sábado, 30 de mayo de 2015

He vuelto.

Dicen que lo bueno se hace esperar, y que si no trabajas desde el minuto uno jamás conseguirás lo que otra gente que ha estado dándolo todo desde antes incluso de empezar.
Pero hay otra cosa importante, casi tan importante como el propio trabajo: la suerte, y el talento. El talento para crear suerte y la suerte de tener talento.
Lo que ha pasado estos 15 días me ha dado ánimos para continuar peleando (oh, no ha sido nada, sólo que LO HE APROBADO TODO SEÑORAS BAILEMOS UN VALS) por lo que yo quiero; me ha servido para darme cuenta de que el tiempo es relativo, que la suerte cuenta tanto como trabajar desde siempre.
Porque a veces un siempre no es suficiente, y otras veces una hora sirve de sobra.
Así que sé fuerte, conócete, pídele al Universo o a quien creas que te maneja que te ayude a hacerlo. Una vez que sepas tus límites, nada va a poder contigo.
Puedes ser el héroe de tu tiempo incluso bailando con los demonios en tu mente.

viernes, 15 de mayo de 2015

World, stop

Como seguramente te imagines, estoy de exámenes. Mayo es un mal mes para los universitarios. Lo cual quiere decir que no voy a tener tiempo para pasarme mucho por aquí, pero no te preocupes, no voy a abandonar el blog. Sólo nos voy a dar un descanso, dado que sólo cojo el ordenador por las noches para ver películas (hay cosas importantes y cosas sagradas). De manera que sal fuera, disfruta de la luz del sol por mí... y échame de menos, porque yo haré lo mismo.
¡Nos vemos en Junio, a no ser que pase algo interesante!
Por si quieres ver los tags con los que reacciono a esta obra de la naturaleza.


Carry on!

lunes, 11 de mayo de 2015

Príncipes de Persia.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

            Sabía que esas piernas no me podían deparar nada bueno, pero, claro, no podía resistirme a una chica guapa. Y mucho menos a una chica que me atraía hacia él como la luz a las polillas; sabía que iba a quemarme, pero su luz era tan bonita que yo, simplemente, no podía evitar acercarme. Esto era lo mismo.
            Por muy guapa que fuera, mi comportamiento no tenía excusa. Se me había pasado por la cabeza abrir la puerta de la habitación de Eleanor sólo para satisfacer su curiosidad, que se dibujaba en sus ojos con unos pinceles irresistibles, y unos colores cuyos tonos te invitaban a soñar. No debía, no podía, y aun así, estuve a punto de cumplir su deseo no expresado y acercarme a la puerta, abrirla y descubrir la leonera en la que vivía mi hermana. Gracias a Dios, conseguí contenerme.
            Pero otra cosa muy diferente era verla allí, en el cuarto de juegos, apoyando una mano tan cerca de mi cuello que casi  podía sentir sus dedos paseándose por mi piel, y el incendio que ese contacto despertaría en mí… y tuvo que preguntar por los premios.
            Y yo tuve que enseñárselos, por supuesto.
            El hechizo que la rodeaba era poderoso; su magia emanaba de su piel cual perfume, en un aura tan irresistible que te atrapaba como una red, y tú eras un pobre pececito que podía hacer poco más que luchar por regresar al agua de nuevo, sabiendo que era inútil, que había demasiados peces en tu misma situación a tu alrededor como para conseguir salvarte.
            Claro que siempre había un milagro que te sacase de la boca del lobo, y la grúa que me sacaba de mi entorno se rompió, y volví a caer al agua en masa junto con mis demás compañeros peces, y pude respirar de nuevo, y los cables de mi cerebro volvieron a conectarse… todo con el ruido de un coche que se acercaba.
            Mamá me va a matar si me pilla aquí, razonó una parte de mí que hasta ese instante había estado callada o, directamente, dormida. Aparté la mano de la caja del Grammy como si mi vida dependiese de ello pues, en cierto modo, lo hacía, y agarré a Diana del brazo para sacarla de allí. Evidentemente, ella no habría llegado hasta esa sala de no ser por mi ayuda, y un buen ladrón se caracterizaba por no dejar pistas.
            Y nuestra incursión en aquella sala era uno de los mayores robos que podíamos cometer en mi casa.
            Supe que estaba molesta sin ni siquiera mirarla; era increíble todo lo que podías adivinar de una persona simplemente prestando atención a cómo te hacía sentir aquella magia que manaba de sus poros.
            -Tengo sueño-alegó y, sin más dilación, se soltó de mi abrazo con una sacudida y se dirigió a su habitación, subiendo las escaleras con la dignidad de una reina y la velocidad de una tigresa.
            Necesitaba que fuese mía, lo necesitaba en ese instante.
