               -Sí, bueno… nos echábamos de menos, y así ya no será incómodo cuando venga a ver a Scott-miré a mi hermano, que chasqueó la lengua y arrugó la nariz.
               -Ah, ¿va a seguir viniendo a verme? Estoy seguro de que a partir de ahora, la persona que le haga cruzar esa puerta será una chica.
               -Sí, Duna-se burló Shasha, y yo le tiré un trozo de pan.
               -Pues ya era hora, sinceramente, Sabrae-soltó papá, y yo lo miré-. El chaval tampoco se merecía que lo tuvieras tan puteado. Es decir… no sé qué ha pasado exactamente entre vosotros-miró a mamá, la única que estaba al tanto de los detalles de nuestra discusión-, pero no creo que fuera tan grave como para que estuvierais enfadados tanto tiempo. Y, sinceramente, has tardado un poco en dar el paso, chiquitina. Creí que lo harías justo después de que él hablara con Amoke. No pensé que fueras tan orgullosa.
               Parpadeé.
               -¿Qué?
               Scott se revolvió en el asiento y carraspeó.
               -Amoke no se lo ha contado.
               -¿Contarme qué?-me volví hacia mi hermano.
               -Que fue Alec quien habló con ella para hacerle ver que se habían enfadado contigo por una tontería.
               Abrí muchísimo los ojos.
               -¿Cómo? Espera, ¿Momo no me…?
               -Alec se lo prohibió-la excusó Scott-. Le dijo que, si sabías que había sido él quien le había dado la idea, no querrías escucharlas. No querías escuchar nada que tuviera que ver con Al, Saab-me recordó al ver mi expresión, y yo asentí con la cabeza, pensativa. Sí, la verdad es que Scott tenía razón. Cada vez que mis amigas me sacaban el tema de Alec, yo había reaccionado cerrándome en banda y negándome en redondo a hablar de él. No había querido ni oír hablar de perdonarlo, o por lo menos quedar con él y darle una oportunidad de excusarse. Estaba tan dolida y tan centrada en mí misma que en ningún momento había querido pensar que yo no era la única víctima de aquella guerra.
                -Tiene cojones, el chaval-sonrió papá, torciendo ligeramente el gesto-. He visto a muchos gallitos en el patio, pero a ninguno que se mereciera más el título de rey del recreo que Alec.
               Alec, rey del recreo, repetí para mis adentros, y procuré no sonreír. La verdad es que le pegaba. Bueno, el título de rey a secas ya le pegaba. Sin ningún título postizo.
               -¿Qué hizo?
               -No sé si contártelo, no vaya a ser que me amenace con lo que fuera que amenazara a Amoke.
               -Alec no es así, papá-puse los ojos en blanco y papá rió.
               -¿Ya no es odioso?
               -Nunca dije que lo fuera. ¿A ti te lo parece?
               -No. Le tengo cariño-se encogió de hombros-. Lo conozco desde que era así-dejó la mano a la altura de sus rodillas.
               -Pues él está convencido de que le odias.
               -Es que soy su suegro-soltó papá, y mamá sonrió mientras cortaba la carne-. Tengo que hacerme respetar. Ya que no puedo aterrorizar a Eleanor, deja que me lo pase bien con Alec.
               -¡Deja a Alec en paz, papá!-protesté, soltando una carcajada, y él alzó las cejas.
               -Bueno, lo intentaré, pero si empiezo a cebarme con Eleanor…
               -A Eleanor no la metas en esto-gruñó Scott-. Alec tiene aguante. Créeme, lo sé. Y no se asusta tan fácilmente.
               -Quizá debería darle un poco de caña a Eleanor-meditó papá-, para que ponga a su hermano en su sitio.
               Scott se puso rígido y mamá se volvió para mirarlo.
               -¿Y qué sugieres que haga para poner a Tommy en su sitio?-escupió Scott con voz gélida.
               -Alguien tiene que decirle a su hermano que deje de hacer gilipolleces.
               -Zayn-recriminó mamá.
               -Ni Zayn ni hostias, Sherezade. Los Tomlinson necesitan que les corten la chulería una vez cada 20 años. Yo lo hice con Louis y fue mano de santo.
               -Pues le costó un pelín perdonarte-pinchó mamá, arqueando las cejas, y papá se volvió hacia ella.
               -¿Sí? Bueno, si tenemos en cuenta que soy el padrino de su primogénito, creo que las cosas no salieron tan mal, ¿no?
               Mamá apretó los labios. Papá sonrió y le puso una mano en la rodilla.
               -No te pasará mucho esto de quedarte sin palabras en el juzgado, ¿eh, nena?
               -No sé, ¿a ti te pasa lo de quedarte a dormir en el sofá?-atacó mamá, altiva-. Porque como sigas en este plan, tendrás que empezar a cogerle el gusto.
               -No vas a mandarme al sofá-coqueteó papá, inclinándose hacia ella, pero mamá le puso la mano en la cara y él bufó.
               -¿Quién lo dice?
               -No puedo escribirte canciones si dormimos en habitaciones separadas, amor.
               -¿Ah, no? ¿Es que no te basta con 17 años de experiencia?
               Papá la miró con intensidad.
               -No me bastaría ni con toda la eternidad.
               -Oooooohhhh-jadeamos Shasha, Duna y yo.
               -Mándalo al sofá igual, mamá-pinchó Scott, y papá lo miró de reojo.
               -Alguien quiere que lo saque de mi testamento…
               -Vale-cedió mamá, y le dio un beso de reconciliación. Las chicas aplaudimos mientras Scott abucheaba, haciendo que papá le lanzara la servilleta, y todos nos echamos a reír.
               Durante toda la comida, papá no dejó de mirarme de vez en cuando y sonreír. Yo no lo sabía, pero se estaba acordando del momento en el que Alec había abordado a mis amigas, furioso al comprobar que me habían dejado sola, y les había cantado las cuarenta. Había puesto la oreja, escuchado punto por punto todo lo que Alec les había dicho a las chicas, y le había complacido muchísimo comprobar hasta qué punto yo le importaba.
               Espero que ella no sea tozuda y deje que se acerque a ella de nuevo, había pensado cuando Alec se alejó de mis amigas, centrando de nuevo la atención en todo el patio y no sólo en un punto en concreto. La única pelea que parecía que podía estallar no había quedado en más que una riña bien merecida por parte de las chicas.