            Oí las llaves meterse en la cerradura y, sin pensármelo dos veces, eché la carrera de mi vida hacia el sofá, lo salté con la gracia de un antílope y me dejé caer en él, encendiendo la tele a la velocidad del rayo, y rezando por que mi madre tardase lo suficiente en abrir la puerta y aparecer con mis hermanos como para que se quitase la información del canal.
            La puerta se abrió, y la información no se quitaba… por dios bendito, por dios bendito, ¡por dios bendito, nunca te he pedido nada, ayúdame ahora!
            Astrid apareció en el hall, quitándose su abrigo…
            POR DIOS BENDITO POR DIOS POR DIOOOS.
            Ahí estaba mamá, llamándole la atención a Dan, diciéndole que hiciera el favor de desabrocharse el abrigo en lugar de intentar quitárselo como si fuese una simple sudadera…
            -Pero, ¡mamá!-protestó mi hermano pequeño cuando ella le cogió las dos manos y le bajó el abrigo, echando a perder todo su plan…
            Mamá levantó la cabeza y le lanzó una mirada envenenada que detuvo en ese instante cualquier intento de réplica.
            A continuación, empezó a girar la cabeza hacia mí.
            ¿PERO POR QUÉ SEGUÍA LA INFOR…? Oh, gracias a Dios; desapareció en ese instante.
            -Hola, Tommy.
            -Hola, mamá-canturreé con la inocencia tatuada en la voz.
            -¿Y Diana?
            -Tenía sueño.
            Una gota de sudor se deslizó por mi cuello. Intenté no estremecerme, a pesar de que mi punto débil era precisamente mi columna vertebral; Megan lo sabía muy bien…
            Megan.
            No había pensado en ella desde que Diana había aparecido. Vaya. Realmente podía hacer magia,
            Los ojos de mi madre no se apartaban de mí.
            -¿Ha comido algo?
            Me limité a negar con la cabeza, mientras una parte de mí sugería que no le importaría que me comiese a mí, especialmente ciertas zonas de mi cuerpo especialmente sensibles.
            Mamá frunció el ceño. Astrid ya se había quitado el abrigo y lo había dejado en el perchero, se acercaba a mí con la mochila dando brincos a su espalda. Dan seguía con su operación: quitarse el abrigo a modo de sudadera.
            -Luego le subiremos algo. Venga, todo el mundo a comer. Dan, deja de hacer el tonto si no quieres que te dé una bofetada. Como no te hayas desabrochado el abrigo antes de que llegue a la cocina, te quedas sin comer.
            Los ojos de mi hermano se abrieron como platos ante semejante amenaza, que no había que tomarse a la ligera en absoluto. Mamá te dejaba sin comer, o sin tele, o sin salir, si decía que iba a hacerlo.
            Atravesó la puerta de la cocina, sin abrigo y con el jersey descolocado, antes que ella. Mamá se limitó a sonreír con suficiencia, más para sí misma que para el pobre chiquillo, que, aun siendo tan joven, ya sabía con quién había que meterse en casa y con quién no.
            Entonces, volvió a girar la cabeza para mirarme a mí. Me revolví en mi asiento, rezando porque no hubiera ningún indicio de que me había metido con Diana en la habitación de los premios; bastante tenía ya con haber tenido que mandarme a mí a recogerla después de que papá se quitara el peso de encima, como para que ahora yo contribuyera a cabrearla de uno de los peores modos posibles: desobedeciéndola y aprovechándome de que no estaba en casa vigilándome para hacerlo.
            Sus ojos se posaron un momento en los míos, y luego en la tele, y su expresión cambió en una milésima de segundo. Alzó las cejas, impresionada por lo que tenía ante sí.
            Era un canal de noticias; hasta ahí todo bien. Se podía deducir fácilmente por los dos presentadores trajeados, sentados detrás de una mesa con papeles y ordenadores a su lado. Unos letreros apoyaban las palabras que escupían a la velocidad del rayo, a tanta velocidad que me resultaba imposible entenderlas.
            Tal vez tuviera algo que ver el hecho de que estaban hablando en ruso, o algún idioma de éstos imposible de comprender. Los carteles utilizaban letras que yo había visto en muy contadas ocasiones: todas, en películas acerca de la Segunda Guerra Mundial, o el resultado que ésta tuvo en la Guerra Fría.
            Supe que sería un error intentar cambiar de canal, o apagar la tele, con mamá todavía contemplando la pantalla. No colaría nada si dijera que estaba viendo las noticias del canal ruso por mera curiosidad, ¿verdad que no?
            -¿Qué haces…? ¿Cuánto llevas viendo eso?
            -Estaba… haciendo zapping.
            Sus ojos volvieron a los míos, y sus cejas se levantaron tanto que me sorprendió que no desaparecieran en su frente, o que la piel del cuello soportase la tensión y no se desgajase, provocando una inundación de sangre.
            -Vale, pues… cuando acabes de enterarte de lo que pasa en el Kremlin, si quieres, puedes venir a comer. Tu hermana hoy no viene. Y no vamos a esperar a tu padre.