               Y yo no podía dejar de pensar también en eso. Me lo imaginaba yendo derecho hacia Momo, Taïssa y Kendra, preguntándoles qué hacían allí fuera cuando yo estaba dentro, recriminándoles que me hubieran hecho elegir entre ellas y él y que no hubieran actuado conforme a esa decisión que todos creían que yo había tomado (cuando la realidad es que no había elegido, sino que simplemente había comprendido que no tenía por qué escoger entre mis amigas y mi pseudo novio), manteniendo la voz dura pero calmada, demostrándoles a las tres que él no era quienes ellas creían.
               Fue él, pensé. Siempre había sido él. Había sido él quien había hecho que la suerte se pusiera de mi parte otra vez. Quien había hablado con ellas incluso cuando no las soportaba. Quien las había puesto en su sitio. Él, él, él.
               Lo decidí entonces. No me bastaría con entregarme a él en nuestro sofá: le necesitaba durante toda la noche, sólo para mí, cansándose y también descansando a mi lado. Le había pedido que entrara en mi casa la última vez que nos habíamos visto. Volvería a pedírselo hoy, cuando no estuviera borracha de él, sino con síndrome de abstinencia.
               En cuanto terminé de ayudar a recoger la mesa, troté a mi habitación, cogí el móvil y tecleé a toda velocidad:

Hoy no hagas la cama, que duermes en mi casa ☺❤
           

               Y, enviado el mensaje, me senté en la cama y marqué el número de Momo. Ella no tardó ni tres tonos en contestar.
               -Hola, Saab. Me pillabas pintándome las uñas.
               -Guay. No te molesto mucho, entonces. Te llamaba para avisarte de que tenemos que quedar un poco antes de tiempo. Tenemos que estar a las nueve y media en la discoteca.
               Momo silbó.
               -¿Por qué tan pronto? Jamás hemos ido tan…
               -He quedado a esa hora.
               -Ah. Vale. ¿Con quién?
               -No le conoces-sonreí, tumbándome en la cama y doblando las rodillas.
               -¿Qué? Espera, ¿has conocido a alguien? ¿Y no me has avisado? ¿Cómo se llama? ¿Cómo es? ¿Es guapo?
               -Sí, es muy guapo. Es alto, casi metro noventa, de hecho; tiene el pelo castaño, un poco rizado, muy suave; los ojos marrones, súper bonitos, nariz un poco afilada y labios besables. Y una sonrisa que te mueres de lo preciosa que es. Y unos brazos… Dios mío. Y pectorales. Y tableta. Y espalda tan musculada, madre mía-bufé y me abaniqué-. Y, bueno, no sé si es pronto para hablar de esto, pero… tiene un pollón, amiga.
               -¿ACABAS DE CONOCERLE Y YA TE HAS ACOSTADO CON ÉL?-chilló Momo, estupefacta.
               -¡No acabo de conocerle, Momo! Le conocí el segundo día que pasé en mi casa-sonreí al mirarme al espejo-. Es Alec.
                


¿Has tenido alguna vez la sensación de que todo te va a salir genial porque estás en sintonía con todo el mundo, con el universo, incluso? Yo sí. Lo llevaba sintiendo desde que le había enviado el mensaje y ella había respondido llamándome por teléfono. Estaba como en una nube: todo me salía a pedir de boca. Ni planificándolo podía irme mejor.
               Scott me había conducido por el interior de su casa en dirección al sótano como lo haría un guía turístico en su monumento preferido de su ciudad natal. Por el camino me había ganado a Duna con un botecito de sandías de gominola, aunque a decir verdad, no es que necesitara hacer mucho para que la niña se pusiera de mi parte. Así lo tendría más fácil para quedarme en casa de Sabrae en el caso de que ella dijera que seguía con intención de salir de fiesta.
               Ya en el sótano que hacía las veces de sala de juegos y cine improvisado en ocasiones, Scott y yo hicimos tiempo comiendo, charlando y pinchándonos mutuamente con nuestros respectivos problemas: él intentó sonsacarme qué me había pasado con Sabrae, a lo que yo le contesté que lo sabría cuando le contaran su historia (así que, ¡ya lo sabes, S!), y contraataqué haciéndole un análisis de su situación con Tommy. Él estaba cansado, no quería pensar en ello, pero yo necesitaba decírselo: no iba a estar de su parte. Me consideraba una Suiza humana, no tomando parte en ninguna guerra y mediando en los conflictos, con más intensidad cuando me salpicaba la mierda como me pasaría con el de Scott y Tommy. Pero no iba a ser su aliado, ni tampoco su enemigo. Sí que lo apoyaría más que a Tommy por eso de que T no había visto cómo le arrancaban la rutina de entre los dedos, pero eso no significaba que fuera a defenderlo a capa y espada de todo mal que intentara acercarse a él. Lo había hecho mal, como Tommy. Como había pasado con Sabrae y conmigo.
               Y tenían que pedirse perdón los dos.
               Como habíamos hecho Sabrae y yo.
                Me quedé callado un momento, rumiando aquella reflexión. Scott y Tommy tenían que hablar como habíamos hecho Sabrae y yo, sí, pero, ¿lo habíamos hecho realmente? Nos habíamos pedido perdón, habíamos dicho que lamentábamos habernos hecho daño, pero no habíamos concretado qué era lo que más nos había molestado de la actuación del otro. Nos habíamos prometido que no volveríamos a caer en aquel error, pero, ¿cómo íbamos a evitarlo si no podíamos señalar el momento concreto en que todo se había ido al traste?
               Tenía que hablarlo con ella. No podía perderla otra vez. No lo soportaría.
               -¿Te está carcomiendo la conciencia no contarme lo que os pasó?-preguntó Scott, arqueando las cejas y sacándome así de mi ensoñación. Sabía que no era aquello lo que me estaba haciendo pensar, pero no quería ver cómo yo también me marchitaba en aquella habitación. Con uno que lo hiciera, ya bastaba. No podíamos empañar mi felicidad dejando que yo me comiera la cabeza con cosas que moriría intentando impedir.
               Sonreí y negué con la cabeza, pensando en la suerte que tenía de que él fuera mi amigo, y lo tonto que estaba siendo Tommy por no tratar de ver más allá, como yo había conseguido hacer con Sabrae.
               -¿Sabes que es lo que más echaba de menos?-pregunté, y Scott contestó sin dudar, dándome una patada.
               -El sexo.
               -Scott, por favor-puse los ojos en blanco-. Estaba enfadado con tu hermana, no con todo el sexo femenino en general.
               -Pues me rindo. Si no era el sexo, ¿qué rea?
               -Estar hablando con ella hasta la madrugada-confesé, y la comisura de su boca se elevó mínimamente, como la superficie del mar en el horizonte cuando aparece una ola más alta que las demás-. Y llamarla por teléfono para que podamos elaborar la conversación más profundamente. Me encanta su voz, Scott. Joder… cuando habla de algo que le gusta o de lo que sabe, es como… le cambia totalmente, ¿me entiendes? Y sus ideas-solté un bufido-. Guau. Me encantan sus ideas, S. Tiene una mente tan colorida, y a la vez tan bien amueblada… es como un museo. No me explico cómo alguien puede tener tanta luz y a la vez estar así de bien construida. Y solo tiene 14 años, Scott. ¡Catorce años! ¿Cómo será cuando tenga diecisiete? ¿O cuando tenga veinte? Joder, más le vale al que se la lleve escucharla. Es genial. Es…-silbé, y Scott sonrió-. Te abre los ojos. Y te enseña a ver la belleza que hay a tu alrededor. ¿Qué?
               -Estás pilladísimo por Sabrae.
               -No estoy pilladísimo por Sabrae-protesté.
               Sí que estaba pilladísimo por Sabrae. Enamorado, más bien, pero, claro, Scott no iba a usar esa palabra conmigo. Y yo no le dejaría usar ninguna de las dos. Le daría ocasión para tomarme el pelo como nunca me lo habían tomado en la vida. Con lo que yo había sido, con todo  lo que había hecho, lo bien que había sorteado los intentos de cada chica que había intentado atarme, ponerme cadenas, anclarme al suelo, y ahora… ahora renunciaba a mis alas por una mujer de bolsillo que ni siquiera me había pedido que dejara de volar, todo porque ella era una flor, la más hermosa de todas, y las flores sólo pueden estar en la tierra.
               A mí ya no me interesaba el cielo si no podía compartirlo con ella.
               Por eso había pasado de ser un colibrí a un pingüino.
               O, bueno, una avestruz. Porque, ya sabes, soy muy alto.
               Y tengo unas pestañas que quitan el hipo.
               -Sí que lo estás-discutió Scott-. Bueno, no. Tienes razón. Estás enamorado de ella-Scott saboreó la palabra como quien sabe que tiene la razón en una discusión-. Joder, Alec. Que le digo cosas menos bonitas a Eleanor, y ella ya me sonríe y empieza a hablarme de críos. Si Sabrae te escuchara hablar así de ella…
               -Uf-negué con la cabeza y me mordí el labio. Si él supiera las cosas que era capaz de decir cuando ella estaba delante… entendía perfectamente que los artistas compusieran sus mejores canciones cuando estaban en relaciones o acababan de salir de ellas. No hay nada más poderoso que los sentimientos que te embargan cuando estás con la persona que quieres, o que acabas de perder. Es como si hubiera un río entero de palabras a las que sólo tienes acceso cuando te han roto el corazón o cuando le han dado un sentido a sus latidos.
               -Y a mí me encanta que me hable de críos. O sea, me flipa-musitó Scott, confesándose también para mí igual que yo lo había hecho con él. Era una señal de confianza, un mensaje en una botella que decía “no estás solo en este archipiélago, a mí también se me ha hundido el barco de la promiscuidad pero, ¿sabes qué?, no pasa absolutamente nada; esta isla es un paraíso”.
               Era Scott convirtiéndome en un segundo Tommy. Y, lejos de ofenderme que me considerara un sustituto en lugar de algo completo, se lo agradecí. Sabía lo importante que era Tommy para él. Y sabía que no lo hacía porque lo hubiera perdido, sino porque estábamos acercándonos como no lo habíamos hecho nunca. Todo porque los dos estábamos enamorados, a nuestra manera, de la misma chica. Yo de forma romántica, y él más fraternal.
               Por eso le confesé:
               -Nosotros también hemos hablado de críos-Scott me miró-. Aunque sólo de lo que queremos cada uno. No hemos tocado el tema de… ya sabes. Que Sabrae traiga a este mundo a nuevos Whitelaws.
               Scott alzó las cejas.
               -De momento-puntualicé.
               -Siempre supe que iba a ser el tío de tus hijos, Al-se echó a reír y yo me puse rígido.
               -¿En serio? Si Sabrae y yo siempre nos hemos odiado.
               -Sí, pero pensaba que Duna terminaría convenciéndote para que te enamoraras de ella.
               -¿Convencerme? No necesitaría convencerme. Va a ser un pibón. Te lo digo yo, que tengo ojo para estas cosas-le guiñé un ojo-. Ahora es monísima y me la quiero comer con patatas, pero cuando sea mayor, y con los genes que tiene, vas a tener que espantarle a los tíos a tiros.
               -Y pensaba que a ti el primero.
               -Es una niña.
               -Tú también eres un niño en comparación con algunas mujeres a las que te has tirado.
               -¿Te refieres a la turca de 25 años que conocí en Chipre? Porque no me arrepiento de nada alcé la barbilla, altivo.
               -Me refiero a mi hermana.
               Puse los ojos en blanco.
               -Yo soy mayor que ella.
               -Sólo en tamaño. Una mente como un museo, ¿eh?
               Negué con la cabeza y me eché a reír.
               -Más bien como una catedral. Porque, ya sabes… allí también hay arte, y además, te perdonan tus pecados.
               Scott se echó a reír.
               -Hasta los huesos-se burló-. Coladito total.
               Puse los ojos en blanco, le saqué la lengua y arrugué la nariz, como diciendo “no tienes ni idea”, aunque en realidad, sí que la tenía. Scott sabía mejor que nadie lo que sentíamos Sabrae y yo salvo, quizá, nosotros mismos: él era la única persona en el mundo que nos conocía a ambos por igual, que nos veía cuando más relajados estábamos y por tanto más sinceros éramos.
               Por suerte para mí, y también un poco para Scott, a quien le echaría una bronca de verdad si seguía por aquel camino intentando tomarme el pelo, Eleanor llegó en ese momento. Lo que sería un increíble monólogo por mi parte abogando por la autocrítica, el diálogo y el perdón se quedó en un par de consejos lacerantes y advertencias que no tenían nada de amenaza, pero un poco de dolor para él: no escogería bando, aunque le apoyaría como también haría con Tommy.