            Había un resentimiento en su voz digno de la mejor de las telenovelas mexicanas cuyos fragmentos te mostraban en los típicos programas de por la tarde, cuando no había nada que hacer y tus hermanos estaban utilizando las consolas de la sala de juegos.
            Me apeteció morirme cuando nos sentamos a la mesa y mamá se colocó delante de mí, asegurándose de que podría observarme todo el tiempo que quisiera sin el más absoluto esfuerzo. Yo me concentré en mi plato, ignorando todos los esfuerzos de Astrid por captar mi atención, temiendo que, si levantaba la cabeza, mi madre pudiera leer en mi frente lo que había hecho. Lo único que conseguí de esto era que me observase todavía con más atención.
            -A hacer los deberes-dijo por fin, y fui el primero en levantarme y llevar mi plato hasta el fregadero. Hice ademán de escurrirme por la puerta de la cocina, pero ella fue más lista que yo-. Hoy te toca a ti fregar, Tommy.
            Seguro que notó cómo se me paraba el corazón. Di media vuelta y volví a donde había dejado el plato, que ya estaba acompañado por los de Astrid y Dan, y me puse manos a la obra con su mirada clavada en mi espalda. Ardía como mil soles.
            Cuando por fin terminé, lo cual me llevó más tiempo de lo que pensaba debido a mis manos temblorosas por la tensión, me di la vuelta para irme, y ya estaba en el umbral de la puerta cuando ella volvió a romper el silencio con la pregunta por la que yo había estado rezando, suplicando a Dios para que le quitara la voz un momento:
            -¿Qué te pasa hoy, Thomas?
            Para colmo, ni siquiera utilizaba mi nombre cariñoso.
            Me di la vuelta y la miré con timidez.
            -Nada-mentí, lo mejor que pude… lo cual no fue bastante.
            -Pues cualquiera lo diría-susurró, jugueteando con el tapón de la botella que había sacado, Dios sabía cuándo, de la nevera.
            -Tengo… mucho que estudiar, eso es todo.
            -Es impresionante, especialmente teniendo en cuenta que te la llevan sudando los estudios desde que empezaste este curso. ¿Diana te ha hecho ver que tener una buena media te puede abrir muchas puertas?
            Y sonrío con malicia cuando todos los tomates del mundo se concentraron dentro de mis mejillas.
            Y, entonces, vi la salida sobre su cabeza, en el calendario de pared en el que se mostraba una ciudad de Alaska, iluminando la nieve en derredor de colores morados y azules. La asociación de ideas fue instantánea, casi tan rápida como el rubor de mis mejillas. Alaska; Estados Unidos; California; Los Ángeles.
            Luché con todas mis fuerzas por poner cara de cordero degollado y me armé de valor para mirarla, suplicándole de nuevo a Dios; esta vez, le pedía que no permitiera que se me fuera el personaje.
            -En realidad… mamá, ¿yo terminé con tu carrera?
            Puede que los tomates del mundo estuvieran todos reunidos en mi cara, pero en la suya se produjo una concentración de sal: se puso pálida como un muerto en menos que cantaba un gallo, la sonrisa que antes desfiguraba su boca se esfumó sin dejar rastro, y sus cejas cayeron en picado como aviones bombardeados en un combate.
            -¿Quién te ha dicho eso?
            Vale, igual me había pasado, pero ahora no era momento de echarse atrás.
            -No exactamente “eso”, pero… como que lo dejó caer…
            -Tommy.
            -Fue papá.
            Disparó una mueca a un lado, que fue acompañada de un bombazo demasiado en cuya explosión podías intuir las palabras “Louis” y “gilipollas” en español.
            -No creo que lo dijera a posta, pero…
            -Escúchame, Tommy-dijo, levantándose y viniendo hasta mí. De repente se había hecho muy pequeña; ni ella había menguado ni yo había crecido durante la comida, pero los centímetros que me ponían por encima de ella se hicieron notar como nunca hasta la fecha cuando se colocó frente a mí y me cogió la mano, apretándomela cariñosamente-. No te preocupes por haber terminado mi “carrera”-puso los ojos en blanco ante esa frase-. No lo hiciste. Y, aunque hubiera sido así, me habría encantado hacerlo por ti. Eres perfecto, cariño-me acarició la mejilla y sus ojos brillaron peligrosamente. No podía verla llorar, no podía llorar delante de mí, me odiaría como persona si la hacía llorar. Por suerte, sonrió-. ¿Quién sabe a qué monstruo acabaría pariendo? Porque está claro que lo haría-suspiró-. Es decir… me tiro a Louis. Esto es una ruleta rusa.
            Dijo lo último más para sí misma que para mí. Decidí ignorar su mención explícita a que todavía se tiraba a papá (lo sabía, no era gilipollas, pero una cosa era saberlo y otra que te la dijeran abiertamente).
            Sacudió la cabeza, volviendo de donde fuera se había ido, y me indicó con un gesto que todo estaba bien.
            Me odié mucho por el ser humano rastrero en que podía convertirme cuando me di la vuelta sin mediar palabra y me dejé caer en el sofá, mientras escuchaba cómo ella abría la puerta del jardín y volvía a cerrarla.
            Ni siquiera encendí la tele, y no me percaté del paso del tiempo hasta que el motor de un coche se acercó con su ronroneo característico a la casa, imposibilitando las dudas de quién podía ser.
            Papá se quedó parado, con el maletín con las cosas del instituto colgándole de los dedos, al verme sentado delante de una televisión aún por encender.
            -No te habrás metido en ninguna de estas sectas raras y estarás meditando, ¿no?
            Fruncí el ceño y negué con la cabeza.
            -Eso está bien-murmuró, lanzándole una nueva mirada a la pantalla negra con la esperanza de que yo no fuera subnormal y su mente le hubiera engañado y realmente no estaba colocado allí, rebozándome en mi melancolismo.
            Pero las cosas dejaron de estar bien rápidamente: mamá también había escuchado el coche, y apareció en la puerta de la cocina con una expresión que te hacía preguntarte cómo era que su pelo se mantenía en su posición normal, en lugar de erizarse como si ella estuviera cargada de electricidad.
            -Tenía ganas de que llegaras, Louis-gruñó, y papá puso los ojos en blanco, dejó caer el maletín en el sofá y se acercó a ella. Tuvo la picardía de cerrar la puerta; se notaba cuánto tiempo hacía que se conocían y cómo sabía que iba a haber bronca, aunque seguramente no por lo que él se pensaba que iba a haberla.
            Me levanté y fui a recoger a mis hermanos, que levantaron la vista asustados y la clavaron en la puerta de la cocina, la mismísima puerta al infierno, al instante de que mi madre empezase a gritarle a mi padre. Los cogí de la mano, decidido a impedir que asistieran a tal espectáculo, y los llevé hasta la habitación de los juegos, donde se quedaron por la prudencia del niño que nota a su madre enfadada y que hace lo posible por no cabrearla más.
            Cuando volví al salón, ya no era un solo lo que se cantaba en la cocina, sino un dúo a dos voces, cada una más furiosa que la anterior, que intentaban sobreponerse la una sobre la otra.
            Me quedé apoyado en la pared contraria a la de la cocina, observando las escaleras como si esperase que la Virgen María fuera a aparecer por allí para imponer la paz.
            Apareció alguien diferente, alguien a quien me alegré más de ver, con una expresión somnolienta en la que también se leía el fastidio.
            La melena dorada de Diana bailó cuando se percató de mi presencia y se me quedó mirando, con los ojos entrecerrados, intentando decidir si estaba alucinando.
            -¿Eres un sueño o eres real?
            -Seré lo que tú quieras que sea-me escuché decir, y una parte de mí quiso abofetear a la otra parte. Pero ella sonrió, y enseguida se hizo la paz en mi interior.
            -¿Qué les pasa?-dijo, poniéndose a mi lado y deslizándose por la pared hasta quedarse sentada en el suelo, con aquellas piernas kilométricas estiradas y la cabeza ladeada, de manera que la cortina rubia que era su pelo le tapase media cara.
            -Mi madre está cabreada-decidí omitir que yo había sido la que le había dado razones para estar así, y ella no protestó. Apoyó la cabeza en mi hombro y suspiró de tal manera que su aliento me acarició el cuello y una parte de éste se coló por el interior de mi camiseta, bajando por mi pecho.
            Tuve que concentrarme con todo mi ser en imágenes de gatitos muertos.
            -No tendrás agua, por un casual, ¿verdad?
            -El agua está en el infierno.
            Bostezó.
            -Tendré que morirme de sed, entonces.
            Me eché a reír, y ella se me quedó mirando un momento, antes de volver a apoyar la cabeza y acercar su cuerpo un poco más al mío. No sabría decir si le habría gustado pasarme el brazo el pecho y acurrucarse un poco más a mí, dado que los pantalones y la camiseta de tirantes con la que había bajado (y, deduje, dormido también) no parecían lo bastante cálidos para una tarde de finales de otoño en Inglaterra. Seguro que estaba acostumbrada a los inviernos de Nueva York, en los que una capa de nieve de incluso metros de grosor llegaba a cubrir las calles, pero me jugaría la mano derecha a que siempre los había vivido debajo de varias capas de ropa.
            Acercó sus pies a los míos hasta llegar casi a tocarlos. Echándole un vistazo de reojo, vi que observaba también el punto en el que casi estábamos juntos.
            Decidí ser yo el que terminara de acercarse, y toqué un poco su pie con el mío. Ella sonrió, se apartó un mechón de pelo de la cara y cerró los ojos, esos preciosos ojos de esmeralda que le había regalado Harry.