               No la habíamos escuchado llamar al timbre por culpa de la película de Clint Eastwood que habíamos decidido ponernos a ver, así que cuando apareció en el sótano, toda sonrisas y ganas de estar con su novio, fue como una visión. Me sonrió al verme, sin acusar mi presencia ni parecer sorprendida por ella (quizá Mimi le hubiera contado que había salido corriendo nada más llegar a casa), se sentó junto a Scott y se dedicó a darle mimos y recordarle que, a pesar de las mentiras que le había dicho Tommy, era merecedor de amor. Yo los miraba de vez en cuando, conteniendo las ganas de lanzarle alguna pullita a Scott por lo mucho que se estaba entusiasmando con los besos de su chica, pero callándome siempre en el último momento. Se merecía tranquilidad.
               Pasó el tiempo y comencé a sentir cierto nerviosismo. Estando en el piso inferior, puede que no me enterara si Sabrae se iba de casa. Y puede que no viniera. Puede que tuviera tantas ganas de verme como se dejaba entrever en el mensaje que me había enviado, las mismas que tenía yo, y puede que fuera tan impulsiva que decidiera irse sin despedirse de su hermano mayor. ¿Qué haría yo si pasaba eso? Llegar tarde a nuestra cita. Porque iría detrás de ella, sin duda alguna. Ya tenía pensado hacerlo incluso cuando no sabía si Scott estaría solo, así que imagínate lo rápido que me largaría ahora que yo era lo único que les impedía a él y a Eleanor echar un polvo en el sótano de su casa.
               Tengo que admitir que ser el que tocaba los huevos y cortaba el rollo por una vez era bastante divertido. Debería hacerlo más a menudo. Pero no entonces. Yo sólo quería ver a Sabrae.
               Suerte que no tuve que comerme mucho más la cabeza. Porque, justo cuando saqué el teléfono por enésima vez para comprobar que Sabrae no me había enviado ningún mensaje preguntándome dónde estaba (aunque faltaba aún media hora para que nos viéramos), una nueva estrella decidió hacer un cameo en la película de mi vida. Shasha entró decidida en el sótano con paso decidido, y fue derecha a la mesa baja en la que habíamos ido desperdigando la comida, ahora llena de bolsas de doritos a medio terminar, cartones de hamburguesa con restos de lechuga y tomate, y latas de Pepsi a medio terminar. Las apartó sin miramientos para dejar una zona limpia, y abrió el puño, que traía cerrado, hasta depositar un par de aros plateados en la esquina.
               Levantó la vista y la clavó en Eleanor y en mí.
               -Hola-dijo como quien pronuncia una palabra oscura y tremendamente poderosa, el inicio de un hechizo que puede acabar con todo el mundo. Los tres que ya estábamos en el sótano nos inclinamos hacia delante para examinar la mercancía que Shasha acababa de traernos, lo que parecían ser unos pendientes de aro tremendamente caros, como mínimo de platino, o incluso de oro blanco, no sabría decir. La verdad es que yo no era muy fino en eso de distinguir joyas de bisutería, y eso que mi padrastro solía hacerle regalos a mi madre por su cumpleaños, su aniversario y el Día de los Enamorados, pero no tenían la misma pinta que aquellos pendientes.
               -¿Son…?-empezó Eleanor con genuino interés, parece que reconociendo el material de las joyas y sorprendiéndose por que una chica de la edad de Shasha manejara algo tan bueno.
               Alec. Sus padres también son millonarios. El único que está flipando eres tú, me recriminé, pero enseguida mi cerebro dejó de hablar para empezar a escuchar, pues lo mismo que había interrumpido el tren de mis pensamientos también había interrumpido las palabras de Eleanor.
               -¡SHASHA!-tronó Sabrae en el piso superior, porque, ¿recuerdas lo que te decía de la suerte y la armonía con el universo? Resultaba que aún seguía en sintonía con él, y no me iban a abandonar tan fácilmente. Noté cómo una sonrisa se extendía por mi boca y me erguía en el sofá, preparado para la acción. Era un actor que escucha los timbrazos de su teatro justo antes de que empiece la actuación, metiéndose tanto en su papel que incluso deja de escucharlos. Eché un vistazo en dirección a la puerta mientras Shasha la atravesaba, sabedor de que aquella jugada maestra de la mediana de las Malik era una estrategia para que Sabrae entrara y me viera.
               Hasta Shasha me quería junto a su hermana. Soy el tío más afortunado del mundo.
               -¡¿Dónde has puesto mis putos pendientes?! ¡Te voy a matar, zorra!
               -¿Qué pendientes, culo gordo? ¡Yo no te he cogido tus putos pendientes!
               -¡Los de aro, cara culo! ¡Te los dejé el fin de semana pasado, para que presumieras con las tontas de tus amigas! ¡Dámelos! ¡Quiero llevarlos de fiesta!
               -¿Quieres que te arranquen la oreja para quitártelos?
               -¿A ti qué más te da? ¡Como si los fundo y me hago con ellos una medalla!-se escuchó una puerta abrirse y un grito ofendido, pasos subiendo las escaleras a toda velocidad-. ¡Mis pendientes!
               -¡SAL DE MI HABITACIÓN!
               -¡DAME MIS PENDIENTES!
               -¡¡QUE SALGAS DE MI HABITACIÓN!!
               -¡¡QUE ME DES MIS PENDIENTES!!
               -¡NO TENGO TUS ESTÚPIDOS PENDIENTES, TÍA! ¿HAS MIRADO EN LA SALA DE JUEGOS?
               Scott clavó los ojos en mí y yo los clavé en él. Acababa de darse cuenta del motivo de la visita de su hermana. Los dos nos sonreímos mientras la guerra continuaba en los pisos superiores.
               -¿Por qué iban a estar en la sala de juegos?
               -¡Pues porque los hayas dejado allí!
               -¡Pues vete a por ellos!
               -¡VETE TÚ!-bramó Shasha-, ¡QUE PARA ALGO ERES LA INTERESADA EN COGERLOS!
               -TÚ LOS HAS PUESTO AHÍ, ASÍ QUE TRÁEMELOS.
               -¡NO!
               -¡TE VOY A ARRASTRAR DE LOS PELOS, SHASHA!
               -Tu hermana es tonta, Scott-bufó Eleanor, mirando a su novio, y él se encogió de hombros.
               -¿Y a mí qué me cuentas? Lo notamos cuando empezó a hablar, y yo la escogí porque era guapa. Todavía no hablaba cuando yo la conocí.
               -¡ESO TE VENDRÍA BIEN, PARA QUE TE MENGUARA UN POCO ESE CULO QUE TIENES!-atacó Shasha.
               -Y qué culo-chasqueé la lengua y negué con la cabeza, sin poder evitar pensar en lo cerca que estaba de verla por fin, de tener ese culo entre mis manos y poder hacer lo que quisiera con él.
               -¡¿ERES IMBÉCIL?!