            Entendí lo que quería sin necesidad de que me lo dijera: no hubo ningún “despiértame cuando terminen de pelearse”, pero supe que lo haría en cuanto cesaran los gritos.
            -Di-murmuré cuando mis padres se callaron. ¿La llamaban así en casa? ¿Cómo la llamaban sus amigos? ¿Se cabrearía si la llamaba de la misma manera que los americanos? Íbamos a vivir en la misma casa; estar llamándola todo el rato por el mismo nombre iba a ser un coñazo. Hasta la gilipollas de Eleanor tenía su propio mote cariñoso: la gilipollas de mi hermana.
            Ella entreabrió ligeramente los ojos, y le echó un vistazo a la puerta.
            En ese momento, uno de mis padres la abrió. Se escuchó una risa, una risa femenina, y luego, finalmente, se abrió de nuevo la entrada a tan importante lugar, dejándonos ver lo que había en su interior.
            Mamá se peinó con los dedos y dio un paso adelante, buscando algo que no conseguía encontrar. A continuación, detrás de ella, salió papá, que se encaminó hacia el sofá, recogió el maletín y se volvió para ir a comer. Discutir daba hambre, sin duda, y el olor de la comida que preparaba mamá conseguiría que le rugieran las tripas hasta a un muerto.
            -Chicos-dijo ella, clavando la mirada en nosotros y frunciendo el ceño. Diana se desperezó, papá se giró…y yo me sentí un dios bajado a la tierra sólo y exclusivamente para predicar mi grandeza.
            -¿Qué hacéis los dos ahí tirados?
            -Diana tenía sueño-es lo único que se me ocurrió decir. Mamá se llevó una mano a la boca, comprendiendo por fin.
            -Diana, cariño, ¿te hemos despertado?
            Podría haber sido la perra que fue cuando la conocí; podría haber dado una respuesta sarcástica, como que seguramente hasta la Reina se habría enterado ya de la pelea, a pesar de estar en Escocia… pero, para mi sorpresa, esquivó con elegancia la embarazosa situación en la que podría haber metido a mi madre con un sencillo:
            -Sólo tenía sed. No pasa nada-acompañado de un estiramiento digno de una gimnasta. Se incorporó de un salto con la agilidad de un gato.
            -Veo que los genes de tu madre están intactos-comentó papá, sonriéndole y haciendo un gesto para que se acercara. Ella lo hizo, y se dejó besar con bastante mejor expresión que la que había tenido con mi madre.
            -Todo el mundo dice que soy alta.
            -Lo digo por lo guapa-replicó él, y ella dejó escapar una dulce risa que me hizo cuestionarme seriamente si le estaba intentando tirar los tejos a mi padre.
            O sea, no es que estuviera en contra de que le tirase los tejos a nadie, incluso a gente vieja, pero… ¿a mi padre?
            Joder, podía aspirar a más.
            Como a mí.
            -¿Qué tal el vuelo?-inquirió Louis una vez entraron en la sala, cogiendo sus platos y colocándolos en la mesa mientras Diana abría la puerta de la nevera en busca de la botella de agua más fría que pudiera encontrar.
            -Bien. Bueno, cansado. Había bastantes películas que ver-se encogió de hombros-. Podría haber sido peor.
            -¿Cómo llevas el jet lag?
            Soltó un bufido que hubiera hecho temblar los cimientos del más grande de los palacios.
            -Horrible. Todavía estoy con el horario de Nueva York.
            -Eso lo solucionas durmiendo-comentó Eri, cruzándose de brazos y encogiendo los hombros un segundo inapreciable-, ¿no, Louis?
            -Y drogándote-contestó mi padre, para sorpresa de todos en la habitación, antes de dar un sorbo de su vaso.
            -¡Louis!
            -Claro que, evidentemente, no te lo recomiendo. Le tengo aprecio a mi cuello, y no creo que a Harry le molase nada que te fuera dando drogas, ¿verdad?
            Tuve que sonreír ante la idea de Harry cabreado. Era la cosa menos enfadable del mundo: seguramente se enfureciese antes un oso panda que él.
            Me pregunté si su familia tendría algo que ver en eso.
            Diana se echó a reír de nuevo, negó con la cabeza y se despidió con un “voy a ver si consigo seguir durmiendo”. Dicho esto, se dio la vuelta, se agitó el pelo, me dedicó una última mirada y se marchó.
            Cerré la puerta tras ella para aprovechar ese último vistazo a sus piernas que me proporcionaba el movimiento.
            Cuando me volví, tanto mi madre como mi padre me estaban mirando con una sonrisa en los labios.
            -Menudas piernas, ¿eh, hijo?
            -Oh, sí-espeté sin siquiera pararme a pensar en ello, en lo que estaba a punto de hacer, la movida que acababa de buscarme por mi putísima incontinencia verbal.