               -IMBÉCIL ERES TÚ, ADEMÁS DE…
               -¡BASTA!-ladró Sherezade-. ¡COMO ESCUCHE UN SOLO GRITO MÁS, OS MANDO A VUESTRAS HABITACIONES Y OS CORTO LA LUZ PARA QUE NO PODÁIS HACER ABSOLUTAMENTE NADA!
               Se hizo el silencio un instante, y luego se oyeron golpes en el piso superior. Pisotones. Pisotones y gruñidos. Sabrae estaba rezongando por lo bajo lo que tenía pensado hacerle a su hermana en cuanto la cogiera.
               -¡Te estoy oyendo, Sabrae!-avisó Sherezade cuando la mayor de sus hijas empezó a bajar las escaleras haciendo tanto ruido como una manada de mamuts-. ¡SABRAE!-rugió cuando comprobó que no dejaba de protestar por lo bajo. Sus pasos se acercaron hasta la puerta, se detuvo allí un momento, tomó aire para tranquilizarse, y entonces, giró el pomo.
               Noté la mirada de Scott clavada en mí mientras yo observaba a Sabrae. Estaba preciosa. Tenía una expresión de fiera determinación en el rostro, propia de una guerrera: el ceño ligeramente fruncido, la nariz arrugada y la boca en una mueca de fastidio que pronto se le quitaría, o al menos, eso esperaba. Llevaba el pelo suelto en sus bucles azabache de siempre, y le hacía de halo como si fuera una virgen de colores invertidos, de piel de chocolate en lugar de nívea, y de halo de obsidiana en lugar de oro. Llevaba puesto un jersey de cuello cisne blanco con los hombros al descubierto que se adhería a su busto, unos vaqueros que reptaban por sus curvas como una segunda piel, y botas de plataforma marrones, con borreguillo por dentro, que hacían que caminara como una modelo. Sus labios tenían un toque de color cereza y el perfil de sus ojos terminaba en una línea afilada como un cuchillo.
               Joder… estaba buenísima. Menos mal que ya era de noche y me había prometido aquella noche. Llevaba desde Nochevieja esperando ese momento, y ahora que la tenía delante, supe que la espera había merecido la pena.
               Pasó de largo del sofá como una verdadera modelo; no sólo tenía su belleza y su forma de andar, sino también la actitud. Se inclinó para recoger los pendientes, y por fin, después de una larguísima espera, me miró.
               No fue le momento estelar que yo estaba esperando: no se detuvo en seco, no se quedó sin aliento, ni ahogó un grito de ilusión al verme. De la misma forma que me había mirado Shasha, también me miró ella. Incluso peor, casi sin verme.
               ¿Me desanimó eso? En absoluto. Es más: me animó. Me hizo saber que estaba tan concentrada en ir en mi busca que ni siquiera veía lo que tenía delante. Apoyé el codo en el respaldo del sofá, la cabeza en la mano, y le dediqué una sonrisa que la siguió incluso cuando empezó a marcharse…
               … y se amplió cuando ella se detuvo y se dio la vuelta de nuevo, contando: uno, dos, tres. Algo no cuadraba. En el sótano había dos chicos cuando sólo debería haber uno; tres personas donde sólo debería haber dos.
               Se giró rápidamente, como en las películas de risa, y me dedicó la sonrisa más radiante que le hubiera visto nunca. Alcé las cejas en su dirección a modo de saludo, divertido por su incapacidad para controlarse. Dios, si antes estaba buena, ahora estaba preciosa. Le quedaba genial sonreír, muchísimo mejor que aquella férrea determinación.
               -Hombre, Al-dijo sin embargo, tratando de mantener la calma. Me dieron ganas de echarme a reír. Sabía de sobra lo que estaba pasando en su interior, porque yo mismo lo estaba experimentando en mis propias carnes. Nada existía a nuestro alrededor: sólo nosotros dos, las disculpas que nos habíamos regalado la noche anterior y las promesas que nos habíamos hecho para ésta. Por fin había llegado la hora de vernos. Por fin había llegado la hora de estar juntos, fingir que el mundo no existía y que el universo sólo se reducía a nosotros dos.
               -¿Qué hay, Saab?-coqueteé, guiñándole un ojo. Me permití a mí mismo volver a echarle un vistazo a su cuerpo de escándalo y su indumentaria de ir a matar, y me mordí el labio para hacerle saber lo mucho que me gustaba lo que estaba viendo… y porque me apetecía pegarle un mordisco-. ¿Dónde vas tan guapa?
               -Iba a salir-respondió ella en tono casual, apartándose el pelo del hombro y aleteando con las pestañas. Mis ojos volaron a aquel rincón de su piel al descubierto, y empezaron a picarme los dedos de las ganas que tenía de acariciarla, sentirla debajo de mí, poseerla, hacerla gemir mi nombre mientras todo su cuerpo se contraía de puro placer.
               -¿Seguro que no prefieres entrar?-volví a alzarle las cejas, incorporándome hasta quedar con los codos apoyados en las rodillas, e incliné la cabeza hacia un lado. Vamos, nena, ven aquí, le pedí mentalmente, y ella me obedeció. Como la diosa que era, le gustaba que la adoraran y que le hicieran ofrendas. Y todo mi cuerpo era una ofrenda para que ella hiciera con él lo que le placiese.
               -Me lo estoy pensando-contestó poniéndose una mano en la cadera y haciendo sobresalir ligeramente su hueso. Su silueta cambió, pero no por ello dejó de ser tan apetecible. Me quedé sin aliento estudiando la forma de sus muslos, rememorando su sabor en mis recuerdos, no tan recientes como a mí me gustaría-. ¿Tú no sales hoy?-quiso saber, apartándose el pelo de la cara estratégicamente para así no darme opción a no mirarle los pechos. Quería acariciarlos, sobarlos, besarlos y morderlos, todo mientras ella suspiraba y gemía y se agarraba a las sábanas de su cama, su sexo contrayéndose alrededor del mío, exprimiéndome, calentándome, empujándome al orgasmo como sólo ella podía hacerlo. Ella, entre un millón.
               Sólo Sabrae era capaz de seducirme con muy poca piel al descubierto mejor que las chicas que iban semidesnudas, dejando mucho a la vista y poco a la imaginación. Con ella comprendí por fin a qué se refería todo el mundo con eso de que menos era más, y que insinuar era mucho mejor que enseñar. Las demás resultaban obscenas donde Sabrae era erótica, y donde las demás rayaban en lo vulgar, Sabrae era sensual.