            -Pues controla esas hormonas-ladró mi padre; toda sonrisa había desaparecido de su rostro. Mamá alzó las cejas, se mordió la sonrisa y se fue a sentar en la encimera-. Harry me ha encomendado UNA única tarea en todo lo que llevamos de amistad. Diana está bajo nuestra protección. La mía, y la tuya. Protección, Tom. Debemos cuidar de ella. Nada más. Como la toques, aunque sea un solo pelo, sin intenciones de hermano, te arranco la cabeza y la pongo de exhibición en la pared.
            -Yo iba a decir que tuvieras cuidado, pero… tu padre ha sido bastante específico en esto. No tengo nada más que añadir.
            Él asintió en dirección a su mujer, agradeciéndole el apoyo moral que no había pedido y que no necesitaba en absoluto.
            -Y, otra cosa, ¿con qué cuento le has ido a tu madre de que yo te he dicho no sé qué?
            Si antes se me había encendido la cara, ahora me ardían tanto las mejillas que seguramente se pudiera hacer una barbacoa en ellas.
            -Yo…
            -Déjalo estar, Louis-espetó mamá, saliendo a mi defensa como la reina de las batallas que era. Puso los ojos en blanco.
            -No, Erika; tú ahora te callas. Te había cogido una napolitana y un Kinder bueno para que me perdonases, ¿y me echas la bronca del siglo porque te da la puta gana? Me podías haber dicho antes que estabas loca, tía. Así le habríamos pedido una paga al Gobierno.
            Pero mamá ya no escuchaba, se le había iluminado la cara.
            -¿¡Me has traído una napolitana!?
            Papá sólo asintió con la cabeza, y dio un brinco cuando ella le dio un beso en la mejilla antes de revolver en su maletín, hasta sacar una bolsa de papel y un paquete plateado. Sacó la napolitana, la dividió en dos, y me dio el trozo más grande a mí.
            -La napolitana era para ti.
            -Tommy es parte de mí.
            -Pero qué bonito, mamá.
            -Deberíamos apuntarlo para que tu padre lo escriba y se lleve el crédito de todo y gane un puto Grammy y mi nombre se pierda en el curso de la historia-se llevó una mano a la frente en gesto trágico. Papá negó con la cabeza, pero sonreía.
            -Te voy a escupir en la cara.
            -Luego no te quejes si mi disculpa te parece poco porque la has compartido con el crío.
            -¿Tu disculpa? ¿Por qué?-inquirió mamá, que ya se había metido el último trozo de napolitana en la boca y estaba chupándose los dedos.
            -Por haber tenido que ir tú a por Diana en mi lugar.
            -Oh, y no fui-respondió ella, sacando la primera barra, rompiéndola con los dedos y metiéndose un trozo en la boca. Esperó hasta que terminó de crujir entre sus dientes y haberla tragado para continuar su explicación-. Fue Tommy. Bastante tenía yo ya con recoger a Astrid y Dan del colegio.
            -Vamos a ver-replicó papá, dejando los cubiertos y levantando la mirada. Se colocó las manos a ambos lados de la cara-. A ver si lo he entendido yo mal. ¿No has ido a por Diana?
            -No.
            -¿Y no te ha causado molestia alguna?
            -Hombre… me tocó los huevos que me lo dijeras a través de Tommy porque sabías que así no te mandaría a la mierda. Pero por lo demás…
            -¿Me estás diciendo…-dijo, levantándose y con expresión de no entender nada-… que he parado de la que venía para comprarte una napolitana y un puñetero kínder bueno para pedirte perdón por algo que finalmente ni te va ni te viene?
            -Has parado porque me quieres-sonrió ella, acercándome la otra barra y robando un pedazo.
            -He parado para que no te cabreases.
            -Pues no estaba cabreada.
            Papá se cruzó de brazos.
            Te di la napolitana como señal de perdón. Devuélvemela.
            Mamá se encogió de hombros.
            -Acompáñame al baño.
            La sonrisa de papá ya lo dijo todo.
            -La voy a vomitar, Louis.
            Y la desaparición de esta también.
            -Puedes quedártela.
            Aproveché esa distracción para escabullirme de la cocina y, sin tener un rumbo fijo antes de calzarme y coger las llaves, salí a la calle. No fue hasta un instante parado en la entrada de mi casa, cuando se me ocurrió a dónde podía ir, a dónde debía ir, para contar todo lo que había pasado esa mañana.
            Así que eché a andar, sin decir adónde iba.
            No tardé ni 10 minutos en llegar a mi destino y llamar a la puerta de casa de Scott; se oyeron gritos dentro; los Malik se peleaban por ver quién debía abrir la puerta. Finalmente, fue Shasha, que me sonrió un segundo antes de girarse y gritar: “¡Es Tommy!”. Entré sin invitación, dado que estaba en mi segunda casa.
            Scott bajó corriendo las escaleras que llevaban al piso de arriba, donde tenía su habitación, me miró un segundo, asintió con la cabeza y rehízo el camino andado salvando los escalones de dos en dos.
            -Mamá, voy a salir con Tommy.
            Sherezade asintió con la cabeza, la vista fija en una película que estaban echando en un canal desconocido… en un idioma en el que yo no me defendía muy bien.
            -Coge la chaqueta que hace frío-murmuró distraída, abrazándose las rodillas cuando los protagonistas, de piel aún más oscura que la de ella, empezaron a jurarse amor eterno a base de cantar.
            -¿Qué veis?
            Sabrae, la mayor de las hijas, fue la única en escucharme. Levantando la mirada, tan parecida a la de Scott, de la revista que tenía entre las manos y que ojeaba casi con fastidio, puso los ojos en blanco y murmuró:
            -La favorita de mi madre.
            Abrí la boca, entendiendo por fin por qué no apartaban la vista de la televisión y por qué Sabrae tenía la expresión de querer suicidarse en breves instantes.
            Scott bajó como un bólido las escaleras, me cogió por el cuello, me revolvió el pelo y me arrastró así, casi sin dejarme respirar, hasta la puerta.
            Fue cruzar el umbral del hall y romperse el hechizo que ataba los ojos de la señora Malik a la caja tonta. Dio un brinco y nos miró con la expresión de quien se encuentra un tigre de bengala en su dormitorio en pleno Manhattan.
            -¿Adónde vais?
            -Por ahí-respondimos los dos a la vez. Ella asintió con la cabeza, volvió a la película, y terminó por espetar:-. Ve y avisa a tu padre.
            Scott puso los ojos en blanco, me dejó ir, y fue a una habitación cuya puerta se encontraba debajo de las escaleras para subir al primer piso. Le seguí.
            Entró sin llamar al santuario de Zayn. Era impresionante lo bien insonorizada que estaba aquella sala: una música atronadora golpeaba las paredes y te taladraba los oídos apenas habías abierto la puerta.
            Acostumbrado a que nadie le oyera llegar, Scott se dirigió directamente a los altavoces y los apagó.
            Zayn se giró al instante, como esperando aquel momento, con el ceño ligeramente fruncido y una máscara tapándole la boca y la nariz. Se golpeaba despacio la barbilla con un bote de spray de color negro, sin saber qué hacer a continuación, ni qué trazado seguir en su obra maestra.
            -¿Qué os pasa?-fue la única pregunta que obtuvimos. Scott le dijo que nos íbamos a dar una vuelta mientras yo estudiaba la pared, en la que un calamar gigante y de aspecto amistoso alargaba los tentáculos hacia una criatura muy parecida a una sirena, cuyo contorno no estaba acabado, aunque seguramente no llevaría sujetador. Mejor.
            -Bien, bien. Pasadlo bien. Volved para la hora de la cena-dijo, volviendo a colocarse la máscara y agitando el bote de manera que sonase casi como una maraca cuyo único inconveniente era tener un solo grano de arroz en su interior-. ¿Te quedas a cenar, Tommy?
            -Tengo a Diana en casa.
            Zayn asintió, con la mano a medias de levantar. Volvió a bajarla y estudió el bote.
            -¿Cómo está?
            -Está bien.
            -¿Está bien, o está buena?-inquirió, alzando las cejas y sonriendo, claro que no le vi la sonrisa, sino que la traduje de cómo se le achinaron los ojos.
            -Las dos cosas-confesé. Él asintió.
            -Casi todos en la banda tenemos buena genética. Gracias a Dios, tú saliste a tu madre-sacudió la cabeza y se echó a reír.
            -¿Debo irle con el cuento a mi padre?
           -Oh, ya lo creo que debes irle con esas a Louis. Hace tiempo que no nos peleamos; ya va siendo hora. Me estoy sintiendo desplazado.
            Scott y yo sonreímos, Zayn hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida y se acercó a la pared.
            -¡Pero vuelve a encender la música, crío de mierda!-ladró a través de la puerta abierta un segundo antes de que el escándalo volviera a gobernar la casa y Sherezade bramara con toda la fuerza de sus pulmones:
            -¡Cierra la puta puerta, Zayn!
            Sus órdenes se obedecieron al momento, justo cuando nosotros también salíamos de la casa.
            Apenas habíamos llegado a la calle, Scott se interpuso en mi camino, alzó las manos y espetó:
            -¿Cómo de buena está Diana?
            Y pasé a contárselo todo, resumiendo más las partes en las que me lanzaba miradas envenenadas por detenerme en nimiedades (lo cual se tradujo, precisamente, en la llegada a casa, la conversación con mi madre y el viaje hasta el aeropuerto) y ordenándome ser más explícito en los momentos que se volvían más interesantes (esto es, a partir de que llegase ella). Desde la presencia de la americana, no me dejé nada (aunque pasé de puntillas por la bronca de mis padres y me regodeé en el momento en el que se me había echado encima, prácticamente).