               Sabía manejarme como quien maneja un coche después de 20 años conduciendo el mismo modelo. Quise pensar que yo era un Lamborgini, y Sabrae, mi piloto de carreras titular. Tampoco era tan mala comparación, ¿no? A fin de cuentas, nos corríamos juntos que daba gusto. Y mi libido era tan rápida como un deportivo de alta gama.
               -Ya estoy fuera de casa-ronroneé, y ella se echó a reír, y volvió a juguetear con su pelo, aunque esta vez, de forma ligeramente distinta. Después de echarse aquella preciosa cascada de rizos carbón hacia atrás, capturó un mechón de pelo entre dos dedos y comenzó a jugar con él, enrollándolo y desenrollándolo, haciéndose la inocente y no sintiéndoselo en absoluto.
               -Digo por ahí, hombre.
               Exhalé una risa por la nariz.
               -Ya estoy con quien quería estar esta noche, mujer.
               Me dedicó una sonrisa complacida, parpadeó y jugó:
               -¿Scott?
               -Caliente-estiré el brazo hacia ella y le acaricié la pierna por la cara interna de la rodilla, algo que le encantaba, porque era un gesto que no dejaba de ser tierno y sin embargo traía un montón de promesas eróticas consigo. Cuando ella dio un paso hacia mí, mi mirada escaló por su anatomía, deteniéndome en las curvas más pronunciadas (caderas, pechos, boca), y hallando la meta en sus ojos.
               Eran oscuros, el mismísimo infierno apagado. Estaba tan excitada como yo, pero ella no tenía ninguna parte del cuerpo que pudiera delatarla al mundo como sí la tenía yo. Me notaba duro, preparado para poseerla si ella me lo pedía, o incluso si no lo hacía pero consentía en que lo hiciera. Ni siquiera me importaban Scott y Eleanor.
               -No lo sabes tú bien-ronroneó, y nos echamos a reír. Joder, qué bien me lo voy a pasar contigo, esta noche y el resto de mi vida-. Entonces, ¿no vienes conmigo?-aleteó con las pestañas, toda inocencia y recato de repente, una niña buena que sólo quiere un juguete muy merecido.
               No. No vas a ir de pura y casta conmigo, nena. Vamos a follar. Toda la noche. Y va a ser en tu cama.
               O puede que en este sofá primero, si Scott aparta la vista el tiempo suficiente.
               ­-Tengo misión local, nena. Lo siento.
               -Qué lástima. Me gusta tener a alguien que me cubra las espaldas.
               -¿Y que te cubra a secas?-me ofrecí, porque podía cambiar fácilmente de planes. No era un tío cabezón. Scott me recriminó mi contestación, porque no sabía las cosas que le decía a su hermana cuando estábamos los dos solos, y yo lo mandé callar.
               -Más aún-respondió ella, y lamenté estar sentado y no de pie, porque lo dijo en el tono que solía utilizar en las discotecas, cuando quería follar pero no iba a decírmelo, así que decidía frotarse contra mí.
               -Pídelo  por favor.
                Sabrae sonrió, se volvió a apartar el pelo de la cara, me dio un empujón para hacer que mi espalda chocara contra el sofá, y después se sentó a horcajadas sobre mí. Se restregó con disimulo contra el bulto de mis pantalones cuando acercó su boca a la mía, lo cual me puso aún más duro, y, tras cogerme la cara entre las manos, me pegó el morreo del siglo. Me comió la boca como si llevara milenios sin probar alimento y mis labios fueran lo único disponible para ella.
               Mi cuerpo se abandonó a su absoluto control. Mis manos volaron a sus caderas, y tiré de ella para pegarla más a mí, para sentirla más cerca, para presionar más mi miembro ansioso por hundirse en su cuerpo, y sonreí cuando la hice gemir.
               Creí que lo haríamos entonces. De verdad. Puede que incluso ni utilizáramos condón. Se había subido a mí con la valentía de la vaquera experta en domar potros salvajes, o como si estuviera en una feria y quisiera batir el récord sobre el toro mecánico.
               Y lo habríamos hecho de no ser por el aguafiestas de su hermano. Scott carraspeó y Eleanor le dio un codazo, pero el mal ya estaba hecho: Sabrae se había acordado de dónde estábamos, y con quién, y decidió que no era el mejor momento para que alguien de su familia descubriera que era una fiera en la cama.
               Se apoyó en mis hombros para coger aire, el pintalabios intacto a pesar de mis besos, pero los labios ligeramente hinchados. No miró a su hermano, pero supe que lo tenía en mente, así que, para tranquilizarla, la tomé de la mandíbula y le acaricié la boca con el pulgar, recogiendo así mis besos.
               -Bueno, bombón, si te pones así, creo que no hace falta que me lo pidas por favor.
               Ella sonrió, se mordió el labio, se quedó un ratito sentada sobre mí, mirando la película, esperando, creo, a que se me pasara la erección. Frunció el ceño al escuchar otra de las frases racistas de Clint Eastwood.
               -Sabrae, bonita, no esperes que vaya a quitar la película porque esté hiriendo tu sensibilidad cuando sabes bien dónde está la puerta-la advirtió Scott, barruntando tormenta, y Sabrae se volvió hacia él.
               -Joder, Scott, ¿cómo te puede hacer gracia Gran Torino? El pavo es un racista, pero claro-puso los ojos en blanco y yo le aparté un mechón de pelo del hombro, mi niña combativa-, tú eres un hombre, así que te da igual que sea racista.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -A mí no me des lecciones, cría, que no te las he pedido. Déjame estar tranquilito un sábado por la noche viendo una peli con mi chica-rodeó a Eleanor por la cintura, y Sabrae bufó-. Además, seguro que yo no soy el único aquí al que le parecen simpáticas las gilipolleces que dice este hombre.
               -¿Por quién lo dices?
               Scott me señaló con la cabeza.
               -¡A Alec no le hace gracia!-estalló Sabrae, y sonreí al ver cómo me defendía. Y pensar que hacía un par de días yo era su peor enemigo, y ahora no podía soportar que tuviera fallos…
               -Sí que me la hace-la pinché, aunque tampoco es que me pareciera la película del siglo, pero tenía sus cosas. En realidad, lo mejor era cómo el personaje del director y actor principal decía verdaderas gilipolleces que no se basaban en nada más que unos prejuicios rancios a los que nadie con dos dedos de frente prestaría la más mínima atención.
               -¡Pues a mí ni gota!-discutió ella-. ¡Porque soy mujer, y negra, y musulmana, todo de lo que se está riendo este cabrón, así que disculpadme si este hijo de puta…!
               No dejé que terminara la frase, porque no quería que discutiera con Scott, ni que empezaran una pelea, ni que le apeteciera irse, así que la besé. Simple y llanamente. Le cogí la cara como ella había hecho conmigo y puse sus labios sobre los míos, acallando sus protestas.
               -Dios te bendiga, Alec. Eres un puto santo-me agradeció Scott.
               -Si me vas a callar con un beso cada vez que no te guste lo que te diga vas a…-me advirtió ella, y volví a besarla. Cuando nos separamos, tenía una sonrisa boba en los labios, y los ojos le chispeaban con felicidad.
               -Voy a decir muchas gilipolleces que te cabreen a partir de ahora; ojalá no parar para que tú me eches la bronca y no dejar de comerte la boca, bombón.
               Ella intentó no sonreír, ponerse de morros, pero no lo consiguió. Terminó traicionándose a sí misma, sonriendo y relamiéndose. Negó con la cabeza y se puso en pie, y anunció que se iba, pero yo sabía que no iba a marcharse a ningún sitio. Me había sentido, y yo a ella. Estábamos en la misma onda. Teníamos armonía, la misma que yo con el universo.
               -Si cambias de opinión, avísame-me dijo tras darme un pico, y yo asentí con la cabeza.
               -No voy a cambiar de opinión.
               -Lo sospechaba-me dio un último apretón en la mano y, sin más, rodeó el sofá y atravesó la puerta. Me la quedé mirando, contando los segundos para que volviera. Scott y Eleanor me dejaron bien claro que no pasaba nada y que fuera con ella si era lo que me apetecía, y que no me sintiera en la obligación de quedarme, pero yo insistí en que no haría falta. Volvería. Y tenía que estar con Scott. Había ido a verlo, y no le abandonaría tan fácilmente sólo porque a Sabrae se le apeteciera hacerse la dura.
               -Con la cantidad de chicas que hay por el mundo-sonrió Eleanor, abrazándose las rodillas-, y tenías que acabar pillado de Sabrae.
               -Es que no hay ninguna con su cara.
               -¿Así que es todo porque es guapa?-acusó Eleanor, frunciendo el ceño, dispuesta a defender a su amiga a muerte.
               -Tiene la cara suave. Y jugosa. Como una nectarina, que ya sabes que me encantan. Son como melocotones pero de cuero, un poco más perras malas. Pero, El, si vieras cómo tiene la mente…
               -Aquí viene-bufó Scott, y Eleanor le dio un manotazo en el vientre.
               -Puedes ser pobre, y tener los zapatos rotos, y tener una mente como un palacio. Ella la tiene como un reino. El mejor de todos. Es el sitio en el que los dioses más se esmeraron. Con el que más inspirados estaban.
               Eleanor parpadeó, los ojos vidriosos como la parte frontal de una iglesia, y miró a Scott. Él le acarició la espalda con una sonrisa cansada en los labios.
               -Tienen que casarse-Eleanor hizo un puchero.
               -Eso no está de mi mano, mi amor.
               -Os tenéis que casar-instó Eleanor, y yo puse los ojos en blanco-. Es la verdad. Sois monísimos. Sois más monos que Scott y yo.
               -Eso no es verdad-protestó Scott, pero Eleanor no le hizo caso.
               -No hay muchos más monos que nosotros, pero Sabralec es una excepción.
               Fruncí el ceño.
               -¿Sabralec?
               Scott clavó en mí una mirada cargada de intención.
               -Había que bautizaros, ¿no? Nosotros somos Sceleanor para sus amigas-señaló a Eleanor, que asintió con la cabeza y se rodeó los hombros con el brazo de Scott-. Es más rápido.
               -Y más mono. Te quiero-le dio un beso rápido a su novio.
               -Me gusta cómo suena. Sabralec-repetí, dejando que me vendieran la moto-. Y, ¿quién, si se puede saber, es más mono que Sabrae y yo?-pregunté, valorando las opciones, y horrorizándome ante las que se me ocurrían, porque entre ellas estaban Max y Bella, quienes estaban prácticamente casados.
               -Tommy cuando hablaba con Diana por teléfono-soltó Scott sin pensar, y Eleanor se volvió hacia él. Una nube de tristeza le había oscurecido el semblante.
               -Qué profundo, S-comenté, y Scott se encogió de hombros, sorbió por la nariz (oh, no), y comentó:
               -¿Quieres oír otra cosa profunda?
               -Cuéntame.
               -Núcleo terrestre.
               Solté una carcajada que hizo que aquellas nubes venenosas se desvanecieran.
               -Has dicho algo bueno de Tommy. Eso es un avance.
               -Estoy de buen humor. Ha ganado el Manchester-comentó, encogiéndose de hombros, y yo me llevé la mano al pecho.
               -Bueno, si tenemos que esperar a que gane el Manchester para que te reconcilies con Tommy, vamos guapos.
               -¿Por qué tienes que ser tan imbécil siempre, Alec? ¿Te oyes siquiera a ti mismo cada vez que hablas?
               -Sí, pero procuro no escucharme mucho. Me pone cachondo mi propia voz, no me extraña que a las tías les mole tanto mi labia.
               Scott me fulminó con la mirada, pero Eleanor se echó a reír.
               -¿Lo ves?-la señalé con la mano abierta, la palma vuelta hacia el cielo-. Podría levantártela si quisiera.
               -Me he peleado con su hermano por ella. Imagínate lo que te haría a ti-protestó, posesivo, celoso, agarrando a Eleanor y acercándosela.
               -¿Cosas malas?
               -Muy malas.
               -Uf, qué bien suena eso. Sigue, sigue, cariño, que se me está poniendo dura.
               Eleanor volvió a soltar una risotada, que Scott acompañó con una sonrisa y un bufido.
                Seguí picando a Scott y él pinchándome a mí para disfrute de Eleanor, hasta que por fin volvimos a ser pares. Intenté no sonreír como un imbécil cuando la vi volver a entrar en la habitación, ahora con unas botas de forro bajas, de las típicas que se ponen las chicas para andar por casa. Cerró la puerta de la sala de juegos con la cadera y caminó hacia nosotros contoneándose de absoluta felicidad.
               -Hola de nuevo-dijo, sentándose a mi lado en el sofá y guiñándome un ojo. Dejó la bolsa de palomitas que traía consigo sobre la mesa mientras se amoldaba a mi cuerpo, en el que encajó sorprendentemente bien.