            -Vale-comentó él cuando por fin terminé, llevándose las manos unidas, como si rezara, a la boca y pestañeando despacio, asimilándolo todo-.Me estás diciendo que no hay diosa más bonita que ella; que las reinas por las que se libraron guerras en el pasado eran feas comparadas con ella. ¿Cómo sé, y perdona que sea tan gilipollas, que no lo estás exagerando todo para que tenga envidia de que te hayan metido una diosa griega en casa mientras yo estoy encerrado con las imbéciles de mis hermanas?
            -Compruébalo por ti mismo; es de Diana Styles de quien estamos hablando.
            Sacó el móvil a la velocidad de la luz y entró en Google. Cada exclamación que daba mirando una foto hacía que me creciera más en mi importancia.
            -Está buenísima, tío. Es pecado no follártela, especialmente teniéndola en casa. Y si ella te tira los trastos y encima pasáis tiempo juntos…
            -Pero no puedo, tío-gruñí, dándole una patada a una pobre piedra cuyo único error en la vida había sido, precisamente, estar allí-. Mi padre me matará.
            -¿Y? ¿No merece la pena dar tu patética existencia por un polvo con una diosa así? Venga, T. Fóllatela. Que te quiten lo bailao’.
            -No, joder. Nadie se la va a tirar. Y tú tampoco-aseguré, atravesándolo con la mirada. Alzó las cejas.
            -No me quites libertades; estamos en un país democrático. Además, tú la has cazado primero.
            -Yo no he cazado a nadie…
            -Y lo respeto-aseguró, alzando las manos-. Además, joder, ¿sabes qué supera a una pelirroja?
            Me hubiera quedado plantado allí mismo de no ser porque estábamos hablando de Scott. Nada de lo que él me pudiera decir, fuera de quien fuera, me haría daño.
            -¿Qué?
            -Una rubia, hermano-me dio un codazo en plenas costillas mientras en mi cabeza resonaba una palabra: “gilipollas”.
            -Diana no es rubia-le corregí, volviendo a echar a andar y obligándolo a que me siguiera.
            -¿Y cómo lo sabes? ¿Acaso ya has pecado y no me lo has querido decir para hacerte el interesante? Cabrón con suerte, todo te toca a ti, todo…
            -Porque ni Noemí ni Harry son rubios.
            -A mí no me vengas con lógica inductiva, chaval. Eso no cambia nada. Ni el hecho de que te hayas metido ya entre esas piernas kilométricas.
            -Eres gilipollas.
            -Me hieres en mi orgullo de mejor amigo; creía que estábamos destinados a seguir con el legado Zouis de vuestros padres. Pero ya veo que no te importo nada-se dejó caer trágicamente en un banco, con la mano  en la frente.
            -A veces me pregunto por qué somos amigos, Scott.
            -Porque soy adorable-replicó él.
            -La mitad del tiempo me caes mal.
            -Yo no te soporto el 97%.
            Nos miramos y nos echamos a reír; él se levantó y nos dimos una palmada en la espalda.
            -Vamos a beber algo, tío. Hablar de reinas persas rubias me ha dado sed.

            Y me arrastró por la calle hasta meternos en el bar al que íbamos siempre con los demás, mientras yo me preguntaba cuánto tiempo aguantaría con Diana susurrándome en un oído lo que iba a hacerme, y con Scott susurrándome en el otro lo que debía a hacerle yo.

miércoles, 6 de mayo de 2015

De cómo somos magos.

¿Alguna vez te has parado a pensar en que realmente no hay Muggles en este mundo? En palabras de Gonzalo Moure, las palabras hacen magia. Con una simple unión de letras y sonidos, puedo hacer que aparezcan en tu cabeza cosas muy diferentes a las que aparecen en la mía.
Si digo "madre", cada uno verá a la suya.
Si digo "él", cada uno pensará en ese ser más importante.
Incluso las sensaciones son diferentes con el mismo hechizo, como un Patronus que depende de cada personalidad para tener forma. Por eso siempre un actor va a tener una pega para un personaje, por eso una frase está mal dicha: porque en el universo microscópico en el que tú eres el Dios, tú pones las reglas, unas reglas hechas de palabras que no van a salir de tu mente.
Así que, los libros en realidad son el andén 9¾ de nuestro mundo.
Y sus páginas, la amortentia, aquella poción que tiene un olor diferente para cada persona, adaptándose a la perfección a sus gustos para encandilarla.
No dejes que te duela que nadie te diga que no puedes hacer "nada".
A veces, "nada", lo significa todo.
A veces, "nadie", significa Merlín.
A veces, "cascada" encierra en sí misma el estruendo de litros y litros de agua precipitándose al vacío.
Sólo tienes que escuchar.
Abrir la boca, y dejar que fluya.