               -¿No sales, Saab?-la pinché, y ella puso los ojos en blanco y me sacó la lengua, aunque no en actitud beligerante: le estaba acariciando el pelo y ella no podía enfadarse conmigo cuando yo le acariciaba el pelo.
               -Las chicas se han rajado-mintió-; quieren ir a la bolera.
               -Y tú no estás muy católica para ir al centro, ¿eh?-me burlé.
               -No, yo no suelo estar católica nunca para nada-se rió de su propia ocurrencia, y yo tuve que unirme a ella, porque su risa era el sonido más bonito que había escuchado nunca-. De todas formas, ya había escuchado lo que iba a buscar-se apartó un mechón de pelo de la cara y me miró con intención.
               -¿A mí?-se mordió los labios y subió los pies al sofá, reposando mis rodillas sobre mis piernas, y metió la mano en las palomitas para no tener que contestarme. Scott y Eleanor se lo estaban pasando en grande viendo nuestro tira y afloja; deberíamos empezar a cobrar entrada-. ¿Y por qué has tardado tanto? ¿Estabas haciendo la cama?-me burlé, puesto que la había escuchado ir de un lado para otro en el piso superior, a pesar del ruido de la película. Era increíble cómo mis sentidos podían agudizarse tanto, hasta el punto de convertirme en un súper humano, en lo que respectaba a ella.
               Estaba convencido de que, nada más salir del sótano, había ido corriendo a coger su móvil y avisar a sus amigas de que estaba en casa, así que ya no tenía ningún sentido salir. Puede que no lo dijera con esas palabras (o puede que sí, en cuyo caso a mí no me daba ninguna lástima de sus amigas, que no habían hecho nada por allanarme el terreno a pesar de que yo había tenido la gentileza de hacerles ver que se estaban comportando como unas niñatas), pero estaba convencido de que algo así había sucedido.
               Sabrae alzó la mandíbula, chula, y echó los hombros hacia atrás.
               -Me gusta tener un poco de orden en mi habitación, disculpa.
               -¿O no será que te hacía ilusión que la deshiciéramos entre los dos y que pudiéramos decir que lo habíamos hecho juntos?-me burlé, apartándole el pelo de un hombro y dándole un beso en la piel desnuda. Se estremeció-. Qué detalle, pero no tenías por qué hacerlo. Preferiría que hubieras bajado directamente para estar conmigo otra vez.
               -Es que iba a aprovechar para prepararla cuando vinieras borracho y no te tuvieras en pie-atacó, esbozando una sonrisa de autosuficiencia, pero yo sabía más que ella.
               -Querida… qué poco usas esa hermosa cabecita tuya, si de verdad pensabas que iba a venir borracho a acostarme contigo, y más siendo la primera vez que te viera desnuda-me incliné hacia su oído y le susurré, con los labios tan pegados al lóbulo de la oreja que le acaricié la piel-: lo que estaría sería dopado, en todo caso.
               Sabrae se estremeció de nuevo y se mordió el labio. Su mano voló a mi rodilla y me clavó las uñas en la articulación, pero no me importó. O bueno, sí me importó, pero no como piensas: me puso como una moto. La cogí de la nuca y la hice girarse para encontrarme con sus ojos.
               Scott no existía. Eleanor no existía. El mundo no existía. Sólo lo hacíamos Sabrae y yo, y sus manos en mi rodilla, y sus rodillas sobre mi pierna, y sus ojos en los míos, y mis dedos en su piel. Sus dientes aparecieron de nuevo sobre la piel de su labio inferior y sus ojos descendieron a mi boca. ¿La quieres? Es tuya. Sólo tuya, nena. Ni siquiera necesitas pedirla.
               -¿Por qué has bajado?-pregunté en un hilo de voz, tan bajo que sólo pudo escucharme ella. No lo hice porque no quisiera que Scott y Eleanor nos escuchaban; sé que no lo estaban haciendo. Se habían vuelto a centrar en la película, que ya estaba acabando, para darnos intimidad.
               Lo hice porque hay preguntas tan intensas que sólo puedes formularlas en voz baja, para equilibrar un poco la balanza.
               -Porque quería verte-respondió, soltándome la rodilla y acariciándome los brazos, desde la muñeca hasta los hombros, y se acercó tanto a mí que pude oler la sal de las palomitas que había comido de camino en su aliento. Me acarició el cuello y la nuca, su boca tan cerca de la mía que inhalaba su respiración.
                -Podrías haberme pedido que subiera. Y lo habría hecho.
               Pero Sabrae negó con la cabeza, sus dedos jugando con el nacimiento del pelo en mi nuca. Hacía tiempo le había dicho que no soportaba que una chica guapa me hiciera eso, en lo que a mí me parecía otra vida, lo que Sabrae consideraba tal. En aquella época, ella me odiaba. Pero yo me había ganado su confianza en una tarde de verano en la que había conseguido demostrarle que no era tan malo como ella quería creer.
               -Empezamos en un sofá. Deberíamos empezar nuestra noche en otro. Además… tenemos mucho de qué hablar-se posó suavemente sobre mi regazo, frotando su nariz con la mía-. Y muchas cosas que hacer esta noche. Por eso creo que es mejor empezarla cuanto antes.
               -Estoy de acuerdo.
               Una nueva sonrisa se extendió por la boca de Sabrae antes de volver a besarme, y yo me felicité a mí mismo por ser el causante de aquel gesto. Si aquella noche no tuviera nombre, me habría referido a ella como “la noche de las sonrisas de Sabrae”. Pero ya lo tenía.
               Era la primera. Y esperaba que fuera la primera de millones.  
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1 comentario:

  1. Ay me ha encantado poder leer como narra Sabrae el principio del capítulo porque son cosas que por razones obvias me recuerdan mucho a Cts y son capítulos que tengo leídos como mil veces y me produce una ilusión extraña ver las cosas desde su perspectiva aunque solo sea comprar un libro.
    Me ha matado Zayn poniendose de lado de Alec y diciéndole a Sabrae literalmente que ha sido muy orgullosa, es yo. Yo soy Zayn.
    Me encanta también como se pone a hablar Alec con Scott y Eleanor de Sabrae cuando ella aún no ha aparecido. En ese momento soy Eleanor y no porque yo también me estuviese derritiendo con las palabras de Alec sino porqué también me hubiese gustado follarme a Scott en ese momento (y en cualquiera vamos a ser realistas)
    Estoy deseando que llegue el próximo capítulo y leer todo lo que se viene con esa noche. Como se desnudan, como hacen el amor y como amanecen. Ya estoy blandisima con solo pensarlo ay.

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